Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans.María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). TERCERA LEY LA LEY DE LA Retención 5 LA LEY DE LA RETENCIÓN; MENTALIDAD, MODELO Y MÁXIMAS Estaba seguro de que había reprobado mi primer semestre de seminario. Había escuchado todas las anécdotas de fracasos, de las tareas imposibles de hebreo, griego, teología y Biblia. Estaba petrificado de miedo. Para un solo curso, se requería la lectura de más de 2.000 páginas. Los egresados disfrutaban con decir cuán di!cil era, cuántas personas se habían retirado en las primeras semanas, y ¡cuántos alumnos del primer año se habían vuelto locos! Por eso, mi esposa y yo decidimos que deberíamos hacer un curso de lectura veloz. Me prometieron que podría aumentar mi velocidad de lectura tres veces, y aumentar también mi retención. El primer día de la clase, el instructor nos dijo: «Quiero mostrarles lo rápido que podrán leer al finalizar este curso». A su lado había tres graduados de la clase sentados en una mesa. «Observe cómo leen», dijo, mientras tomaban un libro que no habían leído — grandes, gruesos— y ¡empezaron a dar vuelta a las páginas tan rápidamente que podía sentir la brisa desde la última fila! Empecé a reírme y pensé, ¡Eso es imposible! ¡No están leyendo tan rápido!¡Es un truco! ¡Quiero que me devuelvan el dinero! La profesora tuvo que haber leído mis pensamientos, porque dijo: «Si ustedes siguen nuestras instrucciones y hacen todas las tareas, podrán leer como ellos —o le devolveremos el dinero». ¡Con eso me ganó! Sus tareas eran a veces extrañas y diferentes. Nos dijo que para leer mil, dos mil, tres mil, o cinco mil palabras por minuto, se necesitaban algunos procedimientos radicales. La tarea de la primera semana era aprender a leer páginas enteras, y no palabras. ¡Qué idea! Fui a la biblioteca pública cercana y pregunté por los libros para niños. ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). —¿Tiene hijos? —preguntó la bibliotecaria. —No, señora, no tengo. —Debe estar mirando estos libros para algunos parientes o amigos, entonces. —No, son para mí. —Ah.… —dijo—, ¿Qué tipo de libros para niños le interesan? Traté de parecer normal, pero me sentía más incómodo cada minuto. —No importa, cualquiera me sirve. El tema da lo mismo. La mujer tenía la apariencia de una bibliotecaria típica —pelo gris, amarrado en un moño, lentes, alta y delgada, un poco distraída. Con una mirada suspicaz, me guió a la sección de niños. Sin prestar atención al tipo, tamaño, o tema, puse quince libros debajo del brazo y los llevé a la mesa más cercana. La bibliotecaria no se movió. Entonces empecé mi tarea. Puse los libros al revés y empecé a hojear los libros tan rápidamente posible. Podía sentir a la bibliotecaria respirando detrás de mi hombro. Finalmente exclamó: —Joven, ¿está consciente de que los libros están al revés? —Sí —dije—. Es asombroso… —y con una cara lo más seria que pude poner—, ¿Lo ha intentado? Finalmente, ella caminó al frente, me miró a los ojos, y con una expresión de preocupada, preguntó: —¿Está realmente leyendo eso? —No, señora, no tengo idea de lo que está en estas páginas. Pero mi profesora dijo que no importaba. Cada día durante varias semanas volvía a la misma biblioteca. Durante una hora hojeaba los libros para niños tan rápidamente posible, con el libro puesto al revés. Al salir, sonreía a mi bibliotecaria favorita. A fines de la segunda semana, ella ya no podía mirarme. Al final, subí de nivel y miraba libros más serios, libros grandes de referencia. Hice lo mismo con ellos durante una hora cada noche. No le dije a la pobre señora lo que hacía, hasta el fin del curso, y entonces nos reímos juntos. Nuestras tareas peculiares tenían un propósito. Cuando éramos niños, nos enseñaron a leer cada palabra, una por una. Pero para la lectura veloz, no se puede mirar cada palabra, debe aprender a leer una página entera. Dar vuelta al libro nos impedía leer las palabras individuales. Estábamos entrenando los ojos y la mente para ver palabras de la misma manera en que vemos cuadros — todo de una vez en un segundo, sin concentrarse en los detalles. La velocidad de lectura promedio en nuestro grupo subió desde 200–450 palabras por minuto a 1.000, 2.000, 3.000, y en algunos casos hasta más de 5.000. En contra de todas ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). nuestras expectativas, la retención también aumentó. Muchos terminaron el curso leyendo 3.000–5.000 palabras por minuto con una retención de 80% o mejor. De alguna manera, la profesora había encontrado el secreto de la lectura veloz. Piense en la diferencia que haría en la vida de la mayoría de las personas esta capacidad de leer rápidamente. En las semanas recientes he leído siete libros —una mezcla de libros cristianos clásicos y libros acerca del liderazgo. Suman un total de aproximadamente 445.000 palabras. Compare los resultados si tuviera que leerlos a las siguientes velocidades (ppm = palabras por minuto): 445.000 palabras a 250 ppm = 1.780 minutos, o 29,5 horas. 445.000 palabras a 1.000 ppm = 445 minutos, o 7,5 horas. 445.000 palabras a 3.000 ppm = 148,33 minutos, o 2,5 horas. Usando esa información, considere lo que podría suceder durante cuatro años de estudios típicos universitarios. Supongamos que pasamos dos horas por semana leyendo durante los cuatro años. Eso suma 24.960 minutos de lectura. Compare cuántos libros se podían leer en los cuatro años a la velocidad de 250, 1.000, y 3.000 ppm, suponiendo que cada libro contiene 63.500 palabras, o más de 200 páginas: A 250 ppm, podría leer un libro en 254 minutos, o 98 libros en cuatro años. Eso es una pila de libros de casi 2 metros de altura. A 1.000 ppm, podría leer un libro en 63,5 minutos, o 393 libros en cuatro años. Eso es una pila de 7 metros de altura. A 3.000 ppm, podría leer un libro en 21,2 minutos, o 1.777 libros en cuatro años. Eso es una pila de 21 metros de altura —¡la altura de un edificio de 5 pisos! Ahora, antes de que piense que esto es una promoción de un curso de lectura veloz, hagamos la transición al punto de este capítulo. Tome al mismo alumno y cambie el libro de tres dimensiones por una persona de tres dimensiones —¡usted, el profesor! En vez de hablar de la lectura veloz, hablemos de la enseñanza veloz. ¡Esto es más fascinante todavía! Si usted ha ido a uno de nuestros seminarios del ministerio Caminata Bíblica, habrá experimentado algo de enseñanza veloz. Siempre escuchamos el comentario: «He aprendido más en un día de lo que había aprendido en años», o «He aprendido más en un día de lo que pensé que era posible —y disfruté cada minuto!» Bueno, está por aprender algunos secretos revolucionarios que hemos descubierto después de usar este método de ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). «enseñanza veloz» en más de cincuenta países y con más de un millón de estudiantes. Si va a mejorar su