TIEMPOS - Novela Llanera - Autor: Edmundo Díaz Colmenares.

April 4, 2018 | Author: Edmundo Díaz Colmenares | Category: Cattle, Cowboys, Mary, Mother Of Jesus, Venezuela, Horses


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ÍNDICEPRÓLOGO ««««««««««««««««««««««««««««««..4 LA DESCENDENCIA ««««««««««««««««««««««««««.5 LAS IMPRESIONES DEL PUEBLO ««««««««««««««««««««..8 EL TRABAJO DE LLANO ««««««««««««««««««««««««.13 LA INVERNADA ««««««««««««««««««««««««««««.20 LAS FIESTAS ««««««««««««««««««««««««««««..23 DE LA SABANA A LA ESCUELA ««««««««««««««««««««..30 DESARROLLO Y COLONIZACIÓN EUROPEA «««««««««««««««35 SEMANA SANTA ««««««««««««««««««««««««««««39 FORMACIÓN SAN BENITENSE «««««««««««««««««««««..44 DEL PUEBLO A LA CIUDAD «««««««««««««««««««««««.49 EL RETORNO «««««««««««««««««««««««««««««.58 LAS ELECCIONES «««««««««««««««««««««««««««.70 LA SEGURIDAD SOCIAL ««««««««««««««««««««««««..77 REFLEXIONES «««««««««««««««««««««««««««««86 ARAUCA, NUEVA TIMBALÍ «««««««««««««««««««««««.94 3 PRÓLOGO Dentro de los autores que últimamente han contribuido al florecimiento de las letras llaneras, debemos destacar hoy al joven profesor Edmundo Díaz Colmenares, quien después de publicar algunos ensayos en revistas, periódicos, y de haber obtenido recientemente el Primer Puesto en el Concurso de Cuentos ³LUIS ERNESTO CAMEJO´ en Arauca, nos entrega el libro ³TIEMPOS´ con el que ingresa a la galería de escritores llaneros. Es promisoria la aparición de esta obra del araucano porque con un estilo ameno y una sápida prosa nos pasea por esa línea intemporal que separa las llanuras araucanas preñadas de hombres y acontecimientos heroicos, con sus tradiciones de lealtad, integridad y honradez profunda -la del protagonista José Segundo Ostos- a la Arauca de hoy congestionada por la avalancha de hordas de gentes desarraigadas de otras regiones del país y hasta los mismos oriundos, deslumbradas por el espejismo de la explotación petrolera, con todo su séquito de profusión de nuevas empresas y actividades varias. En esta obra, el autor plantea el conflicto que una comarca rural sufre al evolucionar hacia una vida urbana, como consecuencia del asentamiento de una inmigración de diferentes partes, enrolada en los mil vericuetos del trasfondo de la industria del petróleo. En este libro que comentamos se nota claramente la línea que separa el tiempo roto entre el mundo pastoril y bucólico de los tiempos anteriores a la aparición del Oro Negro, a la nueva vida llena de confusiones y violaciones a los viejos hábitos y costumbres ancestrales. En el primer caso que corresponde a la primera parte de la narración, ese mundo representado en la vivencia de los antepasados y en la propia infancia del personaje José Segundo Ostos; en el segundo caso, referido a la vida que se desarrolla en pleno Boom Petrolero, se presenta el conflicto al personaje de escoger entre el dilema de seguir viviendo de acuerdo a los viejos tiempos, pensando y sintiendo así; o ingresar a la tropilla de los nuevos ricos hechos a la sombra de los negociados con las regalías petrolíficas. José Segundo, quien tiene el relieve de una vida real, posee características semejantes a las de las criaturas de Álvaro Salom Becerra en ³Un Tal Bernabé Bernal´ y a las de Soto Aparicio en ³La Rebelión de las Ratas´, sólo que la creación del profesor Díaz tiene un arraigo y una presencia en los llanos orientales, que nos lo presenta como al auténtico hombre parido por las praderas araucanas; enhiesto, insobornable, orgulloso de su hombría de bien y de sus tradiciones. En ³TIEMPOS´ y con ocasión al recuerdo de los personajes, el autor nos hace con pinceladas maestras, una recreación de la vida en el Arauca de ancestro: familiar y apacible, buena y dulce como el agua del jaguey. Las faenas de los trabajos del llano con sus mil peripecias diarias, nos describe la riqueza de la fauna; nos dibuja literalmente el paisaje multicolor y nos pasea por esos caminos del llano, bajo el espléndido cielo, testigo mudo que un día vio nacer al primer indígena brotando de la misma tierra, dueño y señor de aquellas inmensidades y luego nos traslada a estos tiempos de descomposición social, de corrupción administrativa, como consecuencia de la lucha clientelista por el poder político y económico que es en últimas la denuncia central de este libro augural para la narrativa llanera. SILVIA APONTE Villavicencio, Enero 29 de 1.989 4 LA DESCENDENCIA Corre ya la segunda mitad del siglo veinte cuando una mujer sencilla y labriega, montando un caballo se dirige al poblado más cercano. Ha hecho un viaje penoso y lento sobre una bestia desde las sabanas de la Estación. Su destino la acoge después de siete fatigosas horas de marcha. Su vientre preñado está que no da más. Caminos polvorientos habían visto muchas veces a María Antonia pasar a lo mismo, a parir un hijo al pueblo, a hacer más difícil la vida y la de los otros críos. Hace una hora atravesó El Ruano y Caño Jesús y ahora detiene la montura y la de la hija mayor -única acompañante- en la Avenida Principal, muy cerca de la droguería de entonces. Allí se apea y da un ¡buenas! a todo pulmón frente a una casa, cuyo portón viejo y raído por los años se encuentra abierto de par en par. Es recibida por la dueña de casa quien amable y espontáneamente la hace seguir adelante por entre un zaguán que a su vez daba hacia el fondo con el espacioso lugar que servía de sala de recibo, comedor, y en donde también colgaban la hamaca por la noche los que allí llegaban procedentes de la sabana. Como siempre, Ignacia había sido hospitalaria y una vez más ponía la casa a disposición de la recién llegada. A los dos días nació José Segundo. Ningún acontecimiento especial señaló esta fecha. Como siempre la curiosidad de los vecinos de querer conocer al recién nacido. ¡Es un varoncito! -decían complacidas las visitantes- ¡Caramba con eso no sufre tanto en la vida! ¡Qué eso se veía por encima de la ropa! ¡Qué el tamaño del vientre! ¡Qué los malestares del embarazo! ±seguían comentando dicharacheramente los noveleros± en el lenguaje que el llanero tiene para explicarse los fenómenos de la naturaleza, pues todo secreto tiene justificación. Total el niño nacido, parecía indicar buena salud, y esto al menos compensaba en parte los sufrimientos padecidos por la madre en el parto, evento llevado a cabo en la misma casa de Ignacia. Una vez más María Antonia salió con bien de este trance. Como fuese obligación religiosa y con el fin de iniciar al bebé en la acción de gracias y para que cuando grande fuese hombre de bien se le buscaron los padrinos para ponerle el agua. Además con este acto de dogma, según las creencias, empezaba la tarea de irle quitando el pecado que traía consigo, por el solo de hecho de haber nacido a este mundo. Era recomendación que se hacía obligatoria, que los papás debían poner por padrinos de sus hijos a personas de bien, pues así como fueran estos, lo serían los ahijados cuando adultos. Por eso María Antonia, siguiendo la tradición buscó para el hijo padrinos católicos y buenos; además no tan pobres pensando en el futuro, por si los vientos del destino, llegase a faltar ella y su marido. Padrinos de agua del niño fueron, la tía Carmen -hermana de María Antonia- y el guate Ruperto. Carmen era llanera cien por ciento, al igual que los araucanos de entonces, de procedencia venezolana. De corazón bondadoso, muy cumplidora de sus obligaciones de feligrés y como tal asistía todas las mañanas a la misa de seis, lo que la había convertido en gran madrugadora y después de dar gracias a Dios en el único templo existente, marchaba hacia la pesa a comprar el kilo de carne, porción indispensable en su dieta diaria. Además mantenía con los vecinos una franca y cordial amistad. Servir al prójimo fue el lema de siempre. La chiquillería de la avenida, la querían de verdad, pues cuanto mango, guanábana, caimito o mamón iba madurando en los árboles del patio, era 5 obsequiado a los pequeños, quienes desde la mañana acudían en corrillos a desayunar con las apetitosas frutas de Carmen. El Guate Ruperto era un comerciante bonachón y su tienda abastecía a las familias que vivían a lado y lado de la avenida principal -prácticamente la única importante del poblado-. En ella, como mirándose entre sí estaban situadas las casas más destacadas. En la mayoría construidas con techos de palma y una que otra con láminas de cinc. Las paredes amarillentas mostraban que el paso de los años dejaba huellas imborrables sobre las guaduas y el bahareque. En una de esas casas apachurradas por el paso ineluctable del tiempo y como queriendo hundirse en el suelo, estaba ubicada la tienda de Ruperto, que a pesar de los rústico del medio comparada con la de otros parroquianos, denotaba un confort más halagüeño. Al menos tenía pisos de cemento, cielo raso de caña brava y además un mostrador grande de madera sobre los que el viejo colocaba las mercaderías a vista del público. Era una de las pocas tiendas del pueblo. Hacía algunos años Ruperto había aparecido por Arauca y viendo la manera de ser del llanero, sabía que había encontrado el lugar en donde pasaría los últimos años. Él mismo en reiteradas ocasiones había manifestado que de Arauca no se iría. ±Aquí enterrarán mis huesitos± decía. Aunque era ambicioso a la fortuna, el Guate era servicial y a gran cantidad de puebleros les fiaba el mercado. La gente de la sabana también disfrutaba los servicios comerciales del viejo. Él les llenaba los polleros1 y cuando éstos regresaban al siguiente viaje, una vez vendidas las vaquitas, le pagaban cumplidamente a Ruperto. Desde la llegada al pueblo, el comerciante se ganó el aprecio de María Antonia, de Carmen e Ignacia y por eso fue buscado como Padrino de Agua del niño José Segundo. Cumplido el sagrado deber de la postura de agua, María Antonia con el vientre recogido y el nuevo retoño, regresó a la Estación. Éste era el nombre con que era conocida por aquellos lados la finca en que estaba asentada la familia de Manuel Segundo Ostos y María Antonia Durán, progenitores ya de siete hijos. Él, de contextura delgada y cuerpo menudo, eso sí muy de a caballo. En todos estos linderos se le distinguía como el más conocedor de ganados y bestias. Cuando a algún vecino se le extraviaba una res un potranco, a la casa del viejo estacionero iba a dar. En esas circunstancias el concepto de Manuel Segundo era definitivo y el dueño en apuros, sabía a ciencia cierta, si el animal se encontraba todavía en pie o si ya había sido pasto de la picada de la cascabel o del lazo certero del cuatrero. El vaquero conocía como a la palma de su mano a cuanto animal habitaba aquellos parajes de las sabanas maporiteñas y alrededores. Con precisión describía hasta la última generación de la vaca que se ordeñaba en la casa de cualquier vecino. La vuelta del cacho, el modo de correr el animal, la marca frontina, el bramido y otros detalles eran datos valiosos que nunca dejaba pasar desapercibido el jefe de la Estación en la lucha diaria de buen llanero y conocedor. El viejo había nacido por allí y desde pequeño se crio sirviendo y trabajando en La Maporita ±hato más importante de la región±. En esta hacienda los muchachos se levantaban y hacían diestros en las exigentes faenas del llano. El hato era lugar de reunión de cuanto humano quisiera trabajar en él. Allí había espacio para todos; desde el guate llegado de remotas regiones de Boyacá, Tolima o Santanderes perseguidos por crímenes cometidos allá o el venezolano fugitivo y andariego, aquí habían venido a dar. Unos ya expertos en la vida del llano; otros no. En el hato se ubicaban, para la cuida o hierra del ganado o para las labores de la casa como cortar madera o rajar leña, desyerbada y limpia del conuco, arreglos y posturas de palizadas, empalmar casas. Siempre había algo por hacer en La Maporita. Manuel Segundo, precisamente era el fruto del amor de un guate llegado del Tolima y de una india venida del Capanaparo. Su taita y su madre igualmente habían servido en el 1 Talego de tela 6 hato; el viejo como peón de casa y la india como cocinera. Allí después de tanta brega, habían acumulado una pequeña fortuna merced a las tacañerías del tolimense, que ni iba al pueblo para evitar gastar el dinero. El taita de Manuel Segundo fue enterrando sus morrocotas que dejó de herencia al hijo. Ostos se formó y levantó escuchando en las madrugadas la copla maliciosa y la chanza grosera de la peonada maporiteña. Sus padres nunca pensaron meterlo a la escuela; una, porque en Arauca ni se conocían los profesores; otra, porque habría tocado mandarlo para el interior, y según el parecer del taita, ¿plata de dónde? También había la creencia de que el estudio le dañaba el corazón a la juventud, enseñándole vicios y cosas malas y que además, en la tradición llanera no era necesario, pues los patriarcas eran conscientes que aquel medio necesitaba hombres machos de manos duras y voluntad de hierro, capaces de ganarse el sustento diario por sí mismos. El padre siempre le había dicho: ¡Hijo« usted tiene que ser macho como su taita! ¡Tienes que ser hombre de pelo en pecho! ¡Tienes que aprender de mí! ¡Carajo« nunca me he varado en la vida! Una vez muertos los padres de Manuel Segundo y con las morrocotas heredadas, más una que otra vaca que se había ganado con el sudor de la frente, el muchacho se fue abriendo poco a poco del hato y trabajaba en éste sólo durante las hierras de mayo y noviembre. Cuando se le engruesó el bozo, conoció a María Antonia en un baile; al compás de versos y aguardiente, la enamoró. El huracán del amor pronto se la entregó en los brazos. Al poco tiempo se la llevó huida a vivir con él. Todo fue tan rápido, como siempre ha sido el amor en las sabanas araucanas. Desde entonces y ya con mujer se construyó un pequeño rancho de palma al que llamaron la Estación, por ser sitio de confluencia de varios caminos que venían del llano adentro buscando la frontera venezolana. María Antonia Durán, de estirpe venezolana, nació en las orillas del impetuoso río Arauca cuando había caimán de verdad. Sus padres eran un viejo venezolano del Estado Cojedes y una india de las costas del Cinaruco. Muchacha bonita, de semblante fornido y cara graciosa que estando pequeña correteaba a los animales de monte de las riberas del río y le ayudaba al padre a limpiar los topochales y cañales infectados de cuanta víbora venenosa producía el medio. Pero allí, en aquella exuberancia, en aquella vorágine se levantó y crió. Cuando se le ensancharon las caderas y se le endurecieron los senos, fue cortejada por cuanto mozalbete hubo en La Maporita y sus alrededores. Pero el amor caprichoso como es, sólo fue para Manuel Segundo desde la primera noche que lo conoció. Al siguiente año ya la había hecho multiplicar con la primera hija y de ahí en adelante cada año paría un muchacho más. La unión de Ostos y María Antonia, aunque no perfecta, fue buena, y aún en las malas vicisitudes de la vida se acompañaron solidariamente. No hacía mucho tiempo se habían juntado a vivir, cuando la violencia política de entonces -la guerrilla en los llanoslos había hecho asilarse en Venezuela y por esto dos de sus primeros hijos nacieron al otro lado del Arauca, en el Estado Apure. María Antonia era liberal, porque sus papás también lo habían sido, pues su padre venezolano compaginaba con las ideas adecas y se las había metido igualmente a la mujer ±la india cinaruquense- y a los críos. Manuel Segundo, por el contrario, era conservador de raca y mandaca como su taita de El Espinal. No obstante estas diferencias partidistas nunca hubo mayores roces que acabaran con la paz y armonía del hogar. Sólo se daban las pugnas ideológicas entre los esposos estacioneros, cuando Ostos se echaba los aguardientes y llegaba tarde la noche con movimientos torpes, ojos rojos y alguna agresividad propia de todo beodo. En esas rascas, solía echar uno que otro viva al partido conservador y abajo a los cachiporros. Pero esto quedaba ahí y cuando los claros del día se llevaban las sombras, con ellas también se iban los fanatismos pasajeros de la noche. De manera general, Manuel 7 Segundo había sido buen marido y padre. Pero si con su mujer el viejo Ostos era condescendiente en las ideas políticas, con los otros no lo era tanto. Además era un aguerrido defensor del gobierno -conservador- y cuando se armó el bochinche fruto del asesinato del líder Gaitán en Bogotá, y la violencia fue extendiéndose por todo el llano como una candela, Manuel Segundo siempre estuvo al lado del partido y no solamente justificó las medidas tomadas para controlar el desorden nacional, sino que lo defendió a capa y espada y militó al lado de las fuerzas del orden persiguiendo a más de un supuesto guerrillero liberal de esos que se encontraban agazapados entre los montes araucanos. En estos tiempos de violencia, ya habían nacido la hija mayor de Manuel Segundo y su mujer, pero estando tan jodida la situación y merced a la persecución tan atroz que desató el régimen conservador contra la oposición -liberales y algunos brotes de izquierda- vino la contraparte a responder a la agresión imperante. Las matanzas de un partido y otro llegó a Arauca. El gobierno pendiente de sostenerse en el poder instituyó la policía chulavita, cuya misión era salvaguardar el orden conservador. Llegaron a las sabanas araucanas las delaciones y la guerra sicológica y física, y todo liberal que fuese mal informado por los enemigos, de ser amigo de los chusmeros -guerrilla liberal- o simplemente hablase mal del régimen, era capturado por los chulavitas y ejecutado públicamente para escarmiento de los demás. La respuesta a los desafueros del gobierno, la lideraron chusmeros como Rompellanos, Eliseo Velásquez, Guadalupe Salcedo y otros, correteando a los campesinos godos. Uno de los perseguidos por los opositores al gobierno, fue Ostos y su familia, que debieron asilarse en el Apure Venezolano para salvar el pellejo. Allí nacieron su segundo y tercer hijo. En circunstancias como estas, fue que numerosas familias colombianas tuvieron hijos venezolanos, algunos, una vez crecidos, se marcharon para siempre hacia el interior del vecino país; otros como en el caso de los Ostos Durán, al pacificarse un poco Colombia, regresaron. Después de la tempestad viene la calma y una vez los estacioneros regresaron a su tierra, trataron de reconstruir lo que había sido arrasado por la guerra inútil entre chulavitas y chusmeros -conservadores y liberales-. Pero guerra es guerra y deja huellas y no las mejores. Es así que los estacioneros encontraron la finca muy decaída. Tanto la casa como los ganados se habían reducido a nada, ya que vivarachos haciéndose pasar por amigos del gobierno cuando les convenía, o como chusmeros cuando era el caso, habían cachilapeado2 a cuanto orejano se iba levantando, aprovechando la ausencia de los dueños de hato. Al regreso de los estacioneros sólo quedaban pastando en las sabanas una que otra parapara3 y aunque Ostos en aquellos tiempos ya se había retirado de La Maporita a atender lo propio, tuvo que volver nuevamente a ella a vender su fuerza de trabajo como peón. Por aquellos tiempos el gran Hato había pasado a manos de Leopoldo Lomónaco, musiú4 llegado desde la legendaria Italia. Don Leo -como cariñosamente lo llamaban los llaneros- se caracterizó por dar buen trato a la peonada, no discriminar a los nativos por razones de raza o color y por el contrario les ayudaba económicamente a los trabajadores cuando necesitaban. Eso sí, el musiú hacía gala de mujeriego. Acción de robar el cimarrón o cachilapo. Despectivo de vaca. Fruto del paráparo de color negro y consistencia dura. 4 Extranjero de raza blanca. 3 2 8 LAS IMPRESIONES DEL PUEBLO José Segundo fue de los últimos hijos de la unión de Manuel Segundo y María Antonia. En el orden fue el séptimo de la familia y con él sus padres reconocieron que ya no había alternativas en cuanto a sus vidas; ellos morirían juntos. Para legalizar esta situación algunos meses después de haber nacido Segundito ± como le llamaron desde entonces diferenciándolo del viejo - , los esposos estacioneros hicieron un viaje al pueblo, con el fin de arreglar estos problemas: casarse ante el padre. Con tal motivo, acudieron al único cura, aprovechando lo del bautizo de Segundito, religiosamente consolidaron para siempre la unión, haciendo público reconocimiento de los hijos que hasta entonces habían tenido ± siete nada menos ±. Tal acto, sencillo por demás, fue acompañado por seis o siete familiares. Pero qué podría haber de especial en una pareja que había convivido junta por un montón de años, sin ningún compromiso más que el del amor y los hijos. Desde que se conocieran, habían pasado muchos lustros, y eran conscientes que a pesar de las dificultades sobrellevadas, habían sido felices hasta donde pueden serlo dos campesinos pobres, apegados a su tierra. Ya casados, los esposos visitaron al Notario, para asentar la partida de casamiento expedida por el cura, e iniciar en esa oficina el cambio de apellidos de todos los muchachos quienes hasta ahora sólo habían llevado el de la madre. Una vez cumplidas estas diligencias en el pueblo, Ostos y Señora, regresaron a la sabana. Segundito, quien había venido al mundo a hacer más difícil la vida de los estacioneros, no obstante trajo alegrías a los padres, para quienes ningún hijo estorbaba y comida para criarlo se conseguiría de alguna manera. Recién nacido, el retoñito fue alimentado con la leche materna de María Antonia, pero después del año y medio, el zumo espumoso de las vacas de ordeño, más la mazamorra de maíz amarillo comprado a los vegueros del río, constituyó su dieta diaria. Los primeros gateos y pininos fueron con la desconfianza y el temor que caracteriza los cambios de la vida: El susto a lo nuevo. La contextura delgada le facilitó caminar rápido y las primeras carreras iban encaminadas a alcanzar a los polluelos de las muchas gallinas que había en la Estación. El nacimiento de los dos últimos hermanos constituyó para Segundito, un atentado directo contra su integridad, pues dejó de ser el primero y el más mimado de la familia. Ya no eran para él de primerazo, los huevos de las ponedoras, ni la mejor sopita, y por sobre todo, el agradable derecho a dormir con María Antonia. De ahora en adelante, le tocó vérselas a solas con una cantidad de problemas que antes la madre frenteabas por él. Los domingos eran para pasear y recorrer el vecindario, pues además del Hato Principal ± La Maporita ±, de la Estación y otros de los más antiguos, muchos llaneros habían ido poco a poco levantando ranchos propios: La Panchera, de los Medina; Las Delicias, de los Balaustre; Camoruco, de los Araque; El Algarrobo, de los Barrio y así uno que otro. Los fines de semana, era tradición que la madre de familia con la parvada5 de muchachos, montándolos en unos burros enjalmados, se iba a recorrer el vecindario. En uno de esos tantos domingos, le sucedió a Segundito algo que nunca olvidaría. En aquellos paseos de rutina, cuando las visitas llegaban, eran recibidas por la dueña de casa y desde ahí y con la visitante, las mujeres se enredaban en interminables charlas 5 Conjunto de críos humanos o animales. 9 sobre maridos, chismes, celos« Por su parte, los chicos se iban al patio y los anfitriones mostraban a los visitantes los nuevos juguetes, que no iban más allá de ser avioncitos, carritos, hechos de palos viejos, huesos o latas recogidas en el basurero del topochal. Estos rústicos juguetes, para poder ser halados, debían ser amarrados con ganchos6 de topochos arrancados del vástago de la planta musácea, con el cual los púberes podían arrastrarlos por entre los caminitos o zanjas hechas con las manos o pies sobre el polvo o el barro, según la época del año. Cuando Segundito en compañía de los otros hermanos, fue llevado por María Antonia al fundo de los Balaustre ±Las Delicias± inmediatamente los amiguitos de edad lo llevaron al patio a enseñarle las cosas y esa tarde jugaron y corretearon tanto, que al pobre niño le dieron tremendas ganas de defecar y fueron tan fuertes que hubo un momento en que no las pudo controlar y los esfínteres se vaciaron de totazo. El chico hizo de las suyas en los pantalones y se escondió. Al poco rato, María Antonia lo echó de menos y preguntó por él a los compañeros de juego, quienes le informaron de los sucedido con brillantez de detalles. Con este sinsabor, la visita se dio por terminada y el pobre muchachito aguantándose la burla y críticas de la madre y hermanos, tuvo que regresar a La Estación todo avergonzado. Lo único pasable de esta embarrada, fue no haber sido castigado a latigazos, como era la costumbre. Al mocozuelo se le fueron endureciendo las canillas y poco a poco corría con más velocidad tras los tiracuchillos, perdices, alcaravanes, lagartijas y grillos, que se acercaban al patio. Día tras día, el radio de acción de sus movimientos lo hacía retirarse más de las faldas de María Antonia. Y aunque era delgado, denotaba fuerza en las andanzas; sin embargo, la timidez lo vencía y le costaba gran sacrificio, soportar las presentaciones que la madre hacía ante los extraños. Siguió el tiempo la trayectoria ineluctable, y con él todas las cosas. Segundo es llevado al pueblo y entonces conoce lo que es la ciudad: casas raras, calles, mucha gente y por si fuera poco, los primeros carros habían llegado por aquel entonces. Uno era del Alcalde y otro de un musiú que acababa de llegar a vivir allí. Si los habitantes del pueblo se asombraban ante tan prodigiosa máquina, que era capaz de arrastrarse sola y aún, cargar gente encima, qué sería del pobre Segundito, acostumbrado apenas a tratar y ver animales. Así las cosas, el endeble niño pensaba que todo aquello era más del otro mundo, que de éste. Durante este viaje, el niño fue reconocido por el padrino de agua, quien sería la persona que por vez primera le obsequiara un juguete hecho por manos ajenas a las de él. Este fue un carrito de plástico importado quien sabe de dónde. La felicidad del chico fue grande y el agradecimiento al padrino inmarcesible. Carmen, la madrina, a la vez viéndolo tan crecido, no queriendo quedarse atrás, le obsequió al niño una muda de ropa para que se la estrenara en la próxima navidad. El chico no cabía de la dicha y pensó para sí, que su madre le había conseguido los mejores padrinos del mundo. Por aquel tiempo, algunas familias de guates seguían llegando al poblado y se dedicaron al comercio de alimentos, bebidas y ropas; su avaricia al dinero, acompañada de la usura que ejercían con santa devoción y la tacañería, en un ambiente en donde el nativo estaba acostumbrado a ser amplio, fue presa fácil del mercachifle. Por eso en muy poco tiempo, los comerciantes en la mayoría foráneos, fueron dominando el poder económico al no dar puntadas sin dedal y conquistando así el poder social. El pueblito en aquel entonces estaba un poco más desarrollado: la Avenida Principal iba desde el río hasta la Virgen, y las casas que años antes eran apenas una que otra, separadas entre sí por grandes patios, se iban juntando, pues los espacios habían sido 6 Liana que se saca del tallo del topocho o plátano. 10 construidos por casas de adobe y bahareque. Allí, por esa avenida, se encontraba el comercio. El puente Córdoba ±punto intermedio de la vía± era un caparazón de madera, que sostenía grandes tablones que iban de lado a lado del caño, en dirección norte ± sur. Las columnas igualmente de madera, sostenían un techo rústico que daba la imagen de un barco enredado en medio de un boral. Aunque la ciudad estaba reducida prácticamente a la Calle Real, algunas otras vías comenzaban a avanzar en diferentes direcciones. La calle principal exhibía a lado y lado, un sin número de maporas o palmeras que constituyeron el símbolo de distinción del pueblo por muchos años y que tiempos antes, habían sido sembradas por un Alcalde desconocido y olvidado. El relleno de esta vía era de una tierra amarilla, en donde los muchachos jugaban a la pega o a las pichas, con el pie en el suelo y sin camisas. Había veces que estos corrillo se daban por horas y horas y la parvada de muchachos se hacían dueños del tránsito y no había jovencita que pasase por allí, que no tuviera que aguantarse las groserías, manoseos e invitaciones a grito entero, a hazañas amorosas y precisamente no platónicas, sino de cama. Muchacho varón que cruzara por allí cuando estaban armados esos zaperocos, tenía que liarse a puños con el jefe o mandacallar de la cuadra, pues en cada una había por lo menos uno. Cuando Segundo estuvo ya crecido, tuvo que agarrarse varias veces a coñazos y cabezazos con Enrique Zocadagüi, pues este era el líder de la cuadra donde estaba situada la casa de Ignacia, que era donde siempre llegaba María Antonia y sus muchachos cuando iban al pueblo. La ciudad y sus maravillas habían impresionado mucho a José Segundo y en cierta medida le habían gustado. Conoció e hizo algunos amigos; saboreó las golosinas compradas u obsequiadas por Ruperto; estrenó ropa y zapatos. Compartió con otros de la edad, el placer de cargar con terrones de la calle, el carro regalado. De nuevo fue preciso regresar a La Estación. Un camino con uno que otro charquito entre el polvo, dejaba entrever que la entrada de aguas se estaba avecinando. Un verano más estaba declinando, para dar paso al riguroso invierno, pero mientras este se metía del todo, debía darse un breve otoño que es muy apreciado por la gente nativa. La sabana pelada por el inclemente verano que la ha azotado por seis meses seguidos, marchitando los pajales y endureciendo el terrón y con la pisada tesonera de los atajos y las quemas de marzo, como por encanto durante los primeros aguaceros, se va vistiendo de verde. Es la época de los retoños. De entre la hierba muerta, va brotando el pimpollo fresco y apetecible a la boca de los ganados. Toda la sabana se rejuvenece. Hasta los árboles cambian de hojas y se visten de nuevo; todo el ambiente exhala un perfume de flores que inspira a los poetas vernáculos y que hace que el llanero afiance más el amor por esa tierra ancha y grata, toda ilusiones, toda caminos. Una vez los viajeros llegaron a las barrancas de Caño Jesús, el ruido de pisadas de las bestias espantó un lote de chigüiros, que se lanzó al plan del caño, una vez echaron al viento su chillido estridente, que hizo levantar de todos esos montes, una algarabía de pájaros cantores. Unas aguas turbias pero tranquilas, recibieron en su seno a los caballos. Luego de atravesar El Ruano, pasaron frente a Matapalito, en donde un perro bravo por poco muerde una pierna al caballo en que iba Segundito: la bestia de María Antonia ayudó a mantener en calma al otro animal. La ganzeada7 a la bestia del niño hubiera sido trágica, pues el animal por manso que fuera, se habría espantado dando con el niño en el suelo; pero la suerte los ayudó y nada pasó. Cuando los latidos de los perros quedaron atrás, los de a caballo trochaban en dirección a La Aguaita. Luego cruzaron el caño de los Arrecifes, que en esos momentos presentaba una pequeña crecida, que no fue problema para María Antonia y su muchacho, ya que la doña conocía muy bien el vado del paso y los dos animales no nadaron. En la recta y frente al fundo de la Guata 7 Acción de morder los perros los talones de las bestias. 11 María, se encontraban pastando miles de vacas y sus becerros, que merced a la proximidad de las lluvias, se hallaban de buen ánimo retozando aquí y allá y dándose coces entre sí. Los toros padrotes lanzaban al aire uno que otro mugido, dando a entender que en esos rebaños solamente ellos mandaban. Una que otra garza chunvita se paraba sobre los lomos de los ganados y con el pico, trataban de quitarle las garrapatas y en gratitud a esta ayuda de desplague, los ovinos no las espantaban. Los alcaravanes con algarabía iban correteando delante de los caballos de los viajeros y cuando se sentían alcanzados, levantaban el vuelo para irse a parar unos cuantos metros más adelante y así los acompañaban por muchos kilómetros de recorrido. Ya la tarde estaba ganándole al día; las nubes eran una inmensa masa gris que cubría todo el cielo y presagiaban un posible aguacero. El aire estaba saturado por un vaho olor a tierra, que hacía pensar que las primeras aguas hacían respirar a la sabana toda la aroma guardada en seis meses de verano y calentura. Al divisar la mata sobre la que estaba La Estación, José Segundo dio un gritico de alegría. El niño quería tanto al rancho, pues allí había pasado los pocos años de vida; aquel, estaba ligado a los recuerdos de entonces. La latida de los perros hizo que Manuel Segundo saliera a recibir a la mujer y al hijo. Despaciosamente les abrió la puerta de tranca y los hizo seguir hasta la caballeriza, aún montados sobre las bestias. Allí, después de ayudar a bajar a María Antonia y al niño, desensilló a los dos animales soltándolos luego hacia el interior del potrero. Las cabalgaduras todas sudadas, una vez se sacudieron reiteradas veces, caminaron hacia el charco de la cañada a calmar la sed. La mujer, el marido y los muchachos, se dirigieron hacia adentro de la casa y se dispusieron a colgar los polleros en donde traían las pocas provisiones compradas. Todos estaban contentos y el jefe de la familia les hacía muchas preguntas acerca del viaje y lo que habían hecho en el pueblo. Al poco rato, llegó el resto de jóvenes que se encontraban en la mata del Caño Miraflores, buscando leña. La muchachada se encontraba regocijada y los que llegaban de último, bajaron los talegos o polleros y esculcaban entre ellos tras los dulces y panes traídos. El viejo contó a su mujer que tres días antes, por andar curando unos becerros engusanados, lo había agarrado la noche y llegando al estero de Las Delicias, le había salido la bola µe fuego y casi lo hace perder del camino: - ¡Vieja« cómo le parece lo de la bicha esa! Me llegó como a cinco metros del caballo y me lo encandiló. Menos mal que se me ocurrió mentarle la mama y entonces se perdió por entre el pajonal±. - ¡Eso no es nada chico! ±decía María Antonia± cuando nosotros veníamos frente a Matapalito, nos salió una perrada de todo el carajo y por poco le ganzea el caballo al niño. - ¡Huy« esa hubiera sido caída segura y quién sabe si hasta se le hubiera partido un güeso al pobre sute. - ¡Mujer«! ±continuo diciendo Manuel Segundo± en estos días hemos estado de malas: ayer nada más por estar cachicamiando los muchachos para lo de la comida, se guindaron a joyar con la pala y el barretón y el animal escarbe tierra adentro. Cuentan que al final, cuando después de tanto sacar tierra, alcanzaron al cachicamo y al tratar de agarrarlo por el rabo para sacarlo como siempre, había en la cueva con el animal una cuatronariz y casi pica a Pedro miguel ±. - ¡Ah mala suerte caray! ±exclamó María Antonia± ahí sí la hubiéramos completado. Aquel día siguió su curso y llegó la noche. Bandadas de garzas a gran altura, volaban de norte a sur buscando los nidos. La oscuridad se impuso y fue necesario encender la lámpara de mecho. Esta era construida por el sabanero, utilizando una botella que se llenaba con kerosén; en la boca del frasco y a través de una tapa perforada, se metía una mecha que dentro se impregnaba constantemente del combustible y que al encenderla por la punta externa, producía una llama abundante que duraba hasta que había kerosén 12 dentro del recipiente. La lámpara permanecía encendida mientras las gentes hacían las últimas diligencias caseras del día. Este ha sido el tradicional sistema de alumbrado que ha acompañado a las familias de la sabana. Aquella noche a la luz de la lámpara y como de costumbre, Manuel Segundo colgó de los tirantes de la casa, las hamacas de todos los miembros de la familia, en el único cuarto existente. La suya la colgó en el espacio que servía de sala; como no habían llegado todavía los zancudos, no fue preciso poner los mosquiteros. 13 EL TRABAJO DE LLANO Arreció la entrada de aguas. Los caños y esteros llenándose cada vez más. El barro se hacía ver en todos los caminos de las vastas sabanas araucanas. Los pastizales seguían creciendo y ya habían calmado la sed, todas las reses del llano. Por este tiempo es costumbre realizar la hierra de becerros mostrencos u orejanos. Don Leo había mandado al caporal del hato, a informarles a todos los llaneros de la región que se presentaran ante él para lo del trabajo de llano. Además se hacía indispensable avisarle a los otros dueños de hatos colindantes, para que prepararan la gente. El trabajo debía hacerse conjuntamente y según la tradición del llano. La hierra se haría hacienda por hacienda; cada día en la de un propietario distinto. La Maporita era la única que llevaba varias jornadas, dada la cantidad de orejanos que habrían de herrarse, pues el número de vacas paridas en aquel momento, sobrepasaba los dos mil. Manuel Segundo se preparó para la brega; al igual que antes lo haría para Don Leo. Siempre había tenido por el musiú gran respeto y consideración y además, era la oportunidad de ganarse algunos pesos que de ninguna manera caerían mal a la familia. Trabajaría para otro como siempre, ya que cuando quiso tener algo propio, la gaitanera lo había dejado sin nada. Las paraparas que le quedaron, apenas si medio alcanzaban para dar la leche con la que se criaban los muchachos pequeños. El viejo Ostos fue uno de los primeros llamados a lista para lo del trabajo. La condición de ser el mejor baquiano y conocedor de toda la región, le daba un puesto sobresaliente sobre cualquier otro peón, pues era el hombre clave cuando se presentaban las dudas acerca de la procedencia y propiedad de cualquier orejano. El que siempre aclaraba las dudas, era el viejo, ya que conocía a todos los animales de aquellos rebaños y en el corral, su presencia era imprescindible, pues cuando la becerrada se llenaba de lodo, dejando al descubierto sólo los ojos, Ostos sentado sobre el paloapique del corral y ya familiarizado con los animales, identificaba al propietario y por ende el hierro y señales que debía llevar. Hechos los preparativos para la iniciada de la brega, la peonada recogió las hamacas y toldillos y se fueron a quedar a La Maporita. De los confines de la llanura fue llegando gente de a caballo, al hato. Venían sobre bestias propias, aunque sabían que allí encontrarían las de Don Leo. El sol estaba cerca del occidente y trataba de ponerse rojo, como la yema de un huevo ±las cinco de la tarde± cuando se estaban apeando sobre el paradero del gran hato, los vaqueros. Don Leo los hacía seguir adelante en su lenguaje enredado y casi incomprensible de italiano. Cuando alguien cruzaba la puerta de tranca con la bestia tirándole del cabestro, quienes ya habían llegado, dejaban escuchar los primeros chistes maliciosos, mientras desensillaban las monturas y las largaban hacia el potrero. Medio oscurecía ±las seis más o menos± cuando los que iban a bregar al siguiente día, se encontraban colgando8 chinchorros o hamacas, de los tirantes de la caballeriza. Los cuentos y las coplas que iban y venían de unos a otros de los presentes, le daban al lugar un ambiente de fiesta. - ¿Compa y usté no piensa poné mosquitero? ±decía alguien. - Pero mosquitero pa¶ qué ±respondía el aludido. ±Tuavía no ha llega¶o el puyón9; además el jumo µe bosta que prendieron los becerreros no deja acercá los bichos esos. 8 9 Dícese de los implementos que utiliza el llanero para dormir (hamaca, mosquitero, etc.) Clase de zancudo. Chuzo de hierro. 14 - De todas maneras es mejó cuidase un poco, no vaya y lo joda a uno el paludismo± replicaba un tercero de los que estaban escuchando la charla. - Yo ya tengo coleto en el cuero de tanto aguantá la picada del zancudo±, decía otro graciosamente, queriendo burlarse del del mosquitero. - Allá ustede« era por el bien ajeno y no mío ±agregaba el que iniciara el comentario. A las seis y media de la tarde, ya todos estaban acostados en las colgaduras. La caballeriza aunque era grande, estaba completamente copada y las hamacas semejaban racimos. En aquellos momentos, los más cuenteros, cogían la palabra y narraban historias mitológicas sobre la Bola µe Fuego, el Silbón, Fin Fin, el Duende de las Camazas y muchas otras anécdotas inverosímiles, que en labios del habitante de la sabana, son dichas con tantos detalles y con tal seriedad escuchadas por los oyentes, que se hacen verídicas. Para cada cristiano, por lo menos, existe la aparición de un espanto o de algún ser metafísicos de los que salen en las noches oscuras. - Compa Manuel Segundo, ¿cómo le parece lo del cotizudo de la calceta de la Ceiba? ±dijo alguien que estaba quieto y callado en la hamaca, dando la impresión de haberse dormido ya. - Mientan que se les está apareciendo a los cachilaperos que allí van detrás de los orejanos del hato. Se dice que a más de uno le ha corneado el caballo y le ha echado su buena arrevolcada±. - Quien los manda a está buscando lo que no se les ha perdi¶o; pa¶ qué carajo se pone uno a está cogiendo lo que no es propio. ¡Hasta merecío lo tienen! ±. A eso de las ocho de la noche, las voces se fueron apagando. Ya la guaitacaminos, el ñénguere o el alcaraván, van disminuyendo el canto. El ronquido que sale de las colgaduras se hace más fuerte; todos duermen. Allá en la oscuridad de la noche, el zorro caza la garza, el cachicamo entre el terrón y el pajonal, busca el alimento; el oso hormiguero con su puntiagudo hocico, desmorona el comején y aprovecha los termes y hormigas; los garzones pican las guabinas y los curitos en las cañadas; el rabopelao10 está atento en la pata del gallinero, midiendo el tarascazo sobre el pescuezo de la taparuca. Millones de lucecitas de cocuyos en todas direcciones, tratan de restarle oscuridad a la noche. La luna va buscando el occidente, tapándose de vez en cuando por una que otra mancha de nubes. Se oye el cantar de los gallos y comienza la madrugada. Ya empiezan a oírse las pisadas de los primeros madrugadores, que saltando de las colgaduras, la sueltan de un extremo y proceden a enrollarla, formando con ella una bola de trapo que amarran a la otra punta. El silencio de la madrugada es roto por la algarabía de toda la peonada que van con el rejo en la mano y la chispa lista, para lanzarla sobre la cabeza de la bestia suelta en el corral. Cada llanero va enlazando su propio caballo, con el que compartirá la jornada hasta la tarde. Cada uno trata de coger para sí, al más brioso, al más rápido en la carrera. No obstante la oscuridad ±apenas serán las cuatro± ni un solo vaquero se equivoca del caballo que quiere para sí. Los equinos corretean de un lado para otro, pegados a la palizada. Son atropellados violentamente por los enlazadores y finalmente vencidos por éstos. Después, cada peón va con su animal halándolo del rejo y lo lleva hasta la caballeriza, en donde lo espera la chocontana comprada en Venezuela o en Villavo; una vez ajustada ésta al lomo del corcel, le colocan los otros aperos: freno, bozal« por último, le arrebiatan de la cola la soga, que será la que aguante la tirada de cuanto vacuno se enlace ese día. En la cocina, las sirvientas ya tienen listo el tinto, después de haberlo pasado por el colador de tela amarrado a un alambre que cuelga desde el techo que va a dar al centro 10 Fara. Animal que se alimenta de aves, especialmente gallinas. 15 del fogón. El negro líquido que pasa a través de la vieja y ennegrecida tela, es esperado en una taza grande; de aquí se saca y es depositado sobre los pocillos de peltre que ya en manos del bebedor de café, va a ser degustado inmediatamente en uno o varios sorbos, a pesar de que la bebida se sirve hirviendo. Esa es la manera de brindar el tinto en el llano. Uno a uno y siempre jugándose bromas, los madrugadores van vaciando su poción. Los piropos a las mujeres que se encuentran en la cocina, las hacen poner coloradas. Después de la toma del cafecito, marchan al corral en donde los espera el mocho ±caballo de brega±. Bajo el mando del caporal escogido por Don leo para aquella jornada, los centauros van rumbo a la Calceta de la Ceiba, con el objetivo trazado de enlazar a los orejanos de la mañosera ±ganados que aún no han sido herrados por el dueño±. La gente marchaba en grupos de dos y tres. Iban alegres pensando en la faena del día y las hazañas que ésta les depararía. Habrían sobradas oportunidades a lo largo de la jornada, para que cada uno demostrara las habilidades con el lazo, con la coleada de la res chocadora, con la nariciada del bicho resabiado. Despuntaba el día cuando la llanerada llegaba a la Calceta de la Ceiba; inmediatamente se prepararon y distribuyeron en parejas. - Hay que chocarle duro al ganado, pues ustedes saben que los cachilaperos lo tienen bellaco ±dijo el caporal. - Debemos procurar no perder lazo ±manifestó Manuel Segundo±. Los demás estuvieron de acuerdo y por tanto no chistaron nada. La Calceta de la Ceiba era un paraje incrustado en la mitad del monte, antes de atravesar el caño de Cabuyare, espacio cubierto de pastos y cachitales11, donde los cachilapos de la mañosera se reunían a pastar, pues por lo salvajes y temerosos al hombre, no salían a la sabana abierta como las otras reses. Allí los animales de la Maporita salían a comer después de las cinco de la tarde, durante las noches y las mañanas; el resto del día permanecían metidas entre los montarazcales, evitando la presencia del hombre. Por si poco, durante los últimos tiempos estaban muy marantas, debido a las constantes persecuciones de los cachilaperos. De la sabana abierta hacia la entrada de la Calceta, la llanerada va lista y cautelosa, cruza por entre espinerales de guaica, bozú y cachitos12, bregando a hacer el menor ruido posible. Metidos entre el monte y a media luz, divisan los vacunos que desprevenidamente mascan buchadas de pasto. A una señal del Caporal, salieron de donde estaban metidos los enlazadores, presionando duro con los talones los ijares de las monturas, para tratar de sacarles el máximo de carrera. Todos van en parejas tramoleando los rejos en violenta acometida y antes que los cimarrones se repusieran de la sorpresa, les cayeron de atrás para adelante y los enlazaron. Las salvajes reses se llevaron entre los cachos las sogas. Algunas hasta habían alcanzado a meterse al monte pero de nada les sirvió, pues ya estaban entre el lazo certero. El compañero de la pareja que había fallado el lance, se tiraba a toda carrera de su bestia e iba y perseguía el rabo del vacuno hasta aprisionarlo fuertemente entre las manos y procedía a colearlo hasta derribarlo al suelo. Acto seguido, lo maneaba con el pedazo de rejo que llevaba listo y a la vez le soltaba el que le aprisionaba el cuello o los cuernos. Al terminar esta operación, que tenía que ser realizada en cosa de segundos, los vaqueros estaban en condiciones de hacerle el viaje a otros cimarrones, y hubo uno que otro maporiteño que alcanzó a prensarse varias veces. Aquella mañana los peones de Don Leo, rescataron para el dueño, cuarenta y dos mautes mostrencos, contando las hembras. No eran gran cosa para un hato tan rico como 11 12 Conjunto de arbustos de cachitos. Arbustos cuyas ramas están cubiertas de espinas. 