Paul Ekman - Como Detectar Mentiras

June 3, 2018 | Author: Luis Manuel Antonio Vazquez | Category: Lie, Adolf Hitler, Germany, Truth, Cognitive Science


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Cómo detectar mentirasPaidó s Psicologí a Ho y Últimos títulos publicados 59. J. L. Linares, Las formas del abuso 60. J. [ames. El lenguaje corporal 61. P. Angel y P. Amar, Guía práctica del coarhing 62. J. Fogler y L. Stern, ¿Dónde he puesta las llaves ? Cómo recordar lo que se te olvida y 7to olvidar lo importante 63. D. C. Thomas y K. Inkson, Inteligencia cultural. Habilidades interpersonales para triunfar en la empresa global 64. A. K<K'ster, El lenguaje del trabajo 65. J. Redorta, Entender el conficto 66. E. |. I.anger, Mindfulness. La conciencia plena 67. A Ix>wen, El narcisismo 68. G. Nardone, 1M mirada del corazón. Aforismos terapéuticos 69. C. Papagno, La arquitectura de los recuerdos 70. A Pattakos. En busca del sentido 71. M. Romo, Psicología de la creatividad 72. G. Nardone, La dieta de la paradoja. Cómo superar las barreras psicológicas que te impiden adelgazar y estar en forma Paul Ekman Cómo detectar mentiras Una guía para utilizar en el trabajo, la política y la pareja Nueva edición ampliad a PAIDÓS Barcel on a * Bueno s Aire s • Mémco Título origina): TellingLies Publicado en inglés, por Berkley Books, Nueva York Traducción de Leandro Wolfsori Cubierta: Idee 1. " edición en esta presentación, noviembre 2009 2. " impresión, diciembre 2009 No se permite la reproducción Lola! o parcial de e*tc libro, ni su incorporación a un sistema ¡nfonii áj H o . ni MI iransmisir' m en cualquie r forma o ptw cualquier medio, sea c.ue elec tronico, mecánico, po r fotocopia, por Cfardoón u oíros métorkii,. sin el permiso previo y por ciern o riel editor. I^i infracción de los derecho s mencionado s puede ser constitutiva de dcliu> contr a la propicdarl intelectual (Arl . 270 y siguientes del Código Penal) . © 2001 by Pau! Ekma n © 2005 de la traducción. Leandr o Wolfson © Espasa Libros, S.L.U. , 2005 Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid Ediciones Paidós Il>ética es un sello editorial de Espasa Libros, S.I ..L". Av. Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona VfWW.paidos.co m ISBN : «»78-84-493-1800-9 Depósito legal: B-46.470/2009 Impreso en Book Print Botánica, 176-178 - 08908 L'Hospilalet de Llobregat (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain A la memoria de Erving Gofman, extraordinarioamigo y colega y a mi esposa, Mary Ann Masón, crítica y confdente Sumario Reconocimientos 7 Prólogo a la nuev a edición e 9 1. Introducción 13 2. Mentiras , autodelaciones e indicio s de l engaño 24 3. Por qué falla n las mentira s 43 4. La detección del engaño a parti r de las palabras , la voz y el cuerpo 82 5. Los indicio s faciales de l engaño 128 6. Peligros y precauciones 167 7. El polígrafo como cazador de mentira s 196 8. Verifcación de la mentir a 249 9. Detecta r mentira s en la década de 1990 289 10. L a mentir a e n l a vid a pública 309 11 . Nuevos descubrimiento s y nuevas ideas sobre la mentir a y su detección 335 Epilogo 357 Apéndice 363 Notas bibliográfcas 373 índice analítico y de nombre s 387 Reconocimiento s Esto y agradecid o a l a Clinical-Researc h Branc h o f th e Nationa l Institut e o f Menta l Healt h (División d e Investigacio • nes clínicas de l Institut o Naciona l d e l a Salu d Mental ) por e l apoyo que brindó a mi investigación sobre la comunicación no verba l entr e 1963 y 1981 (M H 11976). E l Research Scientis t Awar d Progra m (Program a d e Premio s a l a Investigación Cien • tífca) de dich a institución ha fnanciad o tant o el desarroll o de m i proyecto d e investigacione s durant e l a mayo r part e d e los últimos veint e años, como la redacción de este libr o (M H 06092). Deseo asimism o agradecer a la Fundación Harr y F. Guggen¬ hei m y a l a Fundación Joh n D . y Catherin e T . MacArthu r po r e l respaldo que ofrecieron a algunos de los estudios mencionados en los capítulos 4 y 5. Wallac e V. Friesen , con quie n trabajé du • rant e más de dos décadas, merece en igua l medid a que yo, que se le acredite n los hallazgos de los que doy cuent a en esos capí• tulos ; mucha s d e las ideas expuestas e n est a obr a surgiero n e n prime r luga r en esas dos décadas de diálogo entr e nosotros. A Silva n S. Tomkins , amigo , colega y maestro , quier o agra • decerle que me hay a alentad o a escribi r este libro , así como los comentarios y sugerencias que me hiz o llega r sobre el manus • crito . Un ciert o número de otros amigos lo leyero n y pud e bene• fciarme con sus críticas, formulada s desde distinto s punto s de vista : Rober t Blau , médico ; Stanle y Caspar , abogado ; J o Carson , novelista ; Ross Mullaney , e x agente de l FBI ; Rober t Pickus, político; Rober t Ornstein , psicólogo; y Bil l Williams , asesor e n administración d e empresas. M i esposa Mar y An n 7 Masón fue m i primer a lector a y m i crítica pacient e y construc • tiva . Debat í mucha s d e la s idea s presentada s e n e l libr o con Ervin g Gofman , quie n estab a interesad o e n e l engaño desde u n ángulo sumament e diferente , y pude disfruta r de l contraste , aunque no la contradicción, entr e nuestra s diversas perspecti • vas. Recibi r sus comentarios acerca de l manuscrit o habría sido u n honor par a mí, pero Gofma n murió d e maner a imprevist a poco antes de que se lo enviase. El lector y yo nos hemos vist o perjudicados por este hecho luctuoso, a raíz del cua l el diálogo entr e Gofma n y yo sobre este libr o sólo pudo tene r luga r en mi propi a mente . la lií fí en m (L S E a r a he pu di; ti r pe cu 8 Prólogo a la nuev a edición A l relee r los primero s ocho capítulos que formaba n l a prime • ra edición publicad a en 1985, así como los capítulos 9 y 10, que se añadieron a la segunda edición publicad a en 1992, sentí un gra n alivi o a l n o descubri r nad a que considerar a incorrecto . E l undécimo capítulo, añadido a esta tercer a edición, contiene nue • vas distincione s teóricas, un breve resume n de nuevos descu• brimiento s y un conjunt o de explicaciones de por qué la mayoría de las personas, incluido s los profesionales, no saben detecta r mentiras . Con el paso de l tiemp o y con más resultado s procedentes de l a investigación m e sient o u n poco menos cauto sobre l a posibi • lida d d e detectar mentira s a parti r d e l a actitud . Nuestr a con• fanza también ha crecido como resultad o de las actividade s de enseñanza que hemos realizado. Durant e los últimos quince años, m e h e dedicado a enseñar, junt o con mi s colegas Mar k Fran k (Universida d Rutgers ) y Mauree n O'Sulliva n (Universida d de San Francisco) el materia l contenido en Cómo detectar mentiras a personal de segurida d de Estados Unidos , Reino Unido , Is • rael , Hon g Kong , Canadá y Amsterdam . La s personas a las que hemos enseñado n o estaba n interesada s e n este tem a desde u n punt o d e vist a académico; s u intención er a aplicarl o d e inme • diat o y nos ha n aportad o muchos ejemplos que confrma n dis • tinta s ideas contenidas en Cómo detectar mentiras. Basándonos en nuestra s propia s investigaciones y en las ex• periencias que nos ha n explicado distinto s profesionales de los cuerpos de seguridad , tengo plen a confanza en lo siguiente . La s probabilidade s de distingui r con éxito si un a persona mient e o dice la verda d son máximas cuando: • La mentir a se cuent a por primer a vez. • La persona no ha contado antes mentira s de esta clase. • Ha y much o en juego , sobre todo si existe amenaza de un castigo severo. • El entrevistado r carece de prejuicio s y no se apresur a a sacar conclusiones. • E l entrevistado r sabe cómo alenta r a l entrevistad o par a que cuente su relat o (cuanto más palabras se digan , mejor s e podrá distingui r l a mentir a d e l a verdad) . • El entrevistado r y el entrevistad o proceden de l mism o contexto cultura l y habla n e l mism o idioma . • E l investigado r considera que los indicio s descritos e n Cómo detectar mentiras señalan la importanci a de obtener más información en luga r de verlos como pruebas de que se miente . • El entrevistado r es consciente de las difcultade s (que se describe n en Cómo detectar mentiras) de identifca r a quienes se encuentra n bajo sospecha de habe r cometido u n delit o pero son inocentes y dice n l a verdad . 10 "Cuando la situación semeja ser exactament e ta l como se nos aparece, la alternativ a más probable es que sea un a fars a total ; cuando l a farsa e s excesivamente evidente , l a posibilida d má s probabl e e s qu e n o hay a nad a d e farsa. " —Ervin g Gofman , Strategic Interaction. "E l marc o de referenci a que aquí import a no es el de la mora l sino e l d e l a supervivencia . L a capacidad lingüística par a oculta r información, informa r erróneamente , provoca r ambi • güedad , formula r hipótesis e inventa r e s indispensable , e n todos los niveles —desde el camufaj e grosero hast a la visión poética—, par a el equilibri o de la conciencia human a y el desa• rroll o del hombr e en la sociedad... " —George Steiner , After Babel. "S i l a falsedad, como l a verdad , tuvies e u n solo rostro , esta • ríamos mejor, ya que podríamos considera r ciert o lo opuesto de l o que dijo e l mentiroso . Pero l o contrari o a l a verda d tien e mi l forma s y un campo ilimitado. " —Montaigne , Ensayos. 11 1 Introducción Es el 15 de septiembre de 1938 y va a iniciars e un o de los engaños más infame s y mortíferos de la historia . Adol f Hitler , cancille r d e Alemania , y Nevill e Chamberlain , prime r ministr o d e Gra n Bretaña, s e encuentra n por vez primera . E l mund o aguard a expectante , sabiendo que ésta puede ser l a última esperanza d e evita r otr a guerr a mundial . (Hace apenas seis meses las tropas de Hitle r invadiero n Austri a y la anexionaro n a Alemania . Inglaterr a y Franci a protestaron , pero nad a más.) El 12 de septiembre, tre s días antes de est a reunión con Cham • berlain , Hitle r exige qu e un a part e d e Checoslovaqui a sea anexionada también a Alemania , e incit a a la revuelt a en ese país. Secretamente, Hitle r y a h a movilizad o a l ejército alemán par a atacar Checoslovaquia, pero sabe que no estará list o par a ell o hast a fnales de septiembre . Si Hitle r logr a evita r durant e una s semanas más que los checoslovacos movilice n sus tropas , tendrá l a ventaj a d e u n ataqu e por sorpresa. Par a gana r tiempo , le ocult a a Chamber • lai n sus planes de invasión y le da su palabr a de que si los checos satisfacen sus demanda s se preservará la paz. Cham • berlai n es engañado; trat a de persuadi r a los checos de que no movilice n s u ejército mientra s exist a aún un a posibilida d d e negociar con Hitler . Después de su encuentr o con éste, Cham • berlai n le escribe a su hermana : "...pese a la dureza y cruelda d que me pareció ve r en su rostro , tuv e la impresión de que podía confarse en ese hombr e si daba su palabr a de honor". 1 Cinco días más tarde , defendiendo su política en el Parlament o frent e 13 a quiene s dudaba n d e l a buen a f e d e Hitler , Chamberlai n explica e n u n discurso qu e s u contacto personal con Hitle r l e permitía deci r que éste "decía lo que realment e pensaba". 2 Cuand o comencé a estudia r la mentira , hace quince años, n o tenía ide a e n absolut o d e que m i trabaj o pudier a tene r algun a relación con esta clase de mentiras . Pensaba que sólo podía ser útil par a los que trabajaba n con enfermos mentales. Dich o estudi o s e habí a iniciad o cuand o unos terapeuta s a quienes les había comunicad o mi s hallazgos anteriores —que la s expresione s faciale s son universales , e n tant o qu e los ademanes son específcos de cada cultura: — me preguntaro n si esos comportamiento s no verbales podían revela r que el pacien• t e estaba mintiendo. 3 Po r l o genera l esto n o origin a difculta • des, pero s e conviert e e n u n problem a cuando u n individu o que h a sido internad o e n u n hospita l a raíz d e u n intent o d e suici • dio simul a que se siente much o mejor. A los médicos los aterro • riz a ser engañados po r un sujeto que se suicida cuando queda libr e de las restriccione s que le ha impuest o el hospital . Est a inquietu d práctic a d e los terapeuta s planteó un a cuestión fundamenta l acerca de la comunicación humana : ¿pueden las personas controla r todos los mensajes que transmiten , incluso cuando están mu y perturbadas , o es que su conducta no verba l delatará lo que esconden la s palabras? Busqué entr e mi s flmaciones de entrevista s con pacientes psiquiátricos un caso de mentira . Había preparad o esas pelícu• las con un a fnalida d distinta : identifca r las expresiones del rostr o y los ademanes qu e podían ayuda r a diagnostica r un tip o de trastorn o menta l y su gravedad . Ahor a que mi interés se centrab a en el engaño, me parecía ve r señales de mentira s en muchos de esos flmes. La cuestión era cómo estar seguro de que l o eran . Sólo e n u n caso n o tuv e ningun a duda , por l o que sucedió después d e l a entrevista . Mar y er a un a am a d e casa d e 4 2 años. E l último d e sus tre s intento s de suicidi o había sido mu y grave: sólo por casualida d alguie n la encontró antes de que la sobredosis de pildora s que había tomad o acabase con ella . S u histori a n o er a mu y diferen • te de la de tanta s otra s mujere s deprimida s de median a edad. 14 Los chicos habían crecido y ya no la necesitaban, su marid o parecía enfrascado totalment e en su trabajo.. . Mar y se sentía inútil. Par a l a época e n que fue internad a e n e l hospita l y a n o er a capaz de lleva r adelante el hogar , no dormía bie n y pasaba la mayor part e de l tiemp o llorand o a solas. E n las tre s primera s semanas que estuvo e n e l hospita l fue medicad a e hiz o terapi a d e grupo . Pareció reacciona r bien : recobró la vivacida d y dejó de habla r de suicidarse . En un a de las entrevista s que flmamos , Mar y l e contó a l médico l o mejo • rad a que se encontraba , y le pidió que la autorizar a a sali r el fn de semana. Pero antes de recibi r el permiso.. . confesó que había mentid o par a conseguirlo: todavía quería, desesperada• mente , matarse . Debió pasa r otros tre s meses e n e l hospita l hast a recobrarse d e veras , aunque u n año más tard e tuv o un a recaída. Luego dejó el hospita l y, po r lo que sé, aparentement e anduv o bie n muchos años. L a entrevist a flmad a con Mar y hizo caer e n e l erro r a l a mayoría de los jóvenes psiquiatra s y psicólogos a quienes se la mostré, y au n a muchos de los expertos. 4 La estudiamo s cente• nares de horas, volviend o atrás repetida s veces, inspeccionando cada gesto y cada expresión con cámara lent a par a trata r de descubrir cualquie r indici o d e engaño. E n un a brevísima pausa que hizo Mar y antes de explicarl e al médico cuáles era n sus planes par a e l futuro , vimo s e n cámara lent a un a fugaz expre • sión facia l d e desesperación , ta n efímera qu e l a habíamo s pasado por alt o las primera s veces que examinamo s e l flm. Un a vez que advertimo s que los sentimiento s ocultos podían evidenciarse en estas brevísimas microexpresiones, buscamos y encontramos mucha s más, que habitualment e era n encubierta s a l instant e por un a sonrisa . También encontramos u n microa- demán: al contarl e al médico lo bie n que estaba superand o sus difcultades , Mar y mostrab a a veces un fragment o de gesto de indiferencia.. . n i siquier a er a u n ademán completo, sin o sólo un a parte : a veces, se tratab a de un a leve rotación de un a de sus manos , otra s veces la s mano s quedaba n quieta s per o encogía u n hombr o e n form a casi imperceptible . Creímos habe r observad o otro s indicio s n o verbale s de l 15 engaño, pero no estábamos seguros de haberlos descubierto o imaginado . Cualquie r comportamient o inocente parece sospe• choso cuand o un o sabe qu e e l sujet o h a mentido . Sólo un a medición objetiva , no infuenciad a por nuestr o conocimiento de que la persona mentía o decía la verdad , podía servirno s como prueb a que corroborase lo que habíamos observado. Además, par a esta r seguros de que los indicio s de engaño descubiertos no era n idiosincrásicos, teníamos que estudia r a much a gente. Lógicamente, par a e l encargado d e detectar la s mentira s —e l cazador de mentiras — todo sería much o más sencillo si las conductas que traiciona n el engaño de un sujeto fuesen eviden • tes también en las mentira s de otros sujetos; pero ocurre que los signos de l engaño pueden ser propios de cada individuo . Diseñamos u n experimento , tomand o como modelo l a mentir a d e Mary , e n e l cua l los sujetos estudiados tenían un a intens a motivación par a oculta r las fuertes emociones negativa s experi • mentada s e n e l moment o d e mentir . Les hicimo s observar a estos sujetos un a película mu y perturbadora , e n l a que apare• cían escenas quirúrgicas sangrientas ; debían oculta r sus senti • miento s reales de repugnancia , disgusto o angusti a y convencer a un entrevistado r que no había vist o el flm de que habían disfrutad o un a película documenta l en la que se presentaban bellos jardine s foridos . (E n los capítulos 4 y 5 damos cuent a de nuestro s hallazgos.) N o pas ó má s d e u n añ o —aú n estábamos e n las etapas iniciale s d e nuestro s experimento s sobre mentiras — cuando me enteré de que me estaban buscando cierta s personas intere • sadas e n u n tip o d e mentira s mu y diferente . ¿Podían servi r mi s métodos o mi s hallazgos par a atrapa r a ciertos norteamerica • nos sospechosos de trabaja r como espías par a otros países? A medid a que fuero n pasando los años y nuestro s descubrimien • tos sobre los indicio s conductuales de los engaños de pacientes a sus médicos se publicaro n en revista s científcas, las solicitu • des aumentaron . ¿Qué opinab a yo sobre la posibilida d de adies• tra r a los guardaespaldas de los integrante s de l gabinete par a que pudiesen individualizar , a través de sus ademanes o de su modo de caminar , a un terrorist a dispuesto a asesinar a uno de 16 estos altos funcionarios? ¿Podíamos enseñarle al FB I a entre • na r a sus policías par a que fuesen capaces de averigua r cuándo mentí a u n sospechoso? Y a n o m e sorprendi ó cuand o m e preguntaro n si sería capaz de ayuda r a los funcionario s que llevaba n a cabo negociaciones internacionale s de l más alt o nive l par a que detectasen las mentira s del otr o bando , o si a parti r de unas fotografías tomadas a Patrici a Hears t mientra s participó en el asalto a un banco podría decir si ell a había tenid o o no el propósito de robar. En los cinco últimos años el interés por este tem a se internacionalizó: tomaro n contacto conmig o representante s de dos países con los que Estado s Unido s mantenía relaciones amistosas, y en un a ocasión en que yo estaba dando una s conferencias en la Unión Soviética, se me aproximaro n algunos funcionario s que dijero n pertenecer a un "organismo eléctrico" responsable de los interrogatorios . No me causaba mucho agrado este interés; temía que mi s hallazgos fuesen aceptados acríticamente o aplicados en form a apresurad a como producto de la ansiedad, o que se utilizase n con fnes inconfesables. Pensaba que a menud o las claves no verbales del engaño no serían evidentes en la mayo r part e de los falseamientos de tip o criminal , político o diplomático; sólo se tratab a de "corazonadas" o conjeturas. Cuand o era interro • gado al respecto no sabía explica r el porqué. Par a lograrlo , tenía que averigua r el motiv o de que las personas cometiesen errores al mentir , como de hecho lo hacen. No todas las menti • ras fracasan en sus propósitos: algunas son ejecutadas impeca • blemente. No es forzoso que haya indicio s conductuales —un a expresión facia l mantenid a durant e u n tiemp o excesivo, u n ademán habitua l que no aparece, un quiebr o momentáneo de la voz—. Debía haber signos delatores. Si n embargo , yo estaba seguro de que tenían que existi r ciertos indicio s generales del engaño, de que au n a los mentiroso s más impenetrable s los tenía que traiciona r s u comportamiento . Ahor a bien : saber cuándo un a mentir a lograb a su objetivo y cuándo fracasaba, cuándo tenía sentido indaga r en busca de indicio s y cuándo no, signifcaba saber cómo diferían entr e sí las mentiras , los menti • rosos y los descubridores de mentiras . 17 La mentir a que Hitle r le dij o a Chamberlai n y la que Mar y le dij o a su médico implicaban , ambas, engaños sumament e graves , donde l o qu e estab a e n jueg o era n vida s humanas . Ambo s escondieron sus planes par a el futur o y, como aspecto centra l d e s u mentira , simularo n emociones que n o tenían. Pero l a diferenci a entr e l a primer a d e estas mentira s y l a segunda es enorme. Hitle r es un ejemplo de lo que más tard e denominaré "ejecutante profesional" ; además de su habilida d natural , tenía mucho más práctica e n e l engaño que Mary . Po r otr a parte , Hitle r contab a con un a ventaja : estab a engañando a alguie n que deseaba ser engañado. Chamberlai n er a un a víctima bie n dispuesta , ya que él quería creer en la mentir a d e Hitler , e n que éste n o planeaba inicia r l a guerr a e n caso de qu e se modifcase n la s frontera s de Checoslovaquia de ta l mod o que satisfciese a sus demandas . D e l o contrario , Chamberlai n ib a a tene r que reconocer que su política de apaci • guamient o del enemigo había fallado , debilitand o a su país. Refriéndose a un a cuestión vinculad a con ésta, la especialista en ciencia política Roberta Wohlstette r sostuvo lo mism o en su análisis de los engaños que se lleva n a cabo en un a carrer a armamentista . Aludiend o a la s violaciones del acuerdo nava l anglo-german o de 1936 en que incurrió Alemania , dijo : "Tant o el transgreso r como el transgredid o (...) tenían interés en deja r qu e persistier a e l error . Amba s necesitaba n preserva r l a ilusión de que el acuerdo no había sido violado . El temo r britá• nico a un a carrer a armamentista , ta n hábilmente manipulad o por Hitler , llevó a ese acuerdo nava l en el cua l los ingleses (si n consulta r n i con los franceses n i con los italianos ) tácitamente modifcaro n el Tratad o de Versalles ; y fue ese mism o temo r de Londre s el que le impidió reconocer o admiti r las violaciones de l nuev o convenio". 5 En muchos casos, la víctima del engaño pasa por alt o los errore s que comete e l embustero , dand o l a mejor interpretación posible a su comportamient o ambigu o y entrand o en conniven • ci a con aquél par a mantene r el engaño y eludi r así las terrible s consecuencias que tendría par a ell a mism a sacarlo a l a luz . U n marid o engañado po r su muje r que hace caso omiso de los 18 signos que delata n el adulteri o puede así, al menos, posponer la humillación de quedar al descubierto como cornud o y expo• nerse a la posibilida d de un divorcio. Au n cuando reconozca par a sí la infdelida d de su esposa, quizá coopere en oculta r su engaño par a no tene r que reconocerlo ant e ell a o ant e los demás. En la medid a en que no se hable de l asunto , ta l vez le quede algun a esperanza, por remot a que sea, de haberl a juz • gado equivocadamente, de que ell a no esté envuelt a en ningún amorío. Pero no todas las víctimas se muestra n ta n bie n dispuestas a ser engañadas. A veces, ignora r un a mentir a o contribui r a su permanenci a no tra e aparejado ningún benefcio. Ha y descubri • dores de mentira s que sólo se benefcia n cuand o éstas son expuestas, y e n ta l caso nad a pierden . E l expert o e n interroga • torio s policiale s o el funcionari o de un banco encargad o de otorga r los préstamos sólo pierde n si los embaucan , y par a ellos cumpli r bie n con s u cometido signifc a descubri r a l embaucador y averigua r la verdad . A menudo la víctima pierde y gana a la vez cuando es descaminada o cuando la mentir a queda encu • bierta ; pero suele ocurri r que n o hay a u n equilibri o entr e l o perdid o y lo ganado. Al médico de Mar y le afectaba mu y poco creer en su mentira . Si realment e ell a se había recuperado de su depresión, ta l vez a él se le adjudicase algún mérito por ello ; pero si no er a así, tampoco er a much o lo que habría perdido. Su carrer a no estaba en juego , como sucedía en el caso de Cham¬ berlain . No se había comprometido públicamente y a pesar de las opiniones en contr a de otros con un curso de acción que, en caso d e descubrirse l a mentir a d e Mary , pudier a resulta r equi • vocado. Er a much o más lo que el médico podía perde r si Mar y lo embaucaba, que lo que podía gana r si ell a decía la verdad . Par a Chamberlain , en cambio, ya era demasiado tard e en 1938: s i Hitle r mentía, s i n o había otr a maner a d e detener s u agre• sión que mediant e l a guerra , l a carrer a d e Chamberlai n estaba fniquitada y la guerr a que él había creído poder impedi r ib a a comenzar. Con independenci a de las motivacione s qu e Chamberlai n tuviese par a creer e n Hitler , l a mentir a d e éste tenía probabili - 19 dades de logra r su propósito a raíz de que no le er a necesario encubri r emociones profundas . Co n frecuencia , un a mentir a fall a porque se trasluc e algún signo de un a emoción oculta . Y cuant o más intensa s y numerosa s sean la s emociones involu • cradas , más probabl e es que el embuste sea traicionad o po r algun a autodelación manifestad a en la conducta. Por ciert o que Hitle r no se habría sentid o culpabl e —sentimient o éste que es doblement e problemátic o par a e l mentiroso , y a que n o sólo pueden traslucirs e señales de él, sin o que además el torment o que lo acompañaba ta l vez lo llev e a cometer errores fat ales—. Hitle r no se ib a a senti r culpable de mentirl e al representant e d e u n paí s qu e l e habí a infigid o un a humillant e derrot a milita r a Alemani a cuando él er a joven . A diferenci a de Mary , Hitle r no tenía en común con su víctima valores sociales impor • tantes ; n o l o respetaba n i l o admiraba . Mary , por e l contrario , debía oculta r intensa s emociones si pretendía que su mentir a triunfase ; debía sofocar su desesperación y la angusti a que la llevaba n a quere r suicidarse , y además tenía buenos motivos par a sentirs e culpabl e po r mentirl e a los médico s que ell a quería y admiraba , y que, lo sabía mu y bien , sólo deseaban ayudarla . Por todas estas razones y alguna s más, habitualment e será much o má s sencill o detecta r indicio s conductuale s d e u n engaño en un paciente suicid a o en un a esposa adúltera qu e en un diplomático o en un agente secreto. Pero no todo diplomáti• co, crimina l o agente de información es un mentiros o perfecto. A veces cometen errores . Los análisis que he realizado permi • te n estima r l a probabilida d d e descubri r los indicio s d e u n engaño o de ser descaminad o po r éste. Mi recomendación a quienes están interesado s en atrapa r criminale s o enemigos políticos no es que prescinda n de estos indicio s conductuales sin o que sean más cautelosos, que tenga n má s conciencia de la s oportunidade s que existe n pero también de la s limitaciones . Y a hemos reunid o alguna s prueba s sobre estos indicio s conductuales de l engaño, pero todavía no son defnitivas . Si bie n mi s análisis de cóm o y po r qu é mient e la gente , y de cuándo falla n las mentiras , se ajusta n a los datos de los experi - 20 mentos realizados sobre el mentir , así como a los episodios que nos cuenta n l a histori a y l a literatura , todavía n o h a habid o tiemp o de someter estas teorías a otros experimento s y argu • mentaciones críticas. No obstante , he resuelt o no espera r a tene r todas estas respuestas par a escribi r e l present e libro , porque los que están tratand o de atrapa r a los mentiroso s no pueden esperar. Cuand o es much o lo que un erro r puede poner en peligro , de hecho se intent a discerni r esos indicio s no verba • les. E n l a selección d e miembro s d e u n jurad o o e n la s entrevis • tas par a decidir a quién se dará un puesto importante , "exper• tos " no familiarizado s con todas las prueba s y argumento s existentes ofrecen sus servicios como descubridores de menti • ras . A ciertos funcionario s policiales y detectives profesionales que utiliza n el "detector de mentiras " se les enseñan cuáles son esas claves conductuales de l engaño. Más o menos la mita d de la información utilizad a en los materiale s de estos cursos de capacitación, por lo que he podido ver , es errónea. Alto s em • pleados de l a aduan a sigue n u n curso especial par a averigua r indicio s no verbales que les permita n captura r a los contraban • distas ; me dijero n que en estos cursos empleaba n mi s trabajos , pero m i reiterad a insistenci a e n ve r tales materiale s n o tuv o otr o resultad o que la no menos reiterad a promesa "nos volvere• mos a poner en contacto con uste d de inmediato" . Conocer lo que están haciendo los organismos de información de l Estad o es imposible , pues su labo r es secreta. Sé que están interesados en mi s trabajos , porque hace seis años el Departament o de Defensa me invitó par a que explicase cuáles eran , a mi juicio , las oportunidades y los riesgos que se corrían en esta clase de averiguación. Más tard e oí rumore s de que la tare a de esa gente seguía su curso, y pude obtener los nombre s de algunos de los participantes . La s carta s que les envié no recibiero n respuesta, o bie n ésta fue que no podían decirm e nada . Me preocupan estos "expertos" que no someten sus conocimientos al escrutini o público ni a las capciosas críticas de la comunida d científca. En este libr o pondré en claro , ante ellos y ant e las personas par a quienes trabajan , qué pienso de esas oportunida • des y de esos riesgos. 2 1 M i fnalida d a l escribirl o n o h a sido dirigirm e sólo a quienes s e ve n envuelto s e n mentira s mortales . H e llegado a l convenci• mient o de que el exame n de las motivacione s y circunstancia s que lleva n a la gente a menti r o a deci r la verda d puede contri • bui r a la comprensión de mucha s relaciones humanas . Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al menos la posibilida d de un engaño. Los padres les miente n a sus hijos con respecto a la vid a sexua l par a evitarle s saber cosas que, en opinión de aqué• llos , los chicos no están preparado s par a saber; y sus hijos , cuand o llega n a l a adolescencia, les oculta n sus aventura s sexuale s porqu e sus padre s n o la s comprenderían . Va n y viene n mentira s entr e amigos (n i siquier a s u mejo r amigo l e contarí a a uste d cierta s cosas), entr e profesores y alumnos , entr e médicos y pacientes, entr e marid o y mujer , entr e testigos y jueces, entr e abogados y clientes, entr e vendedores y compra • dores. Menti r es un a característica ta n centra l de la vid a que un a mejo r comprensión de ell a result a pertinent e par a casi todos los asuntos humanos . A algunos este aserto los hará estreme• cerse d e indignación , porqu e entiende n qu e l a mentir a e s siempr e algo censurable. No compart o esa opinión. Proclama r que nadi e debe menti r nunc a en un a relación sería caer en un simplism o exagerado; tampoco recomiend o que se desenmasca• re n todas la s mentiras . L a periodist a An n Lander s está e n l o ciert o cuand o dice, en su column a de consejos par a los lectores, qu e la verda d puede utilizars e como un a cachiporr a y causar con ell a u n dolo r cruel . Tambié n la s mentira s puede n ser crueles, pero no todas lo son. Alguna s —mucha s menos de lo qu e sostienen los mentirosos — son altruistas . Ha y relaciones sociales qu e se sigue n disfrutand o gracia s a que preserva n determinado s mitos . Si n embargo , ningú n mentiros o debería da r por sentado que su víctima quier e ser engañada, y ningún descubrido r de mentira s debería arrogars e el derecho a poner a l descubiert o toda mentira . Existe n mentira s inocuas y hast a humanitarias . Desenmascarar cierta s mentira s puede provocar humillación a la víctima o a un tercero. Pero todo esto merece ser considerado con más detalle y 22 después d e habe r pasado revist a a otra s cuestiones . Par a empezar, corresponde defni r qué es mentir , describi r la s dos formas básicas de mentir a y establecer las dos clases de indi • cios sobre el engaño. 23 2 Mentiras , autodelacione s e indicio s de l engaño Och o año s despué s d e renuncia r com o president e d e Estado s Unidos , Richar d Nixo n neg ó qu e jamá s hubier a mentido en el ejercici o de sus funciones pero reconoció que tant o él como otros políticos habían simulado. Y afrmó que esto er a necesario par a conquista r o retene r un cargo público. "Un o no puede deci r lo qu e piensa sobre ta l o cua l individu o porque ta l vez más adelant e tenga que recurri r a él (...) no puede indica r cuál es su opinión sobre los dirigente s mundiale s porque quizás en el futur o deba negociar con ellos". 1 Y Nixo n no es el único en emplea r un término distint o de "mentir " par a los casos en que puede esta r justifcad o no decir la verdad. * Como señala Oxford English Dictianary, "en el uso moderno, la palabr a 'mentira ' [lie] constituy e habitualment e un a expresión intens a de reprobació n moral , que tiend e a evitars e e n l a * Sin embargo, la s actitudes al respecto pueden esta r cambiando. Jody Powell, ex secretario de prens a del presidente Cárter, justifc a cierta s menti • ras ; argument a en este sentido lo siguiente: "Desd e la primera vez que el prime r cronista formuló la primer a pregunta comprometida a un funcionario ofcial, se ha discutido si un gobernante tiene derecho a mentir. En ciertas circunstancias , no sólo tiene el derecho sino la obligación efectiva de hacerlo. Durant e los cuatro años que estuve en la Cas a Blanca , me enfrenté dos veces ante tales circunstancias'' . A continuación describe un incidente en el que mintió a fn de "ahorrarl e grandes molestias y sufrimientos a varia s personas totalmente inocentes*. La otr a oportunidad en que admite haber mentido fue al encubrir los planes de los militares norteamericanos par a rescatar a los rehene s en Irán. (Jody Powell , He Other Side of the Story, Nuev a York : Willia m Morrow an d Co., Inc. , 1984.) 24 conversación cortés, reemplazándola por sinónimos relativa • ment e eufemísticos como 'falsedad ' [falsehood] o 'falt a a la verdad ' [untruth]. 2 Si un a persona que a un o le result a molesta falt a a la verdad , es fácil que la llamemos mentirosa , pero en cambio es mu y difícil que empleemos ese término por grave que haya sido su falt a a la verdad , si simpatizamo s con ell a o la admiramos . Mucho s años antes de lo del caso Watergate , Nixo n er a par a sus opositores de l Partid o Demócrat a e l epítom e mismo de un mentiros o —"¿Se atrevería uste d a comprarl e a este hombr e su automóvil usado?", decían po r entonces sus contrincantes — mientra s que sus admiradore s republicano s elogiaban la capacidad que tenía par a el ocultamient o y el disi • mulo , como muestr a de su astuci a política. Si n embargo , par a mi defnición de lo que es menti r o engañar (utiliz o estos término s e n form a indistinta) , esta s cuestiones carecen d e signifc a t i v i dad. Mucha s personas —po r ejemplo , la s qu e suministra n informació n fals a contr a s u voluntad — falta n a l a verda d si n por ell o mentir . Un a muje r que tiene la idea delirant e de que es María Magdalen a no es un a mentirosa , aunqu e l o qu e sostien e e s falso . Da r a u n client e un ma l consejo en materi a de inversione s fnanciera s no es mentir , a menos que en el moment o de hacerlo el consejero fnancier o supier a que estab a faltand o a l a verdad . S i l a apariencia de alguie n transmit e un a falsa impresión no está mintiend o necesariamente, como no mient e la Mantis religiosa que apela al camufaj e par a asemejarse a un a hoja , como no mient e e l individu o cuya ancha frent e sugiere u n mayo r nive l de inteligenci a del que realment e está dotado.* * Sería interesante averigua r en qué se fundan tales estereotipos. Es presumible que si un individuo tiene la frente anch a se infera , incorrecta • mente, que tiene un gran cerebro. El otro estereotipo según el cua l un indivi • duo de labios muy fnos es cruel se bas a en el indicio, correcto, de que en los momentos de ir a se afnan los labios; el error consiste en utiliza r el signo de un estado emocional pasajero par a colegir un rasgo de personalidad. Un juicio de esta naturalez a implica que la s personas de labios fnos los tienen así porque están permanentemente airadas ; ocurre, si n embargo, que los labios afnados pueden constituir un rasgo facial hereditario . Análogamente, 25 Un mentiros o puede decidir que no va a mentir . Desconcer• ta r a l a víctima e s u n hecho deliberado; e l mentiros o tiene e l propósito d e tenerl a ma l informada . L a mentir a puede o n o esta r justifcad a en opinión del que la dice o de la comunida d a l a que pertenece. E l mentiros o puede ser un a buena o un a mal a persona, puede conta r con la simpatía de todos o resulta r anti • pático y desagradable a todos. Pero lo important e es que la persona que mient e está en condiciones de elegi r entr e menti r y decir la verdad , y conoce la diferencia. 4 Los mentiroso s pato• lógicos, que sabe n qu e están faltand o a la verda d pero no pueden controla r su conducta , no cumple n con mi s requisitos . Tampoco aquellos individuo s que ni siquier a saben que están mintiendo , de los que a menud o se dice que son víctimas del autoengaño.* U n mentiros o puede llega r a creer e n s u propia mentir a con e l corre r del tiempo ; e n ta l caso, dejaría d e ser u n mentiroso , y sería much o más difícil detectar sus falta s a la verdad , po r razones que explicaré en el próximo capítulo. Un episodio de la vid a de Benit o Mussolin i muestr a que la creencia en la propi a mentir a no siempr e es benefciosa par a su autor : "...e n 1938, la composición de las divisiones del ejército [italia • no ! se había modifcad o de modo ta l que cada un a de ellas abarcaba dos regimiento s en luga r de tres . Esto le resultab a interesant e a Mussolini , porque le permitía decir que el fascis• mo contaba con sesenta divisiones , en luga r de algo má s de la mitad ; per o e l cambi o provoc ó un a enorm e desorganización just o cuando la guerr a estaba por iniciarse ; y a raíz de haberse el estereotipo de que la s personas de labios gruesos son sensuale s se basa en otro indicador correcto: en los momentos de gran excitación sexual afuye mucha sangre a los labios y éstos se congestionan; de ahí se extrae la falsa conclusión de que constituye un a característica fja de la personalidad; ahora bien, también los labios gTuesos pueden ser un rasgo facial permanente. 3 * No discuto la existencia de mentirosos patológicos ni de individuos que son víctimas de un autoengaño, pero lo cierto es que result a difícil probar esto. Si n duda, no puede tomarse como prueba la palabra del mentiroso; un a vez descubierto, cualquier mentiroso podría aducir que se autoengaño para aminorare ! castigo. 26 olvidad o d e él, vario s año s despué s Mussolin i cometi ó u n trágico erro r al calcula r el poderío de sus fuerzas. Parece que mu y pocos, excepto él mismo , fuero n engañados". 5 Par a defni r un a mentir a n o sólo hay que tene r e n cuent a a l mentiros o sino también a s u destinatario . Ha y mentir a cuando el destinatari o de ell a no ha pedido ser engañado, y cuando el que la dice no le ha dado ningun a notifcación previa de su intención de mentir . Sería extravagant e llama r mentiroso s a los actores teatrales ; sus espectadores ha n aceptado ser enga• ñados por un tiempo ; por eso están ahí. Los actores no adopta n —como l o hace u n estafador — un a personalida d fals a si n alerta r a los demás de que se trat a de un a pose asumid a sólo por un tiempo . Ningún client e de un asesor fnancier o seguiría a sabiendas sus consejos si éste le dijese que la información que v a a proporcionarl e e s mu y convincente.. . per o falsa . Mar y n o le habría mentid o a su médico psiquiatr a en caso de haberl e anticipad o qu e ib a a confesa r falso s sentimientos , com o tampoco Hitle r podría haberl e dich o a Chamberlai n qu e n o confara en sus promesas. E n m i defnición d e un a mentir a o engaño, entonces, ha y un a persona que tien e el propósito deliberad o de engañar a otra , si n notifcarl a previament e d e dicho propósito n i haber sido requerid a explícitament e a ponerl o e n práctic a po r e l destinatario. * Existe n dos forma s fundamentale s d e mentir : ocultar y falsear. 6 El mentiros o que oculta , retien e ciert a infor • mación si n decir e n realida d nada que falt e a l a verdad . E l que falsea da un paso adicional : no sólo retien e información verda • dera , sin o que present a información fals a como s i fuer a cierta . * Mi interés principal recae en lo que Gofman llam a "mentira s descara • das " o sea , aquellas "sobre la s cuales existen pruebas irrefutables de que el mentiroso sabía que mentía y lo hizo adrede". Gofman no centr a su estudio de estas falsifcaciones sino en otras en la s que la diferencia entre lo verdade• ro y lo falso no es tan demostrable: "...difícilmente habría un a relación o profesión cotidiana legítima cuyos actores no participen en'prácticas ocultas incompatibles con la impresión que desean fomentar". (Ambas cita s pertene• cen a The Presentation of Self in Everyday Life, Nuev a York : Ancho r Books, 1959, págs. 59, 64.) 27 A menudo , par a concreta r el engaño es preciso combina r el ocultamient o con el falseamiento , pero a veces el mentiros o se la s arregl a con e l ocultamient o simplemente . N o todo e l mund o considera que u n ocultamient o e s un a mentira ; ha y quienes reserva n este nombr e sólo par a e l acto más notori o de l falseamiento. 7 Si un médico no le dice a su pacient e qu e l a enfermeda d qu e padece e s terminal , s i e l marid o n o l e cuent a a l a esposa que l a hor a de l almuerz o l a pasó e n u n mote l con l a amig a más íntima d e ella , s i e l detecti • ve no le confesa al sospechoso que un micrófono oculto está registrand o l a conversación qu e éste mantien e con s u abogado, en todos estos casos no se transmit e información falsa , pese a lo cua l cada un o de estos ejemplos se ajust a a mi defnición de mentira . Los destinatario s no ha n pedido ser engañados y los ocultadores ha n obrado d e form a deliberada , si n da r ningun a notifcación previ a de su intent o de engañar. Ha n retenid o la información a sabiendas e intencionadamente , no por casuali • dad . Ha y excepciones: casos e n qu e e l ocultamient o n o e s mentira , porqu e hub o un a notifcación previ a o se logró el consentimient o de l destinatari o par a que l o engañasen . S i marid o y muje r concuerda n e n practica r u n "matrimoni o abierto " e n qu e cada un o l e ocultará sus amoríos a l otr o a menos que sea interrogad o directamente , no sería un a mentir a que el primer o callase su encuentr o con la amig a de su esposa en el motel . Si el paciente le pide al médico que no le diga nada en caso de qu e las noticia s sean malas , no será un a mentir a de l médico qu e se guard e esa información. Distint o es el caso de la conversació n entr e u n abogado y s u cliente , y a que l a le y dispone que , po r sospechoso que éste sea par a l a justicia , tien e derecho a esa conversación privada ; por lo tanto , oculta r la transgresión de ese derecho siempre será mentir . Cuand o u n mentiros o está e n condiciones d e escoger e l modo de mentir, por lo genera l preferirá oculta r y no falsear. Est o tien e mucha s ventajas. E n prime r lugar , suele ser más fácil: n o ha y nad a que fragua r n i posibilidades d e ser atrapad o antes de haber terminad o con el asunto . Se dice que Abraha m Lincol n declaró e n un a oportunida d que n o tem a sufcient e 28 memori a como par a ser mentiroso . Sí un médico le da a su enfermo un a explicación fals a sobre la enfermeda d que padece par a ocultarl e que lo llevará a la tumba , tendrá que acordarse de esa explicación par a no ser incongruent e cuando se le vuelv a a pregunta r algo, unos días después. También es posible que se prefer a el ocultamient o al fal • seamient o porqu e parece menos censurable . E s pasivo , n o activo. Los mentiroso s suele n sentirs e menos culpables cuand o oculta n que cuando falsean , aunque en ambos casos sus vícti• mas resulte n igualment e perjudicadas. * E l mentiros o puede tranquilizars e a sí mism o con la idea de que la víctima conoce l a verdad , pero n o quier e afrontarla . Un a mentiros a podría decirse: "M i esposo debe esta r enterad o de que yo ando con alguien , porque nunc a me pregunt a dónde he pasado la tarde . Mi discreción es un rasgo de bondad hacia él; por ciert o qu e no le estoy mintiend o sobre lo que hago, sólo he preferid o no humi • llarlo , no obligarl o a reconocer mi s amoríos". Por otr a parte , las mentira s por ocultamient o son much o más fáciles de disimula r un a vez descubiertas. El mentiros o no se expone tant o y tien e mucha s excusas a su alcance: su igno • ranci a del asunto , o su intención de revelarl o más adelante , o l a memori a que l e está fallando , etc., etc. E l testig o qu e declar a bajo jurament o que lo que dice fue ta l como lo dice "hast a donde puede recordarlo" , deja abiert a la puert a par a escapar po r s i má s tard e tien e qu e enfrentars e con alg o qu e h a ocultado. El mentiros o que alega no recordar lo que de hecho recuerda pero retien e deliberadamente , está a mita d de camin o entr e el ocultamient o y el falseamiento . Est o suele suceder cuando ya no le basta no deci r nada : alguie n hace un a pregun • ta , se lo ret a a hablar . Su falseamient o consiste en no recordar , con lo cual evit a tene r que recorda r un a histori a falsa ; lo único que precisa recordar es su afrmación falsa de que la memori a * Ev e Sweetser formula la interesante opinión de que el destinatario quizá se sienta más agraviado por un ocultamiento que por un falseamiento, pues en el primer caso "...n o puede quejarse de que se le mintió, y entonces siente como si su contrarío hubiese aprovechado una excusa legí(.imn". H 29 le falla . Y si más tard e sale a lu z la verdad , siempre podrá decir que él no mintió, que sólo fue un problema de memoria . U n episodi o de l escándal o d e Watergat e que llevó a l a renunci a de l president e Nixo n ilustr a esta estrategi a d e fall o de la memoria . AJ aumenta r las pruebas sobre la implicación de los asistentes presidenciales H.R. Haldema n y Joh n Ehrlich - ma n en la intromisión ilega l y encubrimiento , éstos se viero n obligado s a dimitir . Mientra s aumentab a l a presió n sobre Nixon , Alexande r Hai g ocupó e l puesto d e Haldeman . "Hacía menos de un mes que Hai g estaba de vuelt a en la Casa Blanc a -—leemos en un a crónica periodística— cuando, el 4 de juni o de 1973, él y Nixo n discutiero n de qué maner a hacer frent e a las serias acusaciones de Joh n W. Dean , ex consejero de la Casa Blanca . Según un a cint a magnetofónica de esa conversación, que se di o a conocer a la opinión pública durant e la investiga • ción, Hai g le recomendó a Nixo n esquivar toda pregunt a sobre esos alegatos diciendo 'que uste d simplement e no puede recor• darlo'." » U n fall o d e l a memori a sólo result a creíble e n limitada s circunstancias . Si al médico se le pregunt a si los análisis dieron resultad o negativo , no puede contestar que no lo recuerda, ni tampoco el detective puede deci r qu e no recuerda si se coloca• ro n los micrófonos en la habitación del sospechoso. Un olvido así sólo puede aducirse par a cuestiones si n importanci a o par a algo que sucedió tiemp o atrás. Ni siquier a el paso del tiempo es excusa sufciente par a no recorda r hechos extraordinario s que supuestament e tod o e l mund o recordará siempre , sea cua l fuere el tiemp o que transcurrió desde que sucedieron. Pero cuando la víctima lo pone en situación de responder, el mentiros o pierde esa posibilida d de elegir entr e el ocultamient o y el falseamiento . Si la esposa le pregunt a al marid o por qué nc estaba en la ofcina durant e el almuerzo , él tendrá que falsear los hechos si pretend e mantene r su amorío en secreto. Podría decirs e que au n un a pregunt a ta n común como l a qu e s e formul a durant e la cena, "¿Cómo te fue hoy, querido?", es un requerimient o de información, aunqu e es posible sortearlo : el marid o aludirá a otros asunto s que oculta n el uso que dio de 30 ese tiempo , a menos que un a indagatori a direct a lo fuerce a elegir entr e inventa r o decir la verdad . Ha y mentira s que d e entrad a obliga n a l falseamiento , y para las cuales el ocultamient o a secas no bastará. La paciente Mar y no sólo debía oculta r su angusti a y sus planes de suicidar • se, sino también simula r sentirse mejo r y quere r pasar el fn de semana con s u familia . S i alguie n pretende obtener u n empleo mintiend o sobre su experiencia previa , con el ocultamient o solo no le alcanzará: deberá oculta r su falt a de experiencia, sí, pero ademá s tendr á que fabricars e un a histori a laboral . Par a escapar de un a festa aburrid a si n ofender al anftrión no sólo es preciso oculta r l a preferencia propi a por ve r l a televisión e n casa, sino inventa r un a excusa aceptable —un a entrevist a de negocios a primer a hor a de la mañana, problemas con la chica que se queda a cuida r a los niños, o algo semejante—. También s e apela a l falseamiento , po r más que l a mentir a n o l o requier a e n form a directa , cuando e l mentiros o quier e encubri r las pruebas de lo que oculta. Est e uso de l falseamient o par a enmascara r l o ocultad o e s particularment e necesari o cuando lo que se deben oculta r son emociones. Es fácil oculta r un a emoción que ya no se siente , mucho más difícil oculta r un a emoción actual , en especial si es intensa . El terro r es menos ocultable que la preocupación, la furi a menos que el disgusto . Cuant o más fuert e sea un a emoción, más probable es que se fltre algun a señal pese a los denodados esfuerzos del mentiro • so por ocultarla . Simula r un a emoción distinta , un a que no se siente e n realidad , puede ayuda r a disimula r l a real . L a inven • ción de un a emoción fals a puede encubri r la autodelación de otr a que se ha ocultado. Estos y otro s aspectos a que he hecho referenci a se ejempli • fcan en un episodio de la novel a de Joh n Updike , Marry Me. Jerry , marid o d e Ruth , escucha que ésta mantien e un a conver• sación telefónica con su amante . Hast a ese moment o de la historia , Rut h había podido mantene r e n secreto s u amorío si n tener que falsear, pero ahora , interrogad a directament e por su esposo, debe hacerlo. Si bie n el objetivo de su mentir a es que su marid o ignor e l a relación que ell a mantien e con s u amante , e l 3 1 incident e muestr a también con qué facilida d se mezclan las emociones en un a mentir a y cómo, un a vez que se ha n mezcla• do, aumenta n la carga de lo que debe ocultarse . "Jerr y la asustó al oír de lejos el fnal de su conversación telefónica con Dic k [el amant e de Ruth] . Ell a pensaba que él estaría barriend o el patio trasero , pero él salió de la cocina y la increpó: '—¿Qué era eso? "Ell a sintió pánico. '—Oh , nadi e —l e respondió—. Un a muje r d e l a escuela dominica l preguntand o s i íbamo s a inscribi r a Joann a y Charlie. ' " 1 0 Aunqu e en sí mism o el sentimient o de pánico no es prueba de que se está mintiendo , lo hará sospechar a Jerr y si lo advier• te , ya que pensará que Rut h no se asustaría si no tuviese algo que esconder. Los encargados de realiza r interrogatorio s suelen pasa r po r alt o que persona s totalment e inocente s puede n aterrorizars e a l ser interrogadas . Rut h s e encuentr a e n un a situación delicada. Como no previ o que ib a a tener necesidad de inventa r nada , no se preparó par a ello, Al ser descubierta, siente pánico, y como el pánico es difícil de ocultar , aument a la s posibilidade s d e qu e Jerr y l a descubra . Un a tret a que podría intenta r sería la de decir la verda d en cuanto a lo que sient e —y a qu e e s improbabl e qu e pued a oculta r eso—, mintiend o en cambio sobre el motiv o de ese sentimiento . Podría admiti r que está asustada y decir que lo está porque teme que Jerr y no le crea, pero no porque ell a teng a nad a que esconder. Ahor a bien , esto no funcionará a menos que en el pasado Jerr y mucha s veces hubier a desconfado de Rut h y los hechos poste• riore s hubiera n demostrado que ell a er a inocente , d e ta l modo qu e l a menció n actua l d e su s irracionale s acusaciones del pasado pudier a hacer que él dejase de hostigarla . Probablement e Rut h no logre manteners e serena, con cara de jugado r de póquer, impasible . Cuand o las manos empiezan a temblar , es much o mejo r hacer algo con ellas (cerra r el puño c esconderlas) y no simplement e dejarla s quietas . Si el temor hace que se contraiga n y apriete n los labios o se alcen los 32 párpados y cejas, no será fácil presenta r un rostr o incólume. Esas expresiones faciales podrán ocultars e mejo r si se les añade otros movimiento s musculares : entrecerra r los dientes , abri r l a boca, baja r e l entrecejo, mira r fjo . Ponerse un a máscara es la mejo r maner a de oculta r un a fuerte emoción. Si uno se cubr e el rostr o o part e de él con la mano o l o apart a d e l a person a qu e habl a dándos e medi a vuelta , habitualment e eso dejará trasluci r que está mintiendo . La mejor máscara es un a emoción falsa , que desconcierta y actúa como camufaje . E s terriblement e ardu o manteners e impávido o deja r la s mano s quieta s cuand o se sient e un a emoción intensa : n o ha y ningun a aparienci a más difícil d e logra r que l a frialdad , neutralida d o falt a d e emotivida d cuando por dentr o ocurr e lo contrario . Much o má s fácil es adoptar un a pose, detener o contrarresta r con un conjunt o de acciones contraria s a aquella s qu e expresa n los verdadero s sentimientos . En e l relat o de Updike , u n moment o después Jerr y l e dice a Rut h que no le cree. Es presumibl e que en estas circunstancia s aument e el pánico de Rut h y se vuelv a más inocultable . Podría recurri r a la furia , la sorpresa o la perplejida d par a enmasca• rarlo . Podría contestarl e agriament e a Jerry , haciéndose l a enojada porqu e él no le cree o por estar espiando!a . Hast a podría mostrars e asombrad a de que él no le crea o de qu e escuche sus conversaciones telefónicas. Pero n o todas las situacione s l e permite n a l mentiros o enmascara r s u auténtic o sentir : ha y mentira s que exige n oculta r las emociones si n inventa r otras en su lugar , que es algo mucho más ardu o todavía. Eze r Weizman , ex ministr o de Defensa de Isreal , relató un a de estas situaciones. Delegacio• nes militare s israelíes y egipcias llevand o a cabo conversacio• nes destinada s a inicia r la s negociaciones posteriore s a la inopinad a visit a de Anwa r Al-Sada t a Jerusalén. En uno de esos encuentros, el jefe de la delegación egipcia, Mohamme d el - Gamasy, le dice a Weizma n que acaba de enterars e de que los israelíes estaba n levantand o un a nuev a fortifcación e n e l desierto del Sinaí. Weizma n sabe perfectamente que esto puede 33 da r al trast e con las negociaciones, ya que todavía se estaba debatiendo si Israe l tenía o no derecho incluso a mantene r sus fortifcaciones previas. "Sentí u n arrebat o d e furi a —confesa Weizman— , pero n o podía ventila r m i furo r e n público. Ahí estábamos tratand o d e conversa r sobre los convenios en materi a de segurida d y de da r un empujoncit o al vagón de la paz... y he aquí que mi s colegas de Jerusalén, en vez de habe r aprendid o la lección de las falsas fortifcaciones , estaba n erigiend o un a nuev a just o e n e l moment o en que se desarrollaba n las negociaciones." " Weizma n no podía permiti r que se trasluciese la ir a que sentía por sus colegas de Jerusalén; esconder su ir a tenía par a él otr o benefcio, y es que de ese modo podía oculta r que no habí a sid o consultad o po r ellos . Debía , pues , oculta r un a emoción intens a si n poder enmascararl a con otra . De nad a le hubier a valid o mostrars e content o por la noticia , o triste , o sorprendido , o temeroso, o disgustado. Tenía que manifestars e atent o pero impasible , si n da r indici o alguno d e que l a informa • ción que le transmitía Gamas y pudiese tene r consecuencias. (E n su libro , nada dice acerca de si lo logró.) El jueg o de póquer es otr a de las situaciones en las que no pued e recurrirs e a l enmascaramient o par a oculta r un a emoción. S i u n jugado r s e entusiasm a con l a perspectiv a d e llevars e un pozo enorme porque ha recibido unas cartas sober• bias , deberá disimula r s u entusiasm o s i n o quier e qu e los demás se retire n del jueg o en esa vuelta . Ponerse un a máscara con señales de otr a clase de sentimient o sería peligroso: si pretend e parecer decepcionado o irritad o por las cartas que le vinieron , los demás pensarán que no tiene un bue n jueg o y que se irá al mazo, en vez de continua r la partida . Por lo tanto , tendrá qu e luci r s u rostr o má s neutral , e l propi o d e u n jugado r de póquer. En caso de qu e le haya n venid o carta s mala s y quier a disimula r su desengaño o fastidi o con un "bluf", o sea, un a fuert e apuesta engañosa tendent e a asusta r a los otros, podrí a usa r un a máscara : fraguand o entusiasm o o alegría quizá logre esconder su desilusión y da r la impresión de que tien e buenas cartas , pero es probable que los demás jugadore s 34 no caigan en la tramp a y lo consideren un novato : se supone que u n jugado r expert o h a dominad o e l art e d e n o revela r ningun a emoción sobre lo que tiene en la mano. * Dich o sea de paso, las falsedades que sobrevienen en un a partid a de póquer —los ocultamiento s o los blufs— no se ajusta n a mi defnición de lo que es un a mentira : nadie espera que un jugado r de póquer vay a a revela r las cartas que ha recibid o y el jueg o en sí constituye un a notifcación previ a de que los jugadore s trata • rán de despistarse unos a otros. Par a oculta r un a emoción cualquiera , pued e inventars e cualquie r otr a emoción falsa. L a más habitualment e utilizad a es la sonrisa. Actúa como lo contrari o de todas las emociones negativas: temor , ira , desazón, disgusto , etc. Suele elegírsela porque par a concreta r muchos engaños el mensaje que se nece• sita es algun a variant e de que uno está contento . El empleado desilusionado porque su jef e ha promocionado a otr o en luga r de él le sonreirá al jefe , no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amig a crue l adoptará la pose de bieninten • cionada descargando sus acerbas críticas con un a sonris a de sincera preocupación. Otr a razón po r la cua l se recurr e ta n a menud o a la sonris a como máscara es que ell a form a part e de los saludos convencio• nales y suelen requerirl a la mayoría de los intercambio s socia• les corteses. Aunqu e un a persona se sient a mu y mal , por lo común n o debe demostrarl o par a nada n i admitirl o e n u n inter • cambio de saludos ; má s bie n se supone que disimulará su malesta r y lucirá la más amable sonrisa al contesta r "Estoy mu y bien , gracias , ¿ y usted?". Sus auténtico s sentimiento s probablemente pasarán inadvertidos , no porqu e la sonris a sea * En su estudio sobre los jugadores de póquer, Davi d Hayan o describe otra de la s estratagemas utilizada s por los jugadores profesionales: "charla n animadamente a lo largo de toda la partid a par a poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dice n verdades como si fuera n mentiras , y mentira s como si fueran verdades. Junt o con esta verborrea, usa n gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que 'se movía más que un a bailarin a de cabaret en la danza del vientre ' ". ("Poker Lie s an d Tells" , Human Behavior, marz o 1979, pág. 20.) 35 un a máscara ta n excelente, sin o porque en esa clase de inter • cambios corteses a la gent e rar a vez le import a lo que sient e el otro . Todo lo que pretend e es que fnja ser amable y sentirs e a gusto. Es rarísimo que alguie n se ponga a escruta r minuciosa • ment e lo que ha y detrás de esas sonrisas: en el context o de los saludos amables, todo el mund o está habituad o a pasar por alt o la s mentiras . Podrí a aducirs e que n o correspond e llama r mentira s a estos actos, ya que entr e las norma s implícitas de tale s intercambio s sociales está la notifcación previ a de que nadi e transmitirá sus verdaderos sentimientos . Otr o de los motivo s por los cuales la sonrisa goza de tant a popularida d como máscara es que constituy e la expresión facia l de las emociones que con mayo r facilida d puede producirs e a voluntad . Much o ante s d e cumpli r u n año, e l niño y a sabe sonreír en form a deliberada ; es un a de sus más temprana s manifestaciones tendente s a complacer a los demás. A lo larg o d e toda l a vid a social, las sonrisas presenta n falsament e senti • miento s que no se siente n pero que es útil o necesario mostrar . Puede n cometerse errore s e n l a form a d e evidencia r estas sonrisa s falsas, prodigándolas demasiado o demasiado poco. Tambié n puede habe r notorio s errore s de oportunidad , deján• dolas caer much o antes de la palabr a o frase a la que deben acompañar, o much o después. Pero en sí mismos los movimien • tos que lleva n a produci r un a sonris a son sencillos, lo que no sucede con la expresión de todas la s demás emociones. A la mayoría de la gente, las emociones que más Ies cuesta fragua r son las negativas . M i investigación, descrit a e n e l capí• tul o 5, revel a que la mayo r part e de los sujetos no son capaces de move r de form a voluntari a los músculos específcos necesa• rio s par a simula r con realism o un a falsa congoja o u n falso temor . El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegar• se con algo más de facilidad , aunqu e se cometen frecuentes equivocaciones. S i l a mentir a exige falsear un a emoción negati • v a e n luga r d e un a sonrisa , e l mentiros o puede verse e n aprie • tos . Ha y excepciones: Hitle r era , evidentemente , u n acto r superlativo , dotad o d e un a gra n capacida d par a inventa r convincentement e emociones falsas. E n un a entrevist a con e l 36 embajador inglés se mostró terriblement e enfurecido , gritó que así no se podía seguir habland o y se fue dand o un portazo ; un ofcial alemán presente en ese moment o contó más adelant e la escena de este modo: "Apenas había cerrado estrepitosament e l a puert a que l o separaba del embajador, lanzó un a carcajada, se dio un a fuert e palmad a en el muslo y exclamó: '¡Chamber- lai n no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinet e caerá esta mism a noche'". 1 2 Además de l ocultamient o y el falseamiento , existe n mucha s otras manera s de mentir . Ya sugerí un a al referirm e a lo que podría hacer Ruth , e l personaje d e Updike , par a mantene r engañado a su marid o a pesar del pánico. En vez de oculta r este último, cosa difícil, podría reconocerlo pero menti r en lo tocante al motiv o que lo había provocado. Rut h podría argüir que es totalment e inocente y que si se asustó sólo fue por el temor de que su marid o no le creyera; así, establecería como causa de su emoción un a que no es la verdadera . Análogamen• te , interrogad a po r e l psiquiatr a sobr e e l motiv o d e s u nerviosismo aparente , l a paciente Mar y podría reconocer dicho nerviosism o pero atribuirl o a otr o sentimiento ; por ejemplo , "estoy nerviosa por las ganas que tengo de volve r a ve r a mi familia" . Est a mentir a despista sobre e l orige n d e l a emoción, pero reconoce verazment e que la emoción existe . Otr a técnica parecida consiste e n deci r l a verda d d e un a maner a retorcida , de ta l modo que la víctima no la crea. O sea, decir l a verdad.. . falsamente . Cuando Jerr y l e preguntó a Rut h con quién hablab a por teléfono, ella podría habe r respondido: "Oh , y a t e l o puedes imaginar , estaba habland o con m i amante ; me llam a a todas horas. Y como me acuesto con él tres veces al día, ¡tenemos que esta r en contacto permanent e par a concerta r las citas!". Est a exageración de la verda d pondría en ridículo a Jerr y y le haría difícil prosegui r con sus sospechas. También serviría par a el mism o propósito un tono de voz o un a expre• sión de burla . E n l a película d e Rober t Daley , basad a e n e l libr o de l mismo nombre , Prince of the City: The True Story of a Cop Who Knew Too Much [Príncipe de la ciudad : la verdader a histo - 37 ri a d e u n policía qu e sabía demasiado] , encontramo s otr o ejempl o de un a verda d dicha falsamente . Como proclam a el subtítulo, se trat a presuntament e de hechos reales, no fcticios. Rober t Leuc i es el agente de policía convertido en informant e clandestin o de los fscales de l gobiern o federa l que querían obtene r prueba s d e corrupció n delictiv a entr e los policías, abogados, inspectores con narcotráfcantes y miembro s de la Mafa . Recogió la mayo r part e de las pruebas gracias a un a grabador a escondid a entr e su s ropas . E n determinad o moment o se sospecha que podría ser un informant e de las auto • ridades; si lo descubren con el aparat o su vida correrá peligro . Leuc i está habland o con De Stefano, un o de los criminale s de los qu e quier e obtener pruebas; "—N o nos sentemos hoy junt o al tocadiscos, si no no podré grabart e nada —l e dice. "—N o veo la graci a —contest a De Stefano. "Leuc i comenzó a jactars e de que de veras trabajab a par a el gobierno , lo mism o que la camarer a que se veía al otr o lado del salón, y que llevab a el transmiso r escondido en la.. . 'Todo s se riero n del chiste , pero De Stefano lo hizo con un a sonrisit a forzada". 1: 1 Leuc i pone en ridículo a De Stefano con su verda d desfacha• tada : lo ciert o es que no puede graba r bie n cerca del tocadiscos, y que trabaj a par a e l gobierno. A l admitirl o ta n descaradamen• te y bromea r sobre la camarer a que también llev a un micrófono escondido en los sostenes o entr e las piernas , Leuc i hace que a De Stefano le sea difícil seguir sospechando de él si n parecer u n necio. Un ardi d semejante al de decir falsament e un a verda d es ocultarl a a medias . Se dice la verdad , pero sólo de maner a parcial . Un a exposición insufciente , o un a que deja fuer a el element o decisivo, permit e a l mentiros o preserva r e l engaño si n deci r de hecho nad a que falt e a la verdad . Poco después del incident e de la llamad a telefónica, Jerr y está en la cama con su esposa y arrimándosele le pid e que le dig a a quién quiere : "—T e quier o a ti —contest a ella— , y a todas las palomas que hay en ese árbol, y a todos los perrito s del pueblo salvo los 38 que se abalanza n sobre nuestr o cubo de la basura , y a todos los gatos salvo a) que me la dejó preñada a Lulú. Y quier o a todos los bañistas de la playa y a todos los policías del centro , con excepción de aquél que me pegó un grit o por haber dado vuelt a en la avenida . Y quier o a todos tu s espantosos amigos, en espe• cia l cuando estoy un poco borracha.. . "—¿Y qué te parece Dic k Mathias ? [e l amant e de Ruthl . "—N o m e interes a —dijo". 1 4 Otr a técnica que permit e al mentiros o evita r decir algo que falt e a l a verda d e s l a evasiv a por inferenci a incorrecta . E l columnist a de un periódico describió humorísticamente cómo es posible apela r a ell a par a resolve r el conocido intríngulis de tener que emiti r un a opinión ant e la obr a de un amigo cuando esa obra a un o no le gusta. Supongamos que es el día de la inau • guración de su exposición de cuadros . Un o piens a que los cuadros de su amigo son un espanto, pero hete aquí que antes de poder deslizarse hacia la puert a de salida nuestr o amigo viene a estrecharnos la mano y si n demora nos pregunt a qué opinamos: 'Oh , Jerry ' —l e contestaremo s (suponiend o que nuestr o artist a se llam e Jerry) , y mirándol o fjo a los ojos como si estu • viéramos embargados po r l a emoción , añadiremos: —'¡Jerry , Jerry , Jerry!' . N o hay que soltarl e l a man o e n todo este tiemp o n i deja r d e mirarl o fjo . Ha y u n 9 9 por ciento d e probabilidade s de que Jerr y fnalmente se liber e de nuestr o apretón de mano , farfull e un a frase modesta y siga adelante.. . Clar o que ha y variantes . Por ejemplo, adopta r el tono altaner o de un crítico de art e y la tercera persona gramatica l invisible , y dividiend o en dos etapas la declaración, decir: 'Jerry . Je-rry , ¿Qué podría uno decir?'. 0 bajand o el ton o de voz, má s equívocamente : 'Jerry.. . N o encuentr o palabras' . O con u n poquit o más d e ironía: 'Jerry ; todo el mundo , todo el mundo, habl a de ti ' ". is L a virtu d d e est a estratagema , como l a d e l a verda d a medias o la de decir la verda d falsamente , consiste en que el mentiros o no se ve forzado a falta r en modo algun o a la verdad . Si n embargo , consider o qu e ésta s son mentira s d e toda s maneras , porque hay un propósito deliberad o de despistar al destinatari o sin darl e ningun a notifcación previa . 39 Algú n aspecto de l comportamient o de l mentiros o pued e traiciona r esta s mentiras . Existe n dos clases de indicio s de l engaño : u n erro r puede revela r l a verdad , o bie n puede sugeri r que lo dich o o lo hecho no es ciert o sin po r ell o revela r qué es lo cierto . Cuand o por erro r u n mentiros o revel a l a verdad , y o l o llam o autodelación*; y llam o pista sobre el embuste a las carac• terísticas de su conducta qu e nos sugiere n que está mintiend o pero n o nos dice n cuál e s l a verdad . S i e l médico d e Mar y not a que ell a se retuerc e las mano s al mism o tiemp o que le dice que se siente mu y bien , tendrá un a pist a sobre su embuste , un a razón par a sospechar qu e ell a le miente ; pero no sabrá cómo se siente realment e —podría esta r rabiosa por l a mal a atención que se le brind a en el hospital , o disgustad a consigo misma , o temeros a po r s u futuro— , salvo que ell a cometa un a autodela• ción. Un a expresión de su rostro , su tono de voz, un desliz verba l o cierto s ademanes podrían trasluci r sus auténticos sentimientos . Un a pist a sobre e l embuste responde a l interrogant e d e s i el sujet o está o no mintiendo , pero no revel a lo que él oculta : sólo un a autodelación puede hacerlo. Co n frecuencia , eso no importa . L a pist a sobre e l embust e e s sufcient e cuand o l a cuestión es saber si la persona miente , más que saber qué es lo que oculta . E n ta l caso n o s e precisa ningun a autodelación. L a información sustraída puede imaginarse , o no viene al caso. Si un gerent e percibe, gracia s a un a pist a de este tipo , que el candidat o que se presentó par a el cargo le está mintiendo , con eso le basta , y no necesita ningun a autodelación de l candidat o par a toma r l a decisión d e n o emplea r e n s u empresa a u n mentiroso . Pero no siempr e basta. A veces es important e conocer con exactitu d l o que s e oculta . Descubri r qu e u n emplead o d e confanza ha incurrid o en un a malversación de fondos puede ser insufciente . Quizás un a pist a dejó entreve r su embuste , y dio luga r a un a confrontación y un a confesión de su parte . Pero * "Leakage", término que literalmente signifca "fltración" como la que produce un a gotera en un a cañería. [T. l 40 por más que el asunt o haya quedado zanjado, se hay a despedi• do a ese sujeto , hay a terminad o la causa judicia l que se le inició, el patrón seguirá tratand o de obtener un a autodelación para averigua r cómo lo hizo , y qué destino le dio a ese dinero . S i Chamberlai n hubier a detectad o algun a pist a sobre e l embuste de Hitle r quizás habría sabido que éste le estaba mintiendo , pero en tales circunstancia s le habría sido más útil aún conseguir que le delatase sus planes de conquist a o hast a dónde pensaba llevarlo s adelante. Ha y ocasiones en que la autodelación sólo proporcion a un a part e de la información que la víctima necesita conocer: trans • mit e más que la pist a sobre el embuste , pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike . Rut h se vi o presa del pánico porqu e no sabía cuánto había escuchado su esposo de la conversación telefónica que ell a habí a mantenid o con s u amante . Cuand o Jerr y s e dirigió a ella , ta l vez Rut h hicier a algo que dejase trasluci r su pánico (u n temblo r en los labios, un fugaz enarcamient o de las cejas). E n ese contexto , u n indici o ta l sería sufcient e par a saber qu e estab a mintiendo , pues.. . ¿po r qué otr o motiv o podría preocuparl e que su esposo le hicier a esa pregunta ? Ahor a bien , dich a pist a nada le diría a Jerr y en cuant o a la mentir a en sí, ni con quién estaba habland o ella . Jerr y obtuv o part e de esa información porque la voz de Rut h la autodelató. Al explicarle por qué motiv o no creía en lo que ell a le había dicho sobre su interlocuto r telefónico, Jerr y le dice: "—Fu e por tu tono de voz. "—¿En serio? ¿Y cómo era?— ell a quiso lanza r una risita nerviosa. "E l miró al aire , como s i s e tratas e de u n problem a estético. Se veía cansado, y con el cabello cortado al ras parecía más jove n y más delgado. "—Er a un tono distint o al de costumbre —dijo — . Er a la voz de un a mujer . "—Eso es lo que soy: un a mujer . "—Pero conmigo usas un a voz de chiquill a —continuó él". I ( í La voz que había usado Rut h no era la que usaría con una 4 1 emplead a d e l a escuel a dominical , sin o má s bie n con u n amante . Ell a trasunt a que e l engaño d e Rut h probablemente esté referid o a un asunt o amoroso, aunqu e todavía no le dice a su marid o cóm o es toda la historia . Jerr y no sabe aún si el idili o acaba de comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el amant e de su mujer . No obstante , sabe más de lo que habría podido averigua r con un a pist a sobre su embuste, que a lo sum o le habría informad o que ell a mentía. Defní antes la mentir a como un a decisión deliberada de despista r a un destinatari o si n darl e un a notifcación previ a de dicho propósito. Ha y dos formas principale s de mentira : el ocul - tamiento , o sea, el hecho de no transmiti r tod a la información, y el falseamient o o presentación de información falsa como si fuer a verdadera . Otro s modos de menti r son despistar al otr o reconociendo la emoción propi a pero atribuyéndola a un a causa falsa , decir falsament e l a verdad , o admiti r l a verda d pero d e un a maner a ta n exagerada o irónica que el destinatari o se vea desorientado o no reciba información alguna ; el ocultamient o a medias , o admisión de un a part e únicamente de la verdad , a fn de desvia r el interés del destinatari o respecto de lo que todavía permanece oculto ; y la evasiva por inferenci a incorrecta , o decir la verda d pero de un modo que impliqu e lo contrari o de lo que se dice. Ha y dos clases de indicios del engaño: indicio s revelatorios que, inadvertidamente , ponen l a verda d a l desnudo, y simples indicio s de mentira , cuando el comportamient o mentiros o sólo revela que lo que él dice no es cierto . Tant o los indicio s revelatorio s (autodelación ) como los simple s indicio s de mentir a son errore s que comete un mentiro • so. Pero no siempr e los comete. No todas las mentira s falla n en sus propósitos. En el próximo capítulo explicaremos por qué alguna s sí. 42 Po r qué falla n la s mentira s La s mentira s falla n por muchos motivos . Quizá l a víctima del engaño descubra accidentalmente l a verda d a l encontra r u n documento escondido o un a manch a de barr a de labios en un pañuelo. Tambié n puede ocurri r que otr a persona delat e a l mentiroso : u n colega envidioso, un a esposa abandonada , u n informant e que ha sido pagado par a ello , son alguna s de las fuentes básicas de detección de los engaños. Si n embargo, lo que aquí nos import a son los errores cometidos durant e el acto mismo d e menti r contr a l a volunta d del que miente , conductas que lleva n sus mentira s al fracaso. La pist a sobre el embuste o la autodelación puede presentarse en un cambio de la expre• sión facial , un movimient o de l cuerpo, un a infexión de la voz, e l hecho d e traga r saliva , u n ritm o respiratori o excesivamente profund o o superfcial , larga s pausas entr e las palabras , u n desliz verbal , un a microexpresión facial , u n ademán que n o corresponde. La cuestión es: ¿por qué no puede n evita r los mentirosos estas conductas que los traicionan ? A veces lo consi• guen. Ha y mentira s ejecutadas hermosamente , si n que nad a de lo que se dice o hace las trasluzca. ¿Pero por qué no sucede esto en todos los casos? Las razones son dos, un a de ellas vinculad a con los pensamientos y la otr a con los sentimientos . 