velocidad de enseñanza (y la del aprendizaje de sus alumnos), debe haber algún método para medir la velocidad de la enseñanza. Piense en su última presentación. ¿Cuántos datos aprendieron sus alumnos durante la clase? Para determinar la velocidad de su enseñanza en su última hora de clase, simplemente cuente los detalles que haya mencionado. Si hubo seis datos específicos por clase, entonces estuvo enseñando a seis dpc (datos por clase). ¿Cuál es su dpc actual? Una buena manera de averiguarlo es probar a sus alumnos inmediatamente después de la próxima clase. Sin aviso. Habiéndolo probado, ¡yo sé que los resultados a veces son deprimentes! ¡Pueden darle el deseo de suicidarse! Antes de enseñarle los secretos de la enseñanza veloz, experimentemos con las implicaciones de ella en la vida real. ¿Cuánto conocimiento se puede adquirir en una carrera universitaria con la enseñanza normal? Si un alumno toma dieciséis horas crédito durante cada uno de sus ocho semestres, y tiene un promedio de catorce períodos de clase por cada hora crédito, estará en el salón de clases 1.800 horas en cuatro años aproximadamente. Ahora, estime cuántos datos aprende el alumno típico en cada período, sin incluir su tarea, su lectura, u otros trabajos fuera de la sala. Seamos generosos; digamos que un maestro típico enseña a un alumno típico diez datos específicos en cada sesión. Por lo tanto, durante su carrera, un alumno aprendería 18.000 datos (1.800 horas multiplicadas por 10 datos por hora). Comparemos esto con la posibilidad de enseñar los mismos datos a los mismos alumnos en otras velocidades de aprendizaje, usando las mismas proporciones que usamos para comparar las velocidades de lectura. 10 dpc (250 ppm) x 1.800 = 18.000 datos 40 dpc (1.000 ppm) x 1.800 = 72.000 datos 120 dpc (3.000 ppm) x 1.800 = 216.000 datos ¡Mire la diferencia! ¡18.000 comparado con 216.000 datos! ¿Parece imposible o poco realista? No es menos realista que aumentar la velocidad de lectura desde 250 ppm a 1.000 o 3.000 ppm. En contraste con el chofer norteamericano típico que tiene un problema pues conduce por sobre la velocidad máxima permitida, el maestro típico tiene un problema pues enseña por debajo de la velocidad mínima. Si normalmente toma sesenta minutos para cubrir diez datos (10 dpc), y puede aprender a enseñar lo mismo en quince minutos, piense en el tiempo que sobra para otras experiencias de aprendizaje importante. Tal como una persona puede aprender a aumentar su velocidad de lectura cuatro veces, así también un profesor puede aumentar su velocidad de enseñanza cuatro ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). veces. ¡Piense en el potencial! ¿Pero cómo? ¿Cómo puede tomar información y reformularla para que una persona la recuerde, sin hacer ningún esfuerzo? ¿Cómo puede enseñar en forma veloz? Podemos sacar algunas ideas mirando cómo lo hace Dios. Por ejemplo, piense en lo que hizo después del diluvio. ¿Por qué puso el arco iris en el cielo? No quería que nos olvidáramos de su promesa de que nunca destruiría el mundo otra vez con un diluvio. Cuando Dios quería grabar algo en nuestra memoria, usaba un cuadro. Dudo que nadie tenga que concentrarse en recordar el significado del arco iris. Nadie piensa: «Cuando veo un arco iris, tengo que recordar que Dios prometió no mandar otro gran diluvio. Tengo que repasar esta lección diez veces para no olvidar». Por supuesto que no. Dios utilizó uno de los principios de la enseñanza veloz, ¡y aprendimos el «contenido» instantáneamente y para siempre! La enseñanza veloz de Dios hizo posible un aprendizaje veloz. Y nuestra retención era para toda la vida. Me pregunto, ¿qué pasaría si usted y yo copiáramos el método que Dios usó para enseñar velozmente? ¿Qué pasaría si usáramos cuadros para enseñar el contenido rápidamente y para siempre? Como usted descubrirá más adelante, los datos por clase (dpc) aumentarían inmediatamente. Dos o tres veces. Pero ese es un solo método que Dios utiliza. Antes de terminar esta ley de la retención, conocerá los métodos principales que Dios usa para la enseñanza veloz. Aplicará los mismos métodos la próxima vez que enseñe. Por favor, recuerde que esta ley no es para cada vez que enseña. Es una herramienta específica para poner en su caja de herramientas. Cuando quiere enseñar datos, o pedazos de contenido, saque esta herramienta y ocúpela. Estará asombrado con su eficacia. Prometo algo, después de mis años de experiencia: ¡sus alumnos lo amarán por usarla! La mentalidad de la ley de la retención Esta ley, entonces, pone el énfasis en el arte y la ciencia de enseñar al alumno la cantidad más grande de información en el período de tiempo más corto, con el mínimo esfuerzo posible (es decir, de parte del alumno), y con la mayor retención posible. Esta ley tiene que ver con dos asuntos principales en la relación enseñanza-aprendizaje: Eficacia —¿El maestro está enseñando al alumno la materia correcta? Eficiencia —¿El maestro está enseñando al alumno de la manera correcta? Para dejar la base para aumentar su eficacia y su eficiencia, consideremos cuatro ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). niveles de enseñanza presentados en Deuteronomio 6:4–9. «Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y diligentemente las enseñaras a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa, y cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.» (LBLA) ¿Quiere ser un buen maestro? Entonces ame a Dios. Ese es el comienzo. Es la primera ficha de dominó en una fila larga. ¿Desea realmente ser un maestro excelente? Entonces ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma, y con todas sus fuerzas. «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre sus hojas de apuntes.» ¿El versículo dice eso? ¡De ninguna manera! Las palabras, o el contenido, no están en las hojas de apuntes, sino en nuestros corazones. Cuando amamos al Señor, no podemos evitar honrar su contenido. Según las Escrituras, la educación de los hijos y la buena enseñanza tienen dos fundamentos: amar a Dios, y conocer la materia. No puede ser buen maestro sin ninguno de los dos. ¡Ame a Dios! ¡Conozca la materia! Entonces estará preparado para el próximo paso: meter la materia que está en su corazón en el corazón del alumno. ¿No es la meta de toda educación cristiana la de transferir eficazmente su amor por el Señor y su sabiduría a los alumnos, para que puedan amar al Señor y conocer su Palabra? Las buenas noticias son que en este texto, Dios revela cuatro maneras de hacerlo. 