16 aquel, pero algo, pues esa animalada estaba prácticamente perdida. Arrebiatados a cola de bestia, los bicornes batallaron y chocaron contra los centauros, pero de nada les sirvió, inexorablemente fueron dominados por los señores y amos de la llanura. Una vez llegaron a la hacienda, uno a uno fueron amarrados todos los mautes a unos jobos, después de haberles quemado el anca con el hierro de La Maporita. Una bonita novilla lebruna, la más gorda de toda la cogida, fue sacrificada apenas llegó la gente a la casa. A la media hora ya había sido descuartizada por el fino filo del cuchillo de los matadores y sus presas yacían entre chuzos de palos, alrededor de una fogata hecha con leña seca, que para tal fin se había improvisado. La novilla asada acompañada de blanca yuca, constituyó la única comida de aquel día. La siguiente jornada se inició muy temprano como de costumbre, pero esta vez no a la mañosera, sino hacia los ganados maporiteños de la costa del Caño Juan Brito. En aquel trabajo de llano se había acordado entre Don Leo y los vecinos de los hatos, dedicarse primero a la hierra de los orejanos del musiú y luego sí a los de los otros. Muy de mañana y antes que el ganado se levantara del lugar donde pasara la noche, los vaqueros le cayeron. Los animales de un mismo rebaño acostumbraban a dormir juntos en rodeo, en determinado lugar de la sabana. Allí habían pasado la noche echados sobre el terrón del banco13 rumiando y durmiendo sólo a ratos, pues tenían que estar atentos al tigre. Aquel lote de reses eran muy bellaco y de no encontrarlo reunido y echado, sería difícil juntarlos, lo cual sabiéndolo Don Leo y los otros llaneros, los obligaban a ser cautelosos. El canto de la peonada antes de que despuntara el sol rojo en el horizonte, hizo levantar el rebaño de Juan Brito. Toda la gente de a caballo, rodeó el total de las reses formada por numerosos animales con el que habrían de bregar aquel día. Algunos otros vaqueros llegaron un poco después con los novillos madrineros y los hicieron parar a unos ciento cincuenta metros del lote principal, que ya estaba un poco inquieto, pues las vacas paridas bramando lastimeramente, llamaban a sus terneros desperdigados entre el animalero que se revolvía de un lado para otro y se cacheaban entre sí, presionándose mutuamente a romper el cerco humano de los centauros. Una vez parado el rodeo, se inició la apartada. Esta peligrosa faena solía ser ejecutada directamente por los mismos dueños, pero esta vez Don Leo delegó esta función en Ostos, que era hombre diestro en el trabajo y además de entera confianza. A la vez, el viejo estacionero seleccionó a dos personas más para que le ayudaran. Los apartadores comandados por Manuel Segundo, se metían al lote y lo revolvían de un lado para otro, por entre la cachamenta, presionando duro a las vacas paridas y a los becerros, que amenazaban con el chaparro en la mano, atropellándolas con la montura. Cuando estos bicornes cabeceaban buscando salir del rodeo, los otros llaneros se lo permitían; una vez fuera del lote principal, los arreaban hacia donde tenían los novillos madrineros -bueyes machos seleccionados desde pequeños por los dueños para servir de guía y cebo a los demás animales de la misma especie, facilitando la dominación humana-. Por esto, desde pequeños habían sido castrados para que su existencia fuera mansa y calmada, ajena al deseo natural de la procreación. Los bueyes maporiteños, con la docilidad de siempre, sólo se ocupaban de arrancar yerba con el hocico y rumiar tranquilamente, ayudando a calmar a las inquietas vacas y sus críos, que habían ido a unírseles. Este subgrupo fue creciendo en número, a medida que los apartadores echaban hacia él más y más reses. Mediaba la mañana, cuando en el rodeo de los apartadores el sonar y tronar de los cachos al igual que la gritería de la gente, estaba en el paroxismo. Los animales chocones seguían porfiando y bregando a escapar a la escaramuza. De pronto reventó un toro barcino bien formado, de unos dos años y medio; 13 Suelos altos en los llanos, que por lo general no se inundan. 17 aunque quisieron controlarlo, el padrote se llevó por delante con sus astas blancas y puntudas, a la bestia de Cubiro ±uno de los vaqueros más habladores del grupo±. - ¡Pija« casi me cornea el caballo este hijueputa ráspago! ±gritó Cubiro. - ¡Epa« cuidado con el toro! ±exclamaron al unísono Parientico y los otros llaneros que estaban allí cerca, presenciando el choque del torete. - ¡Vayan! ±ordenó Don Leo, refiriéndose a Parientico y Cubiro± y le dan un escarmiento a ese carajo a ver que lo macho que es±. No había terminado de hablar el hacendado, cuando los dos aludidos ya iban volando en sus bestias tras el barcino. Parientico le sacó un poco de ventaja al contendor -Cubiroy antes que éste, le pegó un certero lazo en plena carrera al animal por todo el pescuezo y volteó su caballo, preparándolo para que aguantara el tremendo tirón del toro cuando se prensara la soga. El torete, con el impulso que llevaba, paró el patero y quedó mancornado y medio atontado sobre el terrón; no había acabado de reponerse, cuando ya tenía encima a Cubiro que lo estaba guayuquiando. - ¡Este carajo hay que jodelo« pa¶ que aprenda a sé coño µe¶ may! ±dijo alegremente Cubiro, mientras le prensaba duro la cola por la entrepierna al animal. - ¡Sí Cubirito! ±repuso Parientico, mientras seguía alegremente alardeando. ± ¡Pija y te gané de mano llave! ¡No me pegaste lazo adelante!±. - ¡Pero cómo te iba a ganá, si este muérgano µe¶ mocho es muy flojo! y queriendo eludir el tema que le había tocado su pareja sobre la habilidad del enlazador, dijo: - ¡Parientico, nariciemo rápido el toro, que nos están esperando. Diciendo esto, entre ambos sujetaron duro el toro, inmovilizándolo. Parientico sacó de la cubierta el afilado cuchillo y pisándole duro el ojo, para que no cabeceara, le punzó la nariz al pobre animal, comunicando ambos canales entre sí. El chorro de sangre brotó a borbollones y con los resoplidos del martirizado torete, el nariciador se manchó de tinte rojo la camisa. - ¡Pija, ya me empuercó este bicho del carajo! ±dijo Parientico mientras le metía la punta de la soga que tenía arrebiatada la bestia de Cubiro, por entre la perforación de la nariz del barcino, que una vez lo hicieron levantar del pajal y como el rejo le lastimara al deslizarse por la reciente herida, el macho vacuno se dejó conducir sin oponer resistencia a la bestia que lo halaba. Con este castigo y todo ensangrentado, el padrote buscó el rodeo y no volvió a chocar más en toda la jornada; además, sirvió de escarmiento a las otras reses caprichosas. Estaba el sol en pleno cenit, cuando había sido apartado todo el ganado de hierra. Los vaqueros cansados de tanto gritar y cantar al ganado, estaban rendidos y no obstante, no callaban ni un momento. Al tener listo el lote de vacas paridas que debían llevar al corral, la orden de Don Leo permitió que le dieran sabana libre al resto de los animales, que en veloz desbandada, se perdieron por la inmensidad de la llanura. Con los bueyes madrineros a la cabeza, el rebaño de hierra marchaba hacia los corrales de La Maporita, cercados por los caballos y sus jinetes, que seguían atentos entre canto y canto. A unos veinte metros del lote y sirviendo de guía, iba el cabrestero picando hacia el hato. Al llegar a la majada, el atropello fue más fuerte contra el rebaño. - ¡Apretá« apretá! ±, deciánse entre sí la llanerada. El pecho de los caballos se estrellaba violentamente contra las ancas de las vacas; los animales presionados, levantaban la cabeza para no perder el equilibrio de sus piernas; sus cuernos toteaban y daban la sensación de querer alzarse al cielo. La bramadera era una completa tonada. - ¡No dejen cabecear a los bichos porque se nos riegan! ±insistía Ostos en la puerta de la majada-. - ¡P¶« pa¶ lante, que pa¶ tras asustan ±decía alguien categóricamente. - ¡Pija« ya se jodieron toitos! ±gritó el chancero Coroto. 18 Cuando estuvieron encerrados en el corral los animales, bajaron de la montura dos peones y cerraron la puerta de tranca principal; para esto le atravesaron unos listones de madera en sentido vertical, a las trancas horizontales que habían sido corridas por entre los huecos de los tranqueros. Fue preciso que ellos mismos amarraran fuertemente entre sí todas las trancas, con un pedazo de rejo. Además colocaron encima del centro del tranquero, una manta, con el fin de evitar que los animales chocaran contra esta y la derribaran. Ya asegurados en el corral los vacunos, los llaneros se fueron hacia las caballerizas, en donde desensillaron las bestias, las bañaron y las echaron hacia el potrero. Mientras tanto, los matadores estaban encargándose de la novilla sacrificada para la comida. Los paloapiques ±corrales± habían sido ubicados a un lado del hato, sobre un banco de sabana de estomacales y mastrantos; en ellos estaban los trabajadores listos para la hierra. Junto a los paloapique se encendió una hoguera y sobre ella se colocaron los hierros quemadores de ese día, objetos que tenían en una punta la señal o marca del propietario y en la otra el mango de agarradera, hecho generalmente de un pedazo de chíscano14 seco. Los enlazadores se hicieron en parejas y con el rejo en la mano, se metieron al corral con todo el valor de hombres machos y abnegados. Sin más ni más y después de persignarse, se lanzaron contra la vacada a perseguir los becerros. Cuando fallaban un lazo, inmediatamente recogían el rejo y se preparaban para la siguiente arremetida. Había veces, los terneros eran agarrados por la cola y no era ni preciso enlazarlos. Los animales corrían de un lado para otro y trataban de escabullirse entre los otros, pero nada los salvaba al final, de ir a dar siempre a manos de los herradores, una vez el viejo Manuel Segundo gritaba a todo pulmón la procedencia y propietario. Con el trajín de los animales y personas dentro del corral, se había formado un mazacote de barro que le llegaba a la rodilla de los enlazadores, lo que los había obligado a ponerse tucos bastante cortos para poder bregar mejor. Los orejanos que iban cayendo, eran maneados en tres de sus patas con pedazos de rejos y halados por entre el barro, hasta un rincón en donde estaban Don Leo y el caporal de turno, quienes herraban los becerros y le hacían las señales ±ciertos cortes en las orejas que los ayudara a distinguir±. Las vacas, cansadas de tanto correr de un lado para otro, terminaban enfurecidas y atacaban a quien se les acercara, haciendo peligrosísima la brega. Cualquier individuo podía perecer corneado nada más se descuidara. Como siempre y para sortear el peligro, la peonada se desgalillaba en fuerte gritería y chanzas pesadas, de hasta agarradera de nalgas. Ya finalizada la tarde, cuando la hierra de ese día terminó. Los cansados vacunos fueron soltados y en pocos minutos se perdieron por entre la pradera infinita, lanzando berridos lastimeros al aire. Después de finalizada la brega, algunos trabajadores se dieron al pasatiempo de jugar a la huesa, otros a los naipes, sentados sobre troncos alrededor de mantas viejas, en plena caballeriza. Por su parte, Ostos había pedido a Don Leo el cuero de la novilla sacrificada, para sacar de él una soga. Ahora se encontraba cuchillo en mano, dando círculos alrededor del cuero del animal, cortando con todo cuidado, como quien desenrolla algo. - Dicen que el cuero de la res peluda colorada, sale podridito ±dijo Coroto. - Mañana lo probaremos en la cabeza de un padrote ±replicó Ostos. - Apostemos que no aguanta ni el tirón de un becerro ±insistió Coroto. - Apostemos pu¶e y verá que le gano. 14 Hueso de la canilla. Peroné 19 LA INVERNADA Poco tiempo después de las veladas de las vaquerías, el inclemente invierno se metió con todas, haciéndose dueño único de la llanura. Los caños, cañadas, esteros, caminos y sabana en general, se llenaron poco a poco. El barro fue reemplazado por las aguas. Las lluvias arreciaban día tras día; las crecientes lo invadieron todo, a lado y lado lo que llenaba el paisaje era la blancura líquida apenas rizada por los vientos invernales. Sólo quedó sin inundarse los bancos de sabana sobre los que el llanero construye la vivienda. Los bajumbales se llenaron convirtiéndose en lagos, sobre los que perfectamente podrían navegar embarcaciones de pequeño calado. Los animales tenían que comer apenas los cogollos de los pastizales, con el agua a la barriga. El llanero en estos tiempos, suele dedicarse a labores de la casa: ordeñada de las vacas mansas por la mañana, rajada de leña para la cocinada. Una que otra vez y solo por la necesidad, el jefe de la casa sale a la sabana a ver los animales. Manuel Segundo aprovechaba este tiempo de quietud, para hacer cabestros de la cerda de las bestias del trabajo del llano, una vez las había tusado15 antes de soltarlas a la sabana. Sentado en una butaca vieja roída por los años, se encuentra el viejo Ostos en mitad del patio, seleccionando cuidadosamente la cerda buena, separándola de la de los chicuacos ±enredada y que no sirve para nada ±. Cómodamente ubicado en su asiento, el viejo va escarmenando una a una las hebras por entre sus piernas, con toda paciencia. Sus manos lanzan cuidadosamente la cerda sobre un pedazo de cuero. Una vez escarmenados todos los gruesos pelos, los envuelve en forma de cilindro; luego llama a María Antonia: - ¡Vieja« ayúdame a hacer este cabestro! - ¡Ya voy« déjame atizar el fogón para que se acaben de cocinar las yucas! -responde la mujer. Manuel Segundo iba halando la cerda escarmenada que tenía enrollada entre las piernas, mientras tanto de pie, retirándose a medida que el hilo se alargaba, María Antonia torcía pacientemente desde la punta de éste, valiéndose para ello de la tarabita16. Esta labor con la cerda, les ocupaba varias horas. Cuando tenían preparados tres o cuatro largos hilos, doblados entre sí y por el procedimiento de seguir torciendo, resultaba finalmente el preciado cabestro. - La naturaleza dá pa¶ todo ±decía el viejo a su mujer. - Pues sí« así son las vainas en el llano. - El mismo animal da la celda pa¶ que¶l humano fabrique el cabestro con el cual lo dominará. Mediaba la tarde cuando los esposos estacionarios tenían listo el grueso cabestro, de unos diez metros, que reemplazaría al que tenía Manuel Segundo, que después de varios años ya estaba completamente desgastado y añadido por el uso. José Segundo desde bien temprano madrugaba a corretear a las gallinas y los polluelos. Casi todas las mañanas eran de lluvias y como los pobres animales, para protegerse del ambiente, buscaban la casa, entonces el niño les caía y los perseguía 15 16 Dícese del caballo cuando se le ha cortado la cerda de la cola y de la crin. Pequeño instrumento de madera, construido por el llanero y que se utiliza para torcer la cerda y hacer los cabestros. 20 donde se paraban. Las criadoras sufrían del azote del chico, no obstante los rejazos que María Antonia le daba, con el fin de medio controlarlo. Cuando los duros aguaceros, la muchachada estacionera jugaba ±aún con la prohibición de los padres± a la pega y al venado; corriendo por entre el potrero o a plena sabana, iban hasta la cañada más cercana, chapaleando entre el agua, sin importarle lo más mínimo los truenos y relámpagos que aterrarían a cualquier niño de la ciudad. Por esta misma época de aguaceros, Ostos el viejo, se dedicaba a la cacería de güiras, no para agarrarlas y sacrificarlas, sino para cogerle los huevos. Estos patos salvajes construían los nidos en plena sabana, sin importarles el agua. Allí, una vez habían bajado un poco las crecientes ponían y todas las noches la pasaban en el lecho calentando los huevos; bien por la mañana alzaban el vuelo para ir durante el día a conseguir el sustento, a los esteros vecinos. Al atardecer regresaban al nido, cortando el espejo del cielo reflejado en los raudales; esto lo hacían sobrevolando durante varias horas el pajal en donde estaba situado el lecho. Una vez ubicada el ave, caían cerca de allí y ya sobre la tierra húmeda, llegaban hasta donde estaban los huevos. Esta rutina era muy conocida por Manuel Segundo, que todas las tardes, acompañado de sus muchachos, se montaba sobre la parte más alta del tranquero del corral y desde allí divisaba en todo el contorno a las güiras que regresaban a dormir. Una vez habían aterrizado y después de darle algunos minutos de espera para que el animal se aproximara más al nidal, el viejo les caía. El animal no se dejaba agarrar, pero al levantar el vuelo delataba el nido que ahí mismo era profanado por los estacioneros. Las hembras al ser cogidos sus huevos, se cambiaban de ponedero. La pesca durante el invierno era de las actividades más apasionantes. El viejo Manuel Segundo haciéndose acompañar de los hijos mayores, hacía estas andanzas, en busca de comida. Por la mañana marchaban al Caño Miraflores, que apenas distaba a un kilómetro de la casa. Allí sentados sobre las barrancas y con anzuelos fabricados por ellos mismos, los varones Ostos esperaban pacientemente a que picara un caribe17, una payara, el chorrosco, el bagre o la cachama. Los peces que más ahilaban eran los voraces caribes y cuando las ribazones, casi no dejaban caer el anzuelo al agua cuando ya lo habían mordido. Para incitarles más la voracidad, Manuel Segundo abría en la orilla del caño las primeras pirañas pescadas y entonces la sangre al fluir por la corriente, con su tinte rojo, les despertaba la fiereza y entonces atacaban a dentelladas lo que encontraban por delante; a veces se comían vivos entre ellos mismos. Cuando estas ribazones, los estacioneros conseguían comida para varios días. El Caño Miraflores era una despensa de carne durante todo el invierno; no obstante una que otra vez, las pescas se hacían al caño Cabuyare ±tres horas de camino adelante±, pero allí se sacaba al por mayor pirañas más desarrolladas, bagres grandes y plateadas cachamas y hasta uno que otro temblador. Pero esta última variedad acuática si no se aprovechaba como carne, pues María Antonia le había dicho al marido que ella ni comía, ni dejaba comer a los hijos de ese bicho, ya que era pecado comer fieras. Muchos chigüires padrotes, aprovechando las inundaciones y tras los pastos preferidos, se deslizaban hasta la cañada de La Estación, apenas distante a unos doscientos metros de la casa. Cuando eran descubiertos los roedores, se desataba la persecución por parte de la familia Ostos Durán, que azuzándoles los perros ±muy expertos en esta cacería± los atacaban en lo hondo de la cañada, con el fin de hacerlos salir. Una vez conseguían esto y cansados de nadar de una orilla a otra, los chindó panagui ±como los llamaban± perseguidos por esa jauría incontenible, salían a la sabana y echaban una carrera violenta pero corta y se paraban vencidos. Los macetazos en la cabeza propinados por Manuel Segundo y los muchachos, no se hacían esperar; seguido 17 Piraña. Pez voraz. 21 esto, la mortal degollada para impedir que la sangre se coagulara por dentro del animal. Por la tarde ya el roedor más grande del mundo, estaba sirviéndose en los platos de peltre, convertido en rico y aromático pisillo, aliñado con orégano y completado con yuca. El invierno es un tiempo duro para los habitantes de la sabana; la constante llovedera no permite hacer mayores cosas. La abundancia exasperante de zancudos, obligaba a María Antonia a irle colgando las hamacas desde bien temprano a los hijos pequeños y a tenerle bien cosido los toldillos, de lo contrario el paludismo era inevitable. Por aquellos tiempos se acordó hacer un velorio de Santos en La Estación. Todos los vecinos se dieron cita allí, para cantarle a los santos. Al abrigo del palo de miche, durante diez horas que duró el velorio y agarrados a un rejo que se había amarrado fuertemente a los horcones de la sala, frente a las veladoras encendidas colocadas encima de unos paños, los hombres cantaron tono sin cesar hasta la mañana siguiente, acompañados con las interminables tonalidades del bandolín de Juan Paredes. Durante los tonos, había veces debido al cansancio, a la borrachera o al sueño, la hombramenta se iba en racimos humanos hacia un lado y otro, y si no caían, era porque por nada del mundo soltaban el rejo que tenían fuertemente agarrado entre las manos. En aquel velorio los dueños de casa costearon todo el café y la carne asada, para quien quisiera tomar o comer cuantas veces tuviera a bien. Pero el trago ±que nunca podía faltar para estas ocasiones± habían tenido que comprarlo los bebedores, en Miraflores, donde doña Anita Laya. Esta vieja llanera de las bien criollas, de cuerpo alto y fornido, cuyo rostro grande lo distinguía un negro lunar en alto relieve entre la mejilla izquierda y la nariz, era muy querida por toda la gente de la vereda. Casada con el viejo Ramón Ramos, a quien había fustaneado más de una vez, era la persona que expendía el aguardiente extra. Como doña Anita apreciaba a María Antonia, con quienes se visitaban frecuentemente los domingos, le había regalado una caja de miche para lo del velorio, colaborando así con el evento religioso y además, entusiasmando a los vecinos para que asistieran. Aquella noche las doce botellas volaron entre los presentes, quienes tuvieron que comprar del bolsillo, todo el restante que fue necesario consumir hasta el amanecer. Parte de aquel invierno fue destinado por Manuel Segundo a divertirse y pasar el tiempo jugando huesa, naipes y dominó. Muchas veces se daban cita en el fundo El Algarrobo de los Barrios y allí durante horas y horas ininterrumpidas, alrededor de una mesa o tirados encima de una manta, jugaban haciéndose pequeñas apuestas de dinero, con el fin de no perder las expectativas y el entusiasmo. Siempre jugándose chanzas pesadas, echando chistes y sacándose cuentos entre sí, sobre supuestas aventuras amorosas sufridas por algunos de los que participaban en el pasatiempo. Para el niño Segundo, el invierno estaba ligado íntimamente con la subida a los maniritos18, a los guarataros o a los jobos, siempre detrás de las dulces frutas silvestres. 18 Arbusto cuyo fruto, de color amarillo, es muy agradable. 22 LAS FIESTAS Diciembre constituye universalmente, tiempo de alegría y parranda. Las sabanas araucanas sufren una corta primavera, conocida por la llanerada como la salida de aguas. Los seis rigurosos meses de invierno, habían quedado atrás y comenzaban las sequías. La verdura de los pajonales fue marchitándose y las lluvias se despidieron, dando paso a la acción del astro rey durante las doce horas del día; los terronales se endurecieron. Los mirlos, tiracuchillos, loros, pericos, cubiros y otros pájaros cantores, fueron deleitando el oído de los habitantes de aquellas soledades infinitas. En la madrugada del primer día de diciembre, mientras los gallos arreciaban el canto, indicando la proximidad del día y las sombras se evaporaban con el crepúsculo, se escuchaba este diálogo a media voz entre los esposos estacioneros, mientras se mecían en la hamaca: - Vieja, le cuento que quienes se están alistando para las fiestas del pueblo son los vaqueros de La Maporita. Todo ese gentío está muy entusiasmado; mentan que este año van a estar muy güenas las fiestas esas, y como si juera poco, dizque Don Leo va a llevá ganadería, pa¶ colaborá con el coleo. - Pues verdá que sí. Algunos que han pasa¶o po¶ aquí, no se les joye hablá de otra cosa má que de las fulanas fiestas esas. - Imagínate que ayer tarde le pidieron permiso a Don Leo y trajeron a los corrales del hato varios atajos de bestias y el viejo les prestó los mejores caballos, para que partiicpen en el coleo, pero a nombre de La Maporita. - ¿Y cómo es eso de que Don Leo va a prestar ganao pa¶ el coleo? - Pues eso es según contaba el mismo caporal, purita verdá. El viejo se piensa botá. Escuché que piensa dá todos los toros pa¶ el primer día de coleo. Al fin lo convencieron la pionada que¶l hato, siendo uno de los mejores de to¶o Arauca, tiene que hacerse notá en argo y que no es güeno dejase echá tierra en los ojos de los otros hacenda¶os. - Eso µtá muy bien; La Maporita es la Maporita. - El musiú no es por ná¶, pero es un tipo muy amplio. Ese carajo no parece que juera ricachón, pues la mayoría de los acaudala¶os son muy pichirres y mientras más tienen, más quieren. - Sí, este musiú es cosa aparte. Por argo será que lo quieren tanto los piones y en general, la llanerada. Comenzaban a tirarse del palo gallinero las primeras gumarras19, cuando María Antonia cansada de moverse de un lado para otro entre la hamaca y además soportando el contrapeso que le hiciera el cuerpo del marido, decidió levantarse y preparar el primer café del día. Cuando levantó el mosquitero y puso los pies sobre el húmedo piso de tierra, se percató de que ya estaba amaneciendo y que el frío decembrino era muy intenso. Una música de zancudos hambrientos hizo agilizar sus movimientos y a los pocos segundos, ya estaba atizando el fogón de leña en el que prepararía el cerrero tinto que gustaba a Manuel Segundo. Mientras la llama roja se alzaba del centro del fogón y el aroma de la infusión se regaba por toda la cocina, la muchachada estacionera se encontraba acurrucada en esa estancia, pendientes de la conversación. Por su parte, Ostos seguía 19 Gallinas. 23 pereseando un poco más y sólo había sacado la cabeza de entre el toldillo, para poder hablar mejor con la mujer, ya que seguía martillándolo la idea de las fiestas. - Mujer y pensar que ahora las fiestas son tan distintas; mientan que las de ahora son más malas que las de antes. - Malas fueron las de antes y las de ahora también. - ¿Malas por qué? - ¿Cómo que por qué?... pues muy sencillo: ustedes los hombres no hacen más que ponerse a jartar trago y a poné en peligro la propia vida, encima de esos caballos, y como si juera poco, a gastase hasta el último rialito que tienen en el bolsillo y después los jodidos somos todos, ¡Le parece poco! - ¡Bueno no es pa¶ tanto! ¡No te vayas a poné a jablá como siempre! Yo nada más decía, por lo que he escuchado, que las fiestas van a está buenas. - Volviendo atrás, ¿por qué mentaba usted que las fiestas pasadas eran mejores? Me quedó sonando la vaina. - Pues cuentan que antes se gastaba menos. - ¿Por qué menos? - Bueno, por lo que he oído, dizque cada dueño de hato que se comprometía a dá, daba. Al ricachón que le tocaba el turno, ponía pa¶ ese día de fiesta, to¶o. Comenzando por la remonta pa¶ coliá; el hacendado ponía a disposición de quien no tuviera caballos, y sin ninguna discriminación. Siendo así, to¶ el que quería coliá, podía hacerlo; el que no lo hacía era porque no era capaz y eso si no era curpa µe¶ naiden. - Pero, ¿y con lo del trago ese? - Pues verás, tampoco era problema: to¶ el miche que se consumía era producido aquí mismo en la región. To¶ el aguardiente era destila¶o de guarapo µe¶ caña o panela y en esto si eran unos expertos los viejos de antes. Además, como se producía en grandes tinajas, alcanzaba pa¶ to¶ el mundo. En cambio ahora es negocio pa¶ los vivos; todo es vendí¶o. En aquellos tiempos se producía suficiente licor para que toda la gente gozara por igual, pues fiesta sin trago no es fiesta. - Pero y la comida ¿quién la daba? ¿Esa sí tenía que salí del bolsillo de los fiesteros? - Pues mire, hasta en eso las cosas eran mejor. El dueño del hato que ponía la ganadería de ese día, daba la comida según la tradición de entonces. - ¿Y cómo hacían? - Pa¶ poné carne abundante a disposición de quienes quisieran, el hacendado de turno mataba varias novillas de su propiedad y ofrecía pa¶ todos. - ¡Guá!, pero de eso debe hacé mucho tiempo, pues las vainas ahora son muy distintas. - Si, de eso hacen algunos años ya. Fíjate que antes las fiestas no eran en honor a Santa Bárbara. - ¿Cómo así? ¡No entiendo ná¶! - Hasta la fecha de las fiestas fue cambiada, pues las primeras según le oí a mi taita, eran durante cuatro días: del cinco al ocho de agosto de cada año. - ¿Y qué hacían antes? - Pues el asunto era más o menos parecí¶o al de ahora; había el tradicional coleo y la manga siempre era levantada en la Calle Rial, con pura guafilla y amarrada con bejuco. - ¿Y por qué las fiestas ahora son del cuatro al ocho de diciembre y en honor a Santa Bárbara? - Lo que cuentan los viejos de antes, es que un cuatro de diciembre, durante una curiosa tempestad, una maraca µe¶ rayo dio la chispa que quemó y destruyó la iglesia de entonces. Me preguntara usté por qué un rayo iba a hacé arder la iglesia, pues muy fácil, 24 ésta era una casona grande de palma adornada en su altar con un cuadro gigante que tenía la imagen de Santa Bárbara y que también quedó reducido a cenizas. - ¿Entonces quién construyó la iglesia actual? - Después de este incendio el cura del pueblo comenzó a construir el templo que hay ahora y como to¶ el mundo colaboraba; el que podía dá plata pues daba, el que no, entonces regalaba reses, cemento, ladrillos o aportaba la mano de obra gratis y trabajaba bajo el mando de Don Fidel Gainse, que era el albañil. - ¿Y la iglesia no era que tenía una de las mejores campanas de todo el país? - Si, cuentan los conocedores que estas fueron donadas por el difunto Sotero Delgado. - ¿Y quién dio el relo¶ ese grandote que está en la torre y que se alcanza a vé desde to¶ el pueblo? - Cuentan que fue un obsequio de Don Torcuato Rodríguez. - ¡Pero viejo, usté sabe bastantes cosas! Dígame quién le ha enseña¶o tanto. - Empecemos por decile que yo no nací ayel; yo ya tengo mis años encima. Con decile que no me cocino con cualquier palo µe¶ leña. Le respondo entonces que quien me ha enseña¶o es la misma vida y claro está, siempre que hay una conversación de historia me ha gusta¶o poné el oído y argo he aprendí¶o. - Viejo, ¿de qué otras fiestas ha oído mentá usté? ±. - Las únicas después de las tradicionales, eran las de Navidad y Año Nuevo. - ¿Y qué se hacía en ellas? - En ellas se jugaba y se representaba el paloteo, la negrera, la bola ¶e¶ fuego y la vaca loca. Pa¶ la gente de ahora había argo curioso; como no se conocía la luz eléctrica en aquellos tiempos, las familias de la Calle Rial durante las noches de veinticuatro y treinta y uno de diciembre, aprovechando las matas de topochos que tenían sembradas al frente de las casas, acostumbraban hacé mechos de cebo de gana¶o, que colocaban sobre el tallo de esas mismas matas y mientras nacía el Niño Dios o llegaba el Año Nuevo, la gente del pueblo tenía luz de esas manera. ¡Ah tiempos aquellos! ¡Cómo cambian las cosas! Como la muchachada estaba embelesada con los cuentos del padre, éste se quedó de súbito mirándolos y les dijo: ±cierren la boca pijoteros, que se les va a meté los puyones. La observación intempestiva trajo a la realidad al pequeño auditorio. María Antonia queriendo mediar entre padre e hijos, dándose media vuelta, se dirigió al colador del fogón y dijo en voz alta: ±¡A este hombre como que se le resecó mucho la garganta! ¡Sería de tanto hablá! aquí le llevo este otro cafecito a vé si nos sigue contando má, a vé si aprendemo¶ un poco. Los jóvenes pidieron guayoyo20 y se volvieron a ubicar en los puestos dispuestos a seguir escuchando el relato. Pero enfáticamente Manuel Segundo dijo: ±¡Basta por hoy! ¡Ya es hora de levantáse a vé como es que vamo¶ a levantá pa¶ la yuca del día! Luego de sorber de un solo trago el cuncho caliente que quedaba en el fondo del pocillo, el viejo saltó de la colgadura y seguido hizo de la hamaca y el mosquitero que lo acompañara toda la noche, un envoltorio que fue a dar a uno de los extremos de donde rato antes guindara. La brisa mañanera hacía mecer y quejar a los mangos y naranjos que bordeaban la casa. El frío hacía mantener a los muchachos con los brazos cruzados y los pelos crispados: era diciembre. Después de tomarse otro tinto más ±el tercero hasta el momento±, el viejo estacionero, haciéndose acompañar de Juan José ±uno de los mayores± marchó rumbo al potrero a remontarse para salir hacia la sabana. Con el cabestro enrollado entre el 20 Café claro. 25 antebrazo izquierdo, fueron echando los caballos sobre uno de los rincones del potrero y entre canto y canto, los amarraron; cada uno el suyo propio. Comenzaba a levantarse ya el sol sobre el horizonte infinito de la llanura, cuando padre e hijo trochaban sobre las monturas en dirección al Caño El Picure. El día anterior Manuel Segundo había sido informado por Pancho Medina, que dos de sus becerros habían sido picados, uno por la culebra y otro por el gusano. Se aproximaban a los bancos de la costa del caño, cuando al pasar cerca de un bajumbal21 los caballos en que iban, se espantaron por el ruido ocasionado del aleteo violento de una zamurada que alzó el vuelo al verlos acercarse. - Parece que con el pica¶o de culebra, ya no tenemos nada que hacer; si no estoy equivocado es el que le está llenando la barriga a esa zamurada ±murmuró Manuel Segundo. - ¡Nos acercamos a ver papá! ±respondió a media voz el zagaleto Juan José. - Aunque ni falta hace, pero veamo a vé ±murmuró el viejo estacionero. Los últimos chulos que intentaban en ese momento sacarle a picotazos los intestinos al cadáver hediondo del ternero, ni siquiera levantaron el vuelo, sino que prefirieron correr, lanzando brincos torpes sobre el terrón de la sabana y fueron a pararse a pocos metros de donde estaban antes. Los jinetes llegaron junto al mortecino y el viejo echó varias miradas, e hizo girar su montura alrededor del hinchado cuerpo del animal. El estado de descomposición, el mosquero revoloteando y lo inflado del cuerpo, hacía difícil el reconocimiento, pero para Manuel Segundo no ofrecía mayor problema; por algo era considerado el mejor conocedor de todos aquellos linderos. - Como lo dije, del picado de culebra no nos preocupemos ya, pues bien muerto está ±dijo el veterano Ostos. Siendo de mañana todavía, los ganados se encontraban reunidos y no fue difícil hallar al becerro engusanado. La sangradera del ombligo era la señal del mal. El viejo Manuel Segundo echó un vistazo a vacas y al padrote, y no viendo otra novedad, le indicó al hijo que bregaran a sacar aparte al ternero enfermo, para que al corretearlo y enlazarlo no acabara de mañosear el resto del ganado. Una vez apartado del rebaño, una corta carrera y un certero lazo de Manuel Segundo, puso fuera de combate al animalito. Juan José se apeó del caballo a tumbar el ternerito. Una vez en tierra, lo agarró fuertemente de una oreja con la mano derecha y sobre la barriga, depositó el peso del cuerpo, acuclillado, inmovilizando al vacuno. El padre, calmadamente desamarró de la parte trasera de la silla, el frasquito que contenía la creolina contra los gusanos y miró a los lados, agarrando un pedazo de bosta seca que desmigajó entre los dedos, empapándola bien de la negra sustancia y con ella se acercó y agarró el largo y ensangrentado ombligo y lo apretó fuertemente. La gusanada trataba de internarse en el cuerpo del animal a través de la herida y lo hacía sangrar más y más. El viejo, empujó duro hacia adentro del orificio la bosta empapada de creolina y se la dejó ahí, dando por terminada la curación. El animal adolorido se levantó y entre uno y otro berrido, fue a juntarse con la madre que lo esperaba a pocos pasos de allí. - Creo que con esta curación basta; esta creolina es muy buena pa¶l gusano ±dijo el viejo vaquero. Iban de regreso a casa, cuando tres llaneros que merodeaban por allí, los estaban esperando en el paso del Caño Miraflores, encima de sus monturas. Las bestias adormiladas, aguardaban pacientemente con los dueños encima, raboteando de vez en cuando para espantarse los tábanos y mosquillas que se acercaban a picarlos. Por su parte los de a caballo descansaban, echando uno que otro cuento sobre la noticia del momento: las fiestas del pueblo. Estarían a unos treinta metros de distancia, cuando empezaron a cruzarse saludos efusivos: 21 Terreno bajo, que generalmente se inunda en invierno. 26 - ¿Qué hacen ustedes ahí? ±dijo Manuel Segundo espontáneamente. - Ya vé ñerito, aquí comentando lo del momento ±aclaró uno de los tres. - Veo que también los está trasnochando lo de las fiestas. Y como si juera poco ±continúo diciendo Ostos ±mentan que van a está muy buenas; hasta Don Leo va poné ganadería pa¶ el primer día µe¶ coleo. - Eso tá güeno ±dice Pancho Medina ±La Maporita es La Maporita; por argo es el hato más grande de todos estos lares y no es posible que se siga dejando echá tierra en la cara, ya es hora de demostrá lo que es. - Compa Manuel Segundo, ¿y usté se las piensa perdé? ±preguntó Juan Barrios, el dueño del Algarrobo. Pues manque la mujer no quiere dejarme dir, yo no me las pienso perdé±. - Eso tá güeno ±intervino Segundo Torres ³Coroto´ ±A las hembras hay que quererlas, pero no debe ponerse uno de muy güevón, pues el que canta en la casa es el gallo y no la gallina. - ¿Qué tal le parece si mañana en la tarde pasamos por usté? ±dijeron en coro los tres interlocutores del viejo Ostos. - ¡Tá bien! Con eso me dejan tiempito pa¶ remontarme, pues en este firifiro22 no me presento al pueblo ni pu¶el carajo. Será pa¶ que se anden riendo de uno a to¶a hora; además, voy a bregá a tumbale un toro a la reina. - Nos vemos mañana en la tarde compita. ¡No nos vaya a faltá! - ¡Nos vemos pue¶! Aquella tarde en La Estación se discutió acaloradamente por el viaje al pueblo de Manuel Segundo, a pasar las fiestas. María Antonia en su posición de valorar este evento como un bochinche de sola tomadera de trago, de ruina y peligro, en donde los únicos favorecidos eran los cantineros que se echaban al bolsillo hasta el último centavo de los sabaneros que para esto eran muy amplios, en cambio para dar para el sostenimiento de la casa si eran muy duros. Pero Ostos estaba decidido y ya no le ponía cuidado a su mujer y mientras ella sermoneaba, él agarró un pedazo de sebo que tenía colgado en el garabato y se fue a ensebar la soga, con el fin de tenerla lista; además se puso a limpiar y pulir bien los aperos. Varias horas de trocha en bestia separan a las sabanas maporiteñas del pueblo de Arauca. Por aquellos caminos que se perdían detrás de mata en mata, se veían muchos llaneros que marchaban en grupos de dos o tres. Alentaban el viaje con charlas intermitentes, cuentos, chistes y versos de las últimas faenas del llano. En las ancas de las bestias y bien amarrado, llevaban el pollero con una que otra muda de ropa, la hamaca y el mosquitero. Otro grupo de vaqueros, arreaba un lote de ganado macho. Delante del rebaño marchaba el cabestrero siguiendo las curvas del camino y siempre silbando duro, para indicarle el rumbo a los animales. Este constituía el aporte que Don Leopoldo Lomónaco, hiciera a las fiestas de Santa Bárbara. Un día antes de iniciarse las festividades, las calles del pueblo ofrecían al visitante un ambiente de carnaval. Las vías del centro alzaban al cielo una espesa polvareda, fruto de las pisadas atropelladas de los caballos en el ir y venir fustigados por los jinetes, quienes ya andaban borrachos con un litro de aguardiente en la mano derecha, mientras con la izquierda guiaban y dominaban las riendas, al igual que lo hiciera un diestro vaquero de Hollywood. Las casetas construidas a lado y lado de la manga de coleo, se encontraban atestadas de fritangas, miche y una algarabía de sonidos daba la sensación de estar compitiendo en ruido. Algunos negocios habían traído orquestas y las tendrían por su cuenta mientras durara la temporada. Los gozones entre ritmo y ritmo de Los Corraleros 22 Caballo macilento y de mal aspecto. 27 de Majagual, se entregaban a la disipación y al ocio, sin reparar en gastos y formalidades. En las casetas, los cantantes al son del arpa, cuatro y maracas se desgañitaban con los temas de Francisco Montoya, tratando de igualar o sobrepasar en sonido, a los bailaderos vecinas vecinos. La barahúnda en el parque principal ocasionada por los parlantes, en donde con voz chillona, los culebreros ofrecían pacotillas durante la temporadas, completaba el ambiente ensordecedor de las fiestas. Como no podía faltar, dado el barajuste que se vivía, uno que otro pícaro extraño se había dejado rodar hasta allí, para, aprovechando la confusión, bregar a pelar uno que otro borrachito dormido por ahí en las calles, o convencerlo con la prosa ágil de los vividores de lo ajeno. Con todo esto, acertadamente algún periodista afirmaba que, Arauca era una fiesta. El cuatro en la madrugada, oficialmente se dio comienzo a las festividades de Santa Bárbara con alborada de pólvora, siguiendo lo acordado en el programa de fiestas. La Avenida Principal fue recorrida de punta a punta por los festejadores, quienes al son de la Banda Intendencial y las detonaciones de pólvora, despertaron a todos los habitantes del pueblo anunciándoles que el Festival había comenzado y el llamado a la alegría y la disipación, era para todos. En la mañana hubo la misa y los ofrecimientos religiosos a la patrona Santa Bárbara. Al medio día los miembros de la Junta de Fiesta, los artistas y candidatas, departieron la exquisita ternera a la llanera. Comenzaba la tarde ya, cuando el tropel de una cabalgata llanera por las calles principales del pueblo, al son de disparos al aire, anunciaba que en esos momentos se iba a iniciar las varillas de caballos y esta era la oportunidad para que los centauros más famosos, exhibieran frente al público sus habilidades. A las dos de la tarde se inició la actividad cumbre de las festividades: El Coleo. La manga se constituyó a partir de ahora en el foco de la atención general. Allí se dieron cita los más hábiles llaneros, para medir fuerzas y capacidades. La Avenida Principal en el corazón del pueblo, había sido encerrada y convertida en manga. En ésta, a lado y lado, fueron levantados los palcos de honor desde donde las principales autoridades, reinas e invitados especiales, presenciarían la recia faena de tumbar los toros. Los apartadores de ganado más veteranos eran los encargados de darle salida a los animales del coso, para que atolondrados por el ruido y la gritería del público, más el violento acoso de los coleadores, corrieran la manga de punta a punta mientras eran perseguidos. Para cada toro que se soltaba, habían varios coleadores que se peleaban entre sí, en peligrosa carrera, el rabo del animal y entonces el mejor remontado y el más hábil, era quien le salía adelante a los demás y el que tenía las posibilidades de poder ganarse el aplauso del público y las cintas de las reinas. Uno de aquellos jinetes era Manuel Segundo Ostos, pero estando tan borracho, apenas si podía mantenerse encima del caballo y como las fuerzas no le dieran para más, debió retirarse y dejar la oportunidad a los otros. Los demás peones maporiteños, no obstante los alardes frente a los otros coleadores, con el tema de que los mejores toros de la temporada eran los de su hato, les sucedió lo mismo que a Ostos y ninguno estuvo en condiciones de medio manosear, el rabo de alguno de los animales. Al paso de cada toro perseguido por los coleadores, el público formado por borrachos ±en estado eufórico± no medían el peligro y se lanzaban dentro de la manga a colear a pie, o a torear con sus camisas a los enfurecidos vacunos que habían sido derribados. Después que los bóvidos habían mordido el polvo víctima del halonazo de rabo, se levantaban enfurecidos y la arremetían con quien encontraran por delante. Algunos beodos en estado casi de locura, a veces le chocaban a los bicornes a agarrarlos por los cachos y como resultado de estos encontrones, salía un corneado y uno que otro muerto. Cuando esto sucedía, los espectadores del peligroso deporte llegaban al completo orgasmo de sangre y en medio de gritos estridentes, decían a los cuatro vientos que ahora sí las fiestas estaban buenas. Esos cuadros sangrientos que a mucha gente 28 civilizada horrorizaba, en las mangas araucanas motivaban una alegría morbosa, parecida a la de los circos romanos en la época de los emperadores sádicos. Víctima de uno de esos tropeles de aquella tarde, murió de una cornada trapera, el muy conocido Julio Latorre. En esta primera jornada de coleo, mientras los mejores tumbadores de toros: Simón Tovar, el apureño Vicente Crespo, Manuel Camasa y Hernán Duque, se peleaban tenazmente el rabo de un padrote lebruno, el caballo de Duque resbaló y cayó estrepitosamente ante el público, mostrando una vez se disipó la polvareda, un cuerpo totalmente reventado sobre la tierra, después de haber recibido el impacto de la caída y el consecuente paso violento del tropel de las bestias sobre él; la desnucada fue segura y no hubo atención médica que sirviera. Mientras los familiares de los difuntos de la tarde se entregaron a la tristeza de la partida de los seres queridos, los restantes fiesteros continuaron con holgura la pachanga. Esa misma noche comenzó uno más de los Festivales Internacionales del Joropo y el Contrapunteo; sobre el tablado levantado temporalmente a un lado del parque principal, compitieron los mejores copleros de toda la frontera colombo±venezolana, del Meta y Casanare. Ingeniosos versos iban y venían entre los contendores, ya haciendo piropos a las reinas, ya agradeciendo a los jurados calificadores, ya resaltando el lugar de procedencia. Se aproximaba la medianoche cuando se dio por finalizada la primera jornada del contrapunteo. Fue desocupado el entablado y en vez de los instrumentos vernáculos, fueron montados en forma rápida los equipos de un conjunto musical traído desde Cúcuta, para amenizar los bailes populares. El Parque Simón Bolívar se vio convertido en pista de baile de todos los pachangueros que no estaban en casetas. El sonido guapachoso del conjunto, alimentaba el corazón de los gozones quienes aliñándose con el aguardiente Extra, no se perdían ni una sola pieza musical. Para promover las ventas, los distribuidores del licor, obsequiaron uno que otro litro a los parranderos, alardeando que el mejor trago que se vendía en Arauca era de su sello. Hasta las cuatro de la mañana tocaron los músicos y a esa hora ya estaban casadas varias peleas entre los ebrios que, ni cortos ni perezosos, remataron la bailada de la noche a punta de puños, patadas, cabezazos y botellazos. Pasado el ocho de diciembre todo volvió a la calma de siempre. Aunque seguía escuchándose alguna algarabía en el pueblo, esta obedecía al remate de las últimas pacotillas de los vendedores, quienes habiendo hecho ya buenas ganancias, dejaban por cualquier dinero lo que les quedaba. Un mundo de botellas partidas por todas partes, confirmaba el hecho de que allí se había librado una batalla campal, pero no de balas, sino en honor al dios Baco. Los muchos caminos que conducen a la sabana, presenciaban el retorno lúgubre de la llanerada al fenecer las fiestas. Marchaban en grupitos silenciosos sobre los flacos caballos. El guayabo producido por tanto ajetreo y consumo de licor, y el sentir que se habían tirado en cinco días de disipación, el esfuerzo de todo un año de penurias y de trabajo, les mortificaba el cerebro. En el caso del viejo Ostos, llegó a reconocer que su mujer tenía razón, pues había acabado hasta con el último peso y para la casa, apenas llevaba un talego lleno de ropa sucia y unos pocos panes para los muchachos. 