43 MALO S PLANE S N o siempr e los mentiroso s prevén e n qu é moment o necesi• tarán mentir ; n o siempr e tiene n tiemp o d e prepara r e l pla n que ha n d e seguir, ensayarl o y memorizarlo . E n e l episodio citad o de la novel a Marry Me, de Updike , Rut h no previ o que s u marido , Jerry , l a oiría habla r por teléfono con s u amante . L a histori a que invent a sobre l a march a —qu e habían llamad o de la escuela dominica l par a saber si inscribiría a sus hijos — l a traiciona , porqu e n o concuerd a con l o qu e s u marid o escuchó. Au n cuand o e l mentiros o teng a l a oportunida d d e preparar • se por adelantad o y de monta r cuidadosamente sus planes , ta l vez no sea lo bastant e sagaz como par a anticipa r todas las pregunta s que pudiera n hacérsele o par a medita r sus respues• tas. Y hast a puede suceder que su sagacidad no alcance, ya que cambios insólitos en las circunstancia s quizá den po r tierr a con u n pla n que, d e l o contrario , habría resultad o efcaz. Durant e l a investigación judicia l po r e l caso Watergate , e l jue z federal Joh n J . Siric a describió u n problem a d e esta índole a l explica r sus reacciones ant e el testimoni o de Fre d Buzhardt , asesor especial de l president e Nixon : "E l prime r problem a que enfren • t ó Fre d Buzhard t a l trata r d e justifca r e l hecho d e que falta • ra n cinta s grabadas fue conseguir que su histori a fuese cohe• rente . E l prime r día d e l a audiencia , Buzhard t manifestó que n o había ningun a cint a d e l a reunión mantenid a por e l presi • dente con Dea n el 15 de abri l a raíz de que (...) había fallad o un cronómetro. (...) Pero poco después modifcó esta explicación primitiva . [Buzhard t se había enterad o de que podrían llega r a conocerse otra s pruebas que demostrase n que los cronómetros había n funcionad o perfectamente. ] Dij o entonce s qu e l a reunión de l 15 de abri l con Dea n (...) no había sido grabad a porque las dos cintas disponibles estaba n llenas con lo registra • do el día anterior , durant e el cua l se habían llevado a cabo mucha s reuniones". 1 Aunqu e las circunstancia s n o obligue n a l mentiros o a cambia r sus planes , alguno s tiene n difculta d par a recorda r e l pla n que habían resuelt o segui r primitivamente , 44 con el fn de poder responder prest a y congruentement e a las nuevas pregunta s que se les formulan . Cualquier a de estos fallos —n o anticipa r en qué moment o será preciso mentir , no saber inventa r un pla n adecuado a las circunstancia s cambiantes , no recorda r el pla n que uno ha deci• dido seguir — genera indicio s del engaño fácilmente detecta- bles. Lo que el sujeto dice es en sí mism o incoherent e o bie n discrepa con otros hechos incontrovertible s qu e ya se conocen en ese momento , o que se revela n má s tarde . Estos indicio s obvios de l engaño no son siempr e ta n confables y directo s como aparentan . Un pla n demasiado perfecto y sin tropiezos puede delata r a un estafador qu e se la s piens a todas. Par a peor, algunos estafadores, sabient o esto, cometen deslices deli • berados a fn de no parecer perfectos. El cronist a e investigado r Jame s Phela n describió u n caso fascinant e e n s u relat o sobre l a fals a biografía de Howar d Hughes . Hacía años que nadie había vist o a Hughes , lo cua l no hacía sino aumenta r l a fascinación del público ant e este multimillo • nari o que rodaba películas de cine , er a dueño de un a compañía aérea y de la mayor casa de juegos de azar en Las Vegas. Hacía tant o tiemp o que nadie lo veía, que hast a se llegó a duda r de que estuvier a vivo . Fu e sorprendent e que un a person a ta n recluid a autorizas e a alguie n a escribi r su biografía, y si n embargo eso es lo que sostuvo haber hecho CiiíTord Irvin . La editoria l McGraw-Hil l le pagó 750.000 dólares por publicarla , y la revist a Life 250.000 dólares po r reproduci r sólo tres frag • mentos.. . ¡ y todo resultó u n fraude ! Clifor d Irvin g er a "...u n gra n estafador , un o d e los mejores . H e aqu í u n ejemplo . Cuando lo indagamos por separado vario s de nosotros, tratand o de que nos dier a pormenores de su histori a fraguada , jamá s cometió el erro r de contarl a dos vetes de la mism a manera . Incluía pequeñas discrepancias, y cuando se las mencionába• mos, las admitía enseguida. Un estafador común y corrient e habría inventad o un a histori a perfecta e n sus más mínimos detalles, par a poder narrarl a un a y otr a vez sin apartars e un a coma. U n hombr e honest o comet e po r l o comú n pequeño s errores , particularment e si debe relata r un a histori a larg a y 45 complicad a como la de Cliñbrd, Pero éste er a lo bastant e sagaz f como par a saberlo, y ofreció un a soberbia personifcación de un < hombr e honesto. Si lo sorprendíamos en algo que parecía estar < en contr a de él, espontáneamente nos decía: "Ay , ay, eso no me ( favorece, ¿n o es así? Si n embargo , las cosas sucedieron como les s digo". Transmitía la image n de un hombr e sincero, aunqu e le t perjudicase.. . y po r otr o lad o nos soltab a un a mentir a tra s t otra" . 2 Contr a est a clas e d e sagacida d n o ha y protecció n ] posible: los estafadores más habilidosos logran, de hecho, sus propósitos. Pero no todos los que miente n son ta n tortuoso s en •< su engaño. í La falt a de preparación o la imposibilida d de recorda r el t pla n adoptado puede ofrecer indicio s en cuanto a la form a de £ formular el plan , aunque no hay a ningun a incongruencia en su ¡ contenido. La necesidad de pensa r de anteman o cada palabr a i antes de decirl a —de sopesar todas las posibilidades, de buscar i el término de idea exactos— se evidenciará en las pausas, o ¡ bien , más sutilmente , en un a contracción de los párpados o de Í las cejas y en ciertos cambios en los gestos y ademanes (como explicamos con más detall e en los capítulos 4 y 5). No es que la s consideración cuidadosa de cada palabr a antes de pronunciarl a < sea siempr e señal de engaño, pero en ciertas circunstancia s lo < es. Cuand o Jerr y le inquier e a Rut h con quién estaba habland o i por teléfono, cualquie r signo de que ell a estaba seleccionando ( minuciosament e las palabra s a l responder indicaría s u mentira . c MENTIRA S RELACIONADA S CO N LO S SENTIMIENTO S PROPIO S , El hecho de no habe r pensado de antemano , programad o < minuciosament e y ensayado el pla n falso es sólo uno de los ; motivo s po r los cuales se cometen deslices que ofrecen pista s < sobre el engaño; los errore s se deben asimism o a la difculta d { de oculta r las emociones o de inventa r emociones falsas. No ( tod a mentir a llev a consigo un a emoción, pero las que s í l a implican , causan al mentiros o problemas particulares . Ciert o i es que el intent o de oculta r un a emoción en el instant e mism o 1 46 en que se la siente podría traslucirs e en las palabra s emplea • das, pero salvo que se incurr a en algún desliz verbal , por lo común eso no sucede. A menos que el mentiros o tenga el deseo de confesar lo que siente , no necesita poner en palabra s sus sentimiento s ocultos ; e n cambio , l e queda n menos opciones cuando se trat a de oculta r un a expresión facial , un a acelera• ción de los movimiento s respiratorio s o un endurecimient o de la voz. Cuando se despierta n emociones, los cambios sobrevienen automáticamente, sin da r cabida a la opción o a la deliberación. Se producen en un a fracción de segundo. En Marry Me, cuand o Jerr y acusa a Rut h de mentir , ésta no tien e difculta d en calla r su "¡Sí, es cierto , he mentido!" ; pero el pánico que le da el ser sorprendida en su engaño se adueña de ella y produce señales visibles y audibles. Ese pánico no es algo que ell a pueda elegi r ni detener: está más allá de su control . Y esto, a mi juicio , es algo fundamental , propi o de la naturalez a de la experienci a emocional. Las personas no escogen deliberadamente el moment o en que sentirán una emoción; por el contrario , lo común es que viven - cien las emociones como algo que les sucede pasivamente, y en el caso de las emociones negativa s (el temor , la ira) , contr a su voluntad . No sólo hay pocas opciones en lo tocante al moment o de experimenta r un a emoción, sino que ademá s nos damos cuenta de que no tenemos demasiado par a elegir en cuanto a manifestar o no ante los demás sus signos expresivos. Rut h no podía, simplemente, elegir no mostra r ningún signo de pánico; no había ningun a perill a que pudiese apreta r par a relajarse y detener sus reacciones emocionales. Y si la emoción es demasia• do intensa , puede ser imposibl e inclus o controla r la s propia s acciones. Un a fuerte emoción explica, aunque no siempre justifi • ca, comportamientos inapropiado s —"N o tuv e la intención de gritart e fo de golpear la mesa, o de insultarte , o de dart e un golpe), pero perdí la paciencia, no me pude controlar"— . Cuando un a emoción va surgiend o en form a paulatin a y no repentina , y si comienza en un bajo nive l (molesti a en vez de furia) , los cambios en la conducta son pequeños y relativamen - 47 t e sencillo s d e oculta r s i un o s e d a cuent a d e l o qu e está sintiendo . Pero la mayoría de las personas no se da n cuenta. Cuand o un a emoción empieza gradualment e y se mantien e con poca intensidad , ta l vez sea má s notabl e par a los demás que par a uno ; y no se la hará consciente hast a que se hay a vuelt o fuerte . Pero cuand o se ha vuelt o fuerte , es much o más difícil controlarla ; oculta r los cambios que entonces se producen en el rostro , e l rest o de l cuerp o y l a voz genera un a luch a interior . Aunqu e el ocultamient o teng a éxito y la emoción no trascienda , a veces se advertirá la luch a mism a y será un a pist a sobre el embuste. Oculta r un a emoción no es fácil, pero tampoco lo es inven • ta r un a n o sentida , aunqu e n o hay a otr a emoción que disimula r con ésta. No bast a con decirse "Estoy enojado" o "Tengo miedo": el embuster o debe mostrars e y sona r enojado o temeroso si quier e que le crean . Y no es sencillo convocar los movimiento s adecuados, los cambios particulare s de la voz, requerido s par a simula r l a emoción . Ha y cierto s movimiento s faciales , po r ejemplo , que poquísima s persona s están en condiciones de ejecuta r de modo voluntari o (los describimos en el capítulo 5). Estos movimiento s de difícil ejecución son vitale s par a que el falseamient o d e l a tristeza , e l temo r o l a ir a tenga éxito. E l falseamient o s e vuelv e tant o más ardu o cuant o mayo r e s l a necesida d qu e ha y d e él: par a contribui r a oculta r otr a emoción . Trata r d e parece r enojad o n o e s sencillo , per o s i encim a e l sujeto que quier e parecerlo tien e miedo e n realidad , se sentirá desgarrad o por dentro : un a serie de impulsos , prove• niente s d e s u temor , l o empujarán e n un a dirección, e n tant o que su intent o deliberad o de parecer enojado lo empujará en la dirección opuesta. La s cejas, po r ejemplo, se arquea n involun • tariament e cuand o se siente miedo , pero si en cambio lo que se desea es simula r enojo, hay que frunci r el ceño. Con frecuencia, son los signos de esta luch a intern a entr e lo que se siente de veras y la emoción fals a los que traiciona n al mentiroso . ¿Qué decir de la s mentira s que no involucra n emociones, la s mentira s acerca d e planes , ideas, acciones, intenciones , hechos o fantasías? ¿Se trasluce n en la conducta de l mentiroso? 48 SENTIMIENTO S PROPIO S RELACIONADO S CO N L A MENTIRA S N o todo engaño implic a oculta r o falsea r un a emoción. L a empleada de banco que cometió un desfalco lo único que ocult a es que robó dinero . El que plagi a ocult a que ha tomad o un a obra ajena presentándola como propia . El galán vanidoso de mediana edad ocult a su edad ante su amante , se tiñe las canas y afrm a tene r siete años menos. Pero aunque la mentir a puede no esta r referid a a un a emoción, igualment e la s emociones suelen participa r e n ella . A l galán ta l vez l e moleste e n e l fondo su vanidad , y par a triunfa r en su engaño tendrá que ocultar , no sólo su edad, sino esa molestia . El que plagi a puede senti r desdén por los lectores a quienes ha desorientado; no tendrá entonces que oculta r únicamente el orige n de su obr a y fngir un don que no posee, sino que además tendrá que oculta r su menosprecio. La malversador a de fondos quizá se sorprend a al enterarse de que ha n acusado a otr o de su delito , y deba oculta r su sorpresa, o al menos los motivo s de su sorpresa. Así pues, a menud o interviene n emociones en mentira s que no se dijero n con el fn de oculta r emociones. Y un a vez que ellas intervienen , ha y que ocultarla s par a n o traicionarse . Cualquie r emoción puede ser responsable de esto, pero tre s de ellas están ta n asiduament e entrelazadas con el engaño, que merecen un a explicación aparte : el temo r a ser atrapado , el sentimient o de culp a por engañar y el deleit e qu e provoca embaucar a alguien . E L TEMO R A SE R ATRAPAD O En sus forma s más moderadas, este temor , en vez de desba• rata r las cosas, puede ayuda r a l mentiros o a n o incurri r e n equivocaciones a l mantenerl o alerta . S i e l temo r e s mayor , puede produci r signo s conductuale s que e l descubrido r d e mentira s avezado notará enseguida, y si es much o mayor , el temo r de l mentiros o a ser atrapad o da orige n exactament e a lo que él teme. Si un mentiros o fuera capaz de calibra r cuál será su recelo a ser detectado en caso de embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones par a resolve r si vale la pena corre r e l riesgo . Y aunqu e y a hay a decidido correrlo , saber estima r qué grado de recelo a ser detectado podría llega r a senti r lo ayudará a programa r medidas contrarrestante s a fn de reduci r u oculta r su temor . Est a información puede serle útil, asimismo , a l descubrido r d e mentiras : s i prevé que u n sospechoso tien e much o temo r d e ser atrapado , estará mu y atent o a cualquie r evidenci a de ese temor . El grado de recelo a ser detectado está sujet o a la infuenci a de mucho s factores. El primer o y determinant e es la creencia que teng a e l mentiros o sobre l a habilida d de s u destinatari o par a descubri r mentiras . S i sabe qu e s u destinatari o e s u n incaut o o u n tonto , po r l o genera l n o tendr á demasiado s recelos . E n cambio , alguie n con fam a d e "dur o d e pelar" , alguie n conocido por lo difícil que result a engañarlo o por ser un expert o descubrido r de mentirosos , inculcará recelo a ser detectado. Los padres suelen convencer a sus hijos de que ellos son maestro s en este art e de descubri r mentiras : "M e basta mirart e a los ojos par a saber si me estás mintiendo" . La chica embuster a tien e tant o pavo r de ser atrapad a que este mism o pavo r l a delata , o bie n confesa l a verda d porque imagin a que no tien e probabilida d algun a de éxito. En la obr a dramática de Terence Rattigan , The Winslow Boy, y la película en ell a basada, Pleito de honor (1948), el padre , Arthur , apela minuciosament e a esta estratagema . A su hij o adolescente, Ronnie , lo ha n echado de la Escuela Nava l acusado d e roba r u n gir o postal : "ARTHUR ; En est a cart a dicen que robaste un giro postal. {Ronnie ahre ta boca para contestar, pero Arthur lo detiene.) No digas nada , no quiero qui* digas un a sol a palabr a ante s de escucha r lo que yo tengo que decirte a ti. Si lo hiciste , debes decírmelo. No me enfadaré contigo, Ronnie.. . siempre y cuando me cuentes la verdad . Pero si me mientes, lo sabré, porque entre tú y yo no puede esconderse ningun a mentira . Lo sabré, Ronnie.. . así que antes de hablar , acuérdate de esto. (Hace una pausa.) ¿Robaste ese giro? "RONNIE (vacilante): No, papá, no lo robé. (Arthur da un paso hacia él y le clava los ojos.) 50 "ARTHL'R : ¿Robaste ese giro postal? "RONNIE : No, papá, no lo hice. (Arthur sigue con su mirada clavada en él durante un segundo, luego la aparta.)". 3 Arthu r le cree a su hijo , y la obra relat a los enormes sacrifi • cios que hacen luego el padr e y el resto de la famili a par a reha • bilitarlo . Pero n o siempr e u n padr e puede apela r a l a estrategi a usada por Arthu r a fi n d e averigua r l a verdad . S i u n muchacho ha mentid o muchas veces en el pasado y ha logrado hacer caer a su padre en el engaño, no tendrá motivos par a pensar que no puede conseguirl o otr a vez más. Ta l vez u n padr e n o esté dispuesto a amnistia r a su hij o cuando éste le confese algun a fechoría, o ta l vez su buena disposición en ta l sentido no sea creída por su hijo , como consecuencia de los episodio s de l pasado. También puede ocurri r que el chico le crea al padr e y esté seguro de que éste es capaz de confar en él. Un padr e que se ha mostrad o suspicaz y desconfado con su hij o y no le ha creído cuando l e dij o l a verdad , despertará temo r e n u n chico inocente. Esto plante a un problem a decisivo en la detección dei engaño: es casi imposible diferencia r el temor a que no le crean del niño inocente, del recelo a ser detectado que siente el niño culpable: las señales de un o y otr o serán las mismas . Estos problema s n o s e presenta n exclusivament e e n e l descubrimient o del engaño entr e padr e e hijo : siempr e es difícil distingui r el temo r del inocente a que no le crean , del recelo del culpable a ser detectado. Y la difculta d se agrand a cuando el descubridor de la mentir a tien e fam a de suspicaz, de no haber aceptado sin más la verda d anteriormente . A éste le será cada vez más problemático distingui r aque l temo r de este recelo. La práctica del engaño, así como el éxito reiterad o en instrumen • tarlo , reducirá siempre el recelo a ser detectado. El marid o que engaña a su esposa con la decimocuart a amant e no se preocu• pará much o porque lo atrape : ya tien e práctica sufciente , sabe lo que puede prever que sucederá y lo que tien e que encubrir ; y lo que es más importante , sabe qu e puede sali r airoso . La 51 confanz a en uno mism o aminor a el recelo de ser descubierto. Por otr a parte , u n mentiros o que s e propasa e n s u autoconfan - za puede cometer errore s por descuido; es probable que ciert o recelo de se r detectado sea útil par a todos los mentirosos . El detector eléctrico de mentiras , o polígrafo, opera basán• dose en los mismo s principio s que la persona qu e quier e detec• ta r mentira s a través de señales conductuales que las traicio • nen , y est á sujet o a los mismo s problemas . El polígrafo no detect a mentira s sin o sólo señales emocionales. Sus cables le son aplicados al sospechoso a fn de medi r los cambios en su respiración , sudo r y presión arterial . Per o e n s í mismo s e l sudor o la presión arteria l no son signos de engaño: las palma s de las manos se humedece n y el corazón lat e con mayo r rapidez cuand o e l individu o experiment a un a emoción cualquiera . Por eso, ante s de efectuar esta prueba , la mayoría de los expertos que utiliza n el polígrafo trata n de convencer al sujeto de que el aparat o nunc a falla , y le administra n lo que se conoce como un a "prueb a de estimulación". La técnica más frecuente consis• t e e n demostrarl e a l sospechoso que l a máquina podrá adivina r qué naip e ha extraído del mazo. Se le hace extrae r un naipe y después volve r a ponerl o en el mazo ; luego se le pid e que conteste negativament e cada vez que el examinado r le inquier e por u n naipe e n particular . Alguno s expertos que emplea n este aparat o no cometen errore s gracias a que desconfían de él, y utiliza n u n maz o d e naipe s marcados . Justifca n l a tramp a basándose en dos argumentos : si el sospechoso es inocente , import a que él crea que la máquina es perfecta , pues de lo contrari o tendría temo r de que no le creyesen; si es culpable , import a que teng a recelo de ser atrapado , pues de lo contrari o e l aparat o no operaría en verdad . L a mayoría de los que utili • zan el polígrafo no incurre n en esta tramp a contr a sus sujetos, y confían en qu e el polígrafo sabrá decirles con exactitu d cuál fue e l naip e extraído. 4 Ocurr e lo mism o qu e en Pleito de honor, el sospechoso tiene que esta r persuadid o d e l a habilida d del otr o par a descubri r s u mentira . Los signos de que tiene temo r serían ambiguos si no pudiese n disponers e la s cosas de modo que únicament e el 52 mentiros o tenga miedo , no el veraz. Los exámenes con polígra• fos no sólo fracasan porque algunos inocentes teme n ser falsa • mente acusados o porque por algún otr o motiv o los perturb a el hecho de ser sometidos a un examen , sin o también porque algunos delincuentes no creen en la máquina mágica: saben que pueden burlarla , y por eso mism o se vuelv e más probable que sean capaces de lograrlo. * Otr a similitu d con Pleito de honor radic a en el intent o del experto que usa el polígrafo par a logra r la confesión. Así como el padr e de Ronnie se arrogab a poderes especiales par a detec• ta r mentira s a fn de inducirl o a confesar su culpabilidad , así también algunos usuario s de l polígrafo procura n extrae r del sospechoso un a confesión convenciéndolo de que jamá s podrán ganarle a la máquina. Si no confesa, lo amedrentarán dicién- dole que ésta ya ha descubierto que no dice la verdad ; aumen • ta n así el recelo de l sujeto a ser detectado, y con él, la esperan• z a d e logra r qu e confese . E l inocent e debe sufri r esta s acusaciones falsas, pero presuntament e luego quedará rehabili • tado . Po r desgracia , sometido s a tale s presione s alguno s inocentes confesan falsament e par a no tene r que seguir sopor• tándolas. Los especialistas que usa n el polígrafo no cuentan , por lo general , con la ventaj a de l padre de Ronnie , que podía ofrecerle a su hij o perdonarl o por el delit o cometido si lo admitía, y así inducirl o a confesar. Los interrogadore s de delincuente s se acercan a esto cuando Ies sugiere n que el castigo será meno r si confesan. Aunqu e por lo común no están en condiciones de ofrecer un a amnistía total , s í pueden brinda r u n perdón psico• lógico; pueden darl e a entende r al sujet o que no tien e por qué avergonzars e de l crime n qu e cometió , n i siquier a sentirs e responsable de él. Con tono benevolente, el interrogado r le dirá que lo consider a mu y comprensible , que él habría hecho lo * Algunos expertos en el uso de este aparat o sostienen que lo que piense el sospechoso acerc a de su precisión no importa demasiado. Est a y otras cues• tiones referidas a la prueb a del polígrafo y su conexión con los indicios conductuales par a detectar los engaños se analizara n en el capítulo 7. 53 mism o de hallars e e n idéntica situación. Otr a variant e consiste en proporcionarl e un a explicación decorosa del motiv o por el I cua l cometió e l delito . E l siguient e ejempl o fue tomad o d e l a grabació n de l interrogatori o a u n sospechoso d e asesinat o —que , dich o sea de paso, er a inocente—. El que habl a es el interrogador : "Ha y veces en que por causa del ambiente , o de un a enfer• medad , o po r mucha s otra s razones, l a gente n o v a por e l bue n camino . (...) A veces no podemos deja r de hacer lo que hacemos. Hacemo s la s cosas e n u n moment o e n que nos arrastr a l a pasión , e n u n moment o d e ira , o quiz á porqu e dentr o d e nuestr a ment e las cosas no se nos ordena n del todo. Cualquie r ser human o norma l qu e h a cometid o u n erro r quier e repa • rarlo" . 5 Hast a ahor a hemos vist o de qué maner a la fam a del descu• brido r de mentira s puede infui r en el recelo a ser detectado del mentiros o y en el temo r a que no le crea n del inocente. Otr o facto r que gravit a en el recelo a ser detectado es la personali • da d de l mentiroso . Ha y individuo s a los que les cuesta much o mentir , e n tant o que otro s l o hacen con pasmosa soltura . S e sabe much o más de los que miente n con facilida d que de los que no pueden hacerlo. Alg o pude descubri r sobre estos últimos e n m i investigación sobre e l ocultamient o d e las emociones negativas . En 1970 comencé un a serie de experimento s destinados a corrobora r los indicio s de l engaño que había descubierto anali • zand o l a películ a d e l a pacient e psiquiátric a Mary , cuy a mentir a describí e n e l prime r capítulo. Recordemos que Mar y había ocultado a su médico su angusti a y desesperación en la esperanza de que éste le diese un permis o par a sali r el fi n de semana , y así, libr e de todo control , poder suicidarse. Yo debía someter a examen mentira s semejantes de otra s personas par a averigua r si mostraba n o no los mismo s indicio s de engaño que encontré en esa película. Tenía pocas esperanzas de halla r sufi • cientes ejemplos clínicos; si bie n a menud o un o sospecha qu e un paciente le está mintiendo , es rar o que pueda estar seguro, salvo que l o confese, como Mary . M i única opción era crea r un a 54 situación experimenta l que modelaría, basándose e n l a mentir a de Mary , par a examina r los errores que otra s personas come• tían a l mentir . Par a que hubier a correspondencia con la mentir a de Mary , los sujetos experimentales tenían que senti r fuertes emociones negativas y estar mu y motivados a ocultarlas . Produjese esas fuerte s emociones negativa s mostrándoles escenas horrible s ñlmadas en el quirófano y pidiéndoles que ocultasen todo signo d e l o que sentían a l observarlas. A l principi o m i experiment o fracasó, porque nadie se empeñó demasiado en lograrlo . No había previsto lo difícil que es induci r a la gente a menti r en un laboratorio : a cualquier a le fastidi a saber que unos científcos están viéndolo comportarse en form a inapropiada . A menudo es ta n poco lo que hay en juego , que au n en los casos en que mienten , no lo hacen con el mism o rigo r que en la vid a real , cuando de veras les import a mentir . Seleccioné como sujetos experimentales a alumna s de la escuela de enfermería, ya que par a un a enfermera , poder decir esta clase de mentira s es mu y importante . La s enfermera s deben saber oculta r cualquie r emoción negativ a que les surj a al ve r un a operación u otr a escena e n que corra sangre. M i experiment o les brindab a l a oportunida d de practica r un a habilida d relevante en su carrera . Otr o motiv o era evita r el problema ético que plante a exponer a esas escenas sangrienta s a cualquiera . Al decidirs e po r esa profesión, las enfermeras ya habían elegido enfrentars e con esa clase de material . La consigna que les di fue la siguiente : "S i les toca trabaja r e n l a sala d e guardi a y entr a un a madr e llevand o a su pequeño hij o con el cuerpo despedazado, ustedes no pueden evidenciar ningun a angustia , por más que sepan el dolor que puede estar sufriend o la criatur a y la s pocas probabilidades que tiene de sobrevivir . Tiene n qu e acalla r sus sentimiento s y calma r a la madre hast a que llegu e el médico. O bien imagine n que deben limpia r las heces de un paciente que ya no control a sus esfínteres; de por sí, el paciente se siente molesto y avergonzado por verse reducido a ese estado infantil . Probablemente a ustedes les causa disgusto lo qu e tiene n que hacer, pero no deben mostra r ese sentimiento . 55 "E n este experiment o se íes dará la oportunida d de proba r y practica r l a capacidad que tiene n par a controla r l a expresión de sus sentimientos . Primer o verán un a hermosa película con agradables escenas de playa , y al mism o tiemp o que la mira n describirán sus sentimiento s sincerament e a un entrevistador ; éste no sabrá qué película están viendo. A continuación verán alguna s de las peores escenas que pueden presentárseles en mucho s años de experienci a como enfermeras ; deberán oculta r sus sentimiento s de modo ta l que el entrevistado r suponga que están viend o otr a película encantadora ; por ejemplo, pueden decirle que en ell a se aprecia n los bellos jardine s del parqu e Golden Gate Ide San Francisco] . Pongan el mayor empeño en lograrlo" . Seleccionamos los peores flmes que pudimo s encontrar . En estudio s preliminare s habíamos averiguad o que a alguna s persona s les perturba n extremadament e la s película s qu e muestra n quemadura s graves , y a que saben que e l terribl e dolo r d e l a víctima d e un a d e estas quemadura s n o pued e aliviars e demasiado con la medicación habitual . A otra s las trastorn a más un a escena de amputación de un miembro , en part e por los chorros de sangre que salta n pero también porque imagina n cóm o se sentirá ese individu o al desperta r y dars e cuent a d e que l e falt a un a piern a o u n brazo . Hicimo s u n montaj e de dos películas, cada un a de las cuales mostrab a un a de estas escenas, de ta l modo que parecía como si el miembr o le fuer a amputad o a un a person a que además había sufrid o quemadura s graves. Con estas terrorífcas películas llegamos a saber hast a qué punt o puede oculta r l a gente emociones inten • sísimas cuand o quier e o debe. Dad o que la competenci a par a ingresa r en la escuela de enfermería de la universida d en la qu e trabaj o es mu y intensa , todas estas jóvene s estudiante s habían alcanzado mu y alto s puntaje s e n diversas prueba s d e rendimiento , tenían alta s cali • fcaciones y excelentes referencias personales en cuant o a su carácter. Pero a pesar de ser un grup o ta n selecto, diferia n marcadament e entr e s í e n s u capacida d par a oculta r sus senti • mientos . Alguna s lo hacían de un a maner a excelente, mientra s 56 que a otra s les resultab a imposible . En entrevista s posteriores con ellas comprobé qu e s u imposibilida d d e menti r mientra s veían mi s espantosas películas no estaba n referida s específca• mente a mi experimento . Alguna s de estas estudiante s siempr e tema n difculta d par a menti r acerca d e sus sentimientos . Ha y individuo s que son especialmente recelosos de ser atrapado s mintiendo ; están convencidos de que todos los que los están mirand o se darán cuent a de que miente , lo que se conviert e en un a profecía que termin a por cumplirse . Administré a todas estas estudiantes numerosos tests objetivos de personalidad , y par a m i asombro hallé que quiene s tenían má s difcultade s par a menti r n o diferían de l rest o de l grup o e n estos tests . Apart e de dicha peculiaridad , no parecían diferenciarse de las demás. Sus pariente s y amigos conocían esa característica de s u personalida d y les perdonaba n qu e fuese n ta n veraces siempre. Procuré interiorizarm e mejo r sobre sus oponentes, las que mentían fácilmente y con gra n éxito. Los mentirosos naturales están al tant o de su aptitud , no menos que quienes los conocen bien . Desde la infanci a engañaron impunement e a sus padres, maestros y amigos cuando se les antojó hacerlo. Esta s personas no sienten ningún recelo de ser detectadas, todo lo contrario : confían en su capacidad par a engañar. Est a confanza , esta falt a de recelo al mentir , es un a de las marcas características de la personalida d psicopática; pero es la única característica que los mentirosos naturale s comparte n con los psicópatas. A diferencia de éstos, no revela n poseer escaso discernimiento , ni dejan de aprende r con la experiencia. Tampoco presenta n estos otros rasgos de los psicópatas: "...encant o superfcia l (...) falt a de remordimient o o de vergüenza, comportamient o antisocia l si n compunción aparente , egocentrismo patológico e incapaci • da d de amar" . 6 (Me explayaré más sobre la form a en que el remordimient o y la vergüenza pueden deja r trasluci r el engaño cuando me ocupe de la culp a que produce engañar.) Las mentirosa s naturale s d e m i experiment o n o s e diferen • ciaban de la s demás en los puntaje s obtenidos en un a varieda d de pruebas objetivas de personalidad . Sus tests no mostraba n 57 huell a algun a de la personalida d psicopática. No había nad a t antisocia l en su constitución. Al contrari o de lo que sucede con c los psicópatas, n o utiliza n s u habilida d par a menti r con e l ¡ objeto de dañar a otra s personas.* Los mentiroso s naturales , sumament e diestro s en el art e de engañar pero que no carecen de conciencia moral , deberían capitaliza r su talent o dedicando- 1 se a determinada s profesiones: actores, vendedores, abogados, ( políticos, espías, diplomáticos. < Los estudiosos de los engaños militare s se ha n interesad o < e n la s característica s d e estos individuo s qu e tiene n un a f suprem a habilida d par a mentir : "Deben esta r dotados d e un a i ment e fexible y combinatoria , un a ment e que opera dividiend o \ la s ideas, conceptos o 'palabras ' en sus componentes básicos t par a después recombinarlo s de diversas maneras . (U n ejemplo i de este tip o de pensamient o lo encontramos en los juegos de i palabra s cruzadas como el 'Scrabble'.) (...) Los máximos expo- i nentes del uso de l engaño en el pasado (...) ha n sido personas i sumament e individualista s y competitivas , que no se amolda • rían a un a gra n organización (...) y más bie n tiende n a trabaja r solas. Suele n esta r convencida s de la superiorida d de sus propia s opiniones. En ciertos aspectos su carácter concuerda co n e l que , según s e supone, tiene n los artista s bohemios , * Lo s criminale s que son psicópatas engañan a los expertos. "Rober t Resllser , supervisor del Departamento de Ciencia s de la Conduct a del FB I (,..) , quien entrevistó a 36 asesinos, Isostuvo que] la mayoría de ellos tienen un aspecto y un a maner a de habla r normales. (...) An n Rule , un a ex agente de policía, estudiante de psicología y autor a de cinco libros sobre los autores de homicidios en serie (...) vislumbró el modo en que funcionaba mentalmen• te uno de estos asesino s cuando, por un a horrible coincidencia, le tocó tener que trabaja r con Te d Bundy . [Bund y fue condenado más tarde por varios homicidios, algunos de los cuales los cometió en la época en que trabajó junto a Rule. ] Se hicieron amigos, y [Rule] le contó que Te d manipulab a la s cosas de tal maner a que uno nunc a sabía si se estaba burlando o no. (...) La perso• nalida d antisocia l siempr e parece sincera , s u fachad a e s absolutament e perfecta. Yo creía saber qué er a lo que debía observar en un a persona como él, pero cuando trabajé con Te d no hubo ni un a sola señal que lo traiciona• se' ". (Edwar d Iwata , "Th e Bafing Normalc y of Seria l Murders" , San Fran• cisco Chronicle, 5 de mayo de 1984.) 58 ! la excéntricos y solitarios ; sólo que el art e que ellos practica n es »n distinto . Este es aparentement e el denominado r común de los el grandes artífces del engaño, como Churchill , Hitler , Dayán y s, T.E . Lawrence". * ¡n Estos "grandes artífces" puede n necesita r dos clases de > habilida d mu y diferentes : l a indispensable par a planea r un a s, estrategi a engañosa y la imprescindibl e par a desorienta r al contrincant e e n u n encuentr o cara a cara. A l parecer Hitle r lo descollaba en ambas, pero cabe presumi r que alguie n sobresal- a ga en un a de estas habilidade s y no en la otra . Lamentable - a mente, se ha n estudiad o mu y poco las características de los !o grandes engañadores; ningun a obr a se ha propuesto preguntar • as se si sus rasgos de personalida d pueden diferi r según el campo 0 en que les toque poner en práctica su engaño. Sospecho qu e la e respuesta es negativa , y que todos aquellos que son capaces de >- menti r con éxito en la esfera milita r también se la s arreglarían smu y bien en otra s grandes empresas. i - E s tantado r tilda r d e psicópata y antisocia l a cualquie r r enemigo político que hay a cometido palpables engaños. Si bie n s carezco de pruebas par a discuti r esto, desconfío de tale s juicios , a Así como Nixo n es un héroe o un villan o según las opiniones políticas de quie n lo juzgue , así también los dirigente s políticos o militare s extranjero s pueden parecer psicópatas o astuto s ,t según que sus mentira s promueva n o no los valores que uno 1 defende. Supongo qu e ningún psicópata podrí a sobrevivi r n dentro de un a estructur a burocrática el tiemp o sufcient e como e par a alcanzar un a posición de liderazgo en el plan o nacional . s Hast a ahor a he descrit o dos factores determinante s de l r recelo a ser detectado: la personalida d del mentiros o y, antes s que esto, la fam a y carácter de l descubrido r de la mentira . No o menos important e es lo que está en juego al mentir. La regl a es s mu y simple : cuant o más sea lo que está en juego , mayo r será el recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regl a puede ser complicada, porque no siempre es sencillo averigua r qué es lo que está en juego. . A veces es fácil. Como nuestras estudiantes de enfermería estaban mu y motivada s par a tene r éxito e n s u carrera , e n 59 especial a l comienzo , había much o e n jueg o par a ella s e n nuestr o experimento . Por lo tanto , es lógico pensar que ib a a ser grand e su recelo a ser detectadas, el cua l autodelataría o dejaría trasluci r de algún modo su engaño. Dich o recelo habría sido meno r s i l a carrer a d e estas jóvenes aparentement e n o hubiese estado envuelt a en la experiencia; por ejemplo , a la mayoría le habría preocupado menos fracasar en el ocultamien - to de sus emociones si se les hubiese pedido que escondiesen lo que pensaba n sobre la moralida d de hurta r artículos en los negocios. En cambio , lo que estaría en jueg o sería mayo r si se les hubiese hecho creer que las que fracasasen en el experimen • to no podrían ingresa r en la escuela superio r de enfermería.* Un vendedo r que engaña a su client e deberá preocuparse más po r un a vent a qu e l e supone un a comisión alt a que por l a qu e l e dejar á un a comisió n pequeña . Cuant o mayo r sea l a recompensa prevista , mayo r será también el recelo a ser detec• tado : es má s lo qu e está en juego . A veces la recompens a notori a n o e s l o que l e import a a l mentiroso . E l vendedor, por ejemplo , quizás esté buscando ganarse la admiración de sus colegas, en cuyo caso doblegar a un client e refractari o puede signifca r un a recompensa enorm e por má s que l a comisión cobrada sea mínima. En un a partid a de póquer, poco le impor • tará a un jugado r que la apuesta sea ínfma si lo que quier e es derrota r a s u riva l e n e l afecto d e s u novia . Par a alguna s perso• nas, gana r lo es todo; no import a que se trat e de centavos o de grandes sumas , par a ellos es much o lo que está en jueg o en cualquie r competencia. Y lo que está en jueg o puede ser ta n idiosincrásico que ningún observador extern o se dé cuenta. El Jua n Tenori o ta l vez disfrut e engañando a su esposa, no par a satisface r un a lujuri a ardiente , sin o par a repeti r esa viej a compulsión a ocultarl e las cosas a mamá. El recelo a ser detectado será mayo r si lo que está en juego es evita r un castigo, y no merament e gana r un a recompensa. * Nuestr a investigación reveló que los que obtuvieron mayor éxito en el experiment o —lo s más hábiles par a domina r su s emociones — fueron también los mejores alumnos en los tres años siguientes de su formación. 60 Cuando se tom a por primer a vez la decisión de engañar, habi - tualment e s e piens a sólo e n la s recompensas. E l mentiros o únicamente sueña con lo que va a reportarl e su mentira ; el malversado r de fondos, con el "vino , mujere s y canto " qu e tendrá al concretar su fraude. Pero un a vez que el engaño ya lleva ciert o tiempo , ta l vez dejen de obtenerse recompensas. La compañí a pued e habers e percatad o de sus pérdida s y sus sospechas aumenta n hast a ta l punt o qu e e l malversado r d e fondos ya no puede retira r más. Si continúa con sus engaños es par a evita r ser atrapado : ahor a l o que está e n jueg o e s e l castigo únicamente. La evitación de l castigo puede, empero , estar en jueg o desde el comienzo mism o si el destinatari o del engaño es suspicaz o si el mentiros o tiene poca confanza en sí mismo . Un engaño puede acarrea r dos clases de castigo: el castigo que aguard a en caso de que la mentir a fall e y el que puede recibi r el propi o acto de mentir . Si están en jueg o ambos, será mayor el recelo a ser detectado. A veces el castigo en caso de que a un o lo descubran engañando es much o peor que el castigo que deseaba evita r con su engaño. En Pleito de honor, el padr e le comunicó a su hij o que ésa era la situación. Si el descubridor de mentira s puede hacerle saber con clarida d al sospechoso, antes de interrogarlo , que su castigo por menti r será peor que el que se le impong a por su delito , tiene más probabilidade s de disuadirl o de que mienta . Los padres y madres deberían saber que la severida d de los castigos que impone n a sus hijos es uno de los factores que infuye n en el hecho de que éstos confesen sus transgresione s o mienta n a l respecto. Ha y u n relat o clásico, e l d e l a histori a algo novelesca de Masón Locke Weems titulad a The Life and Memorable Actions of George Washington. El padr e le habl a al pequeño George y le dice: "Muchos padres, por cierto , obliga n a sus hijos a incurri r en esa vi l costumbre [mentir ] azotándolos bárbaramente po r cada pequeña falt a qu e cometen ; así es como, l a vez siguiente , l a criatura , aterrada , suelt a un a mentira.. . sólo par a escapar a la paliza . Per o en cuant o a tí, George, como sabes mu y bien , porque siempre te lo he dicho, y 6 1 ahor a t e l o repito , s i por casualida d haces algo mal o —l o cua l va a suceder con frecuencia, ya que todavía no eres más que un chico si n experiencia ni conocimiento— jamá s debes decir un a falseda d par a ocultarlo . Más bie n tienes que veni r a contármelo valientemente, querid o hijo , puesto que eres un hombrecito; y yo, en luga r de pegarte , te honraré y te querré más aún por eso". Vario s conocidos episodios indica n que George confó en lo qu e le dij o su padre. No sólo los niños pueden perder más por el propi o hecho de menti r que lo que habrían perdido en caso de decir la verdad. Un esposo quizá le dig a a su muje r que si bie n el amorío que le ha descubierto lo hirió mucho , la podría haber perdonado si ella no se lo hubier a escondido: la pérdida de la confanza en ell a le infig e u n daño mayo r que l a pérdida d e l a creencia e n s u fdeli • dad. Ta l vez su esposa no supier a esto, o ta l vez no fuera cierto. La confesión de un amorío extraconyuga l puede juzgars e una verdader a crueldad , y el esposo agraviad o puede sostener que si su cónyuge hubiese sido realment e considerada con él, habría sido más discret a y no habría permitid o indiscreciones. Puede ocurri r que marid o y muje r no coincidan al respecto. Los senti • miento s varían, además, con el curso del matrimonio . Un a vez que se ha producido un a relación extraconyugal , las actitudes de un o u otr o pueden cambia r radicalment e al respecto de lo que era n cuando ese amorío sólo er a un a hipótesis. Pero aunqu e el transgreso r sepa que el daño que sufrirá si s e descubr e s u mentir a será mayo r que e l que recibirá s i admit e s u falta , menti r puede resultarl e mu y tentador , y a que confesa r l a verda d l e provocar á perjuicio s inmediato s y seguros, e n tant o que l a mentir a contien e e n s í l a posibilida d d e evita r todo perjuicio . L a perspectiv a d e eludi r u n castigo inmediat o puede ser ta n atrayent e qu e el impuls o que lo lleva a eso hace que el mentiros o subestim e la probabilida d de ser atrapado , y el precio que ha de paga r en caso de serlo. El reco• nocimient o de que la confesión habría sido un a mejor estrate• gi a lleg a demasiado tarde , cuando el engaño se ha mantenid o ya po r tant o tiemp o y con tanta s argucias , que ni siquier a la confesión logr a reduci r e l castigo. 62 A veces no hay duda algun a en cuant o a los costos relativo s de la confesión y de la continuació n de l ocultamiento . Ha y acciones ta n mala s en sí mismas , que por más qu e un o las confíese nadie va a veni r a felicitarl o por haberlo hecho, y por otro lado su ocultamient o poco agrega al posible castigo que tendrá el transgresor. Esto es lo que sucede cuando la mentir a ocult a e l maltrat o d e u n niño, o u n incesto, u n asesinato, u n acto de traición o de terrorismo . Quienes confesen estos críme• nes no deben esperar ser perdonado s (aunqu e la confesión acompañada de contrición puede reduci r el castigo), a diferen • cia de lo que ocurre , por ejemplo , con la posible recompensa de u n Do n Jua n arrepentido . Tampoco e s mu y probable que e l ocultamient o de esos crímenes, un a vez descubierto, provoque un arrebat o de indignación moral . No sólo personas aviesas o crueles pueden hallars e en esta situación: los judíos que oculta • ban su identida d en la Alemani a ocupada por los nazis , los espías durant e la guerra , gana n mu y poco confesando, y nada pierden s i procura n seguir manteniend o s u engaño. Pero au n cuando no tenga probabilida d algun a de reduci r el castigo, un mentiros o puede confesar par a aliviars e del peso que signifc a sostener el engaño por más tiempo , o par a aplaca r su alt o grado de recelo a ser detectado, o su sentimient o de culpa . Otr o elemento que debe evaluarse al ve r de qué modo lo que está en juego infuy e en el recelo a ser detectado es lo que gana 0 pierde el destinatario , y no sólo el engañador. Por lo común, lo que éste gane dependerá de aquél. El malversado r de fondos gana lo que pierde su patrón. Pero no siempre las ganancias y pérdidas respectivas son las mismas . La comisión que percibe un vendedor por vender un product o que no tiene puede ser mucho más pequeña que la pérdida del incaut o cliente . Y lo que está enjueg o par a el engañador y su destinatari o no sólo puede diferi r e n cantida d sino e n calidad . E l Jua n Tenori o ganará un a aventura , pero el esposo cornudo por su culp a perderá el respeto que se tiene a sí mismo . Si lo que está en jueg o difer e de este modo, esto puede determina r el recelo del mentiros o a ser detectado. Todo dependerá de que sepa reconocer la dife • rencia. 63 Los mentiroso s no son la fuente más fdedigna a que puede recurrirs e a fn de estima r qu é es lo que está enjueg o par a sus destinatarios : les import a cree r aquell o que cumpl e con los fnes que se propusieron . Les result a cómodo pensa r que sus destinatario s se benefcia n con su engaño tant o o má s que ellos. Y bie n puede ser cierto . No todas las mentira s dañan a sus destinatarios . Ha y mentira s altruistas : "E l pálido y delgado chico de once años, alumn o de quint o grado de la escuela primaria , fue sacado ayer, herid o pero con vida , de los restos de la avionet a que se estrelló el doming o en un o de los picos de l Parqu e Naciona l Yosemite , en Estados Unidos . El niño había sobrevivid o a unas furiosas tempestades y había pasado varia s noches con temperatura s de menos de 5 grados bajo cero a casi cuatr o mi l metro s de altura , en el luga r de l siniestro , envuelt o e n s u saco d e dormi r e n e l asient o traser o del destruid o aeroplano , tapad o por l a nieve . Estab a solo. '¿Cómo están mam á y papá?', fue lo primer o que preguntó azorado el chico cuando lo rescataron . '¿Están vivos?' Los inte • grante s de la partid a de rescate no pudiero n comunicarl e que su padrastr o y su madr e estaba n muertos , atrapados aún en el asient o delanter o de la cabin a despedazada del aparato , apenas a unos centímetros de donde había permanecido él". 8 Pocos negarán que ésta fue un a mentir a altruist a destinad a a da r algún alivi o a su destinatario , que no proporcionó prove• cho algun o a sus salvadores. Pero que el destinatari o se benef• cie con la mentir a no signifc a que no exista un gra n recelo de ser detectado. No import a quién sea el benefciario, si lo que está enjueg o es much o habrá gra n recelo a ser detectado. Preo• cupados por l a posibilida d d e que l a criatur a n o resistiese l a fuert e conmoción de la noticia , sus salvadores pusiero n buen cuidad o e n que s u ocultamient o tuvies e éxito. Par a sintetizar , el recelo a ser detectado es mayo r cuando: • el destinatari o tien e fam a de no ser fácilmente engañable; • el destinatari o se muestr a suspicaz desde el comienzo; • e l mentiros o carece d e much a práctica e n e l art e d e mentir , y no ha tenid o demasiados éxitos en esta materia ; 64 • el mentiros o es particularment e vulnerabl e al temo r a ser atrapado ; • lo que está en juego es mucho ; • ha y en jueg o tant o un a recompensa como un castigo ; o bien , en el caso de que hay a un a sola de estas cosas en juego , es el castigo; • el castigo en caso de ser atrapad o mintiend o es grande , o bie n el castigo por lo que se intent a oculta r con la mentir a es ta n grande que n o hay incentiv o algun o par a confesarla; • el destinatari o de la mentir a no se benefcia en absolut o con ella . E L SENTIMIENT O D E CULP A PO R ENGAÑAR E l sentimient o d e culp a po r engaña r s e refer e a un a maner a de sentirse respecto de las mentira s que se ha n dicho , pero no a la cuestión lega l de si el sujeto es culpabl e o inocente . El sentimient o de culp a por engañar debe distinguirs e de l que provoca el contenido mism o del engaño. Supongamos qu e en Pleito de honor, Ronnie hubies e robado efectivamente el gir o postal . Quizá tendría sentimiento s de culp a por el robo en sí, se consideraría a sí mism o un a persona rui n por haber hecho eso. Pero si además le ocultó el robo a su padre , podría sentirs e culpable a raíz de haberle mentido : éste sería su sentimient o de culp a por engañar. Par a sentirs e culpabl e po r e l contenid o mism o d e un a mentir a no es preciso sentirs e a la vez culpabl e de mentir . Imaginemo s que Ronnie le hubiese robado a un compañero de colegio que hizo trampa s en un examen o en un a competencia escolar a fn de ganarle : Ronni e no se sentiría culpabl e de robarl e a un condiscípulo malévolo como ése, y hast a podría parecerl e un a venganz a apropiada ; per o seguiría teniend o sentimiento s de culpa por engañar a su padre o al directo r del colegio en caso de oculta r el hecho. Tampoco la paciente Mar y sentía culpa por sus planes de suicidarse, pero sí por mentirl e a su médico. 65 Al igua l que el recelo a ser detectado, el sentimient o de culp a po r engañar es de fuerz a variable . Puede ser leve, o ta n intens o que luego la mentir a fall e porque dicho sentimient o de culp a hace qu e el mentiros o se autodelat e o dé algun a pist a sobre su embuste . Cuand o se vuelve extremo , el sentimient o de culp a por engaña r result a atormentador , minand o los senti • miento s de autoestim a básicos del que lo padece. Par a aliviars e de él, es mu y posible que busque confesar su engaño, a pesar de que hay a grandes probabilidade s de que lo castiguen . Más aún, el castigo puede ser justament e lo único capaz de amino • ra r sus sentimiento s de culp a y el motiv o de que confese. Ta l vez el individu o tomó ya la decisión de menti r pero sin preve r adecuadament e cuánto podría padecer má s tard e a causa de su sentimient o de culpa . Alguno s mentirosos no cali • bra n como corresponde el efecto que puede tene r en ellos que la víctima les agradezca el engaño en vez de reprochárselo, porque le parece que la está ayudando , o cómo se sentirán cuando vean que le echan a otr o la culp a de su fechoría. Ahor a bien : estos episodios puede n crea r culp a a algunos, pero par a otros son un estímulo, el alicient e que los lleva a considerar que la mentir a val e la pena. Analizaré esto má s adelant e bajo el título del deleite que provoca embaucar a alguien. Otr a razón de que los mentiroso s subestime n el grad o de culp a po r engaña r que pueden llega r a senti r es que sólo después de transcurrid o un tiemp o advierte n que un a sola mentir a ta l vez no baste, que es menester repetirl a un a y otr a vez, a menudo con intenciones más y más elaboradas, par a proteger el engaño primitivo . La vergüenza es otr o sentimient o vinculad o a la culpa , pero exist e entr e ambo s un a diferenci a cualitativa . Par a senti r culp a no es necesario qu e hay a nadi e más , no es preciso que nadie conozca el hecho, porqu e la persona que la siente es su propi o juez . N o ocurr e l o mism o con l a vergüenza. L a humilla • ción que la vergüenza impon e requiere ser reprobado o ridiculi • zado por otros. Si nadi e se enter a de nuestr a fechoría, nunca nos avergonzaremo s d e ella , aunqu e s í podemo s sentirno s culpables. Por supuesto, es posible que coexistan ambos senti • mientos . La diferenci a entr e la vergüenza y la culp a es mu y 66 importante , ya que estas dos emociones pueden impulsa r a un a persona a actua r en sentidos contrarios . El deseo de aliviars e de la culp a ta l vez la muev a a confesar su engaño, en tant o que el deseo de evita r la humillación de la vergüenza ta l vez la llev e a no confesarlo jamás . Supongamos que en Pleito de honor, Ronnie había robado el diner o y se sentía enormement e culpabl e por ello y también por haberl e ocultado el hecho a su padre . Quizá desease confesarlo par a alivia r sus torturante s remordimientos , pero l a vergüenza que le da la presumibl e reacción de su padre lo detenga. Recor• demos qu e par a estimularl o a confesar, su padr e le ofrece perdonarlo : no habrá castigo si confesa. Reduciendo el temo r de Ronnie al castigo, aminorará su recelo a ser detectado, pero par a conseguir que confese tendrá que reduci r también s u vergüenza. Intent a hacerlo diciéndole que lo perdonará, pero podría haber robustecido su argumentación, y aumentad o la probabilida d de la confesión, añadiendo algo parecido a lo que le dij o al supuesto asesino el interrogado r que cité páginas atrás . E l padr e d e Ronni e podrí a haberl e insinuado , po r ejemplo : "Comprendo que hayas robado. Yo habría hecho lo mism o de encontrarm e en un a situación como ésa, ta n tentado • ra . Todo el mund o comete errore s en la vid a y hace cosas que lueg o comprueb a que ha n sid o equivocadas . A veces, un o simplement e no puede deja r de hacerlo". Desde luego, en el caso de un padre inglés, no es fácil que pudier a decirle eso sincerament e a su hijo , y por ende, a diferenci a de un interro • gador de criminales , es improbabl e que logre arrancarl e un a confesión. Ha y individuo s particularment e vulnerable s a senti r culp a y vergüenza por engañar; entr e ellos están los que ha n sido criados con normas mu y estrictas , y ha n llegado a creer que la mentir a es el más terribl e de los pecados. En cambio, en la crianz a de otros quizá no se condenó ta n fuertement e el mentir . Más común es que se haya n inculcad o intensos y mu y generali • zados sentimiento s de culpa . Ha y personas que si se siente n culpables parecerían buscar experiencias que intensifque n su culp a y los expongan a la vergüenza pública. Po r desgracia, 67 mu y poco es ío que se ha estudiado sobre estos individuo s moti • vados a sentirse culpables ; algo más se sabe de sus opuestos. Jac k Anderson , e l conocido columnist a norteamericano , relató un a vez el caso de un mentiros o que no sentía culp a ni vergüenza , en un artículo periodístico donde se atacab a la credibilida d d e Me l Weinberg , e l principa l testigo del FB I e n e l juici o contr a Abscam . Anderso n narró l a reacción qu e tuv o Weinber g cuando la esposa de éste se enteró de que durant e catorce años le había estado ocultand o un amorío extraconyu - gal . "Cuand o Me l volvió a su casa —escribía Anderson — y su esposa Mari e le pidió un a explicación, simplement e se encogió de hombros. 'Así que me atrapaste' , se lamentó. 'Siempre te he dicho que soy el peor de los mentirosos'. A continuación de lo cua l se repantigó en su sillón favorito , pidió el plat o de comida chin a que má s le gustab a y le encargó a Mari e que llamas e a la manicura" . 9 Se estim a que la marc a distintiv a de un psicópata es que no siente nunc a n i culp a n i vergüenza e n ningún aspecto d e s u vida . (Obviamente , n o puede hacerse u n diagnóstico de esta índole a parti r de un a crónica periodística.) Los especialistas no se ha n puesto de acuerdo en cuant o a si la falt a de sentimien • tos de culp a y de vergüenza se debe a la form a en que el indivi • duo fue criad o o a cierto s factores biológicos. En cambio , coinci • den e n que n i l a culp a por menti r n i e l temo r a ser atrapad o llevarán nunc a a un psicópata a cometer errores en sus embus • tes. No habrá jamá s much a culp a por el engaño cuando el enga• ñador no compart e los mismo s valores sociales que su víctima. U n individu o s e sient e poco o nad a culpabl e po r mentirl e a otro s a quienes considera pecadores o malévolos. Un marid o cuy a esposa es frígida o no quier e tener relaciones sexuales con é l n o s e sentirá culpabl e d e buscarse un a amante . U n revolu • cionari o o un terrorist a rar a vez sentirán culpa por engañar a los funcionario s ofciales. Un ex agente de la CI A lo dij o de maner a sucinta : "S i se despoja al espionaje de todos sus agre• gados secundarios, l a tare a d e u n espía consiste e n traiciona r l a confanza depositada e n él". 1 0 E n ciert a oportunida d m e tocó 68 i asesorar a unos agentes de segurida d qu e estaban detrás de quiene s habían planead o asesina r a u n alt o funcionari o de l gobierno. N o pude basarm e e n e l sentimient o d e culp a por engañar a fn de obtener señales tangibles . Puede ser que un asesino, si no es un profesional, teng a temo r de ser atrapado , pero no es nad a probable que sient a culp a por lo que planea. Ningún delincuent e profesiona l sient e culp a po r engañar a alguie n que está fuer a d e s u círculo. E l mism o principi o explic a por qué un diplomático o un espía no siente n culp a al engañar al del otr o bando: no comparte n sus mismo s valores. El engaña• dor obr a bien.. . en favor de los suyos. En la mayoría de estos ejemplos la mentir a ha sido autori• zada: cada uno de estos sujetos apela a un a norm a social bie n defnid a que confere legitimida d al hecho de engañar al oposi• tor . Mu y poca es la culpa que se siente en tales engaños autori • zados cuando los destinatario s pertenece n al bando opuesto y adhiere n a valores diferentes; pero también puede existi r un a autorización a engañar a individuo s que no son opositores, sino que comparte n iguales valores que el engañador. Los médicos no se siente n culpables de engañar a sus pacientes si piensa n que lo hacen por su bien . Un viejo y tradiciona l engaño médico consist e e n darl e e l pacient e u n placebo , un a pildor a con glucosa, al mism o tiemp o que le mient e que ése es el medica • ment o que necesita. Muchos facultativo s sostiene n que esta mentir a está justifcad a si con ell a el pacient e se siente mejor, o si dej a de molesta r al médico pidiéndole un medicament o innecesario que hast a lo puede dañar. El jurament o hipocrático no exige ser sincero con el paciente: se supone que lo que debe hacer el médico es aquello que más puede ayuda r a éste.* El sacerdote que se reserva par a sí la confesión que le ha hecho * Si bien de un 30 a un 40 % de los pacientes a quienes se administr a placebos obtienen alivio a sus padecimientos, algunos profesionales de la medicina y flósofos sostienen que el uso de placebos daña la confanza en el médico y allan a el camino par a otros engaños posteriores más peligrosos. Véase Lindse y Gruson , "Us e of Placebos Bein g Argue d on Ethica l Grounds" , New York Times, 13 de febrero de 1983, pág. 19, donde se analiza n los dos aspectos de esta cuestión y se brinda n referencias bibliográfcas. 69 u n crimina l cuando l a policía l e pregunt a s i sabe algo a l respec• t o n o h a d e senti r sentimient o d e culp a po r engañar : sus propios votos religiosos autoriza n dicho engaño, que no lo bene• fci a a é l sin o a l delincuente , cuy a identida d permanecer á desconocida. La s estudiante s de enfermería de mi experiment o n o tenía n ningú n sentimient o d e culp a po r oculta r l o qu e estaba n vivenciando : e l engaño había sido autorizad o por m i consigna, cuando expliqué que a fn de alivia r a un paciente de sus padecimientos, ocultarl e cierta s cosas a veces es un deber profesiona l en el trabaj o hospitalario . Los mentiroso s qu e actúan presuntament e llevados por el altruism o quizá no adviertan , o no admitan , que con frecuencia ellos también se benefcia n con su engaño. Un veteran o vice• president e d e un a compañía d e seguros norteamerican a expli • caba que decir la verda d puede ser innoble si está envuelt o el yo de otr a persona. "A veces es difícil decirle a alguien : 'No, mire , uste d jamá s llegará a ser president e de la empresa' M La mentir a no sólo evit a heri r los sentimiento s del sujeto en cuestión, sino que además le ahorr a problemas a quie n la dice: sería dur o tener que habérselas con la decepción del así desen• gañado , par a n o habla r d e l a posibilida d d e que inici e un a protest a contr a e l qu e l o h a desengañad o considerándol o responsable de tener un a mal a opinión de él. La mentira , pues, los auxili a a ambos. Desde luego, alguie n podría decir que ese sujet o se ve perjudicad o por la mentira , se ve privad o de infor • mación que, por más que sea desagradable, lo llevaría ta l vez a mejora r su desempeño o a buscar empleo en otr a parte . Análo• gamente , podría aducirs e que el médico que da un placebo, si bie n obra por motivo s altruistas , también gana con su engaño: no debe afronta r la frustración o desilusión de l paciente cuando éste comprueba que no ha y remedi o par a el ma l que padece, o con su ir a cuando se da cuent a de que su médico le da un placebo porque lo considera un hipocondríaco. Nuevamente , es debatibl e s i e n realida d l a mentir a benefcia o daña a l paciente en este caso. Sea como fuere, lo ciert o es que existe n mentira s altruista s de las que el mentiros o no saca provecho algun o —e l sacerdote 70 que ocult a la confesión del criminal , la patrull a de rescate que no le dice al niño de once años que sus padres muriero n en el accidente—. S i u n mentiros o piens a que s u mentir a n o l o bene• fcia en nada , probablement e no sentirá ningún sentimient o de culp a por engañar. Pero incluso los engaños movidos por motivos purament e egoístas pueden no da r luga r a ese sentimient o de culp a sí la mentir a está autorizada . Los jugadore s de póquer no siente n culp a por engañar en el juego , como tampoco lo siente n los mercaderes de un a feri a al air e libr e de l Medi o Oriente , o los corredores de bolsa de Wal l Street , o el agente de la empresa inmobiliari a d e l a zona. E n u n artícul o publicad o e n un a revist a par a industriale s se dice acerca de las mentiras : "Ta l vez la más famosa de todas sea 'Est a es mi última oferta' , pese a que esta frase falsa no sólo es aceptada, sino esperada, en el mund o de los negocios. (...) Por ejemplo, en un a negociación colectiva nadie supone que el otr o va a poner sus carta s sobre la mesa desde el principio" . 1 2 El dueño de un a propieda d que pide por ell a u n precio superio r a l qu e realment e está dispuesto a aceptar par a venderl a no se sentirá culpabl e si alguie n le paga ese precio más alto : su mentir a ha sido autorizada . Dado que los participante s en negocios como los mencionados o en el póquer suponen que la información que se les dará no es la verdadera , ellos no se ajusta n a mi defnición de mentira : por su propi a naturaleza , en estas situaciones se suministr a un a notifcación previ a de que nadi e dirá la verda d de entrada . Sólo un necio revelará, jugand o al póquer, qué cartas le ha n tocado, o pedirá el precio más bajo posible por su casa cuando la ponga en venta . El sentimient o de culp a por engañar es much o más proba• ble cuando la mentir a no está autorizada ; será grave si el desti • natari o confa, no supone que será engañado porque lo que está autorizad o entr e él y el mentiros o es la sinceridad . En estos engaños oportunistas, el sentimient o de culp a que provoca el menti r será tant o mayo r s i e l destinatari o sufr e u n perjuici o igua l o superio r al benefcio del mentiroso . Pero au n así, no habrá much o sentimient o de culp a por engañar (si es que hay 7 1 alguno ) s i arabos n o comparte n valores comunes. L a jovencit a que le ocult a a sus padre s que fum a marihuan a no sentirá ningun a culp a si piensa que los padres son lo bastante tontos como par a creer que la drog a hace daño, cuando a ell a su expe• rienci a le dice que se equivocan . Si además piensa que sus padres son unos hipócritas, porque se emborracha n a menud o 1 pero a ell a no le permite n entreteners e con su droga predilecta , es meno r aún la probabilida d de que se sienta culpable . Por má s que discrep e con sus padre s respecto de l consum o de marihuana , así como de otra s cuestiones, si sigue teniéndoles cariño y se preocupa po r ellos puede sentirse avergonzada de que descubran sus mentiras . La vergüenza implic a ciert o grado de respeto por aquellos que reprueba n la conducta vergonzan • te ; de lo contrario , esa reprobación genera rabi a o desdén, pero no vergüenza. Los mentiroso s se siente n menos culpable s cuand o sus destinatario s son impersonale s o totalment e anónimos . L a dient a de un a tiend a de comestibles que le ocult a a la supervi - sora que la cajera le cobró de menos un artículo caro que llev a en su carrit o sentirá menos culp a si no conoce a esa superviso- ra ; pero si ésta es la dueña del negocio, o si se trat a de un a pequeña tiend a atendid a por un a famili a y la supervisor a es un a integrant e d e l a familia , l a dient a mentiros a sentirá más culp a que en un gra n supermercado. Cuando el destinatari o es anónimo o desconocido es más fácil entregarse a la fantasía, reductor a de culpa , de que en realida d él no se perjudic a en nada , o de que no le importa , o ni siquier a se dará cuent a de la mentira , o inclus o quier e o merece ser engañado. 1 3 Con frecuencia ha y un a relación invers a entr e el sentimien • to de culpa por engañar y el recelo a ser detectado: lo que dismi • nuy e e l primer o aument a e l segundo. Cuando e l engaño h a sido autorizado , lo lógico sería pensar que se reducirá la culpa por engañar; no obstante , dich a autorizarión suele incrementa r lo que está en juego, aumentand o así el recelo a ser detectado. Si las estudiante s de enfermería se cuidaro n al punt o de tener miedo de falla r en mi experiment o fue porque el ocultamient o que se les requería era important e par a su carrer a futura , o sea. 72 había sido autorizado: tenían, pues, un gra n recelo a ser detec• tadas y mu y poco sentimient o de culpa por engañar. También el patrón qu e sospecha de que un o de sus empleados le está robando, y ocult a tales sospechas con el objeto de sorprenderl o con las manos en la masa, probablemente sient a gra n recelo a ser detectado y escaso sentimient o de culpa. Los mismo s factores que intensifca n el sentimient o de culpa pueden mengua r el recelo a ser detectado. Un mentiros o puede sentirse mu y culpable por engañar a un destinatari o que confía en él, y tener poco miedo de ser atrapad o por alguie n que no supone que abusará de él. Por supuesto, es posible que un mentiros o se sient a a la vez culpable y con much o temo r a ser descubierto, o que se sient a mu y poco culpabl e y mu y poco temeroso. Todo depende de las circunstancias , del mentiros o y del cazador del mentiroso. Alguna s personas se solazan en el sentimient o de culpa . Parte de su motivación par a menti r puede inclus o radica r en contar con un a oportunida d par a sentirs e culpable por lo que ha n hecho. La mayoría, si n embargo , considera ta n nocivo el sentimient o de culpa que siempre procura n aminorarl o buscan • do diversa s manera s de justifca r su engaño . Por ejemplo , pueden considerarlo la reparación de un a injusticia . Si el desti • natari o es un a persona malévola o mezquina , dirán que no se merece que un o le diga la verdad . "M i patrón er a un tacaño, jamás me recompensó el trabaj o que hice por él, así que decidí tomarm e la recompensa yo mismo. " La víctima de un mentiros o puede parecer ta n incauta , que éste llegue a pensar que es ella , y no él, la que tiene la culp a de que le mienta . Ha y bobalicones que parecen estar pidiend o a grito s que los estafen. Otro s justifcativo s par a menti r que reducen e l sentimient o de culpa ya fueron mencionados. Un o de ellos es un propósito noble o los requisito s propios de un cargo o función —recuérde• se que Nixo n no quería llama r "falta s a la verdad " a sus menti • ras porque, según decía, era n necesarias par a conquista r la presidencia o mantenerse en ella— . Otr o es el presunt o deseo de proteger al destinatario . A veces el mentiros o llega incluso a sostener que el destinatari o le estaba pidiendo que le mintiera . Si el destinatari o cooperó en el engaño, o estuvo enterado todo e l tiemp o d e l a verda d per o simuló n o conocerla, e n ciert o sentid o no hub o mentira , y el mentiros o queda entonces absuel- t o d e tod a responsabilidad . S i e l destinatari o realment e quier e que le mientan , ayudará a su victimari o a mantene r el engaño pasando po r alt o cualquie r indici o de éste que se trasluzc a en el comportamiento . Pero si no quier e y sospecha, si n dud a que procurará descubrirlo . Un interesant e ejempl o de un destinatari o deseoso de ser engañado aparece en las recientes revelaciones sobre Robert Leuci , el agente de policía convertid o en informant e secreto, a quie n aludí al fnal del capítulo 2 (el personaje centra l del libr o de Rober t Daley , Prince ofthe City, y de la película homónima, El príncipe de la ciudad. Cuand o Leuc i pasó a trabaja r par a los fscales federales, éstos le preguntaro n qué delito s había come• tid o él; Leuc i declaró sólo tres . Los individuo s a los que él desenmascar ó sostuviero n lueg o que Leuc i había cometid o muchos más crímenes , y adujero n que como había mentid o sobre su propi o pasado delictivo , no podía tomarse en cuent a su testimoni o e n contr a d e ellos. Esto s alegatos nunc a fuero n probados, y mucha s personas terminaro n convictas tomand o como base el testimoni o de Leuci . Ala n Dershowitz , el abogado que defendió a un o de estos convictos, un ta l Rosner, relató un a conversación que mantuv o con Leuc i después del juici o en la que éste admitió habe r cometido, efectivamente , muchos más crímenes: "Yo [Dershowitz ] le dij e que me costaba creer que Mik e Sha w [el fscal federal ] no supier a nad a acerca de los otros crímenes anteriore s al juici o de Rosner. 'Esto y convencido de que en el fondo de su alm a sabía que yo había cometido más crímenes', me contestó Leuci . 'Tenía que saberlo. Mik e no es ningún tonto. ' "¿Y entonces cóm o pud o quedars e ahí si n decir palabra , viend o cómo uste d mentía en el banquill o de los testigos? —l e inquirí—. " 'Conscientement e n o sabía qu e y o estab a mintiendo' , continuó diciéndome. 'Si n dud a lo sospechaba y probablemente 74 lo creía, per o yo le había dich o que no debí a ponerm e en apuros, y no lo hizo. Yo dije «tres crímenes» —Leuc i mostró tres dedos en alt o y un a ancha sonrisa— , y él tenía que aceptarlo. Los fscales sobornan a la gente par a que mienta , a pesar de l juramento , todos los días. Uste d lo sabe, Alan' , concluyó". 1 4 Más tard e Dershowit z se enteró de que también esta confe• sión d e habe r mentid o e n e l tribuna l er a un a mentira . U n funcionari o d e l a justici a que había estado present e e n e l prime r encuentr o entr e Leuci y los fscales federales le dijo a Dershowitz que aquél admitió francamente , desde el prime r momento, haber cometido muchos más que los tres crímenes que luego fuero n públicamente reconocidos. Los fscales colabo• raro n con Leuc i par a oculta r su verdader a histori a delictiv a a fn de preserva r su credibilida d como testigo —los miembro s de un jurad o pueden creerle a un policía que sólo ha cometido tres delitos , per o n o a uno qu e h a cometid o un a multitud— . Después de l juicio , cuando s e supo qu e Leuc i cargab a con muchos más delito s sobre sus espaldas, él lo negó a Dershowit z y sostuvo que los fscales no habían sido sino víctimas compla • cientes; no quis o admiti r que ellos habían colaborado expresa• mente con él par a oculta r su expediente y así cumpli r con su parte del trato , que era protegerlo en la mism a medid a en que él los protegía a ellos. Según llegó a saberse, no confando en el honor de los ladrones , Leuci había efectuado y tenía en su poder un a grabación de sus declaraciones ant e los fscales. De este modo, ellos nunc a podrían alegar su inocencia, y como en cualquie r moment o Leuc i los podía presenta r como perjuro s con relación a su propio testimonio , estaba seguro de que segui • rían siéndole leales y protegiéndolo de cualquie r causa penal . Sea cual fuere la verda d en el caso Leuci , su conversación con Ala n Dershowit z suministr a u n excelente ejemplo d e qu e un destinatari o deseoso de ser engañado porqu e la mentir a lo benefcia se la facilit a al mentiroso . La gente puede cooperar en el engaño por motivos menos malévolos. En los saludos corte• ses, el destinatari o de la mentir a suele mostrars e dispuesto a aceptarla. La anftrion a admit e la excusa que le da par a irs e tempran o una de sus invitada s porque no quier e hurga r dema - siado . L o important e e s n o incurri r e n ningun a grosería , simula r de ta l modo que no queden heridos los sentimiento s de la anftriona . Como el destinatari o no sólo se muestr a conforme con el engaño sino que en ciert o sentid o ha dado su consenti• mient o par a él, la s falta s a la verda d propia s de las reglas de etiquet a no se ajusta n a mi defnición de mentira . Los romances amorosos son otr o caso de engaño benévolo, en que el destinatari o coopera par a ser engañado y ambos cola• bora n par a mantene r sus respectivas mentiras . Shakespeare escribió: Cuand o m i amad a jur a que está hecha d e verdades, l e creo, aunqu e s é mu y bie n que miente , par a que m e suponga u n jovencit o incult o que desconoce las falsas sutileza s mundanas . M i vanida d imagin a que ell a m e cree joven , au n sabiendo que quedaro n atrás mi s días mejores, y doy crédito a las falsedades que su lengu a dice. La verda d simpl e es suprimid a de ambos lados. ¿Por qué razón ell a no dice que es injusta ? ¿Por qué razón yo no le dig o que soy viejo? Oh , porque e l amo r suele confa r e n l o aparente , y e n e l amo r l a edad n o quier e ser medid a e n años. Y así, mient o con ell a y ell a mient e conmigo, y en nuestra s faltas , somos adulados por mentiras. 