1. Enseñar. «Las enseñarás a tus hijos.» Esa es enseñanza formal —en la que usted se sienta para tener una sesión. Este primer nivel es lo que viene a la mente cuando pensamos en la escuela y en actividades académicas. El maestro está encargado. Tiene el plan y controla el proceso de aprendizaje para lograr los objetivos. Hicimos esto recién con nuestros hijos, hablando del dinero. Aumentamos su mensualidad con el entendimiento de que ellos comprarían sus cosas personales —shampoo, maquillaje, y otras cosas para ellos. Con el fin de hacer eso, tenían que hacer un presupuesto. Les mostramos nuestro presupuesto familiar para que pudieran tener una idea de cómo se hace. Les ayudamos a calcular un presupuesto, con un sobre para cada ítem. Eso es un ejemplo de la enseñanza formal. 2. Hablar. «Y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa, y cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes.» Este segundo nivel de enseñanza se caracteriza con el término «hablar». En el ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). proceso de enseñanza, la comunicación es más fluida, casual, y más como un diálogo. Mientras en el primer nivel el maestro toma la iniciativa y dirige, en este nivel, el alumno puede tomar la iniciativa y guiar la comunicación. Los maestros eficaces animan al alumno a hablar, mientras abren la ventana para sus preguntas y dificultades verdaderas. Muchas veces la enseñanza más eficaz ocurre cuando cambian el tema, o en momentos entre las clases, o durante actividades sociales, tomando un refresco. 3. El recordatorio personal. «Y las atarás como una señal a tu mano, y serán como insignias [«frontales» en versión Reina Valera] entre tus ojos.» Un verano, estaba en un vuelo hacia Israel, y había un grupo de judíos conservadores, hombre y mujeres, que estaban volviendo a su Tierra Prometida. Cuando salió el sol, a las cuatro de la mañana, varios hombres se levantaron de sus asientos, fueron atrás, subieron los plásticos que tapan las ventanas para dejar entrar el sol, se pusieron túnicas negras, y amarraron una cajita en sus brazos. (El versículo menciona las «insignias», que eran cajitas para poner en sus brazos.) Entonces tomaron las Escrituras, empezaron a leer, y agachaban la cabeza en humildad, orando hacia Jerusalén. Pronto me di cuenta de lo que estaban haciendo, y fui a unirme con ellos, aunque no tenía la túnica apropiada, y tampoco tenía una copia de su Tora. Cuando me metí en medio de ellos y empecé a orar, vi lo dedicados que eran, y cuánto honraban la Tora, sus filacterias, y sus frontales. Seguí en el mismo espíritu, y tuve un buen tiempo de adoración, pero como cristiano que adora en el nombre de Cristo. Este tercer nivel es el primer método no verbal de enseñanza, en que algo que usamos o hacemos funciona como una señal para otros. Los judíos en el avión se pusieron cosas que comunicaron un mensaje —no audible, pero visible. Los frontales hablan siempre a todos los que ven la señal. No son como la enseñanza oral de un maestro que ocurre solamente cuando el profesor habla. Inherente al significado de una señal está el concepto de representación. Se usa una cosa para representar otra. Muchas veces una señal puede representar muchas cosas importantes a través de algo pequeño y tangible. Considere lo que usted piensa cuando ve un anillo en el dedo de una persona que acaba de conocer. ¿Recuerda lo que dijo el ministro, «Cuál es el símbolo o el signo de estas promesas…»? En el momento que usted ve un anillo en el dedo de otra persona, una serie de conceptos de profundo significado pasan por su mente. De la misma manera, acciones personales se pueden usar como señales para el público. Nunca olvidaré el impacto de una acción pública que vio mi hija una noche cuando volvíamos de vacaciones en Florida. Nos detuvimos en la carretera para comer ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). algo. Jenny y yo fuimos a comprar algo, mientras los demás quedaron en el automóvil. De pronto ella me tocó el hombro ansiosamente y dijo, «¡Papá, mira!» Cuando di vuelta, vi a una madre con cinco hijos, todos con la cabeza inclinada, orando —y Jenny estaba estupefacta. Finalmente reveló sus pensamientos: «Es la primera vez que veo a alguien orar en público —excepto nosotros». ¡Qué sorpresa más triste! La primera vez que una adolescente ve a otros orar en público. ¿Por qué no agachamos la cabeza para orar en público? ¿Será que hemos olvidado que inclinar la cabeza y orar en público es una señal eficaz para otros? También podemos usar joyería de buen gusto, como una cruz o el símbolo de un pez. Estas cosas revelan a otros que somos creyentes. Son recordatorios personales. Una vez una señora subió a un ascensor con nosotros. Tenía un prendedor que decía, «Pregúnteme». Yo lo conocía, pero le pregunté de todas maneras. —¿Preguntarle qué? Ella contestó: —Pregúnteme por qué soy tan feliz. Yo dije: —Señora, ¿por qué es usted tan feliz? Ella respondió: —Porque conocí a una persona que satisface todas las necesidades de mi vida. Me gustó lo que estaba haciendo, así que seguí con las preguntas. Dije: —¿De veras? ¿Cómo se llama? Toda la gente en el ascensor escuchó las buenas noticias mientras yo hacía las preguntas y ella daba las respuestas bíblicas. 4. La promoción pública. «Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.» Este cuarto método de enseñanza que Dios reveló hace tres mil años es llamado promoción pasiva. Por ejemplo, cuando usted ve un letrero grande en la carretera, está viendo un ejemplo grande y creativo de «escribirlas en las puertas». Tanto el tercero como el cuarto método son no verbales, y este último ocurre en la ausencia de, o independiente de, un maestro en persona. No pierda las joyas de sabiduría divina en este último mandato para maestros. Primero, nos instruye a «escribir»; es decir, tomar la iniciativa en asegurar que el contenido sea legible, comprensible, y visible. Segundo, dice, «escribirlas» El pasaje entero está centrado en la transferencia eficaz de «las palabras» desde su corazón hacia el corazón de ellos. En este caso, el contenido que se debe escribir son «estas palabras que yo te mando hoy». Esto lo entendemos normalmente como las Escrituras. ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). Para aplicar este principio, usted podría «escribir» la verdad de su lección en sus puertas, usando las mismas pautas. Cuando el contenido está públicamente visible, continúa siendo un factor recordatorio para todos los que ven o escuchan su mensaje. Tercero, estas inscripciones pedagógicas deben estar visibles en sus «postes y en sus puertas». El Señor garantiza la transferencia del mensaje, colocándolo en los dos lugares más usados en la vida —el hogar y la oficina (o la sala de clases para el profesor). Cuelgue un letrero en su puerta: «Yo y mi casa serviremos al Señor». O coloque un símbolo del pez en su tarjeta de presentación o en su vehículo. Pero si lo pone en su automóvil, ¡tenga cuidado de cómo maneja! De otro modo, tendría que poner uno que diga: «¡Camino con Dios… pero manejo como el diablo!» Hay una panadería que pone un versículo bíblico en todos los platos en que venden pasteles. Todas estas cosas sirven como reconocimiento público. Involucre tanto a su casa como a su oficina. Si yo fuera a su oficina, ¿qué cosas podría ver en su muro, en su escritorio, y en sus estantes? ¿Por qué no escribir algo hoy? Los mejores maestros usan todos los niveles de enseñanza, y sus salas lo reflejan. Sus muros están llenos de palabras y cuadros estimulantes de todos los colores. Todos están hechos y colocados para enseñar indirectamente con máximos resultados. Por lo tanto, aumente su enseñanza, y refuerce su mensaje en las mentes y las vidas de sus alumnos, asegurando que utilice los cuatro niveles del proceso de instrucción: enseñar, hablar, usar recordatorios personales, y promoción pública. Recuerde, Dios no considera la única forma de enseñar lo que se hace en la sala. Dios enseña en cada momento (vea Salmo 19) por medio de cada método directo e indirecto posible. El modelo de la ley de la retención ! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). En resumen, ¿ve usted la progresión de estos cuatro enfoques? Se mueven de lo interior a lo exterior, de lo formal a lo informal. Los dos primeros niveles, «enseñar» y «hablar» están en la categoría de tutoría. Son directos y «verbales». Los últimos dos, «recordatorio personal» y «promoción pública» son testimonios. Son indirectos y «no verbales». Al nivel de tutoría, se está transfiriendo la verdad a otros por medio de la voz. En el nivel de testimonio, se usan medios visuales para comunicar el mensaje. Todos estos métodos ayudan a pasar la herencia a los alumnos. La Biblia claramente insiste que la pasemos a otros. La verdad que conocemos y amamos debe ser comunicada de tal manera que nuestros hijos y nuestros alumnos conozcan y amen esa misma verdad. La médula de nuestro sistema de ética y valores, como se encuentra en las Escrituras, debe ser transmitido a la próxima generación. La generación mayor debe transferirlo a la generación joven. Esa transferencia no se logra con meras buenas intenciones y buenos deseos. La transferencia se logra a través de todo lo que hagamos, digamos, y representemos. Las máximas de la ley de la retención La ley de la retención presenta principios y métodos revolucionarios para enseñar datos a los alumnos en forma veloz. Cuando se aplica, logra resultados sorprendentes para los valientes que están dispuestos a ir más allá del refrán: «así lo hemos hecho siempre». Ofrecemos siete principios de la retención que son fundamentales para la enseñanza veloz. Máxima 1: La retención de los datos por parte del alumno es la responsabilidad !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). del maestro Basado en la respuesta de los alumnos en todo el mundo, sabemos que es poco común que un maestro cause que los alumnos aprendan los datos. Al contrario, vemos el típico estilo de descargar un montón de datos sobre los alumnos. Muchos maestros piensan: «No es mi responsabilidad enseñarles la información; se la voy a descargar encima». Los alumnos escriben apresuradamente una y otra página de apuntes, porque se dan cuenta de que el maestro no se hace responsable por el aprendizaje de parte de los alumnos. Pero si los alumnos simplemente copian la información para aprenderla más tarde, ¿ha enseñado algo realmente el maestro? Esta máxima nos recuerda que es nuestra responsabilidad como maestros presentar la lección de tal manera que los alumnos la recuerden. Debe ser grabada en sus mentes, porque la colocamos allí como expertos. Desgraciadamente, las calificaciones en las pruebas nacionales demuestran que no está resultando. La constante baja en notas de las pruebas de aptitud no es la culpa de los alumnos ni los padres principalmente. La responsabilidad cae sobre los maestros al final, y sobre las instituciones que preparan a los maestros. Mientras que los maestros no aceptemos el hecho de que el éxito de los alumnos es la medida verdadera de nuestro éxito… mientras que los maestros no empecemos a orientarnos a los alumnos… mientras que los maestros no empecemos a hacer lo que es mejor para el alumno sino lo que es fácil para nosotros, el aprendizaje seguirá empeorando. Usted dirá: «¿No tienen ninguna responsabilidad los alumnos por su aprendizaje?» Sí, por supuesto. Todo depende de con quién estamos hablando. En este momento estoy hablando con maestros y comunicadores, así que tenemos cien por ciento de la responsabilidad del aprendizaje. Si fuéramos alumnos, la ley del estudiante diría que tenemos cien por ciento de la responsabilidad por nuestro propio aprendizaje, sin importar la calidad del maestro. Así que, ¿quién es responsable? En este libro, la respuesta tiene que ser, «¡el maestro!» Una vez que el maestro acepte esta responsabilidad fundamental, pensará de otra manera acerca de la enseñanza. ¡Imagine cómo cambiaría un maestro si se evaluara, no de acuerdo con lo que pudo cubrir en la clase, sino de acuerdo con lo que en realidad aprendieron los alumnos! Piense fuera del esquema típico por un momento: Supongamos que una profesora de lenguaje dice: «Voy a enseñar treinta y cinco palabras inglesas nuevas hasta que las conozcan realmente. Garantizo que conocerán por lo menos treinta y tres cuando terminemos. Mañana habrá una prueba. Pero no se preocupen; si no sacan por lo menos !! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). treinta y tres correctas, botaré la prueba a la basura». Entonces la profesora repasa las treinta y cinco palabras, dando a los alumnos un cuadro para cada palabra, repasándolas hasta que las dominen. Compare ese proceso con la profesora que dice: «Esta es su lista de vocabulario. Habrá una prueba mañana». Máxima 2: La retención de los datos es efectiva tan solo después de que son comprendidos Me sorprende cuántas veces me encuentro con alumnos que están estudiando para una clase, y que no saben lo que están aprendiendo, solamente saben que se exige para la prueba. Hace poco escuché a algunos alumnos de educación secundaria hablar acerca de una clase de matemática en que solamente dos alumnos entendían lo que estaban haciendo —y uno de ellos tenía un tutor para ayudarle. Mostraron mucha frustración, tirando sus manos en el aire, diciendo, «¡No sé cómo lo vamos a hacer! ¡El profesor nos da más y más materia, y nadie entiende nada!» Ese profesor piensa que su trabajo es entregar un paquete de información. Piensa que, cuando haya cubierto el texto, ha terminado su trabajo. Parece no importar mucho si los alumnos comprenden lo que están estudiando. ¿Puede imaginar la revolución que causaría si él cambiara su perspectiva de la enseñanza? La retención de información es mucho más efectiva cuando los alumnos comprenden completamente la información. Aunque esta máxima parece obvia, muchos maestros todavía piden a sus alumnos que aprendan listas de información, con fechas y nombres, sin ninguna comprensión de ellos. Por lo tanto, los maestros deben asegurarse de que los alumnos entiendan el significado y la importancia de los hechos, antes de memorizarlos para la prueba. La comprensión siempre debe preceder a la memorización. Memorizar lo que no entiende es como memorizar una lista de números. ¿Alguna vez ha tratado de ver cuántos números al azar podría memorizar en una hora? Divertido, ¿verdad? Máxima 3: La retención aumenta en la medida que el alumno reconoce la relevancia del contenido Fíjese en la tercera palabra de esta máxima. La retención aumenta en la medida que algo sucede. Los alumnos aprenden más rápido en la medida que sienten que la materia es importante y relevante para ellos en el presente o en el futuro. ¿Cuántas veces ha estado en una clase como alumno y ha pensado, «¿de qué sirve todo esto?»