29 DE LA SABANA A LA ESCUELA Los años volaron. Ya los muchachos estacioneros estaban bien grandes y en el parecer de María Antonia, se hacía imprescindible meterlos a la escuela. Cuando trataron el tema con su marido, tuvieron problemas; éste era partidario de continuar en la sabana para siempre, pues en el pueblo ±según los comentarios de la gente± los muchachos se volvían vagos y perezosos y sólo vivían pendientes de la moda, echándoselas de patiquines; por otra parte, el viejo justificaba su criterio argumentando que para qué tanto estudio, que cómo él que no sabía sino medio firmar, -y eso porque había aprendido después de viejo- y nunca le había faltado nada; que además no había dinero para costear la estadía allá, en donde todo era tan caro y comprado y por si fuera poco los muchachos tendrían que ser atendidos por la misma mamá, ¿entonces quién lo iba a acompañar a él? Pero en realidad el mayor inconveniente para Manuel Segundo era el hecho de que se hacía necesario vender por lo menos una vaca y de dónde más iba a salir si no de las de su hierro. Y en esto el viejo si era tenido, pues enchapado a la antigua no le gustaba salir de lo suyo de buenas a primeras. Por el contrario, María Antonia no quería que por nada del mundo, se le quedaran los hijos sin estudio, así se hicieran los sacrificios que fueran necesarios. Ella pensaba constantemente en las penurias que la vida le había deparado, y que si al menos ella no había tenido nada, los muchachos no fueran a soportar lo mismo, por falta de oportunidades en la vida. Entonces, José Segundo tenía ocho años, siendo uno de los menores; a los otros muchachos, se les habían pasado la edad de escuela y los tres mayores se habían ido de la casa y la vida les estaba dando duro. Estos ejemplos los ponía María Antonia a consideración del marido, recalcándole que el destino de los hijos mayores se debía pura y llanamente a las brutalidades, a la ignorancia. La tarde en que María Antonia decidió definitivamente irse a vivir al pueblo para poder meter a los hijos al colegio, discutió acaloradamente con su marido: - ¡Guá hombre!... usted lo que quiere es que los muchachos sean igual a usté . - ¡Pero mujer« si el colegio es pa¶ los ricos! Nosotros apenas tenemo pa¶ medio viví. Además usté va a vé como se van a volver los sutes; ora si no van a selví pa¶ na¶. - A los muchachos sea como sea hay que sacalos pa¶ el pueblo pa¶ que se eduquen y en el mañana sean gente de bien y no les toque sufrí lo que a nosotros nos ha toca¶o soportá. - ¡Pero es que nosotros no podemos, chica!. - ¡Yo sin estudio no los dejo, déme el agua a donde me dé!. - Mira mujé de pronto nos pesa. Si acabamos con las cuatro ráspagas que nos quedan, después los sutes de todas maneras no van a podé seguí estudiando y todos nos vamos a jodé: hijos y taitas. - Pase lo que pase, lo que es en enero entrante yo me voy pa` el pueblo con mis hijos, aunque a usté no le guste. - Bueno allá usté si es tan porfiá y no entiende razones. - Yo ya lo conozco a usté muy bien, lo que pasa es que no quiere gastá; si juera pa¶ borracheras o pa¶ prestale a los amigos hay si sacaba hasta de onde no tenía, pero como es pa¶ los hijos entonces hay si le duele. Yo no me explico por qué carajo to¶s los taitas son asína. 30 - Usté vera a vé, pero yo de mis vacas no vendo ni una; ahora que me van a dá po¶ esas bichas que están tan flacas. - Allá usté si no me ayuda en na¶, en tal caso me veré en la obligación de vendé las dos únicas reses que me quedan y si esto no me alcanza pa¶ los uniformes y cuadernos de los muchachos, entonces me tocará meteme µe¶ sirvienta en cualquier parte. Esa tarde después de tanto discutir, casi se agarran a puños y como era de esperarse, esa noche durmieron en hamacas distintas. María Antonia decidida a llevar a cabo sus planes, desde ese momento fue buscando negocio a los dos únicos animales marcados con su hierro. El ambiente era de rudeza, no obstante habíanse desarrollado un poco las comunicaciones y el transporte entre el pueblo y algunas veredas de la sabana. Las avionetas y víver ya caían en una que otra pista de las adecuadas en los bancos de sabana, al lado de los hatos más pudientes. En algunas casas se podía escuchar Radio Sutatenza o Caracol; leer de vez en cuando algún periódico o revista. Por aquel entonces comenzaban a salir los primeros carros a la sabana, en su mayoría camiones. Las gentes del lado de La Maporita tuvieron la oportunidad de montarlos por primera vez y se sentían como en el cielo, pues hasta ahora el único medio de transporte había sido el lomo del caballo, la mula o del burro y en adelante, todo sería tan distinto y tan rápido. Uno de aquellos primeros camiones fue el de Don Alejandro Silva. Diciembre era un buen mes, ya que daban la gran cargada los naranjos y La Estación era reconocida como la finca en donde se maduraban las mejores de la vereda. Allí iban los muchachos de todos esos lares a recoger las naranjas. Los loros y zagaletos eran los que más las aprovechaban, y a finales de enero sólo quedaban en el árbol, las que estaban cerca de algún avispero chunchulito23. Mediaba enero cuando María Antonia pidió pasaje a Don Alejandro, quien en esos momentos realizaba un viaje hacia Caracol. Acordaron que de regreso, él pasaría recogiéndola. Contenta con la decisión firme que había tomado, la mujer hizo todos los preparativos: amarró las gallinas y el marrano pintado para llevárselos, vistió a los hijos con la mejor ropita que tenían; metió en un saco los últimos chilangos de carne que se secaban sobre los palos de la tasajera24; los huevos de las ponedoras fueron a dar a un coroto25 que también la acompañaría. José Segundo, Pedro Miguel y Luis Carlos subieron al naranjo más cercano y empezaron a bajar las frutas, hasta dejar repleto un saco. La yuca fue arrancada por la misma María Antonia del conuco de la punta de la mata de abajo, valiéndose para ello de pala y barretón, ya que el verano se había metido con todas y el suelo estaba bastante duro. El día anterior del viaje al pueblo, hubo constantes encontrones entre Ostos y su mujer, pero en vista de la decisión de ésta, él estaba resignado a quedarse solo por algún tiempo en La Estación. No habiendo otra alternativa al saber que las mamás cuando se decidían a hacer algo por los hijos lo hacían, se resignó. Cuando el ruido del carro que se aproximaba a lo lejos se dejó escuchar, ya todas las maletas, polleros, sacos, racimos de topochos y otros chécheres que formaban el trasteo, estaban acumulados sobre el paradero, listos para ser embarcados. Cerca de allí, un atajo de burros se peleaban entre sí a dentelladas y coces, el derecho de lamer la apetitosa sal que Ostos había puesto entre el tabique26. Ya se estaba montando todo al camión, cuando el patrón de la casa se metió la mano al bolsillo y le dio a su esposa Casa de la chunchulita , avispa pequeña y amarilla que no pela picada. Vara donde se coloca la carne, una vez salada. 25 Calabazo seco que se utiliza para echar cosas, como huevos de gallina, etc. 26 Tronco de árbol que ha sido acondicionado en forma de canoa y que es utilizado para darle sal a los ganados. 24 23 31 algunos pesos que acababa de conseguir prestados, a cuenta de una vaca que vendería para la pesa. El carro viejo arrancó entre el terronal, brincando aquí y allá. La carga se mecía al vaivén de los saltos. La familia de María Antonia se agarraba a las barandas para no caerse; iguales movimientos hacían otras personas que también venían desde antes en la parte de atrás del camión. ±³En el camino se arreglan las cargas´ ±dijo alguien graciosamente, tratando de dar ánimos-. Al poco rato el viaje iba rumbo al pueblo sin ningún problema; sólo los chillidos perennes del marrano pintado estacionero, seguía molestando a los pasajeros, pero al fin y al cabo bien acostumbrados al sonido de estos animales estaban. Al cabo de tres horas y media, después de haber seguido pacientemente las curvas de la trocha o camino, el carro de Don Alejandro los trajo al pueblo. Al bajar sobre la Avenida Principal, la capa blanca grisácea de polvo que envolvía de pie a cabeza a los que venían en la parte de atrás del camión los hacía irreconocibles. María Antonia y su arreo llegaron a donde Ignacia. El trasteo era tanto que casi cubría por completo el corredor de la casa. - Imagínate hermana ±decía la recién llegada± por poco no me deja vení el viejo; tuvimos un encontrón muy macho, pero yo me ranché y no dí el brazo a torcé por ná del mundo. - Esos viejos pichirres son así; de todas maneras hay que llevales la cuerda, no vaya a sé que las vainas sigan pa¶ más y termine uno dejándose con él y ahí si sea pior, pues los perjudicados serían los hijos. - Pero no le quedó más, tuvo que aceptarlo; al final hasta me dio unos pesos que voy a procurar economizar al máximo. - Bueno el que tiene puede dá; menos mal que el viejo algo tiene. - ¡Hermanita, al final me dio mucho pesar con el pobre Manuel Segundo! Tener que dejarlo en semejante soledad; ¡pobrecito! si no fuera por el bien de los hijos no habría sido capaz de hacerlo. Como si fuera poco, la casita la dejé bien arregladita: el patio quedó barridito; varias parvadas de pollos quedaron pequeñitos; el mes pasado sembré sobre una troja varias maticas de cebollín y cebolla cabezona, cilantro µe¶ monte y ajo. En realidad me dio pesar venime y dejá todo eso, pero que más, me tocó, porque eso sí, los muchachos no los dejo brutos como nosotros±. - Hay veces uno tiene que ser fuerte y llenarse de valor y hacé lo que más le conviene y no lo que le ordena el corazón; esa es la vida, hay que evitar que los muchachos más adelante le vayan a reclamar a uno. Entre charla y charla, María Antonia entregó a la anfitriona todo lo que le había traído para ayudarle con la comida, mientras conseguía un pedazo de rancho viejo que le dejaran o le dieran para vivir. Por aquel entonces nadie pagaba arriendo en Arauca, y la costumbre era ayudarle al dueño de la casa, sin estar sometido a ninguna cuota mensual. La misma Ignacia al siguiente mes le ayudó a conseguir a la hermana una casona vieja para el lado del puerto principal del río, cerca de la Aduana Nacional, que por aquellos tiempos había comenzado a funcionar. La casa en donde se ubicó María Antonia y su ejército de muchachos, era de palma ±como la mayoría± y amplia y tenía un gran solar que en época de verano se extendía por el Madre Viejo en varias cuadras a la redonda. Este espacio era el más apropiado para los muchachos estacioneros que estaban acostumbrados a correr y saltar sabana abierta. Las primeras experiencias en la escuela fueron terribles. Los hijos mayores medio sabían deletrear, María Antonia les había transmitido sus incipientes conocimientos aprendidos después de adulta. Cuando se presentaron por primera vez ante la maestra y ésta explicó para todos los alumnos, las responsabilidades que asumían a partir de ahora 32 y en caso de incumplir con las tareas y obligaciones a lo que se harían acreedores, éstos se dijeron para sí que a la escuela no volverían. Al día siguiente fue brega dura para la madre, haciéndoles ver que lo que la profesora decía era por el bien de ellos y que más adelante se lo agradecerían; y que debían volver al colegio. Ese día fue imposible dominar a los mozalbetes mayores, que cogieron la calle y se fueron por ahí a pasar el tiempo. Por la noche estando acostados en las hamacas, la madre los llamó por las buenas y durante varias horas los aconsejó mostrándoles con ejemplos, los sacrificios que le había tocado hacer ella para traerlos a estudiar y que no era justo que le pagaran de esa manera. Al fin los zagaletos por no seguir contrariando a la madre, prometieron volver al colegio. Caso contrario sucedió con José Segundo, Pedro Miguel, Luis Carlos y las niñas solteras Carmen Cecilia y María Juana; tal vez sería por la edad o por el sexo, pero ellos acataron las decisiones de mamá y el día que los presentó al colegio ±aunque muertos de la pena y el miedo± procuraron hacerse al ambiente. El primer día fue terrible para José Segundo. Él sabía sobre la escuela que era una casa de cinc con pisos de cemento, en donde mandaba una señora que era la maestra, que sabía mucho y había que obedecerle ciegamente a todo lo que mandara, ya que después de la autoridad de sus padres seguía la de ella; que además era muy estricta y no le gustaban los muchachos mal educados y groseros, pero hasta entonces no se había imaginado que la cosa fuera tan seria. Por eso cuando María Antonia lo llevó donde la maestra Cleotilde Bravo y ella dijo en voz alta para todos los educandos, que su función era enseñarles a las buenas a quienes acataran las órdenes o a las malas a los brutos y perezosos, sintió mucho miedo. Durante aquel primer día el niño no se atrevía a mirarle la cara de frente a la profesora y cuando ella se le acercaba involuntariamente, el muchachito aprisionaba más duro el cuaderno que tenía debajo del brazo derecho y el susto y la inseguridad lo hacía distraerse mordiendo el borrador del lápiz. Pero la prueba más dura se dio cuando la maestra sabiendo que el niño venía de la sabana, quiso sondearlo en cuanto al lenguaje. Este momento para él fue crítico y por poco se orina en los calzones cuando los otros compañeritos se pusieron a mirarlo mientras él respondía entre los dientes. Con los otros muchachos de María Antonia que asistieron al colegio no hubo mayores problemas y ahí se las vieron. Cuando dieron la orden de salida, José Segundo descansó de tantas tensiones soportadas durante esas horas de la mañana. Qué alegría sintió cuando por fin pudo llegar en compañía de los otros hermanos, a la casa donde los esperaba la madre, distante a dos cuadras de la escuela. José Segundo le refirió a María Antonia todo lo que había hecho en la escuela, sin olvidar ni una palabra de lo que la profesora dijera. Mientras hablaba, se quitaba las cotizas27 que se pusiera para asistir al colegio. María Antonia les había comprado alpargatas a toda la muchachada, uno porque la platica que traía en ese momento no le alcanzaba para zapatos; otro porque era necesario dejar que los pies de los hijos se amoldaran un poco, pues si se les metía zapatos de una vez, seguramente no aguantaban. Como madre sabía que era preciso ir con calma, no fuera y se rebelaran los zagaletos. - Estos muchachos son como los potros cerreros, hay que irles poniendo los aperos poco a poco, no vaya y se espanten ±decía María Antonia a la vecina Carmen Mercado. - Hace bien usté ±asentía la viejita±. Es bueno teneles un poco µe¶ paciencia a los sutes pa¶ que se amañen; cambio es cambio y to¶as las personas somos reacias a lo nuevo. - Pu¶ eso no les compré zapatos desde el principio, claro que tampoco tenía moneda pa¶ hacelo. 27 Alpargata llanera. 33 - Vaya con calma y verá que los zagaletos se acostumbran. - Eso pienso hacé, no vaya y le vuelen al monte y me envaine. - Así me tocó a mí cuando llegué aquí al pueblo. A la primera experiencia frente a la profesora, vinieron muchas más. José Segundo se fue acoplando a la nueva forma de vida y hasta le pareció interesante. Los conocimientos de los primeros libros de lectura, con narraciones maravillosas, lo transportaban al más allá, en donde la imaginación se deleitaba con esos personajes fantásticos que todo lo podían. Con el paso de los meses, se fue volviendo un alumno ejemplar y la maestra Cleotilde no perdía oportunidad para poner al muchachito de ejemplo frente a los demás. A los tres meses de estar en la escuela, el niño ya sabía de memoria las primeras páginas de la cartilla de lectura: ³La Alegría de Leer´. Paradójico este título con el de la enseñanza, en donde se seguía aplicando al pie de la letra el inmortal principio educativo de ³La Letra con Sangre Entra´. Para llevar a la práctica tal perenne principio, el educador se armaba de una fuerte regla de madera, mandada a hacer especialmente para inculcar en los alumnos la sabiduría y la responsabilidad, basada en la memorización de conceptos y palabras. La docente leía por primera vez y volvía a repetir mientras señalaba las letras con el índice izquierdo, frente al educando; en su mano derecha y fuertemente agarrada, la pulida tabla, que iba a dar implacablemente sobre las nalgas del alumno cuantas veces se equivocara en pronunciar lo que ya se le había indicado. José Segundo, para evitar estos terribles castigos y también por inclinación intrínseca, procuró desde el comienzo acatar los deseos de su superiora. Ni la receta de consejos diarios y látigo por otro lado, logró dominar a los hijos mayores de María Antonia, y en las primeras vacaciones que tuvieron, no quisieron regresar al pueblo y para ellos no fue posible ninguna acción civilizadora. Ellos le dijeron a la madre que su destino no estaba en los libros, sino en el llano, y que más bien no perdiera el tiempo en consejos o en rejazos, pues a la escuela no volvían así los mataran. Y así fue. José Segundo y los otros menores, más las mujeres, siguieron asistiendo con regularidad; ya en segundo elemental, el niño fue distinguido ±debido a la buena letra± con el honor de ayudarle a llevar el parcelador a la profesora y año tras año obtenía los primeros puestos. 34 DESARROLLO Y COLONIZACIÓN EUROPEA El desarrollo de la región araucana desde sus comienzos, estuvo íntimamente ligada a la llegada masiva de los musiús, provenientes de la remota Europa. Gente de naturaleza andariega, eso sí, forjadores de un nuevo modo de vida donde llegaban. Por eso cuando aparecieron por las tierras vírgenes del Arauca, impresionaron a los oriundos. Familias de apellidos enredados y casi incomprensibles a los nativos ±los Vageón, Danello, Lomónaco, Amín Abunassar, Galeano, Pisciotti, Camel, Bestene, Máttar, Esperanza, Ataya, Spóssito, Maurno y muchos más±, aparecieron por Arauca y se fueron asentando y en pocos años, se hicieron amos de lo poco que había en la región. Rápidamente acumularon fortuna; ya por el comercio en las variedades que había, ya con la ganadería. Su superioridad, de la que muchos hacían alarde abiertamente, acompañada del poder económico, los hizo conformar la elite de la sociedad de entonces. Por venir de un mundo más desarrollado y en su creencia de pertenecer a una mejor raza, uno que otro, manifestaba que habían venido a trabajar y a reinar; y así fue. El comercio ubicado en la Avenida Principal lo controlaron por completo; además, lo virginal del medio les permitía tener allí mismo buenas fincas, que explotadas con visión empresarial, les producían más y mejor. Los musiús constituían una extirpe única dentro del conglomerado llanero. Individuos blancos y colorados, de alta estatura y velludos hasta en la espalda, de contextura fuerte y hasta regordeta, daban la sensación de osos polares en medio de la llanura. De lengua, siempre enredada al oriundo de la región. La mayoría procedía del sur de Europa: Italia, España y árabes de Turquía, Siria, Líbano, entre otros. El desarrollo urbanístico con estos asentamientos humanos trajo innovaciones, pues los musiús llegaran a donde llegaran, acondicionaban el ambiente haciendo más agradable el hábitat. Desde entonces, el adobe y el bahareque empezaron a cumplir un uso más funcional en las construcciones y las casonas levantadas por los extranjeros, tenían comodidades de la que no podían privarse sus dueños, estuvieran en la latitud que estuvieran. Don Alberto Ospina fue un alcalde que gobernó al pueblo durante varias oportunidades. Hombre de recio temple, se caracterizó por ser un funcionario de disciplina y decisiones. ³La autoridad debe hacerse sentir y respetar´. ±Sostenía sin vacilaciones-. Basado en ese principio, el viejo aplicaba el poder al pie de la letra. Cuando se alborotaban las chismografías en Arauca, inmediatamente intervenía y con su carisma, hacía encerrar en la casona vieja que servía de cárcel, a las mujeres habladoras y a los suscitadores de escándalos. Fue él quien bautizó a la Avenida Principal con el nombre de El Terraplén, motivado tal vez por la altura que desafiaba las inundaciones de entonces. El Alcalde fue la primera persona, que viendo los bochinches callejeros que se presentaban con frecuencia, originados en borracheras con mujeres de la vida alegre, dispuso al arbitrio y sin consultarlo con nadie, que todo lo que fuera de putas debía radicarse del caño Córdoba norte arriba. De aquella medida queda como recuerdo lo que ahora es ³La Veintisiete´. Con esa determinación, Don Alberto Ospina puso término a muchas peleas públicas, donde mujeres celosas se mechoneaban en plena calle, sacándose a luz pública secretos de pasadas infidelidades, en medio de la algarabía de los curiosos. Durante esa administración se construyó el Edificio Nacional ±sede del Gobierno± donde después se levantaría la Caja Agraria. El Edificio Nacional constituyó la 35 primera construcción de dos pisos de la población y en ella se utilizaron materiales de concreto y ladrillo, traídos desde el interior del país. Algunos años después, esta edificación que fascinara la atención del llanero, se vino a tierra. A orillas del Río Arauca, se levantó el edificio de la Aduana Nacional. Este sería como el anterior: de dos pisos, pero con la triste experiencia sufrida, se llegó a pensar que el terreno era demasiado inestable, ya por lo pantanoso, ya por lo arenoso y que no permitía levantar edificaciones de dos pisos. La edificación nueva fue diseñada teniendo en cuenta esto, por lo que su primer piso era de concreto y bloques y la planta superior de madera, y poco peso y por la altura, servía como lugar estratégico que servía para contrarrestar el supuesto contrabando, que en realidad no existía. La casa fue pintada totalmente de verde y blanco y su fachada miraba hacia Venezuela, como en posición de desafío al vecino país. Don José Camel construyó por aquellos años, varias casas a lo largo del Terraplén al norte y sur del Puente Córdoba, lo que más tarde sería propiedad de Eduardo Garrido. Allí enterró parte de la fortuna conseguida en esta misma tierra. La familia Caropresse desde su llegada, agarró para sí varias hectáreas al costado sur del barrio El Banco, cerca a la única vía que llevaría al cementerio local y por donde salían quienes iban hacia la sabana. Los Caropresse siempre tuvieron preferencia por las actividades de la ganadería y por eso, bordeando las casas de familia, ubicaron los potreros y corrales en donde encerraban los vacunos y caballares. Cuando este apellido se mezcló con el criollo de la región, la estirpe se creció e hizo que se fueran a fundar las nuevas generaciones a otros lugares en la sabana abierta. Fue así como comenzaron a surgir y ser muy nombrados hatos como Corocoro. Otros musiús se hicieron a buenos sitios urbanos; los más altos y menos propensos a inundaciones. Allí pusieron los negocios o tiendas, a lo largo de la Avenida Principal. Uno que otro de estos europeos regresó a su patria una vez consiguió dinero; otros se quedaron y sus apellidos los conserva la progenie. Los extranjeros conjuntamente con las familias autóctonas y las venezolanas radicadas en el pueblo, fueron quienes dieron nombres a los barrios o sectores: El banco, El Zamuro, La Faldiquera, El Caimán, El Carrado, El Esparramo... Estas denominaciones tuvieron razón de ser, en virtud de historias contadas por los mismos vecinos de boca en boca a través de varios lustros. El barrio El Banco, según comentarios de los más viejos, tomó el nombre del terreno sobre el cual se fueron construyendo las primeras casas del sector. Un banco de sabana había sido talado a filo de machete, para edificar las primeras casas sobre él. Estoracales y mastrantales perfumados a llano, fueron reemplazados por casas. Barrio Loco constituyó un largo filete de casas que iban desde El banco en el costado sur, hasta la salida en linderos sur-occidental. A lado y lado de los ranchos de palma se encontraban extensos bajumbales cubiertos de rabo µe¶ vaca, que sólo podían recorrerse en época de verano. Allí, en una de esas casas, llegó a habitar Carmen Fandiño. Matrona mujer que fue nombrada en toda la región; de talla corpulenta, fue la más pretendida de todas las hembras de entonces. Su liderazgo en el barrio no fue gratuito sino ganado. Fue la primera en poner una cantina en la propia casa y al alboroto de corridos, galerones y rancheras, arreaba hacia ella a cuanto llanero de la sabana iba llegando al pueblo. Nunca le faltó coraje para liarse a puños con cualquier hombre, sin temerle en lo más mínimo. Montaba a caballo de un solo salto y según los cuentos, cuando joven tumbaba los toros después de agarrarlos por los cachos. Jugaba y apostaba a los gallos como cualquier varón y como si fuera poco lo anterior, en puntería nadie le ganaba cuando empuñaba un revólver. Algunos hasta se atrevían a asegurar que cuando la gaitanera ±y eso que estaba ya bien entrada en años±, participó activamente con los chusmeros liberales, pues 36 coraje y pantalones no le habían faltado. Doña Carmen tuvo un final triste; después de ser la impulsora de cuanta parranda se armaba en el vecindario y con el paso de los años, que todo lo puede, fue a fundarse a orillas del río ±sector de Barrancón±. Allí hacendosamente se hizo a una pequeña finca con una que otra vaca. Sin haber dejado hijos, Doña Carmen murió trágicamente del impacto de un puñado de guámiros de unos atracadores que querían robarle unos pesos que tenía ahorrados. Como tradición, Barrio Loco ha sido en la ciudad, un sector constituido en su totalidad por gente criolla, autóctona, dicharachera, tomadores de pelo y consumados libadores etílicos. Desde que se conformó el pueblo el gremio de los jiferos, en su mayoría son del barrio. Allí en la barriada no han dejado infiltrar guates y las costumbres siguen siendo las de los primeros años; reacios a los extraños. Zamuro es el nombre con el que es conocido el gallinazo o buitre ±tal vez el ave más típica de la región±. Con este nombre fue llamado otro de los sectores del poblado. Estaba formado por una sola calle alrededor del borde del río y siguiendo sus curvas, en donde luego se levantaría el acueducto. Por aquella vía se desplazaban las amas de casa del Arauca a lavar las ropas de las familias y a recoger el agua para el consumo doméstico, la cual transportaban en lenta y penosa maniobra, en vasijas que colocaban sobre sus cabezas. El Zamuro, en incontables veces fue testigo de terribles desastres, cuando caimanes voraces arrebataban a pequeños niños que se hallaban bañándose junto a las faldas de las mamás. Más adelante El Zamuro se convertiría en el puerto principal del pueblo, donde irían a atracar la mayoría de los botes, canoas, chalanas y voladoras repletas de plátanos y cacao, provenientes de Arauquita. Allí mismo se fueron radicando las familias que brindaban ese transporte, rellenando los barrizales y levantando viviendas, tiendas y cantinas. El Zamuro ha sido cuna de varios folkloristas que han llevado a nivel nacional e internacional, el nombre de Arauca; tal es el caso del maestro David Parales y hermanos. La Faldiquera no es un barrio, sino un callejón ciego al norte del caño Córdoba; fue muy nombrado y con él se identificaba a los sectores cercanos. Esta callejuela constituyó la primera transversal con la que contó la pequeña urbe. Don Camilo Meza, vecino que tenía la casa en la mitad del sector, fue maestro experimentado, que alegró las fiestas con su bandolín. El Esparramo debió haber recibido el nombre, de las Parras, ascendencia muy destacada en el pueblito y que alegró el barrio con los bailes y danzas criollas. Su casa paterna pudo considerarse como la primera academia en donde se practicaba el joropo recio, el galerón, el pajarillo y otros ritmos inmemoriales. Por allí cerca serían instaladas luego, las plantas de la energía y echaría raíces la familia Ataya, bajo la dirección del tenaz Don Carlos. En El Esparramo se levantaron los Mantilla Trejos ±hijos ilustres de esta tierra± de ancestro criollo cien por ciento y que han llevado en alto a todos los rincones de la patria, el más puro acervo cultural, en la música, la poesía, la composición, la canción y la literatura del terruño que los viera nacer y crecer. El barrio El Caimán estaba ubicado en el costado norte y en donde con el correr de los años, se situarían en una calle especial todas las casas de burdel ±hoy la 27±. El apelativo se debió a la cantidad de reptiles hidrosaurios que abundaron muchísimo cuando el cauce del río pasaba aún por allí. El sector iba bordeando las curvas sinuosas del Arauca, buscando hacia el oriente del poblado. Muchos pescadores fueron parando casas en este barrio y volantín28 en mano, madrugaban a sentarse sobre las carameras ±ramas secas que eran mecidas por la corriente± o las barrancas gredosas, a esperar pacientemente que ahilaran los bagres, cajaros o cachamas. En El Caimán fue donde se ubicó la familia Ostos Durán, una vez Ignacia logró conseguirle a su hermana María 28 Anzuelo y guaral para pescar valentón. 37 Antonia una casona vieja de palma, en donde viviera con los muchachos mientras éstos permanecían en la escuela. El barrio estaba formado por una que otra calle ciega, limitadas por las lagunas llamadas Madre Vieja, llenas de boros e infectados de cuanta alimaña producía el medio. Una de las pocas construcciones de la vecindad digna de mencionar, era el Banco de la Sal, administrado directamente por la Caja Agraria y que era el lugar donde se acumulaba para la venta a los ganaderos, los muchos sacos de sal para alimento de las reses. La sal llegaba lanchas gigantes o planchones desde Villavicencio o Ciudad Bolívar, después de haber remontado las aguas del Meta, el Orinoco y el Arauca. En la misma cuadra en donde estaba el Banco de la Sal, fue que María Antonia se radicó con sus hijos, mientras duraran las clases; además muy próximo allí, estaba la escuela en la que ella matriculó a José Segundo y los otros críos, esperanzada en poderlos civilizar. 38 SEMANA SANTA Algunos días antes de la Semana Santa, María Antonia llegó a La Estación con el arreo de hijos, a pasar vacaciones. Semana Santa es tiempo de abstinencia de comer algunas carnes, pues la creencia del llanero es que quien come de ellas, profana y martiriza con los dientes el cuerpo de Dios, que en esos momentos va a morir en la cruz. Es tiempo de quietud en todas las labores cotidianas de la vida, que impliquen trabajo y en especial durante el jueves y viernes Santo. Aprovechando la semana de rebusque y como habían llegado los hijos, el viejo Ostos cogió rumbo al Caño Juan Britto. Días antes le había echado ojo al Charco del Totumo, sabiendo que en él abundaban galápagos grandes y peces que iban a veranear allí buscando agua, ya que el mencionado pozo por lo profundo, nunca se quedaba sin ella, así la sequía fuera mucha. Además que los animales apetecibles al hombre, contaban en aquel lugar con la protección de los tembladores que pululaban en la corriente, las rayas y las descomunales babas que impedían la frecuente acción de los pescadores en el charco, poniendo en evidente peligro la vida. Para tal batida, Manuel Segundo convidó a Segundo Torres, conocido por el apodo de ³Coroto´, ya que ningún animal se le escapaba. De este cazador se llegó a creer que tenía pacto con el Santo de los Pescadores, ya que anzuelo que lanzaba al agua no salía solo; algo le ahilaba. De caños, lagunas y charcos donde nadie sacaba nada, Coroto pescaba los más preciados peces del llano. En las otras ramas de la cacería era inigualable; para cazar venado, nunca pelaba tiro en el codillo. Sus perros, que lo acompañaban a todas partes, mataban para el dueño cuanto cachicamo estaba fuera de la cueva en el momento en que Coroto y la jauría pasaban por allí. Todo animal salvaje que habitara las sabanas araucanas, era presa fácil del ágil cazador. Con esta compañía el viejo estacionero se le midió a la peligrosa batida del Charco del Totumo. Provistos de algunos ganchos, llegaron bien temprano al charco del caño, los pescadores. Para comenzar, los dos jefes del grupo cortaron ramas y después de persignarse, se lanzaron al agua, a la intrépida empresa y empezaron a chapalear y apalear con gran ruido las turbias aguas, con el objetivo de que toda la bichamenta que había allí debajo, especialmente los reptiles y quelonios, buscaran las cuevas que estaban en las paredes del pozo. Varios bagres y cachamas fueron pasto de las certeras ganchadas de Coroto y entre aletazos y pujidos sacados y una vez sobre las barrancas, masacrados a golpe de maceta. Una que otra galápaga desenterrada de la orilla del charco, para esto los muchachos estacioneros mayores se valían de chuzos que hundían entre la gruesa capa de hojas podridas y barro; cuando el chuzo penetraba al suelo sin obstáculo, no había nada, pero cuando éste se detenía dando en la punta con algo duro, era porque estaba tocando la concha de una galápaga; que una vez detectada, era desenterrada hundiendo el brazo entre el lodo hasta la profundidad en que se encontraba el animal. Faltaba sin embargo lo más peligroso de la jornada; sacar las gurruñas29 de las cuevas, pues allí, buscando la protección de las fiera acuáticas, estaban la mayoría. Para esto Manuel Segundo y el temerario Coroto, provistos cada uno del cuchillo listo a 29 Galápaga. Tortuga pequeña de caños y ríos llaneros. 39 desenfundarlo si era el caso, y de un chuzo de metro y medio en la mano izquierda, dejando libre la derecha para poder nadar, se lanzaron a las turbias ondas que con el movimiento de los pescadores, había tomado un color achocolatado. Entre las aguas desaparecieron, dejando ver sólo las cabeza y la mano derecha, que sacaban constantemente mientras remaban en dirección a la entrada de la cueva; allí el agua apenas les daba a nivel de la punta de los tucos. Se volvió a dar la algarabía de antes y mientras el viejo Ostos chuzaba con todas sus fuerzas dentro de la guarida y se oía el pujido de los feroces babos y el chocar de las conchas de los quelonios, Coroto con ambas manos quietas entre el agua a la entrada de la gruta, esperaba que los animales asustados buscaran la salida y entonces cuando se trataba de la presa deseada, él las cerraba inmediatamente, aprisionando las gurruñas, que tiraba barranca arriba donde eran esperadas por la muchachada estacionera. A cada instante salían enormes babos, entonces Coroto se quedaba quieto y ni su respiración debía oírse, so pena de ser tarasqueado por los hidrosaurios. Las fieras nadaban corriente abajo, tratando de huir de los agresores, pero muchas veces atacaban de frente a los pescadores y entonces éstos se defendían con los cuchillos. El cielo empezaba a teñirse de rojo y los destellos de la tarde se imponían, cuando los pescadores apuraban los burros en los polvorientos caminos de regreso a casa. Los jumentos, con la cabeza agachada por el peso de lo pescado en el Charco del Totumo, arreciaban el paso. - Con todo lo que sacamos y estoy seguro que nos quedaron bastantes bichitos en el charco ±decía Coroto. - De todas maneras nos quedan de reserva pa`el otro año ±respondía Manuel Segundo. - ¡La pija... esos carajos quedaron machiros! Yo no creo que vuelvan a veraniá al pozo... ¡ni pu¶ el carajo! - Bueno, no tenemo que quejano, pues con lo que llevamo, tenemo pa¶ come to¶a la Semana Santa. Una vez llegaron a La Estación, se repartió la cacería por partes iguales. Coroto apretó la carga y con la jauría de perros marchó rumbo a casa. Por otra parte, los muchachos de Ostos, con palas y barretones abrieron un gran hueco cerca a las raíces del mango y seguido echaron uno a uno los galápagos capturados. La cueva quedó repleta y fue tapada por encima con ramas, para evitar la fuga de la cacería. A la siguiente tarde ±sábado±, los muchachos estacioneros salieron rumbo a los bancos y bajumbales próximos a la casa, a cazar cachicamos. Se llevaron los perros que en esta clase de cacería eran expertos. La salida fue casi entrando la noche, cuando el ocaso se hizo sentir y los bichitos salían de la cueva. Desde temprano los zagaletos habían preparado los aparejos y los tenían listos. A estas romerías si no asistía Manuel Segundo; él les tenía mucha lástima a los animalitos, ya que cuando eran capturados vivos, en las manos humanas empezaban a lagrimear, pidiendo clemencia y para el viejo era como matar a una persona que se encontraba rendida pidiendo perdón al enemigo. A la cachicameada se iba a pie, pues los pajonales donde abundaba el mamífero desdentado estaban bastante cerca de la casa y había el agüero de que quien iba a pie, tenía más suerte; además, los burros eran flojos y no corrían sino por los caminos. Aquella tarde fueron los muchachos mayores, en total silencio mientras los perros olfateando en un lado y en otro, metiendo los hocicos entre el terrón y el pajal; luego la carrera hasta darles alcance. Varias veces antes de llegar a las madrigueras, los cánidos agarraban los armadillos a mordizcazos y ladraban para avisarle a los amos que ya les tenían carne. Cuando estos ladridos eran escuchados por los cazadores, debían correr rápido, evitando que los galgos se encarnizaran con la cacería y si no llegaban rápido la destrozaban, haciéndola inservible. 40 Aquella tarde los perros encuevaron a más de un animalito y debieron ser desenterrados por los cazadores con palas y machetes, que para tal fin habían llevado. Lo anterior no era nada fácil, pues los armadillos eran muy hoyadores y cuando se sentían perseguidos, cavaban largas y profundas cuevas con gran rapidez. Los muchachos comandados por Pedro Miguel ±el mayor del grupo± abrieron tremendas troneras hasta darles alcance a los cachicamos y una vez le descubrían el rabo, entre dos se colgaban de él hasta arrancarlo a la fuerza; una vez afuera lo volteaban con el pecho hacia arriba, evitando los uñetazos que era la única manera como se defendían los bichitos. Por la noche se comieron los estacioneros, más de un cachicamo asado. El lunes santo comenzó el viejo Ostos por hacer para los hijos, los trompos para la jornada de la semana. Para esto, machete en mano, se dirigió hacia la mata del conuco y cortó varias ramas de totumo, que a juicio de él, era el mejor palo para hacer trompos, permitiendo que salieran serenos. Para hacer estos juguetes, el jefe de La Estación era un gran experto y de las ramas cortadas sacó varios toleticos, a cada uno de los cuales le enterraba un pedazo de clavo en todo el corazón, por una punta. A partir de aquí empezó pacientemente a labrar en forma cónica cada tolete con un cuchillo bien cortante, hasta que apareció la punta del clavo. Al otro extremo o punta, le iba puliendo hasta sacarle forma de cabeza. Ya terminado el trompo, las mismas manos que lo habían hecho lo probaban, a ver si había salido sereno o tatareto. Los tataretos no eran utilizados por considerarlos malos, pues al bailarlos brincaban mucho, mientras que los serenos facilitaba agarrarlos en la palma de la mano, mientras bailaban, para darle topes a los otros. Aquel lunes Manuel Segundo hizo varios juguetes de éstos para los muchachos. El martes santo los jóvenes de la vereda se habían dado cita en los patios de La Maporita desde temprana mañana, a la jornada que duraría todo el día, hasta que las sombras de noche los corrieran de allí. Las mujeres en corrillos en la cocina, jugaban a las zarandas30 y entre ellas se imponían sus propias penitencias. Aquel martes, los maporiteños le rajaron todos los trompos a los estacioneros. Por la tarde la bullaranga de los mejores jugadores, se escuchaba desde lejos y entre los mismos zagaletos se echaban constantemente versos y coplas, que siempre estaban a flor de labios: Camarita, camarita ponga su trompito acá y pele bien los ojitos pues se lo voy a rajá. No faltaba quien respondiera espontáneamente al coplero, haciéndole ver que no era con palabras sino con hechos, que se ganaba el juego: El que mucho habla, poco hace se lo voy a demostrá no es con palabras fantochas que usté nos va a derrotá. Sumándosele a la copla escueta e improvisada, estaba la chanza maliciosa entre los muchachos: - Compas, jueguen bien y tengan los ojos abiertos, no se les olvide que aquí toca andá con una mano alante y otra atrás ±decía algún fanfarrón de los presentes. - ¡La pija, yo no me dejo agarrá el culo µe¶ naiden! ±respondía algún retrechero± Al que medio le vea la intención, le meto su muescazo en la jeta±. Entre el zaperoco de los comentarios, los presentes celebraban el decir de los habladores. Los viejos llaneros no jugaban a los trompos, pero cruzados de brazos presenciaban las rondas. 30 Trompo hecho de un calabazo. 41 - ¿Cómo le fue a los muchachos tuyos en la escuela? ±preguntaba Vangelisto, refiriéndose a Manuel Segundo. - Los sutes varones como que no se amañaron ná ±contestó el viejo Ostos y continuo diciendo± pero como María Antonia es tan porfiá, piensa volvérselos a llevá. - Los pijoteros míos, cuando yo los llevé al pueblo a estudiá, no se amañaron ná y ya vé, aquí están bien. - Si, y así es mejó; con esos muchachos míos es pelea perdía. A esos bergajos les gusta es el llano como al taita. ¡Menos mal que así es! - Llano es llano y estos muchachos han sentío el llamao; aquí no le falta a uno ná, pues todo se consigue y además todo se puede hacé sin tanta pendejá. - Sobre todo compa¶e Vangelisto, que se puede viví con libertá, así como nos gusta a nosotros los viejos. - Pero cuentan los otros muchachos que a José Segundo, dizque le gustó mucho el pueblo y los libros. - ¡A caramba! A ese jodiíto si como que le van a gustá las vainas de guate; na¶ má tuvo dos meses en el pueblo y ahora hasta fino pa¶bla se ha puesto. La curpable es la vieja; falta que ahora hasta se mariquié el carajo ese. ¡Hay si se tiraba el apellí¶o! Esa tarde los estacioneros con Manuel Segundo a la cabeza, regresaron a la casa sin un solo trompo bueno. La Semana Santa es una época crítica en el llano. Generalmente llega cuando el verano está en su etapa más fuerte. Rara vez llegan los primeros aguaceros en ella. Esta época de canícula se da cuando la sabana cansada de tanto aguantar sol, empieza a exhalar un vaho grisáceo que cubre las matas y chaparrales e impide la visibilidad a largas distancias. También es el tiempo en que las abejas y matajey después de haber trabajado durante todo el período de sequía, han acumulado la miel en sus colmenares, para alimentarse durante el invierno. Es cuando los sabaneros hacen largas romerías a castrar las matajeas31 y aricas, para robarles en un rato, la preciada miel que con tanto esfuerzo han acumulado las laboriosas obreras durante seis meses. Al siguiente día ±miércoles santo± Manuel Segundo acompañado de los hijos varones, marchó rumbo a los cachitales y guamales de la costa del Caño Cabuyare. Todos iban alegres, montados en los tres burros mansos estacioneros, siguiendo las curvas del camino. - Muchachos, ¿será qué podemos castrá algunas matajeas hoy? ±decía el viejo. - ¡Papá! Yo vi una grandota en la costa de la cañada de Las Delicias. ¿Recuerdas la otra vez cuando vinimo a buscá el atajo µe¶ bestias?, esa vez yo le eché ojo ±manifestó alegremente Pedro Miguel. - Ojalá y no se nos hayan adelantado los maporiteños, pues casi todos los días salen a buscá ±aclara a sus hijos el viejo Ostos. - ¡Ojalá y usté tenga razón papá! ±dice Luis Carlos. Al poco rato iban llegando a la Cañada de Las Delicias. Una vez habían cruzado el estero del Paujíl, el viejo se empinó sobre los estribos y colocando la mano abierta en forma horizontal sobre la frente, alcanzó a divisar un gigante matajey parecido a un comején, enredado entre las espinas de un cachito. La brisa veraniega lo mecía constantemente, obligando a las avispas porteras a pegarse duro a los panales de bosta, para no ser arrastradas por la corriente de aire fresco de la mañana. - ¡Carajo muchachos... tenemos suerte! ±exclamó Manuel Segundo± tuavía está esperándonos la matajea; lo que va a sé pa¶ uno, es pa¶ uno. No la habían castrado la pionada maporiteña. 31 Especie de avispa cuya miel es muy apetecida. 42 - ¡Siquiera papá! ±dicen a la vez los muchachos, mientras se sobaban alegremente las manos, imaginándose el gusto que se darían dentro de pocos minutos con la dulce miel. Llegando junto al cachito en donde esperaba el matajey, todos contentos se apearon, teniendo la precaución de amarrar los jumentos a las macollas de pasto que se encontraban a unos veinte metros de distancia de la mata de espinas y en sentido contrario al de la brisa, para que el abejero no los fuera a picar, una vez las estuvieran castrando. - ¡Alisten los jachos32 hijos! No se les olvide que deben amarrá duro el pedazo µe¶ limpión a la punta del palo, no vaya y nos piquen las bichas esas ±dijo el viejo Ostos, mientras hacía los preparativos para iniciar el ataque a la colmena. - ¡Papá... papá... ya nos vieron y se pusieron bravas! ±advirtió José Segundo. - ¡No perdamos tiempo! ±ordenó el padre± recojan rápido buena bosta y hagan el montón allí que es de donde viene la brisa, pa¶ que les dé duro el jumo y se emborrachen prontico, volviéndose mansitas y no nos piquen. - ¡Taita... taita! Parece que está bien cargada, mire la rama que la sostiene... se ve agachadita del peso de la miel ±alegremente dice Pedro Miguel. A los pocos minutos de haber encendido los mechos de trapo viejo y con la ayuda del humo de las bostas secas colocadas en el sentido en que venía el aire, las matajeas se habían vuelto indefensas. Ostos el viejo fue el primero que se lanzó sobre el colmenar y arrancaba los panales que a su vez eran recibidos ansiosamente por los muchachos, quienes los pasaban de mano en mano, llevándoselos a la boca y allí seleccionaban lo que servía y lo que no; los residuos de los panales era escupido sobre el reseco terrón de la sabana y el almíbar aprovechado y degustado con agrado. Una vez se hubieron hartado los muchachos castradores, fueron echando lo que les sobraba con todos y tajos, entre el saco que para tal fin habían llevado. Las avispas borrachas, iban y venían en torpe vuelo sobre las cabezas humanas, sin ser capaces de agredirlas. Aquel día y después de haber buscado bastante en las costas del caño Cabuyare, regresaron los varones de La Estación con no menos de medio saco lleno de tajos saturados de miel, que por lo menos alcanzaría para endulzar el guayoyo con lo que se obsequiaría a los visitantes de la casa, durante la Semana Mayor. Bien entrada la noche, se encontraba la familia Ostos Durán aprovechando la claridad de la lámpara de kerosén, comiendo el segundo y último golpe del día. Sobre unas hojas verdes de topocho, colocadas sobre la roída mesa, María Antonia había puesto desordenadamente los pedazos blancos de yuca y el apetecido pisillo de chigüire. Todos comían con ansiedad y a cada mascada hacían comentarios sobre el viaje del día: - El que casi no regresa con nosotros es el burro pardo ±dice Luis Carlos. - ¿Y por qué casi no regresa? ±pregunta Carmen Cecilia. - Bueno, porque al estar tomando agua a orillas de Cabuyare, casi lo pica una raya ± aclara Pedro Miguel. - Eso no fue na¶, pa¶ lo del caribe ese que me alcanzó a mordé el dedo grande del pie cuando veníamos cruzando la cañada de Las Delicias ±vuelve a intervenir el mismo Pedro Miguel. - Dele gracias a Dios que el bicho ese no le capó el burro, vea que sus dientes estuvieron cerquita ±dice el viejo Manuel Segundo, entre gracioso y trágico. 32 Tea hecha de sebo y trapo. Mecho. 