1 5 Po r supuesto , n o todo s los engaño s amoroso s so n ta n inocentes , n i los destinatario s s e muestra n siempr e ta n propen• sos a que los engañen. Par a averigua r si el destinatari o de un engaño estaba o no dispuesto a ser engañado, no puede confar• se en la opinión sincera de l qu e lo engañó: se inclinará a decir que sí, porque eso lo hace senti r menos culpable . Si logr a que su víctima admit a que tenía cierta s sospechas de él, al menos parcialment e habrá salid o del apuro . U n destinatari o renuent e puede volverse cómplice después 76 de un tiemp o par a evita r los costos que implic a descubri r el engaño. Imagínese la situación de un alt o funcionari o público que comienza a sospechar que su amante , a quie n le ha confa • do información de carácter secreto sobre su trabajo , es un a espía al servicio de un gobierno extranjero . De modo similar , si el jefe de selección de personal de un a empresa ha contratad o a un candidat o que lo engañó respecto de sus antecedentes labo • rales, puede más tard e convertirs e en víctima cómplice par a no tener qu e reconocer s u error . Robert a Wohlstette r describe numerosos casos de dirigente s de países que llegaro n a ser víctimas cómplices de sus adversarios —émulo s de Chamber¬ lain— : "E n todos estos casos, en los que se persistió en un erro r por u n larg o períod o frent e a prueba s e n contrari o cad a vez mayores y a veces contundentes , cumple n un pape l mu y signifi • cativ o la s creencias y los supuestos reconfortante s sobre la buena fe de un adversario potencial , así como los intereses que presuntament e habría en común con ese contrincante . (...) Ta l vez el adversari o sólo deba ayuda r un poco a la víctima; ésta tenderá a disculparse por lo que de otr o modo se vería como un movimient o amenazador". 1( 5 Par a sintetizar , el sentimient o de culp a po r engaña r es mayor cuando: • e l destinatari o n o est á dispuest o a acepta r qu e l o engañen • el engaño es totalment e egoísta, y el destinatari o no sólo no saca ningún provecho de él sin o que pierd e tant o o má s que lo que gana quie n lo engaña • el engaño no ha sido autorizado , y en esa situación lo autorizad o es la sincerida d • el mentiros o no ha engañado durant e much o tiemp o • e l mentiros o y s u destinatari o tiene n cierto s valore s sociales comunes • el mentiros o conoce personalment e a su destinatari o • al destinatari o no puede clasifcárselo fácilmente como u n rui n o u n incaut o 77 • el destinatari o tien e motivo s par a suponer que será enga• ñado; más aún , el mentiros o procuró ganarse su confanza. E L D E L E I T E D E E M B A U C A R A O T R O Hast a ahor a sólo he examinad o los sentimiento s negativos que puede n surgi r cuando alguie n miente : e l temo r a ser atra • pado y l a culp a por desorienta r a l destinatario . Pero e l menti r puede da r luga r asimism o a sentimiento s positivos. L a mentir a puede considerarse un logro que hace sentirse bie n a quie n la fabric a o que gener a entusiasm o y a sea ante s d e decirla , cuand o se anticip a la provocación que ell a implica , o en el moment o mism o de mentir , cuand o el éxito aún no está asegu• rado . Después, puede experimentars e u n alivi o placentero, o bie n orgull o por lo que se ha hecho, o presuntuoso desdén hacia l a víctima. E l deleite por embauca r alude a todos estos senti • miento s o a alguno s de ellos; si no se los oculta , traicionarán el engaño. Un ejempl o inocente de deleite por embaucar es el que se sient e cuando un o quier e hacerle un a brom a a un amigo ingenu o y l a brom a cobra l a form a d e u n engaño. E l bromist a tendrá qu e oculta r el placer que extra e de eso, por más que lo hay a hecho fundamentalment e par a mostrarl e a los demás con qué habilida d logró toma r desprevenido al incauto . El deleit e po r engañar puede ser de intensida d variabl e Puede esta r completament e ausente o ser casi insignifcant e en comparación con el recelo a ser detectado; también puede ser ta n grand e que inevitablement e se fltre algún signo de él en la conducta. Ta l vez un a persona confese que ha practicado un engaño a un a persona a fn de comparti r con los demás el deleit e que le produc e habers e burlad o de ella . Se sabe de delincuente s que revelaro n sus delito s a amigos , o a desconoci• dos, o au n a la policía, par a que se reconociera y apreciar a la sagacidad con que habían perpetrad o un engaño particular . Como sucede en el alpinism o o el ajedrez, también al decir mentira s sólo es posible disfruta r si existe ciert o riesgo o se corr e peligr o de perde r algo. Cuand o yo er a estudiant e en la 78 Universida d de Chicago , a comienzo s de la décad a de los cincuenta, se había puesto de moda roba r libro s de la librería de la universidad . Er a casi un rit o de iniciación par a los estu • diante s novatos ; el hurt o habitualment e se limitab a a unos pocos libros , y estaba ampliament e difundid o y reconocido. El sentimient o de culpa por engañar era escaso: según los valores culturale s que sostenían por entonces los estudiantes , la libre • ría de la universida d tenía que organizarse como un a coopera• tiva ; y dado que era un a entida d montad a con fnes de lucro , merecía que se abusase de ella . A las librerías privada s de las inmediaciones se las dejaba intactas . También el recelo a ser detectado er a escaso, puesto que en dich a librería no habían tomado medidas especiales de seguridad . Durant e el período que pasé allí sólo un estudiant e fue atrapado , y esto se debió a que su deleite por engañar lo traicionó. Bernar d no estaba satisfecho con los desafíos que plantea • ban los hurto s usuales : querí a incrementa r e l riesgo par a sentirse orgulloso de su hazaña, mostra r su desdén por la libre • ría y ganarse la admiración de sus camaradas . Se dedicó a robar libro s de art e de gra n tamaño, mu y difíciles de ocultar . Pero incluso el deleite que esto le provocaba palideció después de un tiempo , y aumentó la apuesta resolviendo llevarse tres o cuatro libro s a la vez. Pasó otr o período, y eso empezó a resul • tarl e demasiado fácil; entonces empezó a gastarles bromas a los empleados del negocio. Se paseaba por delant e de la caja regis• trador a con sus presas bajo el brazo, si n preocuparse en absolu• to por disimularlas ; hast a se atrevió a dejarse interroga r por los empleados. Su deleite por engañar lo motivó a tenta r cada vez más al destino, y en un moment o los signos conductuales de dicho deleite suministraro n en part e la pist a y fue atrapado . E n s u dormitori o encontraro n casi quiniento s libro s robados. Más tard e Bernar d llegó a ser un millonari o en un a empresa sumamente respetable. Ha y otra s maneras de realza r el deleite por embaucar. Por ejemplo, que el sujeto engañado tenga fam a de "dur o de pelar " puede agregar un alicient e e intensifca r ese placer. También puede aumenta r en presencia de otros que saben lo que está 79 pasando. Ni siquier a es preciso que el público esté presente, en la medid a en que se manteng a al tant o y valore la hazaña. Si está presente y goza con ésta, el deleite por engañar del menti • roso puede llega r a ser máximo, pero también puede resultarl e mu y ardu o elimina r sus señales. Cuand o un chico se burl a de otr o mientra s e l resto de l a pandill a los observa, puede disfru • ta r hast a ta l punt o viend o cómo diviert e a sus amigos que s u deleit e l e salga por todos los poros , y l a brom a acabe. U n jugado r de póquer avezado se las ingeni a para controla r cual • quie r sign o d e deleit e po r engaña r a sus compañero s d e partida . S i h a recibido carta s mu y buenas, tendrá que hacerles creer a ellos que no lo son tanto , par a que aumente n sus apues• tas y continúen en el juego . Ta l vez haya espectadores viendo la partid a y sepan cuáles son sus intenciones , pero tendrá que inhibi r tod a muestr a del placer que siente, par a l o cua l quizá deba evita r cualquie r contacto visua l con los espectadores. Ha y gent e má s propens a qu e otr a a senti r deleit e por engañar. Ningún científco ha estudiad o hast a la fecha a esta gente , n i siquier a h a verifcad o s u existencia ; si n embargo , parece obvio que a determinada s personas les gust a jactars e más que a otras , y qu e los fanfarrone s son más vulnerable s que el resto a caer en las redes de su deleite por la mofa. Un a persona que mient e puede senti r deleite po r l a mofa, sentimient o de culp a por engañar y recelo a ser detectado, todo al mism o tiempo . Tomemos un a vez más el ejemplo del póquer. S i u n jugado r h a recibid o mala s carta s pero hace un a fuerte apuest a a modo de bluf, par a que los demás se retire n del juego , ta l vez teng a un gra n recelo a ser detectado, sobre todo si el pozo es cuantioso . A medid a que observa cómo se va n amedrantand o y retirand o los otros, sentirá u n gra n deleit e por haberlos desorientado. Como en este caso se ha autorizad o el hech o d e suministra r informació n falsa , n o tendrá ningún sentimient o de culp a por engañarlos, siempre y cuando no haga otr a clase de trampas . O tomemos el caso de la empleada que ha malversad o los fondos de la empresa donde trabaja . Sentirá las tre s emociones a la vez: deleite al ver cómo engañó a su patrón y a los demás empleados de la empresa, recelo en todo 80 momento al pensar que pueden sospechar de ella , y quizá culp a por haber quebrantad o la ley y burlad o la confanza depositada en ella por la empresa. Para sintetizar , el deleite por el engaño es mayo r cuando: • el destinatari o plante a un desafío por tener fam a de ser difícil de engañar; • la mentir a mism a constituy e un desafío, ya sea por la naturalez a de lo que debe ocultarse o de lo que debe inventar - • otras personas observan o conocen el engaño y valora n la habilida d con que se llev a a cabo. Tant o la culp a como el temo r y el deleit e puede n evidenciar • se en la expresión facial , la voz, los movimiento s de l cuerpo, por más que el mentiros o se afane por ocultarlo . Au n cuando no exista un a autodelación de carácter no verbal , el empeño por impedi r que se produzca puede da r luga r a un a pist a sobre el embuste. En los dos capítulos siguiente s explicaremos cómo detectar el engaño a parti r de las palabras , la voz, el rostr o y los movimiento s del cuerpo. 8 1 L a detección de l engaño a parti r de la s palabras , la voz y el cuerp o "¿Y cómo puede usted saber que he dicho un a mentira? " "M i querido niño, la s mentira s se descubren enseguida, porque son de dos clases: ha y mentira s con patas cortas y mentira s con narices largas . La tuy a es un a de esa s menti• ra s de nari z larga. " Pinocho, 1892. La gente mentiría menos si supusiese que existe un signo seguro del mentir , pero no existe. No hay ningún signo del engaño en sí, ningún ademán o gesto, expresión facia l o torsión muscula r que en y po r sí mism o signifqu e que la persona está mintiendo . Sólo hay indicio s de que su preparación par a menti r ha sido defciente, así como indicio s de que cierta s emociones no se corresponden con el curso general de lo que dice. Estos son las autodelaciones y las pistas sobre el embuste. El cazador de mentira s debe aprende r a ver de qué modo queda registrad a un a emoción en el habla , el cuerpo y el rostr o humanos , qué huella s puede n deja r a pesar de las tentativa s del mentiros o por oculta r sus sentimientos , y qué es lo que hace que uno se form e falsa s impresione s emocionales. Descubri r e l engaño exig e asimism o comprende r d e qué modo estas conducta s pueden revela r que el mentiros o va armand o su estrategi a a medid a que avanza . Detecta r mentira s no es simple. Un o de los problemas es el cúmulo de información; ha y demasiadas cosas que tene r en cuent a a la vez, demasiadas fuentes de información: palabras , pausas , sonid o d e l a voz, expresiones , movimiento s d e l a cabeza, ademanes, posturas , la respiración, el rubo r o el empa- lidecimiento , el sudor, etc. Y todas estas fuentes pueden trans • miti r l a información e n form a simultánea o superpuesta , rivali • zando así po r la atención del cazador de mentiras . Por fortuna , éste no necesita escruta r con igua l cuidado todo lo que puede 82 ver y oír. No toda fuent e de información en el curso de un diálogo es confable; alguna s autodelata n much o má s que otras . Lo curioso es que la mayoría de la gente prest a mayo r atención a las fuentes menos fdedignas (las palabra s y la s expresiones faciales), y por ende se ve fácilmente desorientada. Por l o general , los mentiroso s n o controla n n i puede n escon• der todas sus conductas; probablement e no lograrían hacerl o aunqu e quisiesen . N o e s probabl e qu e alguie n consiguier a controla r con éxito todo aquello que pudiese traicionarlo , desde la punt a de la cabeza a la punt a de los pies. En luga r de ello, los mentirosos oculta n y falsean lo que , según suponen , atraerá más la atención de los otros . Suele n poner máximo cuidado en la elección de las palabras . Todos aprendemos, al crecer y llega r a la edad adulta , que la mayo r part e de las personas escuchan atentament e lo que uno les dice. Si las palabra s reciben tant a atención, obviament e es porque son la form a de comunicación más ric a y diferencia • da. Mediant e ellas pueden transmitirs e muchos más mensajes, y más rápidamente, que a través del rostro , la voz o el cuerpo. Los mentiroso s somete n todo cuant o dice n a la censur a y oculta n con cuidado los mensajes que no desean transmitir , no sólo porque saben que todo el mund o le presta mayo r atención a esta fuente de información, sino además porque saben que serán considerados los productores de sus propias palabra s en mayo r medid a que de su propi a voz, de sus expresiones faciales o de la mayoría de sus movimiento s corporales. Siempr e es posible negar que un o hay a tenid o un a ciert a expresión d e enojo o un tono airad o en la voz. El acusado se pone a la defen• siva y dice: "Uste d creyó escucharlo así, pero no había ningún enojo en mi voz". Much o más difícil es nega r que un o ha dicho una palabr a molesta: queda allí, es fácil recordarl a y repetirla , difícil desmentirl a por completo. Otr a razón de que se controle n tant o las palabra s y sean ta n a menudo las preferida s par a el ocultamient o o el falsea• mient o es que result a sencillo enuncia r falsedades con pala • bras . Puede escribirs e de anteman o exactament e lo qu e se quiere decir, y au n corregirl o hasta que quede como uno quiere . 83 Sólo u n acto r mu y diestr o podría planea r ta n precisamente cada un a de sus expresiones faciales, gestos e infexiones de la voz . La s palabra s pueden ensayarse un a y otr a vez antes de decirlas . Además, el hablant e tien e con respecto a ellas un a realimentación permanente , pues oye lo que él mism o dice y puede por ende i r afnand o s u mensaje. L a realimentación reci• bid a por los canales del rostro , la voz y el cuerpo es mucho menos precisa. Después de las palabras, lo que más atrae la atención de los otro s es el rostro. Suelen hacerse comentarios de este tipo sobre el aspecto que presenta el rostr o de alguien : "¡Pon otr a cara! ¡Con esa mirad a asustas!" "¿Por qué no sonríes al decir eso?" "¡No me mire s de esa manera , insolente!" Si el rostro humano recibe tant a atención, ello se debe en part e a que es la marca y el símbolo del ser personal, nuestr a principa l señal par a distingui r a un individu o de otro. Los rostros son iconos a los que se rinde homenaj e en retrato s colgados de las paredes, apoyados sobre la mesill a de noche o el escritorio y portados en carteras y maletas.' Investigacione s recientes ha n probado que hay un sector del cerebro especializado en el reconocimiento de los rostros. 2 La gente les prest a atención también por otros motivos: la car a es la sede primordia l del despliegue de las emociones. Junt o con la voz, puede decirle al que escucha cuáles son los sentimiento s del que habl a acerca de lo que dice... pero no siempr e se lo dice con exactitud , ya que el rostro puede menti r sobre los sentimientos . S i ha y difculta d par a escuchar a l hablante , uno se ayud a observando sus labios par a fgurarse lo que está enunciando. Por otr o lado, el rostr o ofrece un a impor • tant e señal par a saber si la conversación puede seguir adelante: todo hablant e espera que su oyente lo escuche realmente , y por eso lo mir a permanentemente , aunqu e esta señal no es mu y confable : oyentes corteses pero aburrido s seguirán mirand o fjamente mientra s su mente vaga por otr o lado. Los oyentes suele n alenta r al hablant e con movimiento s de cabeza e inter • jecciones del tip o "jajá!"... pero también esto puede fngirse.* * La mayoría de la gente está atenta , cuando habla , a estas reacciones 84 En comparación con la pródiga atención prestad a a las palabras y al rostro , es mu y poca la que se brind a al cuerpo y a la voz. No se pierd e mucho , de todas maneras , ya que en general e l resto del cuerpo suministr a much o menos informa • ción que el rostro , y la voz menos que las palabras . Los adema • nes realizados con las manos podrían servi r par a transmiti r muchas cosas (como sucede en el lenguaje de los sordomudos), pero n o son habituale s e n l a conversació n d e los europeos septentrionales o de los americanos de ese origen , salvo cuando les está vedado hablar. * La voz, al igua l que el rostro , puede mostra r si alguie n es un a persona emotiv a o no , pero se ignor a aún si es capaz de proporciona r tant a información como el rostro sobre las emociones precisas que siente. Por lo común, los mentiroso s vigila n y procura n controla r sus palabras y su semblant e más que su voz y el resto de l cuerpo, pues saben qu e los demás centrarán su interés en los primeros. Y en ese control , tendrán más éxito con las palabra s que con el semblante: es más sencillo falsear las palabra s que la expresión facial , precisament e porque , como dijimo s antes , las palabras pueden ensayarse mejor. También es más fácil en este caso el ocultamiento , la censura de todo lo que pudier a delatar l a mentira . E s fácil saber l o que un o mism o está dicien • do, mucho más difícil saber lo que el propi o rostr o muestra . La precisa y neta realimentación que brind a oír las propia s pala • bras sólo podría tene r u n paralel o e n pronunciarla s con u n espejo permanentement e delante , que pusier a de manifest o cada expresión facial . Si bie n existe n sensaciones del rostr o que podrían proporciona r algun a información acerca de los múscu- de su interlocutor y si no se producen preguntará de inmediato: "¿Me estás escuchando?". Si n embargo, un a minoría son "sistema s cerrados " en sí mismos y siguen hablando sin preocuparse por saber si el interlocutor los estimula a ello. * Por ejemplo, los obreros de aserraderos, que no pueden comunicarse con palabras a caus a del ruido de la s sierras , emplean un sistem a de adema • nes muy elaborado. También los pilotos aéreos y el personal de los aeropuer• tos tienen un elaborado sistem a de ademanes, por igual motivo. 85 los que se mueve n o se tensionan , mis estudios revelaro n que la mayoría de la gente no hace uso de dicha información. Mu y pocos se da n cuent a de la s expresiones que surge n en sus rostros , salvo cuando éstas se vuelve n extremas. * Ha y otr a razón, más importante , de que el rostro brind e más indicio s sobre el engaño que las palabras, y es que él está directament e conectado con zonas de l cerebro vinculada s a las emociones, en tant o que no sucede lo propio con las palabras. Cuand o se suscita un a emoción, hay músculos del rostr o que se activa n involuntariamente ; sól o mediant e e l hábit o o por propi a decisión consciente aprend e la gente a detene r tales expresiones y a ocultarlas , con éxito variable . Las expresiones faciales que aparecen primitivament e junt o con un a emoción no se elige n en form a deliberada.. . salvo que sean falsas. Las expresiones faciales constituye n u n sistema dual , voluntari o e involuntario , que mient e y dice la verdad , a menudo al mismo tiempo . De ahí que sean ta n complejas y fascinantes, y provo• que n tanta s confusiones . E n e l próximo capítulo explicaré mejo r la base neurológica de la distinción entr e expresiones voluntaria s e involuntarias . Los suspicaces tendrían que presta r mayo r atención de la que acostumbra n a la voz y al cuerpo. Como el rostro , la voz también está vinculad a con zonas del cerebro que están involu • cradas con las emociones. Es mu y ardu o oculta r algunos de los cambios que se produce n en la voz cuando se despierta un a emoción, y la realimentación sobre la form a en que suena la propi a voz, que le sería indispensable al mentiroso , probable• ment e no pueda ser ta n perfecta como en el caso de las pala • bras . L a gent e siempr e s e sorprend e cuand o escucha por * Lo s neurólogos no saben con certeza cuál es el circuito que nos sumi • nistr a información acerc a de los cambios en nuestra s expresiones, ni tampoco si lo que se registran son alteraciones en los músculos o en la piel. Lo s psicó• logos discrepan en cuanto al grado en que la gente puede percatarse de sus propias expresiones faciales cuando éstas aparecen. Mis estudios sugieren que no sentimos aquella s expresiones que ejecutamos mu y bien y que la mayor parte del tiempo no prestamos muerta atención a las sensaciones de nuestro rostro. 86 primer a vez s u propi a voz e n u n magnetófono, y a que l a auto - verifcación de la voz sigue en part e vías de conducción óseas, que la hacen sona r diferente . El cuerp o es otr a buen a fuent e de autodelacione s y de pistas sobre el embuste . A diferenci a de lo que ocurr e con el rostro o la voz, la mayoría de los movimiento s de l cuerpo no están conectados en form a direct a con las regiones del cerebro ligadas a las emociones. Por otr a parte , su inspección no tiene por qué plantea r difcultades . Un a persona puede senti r lo que hace su cuerpo, y a menud o verlo. Oculta r los movimiento s del cuerpo podría ser much o más sencillo que oculta r la s expresio• nes faciales o la s alteraciones en la voz debidas a un a emoción. Pero lo ciert o es que la mayoría de la gente no se cuid a de ello ; a lo largo de su educación aprendiero n que no er a necesario. Es raro que a un a persona se le atribuy a la autoría de lo que revelan sus acciones corporales. E l cuerpo autodelat a porque no se le da importancia : todo el mund o está mu y preocupado en observar el rostr o y en evalua r las palabra s pronunciadas . Aunqu e todos sabemos que las palabra s puede n ser falsas, mi investigación ha comprobado que solemos creer en las pala • bras de los demás... y a menudo quedamos chasqueados. No estoy sugiriend o qu e no le prestemos ningun a atención a las palabras. Es ciert o que se cometen errores verbales que pueden obrar como autodelaciones o pistas sobre el embuste ; y sí no existe n tale s errores , con frecuenci a l o que traicion a un a mentir a es la discrepanci a entr e el discurso verba l y lo que se pone de manifest o en la voz, el rostr o y el resto de l cuerpo. Pero la mayo r part e de los indicios sobre el engaño que presen• ta n la voz, el rostr o y el resto de l cuerpo son ignorados o ma l interpretados , como pude comprobar en un a serie de estudios en los que pedí a alguna s personas que juzgara n a otra s basán• dose en lo que veían de éstas en un a cint a de vídeo. Los sujetos flmados fuero n las estudiante s de enfermería a que aludí en el último capítulo, quienes mentían o decían la verdad acerca de lo qu e habían sentid o al mira r un a película. Recordemos que e n la s entrevista s "sinceras " habían vist o u n grato documental con escenas de playa , y se les había indicad o 87 que manifestase n francament e sus sentimientos , en tant o que en la s entrevista s "insinceras " habían vist o un a película con escenas médicas horrorosas , y la consigna fue que convencieran al entrevistado r de que también en ese caso estaban asistiendo a l a proyección d e u n hermoso fl m sobre jardine s foridos. E l entrevistado r no sabía cuál de la s dos películas estaba viendo la estudiant e en ese momento . La s estudiante s se empeñaron e n descamina r a l entrevistado r porqu e er a much o l o que estaba e n juego ; suponían que nuestr o experiment o era un a prueb a par a determina r hast a qué punt o era n capaces de controla r sus reacciones emocionales en un a sal a de guardi a o en el quiró• fano . En nuestr o estudi o con la s cinta s de vídeo, mostramo s a algunos sujetos sólo el rostr o de estas estudiantes , a otros sólo el cuerpo, a otros les hicimo s escuchar sus palabras después de haberla s pasado por un fltro qu e las volvía ininteligible s pero dejando intact a su cualida d sonora; al resto les hicimos escu• cha r o leer las palabra s que realment e habían dicho. Todos los sujetos viero n en la cint a de video a las misma s estudiantes. No sólo nos interesab a averigua r cuál era la fuente preferi • da de autodelación (el rostro , el cuerpo, la voz, las palabras) , sino además si los sujetos suspicaces acertaba n más que aque• llo s otros que no suponían que podía engañárselos. Par a ello dividimo s en dos grupos a quienes iba n a ve r u oír las cinta s de video ; a unos los volvimo s suspicaces contándoles algo por adelantad o sobre las personas a quienes iba n a ver u oír, en tant o que a los otros los mantuvimo s crédulos. A estos últimos no les dijimo s absolutament e nad a sobre el experiment o que se estaba llevand o a cabo, no les mencionamo s par a nad a que pudier a habe r u n engaño o mentira : simplement e les comenta• mos que iba n a ve r u oír a cierta s personas relata r sus impre • siones sobre un a película que veían en ese momento . Par a no desperta r sus sospechas, incluimo s la opinión que tenían que formula r acerca de la sincerida d de esas personas dentr o de un a larg a list a de otra s opiniones qu e se les pedían, sobre si les parecían cordiales , extravertidas , dominantes , torpes, tranqui • las, etc. 88 Aunqu e una s pocas estudiante s d e enfermería era n mu y malas mentirosa s y fuero n fácilmente detectadas , la mayoría de ellas logró engañar a los sujetos crédulos, en particula r a los qu e sól o viero n s u rostr o o escucharo n sus palabras , quienes los consideraro n sinceros, cuando en realidad , en la mayoría de los casos mentían. Los suspicaces no lo hiciero n mucho mejor. A éstos se les relataro n todas la s instruccione s que se les había dado a las estudiante s par a el experimento , y se les dij o que debían evalua r únicamente si era n sinceros o no. Mu y pocos tuviero n un éxito mayo r que el que se tendría al azar par a identifca r a los mentirosos . El mayo r éxito fue el de quienes viero n sólo los movimiento s corporale s de la s estu • diantes, pero inclus o en este caso, sólo acertaro n en un 65 % de sus juicios , y al azar habrían acertado en un 50 %. 3 Uno s pocos sujetos tuviero n un excelente desempeño , identifcand o con precisión al 85 % de los mentirosos . Alguno s de estos agudos jueces era n psicoterapeuta s de much a experienci a y con fam a d e ser mu y bueno s clínicos . Alguno s otro s era n simplement e personas de extraordinari a sensibilida d que se dedicaban a otra s profesiones.* No es inevitabl e dejarse arrastra r al engaño. Personas que estaban al tant o de lo que se dice en este capítulo y en el siguient e acertaro n mu y bie n e n qué casos las estudiante s mentían, como los más expertos psicoterapeutas. Los indicio s de determinado s engaños pueden aprenderse . El cazador de mentira s tendrá má s probabilida d d e acerta r s i e l engañ o envuelve un a emoción, y si el mentiros o no es ni un psicópata, ni un mentiros o natura l o alguie n con un a enorme práctica. Los objetivos son tres : discerni r con má s frecuenci a cuándo está un o ant e u n mentiroso , equivocars e meno s a l juzga r * Muchos psicólogos ha n procurado averigua r qué es lo que convierte a un individuo en un buen o mal jue z de otro, sin lograr muchos progresos al respecto. Se hallará un a reseña de estas investigaciones en Mauree n CSulli - van, "Measurin g the Abilit y to Recognize Facia l Expression s of Emotion" , en Pau l Ekman , comp., Emotion in the Human Face, Nuev a York : Cambridg e University Press , 1982. 89 mentiros o a alguie n que dice la verdad , y, sobre todo, saber en qué casos puede ser imposibl e lo primer o o lo segundo. LA S PALABRA S Curiosamente , a mucho s mentiroso s los traiciona n sus palabra s porque se descuidan. No es que no pudiera n disimu • lar , o que lo intentara n pero fallaron : ocurr e simplement e que se despreocuparon de inventa r su histori a con cuidado. El directo r de un a empresa de selección de personal directi • vo relatab a el caso de un individu o que se había presentado a su agenci a dos veces, con diferent e nombre , en el curso de un mism o año. Cuand o le preguntaro n po r cuál de los dos nombres quería ser llamado , "...e l sujeto, que primer o había dicho que se llamab a Leslie D'Ainte r y luego cambió ese nombre por el de Leste r Dainter , siguió adelante con su mentir a si n que se le movier a un pelo. Explicó que había cambiado su nombre de pila porque Leslie sonaba mu y femenino, * y su apellido , par a volver• lo más fácil de pronunciar . Per o lo que realment e lo delató fuero n las referencias que dio. Presentó tres cartas de recomen• dación deslumbrantes ; si n embargo, en todas ellas el 'emplea• dor ' había cometido u n erro r ortográfco e n l a mism a palabra". 4 El má s cuidadoso de los engañadores puede, empero, ser traicionad o por l o que Sigmun d Freu d denomin a u n "desliz verbal" . En su libr o Psicopatología de la vida cotidiana, Freu d mostró que los actos fallidos de la vid a diari a —como los desli• ces verbales , el olvid o de nombres propio s conocidos, los errores en la lectur a o en la escritura — no era n accidentales sino que era n sucesos plenos de signifcado , que revelaba n confictos psicológico s internos . U n act o fallid o d e este tip o expres a "aquell o que no se quería decir; se vuelv e un medio de traicio • nars e a sí mismo". 5 Aunqu e a Freu d no le interesó estudia r en particula r los casos de engaño, en uno de sus ejemplos muestr a cóm o u n desli z delat a un a mentira . E l ejempl o e n cuestión * En inglés, Lesli e puede ser un nombre de varón o de mujer. (T. J 90 describe un a experiencia del doctor Brill , un o de los primero s y más conocidos seguidores de Freu d en Estados Unidos : "Ciert o atardecer, el doctor Frin k y yo salimos a dar un paseo y a trata r algunos asuntos de la Sociedad Psicoanalítica de Nuev a York . En ese momento nos topamos con un colega, el doctor R., a quien yo había pasado años sin ver y de cuy a vid a privad a nad a sabía. Nos alegró mucho volver a encontrarnos, y a propuesta mía fuimos a un café, donde perma• necimos dos horas en animad a plática. Parecía saber bastante sobre mí, pues tras el acostumbrado saludo preguntó por mi pequeño hijo y me explicó que de tiempo en tiempo tenía noticias mías a través de un amigo común, y se interesó por mi activida d desde que se hubo enterado de ell a por la s revista s médicas. A mí pregunta sobre si se había casado, dio un a respuesta negativa, y añadió: '¿Para qué se habría de casa r un hombre como yo?' "A l sali r del café, se volvió de pronto haci a mí: 'Me gustaría saber —m e dijo— qué haría usted en el siguiente caso; conozco un a enfermera que está enredada como cómplice de adulterio en un proceso de divorcio. La esposa pidió el divorcio a su marid o califcando a la enfermera como cómplice, y él obtuvo el divorcio'. Aquí lo interrumpí: 'Querrá decir que ella obtuvo el divorcio'. Rectifcó en el acto: 'Desde luego, ella lo obtuvo', y siguió refriendo que la enfermera quedó tan afectada por el proceso y el escándalo que se dio a la bebida, sufrió un a grave alteración nerviosa , etc.; y él me pedía consejo sobre el modo en que había de tratarla - Ta n pronto le hube corregido el error le pedí que lo explicara , pero él empezó con las usuale s respuesta s de asombro: que todo ser human o tiene pleno derecho a cometer un desliz verbal , que se debe sólo al aza r y nada ha y que buscar detrás, etc. Repliqué que toda equivocación en el habla debe tener su fundamento, y que estaría tentado de creer que él mismo er a el héroe de la historia , si no fuera porque antes me había comunicado que permanecía soltero. En tal caso, en efecto, el desliz se explicaría por el deseo de que él, y no su mujer, hubier a obtenido el divorcio, a fn de no tener que pagarle alimentos (de acuerdo con nues• tras leyes en materi a de matrimonio) y poder casarse de nuevo en la ciudad de Nuev a York . El desautorizó obstinadamente mi conjetura, al par que la corroboraba, si n embargo, con una exagerada reacción afecti• va , nítidos signos de excitación, y después, carcajadas . Ante mi solicitud de que dijer a la verda d en ara s de la clarida d científca, recibí esta respuesta : 'Si usted quiere que yo le mienta , debe creer que soy soltero, y por tanto su explicación psicoanalítica es enterament e falsa' . Agregó además que un hombre que reparab a en cad a insignifcancia er a a todas luces peligroso. De pronto se acordó de que tenía otra cita y se despidió. "Ambos, el doctor Frin k y yo, quedamos no obstante convencidos de 9 1 que mi resolución del desliz que había cometido era correcta, y yo decidí obtener su prueba o su refutación mediante la s averiguaciones del caso. Algunos días después visité a un vecino, viejo amigo del doctor R., quien pudo ratifca r mi explicación en todas su s partes. El fallo judicia l se había pronunciado pocas semana s atrás, siendo la enfermera declarada culpable como cómplice de adulterio. El doctor R. está ahora frmemente convencido de la corrección de los mecanismos freudianos", 6 En otr o luga r dice Freu d qu e "la sofocación del propósito ya presente de decir algo es la condición indispensable para que se produzca un desliz en el habla" (l a bastardill a es del original). 7 Dich a "sofocación" o supresión podría ser delibera• da si el hablant e estuvier a mintiendo , pero a Freu d le intere • saba n los casos en que el hablant e no se percataba de ella. Un a vez producid o el desliz, el sujeto puede reconocer lo que ha sofocado, o quizá ni siquier a entonces tome conciencia de ello . El cazador de mentira s debe ser cauteloso y no presuponer que cualquie r desliz verba l es manifestación de un a mentira . Po r lo corriente , el contexto en que el desliz se produce puede ayudarl o a dilucida r si esconde o no un engaño. Asimismo , debe evita r el erro r de considera r veraz a alguie n por el solo hecho de que no comete ningún desliz verbal . Ha y muchas mentira s que n o los incluyen . Freu d n o nos explicó por qué motiv o cierta s mentira s se delata n mediant e estos deslices pero la mayoría no. Es tentador a la suposición de que el desliz tiene luga r cuando el mentiros o quier e que lo atrapen , cuando se siente culpabl e por mentir . Si n duda , el Dr . R. al que alude Bril l en el text o citad o debió senti r culpa por engañar a su esti• mad o colega. Pero hast a la fecha ningún estudio ha determina • do por qué sólo cierta s mentiras , y no otras , se traiciona n con deslices; ni siquier a se ha especulado much o al respecto. Las perorata s enardecidas son otr a maner a de traicionars e a través de las palabras . Un a perorat a enardecida difer e de un desliz verba l cuantitativamente : l a torpeza abarca má s d e un a o dos palabras . La información no se desliza, se vuelc a como un torrente . El mentiros o se ve arrastrad o por sus emociones, si n adverti r sino much o más tard e las consecuencias de lo que está 92 revelando. A menudo , si hubier a permanecid o en un a actitu d más fría no habría revelado esa información que lo perjudica ; lo que lo impuls a a sacarla a la lu z es la presión de un a emoción avasallador a —furia , horror , terror , angustia — . To m Brokaw , e l conducto r de l program a televisiv o "E l espectáculo de hoy", que se emitía por la NBC , describió un a cuart a fuent e de pistas sobre el embuste : "L a mayoría de los indicios que obtengo de la gente son verbales , no físicos. Yo no mir o a la car a a las personas par a ve r si encuentr o algun a señal de que me están mintiendo . Lo que me interes a son las respuestas retorcida s o las evasivas sutiles". 8 Alguno s estudios en esta materi a apoyan este palpit o de Brokaw , en el sentido de que al menti r las personas estudiadas apelaba n a respues• tas indirectas , circunloquios , y daban más información que la solicitada. Pero otra s investigaciones mostraro n exactamente l o contrario : l a mayorí a d e los mentiroso s son demasiad o sagaces como par a da r respuestas evasivas o indirectas. * To m * Es difícil afrontar estas y otras contradicciones en la bibliografía de las investigaciones sobre el engaño, ya que los propios experimentos llevados a cabo no son demasiado fdedignos. Cas i todos ellos tomaron como sujetos a estudiantes y les pidieron que mintiera n acerc a de temas que no los afecta• ban personalmente o era n triviale s par a ellos. En la mayoría de los experi• mentos sobre mentiras, no se refexionó mucho acerca del tipo de mentira que se podría esta r investigando. Por lo general, se seleccionaban mentiras fáciles de instrumenta r en el laboratorio. Por ejemplo, se les pedía a los estu• diantes que defendieran convincentemente un a opinión contrari a a la que realmente tenían sobre la pena de muerte o el aborto. O bien se les pedía que dijeran si les gustaba o disgustaba un a persona que le mostraban en fotogra• fías, y luego que simulara n tener haci a ell a la actitud opuesta. Lo caracterís• tico de estos experimentos es que no toman en cuent a la relación entre el mentiroso y su destinatario, y el grado en que dich a relación puede infuir en el empeño que pone aquél par a lograr su engaño. Por lo general , el mentiroso y su destinatario no se conocían ni tenían motivos par a suponer que se volve• rían a ver algun a vez. A veces el destinatario no existía como tal , sino que se le pedía al mentiroso que engañase a un a máquina. Un a reseña reciente de estos experimentos, que por lo demás no ha sido sufcientemente critica , es la de Mirón Zuckerman , Bell a M. DePaul o y Robert Rosenthal , "Verba l an d Nonverbal Communicatio n of Deception", en Advances in Experimental Social Psyckology, vol. 14, Nueva York : Academic Press , 1981. 93 Broka w n o habría reparad o e n ellos, y au n hubier a corrid o u n peligr o más grave : juzga r mentiros o a u n individu o veraz que tiene por costumbr e recurri r a circunloquios o a expresiones verbales indirectas . Ha y personas que habla n de este modo como cosa natural , y no mienten . Cualquier conducta que sea un indicio útil del engaño puede ser también parte normal del comportamiento de algunas personas. Llamaré el riesgo de Brokaw a la posibilida d de equivocarse al juzga r a estos indivi • duos. Los cazadores de mentira s son propensos a incurri r en el riesgo de Broka w si no conocen al sospechoso, y no están fami • liarizado s con las peculiaridade s de su comportamient o típico. En el capítulo 6 me referiré a algunos procedimiento s par a evita r este riesgo. Las investigacione s realizadas hast a ahor a no ha n puesto de reliev e ningun a otr a fuent e de autodelación o de pista s sobre el embuste que se manifeste n en las palabra s enuncia • das. Sospecho que tampoco en el futur o se descubrirán muchas más en este campo. Ya dije que es mu y fácil par a un embuster o oculta r y falsea r palabras , por más que de tant o en tant o se le escape algún erro r —errore s de descuido, deslices verbales, perorata s enardecidas o circunloquio s y evasivas—. L A V O Z Entendemo s por "l a voz" todo lo que incluy e el habl a apart e de las palabra s mismas . Los indicio s vocales más comunes de un engaño son las pausas demasiado larga s o frecuentes. La vacilación al empezar a hablar , en particula r cuando se debe responder a un a pregunta , puede suscita r sospechas, así como otra s pausas menores durant e el discurso si son frecuentes. Otra s pista s las da n ciertos errore s que no llega n a forma r palabras , com o alguna s interjeccione s ("jAh!" , "¡oooh!" , "esteee..."), repeticione s ("Yo, yo, yo quier o decir en realida d que..." ) y palabra s parciales ("E n rea-realida d me gusta") . Estos errores y pausas que denota n engaño pueden deberse a dos razones vinculada s entr e sí. Quizás el mentiros o no ha 94 elaborado su pla n de antemano ; si no suponía que ib a a tener que mentir , o si lo suponía pero un a determinad a pregunt a le pill a po r sorpresa , pued e incurri r e n tale s vacilacione s o errores vocales. Si n embargo, éstos pueden producirs e inclus o cuando hay un pla n previ o bie n elaborado. Un gra n recelo a ser detectado puede complica r los errore s de por sí cometidos por el mentiros o que no se ha preparado bien . Un a muje r que escu• chándose adviert e lo ma l que suena lo que dice tendrá más temo r de que la descubran, lo cual no hará sino intensifca r sus errores vocales y exagerar sus pausas. También el sonido de la voz puede deja r trasluci r el engaño. E n genera l creemos que e l sonid o d e l a voz nos revel a l a emoción que en ese moment o siente quie n la emite , pero los científcos que ha n investigad o este tem a no están ta n seguros. Si bie n ha n descubierto varia s manera s de distingui r las voces "agradables " de las "desagradables", todavía no saben si el sonido difer e par a cada un a de las principale s emociones desa• gradables : rabia , temor , congoja, disgust o profundo , desdén. Creo que con el tiemp o se averiguarán dicha s diferencias . Por ahor a me limitaré a describi r lo conocido, y lo qu e parece prometedor. El signo vocal de la emoción que está más documentad o es el tono de la voz. En un 70 %, aproximadamente , de los sujetos estudiados, el tono se eleva cuando están bajo el infuj o de un a perturbación emocional . Probablement e esto sea más válido cuando dicha perturbación es un sentimient o de ir a o de temor , ya que algunos datos, aunqu e no defnitivos , muestra n que el tono baja con la tristez a o el pesar. Y aún no ha n podido averi • gua r los científcos si el tono de la voz cambi a o no en momen • tos de entusiasmo , angustia , repuls a o desdén. Otro s signos de la emoción, no ta n bie n demostrados pero sí prometedores, son la mayo r velocidad y volume n de la voz cuand o se siente ir a o temor , y la menor velocidad y volume n cuand o se siente triste • za. Es previsibl e que haya avances respecto de la medicación de otras características de la voz, como el timbre , el espectro de la energía vocal en distinta s bandas de frecuencia, y las altera • ciones vinculada s a l ritm o respiratorio. 9 95 Los cambios en la voz producidos por un a emoción no son fácilmente ocultables . S i l o qu e quier e disimulars e e s un a emoción sentid a en el moment o mism o en que se miente , hay mucha s probabilidades de que el mentiros o se autodelate. Si el objetiv o er a oculta r la ir a o el temor , su voz sonará más aguda y fuerte , y el ritm o de su habl a se incrementará; un a paut a opuesta de cambios en la voz podría delata r sentimiento s de tristez a que quiere n esconderse. E l sonido d e l a voz puede trasluci r asimism o mentira s que no se ha n dicho , par a oculta r un a emoción que estab a en juego . El recelo a ser descubierto producirá sonidos semejantes a los del temor ; el sentimient o de culp a por engañar alterará l a voz e n e l mism o sentid o que l a tristez a —aunqu e esto sólo es un a conjetura— ; no se sabe con certeza si el deleite por embauca r puede identifcars e y medirse e n l a voz. M i creencia particula r es que cualquie r clase de excitación o pasión tiene su correspondient e marc a vocal , pero esto aún no ha sido esta• blecido. Nuestr o experiment o con las estudiantes de enfermería fue un o de los primero s en documenta r cómo cambi a el tono de la voz con el engaño. 1 0 Notamo s que el tono se volvía más agudo; creemos que esto se debía a qu e las enfermeras tenían algo de temor . Había dos motivo s par a ello. Nos habíamos empeñado en qu e sintiera n que en ese experiment o er a much o lo que estaba en juego par a ellas, de modo que tuviera n gra n recelo a ser descubiertas. Por otr o lado, observar las horrible s escenas de la película médica generaba temor , por empatia , en algunos. No habría tenid o este resultad o si un a u otr a de estas fuentes de temo r hubiese sido menos intensa . Supóngase que hubiéra• mos estudiado a personas cuy a carrer a no estuviese comprome• tid a por l a prueb a y fuese par a ellas sólo u n experiment o más ; siend o ta n poco lo que estab a en juego , quiz á no habrían sentid o bastant e temo r como par a que ello se notase en el tono de su voz. O bie n supóngase que les hubiéramos proyectado un flm sobre un niño moribundo : es probable que suscitase en ellas tristeza , pero no temor . Es verda d que su temo r a ser atrapada s podría haber elevado igualment e el tono de su voz. 96 pero quizás esta reacción se hubiese neutralizad o con los senti • mientos de tristeza , que les hacían baja r de tono. Un ton o más elevado no es sign o de engaño ; es sign o de temo r o rabia , quizá también de excitación. En nuestr o expe• rimento , u n signo d e esas emociones dejab a trasluci r que l a estudiant e n o estaba , com o decía , ta n content a po r la s hermosas fores que veía en la película . Per o es peligros o interpreta r cualquier a de los signos vocales de emoción como evidenci a d e esta r ant e u n engaño . Un a person a vera z a quie n le preocup a que no le crea n lo que dice puede , po r ese temor , tene r e l mism o ton o elevado d e l a voz que u n mentiro • so por su temo r a ser atrapado . El problema , par a el cazador de mentiras , es que no sólo los mentiroso s se emocionan , también los inocentes l o hace n d e vez e n cuando . A l exami • na r cóm o puede confundirs e u n cazador d e mentira s e n s u interpretación de otro s indicio s potenciale s de l engaño , me referiré a esto como el error de Otelo; explicaré en detall e este error , y las medida s que puede n tomars e par a resguar • darse de él, en el capítulo 6. Po r desgracia , no es sencill o evitarlo . La s alteracione s d e l a voz qu e puede n traiciona r u n engaño son asimism o vulnerable s a l riesg o d e Broka w (n o tener e n cuent a la s diferencia s individuale s e n l a conduct a emocional) , que hemos mencionad o con respecto a las pausas y circunloquio s en el habla . Así como un signo vocal de un a emoción (por ejemplo , el tono de voz) no siempre señala un a mentira , así también la ausencia de todo signo vocal de emoción no es prueb a de veraci • dad. Durant e las audiencias públicas de l caso Watergat e en el Senado de Estados Unidos , que fuero n televisadas a todo el país, l a credibilida d despertada por e l testimoni o d e Joh n Dea n se debió en part e a la form a en que fue interpretad a la ausen• ci a tota l d e emoción e n s u voz, s u notabl e regularida d e n cuant o a l tono d e l a voz. Ese testimoni o tuv o luga r u n año después de haber sido descubierto el allanamient o de la s ofci • nas del Comité Naciona l del Partid o Demócrata, en Watergate . Dean er a consejero del presidente Nixon , quie n u n mes antes de que aquél prestase declaración había admitid o fnalmente 97 qu e sus asistente s trataro n d e encubri r e l atropell o contr a Watergate , pero negó que él estuviese informado . Concedamos l a palabr a a l jue z federa l Joh n Sirica : "Los personajes secundarios de este encubrimient o ya habían sido bie n atrapados , en su mayoría como consecuencia de lo que cada un o de ellos testimonió acerca de los otros. Lo que faltab a determina r er a la verdader a culpabilida d o inocencia de los que estaba n po r encim a de ellos, y el testimoni o de Dea n era clave par a esto. (...) Dea n alegó [e n s u testimoni o ant e e l Senado] que le había insistid o a Nixo n que silencia r a los defensores [de los que habían allanad o Watergate ] ib a a exigi r un millón de dólares, y Nixo n le contestó que podía reunirs e esa suma . Si n ningun a conmoción, si n demostraciones airadas , si n negativas. Est e fue el cargo má s sensacional hecho por Dean . Implicab a que el propi o Nixo n había aprobado la entreg a de esa sum a a los defensores". 1 1 A l dí a siguiente , l a Casa Blanc a refutó la s afrmacione s d e Dean . E n sus memorias , publicadas cinco años después, Nixo n escribe: "E n e l testimoni o d e Joh n Dea n sobre Watergat e v i un a mezcla arter a de verda d y falsedad, de equívocos posible• ment e sinceros y distorsiones clarament e deliberadas. A fi n de resta r importanci a a l pape l que l e tocó desempeñar, transplan - tó su perfecto conocimient o de l hecho y su propi a angusti a a las palabra s y acciones de otros". 1 2 Pero en ese moment o el ataque lanzad o contr a Dea n fue much o más drástico. S e hiciero n corre r rumores , presuntament e desde l a propi a Casa Blanca , que llegaro n a la prensa , según los cuales Dea n mentía y atacaba al president e porque tenía miedo de sufri r un ataque homosexua l si er a enviad o a la cárcel. Se tratab a de la palabr a de Dea n contr a la de Nixon , y pocos sabían con certeza quién de ellos decía la verdad . Confe• sando sus dudas al respecto, el jue z Siric a sostenía: "Debo decir que los alegatos de Dea n me produjero n escepticismo. Obvia • mente , é l mism o er a un a fgur a clave e n e l encubrimient o del episodio. (...) Tenía muchísimo que perder. (...) A la sazón me pareció que Dea n bie n podría esta r más interesad o en proteger• se involucrándolo al Presidente , que en decir la verdad" . M 98 Siric a continúa describiendo cómo le impresionó la voz de Dean : "Durant e vario s días, después d e habe r prestad o s u declaración, los integrante s de la comisión le acribillaro n con pregunta s hostiles, pero él se mantuv o fel a la histori a que había contado, si n mostrars e perturbad o en ningún momento . El tono monocorde de su voz, carente de emotividad , le hacía creíble". 1 4 Par a otros, e n cambio , un a persona que habl a e n u n tono sosegado y uniform e ta l vez esté tratand o de controlarse , lo cua l sugiere que tiene algo que ocultar . Par a no interpreta r ma l el tono uniform e de la voz de Dea n se necesita saber si era o no un a característica permanent e en él. Y a hemos dich o qu e e l hecho d e n o trasunta r ningun a emoción en la voz no es evidenci a forzosa de veracidad : hay personas que no muestra n nunc a sus emociones, o al menos no en la voz. Y au n las emotivas pueden no tene r la intención de mentir . E l jue z Siric a er a propenso a caer e n e l riesgo d e Brokaw . Recordemos que el conducto r de programa s televisivos To m Broka w interpretab a los circunloquio s como signo d e mentira , y nuestr a opinión de que podía equivocarse basándo• nos en que ciertas personas emplea n permanentement e circun • loquios. Ahor a bien : e l jue z Siric a ta l vez incurrió e n e l erro r opuesto, el de juzga r veraz a un sujet o porque no muestr a indici o algun o de engaño... pasando por alt o el hecho de que ciertas personas no los muestra n nunca . Ambos errores proviene n de soslayar las diferencias exis• tente s e n l a expresivida d emociona l d e los individuos . K l cazador de mentira s será propenso a caer en errore s si no conoce l a conduct a emociona l habitua l de l sospechoso. N o habría riesgo de Broka w si no existier a ningún indici o conduc- tua l del engaño en el que pudier a confarse; en ta l caso, los cazadores de mentira s no sabrían qué hacer. Pero tampoco habría riesgo de Broka w si los indicio s conductuale s fuera n perfectament e confables par a todos los seres humanos , en luga r de serlo par a la mayoría de ellos . No existe ningún indicio del engaño que sea válido para todos los seres humanos, pero los diferentes indicios, ya sea en form a individua l o combi• nados , puede n ayuda r a evalua r a la mayo r part e de los 99 sujetos. Bastaría consulta r a la esposa de Joh n Dean , a sus amigo s o a sus colaboradores inmediatos , par a saber si se parece o no al resto de la gente en cuant o a la form a en que manifest a sus emociones a l hablar . E l jue z Sirica , que carecía de un conocimiento previ o de Dean , er a vulnerabl e al riesgo de Brokaw . El ton o monocorde con que Dea n presentó su testimoni o enseñ a otr a lección . U n cazado r d e mentira s debe tene r siempre en cuent a la posibilida d de que el sospechoso sea un ejecutant e extraordinariament e dotado, ta n hábil par a simula r su conducta que no sea posible saber si está mintiend o o no. Joh n Dea n er a u n ejecutant e d e esas características , d e acuerdo con su propi a declaración. Parece que conocía de ante • man o cómo interpretarían su comportamient o el jue z Siric a y otros. En su testimoni o contó que mientra s planeaba lo que iba a hacer, pensó lo siguiente : "Sería fácil caer en un a exageración dramática, o parecer mu y seguro de mí mism o al testimoniar . (...) Yo resolví leer si n emotividad , en form a pareja , lo más fría• ment e posible, y responder a las pregunta s en el mism o tono. (...) La gente suele creer que si un a persona dice la verdad , la dir á tranquilamente" . 1 5 Un a vez concluid o s u testimonio , cuando comenzó a sometérselo al contrainterrogatorio , confesó qu e empez ó a turbarse : "M e dab a cuent a d e qu e estab a ahogado , solo e impotent e frent e a l pode r de l Presidente . Aspiré hondo, par a que pareciese que estaba refexionando ; en realida d estaba luchand o por recobra r el contro l de mí mismo. (...) A^o puedes mostra r las emociones, me decía a mí mismo . La prensa te saltará encima , viendo en eso la señal de un a debili • da d poco viril" . 1 6 Que hubier a artifci o en la actuación de Dean , y que tuvier a tant o talent o par a controla r sus actos, no signifc a necesaria• ment e que fuese un engañador, pero sí que su conducta debía interpretars e con sum a cautela . E n rigor , la s prueba s que surgiero n posteriorment e indica n que el testimoni o de Dean er a en gra n part e verdadero, y que Nixo n (quien , a diferencia de Dean , no era un gra n ejecutante ) era el que mentía. El último aspecto por considerar antes de dejar el tem a de 100 la voz es la afrmación de que ciertas máquinas pueden detec• ta r en form a automática y precisa la s mentira s a parti r de aquélla. Entr e estos aparato s se incluye n el Evaluado r de la Tensión Psicológica (l a sigl a ingles a es PSE) , el Analizado r de l a Voz Mar k I I , e l Analizado r d e l a Tensión d e l a Voz, e l Anali • zador de la Tensión Psicológica (l a sigl a ingles a es PSA) , el Hagot h y el Monito r de la Tensión de la Voz. Los fabricante s de estos artefactos sostiene n que pueden detecta r un a mentir a incluso en la voz transmitid a por teléfono. Por supuesto, como sus nombres sugieren , lo que hacen estos aparato s es detecta r la tensión o el estrés, pero no la mentira . No hay nad a que sirv a por sí solo como signo de mentir a en la voz; sólo ha y signos de las emociones negativas . Los fabricante s de estos adminículos, bastante caros por otr a parte , n o ha n prevenid o con franqueza al usuari o que ellos no les permitirán descubri r a los mentirosos que no siente n ningun a emoción negativa , y en cambio los harán equivocarse ante personas inocentes que están perturbadas . Los científcos especializados en el estudi o de la voz y de las otra s técnicas existente s par a detecta r menti • ras ha n comprobado que estas máquinas n o tiene n u n rendi • mient o superio r a l que s e obtendría po r aza r par a detecta r mentiras , y ni siquier a lo tiene n en la tarea , más simple , de averigua r si un individu o está o no emocionalment e perturba • do. 1 7 N o obstante , estas consideraciones n o parece n habe r disminuid o las venta s de dichos instrumentos . La posibilida d de conta r con un modo direct o y seguro de detecta r mentira s es sumamente tentadora . E L CUERP O Conocía un a de las manera s en que los movimiento s corpo• rales refeja n sentimiento s ocultos e n u n experiment o llevad o a cabo en mi época de estudiante , hace más de veinticinc o años. No había entonces demasiada s prueba s científcas sobre el hecho de que los movimiento s corporales refejasen con preci • sión las emociones o la personalidad . Alguno s psicoterapeutas 101 así lo creían, pero sus ejemplos y afrmaciones en ta l sentid o era n rechazados por los conductista s (que a la sazón domina • ba n la vid a académica) como anécdotas infundadas . Entr e 1914 y 1954 se llevaro n a cabo muchos estudios si n que pudier a fundamentars e e l postulad o según e l cua l l a conducta n o verba l ofrece información fdedigna acerca de las emociones y de la personalidad . L a psicología académica enseñaba con ciert o orgull o que, según habían demostrado los experimentos cientí• fcos, er a un mit o la suposición de algunos legos de ser capaces de conocer la s emociones o la personalida d a través del rostr o o del cuerpo de un individuo . Los pocos científcos sociales o tera • peuta s que continuaba n escribiendo sobre el tem a del movi • mient o corpora l era n considerados, como los que se interesaba n po r los fenómenos de percepción extrasensoria l y la grafología, ingenuos, crédulos o charlatanes . Yo no podía aceptar que esto fuese así. Al observar Jos movimiento s corporales durant e las sesiones de terapi a grupal , me convencía cada vez más de que podía indica r quién de los presentes se sentía perturbad o en un moment o dado, y sobre qué. Con todo el optimism o de un recién graduado me dispuse a modifca r l a opinió n d e l a psicologí a académic a sobr e e l comportamient o n o verbal . Invent é u n experiment o par a demostra r que los movimiento s corporales cambian cuando el sujeto está sometido a estrés. La fuente del estrés fue mi profe• sor má s veterano , quie n aceptó plegarse a un pla n tramad o por mí par a interroga r a mi s compañeros de l curso de posgrado sobre tema s en los que todos nosotros, yo lo sabía, nos sentía• mos vulnerables . Mientra s la cámara ocult a registrab a la conducta de cada un o de estos psicólogos incipientes , el profesor comenzaba preguntándole qué pensaba hacer cuando terminas e los estu • dios. A los que contestaro n que se dedicarían a la investiga • ción, les reprochó su deseo de recluirs e en el laboratori o y no asumi r la responsabilida d de ayuda r a los que padecían enfer• medades mentales . A quienes planeaba n presta r esa clase de ayud a dedicándose a la psicoterapi a les criticó su afán de hacer diner o exclusivamente , eludiend o así l a responsabilida d 102 de realiza r las investigacione s necesarias par a cura r mejor a los enfermos mentales . Además, les preguntó a todos si algun a vez habían sido atendido s en psicoterapi a como pacientes. A los que contestaro n que sí, les echó en cara cóm o podían tener la esperanza de cura r a otro s cuand o ellos mismo s estaban enfermos; a los que contestaro n que no, los denostó diciéndoles que no era posible ayuda r a otros si n ante s conocerse a sí mismo. Er a un a situación e n que nadi e podía sali r victorioso. Para peor, yo le había pedido a mi profesor que interrumpies e a l estudiant e s i iniciab a algun a quej a o quería completar l a respuesta que ante s había dado a cada un a de sus punzantes preguntas . Mi s compañeros de estudios se habían ofrecido voluntaria • mente para ayudarm e en este experiment o que ahor a los sumía en la desdicha. Sabían que er a un a entrevist a vinculad a a un a investigación mía, y también que iba n a senti r ciert a tensión; pero esto no les facilitó la s cosas cuand o ya estuviero n en medi o de l baile . Fuer a de l experimento , ese profeso r que actuaba de maner a ta n poco razonable tenía un enorm e poder sobre ellos. Sus califcaciones era n decisivas par a el curso de posgrado y el entusiasm o con que hablase de ellos en sus reco• mendaciones podía ser determinant e par a su empleo futuro . A los pocos minutos , mi s amigos empezaron a tambalearse . Impo • sibilitado s de abandona r el experiment o o de defenderse, rebo• santes de rabi a y frustración, se veían reducidos al silencio o a lo sumo podían emiti r unos pocos lamento s desarticulados . Le encomendé al profesor que después de cinco minuto s de entre • vist a interrumpies e esa tortura , le explicase al estudiant e lo que había hecho y por qué, y lo elogiase por habe r soportado ta n bie n ese moment o de tensión. Mientra s tanto , yo los observaba detrás de un espejo unidi • reccional y con la cámara registrab a permanentement e sus movimientos . ¡No podía creer lo que veían mi s ojos, ya desde la primer a entrevista ! Después de que el profesor le lanzar a su tercer ataque verbal , la estudiant e sentada frent e a él había replegado los dedos de la man o derecha menos el mayor , y permaneció con la man o en esa posición durant e un minut o 103 Figura 1 entero , en un a clar a señal de rabioso disgusto.* Si n embargo, no mostrab a su furo r de ningun a otr a manera , y el profesor seguía conduciéndose como si no viese ese ademán. Cuand o terminó la entrevista , irrumpí en la habitación y se lo dije ; me replicaro n que me lo había inventado . La chica admitió que se había sentid o enojada , pero negó que lo hubiese expresado de algún modo. El profesor coincidió con ell a en que debía tratars e de un a pur a imaginación mía, ya que a él no le habría pasado inadvertid o un gesto de rechazo ta n grosero como ése. Vimo s la película... y ahí estaba la prueba . Esa acción fallida , ese dedo protuberante , n o expresaba u n sentimient o inconsciente. L a * En inglés ha y un modismo qu e design a este ademán de grosero, disgusto o rechazo, más difundido quizás en la sociedad norteamericana que en otros países: "to give someone the fnger". [T- l 104 chica se sabía enojada; lo qu e era inconscient e er a su expresión de ese sentimiento : no tenía la meno r ide a de la posición de los dedos de su mano . Los sentimiento s que deliberadament e se había propuest o esconder se habían fltrado. Quince años más tard e asistí al mism o tip o de fltración no verbal , a otr o ademán falllido , e n e l experiment o e n e l cua l las estudiante s de enfermería trataro n de oculta r sus reacciones ante las escenas sangrientas . Est a vez lo qu e se les escapó no fue u n gesto con l a mano , sino u n encogimient o d e hombros . Un a tra s otra , esas estudiante s autodelataba n s u mentir a con un leve encogimient o de hombros cada vez que el entrevistado r les preguntaba , por ejemplo: "¿Le gustaría segui r viend o esa película?", o "¿Se la proyectaría a un niño?". El encogimient o de hombros y el dedo mayo r alzado son dos ejemplos de acciones que llamaremo s emblemas par a distin • guirlo s de todos los restantes ademanes a los que recurre n las personas. Los emblemas tiene n un signifcad o preciso, conocido por todos dentr o d e u n grup o cultura l determinado . E n Estados Unidos , todos saben que adelanta r el dedo mayo r con los demás dedos plegados equival e a un a form a grosera de decirle a otr o "¡Anda, que te zurran! " y que encogerse de hombros equival e a decir "N o lo sé" o "Nad a puedo hacer" o "¿Qué importa?" . En su mayor parte , los demás ademanes y gestos no poseen un a defi • nición igualment e precisa y su signifcad o es más indefnido . No dicen much o si no están acompañados de palabras . Los emblemas, en cambio, pueden ser empleados en lugar de las palabras , o cuand o n o puede n utilizars e éstas . Ha y unos sesenta emblema s en uso actualment e en Estados Unido s (por supuesto, los vocabulario s de emblema s difere n par a cada país, y a menud o dentr o de un país, par a sus distinta s regio• nes). Como ejemplo de otros emblemas bie n conocidos citemos el vaivén vertica l de la cabeza par a deci r que sí o su vaivén horizonta l par a decir que no ; su inclinación, a veces acompaña• d a po r u n gir o d e l a mano , par a decirl e a alguie n que s e acerque hast a donde uno está o lo acompañe; la agitación de la mano en alt o par a decir adiós; la man o puesta detrás de la oreja par a signifca r que no se escucha; el pulga r levantad o con el que el caminant e hace auto-stop en un a carretera ; el dedo mayo r cruzad o sobre el índice par a roga r que se cumpl a un deseo, etc. 1 8 Los emblema s casi siempr e se ejecuta n deliberadamente . La persona qu e lo hace sabe lo que hace: ha resuelt o transmiti r u n mensaje . Per o ha y excepciones. De l mism o mod o que existe n deslices verbales , existen deslices corporales, emblemas que autodelata n información que e l individu o quier e ocultar . Ha y dos forma s d e determina r s i u n emblem a e s u n desliz que revel a información oculta , y no un mensaje deliberado. Un a es que sólo se ejecuta un fragment o del emblema , no la acción completa . Po r ejemplo , el "encogimient o de hombros " es un emblem a qu e puede realizars e d e varia s maneras : alzando ambos hombro s a la vez, o volcando haci a arrib a las palmas de la s manos , o con un gesto que consiste en alza r las cejas al pa r que se dej a caer el párpado superio r y se tuerce n los labios en form a de U, o con un a combinación de todas estas acciones y, a veces, agregando un a pequeña inclinación de la cabeza a un costado. Pero si el emblem a no es deliberado sino un a autodela- ción, sólo aparecerá uno de estos elementos, y en ocasiones ni siquier a completo : se alzará un solo hombro , apenas unos milí• metros ; o se llevará hacia arrib a el labi o inferio r solamente, cubriend o un poco al labi o superior ; o la s palma s de las manos girarán sobre s í mism a mínimamente. E l emblem a del dedo mayo r a que antes aludimo s no sólo implic a un a disposición particula r de los cinco dedos sino que además la mano avanza y se levanta , a veces repetidamente . En el caso de la estudiant e furios a que no ejecutó este emblema adrede, no había ningún movimient o de la man o per o sí la disposición típica de los dedos. La segunda pist a de que el emblem a es un desliz y no un a acción voluntari a es que se ejecuta fuer a de la posición de presentación de l individu o ant e e l otro . E n s u mayoría, los emblemas se ejecuta n frent e al sujeto, en la zona que se extien • de entr e la cintur a y el cuello. En esa posición de presentación no puede deja r de notárselo. En cambio, un emblem a de auto- delación nunc a se realizab a en la posición de presentación. En 106 las entrevista s con estudiante s a qu e hicimo s referencia , cuando mi s compañeros de estudi o adelantaba n el dedo mayor , n o l o agitaba n e n e l espacio sin o que dejaba n l a man o apoyada sobre la rodilla , fuer a de la posición de presentación. En el experiment o con las enfermeras , los ademanes que delataro n su impotenci a ante las pregunta s a su imposibilida d de oculta r lo que sentían fuero n pequeñas rotaciones de la s mano s sobre el regazo. Si el emblem a no fuese fragmentad o y no quedase fuera de la posición de presentación, el mentiros o lo advertiría y lo autocensuraría. Po r supuesto, la s misma s características que distingue n un emblem a de autodelación (su fragmentación y el hecho de queda r fuer a de la posición de presentación) hacen difícil par a otros advertirlo . U n mentiros o ta l vez ejecute un a y otr a vez estos emblemas que lo autodelata n si n que ni él ni su víctima se den cuenta. No hay garantía algun a de que todo mentiros o va a incurri r e n u n desliz emblemático: n o existe ningún signo incontrasta • ble del engaño como éste. Es mu y poco lo que se ha investigad o par a evalua r la frecuencia con que se produce n estos deslices emblemáticos cuando la gente miente . De los cinco estudiante s que fuero n interrogado s po r m i profesor "hostil" , sólo dos los evidenciaron ; de tas estudiante s de enfermería , más de la mitad . No sé por qué ciertas personas tiene n esta clase de auto - delaciones y otra s no.* Pero si bie n no todo mentiros o incurr e en un desliz emble• mático, por otr o lado cuando éste se produce se puede toma r como signo genuin o de que la persona no quier e revela r deter• minad o mensaje . L a interpretació n d e estos deslice s está menos sujet a que la mayoría de los demás signos de engaño ya sea al riesgo de Broka w o al erro r de Otelo . Ha y alguna s perso• nas que siempr e habla n con circunloquios , per o pocas que * Lamentablemente, ninguno de los restante s investigadores que han estudiado el engaño verifcaron si er a posible reproducir nuestros hallazgos sobre los deslices emblemáticos. Soy optimista y creo que lo lograrán, ya que dos veces, en un periodo de venticinco años, pude obtener autodelaciones n través de dichos emblemas. 107 comete n deslices emblemáticos en form a regular . Los errores de l habl a puede n indica r un a tensión de diversas clases, n o necesariament e l a que implic a un a mentira . Dad o que u n emblema , como suele suceder con las palabras , tien e un signifi • cado específco, los deslices emblemáticos no suelen ser ambi • guos. Si el mensaje es "¡Vete al diablo!" , o "Hoy estoy con los cables cruzados", o "No , no es eso lo que he querid o decir", o "Ahí l o tienes , sobre e l escritorio " —tod o l o cua l puede transmi • tirs e con u n emblema— , n o habrá problem a e n interpretarlo . ¿Qué emblema s se deslizan furtivament e cuando se miente , qu é mensaje s se autodelatan ? Ell o dependerá de lo que se quier a ocultar . E n e l experiment o con m i profesor "hostil " los sujeto s ocultaba n enojo y furia , de mod o que sus deslices emblemáticos fuero n u n dedo protuberant e y u n puño cerrado. En el experiment o con las películas médicas las estudiante s de enfermería no estaban enojadas ni furiosas , pero muchas de ella s suponían que no era n capaces ta l vez de oculta r adecua• dament e sus sentimientos : el encogimient o de hombros, o su similar , fue el desliz emblemático de su impotencia . A ningún adult o hay que enseñarle el vocabulari o de los emblemas: todos saben cuáles de ellos son puestos de manifest o por los inte • grante s de su propi a cultura . Lo que sí necesitan saber muchos adulto s es que los emblemas pueden producirs e como deslices. Si los cazadores de mentira s no están alert a ant e esta posibili • dad , dichos deslices emblemáticos les pasarán inadvertido s porqu e son fragmentario s o porque se ejecutan fuera de la posi• ción de presentación. Otr o tip o de movimient o corpora l que puede ofrecer pistas sobre el embust e son las ilustraciones. A menud o se confunden las ilustracione s con los emblemas, pero import a distinguirlo s porque estas dos clases de movimiento s corporales pueden alte• rars e e n sentido s opuestos cuand o s e miente : los deslices emblemático s aumentarán , mientra s que la s ilustracione s normalment e disminuirán. Se las llam a así porque ilustra n o ejemplifca n lo que se dice. Ha y muchos modos de hacerlo: enfatiza r un a palabr a o un a frase, como si se la acentuar a al enunciarl a o si se la 108 subrayar a al escribirla ; segui r el curso de l pensamient o con la mano en el aire , como si se estuvier a dibujand o en el espacio o se quisier a repeti r o amplifca r con un a acción lo que se está diciendo. Habitualment e las ilustracione s se realiza n con las manos, aunque también participan , par a da r énfasis, las cejas y los párpados superiores.. . y todo el tronco o hast a el cuerpo entero puede aporta r algo. Las actitudes sociales respecto de la conveniencia de usa r estas ilustracione s corporale s ha n variad o a lo larg o de los últimos siglos. En cierta s épocas, era n la marc a de las clases altas, en tant o que en otra s épocas era n un signo de incultur a o de rusticidad . Los libro s sobre oratori a normalment e describen las ilustracione s requerida s par a tene r éxit o a l habla r e n público. El estudio científco precursor en el campo de las ilustracio • nes corporale s no se inició par a averigua r los indicio s de l engaño, sino par a cuestiona r las opinione s de los científcos sociales nazis . E n l a décad a d e 1930 apareciero n mucho s artículos en los que se sostení a que la s ilustracione s era n innata s y que las "razas inferiores" , como los judíos o gitanos , apelaban a gra n cantida d de pomposas y grandilocuentes ilus • traciones, en comparación con los ademanes menos expansivos de los arios, los "superiores". (¡Claro que no se hacía mención en esos artículos de las grandiosas ilustracione s de Mussolini , el aliado itálico d e Alemania! ) Davi d Efron , 1 9 u n judí o argentin o que estaba estudiando en la Universida d de Columbi a con el antropólogo Fran z Boas, examinó las ilustracione s propias de los habitante s del Barri o Bajo en la zona Este de la ciuda d de Nuev a York . Comprobó que los inmigrante s sicilianos recurrían a ilustracione s que trazaba n un a fgura o ejemplifcaba n un a acción, en tant o que los judíos provenientes de Lituani a apela• ban a ellas par a da r énfasis a lo que decían, o par a seguir el hil o de su pensamiento. Pero los vastagos de unos y otros nacidos en Estados Unido s y que asistían a escuelas integrada s (hijos de nativos y de inmigrantes ) no diferían entr e sí en este aspecto: las ilustracione s usadas por los descendientes de sicilianos era n similare s a las usadas por los hijos de judíos lituanos . 109 Efro n demostró que el estil o de las ilustracione s corporales es adquirido , no innato . Personas pertenecientes a distinta s cultura s no sólo utiliza n diferentes tipo s de ilustraciones , sino que alguna s ilustra n much o e n tant o que otra s ilustra n mu y poco. Y au n dentr o de un a mism a cultura , los individuo s dife • re n entr e s í e n l o tocante a l a cantida d d e ilustracione s que emplea n típicamente.* Así pues, l o qu e puede delata r un a mentir a no es el mer o número de ilustracione s ni su tipo ; el indici o de l engaño se obtiene al adverti r un a disminución del número de ilustracione s utilizadas , o sea, al adverti r que la person a la s está empleand o menos que de costumbre . Para evita r interpreta r en form a equivocada esta disminución, es necesario agrega r algo más sobre los momento s en que las personas recurre n efectivamente a estas ilustraciones . Ant e todo , veamos por qué se recurr e a las ilustraciones . La s ilustracione s se utiliza n par a explica r mejor ciertas ideas que no pueden transmitirs e fácilmente con palabras. Compro• bamos que er a más probable que un sujeto ilustras e lo que decía cuando le pedíamos que nos defnier a un a trayectori a en zigza g que cuand o le pedíamos que nos defnier a un a silla ; también er a más probable que lo hicier a si le pedíamos que nos indicar a cómo llega r hast a la ofcin a de correo más próximo, que si le pedíamos qu e nos explicar a el motiv o de su elección vocacional . La s ilustracione s s e emplean , además , cuand o alguie n no encuentr a un a palabra . Chasquea r los dedos o alzar la man o como par a alcanzar algo en el air e parecen ser accio• nes qu e ayuda n en estos casos, como si la palabr a buscada fotase por encim a del individu o y éste pudier a capturarl a con ese movimiento . Estas ilustracione s de búsqueda de palabras le comunica n a l menos a l otr o individu o que s u interlocuto r n o h a * En la s familias de inmigrante s que llegaron a Estado s Unidos proce• dentes de cultura s en la s que se hace uso abundante de la s ilustraciones suele recomendarse a los niños que no "hablen con la s manos" ; se le s advierte que si ilustra n de este modo su discurso, se notará su origen, mientra s que si no lo hace n se parecerán más a los viejos habitantes de Estado s Unidos, procedentes de Europ a septentrional. 