? Y cuando uno de sus compañeros tuvo la valentía para preguntar, el profesor se tiró encima, como si hubiera cometido el pecado imperdonable. El aprendizaje se !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). derrumba si el alumno no puede ver la importancia práctica de la información. ¡Cae aun más rápidamente si el maestro tampoco la puede ver! La primera vez que mi hijo tuvo que dar un discurso en la escuela, experimentó el miedo normal, y tuvo una idea creativa. —Papá, ¿puedo ir a tu oficina para que me ayudes a hacer una transparencia bonita para mi discurso sobre el presidente? A los niños les va a gustar, y necesito ayuda. Llevamos unas fotos de revistas a la sala de fotogra!a, y le mostré a Dave nuestra cámara grande. Pusimos la foto del presidente, la cerramos, prendimos las luces, y fuimos a la sala oscura para mirar la foto a través del lente grande. —Bien, hijo, mira por este orificio. —Ese es el presidente, papá.» —Correcto. Ahora, ¿ves estos dos botones que se giran? Así puedes hacer más grande la foto hasta que cubra la transparencia. Dave, ¿has escuchado de porcentajes? —Seguro, papá. Hemos estado estudiando porcentajes durante meses en la escuela. —¡Bien! ¿Por qué no llevas la foto para medirla, y sacas la cuenta del porcentaje que debes aumentarla para que sea una foto de 8 pulgadas por 11 pulgadas. Yo voy a comprar unos refrescos y vuelvo en un momento. En el momento que volví a la sala me di cuenta de que no había podido sacar la cuenta. —Dave, ¿cuál es el problema? —Papá, no lo puedo hacer. —Pensé que habían estado estudiando porcentajes durante meses. —Lo hemos estudiado varios meses, pero parece que no sé hacerlo. Estaba callado, y después dijo: —Papá, pensé que los porcentajes eran solamente para la escuela. ¡No sabía que se usaban para algo! ¡En ese momento podría haber asesinado a su profesor! Con razón Dave no sabía hacerlo. No veía ninguna relevancia a los porcentajes excepto para aprobar una prueba. Su profesor no había entendido que era su responsabilidad formar la necesidad antes de enseñar el contenido (la ley de la necesidad). Cuando Jenny era más joven, tenía dificultad en convertir de una unidad de medidas a otra. Así que Darlene le pidió que le ayudara a hacer una torta. —¿Por que no hacemos dos tortas? —dijo mi esposa—. Le damos una a la abuela, y guardamos una. Aquí está la lista de ingredientes. Estaré en el otro cuarto si me necesitas. Dejó a Jenny sola en la cocina para aprender lo que significaba el doble de tres cuartos de una taza. Mientras esa niña salía a conversar con su mamá y volvía a la cocina, se podía ver como se prendía la luz en su cabeza. La matemática de repente era importante. !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). Se necesita para hacer una torta. Si usted no puede mostrar la relevancia a sus estudiantes de la materia que están estudiando, puede estar seguro de que los alumnos desarrollarán una actitud apática y frustrada. Haga que la materia tome vida, no solamente en su propia mente, sino también en los corazones y las mentes de los alumnos. En esos momentos que no puede pensar en nada más que, «un norteamericano educado debe saber que la guerra civil terminó en el año 1865», asegúrese de que esa información vaya acompañada de entusiasmo. Saque lecciones acerca del prejuicio y la unidad que hagan ver lo relevante de un momento de la historia que podría ser aburrido. Ocupe su creatividad para dramatizar un episodio de la guerra civil. Ocupe la fecha 1865 cuatro veces como el eje del drama. Cuando haga eso, el dato quedará para siempre en la mente de los alumnos. La relevancia desarrolla motivación y concentración. Cuando los alumnos entran al salón de clases, tienen muchas cosas en sus mentes. El maestro debe enfocar el interés de los alumnos en el tema de la clase, demostrando su relevancia, y debe seguir captando su atención con el contenido y con su estilo. Su contenido llama la atención por interés general y por mostrarles que satisface sus necesidades. Su estilo mantiene la atención por entretener a los alumnos y superar los factores que pudieran distraer su atención. Al desarrollar la necesidad y relacionar la relevancia del tema, usted puede mantener el interés y concentración con un estilo variado y creativo. Máxima 4: La retención requiere que el maestro enfoque los datos que son más importantes Aunque no lo crea, no todos los datos son creados iguales. Sin embargo, si escucha a muchos maestros, dan la impresión de que cada dato fuera igualmente esencial. Si va a pedir que memoricen una materia, debe asumir la responsabilidad de separar lo importante de lo insignificante. Tenemos que filtrar la información para los alumnos. ¿No hizo esto Dios cuando nos filtró la historia para darnos la Biblia? Por eso el libro de Génesis salta cientos de años sin que ningún versículo indique nada de lo que sucedió. Después dedica muchos capítulos a una sola persona —Abraham— revelando muchos detalles de su vida. Dios saltó siglos, y después escribió acerca de minutos. ¿Por qué? Era el Maestro divino, filtrando el contenido para nosotros. Mire el libro de Éxodo, en que casi no menciona los cuatrocientos años de cautividad en Egipto, pero dedica más de veinte capítulos a la entrega del pacto al pie del monte Sinaí, que duró unos pocos meses. De igual manera, en los cuatro evangelios, hay docenas de capítulos que detallan la última semana de la vida de Jesús, pero no revelan nada acerca de lo que sucedió en su !