43 FORMACIÓN SAN BENITENSE La familia estacionera se fue haciendo al ambiente del pueblo, salvo el caso de los mozalbetes mayores, que a los pocos meses de escuela, fue imposible dominarlos y regresaron a la sabana para siempre. María Antonia bregando aquí y allá con los hijos, no pensaba dar a torcer el brazo en el propósito de educarlos y con los que seguían asistiendo al colegio, se sentía compensada, ya que los mayores no habían querido agarrar consejo y apenas si medio aprendieron a firmar en el poco tiempo que asistieron a las aulas. Las muchachas no opusieron resistencia a la civilización; Carmen Cecilia y María Juana estando creciditas, se sentían mujeres y hasta les agradaba la vida pueblera, que les ofrecía la oportunidad de mostrar la belleza y coquetear a los compañeros de estudio. A los pocos meses de estar allí, se habían conseguido uno que otro amiguito que les calentara el oído y les hiciera más halagüeña la vida. El joven José Segundo seguía adelante con logros intelectuales y dado que iba tan bien, se sentía amañado y confabulado con libros y cuadernos. Durante el primer año de estudio, ganó diploma como mejor alumno del curso. Al siguiente año fue matriculado en el primero B ±nivel intermedio entre el primero elemental y el segundo±. En él afianzó los conocimientos de lectura y escritura. Las necesidades locativas obligaron a que lugares como el antiguo hospital, fueran acondicionadas como aulas para dar cobertura a los grupos escolares. Allí fue matriculado José Segundo en el primero B. Todavía estaba tan ingenuo el muchachito, que no obstante ser pequeño el poblado, varias veces confundió la ruta que le enseñara María Antonia al comienzo del año, y el mocozuelo no daba con la concentración escolar en donde estudiaba. La población urbana por aquellos momentos en Arauca seguía creciendo lentamente. Otras casas alrededor del puerto principal ±cerca a la Aduana ± bordeando el majestuoso Arauca, seguían apareciendo. La mayoría, construidas con guaduas, caña brava y palma; eran kioscos de forma circular, cuyo techo alto remataba en punta cónica. El piso de ellas era un alto relleno de tierra pisada, uno que otro encementado. Las hileras de casas a lado y lado de la avenida principal, se iban pegando con las nuevas que construían. Donde luego fuera levantado el Palacio Intendencial, lo ocupaba una amplia zona verde que era utilizada como la primera cancha de fútbol con la que contaron aquellas generaciones llaneras. Los primeros campeonatos de balompié regional, se realizaron allí y aglutinaba a toda la gente que a falta de otras diversiones ±no existía la vida nocturna± aprovechaban para pasar el tiempo con la sana diversión, ya como jugadores, ya como hinchas. Aquel mismo año llegó a la recóndita región un obispo misionero antioqueño. Este clérigo fue muy querido por la indiada del chuscal y como gratitud a la Intendencia, fundó en Arauca capital un centro educativo al cual dio por nombre ³Colegio de varones San Benito´. Su finalidad era la de impartir educación a toda la población masculina, sin distingo de raza, situación económica o social, bajo los principios doctrinarios de la religión católica y apostólica, que en sus propias palabras era la única que garantizaba el cielo y la salvación. Fue nombrado al siguiente año por el mismo Obispo y como Director del plantel fundado, al Padre León, que también era paisa. El nuevo director puso manos a la obra con el empeño y tenacidad de los grandes hombres. Desde el principio se propuso hacer de la institución la primera en el género, vanguardia de la educación 44 llanera. Y así lo hizo. El Colegio San Benito se destacó desde el comienzo por el orden y la disciplina. En el segundo año de labores, apenas pudo dar cobertura a los tres primeros grados de primaria. El local donde inició labores fue la antigua casa, sede del DAS, construcción vieja de barro y bahareque, situada en la cabecera de la Avenida Principal, costado norte del poblado. El Colegio San Benito bajo la disciplina del Padre León, sería la institución que José Segundo recordaría siempre; allí transcurrieron largos años de estudios y dedicación a las actividades del conocimiento. El sacerdote director quiso desde el principio, sacar juventudes juiciosas, ordenadas y por encima de todo, temerosas de Dios. Convencido que la disciplina era piedra angular y requisito primario en la buena marcha del plantel, no escatimó esfuerzos para imponerla a las buenas o a las malas. Este antiguo local albergó a los primeros san benitenses y a quienes el padre director fue metiendo en la cabeza el orgullo tan grande que tenían de ser considerados como tales. La Madre Vieja limitaba al colegio por el costado oeste y cuando la época de crecidas, el verde boral que flotaba sobre las aguas se entraba a algunas aulas. Como el reciente colegio fuere tomando gran renombre entre la sociedad de entonces, que veía en el Padre León al estricto educador capaz de ponerle orden a tanta muchachada traviesa, los cupos de estudio se volvieron peleados, creciéndose las necesidades de cobertura. Muchos padres de familia retiraban a los hijos de los otros planteles y los matriculaban con el padre León, esperando que éste al fin se los acomodara. En época de sequía cuando las aguas se retiraban, el patio de recreo iba a dar hasta el montarascal, Madre Vieja adentro. Sobre aquellos árboles monearon muchos de los que formaron la dirigencia política de la región. El Padre, queriendo evitar accidentes, hizo cercar con alambre de púas lo que él creía eran los terrenos del colegio y ordenó a los estudiantes no salir de aquellos límites, y ser ejemplarmente castigados en caso de desacato. Como el Padre fuera hombre que pensara en grande, mirando hacia el futuro y en vista de la demanda de cupos, concibió la idea de construir más aulas y aumentar los servicios educativos. Para esto, valiéndose de su influencia religiosa, tocó aquí y allá, consiguiendo partidas y auxilios y planeando lo que luego sería un moderno edificio de dos plantas. El colegio fue creciendo por etapas; con el esfuerzo y brega de estudiantes, comunidad, padres de familia y tesón del Padre director, se fue viendo esta magna obra. Primero se hicieron las demoliciones y los salones de clases iban de un lado para otro, en donde hubiera un poco de espacio que se pudiera acondicionar temporalmente, mientras se trabajaba arduamente en la nueva construcción. La placa de concreto fundido que más adelante sostendría el segundo piso, tomaba forma y estaría frente a la avenida. Allí trabajaban desde las primeras horas de la mañana, hasta bien entrada la noche, los estudiantes más grandes y uno que otro padre de familia colaborador. El Padre león brincaba de un lado para otro de la construcción y ni siquiera su blanca sotana era impedimento para que él en persona dirigiera la misma obra, asesorado por los albañiles. Muchas veces y para ejemplo de los trabajadores, el sacerdote agarró una pala y con sus físicas manos, ayudó a batir el concreto. Como siempre, los años siguieron adelante sin detenerse. El Colegio san Benito pasó con los grados que venían desde primaria a continuar con la secundaria. Fueron traídos varios maestros más de Norte de Santander para cubrir estas plazas docentes. El director, salvando dificultades, sectorizó los grupos de acuerdo al nivel. Unos salones funcionaron por varios años en el Palacio Episcopal del pueblo. El espacio locativo seguía siendo insuficiente y el número de estudiantes crecía. La disciplina con la que se estudiaba en el colegio cogió fama y llegó hasta varios estados venezolanos; desde allí llegaron numerosos jóvenes a recibir educación. Cuando se terminó parte del segundo 45 piso, el Padre León centralizó prácticamente todas las actividades académicas y administrativas en la recién construida sede. Con el correr de los tiempos, parte de la profunda Madre Vieja fue rellenado y en vez de él, se perfilaron amplias y cómodas aulas, en donde los san benitenses trataban de llenar la insaciable sed del saber. Uno de aquellos estudiosos era José Segundo Ostos, que también había sido matriculado allí y en donde venía cosechando logros y satisfacciones bajo las orientaciones del Padre León. Año tras año se hacía acreedor a los mejores elogios y diplomas, y los profesores y el Padre rector, no perdían oportunidad para sacarlo al frente durante las izadas de bandera, poniéndolo a los compañeros como ejemplo digno de imitar. No obstante la constitución delgada, el muchacho se destacaba regularmente en los deportes, especialmente en el fútbol. Precisamente el grupo de José Segundo, finalizando la primaria, fue el que, bajo la dirección del maestro titular, quitó a machetazos los espinerales en donde se acondicionó la cancha El Milagro ±primer escenario deportivo con el que contó el plantel±. Allí mismo se dieron esos recordados y nombrados campeonatos de balompié san benitense, que para siempre quedaron en los gratos recuerdos de José Segundo. El Padre León, institucionalizó la elegancia de los actos religiosos, e impuso la asistencia a misa todos los domingos en horas de la mañana. Todos los estudiantes sin excepción alguna, debían acudir al Santísimo, en ordenadas filas que se hacían en el parque principal y que después de atravesar la avenida principal, iban a dar al interior del templo, entrando por los corredores de los lados. Con mucho orden y seriedad, debían responder los salmos responsoriales al pie de la letra y cantar cuando el momento de la misa lo requiriera. Muchacho que se riera o hiciera cualquier manifestación de indisciplina durante la misa, era observado por el Padre director y una vez finalizado el acto, era castigado ejemplarmente a rejazos o reglazos delante de los compañeros, mientras los profesores titulares formaban a los grupos y llamaban a lista para constatar la asistencia. Alumno que no asistiera a los actos religiosos debía presentarse al siguiente día con el acudiente, para poder ser admitido en las clases y frente a él, el Padre director ponía de presente que quien no asistía a misa no era creyente y católico y que todos los que pertenecían al colegio tenían que serlo; que si pensaba seguir así, no podía continuar en el plantel, pues allí se formaban cristianos y no demonios. José Segundo siendo ejemplar según el reglamento del colegio, cada domingo se presentaba desde bien temprano a cumplir su responsabilidad religiosa. Desde la casa se venía hacia el templo, impecablemente uniformado, con saco y pantalón de paño azul marino y corbata negra. Una que otra vez era honrado permitiéndosele leer el evangelio de los apóstoles, mientras el padre celebraba la misa. Durante los desfiles en las fiestas patrias, José Segundo encabezaba escuadra. Estos eventos eran realizados por lo menos tres veces al año y con toda la pompa y elegancia del caso. La Banda de Guerra iba delante de la formación de cada colegio del pueblo y cuando en los momentos cumbres se reunían en el parque principal para rendir los honores al Pabellón Nacional y al Libertador, la banda del San Benito era la que más se oía y agradaba a la concurrencia, por la sonoridad de los ritmos marciales. La educación física de entonces, era rudimentaria pero práctica. Estaba bajo el mando del profesor Alberto Gómez y luego del ex-sargento Rígido Mariño. Durante las clases, se practicaban duros y complicados ejercicios de gimnasia; cuando no eran estos, había que ir trotando hasta el Puente Internacional o hasta el aeropuerto y volver sin parar en ninguna parte. El profesor iba a la cabeza o a la zaga, con una tabla en la mano. Estudiante que se iba quedando, era motivado a seguir adelante a punta de regla, en palabras del maestro: nadie era menos que nadie y todos tenían que tener físico a las buenas o a las malas. 46 El Colegio de Varones San Benito, funcionó largos años con personal masculino solamente. Según el Padre director, los muchachos debían estar aparte de las mujeres, pues éstas constituían una seria amenaza para las pasiones y los malos pensamientos. Pero con el paso de los años y en vista a la demanda de cupos y la presión de la gente destacada del pueblo, que veía en la institución la mejor y más ordenada en donde estarían seguras sus hijas, el Padre León se vio obligado a permitir que allí estudiaran dos niñas y esto como prueba, y si se portaban mal y daban muestras de atraer a los muchachos, serían retiradas. Al no percibir ningún indicio de inmoralidad, el director accedió a dar cupo a una que otra niña, siempre y cuando fuera de familia prestante. Más adelante se fue generalizando y extendiéndose la posibilidad para todas las que quisieran estudiar allí y para legalizar esta situación en vista de haberse convertido el plantel en mixto, el Padre León ordenó pintar el frente de la institución y cambiarle para siempre la denominación de Colegio de Varones San Benito, por la de Colegio San Benito. Con el paso de los años, vinieron los cambios en las actitudes y en los valores de José Segundo. Ya próximo a terminar el bachillerato, seguía siendo un joven serio, pero se volvió crítico. Académicamente ya no era de los mejores; aunque seguía rindiendo en las asignaturas de humanidades, las ciencias llamadas exactas se le volvieron abstractas y difíciles y a duras penas alcanzaba a aprobarlas. Con el cambio propio de la adolescencia, vino la reflexión sobre los temas de la vida y en poco tiempo las cosas y verdades que hasta entonces le habían mostrado como infalibles e incuestionables, se volvieron dudosas cuando él las comparaba con la realidad y sin darse cuenta siquiera, se volvió un muchacho introspectivo, retraído y lacerante de los valores inculcados. El patrimonio cultural dado hasta entonces en el colegio, más la autoformación ±era un buen lector± fue generándole contradicciones. Ya las enseñanzas del Padre León y los otros profesores no le parecían tan ciertas cuando afirmaban que la justicia era el don dado por Dios, que garantizaba la igualdad de los hombres sin distingos ni privilegios, cuando en el colegio los hijos de los padres destacados, tenían más consideraciones y con un rendimiento regular alcanzaban a merecer las mejores distinciones y diplomas. La falta de dinero para costearse hasta los más elementales útiles de estudio, además que no contaba ni para pagar el pasaje del pueblo a la sabana cuando salía a vacaciones, hizo que el muchacho le fuera perdiendo interés a las cosas del llano. Además las dificultades propias del medio. El invierno que impedía el desplazamiento de carros hacia la sabana, lo obligaban a irse por el río Arauca en bote o canoa hasta Merecurito ±finca a orillas del río, más cercana a La Estación± y de allí a la casa, mediaban unos cinco kilómetros que para poder recorrerlos había que atravesar varios caños infestados de toda clase de fieras. En estas circunstancias era imprescindible exponerse al peligro de los animales y en aquellas soledades no era nada halagador lanzarse a esos claros de aguas, confiado solamente a la providencia. En uno de aquellos viajes de José Segundo con el hermano menor Luis Carlos, por no conocer el vado, se lanzaron al Caño Juan Brito por el paso principal y al no hacer pie la mula en que iban, el animal se trastornó y empezó a tamboriar dando vueltas y lanzando patadas al aire en medio de la corriente, mientras que los dos jóvenes que eran buenos nadadores, cruzaron el caño a brazo y al llegar a la otra orilla, vieron con ojos de susto y tristeza, como el cuadrúpedo híbrido se ahogó entre las carameras33 secas que sobresalían del nivel de las aguas. De la acémila no quedaron sino las burbujas que también fueron consumidas por la creciente. Aquel día los dos muchachos llegaron a La Estación apenas con la ropita que llevaban puesta, pues todo lo demás, al igual que la mula, se lo habían tragado las aguas. En otra ocasión José Segundo había estado a punto de servir de carne de cañón de la 33 Caramas. Promontorio de ramas y troncos secos, generalmente que arrastra la corriente de caños y ríos. 47 escopeta colocada para matar los chigüires que le comían la siembra a uno de los vegueros del río. Poco a poco y con la privaciones que sufría, José Segundo se dio cuenta que su futuro no estaría en las hazañas del llano, sino en los libros y en la ciudad. Durante el último año de bachillerato, estuvo aventurando unos meses en Venezuela y experimentó en carne propia el engaño y la ilusión de muchos compatriotas que cruzaban la frontera detrás de la falaz prosperidad, y tuvo que regresar a Arauca más pobre que antes. 48 DEL PUEBLO A LA CIUDAD La vida está llena de amarguras, pero también de satisfacciones. Fue así como Manuel Segundo y María Antonia después de tantas privaciones y sacrificios, lograron sacar un hijo bachiller. José Segundo Ostos Durán había sido graduado en el Colegio San Benito. Prestando aquí y allá, el muchacho se consiguió un vestido de saco y corbata para asistir a la ceremonia a recibir el título. De fiesta de grado ni pensar, ¿de dónde plata para esto? Total, la anhelada meta hasta entonces se había logrado, sin embargo venía lo decisivo: la universidad. Deseoso de seguir estudios, el joven Ostos estuvo dándole vueltas al problema por muchos días y en vista de las circunstancias económicas, concibió la idea de ingresar al seminario, no porque le interesara ser cura, sino por estudiar los primeros semestres de humanidades y luego, ya más experimentado con los asuntos de la ciudad, bregar a continuar en la universidad. Por esos días se estaba en plena actividad política y se acercaban las elecciones para Senado y Cámara. Esta situación fue aprovechada por José Segundo, que sin pensarlo dos veces, se enfrascó en el proselitismo liberal, claro está sin entender nada de política. Lo único que vislumbraba en ese momento, eran las promesas del candidato liberal del Meta, al ofrecerles a muchos estudiantes de los Territorios Nacionales, que si lo apoyaban y las elecciones se ganaban, todos sus colaboradores tendrían asegurado además del cupo en la universidad, el pago de los semestres de la carrera. Enfrascado en ese convoy de muchachos, José Segundo se consiguió los pasajes y viajó a la ciudad capitalina en donde se encontró con un mundo completamente extraño del hasta ahora conocido. Las primeras impresiones las recibió en el aeropuerto El Dorado. Todos los trabajadores del muelle del Terminal aéreo, hasta los obreros, ensacados y encorbatados, le parecían extravagantes y ridículos. Aunque el muchacho había viajado bastante por Venezuela, hasta entonces, nunca había visto esta clase de atuendos y para él que solo existían en personajes de películas. No le fue fácil a José Segundo habitarse al nuevo modo de vida. Gente con hablados y acentos diferentes, de gustos y modales remilgados y él nacido y criado a lo llanero, a lo araucano. El frío le pareció excesivo y en las primeras noches de sueño, llegó a pensar que Bogotá era una nevera gigante, en la que él sin querer, se había metido. El político padrino consiguió como lo había ofrecido, los cupos en la universidad y prometió a los protegidos cumplir el restante acordado, pero las cosas no salieron como se esperaba y perdió la curul en la Cámara, con lo cual se vino a pique lo hecho hasta entonces. La universidad en vista de que el representante no podía cumplir con las obligaciones contraídas, retiraría en el acto a los estudiantes que en ese momento no pagaran de contado la matrícula. Esto obligó al viejo Manuel Segundo y a María Antonia a salir de una vaca de ordeño. Con todo el dolor del alma, los jefes estacioneros vendieron el animal, pero la necesidad se imponía, o de lo contrario el joven no podría seguir estudiando. - ¡Qué carajo! ±dijo María Antonia± ayudemos al muchacho que es el único que está saliendo pa¶lante; de todas formas no le vamo a dejá ninguna herencia, pues esta chichigua no alcanza pa¶ ná. Al menos que se eduque, pu¶e sé que más a¶lante nos ayude, nunca se sabe, ¡caramba! 49 - ¡Guá chica! ±replicó el viejo Ostos± ojalá no nos vaya a pasá a nosotros como a mucha gente, que po¶ estale dando estudio a los hijos, se quedan en la total ruina y después los sutes no aprovechan y quedan jodíos taitas y descendientes. La vida universitaria es etapa importante para quienes hayan tenido la oportunidad de vivirla. Los primeros semestres son de prueba, y más de un estudiante se retira o lo retiran. Después de ahí, los educandos le cogen el ritmo al asunto y se las ingenian para salir adelante. En esos claustros hay gentes de toda condición y tono: unos bastantes jóvenes; otros demasiado adultos. Algunos van en son de estudio y de formación para vérselas en el futuro con independencia o bien para mejorar en los trabajos que ya tienen; otros a pasar el tiempo y a conocer amigos y a vivir la vida, pasándola rico. Hasta se consiguen los que mediante un diploma ±sin importarles para nada la formación, pues ya están deformados± aspiran a ser llamados doctores y con esto llenar el requisito social para escalar en la burocracia. Hay también los que buscando un pretexto para hacerles creer a los padres que están estudiando, asegurarse la comida, la vivienda y algún dinero para pasarla bien con el roll de compañeros. Es fácil deducir el motivo que había llevado a José Segundo a la universidad. Deseoso de superación, el joven había llegado hasta allí y sus circunstancias lo motivaban a tener muy en serio los estudios y como hombre de tesón que era, sabía que no podía desaprovechar la oportunidad y no pensaba regresar a Arauca, como lo dice el conocido adagio: ³con el rabo entre las piernas´. Manuel Segundo y María Antonia seguían mandando para lo de la pensión en la residencia de estudiantes, en donde se encontraba viviendo el muchacho. Allí, gracias al hecho que la dueña de casa era igualmente araucana, se vivía un ambiente de costumbres afines. Una muchachada entre araucanos y costeños ±tanto del caribe como del Pacífico± compartían la vivienda en donde la bullaranga comenzaba desde tempranas horas de la mañana y se prolongaba hasta bien entrada la noche. Juanita y Teresita ±quienes atendían a los comensales± madrugaban y entre sintonía de noticias de Radio Súper, iban de un lado para otro atareadas y el ajetreo duro llegaba hasta las ocho y media, momento en el que se servían los últimos desayunos. La melodía del arpa llanera, de los vallenatos o de salsa, salían esporádicamente de cualquier alcoba y llenaban el ambiente de la vetusta casa colonial en sus dos pisos, los fines de semana y feriados ±cuando no había que asistir a los claustros académicos±. José Segundo fue ubicado desde la llegada en una habitación del segundo piso, cuyos ventanales daban a la salida del sol y que compartía con otro compañero llanero. El pequeño cuarto era ocupado además de las dos camas, con un closet de dos compartimentos, cada uno de los cuales era de uso exclusivo de los dos moradores. La ventana debía permanecer cerrada durante la noche, pues el frío de la calle era intolerable, pero en la mañana se abría de par en par permitiendo que el ambiente se renovara. Las cuatro paredes estaban cubiertas con paisajes y sensuales mujeres semidesnudas. Como José Segundo vivía a escasas cuadras de la facultad nocturna donde estudiaba, se desplazaba a pie. Los primeros meses fueron de formación de nuevos hábitos y costumbres al tipo bogotano y como el llanero a pesar de ser regionalista tiene la propiedad de adaptación, Ostos en poco tiempo se hizo al ambiente guate ±rolo±. Por haber manifestado abiertamente frente a los compañeros de estudio su lugar de procedencia, el llanero fue visto con cierta curiosidad. El bogotano corriente suele imaginarse que Colombia es sólo su ciudad y aunque hacen gala de ser muy cultos, tienen un absoluto desconocimiento de la geografía nacional. Por eso cuando se mencionaba a Arauca, se les ocurría que tal vez eso sería por allá llegando al Brasil o al Perú, o en los límites con el Caquetá, o simplemente nunca habían leído u oído tal palabra. En cuanto al nivel de vida que podían llevar los araucanos, según los cachacos, era algo así como habitantes de cavernas, con costumbres primitivas y bárbaras. Pero 50 José Segundo les hizo ver que estaban bastante lejos de las suposiciones: manejaba bien la lengua materna y después de pulirse un poco en cuanto al vestuario, logró cierto respeto. En lo académico se hizo sentir y uno que otro compañero se acercaba a él, para aclarar las dudas en algunos temas. Uno de los estudiantes que había ido a la universidad tras el apelativo de doctor se pegó a José Segundo, con la finalidad de aprovechar los conocimientos y esfuerzos del colega. El cachaco sabía que para poderse promover en los estudios, tenía que echar mano de las capacidades de otro y ya lo había encontrado. El araucano aportaba lo académico, el bogotano el dinero. Por eso mismo las invitaciones a cafetería, a tomar cerveza una que otra vez, eran pagadas por Francisco Espitia, quien sabiendo que la retribución estaba asegurada, ni reparaba en las cuentas. Eso sí, en las evaluaciones de semestre se las cobraba todas, pues el que estudiaba era Ostos y los aprobados, ambos. Era una amistad simbiótica. Francisco Espitia formaba parte de una familia política de la capital, de aquellas que durante las épocas electorales metían el pecho en la contienda, motivadas por el lagarteo burocrático. Como tal, el joven tenía conciencia de que lo único que necesitaba era graduarse en cualquier cosa, para hacerse merecedor al apelativo de ³doctor´; según él, lo demás eran pendejadas que no necesitaba para nada. Sus padre enrolados con influyentes políticos de Cundinamarca, le habían garantizado un buen nombramiento en el gobierno, una vez titulado. Gracias a la amistad con Espitia, José Segundo pudo conocer varias poblaciones del departamento y del Distrito Especial, a donde constantemente era enviado el amigo a hacer contactos con otros líderes liberales de la región y a colaborar con el diseño y ejecución de los programas de las campañas. En estas andanzas no se escatimaba esfuerzo, mentiras y promesas, para decirle al pueblo elector que no era más ni menos que los incautos de siempre que seguían esperando las soluciones en la democracia, o los necesitados de puestos o de negocios con el mismo Estado. Espitia ayudaba a hacer cuentas y estadísticas de la población votante asegurada y en coordinación con el jefe rojo en Bogotá, descontaba un porcentaje de los posibles volteados de última hora, consiguiendo de todas formas, si se quería el triunfo, un margen favorable de sufragios. Pero este margen favorable era confiable en la medida del trabajo que se hiciera el día de las elecciones, y una medida clave para este momento, consistía en hacer un trabajo coordinado en donde eran comisionados liberales de confianza, a llevar hasta las urnas a los votantes, y muy pendientes de que aquellos no fueran a sacar de los bolsillos otras papeletas con votos, sino que sufragaran con las que les habían sido entregadas momentos antes. Estas experiencias truculentas le fueron abriendo los ojos a Ostos sobre la pureza y libertad del sufragio, del que hacían tanto alarde los medios de información. José Segundo seguía siendo amigo de Espitia, pero no compartía sus puntos de vista y cuando hablaban del tema de la política y las elecciones, le argumentaba al compañero, que eso no era legal ni justo y que a los electores no se les debía engatusar ni manipular de esa manera. El cachaco bellaco aducía siempre, que la política no era para los bobos sino para los vivos; que la política tenía que hacerse así, con mentiras y promesas, aunque después no se le cumpliera a la gente. Que por encima de todo, había que hacerse nombrar en los puestos costara lo que costara; que la política sin demagogia e hipocresía, no marchaba y al final de cada charla, solía concluir: que gracias a Dios estaban en una democracia. El ambiente de muchas universidades privadas del país, es un foco más de conformismo y continuismo de las más cavernarias tradiciones, infundidas desde la época colonial y el centro docente en donde estudiaba Ostos, no se escapaba a la regla. Paradójico que en facultades de humanidades, los estudiantes no asuman una posición crítica frente a la realidad social en que se vive. Los compañeros de José Segundo, al 51 igual que él, eran de pocos recursos y si estaban allí era salvando grandes sacrificios y realizando inverosímiles peripecias, no obstante se mostraban tan complacientes con la vida que sobrellevaban. Ostos no veía con buenos ojos esta indiferencia hacia la problemática del país, pues allí no se vislumbraba una formación práctica y crítica, sino un idealismo pasivo de interpretación de la realidad. José Segundo quiso asumir la iniciativa conformando un comité estudiantil, al considerar importante que los estudiantes aportaran ideas para mejorar la facultad y sugerir a la decanatura, algunos cambios en el pénsum académico. Al comienzo los compañeros estuvieron de acuerdo con la conformación de este comité, pero como el Director de carrera se opusiera abiertamente a la iniciativa, los demás compañeros se echaron atrás y no faltó quien argumentara que llevarle la contraria al Hermano Carlos ±decano± era gravísimo pecado mortal, pues se tenía conocimiento que el viejito sufría del corazón y al hacerlo disgustar, podía ser víctima de un ataque y morir. José Segundo no encontró palabras para hacerles ver a los colegas que estas medidas no iban en contra de ninguna persona en particular, sino que obedecía al interés de mejorar la calidad académica y formación profesional de los alumnos y de la facultad. Después del primer intento de discrepancia con la universidad, Ostos fue dejado solo y tenido como elemento comprometedor. Ni siquiera al final de la carrera cuando la universidad abusivamente alargó la duración de los estudios, con la única finalidad de sacarles plata a los estudiantes, protestaron. Al contrario, muchos alegaron cobardemente que ahora menos había que contrariar a los hermanos agustinos, pues si se disgustaban no los graduaban y se acababan de perjudicar. José Segundo consciente de que sus arengas eran monedas echadas en bolsillos rotos, había dejado enfriar los ímpetus. Francisco Espitia que seguía aprovechando los conocimientos de Ostos, había sido de los que se opusiera a la rebeldía del araucano y una que otra vez, haciendo uso de las habilidades de orador, había defendido la política de la universidad y sus directivos, recalcando que ésta era una institución como cualquiera, que tenía un reglamento y no lo iba a cambiar porque a ellos se les antojara. Como desapareciera la residencia universitaria a donde llegara Ostos por primera vez, éste estuvo viviendo en varios barrios y como la situación se pusiera difícil con la subsistencia y además quedándole libre el día, se dio a la tarea de conseguirse un trabajo cualquiera. Primero estuvo dando clases en un colegio pirata, pero como le pagaban tan poco, tuvo que pensar en otra actividad más rentable. Un amigo tameño le consiguió en una flota de buses, el puesto de chequeador de carreteras. Aunque en este cargo le iba muy bien al muchacho, pues era raro el bus que pasaba y no dejaba alguna propina, las condiciones de trabajo eran infrahumanas. Con turnos de veinticuatro horas seguidas en el peaje de Chusacá, en la salida, hacia el sur del país ±completamente a la intemperie y a más de tres mil metros de altura± la inclemencia del frío lo dominó pronto. A los pocos días empezó a sentir los síntomas del reumatismo y tuvo que retirarse. En aquellos días de trabajo en la flota, José Segundo aprovechó el puesto y se hizo algunos viajes. Conoció a Melgar y sus balnearios. En uno de esos recorridos estuvo en Neiva, cerca del nacimiento del río Magdalena, conociendo los arrozales de Saldaña. Algunos trayectos antes de la capital del Huila le ofrecieron a la vista un paisaje de chaparrales parecido al de Arauca en tiempo de verano. En otra oportunidad fue enviado por la empresa, desde Bogotá a la ciudad de Santiago de Cali a traer unos documentos y aunque el viaje fue rápido, tuvo la ocasión de conocer a vuelo de pájaro los cañaverales que cubren al valle en centenares de kilómetros a lo largo de la carretera. Los cafetales del Quindío, que constituyen la única vegetación de las faldas de esas escarpadas montañas, deleitaron por horas la imaginación de ese pasajero nacido y criado en un paisaje tan distinto al que ahora ocupaba su vista y recuerdos fugaces y nostálgicos mientras caía una pertinaz lluvia, lo adormecieron sobre el vidrio de la ventana del bus. 52 Al retirarse de la flota, Ostos inicia otro peregrinar en busca de más trabajo que le permitiera seguir subsistiendo y sacar adelante los estudios. Estuvo en muchas oficinas de empleo y en todas le hacían firmar por anticipado el porcentaje que ellas se ganarían de su sueldo, en caso de que lo lograran ubicar en algún puesto; además le cobraban en efectivo una pequeña cantidad, que aunque poca para Ostos en sus condiciones, era significativa y lo vulneraba. A dos entrevistas que se presentó, fue reprobado. En dichas empresas necesitaban contabilistas y de esto no sabía ni pizca. De tanto buscar, logró al fin ser admitido en una fulana empresa que esos días se estaba fundando. Al muchacho le pareció curioso que allí no lo hubieran evaluado en conocimientos prácticos, sino en asuntos abstractos. El jefe de personal que practicaba las entrevistas, le manifestó a él como aspirante que a la empresa le interesaba sólo la persona humana. Otro aspecto aún más increíble era que todo aspirante era admitido y a partir de ya, comenzaba a devengar el salario mínimo. Los primeros días, los trabajadores se presentaban a un gigante galpón ubicado en la zona industrial de Puente Aranda, en donde ni se veía aviso frente al local. Los obreros se sentían incrédulos al ver que allí no existía ni una sola máquina, sin embargo con la apremiante necesidad, albergaban la ilusión de haber salido del desempleo. José Segundo era uno de aquellos escépticos; pero al transcurrir la primera quincena, según lo pactado, les pagaron cumplidamente. La inverosímil empresa mostraba hasta ahora la razón social de SIM Colombia: Sociedad Internacional de Meditación, sede en Colombia. Desde el primer día de labores, los administradores seguían recalcando que para que todo trabajo fuera productivo, la persona debía preparar positivamente la mente y fue así como comenzaron las prácticas de meditación trascendental, que mientras Ostos estuvo allí, fue lo único que se hizo. Pasaron los días y la producción nunca comenzó y la única actividad con que ese gran número de empleados pasaba el día, era con las meditaciones que se realizaban por tres veces en cada jornada: la primera al entrar en la mañana, la segunda antes de salir a almorzar y por la tarde la última sesión antes de marcharse hacia las casas. Todo este personal de más de ochocientos trabajadores estaba bajo las órdenes de los profesores de meditación, que a la vez figuraban como administrador, gerente, jefe de personal y eran quienes representaban a la naciente empresa. Desde el comienzo manifestaron que ellos tenían las maquinarias y todo el material de trabajo para iniciar la producción y que se iría a pagar el salario mínimo estipulado por la ley, pero que de los mismos obreros dependerían los aumentos. El programa que todos harían sería el de labor productiva, más meditación trascendental. Según los profesores, esta última produciría un relajamiento mental tan provechoso que en tan solo escasos veinte minutos por tres veces al día, los trabajadores recuperarían las energías gastadas, logrando una eficiente productividad que en última instancia redundaría en provecho de ellos mismos, al permitirle a la empresa aumentar ponderativamente los salarios y poder seguir adelante con sus operaciones. La noticia que en la ciudad capital se estaba creando una fábrica generadora de empleos de estas condiciones, se regó como pólvora. Era así como desde tempranas horas de la mañana, se iban formando largas colas a lado y lado de la entrada principal, con la intención de engancharse a trabajar, fuera como fuera. Pero a los pocos días estaban rebosadas las posibilidades de la empresa. Pasaron los días y los empleados iban de un lado para otro dentro del galpón, durante el horario de trabajo y los profesores de meditación seguían dándoles ánimo y pidiéndoles paciencia, explicándoles que las máquinas venían en camino desde el extranjero y que por el sueldo que era lo que más importaba, no había problemas, dado que la empresa era financiada directamente por poderosas multinacionales de los EE.UU., y Europa. 53 Como las herramientas de trabajo no llegaban, los directivos optaron por poner a hacer algo a los subalternos. Para ello, pusieron a disposición de éstos agujas y alguna lana para tejer y elaborar tapetes. Mientras Ostos permaneció en SIM Colombia. Fue lo único que hizo. El asunto de las meditaciones trascendentales fue lo más importante y en esto los profesores eran inflexibles. Para poder pertenecer a la Sociedad Internacional de Meditación, fue preciso hacer en los primeros días de trabajo una pequeña ceremonia ritual de admisión, privada e individual, en un hotel de lujo del centro de la ciudad. Allí se hizo arrodillar a José Segundo y a los aspirantes, uno por uno frente a los profesores y le fue dado un mantra o palabra que representaba un sonido ±el de Ostos era ³maina´± que debía repetir mentalmente cono los ojos cerrados, toda vez que estuviera meditando, bien fuera en las sesiones realizadas durante el horario de trabajo en la empresa o en los fines de semana en la casa, pues la obligación personal era que las meditaciones no podían ser interrumpidas ni un día, para que la mente se acostumbrara con más facilidad a la concentración, ya que según los profesores, ésta era la clave del éxito. Trabajador que fuera sorprendido sin seguir las instrucciones obligatorias de la meditación o la debida seriedad mientras estaba sentado con los ojos cerrados por los veinte minutos seguidos, era despedido fulminantemente y en esto si eran estrictos los profesores. Muchos fueron los expulsados, pues dadas las circunstancias, no era raro escuchar en medio del silencio de la meditación, una que otra risa que salía de cualquier parte. Al finalizar el tiempo determinado, los profesores hacían la investigación sobre quienes intentaban sabotear la meditación y una vez detectados, llamados a la oficina de personal y cancelado su contrato sin más ni más. Al comienzo se había acordado que los pagos se harían quincenalmente y después de transcurrir el primer mes y medio, unilateralmente los directivos decidieron que los salarios serían pagados mensualmente. A José Segundo y sus compañeros no les agradó esta noticia, dada la necesidad, les era más favorable contar con algo de dinero constante para el pago de transporte y otros menesteres cotidianos. Este impase fue tratado de arreglar por algunos nacientes líderes que ya empezaban a hablar en representación de los otros, pero la empresa manifestó la negativa rotunda. Los trabajadores empezaron a incomodarse y entre grupitos se oían comentarios en contra de los patrones y aunque lo del pago no les agradaba, aun lo podían tolerar. Sin embargo la actitud represiva de los profesores fue creciendo ±en las meditaciones se desquitaban± y en las masas se fueron viendo las malas caras y el desgano general. José Segundo en la universidad había visto en la materia de psicología, que nadie en contra de su propia conciencia estaba obligado a entrar en trance hipnótico o de sugestión. Por esto el araucano estuvo analizando a cabeza fría si sería justo o no que el trabajo y las precarias condiciones económicas, lo obligaran a tener que aguantarse aquello en contra de su voluntad y su parecer. Además, su visión política había madurado al contacto con los obreros, que al contrario de los colegas de estudio, si parecían muy enterados de la realidad socio ± política de la nación. La interacción con el trabajo, los obreros experimentados y sufridos, reafirmaron en José Segundo el concepto de justicia. Pasó el tiempo estipulado por la ley como de período de prueba y mientras Ostos estuvo allí, nunca se comenzó ningún trabajo productivo aunque la presión psicológica para continuar y dizque perfeccionar la meditación, continúo. El araucano harto de escuchar regaños y consciente al igual que muchos otros, del vil lavado cerebral a que estaba siendo sometido, justificado en que le pagaban el sueldo mínimo, decidió ir pensando en otra cosa. Sabía que necesitaba dinero para subsistir, pero que en aquellas circunstancias era más el daño que recibía, que el provecho. Un mediodía después de la meditación de rutina, fueron expulsados diez compañeros con la finalidad de escarmentar a los demás, agudizando el sometimiento. La necesidad de empleo de Ostos y los otros era incuestionable, pero aquel mismo día se armó la 54 trifulca y muchos fueron los que manifestaron que querían seguir trabajando pero no en esas condiciones, al saber que en ninguna parte del país se obligaba a los trabajadores a tal meditación y que esto no era trabajo, sino quién sabe qué vaina rara. No faltó uno que otro de los líderes, que después de haber sido llamados privadamente por los patrones y seguramente comprados, trataron de apaciguar a la muchedumbre mediante discursos, haciendo ver que por la vía de la violencia no se iba a arreglar nada y que tuvieran paciencia con los representantes de la empresa. José Segundo fue uno de los que tomó la vocería y subiéndose sobre una butaca, exhortó a la masa enardecida, no para apaciguarla, sino para motivarla a que se aclarar si era legal o no el funcionamiento de una empresa tan extraña como esa. También les recalcó a grandes voces, que esta no era más que otra de las patrañas de los gringos, que aprovechándose del desempleo y la miseria de los colombianos, estaban montando su sede allí para acabar de adoctrinar e idiotizar a los necesitados, pero que él por su parte aunque estaba muy vaciado, no se aguantaba ni un día más. Como estas últimas palabras impactaron en el auditorio que lo escuchaba atentamente, uno de los que se pusiera de parte de la empresa, quiso bajarlo a la fuerza de donde estaba dando el discurso. La reacción violenta no se hizo esperar y fue así como los que estaban más cerca, agredieron a puñetazos al reaccionario y se prendió la chispa. A los pocos segundos sacaron al agredido casi muerto y se lo llevaron colgando de piernas y brazos hacia las oficinas del personal. Los alzados comenzaron entonces a pedir a gritos a los representantes de la empresa, para hablar con ellos. Quien hacía las veces de Gerente apareció minutos después en el balcón del segundo piso y manifestó por medio de un megáfono, que en esas condiciones de desorden no se podía llegar a ningún arreglo; que si querían colaborar con una solución, nombraran una comisión para que fuera a hablar con ellos, Algún rato antes, los profesores habían cerrado las oficinas y a nadie se le permitía entrar, había el temor de que fueran a ser agredidos físicamente. Como se aproximaba la noche y la comisión nombrada no aparecía con los acuerdos, la masa se exasperó más y comenzó de nuevo la algarabía. Los comentarios que se escuchaban era que los patrones trataban de demorar indefinidamente las negociaciones, burlando la paciencia de los trabajadores. Llegó la noche y nada. Cansados de tanto esperar, algunos de los irascibles empezaron a causar los primeros estragos en los pocos muebles e implementos que había en el galpón. Apareció el Gerente y con la cara contraída por la ira, manifestó que no había más conversaciones y que ya había sido llamada la policía; que venían en camino varias patrullas a sacarlos a palo y que por los expulsados se olvidaran, pues nadie iba a ser reintegrado. Aquellas palabras enardecieron más a la multitud y a gritos decían que de allí salían pero muertos. Que hasta tanto los compañeros despedidos no fueran vinculados otra vez, nadie se movería del lugar y que llegara la policía o quien fuera, a ellos poco les importaba. Transcurrieron las horas y no apareció por allí ni un solo uniformado. Tarde la noche los ánimos se habían apaciguado y entre el frío y el hambre, se fue desvaneciendo el numeroso grupo. Uno de los últimos que se movió del galpón fue José Segundo y una veintena más y la resolución no abandonaba sus ímpetus. Poseídos por la rebeldía, marcharon a pie un buen trecho, -ya escaseaban los buses a esas horas- hasta el único diario capitalino de inclinación izquierdista que los oyera y pasara la noticia, para divulgación y conocimiento de la ciudadanía. Un poco incrédulos los periodistas de ³El Bogotano´ tomaron notas y algunas fotografías del grupo que a tales horas se presentaba a las oficinas, a poner esa clase de quejas. Al siguiente día apareció en la segunda página del diario, una foto a color con un pequeño título: ³Huelga de trabajadores en misteriosa empresa´. 