110 cesado esa búsqueda ni le ha cedido el uso de la palabra . Quizá las ilustracione s cumpla n u n pape l d e autoalimentación , ayudando a reuni r los términos en un discurso coherente y razonable. A medid a que nos sentimo s más comprometido s con lo que estamos diciendo, más lo ilustramos ; y tendemos a ilus • tra r más de lo acostumbrado cuando estamos furiosos, horrori • zados, mu y agitados, angustiados o entusiasmados . Veamos ahor a por qué las personas puede n evidencia r un uso de ilustracione s meno r que el habitual , ya qu e esto nos aclarará en qué casos esa disminución puede ser un indici o del engaño. La primer a razón es un a falt a de apego emocional a lo que se está diciendo: la gente ilustr a menos qu e de costumbre sus palabras cuando se siente indiferente , aburrida , ajena a la cuestión o mu y entristecida . El entusiasm o o el interés fngidos pueden traicionars e en la falt a de un aument o de ilustracione s que acompañen las palabras . Las ilustracione s también se reduce n cuando el individu o tiene difculta d par a decidi r lo que va a decir. Si alguie n sopesa con cuidado cada palabr a antes de decirla , no la acompañará con muchas ilustraciones . Cuando se pronunci a un a conferen• cia o se exponen las ventaja s de un product o por primer a o segund a vez, n o aparece n tanta s ilustracione s como má s adelante, cuando ya no se dedica tant o esfuerzo a la búsqueda de la palabr a exacta. Las ilustraciones disminuyen cada vez que se habla con cautela. Ahor a bien , esto ta l vez no tenga ningun a relación con un engaño. La cautel a puede deberse a que es much o lo que está en juego: la primer a impresión que se le va a causar al jefe, la respuesta a un a pregunt a cuy a recom• pensa es un alt o premio , la primer a declaración de amo r a alguie n que se amab a de lejos hast a entonces. También la ambivalenci a exige cautel a a l hablar . Un a persona timorat a puede sentirse mu y tentad a por u n puesto más lucrativo , pero no se atreve a corre r los riesgos propios de un a nuev a situación laboral ; desgarrad a interiorment e por lo que debe hacer, la abrum a el grave problem a de lo que ha de decir, y cómo. S i u n mentiros o n o h a preparad o s u pla n d e anteman o tendrá que obra r con cautela , considerand o cuidadosament e 11 1 cada palabr a antes de decirla . Los engañadores qu e no ha n ensayado previament e y tiene n poca práctica en un a mentir a en particular , o los que no prevén qué se les preguntará ni en qu é momento , muestra n un a meno r cantida d d e ilustraciones . Pero au n cuando el mentiros o hay a elaborado y ensayado bien su estrategia , sus ilustracione s pueden disminui r a causa de la interferenci a de algun a emoción. Cierta s emociones, en espe• cia l e l temor , obstaculiza n l a coherencia del discurso. L a carga qu e signifc a controla r casi cualquie r emoción fuert e distra e el proceso propi o de enhebra r un a a un a las palabras . Si la emoció n tien e qu e ocultars e y no sólo controlarse , y si es intensa , es probable que au n el mejo r preparado de los menti • roso s teng a difcultade s par a hablar , y sus ilustracione s menguarán. La s estudiante s de enfermería de nuestr o experiment o efec• tuaro n menos ilustracione s cuando trataro n de oculta r su reac• ció n ant e la película de la quemadur a y amputación , que cuando tenían qu e describi r con sincerida d sus sentimiento s ant e documentales inocuos. Est a disminución de las ilustracio • nes tuv o al menos dos causas: las estudiante s no tenían prácti• ca en esa clase de mentira s y no se les había dado tiemp o para preparars e y por otr a part e se despertaro n en la experiencia fuerte s emociones — recelo a ser detectadas y sentimiento s producido s por la s escenas sangrienta s de l flm— , Mucho s otro s estudiosos ha n comprobado también que las ilustracione s son menos notoria s cuando alguie n mient e que cuando dice la verdad . E n m i estudi o n o había muchas emociones e n juego, per o los mentiroso s no estaban bie n preparados. A l presenta r la s ilustracione s dij e qu e er a important e distinguirla s de los emblemas porque cuando alguie n mient e pueden producirs e cambios de dirección opuestas en la canti • da d de aquéllas y de éstos: los deslices emblemáticos aumenta n mientra s que las ilustracione s se reducen. Pero la diferencia decisiva entr e ambos radic a en la precisión del movimient o y de l mensaj e transmitido . E n e l caso de l emblema , ambos elemento s está n predeterminado s estrictamente : n o servirá cualquie r movimiento , sólo un o perfectamente defnido trans - 112 mitirá e l mensaj e necesario . La s ilustraciones , e n cambio , pueden abarcar un a ampli a gama de movimiento s y transmiti r un mensaje indefnid o en vez de un mensaje preciso. Considé• rese el caso de l círculo formad o juntament e po r la s yemas del pulga r y el índice, y levantad o en señal emblemátic a par a transmiti r "¡Muy bien!" , "¡Así se hace!". Esa es la única maner a apropiada de practica r este emblema ; si el pulga r se apoyase en el dedo mayor o en el meñique, la señal no sería clara ; y el signifcado es mu y preciso.* Las ilustracione s no tiene n gra n signifcado con independenci a de las palabra s que las acompa• ñan. Si se observa a alguie n mientra s las ejecuta pero no se escucha lo que dice, no se entenderá much o de la conversación. N o ocurre l o propi o s i e l sujeto emple a u n emblema . Otr a dife • rencia es que si bie n tant o las ilustracione s como los emblemas aparecen cuando la gente dialoga, las primeras , por defnición, sólo acompañan el habl a pero no la reemplazan ; los emblemas pueden ser utilizado s en luga r de las palabra s si la gente no puede habla r o por algún motiv o no quier e hacerlo. E l cazador d e mentira s debe ser más prudent e e n l a inter • pretación de las ilustracione s que de los deslices emblemáticos. Ya dijimo s que las primera s están afectadas por el erro r de Otelo y el riesgo de Brokaw ; los segundos, no. Si un cazador de mentira s nota un a disminución de las ilustraciones , lo lógico es que antes descarte cualquie r otr a razón (apart e de la mentira ) por la cual un individu o puede quere r escoger con cuidado sus palabras. Respecto de los deslices emblemáticos no ha y tant a ambigüedad; el mensaje transmitid o suele ser lo sufciente • mente diferenciado como par a poder interpretarl o fácilmente. Tampoco es necesario conocer de anteman o al sospechoso par a interpreta r u n desliz emblemático, y a que e n y por s í mism a l a acción tien e sentido ; en cambio , como los individuo s varían enormemente entr e s í e n cuanto a s u índice norma l d e ilustra • ciones empleadas , n o puede emitirs e juici o s i n o exist e u n * Est e emblema tiene un signifcado obsceno muy diferente en algunos países de Europ a meridional. Los emblemas no son universales , sino que su signifcado cambia según la cultura . 113 patró n d e comparación . Par a interpreta r la s ilustraciones , como la mayoría de los otro s índices de engaño, es menester tene r ciert o trat o previ o con los "ilustradores" . Es difícil descu• bri r u n engañ o e n u n prime r encuentro : los deslices emblemáti• cos ofrecen un a de las pocas posibilidades que existen par a ello. Debemo s ahor a aborda r u n terce r tip o d e movimient o corporal , las manipulaciones, par a alerta r a los cazadores de mentira s qu e no caigan en el erro r de considerarlos signos de engaño. Hemo s vist o a menud o que ciertos descubridores de mentira s juzga n equivocadament e a un a person a honest a porqu e pon e d e manifest o manipulaciones . S i bie n la s manipu • laciones pueden ser un signo de perturbación, no siempre lo son. U n aument o e n l a activida d manipulador a n o e s e n abso• lut o un a señal confable de que hay engaño, aunqu e la gente suele creerlo . Llamamo s "manipulaciones " a todos aquellos movimiento s en los qu e un a part e del cuerpo masajea, frota , rasca, agarra , pincha , estruja , acomoda o manipul a de algún otro modo a otr a part e de l cuerpo. Las manipulacione s pueden ser de mu y corta duración o extenderse durant e vario s minutos . Las más breves parece n dotada s d e algún propósito : ordenars e e l cabello , sacarse un a suciedad o un tapón de cera de dentr o de la oreja, rascars e algún luga r de l cuerpo. Otras , e n especial la s que dura n mucho , n o parecen tene r fnalida d alguna : enrolla r y desenrolla r infnitament e u n ha z d e cabellos, frotars e u n dedo contr a el otro , da r golpes rítmicos con el pie contr a el piso en form a indefnida . L a man o e s l a manipulador a típica; pero puede ser receptor a de la manipulación, como cualquie r otr a zona de l cuerpo. Los receptores más comunes son el pelo, las orejas, l a nariz , l a entrepierna . La s acciones manipuladora s puede n también llevarla s a cabo un a part e del rostr o actuando contr a otr a (lengu a contr a mejilla , diente s que muerde n leve• ment e e l labio ) o un a piern a contr a otr a pierna . Ha y objetos qu e puede n forma r part e de l act o manipulador : fósforos , lápices, u n sujetapapeles, u n cigarrillo . Aunqu e a la mayoría de las personas se les enseñó al educarlas que no tenían que realiza r en público estas acciones 114 propias del cuart o de baño, lo ciert o es que no aprendiero n a detenerlas; sólo dejaro n de darse cuent a de que las hacían. No es que sean de l tod o inconsciente s de sus manipulaciones : cuando nos apercibimos de que alguie n está observando un a de nuestras acciones manipuladoras , d e inmediat o l a interrumpi • mos, la moderamos o la disimulamos . A menud o encubrimo s hábilmente con u n ademán más ampli o otr o fugaz, aunque n i siquier a esta elaborada estrategi a par a oculta r un a manipula • ción se hace mu y a conciencia. La s manipulacione s están en el borde de lo consciente. La mayoría de las personas no pueden dejar de practicarla s durant e much o tiemp o por más que lo intenten . Se ha n acostumbrado a manipularse . La gente se comport a much o mejor como observadora que como ejecutora. S i alguie n inici a u n movimient o d e manipula • ción, s e l e concede l a privacía necesari a par a completarlo , aunque hay a empezado en medio de un a conversación. Otro s aparta n l a vist a cuand o s e ejecut a l a manipulación , y sólo vuelven el rostr o cuando termina . Si la manipulación es un a de esas acciones en aparienci a inútiles, como la de enrollars e el cabello, que sigue y sigue y sigue, por supuesto los demás no va n a aparta r la mirad a todo el tiempo ; pero tampoco clavarán directament e en el acto de manipulación. Est e descuido cortés de las manipulacione s es un hábito mu y aprendido , que opera sin pensar. La ofensa a las buenas costumbres la produce el que observa la manipulación y no el que la ejecuta . Cuand o dos automóviles frena n junto s delant e d e u n semáforo, l a persona grosera es la que mir a al conductor del aut o adyacente y no !a que se limpi a vigorosamente la oreja. Yo y otras personas que hemos estudiad o las manipulacio • nes nos hemos preguntad o por qué hay personas que prefere n un a manipulación a otra . ¿Signifca algo que sea un frotars e y n o u n estrujarse , u n pellizco e n luga r d e u n masaje? ¿Transmi• te algún mensaje el hecho de que lo frotad o o rascado sea la mano, la oreja o la nariz ? En part e la respuesta es que estos movimiento s son propios de cada individuo . Cada persona tiene s u manipulación favorita , como un a marc a registrada . Para una puede ser hacer gira r el anill o de bodas interminablemen - 115 te , par a otr a sacarse la cutícula y par a un a tercer a atusarse el bigote. Nadi e ha intentad o averigua r por qué se prefere ta l o cual acción, o por qué algunos no tienen ningun a manipulación propi a especial. Ciertos datos muestra n que alguna s manipula • ciones revelarían algo más que un a mer a incomodidad . Encon• tramo s manipulacione s de pellizqueo en pacientes psiquiátricos que no expresaban enojo con ellas. Cubrirs e los ojos con las manos er a común entr e los pacientes que se sentían avergonza• dos de algo. Pero estos datos son provisionales; el hallazgo más genera l es que las manipulacione s aumenta n cuand o el sujeto se siente molesto. 2 0 La investigación ha confrmad o sustancialment e la creencia del profan o de que la gente realiz a movimiento s agitados e inquieto s cuando se siente incómoda o nerviosa. Las manipula • ciones con la s que un o se rasca , se estruja , se pellizca , se acicala o se escarba cierto s orifcios aumenta n con todos los tipo s de malestar . Teng o la convicción de que la s personas también evidencia n muchas manipulacione s cuando se sienten cómodas y relajadas , si n remilgos . Al esta r entr e compinches un o no se preocupa tant o po r el decoro. Alguno s individuo s más que otros eructarán e incurrirán en diversas manipulacione s y otra s conductas que en la mayoría de las demás situaciones son, siquier a parcialmente , controladas . Si esto es verdad , las manipulacione s sólo constituiría n signos de incomodida d o molesti a sólo en las situaciones más formales , cuando la gente que está con un o no le es mu y conocida. De ahí que las manipulacione s no son signos válidos del engaño: pueden indica r los dos estados opuestos, la incomodi • da d y la relajación. Por otr a parte , los mentiroso s saben que deben suprimi r sus manipulaciones , y la mayoría lo consigue casi siempre . No es que tenga n un conocimiento específco de esto, sino qu e form a part e del saber popula r general que las manipulacione s son signos de molestia , de conducta nerviosa. Todo el mund o piensa que un embuster o se mostrará inquieto , que la agitación del cuerpo es un índice de engaño. En ciert a oportunida d interrogamo s a varia s personas sobre su maner a de darse cuent a de que alguie n mentía, y un gra n número de 116 respuestas indicaro n como movimient o más distintiv o en este sentido el de los ojos inquietos . Indicios que todo el mundo conoce, y que se relacionan con una conducta fácil de inhibir, no serán muy confables si es mucho lo que está en juego y si el mentiroso no quiere ser atrapado. La s estudiante s d e enfermerí a n o evidenciaro n mayo r cantida d d e acciones manipulatoria s a l menti r que a l decir l a verdad . Otro s estudios s í encontraro n u n aument o d e la s mani • pulaciones durant e el engaño, pero creo que esta contradicción en los hallazgos se debe a la diferenci a de lo que estaba en juego en los diversos casos. Cuand o lo que está en jueg o es mucho , la s manipulacione s puede n ser intermitentes , pues operan fuerzas contraria s entr e sí. L a signifcativida d d e l a situación par a el mentiros o puede llevarl o a vigila r y controla r aquellas pistas del engaño que son conocidas y accesibles, como las manipulaciones ; pero esa mism a signifcativida d hará que tema ser atrapado , y su molesti a increment e sus manipulacio • nes. Estas aumentarán, y luego serán vigiladas , suprimidas , desaparecerán por un tiempo , volverán a aparecer, y después de otr o rat o serán nuevament e advertida s y sofocadas. En el caso de las enfermeras había much o en jueg o y se empeñaron en controla r sus manipulaciones ; en otro s estudios , donde se encontró que las manipulacione s aumentaba n a l mentir , n o er a tant o l o que había e n juego . L a situación er a alg o extraña —pedi r a alguie n que mient a a títul o experimenta l n o e s usual— , y por ende bie n podía sentirs e malesta r sufcient e como par a intensifca r las manipulaciones ; per o e n estos engaño s n o había ganancia s o pérdida s signifcativas , n o estaba en jueg o el éxito o el fracaso, y el mentiros o tenía pocas razones par a afanarse e n vigila r y suprimi r sus manipulacio • nes. Au n cuando mi explicación de estos resultado s contradicto • rios fuese incorrect a (y éstas interpretacione s posteriores a los hechos deben siempr e considerars e provisionales , hast a ser confrmadas por nuevos estudios), los hallazgos contradictorio s son en sí mismo s motiv o sufcient e par a que el cazador de mentira s sea cauteloso en su interpretación de la s manipula • ciones. 117 E n nuestr o estudi o sobre l a capacidad par a detectar menti • ras , comprobamos que los sujetos que mostraba n mucha s mani • pulaciones era n considerados mentirosos . N o importab a que l a persona dijese l a verda d o mintiera : quienes l a veían l a tacha• ba n de deshonesta si notaba n muchas manipulacione s en ella. Import a reconocer la probabilida d de caer en este error . Permí• taseme repasar las múltiples razones por las cuales las mani • pulaciones no son signos confables de engaño. Las personas presentan enormes variaciones en cuanto a la cantidad y tipo de manipulaciones en que incurren habitual- mente. Est e problema , derivad o de lap diferencia s entr e los individuo s (riesg o d e Brokaw ) puede contrarrestars e s i e l cazador de mentira s tien e algún conocimiento previ o del sujeto y puede establecer comparaciones sobre su conducta. El error de Otelo también obstaculiza la interpretación de las manipulaciones como indicios del engaño, ya que ellas aumentan cuando el individuo se siente incómodo por algo. Est e problem a lo presenta n también otros signos de engaño, per o es particularment e agudo en el caso de la s manipulacio • nes, ya que ella s no son simple s signos de incomodida d sino qu e a veces, cuando el sujeto está entr e sus camaradas , son por el contrari o signos de comodidad. Todo el mundo piensa que si alguien muestra muchas manipulaciones está engañando, por lo cual un mentiroso motivado tratará de suprimirlas. Y a diferenci a de las expresio• nes faciales —qu e también se intent a controlar— , las manipu • laciones son fáciles de inhibir . Si es much o lo que está en juego, el mentiros o logrará inhibi r sus manipulacione s por lo menos durant e un a part e de l tiempo . Otr o aspecto corporal , l a postura , h a sido estudiad o por diversos investigadores , pero n o ha n podido encontra r datos fehacientes de autodelación o de pistas sobre el embuste. La gente sabe cómo se supone que tien e que sentarse o que estar de pie . La postur a qu e se adopt a en un a entrevist a forma l no es la mism a que se adopt a cuando se charl a con un amigo. Por lo tanto , l a postur a parecería esta r bie n controlad a y manejada durant e un engaño: yo y otros estudiosos del engaño no halla - 118 mos diferenci a algun a e n l a postur a entr e la s personas que mentían o las que decían la verdad. * Por supuesto, ta l vez no medimos u n aspecto d e l a postur a que efectivamente cambi a e n uno y otr o caso. Un a posibilida d es que el individu o tiend a a adelanta r el cuerpo cuando está interesad o o enojado, y a re • traerl o cuand o sient e temo r o repulsión . Si n embargo , u n mentiros o motivad o será capaz de inhibi r casi todos los indicio s posturales de esas emociones, salvo los más sutiles . INDICIO S DE L SISTEM A NERVIOS O AUTONOM O Hast a ahor a hemos examinad o la s acciones corporale s producidas por los músculos esqueléticos. También el sistem a nervioso autónomo (SNA) , o gra n simpático, que regul a las funciones vegetativas , da luga r a cambios notorios en el cuerpo cuando ha y un a activación emocional: e n e l ritm o respiratorio , en la frecuenci a con que se trag a saliva , en el sudor . (Los cambios producidos por el SN A que se registra n en el rostr o —como el rubor , el empalidecimient o y la dilatación de las pupilas— , serán analizados en el próximo capítulo.) Esta s alte • raciones s e caracteriza n po r producirs e involuntariament e cuando hay algun a emoción, ser mu y difíciles de inhibi r y, por esto mismo , mu y confables como indicio s del engaño. El detector eléctrico de mentira s o polígrafo mid e estas alte • raciones derivadas del SNA , pero mucha s de ellas son visible s y no exigen el uso de ningún aparat o especial. Si un mentiros o tiene miedo, rabia , culp a o vergüenza, o si se siente particular • mente excitado o angustiado , se incrementará su ritmo respira¬ * Un estudio de! engaño mostró que un a de ¡as creencias comunes es que los que cambian su postura con much a frecuencia lo hace n porque están mintiendo. Si n embargo, pudo comprobarse que la postura nad a tiene que ver con la veracidad; véase Robert E. Krau t y Donald Poe, "Behaviora l Roots of Person Perception: Th e Deception Judgment s of Custom Inspectors an d Laymen" , Journal of Persona lity and Social Psychology, vol. 39, 1980, págs. 784-98. torio , se alzará su caja torácica, tragará saliva con frecuencia y podrá verse u olerse su sudor. Durant e décadas los psicólogos no ha n lograd o ponerse de acuerdo sobre si a cada emoción le corresponde un conjunt o bie n defnid o de estos cambios corpo• rales . La mayoría piensa que no: creen que sea cual fuere la emoción suscitada , el sujeto respirará más rápido, sudará y tragará saliva . Sostienen que los cambios en el funcionamient o de l SN A marca n la intensida d de un a emoción pero no nos dice n cuál es. Est a opinión contradic e la experiencia de casi todos. Po r ejemplo, las personas siente n sensaciones corporales distinta s cuando están con miedo o cuando están con rabia . Según numerosos psicólogos, esto se debe a que interpreta n en form a diferent e el mism o conjunt o de sensaciones corporales si tiene n miedo o si tiene n rabia , y no prueba que en sí mism a varíe la activida d del SN A en un o u otr o caso. 2 1 M i investigación más recient e —iniciad a cuand o estaba terminand o de escribi r este libro — pone en tel a de juici o este punt o de vista . Si estoy en lo ciert o y las alteraciones del SN A no son las misma s par a todas las emociones sino que son espe• cífcas de cada un a de ellas , esto podría tene r gra n importanci a par a detecta r mentiras . Signifcaría que el cazador de mentira s podría descubrir , ya sea por medio del polígrafo o inclus o hasta ciert o punto , con sólo observar y escuchar al sospechoso, no sólo si éste siente algun a emoción en determinad o momento , sino cuál siente : ¿está temeroso o enojado, siente tristez a o repul • sión? Como explicaremo s en el próximo capítulo, esta informa • ción también puede obtenerse a parti r de su rostro , pero las personas son capaces de inhibi r gra n part e de sus signos facia• les, en tant o que el funcionamient o del SN A está mucho menos sujet o a la propi a censura. Hast a ahor a sólo hemos dado a conocer un a investigación sobre esto (véase página 122), y hay eminente s psicólogos que discrepa n con nuestra s afrmaciones . Se ha dicho que nuestros hallazgos son controvertibles , que no están bie n fundamenta • dos; pero entiend o qu e los datos que ofrecemos son sólidos y con el tiemp o creo que serán aceptados por la comunida d científca. A mi juicio , dos problemas ha n obstaculizado el descubri - 120 miento de pruebas convincentes acerca de qu e cada emoción conlleva un a activida d peculia r de l SNA , y me parece que tengo la solución par a ambos. Un o de esos problema s es cómo obtener muestras pura s de un a emoción. A fn de compara r las altera • ciones del SN A cuando se siente miedo y cuand o se sient e rabia, el científco debe estar plenament e seguro de que sus sujetos experimentale s vivencia n miedo o rabi a en cada caso. Como la medición de dichas alteracione s exige equipos mu y avanzados, debe pedírseles a los sujetos que realice n la prueb a en un laboratorio ; la difculta d radic a en provocar emociones en u n medio aséptico y artifcial . ¿Es posible suscita r e n un a persona mied o o enojo, por separado, y no ambos sentimiento s a la vez? Est a última cuestión es decisiva: la de no hacerles sentir a los sujetos mied o y enojo al mism o tiempo , lo que se llam a un a mezcla de diversas emociones, Si no se logr a aisla r estas emociones —s i las muestra s n o son puras— , n o habrá manera de determina r cuándo difere , par a cada una , la activi • dad del SNA . Aunqu e difera , s i la s muestra s d e "miedo " siempr e incluye n alg o de enojo y la s muestra s de "enojo " siempre incluye n algo de miedo , los cambios resultante s por obra del SN A parecerán ser iguales en ambos casos. No es fácil evitar las fusiones emocionales, n i e n e l laboratori o n i e n l a vida real : son má s comunes que las emociones puras . La técnica par a obtener muestra s de emociones que cuent a con mayor popularida d ha sido la de pedi r al sujeto que recuer• de o imagin e algo que le provoque miedo , por ejemplo. Digamo s que el sujeto imagin a que lo asalta n en la calle. El científco debe cerciorars e de que además de l mied o el individu o no siente algo de enojo contr a el asaltante , o contr a sí mism o por haber tenid o mied o o por habe r sido ta n estúpido como par a no toma r en cuent a que corría peligr o de ser asaltado. El mism o riesgo de que hay a mezcla de diversas emociones en vez de emociones pura s se presenta con todas las otra s técnicas que tiende n a suscita r emociones. Imaginemo s que el científco ha resuelto suscita r miedo en el sujeto proyectándole un a escena de la película de horro r Psicosis, dirigid a por Alfre d Hitchcock , en la cual Ton y Perkin s ataca por sorpresa a Jane t Leig h con 121 u n cuchill o cuand o ell a s e está duchando . E l sujet o podría senti r rabi a hacia e l científco po r e l terro r que l e quier e infun • dir , o haci a sí mism o po r sentirlo , o haci a Ton y Perkin s por ataca r a Jane t Leigh ; o la sangre que corre podría provocar su repulsa , o la acción mism a dejarl o estupefacto, o angustiars e ant e el sufrimient o de la actriz , etc. Repito: no es fácil pensar e n u n procedimient o por e l cua l pudiera n extraers e muestra s de emociones puras . La mayoría de los que estudiaro n las alte • raciones producida s por e l SN A ha n supuesto (incorrectamen • te , a mi entender) , que los sujetos efectivamente hacían lo que ellos le pedían en el moment o en que se lo pedían, y podían produci r si n difculta d las muestra s de emociones pura s desea• das. N o tomaba n ningun a medid a par a verifca r o garantiza r que esas muestra s fuesen realment e puras . E l segundo problem a deriv a d e l a necesidad y a mencionada de obtener estas reacciones en un laboratorio , y es un a conse• cuencia de los efectos de la tecnología empleada en las investi • gaciones. La mayoría de los sujetos se cohiben al atravesa r la puert a del cuart o experimental , cuando piensa n en lo que harán con ellos, y esta cohibición aument a más aún después. Para medi r la activida d del SN A es preciso conectar cables a distinto s lugares del cuerpo del sujeto; el solo hecho de controla r la respi • ración, el ritmo cardíaco, la temperatur a de la pie l y el sudor requier e muchas conexiones de ese tipo . A la mayo r part e de los individuo s les desagrada esta r ahí preso de los cables, con los científcos que escruta n lo que ocurre en su cuerpo y a menudo con cámaras cinematográfcas que registra n toda alteración visibl e frent e a ellos. Este desagrado o molesti a es también un a emoción, y en caso de genera r algun a activida d en el SNA , los cambios producidos por ésta teñirán toda la muestr a de emocio• nes que el científco procur a obtener. Quizá suponga, en un moment o dado, que el sujeto está recordando un hecho temible , y en otr o moment o un suceso capaz de enfurecerlo, cuando lo que ocurre en realida d es que en ambos recuerdos el sujeto se ha sentido molesto. Ningún investigado r ha tomado las medidas par a reduci r ese sentimient o de desagrado, ningun o ha verifca • do que no arruinará sus muestra s de emociones puras . 122 Mi s colegas y yo suprimimo s la molesti a de los sujetos seleccionándolos entr e actores profesionales . ' ¿, ¿ Los actores están habituado s a ser examinado s y escrutados , y no les molesta que el público observe cada un o de sus movimientos . En vez de sentirs e molestos por ello, más bie n les gust a la idea de que se conecten cables a su cuerpo par a inspecciona r cómo funciona n po r dentro . E l hecho d e examina r a actores nos resolvió asimism o e l prime r problema : l a obtención d e mues • tras de emociones puras . Pudimo s aprovecha r la experienci a reunid a por estos actores durant e años en la técnica de Stanis - lavski , que los vuelv e diestros en el recuerd o y reaviv a las emociones, técnica que los actores practica n a fn de utiliza r sus recuerdos sensoriales cuando les toca representa r un papel e n particular . E n nuestr o experimento , les pedimo s a los actores, mientra s estaban los cables conectados y las cámaras enfocando a su rostro , que recordase n y reviviesen , lo má s intensament e posible, u n moment o e n que hubiera n sentid o e l mayo r enojo de tod a su vida ; después, el moment o de mayo r temor , el de mayo r tristeza , sorpresa , felicida d y repulsión. Si bien esta técnica y a había sido emplead a anteriorment e po r otros científcos, pensábamos que nosotros teníamos más posi• bilidade s d e logra r éxito justament e por utiliza r actores profe• sionales que no se sentían molestos. Además , no dimos por sentado que iba n a hacer lo que les pedíamos ; verifcamo s haber obtenido muestra s pura s y no un a mezcla de emociones. Después de cada un a de sus remembranzas , les pedimo s califi • car la intensida d con que habían sentid o la emoción requerida , y si habían sentid o simultáneamente algun a otra . Los casos en que daba n cuent a de haber vivenciad o algun a otr a emoción casi con igua l intensida d que la requerid a no fuero n incluido s e n l a muestra . Este estudio de los actores nos facilitó la puest a a prueba de una segunda técnica par a la obtención de muestra s de emoción puras , nunca empleada antes. La descubrimos por casualida d años antes, en el curso de otr o estudio. A fn de aprende r el mecanismo de las expresiones faciales (o sea, cuáles son los músculos que generan ta l o cua l expresión), mi s colegas y yo 123 reprodujimo s y flmamos sistemáticamente miles de expresio• nes, analizand o luego de qué maner a cambiab a el semblant e la combinación de ciertos movimiento s musculares . Par a nuestr a sorpresa, cuand o ejecutábamos las acciones musculares vincu • ladas a un a ciert a emoción sentíamos de pront o cambios en el cuerpo, debidos a la activación del SNA . No teníamos motivos par a supone r que la activida d deliberad a de los músculos facia• les pudier a provocar cambios involuntario s por obra del SNA , pero lo ciert o es que así fue , un a y otr a vez. Si n embargo , todavía no habíamos averiguado si la activida d del SN A difería par a cada conjunt o de movimiento s de los músculos faciales. En el caso de nuestro s actores, les dijimo s qué músculos debían mover exactamente ; les dimos seis tipos de consignas distintas , un a par a cada emoción por investigar . Al n o sentirse molestos po r efectua r esas expresiones a petición nuestr a ni por ser observados mientra s las realizaban , cumpliero n fácilmente con la solicitud . Pero tampoco en este caso confamos en que hubie • ra n producido muestra s puras ; flmamos en vídeo sus actuacio• nes faciales y solamente empleamos aquella s en las que las medicione s d e l a cint a d e vídeo mostraba n que , e n efecto, habían producid o el conjunt o de acciones faciales que se les había pedido. Nuestr o experiment o proporcionó sólidas pruebas de que la activida d del SN A no es la misma par a todas las emociones. Las alteraciones en el ritm o cardíaco, la temperatur a de la piel y el sudor (que son las tres únicas variable s que medimos) no son iguales. Por ejemplo, tant o cuando los actores reprodujero n los movimiento s musculare s del enojo como los del temo r (y recuérdese que no se les había pedido mostra r esas emociones, sin o sólo efectuar las acciones musculare s específcas) su ritmo cardíaco aumentó, pero el efecto sobre la temperatur a de la piel no fue el mism o en ambos casos: su pie l se calentó con el enojo y se enfrió con el temor . Repetimos la experiencia con distinto s sujetos y obtuvimo s iguales resultados . En caso de que estos resultado s se mantuviese n cuando otro s científcos repita n el experiment o en sus laboratorios , podrían introduci r un a variant e e n l o qu e e l cazador d e menti - 124 ras trat a de averigua r con el polígrafo. En vez de trata r de saber si el sospechoso tiene alguna emoción, podría averigua r cuál midiend o varia s acciones dependientes del SNA . Aunqu e no se contase con el polígrafo, con sólo observar un cazador de mentira s sería capaz de nota r cambios en el ritm o respiratori o o bie n en el grado de sudo r que le facilitase n discerni r la acción de emociones bien precisas. También se reducirían los errores cometidos al no creer al veraz o al creerle al mentiros o si la activida d del SNA , que es mu y difícil de inhibir , puede revela r cuál es la emoción que en ese moment o siente el sospechoso. Aún no sabemos si es posible distingui r las emociones sólo por los signos visible s y audible s de dich a actividad , per o ha y mayores razones que antes par a averiguarlo . E l tem a del capí• tul o 6 será de qué modo los signos de emociones específcas (ya provengan del rostro , el resto del cuerpo, la voz, las palabra s o el SNA ) pueden ayudarno s a determina r si alguie n mient e o dice la verdad , los riesgos de cometer errore s y las precauciones que deben tomarse par a evitarlos . En el capítulo 2 explicamos que hay dos modos principale s de mentir : el ocultamient o y el falseamiento . En este capítulo nos hemos ocupado hasta ahor a de examina r cómo pueden trai • cionarse en las palabras, la voz o el cuerpo las tentativa s de ocultar sentimientos . Pero u n mentiros o falseará un a emoción cuando no siente ningun a y necesita fngirla, o cuando necesita encubri r otra . Por ejemplo, ta l vez alguie n se muestr e falsa • mente trist e al enterarse de que el negocio de su cuñado se fue a la quiebra ; si el asunto lo deja indiferente , la expresión falsa de tristez a no hace sino mostra r el semblant e apropiado; pero si la desgracia del cuñado lo pone content o en el fondo, esa falsa tristez a estará enmascarand o además sus sentimiento s genuinos. ¿Pueden las palabras , la voz o el cuerpo traiciona r esas expresiones falsas, revelando que la emoción demostrada no existe? Nadi e lo sabe. Los fallo s en la ejecución falsa de emociones ha n sido menos estudiados que la autodelación de emociones ocultadas. Aquí sólo puedo exponer mi s observacio• nes, teorías y sospechas. 125 Si bie n la s palabra s están hechas par a inventar , a nadie (sea mentiros o o veraz) le result a fácil describi r con ellas las emociones . Sól o u n poet a e s capaz d e transmiti r todos los matice s que revel a un a expresión. Manifesta r e n palabra s u n sentimient o propi o que no existe puede no ser más difícil que manifesta r un o real : por lo común , en ningun o de estos dos casos un o será l o bastant e elocuente, suti l o convincente. Lo que confere signifcado a la descripción verba l de un a emoción es la voz, la expresión facial , el cuerpo. Sospecho que casi todo e l mund o puede simula r con l a voz enojo, miedo, desazón, felici • dad , repuls a o sorpresa lo bastant e bie n como par a engañar a los demás. Oculta r los cambios que sobrevienen en el sonido de la voz cuando se siente estas emociones es arduo , pero no lo es tant o inventarlos . Es probable que la voz sea la que engañe a la mayorí a d e l a gente. Alguna s d e la s alteracione s provocada s po r e l SN A son fácilmente falseables. Cuest a oculta r los signos emocionales presentes e n l a respiración o e n e l acto d e traga r saliva , mien • tra s qu e falsea r esos mismos signos no exige un adiestramient o especial: bast a respira r más agitadament e o traga r saliv a más a menudo . E l sudo r e s otr a cuestión: cuesta tant o ocultarl o como falsearlo . Un mentiros o podría recurri r a la respiración y a l acto d e traga r saliv a como medi o d e transmiti r l a falsa impresió n d e esta r sintiend o un a emoció n negativa ; si n embargo , mi suposición es que pocos lo hacen. También se pensaría que un mentiros o podría aumenta r el númer o d e su s manipulacione s par a parece r incómod o o molesto, pero es probable que la mayoría de los mentiroso s no se acuerde n de esto. Precisamente la ausencia de estas mani • pulaciones , fácilmente ejecutables, puede traiciona r l a mentir a qu e se esconde en la afrmación —convincent e en todos los demá s aspectos— de qu e un o sient e mied o o congoja. Podrían fngirs e ilustracione s (aunqu e posiblement e si n much o éxito) par a crea r la impresión de un interés y entusias• m o inexistente s po r l o que dice otro . Artículos periodísticos comentaro n que tant o e l e x president e norteamerican o Nixo n como el ex president e For d recibiero n instrucción especial a fn 126 de aumenta r su uso de ilustraciones ; pero viéndolos actua r en televisión, pensé qu e ese aprendizaj e los habí a llevad o a parecer a menudo falsos. No es sencillo solta r un a ilustración en el moment o preciso en que la exigen las palabra s que se están diciendo; suele adelantars e o retrasars e demasiado , o dura r u n tiemp o excesivo . E s como trata r d e aprende r a esquiar pensando en cada movimient o sucesivo a medid a que se ejecuta: la coordinación result a defciente.. . y eso se nota . He descrito indicio s de conducta que pueden autodelata r información ocultada , indica r que el sujeto no ha preparad o bien su estrategi a o traiciona r un a emoción que no se ajust a a ésta. Los deslices verbales, los deslices emblemáticos y las pero• ratas enardecidas pueden deja r trasluci r información ocultad a de cualquie r índole: emociones, acontecimiento s de l pasado, planes o intenciones, fantasías, ideas actuales, etc. El lenguaje evasivo y los circunloquios , las pausas, las repe• ticiones de palabras o fragmento s de palabra s y otros errore s cometido al hablar , así como la disminución en la cantida d de ilustraciones , pueden señalar que el hablant e no pone much o cuidado en lo que dice, po r no haberse preparad o de antemano . Son signos de la presencia de algun a emoción negativa . Las ilustracione s mengua n también con e l aburrimiento . El tono más agudo de la voz, así como el mayo r volume n y velocidad del habla , acompañan al temor , la rabi a y quizás a la excitación o entusiasmo . Se producen las alteraciones opuestas con la tristez a y ta l vez co n el sentimient o de culpa . Los cambios notorios en la respiración o el sudor, el hecho de traga r saliva con frecuencia o de tene r la boca mu y seca, son signos de emociones intensas , y es posible que en el futur o se pueda averiguar , a parti r de la paut a correspondiente a estas alteraciones, a qué emoción pertenecen. 127 5 Lo s indicio s faciale s del engaño E l rostr o pued e constitui r un a fuent e d e informació n valios a par a el cazador de mentiras , porque es capaz de menti r y deci r la verdad , y a menud o hace amba s cosas al mismo tiempo . E l rostr o suele contener u n doble mensaje: por u n lado, lo que el mentiros o quier e mostrar ; por el otro , lo que quiere ocultar . Cierta s expresione s faciales están a l servici o d e l a mentira , proporcionand o información qu e no es veraz , pero otra s la traiciona n porque tiene n aspecto de falsas y los senti • miento s se fltran pese a l deseo de ocultarlos . E n u n momento dado , habr á un a expresió n fals a per o convincente , que a l moment o siguient e será sucedid a por expresiones ocultadas que se autodelatan . Hast a es posible que lo genuin o y lo falso aparezcan, en distinta s partes del rostro , dentr o de un a expre• sión combinad a única. Creo que el motiv o de que la mayoría de la gente sea incapaz de detectar mentira s en el rostr o de los demás se debe a que no sabe cómo discrimina r lo genuino de lo falso. Las expresiones auténticamente sentidas de un a emoción tiene n luga r a raíz de que las acciones faciales pueden produ • cirse d e form a involuntaria , si n pensarl o n i proponérselo; las falsas, a raíz de qu e existe un contro l voluntari o del semblante que le permit e a la gente coarta r lo auténtico y presumi r lo falso. La car a es un sistem a dua l en el que aparecen expresio• nes elegida s deliberadament e y otra s que surge n de form a espontánea, a veces si n que la persona se dé cuent a siquiera . Entr e l o voluntari o y l o involuntari o hay u n territori o interme - 128 dio ocupado por expresiones aprendida s en el pasado pero que han llegado a opera r automáticamente, si n ser elegidas cada vez o inclus o a pesar de cualquie r elección, y en el caso típico sin que se tenga conciencia de ello. Ejemplos de esto son los manierismo s faciales y los hábitos inveterado s que indica n cómo maneja r cierta s facciones (por ejemplo, los hábitos que impide n mostra r enojo delant e de las fguras de autoridad) . Aquí me interesan , si n embargo , las expresiones falsas volun • taria s y deliberadas, que se muestra n como part e de un esfuer• zo por desorienta r al otro , y las expresiones emocionales espon• táneas e involuntaria s qu e d e vez e n cuand o delata n los sentimiento s del mentiros o pese a su afán de ocultarlas . Estudio s realizados con paciente s que padecían diversos tipos de lesión cerebral revelaro n de modo espectacular que en las expresiones voluntaria s y en las involuntaria s participa n diferentes parte s del cerebro. Los pacientes con un a lesión en ciert a región del cerebro vinculad a a los llamado s sistema s piramidale s no pueden sonreír cuando se les pide que lo hagan , pero en cambio sí lo hacen al escuchar un chiste o divertirs e de algún otr o modo. Ocurr e l o contrari o con los paciente s qu e tiene n afectada l a otr a part e de l cerebro, l a que compromet e a los sistemas no piramidales : éstos son capaces de produci r un a sonrisa voluntari a pero no se queda n impávidos en un a situa • ción divertid a o gozosa. Los primeros , los que tiene n un a lesión que afect a e l sistem a piramidal , n o podrían menti r con e l rostro , ya que no son capaces de inhibi r o simula r expresiones falsas; los segundos, los que tiene n lesionado el sistem a no piramida l y n o expresa n nad a au n cuand o siente n un a emoción, podrían ser excelentes mentiroso s faciales, ya que no s e verían forzados a inhibi r ningun a expresió n emociona l auténtica. 1 La s expresiones faciale s involuntaria s d e la s emociones son u n product o d e l a evolución . Lo s humano s comparte n muchas de estas expresiones con los demás primates . Alguna s —a l menos las que indica n felicidad , temor , enojo, repulsión, tristez a y desazón, y quizás otra s emociones— son universales , vale decir, son las misma s par a todas las personas con inde - 129 pendenci a de su edad , sexo, raz a o cultura . 2 Ella s son la fuent e má s ric a de información acerca de la s emociones y revela n sutile s matice s e n los sentimiento s fugaces. E l rostr o pued e manifesta r con todo s su s pormenore s experiencia s emocionales que sólo un poeta sería capaz de poner en pala • bras ; puede mostrar : • cuál es la emoción que se siente en ese momento : rabia , temor , tristeza , repulsa , desazón, felicidad , contento , excita • ción, sorpresa y desdén, todas estas emociones tiene n expresio• nes distintivas ; • si ha y dos emociones mezcladas —a menud o se siente n al mism o tiemp o dos emociones distinta s y e l rostr o registr a elemento s de ambas— ; • la fuerz a o intensida d de un a emoción real , que puede variar , por ejemplo, del mer o fastidi o a la furia , de la aprensión al terror , etc. Pero, como he dicho, el rostr o no es purament e un sistema de señales emocionales involuntarias . Ya en los primero s años de vid a los niños aprende n a controla r algun a de sus expresio• ne s faciales , ocultand o as í su s verdadero s sentimiento s y fngiendo otros falsos. Los padres se lo enseñan con el ejemplo y, má s directamente , con frases de l tip o de: "N o pongas esa car a de enfadado"; "¿No sonríes a tu tía que te ha traído un regalo?"; "¿Qué te pasa que tienes esa cara de aburrimiento?" . A medid a que crecen , la s persona s aprende n ta n bie n las reglas de exhibición que éstas se convierte n en hábitos mu y arraigados . Despué s d e u n tiempo , mucha s d e esas reglas destinada s al contro l de la expresión emocional llega n a operar de maner a automática, moduland o las expresiones si n necesi• da d de elegirla s o inclus o si n percatarse de ellas. Aunqu e un individu o sea conscient e d e su s regla s d e exhibición , n o siempr e l e e s posible — y po r ciert o nunc a l e e s fácil— detener su funcionamiento . Un a vez que se implant a un hábito, y opera automáticamente si n necesidad de toma r conciencia de él, es mu y difícil anularlo . Creo qu e posiblement e los hábitos que 130 más cuesta desarraiga r son los vinculado s al contro l de las emociones, o sea, las regla s de exhibición. Son estas reglas , alguna s d e la s cuale s varía n d e un a cultur a a otra , la s que provoca n en los viajeros la impresión de que las expresiones faciales no son universales. He notad o que los japoneses, al serles proyectadas películas cinematográfcas que les despertaban diversas emociones, no las expresaba n de maner a distint a a los norteamericano s si estaban a solas; en cambio, s i había otr a persona presente mientra s veían l a pelí• cula ( y e n particula r s i er a un a persona dotad a d e autoridad) , se atenían, en medid a much o mayo r que los norteamericanos , a reglas de exhibición que los llevaba n a enmascara r tod a expre • sión de emociones negativa s con un a sonrisa diplomática. 3 Además de estos mecanismos de contro l habitua l automáti• co de las expresiones faciales, las personas pueden elegi r de forma deliberada y a conciencia (y a menud o lo hacen) censura r la expresión de sus sentimiento s auténticos o falsear la de un a emoción que no sienten . La mayoría tiene éxito en alguno s de sus engaños faciales. Todos podemos recordar , si n duda , algun a vez que nos desorientó completament e la expresión de alguien , aunqu e tambié n cas i todo s hemo s tenid o l a experienci a opuesta, a saber, la de darnos cuent a de que lo que estaba diciendo alguie n er a falso ta n sólo por l a mirad a que tenía e n ese momento. ¿Qué parej a no recordará un caso en que un o de ellos vi o en la cara del otr o un a emoción (por lo general , ir a o temor ) de la que el otr o no tenía conciencia, y au n negab a sentir? La mayoría de la gente se cree capaz de detecta r las expresiones falsas; nuestr a investigación ha demostrad o que la mayoría no lo es. E n e l capítulo anterio r h e descrito e l experiment o nuestr o en que comprobamos qu e las personas no era n capaces de decir cuándo un a estudiant e de enfermería mentía y cuándo decía la verdad . El acierto de los sujetos que sólo viero n las expresiones faciales de las enfermera s fue inferio r al que hubiera n tenid o por azar: califcaban de sinceras a las enfermeras que, en reali • dad , les estaban mintiendo . Cayero n en el engaño a raíz de sus expresiones faciales falsas, y por deja r pasar aquellas otra s que 131 traslucían sus verdaderos sentimientos . Cuando un a persona miente , sus expresiones más evidentes y visibles , aquellas a las que los demás presta n mayo r atención, suelen ser falsas; por lo común se pasa n por alt o los sutiles signos que indica n que lo son , así como las insinuacione s fugaces de un a emoción oculta . E n s u mayo r parte , los investigadore s n o ha n medid o las expresiones faciales sino que se ha n centrad o en otra s conduc• tas más fáciles de medir , como las ilustracione s o los errore s en el habla . Los pocos que lo ha n hecho ha n examinad o únicamen• te las sonrisas , y la s ha n medido de un a form a hart o simplista . Según ellos, los invididuo s sonríen con igua l frecuencia cuando miente n o cuand o dicen l a verdad . Tampoco ha n identifcad o diversas clases de sonrisa. Las sonrisas no son todas iguales: nuestr a técnica par a medi r las expresiones faciales h a permiti • d o diferencia r má s d e cincuent a sonrisa s distintas . Hemo s comprobad o qu e cuand o la s estudiante s d e enfermerí a mentían, sonreían de otr o modo que cuando decían la verdad . Comentaré estos hallazgos al fnal de este capítulo. Precisament e porqu e es necesario distingui r tanta s expre• siones distintas , los interesado s en la comunicación no verba l y e n las mentira s ha n eludid o l a medición del rostro . Hast a hace poco no existía un procedimient o ampli o y objetivo par a medi r todas la s expresiones faciales. Nos hemos propuest a crearl o porqu e sabíamos, después de observar las cintas de vídeo de nuestra s estudiante s y sus mentiras , que par a desenmascarar los signos faciales de l engaño se iba n a requeri r mediciones precisas. Nos ha llevad o casi diez años desarrolla r un método par a medi r con precisión la s expresiones faciales. 4 Ha y mile s de expresiones faciales diferentes . Mucha s no tiene n relación con ningun a emoción. U n gra n número d e ellas son como señales de la conversación; al igua l que las ilustracio • nes mediant e movimiento s corporales , estas señales sirve n par a destaca r cierto s aspectos de l discurs o o inclus o como signos sintácticos (po r ejemplo, como signos de interrogación o de exclamación faciales). También existen algunos emblemas faciales: el guiño, la s cejas alzadas — párpado superio r facci• do — labios cerrados en form a de U invertid a como señal de 132 ignoranci a equivalent e a encogerse de hombros , el escepticismo evidenciado e n un a sola ceja alzada.. . par a nombra r sólo unos pocos. También existe n manipulacione s faciales: morders e el labio, o chupárselo, o secárselo con la punt a de la lengua , infa r los carrillos . Están, en fn, las expresiones emocionales propia • mente dichas, verdaderas y falsas. N o ha y un a expresió n únic a par a cad a emoció n sin o decenas de expresiones, y en alguno s casos centenares. Cada emoción cuent a con un a famili a de expresiones visiblement e distinta s un a de otra . Y esto no debe sorprender : a cada un a no le corresponde un solo sentimient o o experiencia , sino toda un a familia . Considérese el caso de la famili a de la s experiencias de ira ; ésta puede varia r en los siguiente s aspectos: » intensidad , desde el fastidi o hast a la furia ; • grado de control , desde la ir a explosiv a hat a el enfado; • tiemp o de arranque , desde la irascibilida d de quiene s pierden la calm a en un instante , hast a los que arde n a fuego lento ; • tiemp o de descarga, desde la descarga inmediat a hasta la descarga prolongada ; • temperatura , de caliente a fría; • autenticidad , desde la cólera rea l hast a el enojo fngido que muestr a u n padre arrobado ant e las encantadora s travesu • ras de su hijo . La famili a de la ir a crecería más aún si se incluyese n las fusiones entr e ell a y otra s emociones —po r ejemplo , l a ir a gozosa, la culpable , la puritana , la desdeñosa—. Nadi e sabe aún si existe n diferente s expresiones faciales par a cada un a de estas experiencias de enojo; yo creo que sí las hay, y más de un a expresión por cada una . Ya tenemos pruebas de que hay más expresiones faciales diferente s que las pala • bras que existe n e n l a lengu a par a nombra r un a emoción cual • quiera . El rostr o ofrece un map a de señales sutile s y de matices qu e e l lenguaj e n o h a podid o traza r e n palabra s únicas . Nuestr o trabajo , en et que hicimos ese mapa del repertori o de 133 las expresiones faciales, determinand o con exactitu d cuántas existe n par a cada emoción, cuáles de ella s son equivalentes o sinónima s y cuále s indica n estados interno s distinto s pero vinculado s entr e sí, sólo está en vigenci a desde 1978. Alguna s de la s cosas que diré a continuación sobre los signos faciales del engañ o se basa n en estudios sistemáticos en los que hemos aplicado nuestr a nuev a técnica de medición facial , y algunas en mile s d e hora s d e inspecció n d e expresione s faciales . M i inform e es provisional, puesto que hast a ahor a ningún otr o científco ha tratad o de repeti r nuestros estudios sobre las dife• rencias entr e la s expresiones voluntaria s y las involuntarias . Comencemos por la fuente menos ostensible de autodela- ción facial , las microexpresiones. Estas expresiones brinda n un cuadro completo de la emoción que se procur a ocultar , pero ta n efímer o qu e suel e pasa r inadvertido . Un a microexpresió n destell a de vez en cuando en el rostr o en menos de un cuart o de segundo. Descubrimo s las microexpresiones en nuestr o prime r estudi o de los indicio s del engaño, hace casi veint e años. Está• bamos investigand o un a entrevist a flmad a con l a paciente psiquiátrica Mary , que ya mencionamos en el capítulo 1, la que quería oculta r su intención de suicidarse . En dicha película (flmad a e n e l hospita l cuand o Mar y llevab a y a alguna s semanas internada) , le dij o al médico que ya no se sentía depri • mid a y l e pidi ó u n permis o par a ausentars e de l hospita l durant e el fn de seman a a fi n de pasar un tiemp o con su familia . Más tard e confesó que había mentid o par a poder suici• darse un a vez libr e de los controles del hospital , y admitió que seguía sintiéndose desesperadamente infeliz . En el fl m pudi • mos aprecia r en Mar y un a serie de encogimientos de hombros parciale s (deslices emblemáticos) y un a disminución de sus ilustraciones . También asistimo s a un a microexpresión: repi • tiend o varia s veces l a proyección d e un a mism a escena a cámara lenta , vimo s un a expresión facia l de completa tristeza , pero que sólo se presentó durant e un instante , y era rápida• ment e seguida por un a aparent e sonrisa. La s microexpresione s son expresione s emocionale s que abarca n todo el rostr o y dura n apenas un a fracción de lo que 134 Figura 2. duraría la mism a expresión en condiciones normales , como si se la hubiese comprimid o en el tiempo ; son ta n veloces que por lo general no se las ve. La fgura 2 muestr a la expresión de tristeza. * Así congelada sobre la página impresa , es fácil inter • pretarla , pero si sólo se pudier a verl a durant e la vigesimoquin - ta part e de un segundo, y fuese de inmediat o encubiert a por otr a expresión —como ocurriría en el caso de un a microexpre - sión—, e s mu y probabl e qu e pasar a desapercibida . A l poco tiemp o de habe r descubiert o nosotro s la s microexpresiones , otros investigadores diero n cuent a de l mism o descubrimiento , y sostuvieron que son el resultad o de la represión y revela n emociones inconscientes. 5 Pero si n dud a par a Mar y esos senti • mientos nada tenían de inconscientes: ell a sufría con dolorosa conciencia la tristez a presente en sus microexpresiones. Mostramo s algunos fragmento s de la entrevist a realizad a con Mary , que contenían microexpresiones, a diversas personas y les pedimos que nos dijera n cómo interpretaba n ellos que se sentía Mary . Los individuo s si n formación previ a se equivoca• ron ; a l percibi r e l mensaj e d e la s "micros" , supusiero n que Mar y estaba bien ; sólo captaro n ese mensaje cuando viero n la * Yo mismo he posado par a todas la s fotografías que aparecen en este capítulo (y de las que he podido disponer por cortesía de Miehael Kausman) , a fn de no poner en peligro la privacidad de nadie, 135 proyección en cámara lenta . Si n embargo, los clínicos avezados n o necesitaro n ve r est a proyección , e individualizaro n e l mensaje de tristez a a parti r de las microexpresiones al ver el flm por primer a vez en su velocidad real . Bast a un a hor a de práctica par a que la mayoría de las persona s pueda n aprende r a discrimina r esas brevísima s expresiones. Cubrimo s l a lent e del proyector con u n obturado r par a pode r expone r un a diapositiv a durant e u n laps o mu y breve. Al principio , cuando se expone el destello de las expre• siones durant e l a quincuagésim a part e d e u n segundo, los sujetos sostienen que n o puede n verl a n i podrán nunca ; pero l o ciert o es que aprende n pronto , y al poco rat o les result a ta n sencillo que a veces suponen que lo hemos proyectado a veloci• da d inferior . Después de ver un centena r de rostros , todos reco• nocían las expresiones pese al breve período de exposición. Cualquier a puede aprende r esta habilida d si n artifci o del obturado r observando fashes de la fotografía de un a expresión facia l mostrad a ant e ellos lo más rápidamente posible. Deben procura r adivina r cuál fue l a emoció n qu e aparecía e n l a imagen , luego examina r esta última cuidadosamente par a veri • fcarlo, y pasar enseguida a otr a fotografía; la práctica debe prosegui r hast a habe r vist o po r l o menos u n centena r d e imágenes. 6 La s microexpresiones son exasperantes y ell o se debe a que, pese a la rica información qu e brinda n con su autodelación de un a emoción oculta , no se produce n a menudo. En el experi • ment o en que las estudiante s de enfermería debían menti r hallamo s mu y pocas microexpresiones; much o más frecuentes fuero n la s expresiones abortadas. A veces, cuando emerge una expresión, parecería que la persona se da cuent a de lo que empieza a mostra r y la interrumpe , en ocasiones encubriéndola con otra . La sonris a es la máscara encubridor a más corriente . Puede ocurri r que la expresión abortad a sea ta n fugaz que result e difícil capta r el mensaje que se habría transmitid o en caso de no interrumpirse . Pero au n cuando este mensaje no quede en ell a refejado, el hecho mism o de aborta r un a expre• sión es un indici o notori o de que la persona ocult a algún senti - 136 miento. L a expresión abortad a suele dura r más qu e l a microex - presión, per o n o e s ta n completa . Aunqu e l a "micro " está comprimid a en el tiempo , se despliega plenamente , sólo que en forma condensada; la expresión abortada , en cambio, no lleg a a desplegarse, pero por otr o lado dur a más y la propi a interrup • ción puede ser llamativa . Tant o la s microexpresiones como las expresiones abortada s están sujetas a los dos inconveniente s que difculta n la inter • pretación de la mayoría de los indicio s de l engaño. Recordemos, del capítulo anterior , el riesgo de Brokaw , en el cua l el cazador de mentira s no tiene en cuenta las diferencias individuale s en la expresión emocional . Dad o que no todos los que oculta n emociones va n a presenta r un a microexpresión o un a expresión abortada, su ausencia no es indici o de verdad . Ha y diferencias individuale s en el contro l de la expresión, y algunos individuo s —los que h e llamad o "mentiroso s naturales" — l a domina n a l a perfección. El segundo inconveniente es el que he llamad o el erro r de Otelo : no adverti r que cierta s personas veraces se ponen nerviosa s o emotiva s cuand o alguie n sospecha qu e mienten . Para evitarlo , el cazador de mentira s debe entende r que aunqu e alguie n manifest e un a microexpresió n o un a expresión abortada , ell o no bast a par a asegura r que miente . Casi cualquier a de las emociones delatada s po r éstas puede sentirlas también un inocente que no quier e qu e se sepa que tiene dichos sentimientos . Un a persona inocente ta l vez teng a miedo de que no le crean , o sient a culp a por algun a otr a cosa, o enojo o fuert e disgusto por un a acusación injusta , o le encante la posibilida d que se le ofrece de demostra r qu e su acusador está equivocado, o esté sorprendid a por los cargos que se le hacen, etc. Si est a persona desea oculta r un o de estos senti • mientos , podría producirse un a microexpresión o un a expresión abortada . E n e l próxim o capítulo nos ocuparemo s d e estos problemas de interpretación de las "micros " y de las expresio• nes abortadas. No todos los músculos que produce n las expresiones faciales son igualment e fáciles de controlar : alguno s son má s fdedignos que otros. Los músculos fdedignos son aquellos de los que no 137 puede hacerse uso par a las expresiones falsas: el mentiros o no los tien e a su disposición, y como tampoco puede inhibirlo s o abortarlo s inmediatamente , le cuesta oculta r la acción de esos músculos a l trata r d e disimula r un a emoción real . Hemos llegado a conocer cuáles son los músculos que no puede n controlars e con facilida d pidiéndoles a vario s sujetos que moviera n cada un o de sus músculos faciales, y también que simulara n emociones con l a cara . 7 Ha y ciertos movimiento s qu e mu y poca gent e puede hacer d e form a deliberada . Por ejemplo , apenas un diez por cient o de las personas que se sometiero n a est a prueb a pudiero n lleva r los extremos de los labio s haci a abaj o si n move r e l múscul o de l mentón . Si n embargo , comprobamos que esos músculos difíciles de gobernar se movían , de hecho, cuand o la persona experimentab a un a emoció n que exigí a dich o movimiento : los mismo s que n o podían baja r deliberadament e las comisuras de sus labios lo hacían par a expresa r dolo r psíquico, tristez a o pesadumbre . Pudimo s enseñarles a move r esos músculos de form a volunta • ria , aunqu e po r lo común nos exigió centenares de horas . Esto s músculo s son fdedignos porqu e el sujet o no sabe cóm o transmitirle s u n mensaje par a que l o exhiba n e n un a expresión facial . M i razonamient o e s que s i n o pueden indicarl e a l múscul o cóm o genera r un a expresión falsa , también les resultará ardu o mandarle s un mensaje par a que se "detengan " o par a aborta r s u acción, cuand o siente n un a emoción que requier e la participación de ese músculo. Si no es posible mover deliberadament e u n múscul o par a falsea r un a expresión , tampoco l o será inhibirl o par a que oculte e n part e otra. * Existe n otra s manera s de oculta r un a expresión auténtica cuand o no se puede inhibirla . Puede enmascarársela, típica• ment e con un a sonrisa , aunqu e esto no suprimirá los signos de la expresión manifesto s en la frent e y en los párpados superio- * He comentarlo esta idea con varios neurocientífcos que conocen bien todo lo relacionado con el rostro o con la s emociones, y me dijeron que creen que es un a idea razonable y probable. Pero como todavía no se la sometió a prueba, debe considerársela un a hipótesis. 138 Figura 3A. Figura 3B. Figura 3C. Figura 3D. res. Otr o modo es contrae r los músculos antagonista s par a frena r la expresión que se desea eliminar . Un a sonris a de júbilo, por ejemplo, puede disimulars e apretand o los labios y subiendo el mentón. No obstante , a menud o el uso de músculos antagonista s puede constitui r e n s í mism o u n indici o de l engaño, ya que la combinación de la acción de dichos músculos con los que participa n en la expresión de lo que se pretende oculta r quizá le quit e naturalida d al rostr o o lo vuelv a rígido o excesivamente controlado . L a mejo r maner a d e oculta r un a emoción es inhibi r totalment e la acción de tos diversos múscu- 139 los que participa n en su expresión, y esto puede ser difícil en el caso de los músculos faciales fdedignos. La frent e es la sede principa l de los movimiento s muscula • res fdedignos . En la fgur a 3A se representan los que tiene n luga r cuand o ha y tristeza , pesar, desazón, y quizá también culpa . (Es la mism a expresión que aparecía en la fgura 2, pero en la fgura 3A es má s fácil centrarse en lo que ocurr e en la frent e porque el rest o de l rostr o se ha dejado intacto. ) Nótese que las cejas están alzadas en su ángulo interior . Po r lo común este desplazamient o tambié n formará u n triángul o e n los párpados superiore s y una s arruga s en el centr o de la frente . De las personas que nosotros sometimos a la prueba , menos del 15 % era n capaces de produci r este movimient o de modo delibe• rado . No se presentará en ningún despliegue falso de estas emociones, y sí cuando la persona siente tristez a o desazón (y quizá culpa ) po r más que trat e de ocultarla . Est a y las restan • tes representacione s d e un a expresión facia l muestra n un a versión extrem a par a mayo r claridad , dado que no es posible mostra r cómo aparece y desaparece la acción en el rostro . Si un individu o tien e u n sentimient o d e tristez a n o mu y intenso , e l aspecto de su frent e será el de la fgura 3A, sólo que los despla• zamientos serán menos marcados. Un a vez conocida la paut a que sigue un a expresión , au n sus versiones moderada s son detectables cuando lo que se ve es el movimient o (como en la vid a real ) y no un a representación estática. L a fgur a 3 B muestr a los movimiento s musculare s fdedig • nos que sobrevienen cuando ha y temor , inquietud , aprensión o terror . La s cejas están levantada s y se aproxima n entr e sí. Est a combinación de acciones es extremadament e difícil de realiza r de maner a deliberada : menos de l 10 % de nuestro s examinados pudiero n hacerlo. Se aprecia asimism o cóm o sube el párpado superio r y se pone tenso el inferior , marc a típica del temor . Esto s desplazamiento s de l párpado puede n n o esta r presentes si la persona intent a oculta r su temor , ya que no es difícil controla r estas acciones, pero es más probable que no pueda disimulars e la posición de las cejas. La s fguras 3C y 3D señalan las acciones de las cejas y 140 párpados propia s de la rabi a y la sorpresa. Otra s emociones no se caracteriza n por movimiento s de cejas y párpados idiosincrá• sicos. Los de las fguras 3A y 3B no son fdedignos: todo el mund o puede hacerlos, y por ende aparecerán en expresiones falsas y son a la vez fácilmente disimulables . Los hemos inclui • do par a redondea r la idea de cómo las cejas y párpados señalan las emociones, de ta l modo que sea más evident e el contrast e del aspecto que present a el rostr o con las acciones fdedignas de la fgura 3A y 3B. Los movimiento s de las cejas que aparecen en las fgura s 3C y 3D (hacia abajo o haci a arriba ) son las expresiones facia • les más frecuentes . Se la s suele utiliza r com o señale s de conversación a fn de acentua r o enfatiza r cierta s parte s del discurso. La elevación de las cejas también sirv e como signo de interrogación o de exclamación, y como emblem a de desconfan• za y de escepticismo. Al músculo que baj a y junt a las cejas Darwi n lo llamó "el músculo de la difcultad" , y tenía razón: este movimient o se present a cuando el individu o debe afronta r una difculta d d e cualquie r índole, desde levanta r de l suelo u n objeto pesado hast a resolver un complejo problem a matemáti• co. También es corrient e que se frunz a el entrecejo en momen • tos de perplejida d o de concentración. Otr a acción facia l fdedign a aparece en la zona de la boca. Un a de las mejores claves sobre la rabi a son los labios afnados , aunque ningun o de ellos chupe al otr o ni estén forzosamente apretados, pero sí con un a disminución de la zona roj a visible . Para la mayoría de la gente es mu y difícil ejecuta r esta acción, y h e comprobad o qu e a menud o aparec e cuand o alguie n empieza a enojarse, au n antes de que él mism o se dé cuenta . N o obstante, e s u n movimient o mu y sutil , y fácilmente oculta - ble con algun a sonrisa. La fgur a 4 muestr a cóm o cambi a esta acción el aspecto de los labios. El erro r de Otel o —o sea, el hecho de pasa r por alt o que un sujeto veraz sospechoso de menti r puede mostra r los mismos signos d e emoció n qu e u n mentiroso — pued e complica r l a interpretación de los músculos faciales fdedignos. Un sospe• choso inocente mostrará los signos de temo r de la fgura 3B 141 Figura 4. porqu e tem e ser falsament e acusado . Inquiet o porqu e s i muestr a temo r l a gent e puede llega r a pensar que miente , quizás intent e oculta r ese temo r y sólo queden huellas de éste e n la s cejas, difíciles d e inhibir . Pero l a mism a expresión mostrará probablement e el mentiros o qu e teme ser descubier• to . En el capítulo 6 explicaremo s cóm o se puede afronta r este problema . Al interpreta r los músculos faciales fdedignos también es preciso evita r el riesgo de Broka w —n o tene r en cuent a las diferencia s individuale s que pueden lleva r a que un mentiros o n o evidenci e un a ciert a pist a del embuste , e n tant o que u n vera z si lo hace—. Alguna s personas (tant o psicópatas como mentiroso s naturales ) poseen un a extraordinari a capacida d par a inhibi r los signos faciales de sus auténticos sentimientos . E n s u caso, n i siquier a los músculos faciales fdedigno s son fables. Ha habid o muchos líderes carismáticos dotados de esa extraordinari a habilidad ; s e cuent a que e l papa Jua n Pablo I I la reveló durant e su visit a a Poloni a en 1983.* * Sentimos tanto rechazo haci a la s mentira s que parecería un error de mi part e llama r "mentiroso " a un a person a respetable; pero como ya expliqué en el capítulo 2, no utilizo este término con sentido peyorativc, y como expli• caré en el capítulo siguiente, creo que algunos mentirosos tienen la razón moral de su parte. 142 Pocos años antes , la huelg a de los astillero s navale s de Gdansk hizo alenta r la esperanza de que el gobierno comunist a d e Poloni a otorgarí a cierta s libertade s políticas . Mucho s temían que s i Lec h Walesa , líder de l sindicat o Solidaridad , llevab a la s cosas demasiad o lejos o demasiad o rápido , las tropas soviéticas podrían invadi r el país como lo habían hecho ya en Hungría, Checoslovaquia y Alemani a oriental . Durant e vario s meses los soviéticos realizaro n "ejercicios militares " cerca de la fronter a con Polonia . Po r último, el régimen que había tolerado la existenci a de Solidarida d renunció, y los mili • tares polacos se hiciero n cargo del poder con la anuenci a de Moscú. E l genera l Jaruzelsk i suspendió l a activida d d e los sindicatos, restringió el campo de acción de Walesa e impus o la ley marcial . L a visit a de l Papa polaco, programad a par a diecio• cho meses despué s d e habers e implantad o l a le y marcial , podría tene r impredecible s consecuencias. ¿Apoyaría quizás a Lech Walesa? ¿Su presencia reavivaría las huelgas y actuaría como un catalizado r de la rebelión popular? ¿O por el contrari o e l Papa daría s u bendición a l general Jaruzelski ? E l periodist a Willia m Safr e describi ó co n esta s palabra s e l encuentr o flmado de l Pap a y el general : "...e l pontífce y el dirigent e títere del país se estrecharo n la man o sonriendo. El Papa sabe mu y bie n el uso que puede dars e a las presentacione s en público, y en tales acontecimientos sabe calibra r la expresión de su rostro . En este caso el signo er a inconfundible : iglesi a y gobierno habían llegado a algún acuerdo secreto, y la bendición que pretendía el gobernante polaco impuest o por Mosc ú [Jaru • zelski] fue concedida, par a que se la reprodujer a un a y otr a vez en la televisión estatal". 8 N o todos los dirigente s políticos maneja n con l a mism a destreza sus expresiones. E l e x president e d e Egipto , Anwa r E l Sadat, hizo referenci a en un o de sus escritos a que cuando er a adolescente tuv o e l propósit o d e aprende r a controla r su s músculos faciales: "...m i afción preferid a er a l a política. E n esa época estaba Mussolin i en Italia ; yo vi sus fotos y leí acerca del modo en que cambiab a sus expresiones faciales al habla r en público, adoptando or a un a actitu d de gra n fuerza , or a de agre- 143 sividad , d e ta l modo qu e bastaba mirarl o par a que un o adivina • ra el poder y la fuerz a en sus rasgos mismos. Esto me fascinó. Me paré en casa delant e de l espejo y procuré imita r esa expre• sión imperativa , pero los resultado s me pareciero n decepcio• nantes . Todo lo que logré es que se me cansaran much o los músculos de la cara. Llegó a dolerme". 9 Aunqu e Al-Sada t n o pud o falsea r sus expresiones faciales, e l éxito que obtuv o e n lanza r por sorpresa contr a Israel , e n 1973, u n ataqu e conjunt o sirio-egipci o forjado e n secreto, revela que er a de todas manera s un hábil engañador. I.<as dos cosas no se contradicen . Lleva r a cabo un engaño no exige habilida d par a falsea r u oculta r expresiones faciales, movimiento s corpo• rale s o la voz ; esto sól o es indispensabl e en los engaño s íntimos, cuand o el auto r de l engaño y la víctima están cara a cara , en contacto directo , como sucedió en la reunión en que Hitle r ta n hábilmente logró desconcertar a Chamberlain . Se dice que E l Sada t jamá s procurab a oculta r sus verdaderos sentimiento s cuand o se encontrab a frent e a frent e con sus adversarios . D e acuerd o co n Eze r Weizman , e l ministr o d e defensa israelí que negoció con él directament e después de la Guerr a de los Seis Días, "n o er a hombr e de guardars e sus sentimientos : éstos se ponían en evidencia de inmediat o en su expresión, así como en su voz y en sus ademanes". 1 0 La s diferencias individuale s difculta n también d e u n modo má s limitad o la interpretación de los músculos faciales fdedig• nos. Est o se relacion a con las señales faciales de la conversa• ción a que me referí antes . Alguna s de estas señales son como la s ilustracione s hechas con l a mano : enfatiza n determinadas palabra s que se dicen. La mayoría de las personas o baja n o sube n la s cejas (como muestra n las fguras 3C y 3D) ; son mu y pocos los que apelan , par a destacar lo que dicen, a señales de tristez a o de temo r realizada s con las cejas (fgura s 3A y 3B). Par a quienes lo hacen , estos movimiento s no son fdedignos. El acto r y directo r cinematográfco Woody Alie n es uno de los indi • viduo s e n cuya s cejas n o e s posible confar . Utiliz a e l movi • mient o d e tristez a como un a maner a d e subraya r l o que dice: mientra s que la mayoría de las personas alza n o baja n las cejas 144 como enfatizador , Woody Alie n llev a los extremos interiore s de las cejas hacia arriba . Esto es, en parte , lo que le da ese aspecto tristón con el que es ta n fácil identifcarse . Otro s individuo s que, como él, pueden usar la "ceja triste " a modo de refuerzo para enfatizar , n o tiene n ningun a difculta d e n efectua r este movimient o deliberadamente ; podrían emplearlo s par a un a expresión falsa , y con igua l facilida d disimula r esos movimien • tos si así lo desean. Tiene n pront o acceso a ciertos músculos que no están al alcance de la mayoría. El cazador de mentira s aprenderá a desconfa r de dichos músculos si el sospechoso recurre mu y a menud o a tales movimiento s par a subraya r sus palabras. Un tercer problem a puede complica r la interpretación de los músculos faciales fdedignos y otros indicio s del engaño : puede recurrirs e a un a técnica teatra l (método de la actuación) para poner en acción dichos músculos a fn de representa r un a emoción falsa. La técnica de la actuación de Stanislavsk i le enseña al actor a mostra r un a emoción precisa aprendiend o a recordarl a y darl e vida . Haci a e l fna l de l últim o capítul o mencioné cómo empleamo s esta técnica de actuación par a estu • dia r e l sistem a nervios o autónomo. Cuand o u n acto r l a emplea , sus expresiones faciales no son deliberadas , sino que son el producto de la emoción que ha logrado revivir ; y según muestr a nuestro estudio, en ta l caso se activ a la propi a fsiología de la emoción. En ocasiones, con gente que no era capaz de represen • ta r los movimiento s de las fgura s 3A o 3B , yo les pedía que utilizase n l a técnica d e Stanislavski , reviviend o sentimiento s triste s o de temor ; a menud o aparecían entonces esas acciones faciales que n o lograba n realiza r cuand o s e l o proponían . También un mentiros o puede conocer y emplea r la técnica de Stanislavski , en cuyo caso no habría signos de un a ejecución falsa.. . ya que en ciert o sentid o no lo sería. En la emoción falsa del mentiros o aparecerían movilizado s los músculos faciales fdedignos porque , en efecto, él estaría experimentand o de hecho ta l emoción. Cuand o los sentimiento s se recrea n merced a la técnica de Stanislavski , la línea demarcatori a entr e lo falso y lo verdadero se desdibuja . Peor aún es el caso del mentiros o 145 qu e logr a engañars e a sí mism o llegando a pensa r que su mentir a es verdad . Estos mentirosos son indetectables. Sólo es posible atrapar a los mentirosos que, cuando mienten, saben que mienten. Hast a ahor a he descrito tres modos en que pueden autode- latars e los sentimiento s ocultos: las microexpresiones; lo que puede verse antes de un movimient o abortado; y lo que queda presente en el rostr o después de haber fracasado en el esfuerzo por inhibi r la acción de los músculos faciales fdedignos. Much a gente cree en un a cuart a fuente transmisor a de sentimiento s ocultos: los ojos. Se dicen que son "el espejo de l alma " y que puede n revela r los sentimiento s genuino s má s íntimos. L a antropóloga Margare t Mea d citó a un profesor soviético que discrepaba con esta opinión general: "Antes de la revolución solíamos decir que los ojos eran el espejo del alma . Pero ellas pueden mentir.. . ¡y cómo! Con los ojos usted puede expresar la má s devot a atenció n si n que , e n realidad , est é prestand o ninguna . Puede expresa r serenida d o sorpresa". >' Est a diver • gencia en cuant o a la fdelidad de los ojos puede resolverse discriminand o cinco fuentes de información en ellos. Sólo tres de las cuales , como veremos, suministra n autodelacione s o indicio s del engaño. En prime r luga r están las variaciones en el aspecto que present a el ojo producida s por los músculos que rodea n el globo ocular. Estos músculos modifca n la forma de los párpados, la cantida d del blanc o del ojo y del iri s que se ve, y la impresión genera l que se obtiene al mira r la zona de los ojos. Alguna s de estas variacione s aparecen en las fguras 3A, 3B , 3C y 3D , pero como ya dijimos , la acción de estos músculos no ofrece indicios fdedignos del engaño, ya qu e es relativament e sencillo mover• los de form a voluntari a e inhibi r su acción. No es much o lo que se delatará, salv o como part e de un a microexpresión o de un a expresión abortada . La segunda fuente de información ocula r es la dirección de la mirada . La mirad a se apart a en un a serie de emociones: baja con la tristeza , baj a o mir a a lo lejos con la vergüenza o la culpa , y mir a a lo lejos con la repulsión. No obstante , es proba- 146 ble que un mentiroso , por culpabl e que se sienta , no apart e la vist a demasiado, ya que los mentiroso s saben perfectamente que todo e l mund o confa e n detectarlos d e esta manera . E l profesor soviético citad o po r Margare t Mea d comentab a l o sencill o que e s controla r l a dirección d e l a propi a mirada . Sorprendentemente , l a gente sigue siendo engañada por menti • rosos l o bastant e hábiles como par a n o desvia r l a vista : "Un a de las cosas que llevaro n a Patrici a Gardne r a sentirse atraída por Giovann i Vigliotto , el hombr e que llegó a casarse ta l vez con u n centena r d e mujeres , fue ese 'rasg o d e sinceridad ' consistente en mirarl a directament e a los ojos, según declaró ell a aye r en su testimoni o [en el proceso que le inició a Vigliott o por bigamia]". 