Saberes y Dolores Secretos, Mara Viveros

March 26, 2018 | Author: Marushka Aram | Category: Midwifery, Woman, Nursing, Ethnicity, Race & Gender, Gender


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SEGUNDA PARTE Identidades de género v procesos sociales SABERES Y DOLORES SECRETOS. MUJERES, SALUD E IDENTIDAD* Mará Viveros INTRODUCCIÓN J L \ \ reflexionar sobre la salud de las mujeres en relación con el tema de la identidad de género surgen numerosos interrogantes que, como las muñecas rusas, traen consigo muchos otros. ¿Cómo ha sido la relación de las mujeres con los saberes y las prácticas terapéuticas? ¿En algún momento de la historia han hecho parte estos saberes y prácticas de lo que la cultura considera "femenino"? ¿Qué papel han desempeñado los médicos en la definición social de la "naturaleza femenina"? ¿Existen representaciones y comportamientos femeninos en relación con la salud y la enfermedad? ¿Qué aportes ofrece una perspectiva de género al estudio de la salud de las mujeres? Si bien estas preguntas no agotan las posibilidades de establecer la articulación entre estos tres términos, salud, mujeres e identidad, sí ofrecen distintas perspectivas desde las cuales se puede vincular la identidad de género con el tema de la salud de las mujeres. En este trabajo se exploran algunas de estas perspectivas y articulaciones, con lo que se busca contribuir a reformular algunas de las preguntas planteadas y sugerir nuevas hipótesis para estudios futuros. El intentar desarrollar el análisis de las relaciones entre la salud de las mujeres y la identidad de género nos conduce, por una parte, a preguntarnos sobre el pasado, sobre la historia de los diversos roles terapéuticos de las mujeres y de las definiciones médicas de lo femenino; por otra parte, nos obliga a acudir a una perspectiva pluridisciplinaria que pueda dar cuenta de la complejidad de estas relaciones. Para tal efecto se estudian, en primer lugar, las La autora agradece la atenta lectura y los valiosos comentarios de Argelia Londoño y Mary Luz Mejía. 150 GÉNERO E IDENTIDAD relaciones de las mujeres con las prácticas terapéuticas a través de la historia europea de los últimos cinco siglos. En segundo lugar, las representaciones de la "feminidad" desde el discurso y la práctica médicos, particularmente en el siglo XIX. En tercer lugar, el impacto de las construcciones de género sobre la salud de las mujeres latinoamericanas. Por último, se tratan las críticas de los movimientos de mujeres, en particular del feminismo contemporáneo, a la excesiva medicalización de la vida de las mujeres y se abren algunos puntos de reflexión sobre estas luchas como una reivindicación de una nueva identidad femenina, la de sujeto social. LAS PRÁCTICAS Y SABERES TERAPÉUTICOS: UNA FUENTE DE IDENTIDAD DE GÉNERO Lo terapéutico fue considerado durante largo tiempo como un saber y un poder específicamente femeninos, como un elemento constitutivo de su identidad. Este poder se fundaba en una representación de la medicina como un saber más empírico que teórico y en una imagen de la mujer como un ser que, por su capacidad de ser madre, estaba más próximo a la naturaleza y conocía mejor sus secretos (Ortner, 1979). Los estudios históricos y antropológicos han mostrado los innumerables conocimientos terapéuticos que tuvieron y tienen todavía las mujeres en distintos contextos. Los saberes sobre el cuerpo y sobre las enfermedades infantiles les han conferido en diversos momentos históricos y lugares geográficos un poder y un reconocimiento social. Esta posición difícilmente podía obtenerse de otra manera, si tenemos en cuenta la situación de subordinación que han vivido las mujeres en la mayor parte de las sociedades. Apelar a la historia nos permitirá entender mejor el tipo de vínculo que han mantenido las mujeres con las prácticas y saberes terapéuticos a través del tiempo y el papel que éstos han desempeñado como una fuente de identidad de género. Una perspectiva histórica 1 El fin de la edad media es un período decisivo tanto para la historia de la medicina como para la historia de las mujeres. Durante el siglo XIV aparecieron en Europa los decretos que reglamentaron el ejercicio terapéutico, Las referencias y ejemplos escogidos pra esta presentación se limitan a las sociedades europeas y norteamericana, donde existe una abundante literatura al respecto. SABERES Y DOLORES SECRETOS 151 autorizándolo únicamente a los médicos diplomados. Las mujeres, excluidas de la posibilidad de realizar dichos estudios, fueron las primeras afectadas por dicha reglamentación (Berriot-Salvadore, 1981). A partir del Renacimiento, período en que la medicina comenzó a tener un carácter exclusivamente académico, las mujeres cuyos conocimientos no habían sido adquiridos en las universidades fueron apartadas del circuito oficial reconocido y relegadas a las tareas menos consideradas socialmente, como las de las parteras. Sin embargo, en la medida en que la obstetricia fue ocupando un lugar cada vez más importante en los estudios médicos, los cirujanos, que percibían el embarazo como un estado patológico, cuestionaron el poder de las matronas. La obstetricia, convertida en ciencia en el siglo XVII, retiró a las mujeres la supremacía que tenían también en este campo (Berriot-Salvadore, 1981). Se dictaron leyes que castigaban con multas y encarcelamiento el ejercicio ilegal del arte de los partos (Verdier, 1979). Las parteras perdieron clientela y autonomía, se convirtieron en subalternas de los médicos y en asalariadas de los hospitales: se les prohibió emplear instrumentos, formular remedios y en el caso de los partos laboriosos, se les obligó a llamar al médico. Incluso dejaron de ser consideradas terapeutas profesionales en la medida en que ya no pertenecían, desde el punto de vista de la sociedad, a los mismos círculos sociales de los médicos, cirujanos y boticarios (Berriot-Salvadore, 1981). Hasta comienzos del siglo XVIII, las comadronas francesas estuvieron sometidas a la supervisión de las autoridades religiosas y debieron, para poder ejercer su profesión, tener un certificado del cura de sus parroquias en el que se mencionaban sus buenas costumbres y su práctica de la religión católica. Después de la revolución francesa, este derecho ya no fue conferido por las autoridades religiosas sino por las autoridades civiles (Verdier, 1979). En el siglo XIX continuaron siendo perseguidas y descalificadas por los médicos, entre otras razones porque eran las encargadas de practicar los abortos a las pacientes adineradas, lo que significaba una competencia desleal para la práctica médica oficial (Verdier, 1979). Antes del desarrollo de las técnicas obstétricas y de la asepsia, el médico y la matrona se encontraban en similar situación de impotencia frente a los problemas del embarazo y el parto. Incluso, la habilidad manual y el saber empírico desarrollados por las matronas a través de sus múltiples experiencias las convertían en terapeutas más consultadas por muchos sectores sociales que los médicos. Sólo la aplicación de los principios de asepsia y los progresos técnicos transformaron el parto asistido médicamente en una alternativa más segura que el parto a domicilio. 152 GÉNERO E IDENTIDAD La dependencia de las mujeres del sistema médico fue ampliamente inducida por la medicalización progresiva, desde el siglo XIX, de los acontecimientos de su vida reproductiva: embarazo, parto, lactancia y menopausia. Esta medicalización, resultado del monopolio gradual por parte de los médicos de la atención de la enfermedad tanto física como mental, produjo un tipo de relación entre médicos y mujeres caracterizada en general por ser de dependencia y subordinación. Implicó, además, una amplia desposesión para las mujeres: desposesión del control de su cuerpo y de una experiencia humana exclusivamente femenina como el embarazo y el parto, desposesión y devaluación de las prácticas y saberes terapéuticos femeninos. En efecto, la intervención sistemática del médico durante el embarazo y la hospitalización del parto contribuyeron a desorganizar el círculo de solidaridad femenina que en las sociedades tradicionales rodeaba a las mujeres embarazadas y a las parturientas. Igualmente, marcaron el cambio de mentalidad frente al parto, el cual dejó de ser una cuestión natural, una experiencia femenina, para convertirse en un asunto de la medicina. En este sentido, el saber del médico se constituyó y se afirmó sobre el no-saber de las mujeres, sobre una verdad de su cuerpo que existía independiente de ellas mismas. Pero el saber médico y la revolución pasteuriana no sólo desplazaron el saber femenino en relación con el parto y las enfermedades cotidianas sino también con respecto al cuidado de la enfermedad en los niños pequeños. Hasta el siglo XVIII los médicos eran poco escuchados en lo que se refiere a la salud infantil, y las madres eran los únicos terapeutas de sus hijos. Por otra parte, a finales del siglo XIX, con la difusión masiva de la higiene pasteuriana, la medicalización de la infancia adquirió un nuevo carácter moralizador. Las madres y nodrizas, sobre todo las de las clases populares, fueron acusadas por los médicos de este período de negligentes y de ejercer prácticas nocivas para la salud infantil. La puericultura se fue convirtiendo gradualmente en uno de los principales objetivos de la política social del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En Francia, la ley Roussel (1874) organizó el control de las nodrizas por parte de los médicos inspectores. Bajo su influencia las casas se adecuaron mejor a las necesidades de la higiene, las nodrizas fueron objeto de exámenes médicos, el uso del biberón se generalizó y la lactancia materna empezó a ser valorada afectivamente (Perrot, 1979). La obediencia a estos nuevos mandatos médicos trajo consigo, por una parte, una disminución de la mortalidad infantil y por otra, una pérdida de las destrezas femeninas que antes eran transmitidas de madres a hijas. SABERES Y DOLORES SECRETOS 153 Sin embargo, a pesar de haber sido continuamente ignoradas en los circuitos médicos oficiales, las mujeres conservaron, en las pequeñas comunidades y en todos los espacios en donde los médicos estaban ausentes, la función de terapeutas, a menudo aureoladas con el significado mágico que se atribuye a toda posibilidad de obrar en el ámbito de la vida y la muerte. Intervinieron en la medicina cotidiana o automedicación doméstica que no recurre al especialista "oficial" o "popular", preparando y administrando remedios a base de plantas medicinales y desempeñando un papel preponderante en las prácticas terapéuticas tradicionales. El surgimiento de la profesión de enfermera y el acceso de las mujeres a la profesión médica En la segunda mitad del siglo XIX surge una nueva categoría socioprofesional: la de enfermera, que es una de las que mejor expresa la dimensión femenina del tratamiento terapéutico. En ella confluyen la implicación emotiva, la competencia técnica y los valores culturales asociados a la feminidad (devoción, compasión, paciencia, discreción, etc.). Incluso, una de las principales impulsoras de la profesión, la inglesa Florence Nightingale (1820-1910), fundadora de la escuela moderna de enfermeras, defendía la idea según la cual las mujeres podían ejercer sobre los enfermos la autoridad y la competencia profesional que les otorgaban sus responsabilidades en la esfera doméstica (Daiglo, 1991). De esta manera, a finales del siglo XIX, las actividades terapéuticas se organizaron a imagen y semejanza de la pareja conyugal: el hombre ejercía su poder y la mujer su devoción, producto del amor materno (Knibiehler y Fouquet, 1985). El surgimiento de las escuelas de enfermeras se sitúa en la segunda mitad del siglo XIX, dentro de un contexto social marcado por los avances científicos y médicos, la expansión industrial y urbana y la influencia de la ideología victoriana. Durante este período los hospitales dejan de ser instituciones marginales ("bien morir" a gran escala) para convertirse en instituciones sociales de primer orden. Las escuelas de enfermeras, que se multiplicaron en Inglaterra, Estados Unidos y Canadá hasta el período de crisis económica de los años treinta, brindaban una enseñanza formal que incluía el conocimiento del medio hospitalario, las normas de higiene y alimentación y el cuidado de los pacientes con el objetivo de alcanzar una mayor eficacia en los tratamientos terapéuticos (Daigle, 1991). Si el acceso de las mujeres a la profesión de enfermeras fue rápido, su ingreso a la profesión médica fue lento y tardío (data de finales del siglo XIX en Europa y Norteamérica). Las primeras médicas se comportaron como 154 GÉNERO E IDENTIDAD dóciles alumnas de sus colegas masculinos para no despertar su desconfianza y lograr su aceptación. Por tal razón, con muy contadas excepciones, se hicieron "portadoras del discurso científico dominante, incluyendo todas sus connotaciones morales e ideológicas" (Tubert, 1991: 39) y casi nunca ocuparon puestos de iniciativa y responsabilidad, salvo casos como el de Elizabeth Blackwell, Blanche Edwards y Madeleine Brés (Knibiehler y Fouquet, 1983). Sólo la conjunción de diversos factores (la primera guerra mundial, la lucha contra la mortalidad infantil, la tuberculosis y la sífilis en el período entre las dos guerras y los avances científicos) pudo vencer los principales obstáculos ideológicos que impedían el acceso de las mujeres a la profesión médica y multiplicar su participación en ella (Knibiehler y Fouquet, 1985). La feminización de la profesión médica, fenómeno que se ha constatado en diversas áreas geográficas, ha acompañado el aumento de profesionales en este campo. A pesar de lo anterior, algunos estudios como el de Charlot y Huard (1983) en Francia o los análisis de Bonilla y Rodríguez (1992) para Colombia coinciden en señalar que hombres y mujeres no abordan la profesión en las mismas condiciones, no escogen las mismas especialidades ni se incorporan de igual manera a un área que incluye carreras de contenido, duración y posibilidades profesionales muy distintas entre sí. Todo parecería indicar que, a pesar de ciertas variaciones según los países, algunas especializaciones como la pediatría y la medicina interna atraen masivamente a las mujeres mientras otras, como la urología, la radiología, la cardiología y la cirugía les están todavía vedadas. En Colombia, los programas de salud de corta duración, la enfermería, la nutrición y la dietética son casi exclusivamente carreras femeninas mientras la medicina sigue siendo mayoritariamente masculina (Bonilla y Rodríguez, 1992). EL PAPEL DE LA MEDICINA Y LA PRÁCTICA MÉDICA EN LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA "FEMINIDAD" Para ilustrar cómo ha sido percibida la mujer por la práctica médica se apelará a algunas referencias históricas del siglo XIX, por ser éste un período en el cual la mujer es descrita y estudiada con una minuciosidad muy grande, convirtiéndose lo femenino en objeto de estudio y en problema por resolver. Durante este siglo los médicos ocupan un lugar central en la definición de la "naturaleza femenina", proponiendo una formulación científica que legitimaba prejuicios bien anclados en la sociedad europea do entonces (Knibiehler y Fouquet, 1983). La medicina de la época consideraba a la mujer como una eterna enferma y presentaba las etapas de su vida como una serie de dolencias; además SABERES Y DOLORES SECRETOS 155 del parto y el embarazo, la monarquía y la menopausia eran percibidas como eventos más o menos peligrosos y la menstruación como la causa de múltiples desequilibrios nerviosos. Las estadísticas que presentan algunos trabajos históricos muestran que las tasas de morbilidad y mortalidad femeninas en el siglo XIX fueron superiores a las de los hombres. Estas diferencias se atribuyeron a la fatalidad de una naturaleza femenina frágil y pocas veces se asociaron a las condiciones de vida y atención de salud impuestas a las mujeres (Knibielher, 1991). En Historia de la inda privada (1991), Alain Corbin y Michéle Perrot se refieren a un sinnúmero de enfermedades que en aquel entonces se agrupaban bajo el término de enfermedades de mujeres. Una de ellas era la clorosis, enfermedad que afectaba a las mujeres adolescentes y se manifestaba por la blancura verdosa del rostro. Esta enfermedad no podría ser disociada de un contexto cultural en que se rendía culto a la apariencia angelical de las mujeres, se exaltaban la virginidad y la fragilidad física y se apreciaba todo lo que traducía la sensibilidad y la delicadeza femeninas. Esta dolencia, atribuida en un primer momento a un disfuncionamiento del ciclo menstrual y a la manifestación involuntaria del deseo, fue explicada en el último tercio del siglo como el efecto de una carencia de hierro, interpretación fortalecida por el descubrimiento del recuento globular. En este siglo, una de las enfermedades más mortíferas, que causó por igual la muerte de mujeres de familias burguesas, obreras y campesinas, fue la tuberculosis. Yvonne Knibiehler (1991) atribuye esta alta mortalidad a las condiciones de vida poco higiénicas de las mujeres de todos los sectores sociales en este período. Mientras las mujeres burguesas se encontraban confinadas al interior de apartamentos oscuros, sin aire, sin sol, llevando una vida sedentaria y encorvadas sobre costuras y tejidos, las mujeres campesinas y obreras desempeñaban desde muy tempranas edades las tareas domésticas o cumplían jornadas laborales de dieciséis horas en los talleres y fábricas. La tuberculosis asociada al raquitismo fue además uno de los factores principales de las muertes maternas de la época. Otras enfermedades significativas on el siglo XIX fueron las de los órganos genitales y las enfermedades venéreas como la sífilis. Esta última fue poco tratada por los médicos de entonces, respetuosos del pudor del momento y cómplices de los maridos que no autorizaban un tratamiento para sus esposas (para no poner on evidencia la enfermedad que llevaban del prostíbulo al hogar). Sólo hacia finales del siglo, cuando la sífilis se convirtió en pandemia y verdadera pesadilla, se lanzaron múltiples campañas sanitarias, se expidieron carnés para las prostitutas y se reglamentó el trata- 15b GÉNERO E IDENTIDAD miento médico para todas las mujeres, incluyendo a las casadas (Corbin y Perrot, 1991). En la literatura de la época también se habla a menudo de las enfermedades nerviosas, de las migrañas que suscitaban la inquietud cotidiana de las familias y ocupaban el tiempo de los médicos de la burguesía. Valdría la pena preguntarse con Yvonne Knibiehler (1991) hasta qué punto las migrañas y los desmayos se convirtieron en refugio o pretexto de mujeres decepcionadas y desesperadas que expresaron, a través de estos trastornos, algunas crisis de su identidad. Más que la migraña, la histeria fue considerada la enfermedad femenina por excelencia. La propensión de la mujer a este tipo de enfermedad se atribuyó a su fina sensibilidad y vulnerabilidad a los sentimientos y emociones. La mujer histérica se convirtió en una de las figuras emblemáticas del siglo XIX y ejerció una fascinación de la cual no pudo sustraerse ni siquiera el cuerpo médico de la época 2 , como lo ilustran la obra de Freud y las innumerables pinturas y fotografías de los cursos del doctor Charcot en el hospital de la Salpétriére en París (Corbin y Perrot, 1991). A lo largo del siglo XIX la histeria se presenta como inherente a la naturaleza femenina y se explica como disfunción de la matriz y como manifestación del deseo erótico, por lo cual es tratada en los servicios de ginecología. Únicamente a partir de 1860 es interpretada como un trastorno cerebral (Knibiehler y Fouquet, 1983). Las manifestaciones histéricas no se producen en un sector social determinado y, por el contrario, afectan por igual a las mujeres de la burguesía y a las obreras de las "fábricas-internados", a las mujeres que viven en pequeñas aldeas aisladas y a las que viven en el corazón de las ciudades. Simultáneamente al interés de los médicos por las enfermedades específicas de las mujeres, surgen las reflexiones sobre la complementariedad entre los sexos, el amor conyugal y el amor materno. Más allá de la sexualidad genital y de la solidaridad hogareña se analiza la complementariedad Para algunos historiadores, la necesidad de afinar la mirada clínica no basta para explicar semejante complacencia del cuerpo médico con la expresión de un erotismo femenino atravesado por el sufrimiento. Para Corbin y Perrot (1991), la teatralización de los cursos del Dr. Charcot, este juego entre el exhibicionismo de las pacientes y el voyeurismo de los médicos, es una manifestación de la relación defectuosa con el deseo que impera en la sociedad europea a finales del siglo XIX. Pocas veces, además, se ha evaluado el efecto que tuvo esta fascinación sobre la multiplicación de una serie de crueles e innecesarias prácticas terapéuticas como las histerectomías, la cauterización de cuellos uterinos, la hipnosis y las drogas que acabaron convirtiendo a muchas mujeres en alcohólicas, eterómanas o morfinómanas. SABERES Y DOLORES SECRETOS 157 psicológica como una dialéctica de la fuerza y la debilidad, la inteligencia y la sensibilidad. La contraparte de estos planteamientos es la realidad de las mujeres, distanciadas en su gran mayoría de los espacios públicos, profesionales y educativos, confinadas al interior del hogar y con unas perspectivas de vida limitadas al matrimonio y a la maternidad. Los médicos, cuyo papel no fue en este siglo únicamente terapéutico sino también político y social, contribuyeron en gran medida a la definición social de la feminidad y a la separación de las esferas pública y privada. Esta definición encontró un consenso muy amplio porque se integraba perfectamente en el contexto cultural del momento (Berriot-Salvadore, 1991). No es de extrañar, entonces, que muchos de los manuales de educación que preconizaban la "higiene social", adjudicando un papel central a las mujeres en su mantenimiento y supervisión, hayan sido escritos por médicos. Este deseo de recluir a las mujeres en el hogar expresa también inquietudes ligadas al temor que suscitaron en la opinión pública las manifestaciones e insurrecciones de las mujeres, partícipes y protagonistas de múltiples movimientos políticos (Knibielher y Fouquet, 1983). Es necesario considerar, además, que los avances de la concentración urbana y la revolución industrial produjeron cambios en la vida familiar y en la condición femenina. La mujer pierde su rol económico tradicional en la unidad agrícola o en el comercio familiar. En Europa, la amenaza de despoblación que planteaban las guerras desencadenó el discurso natalista que identifica la maternidad con la salud y promovió la protección de las mujeres embarazadas y el desarrollo de la puericultura y la pediatría (Tubert, 1991). Frente a la disminución del número de hijos, la función materna deja de ser percibida únicamente como una función biológica y empieza a considerarse como una función social. Se enfatiza y magnifica el rol de la madre socializadora y se convierte el amor materno en un valor positivo para la especie y la sociedad, así como en objeto de exaltación lírica. En una sociedad cambiante, como la de finales del siglo XIX, la mujer-madre encarna la feminidad ideal y representa la posibilidad de conservar la estabilidad de la familia y su armonía. Su fisiología y su psicología se entienden y representan de tal forma que puedan justificar ese destino (Knibiehler y Fouquet, 1983). No obstante, este discurso idealizador de la maternidad entra en contradicción con la realidad social de numerosas mujeres que trabajan y asumen la maternidad en condiciones materiales muy difíciles. En el medio rural las mujeres agotan su salud entre numerosos embarazos, trabajos pesados y la crianza de los hijos de las clases acomodadas. En el ámbito urbano, el servicio doméstico capta las mujeres migrantes del campo, sometiéndolas en 158 GÉNERO E IDENTIDAD muchos casos al destino de madres solteras o llevándolas al aborto e infanticidio de hijos, resultado algunas veces de la seducción y explotación sexual de los patronos. Simultáneamente las fábricas abren sus puertas a las mujeres, incluso a las madres, casadas, solteras o en concubinato, que trabajan fuera de su casa de doce a catorce horas y regresan extenuadas, teniendo que asumir además las tareas maternas (Tubert, 1991). A pesar de la sobrevaloración de la maternidad durante este siglo, no podemos imaginar a las mujeres de este período como un grupo social cuyo rol y comportamiento pueden ser uniformizados y, por tanto, idealizados. Por el contrario, a lo largo de este siglo las mujeres utilizaron múltiples recursos para convertir la función materna en fuente de poder o refugio, o incluso en medio para obtener otros poderes en el espacio social. En este lapso, sus identidades se multiplicaron: ya no sólo se definieron como madres sino también como mujeres trabajadoras, solteras, feministas emancipadas, etc. Estas imágenes femeninas, que a veces cohabitaron de manera contradictoria, prefiguran la vida de las mujeres del siglo XX (Fraisse y Perrot, 1991). Durante el siglo XX el progreso de los conocimientos y la evolución social cuestionaron la definición médica del ser femenino. Las mujeres penetraron en espacios sociales (profesionales, políticos, culturales, etc.) para los cuales los médicos del siglo XIX no las consideraban aptas, y conquistaron el dominio de la reproducción por medio de la anticoncepción. De esta forma no sólo modificaron su relación con la medicina sino también su papel y posición en la sociedad (Knibiehler y Fouquet, 1983). EL IMPACTO DE LAS CONSTRUCCIONES DE GÉNERO EN LA SALUD DE LAS MUJERES Después del recorrido por los temas y momentos que consideramos más relevantes en la historia de la relación de la mujer con las prácticas terapéuticas en la cultura occidental, dedicaremos las siguientes páginas de este artículo a una reflexión sobre algunos aspectos de impacto de las construcciones de género sobre el tema de la salud de las mujeres. Dicho tema ha sido estudiado desde múltiples enfoques que han tenido en común el énfasis en los problemas patológicos específicamente femeninos en el sentido biológico, dejando de lado los aspectos de su salud que se relacionan con su ubicación social y su definición cultural. Desde hace aproximadamente veinte años se ha venido utilizando dentro de las ciencias sociales el concepto de "género", entendiendo por él la construcción cultural de la diferencia sexual. Este concepto hace posible distinguir las diferencias fundadas bio- SABERES Y DOLORES SECRETOS 159 lógicamente entre hombres y mujeres, de las diferencias determinadas culturalmente entre las funciones recibidas o adoptadas por mujeres y hombres en una sociedad específica (Ostergaard, 1991). En lo que respecta a la salud, las construcciones de género determinan actitudes, conductas y actividades que llevan