55 José Segundo no volvió más por SIM Colombia y a los tiempos, casualmente se encontró con uno de los compañeros agitadores de la huelga, que en esos momentos estaba de vigilante en un almacén del centro San Victorino. Como se hubiese terminado el trabajo, Ostos comenzó otro peregrinar de bolsa de empleo en bolsa de empleo, sin conseguir nada. En todas ellas le decían el mismo cuento, que estuviera pendiente para cuando lo llamaran y lógico, por adelantado le quitaban una pequeña comisión que en su situación, lo perjudicaba. En estado de desesperación se puso a vender rifas para una empresa, pero ésta ±como la mayoría de juegos de azar± era una estafa y los talonarios carecían de sello de la Alcaldía. A muchas partes a donde fue a ofrecer las boletas, fue insultado y tratado de pícaro y ladrón. Ya se le habían terminado los últimos pesos. El dueño de la casa en donde estuviere arrendado, seguía presionándolo por el pago y cada mañana antes de salir, lo amenazaba con llamar a la policía y hacerlo sacar a la fuerza, si no cancelaba la mensualidad vencida muchos días antes. José Segundo le reiteraba ±por darle contentillo± que ya le habían mandado el giro de Arauca hacía varios días, que la culpa no era de él sino del banco, pero que tal vez hoy si llegaba y entonces pagaba toda la cuenta pendiente. Así, entre mentiras piadosas y bregando a conseguirse un trabajo, estuvo viviendo por muchos días. Para ese entonces, sus padres no le habían podido seguir girando dinero. Con lo de la comida se las arreglaba, convencido que nadie después de criado se dejaba morir de hambre y además, estaba Francisco Espitia. Si bastante ayuda suya había recibido y seguía recibiendo en los asuntos académicos, con algo debía compensarle. Y en realidad aunque el cachaco nunca lo invitó a vivir a la casa, Francisco le metió la mano en el sentido que sabiendo la crisis económica de su amigo, después de terminadas las clases solía invitarlo a comer cualquier cosa. En estas circunstancias José Segundo se mantuvo durante algunos meses, pero en ningún momento desfalleció en la búsqueda de trabajo. Estaba a punto de no aguantar más, cuando un amigo le consiguió un puestico y como ya padeciera tanto las amarguras del desempleo, decidió conservarlo hasta terminar los estudios, que en esos tiempos ya llevaba bastante avanzados. Al fin el joven se sintió redimido; junto con el cargo y el sueldo, los patronos le dieron una habitación en donde vivir sin pagar arriendo, con la condición de ayudar a cuidar aquellas instalaciones. Ostos tenía que madrugar todos los días a las siete de la mañana y junto con un compañero del Centro Sismológico y Meteorológico Andino, se inició en el aprendizaje de las labores técnicas del cargo, que por ser tan precisas, no podían ser realizadas si no había una capacitación previa. Durante quince días se enteró de los pormenores de la observación sismológica y meteorológica y de ahí en adelante, caminó solito en la brega. Cuando cumplió dos meses del período de prueba, José Segundo conocía bien sus funciones y como le pareciera interesante el trabajo, puso empeño y se ganó el aprecio de los patronos que eran dos curas jesuitas. Este trabajo fue importante para el araucano, pues además de ganar para el sustento, ejercía durante las observaciones sismológicas y meteorológicas, labores de campo al aire libre, ejercitando el físico al tener que subir hasta donde estaban los instrumentos de registro. Después de la media mañana, Ostos regresaba con los sismogramas y a partir de aquí el quehacer cotidiano era de oficina y consistía en colocar algunos datos a los registros sísmicos que eran imprescindibles para posteriores análisis. Los curas directores del Centro Sismológico eran laboriosos y madrugadores, pero sus comidas eran a horas precisas, seguidas de las siestas luego del almuerzo que no la interrumpían por nada del mundo. Este descanso obligaba a los curas a llegar al centro después de las tres y José Segundo empleaba este tiempo para las actividades de la universidad. Esta ventaja le favoreció mucho, ya que le permitió ir adelantando la monografía. Cuando terminó las últimas materias de la carrera, Ostos tenía listo el trabajo 56 de grado. Al retirarse del Centro Sismológico se sintió acongojado, pero pensando siempre en regresar a su tierra chica, reflexionó sobre el inmortal pensamiento de Bolívar: ³Saber para servir, he ahí el ideal´. Desde siempre quiso poner su profesión y los conocimientos en favor de Arauca. Más adelante la vida le haría ver que no sería fácil llevar a feliz término los loables propósitos. Pocos días antes de marcharse en retorno triunfal a Arauca, José Segundo dedicó algún tiempo a conocer lugares de la capital que revisten obligatoriedad para el que haya vivido en ella. Con las manos en los bolsillos caminó por calles, conociendo museos, parques y otros sitios de interés cultural o turístico. Ya que contaba con uno que otro peso en el bolsillo, visitó librerías y ventas callejeras del centro de la ciudad y se compró varios textos. Tuvo que asistir a una que otra fiesta nocturna con la que algunos amigos quisieron despedirlo, pues ya él les había manifestado la decisión de regresar al llano y buscarse un trabajo allí, no porque le disgustara vivir en la capital, sino porque quería regresar a su casa, ya que Arauca lo llamaba y estaba obligado a responderle. Los más allegados, quisieron hacerle ver que consideraban un disparate regresar al monte cuando se había estado viviendo en la ciudad, en donde estaban los logros del hombre y la cultura. Que ahora una vez terminados los estudios y estando a gusto con el trabajo, siendo profesional, podía ubicarse con más facilidad en alguna empresa. El araucano agradeció de buena manera que se interesaran por él, pero confirmó su decisión y el sentir de que había que estar en donde fuese necesario y útil a los demás. Algunos días antes del viaje, llamó a los amigos de más confianza y le vendió por cualquier cosa lo que ya no necesitaría. Los buzos y chaquetas volaron como pólvora. El televisorcito ±leal compañero± fue a dar a una casa de empeño y allá se quedó. En menos de nada, su patrimonio elemental se desvaneció y de pronto José Segundo se vio igual que antes de llegar a la ciudad capital. Con alguna ropa liviana y eso sí, varias cajas de libros, estaba listo para iniciar otra carrera, pero esta vez en la universidad de la vida. 57 EL RETORNO De la gran ciudad solo quedó el perfume del recuerdo, y cuando José Segundo se percató, se encontraba entre los paisanos de la región. Muchos lo halagaron; otros que antes lo vieran como un muchacho enclenque apenas lleno de ilusiones, lo saludaban con cierto respeto. Las invitaciones no se hicieron esperar y prácticamente los primeros días los dedicó a asistir a algunos convites familiares. Uno que otro compañero de estudio de los que quedaban en el pueblito, no perdían la oportunidad para interrogarlo y sacarle el secreto de cómo había podido estudiar en Bogotá, siendo tan pobre. La familia Ostos Durán, cansados de tantas privaciones en la sabana y al respaldar con el exiguo patrimonio A José Segundo, no teniendo que cuidar, se habían venido a vivir al pueblo. Al retorno del hijo, se sintieron rejuvenecidos y en cierto modo, compensados por la vida. - Viejo, hemos ayuda¶o a sacá alante al muchacho ±decía María Antonia. - ¡Como que sí! Nuestros sacrificios empiezan a dá frutos ±murmuraba Ostos. - Ya le decía yo que al muchacho le gustaban los libros. - ¡Carajo verdad! ¡Quién iba a creerlo! - ¡Que tal y usté se pone a ponele cuida¶o a los envidiosos que decían que pa¶ qué tanto estudio, que eso no servía pa¶ ná. - ¡Verdad que sí! - Menos mal que yo me amarré los pantalones en donde era, pues usté al igual que los otros taitas, como que no les nace creer en los hijos. - ¡Guá! Afortunadamnete las vainas han salí¶o como era de esperáse. Charlas como ésta era el pan de cada día entre los viejos esposos, quienes estaban satisfechos por el regreso del hijo, no porque esperaran que el muchacho al trabajar los fuera a mantener, sino al menos para que él se las arreglara solo y surgiera adelante. Convencidos estaban que la felicidad del hijo era la de ellos también. Además como los otros muchachos no habían querido estudiar, la vida les daba duro al tener que frentear trabajos ingratos y mal pagados. Como si fuera poco, los varones se habían dado al consumo exagerado de miche y las mujeres tenían detrás una chorrera de hijos que lo único que hacían era pedir. En cambio en José Segundo estaba la esperanza y la gratificación. Con el grado universitario, el joven Ostos empezó en Arauca el peregrinar en el mercado del trabajo, bregando a ubicarse. Pasaron algunos meses de búsqueda y la burocracia establecida no dejaba ningún puesto vacante. Aunque el muchacho nunca había prestado interés en los asuntos políticos, ahora vio que todo nombramiento lo hacían los liberales o los conservadores y que como tal, los empleados tenían que estar matriculados en uno de estos dos bandos. Todas las solicitudes hechas debían ser acompañadas de las respectivas recomendaciones políticas. Más adelante José Segundo se enteraría que si no lo habían nombrado hasta entonces, era porque las recomendaciones no habían sido suficiente palanca y además, porque era extraño a los políticos, quienes tenían que enterarse muy bien de la filiación política del aspirante, no fuera y les pasara como en anteriores oportunidades en donde sus protegidos una vez empleados, se habían cambiado de política y como tal, no estaban dispuestos a dejarse meter gato por liebre. 58 José Segundo, no obstante su formación, no lograba explicarse y justificar el por qué a los gobernantes sólo les interesaba favorecer a los del partido. Con una visión todavía ingenua, el joven reflexionó sobre las maquinaciones que le refiriera en Bogotá el compañero Francisco Espitia, y llegó a pensar que el ambiente de engaños y tracalerías en las elecciones, era solo en las ciudades donde el alto índice de población desempleada, imponía la atroz competencia desleal. Un poco decepcionado de los estudios estaba Ostos ±hasta llegó a creer que había perdido el tiempo estudiando± cuando tuvo contacto con uno de los comerciantes más influyentes del pueblo. Este señor, una vez se enteró de la situación del muchacho y además porque le había caído bien, debido a la cultura que dejaba entrever en la conversación, le dijo una tarde: - Estése tranquilo mi amigo que ese problema se lo arreglo yo. No me llamaré Pancho Padilla si no lo ubico a usted bien; como se lo merece. Pero eso sí, prométame que va a decir y hasta jurar si es el caso, que es liberal hasta la muerte. - Pero Don Pancho ±musitó el joven± si yo todavía no me he definido con ningún partido político. - ¡Eso no importa! Usted necesita trabajo ahora y además la vida le enseñará más adelante, qué es ser liberal o conservador en la práctica. Me imagino que usted tiene un montón de conocimientos sobre ideas políticas, pues en la universidad debió haberlas visto, pero en la vida las cosas son distintas. - Sí señor, nosotros en la universidad vimos ideas políticas y a mí siempre me fue bien en esa materia. - Ve, ya me lo imaginaba. Pero la universidad da sólo la teoría de lo que deben ser las cosas, aunque la realidad sea otra. - Sí señor, así he estado observando, infortunadamente. - Bueno, pero no nos pongamos a hablar de filosofía. Dígame si le parece bien la propuesta que le hice, pues para colocarse a trabajar hay que estar matriculado en uno de los partidos, y usted está de buenas al haberme encontrado y yo soy liberal y nosotros somos quienes estamos mandando en estos momentos. - Don Pancho le agradezco inmensamente su colaboración y bueno lo que usted dice se hará; creo que eso no tiene mayores implicaciones. Don Pancho Padilla que sí sabía cómo se manejaban las cosas dentro de la administración y valiéndose de la amistad que mantenía de tiempo atrás con los principales jefes de gobierno: el Intendente, el Alcalde y algunos Concejales, movió las fichas y en menos de una semana le llevó personalmente a la casa el nombramiento a José Segundo, en el cargo de Almacenista, diciéndole que se fuera a posesionar esa misma tarde y que todo lo demás lo había arreglado él, que por los gastos ocasionados no se preocupara, que más luego hablaban. Los estudios de Ostos lo habían capacitado humanísticamente, pero las circunstancias lo habían llevado a ese cargo técnico de almacenista y ahí tendría que vérselas con el puesto. Desde la misma tarde que tomó posesión, el nuevo empleado fue visitado consuetudinariamente por cantidad de personas que antes ni lo miraban. Su oficina era frecuentada y el personaje actuante era sin más ni más, el Doctor Segundo. En el primer fin de semana le fue celebrado el cumpleaños. La secretaria le había preguntado en la charla inicial la fecha de cumpleaños del doctor, ya que la costumbre de esa oficina era de celebrar el onomástico al jefe. El festejo se acordó hacer con un paseo a la sabana y naturalmente, acompañarlo de abundante licor y becerro asado. Al agasajado lo sorprendían cada vez tantas atenciones y el derroche de trago y comida. Una vez se subieron los humos, producto de las libaciones y la confianza se puso a punto de informalidad, Don Pancho Padilla que era uno de los promotores de aquel 59 festejo, después de echarse un largo palo de aguardiente a pico de botella, tomó la palabra y pidiendo un poco de silencio, dijo: - ¡Amigos y amigas...! nos hemos reunido esta tarde con el fin de celebrarle el cumpleaños a nuestro amigo José Segundo y a la vez darle la bienvenida en su cargo. Sea esta la oportunidad para estrechar los lazos de amistad en este selecto grupo de amigos de antes y de los que lo seremos desde ahora. Los amigos e invitados de Don Pancho y la secretaria, echaban cuentos sin cesar y entre chistes de alto calibre, dejaban entrever de los magníficos negocios que se vislumbraban con una persona tan positiva como el Doctor Segundo. Lolita, la secretaria, se encontraba mareada con el traguito y el cigarrillo y cada vez se le acercaba al jefe, insinuándole que a las mujeres le gustaban los hombres lanzados que no tenían miedo a nada y que para triunfar en la vida había que ser así. A José Segundo lo había consumido la juma y la cabeza le daba vueltas, pero en un momento de lucidez, se percató que estaba tomando del mismo vaso de la secretaria y que sus manos acariciaban ansiosamente las piernas suaves de ella. El quiso reaccionar, pero los que estaban en el círculo de la charla le dijeron que todo era normal y que no se preocupara de nada, y celebraron el evento con estruendosas carcajadas. Ya iban a regresar al pueblo cuando el Alcalde que también se encontraba allí, tomó la vocería y en medio de la borrachera que no lo dejaba tenerse en pie, dijo: - ¡Amigos...! en realidad quien ha invitado esta vez soy yo y no me pesa... la estamos pasando bien, ¡si o no! ¡Nos estamos divirtiendo de lo lindo! ¡Vean al Dr. como está...! ¡Cómo matapalo en palma! ¡Esperemos que momentos como estos se sigan repitiendo! ¡Qué viva la vida, que vivan los negocios! El día lunes, José Segundo apenas pudo asistir a la oficina; el malestar era tremendo y el dolor de cabeza no lo dejaba quieto ni un momento. En mal estado de ánimo pudo medio atender sus obligaciones. Caso contrario pasó con Lolita, que acostumbrada a esos trajines, se sentía radiante y sin ningún malestar y le dijo al jefe que si quería le traía agua de limón y Alka-seltzer para que se sintiera mejor, a lo que respondió éste que le agradecía pero que las oficinas no eran para comer ni beber, sino para trabajar y atender al público. - Pero Segundito ±así comenzó a llamarlo desde aquel día- ¿quién le puede llamar la atención a usted siendo el jefe? - No es porque me llamen la atención, sino porque eso no está bien. A propósito Lolita, le ruego disculpe mi abuso de confianza con Ud. ayer; creo haberme extralimitado. - Que extralimitarse ni que nada Segundito, ¡Lo hecho, hecho está! Si usted viera las parrandas que hacemos con los clientes del almacén, se quedaría asombrado. En el cargo, Ostos puso el mayor empeño en aprender sus funciones y manejar la contabilidad práctica de inventarios y cuentas; a los pocos días ya estaba ducho en los asuntos de la oficina. Estando enfrascado en el oficio, una mañana fue interrumpido por Lolita: - Segundito, llegó el señor Alcalde ¿lo hago pasar? - Si, dígale que siga que lo estoy esperando. El alcalde era un hombrachón de tez canela, bigotes engomados y cabello ensortijado; voz gruesa, suelta y zalamera. Su presencia imponente absorbió el espacio cuando apareció en el umbral de la puerta. - ¡Hola mi doctor! ¡Cuánto gusto en verlo! Cuénteme cómo le ha ido en el trabajo. ¿Mucho ajetreo por aquí? ¡Caramba! Usted no se había dejado ver más, después del paseo que hicimos la otra vez. Después de oír una retahíla de saludos melosos que duró varios minutos, el almacenista se puso a órdenes del Alcalde, que una vez volvía a tomar la palabra, parecía no querer parar de hablar. 60 - ¡Caramba mi doctor! Usted si que se ve bien en esta oficina, ya hacía falta que unas manos tan eficientes como las suyas se hicieran cargo de esta dependencia que es tan importante. Ya sabía yo que no me equivocaba nombrándolo a usted. Nuevamente José Segundo agradeció de buena manera las atenciones para con él y le manifestó el deseo de ayudarle en lo que necesitara. - Doctor, anoche pensaba irlo a visitar a la casa, pero me pareció más conveniente hablarle aquí en la oficina, al fin y al cabo son cosas propias del trabajo. - Señor Alcalde, usted dirá. - Vea mi doctor, tal vez estará enterado que la ferretería ³El Serrucho´ del señor Felipe Pérez no es tan de él como parece. En realidad él no es el dueño verdadero, el propietario soy yo y él es el representante aunque figure en algunos documentos como propietario. - Señor Alcalde no entiendo nada de lo que usted me está diciendo, le ruego me disculpe. - Doctor, es que yo quiero que trabajemos en sociedad. - ¿Trabajar en sociedad? ±replicó aún más extrañado José Segundo. - Doctor, me extraña que usted no sepa de que le estoy hablando. - Bueno me disculpa. Será por la inexperiencia en el puesto, pero puede ser que explicándome mejor, le entienda. - ¡Bien así me gusta la gente, caramba ±dijo el Alcalde, sobándose las manos con entusiasmo; entremos en detalles pues. Vea doctor es que para los puentes que vamos a construir ahora, se va a necesitar material, mucho material; entonces yo le quiero ofrecer estos a usted en calidad de almacenista. Claro está que yo no puedo figurar en ningún documento, pues para eso está Felipe. Él aparecerá como proveedor y listo. - Señor Alcalde, tengo entendido que eso no es legal y mucho menos correcto. - Tal vez correcto no sea mucho, pero legal si es, y eso es lo importante, pues las cosas se pueden y se deben hacer siempre y cuando se ajusten a lo que está escrito en las leyes. - Señor Alcalde creo que eso no se debe hacer. - Por qué no se debe hacer ahora, si siempre se ha hecho. Lo que hay es que aprender a trabajar en equipo para que todas las cosas salgan bien. - Señor, las normas dicen claramente que quien haga las veces de funcionario del Estado, no puede ser contratista o proveedor del mismo estado. - Doctor, dejémonos de vainas. Este mundo es de los vivos, los honrados están como están: bien jodidos siempre. Usted piensa que yo me he mantenido de Alcalde por ser buena persona. Lo que me ha tocado es hacer valer mi posición y el puesto, para conseguir billete para cuando me boten no quede abajo, sino que siga arriba con los que tienen. Para conservarme en este puesto en donde en realidad algo he conseguido para mí, me ha tocado darle de comer a más de uno, pues en esto hay que aprender hasta a repartir lo que se logra sacar. Vea Segundito, perdone que no le dé la palabra ahora, pero es para explicarle que no sólo a mi me conviene lo de la venta de materiales, sino a usted también. En ningún momento he insinuado que voy a comer solo. ¡Eso sería el colmo! Ni tampoco ganaríamos los dos solos; también hay que darle al ingeniero que dirigirá los trabajos, al auditor y a otra secuela de tipos que estarán pendientes de lo que se hará. Pero hay que tirar cuentas para que alcance para todos. De eso me encargo yo personalmente, pero ahora necesito saber de su consentimiento aprobatorio para ir trabajando desde ya, a los otros que participarán de este contrato. - Señor Alcalde, me parece que su proposición no es correcta, es decir, la comunidad se dará cuenta y criticará eso de mí y de usted. - La comunidad puede decir lo que le dé la gana, que nosotros no vivimos del qué dirán. Vea doctor, he estado pensando otra cosa, si las vainas salen como lo espero, las 61 ganancias serán mayor. Precisamente estamos en buen tiempo. Dentro de un mes y medio se nos viene encima el invierno y esto sería magnífico para nosotros, pues se reduciría la cantidad de materiales a utilizar. No importa que no se haga nada, es decir, que no se terminen los trabajos. - Señor Alcalde no entiendo esto de que ahora se ganará más. - Por lo visto parece que usted no conociera bien su medio ¿Sabe usted en qué mes estamos? - Claro señor, estamos a mediados de marzo. - Esa es la fecha que nos conviene. - ¿Por qué habrá de servirnos esta fecha? - Muy claro... comenzamos los trabajos ahora, es decir ya; usted hace las asignaciones de los materiales de acuerdo al pedido del ingeniero y se comienzan las obras normalmente estando todo a disposición de los trabajadores. No importa que alguna parte de los materiales no sea necesaria sacarla ahora de la ferretería. Los trabajadores comienzan labores, pero como las lluvias se vienen encima y el invierno no deja trabajar más, prácticamente hasta ahí queda todo. Como los dineros para las obras ya están asignados y listos para ser girados, pues se termina este proceso. Para eso hay plata de por medio, con esa misma se consigue un visto bueno de haberse recibido los trabajos a satisfacción y todo queda listo. - Pero señor eso es un delito y la comunidad puede reclamar y está en todo el derecho de hacerlo. - Eso aquí en Arauca no hay problema con la gente y los llaneros no reclaman nada. Ellos ni siquiera saben cómo son las cosas. Dicen que para arriba, por allá en Saravena, si no se pueden hacer esta clase de vainas porque los guates son muy jodidos y no se aguantan que las obras las dejen inconclusas. Pero allá es allá y aquí es aquí, afortunadamente. - Pero señor Alcalde, eso sería una traición a la gente de la sabana que necesita mucho esos puentes en la época de invierno. - ¡Qué traición ni que nada! Es verdad que ellos necesitan esos puentes pero nosotros también necesitamos esa plata y mucho. Yo por ejemplo necesito cambiar el carro que tengo; ya me está pidiendo muchos repuestos. Además ni usted ni yo vivimos en la sabana, ni necesitamos esos puentes; lo necesitarán otros y ese es problema de ellos y no nuestro. Nosotros debemos bregar es a arreglar los problemas propios. - Alcalde eso me parece sumamente grave y malo. - ¡Qué malo ni qué nada! Mire este contrato está requetebueno; se comienzan los trabajos y se lleva algún material, como una o dos volquetadas de piedra, algún hierro y el cemento para levantar las bases y algunas columnas. Más o menos calculo que hasta aquí alcanzará el verano. Después viene el invierno que será nuestro fiel aliado y nos acabará de arreglar el chico y listo todo. - Señor Alcalde esto es un delito y no debemos hacerlo. Ya cansado de convencerlo mostrándole lo fácil y jugoso del negocio, el Jefe de la Administración Municipal, le dijo al almacenista: - ¡Qué delito no qué carajo! Usted como que es medio miedoso y eso sí está muy malo; en esta oficina necesitamos gente de coraje, que no se le arrugue el pellejo por nada. Si no está de acuerdo con la proposición que le he hecho, entonces le ofrezco hasta una parte más de la que le correspondía a usted. Aquí siempre se ha acostumbrado que la mitad neta de la sobrefacturación sea sólo para mí, pero con usted estoy dispuesto a darle una buena tajada si accede y colabora con el contrato. - Me da pena con usted señor Alcalde, pero me siento incapaz de traicionar así a mi comunidad. Yo soy de aquí de Arauca y las obras se deben hacer bien. 62 - ¡Qué comunidad ni qué nada! La comunidad no fue quien lo nombró a usted en este cargo. En este puesto lo ubicamos a usted además de mi compadre Pancho y yo, otros de los que mandamos en este pueblo y que estamos acostumbrados a trabajar así. - Señor, yo no entiendo qué es eso de la sobrefacturación, me imagino que de pronto sea delito también. - Vea doctorcito, usted como que se las echa de inocentico o se está haciendo el que no sabe. La sobrefacturación consiste por si usted quiere ignorarlo, en que los artículos tienen un precio por el cual se venden al común de los compradores; para el caso del Estado, se le dan más caros y como este tiene tanto billete, pues no se nota. Como la mayoría de los que revisan esos precios de facturas van a estar metidos de una u otra forma en el negocio, se hacen los de la vista gorda. La mitad de ese sobreprecio es para mí siempre, pero con usted seré especial y lo repartiremos entre los dos. Le recuerdo que sólo con usted tengo esta consideración. - Alcalde lo que usted acaba de plantear es la malversación de fondos y este delito es castigado hasta con cárcel. Además no sería honesto despilfarrar de esa manera los dineros del Estado y el Estado somos todos, es decir, se va a malbaratar lo de la comunidad y en esto resultaremos perjudicados todos de una u otra manera. Ya harto de explicarle y hacerle ver las bondades del negocio ±como lo suelen llamar los pillos± el Alcalde se levantó de la silla en donde se hallaba sentado frente al escritorio de José Segundo, rojo de ira y después de descargar sobre su interlocutor una mirada escrutadora y amenazante, dijo con lenguaje pausado y seguro: - Con esto si no esperaba encontrarme hoy. Tanto decirle a mi compadre Pancho que había que tener cuidado con este nombramiento, pues no era conveniente ir a ubicar a un tipo como éste y vea. Apenas comenzando y está dispuesto a parrandearnos este contrato. Primero se las echa de santico, haciéndose el que no sabe nada y después de filántropo. Lo que nos faltaba: ¡un filántropo de almacenista! - ¡Pero señor Alcalde...! - Basta de explicaciones... ya no hay nada que aclarar, pues todo está claro. Usted no sirve para este cargo y eso es todo. Afortunadamente todo se puede arreglar en este mundo, menos la muerte. Y que conste en este momento: a usted se le brindó la oportunidad y usted mismo la rechazó. Que después no ande por ahí diciendo que esto y lo otro, pues cuando la vida lo pone a uno en el punto y momento y no aprovecha, pues se jodió. De una vez le digo que vaya pensando en otro puesto; este lo tenemos para los amigos y usted se negó a serlo. En este momento se cortó la charla. El burgomaestre salió rápidamente y al pasar frente a Lolita ni se despidió. La secretaria que de tiempo atrás conocía las picardías del Alcalde, captó en segundos el motivo del disgusto. Queriendo escuchar los comentarios del jefe, sin que él la llamara se atrevió a decir en voz alta: - Segundito, ¿se le ofrece algo? - No Lolita, por ahora estoy ocupado si llega alguien a preguntarme. En la oficina solo, José Segundo se dejó caer hacia atrás sobre el espaldar del asiento y doblando el brazo izquierdo, lo colocó sobre la nuca. Trató de aclarar sus ideas y las del Alcalde, las comparó y trató de justificarlo y justificarse, pero concluyó que los motivos expuestos por el corrupto gobernante no estaban acordes con sus principios sobre la justicia y rectitud que debía orientar las decisiones administrativas. Pensó en esos momentos en Francisco y lo relacionó con el Alcalde. Para sus adentros se dijo: Esta clase de tipos son los que no dejan progresar la patria. Cómo es posible que este grandísimo sinvergüenza de viejo me venga con esa propuesta. Conmigo se equivocó y bastante; si quiere gente que le camine para eso, tendrá que buscársela igual a él. 63 En estas cavilaciones estaba, cuando Lolita le informó desde el escritorio que lo necesitaban. Como se hiciera el que no escuchaba, la secretaria tocó la puerta con los nudillos de los dedos, haciéndolo cada vez con mayor fuerza. - ¡Doctor, Doctor... ±dijo al entreabrir un poco la puerta± es Don pancho que quiere hablar con usted. - ¡Ah... dígale que siga!. - ¿Qué fue lo que sucedió con el Alcalde? ±dijo el visitante al entrar. - Pues verá Don Pancho, el señor ese vino a hacerme una propuesta muy deshonesta y de manera descarada, a presionarme manifestando que así eran las cosas aquí y como no accedí salió muy disgustado diciendo que yo no era el hombre que servía en esta oficina. - Pues Doctor José Segundo, lo que usted le hizo a este amigo lo ha contrariado mucho. De veras que está disgustado y sea como sea él es el Alcalde, y si lo nombró a usted fue por recomendación mía. - Pero Don Pancho, aunque yo les estoy muy agradecido por la colaboración, especialmente a usted, no podía estar de acuerdo con esa sinvergüenzura. - No quiero quitarle mucho tiempo a usted, por lo tanto voy a ser breve... yo también estaba metido dentro de ese contrato y por lo que veo ya no me voy a ganar esos pesos como esperaba. - Don Pancho veo que usted también parece estar disgustado conmigo. - Y no es para menos, con lo que acabas de hacer. Te he colaborado casi sin conocerte, pero tú también tienes que colaborar contigo mismo y con nosotros. - Pero Don Pancho, permitir esto es incurrir en un delito contemplado en las leyes, que da hasta cárcel. - ¡Qué cárcel ni que nada! Quienes van a la guandoca es porque son muy bobos y no saben hacer las cosas bien. Además usted no iba a tener ningún problema contando con el respaldo de los que mandamos en este pueblo. Vea joven, yo entiendo que usted está muy tierno y no tiene experiencia en estas cosas, pero vaya metiéndose dentro de la cabeza que este mundo es de los vivos y no de los honrados. Quien quiera seguir adelante y surgir, tiene que dejar la honradez a un lado. Esos sentimentalismos no sirven para nada. Si no se construye ningún puente, que no se construya: eso no es problema nuestro. A nosotros lo que debe interesarnos es bregar a sacar la partida de esas obras y nada más. Por si fuera poco y con este chasco, pensaba pedirle un favor al Alcalde y ahora no me va a ayudar, pues también está furioso conmigo. - Don Pancho yo he obrado como debe ser y pensando en el bien de Arauca. - Me da pena decirle la verdad, pero su jefe es el Alcalde y no yo, por lo tanto creo que usted está despedido del trabajo. De mí no tendrá quejas; hice lo que pude por usted, pero no supo aprovechar la oportunidad. Si usted tuviera un poco más de cancha en la vida, habría actuado de otra manera y las cosas estuvieran mejor, pero bueno, como lo dijera esa frase célebre: ³la suerte está echada´. Qué lástima no haber aprovechado el puestico; de veras que hubiera salido con buenos pesos en el bolsillo. Si usted supiera que ese cargo es de los que más platica da, claro está, bien manejado, tal vez hubiese actuado de otra forma. Cuanta gente no lo envidia a usted, es decir, su cargo y vea como salieron las cosas. Bueno, esa es la vida. Con las expresiones anteriores, Don Pancho Padilla se despidió de quien hasta ese día sería el Almacenista. José Segundo quedó solo en el despacho, muy confundido y afligido. Para sus adentros se decía una y otra vez: ¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Por qué? No obstante necesitar tanto el puesto, según su concepción ética y moral, le era imposible comulgar con esta clase de cosas; sin embargo, albergaba la esperanza que no habiendo cometido ninguna falla, le permitieran seguir trabajando. 64 No hay duda que desempleo y calles guardan relación, y como lo había dicho su superior el Alcalde y su protector Don Pancho, Ostos al otro día ya estaba sin puesto; vagabundo a la fuerza. Quiso ser atento y amable con las personas a quien él en los cortos meses frente al almacén había atendido, pero algunas de ellas trataban de evitar el saludo; otras más sinceras se sentían extrañadas de que el joven profesional hubiese demorado tan poco en el cargo, a pesar de haber demostrado ser eficiente y cumplidor de las obligaciones. Arauca, pueblito de cuitas, había visto nacer y crecer a José Segundo en medio de las privaciones de la pobreza; ahora seguía consolándolo en la frustración del desempleo. Por aquel tiempo las cosas seguían cambiando. El país marchando en el devenir histórico y con él, la tierra llana araucana gimiendo en medio del abandono e indiferencia del Gobierno de Bogotá. Trataba de avanzar a paso de tortuga amarrada, pero ahí iba adelante. La economía considerada la salud de la sociedad, estaba representada por el comercio en dos manifestaciones: el de la ganadería por un lado, y por las mercaderías de alimentos, vestuario, drogas ±incluyendo por supuesto los narcóticos± por el otro. Arauca había venido dejando a un lado la mentalidad de las sangres azules y otras pendejadas. La bonanza del bolívar ±moneda venezolana± en los últimos años, determinó el movimiento de las ganaderías araucanas y el contrabando que venía de tiempo atrás, se fortaleció notablemente; para los vecinos les era rentable comprar las reses a bajo costo, dado el poder adquisitivo de su moneda. La venta de ganados generaba a muchos riqueza, en especial al negociante comprador-vendedor, ya si exportaba legalmente, o no. Del contrabando vivían muchos llaneros arriesgados que en altas horas de la noche, especialmente, tiraban los animales de Colombia hacia Venezuela. El Paso del Guamo, ubicado a escasos kilómetros del Puente Internacional río abajo, en la vereda de Clarinetero, había sido habilitado con puesto de la autoridad en la orilla colombiana y venezolana. Cada lote de reses que era tirado por allí, dejaba una parte de la ganancia y tan oficializado estaba este negocio, que había tarifa por cada cabeza de contrabando hacia Venezuela. Millares de vacunos ±especialmente los machos de año y medio en adelante± de los hatos araucanos y aún casanareños, fueron traídos hasta la frontera para ser comercializadas hacia el exterior. Una vez en Venezuela, los mautes eran embarcados en grandes gandolas que los remitían a remotos lugares como Maracay, Valencia o Caracas, a donde iban a enterrar el cacho. El viejo Manuel Segundo Ostos para ese entonces, ya empobrecido y como permanecía gran parte del tiempo en el pueblo, era llamado por los contrabandistas para que les ayudara a tirar ganado. Bien recordaba él la anécdota que le sucedió en una de esas madrugadas de brega bajo el resplandor de la luna. Primero estuvo a punto de ser protagonista de un encuentro a bala en la orilla colombiana entre la policía y el caporal del ganado, al no ponerse de acuerdo en lo que tenía que pagar este último. Al fin habían arreglado evitando mayores problemas, pues la peonada estaba sin paciencia después de haber cargado aquel ganado durante tres días seguidos. Después del arreglo, los animales habían sido lanzados al río y auxiliados con canoas, para evitar las pérdidas por ahogamiento. Cuando la animalada estaba en orilla venezolana, les había caído la Guardia Nacional que estaban avisados y por órdenes oficiales, les habían decomisado todo y como si fuera poco, habían sido llevados presos a San Fernando de Apure. El gobierno venezolano pendiente de sus fronteras y con un sentido real de ejercer soberanía, había construido y asfaltado completamente la carretera que vinculaba al Distrito Páez y sus pueblos ±El Amparo, Guasdualito o Periquera± con la vía que venía desde el centro hasta San Cristóbal, capital del Estado Táchira. Este fue el motivo más fuerte que originó la total dependencia araucana de Venezuela. Los vecinos con este 65 instrumento tan importante de desarrollo, fácilmente pusieron a disposición de los nacionales apureños los elementos, alimentos, maquinarias, vehículos y capacidad tecnológica para progresar, mientras la frontera colombiana veía con ojos de envidia lo que los venezolanos lenguaraces hacían, tenían y disfrutaban. Todo viaje por tierra a Cúcuta que era la ciudad colombiana más próxima a Arauca, sólo podía hacerse por vías de Venezuela. Desde entonces los alimentos que consumía la ciudad de Arauca aunque producidos en el Norte de Santander, tenían que pasar por carreteras extranjeras. Y no había otra alternativa. En estos tiempos, el gobierno regional trataba de construir un terraplén de tierra que buscando el corazón de la intendencia, se internaba hacia las intrincadas selvas del Lipa, para ir a morir en esas soledades. Después de construido ese carreteable era imposible transitarlo en época de invierno ya que el lodazal no lo permitía. A esto los gobernantes criollos llamaban carretera y dizque permitiría el anhelado desarrollo de los araucanos. Con el contrabando de ganados hubo un consecuente incremento de la balanza comercial de víveres, vestuario, vehículos y narcóticos. Se intensificó el comercio entre el pueblo de Arauca y los venezolanos. El bolívar alcanzó gran poder adquisitivo frente al peso, lo cual hacía baratos los artículos colombianos como ropa, calzado, alimentos y medicamentos de óptima calidad. Venezolano que viniera desde el centro hasta cerca de la frontera, terminaba llegando hasta Arauca y haciendo compras. Las calles del pueblo se llenaban constantemente con lujosos carros venezolanos que venían a dejar los ³bolos´. Los almacenes de ropa se crecieron y se constituyeron en el más atractivo negocio de los comerciantes radicados en Arauca. El comercio ilícito de la droga tomó auge. Del precario movimiento de uno que otro bulto de marihuana producido allí mismo, se pasó al mercado de la costosa cocaína traída desde El Guaviare y de otras partes. Del monte se había pasado a la nieve. Muchos prósperos comerciantes le sumaron a sus negocios el ilícito de la droga y en menos de nada se convirtieron en multimillonarios, que se daban la gran vida y paseaban de polo a polo conociendo los más atractivos lugares del planeta. Arauca en cuanto a la red internacional de estupefacientes, se convirtió en un punto estratégico, y mucha cocaína exportada pasaba por allí, llegaba a Venezuela y volaba hacia más allá, satisfaciendo el consumo de esas juventudes ricas y desaforadas en placeres, ensueños y libertinajes. Con el cambio en las relaciones económicas, se había pasado de la ganadería como único medio de subsistencia del llanero, al movimiento comercial en donde no era la productividad la generadora de riqueza, sino el intercambio; vino también un nuevo modo de concebir la vida. Las relaciones sociales se modificaron y se pasó de la costumbre de vivir del apellido y los recuerdos, a la de forjarse por sí mismo y por los méritos y tenacidad un futuro a fuerza de trabajo e inteligencia. ³La Sociedad Araucana´ ±la nobleza- fue echada a un lado por la nueva clase emergente que aplicaba el principio liberal de ³el hombre no nace, sino que se hace´. La convicción era, que para hacerse influyente y tener poder, había que conseguir dinero como fuera, pues de los recuerdos no podía vivir ya la decadente ³sociedad araucana´. Los comerciantes empezaron a ocupar los primeros puestos. Ya nadie concebía vivir de la grandeza de que el día del matrimonio le leyera el cura desde la iglesia en altoparlante el árbol genealógico para que todo el pueblo se enterara de que ³se casa fulano de tal, hijo legítimo del señor tal, con la señorita tal de padre tal´, o aguantarse la humillación de que toda la comunidad escuchara: ³se casa fulano de tal, hijo legítimo del señor tal y la señora tal, con la señorita tal hija de padre desconocido´, sino más bien que había que hacer una buena fiesta en donde se debía comer y beber en abundancia y estos gastos ya no se pagaban con el apellido ±tarjeta de crédito entrada en desuso± sino con dinero contante y sonante. Los guates comerciantes eran gente que no le importaba, ³manchar el tuco´. Ambiciosos al dinero y procedentes del interior del país, habían caído por Arauca desde la 66 vida buscando la vida. Primero llegó uno que otro y estos entusiasmaron a amigos y familiares que estaban por allá en malas condiciones, pintándoles lo prometedor de esta tierra. La mayoría iniciaron negocios como ambulantes; luego se hicieron a locales claves en la Avenida Principal. Una vez allí, con abogados y leguleyerías, hicieron prevalecer sus derechos frente a los propietarios y en muchos casos se quedaron con los locales, alegando derecho de posesión, ya que consideraban haber pagado con arriendos el valor de los inmuebles. Ignacia Durán ±hermana de María Antonia± fue una de las personas que padeció esta clase de voracidad. El desarrollo urbanístico del pueblo mejoró notablemente, pues los asentamientos humanos llegados del interior, estaban acostumbrados a vivir confortablemente y una vez consiguieron plata, querían darse comodidades que antes no tuvieran los llaneros de antaño. El adobe y el bahareque fue reemplazado definitivamente por el bloque quemado, producido por la industria venezolana y cucuteña; los techos de palma depusieron su existencia al ser cambiados por el cinc y el eternit. El hierro y el concreto desplazaron al bejuco y al barro. Cuando el comercio con Venezuela llegó a su apogeo, en los solares y patios de antaño se levantaron construcciones confortables y la hilera de casas por la avenida principal se completó y la tierra alcanzó mejor valor. Todas las cosas se encarecieron como nunca antes y todo estaba en función de ser comprado y vendido. El amor al dinero traído por los guates, había contagiado al nativo que antes fuera tan indiferente a estas cosas. De servicios públicos, Arauca no tendría que quejarse. Se habían pavimentado las vías principales y hasta era agradable ver en las mañanas la muchachería dirigirse a los colegios en busca del pan de la sabiduría. Cuando esto, se hizo el primer intento de alcantarillado: miles de tubos y cañerías fueron sepultados a lo largo de calles y carreras y después se justificó que fallas técnicas y topográficas habían impedido que fuera puesto en funcionamiento este sistema de drenaje de aguas negras. El acueducto construido y dirigido por Acuanorte, era para aquel entonces un moderno sistema de tratamiento de aguas, que por varios años dio total cobertura a las necesidades de la existente población. Luis Peranquive fue por muchos años el único mecánico que metió las manos en los remiendos que había que hacer a las plantas de energía, que a pesar de parecer anticuadas, generaban para lo que demandaban las necesidades de alumbrado público y de consumo doméstico. Luego, el gobierno intendencial queriendo prestar un mejor servicio ±el que había era bueno± inició los contratos con CADAFE ±electrificadora venezolana±. Paradógico aquello de los servicios públicos en un pueblo de presupuesto irrisorio, que tenía todo lo que necesitaba su gente, pues después y durante los primeros años de la bonanza petrolera con miles de millones de presupuesto, careció de lo más elemental para vivir acorde con los tiempos nuevos. La educación no estaba a la zaga de lo mencionado y las juventudes contaban con buenos colegios de primaria y secundaria y aunque la población había crecido, ningún muchacho estaba privado del cupo escolar. La capital intendencial tenía ya unos siete establecimientos de primaria y en bachillerato estaban a disposición de las juventudes tres instituciones, una de estas, capacitando a los adultos en jornada nocturna. Además había en el pueblo una Normal que año tras año entregaba a la sociedad araucana, maestros bien formaos en el noble arte de la pedagogía. Los cargos docentes de secundaria que eran ocupados por educadores de Norte de Santander, fue brindando posibilidades a colombianos de otras regiones y la educación se hizo pluralista. ¡Ah tiempos aquellos! Cuando no había contaminado a Arauca la situación de inseguridad que ahora la corroe. Cuando todas las casas, aún las más elegantes permanecían con puertas y ventanas abiertas a todos; cuando la chiquillería jugaba pelotas en cualquier parte de la calle sin ningún temor; cuando las personas iban y venían 67 sin ser atropelladas por nadie. Cuando los borrachitos después de las jaranas, podían dormir en cualquier andén a pierna suelta sin que sus pertenencias se perdieran; cuando no era necesario echar seguro, ni trancar tanto las puertas durante las noches, pues los ladrones no habían llegado todavía. Del inmortal refrán: ³Pueblo pequeño, Infierno grande´, no podía Arauca sustraerse. Conociéndose entre sí los habitantes, es lógico que no faltaran los comentarios que iban de boca en boca de las ciertas o supuestas infidelidades de esposas o maridos insatisfechos. Pero cualquier rastrojo a la hora de la verdad, podía ser utilizado para librar batallas amorosas sin riesgo a perder la vida a manos de maleantes. Los problemas del Eros no iban más allá del chisme y los cuentos jacarandosos con que se animaba cualquier charla en el Parque Simón Bolívar. El Piquetierra fue lugar muy apreciado por esas juventudes ávidas de sexo y aventuras y sirvió de alcoba a más de un adolescente sin plata. Más adelante se convertiría en lugar no de afectos, besos y suspiros de amor, sino en uno de los tantos mataderos de los pobres y desconocidos, por quien nadie reclamaba. Si en esos años se escuchaba que a fulanita de tal había sido llevada al Piquetierra, era porque allí había ido a buscar rendir la especie humana, en cambio después sería un colombiano menos que viviría. Los suspiros de amor serían ahogados por los suspiros de muerte y terror. La fuerza pública de aquel entonces velaba por poner orden en una que otra pelea callejera que fácilmente controlaba a punta de bolillo. Los policías casi andaban desarmados, pues los revólveres no hacían falta y los delitos eran leves y para esto no se necesitaba la violencia ni el trueno de las metrallas, para imponerse a una comunidad tranquila, acostumbrada a vivir en paz y sosiego; entonces los ciudadanos espontáneamente decían lo que pensaban y sentían. La situación política de la región seguía manejándola con exclusividad el dúo liberalconservador, como en cualquier parte del país. Pero por tradición de pueblo llanero, las mayorías eran liberales, aunque compartían parte del ponqué burocrático con el partido azul. Uno de los grupos del partido mayoritario era el portillista, que seguía las orientaciones del representante a la Cámara Daniel Portilla. Este grupo poco a poco, cargo a cargo, había venido ubicándose en las posiciones claves de la administración intendencial y municipal y desde entonces el Representante Portilla ejercía el poder a su antojo, como quien maneja un negocio particular. En los comienzo el dirigente de origen araucano, se había metido duro al mundo de la política y escalando aquí y allá, habíase hecho grande en el Meta y allí tenía seguidores que campaña tras campaña, masivamente lo respaldaban y con los votos de Arauca, completaba para seguir sentado en las oficinas del Capitolio Nacional. Habiendo calado bien en el gobierno y sus artimañas, se hizo experto en el manejo y conservación del poder y para esto como buen político, montó una maquinaria poderosa en su territoriedad. En la capital intendencial casi toda la administración estaba en sus manos: el sector de la educación, las secretarías de hacienda y gobierno. Los jefes municipales los controlaba él y con las otras alcaldías de la intendencia sucedía otro tanto. Si en Arauca era duro el Representante, en las altas esferas de Daínco en Bogotá era más y allí había estructurado su influencia haciendo nombrar cuadros jóvenes de profesionales, a quien él mismo les había ayudado en la universidad, desde conseguirles el cupo, darles auxilios para sostenimiento, hasta ubicarlos en buenos puestos y desde donde ellos trataban de retribuir a su protector. Algunos ministerios tampoco escapaban a su ascendencia. Con este poder el representante Portilla mantenía en la palma de la mano todo el manejo burocrático de los asuntos araucanos y en esta tierra fue visto por largos años, como el gran dirigente liberal que dizque llevaba las inquietudes de desarrollo de la región ante la opinión nacional. Con el manejo político en la provincia y orientando las altas decisiones desde Bogotá, era fácil 68 imaginarse que no harían él y los del grupo. Todos los nombramientos para Intendente siempre llevaban su visto bueno y hasta se llegó a pensar que si alguien quería subir en política y escalar alto, no tenía más posibilidades que pegarse al doctor Portilla. También existían otros grupos liberales como el Bernalismo fundado por el médico Bondadoso Bernal; el Santofimismo y otros más que así como nacían, morían. Algunos observadores aseguraban que los había asfixiado el Portillismo. El conservatismo también tenía tajada en el poder: el Belisarismo, el Alvarismo, los del grupo de Ospina, que aunque pocos numéricamente en Arauca, no obstante influían y metían a su gente colaborando así con la burocracia del Estado y manipulando desde fuera. El partido azul más adelante fue desplazado por los liberales, tal vez debido a tantas intrigas y divisiones internas. Otros analistas aseguraron que el aletazo final lo habían dado quienes en una de las últimas campañas, viendo que tenían tan pocas posibilidades de salir electos, habían promovido el tristemente conocido MIP (Movimiento de Inconformidad Popular) y quienes exhortaron a la comunidad a no votar, puesto que ningún candidato servía, fueron los primeros en mancharse el dedo con tinta roja el día de las elecciones. En esta Arauca que acabamos de ver, era en la que se encontraba José Segundo Ostos: desempleado, afligido y algo frustrado. Primero, los estudios universitarios hasta el momento apenas le habían servido como formación cultural; segundo, después de tanto buscar, se había conseguido el trabajo de almacenista y por haber obrado rectamente, había salido mal librado y sus necesidades seguían. Pero él mismo se daba fuerzas y esperaba en que vendrían mejores tiempos. Los padres le ayudaban a dar ánimos y le decían que tuviera fe en Dios y que siguiera buscando; que por comida y vivienda que era lo que no esperaba, por lo menos no tendría que preocuparse, pues aunque pobres, todos los días levantaban para la yuca y hambre no iba a aguantar. Que afortunadamente había muchas reses que tenían que ser pasadas de contrabando y ahí había trabajo. 