1 2 La tercera , cuart a y quint a fuentes de información de la zona de los ojos son más prometedora s como signos de autode- lación o indicio s del engaño. El parpadeo puede ser voluntario , pero también se produce como un a reacción involuntaria , que aument a cuando e l sujeto siente un a emoción. Asimismo , e n u n individu o emocionado se dilata n las pupilas , aunqu e no existe un a vía que permit a opta r por esta variant e voluntariamente . La dilatación de la pupil a es producid a por el sistem a nervioso autónomo, e l mism o que d a luga r a las alteracione s e n l a sali • vación, la respiración y el sudo r ya mencionada s en el capítulo 4, así como a otros cambios faciales que se mencionarán luego. Si bie n un parpadeo más intens o y la dilatación de las pupila s indica n qu e e l individu o está movid o emocionalmente , n o revela n de qué emoción se trata . Puede n ser signos de excita • ción entusiasta , rabi a o temor . Sólo son autodelatore s válidos cuando la manifestación de un a emoción cualquier a trasluciría que alguie n miente , y el cazador de mentira s puede desechar la posibilida d de esta r ant e el temo r de un inocent e a ser juzgad o erróneamente. La s lágrimas, que son la quint a y última fuent e de informa • ción de la zona ocular, también son producida s por el sistema nervios o autónomo ; per o ella s sólo son signo s d e alguna s emociones, no de todas. Se presenta n cuand o ha y tristeza , desazón, alivio , cierta s forma s de goce y ris a incontrolada . 147 Puede n delata r tristez a o desazón si los demás signos permane • cen ocultos, aunque mi presunción es que en ta l caso también las cejas mostrarían la emoción y el individuo , un a vez que le aforase n la s lágrimas , rápidament e reconocerí a cuál es el sentimient o que está ocultando . Las lágrimas de ris a no se fltrará n s i l a ris a mism a h a sido sofocada. E l SN A provoca otro s cambios visible s e n e l rostro : e l rubor , el empal i decimient o y el sudor, todos los cuales son difíciles de ocultar , como sucede con los demás cambios corporales y facia• les que proviene n del SNA . No se sabe con certeza si el sudor, lo mism o que el aument o del parpadeo y la dilatación de las pupilas , es un signo de que se ha despertado un a emoción cual • quiera , o en luga r de ell o es específco de un a o dos emociones. Sobre el rubo r y el empalidecimient o poco y nada se sabe. Se supone que el rubo r es un signo de turbación o de embarazo, que también se present a cuando hay vergüenza y quizá culpa . S e dic e qu e e s má s corrient e e n la s mujere s que e n los hombres , aunqu e s e ignor a por qué. E l rubo r podría delata r qu e el mentiros o se siente turbad o o avergonzado por lo que oculta , o podría ocurri r que ocultase l a turbación misma . E l rostr o también se pone roj o de rabia , y nadi e sabría distingui r este enrojecimient o del rubo r propiament e dicho; presumible • mente , ambos implica n la dilatación de los vasos sanguíneos periféricos de la piel , pero el enrojecimient o de la ir a y el rubor de la cohibición o la vergüenza podrían ser distinto s ya sea en intensidad , zonas del rostr o afectadas o duración. M i presun • ción es que la cara enrojece de ir a sólo cuando ésta ha quedado fuer a de control , o cuando el sujeto trat a de controla r un a rabi a que está a punt o de explotar . En ta l caso, habitualment e habrá en el rostr o o la voz otra s pruebas de la ira , y el cazador de mentira s no tendrá que confa r en la coloración de la cara para discerni r esta emoción. S i l a ir a está más controlada , e l rostro pued e empalidece r o ponerse blanco , como también ocurr e cuando se siente miedo. El empalidecimient o puede aparecer inclus o cuand o la mímica de esta emoción ha sido perfectamen• te disimulada . Curiosamente , mu y poco se ha n estudiado las lágrimas , e l rubor , e l enrojecimient o o e l empalidecimient o 148 respecto de la expresió n u ocultamient o de determinada s emociones. Dejemos ahor a los signos a través de los cuales el rostro puede traiciona r un a emoción ocult a y pasemos a los signos faciales de que un a expresión es falsa y de que la emoción no es auténtica. Un a posibilidad , ya mencionada , es que los músculos fdedignos ta l vez no participe n de la expresión falsa , en tant o y en cuant o no exista un problem a deí tip o "Woody Alien " o dei tipo "técnica de Stanislavski" . Ha y otro s tre s indicio s de false• dad: la asimetría, la secuencia tempora l y la sincronización o inserción dentr o del fuj o de la conversación. En un a expresión facia l asimétrica se ven las misma s accio• nes en ambos lados de la cara, pero son más intensa s o marca • das en un lado que en el otro . No debe confundírsela con un a expresión facia l unilateral, que sólo aparece en un lado ; las expresiones faciales unilaterale s no son signos de emoción , salvo las expresiones de desdén en las que se alza el labi o supe• rio r o se apriet a la comisur a de l labi o en un solo extremo . Las expresiones unilaterale s se emplea n en emblemas tales como el guiño o la elevación de una sola ceja como muestr a de escepti• cismo. La s expresiones asimétricas son más sutiles , much o más frecuentes e interesante s que la s unilaterales . Los científcos que ha n examinad o los hallazgos según los cuales el hemisferi o derecho del cerebro parece especializarse en las emociones suponen que podría ser que uno de los dos lados de la cara fuese más "emotivo " que el otro . Dado que el hemisferi o derecho gobierna muchos de los músculos del lado izquierd o de la cara, y el hemisferi o izquierd o muchos de los dol lado derecho, algunos estudiosos ha n sugerid o que las emocio• nes aparecerían con más intensida d en el lado izquierdo . Yo veía ciertas incongruencias en un o de sus experimentos , y en mi intent o de esclarecerlas descubrí por casualida d en qué sentid o l a asimetría puede ser u n indici o del engaño . La s expresione s retorcida s en qu e la acción es levement e más intens a en un lado del rostr o qu e en el otr o son la clave de que el sentimient o exhibido no es real . El aza r en cuestión se produj o a raíz de que el primer 149 equip o científco que sostuvo que la emoción se refej a con mayo r intensida d en el lado izquierd o del rostr o (el de Harol d Sackei m y sus colaboradores) no usó materiale s propios sino qu e me pidió en préstamo mi s fotografías faciales. Esto me llevó a revisa r sus conclusiones con más minuciosida d de lo que lo hubier a hecho en otras circunstancias , y pude así ve r cosas que ellos no vieron , por lo que yo sabía en mi carácter de fotó• grafo . Sackei m y su gente cortaro n por la mita d mis imágenes faciales a fn de crea r dos clases de fotografías: una formada a parti r de la unión de un a foto del lado izquierd o con la image n especular de esa mism a foto; la otra , formad a uniend o un a foto de l lad o derecho con su image n especular. Lo que quedaba, pues, er a un a foto con dos lados izquierdo s del rostr o y un a con dos lados derechos, aunqu e l a impresió n er a d e u n rostr o completo perfecto. Los sujetos consideraron que las emociones era n más intensa s cuando veían las imágenes en el "doble lado izquierdo " que en el "doble lado derecho". 1 3 Noté que había, empero , un a excepción : los juicio s n o diferían cuand o las imágene s correspondía n a persona s contenta s o felices . Sackei m no le dio mayo r importanci a a esto, pero yo sí. Como fotógrafo, sabía que las imágenes felices era n las únicas expre• sione s emocionale s auténticas; e l rest o la s había tomad o después de pedirle s a mi s modelos que moviera n deliberada• ment e cierto s músculos faciales . La s imágene s "felices" las tomé de improviso , en momentos en que los modelos se estaban divirtiendo , despreocupados de mi s fotos. Cuand o reuní estos datos con los derivados de los estudios sobre lesiones cerebrales y expresiones faciales que describí antes en este mism o capítulo, se me impus o un a interpretación mu y diferent e d e l a asimetría facial . Tale s estudios habían demostrad o que las expresiones voluntaria s e involuntaria s sigue n caminos neuronales distintos , ya que a veces es posible qu e uno de esos caminos esté obstaculizad o pero no el otro , según cuál sea la zona del cerebro dañada. Si las expresiones voluntaria s e involuntaria s pueden ser independientes entr e sí, en el caso de que un a de ellas fuer a asimétrica quizá la otr a no lo fuera . El último tram o de mi argumentación lógica se basó 150 en el hecho bie n establecido de que los hemisferio s cerebrales gobierna n los movimiento s faciale s voluntarios per o no los involuntarios , que se genera n en zonas inferiores , má s primiti • vas, del cerebro. Por ende, las diferencias entr e el hemisferi o izquierd o y e l derech o debería n infui r e n la s expresione s voluntarias , y no en las involuntarias . Así pues, según este razonamient o Sackei m había descu• bierto lo contrari o de lo qu e él suponía. No es que los dos lados del rostro difere n en cuant o a las emociones que puede n expre• sar; más bie n lo que ocurría es que había asimetría cuand o la expresión er a voluntaria , deliberada , un a pose solicitada . Cuando era involuntaria , como en los rostros despreocupada• mente felices, había poca asimetría. La asimetría er a un indici o de que la expresión no er a auténtica. 1 4 Llevamo s a cabo diver • sos experimentos par a poner a prueb a estas ideas, comparand o expresiones faciales deliberadas con otra s espontáneas. La polémica que se desató en el mund o científco en torn o de este asunt o ha sido fragorosa, y sólo en los últimos tiempo s se ha llegado a alguna s coincidencias parciales , en lo referid o a aquellas acciones vinculada s con las expresiones emocionales positivas . L a mayo r part e d e los investigadore s concuerda n ahora con nuestr o hallazg o de que si la expresión no es auténti• ca, el músculo principa l involucrad o en la sonris a actúa con más fuerza de un lado que del otro . Al solicita r a los sujetos que sonriera n deliberadament e o adoptara n un a pose de felicidad , comprobamos la asimetría, del mism o modo que al examina r las sonrisas que a veces se le escapan a la gente cuand o veía uno de nuestros flmes médicos sangrientos . Lo típico er a que la acción fuer a un poco más marcad a en el lado izquierd o si la persona er a diestra , o sea, s i normalment e usab a l a man o derecha par a escribir . E n las sonrisas auténticas hallamo s un a proporción much o meno r de expresione s asimétricas , y de ningún modo éstas tendían a ser más marcada s en el lado izquierdo. 1 5 También hallamo s asimetría en alguna s de la s acciones vinculadas a las emociones negativa s cuando dichas acciones era n producida s d e form a deliberada , per o n o cuand o era n 151 part e de un a manifestación emocional espontánea. A veces la acció n es má s intens a de l lad o izquierdo , a veces es más intens a del lado derecho, y a veces no hay asimetría. Amén de la sonrisa, el movimient o de baja r las cejas que suele integra r l a acción que refej a l a ir a suele ser más marcado e n e l lado izquierd o cuando dich a acción e s deliberada . E n cambio , e l fruncimient o de la nari z con la repulsión o disgusto intens o y el estiramient o de los labios haci a la s orejas con el temo r suelen ser más intensos del lad o derecho si las acciones son delibera • das. Acabamos de da r a publicida d estos hallazgos, y aún es prematur o opina r s i logrará n convence r a quienes , como Sackeim , proponen qu e ha y asimetría en todas las expresiones emocionales. 1 6 De todos modos —pensé— , esto no va a importarl e dema• siado a l cazador d e mentiras . L a asimetría e s po r l o comú n ta n sutil , que yo creía que nadi e podría distinguirl a si n dispone r de algún procedimient o preciso de medición. Estaba equivocado. A l solicita r a nuestro s sujetos que evaluara n s i las expresiones era n simétricas o asimétricas, se obtuviero n resultados much o mejores que en el caso de hacerlo al azar, y ell o si n necesidad de recurri r a la cámara lent a o a ve r la mism a escena en repeti • das oportunidades. 1 7 Po r cierto , los benefciaba el hecho de no tene r que hacer, a l mism o tiempo , ningun a otr a observación. N o sabemos aún s i u n individu o puede detectar l a asimetría con igua l facilida d y además debe lucha r contra las distraccio• nes que implic a la observación de los movimiento s corporales, a la vez que escucha lo qu e dice el otr o sujet o y le contesta manteniend o l a conversación. E s mu y difícil inventa r u n expe• riment o par a determina r esto. Si muchas expresiones faciales son asimétricas, es probable qu e no sean auténticas; pero la asimetría no constituy e una prueb a ciert a de que la expresión es falsa. Alguna s expresiones auténticas son asimétricas; lo que ocurre es que la mayoría no lo es. Análogamente, la simetría no implic a que la expresión sea auténtica; el cazador de mentira s puede habe r pasado por alt o algun a asimetría, pero apart e de ese problema , no toda expresión deliberada , falsa , es asimétrica: sólo la mayoría lo es. 152 Un cazador de mentiras no debe confar jamás en un solo indicio del engaño; puede haber muchos. Los indicio s faciales deben ser corroborados por los que proceden de las palabras , la voz y el resto de l cuerpo. Au n dentr o de l rostr o mismo , no debería interpretars e ningún indici o s i éste n o s e repit e y , mejor aun , si no es confrmad o po r otr o indici o facial . Ante s vimos las tre s fuentes de la autodelación o vías por las cuales e l rostr o traicion a los sentimiento s ocultos : los músculos faciales fdedignos, los ojos, y las alteracione s en el semblante derivada s de la acción del SNA . La asimetría form a parte de otr o grup o de tres indicios , que no delata n lo que se está ocultando pero sí ofrecen pistas acerca de que la expresión utilizad a es falsa . De este grup o forma n part e los datos relati • vos al tiemp o de ejecución. El tiempo incluy e la duración tota l de un a expresión facial , así como lo que tard a en aparecer (tiemp o de arranque ) y en desaparecer (tiemp o de descarga). Los tres elementos mencio • nados pueden ofrecer pistas sobre el embuste . La s expresiones de larg a duración (si n dud a las que se extiende n por más de diez segundos, y normalment e también si dura n más de cinco segundos) son probablement e falsas. En su mayoría, las expre• siones auténticas n o dura n tanto . Salv o que e l individu o esté experimentando un a experiencia culminant e o límite —se hall e en la cumbr e de l éxtasis, en el moment o de furi a más violenta , o en el fondo de un a depresión—, las expresiones emocionales genuinas no permanecen en el rostr o por más de unos segun• dos. Ni siquier a en esos casos extremos las expresiones dura n tanto ; por el contrario , ha y muchas expresiones que son más breves. Las largas suelen ser emblemas o expresiones fngidas. Respecto del tiemp o de arranqu e y de descarga, no hay regla s segura s qu e conduzca n a alguna s pista s sobr e e l embuste, salvo en lo tocante a la sorpresa. Par a que un a mani • festación de sorpresa sea genuina , tant o su aparición como su duración y su desaparición tiene n que ser breves (habituatmen - te, menos d e u n segundo). S i dura n mucho , l a sorpres a e s fngid a per o n o apunt a a engaña r (l a person a s e hace l a sorprendida), o bie n se trat a de un emblem a de sorpresa (l a 153 person a quier e comunica r que está sorprendida) , o de un a sorpresa fals a (l a persona trat a de parecer sorprendid a aunque no lo está, par a engañar). La sorpresa es siempre un a emoción mu y breve, que sólo dur a hast a que el individu o se ha enterado de l hecho imprevisto . La mayoría sabe cóm o fngir sorpresa pero pocos lo hacen de form a convincente, con el rápido arran • que y la rápida descarga que tiene un sentimient o natura l de sorpresa. Un a crónica periodística muestr a lo útil que puede llega r a ser un a auténtica expresión de sorpresa: "U n indivi • duo, Wayn e Milton , condenado por error , a quie n se acusaba de ser e l auto r d e u n asalt o a man o armada , fue liberad o ayer después de que el abogado querellante , tra s adverti r la reac• ción de l sujet o frent e al veredict o de culpabilidad , recogiera nuevas pruebas d e s u inocencia. E l fsca l auxilia r del Estado, To m Smith , aseguró darse cuent a de que algún erro r se había producid o cuand o vi o cómo se descomponía el rostr o de Milto n en el moment o en que el jurad o lo condenó por el robo de 200 dólares en la Compañía de Gas Lak e Apopka , el mes pasado". •« Toda s la s demá s expresione s emocionale s puede n ser instantáneas o dura r apenas unos segundos. El arranqu e y la descarga pueden ser abrupto s o graduales, lo cua l dependerá del contexto. Supongamos que un empleado fng e que lo divier • te un chiste estúpido que su jef e —u n hombr e a quie n le gusta llama r la atención de sus subordinados , y qu e además no tiene ningún sentido de l humo r y un a pésima memoria — le cuenta y a por cuart a vez. E l tiemp o que tard e e n insinuars e l a sonrisa de complacenci a de l emplead o depender á de qu e el chist e llegu e de form a gradua l a su culminación , con uno s pocos elemento s humorístico s desperdigado s aqu í y allá , o sea abrupto , y el tiemp o qu e tard e en desaparecer dependerá del tip o de chiste , y de l grado de reciclaje o asimilación de la histo• ri a qu e s e estim e apropiado . Todo e l mund o e s capaz d e mostra r un a sonris a fals a de esa índole par a simula r diversión, pero es menos probabl e que un mentiros o sepa ajusta r correc• tament e los tiempo s de arranqu e y de descarga a los pormeno• res que el context o exige. La tercer a fuent e de pista s sobre la falsedad de un a expre- 154 sión es su sincronización con respecto al hil o del discurso, los cambios en la voz y los movimiento s corporales. Supongamos que alguie n quier e fngi r que está furios o y grita : "¡Ya me tienes hart o con esa maner a de comportarte!'' . S i l a expresión de ir a aparece en el rostr o con posteriorida d a las palabras , es más probabl e qu e sea fals a qu e s i aparec e e n e l mism o momento en que se lanz a la exclamación, o inclus o segundos antes. N o hay tant o marge n d e maniobras , quizá, par a situa r la expresión facia l respecto de los movimiento s corporales . Imaginemo s que junt o con s u manifestación verba l de esta r harto , e l mentiros o descarga u n puñetazo sobre l a mesa: será rnás probable que la expresión sea fals a si vien e después del puñetazo. La s expresiones faciales no sincronizada s con los movimiento s corporale s son con much a probabilida d pista s fehacientes. Ningún análisis de los signos faciale s de l engañ o sería completo si no considerara un a de la s expresiones faciales más frecuentes: l a sonrisa . U n rasgo que l a caracteriza , frent e a todas la s demá s expresione s faciales , e s qu e par a mostra r contento o bienesta r basta con move r un solo músculo, mien • tra s qu e todas las restante s emociones requiere n l a acción concertada de tre s a cinco músculos. Es a sonris a simpl e de bienesta r o satisfacción es la expresió n má s reconocible de todas. Hemos comprobado que es la que puede verse a mayo r distanci a (casi cie n metros ) y con meno r tiemp o de exposi • ción l 9 . Además, es difícil no devolver un a sonrisa : la gente lo hace incluso ante los rostros sonriente s de un a foto. Ve r un a sonrisa result a agradable.. . como lo saben mu y bie n los exper• tos en anuncios publicitarios . La sonrisa es quizá la más desestimad a de las expresiones faciales; es much o más complicada de lo que supone la mayoría de la gente. Ha y decenas de sonrisas diferente s en su aspecto y en el mensaje que transmiten . La sonris a puede ser señal de un a emoción positiv a (bienestar, place r físico o sensorial , satis • facción, diversión, por nombra r sólo una s pocas), pero a veces las personas sonríen cuand o se siente n desdichadas . No se trat a de esas sonrisas falsas usadas par a convencer a otr o de 155 qu e uno tien e un sentimient o positiv o cuando no lo tiene , y que a menud o encubre n la expresión de un a emoción negativa . Hace poco comprobamos que estas sonrisas falsas desorientan a quienes la s ven . Hicimo s que unos sujetos mirara n única• ment e las sonrisas que aparecían en el rostr o de nuestras estu• diante s de enfermería y evaluara n si era n genuinas (o sea, si aparecía n cuand o l a estudiant e estab a viend o un a película agradable ) o falsas (aparecían cuando la estudiant e ocultaba la s emocione s negativa s qu e le s suscitab a nuestr o fl m sangriento) . Los resultado s no fuero n mejores que respondien• do al azar. Creo que el problem a no es la imposibilida d de reco• nocer la s sonrisa s engañosas, sino un desconocimiento más genera l acerca de la gra n cantida d de tipo s de sonrisas que hay . La s falsas no podrán diferenciars e de las auténticas a menos qu e se sepa cómo se asemeja o apart a cada un a de las restante s integrante s de la famili a de las sonrisas. A continua • ció n describiremo s dieciocho tipo s distinto s d e sonrisas , ningun a d e ellas engañosa e n s í misma . El denominado r común de la mayoría de las sonrisas es el cambi o que produc e en el semblant e el músculo cigomático mayor , que une los malare s con las comisuras de los labios, cruzand o cad a lad o de l rostro . A l contraerse , e l cigomático mayo r tir a d e l a comisur a hacia arrib a e n dirección a l malar , formand o un ángulo. Si el movimient o es fuerte , también estira los labios , alz a la s mejillas , form a un a hondonad a bajo los párpados inferiore s y produce, al costado de las comisuras de los ojos, la s clásicas arruga s conocidas como "patas de gallo". (E n algunos individuos , este músculo empuj a levemente hacia abajo también el extrem o de la nanz , en tant o que en otros les tens a un poco la pie l cerca de la oreja.) La acción conjunt a de alguno s otro s músculos y del cigomático mayo r da luga r a los diferente s miembro s de la famili a de la s sonrisas ; y hay asimis• mo una s pocas apariencia s sonriente s producida s por otros músculos si n la intervención del cigomático. Pero bast a la acción del cigomático par a generar la sonrisa evidenciad a tod a vez que un o sient e un a emoción genuin a posi• tiva , n o controlada . E n est a sonris a auténtica n o particip a 156 Figura 5A. Sonris a autèntica. Figura 5B. Sonrisa de temor. Figura SC. Sonrisa de desdén. ningún otr o músculo de la part e inferio r del rostro : la única acción concomitante que puede presentarse es la contracción de los músculos orbiculare s de los párpados, que rodean cada ojo Estos últimos son asimism o capaces de provocar la mayoría de las alteraciones e n l a part e superio r del rostr o a qu e d a luga r la acción del cigomátíco mayor : elevación de la mejilla , depre• sión de la pie l debajo del ojo, "patas de gallo". En la fgura 5A se representa la sonrisa auténtica. Est a dur a más y es más intens a cuando los sentimiento s positivos son más extremos. 2( 1 157 Creo que la sonrisa auténtica expresa todas las experiencias emocionales positiva s (goce junt o a otr a persona, content o o felicidad , alivio , place r táctil, auditiv o o visual , diversión, satis • facción), sólo con diferencias en la intensida d de la mímica y en el tiemp o de duración. La sonris a de temo r representad a en la fgur a 5B nada tien e que ve r con ningun a emoción positiva , por más qu e a veces se la malinterpret e de este modo. La genera el músculo risorio al hala r horizontalment e de los labios en dirección a las orejas, de ta l modo que así estirados los labios adopta n un a form a rectangular . La palabr a "risorio" , derivada del latín, es equívoca, ya que esta acción se produce principalment e cuando se siente temo r y no al reír; es probable que la confusión obede• cier a a que a veces al actua r el risori o las comisuras se elevan, y el aspecto genera l es el de un a sonrisa algo magnifcada. En un a emoción facia l de miedo, la boca en form a de rectángulo (con o si n comisura s elevadas ) estar á acompañad a por la aparienci a de los ojos y cejas de la fgura 3B . Otr o nombr e inapropiad o es el de la sonrisa de desdén, ya que tampoco aquí particip a ningun a de las emociones positivas que podrían da r luga r a un a sonrisa , aunque en ocasiones así se lo entiende . La versión de sonris a desdeñosa que muestr a la fgura 5C implic a un a contracción de l músculo orbicula r de los labios , lo cual produce un a pequeña protuberanci a en torn o de las comisuras , a menud o un hoyuelo, y un a leve elevación en ángulo de las mismas. * Nuevamente , es esta elevación de las comisuras , característica compartid a con la sonrisa auténtica, la que da luga r a confusión. Otr o elemento compartid o suele ser el hoyuelo qu e a veces se present a también en la sonrisa auténtica . L a diferenci a fundamenta l entr e l a sonris a d e desdén y la sonrisa auténtica es la contracción de las comisuras de los labios. Con la sonrisa amortiguada la persona muestr a que tiene * También puede evidenciarse el desdén con un a versión unilatera l de est a expresión, en la que sólo se contrae y eleva levemente un a de la s comisu• ras . 158 Figura 51). Sonris a amortiguada . Figura 5E. Sonris a triste. efectivamente sentimiento s positivos, aunqu e procur a disimu • la r s u verdader a intensidad . E l objetivo e s amortigua r (aunqu e no suprimir ) la expresión de las emociones positivas , y mante • ner la expresión dentr o de ciertos límites, y quizá la experien • cia emocional misma . Ta l vez se apriete n los labios , se lleve hacia arrib a el labi o inferior , se estire n y lleve n haci a abajo las comisuras; también puede suceder que cualquier a de estas tre s acciones se combine n con las propias de un a sonris a común , como se aprecia en la fgura 5D . La sonrisa triste pone de manifest o la experienci a de emociones negativas . No está destinad a a oculta r alg o sin o que constituy e un a especie de comentari o facia l de que un o se siente desdichado. Habitualmente , l a sonris a trist e implic a asimismo que la persona no va a quejarse demasiado por su desdicha, al menos por el momento : hará la mueca y la seguirá soportando. Hemos asistid o a esta clase de sonrisas presentes en el rostr o de los sujetos qu e en nuestr o laboratorio , a solas, presenciaban las escenas sangrienta s de la película médica , ignorand o qu e l a cámar a los flmaba . Co n frecuencia , est a sonrisa surgía en un prime r momento , cuando el sujet o se daba cuenta de lo espantosa que er a la película. Tambié n hemos visto sonrisas triste s en el rostr o de pacientes deprimidos , como un comentari o sobre su infortunad a situación. La s sonrisa s 159 triste s suelen ser asimétricas y superponerse a otr a expresión emociona l a toda s luce s negativa , n o enmascarándol a sin o sumándose a ella ; a veces surge inmediatament e después de un a expresión de este tipo . Si la sonrisa trist e es señal de un intent o d e controla r l a manifestación de l temor , l a ir a o l a desazón, puede parecerse much o a la sonrisa amortiguada . La presión de los labios , la elevación y prominenci a del labi o infe • rio r movid o po r e l múscul o cuadrad o d e l a barbilla , y l a tiran • tez o caída de la s comisura s pueden contribui r al contro l del estallid o de esos sentimiento s negativos. La diferenci a clave entr e esta versión d e l a sonris a trist e (como l a muestr a l a fgura 5E ) y la sonris a amortiguad a es que en ell a no ha y rastro s de contracción de l músculo orbicula r de los párpados. En la sonris a amortiguad a ese músculo actúa (contrayendo la pie l en torn o de l ojo y generando las patas de gallo ) porque se siente algún goce, en tant o que no actúa en la sonris a trist e porque en este caso no lo hay . La sonrisa trist e puede estar acompañada de señales de las emociones negativas auténticas que se patentiza n en la frent e y las cejas. En un a fusión de emociones, como vimos , dos o má s de éstas se experimenta n a la vez y son registrada s en la mism a expresió n facial . Cualquie r emoció n pued e fusionars e con culquie r otra . Aquí lo que nos interes a es el aspecto que presen• ta n la s fusione s con emociones positivas . S i u n individu o disfrut a de su rabia , su sonrisa de gozosa rabia (podría llamár• sela también "sonris a cruel " o "sádica") presentará un afna • mient o de los labios y a veces un a elevación del labi o superior, sumado s a los rasgos de la sonris a auténtica, así como las características d e l a part e superio r de l rostr o que muestr a l a fgura 3C. En la expresión de gozoso desdén, la sonrisa auténtica se fusion a con la contracción de un a o ambas comisuras de tos labios . Puede sentirs e un a mezcla de tristez a y temor , como segurament e la siente n los lectores de los libro s y espectadores de la s películas que arranca n lágrimas o producen terror . La gozosa tristeza se aparent a en un a caída de la s comisura s compatibl e con l a elevación genera l que produce l a sonrisa 160 auténtica, o bie n en que ésta se present a junt o con los rasgos d e l a part e superio r de l rostr o d e l a fgur a 3A . E n e l gozoso temor, los rasgo s d e l a fgur a 3 B acompaña n un a sonris a auténtica mezclad a con u n estiramient o horizonta l d e los labios. Ha y experiencias gozosas que son calma s y de tranquil a satisfacción, pero en otra s el goce se confunde con la excitación en un sentimient o de exaltad o entusiasmo . En la gozosa exci• tación, amén de la sonris a auténtica, ha y un a elevación de l párpado superior . E l actor cómico Harp o Mar x solía mostra r e n sus películas esta sonrisa de gra n regocijo, y a veces, cuando hacía un a picardía, la sonris a de gozosa rabia . En la gozosa sorpresa se alza n las cejas, cae el mentón, se eleva el párpado superior y aparece la sonris a auténtica. Ha y otro s dos tipos de sonrisa s que implica n la fusión de l a sonris a auténtica con un a form a particula r d e mirar . E n l a sonrisa conquistadora, e l firteado r muestr a un a sonris a auténtica a l mira r a l a person a que l e interes a y d e inmedia • t o apart a l a vist a d e ella , pero enseguid a vuelv e a echarl e una mirad a furtiv a l o bastant e prolongad a como par a que s e note, y desvía la vist a nuevamente . Un o de los elemento s qu e vuelve n ta n extraordinari o e l cuadr o d e l a Giocond a pintad o por Leonard o d a Vinc i e s qu e l a atrapó e n medi o d e un a d e esas sonrisa s conquistadoras , con e l rostr o apuntand o haci a adelant e pero los ojos haci a u n costado, mirand o a hurtadi • lla s a l objet o d e s u interés . E n l a vid a rea l ést a e s un a secuencia e n qu e l a mirad a s e apart a apenas u n instante . E n la sonrisa de turbación se baja la vist a o se apart a par a no encontrars e con los ojos del otro . A veces habrá un a elevación momentánea d e l a protuberanci a de l mentó n (con u n movi • mient o d e l a pie l situad a entr e e l labi o inferio r y e l extrem o d e l a barbilla ) e n medi o d e un a sonris a auténtica. E n otr a versión , e l embaraz o s e muestr a combinand o l a sonris a amortiguad a con el movimient o de los ojos haci a abaj o o hacia el costado. Un a sonris a poco corrient e es la sonrisa de Chaplin, produ • cida por obra de un músculo que la mayoría de la gente no puede mover de forma deliberada . Charli e Chapli n sí podía, ya 161 Figura 5F. Sonris a de Chaplin . qu e est a sonrisa , en la cua l los labio s se elevan en un ángulo much o más pronunciad o que el de la sonris a auténtica, era su señal distintiv a (véase la fgura 5F) . Es un a sonrisa insolente y burlon a a la vez, que se sonríe del propi o sonreír. Los cuatr o tipos siguientes de sonrisas tiene n un a mism a aparienci a pero cumple n fnalidade s sociales mu y distintas . E n todos los casos, la sonrisa es voluntaria . A menudo , estas sonri • sas son asimétricas. La sonrisa mitigadora tien e como propósito lima r las aspe• rezas de un mensaje desagradable o crítico, a menudo forzando al receptor de la crítica a que devuelva la sonrisa a pesar de la molesti a o desazón que ésta pueda provocarle. La sonrisa miti • gador a es deliberad a y aparece de form a rápida y abrupta . Las comisura s de los labios puede n contraers e y en ocasiones el labi o inferio r s e alza levemente durant e u n instante . Suele i r acompañada de un movimient o afrmativo , que se ladea y baja de ta l modo que el que sonríe mir a un poco de arrib a abajo a la persona a quie n critica . La sonrisa de acatamiento signifc a el reconocimiento de qu e ha y que tragars e un a dolorosa pildor a si n protestar . Nadi e podrá suponer que es feliz el que sonríe, sino que acepta su infaust o destino . Se parece a la sonris a mitigadora , pero sin que la cabeza adopte la postur a propi a de ésta. En cambio, 162 puede n elevars e la s ceja s u n momento , o encogers e los hombros, o dejarse oír un suspiro . La sonrisa de coordinador regul a el intercambi o verba l de dos o más personas. Es un a sonris a cortés, de cooperación, que pretende mostra r serenament e coincidencia, comprensión , el propósito de realiza r algo o el reconocimiento de que lo que ha hecho el otr o es apropiado. Es un a sonris a leve, por lo comú n asimétrica, en la que no participa n los músculos orbiculare s de los párpados. La sonrisa de interlocutor es un a particula r sonris a de coor• dinador empleada al escuchar a otro , par a hacerle saber que se ha comprendido todo lo que ha dicho y de que no precisa repeti r nada. Equival e a un "¡aja!", o a decir "está bien" , o al movi • mient o afrmativ o con l a cabeza —qu e suele acompañarla—. E l que habl a no deducirá de ell a que su interlocuto r está contento , sino sólo que lo alient a a segui r hablando. Cualquier a de las cuatr o sonrisa s enunciada s en último término (la mitigadora , la de acatamiento , la de coordinado r y la de interlocutor ) pueden ser reemplazadas a veces por un a sonris a auténtica. S i a alguie n l e complac e transmiti r u n mensaje mitigador , o mostra r acatamiento , o coordinar , o ser el interlocuto r de otro , puede mostra r la sonris a auténtica en vez de algun a de las sonrisas no auténticas que he mencionado. Ahor a consideremo s la sonrisa falsa. Su fnalidad es convencer al otro de que se siente un a emoción positiva , cuand o no es así. Ta l vez no se sient a nad a en absoluto, o ta l vez se sientan emociones negativas , pero el mentiros o quier e ocultar • las enmascaradas detrás de un a sonrisa falsa. A diferenci a de la sonrisa de desdicha, que transmit e el mensaje de que no se experiment a ningún placer, la falsa trat a de hacerle creer al otr o de que se siente n cosas positivas . Es la única sonris a mentirosa . Ha y vario s indicio s par a distingui r las sonrisas falsas de las sonrisas auténticas que simula n ser: Las sonrisas falsas son más asimétricas que las auténticas. Una sonrisa falsa no estará acompañada nunca de la acción de los músculos orbiculares de los párpados. Por ende, 163 Figura 6. Sonris a falsa. Figura 5A. Sonris a autentica. en un a sonris a falsa leve o moderada no se alzarán las mejillas , ni habrá hondonadas debajo de los ojos, ni patas de gallo, ni el leve descenso de la s cejas que se presenta n en la sonris a autén• tic a leve a moderada . Se da un ejemplo en la fgura 6; compáre• sela con la fgura 5A. En cambio , si la sonrisa falsa es más pronunciada , la propi a acción de sonreír (o sea, la acción del múscul o cigomátic o mayor ) alzar á la s mejillas , cavará l a cuenca de los ojos y producirá arruga s en las comisuras de éstos. Pero no bajará la s cejas. Si alguien , mirándose en un espejo, sonríe en form a cada vez más marcada , notará que a medid a que la sonris a se amplía las mejilla s se levanta n y aparecen la s patas de gallo ; pero las cejas no descenderán a menos que también actúe el músculo palpebral . La falt a de participación de las cejas es un indici o suti l pero decisivo para diferencia r la s sonrisa s auténtica s d e la s sonrisa s falsa s cuando la mueca es pronunciada . El tiempo de desaparición de la sonrisa falsa parecerá notablemente inapropiado, es decir puede esfumarse demasiado abruptamente , o ta l vez de form a escalonada. Usada como máscara, la sonrisa falsa no abarca más que movimientos en la parte inferior del rostro y en el párpado infe• rior. Seguirán siendo visibles los movimiento s de los músculos faciale s fdedigno s de l a frente , que señala n el temo r o l a 164 angustia. Y au n en la part e inferio r de la cara , la sonris a falsa quizá no logre disimula r por completo los signos de la emoción que pretendemos ocultar , y hay a un a mezcla de elemento s de ta l maner a que se perciba n huellas , como en un a fusión de emociones. Hemos puesto a prueb a estas ideas por primer a vez midien • do las expresiones sonriente s de las estudiante s de enfermería en nuestr o experimento . Si era n acertadas, tenían que mostra r sonrisas auténticas e n l a entrevist a "sincera", cuand o a l ver l a película agradable describían francament e lo que sentían, en tant o que mostrarían sonrisas falsas en la entrevist a "engaño• sa", cuando estaba n viend o un a película desagradabl e per o procuraban mostra r que era agradable. Sólo medimo s dos de los signos propios de un a sonris a falsa : la ausenci a de todo movimient o en torn o de los ojos y la presencia de signos de repulsión o disgusto profund o (fruncimient o de la nariz ) o de desdén (contracción de las comisura s de los labios). Los resulta • dos fueron exactamente los previstos , y de forma mu y notoria : e n l a entrevist a sincer a hub o má s sonrisa s auténtica s qu e sonrisa s falsas , y ningun a sonris a qu e delatar a repuls a o desdén; en la entrevist a engañosa aparecieron sonrisas autode - latoras y hubo más sonrisas falsas que auténticas. Que estos dos indicio s del engaño funcionara n ta n bie n me sorprendió, sobre todo porque yo sabía que las personas que juzga n la sincerida d de otros no parecen tomarlo s en cuenta . En estudios anteriore s mostramo s las misma s cinta s de vídeo de expresiones faciales y pedimo s a alguno s que evaluara n cuándo las estudiante s de enfermería mentían: las respuestas no fueron mejores que al azar. ¿Estamos midiend o acaso algo demasiado suti l como par a que pueda vérselo, o es qu e la gente no sabe qué debe mirar ? En otr o estudio , del que informaremo s más adelante, indicamo s a los jueces cómo podían reconocer la acción de los músculos orbitale s de los párpados y de qué maner a se producen las sonrisas autodelatoras , par a aprecia r si así podían descubri r con más precisión las mentiras . 165 Resumamos: El rostro puede mostra r muchos y mu y diferentes indicios del engaño: microexpresiones, expresiones abortadas, autodelacáón de los músculos faciale s fdedignos, parpadeo, dilatación de las pupilas, lagrimeo, rubor , empafdecimiento, asimetría, errores en la secuencia tempora l o la sincronización, y sonrisa s falsas. Algunos de estos indicios delatan un a información oculta; otros proporcionan pistas que indica n que algo se está ocultando, aunque no nos dicen qué; y otros marca n que un a expresión es falsa. Estos signos faciales del engaño, al igua l que los que sumi • nistra n las palabras , la voz y el resto del cuerpo (y que hemos descrit o en el capítulo anterior) , varían en cuant o a la exacti • tu d d e l a información transmitida . Alguno s revela n con preci• sión cuál es la emoción que está experimentand o el sujeto, por más que intent e ocultarla ; otros sólo nos dicen que la emoción ocultad a es positiv a o negativa , pero no cuál es exactamente; hay otros, en fn, más vagos aun , ya que sólo nos dicen que el mentiros o sient e algun a emoción, si n que sepamos si es positi • v a o negativa . Per o quiz á co n esto baste . Sabe r qu e un a persona siente un a emoción, sea cual fuere , puede indicarno s qu e miente , s i l a situación e s ta l que , salv o que estuvier a mintiendo , esa person a n o tendría por qué senti r emoción alguna . E n otra s ocasiones , empero , n o s e traicionar á l a mentir a si no disponemos de información más acabada sobre la emoción que efectivament e se está ocultando. Todo depende de cuál sea la mentira , de la estrategi a adoptada por el sospecho• so, de la situación, y de las demás explicaciones alternativa s que — fuer a d e l a mentira — pueden justifca r que un a cierta emoción no se manifest e abiertamente . Par a el cazador de mentira s es important e recorda r cuáles son los indicio s qu e revela n información específca y cuáles información de carácter má s general . En los cuadros 1 y 2 del "Apéndice", a l fna l de l libro , hemos sintetizad o l a información correspondient e a todos los indicio s del engaño descritos en este capítulo y los anteriores . El cuadr o 3 se ocupa en particu • la r d e los indicio s d e falseamiento . 166 6 Peligros y precaucione s La mayoría de los mentiroso s pueden engañar a la mayoría de las personas la mayo r part e de las veces.* Hast a los niños de más de ocho o nueve años (algunos padres dicen que much o antes) pueden embaucar con todo éxito a sus progenitores . Los errores que se cometen en el descubrimient o de los engaños no sólo incluye n creerle al mentiros o sino también, y a menud o esto es mucho peor, no creer al sincero. Un juici o equivocado de esta última índole puede infigi r un a herid a profund a a un niño si no le creen cuando dice la verdad , por más que luego se intent e d e mucha s manera s enmenda r e l error . También par a un adult o puede tene r funestas consecuencias que no le crean cuando e s sincero ; puede arruina r un a amistad , o hacerl e perder un empleo, o echar a perder su vida . Si a un inocente a quien se ha enviado a la cárcel por creer equivocadamente que * La investigación que nosotros hemos realizado, así como la mayoría de las restantes investigaciones, ha permitido comprobar que son pocos los sujetos que, al juzga r si alguien miente o dice la verdad, tienen un éxito superior al que se obtendría al azar . También hemos hallado que la mayoría de la gente cree que íbrmula juicio s correctos en esta materi a au n en los casos en que no es así. Ha y una s pocas personas, excepcionales, que sí son capaces de detectar con precisión el engaño; aún no sé si están dotadas de un talento natura l para ello o si lo adquirieron en circunstancia s especiales. Aunque mis estudios no se ha n dedicado a averigua r quiénes son los que mejor pueden detectar el engaño, lo que he averiguado sugiere que est a capa• cidad no es desarrollada por la formación tradicional que brindan la s profe• siones de la salud mental. 167 mentía se lo dej a en liberta d vario s años después, el hecho ocupa l a primer a plan a d e los periódicos; pero ha y innumera • bles casos que no aparecen en los periódicos. Si bie n es imposi • ble evita r de l todo los errore s en la detección de l engaño, pueden tomars e precauciones par a reducirlos . La primer a de esas precauciones consiste en volver más explícito el proceso de interpretación de los signos conductuales del engaño. Aunqu e la información proporcionada en los dos últimos capítulos sobre la form a en que el rostro , la voz, el habl a y el rest o del cuerpo puede n traiciona r un engaño no evitará po r complet o los errores , ta l vez los vuelv a más eviden • tes y corregibles. El cazador de mentira s ya no confará tant o e n sus intuiciones ; mejo r informad o sobre l a base d e sus juicios , podrá aprende r más de su experiencia y dará el peso que corresponde a los distinto s indicio s del engaño, descartan• do algunos y modifcand o su opinión sobre otros. También los individuo s que son acusados falsament e se benefciarán, ya que podrán impugna r el dictame n con que se los ha acusado cuando se explicite n sus fundamentos . Otr a medid a de precaución consiste en comprender mejor la naturaleza de los errores que se producen al detectar un engaño. Ha y dos clases de errore s de este tipo , exactamente opuestos en sus causas y consecuencias: errores por increduli• dad ante la verdad y errore s por credulidad ante la mentira. En los primeros , se piens a equivocadamente que mient e un a persona que dice la verdad ; en los segundos, se piensa equivo• cadamente que dice la verda d un a persona que miente. * Poco * Par a referirse a los errore s que pueden deslizarse en cualquier tipo de prueba o test, suele emplearse la expresión "erro r positivo falso" par a desig• na r lo que yo llam o "erro r de incredulidad " y "erro r negativo falso" par a lo que llamo "erro r de credulidad" . He preferido no emplear es a terminología pues puede confundir cuando se alude a un a mentira , ya que no parece apro• piado califca r como "positivo " que se detecte a alguie n como mentiroso; además, me cuest a trabajo recordar qué tipo de error designa la expresión "positivo falso" o "fals o negativo" . También se ha propuesto la expresión "fals a alarma " par a el error de incredulida d y "extravío" par a el error de 168 import a que el cazador de mentira s confíe en la prueb a del polí• grafo o sólo en su propi a interpretación de los signos de conduc• ta : igua l es vulnerabl e a estos dos errores . Recordemos el frag • mento de la novela de Updiek , Marry Afe, citad a en el capítulo 2. Cuando Jerr y oye a su esposa Rut h habla r por teléfono con el amante de ella , percibe en su voz un tono más femenin o del que es habitua l en Rut h al dirigirs e a él. Le pregunt a entonces "¿Qué er a eso?", y ell a invent a algo que la encubra : "Oh , nadie . Una muje r de la escuela dominica l preguntand o si íbamos a inscribi r a Joann a y a Charlie" . Si entonces Jerr y le creyera , cometería u n erro r d e credulidad . Pero imaginemo s que l a histori a fuese otra : Rut h es un a esposa fel que en verda d está hablando con un a empleada de la escuela dominical , y Jerr y es un marid o que sospecha de todo. Si Jerr y pensase que Rut h le está mintiendo , e l suyo sería u n erro r d e incredulidad . E n l a Segunda Guerr a Mundial , Hitle r cometió u n erro r d e credulida d y Stali n incurrió en un erro r de incredulida d no menos catastrófco. A través de diversos medios (simuland o que estaban concentrando sus tropas , echando a corre r un a serie de rumores , transmitiend o plane s militare s falsos a conocidos espías alemanes), los aliados lograro n convencer a los alema • nes de que su invasión a Europa , o sea, la llamad a entonces apertur a del segundo frent e de guerra , se produciría en Calai s (cerca de la fronter a con Bélgica) y no en las playas de Nor - mandía. Seis semana s despué s d e lanzad a l a invasió n e n Normandía, los alemanes seguían persistiend o en su erro r y ma n tema n gra n cantida d d e tropa s preparada s par a defender• se del ataque en Calais , en luga r de reforza r sus contingentes en Normandía; continuaba n convencidos de que los desembar• cos en este último luga r «instituían un a maniobr a de distrac • ción, previ a a l a verdader a invasión e n Calais . Est o fue u n erro r d e credulidad : los alemane s consideraro n veraces los informes según los cuales los aliados planeaba n invadi r Calais , credulidad, la s cuales tienen la ventaja de la brevedad pero no son tan espe• cífcas como la s frases que he adoptado. 169 cuand o e n verda d n o era n otr a cosa que u n engaño hábilmente urdido . Tomaro n e l engañ o (el pla n d e invadi r Calais ) como s i fuer a cierto . Un erro r exactament e opuesto fue el de Stali n cuando se negó a da r crédito a la s numerosas advertencias de sus espías infltrado s e n e l ejército alemán d e qu e Hitle r estaba a punt o d e lanza r u n ataqu e sobre Rusia . Fue u n erro r d e incredulidad : Stali n juzg ó que mentían esos informe s precisos de los espías alemanes . La distinción entr e los errore s de credulida d y los errores de incredulida d e s important e po r cuant o oblig a a l cazador d e mentira s a presta r atención a dos peligros gemelos. No hay modo de evitarlo s por complet o a ambos; a lo sumo, la alterna • tiv a consiste e n elegi r e l menos arriesgado . E l cazador d e mentira s tendrá qu e evalua r cuánd o l e conviene corre r e l riesgo de ser engañado y cuándo el de formula r un a acusación falsa . Lo que pierd a o gane sospechando del inocente o creyén• dole al mentiros o dependerá de la índole de la mentira , del carácter del mentiros o y de la propi a personalida d del cazador de mentiras . A veces un a de estas dos clases de errore s tiene consecuencias much o má s graves que l a otra ; e n ocasiones, ambos errore s son igualment e catastrófcos. No ha y ningun a regl a genera l en cuant o a cuál de ellos puede evitars e más fácilmente. A veces existe n en ambos casos la s misma s probabilidades ; también depende de cada mentira , de cada mentiros o y de cada cazador de mentiras . Al fnal del próximo capítulo, tra s analiza r los efectos del polígrafo y de compararlo s con el uso de los signos conductuales del engaño, paso revist a a las cuestiones que deberá considera r el cazador de mentira s cuando deba decidi r por cuál de los dos riesgos se inclina ; ahor a describiré la vulnerabilida d de cada indici o del engaño a estos tipos de erro r y las medidas de precaución que puede n adoptarse par a evitarlos . Ambos tipos de errore s obedecen a las diferencias indivi• duales, a eso que antes denominé el riesgo de Brokaw , consis• tent e en desatender a la s diferencias de conducta expresiva de los individuos . Ningú n indici o de l engaño , y a sea qu e s e 170 presente en el rostro o en el resto del cuerpo, en la voz o en las palabras, e s infalibl e —n i siquier a los datos que mid e e l polí• grafo sobre la activida d del sistema nervioso autónomo —. Los errores de credulida d se producen a raíz de que cierta s perso• nas, simplemente , no se equivocan nunc a al mentir ; y no me refer o sólo a los psicópatas sin o también a los mentiroso s naturales , as i como a quienes emplea n la técnica teatra l de Stanislavsk i o por algún otr o medio logra n creer en sus propias simulaciones o engaños. El cazador de mentira s debe recordar que la ausencia de un signo de engaño no es prueba de veraci• dad. Pero también la presencia de un signo de engaño puede ser falaz, llevand o al erro r opuesto, a un erro r de incredulida d por e l cua l s e juzg a mentiros o a alguie n que está diciend o l a verdad . U n estafado r podrí a emplea r deliberadament e u n indici o de l engaño a fi n de sacar provecho de la equivocada creencia de su víctima de que lo ha sorprendid o mintiendo . Es conocido el hecho de que los jugadore s de póquer apela n a esta triquiñuela, emitiend o l o que e n l a jerg a s e llam a u n "dat o falso". "Por ejemplo, durant e varia s horas , mientra s transcurr e la partida , un jugado r puede toser a propósito cada vez que hace u n bluf; s u contrincante , creyéndose astuto , tom a e n cuenta esta simultaneida d de los engaños y las toses. Entonces, e l prime r jugado r aprovechará un a 'man o brava ' e n que las apuestas ha n sido mu y altas y soltará unas toses... pero esta vez no va n acompañadas de ningún engaño: tiene una s carta s extraordinaria s y se llev a el abultad o pozo ante el desconcierto de su rival." 1 Lo que hizo el jugado r de este ejemplo fue provocar y explo• ta r un erro r de incredulidad ; pero más a menudo, cuando un cazador de mentira s incurr e en un erro r de esta índole, la persona identifcad a como engañador result a perjudicada . Lo que hace que algunas personas parezcan estar mintiend o cuando en realida d dicen la verda d no es un a tortuosida d sino algún rasgo peculiar de su comportamiento , un a idiosincrasi a expresi• va. Lo que en cualquie r otr o sería un indicio del engaño, no lo es en su caso. Por ejemplo, hay personas que habitualmente : 171 • habla n con frases indirecta s y circunloquios ; • hacen mucha s pausas, larga s o breves, al hablar ; • cometen muchos errores al hablar ; • utiliza n mu y pocas ilustraciones ; • realiza n numerosas manipulaciones ; • suelen mostra r en su semblant e signos de temor , desazón o rabia , con independenci a de sus reales sentimientos ; • presenta n expresiones faciales asimétricas. En todas estas clases de conductas ha y enormes diferencias entr e las personas, y son ellas las que da n orige n no sólo a los errore s de incredulida d sin o tambié n a los de credulidad . Llama r mentiros o a alguie n que se expresa siempre en forma sinuosa o indirect a es cometer un erro r de incredulidad ; pensar que dice l a verda d alguie n qu e habitualment e habl a d e form a fuid a y uniform e es cometer un erro r de credulidad . En este último caso, si el individu o miente , es probable que su discurso se vuelv a más sinuoso y cometa más equivocaciones al hablar , pero au n así puede pasar inadvertid o porque su maner a de habla r es much o más depurad a que la de la mayoría de la gente. La única maner a de reduci r los errores que obedecen al riesgo de Broka w es basar la propia opinión en los cambios que presenta la conducta del sospechoso. El cazador de menti • ras debe compara r el comportamient o habitua l del sospechoso con el que muestr a en el moment o en que se sospecha de él. Es probable que se desanime en un a primer a entrevist a ya que no tien e ningún criteri o de comparación, no ha tenid o oportunida d d e observa r u n cambi o e n e l comportamiento . N o e s difícil entonces que se cometa n errore s con ios juicio s absolutos, por ejemplo , "ell a está realizand o tanta s manipulacione s con sus manos que debe sentirs e molesta por algo que no quier e confe• sar". Los juicio s relativo s ("ella está realizand o mucha s más manipulacione s con sus mano s que de costumbre , po r lo tant o debe sentirs e molesta" ) son el único modo de disminui r los errore s de incredulida d provocados por las diferencias indivi • duales de estil o expresivo. Los jugadore s de póquer avezados lo 172 saben mu y bien , y memoriza n los "datos" (indicios de l engaño) peculiares de cada un o de sus oponentes regulares. 2 Si el cazador de mentira s no tien e más remedi o que formula r un juicio a parti r de un a única entrevista , ésta tendrá que ser lo bastante prolongada como par a permitirl e observar l a conduct a habitua l de l sospechoso. Por ejemplo, el cazador de mentira s intentará habla r un rat o de tema s que no provoque n ningun a tensión n i ansiedad. A veces l e será imposible . Par a u n sujet o que teme que se sospeche de él, toda la entrevist a puede resul • ta r estresante . E n ta l caso, e l cazador d e mentira s estará atent o a la posibilida d de comete r errore s por el riesg o de Brokaw , al desconocer las peculiaridade s de la conduct a de l sospechoso. Las primera s entrevista s son particularment e vulnerable s al error , además, por las diferencias entr e las personas en su modo de reaccionar ante un prime r encuentr o de est a índole. Algunas lo hacen con toda soltura , pues ha n aprendid o mu y bien las reglas de cómo se debe actua r en tales ocasiones, y por tant o la muestr a de comportamient o que ofrecen no es repre • sentativa . A otra s la primer a entrevist a les genera ansiedad , y tampoco en este caso (aunqu e por el motiv o opuesto) su conduc• ta ofrece un buen criteri o de comparación. Lo idea l es que el cazador de mentira s funde sus juicio s en un a serie de entrevis • tas, en la esperanza de establecer un mejo r criteri o comparati • vo a medida que aument a su familiarida d con el sujeto. Ha y quienes piensan que detectar mentira s es más fácil si la s perso• nas no sólo tiene n ciert a familiaridad , sino que se conocen ínti• mamente , pero no siempre es así: en los amigos o amantes , en los miembro s d e un a familia , entr e colegas, puede n surgi r puntos ciegos o prejuicios que impide n formarse un a opinión precisa sobre la base de los indicio s del engaño presentes en la conducta. Menos vulnerabl e al riesgo de Broka w es la interpretación de cuatr o fuentes de autodelación, a saber: los deslices verba • les, las peroratas enardecidas, los deslices emblemáticos y las microexpresiones . Esto s tiene n u n signifcad o propi o po r s í solos, si n necesida d d e establece r ningun a comparación . 173 Recuérdese e l ejempl o citad o po r Freud , e n e l que u n Dr . R., refriéndose presuntament e a l divorcio d e otr a persona, dijo: "Conozco a un a enfermer a que está enredada como cómplice de adulteri o e n u n proceso de divorcio. L a esposa pidió e l divorcio a su marid o califcand o a la enfermer a como cómplice, y él obtuv o e l divorcio" , cuand o e n realida d er a ella ( o sea, l a esposa) la que lo había obtenido. Par a inferi r de este desliz que el marid o de la histori a podía ser el propi o Dr . R., y que su desliz había sido causado por su deseo de obtene r él el divorcio y por ende no tene r que pasarl e a su esposa la cuot a mensua l por aumentos , etc., er a meneste r conocer la s leyes de la época: el adulteri o er a entonces un a de las pocas causas válidas de un divorci o legal ; sólo el cónyuge traicionad o podía gana r el juicio , y e l qu e obtenía u n dictame n favorabl e er a acreedor a una sum a permanente , y po r lo común considerable, en concepto de alimentos . Pero au n si n saber todo esto, el desliz de decir "él n en vez de "e//a" tenía un signifcado mu y concreto, entendibl e por sí solo: el Dr . R. deseaba que hubiese sido el marido , y no la esposa, el que hubier a obtenid o el divorcio. Los deslices no son como la s pausa s de l habla , qu e sólo resulta n entendible s cuand o su númer o o frecuencia cambia ; los deslices pueden comprenderse si n referenci a algun a al hecho de que la persona los cometa en un moment o más que de costumbre. Independientement e d e s u frecuencia , u n desli z verbal , microexpresió n o perorat a enardecid a revel a información , quiebr a el ocultamiento . Recordemos el ejemplo de un o de mis experimento s e n e l cual , a l ser "atacada" e n sus convicciones por el profesor, un a estudiant e replegó todos los dedos menos el mayor , en un desliz emblemático indecoroso, representativ o de su profund o disgusto. * A diferenci a de un a disminución de las ilustraciones , que exige cotejar la frecuencia actua l con la acos• tumbrada , el "dedo protuberante " es un a acción inusual , de signifcado consabido; y por tratars e de un desliz emblemático ( o sea, sólo d e u n fragment o de l movimient o emblemático total , que aparecía ademá s fuer a de la posición de presentación * Véase la pág. 104. (T. l 174 común), er a dabl e interpreta r qu e traslucía sentimiento s d e l a estudiant e que ell a pretendía ocultar . Cuand o Mary , l a pacien • t e que quis o disimula r su s plane s d e suicidio , pus o d e manifes • to un a microexpresión,* ese mensaj e de tristez a no necesitab a nad a má s par a se r entendido . E l hech o d e qu e l a tristez a aparecies e e n un a microexpresión y n o e n un a expresión norma l más prolongad a er a u n índice d e qu e Mar y procurab a ocultarla . Conoce r e l context o e n qu e s e llev a a cab o un a conversación pued e ayuda r e n l a interpretación de l exact o signifcad o d e un a mentira , per o los mensaje s qu e ofrece n los deslice s verbales , perorata s enardecida s y microexpresione s traiciona n información ocult a y so n signifcativo s po r sí solos . Esta s cuatr o fuente s d e autodelación (los deslice s verbales , la s perorata s enardecidas , lo s deslice s emblemático s y la s microexpresiones ) s e diferencia n e n u n mism o aspect o d e todos los demá s indicio s de l engaño : e l cazado r d e mentira s n o precis a conta r co n un a bas e d e comparació n par a evita r comete r errore s de incredulidad . Po r ejemplo , no tendrá qu e preocupars e de la interpretación que le dé a alguna s de esa s accione s e n un a primer a entrevista , y averigua r ante s s i n o constituy e un a acción habitua l e n e l sospechoso . Po r e l contra • rio: será afortunad o piara el cazado r de mentira s qu e el sospe• choso teng a tendenci a a esa s autodelaciones . Per o s i bie n están eximida s de la precaución de la familiarida d previ a a fi n de evita r los errore s de incredulidad , no lo están respect o de los errore s de credulidad : de la ausenci a de éste o cualquie r otro indici o de l engañ o n o pued e inferirs e qu e alguie n dic e l a verdad . N o todos los mentiroso s incurre n e n deslices , microex • presione s o perorata s enardecidas . Hast a ahor a hemo s vist o un a d e la s fuente s d e erro r e n l a detección del engaño: el riesgo de Brokaw , el hech o de no toma r e n cuent a la s diferencia s individuales . Otr a fuent e d e pertur • bacione s igualment e importante , qu e d a orige n a errore s d e incredulidad , e s e l erro r d e Otelo , e n e l qu e s e incurr e cuand o s e pas n por alt o qu e un a person a vera z pued e presenta r e l ' Wüs e la pág. t!> ! " ! 175 aspecto de un a persona mentiros a si está sometida a tensión. Cad a un o d e los sentimiento s que inspir a un a mentir a (explica• dos en el capítulo 3) y que son capaces de produci r un a autode- lación o un a pist a sobre el embuste , puede asimism o ser experi • mentad o por un a persona sincera, a raíz de otros motivos , si se sospecha de ella . Un individu o sincero ta l vez tem a que no le crean , y ese temo r puede confundirs e con el recelo a ser detec• tado que es propi o de un mentiroso . Ha y sujetos con grandes sentimiento s de culp a si n resolver acerca de otra s cuestiones, que salen a la superfcie tod a vez que alguie n sospecha que cometiero n un a falta ; y estos sentimiento s d e culp a pueden confundirs e con los que siente el mentiros o por el engaño en qu e está incurriendo . Por otr a parte , los individuo s sinceros quizá sienta n desprecio por quienes los acusan falsamente , o entusiasm o frente al desafío que implic a probar el erro r de sus acusadores , o place r anticipad o po r l a venganz a qu e s e tomarán: y los signos de todos estos sentimiento s pueden llegar a asemejarse al "deleite por embaucar " ta n propi o de algunos mentirosos . No son éstos los únicos sentimiento s que pueden presenta r tant o los sinceros de quienes se sospecha como los mentirosos ; aunqu e sus razones no sean las mismas , unos y otros pueden sentirs e sorprendidos o enojados, decepcionados, disgustados o angustiados ante las sospechas o las preguntas de quienes los interrogan . He llamad o a esto "e l erro r de Otelo " porque la escena de la muert e d e Desdémona , e n l a obr a d e Shakespeare , e s u n ejempl o excelente y célebre. Otel o acaba de acusarl a de amar a Casio y le pide que confíese su amor , y le dice que de todas manera s va a matarl a por serle infel . Desdémona le pide que l o hag a veni r par a da r testimoni o d e s u inocencia, pero Otelo l e mient e que y a l o hiz o mata r por lago , s u honrad o servidor. Desdémona comprende que no podrá proba r su inocencia y que Otel o l a matará si n para r miente s e n nada : Desdémona: ¡Ay, le ha n traicionado y estoy perdida! Otelo: ¡Fuera de aquí, ramera ! ¡Le lloras en mi cara ! Desdémona: ¡Oh, desterradme, mi señor, pero no me matéis! Otelo: ¡Abajo, ramera ! • 1 176 Otelo interpret a el temo r y la angusti a de Desdémona como reacción ant e la notici a de la presunt a muert e de su amante , y cree corroborada así su infdelidad . No se da cuent a de que aunque Desdémon a fuese inocent e padecerí a esas misma s emociones: angusti a y desesperación por el hecho de que su marido no le crea y por haber perdido la esperanza de proba r su inocencia con la muert e de Casio, y a la vez temo r de que Otelo la mate. Desdémona llorab a por su vida , su difícil situa • ción, la desconfanza de su esposo, no por la muert e de su amante. E l erro r d e Otel o e s asimism o u n ejempl o d e cóm o los prejuicios pueden inclina r tendenciosamente la opinión de un cazador de mentiras . Otelo está persuadid o de que Desdémona le es infe l antes de esta escena; pasa por alt o cualquie r otr a posible explicación de su comportamiento , no tom a en cuent a de que las emociones de Desdémona no prueba n nad a ni en un sentido n i e n e l otro . Quier e confrma r s u creencia, n o ponerl a a prueba. Aunqu e el de Otelo es un caso extremo , los prejuicio s constituye n a menudo un a distorsión del razonamient o y lleva n al cazador de mentira s a desestima r ideas, posibilidade s o hechos que no se ajusta n a lo que ya piensa. Y esto ocurr e au n cuando esos mismo s prejuicios lo haga n perjudicars e en algún sentido. A Otelo le tortur a su creencia de que Desdémona le miente , pero no por ell o se inclin a a pensa r en dirección opuesta, no por ello procur a reivindicarla . Interpret a la conduc• ta de Desdémona de un modo que confrm a lo que él menos desea, lo que le es más penoso. Esos prejuicio s que distorsiona n e l razonamient o de l cazador de mentira s llevándolo a cometer errore s de increduli • da d pueden originars e en mucha s fuentes. La falsa creencia de Otelo era obra de lago , su malévolo asistente , quie n estimulan • do y alimentand o sus sospechas provocó el derrumb e de Otelo en su propi o benefcio. Pero lago no habría tenid o éxito si Otelo no hubiese sido celoso. La s personas que por naturalez a ya son bastante celosas no precisan de ningún lag o par a que sus celos se movilicen . Prefere n confrma r sus peores temores descu• briendo lo que sospechan: que todo el mund o les miente . Los 177 suspicaces hace n un pésimo pape l como cazadores de mentiras , porque son propensos a caer en los errore s de incredulidad . Existen , desde luego, individuo s ingenuos que hacen lo contra • rio , n o sospecha n jamá s d e quiene s los embaucan , y así cometen errore s de credulidad . Cuand o es much o lo que está en juego , cuando el precio que podría paga r el cazador de mentira s si el sospechoso mient e es grande , au n la s personas n o celosas puede n apresurars e a formula r un juici o erróneo. Si el cazador de mentira s se enfure• ce, tem e ser traicionad o o ya experiment a la humillación que sentiría si sus peores temores fuera n infundados , ta l vez pase por alt o todo lo que podría tranquilizarl o y en cambio repare en aquell o que l o angusti a más aún. Aceptará ta l vez l a humilla • ción previ a al descubrimient o de que ha sido engañado, en vez de corre r el riesgo de padecer un a humillación todavía peor si el engaño se ratifcase . Es preferibl e sufri r ahora —parece que se dijera — y no soporta r el torment o de la incertidumbr e por el engaño temido . Tien e más temo r de creer en el engaño (por ejemplo , en comproba r qu e es cornudo ) que en no creer la verda d (comprobando que en rigor las acusaciones contra su esposa era n irracionales) . Esta s cosas no se resuelve n de maner a racional . El cazador de mentira s se conviert e en la víctima de lo que yo denomino un reguero de pólvora emocional. Sus emociones quedan fuera de control , adquiere n un impuls o propio , y en luga r de decrecer con el transcurs o del tiempo , como suele ocurrir , se intensifi • can . Se aferrará a todo aquell o que aliment e sus terrible s senti• mientos , magnifcand o su carácter destructivo . Cuando uno se hall a e n ese infern o emocional , nad a puede tranquilizarlo , porque lo que quier e no es ser tranquilizado . Más bien obra con vista s a intensifca r cualquie r emoción propia , convirtiend o el temo r e n terror , l a ir a e n furia , e l disgust o e n repulsa , l a desazó n e n angustia . U n reguer o d e pólvor a emociona l consume todo cuant o se le pone por delant e —objetos, personas desconocidas o personas amadas , y hast a el propio ser— hasta que se apaga. Nadi e sabe qué es lo que hace que esos regueros se inicie n o terminen . A todas luces, hay personas más suscep- 178 tibies a ello3 que otras . Y es obvio que si alguie n está en medi o de un proceso así no puede juzga r con propieda d a los demás , ya que sólo creerá aquell o que le haga senti r peor. Par a incurri r e n los errore s d e incredulida d —par a ve r u n engaño donde no lo hay — no se requier e un reguero de pólvora emocional, n i un a personalida d celosa, n i u n lago. Puede sospe• charse de un engaño porque ofrece un a explicación poderosa y conveniente frent e a lo que de otr o modo sería un a realida d enigmática. U n individu o que había trabajad o par a l a Agencia Centra l de Inteligenci a (CIA ) durant e veintioch o años escribió: "Como explicación causal , el engaño es intrínsecamente satis • factorio, precisamente por ser ta n raciona l y ordenado. Brind a una explicación conveniente y sencilla cuando no se dispone de otras que sean convincentes, ta l vez porque los fenómenos que se pretende explica r fuero n en verda d causados por equivoca• ciones, o por no haber seguido las órdenes que se dieron , o por otros factores desconocidos. Es conveniente porque los agentes de servicios de información son en genera l sensibles ant e la posibilidad del engaño, y detectarl o suele considerarse un signo de un análisis suti l y penetrant e (...) y es sencill a porque es posible converti r casi cualquie r dato mediant e el razonamient o a fn de amoldarl o a la hipótesis del engaño; más aún, un a vez formulad a dich a hipótesi s como posibilida d cierta , e s casi inmun e a la refutación". 4 Estas observaciones se aplica n en un ámbito much o mayo r que aquel en que opera n las fuerzas policiales o los agentes de los servicios de información. Un cazador de mentira s puede cometer errore s d e incredulidad , sospechando si n motiv o d e u n engaño porque así se explic a lo inexplicable , au n cuando eso impliqu e aceptar que el que ha traicionad o su confanza es su hij o o su padre, su amig o o su amante . Un a vez puesto en movi • mient o e l prejuici o segú n e l cua l e l ser querid o nos está mintiendo , actúa como un fltro frent e a la información que pudier a llega r a desmentirlo . Por lo tanto , los cazadores de mentira s deberían empeñarse en tomar conciencia de sus prejuicios respecto del sujeto de quien sospechan. Ya sea qu e tale s prejuicio s derive n de la 179 personalida d del cazador de mentiras , o de que está preso en un reguer o de pólvora emocional, o de su experiencia , o de lo que le dice n los demás , o de la s presiones propia s del trabaj o que realiza , o de la necesidad de reduci r la incertidumbre , una vez que se los reconoce expresament e ha y posibilidade s de evita r el interpreta r todo par a que se amolde a tale s prejuicios. Por lo menos, el cazador de mentira s podrá quizás adverti r que es víctima de sus propio s prejuicio s en demasía, como par a esta r en condiciones de juzga r si el sospechoso mient e o no. El cazador de mentira s debe procura r tener en cuenta la posibilidad de que un signo de una emoción no sea un indicio de engaño, sino un indicio de lo que siente una persona sincera cuando se sospecha que miente. Ese signo, ¿está referid o a la emoción que provoca mentir , o a la emoción que provoca ser falsament e acusado o juzgado? El cazador de mentira s debe estima r qu é emociones tendrá probablement e u n ciert o indivi • du o del qu e sospecha, no sólo en el caso de qu e mienta , sino también —y esto no es menos importante — en el caso de que dig a la verdad . Así como no todos los mentiroso s siente n lo mism o respecto de l acto de mentir , tampoco todos los veraces siente n lo mism o cuand o se sospecha de ellos. En el capítulo 3 explicamos cóm o averigua r s i u n mentiros o puede senti r temor de ser descubierto , culp a po r engañar o deleit e po r embaucar. Veamos ahor a cóm o puede n averiguars e la s emociones que tendría un a person a veraz si se sospecha que miente . Quizás el cazador de mentira s pueda saberlo po r conocer la personalida d de dich a persona. Ya he dicho que es menester que se familiaric e con el sospechoso par a reduci r los errores basados en la primer a impresión, que no tiene n en cuent a las diferencias individuale s en lo que atañe a los indicio s del engaño presentes e n l a conducta. Ahora , con un a fnalida d distinta , s e precisa u n tip o de conocimiento también diferente : hay que conocer ciertas características emocionales de l sospechoso a fn de desestimar los signos de alguna s emociones como indicios del engaño. No todos los individuo s siente n temor , culpa , rabia , etc., cuando saben que se sospecha que ha n mentid o o cometido un a falta ; dependerá en part e de su personalidad. 