Enzo Traverso (2010) MEMORIA, OLVIDO, RECONCILIACIÓN: EL USO PÚBLICO DEL PASADOLa Historia es una historia para el presente, es decir, el pasado siempre es (re) visitado, elaborado, pensado, interpretado en función del presente. Pensar el pasado está vinculado al presente porque pensar el pasado significa forjar en el presente identidades, significa también buscar en el pasado respuestas a las cuestiones del presente, y se trata muchas veces de interrogar al pasado para legitimar decisiones, elecciones, planteamientos políticos en el presente. Desde este punto de vista es oportuno recordar a Sigfried Kracauer, autor de una obra muy importante sobre la filosofía de la historia, en la cual define al historiador como un exiliado y como una figura de la extraterritorialidad. ¿Qué quiere decir con esa fórmula? Quiere decir, simplemente, que el historiador está desgarrado entre dos épocas, la época en la cual vive y la época que investiga, la época sobre la cual trabaja. El pasado siempre es una construcción, una construcción a partir del presente, una representación, a pesar de que no es una representación arbitraria. Un historiador puede, en su puesta en relato del pasado, construir acontecimientos, pero a partir de vínculos que son factuales, es decir, que la escritura de la historia se podría definir como una narrativización, una ficcionalización de lo factual, para retomar una definición de Reinhart Koselleck. Después del surgimiento del “negacionismo”, la historiografía repensó su relación con una tradición historiográfica que se suele llamar positivista. El positivismo tiene sus límites, y por supuesto está superado, pero tiene sus logros básicos que no hay que olvidar. Cuando se habla de construcción del pasado, hay que recordar ese aspecto del problema, pues hay algunas posturas posmodernistas consideran que no hay prácticamente ninguna diferencia entre una invención del pasado como lo hacen los escritores, los novelistas, y una escritura del pasado como la hacen los historiadores. Hay otras respuestas posibles a esa pregunta, “Historia ¿para qué?”. Una respuesta posible es que se puede pensar la historia para contestar a una demanda de justicia social que surge del pasado. Existe también un acercamiento a la cuestión que formuló Walter Benjamin: repensar el pasado es una rememoración; es una rememoración del pasado desde el punto de vista de sus víctimas, de los vencidos de la Historia. Hay otro fenómeno, que es evidente en muchos países: se trata de emplear el pasado para “rentabilizarlo”. El pasado empi eza a ser reificado, reducido a un objeto, y reificado en el sentido capitalista de la palabra, es decir, transformado en objeto de consumo, reificado como mercancía. La Historia como un conjunto de acontecimientos que se pueden abordar como un objeto de consumo, integrado en una industria cultural que manipula el pasado. “Olvido, memoria y reconciliación” son tres conceptos que se refieren a fenómenos, a problemas, que construyen una constelaci ón muy inestable. Esos tres elementos se rearticulan permanentemente, en cada época, en cada momento. La memoria no siempre es virtuosa, tiene siempre sus huecos y contradicciones y sus límites. El olvido puede ser necesario, deseable y fecundo. En otros contextos, el olvido puede ser ética y políticamente vergonzoso o inaceptable, y escandaloso. La reconciliación puede permitir la reconstitución de una comunidad política que se desgarró, que atravesó una crisis profunda. Pero la reconciliación puede ser también una fórmula que oculta una mistificación y una manera de perpetuar la injusticia. Otras veces puede, contradictoriamente, jugar esos dos papeles al mismo tiempo. La visión de la memoria como deber, como imperativo categórico, está vinculada a la emergencia de la memoria del Holocausto en el mundo occidental. Esa transformación de la memoria del Holocausto en una especie de religión civil, por lo tanto en una especie de paradigma a partir del cual se interpretan, analizan y configuran las representaciones de otras formas de violencias, de otros genocidios, de otras crisis sociales y políticas, por ejemplo también a partir del cual se interpreta la memoria de las violencias de las dictaduras militares en América Latina, esa transformación de la memoria del Holocausto en religión civil del mundo occidental, se puede radicalizar hasta llegar a una fetichización de esa memoria. Esa fetichización es en gran medida la consecuencia, o una compensación tardía, de una larga época de silencio y olvido. Para Henry Rousso y Paul Ricoeur existen cursos, recorridos de la memoria y una serie de etapas en ese recorrido. Hay una primera etapa que es el acontecimiento fundador, y es un trauma, en el caso del Holocausto, un genocidio. Este trauma es seguido por una fase, que puede ser larga o breve, una fase de olvido, una etapa de represión de ese acontecimiento, seguida por una nueva etapa, una etapa de anamnesia, de recuperación de la memoria, en la cual se empieza a recordar, a pensar, a interpretar un pasado que se había olvidado o que fue reprimido. Esa anamnesia puede radicalizarse, puede desarrollarse hasta una fase de obsesión de la memoria. Por ejemplo, en el Estado de Israel, al momento de su constitución, los sobrevivientes del Holocausto fueron muy marginados, porque Israel