a riesgos específicos y diversos grados de acceso a los servicios de salud: en efecto, durante el proceso de socialización se internalizan expectativas diferenciadas entre hombres y mujeres sobre cómo ser y cómo actuar que propician distintas actitudes y conductas de riesgo para su salud física y mental (De los Ríos y Gómez, 1991). De acuerdo con estas expectativas, las mujeres han interiorizado como algo "natural" el postergar el cuidado de su propia salud. A pesar de ser ellas quienes más fácilmente se quejan de múltiples dolencias, son ¡as últimas en acudir a los servicios de salud: debido a sus múltiples deberes en el hogar, tienen menores posibilidades de desplazarse que los hombres (Viveros, 1992a). Este postergamiento del recurso a los centros de atención sanitaria aumenta los riesgos de contraer enfermedades como el cáncer cervicouferino, que podrían prevenirse mediante tecnologías médicas de detección temprana y tratamiento precoz. Actualmente, la principal causa de muerte de las mujeres en edad fértil en Colombia (19,1%) es el cáncer, fundamentalmente el de los órganos genitales (Ordóñez, 1990). En Latinoamérica se habla de una sobremortalidad femenina por cáncer y en algunas ciudades de Colombia la incidencia de esta enfermedad es tan elevada, que figura entre las tasas más altas del mundo (Ronderos, 1992). A escala macrosocial, la división sexual del trabajo practicada por las distintas instituciones económicas, educativas, sanitarias y religiosas tiene repercusiones sobre la asignación diferencial, de acuerdo con el sexo, de los recursos familiares y sociales necesarios para el mantenimiento de la salud individual (De los Ríos y Gómez, 1991). En el campo laboral, las menores tasas de empleo femenino en el sector formal de la economía inciden en un menor acceso de las mujeres a prestaciones de salud y seguridad social y en una mayor desprotección durante la vejez. Por otra parte, el desgaste adicional de energía que asumen las mujeres por la acumulación de actividades en el ámbito laboral y doméstico y la necesidad de conciliar sus responsabilidades en ambos espacios se traduce en tensiones relativas al cuidado de los hijos, dificultades de concentración y una continua carga afectiva que a menudo se somatiza. Ser a la vez madre de niños pequeños y trabajadora es una situación percibida y señalada a menudo por las mujeres de los sectores populares como una fuente de preocupación tan nociva para su salud como una mala alimentación. Esta situación es aún más problemática si consideramos que 160 GÉNERO E IDENTIDAD para la gran mayoría de ellas es imposible cumplir satisfactoriamente con esta doble responsabilidad (Viveros, 1992a). Por tal razón, la necesidad y la dificultad de conciliar estos distintos roles deberían empezar a ser consideradas en los estudios sobre salud de las mujeres como factores de riesgo para su salud física y mental. Cuando se analizan las condiciones de salud de las mujeres de los sectores populares urbanos, merecen especial atención las mujeres jefes de hogar por su situación particularmente vulnerable: carecen del ingreso proveniente del hombre, cuentan con recursos muy restringidos —empleos menos remunerados, acceso más limitado a la vivienda, al crédito y a la seguridad social— y, debido a su fuerte aislamiento social, están privadas de algunos de los beneficios que las redes de relaciones ofrecen a sus integrantes en caso de enfermedad (González de la Rocha, 1988). En virtud de la división sexual del trabajo, en los modelos de atención primaria en salud se continúa asignando a las mujeres un papel decisivo en función de la salud comunitaria (De los Ríos y Gómez, 1991). A partir de la constatación del papel que cumplen las mujeres como principales responsables del cuidado de la salud familiar se las ha empezado a considerar como agentes de salud útiles en el logro de los objetivos propuestos. Por otra parte, las orientaciones establecidas por la Organización Mundial de la Salud en la Conferencia de Alma Ata (1978), las cuales revalorizaron las prácticas terapéuticas populares y estimularon la participación comunitaria en salud, resaltaron, en primer lugar, el papel que desempeñan las mujeres como orientadoras de las trayectorias terapéuticas de los enfermos y, en segundo lugar, el que tienen como depositarías y transmisoras de saberes terapéuticos útiles en la ejecución de las estrategias de atención primaria en salud (Viveros, 1992b). Desde una perspectiva de género, se ha comenzado a plantear la necesidad de valorar una serie de actividades realizadas por las mujeres y que contribuyen al bienestar y a la salud de los miembros de la unidad familiar. La producción de la salud, es decir, la creación y mantenimiento de las condiciones favorables para la salud (limpieza, alimentación, protección), el cuidado de los enfermos, la educación para la salud (aunque sólo sea a través del ejemplo), la mediación con el exterior y la respuesta apropiada en caso de urgencias, son algunas de las actividades sanitarias realizadas principalmente por las mujeres en el marco del hogar (Cresson, 1991). El trabajo sanitario de las mujeres no es en el fondo sino uno de los aspectos del trabajo doméstico. Igualmente, desde fecha reciente, ha empezado a incorporarse en la investigación sobre el tema una conceptualización de la mujer como "produc- SABERES Y DOLORES SECRETOS 161 tora de salud" y un análisis de los nexos entre los factores que caracterizan la "condición femenina" (la continuidad entre producción y reproducción, la división sexual del trabajo dentro y fuera del hogar, su tipo de participación en las acciones colectivas, su lugar en la construcción y mantenimiento de las redes sociales de solidaridad, etc.) y la salud de las mujeres. Sin embargo, si las mujeres tienen en común una posición de subordinación social en relación con los hombres, las formas de vivir esta subordinación varían considerablemente en función del peso que tienen las demás relaciones sociales (clase social, pertenencia étnica, etapa del ciclo vital, etc.) en que están inscritas las distintas experiencias de las mujeres (Meynen y Vargas, 1994). A pesar de que las relaciones de género ejercen una gran influencia en el desarrollo de las mujeres como sujetos sociales, esto no significa que la totalidad de su experiencia pueda ser resumida en estas relaciones ni que su identidad esté exclusivamente definida a partir de su posición como género subordinado. Cada mujer está inscrita en una multiplicidad de relaciones sociales que, entrecruzadas en todas las combinaciones posibles, delimita grupos de mujeres diferenciados por el lugar que ocupan en la jerarquía social y por los poderes de los cuales disponen o no. Por esta razón, incorporar al análisis de la salud de las mujeres la consideración de género no significa ignorar la existencia de otras categorías de análisis que también ejercen influencia sobre el proceso salud-enfermedad. En el caso de sociedades como la colombiana es importante tener en cuenta, por una parte, las contradicciones de clase y el contexto étnico-cultural que redefinen las relaciones de género, y por otra, la influencia que estas características ejercen en las prácticas, discursos y representaciones frente a la salud y enfermedad. Estas tres categorías de análisis, la clase, el género y la etnia interrelacionadas, tienen gran impacto sobre el proceso salud-enfermedad. La percepción de la enfermedad: una experiencia marcada por el género La percepción de la enfermedad es una experiencia que está bastante marcada por las relaciones de género. En algunos estudios, como el de SánchezParga sobre la Sierra ecuatoriana, se plantea la existencia de dos percepciones diferentes del hombre y la mujer sobre las propias experiencias de la enfermedad: mientras el hombre se reconoce enfermo sólo en la medida en que se encuentra laboralmente incapacitado, la mujer, con una gran frecuencia, remite todas sus enfermedades a la experiencia de la maternidad, al síndrome del parto, "sobreparto" y posparto. La pregunta obvia es si esta 162 GÉNERO E IDENTIDAD representación de la enfermedad no está fundada en una representación del cuerpo masculino como un cuerpo productor y una representación del cuerpo femenino como el que concibe y cría (Sánchez-Parga, 1992). En mi propio trabajo sobre Villeta muestro cómo los entrevistados, al hablar sobre sus concepciones de la enfermedad, en realidad se refieren a otra cosa: a la sociedad en la cual viven y al orden social en el cual están inscritos. En este sentido, la enfermedad, como lo plantea Susan Sontag (1979), funciona como metáfora. Al exigir una interpretación, la enfermedad se convierte en un soporte de sentido, en el significante cuyo significado es la relación del individuo con el orden social (Herzlich, 1984). Sin embargo, si la enfermedad es una metáfora, ésta se diferencia según la posición objetiva y subjetiva que cada uno de los entrevistados ocupa en la sociedad y en el grupo familiar (Viveros, 1992a). En ese mismo estudio es interesante constatar, por ejemplo, que las mujeres que ocupan una posición subordinada en la familia hablan más que los hombres de los conflictos familiares y de los desequilibrios emocionales como fuente de enfermedad. Todo sucede como si las mujeres recurrieran a la enfermedad como medio para hacerse escuchar y expresar su sufrimiento frente a los diversos motivos de preocupación. La utililización de la enfermedad como metáfora de una relación conflictiva con el orden social y sexual puede expresar, en parte, su dificultad para afirmar una identidad positiva. Algunas enfermedades como las de los nervios constituyen, como lo muestran muy bien F. Urrea y D. Zapata en su estudio en el distrito de Aguablanca, Cali, Colombia, una de las manifestaciones por excelencia del sufrimiento, en particular de algunos actores sociales más débiles en las relaciones de poder como son los niños y una gran parte de las mujeres. Estas enfermedades son interpretadas por los autores como una somatización de las relaciones interpersonales, mediadas por una distribución desigual de estatus y roles en los hogares, el barrio, las redes sociales y los espacios laborales (Urrea y Zapata, 1992). EL DEBATE ACTUAL Y SUS PERSPECTIVAS Los grupos feministas frente a la salud de las mujeres: en busca de una nueva identidad Retomando el hilo conductor inicial, la relación entre el tema de la salud de las mujeres y su identidad, parece pertinente referirse a los cuestionamien- SABERES Y DOLORES SECRETOS 163 tos por parte de las mujeres a la excesiva medicalización del cuerpo femenino, como una expresión de búsqueda de una nueva identidad. A lo largo del siglo XX, la contracepción dejó de ser una práctica eminentemente masculina para empezar a ser una técnica medicalizada y eficaz, ejercida por las mujeres. Sin embargo, la medicalización de la contracepción moderna, que respondió en gran medida a las reivindicaciones femeninas por este derecho, se convirtió en la década del setenta en objeto de serias críticas por parte del movimiento feminista norteamericano y europeo. Se denunciaron los abusos de esta medicalización que sometía una vez más a las mujeres al poder del saber médico y las desposeía del control de sus cuerpos. Se escribieron libros como Nuestros cuerpos, nuestras vidas, del Boston Women's Health Book Collective (1977), que pretendía desmitificar dicho saber, brindando a las mujeres los elementos de informa ción (anatómicos, fisiológicos y psicológicos) necesarios para comprender el funcionamiento de sus cuerpos. Desde entonces se proclamó la existencia de una íntima conexión entre la corporalidad y la constitución de la subjetividad. La desposesión del propio cuerpo se convirtió en sinónimo de desposesión de sí (Ergas, 1991). Desde sus inicios, los grupos feministas latinoamericanos manifestaron interés por el tema de la salud y los derechos reproductivos, aspectos en los que, a pesar de estar directamente implicadas, las mujeres habían estado muy poco presentes. Este interés se cristalizó en la conformación de asociaciones en torno a estos problemas, en las reflexiones y discusiones sobre las implicaciones políticas que traen los problemas generados por las técnicas contraceptivas y en la creación de centros que prestan servicios en estas áreas. Dentro de las corrientes feministas latinoamericanas dos de los aspectos más debatidos han sido el de la salud reproductiva y el de la sexualidad. Estos dos temas han sido a la vez objeto de denuncia y de estudio. Desde hace varios años se vienen criticando las actividades impositivas de los programas de control de población, que consideran a la mujer como objeto de políticas y no como sujeto de las mismas; la deficiente calidad de atención en la planificación familiar que ha sido concebida únicamente como una forma de control de la fecundidad; la forma en que ha sido tratado el problema del aborto, en el cual la vida y la salud de las mujeres no parecen haber sido consideradas como un bien fundamental que también es necesario preservar. En cuanto a la sexualidad, los grupos han discutido la necesidad de dar un tratamiento a la actividad sexual de manera independiente de la función reproductiva. A partir de esta separación, se ha criticado la identificación 164 GÉNERO E IDENTIDAD del proyecto de vida femenino con la maternidad, su conceptualización como única fuente de validación y reconocimiento social. Desde sus diversos puntos de vista se ha planteado la importancia de pasar de una concepción de mujer/cuerpo reproductivo a una de mujer como sujeto de las decisiones que atañen su cuerpo, su salud y su vida. En este contexto, la sexualidad se ha vuelto para las mujeres un campo fundamental para la reapropiación de sí mismas. La actual pretensión de la medicina de curar la infertilidad de las parejas a través de las nuevas técnicas de reproducción humana (que captan constantemente el interés de los medios de comunicación) se ha convertido en uno de los temas más polémicos en el movimiento feminista. Los desarrollos de las tecnologías reproductivas plantean numerosos interrogantes en torno a la maternidad y a la paternidad, a la conservación de la especie humana y a la transmisión de un patrimonio biológico y cultural que concierne directamente a las mujeres. En América Latina el debate se ha centrado en las implicaciones político-ideológicas de estas nuevas técnicas. Teniendo en cuenta la interacción entre ciencia y política se ha cuestionado el contraste existente entre las políticas de control poblacional que se aplican en América Latina y las políticas de población natalistas que se ponen en práctica en los países europeos y norteamericanos. Esto conduce a algunos autores como V Stolcke a plantear que esta disparidad en las políticas de población es una forma de eugenesia institucional que estimula la reproducción de la población "blanca" y controla el crecimiento de la población "no blanca" (Stolcke, 1991). Las nuevas técnicas diagnósticas también han traído efectos perversos como los reportados en la India, donde el diagnóstico precoz del sexo del feto es utilizado "por los padres para abortar a los fetos de sexo femenino en 29 de cada 30 casos "3. En Europa, a pesar de la multiplicidad de posiciones existentes en el feminismo, el debate sobre las nuevas tecnologías reproductivas está bastante bipolarizado: un sector percibe estas técnicas como una voluntad de los científicos y de los médicos de apropiarse del poder "femenino" de dar la vida y, por tanto, se opone hostilmente a ellas; otro sector, bastante marginal, plantea la necesidad de analizar cada una de estas prácticas y sus efectos físicos y simbólicos para evaluar en qué medida y en qué casos pueden tener consecuencias negativas sobre las mujeres (Dhavernas, 1991). 3 Madu Kishuar, 1987, citado por Tubert, 1991: 265, SABERES Y DOLORES SECRETOS 165 Estas posiciones n o son sino u n a traducción d e la controversia sobre la identidad femenina q u e ha dividido d u r a n t e tanto tiempo al movimiento feminista. Mientras algunas estiman q u e el reconocimiento y profundización d e la diferencia "esencial" es el objetivo primordial del feminismo, otras p o r el contrario piensan q u e esta identidad colectiva es u n a asignación q u e ha obstaculizado el desarrollo de las identidades individuales. Para las primeras, las recientes técnicas de reproducción h u m a n a son u n a n u e v a form a d e o p o n e r s e a la afirmación identitaria de las mujeres, privándolas de su especificidad. Para las segundas, éste es u n n u e v o espacio en el q u e se plantea la relación de p o d e r entre los sexos por el control de la v i d a d e las mujeres, espacio al interior del cual la cuestión esencial es q u é opciones son posibles y quién decide sobre ellas. Valdría la pena p r e g u n t a r s e si es pertinente luchar por defender u n a diferencia como fuente de identidad, o si, por el contrario, convendría luchar p o r q u e las mujeres r e i v i n d i q u e n u n a n u e v a i d e n t i d a d femenina y sean, cada u n a d e ellas, sujeto de su propia historia y, globalmente, sujetos de la historia h u m a n a . ¿Es necesaria u n a única identidad femenina? Siendo las mujeres u n g r u p o socialmente heterogéneo, ¿cómo p o d r í a n tener u n p u n t o d e vista c o m ú n sobre lo q u e constituye su identidad? Todos estos interrogantes s u b r a y a n la complejidad del tema de las n u e v a s técnicas de reproducción h u m a n a como terreno privilegiado d e expresión del debate sobre "la identidad femenina" y dejan abierto u n n u e v o y profuso c a m p o de reflexión a quienes se interesen por la salud sexual y reproductiva d e s d e u n a perspectiva de género. 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LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES HEGEMÓNICAS FEMENINA Y MASCULINA Magdalena León INTRODUCCIÓN i V l i interés en este trabajo es indicar cómo a partir de la conceptualización de género se han formulado nuevas preguntas y preocupaciones en el análisis familiar y en la identidad social de los géneros, con particular énfasis en la mujer. Para el desarrollo del tema se presenta un bosquejo de la teoría de la familia nuclear como tipo ideal y de la teoría de los roles sexuales según el funcionalismo, principalmente de Parsons. Luego se señala el aporte crítico que el enfoque de género hace en estas teorías. Además, se elaboran las consecuencias que este análisis tiene para entender la familia y particularmente para el estudio de la identidad social del género femenino. Antes de abordar el tema es preciso señalar algunas notas de tipo metodológico. En primer lugar, la conceptualización de género que se utiliza en este trabajo se ha dado, junto con otras tendencias renovadoras en el panorama de las ciencias sociales, a partir de la década de los años sesenta. Los diferentes enfoques están presentes en la renovación del análisis familiar y han servido para sobrepasar las dicotomías entre estructura e individuo. Ello ha permitido focalizar el análisis en la producción histórica de los conceptos, en el poder como aspecto central de las relaciones sociales, psicológicas y materiales, y en el accionar directo de los individuos y su papel en la conformación de las estructuras. También han contribuido a renovar los paradigmas el crecimiento de la literatura sobre teoría feminista, el rápido desarrollo de los estudios históricos sobre la familia (Anderson, 1980), las revisiones de las teorías sistémicas en relación con la práctica terapéutica sobre la pareja y la familia, la politización más explícita sobre la familia (Morgan, 1985: 4) y los estudios etnográficos que dan cuenta de la diversidad de tipos familiares. Al mismo tiempo, nuevos 170 GÉNERO E IDENTIDAD temas han entrado a formar parte de los debates más sobresalientes. Entre ellos se pueden mencionar las discusiones sobre la democracia, la sociedad civil, la vida cotidiana, la subjetividad y las nuevas metodologías. Con las diferentes tendencias renovadoras, el concepto de género se entrecruza de una manera u otra. En segundo lugar, en el examen de la realidad familiar han desempeñado un papel importante las concepciones ideológicas y las posiciones éticas. Ello da cuenta, en parte, de las diferentes posiciones y contenidos teóricos que muestra la literatura, cuando se analizan la estructura interna y las formas de organización de la familia moderna. También las concepciones ideológicas y las posiciones éticas aparecen en el análisis de las funciones que cumple la familia y las relaciones entre sus miembros en cuanto a la autoridad que se ejerce y los roles que se cumplen (Watenberg, 1985). En tercer lugar, el examen de la familia está ligado a cuestiones emotivas de gran talante, tales como el amor, el matrimonio, el hogar, el divorcio, la crianza de los hijos y la sexualidad. Al enfrentar estos temas, el debate de la neutralidad valorativa en el análisis de lo social queda definitivamente atrás, ya que es necesario reconocer que, al abordarlos, tanto el analista como el analizado son sujetos que traen consigo su propia historia familiar. El primero ha sido y sigue siendo un miembro de su propia unidad familiar. Ha sido socializado en ciertos valores familiares, y dentro de la mezcla particular que representa su identidad ha interiorizado un ideal de familia y sociedad. Las personas estudiadas, cuya información representa el registro empírico conocido sobre el tema, tienen a su vez sus propias historias familiares. Los estudiosos de la familia han señalado, como fuente de dificultades, que muchos informantes comparten la pauta cultural que concibe las relaciones familiares como íntimas y personales, y no desean compartirlas con personas externas (Anderson, 1980: 9). Es por esto que se requieren nuevas metodologías de acercamiento al tema, las cuales están en proceso de desarrollo; buscan integrar de manera novedosa lo racional y lo subjetivo1. Estos acercamientos a la realidad son Estas nuevas metodologías se han ido desarrollando a partir de las críticas al empirismo asociado con el positivismo, e implican aceptar tanto una redefinición de la ciencia, como la introducción de nuevas temáticas, la relatividad de las demarcaciones categóricas en los diseños y la imposibilidad en la práctica de aplicar tipos puros de investigación. Las corrientes de la investigación acción participativa, la historia oral y la historia de vida, las aproximaciones feministas y la interlocución entre lo cuantitativo y lo cualitativo han contribuido sustancialmente a este debate. Entre otros trabajos pueden consultarse: Roberts, 1981; Beneria y Roldan, 1987; Rico de Alonso, 1989; Nielsen, 1990; Bruschini, 1992; Molano, 1990 y 1992; Park, 1992. LA ÉAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 171 cada vez más centrales para evaluar los contenidos teóricos resultado de los análisis en boga desde hace un par de décadas, y poder de manera novedosa y crítica dar cuenta de la diversidad y contradicciones en el conocimiento acumulado, máxime cuando se desea estudiar aspectos como la identidad de los géneros. DISCURSO SOCIOLÓGICO TRADICIONAL SOBRE LA FAMILIA Y LA MUJER La familia nuclear como tipo ideal El enfoque del tipo ideal de familia y los roles sexuales está inscrito dentro de \SÍ ^or)rÍ2 funf'onslistci 1 -3 fcunilid corno irís^x^vicios piimr'ílr' ÍÍPÍ"CT*XT,,'^,,3.das actividades. Éstas están regidas por las expectativas acerca del modo como las personas deben comportarse recíprocamente. El cumplimiento de estas actividades tiene efectos sobre las demás instituciones de la sociedad, y sobre todo es funcional en cuanto una sociedad no podría existir sin ellas. En la bibliografía sobre familia encontramos que los distintos autores han señalado diferentes funciones. Así, en 1949, Murdock señaló cuatro funciones: sexual, económica, reproductiva y educativa, e indicó que la familia nuclear se caracterizaba por la cooperación económica entre el varón y la mujer, basada en la división sexual del trabajo. Por su parte, Davis, en la misma época, listó cuatro funciones: reproducción, mantenimiento, socialización y ubicación (Harris, 1986). En el debate que desde la década de los años cincuenta viene dándose sobre el tema, unos autores consideran que la familia ha perdido funciones e importancia, mientras que otros indican que la familia moderna tiene cada vez más peso social, ya que, si bien es cierto que ha reducido sus funciones, ha ganado en especificidad . Lo sustantivo para nuestro propósito no es enumerar las diferentes funciones ni identificar las pérdidas y ganancias, sino puntualizar que los diferentes autores y corrientes consideran que el cumplimiento de las funciones satisface Es de advertir que al tomar este trabajo el funcionalismo, principalmente la vertiente parsoniana, los alcances de la reflexión, se fijan determinados límites. En la teoría sociológica, particularmente en sus clásicos y entre ellos Weber, Durkheim y Simmel, se podrían encontrar nuevas luces sobre el problema.Este es un campo pendiente de explorarse. Otra avenida muy documentada y fructífera la ofrece el pensamiento marxista, focalizada sobre las diferencias y la reproducción de las clases sociales. Sus aproximaciones teóricas sobre la reproducción de la fuerza de trabajo y el debate sobre el trabajo doméstico configuran un discurso sobre el tema. Un resumen de este debate puede consultarse en Watemberg, Lucy, 1985. 