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). vida entre los doce y los treinta años. En contraste con el ejemplo del Señor, muchos maestros que son poco efectivos tratan de incluir todo lo que es posible. Los maestros ejemplares saben qué suprimir. La atención máxima debe ser dedicada a las cosas más importantes. Si un dato es más importante que otro, el que es más importante debe recibir más atención. Si es tres veces más importante, merece tres veces más atención. Cuanto más eficaz sea el maestro, más cuidado dará a la selección de los datos más importantes para la clase y para las tareas. En los negocios, este concepto de la proporción es conocido como el principio de Pareto, o la regla del 20/80. Por ejemplo, 80% de la ganancia de una compañía viene por 20% de sus productos. Además 80% de su comercio es con 20% de sus clientes. También se aplica a la iglesia —80% del trabajo es hecho por 20% de la gente. El 20% de la gente de una iglesia da 80% de los fondos. El principio de Pareto se puede aplicar en casi cualquier contexto. En su trabajo, por ejemplo, probablemente da 80% de su esfuerzo para generar 20% de los resultados deseados. Y solamente 20% de su tiempo se dedica a las actividades que generan 80% de los resultados deseados. Yo expliqué este principio a un dueño de un negocio en un vuelo una vez, y él sacó sus informes de su maletín, miró su línea de productos, y determinó que 84% de sus productos lograban solamente 18% de su ganancia. Le animé a subir los precios de estos productos en un 20%, porque no estaba arriesgando mucho, y podría aumentar la ganancia. Segundo, identificó los productos del 16% que le daban 82% de su ganancia, y le aconsejé que concentrara su tiempo de administración y pericia para expandir esos productos. Bueno, colega, este principio también es válido en nuestras clases —20% de nuestro contenido da 80% del beneficio al alumno. Por lo tanto, identifique esos temas y cambie sus prioridades hoy. Imagine el impacto de su enseñanza cuando identifique el 80% que da solamente 20% de lo que desea. Reduzca por la mitad el tiempo dedicado a ese contenido, y dedique el nuevo tiempo disponible al 20% de actividades que da 80% de los resultados deseados. Si el maestro típico implementara esta estrategia, vería buenos resultados inmediatamente. Mucho del pensamiento actual es poco sabio con respecto a este tema. Al alumno típico le da pánico antes de la prueba, al luchar desesperadamente para identificar lo que podría preguntar el maestro. Como si el aprendizaje mejorara por hacerle adivinar al alumno lo que es importante. ¿Cómo podemos esperar que el novato sepa lo que es importante y lo que es secundario en el área donde somos expertos? ¿Cómo puede esto beneficiar el aprendizaje? ¿Por qué no identificar el 20% del contenido que el alumno !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). debe saber para que logre el 80%? ¡Piense en cuánto ayudaría al alumno si pudiera usar mejor su tiempo de estudio! Su tarea es identificar los datos que sus alumnos deben saber para que conozcan bien la materia. Yo llamo este grupo de datos «lo mínimo irreducible». Lo mínimo irreducible es la información mínima necesaria para que los alumnos tengan una comprensión aceptable de una materia en particular. Sin lo mínimo irreducible, un alumno no puede aprobar el curso; con lo mínimo reducible, el alumno puede ejecutar bien su actividad y ser promovido al próximo nivel de logros. Este mínimo irreducible debe ser comprendido primero por todos, y después memorizado por todos. El maestro no solamente debe identificar lo mínimo irreducible para sus alumnos, sino también asumir responsabilidad total para enseñárselo a cada alumno. El maestro no ha enseñado un tema adecuadamente hasta que cada alumno conozca bien lo mínimo irreducible. Máxima 5: La retención requiere arreglar los datos de tal forma que sean fáciles de memorizar Algunos maestros juntan su contenido, lo llevan a la clase en un saco grande, y lo botan de una vez. Esto es simplemente botar el contenido. Otros maestros dan un paso más y hacen un bosquejo de su contenido. Eso es un buen comienzo. Pero, aunque se ve ordenado, ¿cuántos de esos datos puede nombrar el alumno típico una semana después? Hacer un bosquejo del contenido no necesariamente lo hace fácil de memorizar. Solamente hace más fácil el traspaso de este de la hoja de apuntes del profesor a la hoja de apuntes del alumno. ¿Qué sucedería si el profesor tomara el mismo contenido, y lo reempacara de una manera que lo hace fácil de memorizar? En un sentido, usted es la computadora maestra para todas las computadoras estudiantes. Su meta es tomar toda la información en su propia base de datos y pasarla lo más rápido posible y lo más eficazmente posible a las bases de datos de los alumnos. Quiere bajar los datos sin perder información en el proceso. Digamos que usted quiere que sus alumnos conozcan el contenido de cierto libro. Usted puede tomar el libro, ponerlo sobre la cabeza del alumno, y decir, «¡Memorícelo!» Pero obviamente no resulta así. La mente no puede recibir y memorizar datos, si no están ordenados y formateados correctamente. La información puede ser pasada de una computadora a otras de varias maneras —en un disquete, por módem, por una conexión directa, o por ingresar a mano letra por letra. No hay otra manera por ahora. !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). ¿Por qué estamos dispuestos a formatear datos en una computadora, pero no estamos dispuestos a formatear datos para la mente de nuestros alumnos? Dios, que creó la mente de sus alumnos, diseñó varias maneras en que puede recibir y retener información fácilmente. ¿Sabe cuáles son? ¿Está usándolas? En el próximo capítulo, revelaremos siete métodos principales para reformatear datos. Obviamente, cuanto más di!cil sean los datos de memorizar, menos datos memorizarán los alumnos. Ya que a fin de cuentas, es la responsabilidad del maestro «hacer que el alumno aprenda», el maestro presentará la materia de tal manera que sea relativamente fácil de memorizar. El maestro enderezará el camino, botará las piedras, y preparará el camino para la mente de los alumnos. Sabrá indicarles los atajos para aprender el contenido. Marcará los lugares peligrosos, hará señas en los árboles, y construirá puentes sobre los ríos bravos. Ubicará sitios seguros y adecuados para acampar en el viaje. El maestro eficaz sabe que su papel no es el de organizar un viaje fastidioso e ineficaz, sino guiar a los alumnos de la manera más efectiva y eficiente posible al destino deseado —a llegar del punto A al punto B rápidamente, sin perder a nadie en el camino. Muchos maestros sienten que hay mucho mérito en que los alumnos tengan que luchar para aprender la información. Pero ¿por qué? ¿Por qué no debe ser el aprendizaje lo más fácil posible? ¿Puede nombrar un solo beneficio en el aprendizaje di!cil? Si el maestro es sabio, dedicará su mayor esfuerzo a ayudar a los alumnos a usar la información, y no simplemente aprenderla. Esa es la verdadera prueba de la ley de la retención —qué hace con los datos. ¿Les va a servir tres huevos, media taza de mantequilla, tres cuartos de cuchara de extracto de almendras, dos tazas de harina, y una manzana rebanada? ¿O les va a servir un delicioso pastel de manzana? Los dos tienen los mismos ingredientes. Los dos son preparados por el maestro y presentados a los alumnos. Pero, ¿cuál es más fácil de digerir? ¿Cuál le va a gustar más? ¿Será más trabajo mezclar los ingredientes y poner el pastel en el horno? Seguramente. Pero, ¿no vale la pena invertir los treinta minutos de preparación de parte del maestro para ganar una mejor actitud y mejor rendimiento de parte de treinta alumnos? Volvemos al mismo tema de «hacer que el alumno aprenda». Eso requiere hacerle caso a las palabras de Jesús cuando dice, «y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos» (Mateo 5:41). Eso requiere encarnar el amor —hacer lo que necesite la otra persona, sin importar cómo se siente usted en el momento. Máxima 6: La retención requiere reforzar la memoria de largo plazo a través de !