en aquel momento quería dar al mundo una imagen de sí mismo que no era la imagen de las víctimas, sino la imagen que relacionaba toda la historia del sionismo con un nacionalismo judío. A partir del proceso Eichmann, Israel empieza a utilizar la memoria del Holocausto como fuente de su legitimación: Israel tuvo razón de existir porque hubo Holocausto. Pero a partir de entonces, también el Holocausto se vuelve el pretexto para legitimar toda política del Estado. Pero también ese cambio está vinculado a otros fenómenos, como un cambio generacional, que en Europa es muy importante. En Alemania hay una larga etapa de olvido y de represión de la memoria del Holocausto, pero a partir de los años 1960 hay una nueva generación que parece y plantea preguntas, que plantea el problema de la relación de Alemania con su pasado. Es el principio de un proceso que logró resultados importantes a partir de la década de 1980 cuando, durante la llamada “querella d e los historiadores”, Jürgen Habermas planteó una posición muy fuerte, diciendo que el Holocausto es un elemento constitutivo de la identidad nacional alemana. Cuando Habermas toma esas posiciones tiene un público muy receptivo. El pasaje, la transición de la 1 fase del olvido a la fase de la anamnesia, implica un cambio de paradigma. Durante la fase del olvido domina la idea de la “superación” del pasado, la idea de la reconciliación. Durante la época de la anamnesia, en la cual se empieza a pensar el pa sado y resurge la memoria, domina otra idea, la de la insuperabilidad del pasado. Se pueden interpretar así los escritos de muchos intelectuales que fueron sobrevivientes de los campos de exterminio, como Jean Améry o Primo Levi. Otra consideración que se puede hacer sobre el recorrido de esas memorias, es que hay memorias fuertes y hay memorias débiles. Hay memorias fuertes y memorias débiles que están vinculadas a la fuerza o fragilidad de los que las traen, de los que las portan, de los actores sociales que son vectores de esas memorias. Por ejemplo, la memoria del Holocausto es mucho más importante y ocupa un lugar en nuestro paisaje mental, en nuestras conciencias históricas, mucho más grande que la memoria del genocidio de los armenios, o que la memoria del genocidio de los gitanos, y eso se debe en gran medida a que los armenios, y en particular los gitanos, no tienen la fuerza de los judíos para inscribir en el marco del espacio público esa memoria. Hay que tener cuidado porque, por ejemplo, en EEUU el problema de la concurrencia, la competencia, el conflicto entre memorias es muy fuerte y muy peligroso; entonces, no es responsabilidad de los armenios o de los judíos sino hay una memoria de los gitanos más desarrollada, pero éste es un hecho que hay que tomar en cuenta. Esto produce también sus consecuencias, que pueden ser paradójicas. Se establece un “narcisismo comparativo”, porque es más fácil identificarse con ciertas víctimas, y entonces comparti r su memoria, en la medida que esas víctimas son semejantes a nosotros. En esa etapa se desarrolla el fenómeno llamado de los “abusos de memoria”, y que Tzvetan Todorov define; es un fenómeno muy general, cómo una memoria obsesiva puede tener consecuencias políticas peligrosas y nefastas. Hay una política virtuosa del olvido, demostrable a través de dos ejemplos. Existe un libro de Nicole Loraux, titulado La ciudad dividida. Ella recuerda lo que ocurrió en Atenas en el año 403 a. C. con el retorno a la democracia, después del paréntesis de la “oligarquía de los treinta tiranos”. Loraux investiga este acontecimiento y dice que los demócratas que retoman el poder promulgan un decreto, una prohibición jurídica y política del recuerdo: quien recuerda es castigado. El objetivo de ese pacto de olvido era político, el objetivo era impedir la venganza y favorecer la reconciliación, permitir a una comunidad que fue desgarrada recomponerse y reconstruirse. Un planteo muy similar se ve en una conferencia y un texto de Ernest Renan que se titula ¿Qué es una nación? Él presenta la nación como una comunidad de destino, producto de un pasado, pero que vive en el presente, y que necesita en el presente renovarse permanentemente a partir de un pacto de coexistencia: “la nac ión es un plebiscito de todos los días”. Pero para que este plebiscito funcione, la nación siempre necesita una parte de olvido. La referencia es a la guerra francoprusiana, a la comuna de París. Entonces él saca esa conclusión: el olvido es un factor esencial para la creación de una nación. El caso de España es también un caso emblemático, porque al momento del fin del franquismo y de la transición de España a la democracia, se realizado un “pacto de olvido”. Este pacto de olvido, subrayan muchos, era el producto de una demanda de olvido. Pero ese pacto de olvido, que tenía su virtud política, tenía también sus consecuencias, ya que la democracia de España nació como una democracia amnésica, como una democracia sin memoria. Después de una etapa de amnesia, de una etapa de olvido pactado y deseado por la nación, inevitablemente se abrió, una generación después, otra etapa, que se caracteriza ya no por una demanda social de olvido, sino por una demanda social de memoria. Hay un ejemplo de transición democrática que se produjo sin olvido. Es el caso de África del Sur después