69 LAS ELECCIONES En este ambiente de desasosiego se encontraba José Segundo cuando llegó el evento que esperaban los políticos para poner a prueba el temple: las elecciones. Esta vez se trataba de las de mitaca para Congreso, Asambleas y Concejos. En Bogotá las convenciones de los partidos tradicionales habían elegido en recinto cerrado a los respectivos candidatos y aprontaban los programas demagógicos para embutírselos al pueblo y hacerse elegir como siempre. Los caciques del Congreso empezaban a quitarse el saco y la corbata para volver a sus regiones, las que habían dejado cuatro años atrás con las mismas promesas y esperanzas. Volvían a la provincia a cobrarles el favor a los empleados que habían hecho nombrar y nuevamente a poner a consideración sus nombres para la reelección. Se repetía el drama de la democracia. En las andanzas de desempleado, José Segundo se había encontrado con antiguos compañeros de estudios. A algunos les había tocado trabajar de obreros o en lo que les salía; otros se habían ubicado en puestos de segunda y vivían del sueldo, bregando con los políticos de un bando y del otro. Luis Méndez era uno de aquellos compañeros de secundaria. Con él habían congeniado espontáneamente, ya que eran personas afines; ordenados, serios en sus cosas y tesoneros en los ideales. Él no había podido continuar estudiando después del bachillerato por falta de recursos, y como tantos después de algún tiempo, decidió casarse y ahí se las había visto a medias con el hogar. José Segundo lo visitaba a diario en la modesta oficina en donde ejercía como portero del hospital y allí, aquel le daba alientos para que no desfalleciera por los reveses de la vida ±de desempleado± y una que otra vez le había ayudado económicamente. Ostos agradecía su amistad desinteresada. Luis le había dicho a José Segundo que la forma más efectiva para ubicarse a trabajar era aprovechando la campaña política que en esos momentos comenzaba. Él le había manifestado que si tenía a bien, lo ponía en contacto con algunos de los amigos del grupo al que pertenecía. El pobre Luis no se había librado de estar matriculado al grupo Portillista, y sus padres por tradición le habían infundido respeto y admiración por el Representante al que consideraban el único político importante de la región y al que había que apoyar en nombre de Arauca y para orgullo de esta tierra. Al haber terminado la secundaria el partido rojo lo había colocado allí y como buena persona, había trabajado con rectitud en lo suyo y al colaborar con todas las personas y con los superiores, no lo habían dejado mover del cargo. No significaba lo anterior que a Luis lo mantuvieran allí los copartidarios, sino las buenas condiciones de trabajador, pues al contrario, en más de una oportunidad habían querido sacarlo, ya que en las campañas políticas sólo daba el voto y no era un individuo sectario ni dogmático, como la mayoría de los demás Portillistas. Aceptaba que la política era la que mandaba, pero debía ejercerse con honestidad y justicia. Por defender estos principios había tenido más de un encontrón con otros del mismo grupo y si continuaba como portero, los mismos copartidarios no le habían permitido ubicarse en un mejor cargo, pero ahí continuaba y se sentía satisfecho con su labor. Aquella mañana bien temprano Ostos ya estaba acompañando al amigo Luis, cuando venía entrando al hospital un señor de unos 35 años, de aspecto fornido y estatura baja. 70 Venía charlando animadamente con dos personas más y bajo el brazo izquierdo apretaba una agenda. Al llegar a la puerta se dirigió a Luis: - ¡Hola mi amigo Luis! ¿Cómo le va? - ¡Muy bien doctor Helí! Yo aquí como siempre, mirando entrar y salir gente. - Menos mal que su trabajo si es bastante suave, en cambio a nosotros los políticos nos toca tan duro y en esta época peor. - No crea doctor Gutiérrez, este trabajo es aparentemente suave, pero de mucha paciencia. Yo por ejemplo anoche me pasé toda la noche sin dormir pues era mi turno y vea qué horas son y todavía estoy aquí. - Verdad, todas las labores tienen su más y su menos. A propósito de trasnocho, yo también casi no pude dormir anoche, pues como te debieron haber contando, hicimos la reunión con los distintos dirigentes del grupo y ya estaba bien entrada la madrugada cuando estuvieron de acuerdo en que fuera yo el Director de la campaña en la Intendencia. Ya verás que es una gran responsabilidad para mí y no los voy a defraudar. ¡Tenemos que sacar adelante esta campaña y salir victoriosos! ¡No es la primera vez! ¡Por algo somos los mejores! - ¡Doctor Helí, quiero presentarte a este amigo!. El dispone de tiempo y puede serte muy valioso, Además es profesional y está desempleado. Hechas las presentaciones del caso, todos se involucraron en saludos y a los pocos minutos Gutiérrez y sus acompañantes hablaban con gran confianza a José Segundo: - Hombre, en estos precisos momentos es que lo estamos necesitando. Usted nos hace falta ¿Verdad que no tienes trabajo?. - Ciertamente, en estos momentos estoy vacante. Hace algunos meses me nombraron como almacenista y cuando le había cogido el ritmo al asunto, tuvimos algunas desavenencias con el señor Alcalde y bueno como ya ven, me tocó retirarme o más bien me retiraron. - Yo creo haber oído algo de tu caso ±dijo Helí± pero a eso no le pongas cuidado, con nosotros vas a salir adelante y te prometo que te haré colocar bien; como lo mereces. Mañana te espero en la casa sede de campaña y hablamos con más calma. Allá te voy a presentar con mis otros coopartidarios de lucha; con ellos determinaremos en qué comité vas a trabajar y cuáles serán tus funciones en esta dura brega que estamos comenzando y que sea como sea, sacaremos adelante pues por algo Arauca es Portillista. Acto seguido, Helí Gutiérrez y los otros dos se despidieron efusivamente de José Segundo y Luis. - Ya te había dicho Segundo, para colocarse a trabajar toca halarle a la política. - Aunque nunca he trabajado en esto, creo que no tengo alternativa a escoger. Haré campaña al lado de estos amigos pues necesito trabajar en algo para ayudarme a mí mismo, ayudar a mis padres y a la vez colaborar con Arauca, que sigue estando muy atrasada. - De ayudarte y ayudar a tu familia las veo muy factibles, pero tu tercer empeño es difícil, de acuerdo a como los políticos criollos y los llegados de otras partes han venido manejando los asuntos públicos aquí en Arauca. No creas que la cosa es fácil; aquí por todas partes no se ve más que sinvergüenzura, inmoralidad y corrupción administrativa. - Pero es imposible que todos los funcionarios sean corruptos. - Claro, no hay que irse a los extremos, y es justo reconocer que existen personas correctas, firmes y de carácter a quienes no los tienta el amor al dinero y la riqueza mal ganada. - Entonces al lado de esa gente correcta hay que estar para sacar esta tierra adelante. - Eso es difícil. Recuerda lo que me contaste del Alcalde. - Ese es un viejo bellaco. 71 - Bellaco y medio. Aquí en Arauca todo el mundo conoce sus correrías y cínicamente dice que nadie le podrá comprobar nada ilegal, ya que todo se ajusta a las leyes escritas. - Pero ¿y por qué no se denuncia esto? - Hasta ahora no ha habido quien se pare en la raya y haga las acusaciones ante la Procuraduría y la Contraloría. Quien ha querido decir algo, le han dado su participación y se ha callado la boquita y el círculo vicioso ha continuado. - Pero no debemos seguir así con esta vagabundería, cada vez veo con más claridad el verdadero motivo del atraso de Arauca. - Cuando entres a participar más en vivo dentro de la administración pública, vas a encontrarte con peores cosas. - ¡Qué barbaridad esta!. - Amigo Segundo, no sigamos sufriendo por los males que nosotros no hemos causado. Más bien cambiemos de tema y volvamos a lo inmediato que es lo que más nos interesa. Como decía al comienzo, ya estás conectado con la persona clave para lo de tu empleo. - En realidad me voy a meter con todos los hierros en esta empresa, puede ser que una vez dentro del gobierno, las cosas no sean tan negativas y haya oportunidad para servirle a Arauca. - Ojala y así sea ±asintió Luis, dándole aliento y a la vez por cambiar la conversación. Bien temprana la mañana, José Segundo se encontraba rumbo a la casa Portillista a cumplir con la cita. Estaba cerca de allí, cuando una algarabía de personas de todas las edades y sexos charlaban en voz alta a la entrada de una casa vieja, apachurrada por los años y cuyas paredes externas e internas estaban completamente pintadas de rojo. El único escritorio ubicado en una esquina del salón principal, había sido tapado con afiches que contenían la fotografía del representante. Cruzando la calle, atareados, se encontraban cuatro hombres bregando a colgar de lado a lado, un inmenso pasacalle en tela blanca, donde se había pintado en rojo vivo, un rostro sonriente del Representante al lado izquierdo y a la derecha unas gigantes letras con el mensaje: ³Vote por Portilla´. José Segundo se acercó a la puerta y preguntó por el señor Gutiérrez. - ¿Cuál de los tres? ±preguntó alguien que se encontraba de espaldas a la entrada principal y que hacía que veía los afiches pegados sobre el frente del escritorio. - Pues no sé cuál de los tres será. ¡Ah ya recuerdo...! creo que es el Director de la campaña. En esos momentos el que estaba de espaladas se había vuelto y miraba al recién llegado con alguna curiosidad. - ¿Para qué lo necesita? ±inquirió tratando de descubrir el motivo de la visita del desconocido. - Vea señor, quedamos de vernos aquí para hablar sobre la campaña y otras cosas personales. - Mire, él no está en estos momentos, pero no demora, puede esperarlo. La charla animada que encontrara Ostos a la llegada y que su presencia había cortado, volvió a reanudarse. Alguien dijo en voz alta para todos: ±Tenemos que ponernos las pilas, no nos vaya a coger la delantera la otra gente, pues ya nos metimos en esto y la pelea es peleando. Tenemos que ganarles de mano y comenzar la agitación de una vez en la sabana. - Esa es la verdad ±dijo otro que hasta ese momento había estado en silencio, y continúo: ±las vainas son diciéndolas y haciéndolas. Claro que si no nos habíamos organizado bien es porque no se había escogido el Director de la campaña. Menos mal 72 que el Representante aunque no se presentó anteanoche a la reunión, llamó desde Bogotá y dio el consentimiento de que Helí fuera nombrado Director. - ¿Cómo han estado las cosas por aquí? ±dijo una voz conocida a todos. Se trataba de Helí Gutiérrez, que acababa de entrar. - ¡Ah ya está usted por aquí! ±agregó, dirigiéndose a José Segundo. - Si señor, cuénteme cómo le ha acabado de ir a usted ±dijo el aludido. - Digamos que bien para no preocuparlo. Con la seguridad de un canchero de la política, el Director de la Campaña presentó a Ostos a todos los demás que se encontraban allí, haciendo énfasis en que éste era un compañero más que iba a colaborar con la causa, era hombre de bien y profesional universitario. Todas las miradas recayeron de nuevo sobre el advenedizo. - ¡Pedro, Pedro... venga! ±dijo Helí, llamando a uno de los que se encontraban agrupados a la entrada de la casa sede. - Si Helí, ¿qué se te ofrece? - Mira, este es un amigo que ha venido a acompañarnos en la lucha ±dicho esto lo presentó de mano con su amigo. - Pues a decir verdad, en estos momentos es que estamos necesitando gente y ojala sea buena. Como ve, estamos iniciando la campaña con todos los hierros y trabajo es lo que viene. Claro está que el éxito vendrá en la medida en que todos metamos duro el hombro, pues de lo contrario lo contendores nos dan en la cabeza y entonces nos envainamos. Dicho lo anterior, Pedro López pidió disculpas a Ostos y llamó aparte a Gutiérrez y le preguntó rápidamente que quién era el recién llegado. Helí le explicó brevemente de quien se trataba. - Oiga, este no fue el tipo que le hizo una mala jugada al Alcalde. No se nos olvide que el viejo es amigo y compañero político; además que él va a obligar a los empleados a hacer política y el que no colabore abiertamente lo echa del puesto y para el próximo período no lo nombra, ni nombrándolo. - Si ya he oído a varias personas de los nuestros con el mismo cuento. Claro que este tipo es profesional y eso le da caché a la campaña. - De todas formas falta sí nos hace, y mucha. ¡Qué carajo, vinculémoslo! Si más adelante no nos sirve, pues no le damos participación y con eso arreglado el problema. En vez de que pase a hacernos oposición, es mejor que nos ayude. De nuevo los dos se le unieron a José Segundo y con aire de entusiasmo le dijeron que a partir de ese momento podía considerarse portillista y que a trabajar se había dicho. Eso sí, le reforzaron una vez más, que el triunfo y los beneficios estaban dados en la medida del trabajo que se hiciera, ya que la campaña tenía que hacerse para ganarla. Que en Arauca ellos eran la mayoría pero que esta ventaja se mantenía, gracias a la brega y al tesón, pero que siendo así, ninguna contienda política debía verse a nivel interno con sentido triunfalista ya que la democracia del voto era muy engañosa. Que eso sí, de salir electos y bien librados, le prometían un inmediato nombramiento en la repartición de los puestos. Pedro López era uno de los fundadores del portillismo en Arauca y siempre había trabajado duro al lado del Representante, lo que lo había convertido en persona de suma confianza del político parlamentario. Pedro había ocupado varios cargos en la administración pública, pero en los últimos años se le había dado por ser miembro del Concejo Municipal y en los comicios a Corporaciones Edilicias, aparecía su nombre en primer plano. Ducho en la política, había aprendido que el Concejo, que parecía un cargo puramente representativo y honorario, bien aprovechado permitía apoyar o rechazar proyectos de acuerdo para obras, contratos, auxilios, que él y su maquinaria, sagazmente 73 encaminaban hacia determinadas personas o firmas, previa garantía de un porcentaje de comisión. La mayoría de compañeros de Pedro López andaban en las mismas, no representando los intereses comunitarios, sino bregando a mal repartir lo poco que había en el tesoro público. Aunque López no tenía ningún cargo en la campaña que se iniciaba, en realidad tenía más autoridad que el mismo Helí Gutiérrez y por eso le habían tenido que consultarle sobre la admisión o no, de José Segundo. Helí Guitérrez era abogado de profesión y araucano. Habiendo estudiado derecho en la Universidad Libre de Bogotá, en los comienzos de carrera logró algún liderazgo entre los compañeros de facultad. Las ideas marxistas le volvieron agitador y vocero de los compañeros ante los catedráticos y directivos del claustro, pero en los últimos semestres se había relacionado con algunos profesionales araucanos y sin darse cuenta, se había matriculado en el portillismo. Cuando los antiguos colegas le recordaban qué había pasado con las ideas de izquierda, jacarandosamente respondía que lo de antes era cosa de muchachos y que además, los abogados honrados estaban condenados a morirse de hambre y que él como tal prefería seguir viviendo. Una vez terminó los estudios de jurisprudencia, queriendo seguir en Bogotá, montó con otros abogados primíparos un bufete, pero no habiéndole dado resultado y conociendo al Representante Portilla, había preferido venirse a su tierra natal, no con la finalidad de litigar, sino de hacer política detrás de los puestos burocráticos. El Representante le tenía alguna confianza y por eso desde Bogotá con una llamada, le había manifestado a sus hombres de confianza ±Pedro López y otros± que podían nombrarlo como Director de la Campaña en la Intendencia. Con esta responsabilidad encima y en coordinación con Pedro López, Leovigildo Peroza, Pancracio Cogollos, Antonio Bermúdez y otros, había estructurado el programa a cumplir durante la campaña. Todas las actividades giraban en torno al Director, quien era el encargado de coordinar las acciones a seguir por parte de los comités. Estos eran: el de finanzas, el de propaganda y el ejecutivo que a su vez tenían sus ramificaciones, que hacía más extensa la red de personas que participarían en la consecución de los votos para el momento de las elecciones. El Comité de Finanzas era clave en la campaña y tenía por función, costear los gastos ocasionados por cualquier concepto. Pero para gastar, primero había que tener con qué; por esto, el tesorero que era la cabeza del comité, estaba en la obligación de promover recolectas en dinero entre los adeptos y amigos del grupo, recibir aportes en especies como papelería, reses, etc., y coordinar con el Director, todos los ingresos y egresos acarreados. Por lo anterior, Helí tenía que seguir de cerca los movimientos que hiciera el tesorero Pancracio Cogollos. El Comité de Propaganda era el encargado de promover por todos los medios la candidatura del Representante, los Consejeros Intendenciales y los Concejales Municipales postulados en las listas del mismo grupo. Este comité estaba conformado por los más ágiles agitadores, encargados de meter el pecho duro frente a la población votante y convencerla por medio de la publicidad. Para esto no escatimaban esfuerzos, ideas y artimañas; desde la redacción de comunicados a la opinión pública, dibujos de afiches, vallas, carteles, pancartas, marcada de camisetas, hasta la transmisión de mensajes radiales. Todo cuanto ayudara a la divulgación y promoción de los nombres de los candidatos del grupo, era bienvenido para este comité. A más de un descamisado lo pusieron a estrenar franelas con la sonriente cara triunfal del Representante Portilla. Este comité era el encargado de coordinar todos los recorridos de los candidatos por el territorio intendencial, a recordarle a la llanerada que había llegado el momento de reelegir al representante Portilla ±orgullo de Arauca± y que todo buen araucano era el que votaba por Portilla. Después de estas consignas sentimentalistas, iban las promesas banales de siempre: que el parlamentario estaba haciendo lo posible en el Congreso para que le aprobaran un proyecto de Ley que favorecía mucho a Arauca; que había 74 conseguido ya unos buenos millones para auxilio a estudiantes de la región, pero que si no salía reelecto, estos dineros serían arrebatados por los otros representantes; que ahora sí la carretera al interior era un hecho, pero si Portilla seguía en el Capitolio Nacional; que había el proyecto de construirles el puente y la escuela que tanta falta les hacía; que las vías de penetración hacían falta y bla... bla... bla... Era el cuento de siempre; promesas de cumbiambera. Pero esa era la democracia y el pueblo elector seguía apoyando a los de siempre. En la medida en que esto se lograra, el Comité de Propaganda lograba sus fines trazados y esta responsabilidad había sido asignada a Leovigildo Peroza, que era experimentado en proselitismo. El último de los comités de campaña era el Ejecutivo, que estaba bajo la tutela de Antonio Bermúdez. Este era el comisionado de las relaciones públicas; de conseguir el apoyo de las personalidades y gente distinguida y clave; de hacer en concordancia con el Director de Campaña, las coaliciones o uniones convenientes con otros grupos que garantizaran votos y de tratar de manejar los asuntos por lo alto. Para poner a prueba el coraje de frentear al público, Ostos fue asignado al comité de propaganda y como tal, debía trabajar para éste con todas las fuerzas y energía; por lo tanto dedicarle todo el tiempo a la redacción de oficios, dibujos, diagramación de vallas, carteles y propaganda escrita y radial. Como se trataba de promocionar y dar popularidad a los candidatos, José Segundo concibió la idea de editar un periódico para sacar a la luz pública las inquietudes del grupo político. Para la financiación de este medio informativo no había problema y apenas él dio la idea, Leovigildo la transmitió a Helí, quien la recibió con gran beneplácito. Los dirigentes coordinaron acciones con el señor Alcalde y otros funcionarios de la administración quienes se comprometieron a publicar avisos, edictos oficiales y otra propaganda inoficiosa, que sirviera para pagar los costos de la impresión. Con esta iniciativa, Ostos se anotó buenos puntos ante el grupo portillista. La idea llegó hasta el doctor Daniel Portilla quien le mandó un telegrama felicitándolo y ofreciéndole todo el apoyo para sacar adelante este medio noticioso impreso, a la vez que recomendaba fuese llamado ³El Araucano´ para tocarle más hondo el corazón a las gentes de la región, en la campaña proselitista. Pasaron los días y cada uno de los comités y sus integrantes tenían que presentarse en la casa sede de la campaña todas las mañanas, a recibir instrucciones por parte del director y de los otros líderes, sobre las tareas del día. El entusiasmo y las expectativas crecían con el paso de las horas, tanto para los políticos como para la ciudadanía electora. Carros con altoparlantes iban y venían por las calles de la ciudad y en especial por las más marginadas, ofreciendo a los candidatos y alardeando con los programas de gobierno en caso de salir electos. Los candidatos de menos opciones a triunfar terminaban uniéndose a otros a quienes días antes habían insultado y les habían sacado en cara los malos manejos y chanchullos de administraciones pasadas. Y ahí seguía el asunto. Ostos y los otros del comité de propaganda, visitaban asiduamente los barrios de la ciudad capital; hacían reuniones que supuestamente eran promovidas por los mismos vecinos del sector. Les hablaban de las obras públicas que se pensaban hacer para mejorar el nivel de vida del barrio; les hacían hincapié en que el único representante que merecía absoluta confiabilidad era el Representante Portilla al ser hijo de esa misma tierra; a los más necesitados les prometían una que otra volquetada de tierra de relleno para sus lotes, de manera que no sufrieran inundaciones en inviernos próximos. En este comité el que tomaba la vocería en público era el mismo Leovigildo; José Segundo era incapaz de empeñar la palabra en falso. El Jefe del Comité siempre decía frente a las vacilaciones de Ostos, que se pudiera cumplir o no, a las gentes había que ofrecerles; esa era la única manera de motivar al sufragio, pues de lo contrario, la democracia no caminaba. Los ganaderos ±la mayoría portillistas por tradición y sentimentalismos± daban aportes en especies, esto es, 75 obsequiaban una que otra res para sacrificarla cuando consideraran necesario. Y esto sí era importante, pues una manera tradicional de ablandar la conciencia política es con comida. A toda reunión importante, había que sumarle algo que hiciera estimulante la jornada y que más que la exquisita ternera a la llanera, acompañada con uno que otro litro de aguardiente Extra. Donde había carne, había público que la consumiera y como en política muchas veces las personas toman las cosas a son de broma y juego, así mismo se van comprometiendo y el día de las elecciones debían pagar con el voto. La campaña se dio en todos los sectores de la sociedad. A todos se les invitó a respaldar la candidatura del representante Portilla y su grupo: a los pequeños y grandes comerciantes, a los ganaderos, a los profesores, padres de familia, empleados y desempleados, a los choferes y volqueteros, a los matarifes, a los obreros, a los pescadores y en general a toda la llanerada y guatada. A unos los convencieron bajo la presión de la necesidad; a otros mediante la manipulación de los sentimientos: Portilla es de Arauca, Portilla es llanero como nosotros. Llegaron las elecciones y la población votó masivamente respaldando al de siempre. Portilla fue reelegido para continuar con la curul en el Capitolio Nacional. Las otras agrupaciones políticas que siguieron orientaciones liberales o conservadoras, una vez más habían sido arrolladas por las mayorías portillistas. Después de las elecciones vino el reparto burocrático. Desde Bogotá y con el visto bueno del congresista triunfante fue nombrado el Intendente Nacional. Quienes habían participado arduamente en la campaña ya habían sido ubicados en los cargos. El Alcalde, ratificado en el puesto y los portillistas activos desplazaron a otros que no lo eran. Algunos funcionarios hasta se dieron el lujo de cambiar de cargos y todo siguió como antes. Después de la tempestad viene la calma. José Segundo, si antes estaba pobre, ahora estaba peor. Los compañeros de comité se ubicaron y como el motivo de la amistad había desaparecido, se hacían los de la vista gorda. Ya cansado de esperar su oportunidad, Ostos se atrevió a visitar a Helí y recordarle que él todavía seguía sin nada y hasta más pobre que antes. El director de campaña se sintió muy extrañado: - ¡Cómo así! ¿Usted todavía no tiene trabajo? - No, amigo Helí. Yo he estado esperando y estoy muy necesitado. - ¡Caramba, usted cómo que se durmió! ¡Yo creo que ya es tarde! ¡Por qué no me había dicho antes! Sin embargo usted trabajó duro y no se puede quedar por fuera. Vámonos inmediatamente a hablar con el Intendente y esperemos que quede algún puesto bueno como para usted, pues bien merecido lo tiene. 76 LA SEGURIDAD SOCIAL Cuando Helí Gutiérrez y José Segundo Ostos llegaron al despacho del Intendente, había un ejército de necesitados que esperaban desde hacía varias horas y urgían obtener una entrevista con el Jefe del Ejecutivo Regional. Unos bostezaban, otros hacían comentarios sobre los últimos nombramientos hechos; algunos más, sentados sobre los pocos asientos disponibles fingían dormir, pero en realidad estaban muy pendientes de los comentarios de quienes hablaban. En todos había algo de común: ninguno manifestaba con veracidad el motivo de su visita. Unos habían venido a pedir empleo, otros a hablar de contratos o negocios. Ninguno se atrevía a sincerarse con los otros, temiendo ser desplazados. Ellos en el fono se veían como competidores entre sí, como enemigos temporales puestos por la vida en esa carrera en donde el más vivo y astuto es el que persiste. En donde la sinceridad nada vale y al contrario, puede perjudicar, pues la competencia no es leal sino soterrada. - ¡Hola Lupita! ¿Cómo estás? Cuéntame, estará el doctor ±dijo Helí una vez pudo colarse por entre los presentes y estar cerca a la secretaria. - ¡Bien« gracias doctor Gutiérrez! El Doctor está, pero en estos momentos está reunido con el doctor Leovigildo. Me dijo que trataría un asunto muy importante con él y que si alguien llegaba, que lo esperara. - Lupita, precisamente teníamos a esta hora una reunión entre los cuatro ±y volteó a mirar maliciosamente a José Segundo, que estaba callado± sigamos que nos está esperando. Sin más ni más, empujó la puerta y siguió adentro haciéndose acompañar de Ostos. Los saludos adentro no obstante el ruido del aire acondicionado de la oficina, fueron tan efusivos, que hasta afuera llegaban. - ¡Hola mi doctor López! ¿Cómo le va? ¡Caramba, qué bueno que sea usted el Intendente! No me canso de repetir que ha sido la mejor designación que Bogotá ha hecho para Arauca. - Me alegra mucho verlo por aquí doctor Gutiérrez. El doctor Portilla me ha hablado muy bien de usted; me contó que era uno de los grandes luchadores de nuestra noble causa política y que en estas elecciones había metido el pecho duro en la brega, logrando salir airoso. - ¡Qué pena doctor! No le había presentado a este buen amigo, él también hizo campaña con nosotros. El estrechón de mano no se hizo esperar y José Segundo automáticamente quedó vinculado a la conversación. - Por aquí la campaña estuvo dura ±intervino Leovigildo± hasta nos tocó unirnos a otros grupos. O más bien, los absorbimos ya que nosotros somos los principales. Como los bernalistas estaban muy duros y habían hecho mucha propaganda ofreciendo becas, auxilios y obras públicas y hasta se unieron a los santofimistas, entonces nosotros hicimos coalición con los conservadores. Oiga doctor López y a propósito de este grupo, ya he oído a uno que otro hablando mal del gobierno y se quejan de no haber recibido suficiente participación en el poder. - Ahora que me recuerda a los conservadores ±manifiesta el Intendente± esta mañana estuve hablando con el jefe en Bogotá y me decía que era bueno que le diera una secretaría a los godos para que no molestaran y otra para los que nos siguieron en 77 votos; que lo demás podíamos tomarlo nosotros. En estos momentos ya he hecho todos los nombramientos y en el municipio he ratificado al Alcalde y le he dejado libertad para que él escoja, nombre o destituya a quien considere necesario. Al fin y al cabo él está muy bien recomendado por el jefe y conoce de la región más que yo. Helí Gutiérrez en ese momento tomó la palabra, aprovechando la oportunidad de que hablaban de empleos. - Precisamente Doctor López, venía a pedirle el favor a ver si nombra al amigo José Segundo Ostos, el trabajó duro al lado de nosotros y necesita una oportunidad. - ¡Caramba! Como les decía hace un momento, los puestos ya están repartidos; es decir, pensando en un cargo como para el amigo. Sin embargo déjeme pensar un momento a ver qué puede quedar. El Intendente agarró un lapicero que estaba sobre el escritorio, se movió en el asiento echando el cuerpo hacia adelante; colocó los codos sobre el vidrio y empezó a dar golpecitos con la punta del esfero mientras pensaba. Su mirada estaba perdida en el cielo raso; de pronto incorporándose dijo: - ¡Ya está resuelto el problema! Me toca echar al actual Director de la Caja de Seguridad Social y entonces le damos ese puesto a usted. ¿Qué le parece? Esa es la única oportunidad y ya sabe del esfuerzo que me toca hacer para poderlo ubicar a usted... ¡y eso por tratarse de usted! En esta última expresión el Intendente subió y bajó la voz, haciendo énfasis en el supuesto sacrificio que le implicaba complacer a un coopartidario. José Segundo no hizo ninguna observación sobre lo que le dijera el Intendente, pero cotizó en un instante las decisiones del gobernante, su cinismo y desconsideración. Pensó que de pronto estaría a punto de quitarle el pan a la familia del director actual. Estuvo a punto de rechazar la oferta del Intendente pero ³la necesidad tiene cara de perro´. Pensó que sirviendo con honestidad y sentido de servicio, compensaría en parte el daño hecho. Él se ubicaría a costillas del desempleo de otro. Qué ironías de la vida: él, que nunca pensó hacerle daño a nadie, terminaría despojando a otro indefenso y todo por la maldita lucha de la subsistencia. Valoró en esos momentos la miseria humana y la injusticia. El Intendente en ningún momento había mencionado el hecho de que el Director a quien pensaba echar del puesto para dárselo a él, hubiera faltado a las obligaciones del cargo. Todo obedecía a la necesidad de ubicar a uno de la rosca, en este caso él. Todo era tan rápido, triste y bochornoso, pero era la realidad a secas. Él y sus necesidades estaban sirviendo de instrumento de la vanidad del poder del politiquero. La charla se prolongó por media hora más, después del ofrecimiento del Intendente. No eran todavía las doce del día, cuando el Doctor López miró parsimoniosamente el reloj y dijo: -¡Huy qué tarde es! ¡Salgamos ya! ¡Es hora de almorzar! ¡El poder es muy bueno, pero a veces es agotador. Hoy solo atendí, además de ustedes, a dos personas más, eso sí muy buenas compartidarias. ¡Qué cansado me siento! Menos mal que nadie puede impedir que me vaya a comer y a dormir por lo menos hasta las tres. Por algo soy quien manda y el poder es para poder. Bueno ¡vámonos ya! Diciendo esto último, se levantó, cerró con seguro el escritorio e invitó a los acompañantes a seguirlo. Al pasar frente a la secretaria, se acercó y le dijo: ±Infórmele a toda esta gente que tal vez hoy no los pueda atender, pues con estos señores estamos estudiando un proyecto importantísimo para someterlo a consideración del Consejo. José Segundo sentía cada vez más asco y repugnancia por quien estaba a punto de convertirse en su jefe. El cinismo, la mentira, la desvergüenza para decir las cosas así, decían claramente quién era López. Algunos de los necesitados que habían estado esperándolo toda la mañana, quisieron arribarlo para en un intento desesperado, contarle mientras caminaba, los motivos de la anhelada entrevista, pero él inflexiblemente manifestó que ahora no era 78 posible, pues las cosas había que hablarlas con calma y que más luego con mucho gusto los atendía a todos, puesto que para eso estaba en el gobierno, para darle solución a los problemas de los ciudadanos. Una vez había quedado solo con quienes estaban en la oficina dijo: - Algunas veces toca darle caramelo a la gente, pero que más. No puede uno atender y arreglarle el problema a todo el mundo. Además uno tiene sus buenos amigos, como en el caso de ustedes y toca destinarles el tiempo y de veras ayudarlos; la política es un negocio recíproco; ustedes trabajaron en la campaña, es decir, sembraron, pues ahora tienen el derecho a recoger. Por si poco, les apuesto que de esos que estaban esperándome, habían quienes votaron en contra nuestra y por eso ahora que se jodan. Así es la vida. Pero bueno dejemos eso ya, vamos a lo que nos interesa. - José Segundo si a usted le parece bien la oferta que le he hecho, me avisa de una vez para apartarle el puesto y nombrarlo mañana mismo; usted comprenderá que tengo muchos amigos. No demora en llegar otro compartidario a pedirme otro puesto y sólo queda ese. Esta misma tarde declaro insubsistente al actual director. Leovigildo, Helí y José Segundo, acompañaron al gobernante hasta la Casa Intendencial. Cándido López era médico de profesión. De raíces araucanas, había estudiado la carrera en la capital y desde años atrás tuvo contactos y amistad con el Representante Daniel Portilla. El congresista le había insinuado que se metiera a la política, al considerarla el mejor oficio de los existentes hasta ahora. Lo afirmaba él, que con ella había obtenido lo que ninguna otra profesión daba: salud, dinero, amor y poder, para satisfacción del ego. Aunque el médico López ejerció su profesión en los primeros años en la capital, con resultados económicos regulares, una vez había probado un buen cargo público, se había convencido plenamente de lo que le dijera Portilla. Como fuere uno de los tantos médicos que estudian no para servir a la humanidad prolongando la vida del prójimo o aliviando los dolores de las enfermedades, veía compatible ser Doctor en medicina y participar de la burocracia. Desde entonces enrolado con los políticos capitalinos, había saltado de ministerio en ministerio. Los vínculos con Dainco y Portilla eran muy estrechos, lo que le facilitó el nombramiento como Intendente Nacional y allí estaba. Cuando joven fu un hombre enérgico, pero el asiento de las oficinas y la longevidad burocrática le habían hecho crecer una prominente barriga que lo obligaba a caminar despacio. Obeso, alto y cabellos parados como las crines de un mulo, le daban cierto parecido a Don pancho ±el personaje de las comiquitas del diario ³El Tiempo´±. Al siguiente día por la tarde, Ostos se posesionó ante el mismo Intendente Cándido López, que una vez le hubo tomado el juramento de rigor en su despacho, le dijo en son de chanza: - Mi amigo Ostos, está usted formando parte del gobierno y ojalá sea leal con él y sus representantes. Esto no quiere decir que le esté pidiendo santidad, y al contrario, me gusta la gente que trabaja y deja trabajar. Le deseo éxitos y logros satisfactorios. Sacrifíquese por la patria y las instituciones republicanas, pero no olvide hacer los suyo, pues estos cargos no se los escrituran a nadie. Puede por lo tanto irse a encargar de la oficina; yo llamo enseguida y lo presento por teléfono con la secretaria y los otros funcionarios. Le advierto eso sí, la mayoría de los empleados son nuevos; usted comprenderá que tengo muchos compromisos. Sólo quedaron y deben continuar ahí, el tesorero a quien me han recomendado desde lo lato y la secretaria habilitada. Estas dos personas me las deja quieticas; al tesorero por lo que acabo de decirle y a la secretaria porque ella es la persona que conoce el manejo de esas oficinas y si la retiramos, los perjudicados seríamos en primer lugar usted y en segundo lugar yo y la administración se iría a pique y nadie sabría hacer las cosas bien. Además, ella es quien le va a enseñar a usted acerca de la manera como hay que proceder y actuar; puede ser que más adelante 79 la podamos botar, pero ahora la necesitamos. Será hasta más luego y me está informando de los asuntos. José Segundo se despidió más desilusionado que antes. Las expresiones: ³trabaje y deje trabajar... sacrifíquese pero haga lo suyo...´ las entendía y sabía por experiencia las implicaciones que podrían venir de allí. De todas maneras se dijo para sus adentros: ³Si estos políticos son así que lo sean, yo haré las cosas a mi manera y pensando en Arauca´. Con estos firmes propósitos se presentó a la sede de la Caja de Seguridad Social, donde lo esperaban entre azorados e inquietos, los empleados que estarían bajo su dirección y mando. Quien estaba muy seguro y serio, era el tesorero Máximo Galindo. Desde aquel día comenzó en la vida de Ostos una experiencia nueva. Como director de la Caja, estaba encargado de velar por la seguridad social de los empleados públicos y oficiales, tanto en el ramo de la salud, como en el de las prestaciones. Su cargo dependía del despacho del Intendente y por tanto él era su jefe inmediato. Era un puesto de confianza del ejecutivo y por tanto de libre remoción. Por allí pasaba un director distinto toda vez que había cambio en el gobierno intendencial. Manuela Quenza era desde años atrás, la secretaria habilitada de la Caja y su experiencia, conocimiento y manejo de la entidad, era clave. Mujer de contextura fuerte, pelo ensortijado; su tez acanelada, añadida a una palidez que no podía ocultar ni con los mejores rubores de Max Factor, le imprimían el estilo personal externo. Su carácter oscilaba entre la extrema atención ±cuando estaba de buen genio± y la grosería y altanería cuando se había levantado con el pie izquierdo. Algunos de los afiliados que padecieron los excesos de la mujerona, decían con un poco de humor que a esa secre... lo que le hacía falta era un marido de esos bien machos. Y tal vez no se equivocaban mucho, pues Manuela rayaba los treinta y tantos años y no se le conocía novio. Al asumir el cargo, José Segundo llamó a Manuela y le manifestó el deseo de enterarse de los pormenores de lo que había que hacer en la Caja. Durante algunos días estuvieron entre ambos, revisando multitud de documentos, cuentas de cobro, solicitudes de los afiliados... luego pasaron a las funciones que cada uno de los empleados debía cumplir en su cargo; después se reunieron con el tesorero, e hicieron un breve inventario del dinero con el que contaba la Caja en esos momentos. El balance de cuentas determinó enseguida un déficit millonario. Finalmente reunió a todo el personal y en una charla amigable, les manifestó el deseo de trabajar mancomunadamente en el logro de los fines de la entidad. Recalcó la importancia del servicio que debía prestársele a todos los afiliados; del cumplimiento de los horarios de trabajo; de las buenas relaciones humanas que debían tener entre sí y para con el público. Todos los empleados se sintieron impresionados con la espontaneidad y buenas maneras con que el director estaba iniciando la administración, menos el tesorero, quien en la reunión había estado callado y había optado por sentarse lo más lejos posible. Cuando el director se enteró de cómo estaba la Caja y además conocía bien las funciones, se metió más de lleno a la revisión de las cuentas y giros hechos en la pasada administración. La entidad estaba en un desfalco terrible; habían sido elaboradas y aprobadas, cuentas de cobro y firmadas muchas obligaciones que al ser cubiertas en favor de los beneficiarios, acababan el presupuesto del año fiscal que en ese momento apenas iba por la mitad. Pero estas obligaciones ya habían cumplido el procedimiento de pago y solo debían girarse los cheques. Todo esto lo había dejado listo el antecesor, sin importarle dejar la Caja en la bancarrota. Analizando el motivo de estas cuentas millonarias, Ostos había detectado que habían sido originadas por remodelaciones innecesarias de la edificación sede. A una imprenta se debía una elevada suma, producto de la edición de una revista en material costoso y con ostentosas láminas a color; los avisos en todos los medios hablados y escritos de la región, completaba la propaganda que mes tras mes, desangraba la Caja. 80 Como le pareciera irregular el movimiento de las cuentas, al haberse actuado desconociendo los distintos rubros y destinaciones, Ostos llamó a cuentas al Tesorero que era el único que podía responder en esos momentos. - Señor Galindo después de haber estudiado someramente estas cuentas, he notado ciertas irregularidades. Quiero manifestarle que no estoy en plan de perseguir a nadie pues no he venido a esta entidad a esto, pero es preciso que se aclaren las cosas. - Señor director, en mi leal saber y entender, todas las cosas están muy claras y al día. - Así pareciera ser pero no lo es. Nunca se puede gastar más de lo que se tiene, si se quiere mantener el equilibrio. No es conveniente para una institución que se pretenda contratar a nombre y representación de ella, sin contar con el presupuesto y con las debidas asignaciones y de acuerdo a lo prioritario. Como veo a la Caja, estamos sin ningún dinero para atender a la salud y seguridad de los afiliados. El director anterior giró sin tener en cuenta con lo que se contaba y ahora nos dejó este problema. - Doctor, hace mucho tiempo estoy en la Caja y siempre los directores han hecho lo mismo. Las cosas siempre se han hecho así como ahora. - Puede ser que se hayan hecho así, pero eso no es prueba de que se haya actuado bien. Seguramente me va a tocar pasar un informe a la Contraloría Regional para enterarlos de la situación actual de la entidad, ya que es posible que me vea afectado por encubrimiento. - Doctor, en eso de la Contraloría no hay que creer mucho. En este país se cometen faltas y malos manejos, pero ante la ley y los fiscales del Estado, las cosas están al día y el que termina mal es quien ha denunciado. Yo por experiencia le digo que en cuanto a las pruebas eso es muy difícil. Además, para qué están los abogados: para todo caso hay una ley que castiga y otra que absuelve; si hay plata para la defensa, siempre se es inocente. José Segundo calló momentáneamente y se quedó mirando a su interlocutor. Pensó que este individuo era bien canchero en los asuntos de inmoralidad administrativa. Recordó algunos de los escándalos que había leído en la prensa y que en sus momentos cautivaron la atención nacional; después los análisis pro y contra en donde los abogados, periodistas y jueces manejaban todo y las cosas siempre quedaban en nada. Todo se quedaba en sumarios en anaqueles y archivos de juzgados. Sin embargo Ostos no se quedó callado ante las objeciones del tesorero. - De todas formas si las cosas se hacen indebidamente, es porque los funcionarios proceden de mala fe, pero también se podría actuar no pensando en el provecho egoísta, sino en la comunidad. Como el tesorero intuyó que el jefe le estaba dando una lección de moral, prefirió callar y escuchar para no contrariarlo. Pero no estaba a gusto y optó por asumir una posición defensiva cuando su interlocutor le dijo: - El director anterior a quien no conocí, pues ni se dignó venir a entregarme la oficina, es posible que se vea envuelto en problemas, pero aunque las decisiones las tomaba él, usted era el encargado de aprobar o no los giros y movimientos de dinero y en tal sentido le tocará aclarar esta situación. - Doctor, el responsable es quien manda y dirige la Caja. Yo lo único que hacía era girar y cumplir las decisiones de mi jefe que era quien ordenaba. - Bueno creo que usted sabrá que en estos actos no sólo es culpable el que hace las cosas, sino el que las encubre. - Doctor, creo que usted no está aquí para que me enjuicie a mí. En todo caso yo no soy responsable de nada y le sugiero que no me siga atacando, pues en este puesto no estoy por usted y es mejor que se averigüe quien soy yo. 81 De las disculpas iniciales, el tesorero Galindo pasó a la altanería y al ataque, sin importarle lo que su jefe pudiera pensar de él. - Máximo, aunque a usted no le parezca tiene que ser consciente que lo que le he dicho es cierto y además esta entidad está bajo mi responsabilidad y por ella tengo que responder. En cuanto a que no le he nombrado es cierto, pero soy su jefe y tiene que reconocerlo. - Tal vez usted no ha entendido bien. Primero que todo, no crea que va a arreglar nada, pues aquí todo está arreglado y en cuanto a lo otro, aunque no le guste, va a tener que seguirme viendo. Y se lo advierto, conmigo no se meta porque le puede salir el tiro por la culata. A muchos directores he visto entrar y salir; por algo tengo mi influencia y sino pregúnteselo al señor Intendente. - Sea como sea, la corrupción tiene que acabarse aquí. - Primero se acaba usted. Y como no tengo más tiempo qué perder, me voy a sacarle el cheque a un amigo a quien la Caja le está debiendo su platica. ¡Con permiso doctor Ostos!. Aplicando al pie de la letra el principio de: ³diciendo y haciendo´, el tesorero Máximo Galindo se levantó y fue directamente a la oficina. En esos momentos sonó el teléfono de Ostos. Se trataba del Intendente, preguntándole sobre la entidad y de cómo estaban las cosas ahí. El director le contó que había estado reorganizando los asuntos, ya que su antecesor había dejado todo tirado; que en cuanto a dinero para funcionamiento, había un déficit tremendo, que impedía que al menos por el resto del año, la Caja pudiera atender eficientemente a los afiliados. También le narró brevemente del encontrón que acababa de tener con el tesorero. El Intendente fue enfático, al recordarle que él nada podía hacer en ese caso, pues por encima estaba otra persona que era quien mantenía en el puesto al tesorero y que por eso se lo había advertido al comienzo, para evitar roces que a nada conducían. De una vez le sugirió que lo llamara por las buenas y dialogara con él. Que en cuanto al déficit eso no era raro y que como colaboración, iba agilizar los aportes que la Intendencia le debía a la Caja. Ya estaba a punto de despedirse el Dr. López, cuando le manifestó que tenía un médico amigo que estaba desempleado y que por tanto se lo nombrara en la Caja. José Segundo le manifestó que él había escuchado de los afiliados que los dos médicos que estaban por cuenta de la entidad eran muy responsables y acertados en el oficio y le estaban dando una buena imagen a la entidad, a lo que respondió el Intendente que él entendía pero que los compromisos eran así y él le había dado la palabra y por tratarse de un amigo tan especial y portillista, no podía echarla atrás. Que lo ubicara fuera como fuera y cayera quien cayera, que al fin y al cabo los médicos actuales eran de la administración pasada y no era responsabilidad de ellos, seguirlos teniendo en el puesto. En esa misma charla, el Intendente le manifestó a Ostos que luego le indicaría la manera de ahorrar el presupuesto para que lo existente alcanzara, ya que por ahora tenía una cola de gente esperando entrevistarse con él. Como se había ordenado, fue nombrado el médico amigo del Intendente y después de la discusión que hubo entre director y tesorero, las relaciones se enfriaron a tal punto, que éste último ni se prestaba para ser saludado. Las actividades de rutina eran cumplidas con todo ánimo por parte de los empleados y el jefe, menos por el apático tesorero. Una tarde de viernes, José Segundo iba rumbo a casa después de una agotadora semana de labores. Se detuvo en una esquina del parque a comprar el periódico; allí se encontró con Jaime Méndez quien disfrutaba de descanso en esos momentos. - ¡Hola que más de bueno Jaime! ¿Cómo le va? - Bien, ¿qué tal usted y el cargo? 