180 Un a persona que aprecie en alt o grad o su hono r ta l vez se enfade al enterarse de qu e sospechan que ha mentido , per o no tenga ningún temo r de qu e no le crea n y carezca de sentimien • tos de culp a indefnidos . Un timorat o si n confanza en sí mism o y que siempre supone que va a fracasar puede tene r mied o de que no le crea n pero no es probable que sient a rabi a ni culpa . Ya hemos mencionado a los individuo s ta n cargados de senti • mientos de culp a que también los siente n cuando se los acusa de un a falt a que no cometieron ; pero quizá jamá s se sienta n mu y temerosos, o enojados, o. sorprendidos , o acongojados, o excitados. El cazador de mentira s deberá desestimar un signo emocional como indicio de engaño si, debido a la personalidad del sospechoso, es probable que éste tenga dicho sentimiento aun cuando diga la verdad. ¿Qué emociones tendrá que deja r de lado? Bueno , eso depende de cada sospechoso, ya qu e no todas las emociones surge n en cada persona sincera que sabe que sospechan de ella . La emoción que sentirá un inocente si sabe que sospechan que ha cometido un a falt a depende asimism o de su relación con el cazador de mentiras , de lo que pueda indica r la histori a de ambos. En Pleito de honor, el padre de Ronnie sabía que éste lo consideraba un a persona justa . Nunc a l o había acusado falsa • mente a Ronnie ni castigado cuando no tuv o la culpa . Esa rela • ción entre ambos hacía que el padre pudier a despreocuparse de la ambigüedad de los signos de temo r como indicadore s de verdad/mentira . N o había motivos par a que e l chico temier a n o ser creído, sí los había par a que temier a ser atrapad o en caso de haber mentido . La s personas que suelen acusar falsament e a otras , las que en repetida s oportunidade s no cree n a los sinceros, establecen con ellos un a relación que vuelv e ambiguo s los signos de temor , los vuelve ta n probables representante s de l a verda d como de l a mentira . Un a esposa a quie n mucha s veces se la ha acusado si n razón de mantene r relaciones extra - conyugales , y qu e pese a su inocenci a ha sid o sometid a a maltrato s verbales o físicos, tiene motivo s par a temer , ya sea que la próxima vez mient a o diga la verdad . Su marid o perdió, entr e otras cosas, el criteri o que le servía par a distingui r dichos 181 signos como evidencia de mentira . El cazador de mentira s debe desestimar un signo emocional como indicio del engaño si, por la relación que mantiene con el sospechoso, es probable que éste tenga dicho sentimiento aun cuando diga la verdad. E n u n prime r encuentr o s e puede sospechar que alguie n mient e po r más que no hay a habid o ningun a relación con esa persona e n e l pasado. S i s e trat a d e un a cit a amorosa, ta l vez se sospeche que esa persona ocult a el hecho de esta r casada; si e s un a entrevist a laboral , e l candidat o puede duda r cuando e l empleado r le dice qu e aún debe entrevista r a otros antes de toma r un a decisión; s i e s u n interrogatori o policial , e l delin • cuente no le creerá al interrogado r que le dice que su compin • che ya confesó y presentó testimonio s en su contra ; en un a operación inmobiliaria , e l comprador sospechará del vendedor cuand o éste dice que un a ofert a ta n baja como la que le ha hecho n o será n i siquier a tenid a e n cuent a por e l dueño d e l a propiedad . L a falt a d e un a relación previ a con e l sospechoso deja doblement e en desventaja al cazador de mentiras : al no conocer s u personalida d n i habe r tenid o trat o con é l e n e l pasado, nad a le indic a qué emociones tien e que desestimar, por ser los sentimiento s auténticos del individu o al ve r que sospe• cha n de él. Pero au n en ese caso, conocer las expectativas del sospechoso respecto del cazador de mentira s puede servi r de base par a evalua r si están presentes estas emociones. No todo sospechoso tien e un a clar a expectativ a sobre cual • quie r cazado r d e mentiras , y n o todo s los qu e las tiene n comparte n la s misma s expectativas. Supongamos que se sospe• cha de un a emplead a que tiene libr e acceso a documentación reservad a y a la que se ha vist o relacionars e confdencialment e con personas a la s que el FB I considere sospechosas de ser agentes soviéticos. Supongamos que l a muje r piens a que e l FB I es de confanza , prácticamente infalible : en este caso, los sínto• ma s d e mied o po r s u part e s e tomará n com o indicio s signifcativos , qu e se interpretarán como signos de aprensión ant e la idea de ser desenmascarada. Pero supongamos que la muje r piens a que e l FB I está compuesto por gente inept a o dad a a cataloga r arbitrariament e y a toda costa a las personas; 182 en este caso la s eventuale s manifestacione s de mied o no podrán tomars e en consideración: podría ser el mied o a no poder demostra r la propi a inocencia cuant o el de ser descubier• ta. El cazador de mentira s tendrá que desestimar un signo emocional como indicio de engaño si, debido a las expectativas del sospechoso sobre él, es probable que tenga dicho sentimien• to aun cuando diga la verdad. Hast a ahor a nos hemos ocupado solamente de la confusión que provocan los sentimiento s de un individu o sincero cuando sabe que se sospecha de él. Pero esas reacciones pueden aclara r en vez de confundir , ayuda r a distingui r al sincero de l mentiro • so. La confusión se presenta cuando tant o el sincero cuant o el mentiros o podrían tene r igua l reacción ant e l a sospecha; l a claridad , cuand o e s probabl e qu e su s reaccione s e n tale s circunstancias sean distintas . Un a persona tendrá sentimien • tos totalment e distinto s respecto de las sospechas que ha y sobre ella si dice la verda d o si miente . Tenemos un ejemplo en Pleito de honor. El padre de Ronni e contaba con información mu y concreta (l a personalida d de su hij o y la relación de ambos en el pasado), la cua l le permitía hacer un a valoración mu y just a de cómo se sentiría Ronni e en los dos casos: mintiend o o diciendo la verdad . Sabía que Ronnie no era ni un psicópata ni un actor nato ; también sabía que no lo abrumaba n sentimiento s de culp a y que los valores del niño era n los que él le había inculcado. Pudo conclui r que si Ronnie le mentía, la culp a que ib a a senti r por su engaño sería mu y grande. Recordemos que la mentir a habría consistido en que Ronnie negase habe r robado, en caso de haberl o hecho real • mente. El padre conocía el carácter de Ronnie y sabía perfecta• mente que se sentiría culpabl e de un delit o de esa índole, inde • pendientemente de que después lo asumiese o lo negase. Por consiguiente, si Ronnie en efecto había robado y quería ocultar • lo, podrían traicionarl o dos fuentes de sentimiento s de culp a mu y intensos: la culp a por el delit o que ocultab a y la culp a por mentir . E n cambio, s i Ronnie decía l a verda d a l negar s u robo, no tendría que sentirs e culpable. Por otr o lado, el padre sabía que su hij o confaba en él. La 183 relación de ambos en el pasado hacía que Ronnie aceptase de bue n grad o 3a afrmación del padr e en el sentid o de que le ib a a creer s i Ronni e l e decía l a verdad . Ronni e n o tenía po r qué temer , entonces, qu e no le creyesen. A fn de aumenta r su recelo a ser detectado, el padr e (como se lo haría con un polí• graf o artifcial ) declaró rotundament e qu e a él no lo podía engañar: ".. . si me mientes , lo sabré, porque entr e tú y yo no puede esconderse ningun a mentira . Lo sabré, Ronnie.. . así que antes de hablar , acuérdate de esto". Y Ronni e le creyó, presu • miblement e basándose en su relación de toda la vid a con el padre . Ronni e tení a motivo s par a teme r se r atrapad o s i mentía. Po r último, el padre le ofreció perdonarl o en caso de confesar su falta : "S i lo hiciste , debes decírmelo. No me enfada• ré contigo, Ronnie.. . siempr e y cuando me cuentes la verdad" . Con esto, lo que hace el padre es aumenta r la importanci a de lo que está en juego : en caso de mentir , Ronnie sufriría la ir a paterna . Probablement e también se habría sentid o avergonza• do, y esto podría haberl o llevado a oculta r su acto. El padre debería haberl e dicho algo así como que es mu y comprensible que un chico como él ceda a la tentación, pero que lo importan • te es no oculta r las propia s falta s sino admitirlas . Un a vez evaluada s la s emociones que Ronni e sentirá si mient e (temo r y culpa) , y contando con un a base par a saber que no es igualment e probable que las tenga si dice la verdad , aún debe e l padr e da r otr o paso par a reduci r sus posibles errores en la interpretación de los indicio s de l engaño. Debe asegurarse de que si Ronnie dice la verda d no sentirá ningun a emoción semejante , en sus manifestaciones , al temo r o a la culpa , que podría confundi r sus juicio s sobre la veracida d de su hijo . Ronni e podría esta r enfadado con su maestr o de la escuela por haberl o acusado falsament e de ladrón: deberán desestimar• se, pues, los signos de enfado o rabia , en particula r si la charl a gir a e n torn o d e la s autoridade s escolares. Probablement e Ronni e esté acongojado por lo que le está pasando en esas circunstancias , y esa perturbación se refer e a su situación genera l y no a la mención de un aspecto específco. Así pues, el padr e de Ronni e podrá interpreta r su temo r y sentimiento s de 184 culpa como signo de que miente , pero la rabi a o la congoja ta l vez estén presentes aunque diga la verdad . Per o l a interpretació n d e lo s signo s conductuale s de l engaño pued e seguir siendo azarosa au n cuand o la s cosas estén bien claras , como en este caso —cuando se sabe qué emociones podría tene r el sospechoso en caso de menti r o de deci r la verdad, y cuando esas emociones no son idénticas —. Y ello se debe a qu e muchas conductas son signo de más de una emoción, y en tal caso debe desestimárselas si algunas de dichas emociones pueden aparecer cuando el sujeto dice la verdad y otras cuando miente. Los cuadros 1 y 2 que fguran en el "Apéndice", al fnal de este volumen , permite n verifca r rápi• damente qué emociones producen cada indici o conductual . Supongamo s que e l padr e d e Ronni e advirti ó qu e éste estaba sudand o y tragab a saliv a con frecuencia. Esos signos no le servirían de nada , pues corresponden a tod a emoción, ya sea positiva o negativa : si Ronnie mentía, aparecerían por su temo r o culpa , y si decía la verdad , po r su desazó n o su enojo. También debería descartarse su aument o de las manipulacio • nes , pue s cualquie r emoció n negativ a l o provoca . Inclus o tendrían que dejarse de lado los signos que sólo corresponden a algunas de las emociones negativas , como un a disminución del tono de voz: si éste fuera provocado por la culpa , sería indici o de que se está mintiendo , pero también podría obedecer a la desazón o a la tristez a —y Ronnie bie n puede sentirs e acongo• jado ya sea que mient a o diga la verdad — . Unicament e podrían interpretars e como indicio s de l engañ o la s conducta s qu e señalan temo r o culp a pero no rabia , tristez a ni desazón; por otr a parte , las conductas que señalan rabi a o desazón pero no temor o culp a podrían interpretars e como indicio s de sinceri • dad. Si examinamo s los cuadros 1 y 2 de l "Apéndice" advertire • mos que la s conductas que podrían mostra r que Ronnie mient e son las siguientes : deslices verbales , deslices emblemáticos, microexpresiones y movimiento s de los músculos faciales fde• dignos. Esta s son las únicas conductas capaces de indica r en este caso cómo distingui r con precisión el temo r o culpa , de la 185 rabi a o desazón. Dich o sea de paso, tampoco serviría de nada aplicarl e a Ronni e la prueb a de l polígrafo, ya que éste sólo mid e la activación emocional en general , pero no nos dice qué emoció n particula r ha sido despertada . Culpabl e o inocente, Ronni e se habría emocionado. Si bie n las investigaciones sobre l a exactitu d d e dich a prueb a ha n mostrad o que los resultados del polígrafo son mejores que los obtenidos al azar, en algunos de tales estudios aparecieron muchos errores de incredulidad . Analizaré sus resultado s en el próximo capítulo. Como ha mostrad o mi análisis de Pleito de honor, estima r la s emociones que sentiría un sospechoso si dijer a la verdad , y saber si ellas serían diferente s en caso de mentir , es complica• do. Exig e saber mucha s cosas sobre el sospechoso; a menudo, no se contará con un conocimiento ta n preciso par a efectuar esa evaluación, y cuando lo haya , ta l vez no permit a identifca r quién miente . Ese conocimiento podría indica r que probable• ment e el sospechoso sient a la mism a emoción si mient e o si dice la verda d (como en el ejempl o de Desdémona) ; y aunque ese exame n sugier a que la s emociones sentida s en un o y otro caso serían distintas , los indicio s conductuale s puede n ser ambiguos , ningun o de ellos lo bastant e específco par a discrimi • na r precisamente aquellas emociones que sí permitirían dife• rencia r al mentiros o de l sincero. En un caso así (o sea, cuando no se sabe lo sufcient e como par a evalua r la s emociones del sospechoso, o cuando la presunción es que sentiría las mismas emociones ya sea que esté mintiend o o diga la verdad , o cuando el mentiros o y el sincero tendrían emociones diferentes pero sus signos conductuales son ambiguos) , el cazador de mentira s no podrá recurri r a los indicio s del engaño vinculado s con las emociones.* Sólo advirtiend o en qué casos se encuentr a en esa situación, podrá el cazador de mentira s evita r cometer errore s de incredu • lida d y a la vez ser lo bastant e precavido como par a saberse * No se debe olvidar que ha y otros indicios que no se vinculan con una emoción en particular , como los deslices verbales, los deslices emblemáticos y la s peroratas enardecidas. 186 vulnerabl e al engaño, y no cometer errore s de credulidad . Por supuesto, a veces el análisis de las emociones que podría senti r el mentiros o y de la s que podría senti r un a persona veraz po r sospecharse de ella , ayudará a atrapa r al que miente . Como muestr a el ejemplo de Pleito de honor, dicho análisis identifca • rá los indicio s que son signos inequívocos de sincerida d o de engaño, y aliviarán la tare a de l cazador de mentira s alertándo• lo sobre las conductas que debe investigar . Mi explicación de los peligro s y precauciones que deben tomarse en la detección del engaño ha abordado solamente , hast a ahora , aquellas situaciones en que el sospechoso sabe que se sospecha de él. Pero ha y personas sinceras que jamá s advierte n que, en algún momento , alguie n que sospecha de ellas está vigiland o cada un a de las palabra s que pronuncian , cada ademán y cada gesto facial ; y también hay personas since• ras que creen esta r sometidas a ese escrutini o cuando no es así. Los mentirosos no siempre saben si sus víctimas sospechan o no de ellos. Un a meditad a excusa cuya fnalidad es aleja r toda sospecha puede hacer surgi r dudas en la ment e de un a víctima antes confada . La s propia s víctimas , a l sospechar que la s engañan, pueden a su vez menti r respecto de sus sospechas, ocultándolas par a induci r a l victimari o a que haga u n movi • mient o en falso. Y hay otra s razones por las cuales la víctima puede tranquiliza r al mentiros o haciéndole creer qu e confía en él. En el contraespionaje, cuando se descubre a un espía, ta l vez no se le diga durant e un tiemp o que ha sido descubierto, para poder hacer llega r información falsa al enemigo a través de él. También ha y víctimas qu e oculta n el hecho de haber sido engañadas par a disfruta r por un tiemp o de esa inversión de los papeles: ahora es la víctima la que observa cómo el mentiros o sigue urdiend o sus invenciones, si n percatarse de que aquélla sabe que todo lo que dice es falso. Si el sospechoso no sabe que se sospecha de él, esto puede acarrea r benefcios o perjuicio s al cazado r de mentiras . Si ignor a que cada un o de sus movimiento s es escrutad o por un a víctima suspicaz, ta l vez no se preocupe de borra r sus huellas , ni de prever las pregunta s que se le va n a formular , ni de 1#7 prepara r excusas, n i d e planea r s u estrategi a por anticipado , n i de mostrars e cauteloso de algún otr o modo, A medid a que transcurr e el tiemp o y la víctima parece haberse tragad o el anzuelo, quizás el mentiros o se descuide tant o que su exagera• da confanz a lo llev a a cometer errores. Este es un benefcio par a e l cazador d e mentiras , pero l o contrarrest a l a probabili • da d de que un mentiros o ta n seguro de sí mism o como para volverse torpe no va a obra r con much o recelo a ser detectado, val e decir , se gana n errore s po r descuido, pero al precio de perde r los errore s cometidos po r el recelo a ser detectado. No sólo se sacrifca n los indicio s del engaño generados por dicho recelo, sin o que además se pierde n los efectos turbadore s de ese temo r que , al igua l que la confanza exagerada, puede lleva r al mentiros o a planea r ma l su proceder. Y quizá la pérdida más important e sea la de l temo r atormentado r a ser capturado , que difícilmente será lo bastant e intens o como par a motiva r una confesión de l mentiros o s i éste ignor a que alguie n l e está siguiend o e l rastro . Ross Mullaney , un especialista en adiestra r a los interroga • dores policiales, aboga por lo que él llam a "la estrategi a del caballo de Troya" : el ofcia l de policía simul a creerle al sospe• choso todo lo que dice a fn de logra r que habl e lo más posible y quede enredad o en sus propia s maquinaciones . Aunqu e así disminuirá ta l vez su recelo a ser detectado, es más probable que cometa algún erro r revelador ; según Mullaney , "e l policía debe alentarl o a que siga con su engaño, pidiend o más y más detalles de lo que el sospechoso inventa . Realmente , también él lo engaña al simula r creerle (...), pero esto no causará ningún perjuici o a l individu o s i dice l a verdad . S i e l policía estaba errad o en sus sospechas primitiva s [esta técnica de interrogato • rio ] n o causar á ningun a injusticia . E l único que tien e que temerl e es el que engaña". 5 Est a técnica recuerd a el consejo de Schopenhauer: "S i hay motivo s par a creer que alguie n nos está mintiendo , debemos proceder como si creyéramos cada un a de sus palabras . Est o lo alentará a segui r adelante , haciendo afr • maciones cada vez más vehementes , hast a que al fn termin e traicionándose". 6 188 Creer que e l destinatari o confía si n dud a hará merma r e l recelo a ser detectado de mentiroso , pero es difícil saber hast a qué punt o eso puede afectar otros sentimiento s suyos. Alguno s mentirosos pueden senti r u n mayo r sentimient o d e culp a por engañar a un destinatari o confado que a un o suspicaz; otros , en cambio, se sentirán menos culpables si el destinatari o confía en ellos, y lo racionalizarán diciéndose que como no lo tortura n las sospechas, no le hace ningún daño; y hast a puede autocon - vencerse d e qu e e l móvil principa l d e sus mentira s e s l a bondad , e l deseo d e n o heri r l a susceptibilida d de l otro . También el deleite por embauca r puede o bie n aumenta r o bie n disminui r si el mentiros o sabe que su destinatari o confía en él: embaucar a un a víctima totalment e ingenu a puede resulta r una delicia por el menosprecio que provoca hacia ella , pero no menos excitant e puede ser engañar a alguie n que sospecha, por el desafío que ello implica . N o hay modo d e predecir, entonces, s i u n mentiros o incurri • rá en más o menos errores en caso de que su víctima le hag a saber que sospecha de él. Por supuesto, es posible que sus sospechas sean infundadas , que el sospechado sea inocente . ¿Será más fácil afrma r que u n sospechoso dice l a verda d cuando no sabe que sospechan de él? En su ignorancia , no tendrá miedo de que no le crean ; tampoco experimentará temo r o desazón; y por más que lo invad a la culpa , carecerá de oportu • nidades par a actua r como si estuviese en falta . Todo esto es positivo, ya que en ta l caso los signos de cualquier a de esas emociones pueden ser interpretado s simplement e como indicio s del engaño, despreocupándose de que sean en cambio product o de los sentimiento s de alguie n sincero frent e a las sospechas ajenas. Pero como ya dijimos , por este benefcio se pag a el precio de que ciertos sentimiento s generados por la mentir a (en particular , el recelo a ser detectado) sean más débiles, en caso de que el sospechoso realment e mienta . Cuando el sospechoso ignor a que se sospecha de él, el cazador de mentira s tien e menos probabilidades de incurri r en errores de incredulidad , ya que sus signos emocionales, cuand o los haya , serán casi siempre indicios del engaño; pero es más probable que cometa 189 errore s de credulidad , ya que los sentimiento s que provoca el menti r n o serán ta n intensos como par a traiciona r a l mentiro • so. Es probable que ocurr a lo contrari o si la sospecha se explíci• ta : habr á má s errore s de incredulida d y menos errore s de credulidad . Otro s dos problema s complica n l a situació n e impide n determina r s i e l cazador de mentira s estará o n o e n mejor situació n s i e l sospechoso n o sabe qu e ha y sospechas. E n prime r lugar , ta l vez e l cazador d e mentira s n o tenga otra opción: no en todos los casos el destinatari o puede oculta r sus sospechas, y au n cuand o pueda , no todos los qu e creen ser objeto de un engaño querrán oculta r esa sospecha, mintiend o par a atrapa r al mentiroso . Finalmente , no todo cazador de mentira s tien e el talent o par a menti r que exige engañar si n ser descubierto. El segundo problem a es más grave. Al trata r de oculta r sus sospechas, el cazador de mentira s corre el riesgo de falla r en su ©cuitamiento si n dars e cuenta . ¡Por ciert o no puede confar en que el mentiros o será sincero en este caso! Alguno s mentirosos se enfrentarán con osada arroganci a a sus destinatario s al adverti r qu e éstos sospechan de ellos, sobre todo si están en condiciones de deja r al desnudo su ocultamient o de tales sospe• chas. Ta l vez el mentiros o adopte un a actitu d virtuos a y se sient a indignad o y herid o porque no se le comunicaro n esas sospechas con franqueza , privándolos así injustament e de una oportunida d par a reivindicarse . Est a tret a ta l vez n o sea convincente, pero puede a l menos intimida r durant e u n tiempo. Pero no todo mentiros o será ta n desfachatado. Alguno s oculta• rán su descubrimient o de que el destinatari o sospecha para gana r tiemp o y así borra r sus huellas , prepara r un a escapato• ria , etc. Po r desgracia, el mentiros o no es el único que quizás oculte ese descubrimiento : también un a persona veraz puede oculta r que ha descubierto que sospechan de ell a par a evitar un a escena, o par a gana r tiemp o en la esperanza de reuni r prueba s en su favor , o par a toma r medida s que consideren positiva s quiene s sospechan de ellos, en caso de pensar que actuaro n ignorand o tales sospechas. 1$% Un a de las ventaja s de revela r las sospechas es que se evit a esta maraña de incertidumbres : al menos el destinatari o sabe que el sospechoso sabe que se sospecha de él. Inclus o un sujeto sincero puede, igua l que un mentiroso , trata r de oculta r todo sentimiento que le provoque la suspicacia ajena. Un a vez admi • tida expresamente la sospecha, el mentiros o procurará oculta r su recelo a ser detectado, per o po r otr a part e el qu e no es mentiroso puede trata r de oculta r su temo r a que no le crean , o su rabi a y desazón por las sospechas ajenas, a fn de que no se tomen estos sentimiento s como evidencia de que miente . Si sólo los mentirosos ocultasen sentimientos , sería más fácil detectar • los; pero en ta l caso, muchos de ellos tendrían la astuci a sufi • ciente como par a mostra r algunos de sus sentimientos . S i l a víctima revel a francament e sus sospechas, ha y otr a ventaja: puede recurri r a la llamad a "técnica de lo que conoce e l culpable". Davi d Lykken , u n especialista e n psicología fsio • lógica que ha criticad o el uso de l polígrafo como detecto r de mentiras , piensa que dicha técnica puede mejora r la efciencia del aparato. En esa técnica, el interrogado r no le pregunt a al sospechoso si cometió o no el crimen , sino que lo indag a acerca de ciertos datos qu e sólo el culpable puede conocer. Supóngase que se sospecha que alguie n cometió un asesinato: el sospecho• so fue vist o cerca de l luga r de l crimen , tenía un motiv o válido para cometerlo, etc. Empleand o la técnica de lo que conoce el culpable, se le harían un a serie de pregunta s en un cuestiona• rio de elección múltiple. En cada pregunta , un a de la s opciones describe siempr e lo que en efecto sucedió, en tant o qu e las otras, igualment e admisibles , describen sucesos que no aconte• cieron. Sólo el culpabl e está en condiciones de saber diferencia r esto. Por ejemplo, quizá se le pregunte : "¿La persona asesinada yacía en el suelo con el rostr o vuelt o haci a arrib a o haci a abajo, o estaba de costado o sentada?". Después de leer las opciones, el sujeto debe contestar "No " o "N o sé". Sólo el culpabl e sabe que la víctima fue encontrad a de espaldas. En sus experimen • tos de laboratori o sobre las mentiras , Lykke n comprobó que los individuo s culpables que poseen este conocimiento presenta n una alteración en la activida d de su sistema nervioso autóno- 19 1 mo , alteración que el polígrafo puede capta r cuand o se les mencion a l a alternativ a verdadera , mientra s que los inocentes responden má s o menos igua l ant e todas la s alternativas . Pese a los intento s de ocultamient o de lo que saben, los culpables son detectados con el pob'grafo mediant e esta técnica. 7 La virtu d que posee la prueb a de lo que conoce el culpable es que en ell a la s reacciones inusuale s no pueden atribuirs e a los sentimiento s de un inocent e derivados de la s sospechas que pesan sobre él. Au n cuand o e l inocente tem a qu e n o l e crean , o esté furios o porqu e sospechan de él, o acongojado po r la situa • ción en que se encuentra , sólo por azar podría tene r un a reac• ción emociona l más intens a ant e "l a persona asesinada yacía car a arriba " que ant e las otra s alternativas . S i s e emplea n mucha s de estas pregunta s de elección múltiple, todas las reac• ciones inusuale s que pudier a tene r u n inocent e terminarán dividiéndose entr e las alternativa s verdadera s y la s falsas. Así pues, l a técnica d e l o que conoce e l culpabl e elimin a e l mayor riesgo: los errore s de incredulida d procedentes de confundi r los sentimiento s de un inocente ant e las sospechas con los senti • miento s d e u n mentiroso . Por desgracia, esta técnica prometedor a no ha sido someti• da a sufciente s investigacione s par a evalua r su precisión, y los estudios realizados n o permite n afrma r qu e sea siempre ta n exacta como l o sugiere e l trabaj o origina l d e Lykken . E n u n reciente inform e de la Ofcin a de Evaluación Técnica en el que se examina n los resultado s obtenidos con el polígrafo, se señala qu e l a técnic a d e l o qu e conoce e l culpabl e "...detect ó u n porcentaj e promedi o de sujetos culpables algo meno r que el exame n habitua l [practicad o con el polígrafo]". Se comprobó que la proporción de errore s de credulida d er a comparativa • ment e mayor , y meno r en cambi o la de errore s de increduli • dad. » De todas maneras , la técnica de lo que conoce el culpable tien e un uso mu y limitad o fuer a de los interrogatorio s que se les realiza n a los delincuentes . Mu y a menudo , la persona que se cree víctima de un engaño no cuent a con la información que tien e e l engañador, y si n ell a l a técnica e s inaplicable . E n l a 192 novela de Updike , Marry Me, Rut h sabía qu e mantenía relacio• nes amorosas extraconyugales, y con quién; su marido , Jerry , sólo tenía sospechas, y como carecía de un a información que sólo la persona culpable podría poseer, en este caso no podría haber apelado a la técnica que comentamos. Par a emplearla , el cazador de mentira s debe saber lo que sucedió , aunqu e no conozca con certeza quién lo hizo. Aunqu e e l cazador d e mentira s conociese las diferente s alternativas , la técnica no le serviría par a averigua r cuál de ellas sucedi ó efectivamente . Ell a exige poseer certidumbr e absoluta sobre el hecho o suceso ta l como aconteció, siendo el interrogant e únicamente si lo perpetró o no el sospechoso. Si la pregunt a es: ¿qué hiz o esa persona?, ¿qué siente esa persona?, vale decir, si el cazador de mentira s no sabe qué es lo que hizo el sospechoso, no puede aplicarla . PRECAUCIONE S QU E DEBE N TOMARS E A L INTERPRETA R LO S INDICIO S CONDUCTUALE S DE L ENGAÑ O Evalua r los indicios de l engaño e s problemático. E n l a list a que ofrecemos a continuación se resume n todas las precauciones que deben adoptarse par a reduci r los riesgos mencionados en este capítulo. El cazador de mentira s ha de evalua r siempre la probabilidad de que un gesto o expresión indiqu e veracidad o mentira ; rar a vez podrá estar totalment e seguro. En los casos en que lo esté —cuando un a emoción contradiga la mentir a que se delata en un a macroexpresión facial , o cuando en un a perorat a enardecida un a part e de la información ocult a desborde en las palabras— , también el sospechoso se dará cuenta, y confesará. 1. Trata r de explicítar los fundamento s de toda intuición o sospecha sobre l a posible mentir a d e alguien . A l toma r mayo r conciencia de la form a en que interpret a los indicio s conductua - les de l engaño, el cazador de mentira s aprenderá a discerni r sus errores y a admiti r que en algunos casos no tiene muchas posibilidades d e formula r u n juici o correcto. 193 2. Recordar que en la detección del engaño se corre n dos peligros : cometer errore s de incredulida d (juzga r mentiros a a un a person a veraz ) y comete r errore s d e credulida d (juzga r vera z a l mentiroso) . N o ha y modo d e evita r po r complet o estos dos tipo s de errores ; lo que debe hacerse es analiza r las conse• cuencias y riesgos de unos y otros. 3. La ausencia de todo signo de engaño no es prueb a de veracidad : alguna s persona s n o s e autodelata n nunca . L a presencia de un signo de engaño no es siempr e prueb a de que lo hay : alguna s personas se muestra n molestas o culpables por más que sean inocentes. Es posible reduci r el riesgo de Brokaw , debido a las diferencia s individuale s en la conducta expresiva, si los juicio s qu e se formula n están basados en el cambio producid o en la conducta del sospechoso. 4. Autoexaminars e acerca de los prejuicio s que un o pueda tene r sobre el sospechoso, y preguntars e si acaso ellos no podrán torcer las posibilidade s de formula r un a opinión correc• ta . N o ha y qu e juzga r que alguie n mient e o n o s i uno está asediado po r los celos o en medi o de un reguer o de pólvora emocional. Debe evitars e la tentación de sospechar la existen• ci a d e un a mentir a qu e explicaría acontecimiento s d e otro modo inexplicables . 5. Debe contemplars e siempr e la posibilida d de qu e un signo emocional no sea indici o de ningún engaño, sino de cómo se sient e un a person a vera z de quie n se sospecha que ha mentido . Debe desestimarse un signo emocional como indicio del engaño sí un sospechoso inocente puede senti r esa mism a emoció n debid o a su personalidad , o a la relación que ha mantenid o en el pasado con el cazador de mentiras , o a sus expectativa s respecto de la conducta de éste. 6. Tene r en cuent a que mucho s indicio s de l engañ o son signos de más de un a emoción, y los que lo son deben desesti• mars e en caso de que un a de esas emociones podría ser experi • mentad a por u n sujeto inocente y l a otr a por u n mentiroso . 7. Ha y que averigua r si el sospechoso sabe o no que se sospecha de él, y conocer cuáles son las ventaja s y desventajas que amba s situaciones presenta n par a la detección de l engaño. 194 8. Si se tien e conocimiento de datos que el sospechoso sólo podría conocer en caso de esta r mintiendo , y puede interrogár• selo, aplica r la técnica de lo que conoce el culpable . 9 . N o llega r nunc a a un a conclusió n defnitiv a basad a exclusivament e e n l a interpretació n propi a d e los indicio s conductuales del engaño. Estos sólo deben alerta r al cazador de mentira s a qu e prosig a su investigación y su búsqued a de información. Los indicio s del engaño, como el polígrafo, jamá s suministra n pruebas absolutas. 10. Usa r la list a que aparece en el cuadr o 4 del "Apéndice" para evalua r l a mentira , a l mentiros o y a l cazador d e mentiras , n fi n de estima r la probabilida d de cometer errore s o de juzga r correctamente la inocencia o veracida d de un sujeto . También es problemático trata r de discerni r la s mentira s mediante el polígrafo. Si bie n aquí mi enfoque se centr a en los indicios conductuales del engaño (y no en el polígrafo), y en un a ampli a varieda d de situaciones en las que la gent e mient e o puede sospecharse qu e mient e (y no en los estrechos límites de u n exame n practicad o con e l polígrafo), e n e l próxim o capítulo m e ocupar é d e analiza r los resultado s obtenido s co n est e instrumento , que se utiliz a en diversas circunstancia s impor • tante s (contraespionaje , crímenes , y , e n medid a cada vez mayor, en el mund o de los negocios). Creo que mi análisis de las mentira s en este capítulo y los anteriore s puede ayuda r a comprender mejo r las ventaja s y desventajas de la detección de mentira s mediant e e l polígrafo. Por otr a parte , l a consideración de los problemas que se presenta n par a establecer la exactitu d de este aparat o ayudará al cazador de mentira s a comprende r mejor los riesgos inherente s a la detección mediant e los indi • cios conductuales del engaño. Además , se plante a un a intere • sante cuestión de tip o práctico: ¿es el polígrafo má s preciso qu e esos indicios conductuales par a la detección de las mentiras ? 195 7 E l polígrafo como cazado r d e mentira s Un ofcia l de policía de otr a ciuda d de Californi a presentó un a solicitu d par a incorporars e a nuestr o departamento . Por su aspecto parecía un a muestr a ejempla r de lo que debe ser un policía; conocía los códigos y, como ya tenía experiencia policial previa , er a aparentement e e l candidat o ideal . Durant e l a entre • vist a previ a a la prueb a de l polígrafo no declaró nada ; sólo cuando el polígrafo indicó que estaba mintiend o admitió haber cometido 12 robos mientra s se hallab a en cumplimient o de sus funciones, utilizand o el automóvil policia l para traslada r los artículos robados; tambié n confesó qu e introduj o narcóticos robados entr e las pertenencias de ciertos sospechosos a fn de hacerlos arrestar , y en varia s oportunidade s había mantenid o relaciones sexuales dentr o de l coche policia l con chicas que, en algunos casos, apenas tenían 16 años de edad. —Respuest a del sargento detective W.C. Meek, poligrafsta del departa• mento central de policía de Salinas, estado de California, a una encuesta sobre la forma de emplear el polígrafo en la institución policial. 1 Buz z Fa y fue arrestad o e n Toled o e n 1978, acusado d e habe r robado y asesinado a un conocido suyo que, antes de morir , declaró que su enmascarado asesino "se parecía a Buzz". Se lo detuv o si n concederle liberta d bajo fanza durant e dos meses mientra s l a policía buscab a e n vano prueba s que l o vinculara n con e l homicidio . Po r último , e l fsca l propus o retira r los cargos contr a él si pasaba con éxito la prueb a del polígrafo, pero le exigió a Fa y que estipulase por escrito que, en 196 caso de que dich a prueb a revelase la presencia de un engaño, admitiría l a valide z d e los resultado s ant e e l tribunal . Fa y aceptó, n o pasó l a prueba , tampoco pasó un a segunda prueb a llevada a cabo po r un examinado r diferente , fu e enjuiciad o y acusado de asesinato con agravantes , y la sentenci a fue prisión perpetua. Pasaro n más de dos años hast a que se detuvo a los verdaderos culpables ; éstos confesaron y exoneraro n de culp a y cargo a Fay , quie n fue puesto en liberta d de inmediato . —Caso descrita por el psicólogo David Lykken en un articulo en el que sostiene que el polígrafo es "una técnica seudocientífca". 2 Ejemplo s como éstos, en favo r y en contr a de l polígrafo, siguen alimentand o la polémica en torn o de él, aunqu e existe n mu y pocas prueba s científcas de su precisión . De má s de cuatro mi l artículos o libro s publicados que se ocupan del tema , menos de cuatrociento s menciona n de hecho investigacione s científcas, y de esos cuatrocientos apenas treint a o cuarent a satisfacen los criterio s mínimos de un trabaj o científco. 3 La polémica sobre el polígrafo no ha sido zanjada , pues, por los estudios científcos, y es aguda y acalorada. La mayoría de sus defensores pertenecen al campo de la aplicación de la ley , los organismos de espionaje y el mund o de los negocios (hurto s y desfalcos en empresas); también los ha y entr e alguno s de los científcos que ha n llevado a cabo investigaciones . Entr e sus críticos están los defensores de los derechos civiles , alguno s jurista s y abogados, así como otro s científcos que también estudiaro n e l asunto. * Mi objetivo en este capítulo no es resolver la cuestión sin o volve r má s clar a y comprensibl e l a argumentació n d e la s partes. No haré recomendación algun a en cuant o a si el polí• grafo debe o no ser utilizado ; más bie n pretend o elucida r la índole de la controversia , aclara r las opciones y fjar los límites de las prueba s científcas de que se dispone. Per o no me dirij o únicamente a los funcionario s ofciales , policías, abogados y * Sólo unos pocos científcos ha n realizado investigaciones acerca de la detección de mentira s mediante el polígrafo. 197 jueces. Ho y día, todo e l mund o debe comprender e n qu é consis• t e esta discusión e n torn o de l polígrafo, y a que l a oportunida d en que debe aplicárselo y lo que se haga con los resultado s de la prueb a constituye n importante s cuestiones públicas , que n o podrán resolverse sensatament e si la gente no está mejo r infor • mada . También puede haber motivos personales que lleve n a algunos a quere r informars e mejo r sobre esto. En muchos tipos d e trabajo , e n empleos que nad a tiene n que ve r con l a adminis • tración pública y qu e requiere n niveles superiores e inferiore s de educación y de formación, se les aplic a la prueb a del polígra• fo a individuo s de quiene s jamá s se ha sospechado que pudie • sen habe r cometid o u n delito , simplement e como part e del procedimient o par a seleccionar aspirantes , o par a mantene r o promove r a los empleados existentes. Mucha s de la s ideas qu e he expuesto en los seis primero s capítulos sobre los indicio s conductuales de l engaño son igual • ment e aplicables a la detección del engaño mediant e el polígra• fo. U n mentiros o puede traicionars e e n l a prueb a de l polígrafo debido a su recelo a ser detectado, su sentimient o de culp a por engañar o s u deleit e po r embaucar. U n cazador d e mentira s que use el polígrafo tendrá que estar atent o al erro r de Otelo o a l riesgo d e Brokaw , causados por la s diferencias individuale s en la conducta emocional . Tendrá que saber si le conviene más arriesgars e a comete r errore s de incredulida d o errore s de credulidad . La mayoría de los riesgos y precauciones vigentes en la detección de mentira s son idénticos ya sea que dicha detección se fund e en los indicio s de l engaño o en el polígrafo. No obstante , se suma n aquí algunos conceptos complejos que será preciso aprender : • la diferenci a entr e exactitud y utilidad, val e decir , la posible utilida d de l polígrafo au n en los casos en que no es exacto; • la búsqued a de un a verdad básica, o, dich o de otr a manera , la difculta d de determina r la exactitu d del polígrafo si no se sabe con certez a quiénes son los que mienten ; • el índice normal de mentirosos en un grupo determinado, 198 que hace que inclus o un test mu y preciso dé luga r a numerosos errores s i e l grup o d e sospechosos incluy e mu y pocos mentiro • sos; • el efecto disuasivo sobre el mentiroso, quie n ant e la amenaza de ser sometid o a un exame n pued e inhibirs e de mentir , po r más que el procedimient o utilizad o en el examen sea defectuoso. QUIENE S EMPLEA N L A PRUEB A DE L POLIGRAF O El uso de l polígrafo par a detecta r algún tip o de mentir a está mu y difundid o y es cada vez mayor . Es difícil saber con seguridad cuántos exámenes se lleva n a cabo con él en Estados Unidos , pero la cifr a más probable super a el millón de pruebas por año. 4 E n s u mayo r part e (alrededo r d e trescienta s mil ) las realiza n empleadores privados como uno de los procedimiento s para la selección de personal , par a controla r los delito s que se cometen dentr o de sus empresas, y como part e del mecanismo utilizad o par a recomendar qué empleados deben ser promocio- nados. Como un medi o de selección de personal , el polígrafo es ampliament e utilizad o por varia s asociaciones, especialmente d e comerciante s (l a Nationa l Associatio n o f Dru g Stores , l a Nationa l Associatio n o f Convenience, l a Associated Grocers), así como por bancos y sociedades de custodi a y de transport e de valores como la Brink s Inc. , etc. 5 Si bie n en 18 Estados de Estados Unido s esta prueb a ha sido declarad a ilegal , los em • pleadores siempre encuentra n el modo de eludi r las disposicio• nes vigente s par a que sus empleados se someta n a ella : "Les dirán a sus empleados que son sospechosos de robo, pero no los despedirán si éstos halla n el modo de demostra r su inocencia". ( i En los 31 Estados restante s se ha autorizad o la administración de la prueba . Los empleadores privado s que más la utiliza n son los bancos y los comercios de minoristas ; alrededor de la mita d de los 4700 negocios de comidas rápidas pertenecientes a la cadena McDonald , por ejemplo , utiliza n esta prueb a para l a selección de su personal. 7 199 Después de las empresas, la aplicación más frecuente del polígrafo se da en las investigaciones criminales . No sólo se emple a co n sospechosos de haber cometido delitos , sino, a veces también, con los testigos o víctimas de cuyas declaraciones se duda . El Departament o de Justicia , el FB I y la mayoría de las dependencias policiale s tiene n como política emplearl o sólo después que la s investigacione s ha n reducid o el númer o de sospechosos. En la mayoría de los Estados norteamericano s no se admit e qu e se aduzcan como prueba en un proceso judicia l los resultado s obtenidos con el polígrafo. En 22 de ellos eso está permitid o si se ha estipulad o antes de toma r la prueba y hay acuerdo al respecto entr e la part e demandant e y la defensa. Los abogados defensores suelen aceptarlo a cambio del compro• miso, por part e del fscal , de retira r los cargos contr a el sospe• choso en caso de que el aparat o muestr e que es veraz. Eso es lo que sucedió con Buz z Fay , mencionado al comienzo del capítu• lo. Normalment e los fscales no aceptan esta ofert a previ a si tiene n buenas pruebas como par a convencer al jurad o de la culpabilida d del reo —como sucedió en el caso de Fay— . En los Estados de Nuev o México y Massachusetts es posible presenta r los resultado s de l tes t del polígrafo au n contra l a objeción de un a de las partes . En la mayoría de los tribunale s de apelaciones pertenecientes a la jurisdicción de la justici a federal (pero no en todos), dichos resultados no son admitidos salvo que se hay a estipulad o de antemano . Ningun o de estos tribunale s ha revocado la decisión de un a corte de distrit o que rechazó los datos aportados por la prueba. Según Richar d K, Willard , viceprocurado r genera l adjunt o d e Estados Unidos , "L a Corte Suprem a nunc a se pronunció sobre la admisibilida d de las pruebas del polígrafo presentadas en los tribunale s fede• rales". « El gobierno naciona l de Estados Unido s es el terce r usuario del polígrafo par a detecta r mentiras , en orde n de importancia . Según informe s de diversos organismos públicos nacionales, en el añ o 1982 se llevaro n a cabo 22.59 7 exámenes. * En su * El polígrafo es empleado en la actualida d en los Estado s Unidos por 200 mayoría, si se exceptúan los realizados por la Nationa l Securit y Agency, NS A (Agencia Naciona l de Seguridad) , y la Agencia Centra l de Inteligenci a (CIA ) —qu e los utilizaro n con fnes de espionaje y contraespionaje—, esos exámenes se aplicaro n en la investigación de crímenes. La cifr a incluy e los aplicado s a personas con acreditaciones ofciales de las que se sospechaba que pudiera n participa r en actividades que pusiera n en peligr o dicha acreditación, así como en quiene s la solicitaba n y en otros individuo s sospechosos de espionaje. Según los informe s de la NSA , en 1982 este organism o realizó 9672 exámenes con el polígrafo, en su mayo r part e destinados a la selección de personal; la CI A no da un a cifr a de la cantida d de exámenes que realizó, pero admit e emplea r el polígrafo muchas veces en situaciones similare s a las de la NSA . Ese mism o año el Departament o de Defensa propuso intro • duci r varia s modifcaciones a sus norma s sobre las pruebas del polígrafo, modifcacione s qu e podría n habe r implicad o u n mayor uso del test par a la preselección de las personas acredi • tadas ofcialmente , así como par a efectuar en form a no periódi• c a un a inspecció n d e aquella s que y a tiene n acreditació n ofcial. Otr o de los cambios importante s sugeridos por el Depar • tament o de Defensa hubier a traíd o como corolari o que los empleados o candidatos que se negasen a someterse al tes t podrían sufri r "consecuencias adversas". En 1983, el president e Reagan propuso amplia r aún más la aplicación del test : se autorizó a todos ios organismos ofciales par a que "requiriese n de sus empleados someterse a un exame n con el polígrafo en el los siguientes organismos: Comando de Investigaciones Criminale s del Ejér• cito; Comando de Espionaje y Seguridad del Ejército; Servicio de Investiga• ciones Navales ; Ofcina de Investigaciones Especiale s de la Fuerz a Aérea; Divisón de Investigaciones Criminale s de la Infantería de Marina ; Agencia Nacional de Seguridad; Servicio Secreto; FBI ; Servicio de Inspección Postal; Administración Nacional del Alcohol, el Tabac o y la s Arma s de Fuego; Admi • nistración Nacional par a la Aplicación de la s Leye s sobre Drogas; CIA ; Alguaciles de Estado s Unidos; Servicio Nacional de Aduanas ; y Departamen • to de Trabajo. 201 curso de las investigaciones sobre la revelación no autorizad a de información confdencial" . De l mism o modo que en el caso de la propuest a del Departament o de Defensa, se aclaraba aquí también qu e la negativ a a someterse a la prueba "podría da r po r resultad o sanciones administrativa s (...) y la denegación de l a acreditación ofcial" . Otr a medid a de l nuevo gobierno "permi • tirá el uso de l polígrafo en tod a la administración pública par a la selección de l personal ya contratad o con acceso a informa • ción altament e confdencial (así como del personal que esté por contratarse) . La nuev a medid a confere a los funcionario s supe• riore s d e cad a organism o l a autorida d par a lleva r a cabo exámenes con el polígrafo, en form a periódica o no periódica, a miembro s de su plantill a que tenga n acceso a información deli • cada , escogiéndolo s a l azar , y par a nega r dich o acceso a quiene s se niegue n a pasar el examen". 9 La propuesta elevada po r el Departament o de Defensa fue analizad a en el Congreso Naciona l y éste resolvió posponer la instrumentación de estas medida s hast a abri l de 1984, a la vez que requería a la Ofcina de Evaluación de Tecnología (Ofce of Technology Assessment, OTA ) qu e preparase u n inform e sobre las pruebas científcas existente s acerca de la exactitu d del polígrafo. 1 0 Dicho informe fue publicad o en noviembr e de 1983, y en el moment o de escri• bi r est o l a Cas a Blanc a h a revisad o y a s u propuest a inicia l sobre el uso de l polígrafo y el Congreso tratará el asunto dentr o d e un a semana. E l inform e d e l a OT A e s u n document o extraordinario , que ofrece un a reseña completa e imparcia l y un análisis crítico de los datos sobre la validez científca de este tip o de examen.* No * En le preparación de este artículo me he basado ampliamente en el informe de la OTA . Quier o expresar mi agradecimiento a cuatro personas, que leyeron un a primer a versión del capítulo y me hicieron llegar muchas y muy útiles sugerencias críticas: en prime r lugar , a los coautores del informe, Leonar d Sax e (profesor auxilia r de psicología en la Boston University ) y Denis e Doughert y {analist a d e l a OTA) ; asimismo , a Davi d T . Lykke n (Universida d d e Minnesota ) y Davi d C . Raski n (Universida d d e Utah) . Denis e Dougherty respondió además, con generosa paciencia, a las múltiples 202 fue fácil producirlo , ya que la cuestión es complicad a y au n dentro d e l a propi a comunida d científca l a legitimida d de l procedimiento promueve encendidas pasiones. U n dat o impor • tante es que el comité asesor que supervisó el inform e incluía a las fguras protagonista s de la comunida d científca en esta materia . Si bie n alguna s de la s personas que conocían a esos científcos pensaba n que no serían capaces de llega r a un acuerdo e n cuant o a l a validez d e u n inform e tal , así l o hicie • ron. Las objeciones y divergencia s ha n sido triviales , aunqu e desde luego algunos ha n manifestad o su insatisfacción po r el informe. Fuer a d e l a comunida d científca, alguno s poligrafsta s profesionales piensa n que el inform e de la OT A es demasiado negativ o en lo tocant e a la exactitu d del test . Tambié n los expertos del Departament o de Defensa sostienen lo mismo . En 1983, los jefes de las Divisione s de Poligrafía del ejército, la marina , l a fuerz a aérea y l a NS A presentaro n u n inform e auspiciado por este último organismo , con el título de "Exacti • tu d y utilida d de las prueba s de l polígrafo". <f Los autore s admite n haber preparad o dich o inform e en treint a días y no haber consultado a ningún miembr o de la comunida d científca, salvo un o que estab a a favo r de l procedimiento . Tant o e l informe de la NS A como el de la OT A (aunqu e este último es más cautelos o a l respecto ) concuerda n e n indica r qu e los exámenes con el polígrafo brinda n resultados mejores que al azar par a detectar mentira s particularment e cuando se aplica n a la investigación de episodios criminales . Más adelant e expli • caré sus discrepancias sobre la solidez de la s prueba s corres• pondientes, así como las que tiene n en lo que atañe al uso del polígrafo par a tareas de contraespionaje y par a otorga r acredi • taciones ofciales. El inform e de la OT A no ofrece ningun a conclusión simpl e que pueda ser fácilmente traducid a en instrumento s legales. preguntas que yo le formulaba a medida que iba abriéndome puso entre bis argumentaciones en pugna y cuestiones confictivas. 203 Como es de prever , señala que el uso de este aparat o (o de cual• quie r otr a técnica par a detecta r mentiras ) depende n d e l a naturalez a de la mentira , de l mentiros o y del cazador de menti • ras (po r má s que en el inform e no se utilice n estos términos). En el caso del polígrafo, depende además del tip o de cuestiona• ri o aplicado , de la habilida d del examinado r par a prepara r las pregunta s y de la form a en que se evalúan los gráfcos obteni• dos con el polígrafo. COM O OPER A E L POLIGRAF O El Webster's Dictionary defne el término "polígrafo" \poly- graphl com o " u n instrumen t o pa r a registr a r la s marca s qu e produc e n vari a s pulsacione s diferent e s qu e actúa n e n form a simultánea ; e n término s generales , DETECT O R D E MENT I • RAS" . L a s pulsacione s s e registr a n median t e lo s movimiento s d e un a s aguj a s qu e marc a n sobr e u n a ti r a móvi l d e pape l graduad o . Habitualmen t e s e desig n a co n est e térmi n o a l apara t o destina d o a med i r cambio s e n l a activid a d d e l sistem a nervio s o autóno m o (SNA ) , aunq u e l a s aguj a s d e l polígraf o puede n med i r e n rig o r cualqui e r ti p o d e activida d . En el capítulo 4 expliqué que la activida d del SN A (altera• ciones e n e l ritm o cardíaco, l a presión arterial , l a conductividad y temperatur a de la piel , etc.) son signos de activación emocio• nal . Mencion é qu e alguna s d e estas alteraciones , como e l aument o del ritmo respiratorio , el sudor, el rubo r y el enrojeci• mient o facial , pueden observarse si n e l polígrafo. E l polígrafo registr a estos cambios con más exactitud , detecta algunos que son ta n mínimos que no pueden verse, y ciertas actividades dei SN A (por ejempl o el ritmo cardíaco) qu e directament e no son visibles , Lo hace amplifcand o señales procedentes de unos sensores que se adhiere n a distinta s parte s del cuerpo. En la form a típica de usarlo , se le aplica n al sujeto cuatr o sensores: en torn o de l pecho y el vientr e se le colocan fajas o tubos neumáticos capaces de medi r los cambios en el ritm o y profun • dida d de la respiración; alrededor del bícep, un dispositiv o para 204 medir l a presión arterial ; e l cuart o sensor mid e cambios minús- ' culos en la transpiración de la piel , captados po r electrodos de metal pegados a los dedos. Si bie n el Webster's Dictionary está en lo ciert o al decir que a veces al polígrafo se lo llam a "detector de mentiras" , esta afr • mación es equívoca: el polígrafo no detecta las mentira s per se. Todo sería mucho más simpl e si hubier a algún signo específco del menti r que no pudier a corresponder a ningun a otr a cosa; pero no lo hay . En lo tocante al polígrafo se discut e casi todo, pero hay algo en lo que coinciden todos los que lo utilizan , y es que no mid e directament e las mentiras . Mid e únicamente los signos de activación del SNA , o sea, la s alteracione s fsiológicas generadas principalment e por l a activación emocional del indi • viduo.* Y lo mism o hacen los indicio s conductuales del engaño. Recuérdese que antes expliqué que ningun a expresión facial , gesto o cambio en la voz es un sign o de mentir a per se. Sólo marca n la presencia de un a emoción o de un a difculta d par a pensar . A parti r d e esto pued e inferirs e que e l sujet o h a mentid o si la emoción no se ajust a a su estrategi a o si parece esta r componiend o un a estrategia . E l polígrafo brind a un a informació n meno s precis a qu e los indicio s conductuale s respecto de la emoción específca suscitada . Un a microexpre - sión facial puede revela r que alguie n está enojado, temeroso, que se siente culpable , etc.; el polígrafo sólo nos dirá que siente alguna emoción, si n precisarnos cuál. Par a detectar las mentiras , e l examinado r compar a l a acti • vida d que registr a e l diagram a de l polígrafo cuand o s e l e formul a al sujeto la pregunt a decisiva ("¿Robó uste d los 750 dólares?") con la respuesta del sospechoso a otr a pregunt a que * Ciertos tipos de actividad que acompañan el procesamiento de la infor• mación —l a concentración, la búsqueda de datos, quizá también la perpleji• dad — pueden producir, asimismo, alteraciones en el SNA . La mayoría de los estudios sobre los motivos por los cuales el polígrafo detecta la s mentira s ha n hecho hincapié en el papel de la activación emocional, pero tanto Raski n como Lykke n creen que el procesamient o de la información durant e el examen con el polígrafo no es menos importante en lo que atañe a la activi • dad del SNA . 205 no se vincul a con la cuestión {"¿Hoy es martes?", "¿En algún moment o de su vid a robó algo?"). Se identifc a a un individu o como culpabl e si el polígrafo le detecta un a mayo r activida d ant e l a pregunt a relevant e que ant e la s otras . E l exame n del polígrafo, a l igua l que los indicio s conductua- les de l engaño, es vulnerabl e a lo qu e he llamad o el erro r de Otelo . Recordemos que Otel o pasó po r alt o que la reacción de Desdémon a podía obedecer al lógico temo r de un a esposa cuyo marid o no cree en sus palabras , y no a la angusti a de un a adúl• ter a al verse atrapada . No sólo los mentirosos pueden emocio• narse , también los inocentes cuand o saben que la sospecha recae sobre ellos. Un a persona puede tene r algun a reacción emociona l si se ve sometida a investigación porque se ha come• tid o un delito , o si es interrogad a sobre un a activida d suya que podrí a pone r e n peligr o l a acreditació n que necesit a para mantene r su empleo, o si se sospecha que le ha revelado a la prens a l a información contenid a e n u n documento confdencial. El solo hecho de someter a alguie n a la prueba de l polígrafo pued e basta r par a provocarle temor , y éste será particularmen • t e intens o s i e l sujeto tien e motivo s par a pensar que e l exami• nador , y la policía en general , tiene n algún prejuici o contra él. Po r lo demás , el temo r no es la única emoción que puede entra r en juego , como he señalado en el capítulo 3, tant o par a el inocent e como par a el culpable. L A TECNIC A D E L A PREGUNT A D E CONTRO L Todos los que utiliza n el polígrafo o lo critican , reconocen la necesidad de reduci r los errore s de Otel o que con él se cometen, si bie n discrepa n en lo tocante a la efcacia con que los cuestio• nario s empleados con el polígrafo pueden disminuirlo s o elimi • narlos . Ha y cuatr o tipo s d e procedimiento s d e indagación empleado s con el polígrafo {y mucho s más si se tiene n en cuent a alguna s de la s variante s de estos cuatr o métodos princi • pales) . Aquí sólo nos ocuparemos de dos de ellos. El primero , la ya mencionad a "técnica de lo que conoce el culpable" , se usa 206 con frecuenci a en el interrogatori o de sospechosos de habe r cometido u n crimen . E n este caso, a l sospechoso n o s e l e formu • la n únicamente pregunta s relevantes con respecto a l delit o cometido ("¿Robó uste d 750 dólares?") sino además preguntas de control. Gra n part e de las controversias sobre esta técnica deriva n de la falt a de acuerdo sobre qué es lo que estas pregun • tas controlan exactamente , y cuál es su efcacia. Citaré l a explicación qu e d a e l psicólogo Davi d Raskin , e l principa l científco que aboga por el empleo de la técnica de la pregunt a de contro l en la investigación de crímenes: "E l examinado r l e dirá a l sujeto: 'Como s e trat a d e u n robo, necesito formularl e alguna s pregunta s generale s sobre s u persona en relación con el hábito de roba r y sobre su honesti • dad. Tenemos que hace r esto par a establecer qu é clase de persona es uste d y si puede ser el tip o de persona que robó ese diner o y después mintió al respecto. Así pues, si le pregunto : «En sus primero s 18 años de vida , ¿alguna vez tomó algo que no le perteneciera?», ¿cómo responderá usted a esa pregunta?' . "L a form a e n que s e l e plante a l a pregunt a a l sujeto , así como la conducta del examinador , están destinadas a ponerl o a la defensiv a y a cohibirlo , de maner a ta l de qu e se sient a impulsad o a responder 'No' . (...) Este procedimient o apunt a a crea r l a posibilida d d e qu e u n sujet o inocent e experiment e mayo r preocupación sobre s u veracida d a l responde r a la s preguntas de contro l que al responder a la s pregunta s relevan • tes. U n sujeto culpable, e n cambio , sentirá mayo r preocupación sobre sus respuestas engañosas a las pregunta s relevantes , ya que son éstas las que representa n un a amenaza más seri a e inmediat a par a él. Si n embargo , e l inocent e sabe qu e está respondiendo en form a vera z a las pregunta s relevantes , y le inquiet a más mostrarse equívoco o dubitativ o en su veracida d al responder a las pregunta s de control". 1 2 E l crítico principa l d e est a prueba d e l a pregunt a d e contro l es Davi d Lykken , precisament e el psicólogo que propugn a el tes t de lo que conoce el culpable , expuesto al fnal del capítulo anterior , ( A s u vez, Raski n h a criticad o l a técnica d e l o que conoce el culpable.) En un reciente libr o sobre el uso de l polí- 207 grafo , Lykke n escribe: "Par a que l a técnica d e l a pregunt a d e contro l opere como dice n sus propugnadores, es preciso conven• cer a cada sujeto de que el tes t es casi infalibl e (lo cua l no es cierto ) y de que si sus respuestas ante las pregunta s de contro l son mu y llamativa s correrá peligr o (lo ciert o e s l o contrario) . N o e s admisibl e supone r qu e todos los poligrafsta s serán capaces de convencer a todos los sujetos de estas dos proposi• ciones falsas". 1 3 Lykke n aciert a a l afrma r que estas dos proposiciones , sobre la s cuales los sujetos deben estar convencidos, son ambas falsas : nadi e entr e los que utiliza n e l polígrafo, n i siquier a sus má s tenaces defensores, piens a que éste es infalible ; po r cierto que el polígrafo se equivoca, per o probablemente Lykke n tenga razón al decir que el sospechoso no debe saberlo.* Si un inocen• te sospecha que el aparat o es falible , ta l vez cuando le tome n el exame n teng a temo r de ser juzgad o por un a técnica defectuosa. U n individu o desconfad o y temeros o n o presentar á quizá ningun a diferenci a e n su s respuesta s a la s pregunta s d e contro l y de la s relevantes , y si cualquier a sea la pregunt a muestr a un a reacción emocional , el operador del polígrafo no podr á inferi r si es culpabl e o inocente. Peor aún, un inocente que consider a falibl e a l polígrafo quizá muestr e mayo r temo r cuand o se le formula n la s pregunta s relevantes , y en ta l caso la prueb a daría como resultad o que es culpable.** * Si bien la lógica emplead a por Lykke n en este punto parece admisible y congruente con mi propio razonamiento, Raski n señala que la s pruebas al respecto no son sólidas. En dos estudios en los que se cometieron deliberada• ment e errore s en un pretest par a que el sospechoso supier a de antemano que el exame n del polígrafo es falible no hubo un a disminución notoria en la detección posterior de la s mentiras . Si n embargo, se ha puesto en tel a de juici o la encad a de los estudios citados por Raskin . Est a es un a de la s múlti• ples cuestiones que exigen mayor investigación. ** Raski n sostiene que un poligrafsta idóneo es capaz de ocultarle al sospechoso cuál de la s dos preguntas , la de control o la relevante, es más trascendenta l par a su destino futuro. Ni a mí ni a otros que ha n criticado la técnica de la pregunta de control nos parece admisible que siempre pueda lograrlo —e n particula r ante sujetos brillantes— . 208 L a segunda proposición —qu e respuestas mu y llamativa s ante las pregunta s de contro l pondrán al sujet o en peligro — es también falsa , como lo saben mu y bie n todos los operadores de l polígrafo. Más bie n lo opuesto es lo verdadero : si el sujet o reac• ciona en mayo r medid a ant e un a pregunt a de contro l ("E n sus primero s 18 años de vida , ¿alguna vez tomó algo qu e no le perteneciera?") que ant e un a pregunt a relevant e ("¿Robó uste d los 750 dólares?") qued a fuera de peligro y se juzgar á que no míente, que no es responsable del delito . Se supon e que el ladrón, y no el inocente , será más sensible ant e la pregunt a concreta sobre los 750 dólares. Par a que e l exame n de l polígrafo cumpl a s u cometido , l a pregunt a d e contro l debe produci r e n e l individu o inocent e un a reacción emociona l po r l o menos igual , s i n o mayor , qu e l a pregunt a relevant e sobre el delit o en cuestión. Se confía en logra r que el inocente se inquiet e por la pregunt a de contro l en mayor medid a que po r l a pregunt a relevante , haciéndole creer que s u respuesta a l a primer a import a e infuirá e n l a form a e n que se lo juzgue . Por ejemplo , el poiigrafst a part e de la base de que casi todas las personas ha n tomado en algun a oportunidad , antes de los dieciocho años, algo que no les pertenecía. De ordi • nario , alguno s individuo s admitirá n habe r cometid o un a pequeña falt a de ese cariz , pero no durant e el exame n de l polí• grafo, y a que e n esas circunstancia s e l examinado r habr á llevado al inocente a supone r que si admitier a un a falt a como esa podría demostra r que es el tip o de sujeto capaz de roba r 750 dólares. El poiigrafst a quiere que el inocent e mient a en la pregunt a de control , o sea, que niegue haber tomad o jamá s algo que n o er a suyo . E l examinado r supone que a l inocent e l o perturbará la posibilida d de mentir , y eso quedará registrad o en el diagram a de l polígrafo. Cuand o se le formul e la pregunt a relevante ("¿Robó uste d los 750 dólares?"), responderá veraz• ment e que no. Com o n o estará mintiendo , n o habr á e n é l ningun a reacción emotiva , a l menos ningun a ta n intens a como al menti r en la pregunt a de control , y por ende el gráfco no registrará much a activida d de l SNA . También el ladrón dirá que no cuando se le formul e esa pregunta , per o est a mentir a lo 209 hará reacciona r emocionalment e mucho más que la dich a ante la pregunt a de control . Así pues, la lógica inherent e a todo esto es qu e el diagram a poligráfco del inocente mostrará más reac• ció n emociona l ant e la pregunt a "¿Alguna vez tom ó algo que no le perteneciera? " que ant e la pregunt a "¿Robó uste d los 750 dólares?"; sólo el culpable tendrá un a reacción emocional más intens a ant e l a segunda d e estas preguntas . La técnica de la pregunt a de contro l únicamente elimin a el erro r d e Otel o s i e l inocent e muestr a un a mayo r reacción emociona l ant e la pregunt a de contro l que ante la relevante ; de otr o modo , l o qu e s e produc e e s u n erro r d e incredulidad . Veamos qué factores podrían da r origen a un ta l error . ¿Qué podría lleva r a un inocente a mostra r más emoción ante la pregunt a relevant e ("¿Robó uste d los 750 dólares?") que ante la pregunt a de contro l ("En sus primero s 18 años de vida , ¿alguna vez tomó algo que no le perteneciera?").* Debe n cumplirs e dos requisitos , un o intelectua l y el otro emocional . Desde el punt o de vist a intelectual , el sospechoso debe reconocer qu e la s dos pregunta s difere n entr e sí, po r más que el poligrafst a se empeñe en disimula r esa diferencia. El inocente quizá sólo repare en que la pregunt a sobre los 750 dólares está referid a a un suceso más reciente concreto; o tal vez presient a que la pregunt a relevant e es más amenazadora, vers a sobre algo que podría acarrea r un castigo, en tant o que la o las pregunta s de contro l se ocupan de asuntos de l pasado, que ya no están sujetos a castigo.** El polígrafo podría funciona r bie n si el inocente no mostra• s e un a mayo r reacción emociona l cuand o s e l e formul a l a * En la práctica, se formulan numerosa s pregunta s relevantes y de control, pero esto no modifca lo esencial de mi análisis. + * Un defensor de la técnica de la pregunta de control diría que un poli• grafst a experto puede hacer que el sospechoso se sient a tan mal respecto de su pasado, que se convenza hast a ta l punto de que su error del pasado afecta• rá la forma en que se evaluará su comportamiento, y que se preocupe tanto con la posibilidad de ser atrapado en su mentir a al no admitirlo, que su reac• ción ante la pregunta de control será más pronunciada que ante la pregunta relevante- 210 pregunta relevant e relativ a a l delito ; veamos ahor a alguna s d e las razones po r las cuales con ciertas personas inocentes sucede l o contrario , reacciona n más ant e l a pregunt a relevant e que ante la pregunt a de control , y se la s juzg a culpables: 1. La policía es falible. No a todos los que ha n cometid o un delito concreto se tos somete a un exame n con el polígrafo. El inocente a quie n se le pide que lo haga sabe que la policía ha cometido u n erro r e n s u caso —u n erro r grave, que ta l vez y a haya dañado su reputación— al sospechar de él. Aunqu e dio una buena explicación de los motivos por los cuales no pudo haber cometido el crime n o las razones que llevarían a supone r que jamá s podría cometerlo , no le creyeron. Ta l vez este indivi • duo considere l a prueb a como un a bienvenid a oportunida d par a probar su inocencia, pero también podría teme r qu e aquellos que se equivocaron al sospechar de él, pueden volve r a equivo • carse. Si los métodos policiales son ta n falible s como par a que sospecharan de él, no ha y que descarta r que el tes t de l polígra• fo sea igualment e falible . 2. La policía es injusta. Au n antes de que se sospeche de ella , un a persona puede senti r desconfanza y antipatía ant e los funcionario s policiales . Si el sospechoso pertenec e a un grupo étnico minoritari o que no es bie n tratad o por la policía, o forma parte de un a subcultur a en la que es común desconfar de la policía o menospreciarla , es probable que presum a con temor que el funcionari o que lo someterá al exame n de l polí• grafo puede equivocarse en sus juicio s sobre él. 3. Los aparatos son falibles. Por supuesto, a alguno s les parecerá perfectament e lógico que la policía los investigu e por u n delit o que n o cometieron , pero au n e n este caso ta l vez desconfíen de l polígrafo como aparat o técnico. Ta l vez esa persona desconfíe de la tecnología en general , o quizás hay a leído muchos artículos en revista s o hay a vist o programa s de televisión en los que se criticab a el polígrafo y su empleo. 21 1 4. El sospechoso es una persona temerosa, resentida y llena de sentimientos de culpa. Un. individu o de carácter temeroso o que se siente culpabl e ant e todo podrá reaccionar más frent e a las pregunta s má s concretas, recientes y amenazadoras, y lo mism o u n resentido , sobre todo s i l o que más l e irrita n son las fguras de autoridad . Cualquier a de estas emociones dejará huella s e n e l polígrafo. 5. Aunque el sospechoso sea inocente, de todos modos mani• festa una reacción emocional ante los sucesos vinculados al crimen. No sólo los culpables evidenciarán un a mayo r reacción emociona l ant e l a pregunt a relevant e que ant e l a pregunt a d e control . Supongamos qu e u n individuo , sospechoso d e haber dado muert e a un compañer o suyo de trabajo , le tenía gran envidi a a éste po r los progresos qu e había hecho en el empleo. Ahor a que s u riva l está muerto , quizá sient a remordimient o po r su envidia , o ciert o deleit e por haberle "ganado la compe• tencia " al otro , o sentimiento s de culp a por ese mism o deleite, etc. O bie n supongamos que lo perturbó muchísimo toparse con el cuerpo ensangrentad o y mutilad o de la víctima. Cuand o se le interrog a sobre el asesinato, el recuerdo de la escena reaviva sus penosos sentimientos , pero es demasiado "macho " como par a revela r s u extremad a sensibilidad . Ta l vez n i siquier a adviert a sus propio s sentimientos . E l exame n de l polígrafo mostraría que miente , y de hecho lo estaría haciendo, aunque en realida d lo que ocult a no es el asesinato de su compañero sin o sus poco corteses sentimiento s hacia éste o su temo r de no parecer bie n "macho". En el próximo capítulo analizaré un caso de esta índole, en el que un inocente no pasó la prueb a del polí• graf o y fue acusado de asesinato. Quienes propugna n el uso de la técnica de la pregunt a de contro l en las investigaciones de hechos criminale s reconocen la existencia de estas fuentes de error , pero afrma n que rar a vez se presentan . Po r su parte , los críticos de dicho procedimiento aducen que un gra n porcentaje de inocentes (las críticas más drásticas sostienen que ese porcentaje llega al 50 %) evidencia 212 r una mayo r reacción emocional ante la pregunt a relevant e que ante la pregunt a de control . En ta l caso, el polígrafo falla , sobre• viene un erro r de Otelo y no se le cree a la persona veraz. L A TECNIC A D E L O QU E CONOC E E L CULPABL E La técnica de lo que conoce el culpable , qu e hemos descrito en el último capítulo, presuntament e reduce la s posibilidade s de cometer tale s errore s de incredulidad . Par a aplicarla , el cazador de mentira s debe conta r con informació n sobre e l crime n que únicamente el culpable tiene . Imaginemo s qu e se ha cometido un robo en un a empresa y sólo el dueñ o de ésta, el ladrón y el poligrafísta saben con exactitu d cuál es la sum a robada, y que los billete s robados era n todos de 50 dólares. Con la técnica de lo que conoce el culpable, se le preguntaría a un sospechoso: "S i uste d rob ó el diner o de la caja registradora , sabrá cuánt o es lo sustraído . ¿La sum a robad a es de 150 dólares, 350, 550, 750, 950?". Y luego: "E l diner o robado era n un conjunt o de billete s todos de igua l valor ; si fue uste d el qu e lo sustrajo , sabr á de cuánt o era n los billetes . ¿Era n de 5 dólares, de 10, de 20, de 50 , de 100?" E n un a comunicación personal , Lykke n m e manifestó l o siguiente : "U n inocent e sólo tendría un a probabilida d entr e cinco de reaccionar más intensament e ant e el valo r correcto en un a de estas preguntas , un a entr e veinticinc o de reacciona r más intensament e en las dos preguntas , y sólo un a entr e diez millone s d e reacciona r má s intensament e ant e l a pregunt a correcta si se formulase n diez pregunta s sobre el crime n en vez d e dos". 1 4 Y e n otr o luga r sostuvo qu e ".. . l a important e dife • rencia psicológica entr e el sospechoso culpabl e y el inocente es que aquél estuvo presente en la escena de l crimen , sabe lo que entonces ocurrió y en su ment e hay imágenes que no existe n en la del inocente. (...) A raíz de este saber, el culpabl e reconocerá a personas, objetos y sucesos vinculados con el crime n (... ) y este reconocimiento obrará en él como un estímulo que lo hará reaccionar emocionalmente... " 1 5 213 Un a de la s imitacione s de la técnica de lo qu e conoce el culpabl e es qu e no siempr e se puede emplear , ni au n en inves• tigaciones criminales . L a información sobre e l crime n puede habe r tenid o ta l difusión que no sólo el culpabl e sin o también el inocent e conoce n todo s los hechos. Aunqu e a veces no los revela n los periódicos, sí Jo hacen los propios policías a menudo en sus interrogatorios . Po r otr a parte , ciertos delito s no se presenta n tant o como otros al uso de esta técnica. Sería difícil, por ejemplo , s i un a person a que admitió haber cometido u n asesinato está mintiend o cuando sostiene que fue en defensa propia . Y a veces un inocent e presenció el crime n y conoce tant o como la policía sobre sus pormenores. Raskin , el propugnado r de la técnica de la pregunt a de control , afrm a que la técnica de lo qu e conoce el culpabl e da luga r a u n mayo r númer o d e errore s d e credulidad : "Debe presumirs e qu e quie n perpetró e l crime n conoce los detalles que se menciona n en las pregunta s formuladas . Si el crimina l no prestó sufcient e atención a tales detalles , no tuv o oportuni • da d de observarlos o estaba ebrio en el moment o del delito , no sería apropiado someterl o a un a prueb a sobre la información que oculta" . 