172 GÉNERO E IDENTIDAD la perpetuación de los miembros de la sociedad, la trasmisión de la cultura y de las posiciones sociales entre las generaciones 4 . Dentro del esquema funcionalista, el tema de la familia nuclear, como tipo ideal de familia, surgió de argumentar cómo este tipo representaba el ajuste real a los cambios de la sociedad occidental industrial. La familia nuclear, como un tipo particular, se proyectó en la teoría como la única que se adaptaba o ajustaba a las instituciones económicas con las que está relacionada la sociedad moderna. Es una teoría de ajuste entre la familia y la sociedad, o más concretamente entre el sistema familiar y el sistema económico. Las sociedades heterogéneas, complejas y seculares que caracterizan a la sociedad occidental industrial requieren de sus miembros una disposición a mudarse, a cambiar de residencia, a vivir donde se requieran trabajadores. Durkheim, Simmel, Tonnies y Mannheim señalaron en sus respectivos enfoques sobre el cambio social que en la sociedad moderna la familia es una unidad relativamente aislada, indicando con ello transformaciones en la estructura familiar tradicional. Pero es en la sociología norteamericana de Talcott Parsons d o n d e se identifica el p a r a d i g m a más destacado de esta posición. Este autor plantea el sistema familiar nuclear aislado, compuesto por esposo, esposa e hijos aún no independientes, y que como unidad familiar viven separados de sus familias de origen. Este sistema se adapta a las exigencias de la movilidad ocupacional y geográfica, consideradas como inherentes a la sociedad industrial moderna. En su artículo clásico "La estructura social de la familia" (1986), escrito a mitad de siglo, Parsons sostuvo que la familia nuclear aislada es el tipo de familia que está más adaptada a las demás instituciones que existen en la sociedad industrial, sobre todo al sistema económico. Así, la familia nuclear, basada en el vínculo matrimonial entre marido y esposa, se constituye en unidad básica y se organiza cada vez de manera más aislada. Con ello quiere decir que la familia nuclear ocupa una vivienda separada, forma un hogar económicamente independiente y los deberes entre los cónyuges e hijos todavía dependientes son más imperiosos que sus deberes para con los parientes de referencia de ambos esposos. La familia nuclear se constituye en el tipo ideal, con el padre como el jefe del hogar, la madre y los hijos, todos Las Naciones Unidas han decretado 1994 como el Año Internacional de la Familia. Las actividades preparatorias, prolongando los debates de mitad de siglo, discuten sobre las formas, pero sobre todo sobre las funciones de la familia. Tomando el punto de vista de que lo más importante en las diferentes clases de familias es la interrelación entre sus miembros, se han identificado ocho diferentes funciones que no es del caso listar. Véase Naciones Unidas, 1992. LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 173 formando una unidad por medio de lazos primarios emocionales de amor y cariño. ¿Por qué el sistema económico según la teoría parsoniana requiere este tipo de familia? Una respuesta es la movilidad geográfica y social inducida desde el punto de vista del empleo, como característica de las sociedades industriales. La familia nuclear aparece como la unidad de movilidad, y la pertenencia a un grupo más amplio que la familia nuclear inhibiría la movilidad geográfica de los individuos. El varón adulto en su rol de esposo y padre es quien brinda el ingreso familiar, y por ello en las sociedades industriales es quien se desplaza espacialmente para participar en forma activa en el mercado laboral. Esto se da porque confluyen tres factores, a saber: los grupos productivos en la sociedad industrial no se constituyen por relaciones de parentesco, la familia nuclear no tiene lazos imperiosos con sus ascendientes y la mujer por no trabajar fuera del hogar no ofrece conflicto al varón-esposo, único miembro de la familia que participa en el sistema productivo. Parsons supone que en la familia nuclear la esposa no trabaja, y que esta esposa domesticada con sus hijos menores puede mudarse según las exigencias del mercado de trabajo para el marido. Teoría de los roles sexuales El enfoque del tipo ideal de familia de mitad de siglo corrió parejo con la teoría funcionalista de los roles sexuales, la cual dominó el discurso sociológico sobre la mujer. Los roles sexuales fueron tomados en sí mismos, como hechos dados. Lo que se discutía era el proceso y las estructuras que les permitían desarrollarse. Parsons derivó la explicación de los roles sexuales de un principio sociológico general: el imperativo de la diferenciación estructural y la forma particular de ésta fue explicada por la famosa distinción entre liderazgo instrumental y expresivo. Los roles sexuales fueron vistos como las diferencias instrumentales y expresivas que operan en el contexto de la familia conyugal nuclear. La familia conyugal, como una agencia específica de la sociedad más amplia, se encarga de socializar a los menores, según patrones de roles de género. En este proceso se garantiza la reproducción a través de las generaciones de los requisitos estructurales de cualquier orden social. Los patrones de roles de género o diferencias sexuales se dan por las diferentes funciones procreativas de los cónyuges. Así, a los hombres les corresponden los roles instrumentales, y entre ellos el más importante es el trabajo. 174 GÉNERO E IDENTIDAD Es gracias a la importancia del papel ocupacional del esposo-padre que podemos designarlo en forma inequívoca como el líder instrumental de la familia como sistema (Parsons, 1980: 52). A las mujeres les c o r r e s p o n d e n los roles expresivos: criar y educar a los hijos. Parsons considera esta relación como resultado en p r i m e r a instancia d e la biología. Esta relación fue m o l d e a d a por posteriores siglos de condicionamiento cultural, q u e hacen q u e cualquier otro o r d e n a m i e n t o alternat i v o p a r e c i e r a i m p r o b a b l e , en p a r t e p o r q u e esta d i v i s i ó n d e r o l e s es funcional al sistema económico. Además, a r g u m e n t a q u e u n a familia q u e tiene especialización en su seno es m á s eficaz. Si la mujer debe pasar parte de su tiempo engendrando y criando hijos, es más eficaz que combine esas tareas con otras que impliquen la misma orientación de valores expresivos y que pueda atender al mismo tiempo que su función materna. En la sociedad industrial la provisión de sostén material al hogar requiere salir de éste y verse envuelto en actividades que conllevan orientaciones de valor opuestas a la crianza de los hijos (Harris, 1986: 87). Así, la asignación del rol expresivo a las mujeres, como forma d e la división sexual del trabajo, es definida c o m o funcional p a r a la sociedad i n d u s trial. La siguiente cita del autor decribe la división sexual del trabajo por él percibida. Indica la dificultad de modificarla, en razón d e q u e las diferencias son en sí m i s m a s n o transformables, ya q u e están definidas como calid a d e s d e los sujetos: Podemos afirmar que el papel de las mujeres adultas no ha dejado de girar sobre los asuntos internos de la familia, como esposa, madre y administradora de la casa, mientras que el papel del hombre adulto se cumple sobre todo en el mundo ocupacional, en su empleo y a través de él por sus funciones generadoras de posición y de ingreso para la familia. Aun si (...) las mujeres casadas tuvieran empleo parece improbable que se borrara por completo la diferenciación cualitativa (Parsons, 1986: 55). Parsons señala que, d a d a la necesidad funcional de segregar la familia nuclear del sistema económico, la participación en éste c o r r e s p o n d e al marido y n o a la mujer. El autor analiza la familia norteamericana, blanca, urb a n a y d e clase m e d i a de mitad de siglo, en la que, según él, las mujeres d e s e m p e ñ a b a n papeles domésticos, mientras q u e los h o m b r e s d e s e m p e ñ a - LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 175 ban papeles orientados al trabajo5. Intenta explicar esta división sexual del trabajo señalando que las familias deben funcionar como los grupos pequeños, en los cuales la asignación de roles se da por las diferencias sexuales ya señaladas y también por diferencias de edad. Las diferencias de edad están asignadas por la capacidad funcional asociada a la edad. El resultado es la presencia de un jefe y los demás como seguidores. En la familia nuclear el hombre adulto, mayor de edad y con rol de marido es el jefe, y la mujer con una edad inferior y con rol de esposa es seguidora. Además, el hombre como padre es jefe y los hijos son seguidores. Fuera de los planteamientos relacionados con la división sexual del trabajo aquí señalados, para Parsons las funciones de la familia en una sociedad heterogénea deben interpretarse en función de la personalidad". La familia tiene una serie de mecanismos interactivos para forjar la personalidad, de manera que ésta no nace sino que debe hacerse mediante la socialización. "Las familias son fábricas productoras de personalidades humanas", dice Parsons (1986: 56). Así, las funciones principales de la familia son la socialización de los hijos y la estabilización de la personalidad adulta. El foco central de estos procesos reside en la interiorización de la cultura o forma de adquirir el rol. Para la internalización del rol, el funcionalismo se apoya en el psicoanálisis que se había naturalizado en Estados Unidos en la época. De allí se deriva la manera de producir la masculinidad y feminidad, mediante diferentes patrones de la resolución de la crisis de Edipo. Los roles sexuales son parte de la constitución de la persona, a través de dinámicas emocionales de desarrollo de la familia nuclear. En el hogar, el niño o niña aprende a diferenciar entre él y el otro, y sobre todo a diferenciar lo femenino de lo masculino. Para el funcionalismo, en estas primeras etapas de socialización, el niño o niña no debe tener un nivel igual de participación con todos los miembros de la familia al mismo tiempo. Parsons señala claramente la importancia de que el menor tienda en la primera etapa a tener una relación especial con un miembro de la familia: la madre. Según los críticos del modelo dentro del mismo funcionalismo y para la sociedad que fue formulado, éste no representa empíricamente las diferentes variantes de la clase media blanca, al mismo tiempo que su pretensión de generalización a toda la sociedad desconoce otras lógicas como las de la familia negra, las de los "farmers", las de los diferentes grupos migrantes y la presencia y funcionalidad de amplias redes interfamiliares. Este planteamiento está basado en análisis anteriores de antropólogos, quienes consideran que en la sociedad moderna la familia debe responder por las necesidades psicológicas de los individuos; véase Linton, 1986: 11 y 25. 176 GÉNERO E IDENTIDAD En el primer año de vida, una fase crítica requiere una atención muy exclusiva de la madre (Parsons, 1975: 57). Se justifica de este modo el encierro doméstico de la mujer y su adscripción a roles expresivos, y el papel de abandono del padre en la primera etapa de socialización del menor, dada la adscripción del varón a roles instrumentales. Al avanzar en la teoría de la personalidad se señala que la estabilización del adulto se da en la relación matrimonial. Al no existir la familia extensa, la necesidad de respaldo entre esposos es fundamental. En la relación conyugal el adulto encuentra relaciones primarias en contraste con el mundo público más burocrático. Aquí nos acercamos a la concepción de "hogar dulce hogar", asociada con la privacidad, la distensión y el relajamiento (Parsons y Bales, 1956: 16-17), y con la interpretación de la división sexual del trabajo como colaboración y cooperación entre adultos, en sus roles diferenciados de cónyuges. Desde esta perspectiva, la estabilidad de la familia se basa en los acuerdos o valores consensúales de sus miembros. El matrimonio se ve como un intercambio mutuamente favorable, donde la mujer recibe protección, orientación, apoyo económico o estatus en torno de sus servicios emocionales y sexuales, el mantenimiento del hogar y la producción de la descendencia. La modernización y las tensiones entre los roles sexuales El funcionalismo reconoce formas de tensión entre los roles sexuales que se dan como resultado de la articulación de los diferentes subsistemas de la sociedad. Así, en la relación entre la familia y la economía se encuentra la fuente de muchos de los cambios en los roles sexuales y particularmente las alteraciones en los roles para las mujeres. La teoría de la modernización 7 , como variante del funcionalismo, destaca la dualidad que experimentan las sociedades en su proceso de transición del polo atrasado al moderno. Al mismo tiempo, resalta las desviaciones a las normas como disfunciones sociales. En la sociedad dual, una parte es tradicional y otra industrial moderna. En la primera predomina la familia extensa y un rol de la mujer caracterizado por su dependencia del varón, su encierro doméstico y su no participación ocupacional. En la segunda se encuentra la familia nuclear, pero dado 7 Véase Solé, 1976. LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 177 que la urbanización e industrialización indujeron un proceso de transición hacia la modernización, el rol de la mujer se alteró con su entrada al mercado de trabajo y su participación activa en la sociedad. La entrada de la mujer a la esfera pública y su presencia en el mercado laboral llevaron a plantear la tesis reduccionista de considerar la participación extradoméstica de la mujer como una condición, no sólo necesaria sino suficiente, para lograr la redefinición de su identidad femenina. Los lentes acríticos de la modernización proyectaron un sobreentusiasmo de logros para las mujeres incorporadas a la esfera laboral, sin mirar hasta qué punto los modelos de desarrollo profundizan o utilizan la división sexual del trabajo existente8, o si simplemente el trabajo de las mujeres en el mercado laboral constituye una extensión de su trabajo doméstico. Según la teoría de la modernización, la etapa de transición de una sociedad a otra acarrea desorganización social y desintegración familiar. El análisis se enfoca en lo disfuncional y tensionante de la incongruencia de roles. Dado, por un lado, el énfasis normativo en la familia y, por otro, que las prácticas directas de sus miembros no se ajustan a las normas, las actividades o roles de las mujeres empiezan a aparecer como parte del recuento de los problemas sociales. Así, los conflictos de la esposa trabajadora 9 , la deprivación maternal, las tasas de divorcio, las separaciones, el incremento de las uniones consensúales, el número creciente de hogares monoparentales (entre ellos los que tienen la mujer como jefe), el madresolterismo y la maternidad precoz se interpretan como expresiones de desintegración familiar y societal. Es claro que en el enfoque de la modernización subyace un modelo idealizado de familia, tal como se analizó anteriormente 10 . 8 El artículo clásico de Lourdes Benería (1979) sobre la articulación de la producción y la reproducción señala este argumento. 9 Un trabajo clásico que aplica la teoría funcionalista para señalar cómo la modernización produce un choque entre el ideal femenino de "homemaker" y el ideal de la "career girl", fue elaborado por Mirra Komorovsky (1946 y 1950). Este mismo esquema de análisis se repite ininterrumpidamente hasta la fecha y ha permeado los estudios sobre mujer y trabajo en América Latina. 10 Es preciso anotar que una parte de la bibliografía, especialmente latinoamericana, analiza estas transformaciones sin nostalgia del modelo de familia ideal. Ejemplos de ello son los trabajos sobre las estrategias familiares de supervivencia o sobre las familias de los sectores populares y campesinos que ven los determinantes de la vida familiar con relación a su posición de clase. Buena parte de esta producción está influida por la corriente marxista de pensamiento, la cual, tal como se explicó en la Nota 2, no se aboca en este artículo. 178 GÉNERO E IDENTIDAD A P O R T E DESDE EL G É N E R O AL ANÁLISIS FAMILIAR: LA I D E N T I D A D NO NACE, SE CONSTRUYE G é n e r o o la i d e n t i d a d como construcción social El concepto de género aparece en el debate q u e busca dar cuenta d e la subordinación de la mujer, ante la ausencia en las teorías sociales d o m i n a n t e s de Occidente de explicaciones sobre las desigualdades entre h o m b r e s y m u jeres. U n a d e las primeras p r o p u e s t a s identificó la subordinación femenina como p r o d u c t o del o r d e n a m i e n t o patriarcal (Millet, 1970), y éste se definió c o m o u n a visión totalizadora, similar a la regla del p a d r e en las sociedades premodernas. El uso del término patriarcado, a u n q u e no ha sido aceptado universalmente, señaló, con a p o y o del registro antropológico e histórico, el hecho de q u e las d e s i g u a l d a d e s sexuales están presentes a través del tiempo y el espacio (Morgan, 1985: 242), a u n q u e también la información empírica indica u n a considerable diversidad en la forma como estas d e s i g u a l d a d e s se presentan. El debate q u e ha a c o m p a ñ a d o el concepto de patriarcado n o se ha centrado tanto en el origen del m i s m o (Lerner, 1990), sino m á s bien en la persistencia y reproducción de los patrones de desigualdad en el tiempo. En este debate, la categoría patriarcado ha sido criticada por razón de su generalidad y carácter totalizante. Al respecto Barbieri señala: Resultó un concepto vacío de contenido y de tal vaguedad que se volvió sinónimo de dominación masculina, pero sin valor explicativo (Barbieri, 1992; 113)". En la b ú s q u e d a de explicaciones a la subordinación surgió el concepto de género 1 2 , como el sexo socialmente construido. Rubin define lo q u e llamó sistema s e x o / g é n e r o como: El conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el que se satisfacen esas necesidades humanas transformadas (Rubin, 1986: 97). 11 Esta crítica permea la literatura feminista y antifeminista de la década de los ochenta; véase Morgan, 1985: 240. 12 Para una revisión de la bibliografía sobre género puede consultarse Oakley, 1972; Lamas, 1986; Scott, 1990; Book, 1991; De Oliveira v Bruschini, 1992. LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 179 Esta definición trabaja con el sexo biológico y con el género social. Se ve a los dos como esenciales en la relación. Enfocar al uno con la exclusión del otro sería una distorsión. El género como categoría analítica incluye pero trasciende la definición biológica de sexo, y ubica a hombres y mujeres como categorías de análisis socialmente construidas. Es un modo de referirse a la organización social de las relaciones entre los sexos. El problema queda entonces planteado en los significados de ser hombre o ser mujer. En otras palabras, se enfoca en las diferencias sociales y culturales entre hombre y mujer, que varían en el tiempo y el espacio. De esta manera, se privilegia a la sociedad como generadora de la ubicación social de los géneros, lo cual quiere decir la construcción de cualidades distintas del hombre y la mujer, o sea, la construcción de la masculinidad y la feminidad como productos históricos. Esta conceptualización representa un rechazo frontal al determinismo biológico, el cual busca las explicaciones para la posición de la mujer y el hombre en la capacidad reproductiva de las hembras o en la fuerza física de los machos. Según Barbieri, los sistemas de género son el conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anatómica y fisiológica, y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y en general al relacionamiento entre las personas. Por eso el análisis de género implica necesariamente estudiar formas de organización y funcionamiento de las sociedades, y analizar las relaciones sociales. Estas últimas pueden darse de mujer a varón, de mujer a mujer o de varón a varón. En este orden de ideas, los sistemas de género son el objeto de estudio más amplio para comprender y explicar el par subordinación femcnina-dominación masculina (Barbieri, 1992: 114-15). Los criterios de Roldan y Benería (1978: 11-12) permiten profundizar en la conceptualización de género. Según estas autoras, género es una red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través do un proceso de construcción social, el cual tiene una serie de características. Es histórico, toma lugar en diferentes esferas macro y micro, tales como el Estado, el mercado de trabajo, la escuela, los medios de comunicación, lo jurídico, la familia y los hogares y las relaciones interpersonales. Además, envuelve una graduación de rasgos y actividades de manera que las asociadas con el hombre normalmente tienen mayor valor. El resultado es el acceso estructuralmente asimétrico a los recursos, lo cual lleva a generar el privilegio y dominación del varón y la subordinación de la mujer. 180 GÉNERO E IDENTIDAD Queda por responder cómo se articulan los diferentes niveles y la complejidad de relaciones entre factores individuales y los sistemas de género. Para los propósitos de este trabajo, en cuanto interesa destacar la relación familia y género, es fundamental señalar que las jerarquías de género son creadas, reproducidas y mantenidas día a día a través de la interacción de los miembros del hogar. Es por esto que aunque el análisis de género revela internamente los factores de poder en la familia, inevitablemente se la ve como la institución primaria para la organización de las relaciones de género en la sociedad. En la familia es donde la división sexual del trabajo, la regulación de la sexualidad y la construcción social y reproducción de los géneros se encuentran enraizadas. En suma, hablar de género es hablar de desigualdad, pero hay que estar alerta sobre la manera como las desigualdades de género se relacionan con otras desigualdades básicas, como edad, etnicidad y clase. Al respecto, Morgan dice: Hay pocas, si alguna situación donde el género puede considerarse irrelevante, pero al mismo tiempo habrá pocas si alguna situación donde el género pueda considerarse el único factor de relevancia (Morgan, 1985: 259). Por tanto, hay que ver cómo el género ocurre en diferentes mezclas, junto con edad, etnicidad y clase, y qué otros factores y variables alberga. Esto significa que debemos movernos hacia una descomposición del género. Ella nos lleva a entender que la identidad de género no puede ser hegemónica y que, como en un prisma, la identidad de cada individuo está cruzada por diferentes aspectos, o por aquellos que son relevantes en su vida social. Cada individuo y colectivo representan un cruce de caminos donde género, clase, raza, etnia y otras variables se encuentran para producir mezclas específicas de identidad. Para las mujeres, su identidad estará necesariamente marcada por su posición subordinada en la sociedad, pero, al mismo tiempo, esta subordinación tendrá las cicatrices de las demás variables sociales. CUESTIONAMIENTO A LAS IDENTIDADES HEGEMÓNICAS Y A LA NEGACIÓN DEL PODER, Y EVIDENCIA DE LA IDEOLOGÍA FAMILÍSTICA La atención a la familia nuclear como tipo ideal representa un modelo "optimista" de familia, que trabaja bajo el supuesto de que existe un conjunto de necesidades universales que son o deben ser cumplidas por la familia, tal como se señaló anteriormente. En contraste, desde el género, la familia se LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 181 analiza en términos de cómo las funciones se distribuyen en el hogar, pero reconociendo el papel de la familia en la subordinación de la mujer. El análisis se concentra en las diferencias de género en la familia y éstas se ven no como simples divisiones domésticas, sino como divisiones esenciales en términos de poder 13 . Es evidente que para el funcionalismo, con sus planteamientos de la familia nuclear y de la teoría del rol, la preocupación no fue mirar, advertir, explicar o cuestionar las posiciones de desigualdad social que los géneros femenino y masculino experimentan en la sociedad. El funcionalismo miró las diferencias sin advertir que implicaban desigualdades. En particular, en cuanto a la mujer no se encuentra rastro alguno que permita cuestionar su subordinación. La teoría acepta la diferenciación como un fenómeno dado. Su preocupación es cómo los roles sexuales se aprenden, adquieren e internalizan dentro de la familia nuclear, y las formas como estos roles se manifiestan y sustentan en el hogar, el trabajo, los medios y la religión. La idea del rol significa un estándar reconocible y aceptable, y esa norma se toma para explicar la diferenciación sexual. Así, la sociedad aparece como organizada alrededor de una diferencia que permea los roles de los hombres y las mujeres, que son internalizados por todos los individuos y trasmitidos en el proceso de socialización encargado de construir la identidad. Según Morgan (1985: 240), si se aplica una metáfora teatral a la teoría del rol, la concentración se da en el actor más que en el libreto que tiene que interpretar, y el autor del mismo permanece anónimo y misterioso. Esta teoría de la socialización presume una sociedad homogénea, donde hay gran consenso sobre lo esperado del rol, y consecuentemente poca tensión, ambigüedad y contradicción que permita el cambio. Desde el género, los roles no se ven como simple o naturalmente dados y aceptados por la fuerza del consenso. Más bien se señala que en formas muy diferentes son impuestos sobre los individuos y las colectividades por otros individuos y por el colectivo. En el caso de los roles de género, por la complejidad del proceso, éste aparece a primera vista como dado e inevitable. Sin embargo, debe argumentarse que las especializaciones de roles, instrumental para el hombre y expresivo para la mujer, que se defienden como identidades de género he13 Esta discusión fue muy amplia en el feminismo del primer mundo durante la década de los años ochenta. Véanse entre otros trabajos, Rapp, 1978; Young et ai, 1981; Barrett y Mclntosh, 1982 y Andersen, 1991. 182 GÉNERO E IDENTIDAD gemónicas, son y han sido del beneficio particular de un grupo, los hombres, más que simplemente respuestas a necesidades funcionales para beneficio de la sociedad como un todo. Por otro lado, la teoría no es clara entre el deber ser y la realidad, entre lo que se espera de la gente y lo que en verdad la gente hace. Las variaciones se ven como desviaciones y fracasos en la socialización. Según este análisis, para la construcción de las identidades de género se han creado tipos de masculinidad y feminidad hegemónicos: el hombre fuerte, activo, racional, o en otras palabras instrumental según el funcionalismo, y la mujer débil, no activa, emotiva, o expresiva, según la misma teoría. Se crean de esta manera tipos ideales. La armonía y el consenso vienen de promoverlos y reproducirlos, y no de cuestionarlos. Lo más grave es que las identidades masculina y femenina pasan a tener una esencia no social, en la que se presume un modo de ser derivado de lo biológico o genético del hombre y la mujer. La adquisición de la masculinidad y feminidad se da por medio de un aprendizaje social y de conformidad con las normas de un modelo dado. Este esquema analítico no deja espacio o asidero a la pregunta general de la resistencia al modelo, ni tampoco a los aspectos específicos de conflicto y violencia que hombres y mujeres experimentan para someterse o desviarse de las normas. Hay que advertir que la teoría del rol no excluye el cambio. Tal como lo explícita la variante de la modernización, éste viene por factores externos. Los procesos de industrialización y urbanización y sus variadas consecuencias, como los cambios en la legislación y la estructura de la economía, la mayor democratización en el hogar y la apertura en el mercado de trabajo, dan cuenta de las trasformaciones de los roles y con ello la aparición del rol moderno de la mujer14. Esta visión del cambio sobrestima los efectos de la modernización y cae en generalizaciones peligrosas sobre logros para todas las mujeres, sin diferenciar la heterogeneidad por clase, etnia, edad y otras variables 13 . Al mismo tiempo, esta visión del cambio desconoce que el tra- 14 Una dura crítica, desde diferentes perspectivas teóricas, a esta postura se encuentra en el libro editado por Kate Young et «/.