del apartheid. La Comisión de Verdad y de Reconciliación que otorgaba una amnistía a los responsables de crímenes que se produjeron bajo el régimen del apartheid, al mismo tiempo establecía la verdad. Para que los criminales fueran amnistiados tenían que reconocer sus crímenes, y ello durante las reuniones de comisiones públicas, comisiones en las cuales las víctimas podían hablar. El caso de la Argentina no se corresponde a un esquema general, porque la memoria de la dictadura es una memoria que se construyó bajo la dictadura. Las marchas de Madres de Plaza de Mayo, como el retrato, las fotos de los desaparecidos, ya eran formas de conmemoración, y esa memoria se expresó en el espacio público y fue un elemento de lucha contra la dictadura. Entonces, en la Argentina no hubo una etapa de olvido, una etapa de amnesia como en los casos europeos antes mencionados. Para dar sentido histórico al pasado, se necesita además una demanda social. El historiador no vive en el aire, está vinculado a un contexto social y político, y si no hay una demanda social, tampoco hay una elaboración del pasado como proceso. Este es un proceso colectivo, porque los historiadores trabajan en medio del debate y en el marco de instituciones que están ubicadas en un contexto social. En el caso de Argentina, hay una demanda social de conocimiento, de reflexión, de elaboración de ese pasado, y eso crea un público para discutir, para leer, para que se elabore ese pasado. Hay también archivos, como los de la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires o el CeDInCI. Pero en Argentina no hubo una ruptura simbólica como en 1945, como en 1989. Hubo una transición a la democracia, con el ejército que se quedó y que negoció las condiciones de la transición. Entonces se creó en Argentina una situación que corresponde a la definición que forjó Dan Diner de un pasado comprendido, de un tiempo comprendido, que hace que se sienta el deseo, la exigencia de una historización, pero ese pasado sigue siendo, se perpetúa en el presente, y no hay la posibilidad de mirarlo como algo acabado, como algo que se puede interrogar a partir de un contexto totalmente otro. Estas reflexiones se vinculan con la cuestión de la perspectiva de dicha historización. La historia escrita por los vencidos es más crítica que la historia escrita por los vencedores. Los vencedores pueden escribir una historia apologética, una historia satisfecha de lo que ocurrió. Los vencidos tienen preguntas a la historia, los vencidos se ocupan de saber porqué su proyecto fracasó, y porqué fueron vencidos. El papel del historiador es en gran medida un papel crítico. Un buen historiador es un historiador crítico, que tiene capacidad de plantear buenas preguntas al pasado y analizar el pasado. A pesar de eso, el historiador 2 es un ciudadano, y la idea axiológica de la ciencia es una ilusión. El historiador tiene que ser consciente de la parte de vivido, de la parte de subjetividad, de la herencia de una formación política e intelectual que orienta su trabajo, que orienta la selección de sus objetos de investigación y las preguntas que formula al pasado. El caso de los historiadores italianos es interesante, porque en Italia, algunas categorías fundamentales para interpretar la historia del fascismo (por ejemplo, la categoría de consenso) son categorías que fueron introducidas por historiadores que se volvieron conservadores. Renzo de Felice es el primero que plantea estos problemas. Son los fascistas los primeros en decir: ¿no hubo un consenso general de la sociedad italiana al régimen fascista durante largo tiempo? No se puede investigar ni comprender el fascismo italiano si se hace abstracción de ese consenso. Durante largo tiempo, la historiografía antifascista italiana tenía tendencia a ocultar o reprimir esa cuestión del consenso. El problema del consenso está vinculado también a una perspectiva de cómo se escribe la historia, desde qué punto de vista. Por ejemplo, la historia del Holocausto que se escribía en la década de 1960 tenía un acercamiento mucho más crítico que hoy. Actualmente, la memoria del Holocausto, y la manera en la cual se escribe la historia del Holocausto, es mucho más neutral, mucho más desconectada de implicaciones políticas. En lo que hace a la juridización del debate y la memoria de un pasado reciente, existieron procesos penales en los cuales los historiadores fueron llamados a jugar papeles de peritos. Este era también un papel político, y eso planteó un debate muy interesante y muy fecundo sobre el papel del historiador, sobre la verdad de un tribunal, la verdad jurídica y sobre el concepto histórico de verdad. La verdad del tribunal es distinta de la verdad que produce la historiografía, ésta no es vinculante, no es una sentencia definitiva, la historia es un proceso abierto. Esa juridización del pasado, y esa juridización de la memoria como eje de construcción misma de esa memoria, es un problema que hay que investigar y que hay que tomar en cuenta. [Enzo Traverso, “Memoria, olvido, reconciliación: el uso público del pasado”, en Jorge Cernadas - Daniel Lvovich, en Historia, ¿para qué? Revisitas a una vieja pregunta , Prometeo Libros- Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires, 2010, pp. 47-67.] 3
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