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). un repaso sistemático Dios ha creado al hombre y la mujer con memoria de corto plazo y memoria de largo plazo. La enseñanza eficaz respeta este diseño divino, coopera con él, y no exige arrogantemente que la mente opere más allá de su manera normal de operar. Usted y yo usamos la memoria de corto plazo constantemente. La usamos cuando la esposa pide que compre tres cosas en el supermercado. Cuando un amigo le pide que le llame esta noche y le da su número de teléfono, usted lo repite varias veces y lo tiene memorizado. Por lo menos hasta esta noche. Pero, ¿lo puede recordar una semana después? Dios diseñó la memoria de corto plazo para usarla a corto plazo. ¿Ha tenido que estudiar toda la noche alguna vez para un examen final? Probablemente sentía que si alguien chocara con usted caminando, ¡perdería todos los datos que había almacenado en la cabeza! Cuando era alumno, frecuentemente empezaba buscando esas listas largas de información que había «aprendido», para contestar esas preguntas antes de olvidar los datos. ¿Cuánto había aprendido realmente? Si el maestro hubiera tomado un examen una semana antes, o una semana después, habría sido un desastre. ¿Qué nos dice eso acerca del aprendizaje que supervisó ese maestro? Nunca fomentará el aprendizaje en sus alumnos hasta que coloque la materia en su memoria de largo plazo (retentiva). Hay una sola manera de colocarla allí: repasar. Una parte vital de su responsabilidad es la de repasar y repasar la materia hasta que los alumnos la dominen. La meta del repaso es tomar ese mínimo irreducible y plantarlo firmemente en la memoria de largo plazo de sus alumnos. Repase en distintos momentos y en distintas maneras, hasta que todos conozcan la materia. Para siempre. «Cubrir la materia» no es enseñanza; es solamente hablar, y en el mejor de los casos, hará un impacto en la memoria de corto plazo. La verdadera enseñanza ocurre solamente cuando los alumnos conozcan la materia —¡antes y después de sentarse a dar el examen! ¡Imagine el impacto que causaría si los maestros fueran evaluados de acuerdo con lo que sabían los alumnos un mes después del curso! ¡Eso revolucionaría la enseñanza! ¿No es una tragedia que aceptemos resultados superficiales y no resultados de largo plazo? Es trágico porque cultiva una mentalidad superficial de la vida —que la vida es simplemente un pasar por ciertos hitos, aprendiendo algunas listas, en vez de dominar el aprendizaje. Los maestros eficaces identifican lo mínimo irreducible y lo enseñan de una manera que cien por ciento de los alumnos lo dominen tanto que lo tengan grabado en su memoria a largo plazo — disponible para ellos cuando lo necesiten. !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). Máxima 7: La retención requiere disminuir el tiempo de la memorización para dar más tiempo a la aplicación Al practicar el método de la ley de la retención que presento en el próximo capítulo, ganará más habilidad en la enseñanza veloz. Pronto podrá enseñar dos veces más materia en la mitad del tiempo en una manera tan eficaz, que todos sus alumnos dominarán el contenido. Pero eso es solamente la mitad del camino. Porque el verdadero propósito de la enseñanza es el uso de la materia. Si no hay posible uso para la información, entonces, ¿por qué la está enseñando? Tenemos que enfocar nuestros esfuerzos en capacitar a los alumnos para vivir. Tenemos que partir con el contenido, la información y el conocimiento para llegar a la práctica, la aplicación, y la sabiduría. Por lo tanto, formatee su contenido de manera que sea fácil de entender y memorizar. No espere hasta que sepan todo: muéstreles inmediatamente el valor, la importancia, y la relevancia de su materia. Cuanto más relevante y útil vean los alumnos la materia, más motivación tendrán para aprenderla, y más apreciarán el hecho de que los haya educado para tener éxito en la vida. Durante mis estudios de seminario, el Dr. Hendricks comentaba que «la impresión sin expresión lleva a la depresión». Cuando el maestro piensa que el propósito es impresionar a los alumnos con una acumulación de contenido, sus alumnos perderán el interés, desarrollarán apatía, y finalmente serán críticos y cínicos. Si el contenido no es usado por el alumno, llega a molestar. Al continuar exigiendo que el alumno aprenda más y más contenido, sin mostrarle que ese contenido es útil para el alumno, el alumno tendrá que usar más y más disciplina para forzarse a prestar atención y concentrarse. Los maestros ejemplares hacen un equilibrio en su presentación —50% contenido y 50% aplicación. Los maestros efectivos pasan tiempo en la clase enseñando los datos, y no piden a los alumnos que memoricen datos en su propio tiempo de estudio. Al contrario, los mejores maestros dan tareas acerca del uso práctico de los datos que ya aprendieron en la clase. La ley de la retención trata de capacitar a los maestros para ser más eficaces en su enseñanza del contenido. Le capacitará para enseñar 500% más contenido en el mismo tiempo, o 250% más contenido en la mitad del tiempo, o 100% del contenido en un cuarto del tiempo que normalmente requiere. Estos porcentajes son reales y pueden ser logrados por cualquiera que llegue a ser algo experto con esta ley. El resultado debe ser tener más tiempo para dedicar a la aplicación del contenido. El meollo de la ley de la retención !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). La esencia de la ley de la retención se resume en tres palabras: «Dominar lo mínimo». El maestro debe capacitar a todos los alumnos para gozar del dominio máximo del mínimo irreducible. Conclusión Los mejores maestros ayudan a los alumnos a dominar el contenido. Recién recibí una carta sorprendente acerca de esta filoso!a de Donald Campbell, el presidente del seminario donde estudié. En ella, contó una historia acerca de Lewis Sperry Chafer, fundador y primer presidente del seminario: Al celebrar la pascua hace algunas semanas, recordé una escena inolvidable de mis tiempos de alumno en el Seminario Dallas. Era el otoño del año 1948, y estaba estudiando con el Dr. Chafer la doctrina bíblica de la salvación por medio de la muerte de Cristo y su resurrección. Me gustaban sus explicaciones claras y sus ilustraciones de verdades teológicas profundas. Cuando llegó a hablar de la obra terminada de Cristo, el Dr. Chafer ponía mucha pasión. Era obvio que él quería que tuviéramos un