(ed.), Of Marriage and the Markct, 1981. Se rechaza por las autoras de esta colección (Mclntosh, Stolcke, Harris, Whitehead, Molyneux y otras) el punto de vista de que la posición subordinada de las mujeres en la sociedad terminará inevitablemente si tienen acceso pleno al mercado de trabajo. 15 En América Latina el sobrentusiasmo de los logros de la modernización para todas las mujeres se ha analizado de diferentes maneras. Una de ellas es el acuñado concepto de feminización de la pobreza, que permite señalar cómo el modelo de desarrollo neoliberal, por un lado ha detenido y por otro ha profundizado las condiciones de subordinación de ciertos grupos de mujeres. LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 183 bajo doméstico es un trabajo invisible y que constituye un aporte a la acumulación . Además, al concentrarse en los factores externos de cambio, deja invisibles las luchas individuales y colectivas de las mujeres17, y sobre todo la persistencia y desigualdades sexuales profundamente enraizadas en la familia y el mercado de trabajo, ya que no penetra en las construcciones ideológicas de feminidad y masculinidad y las definiciones de sexualidad, maternidad y paternidad. Más aún, si miramos la familia como punto focal de una serie de ideologías que tienen resonancia en la sociedad en general, encontramos relaciones entre trabajo y familia que la teoría de la modernización no percibe. Se trata de la correspondencia entre la división del trabajo en el hogar y lo que se da en el mundo de la labor extra-hogar. La segregación sexual del trabajo corresponde muy de cerca a los patrones de la división doméstica del mismo. El trabajo que la mujer hace por un salario es básicamente la misma labor doméstica o una extensión de la misma en contextos diferentes. El más claro ejemplo es el trabajo doméstico remunerado o empleada doméstica (León, 1984 y 1987). Encontramos a las mujeres en el mundo laboral, donde el trabajo es cocinar, limpiar, cuidar del enfermo, el anciano, el menor, enseñar a niños, jóvenes y adultos, coser, servir a los otros o ser amable, simpática y atenta con los demás. La feminización de ciertas profesiones encuentra su anclaje en estas ideologías (Barrett, Mdntosh, 1982). Finalmente, puede afirmarse que, por su ceguera ante el poder o desconocimiento de las relaciones desiguales de los géneros, la visión del cambio en la teoría del rol deja como no existentes otras desigualdades que forman parte de la vida diaria de las mujeres, entre ellas la violencia familiar (Cordón, 1988; Casa de la Mujer, 1986) y callejera, el acoso sexual en el trabajo y la pornografía de la mujer en los medios. El problema fundamental con la teoría del rol es que no permite integrar al análisis las diferencias de poder entre hombres y mujeres. Esconde, enmascara, cuestiones de desigualdad material y cultural, y aun peor, tiene como supuesto que hombres y mujeres "están separados pero son iguales". Más aún, oculta e invisibiliza el poder que el hombre ejerce sobre la mujer. 16 Esta discusión se conoce como el debate sobre el trabajo doméstico, el cual cuenta con una copiosa bibliografía, tanto teórica como empírica. Este debate sigue las líneas de pensamiento marxista, y tal como se señaló en la Nota 4, no se trabaja en este artículo, 17 En la región de América Latina la literatura sobre movimiento social de mujeres es cada vez más amplia. En ella se caracteriza la heterogeneidad del movimiento y las diferentes vertientes que lo componen, siendo el feminismo una de ellas. Algunos textos de primera mano pueden consultarse en Vargas, 1989; Jaquette, 1991; Luna, 1989-1990; Jardín Pinto, 1992; León, 1994. 184 GÉNERO E IDENTIDAD En otras palabras, esta teoría fracasa en registrar tensiones y procesos de poder dentro de las relaciones de género. El supuesto estructural de su análisis es siempre la diferenciación y no la relación. Por ello, se presume que la conexión entre los roles sexuales es de complementariedad y no de poder. Esta mirada lleva a enfocar el análisis en la colaboración y no en las desigualdades y asimetrías que niegan la esencia del modelo, o sea la complementariedad y armonía del núcleo familiar. En la versión funcionalista, el género se confunde con el sexo y se asume como una propiedad de los individuos. Además, se conceptualiza en términos de diferencias entre los sexos y no como un principio organizador de lo social. Visto el género de esta manera, su análisis se relega al proceso de socialización y al estudio de las relaciones interpersonales en la familia, aspectos que son de hecho fundamentales, pero que, al reducirse a ellos, se dejan por fuera los arreglos estructurales. Desde la perspectiva de género, se da un viraje radical a los planteamientos del tipo ideal de familia y a la teoría de los roles. En cuanto el género es construido por experiencias culturales e históricas, transciende el nivel individual de la conducta y el ámbito de la familia, incluye arreglos institucionales y sirve para entender todas las relaciones sociales, entre ellas las de la familia, pero no sólo las que en ella ocurren. Las relaciones entre el género y la familia se ven como una relación dialéctica. Al mismo tiempo que estructura las relaciones familiares, el género está constituido por éstas. Esta perspectiva subraya la relación de la familia con otras relaciones sociales y permite ubicarla en contextos políticos y económicos definidos por otras relaciones, entre ellas las de clase, etnia y edad. Desde el género la familia no se conceptualiza como una unidad armoniosa y consensual, sino más bien como un sistema de relaciones de poder, donde el conflicto social puede tener una importante cuota. Más aún, se ha cuestionado la función de la familia como unidad económica. En este sentido, Judith Bruce, tomando un registro empírico amplio, ha presentado la provocadora hipótesis de que la mayoría de los hogares no presenta una unidad económica familiar, como reiteradamente ha insistido la definición del tipo ideal de familia, sino que a menudo en cada familia se encuentran varias economías que compiten entre sí (Bruce, 1989). La identidad individual y social de cada uno de los miembros de la familia va a definir la direccionalidad, grado e intensidad de los conflictos. La posición desventajosa de las mujeres, los niños y los jóvenes los coloca en el polo débil del poder. Según el análisis precedente, el enfoque de género permite reforzar las críticas que desde otras disciplinas se han hecho a la teoría de la familia nuclear, por apoyarse en el supuesto según el cual la familia es una unidad LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 185 relativamente estable y de base natural. No está por demás recordar que el registro empírico sobre familias reales desvirtúa este supuesto y confirma la existencia de una diversidad muy amplia de expresiones familiares18. Dentro de esta diversidad de arreglos familiares, desde el género queremos destacar dos aspectos, dada su importancia analítica para la identidad de género femenina. En primer lugar, la estructura de poder existente, que reconoce la jefatura femenina en la familia cuando se da la ausencia del hombre. Son las mujeres solas, solteras con y sin hijos, o separadas y viudas las que con mayor frecuencia acceden a la jefatura. En segundo lugar, entre las mujeres casadas o en unión disminuye la hegemonía masculina en el mantenimiento del hogar. El incremento de las mujeres en el mundo laboral ha aumentado las familias con doble proveedor. La mujer sola como jefe de hogar por ausencia masculina y la mujer unida como aportante al ingreso familiar son realidades actuales. De una manera u otra estos cambios empiezan a transformar las representaciones sociales, y por este camino lento, a alterar los patrones culturales, de manera que puedan desarrollarse identidades de género femenino más allá de la exclusividad de madres y esposas. Dentro de los nuevos arreglos familiares, es preciso también destacar aquellos que rompen la heterosexualidad de la familia nuclear. Las parejas de homosexuales, tanto femeninas como masculinas, que reclaman paternidad y maternidad social y apoyo del Estado a toda &u relación familiar, rep r e s e n t a n u n quiebre muy profundo a las visiones de sexualidad, maternidad y paternidad sobre las cuales se ha construido tradicionalmente la identidad hegemónica masculina y femenina. Por otro lado, dentro de los aportes críticos que el enfoque de género hace al análisis familiar, está distinguir entre la familia como una construcción ideológica y la real experiencia de hombres y mujeres que viven en diferentes arreglos domésticos. El texto de Barrett y Mclntosh, The Antisocial Family (1982), habla de la ideología familística. Con este enfoque es posible examinar el proceso mediante el cual —y las instituciones por medio de las cuales— la construcción ideológica de la familia se logra y mantiene, y la permanente interacción entre estas construcciones y las experiencias 18 Entre otros, historiadores, antropólogos, demógrafos y sociólogos han argumentado y documentado la multiplicidad de formas familiares. La extensa obra de Burguiere Andre etal, La historia de la familia (1986), documenta ampliamente este aspecto. Queremos hacer referencia especial al prólogo del Tomo 2 de Jack Goody y al artículo de Segalen, La revolución industrial: del proletario al burgués. En Colombia también hay diferentes estudios sobre el tema; véanse Gutiérrez de Pineda y Vila de Pineda, 1991; Rico de Alonso, 1985. 186 GÉNERO E IDENTIDAD reales. Además, este análisis permite desmitificar la construcción de tipos ideales de familia y mostrar las falacias de sus supuestos, y de esta manera entrar a explorar las diferencias reales tanto de género como de edad y generación que se dan en las familias. Finalmente, permite entender que las diferencias no son solamente individuales sino también estructurales, y que los cambios no se resuelven simplemente a través de los individuos, sino que requieren además variaciones fundamentales en la manera como las sociedades se organizan. Este análisis permite reconocer que las sociedades están permeadas por un carácter familiar o ideología del familismo. Buena parte de su población a nivel de los valores, creencias e ideología se acoge al tipo ideal, y el horizonte simbólico y el imaginario colectivo están teñidos por la definición ideal tradicional. La ideología del familismo mistifica la posición de hombres y mujeres en la familia, haciendo ver el trabajo reproductivo y doméstico de la mujer como algo natural y encubriendo el uso que la familia y la sociedad hacen del mismo. Al definirse el hombre en su rol instrumental, con gratificaciones en el exterior de la familia, se le mutila su capacidad emocional y de ternura, recortándosele las posibilidades de expresividad de su ser, o sea, alejándolo de experiencias humanas gratificantes. El familismo reduce la familia a la esfera privada y la convierte en refugio y defensa para el individuo en relación al mundo exterior. La desmitificación de esta realidad permite ver la familia como un sistema de luchas y conflicto, donde las relaciones de poder moldean la experiencia individual y colectiva, y donde la violencia intrafamiliar y las asimetrías de poder permean las relaciones de pareja y de los grupos otarios. PERSPECTIVAS DE LA IDENTIDAD FEMENINA Mediante el análisis de género es posible deconstruir la definición tradicional que en la familia nuclear se plantea para la identidad social femenina: ser madre y esposa en exclusividad. Un análisis familiar renovado, que permite enfocar sobre las severas desigualdades de poder que existen en casi todas las familias, abre la puerta para mirar procesos de disenso, de consenso y de concertación. A partir de estos procesos es posible mirar, por un lado, a las mismas mujeres en su papel de madres como negociadoras de su propia identidad, y por otro la no distinción tajante de las esferas privada y pública en el accionar de la vida de las mujeres. Siguiendo el trabajo desarrollado por Beatriz Schmuckler (1986 y 1988) se revisarán los procesos que dentro de la familia le permiten a la madre actuar como negociadora de su propia identidad. El discurso moral mater- LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 187 no señala una identidad femenina congelada y tradicional en los roles de madre y esposa que la ideología de la familia nuclear como tipo ideal hipertrofia. Schmuckler toma estos papeles de la mujer y analiza, mediante un estudio empírico, cómo estos papeles no pueden verse como cristalizados, sino más bien entender a las madres como negociadoras de su propia identidad. Los procesos de negociación no se basan en discursos homogéneos o militantes en los que la madre toma partido por posiciones contestatarias, cuestionadoras o alternativas, sino que son el producto de prácticas fragmentadas, contradictorias y ambiguas respecto de la moral materna. Así, las madres no se guían en todas sus prácticas por el discurso tradicional maternal. Hay un estilo ae maternidad que presupone una mujer-sujeto, para quien lo tradicional puede ser negociado. Se negocia el lugar de autoridad en la familia y los significados de los conceptos de feminidad y masculinidad. En otras palabras, las madres negocian los significados de género. La mujer-madre, aunque subordinada a un lugar secundario de autoridad en la familia, tiene control sobre la socialización de los hijos, lo cual le permite un margen de negociación para disputar la satisfacción de sus propios deseos e incluir prácticas más flexibles en la formación de género de sus hijos. Este enfoque reconoce que la voz femenina como madre ha participado de la producción y transformación cultural. Asume, como lo hace Heller, lo privado como parte de lo social y no sólo como parte de lo individual y personal, y considera las relaciones íntimas, interpersonales, como parte del proceso social. Las negociaciones de las madres pueden darnos pistas sobre el desarrollo de discursos multivalentes sobre género, y contribuir a cuestionar los supuestos naturalistas que fundamentan las diferencias entre hombres y mujeres y que justifican la superioridad social masculina. Como producto de las negociaciones, las madres van produciendo un proceso de cambio en la identidad de género. Así, la madre como actor social puede haber introducido y seguir introduciendo fisuras, contradicciones y ambigüedades con relación al código masculino dominante, y 19 Para Schmuckler, el discurso moral materno prepara a la mujer para entregar su vida a sus hijos y para el sacrificio personal en pos del bienestar de ellos. Las mujeres no deben reconocer el interés por sí mismas como personas, aceptando en exclusividad su rol maternal para garantizar la unidad familiar. Este concepto tradicional de maternidad e identidad femenina delimita un sujeto femenino altruista. Para este sujeto, el dilema entre sí misma y el otro se guía por pautas del discurso moral materno que invalidan los deseos personales. La madre, así definida, no puede discriminarse del grupo familiar con deseos o fines diferenciados, y menos aún reconocer que estos deseos o fines pueden estar en contraposición con el grupo. 188 GÉNERO E IDENTIDAD p r o d u c i r de esta m a n e r a d e s d e la familia, en su rol m a t e r n o , u n aporte al sistema d e género. La m a d r e negociadora constituye u n sujeto cambiante q u e trasmite significados acerca de sí m i s m a a lo largo d e su vida contradictoria y fragmentada, en diversas circunstancias cotidianas y a los varios interlocutores con quien dialoga. Al m i s m o tiempo, m e d i a n t e el análisis d e género, la participación d e la mujer como m a d r e se ha constatado como protagónica en el m o v i m i e n t o social de mujeres. Según Virgina Vargas (1989), la vertiente m á s n u m e r o s a del m o v i m i e n t o la constituyen las mujeres que, a partir d e su rol r e p r o d u c tor e n lo doméstico, h a n accedido a espacios públicos para paliar la subsistencia y el bienestar familiar. Con base en esta realidad, se h a p l a n t e a d o la hipótesis d e q u e estas n u e v a s prácticas de las mujeres están arraigadas en la esfera psicológica y subjetiva, posibilitando la emergencia de n u e v o s sujetos sociales, o sea, facilitando procesos de redefinición de la identidad fem e n i n a tradicional. Lo n o v e d o s o y a la vez riesgoso es q u e el proceso de cambio de identid a d aquí señalado tiene su arraigo en el rol doméstico. La p r e g u n t a q u e cabe es si este rol a d q u i e r e u n a n u e v a potencialidad en la actualidad, o si siempre h a encerrado posibilidades de cambio q u e no h a n sido reconocidas. Tal vez lo i m p o r t a n t e es aceptar q u e las mujeres en su n u e v o rol, tanto las del sector p o p u l a r c o m o las d e otros estratos sociales, no viven u n a distinción tajante entre lo p r i v a d o y lo público, ya q u e su d e s e m p e ñ o exige m a n t e n e r s e en lo p r i v a d o pero insertándose en lo público. La identidad d e las mujeres, dice Vargas: Parecería comenzar a perfilarse a partir de este engarce entre lo privado y lo público, donde no renuncian a lo que siempre ha sido suyo, más propio, pero tampoco renuncian ni se resignan a permanecer al margen de lo público (1989: 94). La identidad tradicional de las mujeres que enarboló la definición de familia nuclear como tipo ideal está siendo resquebrajada, y nuevas perspectivas de identidad femenina emergen en el p a n o r a m a social. Algunas para cuestionar el papel de m a d r e en exclusividad y negociar u n nuevo sentido para la maternidad, otras para ligar lo privado y lo público d e u n a manera m á s dinámica y otras más para anclar en lo público y especialmente en el m u n d o del trabajo r e m u n e r a d o el reconocimiento a la identidad femenina. Dos procesos se están d a n d o al mismo tiempo, que podrían aparecer como contradictorios si no se los mira cuidadosamente. La ecuación mujer igual madre, igual encierro doméstico está siendo cuestionada, al mismo tiempo q u e se valora la identidad femenina anclada en u n a maternidad renovada. LA FAMILIA NUCLEAR: ORIGEN DE LAS IDENTIDADES 189 BIBLIOGRAFÍA Andersen, Margarett, 1991, "Feminism and the American Family Ideal", en Journal of Camparative Family Studies, Vol. XXII, No. 2. Barbieri de, Teresita, 1992, "Sobre la categoría de género. Una introducción teórica y metodológica", ISIS Internacional, Fin de siglo: género y cambio civilizatorio. 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El tema de la prostitución, por el contrario, ha pasado inadvertido para las preocupaciones intelectuales, políticas, éticas, tanto de académicos como de técnicos y políticos de uno y otro sexos. La articulación de los tres no parece tener antecedentes en nuestro medio, y es ese el reto que se pretende asumir aquí con plena conciencia de los riesgos, dificultades y limitaciones implícitos, pero con la convicción de que no es posible ignorar el desafío. La invisibilidad cultural y la insensibilidad ética que se hacen evidentes en la muy limitada información sobre el fenómeno y la población afectada, así como en la notoria escasez y calidad de los servicios asistenciales a su disposición, sugieren una discusión impostergable a la luz de una agenda democrática contemporánea. Los términos de la discusión, desarrollada en torno del problema de la identidad de la mujer, plantean una doble hipótesis: la prostitución como una forma extrema de la violencia sexista y la dicotomía buena-mala como expresión de la dominación patriarcal. Aparte de una base mínima de fuentes secundarias, la materia prima empírica de referencia proviene del contacto con niñas, jóvenes y adultas de sectores populares que ejercen la prostitución callejera en la zona central de 194 GÉNERO E IDENTIDAD Bogotá, y de los diálogos con profesionales que trabajan con ellas. También, en menor escala, de los niños y jóvenes en prostitución que circulan en el mismo entorno urbano y social. Las características del fenómeno observado en esta población de estratos bajos y migrantes de distintas regiones del país excluyen cualquier pretensión generalizante de las afirmaciones, sugerencias e interpretaciones que acá se consignan. Por eso, aunque se sospecha la inexistencia de la prostitución entre mujeres de los sectores económicamente poderosos 1 (lo que no significa negar la promiscuidad, la ninfomanía y comportamientos similares), no hay sustento empírico para afirmaciones que vayan más allá de la población observada. Comenzaremos por examinar brevemente el contexto analítico de los estudios de la mujer para localizar en él la prostitución como un fenómeno de poder-violencia, destacando el proxenetismo como su cara oculta. A continuación, una referencia somera a la sociedad agraria y a los imperativos de su reproducción como fundamentos históricos de la fragmentación de la población femenina entre buenas y malas nos permite entender que tanto la madre como la prostituta corresponden a formas muy convencionales de la identidad femenina y de relaciones de subordinación en un encuadre patriarcal. En seguida nos situaremos en un escenario más contemporáneo para incluir otros elementos de las relaciones entre los sexos, en particular la cosificación de la mujer y la manipulación de su cuerpo. Posteriormente se formulan algunas reflexiones sobre la identidad de la mujer en prostitución, tomando como ejes las relaciones con su cuerpo y con la maternidad. Finalmente, se hace una breve consideración sobre las formas incipientes de organización y de constitución en actores políticos por parte de algunos sectores de mujeres prostituidas en Bogotá. ESTUDIOS DE LA MUJER En sus tres lustros de existencia, los estudios de la mujer en Colombia han aportado una reflexión sistemática sobre la identidad femenina en transforExiste una recóndita sospecha en torno del contenido del término prostitución como herramienta de análisis, por su utilización ideológica convencional. En el uso cotidiano el término asume connotaciones arbitrarias de descalificación moral, de estigma social, de metáfora o de insulto, aun entre sectores relativamente alertas. Con frecuencia el término alude, por ejemplo, a la promiscuidad o liberalidad sexual de la mujer, es decir, a relaciones que no suponen un arreglo económico. Su abigarramiento aparente insinúa el común denominador de transgresión a supuestos culturales sobre la sexualidad femenina. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 195 mación, teniendo como telón de fondo los procesos de modernización del país en las últimas cuatro décadas. El análisis del ingreso masivo de la mujer en múltiples escenarios de la actividad extradoméstica y de los replanteamientos en las imágenes y representaciones colectivas sobre su identidad social ha ocupado una buena parte de los esfuerzos realizados. Igualmente se han hecho avances muy notables en el tratamiento de la diversidad de la población femenina y en la dinámica de su diferenciación interna, como fuentes tributarias de una compleja y distinta identidad de las colombianas contemporáneas. Por el contrario, el trabajo sistemático sobre los escenarios tradicionales y sobre la identidad femenina convencional en ellos ha revestido menor importancia. Quizás no resulte desacertado afirmar que su tratamiento procede más de un modelo abstracto y de supuestos generales que de la descripción detallada de realidades empíricas. A diferencia de lo sucedido en otras latitudes, en Colombia son escasos los estudios sobre presupuestos de tiempo del ama de casa de distintos sectores, y mínimos los análisis cualitativos sobre la maternidad y su significado para las mujeres de distintas condiciones sociales, entre otros temas 2 . En lo que respecta a la prostitución (identidad femenina tradicional por excelencia al lado de la maternidad), el panorama es aún más restringido. Temas como la mujer en prostitución o como la prostitución de la mujer no han logrado un desarrollo sistemático ni estimulado los esfuerzos de teorización más global. Aparte de unos pocos trabajos de grado universitario de carácter descriptivo y relativos a un número pequeño de casos {véase bibliografía a final), resulta inquietante el silencio sobre el tema. En contraste, la Cámara de Comercio de Bogotá (1991 y 1992) presenta un censo de los establecimientos y de las personas dedicadas a la prostitución en la capital del país, cuya publicación puso en la mira una necesaria discusión pública. Ante la desdibujada atención a la prostitución por parte de organizaciones de mujeres y de analistas de la condición femenina, a continuación se exponen algunas ideas de carácter provisional, con el ánimo prioritario de estimular el debate y de llamar la atención sobre el problema. Son anotaciones que, a manera de archipiélago, constituyen mojones dispersos de distinto calibre intelectual sin pretensión de gran coherencia, surgidas en los C o n desarrollos desiguales p a r a los distintos países de América Latina se cuenta con u n a " m a s a crítica" d e investigación e n d ó g e n a importante. Al respecto de p r e s u p u e s t o s d e t i e m p o del a m a de casa, ivansc Bruschini y Cavasin (s.f.) de la Fundación Carlos Chagas p a r a el Brasil; para Colombia, M u ñ o z (1987). 196 GÉNERO E IDENTIDAD intersticios de un estudio sobre prostitución infantil en Bogotá realizado para la Unesco (Segura, 1992). ¿CUÁL PROBLEMA Y PARA QUIÉN? En total oposición a las miradas de sentido común y en contravía de las visiones culpabilizantes de la mujer prostituida, el análisis del poder permite ver en la prostitución una forma de violencia, ininsible en virtud de su aceptación social y selectiva a causa de la población involucrada. Los modos de distribución del poder social y las formas como se legitima la desigualdad vistos en cuatro escenarios complementarios: el género, la ciase, la etnia y la edad, permiten acercarnos al cómo y al porqué de la invisibilidad y de la selectividad de la violencia sexual inherente a la prostitución. De la misma manera el poder patriarcal, tomado como eje de análisis, permite superar la discontinuidad de la población femenina y la oposición buena-mala postuladas desde una moral patriarcal y clasista, y hacer énfasis en las dimensiones comunes a todas las mujeres frente a la violencia sexual. Ésta, en cuanto expresión de la dominación masculina, no corresponde a manifestaciones aisladas o a eventos puntuales sino a un continuum que abarca desde las formas "normales" experimentadas por todas las mujeres (violencia psicológica, simbólica), pasando por las formas "tolerables" (acoso sexual) que afectan a algunas, hasta las más extremas (incesto, violación, golpizas, prostitución), intolerables a todas luces (Unesco, 1986: 11), que afectan selectivamente a otras. Por esta razón, a la visión de sentido común sobre la prostitución como "la profesión más vieja del mundo", es decir, presente en muchas culturas y períodos históricos, en la que tiende a aparecer como fenómeno natural, formal o inevitable 3 , se opone una mirada desde la violencia ejercida ancestralmente sobre la mujer. Del mismo modo, la visión unidimensional y culAl postular un fenómeno social como natural o inevitable se lo extrae del terreno de la acción y de la responsabilidad humanas y, por tanto, tiende a acallarse la sensibilidad ética sobre sus consecuencias. En otras palabras, se produce un efecto anestésico sobre la conciencia que tiende a bloquear las relaciones de solidaridad e identificación con las víctimas de tal situación y a exacerbar la percepción de diferencia con ese otro. En la presente discusión nos ocuparemos de la prostitución en su expresión más restringida y directa, esto es, como la relación comercial por la cual se tiene acceso sexual al cuerpo ajeno, tanto en su realidad material como simbólico-sexual. Se excluyen otras formas de acceso simbólico al cuerpo ajeno, como por ejemplo la publicidad, el modelaje artístico o comercial, así como la venta del cuerpo en cuanto imagen pública, que pudieran eventualmente ser incluidas en una acepción más amplia del término. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 197 pabilizante de la prostitución se modifica al incorporar su contraparte histórica, el proxenetismo y la explotación de mujeres, niños y niñas. Finalmente, al carácter de constante histórica se enfrenta el carácter de construcción social sujeta a variaciones espacio-temporales, con significados sociales diversos y con consecuencias diferenciales para distintos sectores de mujeres y el conjunto de ellas. Pero además, y de modo prioritario para esta discusión, en la nueva mirada propuesta la prostitución se revela como una expresión más de la desigualdad social y de la dominación de género, y por tanto como problema ético para la sociedad en su conjunto y no sólo para la población involucrada. tución no es esencialmente ésta sino el proxenetismo y las relaciones de explotación de sectores débiles de la sociedad; y que no se trata prioritariamente de un problema de la moral privada o de la salud pública (si bien son dimensiones importantes) sino de un problema de la ética de una sociedad que pretende construirse como democrática. Empieza, pues, con algunas consideraciones generales como ilustración de la heterogénea composición del panorama y como punto de anclaje analítico que nos permita escapar a la tiranía de lo empírico. ¿QUÉ HAY DETRÁS DE LAS BUENAS Y LAS MALAS? Examinemos brevemente algún trasfondo de la dicotomía buena-mala; respetable-prostituta; María-Eva; esposa-amante; madre-hembra, sistema de contrarios aprendido desde la infancia como constitutivo de la identidad social femenina . Estas representaciones convencionales de la mujer en nuestra herencia cultural hunden sus raíces en una visión cristiana patriarcal y elitista, cuya coherencia deriva de su formalización teológica hacia los siglos XIII y XIV (Turner, 1984: 115 y ss.). En ella la asociación de la mujer y la sexualidad se Si bien los distintos términos de la dicotomía no son equivalentes ni pertenecen al mismo orden de ideas, hay que destacar su utilización descalificadora como mecanismo de control. En el terreno de la ciencia es bien sabido que no es posible clasificar a las personas mediante el uso de categorías cerradas y permanentes, por cuanto la conducta humana no puede reducirse a un patrón fijo y predecible. Por el contrario, en el ejercicio del poder la eficacia para obtener la sumisión está en relación directa con las propuestas simplistas y con la manipulación de visiones maniqueas. 198 GÉNERO E IDENTIDAD plantea en oposición a la espiritualidad, el misticismo y el camino ascético hacia la salvación 5 . Sin embargo, tales definiciones ideológico-culturales entran en conflicto con los imperativos pragmáticos de la reproducción humana y con los requisitos económicos y políticos de una sociedad agraria cuya expresión más condensada la constituye un sistema de alianzas matrimoniales entre propietarios y de garantías de la pureza del linaje por medio del control de la sexualidad femenina (fidelidad y castidad de la esposa; virginidad de las hijas y hermanas). La tensión entre imperativos ideológicos y materiales, pues, tiende a resolverse históricamente por vía de la idealización y desexualización de la mujer madre, la dicotomización de la identidad femenina en dos polos irreconciliables, la fragmentación de la vida sexual entre reproducción y placer, y la imposibilidad —también para el varón— de integrar una imagen femenina como objeto del deseo. Así, en nuestro pasado agrario podemos leer los rasgos básicos de una sociedad tradicional y el ejercicio del poder patriarcal que le es inherente, así como las tensiones y ansiedades de un mundo esencialmente masculino y la condición subordinada de la mujer en él. La respetabilidad de la mujer y de la familia se deriva de la capacidad del varón para imponer el monopolio sobre la sexualidad de sus mujeres; por tanto, una falla en este terreno se convierte en amenaza al honor mismo del varón o los varones del grupo familiar. El legítimo recurso de la violencia en la defensa del honor mancillado cobra sus víctimas: en primer término en la mujer, pero también en los varones involucrados 6 . La tendencia a la desexualización de la mujer propia tiene como contraparte inevitable la propensión a la hipertrofia de la mujer "ajena" como objeto de deseo, al tiempo que la sacralización de la virginidad femenina "Para la teología cristiana medieval el coito no ligado a la inseminación de la mujer era un 'pecado contra natura'. El acto sexual debía ser despojado del placer y, por tanto, si el marido disfrutaba a su esposa, el acto era considerado fornicación. Estos 'pecados contra natura' incluían no sólo la sodomía, el bestialísimo y la masturbación sino también el coito interrumpido" (Turner, 1984:15). Traducción de la autora. En los últimos años los procesos de modernización y secularización del Estado colombiano han borrado la codificación legal y, en menor grado, institucional de estos patrones culturales. En el ámbito de la sociedad civil, también para algunos segmentos han pasado a constituir parte del folclor tradicional, pero aún persisten en muy amplios sectores de la población. Innumerables casos de "Crónica de una muerte anunciada", de uxoricidios, homicidios y suicidios han poblado la literatura, los archivos judiciales, los folletines y la música popular, particularmente desde el ángulo del varón ofendido. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 199 constituye un reto a la virilidad seductora del varón 7 . Pero por otra vía complementaria, la exhibición ostentosa de la capacidad sexual y la autoafirmación violenta son formas de validación masculina en un mundo de hombres y una fuente frecuente de ansiedades y temores ocultos. Así pues, las presiones culturales hacia un ejercicio sexual muy activo por parte del hombre y las severas restricciones a la expresividad sexual de la mujer "respetable", inevitablemente trasladan a las mujeres de los sectores subordinados y a las mujeres prostituidas las demandas sexuales y afectivas no satisfechas. Las desigualdades sociales incorporan, pues, su propia dinámica en la asimetría de los encuentros sexuales de hombres y mujeres. Los recursos del poder (económico, político, civil, militar o religioso), la "superioridad" étnica, cuando no la fuerza bruta o simbólica, otorgan al hombre de las capas superiores el acceso sexual a las mujeres de las familias cuyos varones no logran ser garantes de la respetabilidad y protección familiar. La asimetría del ejercicio sexual y su violencia implícita, atribuibles a la interacción del género y la clase social, se traducen en exención para el hombre de las consecuencias de su actividad, en irresponsabilización frente a sus vastagos, en tanto que la mujer debe asumir desde la maternidad no deseada hasta el repudio social, acompañados frecuentemente del maltrato familiar. Así propuesta en grandes trazos, la subordinación de la mujer dentro de un esquema patriarcal constituye una realidad histórica que adquiere sentido en los imperativos de funcionamiento y reproducción de la sociedad agraria, articulada a un tipo de familia altamente centralizada en los varones y a requisitos de limpieza de sangre para la transmisión de la tierra, fundamento por excelencia del poder agrario. Se trata de un mundo masculino en el que el espacio para la mujer es restringido al ámbito doméstico y a las funciones reproductivas, y en el que ella difícilmente logra existir sin la dominación protectora de un varón y la solidaridad tirana de un grupo familiar. A su turno, la mujer que se prostituye ocupa un lugar de marginación relativa, pues si bien transgrede los estándares de la respetabilidad y por ello mismo se hace acreedora al estigma y la degradación públicos, si- C o m o cualquier principio ideológico, el tabú del incesto t a m p o c o logra regular totalmente el c o m p o r t a m i e n t o , de m a n e r a q u e las transgresiones son m u c h o m á s frecuentes d e lo q u e socialmente se reconoce. El incesto y el a b u s o sexual d e la niña y d e la adolescente p o r parte d e los v a r o n e s afectiva y socialmente cercanos constituyen u n c o m ú n d e n o m i n a d o r de la población en prostitución (Cámara de Comercio, 1992: 26; Hidalgo, 1991: 63; Presses d e la Santé, 1987: 6; Segura, 1992: 32). 200 GÉNERO E IDENTIDAD multáneamente en la intimidad y dependiendo de la edad, sirve de válvula sexual y afectiva, de compañía y confidente, de iniciadora sexual de los adolescentes, es decir, eventualmente se aproxima a las figuras de amante, esposa, madre y abuela 8 . En síntesis, si imaginariamente observáramos alguna de nuestras pequeñas ciudades o pueblos de comienzos de siglo, notaríamos que entre las buenas y las malas media el poder patriarcal que las distancia socialmente y que bloquea sus acercamientos y posibilidades de acción compartida; que segrega a las unas en el hogar y a las otras en el prostíbulo; que exalta la maternidad en las unas y la denigra en las otras; que controla a las unas por la vía de la dependencia económica y a las otras por la de la prostitución; que las somete a todas con distintas formas de violencia y que bloquea sus posibilidades de acercamiento y acción compartida. Pero también veríamos que las buenas y las malas en el espacio de la intimidad se relacionan con hombres de carne y hueso, no reducidos a un estereotipo sexual; que todas visten sus galas para asistir a la misa mayor dominical, y que se ponen de luto en la Semana Santa. TAN CERCA Y TAN LEJOS DEL PODER Una mirada rápida en otras direcciones y latitudes nos muestra la prestancia y autonomía logradas por algunas cortesanas, amantes, meretrices en la órbita del poder de papas, reyes, soberanos, alta nobleza y clerecía. En efecto, en disímiles escenarios puede observarse que la posición social, el grado de influencia, el "estilo" de relaciones de las hetairas atenienses del período clásico, de sus contrapartes cortesanas de Roma o Venecia de los siglos XVI y XVII, de las ennoblecidas mattresse-en-titre de la corte francesa dieciochesca o de las geishas japonesas, ilustran una manera de "vender favores" femeninos sin incurrir en la degradación o el estigma social (Anderson y Zinsser, 1988: 26-51; El Saadawi, 1986: 343-37). Por el contrario estas mujeres, imbuidas del halo del poder de sus protectores y ellas mismas producto del refinamiento y la elegancia, fueron elevadas en muchas ocasiones a la condición de confidentes y consejeras; lograron para sus hijos la aceptación en los círculos exclusivos; con frecuencia se desempeñaron como equivalentes sociales de la esposa legítima, y Tanto la imagen como la función de la mujer prostituida revisten rasgos de la más clara convencionalidad y tradicionalismo, de modo que las relaciones habituales fácilmente derivan a un esquema doméstico. Piénsese por ejemplo en Pilar Ternera (García Márquez, 1967) y su encarnación sucesiva de amante, esposa y madre. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 201 ocuparon un lugar de prestancia por encima de los límites históricos de su origen y de las barreras clasistas vigentes. No obstante, esta prestancia, dependiente total y exclusivamente del favoritismo del poderoso, imponía un permanente esfuerzo de seducción y el constante peligro de las mujeres más jóvenes. LA SECULARIZACIÓN: ¿ U N CAMINO A LA IGUALDAD? En nuestra sociedad de masas moderna y secular, al tiempo con el debilitamiento progresivo de la división del trabajo por sexo, de los estereotipos culturales del género y sus expresiones institucionales y jurídico-legales, la mercantilización del sexo v la ampliación del oroxenetismo se oresentan ^^ una escala que cuantitativa y cualitativamente no tienen antecedentes históricos (Fernand-Laurent, 1986: 75-79). Sobre la explotación física y simbólica del cuerpo, de la mujer prioritariamente pero también de los niños y jóvenes, prolifera una gigantesca industria que abarca desde la publicidad más o menos neutra hasta la pornografía y el cine rojo, y que ofrece todos los servicios que las urgencias y fantasías sexuales puedan imaginar. De ella se nutren desde empresarios de mínima envergadura hasta cadenas multinacionales articuladas al mercado de narcóticos y de turismo internacional, que moviliza enormes volúmenes de dinero y personas (Time, 1993:10-25; Dimenstein, 1992; Semana, 502: 30-35). La industrialización del sexo y sus múltiples dimensiones económicas, políticas, sociales y culturales sugieren otros tantos esfuerzos de aclaración hacia el futuro; no obstante, el ángulo propuesto para este estudio nos orienta en otra dirección, de manera que sin pretender embarcarnos en una erudita y profunda sociología del cuerpo (por lo demás necesaria y sugestiva), parece insoslayable alguna referencia al cuerpo a la luz del patriarcado como materia prima de nuestra discusión. PODER, REIFICACIÓN, SEXISMO El cuerpo en cuanto sede de la identidad y en cuanto base material e imaginaria de las relaciones sociales es también una construcción social, vehículo y receptáculo de la acción individual y colectiva. En el régimen patriarcal, el control de la sexualidad de la mujer supone el control de su cuerpo físico y simbólico, incluida su movilidad en el espacio (físico, social y psicológico), de modo que mediante esta expropiación su cuerpo deviene instrumento para la acción de otros. 202 GÉNERO E IDENTIDAD Como receptáculo de proyectos sociopolíticos de distintos sectores, por ejemplo, la mujer debe "criar hijos para la patria"; "tener los hijos que necesita la revolución"; "tener hijos para el cielo" o "no tener hijos para lograr el desarrollo económico", según distintas definiciones del presente y del futuro colectivos. También en el pensamiento y en las manifestaciones culturales, populares o artísticas, el cuerpo humano expresa la asimetría de las relaciones sociales. Las representaciones del deseo, del amor y de la belleza generalmente han codificado la mirada masculina sobre el cuerpo femenino, de modo que con la gramática corporal disponible, la mujer (más que el hombre) tiende a verse con ojos ajenos. Como objeto ambivalente de deseo y temor, el cuerpo de la mujer es y ha sido la encarnación del "otro", sus emanaciones y procesos objeto de suspicacia; materia prima pasiva e inconsulta de prácticas terapéuticas (médico-quirúrgicas, psicológicas, religiosas, mágicas); de teorizaciones vejatorias; de exaltación artística. Son, pues, estas representaciones "desde la otra orilla" la base ambivalente de la relación de la mujer con su cuerpo y con su identidad. Finalmente, en la violencia sexista se fragmenta el cuerpo y se degrada la identidad sexual al reducir el ser social a segmentos manipulables de la anatomía, lo cual abona el terreno para otras expresiones de violencia. En sus relaciones con el otro sexo y en sus prácticas de afirmación sexual, un varón puede encontrar la mujer apropiada9 (definida por extensión del yo) y la(s) apropiable(s), mujeres "ajenas" susceptibles de acceso mediante modalidades diversas y para distintos propósitos, cuyo extremo lo constituye la mujer prostituida. Esta posibilidad de apropiación (diferencial según otros ejes de distribución del poder y relativa a las mujeres del nivel social propio y de los inferiores) alude a la instrumentalidad de estas relaciones y, consecuentemente, a la reificación de la mujer10. 9 La mujer apropiada en su doble significación de ser la adecuada y de ser susceptible de apropiación. En el primer caso, la mujer propia generalmente corresponde a la socialmente adecuada para ingresar en el grupo de parentesco, aquella que llena los requisitos y exigencias sociales y familiares que la habilitan como esposa y madre de los herederos. En el segundo sentido, esas mismas cualidades la habilitan como objeto de apropiación exclusiva, de afirmación del monopolio sobre su afectividad, su sexualidad, su persona. 10 En el lenguaje popular cristalizan en su forma más nítida las relaciones percibidas: "Comerse" o "tirarse" a la mujer son expresiones que implican un acto de dominio y no el intercambio entre iguales. Quizás tales expresiones verbales efectivamente describan con mayor precisión la manera de relación v lo que ocurre en la intimidad de muchísimas parejas. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 203 Esto último a s u m e su cara m á s descarnada en el proxenetismo y d e m á s formas d e explotación de la sexualidad d e la mujer, p u e s agota la totalidad de la persona: c o m p r o m e t e el cuerpo, sede por excelencia de la i d e n t i d a d y base material d e las relaciones consigo m i s m a y con los d e m á s . PROSTITUCIÓN E IDENTIDAD Entre las distintas dimensiones y escenarios involucrados en esta relación, m i r e m o s algunos elementos en torno del cuerpo, la vida conyugal y la maternidad d e s d e el á n g u l o d e la mujer prostituida. M u c h a s prácticas q u e implican la clandestinidad o el e n m a s c a r a m i e n t o de la i d e n t i d a d de los actores sociales (guerrilla, espionaje, delincuencia) s u p o n e n el tránsito por u n espacio social marginal, e v e n t u a l m e n t e acarrean formas d e estigmatización m á s o m e n o s durables, en g r a d o s diversos generan a m b i g ü e d a d e s y conflictos de identidad de las personas, pero en el caso de la prostitución todos estos aspectos revisten características propias. El estigma del oficio revierte de m a n e r a m u y profunda y p e r m a n e n t e en la i d e n t i d a d d e las mujeres involucradas y tiñe sus relaciones presentes y futuras con tonos casi indelebles (Rodríguez Marín, 1986: 67-72). a) El ejercicio de la prostitución c o m p o r t a p r o f u n d a s consecuencias desint e g r a d o r a s del yo, en c u a n t o c o m p r o m e t e la totalidad d e la p e r s o n a con sus distintas capacidades, incluido su c u e r p o . Tal vez por esto el rec u r s o al alcohol, los psicotrópicos y otros estimulantes es tan cercano a la v i d a cotidiana de esta población, como forma d e lidiar con los altos niveles d e angustia q u e genera este e n t o r n o . También d e esto se n u t r e . 11 El grado de sensibilidad y el umbral del dolor psíquico o físico son esencialmente subjetivos y varían de persona a persona en una misma sociedad, para no mencionar las diferencias temporales e interculturales. Pero reconocer el relativismo cultural no puede convertirse en anestésico ético ni en mecanismo de exculpación social. En el horizonte contemporáneo se han establecido definiciones universales y estándares básicos sobre los derechos humanos que invalidan su violación a nombre de la religión, la tradición, la cultura o cualquier otro sistema suprasocial. 12 La asociación de la prostitución con el alcohol y la droga corresponde a necesidades subjetivamente reales de las personas. La explotación de estas necesidades y urgencias supone estrategias comerciales en las cuales la mujer es a la vez un medio y un objeto de mercado. Sin embargo el proxenetismo, en su sentido amplio, es simbiótico con muchas otras actividades que movilizan enormes masas monetarias, cubre diversas franjas del mercado y presenta una oferta muy variada de "bienes", entre los cuales la mujer puede no ser el más costoso. Podría pensarse que el proxenetismo opera de manera parecida al narcotráfico y al sicariato, en virtud de la oferta ilimitada de niños y jóvenes de uno y otro sexos. 204 GÉNERO E IDENTIDAD en buena parte, el predominio del presente como horizonte vital característico de estas formas de vida. La contaminación moral y social, fundamento del estigma que se descarga sobre la población prostituida, tiene como locus prioritario el cuerpo mismo e implica su fragmentación como mecanismo adaptativo. En efecto, en la conciencia de las mujeres prostituidas opera una disociación muy clara entre la(s) parte(s) del cuerpo que se alquila(n) y el resto. Al tiempo con aquéllas también se congelan la sensibilidad, los afectos, la expresividad, es decir, se enajena la mujer como persona y se niega su cuerpo como totalidad 13 . Como podemos ver, no se trata solamente de la deserotización del encuentro (inherente al carácter comercial de la relación) sino más profundamente de la desexualización del cuerpo. Por el contrario, en sus relaciones familiares y en su vida conyugal, al igual que las demás mujeres, pueden o no integrar la expresividad afectiva y sexual, comprometer o no la totalidad de su cuerpo y su fantasía, erotizar en mayor o menor grado el encuentro. Es decir, la fractura del cuerpo que ocurre en el terreno de la conciencia es equivalente a la que ocurre en la vida misma de la mujer, así como el mecanismo que protege de la desintegración del yo es un equivalente del que pretende distanciar el espacio afectivo familiar y el espacio del oficio. No obstante, por fuera de la conciencia y de la voluntad, el estigma de la prostitución es una amenaza crónica que influencia las relaciones del oficio tanto como las domésticas. Siempre habrá un pasado que se enrostra, que alimenta los celos y suspicacias del compañero, que atenta contra la estabilidad de la relación. A la luz de lo anterior valdría la pena revisar la metáfora de la "prostitución" de la esposa, como equivalente doméstico de la prostitución pública. Se arguye que en la relación conyugal y en el ejercicio sexual de muchas esposas económica y emocionalmente dependientes, su cuerpo es, en esencia, un instrumento de supervivencia y un medio de satisfacción y de retención del hombre. El valor metafórico que pueda tener esta visión parece ser inferior al riesgo de confusión que promueve, pues ni por las características 13 Cabe preguntarse en q u é medida esta es una experiencia m á s general de lo q u e se p r e s u m e y si este mecanismo de congelación erótico-afectiva n o es más o menos común a todas las mujeres. Por una parte, distintos informes sobre la sexualidad femenina indican que la simulación del orgasmo es una práctica m u y frecuente, aun en condiciones de relaciones afectivas estables y gratificantes. En este caso es una opción puntual producto de la solidaridad con la pareja sexual. Por otra parte, la frigidez femenina como respuesta m á s o menos p e r m a n e n t e se ha interpretado como una forma de prostitución de la esposa o compañera permanente. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 205 de las relaciones ni por sus consecuencias sobre la mujer, parece válida esta extrapolación. El mercado abierto, las relaciones anónimas, los niveles de violencia física y simbólica, la asociación con la droga, el alcohol, en fin, el clima que rodea la prostitución y el estigma que la acompaña establecen una ruptura radical con otras formas de manipulación y control de la sexualidad femenina 14 . b) La maternidad como parte sustantiva de la identidad femenina reviste rasgos muy contradictorios en el caso de la mujer prostituida, asociados con la fragmentación del yo y con el estigma del oficio. En primer lugar la clandestinidad, que eventualmente tiene que ver con el carácter ilegal de la actividad pero que sobre todo alude al estigma que ésta comporta, se presenta respecto de los hijos y adicionalmente respecto de la familia de origen. Los testimonios y la información empírica señalan un esfuerzo denodado por parte de muchas mujeres para ocultar su actividad, para justificar los horarios nocturnos, para enmascarar sus fuentes de ingresos y para compensar con regalos y dinero la amenaza a la integridad de su núcleo afectivo más importante. La sacralización de la madre, tan cercana a los sectores populares y tan presente en sus formas de expresividad, constituye una "espada de Damocles" para la mujer prostituta en virtud de que el estigma recae no sólo sobre ella sino sobre sus hijos. El mayor insulto y el calificativo más soez tienen como referencia a la progenitora y cobran su mayor capacidad ofensiva cuando corresponden a una evidencia innegable . 14 No se trata de negar los mecanismos de retracción afectiva que puedan darse en la vida conyugal y las consecuencias eventualmente deteriorantes para la autoestima de la mujer y para la calidad erótica y afectiva de la relación de los dos miembros de la pareja. La importancia de estos fenómenos para el análisis de género está intrínseca, para lo cual es imprescindible no dejarse seducir por recursos metafóricos fáciles. 15 Aunque un examen de las formas lingüísticas del insulto y la afrenta personal codificadas a la luz del patriarcado rebasan el objeto de este trabajo, vale la pena destacar cómo las alusiones jocosas y las dudas sobre la respetabilidad de la madre, sobre la dotación genital o sobre la hombría, dirigidas al varón, realzan características adscriptivas por fuera del control individual y, por tanto, parecerían corresponder a formaciones culturales premodernas. En otras palabras, con el imperio de la individualidad y de la subjetivización características de la sociedad moderna, la descalificación de un comportamiento debería enjuiciar la intencionalidad, la perversión o cualquier motivación de la acción o del desempeño personales. De acuerdo con esta reflexión, sería interesante examinar las formas de codificación lingüística usadas en la descalificación de la mujer de diferentes sectores sociales y en distintas épocas. 