1 6 Tampoco es útil la técnica de lo que conoce el culpable si el sospechoso es un o de esos individuo s que no presenta n en forma notori a las reacciones del sistema nervioso autónomo medidas po r el polígrafo. Como vimo s en el último capítulo respecto de los indicios conductuales del engaño, hay grandes diferencias individuale s en materi a de conducta emocional. Ningún signo de activación emociona l es de l todo confable, ni hay indicios presentes en todos los sujetos. Ya sea que se examin e la expre• sión facial , la voz, los gestos, el ritmo cardíaco o respiratorio , en algunas personas estos signos no indica n nada. Ante s subrayé que la ausencia de un desliz verba l o emblemático no prueba que un sospechoso esté diciendo la verdad . Análogamente, la ausencia de los signos de activida d del SN A que habitualment e mid e el polígrafo no prueba , en todos los casos, que la persona en cuestión no se hay a emocionado. Si se aplica la técnica de lo que conoce el culpable , los resultados no serán concluyentes 214 para aquellas personas que no presenta n much a activida d del SNA cuando se emocionan, Lykke n sostiene que esto rar a vez sucede; pero se ha n efectuado mu y pocos estudios par a saber con qué frecuencia ocurr e entr e los sospechosos de habe r come• tido un crimen , de ser espías, etc. La s personas con escasa acti • vidad del SN A tampoco permitirán obtener resultados conclu- yentes e n l a técnica d e l a pregunt a d e control , y a qu e sus respuestas ant e la pregunt a relevant e y ant e la pregunt a de control no mostrarán diferencias. Las drogas pueden suprimi r la activida d del SN A y por lo tant o surti r efectos que resten efcacia al polígrafo, ya sea que se emplee el tes t de lo que conoce el culpabl e o de la pregunt a de control . Más adelante , al sintetiza r la s pruebas existentes hasta la fecha, examinaré esta cuestión, así como la posibilida d de que un psicópata sea capaz de eludi r la efcacia de cualquie • ra de estas dos pruebas. E l inform e y a citado d e l a OTA , que sometió a u n examen critico todas las pruebas disponibles , llegó a la conclusión de que ambas técnicas de interrogatori o so n vulnerable s a los errores que les objeta n sus críticos. La técnica de lo que conoce el culpabl e suele da r luga r a más errore s de credulidad , en tant o que la técnica de la pregunt a de contro l produce más errores de incredulidad . No obstante , inclus o estas conclusio• nes fuero n impugnada s por algunos poligrafsta s e investigado • res. Persiste n las ambigüedades, en part e porque se ha n reali • zado pocos estudios, * en part e por la difculta d de plantea r estudios capaces de evalua r bie n la exactitu d de l polígrafo. A casi todos los estudios efectuados hast a hoy se le pueden encon• tra r defectos. U n problem a decisiv o e s e l d e establece r l a llamad a verdad básica, o sea, algun a maner a de saber, inde¬ * Aunque se escribieron miles de artículos sobre el polígrafo, muy pocos de ellos se fundaron en investigaciones científcas. La OT A seleccionó 3200 artículos o libros, en sólo 320 de los cuales se la s había practicado, aunque en su mayoría la s investigaciones no cumplían con los requisitos científcos mínimos. Según la OTA , sólo ha y unos treint a estudios científcos fables sobre la precisión del polígrafo par a detectar mentiras . 215 pendientement e de l polígrafo , s i alguie n mient e o dice l a verdad . A menos que el investigado r conozca dich a verda d básic a (quié n h a mentid o y quién h a dich o l a verdad) , n o tendrá cóm o evalua r l a precisión del aparato . ESTUDIO S SOBR E L A PRECISIO N DE L POLIGRAF O Los enfoques con que se ha abordado el estudi o de la presi• de n de l polígrafo difere n entr e sí por el grado de certeza que ofrecen respecto de la verda d básica. En los estudios de campo se examina n episodios de la vid a real , mientra s qu e en los analógicos se examin a un a situación, po r lo común experimen • tal , que el propi o investigado r ha diseñado. Estos dos tipos de estudio s presenta n ventaja s y defectos que se corresponden entr e sí. En los estudios de campo, a los sospechosos efectiva• mente les preocup a el resultad o de la prueb a con el polígrafo y por ende es probabl e qu e surja n en ellos emociones intensas. Otr a virtu d de estos estudios es que son examinado s individuo s de los que realment e se sospecha, y no estudiante s universita • rios que se ofrecen par a un experimento . El fall o reside en la ambigüedad que existe respecto de la verda d básica. Por el contrario , en el caso de los estudio s analógicos la principa l ventaj a es justament e la certeza que puede lograrse sobre la verda d básica: es fácil conocerla, ya que el propi o investigador determin a quié n h a d e menti r y quié n dirá l a verdad . E l defecto de los estudios analógicos es la poca probabilida d de que suscite n las misma s emociones que los otros , ya que por lo común lo que está en jueg o par a los "sospechosos" es poco o nada . Además , los sujetos seleccionados par a la prueb a pueden no guarda r semejanz a con el tip o de persona s que más a menudo son sometidas al test del polígrafo. 216 ESTUDIO S D E CAMP O Veamos ante todo por qué cuesta tant o establecer u n crite • ri o de verda d básica en los estudio s de campo. En ellos, los sospechosos de un crime n son sometidos a la prueb a del polí• grafo no con fnes de investigación científca sino como part e de los procedimientos policiales tendentes a encontra r al culpable . Más tard e se dispondrá de información sobre si confesaron su culpabilida d o demostraro n su inocencia , o se sabrá si fuero n retirados los cargos que se les hicieron . Parecería que contand o con toda esa información sería sencill o establecer la verda d básica, pero no es así. Citemos el inform e de la OTA : En un caso judicial puede denegarse la demand a por falta de pruebas más que por la inocencia del acusado. Cuand o un jurad o absuelve a un reo, no es posible determina r en qué medid a lo considera realment e inocente y en qué medida estim a que no se habían reunido pruebas sufi • cientes que satisfcieran la norma de declara r a alguien "culpable más allá de toda duda razonable". Muchos alegatos de culpabilidad son en el fondo confesiones de culpabilidad en otros delitos (de menor trascenden• cia); como señala Raskin , es difícil interpreta r el signifcado de tales alegatos respecto de la culpa del sujeto en aquella s cuestiones de la s que se lo acusó originalmente. El resultad o es que a parti r de los datos proporcionados por el sistem a de la justici a penal , los exámenes practica • dos con el polígrafo parecerían incurri r en gra n número de [errores de incredulidadl en el caso de la s absoluciones, o de [errores de credulidadl en el caso de las denegaciones de la demanda . 1 7 Se dirá ta l vez que todos estos problema s podrían resolver• se si un grup o de expertos repasar a las prueba s y llegase a un a decisión sobre la culpa o inocencia del reo; pero este procedi • mient o present a dos grande s difcultades : los experto s n o siempre concuerdan entr e sí, y cuando lo hacen no hay modo de saber con certeza si se equivocan o no. Ni siquier a las confesio• nes están libre s d e problemas : ha y alguno s inocente s que confesan falsamente su culpa , y au n cuand o la confesión sea válida, ell a sólo ofrece un a verda d básica sobre un a pequeña proporción (poco representativ a quizá) de los individuo s a los que suele administrars e la prueb a de l polígrafo. El fallo de casi 217 todos los estudios de campo es que el univers o de l cua l se selec• cionaro n los casos no queda identifcado . ESTUDIO S ANALOGICO S No son menores, sino sólo diferentes , las difcultade s que presenta n los estudios analógicos. Aqu í ha y certeza sobre la verda d básica: el investigado r encomiend a a algunos sujetos "comete r el crimen " y a otros no ; lo inciert o es si un crime n simulad o puede e n algun a circunstanci a ser tomado seriamen• te por los sujetos como si fuer a real . Los investigadore s trata • ro n de motivarlo s ofreciéndoles un a recompensa en caso de no ser detectado s a l administrársele s e l tes t de l polígrafo, y , ocasionalmente , amenazándolos con algún castigo en caso de ser detectados; si n embargo , po r motivo s éticos, estos castigos sólo puede n ser de poca mont a (v . gr. , no se les adjudic a ningun a califcación positiv a adiciona l por su participación en el experimento) . Casi todos los que emplearo n la técnica de la pregunt a d e contro l utilizaro n un a versión d e crime n simulad o diseñada po r Raskin : La mita d de los sujetos recibieron un a grabación magnetofónica en la que simplemente se le s comentaba que había sido robado un anillo de un a ofcina del edifcio, y que se le s aplicaría un aparato detector de mentira s par a establecer si , al negar su participación en ese robo, decían o no la verdad . Se le s aclarab a que en caso de que el test revelase su veracidad , recibirían un a recompensa monetari a sustancia l en forma de bonifcación. A la otr a mitad de los sujetos se le s dieron instrucciones de cómo debían cometer el delito. (...) Tenían que ir a un a ofcina de otro piso, lograr con algun a excus a que la secretari a saliese de la habitación, entra r en ell a cuando la secretari a no estuvier a y buscar en su escritorio un a caj a en la que se había puesto el anillo ; debían tomarlo, ocultarlo entr e su s ropa s y volve r al laboratori o par a someters e al test del polígrafo. Se le s advirtió que no tenían que revela r a nadie que estaban participando en un experimento, y que debían tener preparada un a coar• tad a por si alguien los sorprendía en la ofcina de la secretaria . También se les encomendó no divulgar ningún detalle del "delito" al poligrafsta, ya que entonces éste sabría que era n los culpables de dicho "delito" y no 218 se les entregaría el dinero que normalmente les correspondía gana r ni tendrían acceso a la bonifcación (10 dólares). 1 8 Si bie n este diseño constituy e un a decidida tentativ a de dotar a la experiencia de un parecido con la situación de delit o real , l a cuestión e s s i suscit a emociones vinculada s a l mentir . Dado que e l polígrafo mid e l a activida d emocional , u n delit o simulado sólo nos permitirá inferi r l a exactitu d de l aparat o s i suscita las misma s emociones que un crime n real , y con igua l intensidad . En el capítulo 3 mencioné tre s clases de emociones que pueden surgi r en alguie n que miente , y expliqué qué es lo que determin a la intensida d de cada un a de ellas . Veamos si existe l a posibilida d d e que e n u n crime n simulad o s e sienta n estas emociones. Recelo a ser detectado. Lo que está en jueg o es el element o determinant e de l grad o d e temo r d e u n sospechoso a ser atra • pado. En el capítulo 3 sugerí que el recelo a ser detectado será tant o mayo r cuanto mayo r sea l a recompensa por e l éxito del engaño y mayo r el castigo por su fracaso; y de estos dos facto• res, la severidad del castigo es probablement e más importante . La severidad del castigo infuirá tant o en el temo r de l vera z a que l o juzgue n equivocadamente , como e n e l temo r del mentiro • so a que lo identifquen : ambos sufrirían igua l consecuencia. En los delitos simulados , la recompensa es pequeña y no hay castigos; por l o tanto , n i los veraces n i los mentiroso s sentirán recelo a ser detectados. Ta l vez les preocupe a alguno s sujetos hacer bien lo que se les pag a por hacer, pero si n dud a este sentimient o es much o más débil que el temo r de un inocente o d e u n culpable e n l a investigación d e u n crime n auténtico. Sentimiento de culpa por engañar. El sentimient o de culp a por engañar es mayo r cuand o el mentiros o y el destinatari o tiene n valores en comú n (como deberían ser el caso de los delitos simulados) , pero se reduce si menti r está autorizado , o es solicitad o o goza de aprobación par a el desempeñ o de la propi a tarea . En los delito s simulado s se le pide al sujeto que 219 mienta , y au n se le dice que de ese modo estará haciendo una contribución a la ciencia. En ellos, los mentirosos no ha n de senti r much a culp a po r s u engaño. Deleite por embaucar. La excitación del desafío, el placer de impresiona r a los demás , se siente n con más intensida d si el destinatari o de la mentir a tien e fam a de ser "dur o de pelar". Engañar al polígrafo también puede representa r un desafío de esa índole, y este sentimient o debe ser particularment e intens o s i n o está acompañad o d e otra s emociones qu e l o diluya n (temo r o culpa). * Sólo el mentiroso , no el veraz, sentirá este deleite . El análisis anterio r nos indic a que los crímenes simulados solament e puede n genera r un a de las tre s emociones que puede senti r e l sospechoso d e u n delit o real , e l deleite por embaucar. Po r otr a parte , dich a emoción sólo será experimentad a por los mentirosos , no por los sinceros. Como lo probable es que sólo los mentiroso s se emocionen en estas circunstancias , la detec• ción será sencill a —má s sencilla , creo, que en el crime n real típico, cuando e l individu o vera z puede experimenta r algunos de los mismo s sentimiento s que el mentiroso— . De acuerdo con este razonamiento , en la s investigaciones con delitos simulados se sobrestimará la exactitu d del polígrafo. ESTUDIO S HIBRIDO S Ha y un terce r enfoque de investigación que procur a evita r los fallos de los estudios de campo y analógicos combinand o las ventaja s que unos y otros ofrecen. En estos estudios híbridos, el * Ante s de conocer mi análisis de la prueba del polígrafo, Raski n me confó que a su juici o lo que traicionaba al mentiroso era su reacción frente al desafío, más que su recelo a ser detectado o su deleite por embaucar. Si bien esto no prueba lo que digo, robustece mi argumentación en el sentido de que los delitos simulados pueden no ofrecer un a buen a analogía de toda la gama de emociones que se experimentan al cometer un crimen real , cuando lo que está en juego, tanto par a el inocente como par a el culpable, es mucho. 220 investigado r dispone las cosas de ta l modo que pueda suceder u n delit o real . N o ha y duda s sobre l a verda d básica , como ocurre en los estudios analógicos, y ha y much o en jueg o tant o para e l mentiros o como par a e l veraz , a l igua l qu e e n los estu • dios de campo E n un a tesis doctoral publicad a por Netze r Daie , miembr o d e l a unida d especializada par a los interrogatorio s científcos de la policía israelí en Jerusalén, se refere un caso en que el engaño fue "... auténtico, y emprendid o a sabiendas más que simulado ; los sujetos pensaban que el interrogado r desconocía quién había cometido el delito , y (...) estaba n genuinament e preocupados por el resultad o de la prueba del polígrafo; (...) el poligrafst a ignorab a la proporción de culpables y de inocentes en la muestra". 1 9 Los sujetos de la investigación fuero n vein • tiún policías israelíe s a quiene s se someti ó a un a prueb a escrita colectiva "que les fue presentad a como un exame n de aptitude s necesario; se les pidió que cada un o califcas e su prueba, l o cua l les daba un a oportunida d par a que revisara n sus respuestas iniciale s e introdujera n modifcaciones fraudu • lentas. La s planilla s con las respuestas era n luego sometidas a un tratamient o químico que permitía detecta r quiénes habían cometido fraude . De los veintiún sujetos, siete modifcaro n sus respuestas primitivas . Más tarde , se les dij o a todos que se sospechaba que alguno s habían hecho tramp a y se les di o la posibilida d de someterse a un exame n poligráfco, diciéndoles que s u carrer a futur a dependía del resultad o d e esa prueba". 2 0 Permiti r que los policías se negasen a someterse al tes t del polígrafo fue realista , ya que en las investigaciones de delito s estos exámenes son siempr e voluntarios , nunc a se impone n al sujeto. De los siete tramposos , tre s confesaron; otr o trampos o y dos inocentes se negaro n a hacer el tes t de l polígrafo, y un tercer trampos o no se presentó.* Así pues, en tota l sólo catorce * Esta s cifras parecen corroborar lo que sostienen los poligrafstas: la sola amenaz a de ser sometido a un test con el polígrafo produce la confesión de algunos culpables. Por otro lado, la resistenci a a hacerlo no es garantía de culpabilidad. 221 de los veintiún policías originale s se sometiero n al tes t de l poli¬ grafo : dos tramposo s y doce inocentes. Se empleó la técnica de la pregunt a de control , y pudo detectarse con precisión a los dos engañadores; pero también a dos de los doce inocentes se los juzgó , equivocadamente , culpables. Dad a la escasa cantida d de participante s en este experi • mento , no es posible extrae r de él ningun a conclusión; pero estos estudios híbridos puede n ser mu y útiles, aunqu e plan • tea n los problema s éticos propio s de incita r al engañ o y el fraude . Los investigadore s israelíes consideran qu e esto está justifcado , po r l a importanci a qu e tien e conta r co n un a adecuada evaluación de l polígrafo. "Mile s de personas son inte • rrogadas anualment e con el polígrafo — sostienen — y basándo• s e e n esas prueba s s e toma n importante s decisiones ; sin embargo , se desconoce aún la valide z de esta herramienta..." 2 1 Ta l vez esté más justifcad o aprovecha r par a estos estudios a los policías, ya que ellos corre n riesgos particulare s como parte del desempeño diari o de sus tarea s y están específcamente involucrado s en el uso o ma l uso que se haga del polígrafo. La virtu d de este enfoque híbrid o es que es real : es un hecho comprobad o qu e alguno s policía s comete n fraude s e n las prueba s escritas . "Un a investigación ultrasecret a llevad a a cabo por alto s funcionario s de l FB I determinó que vario s cente• nare s de sus empleados habían cometido numerosos fraude s en exámenes destinados a cubri r vacantes en ciertos cargos espe• ciales mu y codiciados." 2 2 El experiment o híbrido llevad o a cabo e n Israe l n o fu e u n juego ; n o s e trató de l mer o desafío a engaña r a l experimentador . E l temo r d e ser atrapad o era grande , pues estab a e n jueg o l a reputación {sin o l a carrer a profesional) , y al menos unos cuantos tiene n que habe r sentido además culp a por mentir . HALLAZGO S D E LA S INVESTIGACIONE S Se ha n llevad o a cabo diez estudios de campo y catorce estu• dios analógicos con la técnica de la pregunt a de control , y otros 222 Estudios de campo Estudios analógicos &o r ci ent o 100 r— Técnica de la pregunta ' e controf Técnica de lo que conoce el culpabl e ('enti)ca 'os correc• tamente Identifc a dos erró• neamen t e *ent i ros o s j +er ace s * El graneo indica los promedios, que no siempre dan un a ide a clar a de la dispersión de los resultados obtenidos por los investigadores. Lo s porcenta• je s mínimos y máximos son los siguientes. Mentirosos correctamente identifi• cados: en estudios de campo, 71-99 %; en estudios analógicos con técnica de la pregunta de control, 35-100 %; en estudios analógicos con técnica de lo que conoce el culpable, 61-95 %. Persona s veraces correctamente identifcadas: en estudios de campo, 13-94 %; en estudios analógicos con técnica de la pregun• ta de control, 32-91 %; en estudios analógicos con técnica de lo que conoce el culpable, 80-100 %. Persona s veraces incorrectamente identifcadas: en estu • dios de campo, 0-75 %; en estudios analógicos con técnica de la pregunta de control, 2-51 %; en estudios analógicos con técnica de lo que conoce el culpa • ble, 0-12 %. Mentirosos incorrectamente identincados: en estudios de campo, 0-29 %: en estudios analógicos con técnica de la pregunta de control, 0-29 %; en estudios analógicos con técnica de lo que conoce el culpable, 5-39 %. 22 3 seis estudios analógicos con la técnica de lo que conoce el culpa • ble , todos los cuales cumple n con las norma s mínimas de los trabajo s científcos.* El diagram a que presentamo s a continua • ción, basado en tales estudios , muestr a por ciert o que el polí• grafo es efcaz, que atrap a a los mentirosos la mayoría de las veces, pero también muestr a que comete errores . La cantida d y el tip o de esos errore s depende de que el estudi o sea de campo o analógico, de que se hay a usado la técnica de la pregunt a de contro l o la de lo que conoce el culpable , así como de los porme• nores de cada estudio . Ha y algunos hallazgos generales: 1. Los estudio s de camp o son más precisos qu e los analógi• cos. Vario s factores puede n interveni r en esto. En los estudios de camp o se suscit a un mayo r grado de emociónalidad, los sospechosos tiene n un meno r nive l de instrucción, hay menos certidumbr e sobre la verda d básica y a menud o sobre la repre- sentativida d de los casos escogidos par a el estudio . 2 . Ha y un a gra n cantida d d e errore s d e incredulidad , excepto cuand o se emple a la técnica de lo que conoce el culpa¬ * Par a decidir qué estudios de campo y qué estudios analógicos con la técnica de la pregunta de control satisfacen los criterios científcos, me he apoyado en el juici o de la OTA . Lykkert me ha manifestado que según él la OT A otorgó crédito a los estudios de campo que sometieron a un muestreo selectivo los registro s examinados, con lo cua l la s estimaciones de los estudios de campo están magnifcadas . La OT A no incluy e en su resume n fnal ninguno de los resultados obtenidos con la técnica de lo que conoce el culpa• ble; yo lo he hecho a fn de que el lector pueda compararlos con los obtenidos mediante la técnica de la pregunt a de control. He dado cuenta de todos los estudios incluidos en el cuadro 7 de la OTA , salvo el experimento de Timm , en el cual no había ningún sujeto inocente. Utilicé los primero s datos del test del estudio de Ballou n y Holmes , y los datos ED R del estudio de Bradle y y Janisse . (H.W . Timm , "Analyzin g Deception from Respiratio n Patterns" , Journal of Political Science and Administration, vol. 10, 1982, págs. 47-51; K.D . Ballou n y D.S . Holmes , "Efect s of Repeated Examination s on the Ability to Detec t Guil t wit h a Polygraphic Examination : A Laborator y Expe¬ riment wíth a Rea l Crime" , Journal of Applied Psychology, vol. 64, 1979, págs. 316-322; y M.T . Bradle y y M.P . Janisse , "Accurac y Demonstrations, Threat , an d the Detection of Deception: Cardiovascular , Electrodermal , and Pupillar y Measures" , Psychophysiotogy, vol. 18, 1981, págs. 307-314.) 224 •ble en un estudi o analógico. Es indispensabl e lleva r a cabo más investigaciones (e n especial estudios de campo o híbridos) con la técnica de lo que conoce el culpable . 3. También es grand e la cantida d de errores de credulidad , sobre todo cuando se usa la técnica de lo que conoce el culpable . Si bien Raski n tien e el convencimient o de que la s cifra s que aparecen en esta fgura subestima n la precisión del polígrafo y Lykke n piensa qu e l a sobrestiman , ningun o d e ellos h a mani • festado su discrepanci a respecto de los tre s punto s anteriores , aunque sigue en pi e su falt a de acuerdo sobre varia s cuestiones decisivas en cuant o al grado de confanz a que puede depositar • se en los resultado s de l tes t de l polígrafo. ¿Son los psicópatas más hábiles que el resto par a eludi r la detección mediant e el polígrafo? Las prueba s existentes sobre la técnica de la pregun • ta de contro l son contradictorias . Lykke n piensa qu e se podrían detectar con la técnica de lo que conoce el culpable , razonand o que aunque no manifestase n ningún temo r a ser atrapado s o (lo que yo llamo ) deleit e por embaucar , el simpl e hecho de reco• nocer la respuesta correct a entr e los ítems del tes t producirá alteracione s e n e l sistem a nervios o autónomo . Per o hast a ahora no se ha realizad o ningun a investigación par a determi • na r si el exame n poligráfco con la técnica de lo qu e conoce el culpable funcion a en el caso de un psicópata. Se precisa n más estudios con psicópatas y también estudios que procure n iden • tifca r otras clases de individuo s cuya reacción en los exámenes con el polígrafo es mínima. ¿Pueden tene r éxito las medidas contrarrestante s o intento s deliberado s d e los mentiroso s par a evita r ser detectados ? Nuevamente , sólo nuevas investigaciones podrán resolve r los hallazgos hast a ahor a contradictorios . Pienso que sería sensato admiti r que un númer o desconocido de mentiroso s lograrán eludi r que los atrape n al ampar o de dichas medida s contrarres • tantes . Esto sería factibl e si pudiera n dedicarse vario s meses a entrena r al mentiros o en la aplicación de tales medidas , em • pleando una tecnología sofsticada. Nadi e sabe si actualment e se les da este entrenamient o a los espías, aunqu e a mi juici o sería ilógico suponer que esto no se hace. Corre n rumore s de 225 que en un país del bloque del Este existe un a escuela donde se impart e est e particula r adiestramiento , y se enseñ a a los agentes secretos a derrota r al polígrafo. Aparentement e esto fue lo que reveló la confesión de un agente de la KG B que no había aprendid o de l todo la lección. E l párraf o d e la s conclusione s de l inform e d e l a OTA declar a que las investigaciones sobre el polígrafo da n "... cierta evidenci a de la valide z de estas pruebas como agregados a las investigacione s criminale s típicas d e incidente s concretos". 2 3 Cre o posibl e avanza r u n poco má s allá d e est a cautelos a conclusión si n por ello perde r el consenso de los principale s protagonistas . Debe otorgarse mayor peso a los resultados de una prueba que sugiere que el sospechoso es veraz, y menor peso a los que sugieren que el sospechoso miente. Si no hay pruebas contun • dente s en contrario , las investigacione s deberían desestimar los cargos contr a un sospechoso al que la prueb a señala como veraz . Raski n y otros indica n esto, en particular , cuando se emple a la técnica de la pregunt a de control , ya que con ell a son pocos los errore s de credulida d que se cometen. Lykken , en cambio , piens a que esa técnica no tien e ninguna utilida d y que sólo la técnica de lo que conoce el culpabl e es prometedor a para la investigación de delitos. Si la prueba del polígrafo sugiere que un sospechoso miente, no debe considerársela "como base sufciente para declararlo culpable, ni siquiera para proseguir la causa judi• cial contra él (...) un examen poligráfco que sugiera engaño sólo debe servir para proseguir la investigación del delito..". 2 * Lykke n manifest a su acuerdo con esta cit a de Raskin , pero sólo si se la aplic a a la técnica de lo que conoce el culpable . En el capítulo 8 explicaré qué entiend o yo por verifcación de la mentira, y en el "Apéndice " (cuadr o 4) enumer o 38 pregunta s qu e puede n formulars e sobre cualquie r clase d e mentir a a fn de evalua r la probabilida d de detectarlo ya sea mediant e el polígrafo o mediant e los indicio s conductuales. Uno de los ejemplos que doy de verifcación de la mentir a consiste en un a minucios a elucidación de un tes t poligráfco de un 226 spechoso de asesinato. Este ejemplo brind a un a nuev a opor- unida d d e reconsiderar hast a qu é punt o e s dabl e utiliza r dich o test en un a investigación criminal . Pasemos ahor a a considera r •tros usos del polígrafo, en torn o de los cuales gir a gra n part e íde la polémica actual . f i UTILIZACIO N D E L POLIGRAF O E N L A SELECCIO N D E PERSONA L E N GENERA L Tant o el inform e de la OT A como Raski n y Lykke n concuer- dan en rechazar la aplicación del polígrafo en la selección de personal, pero por otr o lado muchos empresario s y poligrafsta s profesionales, así como algunos funcionario s de l gobiern o (en particula r los perteneciente s a organismo s de seguridad ) se inclina n por s u uso. S i bie n e l exame n d e candidato s a u n puesto constituy e la aplicación más habitua l de l polígrafo, no se ha n efectuado estudios científcos que permita n determina r con qué exactitu d detect a e l aparat o quiéne s so n los qu e miente n en cuestiones tales que impedirían su contratación si el hecho se supiera . No es difícil ver por qué. En los estudio s de campo no sería sencill o establecer la verda d básica . Podría medírsela a parti r de un estudi o en que todos los candidato s fuesen contratados , con independenci a de los resultado s que obtuviera n en el polígrafo, par a luego vigilarlo s en el desempe• ño de su labo r y determina r si algun o de ellos comete un hurt o o algun a otr a transgresión . Otr a maner a d e establece r l a verda d básica sería investiga r cuidadosament e l a histori a labora l de los sujetos par a ve r quién ha mentid o respecto de sus antecedentes. Pero hacer esto de forma cabal , de modo que sean mu y pocos los errores , sería mu y oneroso. Sólo se llevaro n a cabo dos estudios analógicos, según un o de los cuales el polí• grafo era mu y preciso y según el otr o no ; pero existe n demasia • das discrepancias entr e ambos, y, en cada un o de ellos, ha y difcultades par a lleva r a algun a conclusión.* * Par a estos dos estudios he recurrido a las opiniones de la OTA . 2 5 Lo s 227 L a exactitu d de l polígrafo par a l a selección del personal n o pued e estimars e presumiend o que sería l a mism a qu e e n los estudio s sobre episodios criminale s (véase la fgura anterior) . Lo s sujeto s examinado s puede n se r mu y distintos , como también los examinadore s y las técnicas de exame n que éstos emplean . En el caso de la selección de personal , el candidato tien e que someterse a l test par a obtene r e l empleo, e n tanto qu e los sospechosos d e habe r cometid o u n delit o tiene n l a opción de no hacer el tes t si n qu e esa negativ a se utilic e en su contra . Raski n afrm a que aplicado a la selección de personal el exame n de l polígrafo ".. . es coactivo y probablement e origine u n resentimient o que podría interferi r e n alt o grad o e n l a precisión del examen". 2 6 Por otr a parte , también lo que está en jueg o en un o y otr o caso es mu y diferente : el castigo si uno es atrapad o por el polígrafo será much o meno r en la selección de persona l qu e en los procedimiento s policiales. Y al ser meno r lo que está en juego , los mentiroso s tendrán menos recelo a ser detectado s y será má s ardu o descubrirlos . E n cambi o los inocente s qu e tiene n máxim o interé s e n ser contratado s puede n senti r temo r de que los juzgu e erróneamente, y ese mism o temo r llevará a que de hecho el juici o sobre ellos sea erróneo. Frent e a estos argumento s en contr a de l uso de l polígrafo, quiene s lo defende n sostiene n que lo ciert o es que result a efcaz, ya que muchos candidatos , después de someterse al test, admite n cierta s cosas que los perjudica n y que no habían reco• nocido antes de la prueba . Est a es un a argumentación basada en la utilidad de l aparato : nad a import a si el polígrafo sirve o no par a detecta r con precisión a los mentirosos , puest o que que están en favor del uso del test del polígrafo par a la selección de personal los considera n convincentes e importantes. Pero au n cuando se acepten como tales , creo razonable afrma r que todavía no ha y ningún fundamento científ• co par a extrae r conclusiones sobre la exactitud del polígrafo en la selección de personal , y que en un a cuestión tan trascendenta l y controvertida se precis a mucho más que dos estudios. 228 permit e evita r la contratación de los candidato s indeseables. Lykke n sostiene que estos argumento s e n favo r d e l a utilida d de la prueb a ta l vez no sean válidos: 2 7 los informe s sobre las admisiones perjudiciale s puede n sobrestima r su númer o real , y quizás alguna s de ellas sean falsas confesiones efectuadas bajo presión. Po r otr o lado, los que ha n hecho realment e cosas que llevarían a desestimar su contratación puede n no resulta r sufi • cientemente intimidado s por l a prueb a de l polígrafo como par a confesarlas. Si n estudios qu e analice n l a precisión del polígra• fo, no ha y modo de saber cuántos de los que falla n en la prueb a podrían ser de hecho empleados leales, ni cuántos de los que la pasan va n a roba r en la empres a que los contrata . Gordo n Barland , un psicólogo formad o con Raski n que se dedicó a l empleo de l polígrafo e n l a selección d e personal , aboga po r su uso con un argument o mu y diferente . Estudió a 400 candidatos a empleos de camioneros, cajeros, encargados de expedición en almacenes , etc., enviado s po r sus futuro s empleadore s par a someters e a u n tes t poligráfc o e n un a empresa privada . La mita d [77 sujetos] * de los 155 candidatos que el aparat o señaló como mentiroso s admitiero n su engaño cuando s e les comentaro n los resultado s de l test . Barlan d agrega que pese a ello los empleadores contrataro n al 58 % de esos individuo s [45 sujetos], ya que "mucho s empleadores no usan el examen del polígrafo par a decidi r si ha n de contrata r o no a un candidato , sino más bie n par a decidi r qué puesto le va n a asignar . Po r ejemplo , a un alcohólico no se le confará el manejo de un camión pero sí puede contratárselo como peón para trabaja r e n e l puerto" . 2 8 Puntualiz a que l o que debe inte • resarnos particularment e es el destino de los otros 78 mentiro • sos que negaro n serlo, ya que éstos puede n ser víctimas de errores de incredulidad . Barlan d dice que podría reconfortar• nos saber que el 66 % de ellos [5 1 sujetos! fuero n contratados de todas maneras ; pero no ha y cómo saber si lo fueron para * A fn de aclara r mejor el ejemplo que da el autor, se agrega entre corchetes la cantidad de sujetos a que corresponde cad a porcentaje. Sobre el total de 155 aspirante s habrían sido contratados 96 y rechazados 59. [T.l 229 tarea s ta n apropiada s como las que se les habría encomendado si no se contase con los resultado s del polígrafo. A la mayoría [2 0 sujetos] de los que no fuero n contratado s y negaro n haber mentid o [27 sujetos] , se los rechazó a causa de la información recogida d e ellos e n l a entrevist a previ a a l examen . "Sólo un a mu y pequeña proporción (menos de l 1 0 % ) [ 7 sujetos] de l tota l de candidato s a los que se consideró mentiroso s pero negaron serlo [78 sujetos] , fuero n rechazados debido a ese motiv o por el empleador. " & La evaluación que se hag a de esa cifr a inferior al 10 %, así como el perjuici o que pueda causarse con un procedimient o que dé esta cifra , dependen de l índice normal de mentirosos en un determinad o grup o de sujetos. La expresión "índice normal " se refer e a la proporción de personas que habitualment e mient e en esa clase de grupos. Po r ejemplo , entr e los sospechosos de comete r delito s qu e se somete n al test , el índice norma l de culpables e s probablement e mu y alto , quizá d e u n 5 0 % . L o típico es que no se administr e el polígrafo a todos los sospecho• sos sino sólo a un pequeño grupo , sobre el cua l ya se hiciero n investigaciones previas . El estudi o de Barlan d sugiere que el índic e norma l d e mentiroso s entr e los candidato s qu e s e presenta n a un emple o es de alrededo r del 20 %: uno de cada cinco mentirá acerca de algun a cuestión porque, de saberse la verda d sobre ella , n o serían contratados . Au n cuand o se supusier a qu e el tes t del polígrafo es más preciso de lo que probablement e sea, con un índice norma l del 2 0 % los resultado s puede n ser lastimosos , A l rechaza r l a conveniencia de aplica r esta prueb a en la selección de personal, Raski n part e de la suposición de que la exactitu d del test es de u n 9 0 % , mayo r que l a real : Con esa s premisas , el test del polígrafo aplicado a 1000 candidatos a un empleo daría los siguiente s resultados : de los 200 sujetos mentirosos, 180 serían identifcados correctamente como tales y 20 seria n identifca• dos erróneamente como veraces; de los 800 sujetos veraces, 720 serían identifcados correctamente como veraces y 80 serían identifcados inco• rrectamente como mentirosos. De un total de 260 sujetos identifcados 230 como mentirosos, 80 {o sea, el 31%) serían en realida d veraces . Est a es un a proporción altísima de [errores de incredulidad ] que llevarían a desestimar la contratación de estos individuos si se tomase al test del polígrafo como base par a la decisión. No se obtendrían resultados simila • res en un a investigación criminal , ya que en es a situación el índice normal de engaños es probablemente de un 50 % o más, y el grado de exactitud de la técnica no daría origen a un a proporción tan alt a de errores falsos positivos. 3 0 Frent e a esto, podría contraargumentars e lo siguiente : La cifra del 20 % estimada como índice normal de mentiro• sos entre los candidatos a empleos podría ser demasiado baja. Sólo se fund a en un estudio , llevad o a cabo con esta clase de personas en el estado de Utah , donde existe gra n cantida d de mormones; ta l vez en otros lugares , donde la proporción de mormones sea inferior , habría un mayo r número de mentiro • sos. Pero aunqu e la cifr a fuese de un 50 %, el tes t no debería aplicarse si n datos ciertos sobre la precisión del polígrafo en estos casos, qu e probablement e sea mu y inferio r a un 90 %. La exactitud de la prueba del polígrafo no interesa en reali• dad. El solo hecho de someterse al test , o la amenaz a de que eso sea necesario, hace que los sujetos admita n poseer informa • ción perjudicia l par a ellos, que de otr o modo no reconocerían. También en este caso, la réplica sería que si n estudios sobre la exactitu d no hay modo de averigua r cuántos de los qu e no admitiero n saber nad a de eso causaro n luego, de hecho, perjui • cios a sus empleadores. Un uso de l polígrafo vinculad o con éste consiste en aplica r e l tes t e n form a periódica a l persona l y a existent e d e un a empresa; este uso está sujet o a todas las críticas mencionadas para la selección de personal nuevo. 231 UTILIZACIO N D E L POLIGRAF O E N L A SELECCIO N D E PERSONA L POLICIA L Est e es otr o uso mu y difundid o del polígrafo, al qu e se aplica n todas las argumentacione s hast a ahor a examinada s par a l a selección d e personal e n general . Si n embargo , trat o por separado a los candidato s a ingresa r a la policía puest o que se dispone en este caso de algunos datos sobre la utilida d del test , y la índole de la tare a policia l da cabida a nuevos argu • mento s en favo r de l empleo del polígrafo, Lo esencial de estos argumento s está contenido en el título d e u n artículo d e Richar d Arther , u n poligrafst a profesional: "¿Cuánto s ladrones , asaltante s o criminale s sexuale s va a contrata r su departament o de policía este año? (¡esperemos que sea apenas el 10 % de los que ya ha contratado!)" . 3 1 Los hallaz • gos de Arthe r se funda n en la s respuestas a un cuestionari o de 32 organismo s encargados de la aplicación de la ley (aunqu e no dice qué porcentaj e representa n de l tota l de organismos a los que solicitó la información). Arthe r da cuent a de que en 1970 los organismo s que respondiero n a su encuesta llevaro n a cabo 6524 exámenes con el polígrafo a los candidatos a ocupar un puesto en ellos , y que "se obtuv o con ellos, por primer a vez, información descalifcadora signifcativ a sobre 2119 aspirantes , ¡lo cua l represent a un índice de descalifcación del 32 %! Y lo más important e es que la gra n mayoría de esas 6524 pruebas se realizaro n cuand o los aspirante s ya habían pasado sus exámene s principales" . Arthe r subray a s u argumentació n citand o numerosos ejemplos sobre la importanci a que tuv o el uso del polígrafo; he aquí un o enviad o por Norma n Luckay , poligrafst a de l departament o de policía de Cleveland , Ohio : "E l individu o en cuestión fguraba entr e los diez primero s en nuestr a list a certifcad a de designaciones cuando fue sometido a l exame n Icón e l polígrafo] . Lueg o confes ó habe r estado envuelt o en vario s asaltos a man o armad a que quedaro n sin resolver". 3 2 Pese a estas historia s espectaculares y a la s cifras sorpren• dentes de aspirante s a puestos policiales que son mentirosos, 232 no debemos olvida r que todavía no se dispone de prueba s cien • tífcas aceptables sobre la precisión del polígrafo en la selección de estos aspirantes . Si esto parece increíble, es porqu e result a mu y sencill o confundi r utilida d con exactitud . Lo s datos d e Arthe r son sobre la utilida d de l polígrafo; entr e otra s cosas, no nos dice lo siguiente : ¿Cuántos de los aspirantes que, según la prueba, mintieron, no admitieron haberlo hecho ni confesaron haber cometido ninguna falta? ¿Y qué ocurrió con ellos? Estos también son datos sobre la utilidad , pero quienes abogan por el uso del polí• grafo en la selección de persona l nad a informa n sobre estas cifras. De los que según la prueba mintieron, y negaron haber mentido, ¿cuántos estaban diciendo la verdad y debieron haber sido contratados? Para responder a este interrogant e (que equi • vale a averigua r cuántos errore s de incredulida d se cometieron ) se requier e un estudi o de la exactitu d del procedimiento . ¿Cuántos de los que, según la prueba, no mintieron, en realidad sí lo hicieron? Val e decir, ¿cuántos asaltantes , ladro • nes, violadores , etc. , lograro n engaña r a l polígrafo ? Par a responder a esta pregunt a (que equival e a averigua r cuántos errores de credulida d se cometieron ) se requier e asimism o un estudio de exactitud . M e asombr a que n o hay a prueba s concluyentes sobre esto. No son fáciles de obtener ni baratas , pero no basta n los datos sobre la utilidad : es demasiado lo que está en jueg o como par a ignora r cuántos errore s de credulida d se comete n —par a no habla r de los errores de incredulidad— . Pero aunque todavía no se disponga de esos datos , el uso del polígrafo par a aspirante s a policías e s justifcable , n o importa n los errores que con él se cometan , porque si n dud a excluye a un a buen a cantida d de sujetos indeseables. Por má s que no los identifqu e a todos, y por más que no sean contrata • dos algunos que podrían ser mu y buenos policías (las víctimas de los errores de incredulidad) , ta l vez el precio pagado no sea ta n alto . Ha y un a opinió n social , política . Ha y qu e formularl a 233 sabiendo que no existe n pruebas científcas sobre la precisión de l polígrafo par a seleccionar aspirante s a policías. Cre o que los que defende n el uso del polígrafo porque, al menos, excluye a alguno s indeseables deben procura r que, al mism o tiemp o que se sigue aplicando , se emprenda n estudios sobre la exacti• tu d del test , aunqu e sólo sea par a descubri r cuántos individuo s son rechazados si n fundamento . UTILIZACIO N DE L POLIGRAF O PAR A CAPTURA R ESPIA S Un sargento del ejército que tenía acceso a información reservad a se presentó par a un cargo civi l [en un organismo de espionaje). Durant e el examen con el polígrafo, reaccionó ante varia s preguntas relevantes. En la entrevist a posterior, admitió habe r cometido vario s delitos secundarios y diversa s faltas . El examinado r notó permanentes reacciones específcas ante cierta s preguntas relevantes , y cuando volvió a examinarlo una s semanas más tarde, la situación siguió igual . Se le denegó al sargento el acceso a la información confdencial y se inició un a investigación. Cuand o ésta se estaba llevando a cabo, fue hallad o muerto en el interior de su automóvil. Más adelante se pudo establecer que realizab a actividades de espionaje par a la Unión Soviética. X 1 E n e l inform e d e l a Agenci a Naciona l d e Segurida d d e Estados Unido s (NSA ) sobre su uso del polígrafo aparece éste entr e otro s mucho s ejemplo s d e espías atrapado s gracias a l exame n previ o de rutin a con el polígrafo. Cabe presumi r que también fallaro n en esta prueb a algunos que no era n espías sino personas sinceras, perfectament e idóneas par a el cargo a qu e aspiraban . L a NS A n o nos dic e cuánto s espía s logró atrapa r o cuántos dejó escapar, según pudo comproba r luego; pero sí nos da cifra s sobre las numerosa s personas rechazadas por haber admitid o un a varieda d de cargos (uso de drogas, acti • vida d subversiva , antecedentes delictivos , etc.). Un a serie de datos se refere n a 2902 candidato s a puestos que requerían un a acreditación ofcial , sometidos a la prueba. Un 43 % de estos individuo s resultaro n veraces, pero averiguaciones poste• riores revelaro n que 17 de los 2902 habían ocultado informa - 234 ción descalifcadora. Así pues, el porcentaje conocido de errore s de credulida d fue inferio r al 1 %. Un 21 % de los que fallaro n en la prueb a admitiero n luego importante s cargos qu e llevaro n a rechazarlos, e n tant o que otr o 21 % que también fallaro n e n l a prueba reconocieron falta s menores, que no les impidiero n ser contratados. Un 8 % fallaro n en la prueb a pero no reconocieron tener falta s en su haber. Este 8 % de sujetos podría corresponder a errore s de incre • dulidad . L a NS A n o los mencion a e n s u informe ; y o deduje l a cifra de los datos que fguran en él. La NS A recalca qu e el polí• grafo es sólo un o de los instrumento s empleados par a determi • nar quién debe ser contratado , no el que decide fnalmente. A l a gente que n o pasa l a prueb a s e l a entrevist a co n posteriori • dad tratand o de descubri r las razones de su reacción emociona l con e l polígrafo ant e un a pregunt a e n particular . Gordo n Barlan d m e comunicó que l a NS A n o contrat a personas cuyo fallo ant e el polígrafo no teng a explicación. Nuevament e debemos recordar que estas cifra s se refere n a la utilida d y no a la exactitu d de l procedimiento . Si n datos sobre la exactitu d es imposibl e contestar las siguiente s pregun • tas : ¿Cuánto s mentiroso s qu e tuviero n éxit o e n l a prueb a siguen trabajand o e n l a NSA ? E l organism o cree e n s u cifra : son menos de l 1 %; pero no cuent a con un estudi o de exactitu d que la avale. Piensa que el polígrafo no deja pasa r a ningún mentiroso , pero no tien e modo de estar seguro sobre eso. En el inform e de la OT A se adviert e que "precisament e aquellos indi • viduos a los que el Gobiern o Naciona l más querrí a detecta r {por ejemplo , por sus transgresiones a las norma s de seguri • dad) bien pueden ser los más motivados , y ta l vez los mejo r entrenados, par a evitarlo" . 3 4 Si n u n estudi o d e exactitu d n o hay maner a de saber con certeza cuántos errore s de credulida d se cometen. Si n dud a sería difícil instrumenta r un estudi o de esa índole, pero no imposible . Un enfoque efcaz podría ser el de los estudios híbridos, como el realizad o por los policías israe - líes al que ya he hecho referencia. ¿Puede engañarse al polígrafo con medidas que contrarres • te n s u efcacia? Entr e ella s habría qu e inclui r actividade s 235 físicas como el "morders e la lengua " o el uso de drogas , la hipnosi s y la "realimentación fsiológica" o biofeedback. Ha y estudio s qu e sugiere n qu e esta s medida s contrarrestante s pueden funciona r hast a ciert o punto , pero dado el costo que implica , en materi a de aspirante s a puestos vinculado s con la segurida d naciona l de u n país, pasa r po r alt o a alguie n que e s u n espía (cometer u n erro r d e credulidad) , deberían hacerse mucha s investigacione s más , centrándolas en aquellos casos en que e l "agente " qu e utiliz a esas medida s par a engañar al polí• graf o tien e el apoyo de expertos, de equipo técnico, y muchos meses de adiestramient o —como cabe suponer que lo tenga un agente real— . E l doctor Joh n Bear y I I I , e x secretari o adjunt o interin o de Defensa par a cuestiones de salubrida d "... advirtió al Pentágono que la confanz a que había depositado en el polí• grafo ponía en peligr o la segurida d nacional en vez de proteger• la . S e m e h a informad o qu e l a Unión Soviética tien e un a escuela d e adiestramient o par a engañar a l polígrafo, e n u n país de l bloque de l Este . Como muchos de los directivo s de nuestr o Departament o d e Defens a piensa n qu e e l polígrafo funcion a bien , eso les deja un falso sentimient o de segurida d que puede facilita r la penetración en el Pentágono de algún 'topo' soviético que pase la prueba". 3 5 Teniend o en cuent a esta posibilidad , e s sorprendent e que , según l a OTA , l a NS A sólo esté llevand o a cabo un pequeñ o proyecto pilot o sobre esas medidas contrarrestantes . ¿Cuántos de los sujeto s de ese 8 % que resultaro n mentiro • sos pero negaro n serl o (245, de acuerdo con mi cómputo) eran en verda d mentirosos , y cuántos sujetos veraces fuero n ma l juzgados por el polígrafo? Repitámoslo: sólo un estudi o de exac• titu d puede da r l a respuesta . Por l o que informaro n tant o l a NS A como l a CI A a l a inda• gación realizad a po r la OTA , sólo se llevó a cabo un estudi o de exactitud , u n estudi o analógico con estudiantes , sobre cuyos criterio s par a establecer la verda d básica existe n dudas.. . ¡y en e l cua l las pregunta s nad a tenían que ver con l a segurida d nacional ! E s asombroso , reiteramos , que e n cuestione s d e tamaña importanci a ta n pocas investigaciones signifcativa s se 236 hayan puest o en práctica. Aunqu e no preocupen los errore s de incredulidad , cuando e s tant o l o qu e está e n jueg o debería existi r un a enorme preocupación po r los errore s de credulidad . Si n luga r a dudas , au n si n dispone r d e dato s sobre l a exac• titu d de l polígrafo, es encomiable su uso par a seleccionar aspi • rante s a cargo s en los qu e tendrá n acceso a informació n secreta, que si se transmitier a a un enemigo pondría en peligr o la segurida d de l país. Así lo expresa sucintament e el viceprocu - rador genera l adjunt o d e Estados Unidos , Richar d K . Willard : "Aunque el empleo del polígrafo excluy a injustifcadament e a algunos candidato s idóneos, consideramos más important e que se evit e la contratación de candidato s capaces de ocasiona r riesgos a l a segurida d nacional". 3 6 E n s u comentari o sobre l a reciente decisión de Gra n Bretaña de utiliza r el polígrafo en los organismo s qu e se ocupa n de asunto s secretos , Lykke n le responde: "Apart e del daño infigid o a la carrer a profesiona l y la reputación de personas inocentes, esta decisión probable • ment e le ocasione al gobiern o la pérdida de alguno s de sus funcionarios más escrupulosos (...) fy l a raíz de la tendenci a a subestima r otro s procedimiento s de segurida d más onerosos pero más efcaces un a vez qu e el tes t del polígrafo ha sido instaurado , esa decisión bie n puede abri r las puerta s a la fácil penetración en los servicios de segurida d de agentes foráneos adiestrados par a engañar a l polígrafo". 3 7 UTILIZACIO N DE L POLIGRAF O PAR A REALIZA R CONTROLE S PERIODICO S A LO S LUGARE S D E TRABAJ O Si val e la pena aparta r a los aspirante s indeseables que pretende n ocupar puestos en los organismo s de espionaje, o en las joyería s donde se vende n diamantes , o en los grande s supermercados, parecería obvi a la convenienci a de someter a pruebas periódicas con el polígrafo a los empleados un a vez que se los contrata , con el objeto de comproba r si se fltró algun o de esos indeseables. Esto se hace, en efecto, en muchas empresas, aunque no existe n tampoco en este caso datos sobre la exacti - 237 tu d del polígrafo en dich a aplicación. Es probable que aquí los índices normale s de mentiroso s sean menores: mucha s de las "manzana s podridas " y a fuero n descartadas e n l a prueb a d e selección y, además , entr e los empleados siempr e será menor que entr e los aspirante s el número de los que tenga n algo que ocultar . Pero cuant o meno r sea el índice norma l de mentirosos, má s juicio s erróneo s s e formularán. S i tomamo s e l ejempl o anterio r de 1000 empleados, en el que supusimo s que la exacti • tu d de l polígrafo er a de l 90 %, y en vez de considera r un índice norma l de mentiroso s del 20 % partimo s de un índice del 5 %, esto es lo qu e sucedería: se identifcaría correctament e a 45 mentiroso s per o incorrectament e a 95 veraces; se identifcaría correctament e a 855 veraces pero se fltrarían 5 mentirosos . La s fguras 7 y 8 ilustra n gráfcamente los efectos de un índice norma l ta n bajo. Par a poner de reliev e de qué modo afecta e l cambi o e n e l índice norma l a l a cantida d de personas incorrectament e identifcada s como mentirosas , he mantenid o constant e la tas a de exactitu d de l 90 %.* Si el índice norma l es de l 2 0 % , po r cada person a vera z incorrectament e juzgad a habrá dos mentirosos , en promedio ; si es de l 5 %, ocurrirá lo contrario : po r cada mentiros o atrapad o habrá dos personas veraces juzgada s incorrectamente . Tambié n aquí tien e validez e l argument o según e l cua l e l resentimient o qu e provoca tene r que someterse a l test difcult a la obtención de resultado s precisos. Los empleados ya contrata • dos puede n sentirs e má s molestos aún por tene r que pasar la prueb a qu e cuand o buscaban trabajo . Los mismo s motivo s que volvían justifcabl e l a utilización de l tes t de l polígrafo previ a a la contratación son válidos para utilizarl o con los empleados de un organism o policia l o de una repartición como l a NSA . L a policía rar a vez l o hace, aunque con las tentacione s que ofrece a sus agentes la tare a y el índice de corrupción qu e exist e entr e ellos, ha y razones sufcientes * No ha y modo de saber cuál es el grado de exactitud en uno u otro caso, porque no se ha efectuado ningún estudio adecuado par a averiguarlo ; no obstante, es poco probable que llegase al 90 %. 238 +er ace s Juzgados Juzgados mentirosos verace s Resultados de la utilización del polígrafo De 100 0 indiiduos e!aminados" el 20 % (200 ) son mentirosos Figura 7 que los justifcarían. En la NS A sí se lleva n a cabo algunos exámenes con los empleados; s i u n agente de l repart o fall a e n el test y no se descubre el motiv o en un a entrevist a ulterior , se inici a un a investigación por razone s d e seguridad . Cuand o inquirí qué pasaría si el asunt o no pudier a averiguars e (si alguie n fall a repetidas veces en el polígrafo pero no se descubre nada que pueda imputársele), se me respondió: nunc a ha suce• dido, y la única política que existe es resolve r esas situaciones caso por caso; hast a ahor a nunc a tuvimo s que toma r ningun a decisión. Sería un a cuestión delicada. Despedi r a alguie n que ha estado empleado en un organism o así durant e muchos años resultaría mu y controvertibl e s i n o hubier a evidenci a algun a de que ha cometido algun a otr a falt a apart e de habe r fallad o en el exame n de l polígrafo. Si ese individu o fuese inocente , su furi a por la injustici a cometid a contr a él al despedirl o lo lleva - 239 +er ace s , u- .a' o s , u- .a' o s ment i ros o s /er ac e s 0esulta'os 'e la utili-aci1n 'el 2ol3.rafo 4e 1%%% in'i/i'uos e5amina'os6 el 5 7 85%9 son mentirosos Figura 8 ría quizás a divulga r la información secreta a la que tuv o acceso en el desempeño de sus funciones. Pero si cada vez que s e l e pregunta : "¿Ha divulgad o usted , e n e l curso de l último año, algun a información secreta a agentes de un país extranje • ro?", el polígrafo muestr a un a reacción emocional paralel a a su respuesta negativa , sería difícil quedarse de brazos cruzados. 240 CAPTUR A D E LO S DELATORE S Y TEORI A D E L A DISUASIO N Un o de los nuevos usos propuesto s par a el polígrafo en Estados Unido s es el de identifcar , si n la participación de l Departament o de Justicia , a los funcionario s que pueda n habe r revelado información confdencial si n esta r autorizado s a ello. Hast a l a fecha, todas esas investigacione s fuero n consideradas como casos correspondiente s a l a justici a criminal . S i s e implantara n los cambios sugeridos por el gobierno de Reagan en 1983, se las trataría como "cuestione s administrativas" . Cualquie r directo r de un organism o ofcia l que sospeche de qu e uno de sus subordinados ha transmitid o información, podría solicitarl e que se someta al tes t de l polígrafo. No qued a clar o si se exigiría esto a todos los que ha n tenid o acceso al documento cuyo contenido se ha transmitid o (en cuyo caso el índice norma l de mentiroso s sería bajo , y po r end e serí a alt a la tas a de errores en el uso del polígrafo) o sólo a aquella s personas que resulta n sospechosas tra s un a investigación previa . E l inform e d e l a OT A nos dice qu e n o s e h a realizad o ningún estudio par a determina r l a exactitu d de l polígrafo e n l a detección de mentira s referida s a estas revelaciones no autori • zadas. Si n embargo, e l FB I h a proporcionad o datos que indica n que lo usó con éxito en 26 casos a lo larg o de cuatr o años —a l decir "con éxito", queremos signifca r qu e la mayoría de la s personas que no pasaron la prueb a confesaron más tard e su falta-—. 3 8 Ahor a bien : e l uso que l e d a e l FB I a l polígrafo n o e s e l qu e resultaría d e la s nueva s norma s legales. E l FB I n o sometió a la prueb a a todos los que hiciero n algun a revelación no autorizad a (procedimient o que ha sido denominad o "uso del polígrafo como re d d e pesca"), sino sólo a u n grup o más limita • do de sospechosos de acuerdo con un a investigación previa ; de modo que el índice norma l de mentiroso s fue más alt o y los errores menos cuantiosos que e n u n procedimient o tip o "re d d e pesca". Las norma s de l FB I prohibe n e l empleo de l exame n del polígrafo "par a un a selección tip o re d de pesca de gra n númer o de sujetos, o como sustitut o de un a investigación lógica llevad a a cabo por los medios convencionales". 3 9 En cambio , las norma s 241 propuesta s en 1983 permitirían el procedimient o tip o "re d de pesca". Tambié n l a clase d e gent e examinada , e l contenid o del exame n y los procedimiento s seguidos en él probablement e diferan , cuand o el polígrafo se aplica en esta clase de situacio• nes administrativas , de los utilizado s cuando se aplic a a los sospechosos de haber cometido delitos. Por ejemplo, es dable supone r que el resentimient o de los examinando s será grande, y a qu e s i n o acepta n someterse a l tes t puede vedárseles e l acceso a la información confdencial . Un a encuesta realizada por la NS A entr e sus propios funcionario s reveló que, según ellos , el tes t del polígrafo estaba justifcado . Quizá sea cierto, per o s i l a encuesta n o aseguraba e l anonimat o d e las respues• tas , los que se sentían afectados por la medid a pueden haber callad o su molestia . Creo much o menos probable que en otros organismo s ofciales los funcionario s piensen también que el polígrafo está justifcad o par a captura r a los delatores —en particula r s i piensa n que l a fnalida d perseguida e s suprimi r información má s perjudicia l par a e l gobierno mism o que para l a segurida d de l país. E l viceprocurado r genera l adjunt o Willard , e n u n testimo• ni o presentad o ant e el Congreso de Estados Unidos , dio otros fundamento s e n favo r de l uso de l polígrafo : "U n benefcio adiciona l de l uso del polígrafo —dij o en esa oportunidad — es su efecto disuasiv o sobre cierta s clases de inconducta s que puede ser difícil detecta r po r otros medios. Es más probable qu e los empleados se abstenga n de incurri r en esas inconduc• ta s cuando saben que se los someterá a la prueb a del polígra• fo". 4 0 Ta l vez esto n o funcion e ta n bie n como parece creerse. E l polígraf o cometer á probablement e mucho s má s errore s a l trata r de captura r a quienes hiciero n revelaciones no autoriza • das cuand o los sospechosos no forma n part e de un organismo de espionaje. Pero aunqu e no sea así (y nadie sabe si lo es), bast a con que los implicado s que se somete n a la prueba lo crea n (o sepan qu e nadie está seguro al respecto) par a que la disuasión falle . El polígrafo funcion a cuando la mayoría de los que se someten a la prueb a están convencidos de que funciona. 242 A l aplicarl o e n e l caso d e la s revelacione s n o autorizadas , puede da r luga r a que el inocent e sient a (con motivos o no) tant o temor , y por ciert o tant a ir a de ser sometido al exame n como el culpable. Se dirá que no import a que la prueb a funcion e o no funcio • ne, qu e de todos modos ell a ejerce un efecto disuasivo sobre algunos, y que no es preciso aplica r ningún castigo a los que falla n en el test , eludiend o así el dilem a ético de castigar a los inocentes ma l juzgados. Pero si las consecuencias de que se descubra a un mentiros o con el polígrafo son insignifcantes , la prueb a no puede funciona r en absoluto , y si n dud a no tendrá much o valo r disuasivo si se sabe que no se castiga a quienes falla n e n ella . COMPARACIO N ENTR E E L POLIGRAF O Y LO S INDICIO S CONDUCTUALE S D E L ENGAÑ O Los poligrafsta s n o afrma n qu e u n sospechoso mient e únicamente sobre la base de lo que ve n en el diagrama . Saben lo que ha revelado la investigación previ a acerca del sujeto , pero además, e n un a entrevist a previ a a l test , a l explica r e l procedimient o qu e se seguir á en el exame n y expone r la s pregunta s que se formularán, obtien e más información. Por otr a parte , las expresiones faciales del sujeto , su voz, gestos y maner a d e habla r durant e esa entrevist a previa , durant e e l examen , y en la entrevist a posterior , le deja n nuevas impresio • nes. Respecto de si tien e qu e toma r en cuent a los indicio s conductuales además del diagram a de l polígrafo par a evalua r si el sospechoso miente , ha y dos corriente s de pensamiento . Los materiale s de capacitación de poligrafsta s que he podido ver , utilizado s por los que toma n en cuent a tales indicios , están tristement e desactualizados y no recogen los hallazgos de la s investigaciones más modernas . Incluye n varia s ideas erróneas sobre la form a de interpreta r tales indicios , junt o a algunas ideas acertadas. Sólo en cuatr o estudios se ha n comparad o los juicio s emiti - 243 dos basándose en las pruebas del polígrafo y, además, en los indicio s conductuales, con los emitido s por poligrafsta s que no viero n a los sujetos sino sólo los diagrama s del test . En dos de ellos se indic a que el grad o de exactitu d obtenido basándose en los indicio s únicamente es igua l al obtenido basándose en los diagramas , y en un tercer o se encontró que los indicio s conduc• tuale s permitían formula r juicio s precisos pero no tant o como los diagramas . Estos tre s estudios presentaba n serios fallos : incertidumbr e respecto de la verda d básica, escaso número de sujeto s examinado s o excesivo númer o de examinadores . 4 1 Todos estos problema s fuero n remediados en el cuart o estudio, de Raski n y Kircher , que aún no ha sido publicado . 4 2 Estos autore s comprobaro n que los juicio s fundados en los indicios conductuale s n o era n much o mejores qu e los formulado s a l azar , mientra s qu e sí lo era n los basados en los diagrama s del polígrafo si n toma r contacto con los sujetos. Los indicio s conductuale s de l engaño suelen pasarse por alto , o se interpreta n equivocadament e y desorientan . Recuér• dese el inform e (mencionado a comienzos del capítulo 4) de un estudi o nuestr o en el que pudimo s aprecia r que , a parti r de las cinta s de video, no er a posible saber si las estudiante s de enfer• mería mentían o decían la verda d al describi r sus emociones. No obstante , sabíamos que existían indicio s conductuales del engaño , por más que no fuesen reconocidos. Cuando las estu • diante s mentían , ocultand o la s emociones negativa s qu e les producían la s películas con escenas quirúrgicas, su ton o de voz se volvía má s agudo, recurrían menos a movimiento s de las mano s par a ilustra r su discurso y a más deslices emblemáticos equivalente s a un encogimient o de hombros . Acabamo s de conclui r nuestr a medició n de los indicio s faciale s de estos sujetos y aún no ha habid o tiemp o de publica r los resultados , per o parecerían ser los más prometedores en la identifcación de las mentiras . Y entr e todos los indicio s faciales, el más efca z er a u n sign o suti l d e movimient o muscula r insert o dentr o de un a aparent e sonris a de contento , que evidenciaba un fuert e disgusto o desdén. Ta t vez estemos midiend o un a información de la que la 244 gente no tien e notici a algun a o bien no puede observar : lo sabremos el año próximo, cuando entrenemo s a un grup o de personas diciéndoles qué es lo que tiene n que mira r antes de pasarles las cinta s de vídeo. Si sus juicio s continúan siendo equivocados, habremo s averiguad o que estos indicio s conduc- tuales de l engaño necesita n ser visto s a cámar a lent a y en repetidas ocasiones, y un a medición más precisa. Mi apuest a es que se obtendrá un bue n grad o de exactitu d como consecuencia de ese adiestramiento , pero no ta n alt o como el qu e puede da r una medición exacta. E n u n estudio como e l d e Raski n y Kircher , sería importan • te compara r la exactitu d de tos juicio s efectuados a parti r del diagram a del polígrafo con las mediciones de indicio s conduc- tuales del engaño y con los juicio s de observadores adiestrados , y no ignorante s del asunto . Mi suposición es que, al menos par a algunos sospechosos, la medición de los indicios conductuales añadida a los juicio s basados en el polígrafo aumentará la exac• titu d d e l a detección. Los indicio s conductuales puede n comuni • car cuál es la emoción sentida : ¿qué es lo que produce los signos de activación emocional visible s en el gráfco: el temor , la ira , la sorpresa, la desazón, la excitación? También sería posible extrae r esa información específca sobre la s emociones experimentada s de los propio s registro s poligráfcos. Recordemos nuestro s hallazgos (expuestos al fnal del capítulo 4) sobre la posibilida d de que a cada emoción le corresponda un a paut a diferent e d e activida d del SNA . Nadie , hasta hora , ha aplicad o este enfoque a la interpretación de los diagrama s del polígrafo par a detecta r mentiras . L a informa • ción sobre emociones específcas (derivad a tant o de los indicio s conductuales como de l diagram a de l polígrafo) podría contri • bui r a reduci r la gravitación de los errores de incredulida d y de credulidad . Otr o important e asunt o que debe investigars e es hasta qué punt o pueden discernirse las medidas contrarrestan • tes par a eludi r la detección si se combina n los indicio s conduc• tuales con la interpretación de l diagram a par a cada emoción específca. E l polígrafo sólo puede emplears e con sujetos qu e consien - 245 ta n y cooperen con la prueba ; en cambio, los indicio s conduc- tuale s puede n leerse e n cualquie r moment o si n pedi r permiso ni da r aviso previo , si n que el sospechoso sepa siquier a que se sospecha d e él. Alguna s aplicacione s de l polígrafo podrían prohibirs e por ley , en tant o que jamás podrá prohibirs e la inda • gación de los indicio s conductuales del engaño. Aunqu e no se legalice el tes t del polígrafo par a captura r a los funcionarios delatores , los cazadores de mentira s seguirán investigand o la conduct a de aquellos a quienes consideran sospechosos. En mucha s circunstancia s en las que se presume que ha habid o un engaño (ya sea conyugal , comercia l o diplomático), está excluid a por completo l a posibilida d d e administra r un a prueb a con e l polígrafo. N o sólo n o ha y confanz a entr e las partes , sino qu e tampoco ha y cabida par a formula r un a serie de pregunta s sucesivas. Y au n cuando exist e confanza, como entr e marid o y mujer , o entr e padr e e hijo , el hecho de hacer un a serie de pregunta s dirigida s a algún fn , por más que no se emplee e l polígrafo, puede deteriora r l a relación. N i siquier a u n progenito r qu e tien e sobr e s u hij o má s autorida d qu e l a mayoría de los cazadores de mentira s sobre los sospechosos puede a veces afronta r el costo que le signifcará un interroga • tori o de esta índole. El solo hecho de desestima r la declaración de inocenci a de l hij o puede socavar par a siempre la relación entr e ambos, aunqu e después el hij o se someta al interrogato • ri o — y n o todos l o harán—. Alguno s pensarán que es mejor , o más acorde a la moral , no trata r d e hurga r e n las mentiras , aceptar l o que dice l a gente si n cuestionarlo , toma r l a vid a como vien e y n o hace r nada par a reduci r las probabilidade s de que a un o le mientan . Se prefer e n o corre r e l riesg o d e acusa r po r erro r a alguien , aunqu e ell o impliqu e aumenta r e l riesg o d e ser engañado. Ciert o e s qu e e n ocasiones ésa pued a ser l a mejo r opción; depende de lo qu e esté enjuego , de quién sea el sospechoso, del grad o de probabilida d de qu e mient a y de la actitu d general que tien e el cazador de mentira s hacia la gente. Retomemos el ejempl o de la novela de Updike , Marry Me: ¿qué perdería Jerr y si siguier a creyendo que su esposa, Ruth , le es fel cuando en 246 realida d le está ocultand o un a relación extraconyugal , y qué comparación puede establecerse entr e eso y lo que Jerr y perde• ría o ganaría sí creyera que ell a le miente ? En algunos matri • monios, e l dañ o causado po r un a fals a acusación podría ser mayor que el causado por un engaño que se deja pasar, hast a que las prueba s sean abrumadoras . Pero no siempr e es así: depende de las características particulare s de cada situación. Algunos no tendrán much a opción: son hart o suspicaces como para corre r el riesgo de un erro r de credulidad , y preferirán correr el riesgo de un a acusación falsa al riesgo de ser engaña• dos. Lo único que puede sugerirse respecto de lo que siempre tiene que tenerse en cuent a al decidi r qué riesgo va a correrse es esto: no adoptar ninguna conclusión defnitiva sobre si un sospechoso miente o dice la verdad que se base exclusivamente en el polígrafo o en los indicios conductuales del engaño. Ya en el capítulo 6 explicamos lo azaroso que es interpreta r los indi • cios conductuales, y las precauciones que puede n adoptarse. En este capítulo quisimo s poner en claro, asimismo , lo azaroso que es interpreta r un diagram a del polígrafo como evidenci a de mentira . E l cazado r d e mentira s debe estima r siempr e l a probabilidad de que un gesto, expresión o signo poligráfco de activación emociona l indiqu e mentir a o veracidad , rar a vez tendrá certeza absoluta. En los casos, poco frecuentes, en que una emoción que contradice la mentir a anterio r se deja entre • ver en un a expresión facial plena , o en que un a part e de la información hast a entonces ocultad a se revel a en las palabras de un a perorat a enardecida , también el sospechoso lo advertirá y confesará. Más a menudo , adverti r la presencia de indicios conductuales del engaño o de indicio s de sinceridad , con o sin el polígrafo, sólo servirá como base par a decidi r continua r o no la investigación. El cazador de mentira s debe evalua r además un a mentir a determinad a en función de la probabilida d de que se fltren errores. Alguno s engaños son ta n fáciles de lleva r a cabo que (a posibilida d de que salga a la superfcie un indici o del engaño es remota ; otros son ta n difíciles de lleva r a la práctica que proba 247 blement e se cometa n mucho s errores , y habrá numerosos indi • cios conductuales que analizar . E n e l próximo capítulo describi• remos qu é s e debe toma r e n cuent a a l estima r s i un a mentir a es fácilmente discernibl e o no. 243 8 Verifcación de la mentir a Si la mayoría de las mentira s logra n su cometid o es porque nadie se tom a el trabaj o de averigua r cómo se podrían desen• mascarar. Por lo común, no import a demasiado hacerlo ; pero cuando es much o lo que está en jueg o —cuand o la víctima sufriría un grave perjuici o en caso de ser engañada, o cuando el propio mentiros o se vería mu y perjudicado si lo atrapase n y, por el contrario , mu y benefciado si por erro r se creyese en su veracidad— , hay razones par a ello. La verifcación de la mentir a no es un a tare a simpl e y rápida. Muchos son los interrogante s que deben evaluars e par a estima r si es probable que se cometa algún error , y en ta l caso, qué tip o de erro r es previsibl e y cómo puede queda r refejado e n determinado s indicio s conductuales . Esos interrogante s versarán sobre la índole de la mentir a en sí, sobre las caracte• rísticas del mentiros o y sobre la s del cazado r de mentiras . Nadi e puede tene r la certeza absoluta de qu e un mentiros o incurrirá en un fall o que le traicione , o de que un vera z será siempre eximid o de culpa : la verifcación de las mentira s sólo permit e hacer un a conjetur a bie n informada , un a estimación, pero que reducirá tant o los errores de credulida d como los de incredulidad . En el peor de los casos, les hará toma r mayo r conciencia al mentiros o y al cazador de mentira s por igua l de lo complicado que result a pronosticar si un mentiros o será descu• bierto. L a verifcación d e las mentira s hará qu e u n individu o suspicaz pueda sopesar sus probabilidades de ratifca r o rectifi - 249 ca r sus sospechas. A veces, todo lo que averiguará es que no puede averigua r nada ; pero.. . ¡si Otel o hubiese sabido esto! O bie n averiguará cuáles son los errore s probables, a qué debe presta r atención. También par a u n mentiros o puede ser útil l a verifcación de las mentiras ; algun o se dará cuent a de que sus posibilidade s son escasas, que más le valdría no menti r o no segui r mintiendo ; otro s se sentirán alentados por la facilida d con que pueden sali r indemne s o aprenderán dónde concentrar sus empeños par a evita r incurri r e n los errores más probables. En el próximo capítulo explicaré los motivos por los cuales la información contenid a en éste y en otros ayudará más , por lo general , a l cazador d e mentira s que a l mentiroso . Par a verifca r un a mentir a en particular , se sugier e aquí responde r a 3 8 pregunta s (l a list a complet a aparece e n e l cuadr o 4 de l "Apéndice"). En su mayoría, ya ha n sido mencio• nada s en capítulos anteriores ; acá se las ha reunid o en una list a única de control , agregando una s pocas pregunta s más que hast a ahor a n o h a habid o motivo s par a describir . Analizaré alguna s mentira s de diferent e clase utilizand o esta list a a fn de mostra r po r qu é alguna s son fáciles de detecta r po r el cazador de mentira s y otra s no. Un a mentir a fácil par a e l mentiros o será aquell a e n l a que sea n pocos los errore s que pued a cometer ; po r lo tanto , esa mentir a será difícil par a el cazador de mentiras ; a la inversa , un a mentir a fácil par a el cazador de mentira s será un a difícil par a e l mentiroso . Un a mentir a será fácil s i n o requier e oculta r o falsea r emociones, si ha habid o oportunida d de practicarla , si el mentiros o es avezado en ell a y si el destinatari o (el cazador de mentira s potencial ) no es suspicaz. Varia s de estas mentira s fáciles fuero n analizada s e n u n artículo periodístico relativa • ment e reciente , titulad o "Cóm o merodea n los cazadores de cabezas en torn o de los ejecutivos en la jungl a de las grandes empresas".» E n Estado s Unido s s e h a dado e n llama r "cazadores d e cabezas " [headhunters] a los reclutadore s de persona l que consiguen atrae r a los ejecutivos de un a gra n empresa para llena r u n cargo e n otr a empres a rival . Como ningun a compañía 250 quier e perde r a su s empleado s má s valioso s e n benefci o d e l a competencia , los cazadore s d e cabeza s n o puede n adopta r u n enfoque franc o y direct o cuand o quiere n averigua r dato s sobr e su s posible s "blancos" . Sar a Jones , cazador a d e cabeza s d e un a frm a neoyorquina , refer e así su modo de obtene r información presentándose como investigador a d e relacione s industriales : * 'Estamo s llevand o a cabo u n estudi o qu e permit a correlacio • na r e l nive l d e educación con l a carrer a profesional . ¿Podría hacerl e u n pa r d e preguntas ? N o m e interes a sabe r s u nombre , sólo alguno s dato s estadísticos sobre su educación y carrera* . Y a continuación —sigu e diciendo — le pregunt o al sujet o todo lo que puedo sobre él: cuánto gana , si está casado , la edad , la cantida d d e hijos . (... ) L a tare a d e u n cazado r d e cabeza s consist e en manipula r a los demás-d e modo de qu e nos den información. S e trat a simplement e d e un a trampa" . 