82 - Me ha ido bien y estoy amañándome. Me ha tocado trabajar hasta de noche pero me siento contento porque he reorganizado la Caja. Eso estaba vuelto una nada. - Hombre, a mí me alegró mucho tu nombramiento. Usted es todo un profesional y persona humanitaria. - De veras que obrando con ética y con sentido de servicio social, se les puede prestar invaluables servicios a las personas. A propósito, hoy es viernes y podemos charlar un poco; camine lo invito a que nos tomemos unas cervecitas y hablamos. Hace días que quería contarle cómo me ha ido con la Caja, pero había estado tan ocupado. Jaime Méndez estuvo de acuerdo y una vez José Segundo pagó el periódico, lo dobló y lo apretó entre la axila con el brazo izquierdo, se dirigieron a uno de los dos bares que hay bordeando el parque y se ubicaron en un rincón. Habían consumido varias cervezas y hablado de muchas cosas acerca de la vida del pueblo, cuando centraron la conversación en el principal motivo que los llevara allí. - Jaime, el trabajo y el cargo que tengo son buenos y de mucha responsabilidad, pero es un puesto netamente político y esto es lo malo. - Ya me imaginaba que estabas pensando eso. Las personas como tu chocan con este sistema de cosas. Estos puestos serían buenos y vitales para el bien de la comunidad, si no estuvieran sometidos al capricho de los políticos de turno. - Aunque el director es aparentemente el que manda, en realidad tiene que estar sometido a lo que diga el Intendente. Él es quien determina los nombramientos y remociones y mantiene sus fichas contra la voluntad incluso del director. Yo he tenido problemas con el tesorero, pero no he podido, ni podré, retirarlo. José Segundo contó a Méndez el encontrón que habían tenido con Máximo. - ¿Quién es el tesorero? - Tal vez tú lo conoces, se llama Máximo Galindo. - ¡¿Qué si lo conozco?! Aquí en Arauca todos nos conocemos aunque sea de vista. Ese fulano es un bellaco y ha sido objeto de varios escándalos. Yo pensé que ya lo habían retirado del puesto. - Te decía que no pude hacer nada. Si yo mandaba, más mandaba el Intendente; si éste mandaba, más mandaba el Representante Portilla que es la palanca que lo mantiene en la Caja. - ¡Qué sinvergüenzura y descaro! Por eso es que esos individuos hacen lo que les viene en gana. Esa clase de gente son los que más defienden esta democracia, y encajan en ella perfectamente y no de balde. Pues la mayoría consigue plata y se perpetúan en los puestos. - Entonces ¿me decías que el tipo ese ya ha tenido sus escándalos? - ¡Claro hombre... hace unos dos años! - ¿Qué picardías hizo en esos momentos? - Lo que cuentan algunas personas que tuvieron la desgracia de necesitar las cesantías parciales para medio poder levantar sus ranchos, era que el fulano ese les decía descaradamente en calidad de tesorero, que plata no había, pero que él les podía sacar esas cuentas si le daban un veinte por ciento de lo que les saliera. - ¡Huy... qué sinvergüenza! ¡Qué corrupción tan horrible! - Quien daba ese porcentaje, le salía la cuenta; quien se negaba a darlo o no podía, no recibía cesantías. - ¿Y por qué no se denunciaba esto? - Usted comprenderá que en esta sociedad de derecho, toda acusación que carezca de pruebas, carece de validez. - Sí, desgraciadamente eso es cierto. Por eso es que vamos como vamos. - Dos personas lo acusaron, pero como no le habían grabado la voz con la propuesta descarada, no tuvieron fundamento los motivos imputados y las autoridades se 83 abstuvieron de investigar. Además no lo harían; para eso goza de inmunidad, debido a la palanca política. - Eso es mucho crimen, quitarle las cesantías a un pobre empleado; una injusticia terrible. - Y eso no es todo; después siguió con otras diabluras. - Esta sociedad está vuelta nada con estos funcionarios sin ética y sin sentido social. - Y no creas que es en la única entidad en donde se da esta clase de tráfico con el puesto que se ocupa. Muchos son los funcionarios que hablan muy campantes del autoservicio. - ¿Qué es eso? - Bueno, interesarse sólo por lo que los beneficia a ellos. - Pero volvamos al caso del tesorero. De veras que el hombre es canchero en inmoralidad administrativa. - Así es. El último comentario que cargaban los afiliados, era que los fondos de la Caja lo estaban manejando él y los gerentes, como dinero propio, invirtiéndolo en negocios que les dejaban jugosas ganancias. - Debe tener buena plata ese individuo, con todas esas picardías. - Lo que por agua viene por agua se va. Tantas tracalerías que ha hecho y no tiene nada. Ese tipo es un borrachín consumado. Todo lo que ha mal habido, lo ha tirado en trago y vagabundería. Por ahí contaban sus mismos amigos que a la familia le da un trato de perros y los mantiene viviendo en un rancho alquilado. - ¿Ese bellaco es araucano? - No, ese vergajo es un guate foráneo que trajo el Representante Portilla y de una vez con el puesto que todavía tiene. A pesar de ser viernes, los consumidores de licor se habían ido marchando y el lugar iba quedando vacío. Apenas estaba ocupada otra mesa situada junto a una de las puertas en donde un beodo dormía el sueño de la noche, junto a un montón de botellas vacías. Su compañero de jarana se empinaba los últimos sorbos de cerveza y halaba duro del pelo al dormido, tratando de despertarlo. El humo y olor de cigarrillos ya se disipaba con el frío de la medianoche. Una de las dos mesoneras que atendían, dijo en voz alta que le pagaran la cuenta pues iban a cerrar. José Segundo y Méndez se encontraban ebrios. La conversación por estar animada les había hecho pasar las horas sin darse cuenta. Después de pagar se marcharon. Habían transcurrido cinco meses de administración de Ostos y la entidad a su cargo, se encontraba al día en todas las cosas. La prestación de servicios a los afiliados era buena. El único inconveniente que tenía el director, era el de haber recibido del Intendente, las instrucciones de hablar con los médico y darle una lista de los medicamentos más baratos y recetar sólo éstos, para ahorrar el presupuesto; las remisiones a Bogotá debían restringirse al máximo o no concederse. Días después, el doctor Cándido López mandó una orden por escrito al director para que fueran remitidas a Bogotá inmediatamente, tres personas. Ostos extrañado pues los mencionados señores no mostraban ningún síntoma de mal, se permitió llamar a aquél para que le aclarara la situación. El Intendente le manifestó por teléfono que esas tres personas afiliadas a la Caja eran muy amigas suyas y necesitaban hacer urgentemente ese viaje a Bogotá y que les consiguiera pasajes en la mejor empresa aérea y que los costos ocasionados en el viaje, le serían reembolsados a la vuelta, cuando presentaran facturas. El director trató de hacerle ver al Intendente que esto no estaba bien y que además era casi injustificable, a lo cual López respondió que esto no siempre se hacía, si no con muy pocas personas que fueran abnegadas luchadoras del portillismo. 84 No obstante la manipulación del Intendente, Ostos quiso seguir adelante. Él sabía que no podría hacer todo lo que deseaba pero aún así, le colaboraba a la comunidad araucana y eso lo reanimaba. Una mañana cuando acababa de cumplir el año de trabajo al frente de la Caja, fue llamado al Despacho del Intendente. Todo se imaginaba José Segundo, menos que hasta ese momento tendría trabajo. Cuando se presentó ante su jefe le fue informado: - Amigo José Segundo, lo he llamado para enterarlo de que las cosas se me han puesto difíciles. En estos días me han presionado duro los otros grupos liberales para que les dé participación. Yo pensaba no ponerles cuidado, pero anoche me llamó desde Bogotá el doctor Portilla y usted entenderá que él es quien manda. También me dijo que hasta allí le habían llegado las quejas que el tesorero dio de usted y bueno José Segundo, me da pena decírselo, pero él pidió su cambio. El Director quedó atónito ante lo dicho por el Intendente y apenas pudo balbucear: - Pero doctor, a usted le consta que he reorganizado la Caja y está marchando bien, a pesar de los inconvenientes. - Yo entiendo eso perfectamente, pero órdenes son órdenes. - Doctor me quiere decir entonces que estoy sin trabajo. - Exactamente eso quiero decirle. Por eso le pido el favor de pasarme la renuncia a partir de hoy, para no tener que declararlo insubsistente. Creo que de mí no tendrá quejas, le colaboré en lo que pude. Ostos pensó que él había sido el cajón del director anterior y otro desconocido lo sería de él. Esa era la vida de la administración pública y los puestos. Recordó la vida del personaje protagonista de la novela ³Un tal Bernabé Bernal´ y se comparó con él. Le dolía que todo lo hecho por la Caja y por la comunidad, no significaban nada, frente al capricho de un politiquero que manipulaba las cosas y las personas como títeres. 85 REFLEXIONES Atribulado y frustrado, José Segundo se vio sin nada que hacer en menos de lo que esperaba. Sus intenciones honestas no hicieron contrapeso al clientelismo, a la corrupción administrativa y al egoísmo implantado en los funcionarios del Estado. Ni la lealtad de compromiso pues él había ayudado a sacar avante al portillismo en la contienda política, ni aún sirvió de palanca la recomendación de los buenos servicios al frente de la Caja; nada de esto contó al ser destituido. José Segundo había escuchado de personas experimentadas en la vida, que la política era para la gente de mal corazón, para los pícaros y ladrones, y aunque por formación sabía que no se debía generalizar, con las experiencias vividas en los dos cargos ocupados, debió convencerse que aquello correspondía con una precisión matemática, a la realidad de la región. No obstante lo vivido, sabía que en las comunidades socialistas y en algunas capitalistas desarrolladas, el arte de gobernar permitía que las sociedades marcharan equilibradamente en lo social, económico y político, brindando oportunidades de bienestar a la mayoría de ciudadanos. Por eso a pesar de los problemas, no se dejaba llevar por la pasión del pesimismo. Las anteriores cavilaciones lo acompañaron por varios días, pero por fortuna tenía a los padres vivos y mal que bien seguía recibiendo de ellos el soporte moral y material. Desde que había perdido el puesto, José Segundo se volvió más egocéntrico y prefería no hablar o lo hacía muy poco. Los libros que había traído de Bogotá, y que durante algún tiempo había dejado a un lado, volvieron a ser el alimento espiritual y pasatiempo preferido. Leyó ávidamente por tercera vez, todas las novelas de Álvaro Salom Becerra; reflexionó sobre los defectos y virtudes de los protagonistas. Luego se hundió en la lectura de la Rebelión de las Ratas, del escritor Soto Aparicio, relacionó la situación sociopolítica de Rudensindo Cristancho y la de Bernabé Bernal y el ambiente en el que les tocó desenvolverse; las penurias, las aspiraciones frustradas, las relaciones con la sociedad, el estado y los funcionarios puestos al servicio de la maldad y la mentira, del egoísmo y los desmanes de poder. Por aquellos días cayó en sus manos un librito que rodara por la casa y al cual no le había puesto atención. Estaba mugroso y ennegrecido al ser manoseado por muchos lectores. El autor, Pedro Agustín Díaz le era desconocido y nunca en el claustro de San Benito, ni en la universidad había leído u oído de él. Durante cuatro días estuvo enfrascado en la lectura del ³Diálogo sobre el subdesarrollo´. No obstante las pocas páginas, el texto encerraba un mundo de aclaraciones con citas y ejemplos en donde el Maestro Didacio Cantaclaro explicaba al discípulo Inocencio Hierbabuena las causas, circunstancias y consecuencias del subdesarrollo de los países del Tercer Mundo. El hecho descarnado y verídico de como a los amos del mundo ±los Yanquis± les conviene asegurar en el subdesarrollo a las naciones pobres de América Latina y merced a este acto de mala fe, mantener una despensa constante de materias primas que ellos consiguen a los costos que quieren pagar. Para ello, manipulan tanto lo material como lo ideológico haciendo ver a los gobernantes latinos ±sus aliados± que las desgracias de los gobernados son bondades y que la pobreza es bendita siempre y cuando se siga sosteniendo la democracia actual que les garantice a ellos el constante saqueo de los recursos naturales. 86 Embebido en la sabiduría de los libros estuvo durante algunos meses. Los textos lo pusieron en contacto con sabios hombres que le comunicaron y develaron verdades a las que no les había prestado mayor interés. Pensó intensamente en todo aquel tiempo de soledad. Durante horas se daba al pasatiempo de la imaginación. Hizo varios recuentos mentales de lo que había sido su niñez, su adolescencia y lo que era ahora. Recordó esas anécdotas de pequeño cuando vivía en la sabana; luego los años de estudio y las privaciones de la pobreza; la lucha en la universidad hasta culminar carrera. De nuevo se había visto en Arauca con el diploma bajo el brazo, pero sólo había encontrado barreras que le impidieran servirle a la región. El corto paso por la burocracia del Estado le había permitido vivir en pellejo propio el clientelismo y favoritismo de los políticos de turno; las manipulaciones y el inicuo deseo de provecho personal y no social como lo concebía él. Todo ese mundo de vivencias le revolotearon en la memoria. Había aprendido por los golpes de la vida y estaba sacando conclusiones. La tenaz reflexión lo llevó a cuestionarse a sí mismo. Se reconocía como persona de buen corazón. Hasta ese momento había sido incapaz de ejercer violencia sobre alguien, salvo en el caso de la huelga que ayudó a promover en la inverosímil empresa SIM Colombia y con justa razón y lo de la protesta en la universidad haciendo lo posible no por destruir, sino para que se mejorara la calidad académica de la facultad. Siempre había sido persona calmada y pacífica y los resultados no habían sido los mejores. Por encima de su honradez habían pasado personas corruptas. Estas últimas ideas devanaba en su mente una noche en que se disponía a dormirse, cuando fue reconfortado por la voz de María Antonia, dispuesta a dialogar un poco con él y ayudarle a mitigar las frustraciones. Aquella noche y durante muchas horas, estimulados con tazadas de tinto, madre e hijo hablaron sobre varios temas: sobre la mala fe y la inmoralidad de los politicastros de la región; sobre el desempleo; sobre la vida. Como José Segundo criticó duramente a los políticos criollos, haciéndolos responsables del atraso de Arauca, e hizo énfasis en que ya era hora de que se dieran los cambios políticos para que las cosas mejoraran, la malicia de madre hizo que María Antonia cortara la conversación. - Hijo hemos hablado bastante por hoy y el tiempo ha transcurrido sin que nos demos cuenta. José Segundo aproximó el antebrazo izquierdo a la cara y con el resplandor que daba el chorro de luz que se colaba por la única ventana de aquella habitación, miró el reloj y constató que se acercaba la medianoche. Teniendo en cuenta las últimas palabras de la madre, dijo: - De verdad que es tardísimo ya, dentro de quince minutos serán las doce. - Es mejor que breguemos a dormirnos. Lo que veníamos hablando podemos seguirlo tratando otro día. Aunque es verídico lo que piensas, como madre me siento confundida y preocupada. La charla automáticamente se interrumpió y el silencio de la entrante madrugada absorbió todo el ambiente de la humilde vivienda donde minutos antes se disertara sobre el tema de todos los tiempos, el de la política. El canto de uno que otro gallo se dejó escuchar. La memoria de la vigilia fue depuesta y en vez de ella llegó el sueño y con él, el olvido. Las preocupaciones, los deseos, fueron reemplazados por las sensaciones oníricas. La noche, la penumbra, lo dominó todo. Pareciera que el mundo en aquel momento hubiera detenido el curso. Noche, oscuridad, calma, letargo, olvido. Lo que sucediera en aquellos momentos alrededor de María Antonia y José Segundo, no contaría; el sueño los había separado momentáneamente de la realidad. El mundo siguió; la vida continuó. Los días transcurrieron aparentemente tranquilos para los araucanos. José Segundo seguía deambulando de un lado para otro en busca de algo qué hacer, además leía intensamente de cuanto caía en sus manos. Por la tarde visitaba a los amigos, encareciéndoles le ayudasen a ubicar en algún puesto, pero 87 parecía que las puertas se hubieran cerrado y la burocracia se hubiese vuelto impenetrable. Pero si eso sucedía con Ostos, con los antiguos compañeros de campaña política: Leovigildo Peroza, Pedro López, Helí Gutiérrez, Pancracio Cogollos y Antonio Bermúdez, pasaba todo lo contrario. En pocos meses ellos habían saltado de un cargo burocrático a otro. Leovigildo en apenas un año, pasó de Jefe de personal de la Intendencia, a la Secretaría de Educación y de ésta, a la de Hacienda; Pancracio se dio el gusto de estrenar una Secretaría que se acababa de crear. Quien fuera el jefe del comité ejecutivo durante la campaña, comenzó siendo Secretario de Gobierno, pero como este cargo le pareció aburridor, se hizo ubicar como Director de Salud Pública desde donde tenía más autonomía para contratar, nombrar o despedir personal. Helí con visión de los negocios, se había abstenido de emplearse, pero desde fuera manipulaba a muchos directores de instituciones y como si fuera poco, asesoraba al Intendente. Al no estar oficialmente en la burocracia, estaba libre para proveer a la Intendencia y al Municipio con el sector de papelería y oficinas, materiales de construcción y eléctricos, lo que con el negocio de la sobrefacturación, en poco tiempo lo volvió millonario. José Segundo le había rogado a los antiguos compañeros de campaña, lo ayudasen a ubicar en algo, pero como éstos habían conocido el tipo de conducta moral del joven profesional, veían en él un obstáculo al ejercicio de la corrupción administrativa que ellos tan devotamente practicaban, con resultados tan jugosos. Cansado de insistirles en vano y conociéndolos ya, no había vuelto a molestarlos. Luis Méndez, el portero del Hospital del pueblo, lo fue por varios años y aunque era del grupo portillista por tradición, no lo era por convicción. Sería por esto que sus jefes políticos después de cada campaña pedían su cabeza y si no lo habían destituido, era por la intachable conducta en el trabajo. Como Luis en la última contienda política se negó a dar la mitad de un sueldo para ayudar a financiar la campaña, contrariando con esto a los jefes de grupo, una vez hubo llegado a la dirección de salud pública Antonio Bermúdez, fulminantemente lo destituyó. Muchos médicos del centro de salud respaldaron a Méndez, pero nada pudieron hacer ante la maléfica influencia del anterior jefe del comité ejecutivo. Como persona metódica y moderada en los gastos domésticos, Luis pudo acumular algunos ahorros que sería con lo que contaría mientras se volvía a ubicar. Afortunadamente con sacrificio y esfuerzo se había hecho a una modesta casa que él mismo había levantado con sus manos, ya que en los ratos libres trabajaba como albañil de construcción Si siempre habían sido buenos amigos Luis y José Segundo, el infortunio del desempleo los había unido más. Cada tarde los dos amigos se reunían para contarse las penas; para hablar de política; para hablar de todo. El tiempo había transcurrido lentamente, mes tras mes reemplazado por el siguiente y así iban las cosas. Sin darse cuenta, estos amigos se volvieron socios ya que al no salirles empleo, Ostos consiguió prestados algunos pesos a cambio de las cinco vacas que constituían su herencia. Con este dinero más los ahorros de Méndez, constituyeron una pequeña sociedad de hecho, respaldada solamente por la leal amistad. La incipiente sociedad tenía por objeto la comercialización de ganado. Una vez reunido el capital inicial, los socios compraron un caballo para cada uno y sin más ni más, se lanzaron a la aventura de la ganadería. En las bestias recorrían las sabanas de La Maporita y como por aquellos lados conocían a José Segundo, se les facilitaba la compra de los vacunos hembras para la pesa o sacrifico, que una vez en el pueblo, revendían a los matarifes. El producto de esta compraventa por diez meses seguidos, les dejó ganancias que a la vez reinvirtieron en el mismo negocio. Al principio el trabajo fue duro, pues ellos no estaban acostumbrados a montar a caballo y menos a la brega con las reses. José Segundo de niño había aprendido a montar a caballo, pero los años de estudio en la ciudad, habían 88 borrado esta habilidad. Luis Méndez sabía aún menos de animales, pero ahí se las arreglaban para sacar adelante esta iniciativa. Comenzando se valieron de una persona más hábil que ellos en las faenas del llano, quien los acompañó en los primeros viajes que hicieron a la sabana. Una vez le cogieron el tiro al asunto, rodaron solitos y cuando los lotes de reses fueron más numerosos, pagaban gente remontada por días para que le ayudasen a arrear los rebaños hasta el pueblo. Aquello caminos sabaneros que cuando niño vieron jugar, corretear perdices y tiracuchillos a José Segundo, volvían a mirarlo pero esta vez, vuelto todo un hombre, algo frustrado con la profesión al no poderse desempeñar en lo que merecía por el egoísmo de los coterráneos que injustamente le habían cerrado las puertas y marginado por ser persona honrada. La corrupción de los politiqueros de turno, encerrados en el círculo de portillistas, le habían impedido llevar a cabo un trabajo pulcro de sentido social y en vista de que no podía cruzarse de brazos a esperar inútilmente, decidió trabajar mancomunadamente con Méndez, que también había sido víctima del establo politiquero criollo. Pero ahí se las estaban viendo y hasta orgullosos se sentían, y aunque les tocaba asolearse el cuero y meter el hombro duro en la brega de la ganadería, no les habían vuelto a pedir favores a aquella manada de perversos. De la compra y venta de vacas, Ostos y Méndez pasaron a la de ganado macho. Los mautes eran más caros e implicaban un poco más de trabajo y riesgo, pero era un peldaño arriba en el negocio de la ganadería. Con el capitalito acrecentado en el año de trabajo los socios ampliaron el radio de acción. Ya los viajes no eran sólo hacia las sabanas maporiteñas, sino también hacia El Lipa, El Ele, Maporillal, Todos los Santos. Cada vez el lote de toretes comprados crecía y con el transcurrir del tiempo, ya tenían contactos con compradores venezolanos. De haber continuado las acosas así, José Segundo y Luis habrían terminado ricos. Pero la tracalería de un cliente venezolano que les compró los últimos ganados los llevó a la ruina. Por varias ocasiones los socios le habían dejado fiado el ganado al comprador y éste una vez los vendía en Maracay y Valencia, venía hasta Arauca, les pagaba y les compraba más. Pero esta aparente honradez era dejándolos amansar para darles el zarpazo final. Y así lo hizo, robándoles de un solo tajo lo que durante tantos meses de sacrificio acumularan. El comerciante se perdió del mapa y nunca regresó a pagarles. Como Ostos y Méndez habían sido correctos con los ganaderos de la región, en señal de confianza y ayuda éstos les siguieron dejando algún ganado fiado para que se lo pagaran una vez lo revendieran en Arauca. Por un año más los socios siguieron tratando de levantarse del golpe sufrido, pero el comercio de ganado se volvió muy competido lo que menguó las ganancias y los negocios iban de mal en peor. José Segundo y Luis acordaron hacer un último viaje a la sabana a comprar animales y bregar a recuperar parte del capital inicial invertido y retirarse, ya que no compensaba el trabajo y los riesgos con las ganancias. La sabana estaba marchita y calcinada por el recio verano que llegaba a plenitud. Era final de marzo y un vaho azuloso, producto de las evaporaciones de la tierra y las candelas cubría la inmensidad plana. La quietud envolvía el ambiente y daba un aspecto desolador y lúgubre. Las intensas sequías habían aniquilado a los animales, cuyos carapachos de reses, caballos, burros, venados, chigüires y otros, cubiertos de zamuros ahítos de tanto comer en los últimos días, al aproximarse los jinetes se espantaban a la vera del camino. Los animales que traían hacia Arauca en este último viaje, procedían de Puerto Colombia en los límites orientales con Venezuela y después de haber andado jornada y media de camino, estaban apaciguadas, lo que facilitaba arrearlas. Luis que iba de cabrestrero se hizo a un lado y dejó que la vacada siguiera adelante; una vez lo alcanzó José Segundo, quien dejando perder la mirada en la infinitud de la llanura, dijo: 89 - ¡Qué verano tan templado éste! ¡Parece que no fuera a terminar! - Si Luis, pero todos los años es la misma cosa. La misma sequía y los pobres animales muriéndose de hambre y sed. - Este paisaje infunde tristeza. Oiga y a propósito, ¿tú vivías por aquí cerca?. - ¡Sí! Precisamente en aquella matica que se ve allá ±dijo señalando un lugar determinado± quedaba el fundito de los viejos. - Pero ahí no se ve ninguna casa. - La casa la hubo y en ella yo pasé mis primeros años, pero quienes le compraron a los viejos lo hicieron para sacarlos de ahí; nunca les interesó nada más. Una vez se hicieron al terreno, tumbaron la casa y ahora sólo quedó el sitio donde existió La Estación. Este lugar lo quiero mucho ya que los primeros recuerdos de mi existencia están vinculados a él; mi niñez transcurrió por aquí. ¡Mira! ±dijo señalando± por allí quedaba el rabal de vaca en donde ponían las güiras en el invierno; y aquella hilera de maticas son las que bordean el Caño de Miraflores, en donde pesqué los primeros caribes y chorroscos. - Debe ser triste para ti pasar por aquí y ver esto como está. - Siento nostalgia y recuerdo todos aquellos momentos y lugares que me son gratos; pero eso es la vida. - Es cierto, la vida debe continuar. Por experiencia he aprendido que no hay que ser apegado a las cosas, y en últimas nada nos pertenece y todo pasa, hasta nuestra propia existencia. - Muy acertado tu parecer; sólo recuerda lo que nos pasó con el venezolano que nos estafó. Luis volviendo al tema del verano y la sequía dijo: - Tal vez el verano está tan fuerte porque se aproxima a la Semana Santa. A mí entender es la época más crítica del año, ya por lo riguroso del verano, ya por el sentido religioso al recordarnos a los creyentes cristianos la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. - ¿Tú eres creyente Luis? - Naturalmente. Todos creemos en algo o alguien. - Hay que creer y tener esperanza. Si las personas no tuviéramos esperanza la vida no tendría sentido. - Entonces tú también crees en Dios; eso me alegra mucho. - La esperanza no siempre se refiere a la fe religiosa. - Pero tú tienes tus convicciones. - ¡Qué tal y no fuese así Luis! Todas las personas tenemos nuestras convicciones que justifican vivir. - Pero la mayoría de personas son creyentes. - Sí, pero a nivel de palabras y no de actos del corazón. Además, la religión le da atributos a un Ser Supremo que en la práctica no se pueden explicar. - ¡Huy, no entiendo nada!. - Te aclaro. Dios con los atributos de Ser Omnisciente ±que todo lo sabe±; Omnipresente ±que está en todas partes±; Omnipotente ±que todo lo puede± haría de este mundo algo mejor. Habría justicia, caridad, sinceridad, amor... En aquellos momentos los amigos iban embebidos en la conversación y habían olvidado el rebaño de reses. Una vaca vieja de las más resabiadas, cansada del ajetreo de la marcha, debilitada por la sed, había optado por echarse a orillas del camino. Por el aspecto indicaba que no estaba en condiciones de dar un paso más. La boca llena de espuma, dejaba caer de lado una lengua larga y babosa. De pronto José Segundo con el rabillo del ojo alcanzó a ver al animal y volvió a la realidad del momento. - Por poco se nos queda esta vaquita vieja ±dijo. 90 Luis volvió en sí inmediatamente e hizo cabecear al caballo en dirección al vacuno cansado. La pobre bicha apenas le amago con los cuernos, una vez éste se apeó del caballo y le dio un tirón por la cola, motivándola a pararse. - ¡Qué vaina! ¡Esta parapara34 se nos aflojó! Si la seguimos presionando para que se pare, lo que pasa es que se acaba de cansar y hay sí nos embromamos del todo ±dijo Luis. - Está completamente atarrillada35; dejémosla recuperar siquiera una hora y después bregamos a echarla poco a poco ±indicó Ostos. - ¡Mira hacia allí´ ±exclamó Méndez± ¡estamos de buenas! En esa matica hay una finquita; ahí podemos dejar descansar a las otras vacas y darles agua, no vaya y les pase lo mismo que a esta. Dicho lo anterior, los de a caballo arrearon las reses hacia el fundo. Cerca del paradero de los animales, el hato tenía un tanque que era llenado constantemente con un chorro de agua que corría por entre una guadua hueca, a la punta conectada con una bomba de succión maniobrada por un peón. La animalada muerta de sed se peleaba por beber. Las más peleadoras tomaron primero hasta hartarse; después lo hicieron las más débiles. Con el tropel del ganado y la latida de los perros, salieron al patio los dueños de casa y después de saludar a los visitantes, los invitaron a seguir adelante a tomarse una tazada de tinto, mientras se recuperaban los animales. José Segundo y Luis les contaron en pocas palabras por qué habían llegado hasta allí. En la finquita descansaron más de una hora y cuando fueron a levantar la vaca cansada, ésta ya se había restablecido y estaba parada pastando buchadas de hierbas secas junto al camino. Con calma y sin atropellarla, la arrearon hacia la casa, en donde el animal tomó agua hasta saciarse. Con los vacunos restablecidos y bien bebidos, Ostos y Méndez enrumbaron hacia el pueblo, pues esa misma tarde debían llegar a los corrales de Matapalito. Habían marchado algunos kilómetros cuando Luis quiso retomar la conversación que dejaran a medias. - Hace algún rato hablabas de los atributos de Dios. - ¡Ah... sí, ahí íbamos! - Estos temas de filosofía hay veces son abstractos y casi no se entienden. José Segundo quiero que sigas explicando el por qué el poder de Dios parece no sentirse. - Está bien. Mira, hay muchas personas indefensas que nunca han hecho mal a nadie y sin embargo a cambio de esto, la vida les da sólo amarguras. ¿Qué decir de los niñitos que nacieron defectuosos o enfermos? ¿Qué pecados pagan? ¿Qué decir de tantos inocentes que se encuentran purgando penas de delitos que nunca cometieron, mientras los verdaderos culpables andan por ahí muy tranquilos y hasta recibiendo honores? ¿Dónde está el poder de Dios que no ilumina y conduele el corazón de los sicarios y criminales que impunemente quitan la vida al prójimo? ¿Dónde está la justicia divina que no interviene y castiga a quienes masacran a seres inocentes? ¿Qué decimos de los gobernantes corruptos que mantienen en el malestar y la infelicidad a ciudades y naciones, mientras ellos se dan la gran vida terrenal? ¿Qué pensamos de esa gran parte de la humanidad que padece hambrunas, mientras los países desarrollados tienen alimentos hasta para botar? ¿Dónde está el poder de Dios que no calma el dolor de las enfermedades y la muerte? 34 35 Despectivo de vaca. Fruto del paraparo de color negro y consistencia dura. Insolada. Dícese de los caballos o animales cansados. 91 - Verdad que todo eso que mencionas deja mucho qué pensar, pero de todas formas esas aberraciones casi siempre se deben al mismo hombre, pues el corazón humano es injusto en muchas cosas. - Dios debió haber hecho al hombre a su imagen y semejanza, llenándolo de más cualidades y virtudes y debió haber hecho la naturaleza en más armonía con él. Es incompatible con la fe, el hecho de que una feligresía estando en los templos rezando a Dios ±recuerda el caso de Popayán en una Semana Santa± sean aplastados inmisericordemente por un sismo. - De verdad que esto es incomprensible y casi injustificable. - Luis, estas catástrofes como las de Popayán y Armero me han hecho pensar mucho. - De todas formas la idea de Dios sigue alimentando la espiritualidad de la humanidad y sea como sea, infunde temor en el corazón del hombre y lo hace ser menos malvado. - Tomado en este sentido es cierto; pero también es cierto que el hombre siendo racional e inteligente, no debería estar supeditado a controlarse sólo con el temor y la intimidación; más bien debe ser libre y responsable. - No te entiendo. - Cada acto humano debe ser razonable y libre. Actuando con responsabilidad y libertad, el hombre se perfeccionaría más y enriquecería el mundo que habita, humanizando más las condiciones de vida. - Se me hace que ya te estás refiriendo a la política. - La política está en todo; por algo es el modo como está organizada toda sociedad. - Según tu criterio, ¿cuál es el mejor sistema de gobierno para Colombia? - Podría ser el socialismo o una democracia de gobernantes honorables en donde reine la justicia y el buen ejemplo de quienes mandan y en donde las leyes que están escritas se cumplan, caiga quien caiga. - Yo he oído hablar que uno de los principales males de estas sociedad latinoamericanas es el estado de derecho. - No se equivocan quienes eso creen. Si algo tiene trastornada a la sociedad colombiana es la leguleyería existente; y esto no es todo, con tantas normas que hay, lo único que se ha fomentado es la injusticia y la verdad es y no es en el lenguaje de los abogados. - Así las cosas, es difícil que este país se arregle. - Es difícil pero no imposible. Hay que tener confianza en el porvenir de la patria. Por lo menos tenemos recursos naturales suficientes y si se explotan concienzudamente, mucho es lo que se puede hacer en pro de la justicia social. - ¿Tú crees que el caso del socialismo cubano es un ejemplo para Latinoamérica? Pareciera que el destino se interpusiera a la respuesta que José Segundo pudiera dar a Luis. Apenas se terminó de pronunciar la palabra latinoámerica, la embestida de una vaca contra la bestia de Ostos, trasladó a ambos amigos a la realidad inmediata de ganaderos. Luis quedó sin respuesta y como ya se acercaban a Matapalito, los animales presintiendo el final del viaje, se encontraban inquietos y a cada momento chocaban en todas direcciones, lo cual obligaba a los de a caballo a estar muy pendientes para evitar la regada del ganado. Con la experiencia de varios meses de trabajo, José Segundo y Luis iban de un lado para otro rodeando siempre a la animalada y tratando de presionarla hacia adelante, para llegar rápido a los corrales de los Jaras, en donde quedarían aseguradas mientras contactaban al comprador que los estaba esperando en Arauca. Con este viaje, Ostos y Méndez estaban despidiéndose de la actividad que ocupara el quehacer por dos años. En ella, como en todas las labores de la vida, habían sufrido 92 vicisitudes y también obtenido pequeños éxitos, pero por encima de todo, habían enriquecido la existencia con una experiencia más. Gran nostalgia los embargó aquella tarde y como habían decidido para bien o para mal, dejar aquel trabajo, una vez llegaron a los corrales de Matapalito con el ganado, consiguieron allí mismo un cliente que les compró los caballos ensillados, como los traían del viaje. 93 ARAUCA, NUEVA TIMBALÍ La vida siguió y con ella Arauca, sin darse cuenta se vio de pronto diferente. Desde hacía algunos años, las compañías petroleras gringas habían venido haciendo exploraciones en las sabanas araucanas con pocos resultados. Pero si los yanquis buscaban era porque había y así fue. El boom de Caño Limón llegó así como llegó; se metió por los oídos, por la vista, por los poros, por la boca, por las uñas y por entre las rendijas de la existencia de los araucanos. Un salto dialéctico brusco se dio; todo cambió de repente. De los confines de la patria y hasta del exterior, fue llegando gente de toda condición social: desempleados, empresarios, comerciante ávidos de ganancias, técnicos en todas las especialidades ±electricistas, maquinistas, mecánicos, en refrigeración± ingenieros de todos los tipos, choferes, contadores, administradores, abogados, médicos, licenciados y no licenciados, soldadores, expertos en terrorismo, prostitutas y peluqueros, mercenarios y sicarios, planificadores y estadistas, militares y policías ±uniformados y no uniformadosestudiantes y maestros, cantineros y coperas, estafadores y atracadores, gamines y pordioseros, vividores, vendedores ambulantes, periodistas, investigadores, locos y en general toda clase de humanidad, en busca de mejorar la condición material de vida. Llegaron a la existencia arrojados desde la existencia. El paisaje araucano, desierto hasta ahora, marginado del ámbito nacional, de la noche a la mañana se volvió foco de la atención del Gobierno Central. La gran prensa colombiana, que nunca había mirado hacia allí, concentró los lentes informativos sobre Caño Limón y sus alrededores. Todo fue tan rápido; primero los pajonales hasta hace poco vírgenes, se vieron profanados por toda clase de vehículos y personas. Aquí y allá perforando las entrañas de la tierra en busca del codiciado Oro Negro. Grandes torres y armaduras de acero se irguieron sobre las sabanas en vez del guamo y el caujaro. Lo que siempre habían sido raudales y esteros tranquilos llenos de babos, güíos, chigüires, galápagos y muchas otras especies faunísticas, fueron reemplazados por altos terraplenes sobre los que numerosos ingenieros, técnicos y obreros, hacían complejos montajes en hierro. Y el silencio, ese bendito silencio que había sido como un manto sagrado sobre la verde llanura y sus ríos, huyó despavorido hacia más allá, hacia los confines del Orinoco, hacia las empinadas montañas de Pamplona. Los pajonales ±verdes en invierno, secos en verano± se marchitaron para siempre y una que otra carretera de tierra, cruzó la inmensidad plana, uniendo los puntos claves del cinturón del petróleo araucano... Arauca ± Caño Limón ± Arauquita ± Saravena. Desde ahora el trabajo en todos estos puntos fue continuo; las inundaciones y sequías en las ansias de los empresarios poco importó. Había que buscar y seguir encontrando; noche y día y a toda hora el ruido de los motores no descansó. En la sabana el llanero desprevenido, amante de ensueño a su única afición, la ganadería, al comienzo quiso oponer resistencia a este tropel de gente y máquinas que amenazaban con quitarle la tranquilidad que siempre lo había rodeado, pero la presión del dinero y los argumentos de un futuro prometedor, fueron más fuertes que las costumbres. Las tierras que hasta ahora habían servido de pasteadero de ganados, debieron ser profanas por las compañías exploradoras y perforadoras y luego sería tanta la ambición de muchos nativos, que vendieron sus pertenencias y dejaron quizá para siempre la vida de criadores para convertirse en obreros de las petroleras. 94 Si los cambios se dieron en plena sabana, en el pueblo sería peor. Las viejas y roídas cantinas a donde iban los sabaneros y amarraban el mocho viejo a la puerta durante horas, mientras se llenaban de cerveza o de aguardiente, fueron suplantadas por los finos y cómodos lugares de disipación en donde se encontraban parqueados vehículos último modelo, eso sí, untados de crudo hasta el techo. El sombrero pelo ¶e¶ guama fue depuesto y en su lugar apareció el duro casco de plástico; el overol ordinario reemplazó al vestido corriente de los viejos que se enrollaban hasta más arriba de la rodilla. Y como si fuera poco lo anterior, la rústica bota de caucho mandó a los basureros, tal vez para siempre, a la tradicional alpargata. El rostro tranquilo del llanero de antaño, ya casi ni se volvió a ver, y por todas partes la población que más predominó fue la del obrero de manos y cara ennegrecida por el hollín y la grasa, de facciones fuertes que denotaban la costumbre de los trabajos duros propios de la industria del petróleo. Al igual que el paisaje y las formas externas, la interioridad de las personas también cambió. Ya no era el labriego despreocupado y espontáneo de las costumbres de siempre, sino el individuo canchero y astuto lleno de malicia y acostumbrado a supervivir de cualquier manera. De las empresas domésticas que apenas daban para vivir ±pequeños negocios± se pasó al empresario forjador de necesidades que nunca antes existieron. La sencillez y monotonía de lo de siempre, dio lugar al movimiento de personas y cosas en donde la rapidez y la acción durante las veinticuatro horas del día, mandó la parada. Los vericuetos de gastos domésticos determinados siempre por la austeridad y moderación, fue echado a un lado y en su lugar apareció el modo de vida de los petroleros que por ganar salarios astronómicos, pagaban los gustos y desmanes a precios exorbitantes. La tierra llana hasta entonces fue escenario de dos oros: el blanco de la pluma de garza de tiempos luzarderos, y el oro negro que para bien o para mal, había llegado y estaba muy dentro de los araucanos. Desde comienzos de la década del ochenta hacia adelante y con los cambios profundos que originó la caída del bolívar y con el dinero circulante de las petroleras, las relaciones comerciales con los vecinos venezolanos cambiaron por completo. Antes ellos eran los compradores en Arauca, pues tenían moneda fuerte que representaba un alto poder adquisitivo que les facilitaba comprar y disfrutar de los mejor que se producía y vendía allí. Pero al devaluarse el bolo, las cosas y relaciones comerciales cambiaron y de gastadores solo debió quedarles el recuerdo, y el pesito se volvió duro frente a la moneda extranjera. El puerto de El Amparo ±frente a Arauca± se convirtió en menos de nada, en importantísimo centro comercial en donde se podía comprar desde una aguja, hasta una sofisticada maquinaria. Los venezolanos nativos vieron con desconfianza este cambio; pero los colombianos radicados allí, con una mejor visión de los negocios ensancharon las tiendas y almacenes, trayendo de todo lo que la industria venezolana producía o las importadoras traían de lejanos países para ponerlo a disposición de los compradores de Arauca. La vida desde entonces se abarató en esta frontera y cualquier persona con bajos ingresos podía estrenar carros y hacerse a los mejores electrodomésticos. Los materiales de construcción eran baratos si se traían de El Amparo y por varios años mantuvieron bajo los precios de los fletados de Cúcuta. Lo que antes de la caída del bolívar fueran pequeñas tiendas, se convirtieron en amplios automercados. Se concentraría tanto la empresa comercial en el pequeño puerto, que terminó afectando al venezolano corriente ±el pueblo raso± y algunos centros urbanos como Guasdualito que no estaban a orillas del río Arauca, pasaron a segundo plano y los camiones transportadores de las mercaderías procedentes de las zonas industriales del centro de Venezuela, ya ni querían entrar allí, pues los grandes descargues venían ordenados para El Amparo. Eso ocasionó 95 desabastecimiento para los vecinos y por lo tanto, algún control de la autoridad venezolana. Las migraciones del interior del país hacia Arauca que veían como fuente de empleo, trajo consigo el crecimiento acelerado y loco de la población, y cuanto individuo necesitado escuchaba el alaraqueo de la prensa sobre Caño Limón y su ingente riqueza, quería llegar a sacar partida y a ubicarse de cualquier manera. Este tropel de gente en busca de trabajo o de negocios, conllevó un déficit de vivienda como nunca antes y aunque el número de casas se había aumentado considerablemente, merced al bajo costo de los materiales, no podía dar cobertura a las necesidades. Como era lógico el costo de vida se disparó, los arriendos se pusieron por las nubes y como muchos petroleros ganaban salarios elevadísimos, podían pagar éstos al precio que fuera y las clases menos favorecidas ±las de siempre± empezaron a sentirse acorraladas al no poder competir. A partir de ahora comienza en la región la lucha tenaz por un pedazo de tierra en donde poder medio vivir. Las clases más pobres inician algo novedoso y nunca visto antes: las invasiones. Grandes terrenos que habían permanecido como bienes mostrencos, fueron de la noche a la mañana ocupados por toda clase de familias depauperadas, dispuestas a hacerse quemar el cuero si era necesario, para meter a los hijos debajo de un techo de paroy. El ajetreo en busca de empleo en las compañías de servicios petroleros, obligaba a los solicitantes a ir formando desde temprana mañana, largas colas frente a las puertas de las oficinas. Muchos aspirantes se ubicaban, pero la mayoría quedaba deambulando por las calles y lo que nunca antes se había visto, las bancas del parque principal sirvieron de cama a más de un desempleado y andariego en busca de la vida. Una población flotante numéricamente increíble para un pueblo tan pequeño, empezó a circular por todo el ambiente y cuando se andaba por la Avenida Olaya Herrera era tanto el gentío que iba y venía, que esto semejaba la Avenida Jiménez de Bogotá a eso de las seis de la tarde. Y si esto sucedía en la capital intendencial, en otros centros urbanos como Saravena y Arauquita, el asunto no era menos preocupante. El déficit de servicios públicos en toda la región creció desaforadamente. Los problemas sociales se agudizaron, el inconformismo imperó, la violencia y el malestar que nunca había tocado a la Arauca criolla, llegó así de repente y se fue acrecentando. En el piedemonte araucano los campesinos bregadores ±los bravos hombres del Sarare± se fueron hastiando y la copa se rebozó. Por todas partes y en la prensa, el cuento era que Arauca era la región más rica y próspera del país, cuando la verdad era muy distinta para el pueblo trabajador. La carencia de tierra para trabajar lo propio, la falta de una carretera a la altura de los nuevos tiempos por donde poder sacar los productos fruto del esfuerzo tesonero. Por otra parte, la violencia política fue congelando el inconformismo y se armó el lío. Vinieron los paros en la región del Sarare, en el sector urbano como campesino. Unos inconformes por algo, los demás por otros motivos, pero en general, la violencia y la falta de servicios públicos y de garantías para trabajar y poder aprovechar el fruto del esfuerzo, generó ese estado de caos. Después del primer paro vinieron muchos más. La represión se fortaleció y los problemas y el malestar, se volvieron el pan de cada día. Las asociaciones campesinas y organizaciones populares y gremiales de los Bravos Hombres del Sarare fueron presionando fuerte al gobierno y se hizo común a los araucanos, las continuas marchas campesinas a la capital intendencial buscando un arreglo con el Intendente y su gabinete, que garantizara unos mejores servicios públicos y carreteables de los habitantes de Arauquita hacia arriba. Las marchas campesinas se pusieron de moda y fueron muchas, siempre en busca de lo mismo. Miles de labriegos invadieron los parques de los centros urbanos por semanas enteras, presionando al gobierno. Familias. Este maremágnum humano ±incluyendo muchos niños± impresionó al pueblo araucano. Los estratos clasistas de mentalidad arcaica, no vieron con buenos ojos estas marchas y hasta 96 alegaban que ese gentío por ahí, lo único que hacía era darle mala imagen al pueblo y perjudicar el comercio. Pero como los labriegos no habían llegado hasta allí a gustar, sino a que el gobierno le diera solución a sus justas peticiones, poco les importaba lo que pensaran o dijeran de ellos. En las primeras marchas los llaneros rasos que nunca habían visto algo parecido, se alarmaron y uno que otro viejito de antaño se atrevió a decir: ³Ahora sí nos jodímos, nos invadió la guerrilla´; pero luego se acostumbraron a este ajetreo y hasta justificaron ese movimiento humano y valoraron a la medida, la machera de esa gente que sin importarle el llanto de los famélicos niños, ni el hambre y la sed, ni siquiera la muerte, echaban pie atrás en los propósitos reivindicativos y progresistas. En este Arauca del desenfreno, del oro negro, de los problemas sociales agudos, se encontró José Segundo consciente de que todos los momentos de la vida había que vivirlos con ganas; intensamente; así como se presentaran. Pensó que mereciéndolo o no, habían llegado los buenos tiempos y que las cosas cambiarían, al aparecer muchas fuentes de empleo en el sector privado y oficial y que algo habría para él. Pero a pesar de la abundancia, las cosas no serían tan fáciles como se esperaba. En aquellos meses el grupo santofimista, consciente de la importancia del control burocrático y sus implicaciones con tanto dinero que generaban las regalías petroleras, movió duro las palancas en las altas esferas del gobierno y logró meter un Intendente. Como era de esperarse, hubo una reestructuración acomodaticia a los mandos medios; el alcalde fue removido y colocado en ese puesto a un luchador de la misma corriente del Intendente y así por el estilo con los otros cargos de la administración. José Segundo se imaginó que las cosas serían mejor ya que el gobierno anterior, aunque había manejado buen presupuesto, nada había hecho en cuanto a las obras públicas que tanto requería la comunidad. Pero estas optimistas aspiraciones sólo se le fueron en deseos. Así lo comprobó el día en que personalmente se presentó al despacho del Alcalde a ofrecerle sus servicios. El burgomaestre lo recibió de la mala gana, una vez lo hizo esperar varias horas. - ¿En qué le puedo servir señor? Le agradezco me hable rápido, pues estoy muy ocupado ±fueron las palabras al hacerlo seguir al despacho. - Señor Alcalde« yo estoy desempleado desde hace tiempo; además soy araucano y quiero una oportunidad para servirle en su administración. - Bueno, eso de servirme lo veo difícil, pues en estos momentos no estoy necesitando a nadie; puede ser que usted más bien sea el necesitado. - Si, en realidad el necesitado soy yo, discúlpeme si me expresé de esa manera; no quise ofenderle. - ¿Quién es usted? - Soy José Segundo Ostos Durán, graduado en Sociología. - ¿Qué es eso de Sociología? ¿para qué sirve? Ya un poco molesto, Ostos quiso hacerle ver al tosco interlocutor, que era una carrera universitaria de humanidades y que para explicarle sobre la naturaleza de esa profesión, se necesitaba algún rato, que luego y con tiempo podía hablarle de ella y a lo cual el Alcalde de forma irrespetuosa manifestó: - Creo que ya entendí de que se trata su estudio y si no le entendí me da la misma vaina. - Señor, eso no es ninguna vaina, es algo más que eso. - Bueno, de comienzo le dije que estaba muy ocupado. Dígame quien lo recomienda a ver si le puedo dar trabajo o no. De mi parte le diré que a usted no lo conozco más que de vista y eso, porque lo he visto por ahí sin hacer nada. - Si, precisamente en los últimos tiempos he estado sin empleo; hasta estuve trabajando con la ganadería pero me fue mal y bueno aquí estoy. 