manejo firme de las doctrinas de la redención, la reconciliación, y la propiciación. Después de varias semanas de sus clases, tuve que dar el examen a mediados del curso. Igual que otros alumnos, llené un cuaderno entero, de tapa a tapa, con mis mejores pensamientos sobre el tema de la salvación. Unos pocos días más tarde, el Dr. Chafer paseó por la sala con un montón de exámenes debajo del brazo. Había mucha emoción en el ambiente, esperando recibir los resultados de los exámenes. Pero sentí que algo inquietaba al Dr. Chafer. Cuando puso los exámenes en el escritorio, contó a los alumnos lo decepcionado que estaba con los resultados, porque no habíamos entendido el significado de estos conceptos teológicos importantes. Incluso, dijo que su corazón estaba destrozado. Con ese comentario, el Dr. Chafer hizo una ceremonia de botar todos los exámenes a la basura, y procedió a exponer de nuevo acerca de la obra completa de Cristo. ¡No hace falta decir que todos prestamos toda nuestra atención! En unos pocos días, el Dr. Chafer tomó otro examen, y todos aprobamos con muy buenas calificaciones. El Dr. Chafer era un maestro excelente, como han testificado muchos alumnos durante los años. Una vez más, el maestro excelente se dio cuenta de que la falta de aprendizaje de parte de sus alumnos era su fracaso a fin de cuentas. ¿Qué hizo con esa evidencia acusadora? ¡A la basura! Usted puede ver, mi amigo, ¡que los maestros deciden dónde archivar los documentos de sus alumnos! !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). ¡Pero no se olvide del próximo paso! Después de darse cuenta de las malas calificaciones de sus alumnos, procedió a exponer de nuevo.… Hizo un repaso. Asumió la responsabilidad del fracaso de sus alumnos y enseñó de nuevo hasta que aprendieran. Pero, ¿este maestro excelente siguió enseñando hasta que todos sus alumnos hubieran dominado la materia? ¿Enseñó hasta que todos dominaran lo mínimo? El Dr. Campbell testifica, «En unos pocos días, el Dr. Chafer tomó otro examen, y todos aprobamos con muy buenas calificaciones». Antes de dar vuelta la página para descubrir los secretos fascinantes de cómo enseñar para que todos aprueben con buenas calificaciones, ¿me permite hacerle unas preguntas? He aprendido durante los años que, a menos que la persona acepte esta mentalidad, todos los secretos del mundo no ayudarán. A medida que usted ha estado leyendo este capítulo, se ha dado cuenta de que estos dos conceptos revolucionarios van en contra de la filoso!a contemporánea de la enseñanza. Pero, como revelan los bajos puntajes de las pruebas de aptitud, ¡la filoso!a contemporánea de la enseñanza no tiene mucha evidencia para jactarse! Por supuesto, la filoso!a actual quiere que pensemos que las calificaciones bajas son la culpa de los padres, o de mucha televisión, o de la capa de ozono —¡pero seguramente no de la mala enseñanza! En gran parte, creo que los profesores trabajan mucho, se sacrifican, están muy comprometidos, y se preocupan por sus alumnos. Entonces, ¿por qué los pobres resultados de la enseñanza? Hay dos causas fundamentales: 1. La filoso!a del maestro moderno no está en armonía con los principios de las Escrituras, y por lo tanto, 2. La práctica del maestro moderno es contraproducente, haciendo que el alumno no aprenda la materia de manera eficiente. Que la ley de la retención mejore su perspectiva y lo capacite para enseñar tan eficazmente que todos sus alumnos «dominen lo mínimo». Preguntas para reflexión Lo que piensa el maestro acerca de la enseñanza controla la enseñanza misma. Luche con estas cinco preguntas para desafiar sus propios pensamientos acerca de la enseñanza. 1. En mis nueve años de educación universitaria y postgrado, ninguno de mis profesores tiró nuestras tareas o exámenes en la basura. Pero escuché numerosos discursos acerca de nuestra falta de competencia y malos hábitos de estudio. Ya que la !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). definición del maestro es aquel que es responsable por el aprendizaje del alumno, ¿quién debería escuchar un discurso? Si usted diera tal discurso, ¿cuáles serían sus puntos principales? 2. Ya que el propósito de las calificaciones es reflejar la competencia del alumno con respecto a cierta materia, ¿qué significa calificar en una «curva» (comparar a los alumnos entre ellos mismos)? ¿Cuál es la diferencia entre la filoso!a de calificar de acuerdo con el rendimiento relativo entre los alumnos y la filoso!a de calificar de acuerdo con la cantidad de materia misma que ha logrado aprender cada alumno? ¿Será que la filoso!a de calificar en una «curva» es precisamente la manera equivocada de enfocar la educación? La «curva» permite que la mala enseñanza o un mal aprendizaje reciba una calificación muy alta si todos los demás lo hacen peor. Recuerdo que en una clase saqué treinta seis por ciento de respuestas correctas y recibí una «A». ¿Sabe por qué? Porque nadie entendía nada —¡incluyendo el profesor! En otra oportunidad saqué noventa y cinco por ciento y recibí una nota «C», porque calificaban en «curva». Lo sabía muy bien, pero saqué una «C». Conversé acerca de las diferencias que se pueden producir en el aprendizaje del alumno con las dos filoso!as. 3. ¿Recuerda cuando tenía que estudiar para un examen a última hora? ¿Recuerda cuando trataba de aprender la materia la noche antes del examen final? ¿ Le habían enseñado la materia? Si le hubieran tomado el mismo examen una semana más tarde, ¿cómo le habría ido? ¿La verdadera educación le prepara para el día del examen, o para la vida? ¿La enseñanza a corto plazo es realmente enseñanza? ¿Cómo cambiaría su enseñanza si fuera a enseñar para cambios para toda la vida? 4. Un profesor dio seis a ocho páginas de apuntes en cada período de clase. Todos decíamos que era inútil. Queríamos llamar a la clase «escritura veloz» o «cómo tener un calambre en la mano». Cerca del fin del semestre, uno de los alumnos levantó la mano y preguntó, «¿Tenemos que saber ?» ¡Qué enojado se puso el profesor! Era como si hubiese cometido el pecado imperdonable. ¿Era buena o mala la !! !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;= Bruce H. Wilkinson, Las siete leyes del aprendizaje, trans. María Angélica Ramsay (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003). pregunta? ¿De qué sirve exigir que los alumnos pierdan su tiempo aprendiendo algo irrelevante? ¿Debe haber sorpresas en el examen, en que los alumnos se desesperan porque no pensaban que el profesor fuera a preguntar eso? 5. Todos los alumnos estudian para exámenes de la misma manera. Deciden lo que piensan que estará en el examen, y encuentran maneras de memorizar la materia. ¿Qué sucedería si el maestro enseñara la materia en maneras fáciles de entender, y abiertamente dijera cuáles serían las áreas cubiertas en el examen? !" !"#$%&'($ (* +$,&-'%* ./0123$ 4$5$67 89:;< #=>= ?< (* (232*>0%* (* ?8@;=