206 GÉNERO E IDENTIDAD En segundo lugar, los niveles de autoculpabilización inherentes a la experiencia de la maternidad 16 entre las mujeres en prostitución tienen muy pocas probabilidades de ser exorcizados a consecuencia de la ratificación cotidiana "objetiva" de su inadecuación personal relativa a la madre ideal. Es frecuente que los niños tengan que afrontar insultos, burlas y acusaciones en la escuela por causa del oficio de la madre; que otros adultos, padres o maestros pongan en evidencia a la madre o auspicien la segregación de los hijos, situaciones muy difíciles de ocultar en el vecindario. Aparte de otras vertientes, valdría la pena examinar ésta como responsable de la deserción escolar, tan frecuente entre los "hijos de la prostitución" (Dimenstein, 1992). Con el crecimiento de los hijos y su llegada a la pubertad, tiende a incrementarse la ansiedad de la madre con relación a su vida "pública". En muchas ocasiones, ante el descubrimiento de su actividad, se presentan crisis muy graves en sus relaciones, mientras que en otras pocas se disuelve el conflicto por la vía de mayor afecto y reconocimiento del amor filial atribuido al "sacrificio" materno. Finalmente, es casi inevitable que a pesar de la influencia de la madre o bajo sus presiones, las hijas tiendan a reproducir su recorrido por "la vida", sean objeto más probable de abuso sexual, o compitan con ellas en el mercado del sexo y de los afectos. En síntesis, la búsqueda de trascendencia a través de la maternidad, forma privilegiada de la identidad femenina y nicho para la construcción de la respetabilidad y reconocimiento sociales, reviste posibilidades muy limitadas y conflictivas en el marco de la prostitución. PROSTITUCIÓN Y FEMINISMO Comenzamos por destacar el silencio inexplicable de los estudios de la mujer sobre la condición y la identidad de la mujer prostituta. Examinemos muy brevemente la prostitución con relación a los movimientos de las mujeres. 16 La experiencia clínica, la evidencia acumulada por el feminismo a través de los grupos de sensibilización y de elevación de la conciencia de género, y diferentes trabajos sistemáticos sobre la maternidad en distintas latitudes, han arrojado suficiente información testimonial sobre la culpa como un componente "normal" inherente a la maternidad para la mujer contemporánea. Esta normalidad, que desde luego se refiere a una normalidad estadística y no de otro tipo, tiene como telón de fondo la idealización de la maternidad, la hipertrofia cultural de la imagen materna y el peso inconsciente de las imago maternas en las biografías individuales. Véanse, por ejemplo, Badinter, 1980; Chodorow, 1978; Daily, 1982; Olsea 1981. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 207 Quizás resulte extraño plantear la rebeldía de la mujer prostituida cuando su oficio implica relaciones sexistas por excelencia. De igual forma parecería improbable su movilización y organización a la luz de la competencia en el mercado y de la violencia que la circunda. Ambos terrenos apuntarían a un profundo individualismo y a la atomización de esta población. En efecto, sus relaciones cotidianas están atravesadas por una violencia multiforme: peleas, agresiones físicas y verbales, expresiones autoderogatorias, aceptación aerifica de una moral que las excluye, descalificación a las compañeras por "putas" y muchas otras manifestaciones que esencialmente hablan de un sector social muy conservador e individualista. Pero a la vez, para los sectores que viven en la calle y de ésta, es decir, para las capas más vulnerables de esta población, esa misma violencia impone la cohesión frente a sus agresores (policía, clientes, proxenetas, basuriegos, drogadictos, gamines) y crea condiciones propicias para el establecimiento de redes de solidaridad puntual en situaciones de crisis (enfermedad, accidente, calamidad doméstica, inactividad forzosa, etc.). Por así decirlo, la prostitución las separa y la pobreza y la violencia las junta. Dentro de este marco contradictorio, en Bogotá han comenzado a desarrollarse algunos gérmenes de organización para la acción colectiva17. En coyunturas como la Constituyente y la última campaña electoral se han presentado momentos de movilización y se ha empezado a construir un discurso propio que bien vale la pena revisar, no tanto por su discutible contenido como por los intentos de autoafirmación y de dignidad que representa 18 . 17 Durante el primer semestre de 1991 se reunió en Bogotá la Asamblea Nacional Constituyente, convocada para reformar la Carta de 1886, y en julio de ese mismo año entró en vigencia la nueva Constitución. En torno de este hito en la historia política reciente, se desplegó una actividad inusitada a todo lo largo y ancho de la geografía física, política y social del país. La movilización de nuevos sectores sociales, entre ellos las mujeres, hizo evidente un espectro mucho más amplio de las realidades políticas y de las posibilidades de acción colectiva. Un grupo numeroso de mujeres en prostitución marchó por las calles de Bogotá y se hizo presente en el recinto de la Constituyente para hacerse oír como sector específico. Por otra parte, en las elecciones para cuerpos legislativos a finales de 1991, el M-19 (grupo en armas desmovilizado dos años antes), incluyó en su lista al Concejo de Bogotá a una de las líderes de la población en prostitución. Tanto esto como la publicación del estudio de la Cámara de Comercio sacaron el tema a la luz pública por algunos momentos. Paralelamente a la ampliación de un proceso organizativo incipiente, también se han agudizado las rivalidades y tensiones entre distintos segmentos de esta población. 18 La reflexión sobre la identidad y la construcción de un discurso propio se refieren a la conciencia sobre los límites y la diferencia entre un yo colectivo y un otro externo, y a los intentos por lograr ser reconocido por ese otro. Ese discurso supone algún nivel de formalización de reivindicaciones grupales o sectoriales, de definición mínima del entorno y de las acciones posibles para su modificación. 208 GÉNERO E IDENTIDAD Este discurso pretende redefinir el oficio en el terreno laboral. Se reclama entonces la autodenominación de "trabajadoras sexuales"; se busca investir la actividad de las características respetables de un servicio; se reivindica el "derecho" al trabajo y sus consecuencias en el terreno de la seguridad social y de la protección laboral. En segundo lugar, se destaca la función pública que cumple la prostitución (como válvula de escape a una sexualidad masculina no canalizable por otras vías; como compañía y alivio a la soledad del hombre; como mecanismo de prevención de la violación y el abuso sexual a otras mujeres), intentando un deslinde con la actividad individual propia del espacio privado. En estas dos líneas de argumentación se adivina el propósito de imponer una redefinición social de la actividad en la esfera de lo público y, por tanto, de legitimar una acción colectiva frente al Estado y a la sociedad. Al sacar la prostitución del ámbito privado y de la relación individual, se busca proponer una dimensión nueva en la cual se identifican necesidades y reivindicaciones grupales y se convoca una acción afirmativa. Pero por sobre todo, querría destacar en esto la búsqueda de una veta de dignidad, el gesto para sacudirse el estigma social y construirse un nicho de respetabilidad y autorrespeto. Reconocer la validez de este proceso incipiente de autoafirmación no puede significar pasar por alto la confusión de elementos que aparecen en el discurso y su carácter esencialmente regresivo, como veremos a continuación. En efecto, la visión de la prostitución como trabajo oculta las distintas formas de proxenetismo y de parasitismo sexista que la alimenta. La reivindicación del "derecho al trabajo" en verdad alude al hostigamiento policial, a la violencia y a tantos otros atentados contra la vida y la seguridad de la población de la calle. El reclamo de seguridad social, de garantías para la vejez, de préstamos para vivienda, etc., es decir, de las reivindicaciones económicas de la población prostituida, no puede ampararse en ésta sino en la condición ciudadana. Igualmente, la dolorosa ingenuidad expresada en la "funcionalidad" de la prostitución para la vida social constituye efectivamente una forma de violencia autoinfligida, una manera degradada y degradante de autodefinición a partir de la aceptación sumisa del estigma de la sociedad "respetable". Pero también esta visión corresponde a una reedición, en su versión más violenta, de la "mater dolorosa", imagen tan central a nuestra herencia cultural y a una posición de impotente resignación. Por último, en los dos terrenos analizados se alimenta un visión inmodificada de la sociedad. Se intenta una redefinición de la actividad, pero no un enjuiciamiento de la violencia sexista que hace de la prostitución y del proxenetismo una forma inadmisible de relación social. PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 209 Mi distancia con el discurso en construcción implica u n a forma autocrítica y u n llamado a las feministas hacia u n acercamiento a las mujeres prostituidas. Allí hay u n espacio de reflexión q u e parece haberse dejado librado a otros sectores, y u n potencial de movilización fundamental en la construcción de u n proyecto democratizador. Si planteamos q u e la a g e n d a democrática incluye el paso por la cocina, la lavandería y la cama, también en ésta debe incluirse a la mujer prostituida. F I N A L TAMBIÉN P R O V I S I O N A L A m a n e r a de síntesis de las preocupaciones q u e h a n orientado la discusión anterior, querría puntualizar las siguientes: a) Parece m u y pertinente iniciar u n proceso de decantación conceptual sobre la prostitución con el fin de eliminar los tintes moralistas y la confusión con fenómenos a p a r e n t e m e n t e equivalentes. b) La ausencia de estudios, cifras e interpretaciones serias sobre los fenóm e n o s de la prostitución y la población involucrada constituye la mejor evidencia d e la insensibilidad y aceptación pasiva d e situaciones d e violencia y explotación d e mujeres, niños y jóvenes. c) De m o d o semejante al problema de la droga, la prostitución s u p o n e actuar tanto en la oferta como en la d e m a n d a , es decir, redefinir su espacio conceptual, ético y legal. El proxenetismo y la prostitución requieren m e d i d a s diferenciales de intervención (represión, reglamentación, protección y prevención) estatal y comunitaria. d) Para los estudios de género resultaría m u y sugestivo examinar la prostitución d e s d e la óptica de h o m b r e s y mujeres, p u e s en ella parecen rep o s a r claves m u y i m p o r t a n t e s sobre las lógicas d e relación inter e intragénero. e) Para los g r u p o s feministas y sus simpatizantes, h o m b r e s y mujeres, parece relevante analizar las formas de movilización y constitución d e u n discurso de esta población. U n a aproximación d e s d e u n a perspectiva d e género permitiría identificar elementos de encuentro y ahorrar riesgos d e reabsorción sexista. BIBLIOGRAFÍA Anderson, Bonnie S. y Judith P. Zinsser, 1988, A History of Their Ozon: Women in Europe from Prehistory to the Present, Vol. I, Nueva York, Harper and Row Publishers. 210 GÉNERO E IDENTIDAD Badinter, Elisabeth, 1980, Mother Love, Myth & Reality, N u e v a York, Macmilllan Publishing Co., Inc., en español, 1981, ¿Existe el amor maternal?, Barcelona, PaidósRomaire. Bruschini, Cristina y Sylvia Cavasin, (si.), " O cotidiano e m familias u r b a n a s : trabalho doméstico, distribucao d e papéis e uso d o t e m p o " (mimeo). C á m a r a d e Comercio d e Bogotá, 1991, La prostitución en el centro de Bogotá: censo de establecimientos y personas. Análisis socioeconómicos. , 1992, La prostitución en el sector de Chapinero de Santafé de Bogotá. C h o d o r o w , Nancy, 1978, The Reproduction of Mothering, Psychoanalysis and the Sociology of Gender, Berkeley, University of California Press. Daily, Ann, 1982, Inventíng Motherhood, Tlie Consequenc.es of an Ideal, Londres, Burnett Books Ltd. Dimenstein, Gilberto, 1992, Meninas Da Noite, a prostituido de meninas-escravas no Brasil, Sao Paulo, Editora Ática S.A. El S a a d a w i , N a w a l , "La prostitución en Egipto", en Unesco, 1986. Fernand-Laurent, Jean, "Explotación sexual y pornografía", en Unesco, 1986. García M á r q u e z , Gabriel, Cien años de soledad, y Crónica de una muerte anunciada, varias ediciones. H i d a l g o , H u g o y otros, 1991, Hacia el rescate de la menor afectada por la prostitución. Programa de promoción integral de la mujer. Religiosas Adoratrices de Colombia, Bogotá, Unicef, Serie Divulgativa N o . 5. M u ñ o z , María Teresa, 1986, "El a m a d e casa d e los sectores m e d i o s de Cali", m o n o grafía d e g r a d o , Cali, U n i v e r s i d a d del Valle. Olsen, Paul, 1981, Sons and Mothers, Wlty Men Behave as Thcy Do, N u e v a York, Ballantine Books of R a n d o m H o u s e , Inc. Presses d e la Santé de Montreal, 1987, Lagrcssion sexuelle, Montreal. R o d r í g u e z Marín, Milagro, "Estudio psicológico sobre la prostitución", en Unesco, 1986. S e g u r a E., Nora, 1992, La prostitución infantil y la educación: Colombia, Bogotá, docum e n t o d e la Unesco. Rez'ista Semana, N o . 502, "Trata de blancas", 1991, p p . 30-35. Rcz'ista Time, "The Skin Trade", junio 21 de 1993, p p . 10-25. Turner, Bryan S., 1984, Tlie Body and Society, N u e v a York, Basil Blackwell Inc. Unesco, Reunión internacional de expertos sobre las causas socioculturales d e la prostitución y estrategias contra el proxenetismo y la explotación sexual d e las mujeres, Madrid, España. RESEÑA BIBLIOGRÁFICA SOBRE EL TEMA En a p o y o de trabajos futuros se transcribe esta breve reseña, originalmente incluida en el "Informe a Unesco sobre la prostitución infantil y la educación: Colombia" (z'éase supra). PROSTITUCIÓN, GÉNERO Y VIOLENCIA 211 1. 2. 3. 4. C á m a r a de Comercio d e Bogotá. "La prostitución en el centro de Bogotá: censo d e establecimientos y personas", Bogotá, m a y o d e 1991. Junto con los dos estudios posteriores sobre la prostitución en C h a p i n e r o (1992) y sobre niñas y adolescentes en el centro (en proceso), p r e t e n d e cuantificar la m a g n i t u d del fenómeno m e d i a n t e u n b a r r i d o en tres zonas d e la ciudad. Describe las características socioeconómicas de la actividad y a l g u n o s rasgos d e la población involucrada. Son los únicos estudios d e e n v e r g a d u r a cuantitativa y quizá los m á s recientes. Su publicación p r o p u s o la discusión d e u n tema invisible y socialmente subestimado. Contreras, G o n z a l o y G u s t a v o Cadavid, " A l g u n o s aspectos d e la prostitución en n u e s t r o m e d i o " , Medellín, D e p a r t a m e n t o d e Medicina Preventiva, Universidad d e Antioquia, 1958. Analiza algunas variables familiares y personales a partir d e 7.955 fichas d e mujeres en prostitución, recogidas entre 1937 y 1958. Hidalgo, H u g o y otros, "Hacia el rescate de la m e n o r afectada por la prostitución. P r o g r a m a d e Promoción Integral d e la Mujer. Religiosas Adoratrices d e Colombia", Bogotá, Unicef, Serie Divulgativa No. 5,1991. Presenta la evaluación d e las actividades d e rehabilitación y prevención d e la joven prostituida, desarrolladas p o r las Religiosas Adoratrices con el a p o y o del G r u p o Renacer. Tras u n breve análisis social y psicológico d e la población en prostitución, describe la evolución d e los p r o g r a m a s a lo largo de 15 a ñ o s de funcionamiento. Molina, Diana y otros, "La prostitución c o m o problema social", Medellín, Facultad de Medicina, Universidad de Antioquia, 1968. Describe las características económicas, sociales, familiares. Tesis de g r a d o 1. Contreras, Carlos Leonardo, "Prostitución femenina, una visión integral", Cali, D e p a r t a m e n t o d e Medicina Social, Universidad del Valle, 1991, Hace u n a revisión histórica y legal del fenómeno y a continuación describe las características personales, familiares y d e la actividad, en u n a m u e s t r a d e 30 mujeres usuarias de los centros de salud d e los barrios O b r e r o y Belalcázar ( C o m u n a 9), en Cali. Callejas, Leonor, " M á s malas son las b u e n a s " , Bogotá, D e p a r t a m e n t o d e A n t r o pología, U n i v e r s i d a d d e los A n d e s , 1990. P r o p o n e u n a descripción etnográfica del m u n d o de la prostitución a través del análisis d e los tipos de negocios en los sectores del centro, norte, sur y Teusaquillo en Bogotá. Describe las relaciones de la población en prostitución y algunos rasgos psicológicos de las mujeres. Betancur, Fanny y Rocío Castro, "Influencia de u n p r o g r a m a d e expresión corporal en la i m a g e n corporal d e u n g r u p o de prostitutas", Bogotá, D e p a r t a m e n t o de Psicología, Universidad Nacional, 1989. 2. 3. 212 GÉNERO E IDENTIDAD Se trabajó con un grupo de 14 menores prostitutas de 13 a 18 años, participantes en el programa de las Adoratrices. Los resultados, medidos con un test de imagen corporal, apuntan a cambios positivos al respecto. Caicedo, Rosalba, "Reeducación de menores prostitutas", Bogotá, Departamento de Trabajo Social, Universidad Nacional, 1985. Describe la aplicación, durante seis meses, de la metodología scout a un grupo de menores prostitutas, hacia el diseño de una nueva forma de tratamiento. Opera con un grupo de 24 jóvenes de 13 a 18 años vinculadas al programa de las Adoratrices, analiza las relaciones intragrupales e identifica la necesidad de estímulos a la cooperación como base educativa. González, Martha Irene y Janet Victoria Nivia, "Enfermedades de transmisión sexual en un grupo de promiscuas: Unidad Antivenéreas", Bogotá, Departamento de Trabajo Social, Universidad Nacional, 1989, Estudia 17 casos de usuarias de los servicios de la Unidad Antivenéreas de la Secretaría de Salud del Distrito de Bogotá. Realiza un seguimiento más detenido a seis de ellas. Describe actitudes y prácticas sexuales y detecta altos niveles de desprotección. IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA: LA PROLETARIZACIÓN DE LA MUJER EN FRANCIA EN EL SIGLO XIX Luz Gabriela Arango INTRODUCCIÓN JIJI debate sobre las relaciones entre "identidad de género" e "identidad obrera" está asociado con las discusiones sobre las articulaciones entre género y clase social; sin embargo, mientras estas discusiones remiten a las interacciones entre sistemas de relaciones económicas, sociales, culturales y políticas (Rubin, 1986; Scott, 1990a; Barrett, 1984), la identidad de género y la identidad obrera, como formas de identidad social, se refieren a los discursos y representaciones que le dan significado a la existencia de los grupos sociales, definiendo los límites y el contenido de su especificidad dentro de la sociedad en su conjunto. La identidad social se presenta entonces como una "construcción cultural" (Butler, 1990; Lamas, 1994) que construye a los actores sociales individuales y colectivos, y por medio de las cuales éstos a su vez se construyen. En una sociedad y en un período determinados coexisten discursos y representaciones diversos que se superponen y se contradicen y nutren las imágenes que los unos y los otros tienen de su lugar en el mundo. Los grupos dominantes se reconocen en representaciones que legitiman y exaltan su ubicación social y que devuelven a los grupos dominados, como un espejo cóncavo, imágenes desvalorizantes. La revolución industrial generó cambios sin precedentes en la composición de los grupos sociales, sus fronteras, sus relaciones e identidades. A lo largo del siglo XIX, al ritmo do los cambios económicos y demográficos, proliferan las representaciones que buscan nombrar y definir las nuevas categorías sociales y las relaciones que las enfrentan o las reúnen. La clase obrera surge como una de las nuevas categorías sociales que protagonizan los cambios de la época y cuya identidad se construye a lo largo del siglo. Surgidos en distintos campos, las imágenes y los discursos sobre la clase obrera son 214 GÉNERO E IDENTIDAD profundamente contradictorios. Desde las imágenes desvalorizantes que incluyen la visión criminalista que iguala clases trabajadoras y clases "peligrosas" (Chevalier, 1978), la mirada paternalista y caritativa q u e los define como pobres desprotegidos, la definición economista que los ubica como fuerza de trabajo q u e debe ser productiva, la mirada moralista de los movimientos filantrópicos, el cuerpo médico y el Estado que los analiza como "raza" en peligro de " d e g e n e r a c i ó n " , hasta las imágenes exaltantes en las cuales los trabajadores buscan su dignidad social. La visión mesiánica de una clase obrera redentora de la humanidad o la mirada evolucionista de los proletarios como portadores de una etapa histórica superior, son dos de las variantes que los movimientos sociales y, en particular, los pensadores socialistas, comunistas y anarquistas construyen como definiciones sociales afirmativas de la clase obrera. La mujer obrera aparecerá a su vez como u n a "figura problemática y visible" a lo largo del siglo XIX, como lo ha señalado Joan Scott (1993). Está e n el centro de múltiples debates, caracterizados por u n fuerte tono moral, en los cuales también participan sus c o m p a ñ e r o s de clase. A u n q u e las discusiones son agitadas a lo largo del siglo, al comenzar el siglo XX u n a definición parece d o m i n a r el panorama: el lugar de la mujer es la familia y el ámbito doméstico y la m a t e r n i d a d es el núcleo de la identidad social femenina, cualquiera q u e sea su ubicación de clase. El trabajo fabril de la mujer será p e n s a d o c o m o u n a condición marginal, pasajera e intrascendente en la v i d a individual y social, como u n "mal m e n o r " con el cual convivirán Estado, sindicatos y patrones con relativa incomodidad y silencio. El caso francés, a pesar de sus particularidades, refleja las g r a n d e s características d e u n debate q u e tiene lugar en los otros países afectados por la industrialización. Las diferencias entre países están relacionadas con el desarrollo del movimiento obrero, las orientaciones políticas e ideológicas q u e lo guían, el impacto de los movimientos feministas, las características propias de la industrialización, el papel de las Iglesias. Esto repercute en cada país en u n énfasis distinto a c o r d a d o a d e t e r m i n a d o s temas como la disolución de la familia, la desmoralización de la clase obrera, la prostitución de la mujer obrera, la exaltación de la maternidad, el estatus laboral y el salario d e las trabajadoras o su participación sindical. Pero las preocupaciones serán f u n d a m e n t a l m e n t e las mismas 1 . En este artículo examinaré algunos de los temas desarrollados por los moralistas y los obreros en torno al trabajo de la mujer en la industria, con- 1 Véanse los artículos de Nash, Walkowitz y Káppeli aparecidos en el volumen 8 de la Hístoria de las mujeres, editada por G. Duby y M, Perrot, Taurus, 1993. IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 215 frontándolos con las prácticas y reivindicaciones de las trabajadoras, para destacar las contradicciones entre u n a identidad obrera q u e se define d e s d e p a r á m e t r o s masculinos y la b ú s q u e d a d e las obreras d e u n a i m a g e n social positiva como trabajadoras y como mujeres. De ahí se derivarán a l g u n a s perspectivas p a r a el estudio de la construcción d e la identidad de género de las actuales trabajadoras latinoamericanas. D E L OBRERO PROFESIONAL AL PROLETARIO: EL LUGAR DE LAS MUJERES Los obreros profesionales poseían u n a identidad social enraizada en los oficios y corporaciones medievales. La revolución industrial p o n e en crisis esta identidad, al destruir las condiciones q u e aseguraban la existencia d e los antiguos obreros profesionales y al desarrollar u n n u e v o tipo de trabajador: el proletario. Este último, despojado no sólo de sus instrumentos d e trabajo sino de su saber profesional y su organización corporativa, carece d e dignid a d social: la "identidad proletaria" se define inicialmente como negación. El discurso marxista construirá u n a imagen del proletario en la q u e el carácter totalmente negativo de su condición será el f u n d a m e n t o d e su capacidad revolucionaria. A u n q u e los estudios históricos de las últimas d é c a d a s tiend e n a matizar el impacto de la revolución industrial en términos d e proletarización m a s i v a y d e r u i n a generalizada de los obreros profesionales, p o n i e n d o en evidencia diferencias regionales y sectoriales, es i n d u d a b l e q u e sus efectos se hacen sentir con d u r e z a a lo largo del siglo XIX. Entre los obreros profesionales a r r u i n a d o s por la revolución industrial, las mujeres o c u p a b a n algunos siglos antes u n lugar particular q u e las colocaba en considerable desventaja. Evelyne Sullerot (1968) se refiere al Libro de los oficios, de Etienne Boileau, escrito en 1254, para constatar la existencia d e n u m e r o s a s corporaciones femeninas con estructuras similares a las m a s culinas. Existía u n a especializacióm de los oficios, siendo el oro y la seda los materiales privilegiados de la mujer. Los trabajos textiles estaban divididos en múltiples operaciones efectuadas por obreras especializadas; las mujeres tenían acceso a algunos oficios mixtos, pero sólo p o d í a n ejercer la maestría bajo condiciones m u y restrictivas. Sullerot afirma q u e las mujeres fueron excluidas de las corporaciones a partir del siglo XVI, a m e d i d a q u e a u m e n taba el p o d e r de estas instituciones. A ñ a d e Sullerot q u e las mujeres en Occidente siempre h a n d e s e m p e ñ a d o labores " p r o d u c t i v a s " pero éstas n u n c a han sido para ellas u n a fuente de poder. A finales de la e d a d media, en Italia se les prohibió tejer a las mujeres; en Francia, los tejedores de Estrasburgo protestaron por la competencia de las mujeres q u e no pertenecían a las corporaciones. Los oficios femeninos 216 GÉNERO E IDENTIDAD comenzaron a ser subordinados a los masculinos: la costurera se convirtió en ayudante del sastre; la hilandera, del tejedor. En el siglo XVII, las mujeres fueron excluidas de las cofradías y las compañías profesionales se transformaron definitivamente en privilegio masculino. En 1789, las mujeres del "Tiers-État" exigieron en vano el monopolio femenino sobre los oficios de hilar, tejer y coser. Las antiguas profesiones femeninas conservaron el nombre de oficios (métiers) y sus categorías (maestras, obreras y aprendices), pero adquirieron estatus y salarios inferiores a los masculinos. Como vemos, antes de la expansión del capitalismo industrial la identidad social de los obreros profesionales se establecía sobre una clara jerarquía de género. Al llegar la industrialización, las mujeres ocupaban un lugar doblemente frágil: como obreras profesionales se encontraban en amplia desventaja con respecto a los obreros, relativamente protegidos por organizaciones profesionales sólidas; como campesinas arruinadas o jóvenes asalariadas, encarnaron, junto con los niños, la imagen misma de la nueva condición proletaria, como "apéndices de la máquina". Ejemplo de ello es el caso de la industria textil en el norte de Francia. Aunque se asemeja al modelo "manchesteriano" descrito por Marx y Engels, la revolución industrial no ocurrió con la misma rapidez ni tuvo los mismos efectos de empobrecimiento masivo del campesinado y desorganización del mundo obrero. Las hilanderías se modernizaron a comienzos del siglo XIX y emplearon una mano de obra constituida principalmente por mujeres y niños. Familias enteras de campesinos migrantes trabajaban en estas manufacturas alrededor de 71 horas por semana (Barrois, 1976). Los niños recibían un salario tres a diez veces inferior al de los adultos. Roubaix se convirtió en una típica ciudad industrial, construida alrededor de los textiles. En 1872, esta industria empleaba el 52% de la mano de obra total y el 54% de la femenina. La mayoría de las mujeres solteras de la ciudad trabajaba allí con salarios similares a los de los niños (Tilly, 1978). La industria de la seda en Lyon es otro ejemplo de proletarización forzada de la mano de obra femenina. En este caso, existía una fuerte tradición rural, con una característica división sexual del trabajo: los hombres tejían los hilos de seda que las mujeres preparaban, siendo ellas quienes cultivaban los gusanos (Strumingher, 1978). Estas dos actividades artesanales eran realizadas en forma complementaria con las tareas agrícolas. La modernización de las hilanderías de la seda ocurrió hacia 1840, cuando se instalaron establecimientos con 50 a 100 campesinas, acostumbradas a trabajar en grupos de 8 a 10, y se les impusieron las leyes de la fábrica: una jornada de trabajo de 14 a 16 horas, una división estricta del trabajo y la sumisión a la autoridad de los capataces, cuyos salarios duplicaban o triplicaban los su- IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 217 yos. Pero el reclutamiento d e la m a n o de obra femenina no se hizo espontán e a m e n t e ; los industriales leoneses recurrieron a u n a solución "eficaz", aliándose con algunas congregaciones religiosas especializadas en a d m i n i s trar lo q u e se dio en llamar "conventos de la seda". En 1796, el Estado francés otorgó a los manufactureros el derecho a utilizar la m a n o d e obra de los huérfanos y los niños a b a n d o n a d o s d e los hospicios, "a cambio d e su alimentación, educación moral y el aprendizaje d e u n oficio" (Douailler y Vermeren, 1976); los conventos d e la seda se c o m p r o metieron también con los p a d r e s a dar a sus hijas u n oficio y u n a formación religiosa. El principal establecimiento d e esta n a t u r a l e z a , Jujurieux, fue c r e a d o en 1835 como u n internado industrial dirigido por empresarios; la " s u m i s i ó n d e las a l m a s " fue confiada en él a una congregación religiosa. Jujurieux llegó a reunir 1.500 niñas internas, q u e provenían parcialmente del hospicio de Lyon. Establecimientos similares fueron instalados en otras regiones y algunas congregaciones, como Les Saints Coeurs de Jésus et de Marie, se especializaron en la administración de este tipo de fábrica (Vanoli, 1976). Los campesinos enviaban a sus hijas a la e d a d d e 10 ó 12 años y éstas recibían u n entrenamiento industrial en jornadas de 12 horas, alternadas con ejercicios religiosos, hasta que alcanzaban u n a e d a d casadera. En algunos casos, la explotación era tan intensiva que, cinco años después, los padres recibían, en lugar d e u n a hija casadera, u n a mujer enferma y agotada. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la industria leonesa de la seda introdujo n u e v o s cambios técnicos, a c a b a n d o definitivamente con los telares m a n u a l e s y con los célebres " c a n u t o s " (antiguos tejedores), d e s p l a z a d o s p o r los n u e v o s proletarios textileros. M a r x vio en la proletarización de las mujeres y los niños u n c o m p o n e n t e liberador: al "igualar" por lo bajo a hombres, mujeres y niños en el universo de la producción, se cuestionaba la jerarquía patriarcal y se abría la posibilidad d e u n a n u e v a condición femenina: Por más terrible y repulsiva que parezca en la actualidad la disolución de los antiguos lazos familiares, el papel decisivo que la gran industria asigna a las mujeres y a los niños en procesos de producción socialmente organizados está creando una nueva base económica sobre la cual podrá levantarse una forma superior de la familia y las relaciones entre los sexos (Marx, 1976: 348). LOS DISCURSOS SOBRE LA MUJER OBRERA En sentido o p u e s t o a la anterior opinión d e Marx, a lo largo del siglo XIX proliferan los reportes, ensayos y publicaciones q u e r e p u d i a n el trabajo de 218 GÉNERO E IDENTIDAD la mujer en la industria. Participan economistas políticos como Jean-Baptiste Say, con su Tratado de Economía Política (1841); historiadores como Jules Simón con su famoso libro La obrera (1861), o Jules Michelet con sus obras La mujer (1860) y El amor (1858), médicos y filántropos como L. Villermé con su reporte sobre El estado físico y moral de los obreros empleados en las manufacturas de algodón, lana y seda (1840) y p e n s a d o r e s c o m o P r o u d h o n con La pornocracia o las mujeres en los tiempos modernos (1871) (Scott, 1990). Todos ellos se dedican a a r g u m e n t a r en contra del trabajo de la mujer en la industria. Los economistas políticos como J. B. Say o A d a m Smith justifican los salarios d e las mujeres por debajo del nivel de subsistencia, a r g u m e n t a n d o sobre la " n a t u r a l e z a " marginal y el carácter " s u p l e m e n t a r i o " de su trabajo, ya q u e las mujeres, por definición, d e p e n d e n de u n h o m b r e q u e asegure su mantenimiento (Scott, 1993). Según ellos, por naturaleza, las mujeres tenían u n estatus inferior e n el m u n d o del trabajo y, por tanto, había q u e conservarlas en el seno d e la estructura familiar (Scott, 1990). Por su parte, los moralistas le atribuyen al trabajo femenino en la i n d u s tria efectos de degradación moral para las trabajadoras, prostitución y sobre t o d o consecuencias d e v a s t a d o r a s sobre la familia, en peligro d e disolución. La preocupación d e los movimientos filantrópicos por el estado físico de las clases trabajadoras está ligada a u n a preocupación moralista por la familia y el rol d e la mujer. Uno d e los primeros testimonios alarmantes sobre el " e s t a d o físico y m o r a l " d e los obreros e m p l e a d o s en las manufacturas lo ofreció el médico L. Villermé, en 1834-1837 (Guilbert, 1966), p o n i e n d o sobre el tapete el debate en torno a la familia obrera y el trabajo de la mujer. El tema de la degeneración de la "raza" expresa entonces la preocupación por la reproducción d e la fuerza de trabajo presente y futura, a m e n a z a d a por la explotación d e s m e d i d a de mujeres y niños. La primera legislación protectora está orientada a limitar el trabajo d e estos dos g r u p o s , b u s c a n d o evitar su a g o t a m i e n t o p r e m a t u r o . Entre 1841 y 1892 se expidieron leyes cada vez m á s protectoras: la ley del 22 de m a r z o de 1841 prohibió el trabajo de men o r e s de 8 años, instituyó la jornada m á x i m a de 12 horas para los niños de 8 a 12 años y prohibió el trabajo nocturno para los menores de 13 años. La ley del 2 d e n o v i e m b r e de 1892 estableció la jornada d e 10 h o r a s para los menores d e 18 años y de 11 horas para las mujeres adultas, p r o h i b i e n d o el trabajo n o c t u r n o para las mujeres y los niños menores de 18. La "protección" del trabajo femenino e infantil va de la m a n o con esfuerzos m u y concretos por "reconstruir" la familia obrera y el espacio doméstico. N o se trata únicamente de asegurar u n hogar a los trabajadores, con políticas de vivienda como las i m p u l s a d a s por la Escuela de Le Play, con ejemplos c o m o los barrios obreros d e M u l h o u s e . Es necesario a d e m á s q u e IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 219 el hogar sea mantenido por una mujer. Desde 1837, Th. Barrois, industrial de Lille, propone que se limite el trabajo de las madres de familia (1976). Jules Simón resume en su libro La obrera los argumentos que se esgrimen entonces a favor de la reconstitución de una familia obrera estable, que gire alrededor de una madre dedicada a sus hijos y al hogar. Tanto él como Michelet insisten en sus escritos sobre el "libertinaje" y la "inmoralidad" que caracterizan a las obreras parisinas y argumentan que éstos son los principales adversarios del trabajo de la mujer en la industria. El tema de las mujeres solas aparece de manera recurrente en discursos que mezclan el debate sobre la pobreza, la prostitución, la disolución de la familia y de las fronteras entre los sexos. El fantasma de mujeres libres y de sus "sexualidades peligrosas" (Walkowitz, 1993^ también está nresente en discursos ambiguos que asimilan a obreras y prostitutas, tratándolas en algunas ocasiones como víctimas y en otras como pervertidas. Es interesante señalar cómo en el caso colombiano, a comienzos de este siglo, tienen lugar en Antioquia debates análogos en torno a los peligros del trabajo fabril de las mujeres. En este caso, la voluntad industrializadora y la defensa del trabajo femenino conducen a instaurar políticas de moralización de las fábricas, fomentando la presencia de matronas que vigilen "la moral y las buenas costumbres", además de otros controles religiosos sobre la conducta moral de las trabajadoras y los trabajadores (Botero, 1985; Arango, 1991). LOS OBREROS Y LA DEFENSA DE SU IDENTIDAD A lo largo del siglo XVIII y de la primera mitad del XIX, las luchas de los obreros en defensa de su valor profesional —de su "identidad obrera"—, se dirigieron ante todo en contra de la mecanización. La lucha contra las máquinas expresó durante algún tiempo la resistencia de los obreros a este nuevo proceso de trabajo que los dominaba. Pero a lo largo del siglo XIX, los obreros de élite reconocen el valor de la máquina, producto también de su trabajo, y tratan de elaborar estrategias distintas. En 1867, en la Exposición Universal de París señalan la utilidad de la máquina para liberar al obrero de trabajos pesados, abriendo la posibilidad de un tiempo libre destinado a la educación. Estas aspiraciones se inscriben en los proyectos y la mística socialista que se desarrolla entonces, pero las delegaciones obreras a las exposiciones universales, compuestas por obreros calificados, se quejan de la consecuencia inmediata de la mecanización: la pérdida de su "valor intrínseco" (Perrot, 1976). Este "valor intrínseco" parece referirse a varios elementos relacionados con la identidad social del obrero: la calificación y 220 GÉNERO E IDENTIDAD la d i g n i d a d del oficio, enraizados en el saber profesional y en la organización corporativa, p e r o también la garantía d e la reproducción física y el d e recho a u n salario q u e les permita vivir dignamente. La o p i n i ó n d e los obreros profesionales en defensa d e su " i d e n t i d a d obrera", q u e h e m o s o p u e s t o a la "identidad proletaria", fue decisiva en este sentido, p o r q u e ellos i m p u l s a r o n la mayoría d e las luchas obreras y estuvier o n a la cabeza d e las organizaciones sindicales. El temor a verse r e d u c i d o s a la condición del proletario los llevó en ocasiones a pasar d e u n a defensa corporativista d e su profesión a u n a lucha colectiva. La u n i ó n entre los obreros calificados y los proletarios se consolidó gracias a u n a s e g u n d a alianza, q u e reunió a t o d o s los obreros varones bajo u n a d i g n i d a d social c o m ú n : su d i g n i d a d d e jefes d e familia, su "identidad masculina". C o m o jefes d e familia, se declararon con derecho a reclamar u n salario consecuente, según la opinión mayoritaria de los obreros franceses. La contraparte de esta posición fue el rechazo al trabajo d e sus esposas fuera del hogar. Los obreros se oponían al trabajo d e la mujer por dos razones. En algun o s sectores, la mujer representaba u n a competencia q u e actuaba como factor d e abaratamiento de la fuerza de trabajo. Los tipógrafos, por ejemplo, rechazaron el trabajo de la mujer, prohibiéndoles la entrada en sus sindicatos hasta 1919. Pero, por otra parte, los obreros defendían con vehemencia su responsabilidad exclusiva de proveedores, invocando las "leyes de la n a t u r a l e z a " como a r g u m e n t o "científico", a d e c u a d o a la época: Sólo al hombre le está destinada la tarea de subvenir a las necesidades de la familia, es un deber para él someterse a esta ley de la naturaleza, para ello ha recibido la inteligencia y la fuerza necesarias (Perrot, 1976). Así lo manifestaron los obreros mecánicos en la Exposición Universal d e 1867, a g r e g a n d o : Pidamos al gobierno el cierre de las guarderías, él nos lo concederá, y trabajemos para aumentar nuestros salarios de modo que nuestras mujeres se dediquen a nuestros hijos (Perrot, 1976). Pocos defendían el derecho de la mujer a trabajar en igualdad d e condiciones que el h o m b r e . Tan sólo u n a minoría dentro de los socialistas defendía la e m a n c i p a c i ó n de la mujer y su d e r e c h o a u n salario igual. En el Congreso d e la Primera Internacional en Ginebra, en 1866, la sección francesa c o n d e n ó el trabajo d e la mujer fuera del hogar. Pero este trabajo era u n a realidad que los obreros no p o d í a n negar, viénd o s e obligados a m o d e r a r sus posiciones. En 1848, declararon el principio del salario igual para las mujeres que "están obligadas a trabajar". Simultá- IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 221 neamente, defendieron el trabajo a domicilio para las mujeres casadas, oponiéndose a la competencia que ejercían en este sentido las prisiones y conventos, e insistieron en la separación de los oficios en función del sexo. Las opiniones expresadas por los obreros que asistían a las exposiciones universales fueron asumidas a finales de siglo por los sindicatos y perduraron hasta la guerra, a pesar de las luchas adelantadas por algunas obreras. En 1884 se legalizaron los sindicatos profesionales y en 1886 se conformó la Federación Nacional de Sindicatos, la cual llevó a la creación de la Confederación General del Trabajo, CGT, en 1895. Estos sindicatos reunían a una minoría de trabajadores: en 1900 tan sólo representaban el 2,49% de la población activa censada y en 1911 el 4,45%. Sin embargo, es de notar que las mujeres representaban en 1900 el 34,5% de la población activa y el 6,35% de los sindicalizados, pasando en 1911 a comprender el 35,8% de la población activa y el 9,8% de los sindicalizados. La tasa de sindicalización de las mujeres aumentó proporcionalmente más que la tasa global de sindicalización (Guilbert, 1966). Las mujeres participaban especialmente en tres sectores: el vestido, el tabaco y los textiles, pero participaban poco en los congresos sindicales. Ello no impidió que hasta la primera guerra mundial el tema del trabajo femenino ocasionara numerosos debates y conflictos en el seno de los sindicatos y los congresos, y que se volvieran frecuentes las huelgas de hombres en contra del mismo. Entre 1890 y 1900, Madeleine Guilbert censó 56 huelgas de este tipo, principalmente en la Federación del Libro y en la industria textil. En algunos casos, como el del libro, los hombres se oponían al empleo de mujeres porque constituían competencia barata; en los textiles, las protestas iban dirigidas contra la introducción de nuevas máquinas manejadas por mujeres y destinadas a remplazar trabajo masculino. El análisis de los congresos sindicales efectuado por Madeleine Guilbert (1966) permite obtener una visión global de las posiciones dominantes entre los obreros frente al trabajo de la mujer. En primer lugar, consideraban que la presencia femenina en las fábricas tenía consecuencias negativas para los trabajadores: competencia, reducciones salariales, pérdida de prestigio del oficio. En segundo lugar, tenía también consecuencias negativas en los hogares: la madre descuidaba a los hijos y al esposo, el hogar desatendido provocaba la desmoralización y el alcoholismo del marido. En tercer lugar, el trabajo de la mujer también la perjudicaba a ella, la conducía a la inmoralidad y a la prostitución, la destruía físicamente y le impedía cumplir con sus deberes maternos. Como vemos, las "razones" de los sindicatos no diferían sustancialmente de los argumentos esgrimidos por los moralistas burgueses, como Simón 222 GÉNERO E IDENTIDAD o Michelet. La única excepción que contemplaban los sindicatos, incluso el de tipógrafos —uno de los más reacios opositores al trabajo femenino—, era el empleo de mujeres solas, viudas, madres solteras o mujeres abandonadas. Para éstas sí se justificaba el trabajo y se les reconocía el derecho a un salario igual. Los obreros ingleses y alemanes tomaron posiciones similares. Joan Scott menciona cómo en el Congreso de Sindicatos Británicos de 1877, Henry Broadhurst manifestó "que los miembros de dichas organizaciones tenían el deber, 'como hombres y maridos, de apelar a todos sus esfuerzos para mantener un estado tal de cosas en que sus esposas se mantuvieran en su esfera propia en el hogar, en lugar de verse arrastradas a competir por la subsistencia con los hombres grandes y fuertes del mundo'" (1993:119). Así mismo, en la reunión fundacional del Partido Socialdemócrata Alemán, los delegados "pidieron que se prohibiera el 'trabajo femenino allí donde podría ser nocivo para la salud y la moralidad'" (Scott, 1993: 119). EL DEBATE SOBRE LA DISOLUCIÓN DE LA FAMILIA OBRERA En contraste con la actitud moralista de filántropos, historiadores y obreros profesionales que condenan el supuesto libertinaje de las trabajadoras y la degradación de la familia obrera, algunos estudiosos contemporáneos como Shorter (1977), Cottereau (1980) o Ranciére (1981) han reinterpretado estos comportamientos, destacando, al contrario, el carácter liberador de las conductas femeninas. Sin embargo, fenómenos como la generalización del concubinato y la unión libre entre las obreras parisinas, interpretados como inmoralidad por algunos y como liberación sexual por los otros, podía ser objeto de otras lecturas. Michel Frey (1978), por ejemplo, señala que las obreras aspiraban en general al matrimonio, pero encontraban grandes dificultades. El bajo nivel de salarios obligaba a los obreros a aplazar indefinidamente el momento de formar una familia; por otra parte, muchas obreras vivían en concubinato para pagar en conjunto el alquiler de un cuarto. La independencia que obtenía la mujer al devengar un salario era muy frágil, pues su autonomía no era real en las condiciones de sobreexplotación en que se encontraban. Los hijos se convertían para ella en una responsabilidad que debía asumir sola o con el compañero que eventualmente la ayudara. El abandono de niños y la prostitución clandestina de las obreras eran una realidad que aparece frecuentemente en la literatura de la época. La prostitución, llamada el "quinto cuarto" de la jornada de la obrera, en la mayoría de los casos se desarrollaba clandestinamente en el mismo marco IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 223 de la jerarquía industrial. En otros, parece haber sido una alternativa marginal de subsistencia, asumida con arrogancia por las canutas de Lyon, donde el "Cabaret de Mme Jordán" llegó a desarrollar una organización gremial sui generis en 1848 (Strumingher, 1978). Estas situaciones caracterizaban a algunas obreras urbanas, entre las cuales había muchas mujeres solas, obligadas a enfrentar con sus propios recursos unas condiciones de vida y un ambiente bastante hostiles. En algunas oportunidades, la exageración de los moralistas de la época sólo describía nuevos comportamientos urbanos, propios de una juventud que descubre la sociabilidad mixta del cabaret, las ferias y los bailes. La permisividad sexual entre las jóvenes obreras parece haber sido una costumbre que se mantuvo en sectores obreros tradicionales, como los que describe Richard Hoggart (1970), en la forma de una actividad pasajera que llevaba posteriormente a un matrimonio que reproducía la familia original. Los estudios recientes de los historiadores tienden a relativizar el proceso de disolución de los lazos familiares y de relajamiento de los controles sobre la sexualidad femenina descritos por los historiadores de la época. Hay indudables transformaciones generadas por la migración a las ciudades industriales de mujeres solas, quienes experimentan un proceso de autonomía con fuertes limitaciones económicas. Pero en términos numéricos, éstas constituyen una minoría. En general, las unidades familiares conservan sus relaciones tradicionales o se crean nuevos patrones familiares en las ciudades que no cuestionan radicalmente los anteriores (Tilly y Scott, 1978). Uno de los aspectos más destacados es la persistencia de la unidad familiar como unidad en la que se definen las estrategias familiares, en acuerdo con los análisis de Michéle Perrot. Aunque las condiciones de subsistencia, el mercado de trabajo y las formas productivas se transformaron radicalmente, la unidad familiar permaneció como recurso de supervivencia en el seno del cual se elaboran nuevas estrategias. Louise Tilly estudia las familias que trabajaban en la industria textil del norte, en la ciudad de Roubaix, destacando la existencia de estrategias familiares que definían pautas de incorporación de la mujer a la industria, dependiendo de su edad, de su fecundidad o de la edad de sus hijos. En general, las mujeres se empleaban en las fábricas durante su juventud y se retiraban para casarse y procrear, siendo éste el momento de mayor precariedad económica para la familia. Una vez que los hijos estaban en edad de trabajar, ingresaban a su vez a la industria. En otros casos, las estrategias familiares debieron adaptarse a las duras condiciones del mercado de trabajo urbano, al empleo inestable y a la precariedad de la vivienda. Alain 224 GÉNERO E IDENTIDAD Faure (1981) se ha ocupado del estudio de la infancia obrera en París, señalando que la supervivencia familiar se organizaba muchas veces en la calle y que los niños alternaban la mendicidad y el hurto con trabajos pasajeros en las fábricas. En estas estrategias, el papel de la mujer como responsable de la reproducción doméstica interviene para definir los momentos en que podrá vincularse al trabajo industrial. La estructura familiar tradicional tiende a persistir, adaptándose a las nuevas condiciones de vida. Joan Scott (1990) señala cómo las discusiones y las descripciones dramáticas que se hacen sobre la disolución de la familia y la prostitución de las obreras exageran el impacto real de la industrialización sobre la mujer y la familia. Según Scott, los discursos moralistas en torno a la mujer obrera no sólo buscan naturalizar una división sexual del trabajo que justifica y reproduce los mecanismos de sobreexplotación de las obreras, sino que está en juego un debate más amplio sobre "la independencia, el estatus legal y las funciones sociales que les corresponden a las mujeres" (1990: 3). LAS LUCHAS DE LAS MUJERES POR SU IDENTIDAD OBRERA La revolución de 1848 y la Comuna de París de 1872 fueron ocasiones privilegiadas en las que se expresaron las aspiraciones de algunas obreras y su capacidad para proponer alternativas propias. Las obreras se organizaron en la ciudad de Lyon en 1848 y un ejército de mujeres exigió a la Prefectura que abriera talleres nacionales para las mujeres, semejantes a los que habían sido creados para los obreros en contra del desempleo. De este modo, lograron la apertura de un taller que empleaba a 200 obreras (Strumingher, 1978). En los años siguientes a la revolución, se desarrolló la asistencia mutua y se crearon numerosas cooperativas de producción y consumo en la mencionada ciudad. Un grupo de costureras. Las Hormigas Reunidas, fundó un taller de confección y una lavandería colectivos. A su vez, la Asociación Fraternal de las Mujeres para la Explotación de todas las Industrias Obreras, fundada en 1848, organizó una cooperativa con base en el trabajo a domicilio para algunas y en grandes talleres para otras. En estos últimos, las contramaestres eran elegidas por las obreras por un período de tres meses y todos los miembros recibían un salario semanal y una parte igual de los beneficios netos dos veces al año. La cooperativa proyectaba también la creación de una guardería, una escuela y un taller de aprendizaje. El periódico La Voix des Femmes, que apareció en 1848 y reunía a varias mujeres socialistas, exigía la creación de talleres nacionales, pero estas experiencias fracasaron al ser confiada su dirección a "damas de la caridad". Las obreras buscaron la asociación profesional como alternativa a los sistemas IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 225 de caridad y a los talleres nacionales. U n a de las mujeres q u e había particip a d o en el periódico La Voix des Femmes y o b s e r v a d o la experiencia de los talleres nacionales, se expresó de este m o d o en el periódico La Démocratie Pacifique: La asociación es para la mujer algo más que la transformación del "compagnonage" en universo de solidaridad obrera; debe contribuir a la emancipación de las mujeres, facilitándoles un trabajo mejor pago y menos pesado, brindándoles los medios de liberarse de la tutela individual de los hombres (Fraisse, 1975). Se crearon asociaciones de lavanderas y e m p l e a d a s domésticas; las parteras exigieron por su parte u n estatus de funcionarías q u e reconociera la utilidad pública de su oficio. La C o m u n a d e París decretó la " a p e r t u r a d e u n taller d e mujeres en cada barrio, o r g a n i z a d o por ellas m i s m a s " (Fraisse, 1975) y proyectó la formación d e sindicatos y federaciones de obreras. En 1871, el periódico La Unión de las Mujeres en Defensa de París y por la Atención de los Heridos, q u e reunía algunas obreras, reivindicó la formación de asociaciones cooperativas federadas que retomaran los talleres a b a n d o n a d o s y e m p l e a r a n a las mujeres. Entre 1876 y 1878, las costureras, lavanderas y parteras fundaron en varias c i u d a d e s sus " C h a m b r e s Syndicales", conocidas como " C h a m b r e s des D a m e s Réunies", reafirmando en sus estatutos: Es material y moralmente imposible que las obreras continúen en un aislamiento que afecta gravemente sus intereses. (...) Sería soberanamente injusto que el trabajo de las mujeres fuera constantemente insuficiente para la vida y la independencia [Cahiers du Feminismo, 1977). Estas eran las aspiraciones de algunas obreras, en general las m á s calificadas, aquellas cuyos oficios derivaban de las antiguas corporaciones. Sus reivindicaciones expresaban el deseo d e i n d e p e n d e n c i a y la necesidad de recibir t a m b i é n u n salario digno. La " i d e n t i d a d obrera" de las mujeres se asociaba, c o m o sucedía con los obreros calificados de las exposiciones universales, con su d i g n i d a d de p r o d u c t o r a s y su derecho a condiciones d e v i d a respetables. N o obstante, m i e n t r a s la d i g n i d a d d e p r o d u c t o r e s d e los h o m b r e s estaba e s t r e c h a m e n t e r e l a c i o n a d a c o n su e s t a t u s p r i v i l e g i a d o d e n t r o d e la familia, la b ú s q u e d a de u n a " i d e n t i d a d obrera" de las mujeres era la vía p a r a cuestionar u n estatus doméstico s u b o r d i n a d o . La " i d e n t i d a d o b r e r a " d e las mujeres abría las p u e r t a s a u n a n u e v a " i d e n t i d a d femenina". 