97 - Creo que a alguien le oí decir que usted estuvo trabajando con el portillismo. Me decía que su apellido era Ostos si no estoy equivocado. ¿Es cierto? - Si señor, así es. - Bien, debe saber usted que el portillismo es el grupo que más nos ha perseguido a nosotros. Para desgracia de ellos les hemos ganado de mano y ahora si nos la van a pagar, pues le vamos a dar leña de la dura. - Señor, quiero decirle que por no comulgar con las sinvergüenzuras que hacían, fue que me botaron del puesto al que usted hace un momento se refirió. - Eso de que lo hayan botado a usted, no es problema mío. Ya indispuesto por las ofensas recibidas, José Segundo optó por ponerse a la altura del Alcalde y tratarlo de la misma manera. - Señor Alcalde, he venido a solicitarle trabajo porque lo necesito y puedo desempeñarme sirviéndole a Arauca, pero esto no es motivo para que me regañe; he sido respetuoso con usted. - No lo estoy regañando, pero tampoco me crea bobo diciéndome que usted no es portillista y ni piense que va a conseguir algo conmigo. Vaya pídale trabajo a Pancracio Cogollos o al tal Helí Gutiérrez ese. Ellos son sus amigos, no yo. Dicho esto, se fue poniendo de pie, haciéndole ver a Ostos que la entrevista había terminado. José Segundo pálido de la ira se dirigió a la salida y en el umbral de la puerta, sin voltear a mirar al burdo gobernante, dijo: ±Por eso es que nuestra tierra no progresa. Con esta clase de gente mandando, Arauca nunca se desarrollará. ¡Qué desgracia esta! ¡Hasta cuándo seguiremos así! El ofendido Alcalde todavía se dio el gusto de llamar a la secretaria en voz alta diciéndole para que escuchara José Segundo: - Mire, en estos días no voy a recibir a cualquier persona; usted me hizo pasar a ese carajo que acaba de salir, un tipo como ese, un don nadie que vino a hacerme perder tiempo y a sacarme la chispa diciéndome un pocado de bobadas. Además ese vergajo es un lagarto que la otra vez andaba pa¶rriba y pa¶bajo con los portillistas y ahora viene aquí a meterme chismes de ellos y a pedirme trabajo. Lo cree a uno pendejo. ¡Vea«! en estos días sólo voy a recibir a amigos y personas de confianza, los demás que vengan después o dígales que no estoy o que estoy muy ocupado. ¡No lo olvide! El lenguaje y modo de expresión del Alcalde, mostraba claramente en las manos de quien estaba la administración municipal. Este individuo déspota, petulante y burdo, ni siquiera había pisado las puertas de una universidad, pero en todos los documentos expedidos por su despacho, a su firma antecedía el apelativo de Doctor. Pero si en el trato con la comunidad se portaba de esa manera tan ordinaria, en los negocios de peculado, malversación de fondos y serruchazos, era refinado y acomodado a la farsa del derecho; entró al cargo como señor y cuando salió, bien millonario por cierto, igualmente lo hizo como un señor. Si trató a José Segundo de esa manera, otras personas que no eran de su rosca, también habían sufrido vejámenes. Otra desilusión para Ostos. Había mucha plata, pues las regalías habían inundado el presupuesto como nunca, pero los problemas seguían. Si de los portillistas salió decepcionado, con los santofimistas fue peor. Él seguía preguntándose sobre la suerte de la región, si persistía este estado de cosas y personas. Definitivamente iba a tener que pensar en un trabajo particular, arriesgarse una vez más. De hambre no se iba a dejar morir y por el contrario, la personalidad no le daba a torcer el brazo; ³La pelea es peleando´ ±se decía. Arauca seguía con el ajetreo de la bonanza petrolera. Desde que las regalías aparecieron y se hicieron los primeros giros para ser invertidos por el gobierno, la lucha por el control burocrático se agudizó y puestos que hasta entonces nadie quería agarrar por no ser remunerados ±juntas de acción comunal, como ejemplo± se volvieron reñidos 98 y para llegar a ellos se necesitaba halarle duro a la política, pues habían muchos millones de por medio. La rapiña burocrática era tensa y ardua. Muchas personas y grupos, pensando en sacar tajada de los dineros públicos, se dieron a la tarea de fundar cooperativas, corporaciones, colegios privados, asociaciones. Las empresas de servicios de asistencia técnica y asesorías en todos los ramos, se registraron en el municipio y en la intendencia. Individuos que no sabían ni pegar ladrillos y que no contaban con mil pesos de capital, resultaron ser de la noche a la mañana, técnicos, gerentes, expertos directores y administradores de obras de ingeniería. Los funcionarios de la alcaldía o intendencia eran dueños de contratos millonarios y en los documentos hacían figurar a otras personas; y desde sus cargos, agilizaban los anticipos y tramitologías de pago. Los Concejos pasaron a ser puestos claves donde sus miembros se aseguraban jugosas comisiones, por debajo de cuerda. Como la presión para trabajar con el gobierno fue tan fuerte y además porque las condiciones así lo imponían, la burocracia se creció. De un solo firmazo el ejecutivo, en concordancia con las corporaciones edilicias, crearon varias secretarías más para ubicar a los amigos, generar empleo y facilitar el trabajo administrativo. El festín de las regalías, esa rapiña de dinero, trajo consigo la oposición. El pueblo inconforme con la manera como se habían venido manejando los dineros de la comunidad, se manifestó. Los gobernantes criollos y la comunidad araucana acostumbrados a la tradición y la calma, se asustaron cuando la nueva fuerza política irrumpió en el ambiente araucano. La UP en la intendencia, comenzó en la región del Sarare, pero como la administración estaba centrada en la capital intendencial, el poder comunista se vino bajando desde el piedemonte hasta llegar al palacio, una vez los campesinos habían elegido a sus representantes al Concejo. Del asombro de las gentes, pues nadie había sido capaz de echar vivas al partido comunista en plena plaza pública, se pasó al hábito. Lo que era un temor, se puso de moda. A partir de ahora y por algún tiempo ser de la oposición o simpatizante de la UP era cosa de buen gusto entre el común de las gentes de Arauca. Muchos extremistas liberales y ultragodos de otros tiempos, se alistaron en las filas de la Unión Patriótica y la respaldaban a capa y espada; y defensores del régimen tradicional, pasaron a ser los más severos críticos de los malos manejos del dinero de la comunidad. No había reunión de personas donde no se estuviera tocando el candente tema de la política y la corrupción responsable del atraso de la región; quienes moderaban estas charlas eran generalmente miembros o simpatizantes de la UP. Fueron muchos los llaneros que afirmaron que ³ahora sí se les iba a terminar los chanchullos a los políticos de siempre y con gente como la de la UP, las cosas iban a cambiar´. José Segundo midió las cosas y reconstruyó el esquema histórico de la patria y lo relacionó con otras tristes experiencias como la de Chile y el médico Salvador Allende. Pensó que el sistema y la ideología reinante no se iban a cruzar de brazos, a esperar que los comunistas los bajaran del poder. Sabía que todo sistema, teniendo el poder en las manos, trata de conservarse hasta lo último y no le va a dar la razón a la oposición, así la tenga y cuando haya que violar las mismas leyes que se dicen defender ±constitución democrática± la violan cuantas veces sea necesario. Por eso el frenesí que invadió a muchos corazones que vieron el momento histórico de los grandes cambios en Colombia y Arauca, no alteró a Ostos, al suponer que después de esta barahúnda, lo más posible era que las cosas volvieran al viejo cauce. A pesar de las elevadas sumas millonarias que estaba manejando el Alcalde, la capital intendencial seguía peor que antes. Con el acelerado crecimiento poblacional, los servicios públicos de agua y energía principalmente, no alcanzaban. La situación se puso bien crítica cuando algunos daños de CADAFE de Guasdualito, hizo suspender indefinidamente el servicio de energía hacia Arauca. El acueducto de la ciudad funcionaba 99 con la energía comprada a Venezuela y al interrumpirse ésta, no había agua. La población araucana estaba desesperada y mientras en los barrios más pobres y bajos las gentes se estaban ahogando con las inundaciones, en las llaves y para el consumo doméstico, no brotaba ni una gota del preciado líquido. Las paradojas de la vida araucana; sin agua para poder vivir en medio de la inundación. Fue tanta la angustia de las gentes de Arauca, que durante muchas veces ±cosa que no se había visto nunca± la comunidad entera salió a las calles vela y olla en mano, a pedir agua y luz. El malestar era general; los colegios no podían laborar, el comercio de la ciudad al borde de la quiebra y por otro lado, la inseguridad aprovechando las tinieblas. Sin agua, energía y ni hablar de otros servicios públicos, se fue tejiendo un paro cívico para protestar por ese estado de cosas que perjudicaba a todos. La comunidad estaba jodida y el gobierno no planteaba ninguna salida efectiva a la situación, y por el contrario, en vez de resolver el problema a las gentes, desató la represión del Estado contra los organizadores del paro que se estaba gestando. Desempleado, José Segundo se encontraba en el parque Bolívar; un grupo dialogaba animadamente. De pronto Ostos se vio participando de la charla, que giraba alrededor de la situación de malestar que a todos aquejaba. Como ya la noche venía metiéndose, la penumbra apenas dejaba distinguir el rostro del conglomerado. - Esto no puede continuar así ±decía Mauricio Segovia± hay que bregar a despertar a la gente para que se manifieste en algo; imposible que Arauca sea tan conformista. ¡Carajo! Si esto fuera mi tierra, ya esta vaina hubiera explotado hace tiempo. - Pero Arauca es Arauca ±decía alguien en voz baja± aquí todo es posible con este verriondo conformismo que siempre ha habido. - Por eso es que estamos como estamos« bien jodidos ±decía un tercero± y no se le ve mejoría a esta situación. Al grupo se fueron uniendo más personas y todas referían que el momento era propicio para el paro. Mauricio Segovia, que manifestábase con carisma de líder, era el que recogía las inquietudes de los que hablaban y les inyectaba la seguridad de las personas de convicción, motivándolos a que se hiciera el paro si se querían arreglar los problemas. Segovia al igual que muchos de los habitantes de Arauca, era de procedencia santandereana. En calidad de campesino se había venido cordillera abajo, hasta llegar a la región del Sarare en donde fue dueño de una próspera finca, pero la violencia y su incertidumbre, lo hizo venirse hacia la pacífica Arauca en donde con los ahorros que trajo y cansado de sufrir de labriego, había preferido dedicarse a otra cosa; al comercio. Primero lo hizo como vendedor ambulante y luego en la bonanza petrolera, se hizo a un local en la avenida Olaya Herrera en donde abrió un restaurante. Como buen santandereano, era un tipo emprendedor y de armas tomar, que no se le corría a nada. Su negocio era bueno, pero las constantes fallas de agua y el fluido eléctrico, lo tenían mal y al borde de la quiebra, ya que no se podía preparar los alimentos o los ya hechos se perdían por falta de refrigeración. Estas condiciones en que estaba, más el ímpetu que siempre lo había acompañado en los treinta y más años, lo motivaban a llevar adelante el Paro Cívico de Arauca. De alta estatura, acompañado de corpulencia tirando a gordo, dirigía la charla de los inconformes que estaban reunidos en el parque. - Precisamente ±decía Segovia± mañana a las ocho de la mañana hay una reunión en la sede de la Asociación de Camioneros. Allí vamos a trazarnos las tareas que tenemos que realizar, pues el paro de cuarenta y ocho horas, comienza el próximo lunes a la una de la mañana. El trabajo es duro y hay que meter el pecho en la brega para que con esta presión, el gobierno se ponga las pilas y le dé arreglo rápido a este problema que nos tiene a todos en la olla. 100 José Segundo había estado escuchando la conversación, pero con prudencia no había querido decir nada hasta entonces. Estaba de acuerdo con la inconformidad de la gente y con la tentativa del paro y pensaba apoyarlo. Además la convicción y seguridad con que hablaba Segovia lo estimuló al fin a tomar la palabra y a formar parte activa de la charla: - ¿Creen ustedes que habrá respaldo a este paro? ±interpeló Ostos. - ¡Claro qué sí lo habrá! ±respondió el mismo Segovia± las condiciones están dadas. En estos momentos venimos de hablar con los comerciantes de San Andresito y de la Avenida y el respaldo es unánime. Ayer nos reunimos con ASEDAR, el sindicato de profesores, y también manifestaron el deseo de vincularse al paro y si paralizan las clases, es mucho el apoyo que prestarán. - ¡Pero el apoyo tiene que ser general! ±manifestó nuevamente Ostos± si toda la comunidad está perjudicada, tiene que ser una protesta de las mayorías. - ¡Naturalmente que la protesta tiene que ser general! ¡De lo contrario nada se haría! ±repuso uno de los compañeros de Segovia. - Ese es el problema que se plantea -dijo José segundo que desde ese momento había tomado la charla muy a pecho± aunque hay motivos de sobra para que la comunidad se manifieste, cuando hay que asumir responsabilidades, la gente se echa para atrás y dejan embaucados a dos o tres que al final van a parar a un calabozo de la policía y hasta ahí llega la iniciativa. La firmeza y seguridad de Ostos al decir estas palabras, hizo que su persona a partir de ese momento pasara a ser parte de las miradas curiosas del grupo. De ahí en adelante se le tuvo muy en cuenta toda vez que tomaba la palabra. Segovia y los amigos que le acompañaban manifestaron a los presentes que al día siguiente tenían la reunión, que allí iban a estar presentes muchos gremios de la ciudad y se iban a trazar las tareas específicas y que todos estaban invitados a asistir y a participar, para sacar adelante el paro, para que el gobierno de una vez arreglara el problema del agua y la energía, pues si las cosas seguían como venían, nunca se le iba a poner reparo a esta situación. También les advirtió que dada la situación de represión de las autoridades y como ya estaban enteradas de que se avecinaba el paro para protestar por los malos servicios públicos, era recomendable dar por terminada esa reunión e irse a las casas ya que los servicios de seguridad habían recibido orden del gobierno, de disolver ese intento de protesta fuera como fuera. El tumulto comenzó a desvanecerse. José Segundo había caminado unos pocos pasos en dirección a la casa, cuando fue arribado por dos desconocidos, que manifestando ser de la policía, le exigían acompañarlo al comando. Ostos un poco asustado, se atrevió sin embargo a objetarles que por qué debía acompañarlos. - Vea señor, nosotros andamos cumpliendo órdenes de mi teniente y eso estamos haciendo. Allá le explican por qué lo llevamos. - Pero señores yo voy para mi casa ¡Déjenme ir! - ¡Vea« -dijo uno de los policías± no se ponga cansón porque es peor para usted! - Pero yo no estoy haciendo nada en contra de la sociedad, ni de ustedes. - Eso se lo dice a mi teniente. - ¡Yo me voy para mi casa! - ¡Qué casa ni que nada« usted se va con nosotros, a las buenas o a las malas! ¡Como quiera! Dicho lo anterior, uno de los policías ±el de más edad± lo fue empujando. - ¡Un momento señores! ±replicó Ostos± no es para tanto, creo que estamos entre personas educadas y yo no soy ningún delincuente. 101 - ¡Qué educados ni qué carajo« cabrón! ¡Eche pa¶ la policía o lo llevamos a patadas! Yo no admito que ningún perro comunista venga a darme lecciones de moral, cuando son ustedes los únicos responsables de que este país esté como está. ¡Andando pues! Con estas palabras y gestos, José Segundo nada podía decir ya y por el contrario, querer hablar aunque fuera humillándose, era exponerse a recibir una soberana paliza. Los de seguridad tenían aspecto de individuos cualquiera, de esos que se ven deambulando por las calles de Arauca como en busca de trabajo. Uno de ellos era calmado y no obstante querer cumplir las órdenes superiores, era persona de gestos y modales moderados, dejando entrever que su corazón aún conservaba el respeto y alguna consideración por los semejantes. Cuando el compañero se destapó en insultos y groserías, quiso controlarlo haciendo ver que el señor ±José Segundo± los acompañaría sin problemas pues no era nada grave. Por el contrario el otro agente, de aspecto indígena, ojos rasgados, pelo chuzo, rostro cubierto de acné, prominente nariz colorada y lacerada de huecos, parecía cualquier cosa menos policía. Canchero en el trato con los pillos y la maldad, había perdido toda sensibilidad humana. A los pocos minutos José Segundo fue llevado a un calabozo estrecho y encerrado en él como un peligroso instigante a la subversión y al desorden público. En el libro de recepción fue registrado como uno de los cabecillas del paro. Al poco rato fueron llegando a hacerle compañía otros de los que estaban reunidos en el parque escuchando a Segovia; a las dos horas siguientes el pequeño espacio no daba abasto para tanta gente y les tocaba estar de pie. José Segundo y los compañeros de infortunio en todas esas horas que pasaron allí privados de la libertad, no justificaban bajo ningún punto de vista este atropello. Este chistecito le costó a Ostos y a los otros colegas ocasionales, cuarenta y ocho horas de arresto y además, la reseñada, inclusive con fotografías que irían a reposar al archivo de los posibles subversivos de la región. Por si poco lo anterior, durante los ocho días siguientes, debía presentarse al comando so pena de declararlo reo ausente e iniciarle la consiguiente orden de captura. El paro nunca se realizó, no porque la comunidad y el comercio tomaran conciencia y se pusieran de acuerdo con el gobierno, colaborando con el orden público, como el Intendente y el Alcalde hicieron transmitir por las emisoras locales, sino por la atroz represión. Los problemas del agua y la luz continuaron por varios meses; la comunidad seguía ansiosa de soluciones reales. El gobierno seguía pasando por la radio, los supuestos esfuerzos y contactos que hacían con los altos mandos en Bogotá y la cancillería en Caracas y que pronto habría buena luz y buena agua; que se tuviera fe en ellos y sus gestiones. Las actividades de la ciudad se encontraron paralizadas completamente por muchos días. Los bancos sin atender a la numerosa clientela; los colegios sin albergar a los estudiantes; las oficinas públicas y en general la administración, traumatizada; el comercio de alimentos en la más grave crisis y quiebra; las pequeñas empresas y talleres, silenciados. Al fin el ejecutivo le dio una salida viable al problema: se hizo la interconexión con el complejo industrial de Caño limón ±solución ésta que fácilmente se habría podido dar dos años antes. Aunque mucha gente siguió pobre en la región ±como José Segundo±, en Arauca aparecieron los nuevos ricos que desplazaron a los ganaderos de antaño. Si los astutos comerciantes se enriquecieron de la noche a la mañana sirviendo de proveedores de las compañías petroleras, las empresas de servicio no se quedaban atrás. Siempre trabajando con capital ajeno, en pocos meses acumularon astronómicas fortunas que antes era imposible levantar así de rápido. Pero el oro negro hace maravillas y genera mucha riqueza y fuentes de empleos directos e indirectos. 102 Si los suministros y la prestación de servicios enriquecía a los particulares, la contratación con el sector oficial aún era más jugosa. La sobrefacturación pasó a ser el plato preferido de los vivos. Cualquier obrita en manos de contratistas y contratantes se volvía una señora obra, que requería para la aprobación supuestas garantías y requisitos que elevaban tres veces el costo real de ellas. Este festín se justificaba en que había que darle trabajo a la gente de Arauca y a uno que otro guate, y que para eso había plata, que si no se utilizaba rápido, corría el riesgo de añejarse en las cuentas bancarias. Hechas a la carrera y sin ninguna interventoría profesional, fueron construidos puentes, cañerías públicas, algunas vías encementadas y remodelaciones. En este estado caótico de rapiña de contratos y derroche de dinero, se encontraba la región. Sería tanto el tropel, que hasta José Segundo y Luis Méndez concibieron la idea de intentar solventar la situación de desempleo, bregando a ver si en ese carnaval de contrato había algo para ellos y con eso, mitigar la pobreza que amenazaba con consumirlos definitivamente. Para poder registrarse como contratistas, les tocó pagar una cantidad de impuestos en la Cámara de Comercio y además, constituir una sociedad que debía quedar inscrita en la Notaría, previa minuta de constitución. Cuando Luis con el mamotreto de papeles bajo el brazo solicitó audiencia para hablar con el jefe de la administración municipal y ofrecerle los servicios, debió esperar durante varios días para ser atendido. Cuando al fin pudo entrevistarse con el alcalde, fue informado que acababa de ser demandado por los enemigos políticos a raíz de que estaba colaborando con la gente araucana dándoles trabajo y por lo tanto no podía seguir dando contratos so pena de ir a parar a la cárcel; que si los enemigos del progreso no se opusieran, él le hubiera brindado la oportunidad de hacerse sus pesos, pero que viera que los culpables eran los portillistas. Esta última negativa del gobierno a Luis Méndez y por ende a José Segundo, les dio a entender que las cosas y la supervivencia había que buscarlas fuera del estado y sus gobernantes, ya que para éstos, parecía que estaban definitivamente salados o que la dirigencia se había vuelto hermética e impenetrable. Si la situación de Ostos, Méndez y tantos otros era preocupante, la de la capital intendencia era peor. Con el transcurrir del tiempo, los servicios públicos escaseaban más. El desempleo y la inflación galopante, golpeando con mano de hierro a las clases más pobres. Las condiciones eran duras para muchos y el descontento reinaba para las mayorías que veían que a pesar de la danza de los millones, la miseria extrema se crecía proporcional al enriquecimiento de los contratistas. La perorata de los medios de comunicación de la región sobre las innumerables obras que estaba haciendo el gobierno en pro de la comunidad, no se veían ni se sentían. Las calles que antes fueran pavimentadas ±cuando Arauca era pobre± con el ajetreo de tantos carros que trabajaban para las compañías, las habían acabado por completo y en donde existió el asfalto, no pululaban ahora sino profundas troneras llenas de agua y barro y como la comunidad reclamaba vías públicas, los gobernantes respondían que había que construir antes el alcantarillado y luego lo otro, pero no se hacía ni lo primero, ni lo segundo y continuaba el círculo vicioso. La carretera paralela al río Arauca que pasando por Caño Limón se dirige a Saravena, le ha prestado invaluables servicios a las empresas particulares y a la comunidad y por ella se han movido muchos millones de dólares y sigue sin pavimentar. En los últimos inviernos se convirtió en el principal enemigo de la región de Arauquita hacia abajo. Los malos diseños al construirla ±no le dejaron suficiente sistema de drenaje de un lado a otro± y al estar paralela al río, sirve de represa al recio caudal produciendo inundaciones en toda la región. Estas inundaciones han asustado hasta a los mismos oriundos y ni hablar de los llegados del interior que no están acostumbrados a estos ajetreos. Estas crecientes de los últimos años han maltratado más fuerte a las familias de los barrios 103 marginados y también han trancado enormemente el desarrollo de la región y la gente emprendedora y con capitales que estaban dispuestas a invertir allí, generando una infraestructura de empresas, empleos y servicios, ha quedado desconcertada y no piensa echar raíces hasta tanto no se normalice esta situación. Si en los asuntos materiales las cosas han cambiado durante los últimos tiempos, ha surgido una nueva forma de vida al habitante araucano y no precisamente la mejor. La inseguridad y el terrorismo los ha cundido y se les ha metido por todas partes del cuerpo y de la mente. Algunos años atrás cuando se hablaba de la violencia de saravena, a los araucanos criollos hasta se les crispaban los pelos y se les helaba el pellejo y eran tan trágicas las noticias, que la pacífica Arauca llegó a concebir que los Bravos Hombres del Sarare vivían a semejanza de los intrépidos vaqueros del lejano oeste americano. Es cierto que había deformación de la realidad, pero era innegable que la violencia política estaba entre ellos. Esa violencia que estaba en el Sarare y que les parecía a los criollos legendaria, llegó al municipio de Arauca y llegó con todos los hierros. La Arauca de antaño de ser un distrito de policía, pasó a ser Departamento. Si las inundaciones han asustado a más de un posible inversionista en la región, el terrorismo no se le queda atrás y no es raro encontrar en calles y carreteras, cadáveres humanos. Si antes el araucano era dado a los chismes y a los cuentos sobre todas las cosas que formaban el quehacer diario, ahora lo que imperaban era el silencio y cuando aparecen los muertos nadie ve, oye o habla. El ambiente de zozobra e intimidación ha vuelto cobardes a los llaneros, y si antes fueron los que dieron la vida por la libertad en la guerra de Emancipación de España, ahora son los menos que se levantan contra este estado de cosas bárbaras y salvajes. La sensibilidad humana que tanto los caracterizó en el ayer, se esfumó y hoy día son desconfiados, huraños, llenos de recelos y ante el extraño, son herméticos y cerrados por dentro y por fuera. Si los dueños de hatos antes se sentían contentos cuando eran visitados, ahora sienten pánico si alguien llega a preguntarlos y se niegan, metiéndose debajo de las camas. La ganadería que fuera el medio económico de siempre, es una actividad que día por día pierde ese ensueño de tradición y los llaneros quieren salir de tierras y ganados, pues la situación de inseguridad y terrorismo los tiene atemorizados y quieren venirse hacia los pueblos, dejando lo que siempre les brindó la subsistencia. Esta situación ha ayudado al crecimiento desproporcionado de la capital intendencial, especialmente, y los barrios marginados crecen desaforadamente con numerosas familias que llegan a engrosar las turbas de desempleados y a colaborar con el déficit de servicios públicos. La gente está confiada al Alcalde que eligieron por voto popular esperando que éste les dé solución a los innumerables problemas que aquejan a la comunidad, ya que en Arauca todo está por hacer. Llano arriba el oleoducto transporta miles de barriles de crudo desde Caño Limón hasta Coveñas en la Costa Atlántica; los atentados dinamiteros continúan, la situación es tensa. Ostos de tanto buscar sin resultados, había decidido trabajar en lo que le saliera. En una reunión a la que asistió, tuvo la oportunidad de conocerse con Fermín Argüello, contándole como él siendo araucano raizal, había sido marginado por la clase dirigente y todo por haber sido honrado. El ingeniero Argüello con ser especialista en las ciencias exactas, tenía un bagaje de cultura, gustaba de la literatura y era cultivado en ésta; había leído todas las obras de García Márquez y cuando Ostos le habló de la genealogía de los Buendía, es como si le hubiese recordado a la propia familia. El tema originó la confianza entre ambos y los acercó en el espacio en donde las almas se parecen y se identifican y esa noche de consumo etílico, mientras el grupo hablaba de putas, negocios y trabajo, aquellos se enfrascaron en el tema de personajes macondianos. Argüello valoró a la medida, la cultura y capacidades del recién conocido y prometió ayudarlo, nombrándolo como 104 conductor particular, aprovechando que quien manejaba la camioneta Samuray que estaba por su cuenta, se había renunciado al trabajo. El ingeniero Argüello era bogotano y de familia rica. Al terminar los estudios universitarios se metió con una firma dura de explotación petrolera y al lado de ella había conocido medio mundo: los Estados Unidos, Arabia y el Medio Oriente, México y Venezuela. Esa vida de trotamundos lo había acabado de formar profesionalmente. Como había estado bien vinculado, no era raro ver cómo se le adulaba a donde iba. Cuando formó parte de la Occidental de Colombia y llegó a Arauca, un mar de secretarias y áulicos se le metían hasta por los ojos, bregando a obtener provechos personales, pero Argüello aunque respondía a los halagos e invitaciones, en el fondo despreciaba estas conductas rastreras y oportunistas. Sin duda era todo un profesional como trabajador y como ser humano, una personalidad. Por eso cuando trató a José Segundo, no obstante las circunstancias, sintió que había encontrado un amigo con el que podía hablar francamente y esa misma noche le ofreció ayuda y le tendió la mano fraternal. La sinceridad, la formación humanística y la manera de concebir la política y la vida, hizo a Ostos ganarse desde el primer momento, la confianza del ejecutivo. Por eso el araucano se volvió el leal compañero y confidente de brega y a todas partes a donde iba, le acompañaba y le colaboraba en lo que estaba al alcance. El ingeniero acostumbrado a las refinadas costumbres y maneras del interior, había caído por este Arauca de hombres sencillos y poco cuidadosos de las formalidades, pero había encajado en el ambiente y se sentía a gusto. Al lado del araucano había asistido a muchas fiestas criollas y al compás del aguardiente extra, los parrandos y la carne asada, había degustado con alegría y agrado la idiosincrasia y el folklore llanero. Algún tiempo después sería tanta la afición a la música del arpa, cuatro y maracas que había costeado del propio bolsillo, la grabación de un LP de joropos. Aunque Argüello por motivos del trabajo y las responsabilidades con la Superintendencia de producción de OXY en Caño Limón, debía permanecer la mayor parte del tiempo en el campo industrial, cuando podía, venía a Arauca departir con los amigos llaneros que tanto lo apreciaban. El festín de las regalías siguió. La avaricia y el deseo de riqueza fácil y rápida ha invadido el corazón de las gentes. Compañías de servicios petroleros han hecho lo suyo y muchas han desaparecido ya; otras se aprestan a levantar las operaciones en la región. La zona industrial de Caño Limón ha arrancado a las entrañas de la tierra araucana miles de millones de barriles de oro negro, pero día por día alberga a menos trabajadores directos e indirectos, y las operaciones actuales se reducen a producción, mantenimiento, seguridad y administración. Otro invierno se ha entrado con todas. Las expectativas crecen y los araucanos están a la espera de cómo serán tratados por las inundaciones. El complejo industrial petrolero ha estado laborando a medias, y los atentados dinamiteros al oleoducto obligan a parar el bombeo. La presión de la subversión armada es más coercitiva y los empleados -en vista de este problema que de seguir así los mandará a la calle- están preocupados y piensan en buscar otra coloca. Esta parálisis en la producción le permitía al ingeniero Argüello viajar a Arauca a hacer diligencias. Un aguacero tumbaraguatos se viene sobre la llanura araucana. Negros y cuajados nubarrones se desgajan y un torrente fuerte de gruesas gotas de agua, salpican duro sobre lo raudales de Caño Limón y sobre la carretera que viene desde el campo petrolero hacia Arauca capital. Una lujosa Toyota Samuray blanca, no obstante el temporal, se desplaza a alta velocidad sobre la resbalosa superficie que aún no ha sido asfaltada. Dentro de la zona industrial, el terraplén es recubierto con abundante crudo, lo que lo hace más peligroso. Dentro del carro viajan sólo dos personas: el conductor y otro acompañante que va en la parte delantera. El chaparrón sigue duro, y el limpiaparabrisas del vehículo no da abasto y la visibilidad es poca, lo que obliga a andar con las luces 105 encendidas para poder ver mejor y alertar a los otros automotores y evitar accidentes. Al pasar por la Yuca, el temporal manifiesta que piensa mantenerse. El ingeniero Argüello que es quien viaja en aquel carro, en vista del tiempo, ha permanecido callado, aguardando a que cese la lluvia, pero cansado de esperar se ha decidido a hablar: - ¡Qué aguacero tan tremendo! ¡Parece que no va a dejar de llover en el resto de día´. - Si ingeniero, la tempestad está fea. Lentamente como sin querer, Argüello ha estirado el brazo izquierdo hacia los controles del carro, moviendo el botón de enfriamiento del aire acondicionado hasta lo máximo, mientras apaga el equipo de sonido que venía distrayéndolos con los joropos de moda. - Es mejor que quitemos la música por ahora. El tiempo está peligroso y es mejor andar pendiente ±dijo el ingeniero, mientras se recostaba cómodamente contra la puerta. - Si ingeniero, además de distraerme, se corre el riesgo de que un rayo se tire el equipo y ahí nos fregamos. - Segundo ±ordenó Argüello± maneje despacio, no importa que lleguemos a Arauca un poco tarde. Es mejor perder un rato en la vida, y no la vida en un rato. Hay que tener cuidado no vaya y nos volquemos. - Si señor, como usted tenga a bien. Aunque era mucha la amistad entre jefe y conductor, Ostos seguía tratando a Argüello con todo respeto, al ser consciente que la confianza no era incompatible con las buenas maneras. - Ingeniero, ¿cómo ve usted ese problema del oleoducto? - Ese lío está tremendo, y si sigue esa situación, quién sabe a dónde iremos a llegar. Fíjate que este mes no se ha producido nada, es más lo que dura dinamitado el oleoducto que sirviendo. - Y lo más preocupante es que no hay nada claro sobre esta situación. - No lo olvide Segundo, esto es una crisis, y las crisis debe usted saberlo, son situaciones temporales que pueden mejorar o empeorar. Ese es el dilema. El asunto puede tener una salida viable, ojala y así sea; bueno la historia dirá qué sucederá a su debido tiempo. - Ingeniero, ¿qué opina usted del atraso de Arauca? - Es algo terrible y lamentable. Tanta plata que han generado las regalías y Arauca sigue estando peor que cualquier pueblo de Colombia. - Parece que al comienzo de la explotación, las empresas petroleras le ofrecieron a la Intendencia cambiar las regalías directamente por obras públicas. - Y de pronto hasta habría sido mejor para la región. Yo que no soy araucano, he aprendido a querer esta tierra generosa y me duele que las cosas estén como están. - La vida es paradójica, ingeniero. Los llaneros en otros lugares del país somos tenidos como regionalistas y apegados al terruño. Para nosotros todo lo que tenga que ver con lo nuestro, es fundamental. - Hacia allá iba. Es contradictoria la posición de querer algo, en este caso la propia tierra que nos viera nacer y crecer y sin embargo pudiendo sacarla adelante, no lo hacemos. Es como si alguien que teniendo un hijo dice quererlo, no lo alimenta, no lo educa, no lo cuida pensando en el mañana. - Ingeniero, si mal no estoy, lo que usted da a entender es que así como están las cosas y como se han venido haciendo, los que dicen querer a Arauca, en la práctica están demostrando lo contrario. - Eso pienso y no creo equivocarme. Claro que no debemos generalizar, pues generalizar es pecado. En la dirigencia de la región debe haber gente progresista, positiva y honrada. - ¡Claro que los debe haber! 106 En estos momentos un Toyota Pic Up que venía en sentido contrario, sin luces encendidas, casi origina una estrellada entre ambos carros. Como el chubasco había seguido, la visibilidad era muy poca y Ostos sólo pudo distinguir el automotor, cuando estaba a escasos metros. La coleada de la Samuray al tratar de esquivar el peligro que se venía encima, casi los saca de la vía. Al ir a poca velocidad, José Segundo controló el vehículo a tiempo y evitó el accidente. ±Ves, ya te decía que era mejor ir despacio± dijo Argüello. - Tenía usted razón ingeniero. Donde ruede de medio lado un metro más la camioneta, nos salimos de la carretera. Aquel tramo de vía era bastante bajo ±venían frente al campamento de Sococo± y con el torrencial aguacero, las aguas estaban por encima de los pastizales de la sabana. - Afortunadamente no nos pasó nada. - Vea la responsabilidad del chofer de la pic up, ni siquiera se paró a mirar qué nos pasó. - Así es la vida, por eso vamos como vamos. El viaje se había vuelto a normalizar. Despacio continuaban hacia Arauca. Los gruesos goterones seguían cayendo implacablemente sobre cuanto ser estuviera por allí. El limpiaparabrisas no descansaba. A pocos metros de la carretera, se divisaba a un hombre ensombrerado y enmantado, que con el agua más arriba de la rodilla, reponiéndose a la lluvia, trataba de echar hacia una casa vecina, un arreo de marranos. - ¿Dónde quedamos? ±dijo Argüello retomando la conversación interrumpida por el incidente con la camioneta pic up. - Ingeniero, nos referíamos a que no obstante el regionalismo de nosotros los llaneros, hay gente que en la práctica demuestra no querer en lo más mínimo esta tierra. - ¡Ah sí« ahí íbamos! - Y pensar que hasta hace poco los políticos criollos de Arauca andaban con el cuento y la alharaca de que el atraso se debía principalmente a que quienes dirigían los destinos de la región eran foráneos, que nombrados y traídos desde Bogotá y otras partes, pasaban por la administración sin interesarles en nada el progreso de aquí. - Pero en estos momentos los que tienen los puestos claves en el gobierno, son de aquí mismo o han estado vinculados desde hace mucho tiempo. - Si, a eso quería referirme. Primero estábamos atrasados porque quienes mandaban eran de afuera, pero las cosas cambiaron y seguimos en las mismas. - Verdad que sí. - Tanta alharaca con lo del alcantarillado y aún no hay nada. Las calles de la ciudad son un desastre: por todas partes esas troneras y esa polvareda horrible. Con lo de la energía no hay que amañarse mucho, bien sabemos que viene prestada de Caño Limón. - Y para la interconexión con Bucaramanga faltan muchos años. - Eso se demora su tiempo. - ¿Cómo es ese cuento que están invirtiendo mucho en carreteras? - Sí, están construyendo muchos terraplenes, que es cierto, ayudan, pero no son la solución. - ¿Y por qué habla usted de terraplenes? - Ingeniero, pienso que en la actualidad no se puede considerar como carretera a un terraplén de greda, intransitable en invierno. - Así es. La vida moderna y las condiciones de bonanza de Arauca, no merece esta clase de vías. Creo que en esto de carreteras, debieran imitar a los vecinos venezolanos. - Los venezolanos en este sentido nos llevan mucha ventaja. - Lo que no me puedo explicar es el motivo por el cual no han pavimentado todavía la vía hasta Pamplona, o por lo menos el tramo que está dentro del territorio intendencial. - Pero ingeniero, ni siquiera han asfaltado de Arauca a Caño Limón. 107 - ¡Eso es algo inaudito!. - A estas alturas y así estamos ingeniero y no se vislumbra ningún proyecto serio en ese sentido. - Pero no todo es malo aquí. Mucho he oído decir que en los programas de desarrollo de Arauca, se están haciendo inversiones en el sector agropecuario y de la microempresa. - Sí ingeniero, esto es algo positivo para el desarrollo de la intendencia y no se puede desconocer. - Por lo menos en este sentido están sembrando el petróleo, pues todo lo que tenga que ver con la producción de bienes, es positivo. - El problema que se viene encima en cuanto a la producción agropecuaria y de la microempresa, es que cuando empiece a salir el producto, Arauca no va a poder consumirlo todo y se va a necesitar vender para fuera de la región y sin una buena carretera hacia el interior del país, va a ser difícil conseguir mercados de consumo. - Oiga verdad, no había pensado en esto, pero así es. - Ingeniero, la carretera pavimentada que nos lleve hasta Pamplona por el lado de Saravena o la que conecte con Sácama ± Socha, pasando por Tame, es clave. - Segundo eso es cierto, no hay como las vías asfaltadas. Nada más recuerda lo que hace poco nos sucedió. - ¿La casi estrellada con la camioneta pic up? - Exactamente. Ese accidente se lo hubiéramos debido al mal estado de la carretera. - En ese sentido parece que faltara planeación. - Así pareciera, pero quién sabe cuál será la verdad. - Segundo, también he oído que están mandando mucha gente a estudiar a las universidades y hasta al exterior. - Esa es una política sana y en este sentido no ha habido discriminación para nadie; todo el que acredita méritos ha sido favorecido. - El problema es para ubicar a esos profesionales cuando regresen a la región. - Esperemos que de aquí a allá las cosas estén mejor. - La inversión en capacitación es buena, pero para Arauca, es decir para la comunidad, lo que se debe hacer son buenas obras públicas en donde todos se favorezcan y el nivel de vida de los llaneros, los de arriba y también los de abajo, se mejore. - Esto es algo discutible ingeniero. Salvo el caso de la etapa de experimentación con la microempresa y la agroindustria, la capacitación de araucanos y la interconexión con Caño Limón, no se ha hecho más nada que valga la pena. - Y no por falta de plata, pues las regalías que ha recibido la región no son cualquier cosa. - Ingeniero, quienes sí han ganado bastante con el dinero de Arauca son los contratistas. - Por lo que se escucha, esa gente está picha en plata. - Ingeniero, no se ha tomado conciencia de que el subdesarrollo en que continúa estando Arauca por la mala fe de quienes deciden su destino, va a perjudicar a todos y en el futuro, cuando se acaben las regalías vamos a quedar mal plantados. - Es que sin referirse al futuro: en estos momentos, esto está muy mal. - Así es la vida, pero no hay más ciego que el que no quiere ver. Ellos no han entendido esto. Esperemos que la vida los ilumine, haga reflexionar y cambien de parecer. - Ojala así sea, pues de lo contrario la historia los juzgará y declarará culpables; y también los condenará, sino a ellos directamente, si a sus generaciones. No olvidemos que el subdesarrollo se hereda. 108 - Claro que si la gente quiere cambiar, cambia. Si hay inteligencia, ética y voluntad en lo que se hace, las cosas pueden ser mejor. - Que así sea, por el bien de los que estamos ahora y los que vendrán después. Que estos tiempos sean el legado a las generaciones venideras. - Ingeniero, la naturaleza generosamente le está brindando la oportunidad a Arauca, tal vez la única. Si no se aprovecha como es de esperarse, todo quedará en nada y esta bonanza no es por mucho tiempo. Las reservas de Caño Limón día por día, se agotan. - Así es, y el petróleo es un recurso no renovable. - Yo no conozco mucho, pero he oído hablar de Orito, de Tibú y de Sabana de Torres; tengo entendido por lo que dicen, que esos pueblos fueron muy ricos y allí se explotó petróleo en cantidad y se generó mucha riqueza. Pero las regalías se volvieron el festín de los canallas de turno y hoy día esas regiones lo único que heredaron del oro negro, fueron problemas. - En los pueblos que acabas de mencionar y lo digo porque los conozco, lo único que quedó de tanta riqueza, fueron los huecos del subsuelo. Pero esto no es todo, las secuelas de la bonanza son: prostitución, enfermedades, miseria, inseguridad, tugurios, desempleo, hambre« - ¡Que no nos vaya a pasar a los araucanos lo mismo! ¡Sería algo terrible, funesto, irreparable! - Las obras en Arauca debieran ser construidas directamente por la intendencia y el municipio y no por intermediarios o contratistas. - Eso sería lo ideal ingeniero. Así se evitarían tantas cosas malas y con toda la plata que hay, se harían maravillas y la región progresaría mucho, poniéndose a la par de los departamentos más desarrollados del país. Ya se aproxima a Arauca la Toyota blanca. La lluvia ha disminuido un poco la copiosidad, pero a lado y lado de la carretera no se ve más que agua acumulada. Con la proximidad a la ciudad, llega el ruido de otros vehículos que van y vienen en todas direcciones. Una mayor atención al volante hace que José Segundo se concentre más en su labor y hable menos. El tema de Arauca y las regalías ha sido reemplazado por el inmediato que tiene que ver con las diligencias que deben hacer en las oficinas, pues esa misma tarde regresarán al campo petrolero de Caño Limón. XXX Han pasado los días y por todas partes la noticia es que ha desaparecido el ingeniero Fermín Argüello en compañía del conductor José Segundo Ostos. La gran prensa nacional ±³El Tiempo y El Espacio´± pasan en primera página la noticia: ³En Arauca desapareció ingeniero de Occidental. Los últimos datos que se tienen de Argüello y Ostos es que algunos amigos los vieron cuando entraron al pueblo y todavía iban en la camioneta blanca Samuray, pero después de esto, nadie, absolutamente nadie, supo de ellos; ni siquiera el carro en que viajaban ha sido visto abandonado. Se los tragó la vida´. FIN 109
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