226 GÉNERO E IDENTIDAD Las huelgas también fueron ocasiones privilegiadas para expresar las aspiraciones de las obreras a una dignidad como trabajadoras. La prensa de la época contiene relatos de algunas huelgas célebres de mujeres, por ejemplo las de las obreras de las fábricas de azúcar en París, en 1892, la de las costureras de Limoges en 1897, que duró 108 días, la de las tejedoras de Rouen en 1897 o la de las sardineras de Douarnenez en 1905. Estas huelgas revelan la vulnerabilidad económica de las mujeres pero también su capacidad de organizar movimientos espontáneos con entusiasmo. A través suyo se perseguían reivindicaciones como la anulación de rebajas salariales, la reducción de las multas o el despido de capataces, demostrando un carácter mucho más defensivo que las huelgas mixtas orientadas a pedir aumentos salariales, disminución del tiempo de trabajo, fijación de salarios o supresión del trabajo a destajo. Generalmente culminaban con el despido sistemático de las huelguistas, remplazadas con trabajo a domicilio en los internados, conventos y prisiones. El hecho de que las huelgas representaran para las mujeres riesgos mayores explica, sin duda, el valor que manifestaban y que provocaba la admiración de la prensa sindical. La huelga era muchas veces la ocasión de una sindicalización pasajera de las mujeres. En los pueblos, estaban relacionadas con manifestaciones tradicionales: sopas populares, desfiles, cantos, misas y llamados a la comunidad para que juzgara a los patrones injustos. La observación de estas huelgas femeninas inspiró a Michéle Perrot la siguiente frase: "En ese momento de la historia, la cultura masculina es política, la cultura femenina es folclórica, en el sentido fuerte del término" (Perrot, 1978: 11). La lucha por su dignidad social como trabajadoras con derecho a condiciones salariales y de trabajo adecuadas y equitativas va acompañada en ocasiones de una lucha contra la dominación sexual que se reproduce en la fábrica. Los abusos de los capataces son la causa de varias huelgas. Un caso heroico es mencionado por Marie-Héléne Zylberberg-Hocquard (1981): en 1901, 25 hilanderas de la fábrica de Ringwald en Lure entran en huelga exigiendo el despido de un capataz, grosero con las trabajadoras y quien le había dado una cachetada a una de ellas. Ante la propuesta del patrón de trasladar al capataz a otro oficio, las obreras se radicalizan y ninguna de las 150 empleadas en la fábrica se reintegra al trabajo hasta que la policía las obliga a hacerlo. Pero numerosas trabajadoras de las industrias urbanas, en la confección y los textiles, defendían su derecho a participar de los sindicatos, exigían una solidaridad consecuente a sus compañeros y reivindicaban la organización de las mujeres en sus propios sindicatos, generalmente menospreciados por las direcciones sindicales. IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 227 Paralelamente, algunas feministas burguesas, en especial Marguerite Durand, quien dirigía el periódico La Fronde, se esforzaban por formar sindicatos femeninos, sin tener mayor éxito, pues conservaban una política paternalista y autoritaria. Pero la intervención de las feministas contribuyó a plantear a los sindicatos la necesidad de organizar a las trabajadoras. A partir de 1908, la CGT lanzó una campaña a favor de la "semana inglesa", que "liberaba" la tarde del sábado para el trabajo doméstico de la mujer y el domingo para el paseo familiar, según la propaganda de la época. Por este medio, los sindicatos esperaban atraer a las trabajadoras. En 1914, la CGT organizó Comités de Propaganda Femenina y creó una Liga Femenina de Acción Sindical. Dentro de una versión paternalista de la desigualdad de género en la clase obrera, los sindicatos pasarán de una oposición radical al trabajo de la mujer a la protección de aquellas obligadas a hacerlo, porque no tienen un hombre que pueda asumir el rol de proveedor. Las reivindicaciones de las mujeres orientadas a construir una identidad obrera equitativa que incluya condiciones salariales justas y les permita garantizar su autonomía, liberándolas de la "tutela individual de los hombres", pasarán a un segundo plano y sólo serán reactivadas con fuerza en la segunda mitad del siglo XX, en el marco de los nuevos movimientos de mujeres. En resumen, la revolución industrial significó un aumento sustantivo en el grado de explotación de los trabajadores y provocó una crisis de la identidad social de los obreros. Esto operó a través de dos mecanismos principales: la desvalorización de la fuerza de trabajo en un proceso de producción mecanizado ante el cual el obrero perdió su saber y su autonomía profesionales, y la explotación de la familia obrera al aumentar el número de fuerzas de trabajo y reducir el tiempo y el espacio necesarios para la reproducción doméstica. Los obreros profesionales responden a la pérdida de su dignidad social reivindicando su estatus como proveedores y como jefes de familia. Para ello, se apoyan en los discursos dominantes que se oponían al trabajo de la mujer fuera del hogar con argumentos "científicos" sobre las "leyes de la naturaleza". Esto los llevará a defender una visión de la familia obrera centrada en el trabajo de la mujer en el hogar y a oponerse al ingreso de las mujeres a las fábricas, coincidiendo en sus planteamientos con los filántropos y con la economía política. Buscando preservar sus prerrogativas de género y bajo el pretexto de defender los intereses de su clase, los líderes obreros y los sindicatos sancionarán en la práctica el tratamiento discriminatorio hacia la mujer obrera. La "identidad obrera" dominante se construye entonces en simbiosis con la identidad masculina. 228 GÉNERO E IDENTIDAD En el extremo opuesto, las obreras, sobre todo aquellas que debían asumir el trabajo asalariado como alternativa de vida, se afirman como trabajadoras y reclaman para sí los mismos derechos de sus colegas varones. Expresan entonces sus aspiraciones a la independencia económica y afectiva, reclaman su derecho al trabajo y exigen la socialización de las tareas domésticas, con reivindicaciones como las guarderías, las lavanderías y los restaurantes colectivos. Al defender una identidad social como trabajadoras, las obreras expresan la búsqueda de una nueva "identidad femenina", autónoma y liberadora que transforme tanto las condiciones de inserción laboral de las mujeres, especialmente sus bajos salarios, como las condiciones de la reproducción doméstica y la dependencia con respecto al varón. Paradójicamente, al pretender apropiarse de la identidad obrera para acceder a un nuevo estatus social, las trabajadoras develarán en la práctica las limitaciones de una identidad obrera definida desde lo masculino. Sus aspiraciones no serán validadas por sus compañeros de clase, quienes abogarán por unos derechos restringidos para casos extremos: el de las mujeres "obligadas" a trabajar. Para las demás, negociarán un estatus especial como trabajadoras de segunda categoría, cuyo ingreso es complementario y cuya vinculación al empleo deberá subordinarse a las necesidades de la familia y a sus obligaciones como madres. Los trabajadores no están dispuestos a ceder las prerrogativas atribuidas a su condición masculina. Esta defensa de sus intereses irá disfrazada posteriormente por argumentaciones "científicas", ya no sobre el carácter "natural" de la división sexual del trabajo sino sobre la primacía de la lucha de clases sobre la lucha contra la opresión sexual, afirmando que esta última se resolvería después de la revolución. Sin embargo, la identidad de género no se define exclusivamente a partir de los discursos dominantes. Aunque éstos influyen indudablemente en las definiciones que los sujetos individuales y colectivos elaboran sobre sí mismos y su lugar en la sociedad, la construcción de la identidad de género y su interrelación con la identidad de clase son procesos múltiples y dinámicos que incorporan interacciones entre sujeto (individual y colectivo) y discurso. El estudio de la diversidad de las prácticas de las trabajadoras muestra la multiplicidad de sus experiencias, percepciones y resistencias, así como la incapacidad de los discursos dominantes para dar cuenta de éstas. Esto ha sido puesto en evidencia por los estudios historiográficos que han proliferado desde la década de los setenta, como los que mencionamos sobre la familia, las culturas y subculturas obreras o los más recientes sobre la sexualidad, la vida privada y pública de las mujeres en el siglo XIX, como los que fueron compilados por Philippe Aries y Georges Duby en la Historia IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 229 de la vida privada y por Georges Duby y Michéle Perrot en la Historia de las mujeres. Las luchas feministas de la segunda mitad del siglo XX han tenido u n impacto sobre el movimiento obrero, transformando los discursos hegemónicos o, al menos, poniéndolos en competencia con discursos críticos más radicales y de relativo alcance. Muchos sectores del sindicalismo europeo integraron activamente las reivindicaciones feministas en sus prácticas y sus discursos. Sin embargo, las condiciones globales de inserción de las mujeres en el mercado de trabajo conservan sus rasgos discriminatorios más sobresalientes: segregación del mercado laboral por sexo, bajos salarios y bajas calificaciones para las mujeres, mayor precariedad del empleo femenino, poca participación en las organizaciones sindicales y especialmente en su dirección. PERSPECTIVAS LATINOAMERICANAS ¿Qué perspectivas p u e d e ofrecer el análisis anterior para el estudio d e la construcción de la identidad de género de las trabajadoras latinoamericanas? De m a n e r a u n tanto especulativa en la m e d i d a en q u e no se basa en u n a revisión rigurosa de las investigaciones existentes, intentaré establecer algunas comparaciones y enunciar algunas pistas de investigación. En primer lugar, es importante señalar q u e los discursos d o m i n a n t e s desarrollados por el movimiento obrero europeo, bajo la influencia de ideologías socialistas, comunistas y anarquistas, fueron incorporados de m a n e r a desigual por sectores obreros de los países latinoamericanos; sin e m b a r g o , en la m a y o r parte de los países se desarrollaron sindicatos y partidos políticos con diversos discursos clasistas. El impacto d e estas organizaciones y sus discursos varía sustancialmente entre u n o y otro país y entre u n o y otro período de las historias nacionales, pero es i n d u d a b l e q u e en todos los países ejercieron u n a influencia en la construcción d e las imágenes sobre la clase obrera, compitiendo o c o m b i n á n d o s e con discursos nacionalistas, cristianos y / o populistas . Pero si en el caso e u r o p e o los discursos d o m i n a n t e s sobre la clase obrera expresan la realidad de u n sector r e d u c i d o de los trabajadores varones, en el caso latinoamericano esto es todavía más cierto. El proletariado, cuyas características se definen a partir de las sociedades in- En e! caso colombiano, Mauricio Archila hace u n interesante análisis sobre la formación d e la i d e n t i d a d de la clase obrera d u r a n t e la p r i m e r a mitad del siglo XX, p o n i e n d o en evidencia la diversidad d e discursos sobre los trabajadores y la intervención d e actores c o m o la Iglesia católica, el p a r t i d o liberal y ias organizaciones socialistas y c o m u n i s t a s en la elaboración de estas imágenes. 230 GÉNERO E IDENTIDAD dustrializadas del "Norte", no tiene un equivalente en las sociedades latinoamericanas, en donde los obreros industriales constituyen una minoría entre los trabajadores, evidentemente con notorias diferencias entre países. ¿En qué medida los discursos sobre la clase obrera lograron traducir las experiencias y las expectativas de la mayoría de los trabajadores y, en particular, de las mujeres? ¿De qué manera estos discursos influyeron sobre la definición de las reivindicaciones obreras y de los criterios para establecer prioridades? Una de las perspectivas de investigación es de tipo histórico e invita a ahondar en el lugar que ocuparon las mujeres en estos discursos, así como en las imágenes que proyectaron sobre sí mismas a través de sus luchas y comportamientos, tarea que ya ha sido emprendida por historiadoras e historiadores latinoamericanos. Realizar un análisis del proceso histórico de construcción de las identidades de la clase obrera en los países latinoamericanos y de su articulación con las identidades de género de los trabajadores y en particular de las trabajadoras, reviste interés no sólo como relectura del pasado sino como punto de partida para vislumbrar las tendencias que pueden desprenderse de una situación caracterizada por cambios tan importantes como los que se viven actualmente. Como ha sido analizado con frecuencia, vivimos un período de reestructuración del trabajo y el empleo a nivel mundial que representa un cuestionamiento radical de las conquistas históricas de la clase obrera y ante el cual las organizaciones de los trabajadores manifiestan por el momento una relativa impotencia. Como lo discutimos en este trabajo, las identidades de clase y género, al igual que otras formas de identidad social (nacional, étnica, religiosa, etárea, etc.) pueden ser aprehendidas desde dos perspectivas: por una parte, desde los discursos que definen los rasgos que identifican y diferencian a los grupos sociales y, por otra, desde las experiencias y percepciones individuales y colectivas de los actores sociales, teniendo en cuenta que la construcción de la identidad es un proceso dinámico de interacción entre sujeto y discurso. Para finalizar este ensayo, quisiera proponer algunos interrogantes sobre los procesos de construcción de la identidad de las trabajadoras latinoamericanas, señalando algunos elementos de continuidad y de cambio con respecto al modelo dominante que se definió durante el siglo XIX en Europa. En primer lugar, hay que señalar que en el período actual, al igual que en el siglo XIX europeo, existe una gran heterogeneidad tanto en las condiciones de vida, las experiencias y percepciones de las obreras latinoamericanas como en los discursos que las definen. En cuanto a las experiencias de vida y condiciones de trabajo de las trabajadoras actuales, podemos se- IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 231 ñalar algunos elementos de continuidad con respecto a sus predecesoras europeas: la permanencia de un estatus secundario en la industria para una mayoría de ellas, caracterizado por su confinamiento en procesos específicos dentro de algunos sectores de la producción en donde predomina el uso intensivo de mano de obra, las bajas calificaciones, los bajos salarios, las formas precarias de contratación, la violación de la legislación laboral, la escasa organización sindical, y los dispositivos de disciplinamiento y control que reproducen mecanismos de subordinación de género. Paradójicamente, así como en la revolución industrial las mujeres y los niños encarnaron la imagen del nuevo obrero que se gestaba entonces —el prol p f í * r í o Cl'r» V i a B l l l ' í l a n P ^ S a b p r * 3 ^ n i t-*rr\r-*ií3rG(Hoc * \ _ Lk«X .1 W . , ñ. A . . . ^ . . ' H w» V* L * V - . - . , JULVV.Í L ^ í lí L^ i U . , 1 1 . ._» LI ».* V _ i , o l n r n ^ o c n 'J>nl-l^7.^ í l o r ! o c _ , 1 . 1 L, 1 .,._._...,._, . . ._ L L» U i * J V_ W4 !_-._' monte del modelo de obrero construido a lo largo del siglo XX, dueño colectivo al menos de una organización sindical y dotado de derechos sobre el puesto de trabajo, el salario y las prestaciones sociales, parece estar extendiendo a capas crecientes de la población condiciones marginales que eran propias de la inserción discriminatoria de las mujeres en la producción industrial. En efecto, el modelo de trabajador protegido por una legislación laboral y una organización sindical no benefició sino a una minoría de las obreras de industria. El modelo "fordista" de trabajador estaba asociado con una visión igualmente masculina de la fuerza de trabajo, con referencia al obrero padre de familia, proveedor permanente, con derecho a un empleo de por vida, mientras las mujeres conservaban un estatus de segunda clase, con una vinculación intermitente y bajas remuneraciones legitimadas por la ficción del carácter complementario de su salario. En América Latina, el modelo de seguridad social copió estos esquemas, negando la realidad de numerosas trabajadoras, proveedoras fundamentales en sus familias, jefas de hogar o mujeres solas luchando por asegurar su independencia. En la actualidad, algunas de las desventajas del empleo de las mujeres, consideradas como ventajas por los empleadores, son incorporadas a una de las variantes del nuevo modelo de trabajador "flexible" (vía baja): fácil vinculación y desvinculación a las empresas, polifuncionalidad con baja calificación, ausencia de protección sindical, contratación individual sin convenciones ni pactos colectivos. En forma análoga, el trabajo a domicilio que numerosas obreras, en general madres en etapa de crianza, han realizado tradicionalmente en sus hogares, en condiciones de sobreexplotación con jornadas extensas y salarios a destajo, así como el trabajo en pequeños talleres subcontratados por las grandes empresas (Benería y Roldan, 1988; Gladden, 1994), tienden a convertirse en modelos de vinculación 232 GÉNERO E IDENTIDAD laboral que liberan a las empresas de obligaciones laborales con los trabajadores 3 . En contraste con esta realidad que busca generalizar la precariedad característica del empleo y el trabajo femeninos, los discursos empresariales construyen una imagen sobre el trabajador que busca eliminar toda referencia a una "clase obrera" y a un conflicto capital-trabajo: la retórica gerencial moderna, incorporada por las grandes empresas latinoamericanas, habla de "colaboradores", las empresas se autodefinen como organizaciones democráticas, pluralistas y participativas. Curiosamente, los postulados de la empresa como organización democrática con base en el respeto a los derechos individuales y a la igualdad se combinan muchas veces con referencias comunitarias y con una exaltación de la empresa como familia. Parte del discurso busca explícitamente afirmar el carácter "andrógino" y no discriminatorio de las prácticas empresariales, en donde las mujeres entrarían con un estatus igual, como trabajadoras medidas por sus cualidades estrictamente profesionales y técnicas. En ese contexto, las trabajadoras se ven confrontadas no solamente con discursos contradictorios en sí mismos sino con evidentes contrastes entre los discursos y las prácticas de las empresas. Los procesos de selección, distribución de los trabajadores en los puestos de trabajo, promoción y capacitación revelan la permanencia de una discriminación de género que reproduce una segmentación vertical y horizontal (Abramo, 1993; Roldan, 1993; Lovesio, 1993). Una de las grandes diferencias con los debates europeos del siglo XIX es, sin duda, la legitimidad ganada por un discurso igualitario y antidiscriminatorio, que se difunde a través de cierta propaganda estatal, del sistema educativo y de la acción organizada de las mujeres. Esto no impide que resurjan con nuevos ropajes discursos que se apoyan una vez más sobre una pretendida "cientificidad" para argumentar sobre el carácter "natural" y biológico de las diferencias de género. Mientras en el siglo XIX los discursos de los filántropos y moralistas, la Iglesia, los economistas, los higienistas o de las vanguardias obreras llegaban a los trabajadores a través de la prensa y de los debates sindicales, siendo muchas veces objeto de una apropiación colectiva, en la actualidad éstos les llegan a través de los medios de comu- Andrés Bilbao (1988) sostiene que estamos asistiendo a una tercera gran expropiación del trabajador: la primera fue la expropiación de los medios de producción, la segunda la expropiación técnica realizada por el taylorismo, la tercera sería la expropiación del puesto de trabajo, sobre el cual la clase obrera como realidad político-organizativa tenía un control gracias a la legislación laboral. La mayoría de las mujeres trabajadoras nunca accedieron al control sobre el puesto de trabajo. IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 233 nicación sin que se produzca una "discusión" en torno a éstos. Uno de los aspectos importantes de trabajar sobre la construcción de las identidades de género de las obreras es el impacto de estos discursos, las formas de asimilación, reinterpretación y transformación de las múltiples y contradictorias imágenes que les devuelve la sociedad sobre su condición como mujeres y trabajadoras. Los estudios recientes sobre las trabajadoras latinoamericanas ponen en evidencia el papel fundamental que sigue desempeñando la familia no solamente en la definición de las formas de inserción laboral sino en los valores y expectativas que orientan las escogencias de las mujeres a lo largo de sus vidas. Se ha señalado el carácter desigual de las estrategias familiares, la dificultad para conciliar maternidad y trabajo, la importancia del ciclo de vida familiar, las renegociaciones de pareja, la permanencia de una subvaloración del trabajo de la mujer y de su contribución al ingreso familiar (Benería y Roldan, 1987; Arango, 1991). Sin embargo, es indudable que la mayor escolarización de las trabajadoras y el contacto temprano con el universo urbano generan cambios generacionales de impacto diferenciado según los sectores y estratos socioeconómicos. Es importante ampliar los análisis sobre los efectos de la experiencia escolar y la socialización laboral mixta sobre las expectativas de las mujeres, su concepción de la maternidad y el lugar que ocupa el trabajo en sus vidas. Como vimos en el caso francés, la identidad obrera se construye en estrecha articulación con una identidad masculina que incorpora elementos distintos de los que provienen del campo laboral. La identidad masculina tiene que ver también con el papel de los hombres en la familia, con su estatus como proveedores exclusivos o principales y con su poder de control sobre esposa e hijos. Los cambios en las familias de los trabajadores en América Latina, marcados por las nuevas expectativas de los jóvenes y las mujeres, cuestionan de hecho elementos tradicionales de la identidad masculina. Resulta urgente entender los cambios en los referentes de identidad de los obreros latinoamericanos si consideramos que la mayoría de los fundamentos de su identidad parecen estar en crisis: en la familia, sus prerrogativas como jefes de familia y su autoridad como padres y esposos han sido cuestionadas; en el trabajo, sus privilegios comparativos en cuanto a empleo y calificaciones, así como su control sobre unas organizaciones sindicales cuyo poder se ha visto seriamente afectado, ponen en entredicho el carácter superior de su identidad profesional, directamente relacionada con su identidad de género. Por otra parte, los cambios actuales favorecen una creciente fragmentación de la identidad de clase y pueden generar en algunos casos reflejos corporativistas por parte de los sindicatos y de algunos 234 GÉNERO E IDENTIDAD sectores obreros, oponiendo de un lado a los trabajadores protegidos, fundamentalmente hombres con alguna antigüedad y calificación, y del otro lado, a las mujeres y los jóvenes, sometidos a las nuevas condiciones de trabajo desprotegido. Otro de los elementos que intervienen en los procesos actuales de construcción de la identidad de género de las obreras y de los obreros latinoamericanos es la sexualidad. El fantasma que rondó el siglo XIX europeo sobre la prostitución y el libertinaje femeninos como consecuencia de la proletarización de las mujeres no está ausente en las prácticas y representaciones actuales de los maridos obreros, de los compañeros de trabajo, de los jefes y supervisores, de las mismas trabajadoras. Por una parte hay que considerar la exposición de las trabajadoras a los abusos de poder que se expresan mediante el chantaje sexual o las humillaciones relacionadas con el cuerpo de las mujeres, tratado como "propiedad pública" y objeto de burlas o insultos que acompañan los controles disciplinarios (Kergoat, 1978). Por otra, se encuentra el temor a que las relaciones laborales se "eroticen" por la presencia de trabajadores de ambos sexos en un mismo lugar. Este temor probablemente está presente en los múltiples mecanismos que redefinen segmentaciones de género al interior de los espacios mixtos, ¡cómo si la sexualidad desapareciera en los espacios exclusivamente femeninos o masculinos! 4 . Adele Pesce (1988) analiza las ambivalencias frente a la sexualidad entre los obreros y obreras italianos: el rechazo de las mujeres a ser juzgadas como "objetos sexuales" por sus colegas y jefes y, simultáneamente, la afirmación provocadora de su coquetería y su sensualidad frente al universo gris de la fábrica. Sin duda, en el espacio laboral se negocian otras dimensiones de la sexualidad que también expresan tensiones entre las identidades de género de los obreros de uno y otro sexo. Si en la Europa del siglo XIX los discursos dominantes no traducían las experiencias de la mayoría de las trabajadoras, podemos preguntarnos si en América Latina, en donde la vida laboral de las mujeres es diversa y transita entre la fábrica, la calle, el taller y el domicilio a lo largo de su ciclo vital, en tensión permanente con la actividad doméstica y reproductiva, ¿qué imágenes y qué discursos dan cuenta de esta realidad y ofrecen alternativas de cambio en las cuales las trabajadoras puedan reconocerse? ¿Qué elementos de identidad proyectan los discursos de las mujeres en sus organizaciones. 4 En el caso de Fabricato, empresa textilera colombiana, es claro que uno de los motivos para que la empresa decidiera suspender el ingreso de mujeres en la última generación fue el sentimiento de que las relaciones sexuales entre los trabajadores de ambos sexos escapaban totalmente a su control. IDENTIDAD FEMENINA, IDENTIDAD OBRERA 235 en sus experiencias de lucha y en sus reivindicaciones? ¿De q u é m a n e r a los discursos feministas h a n modificado la imagen de sí m i s m a s q u e tienen las trabajadoras? ¿Qué tanto h a n contribuido estos n u e v o s referentes de identidad a transformar las imágenes recíprocas d e los h o m b r e s sobre las m u jeres (e i n v e r s a m e n t e ) y q u é i m p a c t o h a n t e n i d o s o b r e s u s f o r m a s d e comunicación e interacción? Estos son algunos d e los interrogantes q u e buscan dar cuenta d e los procesos complejos d e construcción e interacción entre dos dimensiones fund a m e n t a l e s d e la i d e n t i d a d d e los sujetos: su i d e n t i d a d d e clase y su identidad d e género. 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