2 Otr o cazado r d e cabeza s describía s u tare a d e est e modo: "Cuand o e n un a fest a l a gent e m e pregunt a a qué m e dedico , contest o que m e gan o l a vid a mintiendo , engañando y robando". ; | Esta s so n mentira s fáciles. E n cambio , l a entrevist a de l psiquiatr a co n l a pacient e Mary , que mencioné e n e l prime r capítulo, no s suministr a u n ejempl o d e un a mentir a mu y difícil: Médico: Bien , Mary , veamos... ¿cómo se siente hoy? Mary: Me siento bien, doctor. Espero poder pasar el fn de semana.. . este.. . con mi familia, usted ya sabe, hace cinco semana s que estoy en el hospital. Médico: ¿Ya no se siente deprimida, Mary ? ¿Está segur a de que ya no tiene esas ideas de suicidio? Mary: Esto y realmente avergonzada por eso, yo no.. . seguro que yo no me siento así ahora . Sólo quisier a salir , estar en cas a con mi marido. Tant o Mar y como Sar a tuviero n éxito co n su s respectiva s mentiras . Ningun a d e la s dos fue atrapada , per o e n e l cas o d e Mar y eso habría sido posible . E n todo sentido , la s probabilida • de s era n adversa s par a Mar y y favorable s par a Sara . L a mentira d e Mary , par a empezar , er a más difícil d e instrumen • tar ; por otr a parte , ell a er a meno s expert a como mentirosa y s u 251 médico tenía un a serie de punto s a su favo r como cazador de mentiras. Veamos en prime r término cómo diferían las menti • ra s de Mar y y de Sara , independientement e de las característi• cas de los respectivos mentiroso s y cazadores de mentiras . Mar y tien e qu e menti r sobre sus sentimientos , Sar a no. Mar y está ocultand o l a angusti a qu e motiv a sus planes d e suicidarse ; esa angusti a puede fltrársele en algún momento , o el solo peso de ocultarl a puede traiciona r sus pretendido s senti • miento s positivos . Pero además de tene r que menti r sobre sus sentimientos , Mary , a diferenci a de Sara , tiene intensos senti • mientos , que también debe ocultar , sobre el propi o hecho de mentir . Como l a mentir a d e Sar a está autorizad a socialmente (es part e de su trabajo) , ell a no siente ningun a culp a al respec• to ; po r e l contrario , l a mentir a desautorizad a d e Mar y l e genera culpa : se supone que un paciente tien e que ser sincero con el médico que procur a ayudarl o a curarse , y por otr o lado Mar y simpatizab a con s u médico . L e avergüenz a menti r y tene r planes par a quitars e la vida . Las mentiras más difíciles son las relativas a emociones que se experimentan en ese momento; ta mentira será tanto más difícil cuanto más inten• sas sean dichas emociones y cuanto mayor sea el número de emociones distintas que deben ocultarse. Hast a ahor a hemos vist o por qué, además de su angustia , Mar y sentiría culp a y vergüenza . A l pasa r a considera r l a índole de l mentiroso , veremos cómo en su caso se añadía una cuart a emoción que er a meneste r ocultar . Mar y tien e menos práctica y perici a que Sar a par a mentir . En el pasado, no debió oculta r nunc a su angusti a y sus planes de suicidarse , y carece de experienci a en lo tocante a mentirl e a un psiquiatra . Est a falt a de práctica le infund e temo r a ser descubierta , y po r supuesto ese temo r se añade a la sum a de emociones que debe disimular . Su enfermeda d psiquiátrica, además , l a vuelv e particularment e vulnerabl e a l temor , l a culp a y la vergüenza, y no es probable que sepa esconder todos estos sentimientos . Mar y no prevé la s pregunta s que puede hacerle el médico y debe inventa r su estrategi a sobre la marcha . Sar a está en el 2 5 2 tremo opuesto: tiene práctica en ese tip o particula r de menti ¬ -, las ha dicho muchas veces, confía en su habilida d a raíz 1 éxito que ha tenid o en el pasado y cuent a con un a estrate • ga bie n pensada y ensayada. Tien e asimism o la ventaj a de que ha representado ese papel y sabe cómo desempeñar diestra - ente ciertos roles, convenciéndose a sí mism a inclusive . % El médico tenía en este caso tre s ventaja s sobre el ejecutivo Immo cazador de mentiras : a) ésta no er a su primer a entrevist a <con Mary , y el conocimiento previ o qu e tenía acerca de ell a «volvía más probable que pudier a evita r el riesgo de Broka w por no tener en cuent a las diferencias individuales ; 2) si bie n no todos los psiquiatra s están lo bastant e entrenado s como par a discernir los signos de un a emoción oculta , este médico poseía dicha habilidad ; 3) a diferenci a de l ejecutivo , el médico estaba precavido y alert a a la posibilida d de ser engañado , ya que sabía que los pacientes suicidas, después de habe r pasado tres semanas en el hospital , pueden esconder sus verdaderos senti • mientos a fn de sali r del hospita l y matarse . Los errore s de Mar y se pusiero n en evidenci a en su voz, su manera de hablar , su cuerpo y las expresiones de su rostro . Poco acostumbrad a a mentir , su discurs o no er a regula r y parejo, y ofrecía indicio s de su engañ o en la elección de las palabras y su ton o de voz, en sus pausas, en sus circunloquio s e incongruencias. Además, las intensa s emociones negativa s que sentía contribuían a generar esos errore s y elevaban su ton o de voz. Otros indicio s de sus emociones ocultas (angustia , temor , culpa y vergüenza) podían deducirse de sus emblemas , como el leve encogimiento de hombros , sus manipulaciones , la meno r cantida d de ilustracione s y las microexpresiones faciales reve • ladoras de esas cuatr o emociones, todas las cuales se refejaba n en sus músculos faciales fdedignos a despecho de l intent o de Mar y por disimularlas . L a familiarida d de l médico con Mar y l o situab a e n mejores condiciones par a interpreta r sus ilustracio • nes y manipulaciones , que de otr o mod o quizá s entendier a equivocadamente, e n u n prime r encuentro , po r las diferencias con otros sujetos. Lo ciert o es que el médico no supo aprovechar estos indicios , aunque presum o qu e si hubiese estado alert a por 253 tod o lo qu e he explicado , él y la mayoría de los demás habrían detectado e l engañ o d e Mary . Sara , e n cambio , s e hallab a e n un a situación casi idea l par a cualquie r mentiroso : si n emociones que ocultar , con much a práctica en ese tip o particula r de mentira , con tiemp o par a ensaya r su papel , con confanza en sí mism a a causa de sus éxitos anteriores , dotad a de habilidade s naturale s y adquirida s e n la s qu e podí a apoyars e e n s u actuación , autorizad a a mentir , y con un a víctima que nad a sospechaba, que incurriría en errore s de evaluación por ser ése su prime r encuentr o con Sara , y que carecía de un talent o especial par a juzga r a los demás. Desde luego, en el caso de Sara , al contrari o de lo que ocurrió con Mary , no pude examina r un a película o cint a de vídeo par a buscar los indicio s del engaño, ya que sólo me baso en un a crónica periodística. Mi predicción, empero, es que ni yo n i nadie hallaría indici o alguno . E l engaño er a mu y fácil, n o había motivo s par a qu e Sar a se equivocase. La única ventaj a adiciona l que Sar a podría habe r tenido er a conta r con un a víctima cómplice, un a víctima que colabora• se activament e en su engaño por motivos personales. No la hubo , n i e n e l caso d e Sar a n i e n e l d e Mary ; e n cambio , Ruth , en la ya citad a novel a de Updike , Marry Me, contaba con ese punt o a s u favo r par a disimula r s u amorío. S u engaño era difícil de lleva r a cabo, Rut h habría cometido innumerable s errores , pero su víctim a cómplice no los hubier a detectado. Recordemos que Jerry , el esposo de Ruth , la oye habla r por teléfono con el amant e de ella , y al adverti r algo diferent e en su ton o de voz le pregunt a con quién había hablado. Atrapad a de improviso , Rut h responde que la habían llamad o de la escuela dominical ; a Jerr y esto no le convence, le parece ilógico, pero no llev a su interrogatori o más allá. El auto r no nos dice, pero nos insinúa, que Jerr y no descubre el engaño de su muje r ya que tenía sus motivo s par a evita r un a pelea en torn o de la infdeli • da d conyugal : él también le escondía un amorío... ¡y después nos enteramo s qu e er a con la esposa del amant e de Ruth ! Comparemo s l a mentir a mu y difícil d e Rut h qu e sin embarg o pasa inadvertida , con otr a mentira , mu y fácil, que 254 •también pasa inadvertid a por motivo s mu y diferentes . L a h e r tomado de un reciente análisis de las técnicas empleadas por fos artista s de la estafa: En su "juego del espejo" (...) el artist a de la estafa confronta a su víctima con un pensamiento oculto, desarmándolo al anticipars e a la confrontación que realment e la víctima había previsto. Joh n Hamrak , uno de los más geniales estafadores de los primeros años de este siglo en Hungría, junt o con un cómplice suyo disfrazado de técnico, entraro n en el despacho de un concejal del Municipio [con el objetivo de robarle un reloj de pared valioso]. Hamra k anunció que venían a buscar el reloj que nece• sitaba reparación. El concejal, probablemente a raíz del valor de la pieza , se negaba a entregárselo. En luga r de darle garantías sobre su persona , Hamra k le hizo repara r en el extraordinario valor del reloj y le dijo que justamente por ese motivo había querido venir a buscarlo él en persona. Lo s artista s de la estafa ansia n en camina r la atención de su s víctimas haci a la cuestión más sensible, convalidando su propio rol con lo que aparent a ser un dato que perjudica su causa. * Lo primer o que debe tenerse encuenta al estima r si ha y o no indicios de engaño es si la mentir a implic a o no emociones simultáneas al menti r mismo . Como expliqué en el capítulo 3 e ilustré con mi análisis de Mary , las mentira s más ardua s son aquellas que envuelve n emociones que se experimenta n en ese mismo momento . Po r cierto , la s emociones n o l o son todo ; ha y que formulars e otro s interrogantes , aunqu e sólo sea par a evaluar si podrá ocultárselas fácilmente. Pero preguntars e por las emociones es un bue n comienzo. E l ocultamient o d e las emociones puede constitui r l a fnali • dad principa l de la mentir a (así ocurría en el caso de Mary , aunque no en el de Ruth) . Pero aunqu e no sea así, aunqu e la mentir a no se refer a a los sentimiento s del que miente , éste siempre puede tene r sentimiento s sobre el mentir . Rut h podría sentir , por muchas razones, miedo de ser descubiert a y culp a por engañar. A todas luces, temería las consecuencias de que se descubriese su infdelidad . No es sólo que en caso de falla r su engaño no podrá segui r recibiend o los benefcios de su amorío: también podría resulta r castigada . S i Jerr y l a descubre, podría abandonarla , y en caso de plantears e un divorcio , el testimoni o 255 sobre su adulteri o la privaría de cláusulas económicas favora• bles (l a novel a de Updik e fue escrit a antes de la época de los divorcio s si n declaració n d e culpa) . Inclus o e n los Estados norteamericano s que adhiriero n al divorci o si n declaración de culpa , e l adulteri o pued e afecta r adversament e l a custodi a d e los hijos . Y s i e l matrimoni o d e Rut h continuase , a l menos durant e u n tiempo , podría resulta r perjudicado. N o todo mentiros o e s castigado cuando s u mentir a qued a a l descubierto ; n i l a cazador a d e cabezas Sar a n i l a paciente psiquiátrica Mar y padecerían ningún castigo en caso de fallar • les sus mentiras . En el caso del estafador Hamrak , él sí sería castigado, como Ruth , pero otro s elementos obraba n par a que fuese escaso su recelo a ser detectado. Hamra k tenía mucha práctica en ese tip o preciso de engaños y sabía que contab a con u n talent o especial par a ello . S i bie n e s ciert o qu e Rut h había podido engañar hast a entonces a su esposo, carecía de práctica en lo que su engaño requería exactamente en ese momento: disimula r un a llamad a telefónica a s u amante . Y n o tenía confanza algun a e n s u talent o d e mentirosa . Saber que podría termina r castigada s i s u mentir a fallaba era sólo un o de los motivo s po r los cuales Rut h temía ser descu• bierta ; además , temí a ser castigad a po r e l act o mism o d e mentir . Si Jerr y se daba cuent a de que ell a estaba dispuest a a engañarlo y er a capaz de hacerlo, su desconfanza originaría problemas , amén de los que le creaba la infdelidad . Muchos esposos engañados afrma n que lo que no pueden perdonarl e al cónyuge n o e s l a infdelida d misma , sin o l a pérdid a d e l a confanz a e n él . Reparemos , nuevamente , e n qu e n o todo mentiros o es castigado por el propi o hecho de mentir ; ell o sólo sucede cuand o él y su víctima comparte n un pla n futur o que podría ser puest o en peligr o por la desconfanza. Si a la cazado• r a d e cabezas Sar a l a descubriesen mintiendo , l o único que perdería sería la posibilida d de obtene r informació n de ese "blanco " particular . Hamrak , a s u vez, sólo sería castigad o por robo o intent o de robo, pero no po r fraguars e un a fals a persona• lidad . N i siquier a Mar y sería castigad a por e l solo hecho d e mentir , aunqu e s u médico obraría con más cautel a s i l a supiese 256 capaz de ello . La confanza en que la otr a person a es confable no es algo que se dé po r sentado o se requier a en toda relación duradera , n i au n e n e l matrimonio . El miedo de Rut h a ser descubierta sería mayo r si conociera las sospechas d e Jerry . L a víctim a d e Hamrak , e l concejal , también sospechará de cualquier a que pretend a sacarle el relo j de la ofcina . La belleza de l 'j'uego del espejo" resid e en que se reduce un a sospech a privad a abordándol a francament e y volviéndola pública. La víctima cree qu e ningún ladrón será ta n audaz como par a admiti r precisament e l o qu e ell a teme. Esta lógica puede lleva r a un cazador de mentira s a desestima r l a autodelación, porque l e parece imposibl e que u n mentiros o cometa ese error . E n s u análisis d e los engaño s militares , Donal d Danie l y Katherin e Herbi g señalaro n qu e "...cuant o mayor es la autodelación, tant o más difícil es qu e el destinata • ri o l a crea: l e parece demasiado bueno par a ser cierto . (...) [E n varios casos, los estrategas militare s desestimaro n la s delacio• nes de sus enemigos].. . por considerarlas hart o fagrantes como para ser otr a cosa que tretas". 6 Ruth , como Mary , tien e valores en comú n con su víctima y podría tene r sentimient o d e culp a po r engañar ; l o qu e n o result a ta n clar o es si se siente autorizad a a oculta r su amorío. N i siquier a los que condenan e l adulteri o coinciden , necesaria• mente, e n qu e los esposos infele s deben confesar s u infdeli • dad. Con Hamra k ha y menos dudas : a l igua l qu e l a cazadora de cabezas Sara , no siente culp a alguna : menti r form a part e de su form a de ganarse la vida . Es probable , por lo demás , que Hamra k fuese u n mentiros o natura l o u n psicópata, e n cuyo caso serían menores todavía la s probabilidade s de que sintiese culpa. Entr e los de su ofcio, mentirl e a los "blancos" está auto • rizado. La s mentira s d e Rut h y d e Hamra k ilustra n otro s dos puntos. Como Rut h no había previst o en qué moment o ib a a necesitar mentir , n o s e inventó un a estrategi a n i l a ensayó, l o cual tiene que habe r aumentad o su temo r a ser descubierta dado que sabía que no podía descansar en un a serie de respues• tas preparada s de antemano . Aunqu e Hamra k fuese descubier- 257 t o e n un a situación simila r (l o cua l n o sucede a menud o con u n mentiros o profesional) , disponía d e u n talent o par a improvisa r que Rut h n o tenía. E n cambio , Rut h contab a con un a gra n ventaj a sobr e Hamrak , y a mencionad a a l presenta r este ejemplo : tem a un a víctima cómplice, que por razones propias n o querí a desenmascararla . A veces, un a víctima así n i siquie• r a s e d a cuent a d e que entr a e n connivenci a con l a ota-a persona par a mantene r e l engaño. Updik e l e deja a l lector l a incógnita de si Jerr y estaba al tant o o no de su connivencia , y de si Rut h se percatab a de lo que estaba sucediendo. La s víctimas cómpli• ces facilita n la tare a de l mentiros o en dos sentidos, al saber qu e son ciegas a sus errores , tendrá menos mied o de ser atra • pado , y también menos culp a po r engañarlas, ya que pueden autoconvencerse de que en el fondo hace n lo que sus víctimas quieren . Hast a ahor a hemos analizad o cuatr o engaños , y hemos explicad o po r qué en el caso de Mar y y de Rut h habría indicios de l engaño , y no los habría en el caso de Sar a y de Hamrak . Veamo s ahor a u n ejempl o e n que un a persona vera z fue consi• derad a mentirosa , par a ve r cóm o podría habe r evitad o este erro r l a verifcación d e l a mentira . Geral d Anderso n fue acusado de viola r y asesinar a Nancy Johnson , esposa de su vecino. El marid o de Nanc y volvió a su casa de l trabaj o en medi o de la noche y encontró su cuerpo sin vida , corrió adonde los Anderson , les dij o que su esposa estaba muert a y no podía encontra r a su hijo , y le pidió al señor Anderso n qu e llamas e a la policía. Vario s incidente s hiciero n recae r la s sospechas sobre Anderson . E l día posterio r a l asesinato n o fue a trabajar , bebió much o e n u n ba r d e la s inmediaciones , habl ó con los allí presentes sobre el asesinato y, cuand o volvió a su casa, se le oyó decirl e llorand o a su mujer : "N o quería hacerlo, pero no tuv e má s remedio" . Más tard e declaró qu e no estaba refriéndo• s e a l asesinat o sin o a s u borrachera , pero n o l e creyeron . Cuand o la policía le interrogó sobre un a manch a en el tapizado de su coche, Anderso n sostuvo qu e ya estaba allí cuando él compr ó e l vehículo , per o má s tarde , e n e l interrogatorio , 258 admitió que había mentido , que le había dado vergüenza confe• sa r que en un a riña con su esposa la había abofeteado y le había hecho sangra r de la nariz . Los policías que lo interroga • ban le insistiero n en que esto probab a que él er a un a persona violenta , capaz de matar , y un mentiros o capaz de negarlo. Durant e el interrogatorio , Anderso n admitió que cuando tenía doce años se había vist o envuelt o en un ataqu e sexual contr a un a niña que no la dañó ni tuv o mayore s consecuencias, y que no volvió a repetirse . Posteriorment e se comprobó que no tenía doce sin o quinc e años a la sazón. Su s interrogadore s le reitera • ron que esto demostraba que er a un mentiros o y probab a que tenía problemas sexuales, y por ende podría ser perfectament e el sujet o que violó y después mató a su vecin a Nancy . Joe Townsend , u n poligrafst a profesional , fue incorporad o al interrogatori o y presentado a Anderso n como alguie n que jamás había fallad o en descubri r a un mentiroso . Inicialmente, Townsend le hizo dos larga s series de pruebas y obtuvo algunos datos contradictorios y desconcertantes. Al preguntarle sobre el crimen en sí, Anderson presentó señales detectables en la s cinta s que indicaba n que, al negar su culpabilidad , mentía; pero al preguntarl e sobre el arm a y sobre el modo y luga r en que la había utilizado, la cinta aparecía "limpia* . Dicho en forma sintética, Anderson er a "culpable* del asesinat o de Nanc y pero "inocente " con respecto al arm a con la que Nanc y fue horriblement e acuchillada . Cuand o se le preguntó dónde había conseguido la navaj a con que se cometió el crimen , qué clase de navaj a er a y dónde la había tirado, Anderso n contestó en todos los casos "No lo sé", y no hubo señales detectables en la cinta . (...) Townsend le formuló a Anderson tres veces la s preguntas vinculada s con el arm a y obtuvo los mismos resultados. Al terminar , le dijo a Anderson que había fallado en la prueba de detección de mentiras . 6 El juici o de l poligrafst a concordaba con la suposición de los interrogadore s d e que y a habían dad o con "e l hombre" . Interro • garo n a Anderso n durant e seis día s seguidos . La s cinta s magnetofónicas de l interrogatori o revela n hast a qu é punt o Anderso n estaba agotado y fnalmente confesó un crime n que no había cometido. Casi hast a el fnal, si n embargo , sostuvo que era inocente y aseguró que no podía habe r hecho algo de lo 259 que no guardab a ningún recuerdo ; sus interrogadore s le repli • caro n qu e u n asesino bie n puede tene r u n vacío tota l d e l a memoria . S u imposibilida d d e recorda r e l asesinato, alegaron, n o probab a qu e n o l o hubies e cometido . Anderso n frm ó s u confesión después de qu e los interrogadore s le dijera n que su esposa había manifestad o que ell a sabía que había matad o a Nanc y —declaración que, luego, la esposa de Anderso n negó habe r hecho jamás— . Pocos días después Anderso n rechazó todos los cargos contr a él, y siete meses más tarde , el verdadero asesino, acusado de otr a violación y asesinato, confesaba haber matad o a Nanc y Johnson . M i análisis indic a qu e la s reacciones emocionales d e Ander • son ant e las pregunta s durant e l a prueb a de l polígrafo podrían obedecer a otro s factores , ademá s d e s u posibl e mentira . Recuérdese que el polígrafo no es un detector de mentiras : lo único que detecta es la activación emocional. La cuestión es si sólo en caso de habe r matad o a Nanc y Anderso n podría haber tenid o reaccione s emocionale s a l ser interrogad o sobre e l crimen . ¿N o podría habe r otra s razones? E n ta l caso, l a prueba de l polígrafo habría sido inexact a con él. E s tant o l o que ha y e n jueg o e n un a circunstanci a como ésta , e s ta n grand e e l castig o qu e pued e sufrirse , qu e l a mayoría * de lo s sospechosos qu e fuera n culpable s de un crime n de est a especie tendrían temor ; ¡pero también muchos inocentes ! Los poligrafsta s trata n d e reduci r e l temo r del inocent e a qu e no le crean , y de magnifca r el temo r del culpa• bl e a ser descubierto, diciend o que la máquina no fall a nunca . Un o d e los motivo s po r los cuale s Anderso n habrí a tenid o temo r de qu e no le creyesen fue la índole del interrogatori o previo . Los expertos policiale s 7 diferencia n un a "entrevista" , que se realiz a con el fn de obtene r información, de un "interro • gatorio" , en el que se presum e la culpabilida d del interrogad o y se emple a un tono acusador, a fn de impone r un a confesión. * Digo que la mayoría de los culpables tendrían temor porque no todos los individuos que cometen un asesinat o temen ser atrapados; ni un asesino profesional ni un psicópata sentirían ese temor. 260 Con frecuencia , como sucedió en el caso de Anderson , los inte • rrogadores apela n a la fuerz a de su propi a convicción, franca • mente reconocida, sobre l a culpabilida d de l sospechoso par a hacerlo renuncia r a su pretensión de ser inocente . Si bie n esto puede intimida r a un culpabl e y llevarl o a confesar, hay que pagar el precio de asusta r a un inocente, quie n adviert e que sus interrogadore s no son ecuánimes con él. Después de veinti • cuatro hora s seguidas d e u n interrogatori o d e este tipo , Ander • son fue sometido a la prueb a de l polígrafo. La s reacciones d e Anderso n ant e las pregunta s sobre e l asesinato registrada s por el polígrafo podrían habe r sido gene• radas, no sólo po r su temo r a que no le creyeran , sino también por su vergüenz a y su culpa . Aunqu e er a inocent e de ese crimen , estaba avergonzado po r otra s dos faltas . Sus interroga • dores sabían que estaba avergonzado de habe r pegado a su muje r hast a hacerl a sangra r y de habe r asaltad o a un a chica cuando era u n adolescente. Por otr a parte , sentía culp a por haber pretendid o oculta r o falsear estos incidentes . En repeti • das oportunidades , los interrogadore s se apoyaro n en ellos par a persuadirl o de que er a el tip o de individu o capaz de mata r y de violar , pero con esto n o hiciero n sin o magnifca r probablement e sus sentimiento s de culp a y de vergüenza, ligándolos al crime n que se le imputaba . L a verifcación d e l a mentir a explic a por qué motiv o cual • quie r signo de temor , vergüenza o culp a (y a sea en las expre • siones faciales de Anderson , o en su voz, su maner a de hablar , sus ademanes, o la activida d de su SN A medid a por el polígra• fo) resultarí a ambigu o com o indicado r de l engaño : esta s emociones tenían tant a probabilida d d e aparecer e n l a superfi • cie s i Anderso n er a culpabl e como s i er a inocente . U n episodio que los interrogadore s n o conocía n e n ese moment o les impedía saber si las reacciones de Anderso n delataba n o no que mentía . Cuand o y a habí a salid o d e l a cárcel , Jame s Phelan , el periodist a cuy a crónica del caso contribuyó a que lograr a l a libertad , l e preguntó qué pud o haberl o hecho falla r en el tes t de l polígrafo. Anderso n reveló entonces otr o orige n de sus reacciones emocionales ant e el crime n no cometido . Esa 26 1 noche, cuand o acompañ ó a los policías a la casa de su vecina, miró u n pa r d e veces e l cuerpo desnudo d e ell a tirad o e n e l suelo . Pens ó qu e er a horribl e qu e hubies e hech o esto ; d e acuerdo con s u mentalidad , por ciert o que había cometid o u n crimen.. . aunqu e mu y diferent e de l asesinato , per o qu e d e toda s manera s l o hiz o sentirs e culpabl e y avergonzado. - Además , ocult ó a sus interrogadore s y al poligrafst a esas mirada s suyas , a su juici o horribles , y po r supuesto también se sentía culpabl e po r haberle s mentido . Los interrogadore s d e Anderso n cometiero n e l erro r d e Otelo . A l igua l que Otelo , reconocieron correctament e l a excita• ción emociona l del sospechoso; su erro r fue atribuirl a a una causa equivocada, si n adverti r que esas emociones, correcta• ment e indentifícadas po r ellos, podía experimentarla s tant o u n culpabl e como un inocente . Así como la congoja de Desdémona no obedecía a la pérdida de su amante , así tampoco la vergüen• za, culp a y temo r de Anderso n no obedecían a qu e fuer a el asesino sino a sus otros "delitos" . Como Otelo, los policías que lo interrogaro n fuero n víctimas de sus propios prejuicio s sobre él, y de su incapacida d de tolera r la incertidumbr e acerca de si les mentía o no. Dich o sea de paso, ellos disponían de informa • ción relativ a a l arm a utilizad a qu e sólo u n culpabl e hubiese conocido. El hecho de que en el tes t de l polígrafo Anderso n no reaccionar a ant e las pregunta s sobre el arm a mortífera debería haberle s hecho pensa r que er a inocente . En vez de repeti r la prueb a tre s veces, el poligrafst a tendría que haber preparado un tes t basado en la técnica de- lo que conoce el culpable . Hamrak , el estafador, y Anderson , el acusado de asesinato, ejemplifca n los dos tipo s extremo s de errore s de que están plagados los intento s de descubri r a criminale s mentirosos. En un interrogatori o o durant e un a prueb a con el polígrafo, Hamra k probablement e no habría tenid o ningun a reacción emocional, presentándose como ajeno a toda falta . La verifcación de la mentir a puso en evidencia por qué un mentiroso natura l como él, profesional y experto, o un psicópata, rar a vez cometen errores al mentir . Hamra k es un ejemplo del tip o de persona cuya mentir a va a ser creída. Anderso n represent a el polo opuesto: un inocente 262 que, por todas las razones que hemos visto , fue juzgad o culpable —debido a un erro r de incredulidad— . Mi propósito al examina r estos dos casos no es propone r que se prohib a el uso de l polígrafo o de los indicio s conductua - les de l engaño al interroga r a los sospechosos de un crimen . Por más que un o quisiera , no habría form a de veda r a la gente el uso de los indicio s conductuales. La impresión que cada cua l se forma de los otros se basa, en parte , en su conduct a expresiva . Y esa conducta transmit e mucha s otra s impresiones , apart e de ías vinculada s con la sinceridad : permit e saber si alguie n es amistoso, sociable, dominante , atractiv o o atraído, inteligente , si le interes a lo qu e un o dice o no , si lo comprend e o no, etc. Po r lo comú n un o se forj a esas impresione s si n proponérselo, si n percatars e de l indici o conductua l particula r qu e tom a e n cuenta . Ya he explicado, en el capítulo 6, por qué pienso que es menos probable que se cometa n errore s si tale s juicio s se expli - citan . Si un o tien e conciencia de la fuent e de sus impresiones , si conoce las reglas a las que se atien e al interpreta r determi • nadas conductas, es más posible que enmiend e sus errores . Los propios juicio s podrán además ser cuestionados po r otra s perso• nas, por los colegas o por el propi o sujeto sobre quie n se formu • lan , y se podrá aprende r merce d a la experienci a cuáles resul • ta n acertados y cuáles no. No es posible, pues, aboli r el uso de los indicio s conductua • les de l engaño en los interrogatorio s criminales , y no sé si en caso de hacerlo la justici a se vería benefciada. En los engaños mortales , cuando puede mandars e a la cárcel o a la sill a eléctri• ca a un inocent e o libera r a un mentiros o asesino, debería apelarse a todos los recursos legales par a descubri r la verdad . Mi propuesta , en cambio, es volve r más explícito el proceso de interpretación de tales indicios , más meditad o y cauteloso. He puesto de reliev e la posibilida d de incurri r en errores , y de qué maner a el cazador de mentiras , considerando cada un a de las pregunta s d e m i list a par a l a verifcación d e l a mentir a (cuadro 4 de l "Apéndice"), puede evalua r su posibilida d de descubri r la mentir a o de reconocer la verdad . Creo que el adiestramient o en la discriminación de los indicio s del engaño, el conocimiento 263 de todos los peligro s y precauciones , y la verifcación de la mentira , volvería más precisos a los detectives, reduciend o el númer o de errore s de credulida d y de incredulidad . Pero par a comproba r si estoy en lo ciert o es meneste r lleva r a cabo estu• dios de camp o sobre los interrogadore s policiales y los sospe• chosos de comete r delitos . Esa labo r ya se ha iniciado , y los resultado s parecían prometedores, pero desgraciadamente no se ha completado. 8 Cuand o en el curso de un a crisi s internaciona l se reúnen los dirigente s políticos de los bandos en pugna , el engaño puede ser much o má s morta l que durant e l a tare a policial , y detectar• lo, much o más peligroso y difícil. Lo que está en jueg o en caso de cometer un erro r (de credulida d o de incredulidad ) es mucho más que en el más alevoso de los engaños delictivos. Sólo unos pocos politicólogos ha n escrit o acerca d e l a importanci a del menti r y de la detección de l engaño en los encuentros persona• les de los jefe s de Estad o o de funcionario s de alt o rango . Alexande r Grot h dice: "Par a cualquie r evaluación d e un a políti• ca, es decisivo poder adivina r la actitud , la s intenciones y la sincerida d del otr o bando". 9 Quizás a u n dirigent e d e u n país no le gust e ganarse la fam a de mentiros o desfachatado, pero este precio puede compensarse, dice Rober t Jervis , "... si un engaño con éxito es capaz de altera r la s relaciones de poder en e l plan o internacional . S i e l uso d e un a mentir a puede contri • bui r a qu e s u país adquier a un a posición dominant e e n e l mun • do, ta l vez n o l e import e much o tene r fam a d e mentiroso".»° Henr y Kissinge r parece no esta r de acuerdo con esto, ya que subray a qu e la s mentira s y triquiñuelas no constituye n costumbre s recomendables : "Sólo los romántico s creen que puede n prevalece r e n las negociaciones mediant e embustes. (...) E l embuste n o es, par a u n diplomático, e l camin o d e l a sabiduría sino de la catástrofe. Como un o debe trata r repetidas veces con la mism a persona, a lo sum o podrá aprovecharse de ell a en un a ocasión, y au n así a costa de un deterior o [perma • nente ] d e l a relación". 1 1 Quizás u n diplomático sólo pueda reco• nocer la importanci a que tuviero n sus engaños al fnal de su carrera , y no es en mod o algun o seguro que la carrer a de 264 Kissinger bay a llegado a su ñn . De todas maneras , el relat o de sus empeños diplomáticos está llen o de ejemplos de lo qu e yo he llamad o mentira s por ocultamient o y semi- ocultamiento , así como muchos otros en los que él mism o se preguntab a si sus rivales no le estaba n ocultand o o falseando cosas. Stali n l o dice con tod a franqueza : "La s palabra s d e u n diplomático no deben tene r ningun a relación con sus acciones, de lo contrari o ¿qué clase de diplomático es? (...) Buena s pala • bras permite n oculta r malos hechos. Ejerce r la diplomaci a en form a sincer a es ta n poco posibl e como tene r agu a seca o madera de hierro" . 1 2 Evidentemente , ésta es un a exageración. A veces los diplomáticos dice n lo que piensan , aunqu e no siempre, y rar a vez si la sincerida d podría dañar gravement e los intereses de su nación. Cuand o se tien e el convencimient o de que sólo hay un a política capaz de promove r los interese s de un a nación, y otra s naciones saben qu é puede n espera r de aquélla, menti r estará fuer a de luga r y probablement e nadie lo intente , porque la falseda d resultará obvia . Pero a menud o las cosas son más ambiguas . Un país puede creer qu e otr o piensa sacar provecho de actos secretos, trampa s o proclama s engaño• sas, aunque sus actos deshonestos se conozcan má s tarde . No bastará entonces con evalua r cuál es su interés nacional , ni tampoco los discursos o acciones públicas de los funcionario s de ese país del que se desconfía. Un a nación de cuyo engaño se sospecha pretenderá ser ta n sincera como un a nación auténti• camente sincera. Jervi s apunta , respecto de la prohibición de las pruebas con arma s nucleares: "Y a sea que los ruso s tuvie • ra n o no la intención de engañar, de todos modos tratarían de crea r l a impresión d e que era n honestos . S i a u n hombr e sincero y a un mentiros o se les pregunt a si dirán la verdad , ambos responderán afrmativamente". 1 3 No es de sorprender , entonces, que los gobiernos busquen detectar la s posibles mentira s de sus adversarios . Los engaños internacionale s pueden darse en diversos contextos y estar al servici o d e distinto s objetivo s d e cada país . Un a d e esas circunstancias, ya mencionada , es cuando los alto s funcionario s o máximos dirigente s de vario s países se reúnen con el propósi- 265 : t o d e zanja r un a crisi s internacional . Cad a band o quizá preten • da engañar a ios demás , hacer propuestas merament e provisio• nales como si fuera n defnitivas , y no deja r trasluci r sus verda• deras intenciones . A la vez, cada un o querrá asegurarse a veces de que sus adversario s perciben correctament e las amenazas reales y no fngidas, las propuestas que sí son defnitivas , las intencione s auténticas. L a habilida d par a menti r o par a descubri r a l mentiros o tambié n pued e se r important e cuand o s e quier e oculta r o descubri r po r anticipad o u n ataqu e po r sorpres a qu e e l enemigo prevé hacer. E l politicólogo Michae l Hande r describió un ejempl o reciente : "Par a el día 2 de juni o [de 1967], el gobier• n o israelí y a tenía e n clar o que l a guerr a er a ineludible . E l problem a consistí a e n lanza r u n ataqu e po r sorpres a que tuvier a éxito, siendo que ambos bandos ya estaba n movilizados y alerta . Com o part e d e u n pla n simulad o cuyo propósito era oculta r l a intenció n d e Israe l d e entra r e n guerra , Dayán [prime r ministr o israelí] le dij o a un periodist a británico ese día qu e par a Israe l todavía er a demasiado pront o como par a entra r e n guerra , pero a l a vez y a er a demasiad o tarde . Y repiti ó esa mism a declaració n durant e un a conferenci a d e prens a e l 3 de junio" . 1 4 S i bie n n o fue éste e l único artilugi o usado po r Israe l par a engañar a sus rivales , l a hábil mentir a de Dayán contribuyó a asegura r el éxito del ataqu e por sorpre• sa qu e lanzó el 5 de junio . Otr a form a d e engaño milita r consiste e n desorienta r a l contrincant e respecto d e l a capacidad milita r de l propi o bando. E n s u análisis del rearm e alemán entr e 1919 y 1939, Barto n Whale y suministr a numerosos ejemplos de la destreza con que lo llevaro n a cabo los alemanes. En agosto de 1938, cuando por la presión de Hitle r la crisi s checoslo• vac a se estab a poniendo enardecida, Herman n Gorin g [marisca l de la fuerza aérea alemana ] invitó a los jefes de la Armad a Aérea de Franci a a un a gir a de inspección de la Lüftwafe [aviación alemana] . El general Josep h Vuillemin , jefe del Estad o Mayor Genera l de la Fuerz a Aérea, aceptó de inmediato. (...) El propio [general alemán Erns t Udet] lo llevó de recorrida en el aeroplano que usab a par a su correo personal. (...) Udet 266 i; llevó el avión en vuelo rasante , casi deteniendo la march a del motor, hast a que llegó el momento que había planeado ta n cuidadosamente (...) en favor de su visitante. De repente, un Heinke l He-10 0 se adelantó a ellos a toda máquina, un a aparición borrosa y fugaz como un silbido. Luego los dos aviones aterrizaro n y los alemane s llevaro n a su s asombra• dos visitante s franceses a que lo inspeccionaran. (...) "Dígame, Udet " —l e preguntó [el general alemán] Milc h con fngida espontaneidad— , "¿hasta dónde ha avanzado nuestr a producción en masa?" . Est a fue la señal que L'det esperab a par a responder: "Oh , bueno, l a segund a tand a d e l a producción ya está list a y la tercera lo estará dentro de dos semanas" . Vuillemin , cabizbajo, le manifestó a Milch que estab a "hecho añicos". (...) La delegación francesa volvió a París con la creenci a derrotista de que la Lüftwafe er a invencible. t 5 E l aparat o He-100 que había vist o Vuillemi n n o tenía l a velocidad rea l que , gracias a esa treta , él pensó que tenía; además, er a sólo uno de los tre s de su tip o que se construyero n jamás. Est a clase de engaños, la de simula r un poder aéreo invencible , "...se convirtiero n en un o de los ingrediente s impor • tantes de las negociaciones diplomáticas de Hitle r que dieron origen a su brillant e serie de triunfos ; la política de 'apacigua• miento ' se fundó en part e en el temo r a la Lüftwafe". 16 Ciert o e s qu e los engaño s internacionale s n o siempr e requiere n u n contacto persona l direct o entr e e l mentiros o y s u destinatari o (se puede n lleva r a cabo mediant e camufaje , falsos comunicados, etc) , pero estos ejemplos ilustra n ocasiones en que la mentir a es car a a car a y donde es imposibl e emplea r un polígrafo o cualquie r otro artefact o que exij a la cooperación del otro par a medi r su veracidad . De ahí que en los últimos diez años el interés se hay a volcado en la averiguación de si es posible aplica r la investigación científca a los indicio s conduc- tuale s de l engaño . Ya expliqué en la "Introducción " de este volume n que en mi s reuniones con funcionario s del gobierno norteamerican o y de otros gobiernos, mi s advertencia s sobre los posibles riesgos no pareciero n impresionarlos . Un o de los motivos que me llevaro n a escribi r este libr o es volve r a reite • ra r mis advertencias, de un a maner a más caba l y cuidadosa, y ponerlas en conocimiento de otras personas, apart e de los pocos funcionarios que me consultaron . Como ocurr e con los engaños 267 criminales , la s opciones no son simples . A veces, los indicios conductuale s de l engañ o puede n contribui r a discerni r s i e l dirigent e de otr o país, o un portavo z que lo representa , está mintiendo . E l problem a e s saber cuándo será posible discernir • lo y cuándo no , y saber igualment e en qué ocasiones se puede desorienta r a los dirigente s mediant e la evaluación que harán de dichos indicio s ellos o sus asesores. Volvamo s al ejemplo que cité en la página 13 de este libro , sobre e l prime r encuentr o entr e Chamberlai n y Hitle r e n Berchtesgaden , el 15 de septiembr e de 1938, quinc e días antes d e l a Conferenci a d e Munich. * Hitle r querí a convence r a Chamberlai n de que no estab a en sus planes hace r la guerr a contr a e l rest o d e Europa , d e qu e sólo deseaba resolve r e l problem a de los alemane s de la regió n de los Sudetes , en Checoslovaquia . S i Gra n Bretañ a accedier a a s u proyect o —realiza r u n plebiscit o e n aquella s zonas d e Checoslovaquia en que la mayoría de la población er a sudetana , y en caso de obtene r un vot o favorable , anexiona r esas zonas a Alemania— , n o iniciaría l a guerra . Pero e n secreto, Hitle r y a había resuelto iniciarla ; su ejército estab a movilizad o y dispuesto a atacar Checoslovaqui a el 1 de octubre , y sus plane s de conquist a milita r n o acababa n allí. Recuérdese m i cit a d e l a cart a que Chamberlai n le escribió a su herman a después de esa primer a reunión con Hitler : ".. . e s u n hombr e e n e l que puede confarse cuand o ha dado su palabra". 1 7 Como respuesta a las críticas de los dirigente s de l Partid o Laborista , opositor , Chamberlai n describía a Hitle r como "u n ser extraordinario" , u n hombre "que haría cualquie r cosa po r respeta r l a palabr a dada". 1 8 Un a semana más tarde , Chamberlai n se encontró con él por segund a vez en Godesberg y en esta ocasión las exigencias de Hitle r fuero n mayores : tropa s alemana s debían ocupa r d e inmediat o las zonas en que vivían los alemanes sudetanos, el * Con respecto a la información sobre Chamberlai n y Hitler , estoy en deud a con el libro Munich, de Telford Taylo r (véanse la s notas bibliográf• cas) , a quien asimism o quiero manifesta r mi gratitu d por haber verifcado la exactitud de mi interpretación y aplicación de este material . 268 plebiscito se llevaría a cabo después y no antes de la ocupación milita r alemana , y los territorio s que reclamab a Alemani a era n más extensos que antes. Al trata r de persuadi r a su gabinet e de que aceptara estas exigencias, Chamberlai n manifestó que "para comprende r las acciones de las personas er a preciso apre • ciar sus motivaciones y ve r cómo funcionab a su mente . (...) El señor Hitle r tenía un a ment e estrech a y albergab a fuerte s prejuicios sobre ciertos temas , pero no engañaría deliberada • mente a un hombr e a quie n respetaba y co n quie n había estado negociando; y él estaba seguro de que el señor Hitle r sentía ahora ciert o respeto por él. Si le anunció que su intención era tal , por ciert o que esa er a s u intención". 1 9 Tra s esta cita , e l historiado r Telfor d Taylo r s e pregunta : "¿Acaso Hitle r había engañado a ta l punt o a Chamberlain , o er a que éste estaba engañando a sus colegas par a conseguir que las demandas de Hitle r fuesen aceptadas?". 2 0 Supongamos , como hace Taylor , que Chamberlai n realment e creyó e n Hitler , a l menos e n s u prime r encuentr o e n Berchtesgaden. * Lo much o que estaba en jueg o puede haberl e hecho senti r a Hitle r recelo a ser detectado, pero probablement e no fue así, porque contaba con un a víctima cómplice. Sabía que si Cham • berlai n descubría que él le estaba mintiendo , se daría cuent a de qu e su política de apaciguamient o había fracasad o por completo . E n ese momento , dich a polític a n o provocab a vergüenz a sin o admiración ; ese sentimient o cambi ó pocas semanas más tarde , cuando Hitle r lanzó s u ataqu e por sorpre • sa demostrand o con ello que Chamberlai n había sido engañado. Hitle r estaba decidido a toma r Europ a por l a fuerza . S i hubier a sido u n individu o confable, s i hubier a respetado los acuerdos, Chamberlai n habría gozado de los parabiene s de tod a Europ a * Cas i todas la s crónicas de los contemporáneos formulan este juicio , con un a excepción: en el informe que presentó Josep h Kenned y a la s autoridades sobre su reunión con Chamberlain , afrm a qu e "Chamberlai n salió del encuentro con Hitle r sintiendo un inmens o desagrado [y dijo que] er a un a persona cruel , arrogante de aspecto duro (...) que sería totalmente infexible en la persecución de sus propósitos y en sus métodos" (Taylor , Munich, pág. 752). 269 por haberl a salvado de la guerra . Chamberlai n quería creerle a Hitler , y éste lo sabía. Otr o facto r que reducía el temo r de Hitle r a ser atrapado er a que él conocía exactament e el moment o en que ib a a tener qu e menti r y lo que debía decir, de mod o ta l que podía prepa• rars e y ensaya r su papel . No tenía motivo s par a senti r culp a o vergüenza: engañar a u n británico er a par a é l u n acto honroso, según su percepción de la historia , que su ro l en ésta le exigía cumplir . Pero n o sólo u n líder despechado como Hitle r carecerá de culp a o de vergüenza po r mentirle s a sus adversarios . A juici o de mucho s analista s políticos, las mentira s son previsi • bles en la diplomaci a internacional , y sólo son cuestionables cuand o no benefcia n el interés nacional . La única emoción de Hitle r qu e podría haberse dejado entreve r er a s u deleite por embaucar . Se cuent a que su habilida d par a desorienta r a los ingleses er a par a é l u n motiv o d e regocijo, y l a presencia e n l a entrevist a de otros alemanes , que podían asisti r a su exitoso engaño , bie n puede habe r agrandad o aún más su entusiasm o y place r a l respecto. Pero Hitle r er a u n mentiros o mu y diestr o y aparentement e evit ó qu e se le escapara n alguno s de estos sentimientos . Cuand o el mentiros o y su destinatari o proviene n de cultu • ra s diferente s y n o tiene n u n idiom a común , l a detección del engañ o s e vuelv e má s difícil , po r diversa s razones. * Au n cuand o Hitle r hubier a cometid o errore s y Chamberlai n n o hubier a sido un a víctima cómplice, éste habría tenid o difculta • des par a advertirlos . La conversación entr e ambos se llevaba a cabo a través de intérpretes. Est o da dos ventaja s al mentiroso, respecto de l diálogo directo : en prime r lugar , si comete algún erro r (deslices verbales, pausas excesivas, errore s en el habla), e l traducto r puede disimularlo ; e n segundo lugar , l a interpreta ¬ * Grot h advirtió este problema, aunque no explicó cuáles serían sus efectos o motivos: "...la s impresione s personales [de los dirigentes) serán tanto más engañosas cuanto mayo r se a la brech a política, ider-Iogica, social y cultura l entre los participantes" . ("Intelligence Aspects" , pág. 848, véanse las notas bibliográfcas). 270 ción simultánea le da a cada hablant e tiemp o par a pensa r (mientra s se traduc e su frase anterior ) cómo formulará la frase siguiente de su mentira . Y aunqu e el interlocuto r entiend a el idioma del mentiroso , si no es su lengu a nata l probablement e se le escapen sutilezas de la enunciación que podrían ser indi • cios de l engaño. También la s diferencias de nacionalida d y cultur a pueden oscurecer la interpretación de los indicio s vocales, faciales y corporales de l engaño, aunqu e e n form a más intrincada . Cada cultur a tiene u n estil o discursiv o que rige , hast a ciert o punto , el ritm o y volume n del habl a y el ton o de la voz, así como el uso de las mano s y de l rostr o par a añadir gestos ilustrativos . Por otro lado, los signos faciales y vocales de la s emociones están gobernados por lo que he llamado , en el capítulo 5, reglas de exhibición, las que determina n cómo se manej a la expresión de las emociones; y también estas reglas varían con la cultura . Si el cazador de mentira s no conoce estas diferencia s y no las toma en cuent a expresamente , está más expuesto a interpreta r ma l todas esas conductas y a cometer errore s de credulida d y de incredulidad . Un agente de espionaje podría preguntarme , a est a altura , cuánto de lo que ahor a sé, por mi análisis, sobre las entrevista s entre Hitle r y Chamberlai n podría haberse conocido entonces. Si la verifcación de la mentir a sólo puede efectuarse much o tiempo después, cuando se conocen hechos no disponibles en ese momento , carecería de utilida d práctica par a los actores principales de estos sucesos o sus asesores cuando necesita n dicha ayuda . Según m i lectur a d e las crónicas d e l a época , muchos de los juicio s que aquí formul o ya era n obvios, al menos par a unos cuantos , e n 1938. Er a ta n grand e e l anhel o d e Chamberlai n de creer en la verda d de lo que Hitle r le decía que, si no él, alguie n tendría que haberse dado cuent a de su necesidad de proceder con cautel a al juzga r la sincerida d de Hitler . Se cuent a que Chamberlai n se sentía superio r a sus colegas políticos, mostrab a un a actitu d condescendiente hacia ellos, 2 1 y es probable que no hubiese aceptado esa recomenda• ción de ser cauteloso. 27 1 También el deseo de Hitle r de engañar a Inglaterr a er a un hecho bie n establecido e n l a época d e l a reunión de l Berchtes¬ gaden. Chamberlai n n i siquier a necesitaba habe r leído para ell o lo qu e escribió Hitle r en Mein Kampf: los ejemplos sobra• ban , como su s oculta s transgresione s a l pact o nava l anglo- alemán, o sus mentira s sobre su intención de adueñarse de Austria . Ante s d e reunirs e con Hitler , e l propio Chamberlai n había manifestad o sus sospechas de que él le estaba mintiend o en lo tocant e a Checoslovaquia , y le ocultab a sus planes de invadi r Europa. 2 2 Po r l o demás , s e sabía que Hitle r er a u n hábil mentiroso , no sólo en lo que atañe a las maniobra s diplo• máticas y militare s sin o en los encuentro s cara a car a con sus víctimas. Er a capaz de simula r arrobamient o o furi a y tenía un a gra n maestría par a impresiona r o intimida r a s u interlocu • tor , par a inhibi r sus sentimiento s o falsear sus planes . Los especialistas en histori a y ciencia política dedicados a analiza r la s relaciones anglo-germana s e n 1938 podrán juzga r si estoy en lo ciert o al sugeri r que , a la sazón , se sabía lo bastant e sobre Hitle r y Chamberlai n como par a responder a las pregunta s d e m i list a d e verifcación d e l a mentir a (véase e l "Apéndice"). No creo que por medi o de esta list a se hubier a podid o predeci r con certez a que Hitle r ib a a mentir , pero s í que , en caso de hacerlo , Chamberlai n no lo habría advertido . El encuentr o de estos dos dirigente s políticos nos permit e extraer otra s enseñanza s sobre e l mentir , per o será mejo r qu e las analicemo s tra s considera r otr o ejempl o e n e l cua l l a mentir a d e u n dirigent e podría habe r sido detectada mediant e los indi • cios conductuales de l engaño. Durant e la crisi s de los misile s en Cuba , dos días antes de la reunión que iba n a celebrar el presidente Joh n F. Kennedy con e l ministr o soviétic o d e relacione s exteriores , Andre i Gromyko, * el marte s 14 de octubr e de 1962, Kenned y fue infor - * Debo agradecer a Graha m Allison que hay a controlado la exactitud de mi interpretación de la reunión Kennedy-Gromyko ; mi interpretación fue verifcada , asimismo , por otr a persona que integrab a en ese momento el 272 o po r McGeorge Bund y d e que u n U-2 , e n vuel o rasant e bre Cuba , había permitid o obtene r información incontroverti - e de qu e la Unión Soviética estab a instaland o cohetes en aba. Anteriorment e había habid o vario s rumore s a l respecto, teniend o e n vist a la s próxima s elecciones d e noviembre , ruschev "l e habí a asegurad o a l president e Kenned y —nos dic e el politicólogo Graha m Allison— , a través de los canales -más personales y directos , que entendía el problem a intern o !que éste enfrentab a y n o harí a nad a par a complicárselo . Concretamente, Krusche v le di o solemnes seguridade s de que l a Unión Soviética n o instalaría nunc a e n Cub a arma s qu e pudiesen constitui r un a afrent a par a Estados Unidos". 2 3 Según Arthu r Schlesinger , Kenned y s e pus o "furioso " 2 4 ant e e l empeño de Krusche v po r engañarlo, y según Theodore Soren - son "tomó l a notici a con calma , aunqu e con sorpresa". 2 6 E n las palabras de Rober t Kennedy , "... cuando esa mañan a los repre • sentantes d e l a CI A nos explicaro n qué signifcaba n las fotogra • fía s de l U- 2 (...) nos dimo s cuent a d e qu e tod o habí a sid o mentira , un a gigantesca tram a d e mentiras". 2 6 Ese mism o día comenzaron a reunirs e los principale s asesores de l president e par a ve r qu é l e convení a hace r a l gobierno . E l president e decidió que %. .no se revelaría al público el hecho de que estába• mos al tant o de los cohetes cubanos hast a qu e se decidier a la actitu d que había que adopta r y estuviéramos preparados . (...) Er a esencial preserva r l a segurida d nacional , y e l president e puso en clar o qu e estaba resuelt o a que, po r un a vez en la histori a de Washington , no hubiese ningun a fltración de infor • mación" (declaraciones de Roger Hilsman , que a la sazón inte • graba e l Departament o d e Estado). 2 7 Dos días más tarde , el jueve s 16 de octubre , mientra s sus asesores todavía debatían qué medida s debería toma r Estados Unidos , Kenned y se reunió con Gromyko . "Gromyk o estaba en el país desde hacía más de un a semana, aunqu e ningún funcio- gobierno de Kenned y y mantenía contacto íntimo con los principales protago• nista s de este episodio. 273 nari o norteamerican o sabi a exactament e par a qué. (...) Había solicitad o un a audienci a a l a Casa Blanca , solicitu d que llegó casi al mism o tiemp o que la s fotografías [de l U-2) . ¿Tal vez los rusos habían detectado al U-2? ¿Querían habla r con Kenned y par a calibra r s u reacción ? ¿Tal vez pensaba n transmiti r a Washingto n en el curso de esa charl a que Krusche v ib a a da r a conocer públicamente la instalación de los cohetes, revelando as í s u golpe ante s d e qu e Estado s Unido s pudies e reaccio• nar?" 2 8 Kenned y "...estab a ansioso a medid a que se acercaba el moment o de la reunión , per o se las ingenió par a sonreír a Gro- myk o y a [Anatoly ] Dobryni n [e l embajado r soviético], al hacer• los pasa r a s u despacho" (Sorenson). 2 9 N o list o aún par a actuar , Kenned y consideró important e ocultarl e a Gromyk o s u descu• brimient o de los cohetes, par a evita r darle s a los soviéticos una ventaj a más. * La reunión se inició a las cinco de la tard e y se prolongó hast a la s siete y cuarto . D e u n lado , observaban y escuchaban el secretari o de Estad o Dea n Rusk , el ex embajado r de Estados Unido s e n l a Unión Soviética, Llewelly n Thompson , y e l direc• to r d e l a Ofcin a d e Asunto s Alemanes , Marti n Hildebrand ; del otr o lad o estaba n atento s Dobrynin , e l viceministr o d e asuntos exteriore s soviético, Vladimi r Semenor, y u n tercer funcionari o ruso . Tambié n estaba n presente s lo s intérpretes d e ambas partes . "Kenned y se sentó en su mecedora frent e a la chime• nea , Gromyk o a su derecha sobre un o de los sofás de color beige. Entraro n los fotógrafos, sacaron sus fotos par a la posteri• dad , lueg o s e retiraron . E l rus o s e reclinó contr a e l almohadón a raya s y comenzó a hablar..." 3 0 Despué s de habla r un rat o sobre el problem a de Berlín, Gromyk o se refrió fnalmente a Cuba . Según Robert Kennedy, * En este punto, la s diversa s crónicas de la reunión diferen entre sí: Sorense n expres a que Kenned y no tenía dud a algun a sobre la necesidad de engañar a Gromyko , mientra s que Eli e Abel (The Missile Crisis, pág. 63; véanse la s notas bibliográfcas) dice que inmediatament e después de termi• nado el encuentro, Kenned y les preguntó a Rus k y a Thompson si acaso había cometido un error al no decirle a Gromyk o la verdad. 274 Sentados, de izquierda a derecha: Anatoly Dobrynin, Andrei Gromyko, John F. Kennedy "dij o que querí a apela r a Estado s Unido s y a l president e Kennedy , e n nombr e de l prime r ministr o Krusche v y d e l a Unión Soviética, par a que disminuyese n las tensiones que exis• tían respecto de Cuba . El president e Kenned y le escuchaba atónito pero al mism o tiemp o admirad o de su temeridad . (...) (Kennedy ] habl ó con frmez a per o con gra n contención , s i s e tien e en cuent a la provocación que se le hacía...". 3 1 He aquí el relat o d e Eli e Abel : "E l president e l e dio a Gromyk o un a clar a oportunida d de pone r la s cosas en limpi o remitiéndos e a la s repetida s seguridades dadas po r Krusche v y Dobryni n en el sentido de qu e los misile s de Cub a no era n otr a cosa que arma s antiaéreas. (...) Gromyk o l e reiteró tenazment e la s vieja s garantías , qu e e l president e ahor a sabí a qu e era n falsas . 275 Kenned y no lo enfrentó con los hechos reales", 3 2 "se mantuv o impasibl e (...) no mostró signo algun o de tensión o de rabia " (Sorenson). 3 3 A l deja r l a Casa Blanca , e l talant e d e Gromyk o er a d e un a "desusada jovialidad " (Abel). 3 4 Cuand o los cronista s l e pregun • taro n qué había pasado en la reunión, "Gromyk o les sonrió, evidentement e de bue n humor , y dij o que la charl a había sido 'útil, mu y útil' ". 3 5 Rober t Kenned y comenta : "Yo llegué poco después de qu e Gromyk o abandonase la Casa Blanca . Puede decirse que el president e de Estados Unido s estaba disgustado con el portavo z de la Unión Soviética". 3 6 De acuerdo con el poli - ticólogo Davi d Detzer , Kenned y manifestó que "se moría de gana s d e mostrarle s nuestra s pruebas" . 3 7 Cuand o Rober t Lovet t y McBund y pasaro n a s u despacho , Kenned y les comentó: "N o hace más de diez minutos , en esta mism a habita • ción, (...) Gromyk o me h a dicho más mentira s desfachatadas que la s qu e jamá s h e escuchad o e n ta n poco tiempo . Allí mismo , mientra s él lo negaba, (...) yo tenía en el cajón centra l de mi escritori o las fotos sacadas a baj a altura , y enseñárselas er a un a enorm e tentación". 3 8 Empecemos po r e l embajado r Dobrynin . Probablement e fue el único en esa reunión que no mintió. Rober t Kenned y suponía qu e los jerarca s soviéticos le habían mentid o a él por no confar en su habilida d como mentiroso , y que Dobryni n había sido vera z a l negar , e n sus encuentro s anteriore s con Rober t Kennedy , que hubier a cohetes soviéticos en Cuba. * No habría * El debate en torno de Dobryni n no ha concluido: "D e esta reunión data uno de los interrogantes permanentes sobre Dobrynin : ¿estaba a! tanto de los misile s y decidió de hecho sumars e a su cancille r en un intento de engañar al Presidente ? George W. Bal! , a la sazón subsecretari o de Estado , afrma: 'Tien e que haberlo sabido. Tenía que menti r en favor de su país'. Por su parte , e l e x jue z d e l a Corte Suprema , Arthu r J . Goldberg, sostiene: 'E l Presi • dente y su herman o fueron engañados, hast a cierto punto, por Dobrynin . Es inconcebible que él no supier a nada' . Otro s no están ta n seguros. El asesor de Kenned y en materi a de seguridad nacional , McGeorge Bundy , supone que Dobryni n no sabía nada , y muchos otros especialista s norteamericano s concuerdan con él y explican que, en el sistem a soviético, la información 276 sido rar o que un embajador fuese engañado así por su propi o gobierno: e l propi o Joh n F . Kenned y hizo l o mism o con Adla i Stevenson al no informarl e acerca del pla n de invasión a la Bahía de Cochinos, y, como puntualiz a Allison , "análogamente, el embajador japonés no fue informad o sobre Pear l Harbo r ni el embajador alemán en Moscú fue informad o sobre Barbarossa [el pla n alemá n par a invadi r Rusi a e n l a Segund a Guerr a Mundial]" . 3 9 E n e l período entr e juni o d e 1962, cuando según s e presum e los soviético s resolviero n instala r los cohetes cubanos, y esa reunión de mediado s de octubre , usaro n a Dobryni n y a Georgi Bolshakov , un funcionari o de la embajad a soviética dedicado a cuestiones de información pública, par a reitera r en varia s oportunidade s a miembro s de l gobiern o de Kenned y (Robert Kennedy , Cheste r Bowles y Sorenson) que no iba n a instalars e en Cuba arma s ofensivas. Bolshako v y Dobry • ni n no necesitaban saber la verdad , y es probable qu e no la supieran . N i Kruschev , n i Gromyko , n i ningún otr o d e los que l a conocía n mantuviero n ningun a reunió n direct a co n sus adversarios hast a el 14 de octubre , dos días antes de l encuen • tr o Gromyko-Kennedy . En esa fecha, Krusche v se reunió en Moscú con el embajador norteamerican o Foy Kohle r y negó que hubiera n cohetes en Cuba . Sólo en ese moment o los soviéticos corriero n po r primer a vez el riesgo de que sus mentira s fuesen descubiertas si Krusche v (o, dos días más tarde , Gromyko ) cometía u n error . En la reunión de la Casa Blanca , hub o dos mentiras , la de Kennedy y la de Gromyko . A alguno s lectores les sonará rar o que yo llam e "mentiroso " a Kennedy , en luga r de emplea r ese adjetivo sólo par a Gromyko . A la mayoría de las personas no les gusta califca r así a alguie n a quie n admiran , pues conside• ra n a l a mentir a u n pecado; y o n o pienso l o mismo . L a actua - sobre cuestiones militare s se manej a con tant a reserv a que Dobryni n posible• mente no conociera con exactitud la naturalez a de la s arma s que los soviéti• cos habían instalado en Cuba " (Madelain e G. Kalb , "Th e Dobrynin Factor" , New York Times Magazine, 13 de may o de 1984, pág. 63). 277 ción de Kenned y en ese encuentr o se amold a a mi defnición de mentir a po r ocultamiento . Ambos , Kenned y y Gromyko , s e ocultaro n mutuament e lo que sabían: que había cohetes en Cuba . M i análisis sugier e que er a más probable que Kennedy ofreciera u n indici o d e s u engaño que Gromyko . En tant o y en cuant o cada un o de ellos había preparad o su pla n d e anteman o ( y ambos tuviero n oportunida d d e hacerlo), n o e s previsibl e qu e tuviese n problema s e n ocultarl e a l otr o l o que sabían . Ambo s pudiero n senti r recelo a ser detectados, pues l o que estaba enjueg o er a enorme ; presumiblemente , eso er a l a ansieda d d e Kenned y a l recibi r a Gromyko . Par a él, había más en jueg o todavía: Estados Unido s todavía no había resuelt o qu é ib a a hacer. Ni siquier a se disponía de informa • ción complet a sobre la cantida d de misile s en Cub a o en qué grad o d e preparació n estaban . Lo s asesores d e Kenned y pensaro n que é l debía mantene r e n secreto s u descubrimient o pues si Krusche v se hubier a enterad o antes de que Estados Unido s tomase un a represalia , temían que mediant e evasiones y amenaza s podría habe r complicado la situación norteameri • cana y ganado un a ventaj a táctica. De acuerdo con McGeorge Bundy , "er a fundamenta l (pensé entonces, y desde entonces lo creo) qu e se atrapar a a los rusos simuland o torpement e qu e no habían hecho l o que , como tod o e l mund o podría verl o con claridad , s í había n hecho" . 4 0 Po r otr a parte , los soviéticos necesitaba n tiemp o par a completa r l a construcció n d e sus bases de misiles , aunqu e a la sazón no les importab a demasia• d o qu e los norteamericano s l o supiesen . Sabía n qu e sus aviones U- 2 pront o descubrirían los cohetes, si es que no los habían descubiert o ya . Pero aunqu e se piense que par a los dos países lo que estaba en jueg o era lo mismo , es probabl e que Kenned y tuvies e más recelo a ser detectado que Gromyk o por el hecho de que no se sentía ta n confado sobre s u habilida d par a mentir . Po r cierto, tenía menos práctica. Además , Gromyk o ta l vez estaría más confado, si es que compartía la opinión que Krusche v se había formad o de Kenned y en la reunión cumbr e de Viena , un año atrás: n o er a mu y difícil engañarlo. 278 Apart e d e l a posibilida d d e que Kenned y sintier a mayo r recelo a se r detectad o qu e Gromyko , debí a oculta r otra s emociones, po r l o qu e vimos . La s crónicas mencionada s l o presentan ansioso, atónito, admirativ o y disgustado. Cualquie • ra de estas emociones que se le hubier a fltrado lo habría trai • cionado, pues en ese context o habrían signifcado que conocía el engaño soviético. Po r otr o lado , Gromyk o pud o habe r sentid o deleite por embaucar, lo cua l sería coherente con el comentari o de que al sali r de la reunión rebosaba jovialidad . La s probabilidade s de autodelaciones o de deja r trasunta r pÍBtas sobre el embuste no era n mu y grandes, pues ambos era n hombres hábiles, con características personales qu e los volvían capaces de oculta r sus emociones. Pero Kenned y tenía qu e oculta r más cosas, er a menos diestr o y avezado en la mentir a que Gromyko . La s diferencia s culturale s e idiomáticas ta l vez encubriera n cualquie r indici o del engaño, pero e l embajado r Dobiyni n estaba e n condiciones d e detectarlos. Mu y conocedor de la conducta norteamerican a tra s haber pasado mucho s años en este país, y cómodo con el idiom a inglés, Dobryni n contab a además con l a ventaj a d e ser u n observador y n o u n participan • te directo , que podía dedicarse a escruta r al sospechoso. En igua l situación se hallab a el embajado r Thompso n par a capta r cualquie r indici o conductua l de l engaño e n Gromyko . Si bie n pude apoyarm e en mucha s crónicas de esta reunión procedentes de norteamericanos , no se dispone de ningun a información del lado soviético y no hay modo de conjetura r si Dobryni n sabía o n o l a verdad . Ciertos informe s e n e l sentid o de que se habría mostrad o estupefacto y visiblement e conmo• ción ado cuando, cuatr o días más tarde , el secretari o de Estad o Rus k le informó sobre el descubrimient o de los misile s y el comienzo de l bloqueo nava l norteamerican o ha n sido interpre • tados como prueb a de que hast a entonces los soviéticos ignora • ba n dich o descubrimiento . 4 1 S i s u propi o gobiern o habí a mantenid o a Dobryni n ajeno a la instalación de los cohetes, ésta habría sido par a é l l a primer a notici a de l hecho. Per o aunque lo conociese, y aunqu e supiese que los norteamericano s lo habían descubierto , podrí a habe r quedad o estupefact o y 279 conmovid o de todas manera s por la decisión estadounidense de responde r con l a fuerz a milita r —respuest a que , según coinci• de n la mayoría de los analistas , los soviéticos no esperaban de Kennedy— . L o important e n o e s determina r s i e l ocultamient o d e Kenned y fu e revelad o sin o explica r los motivo s por los cuales pudo haberl o sido y demostra r que , au n en ese caso, el recono• cimient o de los indicio s de l engaño no habría resultad o sencillo. Se dice que Kenned y no identifcó ningún erro r en la s mentira s de Gromyko . Como ya sabía la verdad , no precisab a &s<»rnir ningú n indici o de l engaño . Armad o co n ese saber , podía admira r l a habilida d d e s u contrincante . A l analiza r estos dos engaño s internacionale s dij e que Hitler , Kenned y y Gromyk o era n mentiroso s naturales , sagaces en sus invenciones , parejos y convincentes en su discurso. Creo que todo político que llega al poder en part e gracias a su habili • da d par a l a oratori a y e l debate público, s u destrez a par a maneja r las pregunta s e n las conferencias d e prensa , s u ruti • lant e image n radiofónica o televisiva , posee u n talent o par a l a conversación persona l como par a ser u n mentiros o natural . (Si bie n Gromyk o n o llegó a l pode r po r estas vías , sobrevivió durant e un larg o período cuando no lo lograro n los demás, y en 1963 y a había reunid o un a gra n experienci a e n l a diplomaci a y e n l a política intern a d e l a Unión Soviética.) Estos individuo s son convincentes , porqu e eso form a part e de su negocio; elija n o n o mentir , cuenta n con l a habilida d requerid a par a ello. Desde luego, ha y otra s ruta s haci a e l poder político. Par a da r u n golpe de Estad o no se precisa la capacidad necesaria par a el engaño interpersonal . Tampoco necesita ser u n mentiros o natura l o u n conversador de talent o el dirigent e que logr a poder merced a su domini o de la burocracia , o por vía hereditaria , o venciendo a sus rivales interno s con maniobra s palaciegas. L a habilida d par a l a conversación —l a capacidad d e ocultar y falsea r la s palabra s con expresiones y gestos adecuados a medid a qu e se habla — no es indispensabl e si el mentiros o no tien e qu e dialoga r con su destinatari o o esta r frent e a él. Los destinatario s puede n ser engañado s mediant e escrito s o a 280 -través de intermediarios , de comunicados de prensa , de manio - •bras militares , etc. Si n embargo , cualquie r variant e de mentir a -falla s i e l mentiros o n o posee capacida d estratégica , s i e s rincapaz de preve r de anteman o sus movimiento s o los de l -adversario. Presumo que todos los líderes políticos deben ser astutos estrategas, aunqu e sólo algunos cuente n con l a habili • dad par a l a conversación qu e les permit e menti r a l esta r car a a : cara con su presa, en el tip o de engaños que hemos examinad o en este libro . N o todo s so n capaces d e menti r o está n dispuesto s a hacerlo. Supongo que la mayoría de los dirigente s políticos sí están prestos a mentir , al menos a ciertos destinatario s y en ciertas circunstancias . Inclus o Jimm y Cárter, cuy a campañ a presidencial se basó en la promesa de que jamá s le mentiría al pueblo norteamerican o — y l o demostró admitiend o sus fanta • sías sexuale s e n un a entrevist a qu e concedi ó a l a revist a Playboy—, mintió luego cuando debió oculta r sus planes par a rescatar a los rehenes de Irán. Los analista s especializados en engaños militare s ha n procurad o identifca r cuále s so n los líderes má s y meno s capace s d e mentir . Un a posibilida d mencionada es que los más idóneos en esto proviene n de cultu • ras que condonan e l engaño, 4 2 pero n o existe n prueba s mu y claras sobre l a existenci a d e dichas culturas. * Otr a ide a n o verifcad a es que los dirigente s más proclives a menti r son de * Se ha dicho que los soviéticos son a la vez más veraces y más dados a mantener secretos que los individuos de otras nacionalidades. El experto soviético Walte r Hah n argument a que la tendencia a guarda r secretos tiene un a larg a histori a y es un a característica rusa , no soviética ("Th e Mains¬ prings of Soviet Secrecy*, Orbis, 1964, págs. 719-47). Ronal d Hingle y sostiene que tos rusos se prestan más con más prontitud a ofrecer información sobre los aspectos privados de su vida y tienen un a mayo r inclinación a hace r declaraciones cargada s de contenido emocional en presenci a de extraños; pero esto no signifca que sea n más o meno s verace s que otros pueblos: "Puede n mostrarse austeros, secos y reservados como los más taciturno s y remilgados anglosajones de la s leyendas, ya que en Rusia , como en cualquie r otr a nación, ha y grandes variedades dentro de la psicología de su s habitan • tes" {Hingley, The Russian Mind, Nuev a York : Scríbners, 1977, pág. 74). Sweetser cree que la s cultura s diferen entre sí, no porque en una s se engañe 28 1 países e n los qu e dichos dirigente s cumple n u n pape l importan • te en las decisiones militare s (sobre todo donde existe n dictadu • ras) . 4 3 S e intentó , si n éxito, rastrea r a parti r d e materia l histó• rico el tip o de personalida d característica de los dirigente s que fuero n conocidos mentirosos , aunqu e no se dispone de informa • ción sobre este trabaj o como par a saber por qué motiv o no tuvo éxito.** N o ha y prueba s rigurosas , e n un o u otr o sentido , que permita n determina r s i los líderes políticos son realment e mentiroso s extraordinarios , más hábiles par a menti r y propen• sos a ell o qu e los ejecutivo s de la s grande s empresas , por ejemplo . E n caso afrmativo , los engaños internacionale s resul• tarían má s arduo s aún de detectar , y esto sugeriría que es important e par a e l cazador d e mentira s identifca r la s excep• ciones, o sea, aquello s jefes de Estad o que se singulariza n por n o poseer l a capacida d par a menti r habitua l e n sus colegas. Veamos ahor a el otr o lad o de la medalla : ¿son o no son los jefes de Estad o más diestro s que el rest o como cazadores de mentiras ? La s investigacione s indica n que alguna s personas son inusualment e diestra s como cazadores de mentiras , si n que exist a un a correspondencia entr e esta habilida d y l a capacidad par a mentir. ^ Por desgracia, esas investigacione s ha n tenido como sujeto s a estudiante s universitarios . N o ha y ningún trabaj o que hay a examinad o a personas que ocupa n cargos de liderazg o en organizaciones de cualquie r índole. Si al someter a prueb a a dicha s persona s se comprobas e qu e alguna s son hábiles cazadores de mentiras , surgiría el interrogant e de si es posible identifca r a los cazadores de mentira s hábiles a la distancia , si n necesidad de someterlos a ningun a prueba . Si más que en otras , sino por et tipo de información sujet a a engaño ("Th e Def¬ nition of a Lie" , en Naomí Quin n y Dorothy Holland, eds., Cultural Models in Language and Thought, en prensa) . Aunque no tengo motivos par a expre• sa r mi discrepanci a con estos autores, creo que llegar a algun a conclusión sería todavía prematuro , dad a la escas a cantida d de estudios existentes sobre la s diferencias nacionale s o culturale s en relación con el menti r o con la detección de la s mentiras . 282 esto fuer a posible y un cazador de mentira s diestr o pudier a ser identifcado partiend o del tip o de información sobre las fguras públicas de que se dispone normalmente , un dirigent e político que plane a menti r podría calibra r con mayo r precisión hast a qué punt o su adversari o será capaz de detecta r cualquie r auto - delación o pist a sobre su embuste . E l politicólogo Grot h h a aducido ( a m i juici o convincente • mente) que los jefes de Estad o suelen ser mu y defcientes como cazadores de mentiras , menos cautelosos que los diplomáticos profesionales en cuant o a su propi a capacidad de evalua r el carácter y la veracida d de sus adversarios . "Los jefes de Estad o —comenta Groth — y los primero s ministro s con frecuenci a carecen d e l a habilida d elementa l par a l a negociació n y l a comunicación, o de la información básica, por ejemplo , qu e les permitiría formars e un juici o correcto sobre sus adversarios."* 6 Jervis concuerda con él y apunt a que un jef e de Estad o puede sobrestima r s u capacida d como cazador d e mentira s s i "s u ascenso al poder se basó en part e en un a aguda habilida d par a juzga r a los demás".* 7 Aunqu e un dirigent e sepa que posee dotes inusuale s como cazador de mentiras , y esté en lo cierto , quizá no tom e en cuent a cuánto más difícil result a detecta r un a mentir a cuando el sospechoso proviene de otr a cultur a y habla otr o idioma . Ante s manifest é m i opinió n d e qu e Chamberlai n habí a sido un a víctima cómplice de l engañ o d e Hitler , porqu e estab a ta n interesad o e n evita r l a guerr a s i er a posible , que deseaba desesperadamente creerle a Hitle r y sobrestimó su capacida d de justiprecia r el carácter de éste. Pero Chamberlai n no er a ningún tonto , n i ignorab a l a posibilida d d e qu e Hitle r l e mintiese . Sólo que tenía fuerte s razones par a quere r creerle , y a que e n caso contrari o e l estallid o d e l a guerr a sería inmi • nente . Esto s errore s de apreciación de los jefe s de Estado , esta evaluación equivocad a de su propi a habilida d como caza• dores de mentiras , es, según Groth , bastant e frecuente . Yo pienso que es particularment e probabl e cuand o es much o lo que está e n juego . E n tale s circunstancias , cuand o e l perjuici o puede se r enorme , e l líde r polític o pued e resulta r mu y 283 propens o a convertirs e en un a víctima cómplice de l engaño de s u rival . Consideremo s ahor a otr o ejempl o de víctima cómplice. Para empareja r los tantos , esta vez he seleccionado, de los numero• sos ejemplo s suministrado s por Groth , el de l oposito r de Cham¬ berlain , Winsto n Churchill . Est e decía qu e e l hecho d e que Staün "hablas e con igua l frecuencia de TRusia' y de la 'Unión Soviética', e hiciese tanta s alusiones a la Deidad", 4 8 lo llevó a pensa r qu e conservab a cierta s creencias religiosas. * E n otro episodio, a l retorna r d e l a conferencia d e Yalt a e n 1945, Chur • chil l defendió su fe en la s promesas de Stali n de la siguiente manera : "Pienso que s u palabr a e s u n compromis o par a él. N o conozco otr o gobierno que, contr a su propi o benefcio, respete sus obligaciones ta n sólidamente como e l gobierno ruso". 4 9 Uno de los biógrafos de Churchil l coment a lo siguiente : ".. . pese a lo bie n qu e conocía l a histori a soviética, Winsto n estaba prepara• do par a conceder a Stali n el benefcio de la dud a y confa r en que sus intencione s era n auténticas. Le resultab a difícil no creer en la probida d esencial de las personas qu e ocupaban altos cargos con la s que é l tem a trato". 6 0 Stali n n o correspondió a este respecto. Milova n Djila s afrm a que en 1944 manifestó: "Ta l vez uste d piense que po r el hecho de ser aliado s a los ingleses (...) nos hemos olvidad o quiénes son y quién es Chur • chill . Par a ellos nad a ha y con mayo r alicient e que engañar a sus aliados . Churchil l es la clase de persona que , si usted se * Jimm y Cárter quedó análogamente impresionado por el presidente soviético Leónidas Breznev . Al describir su primer a entrevist a con éste, menciona la forma en que inició la conversación el segundo día: "Y a ha habido un retras o excesivo par a lleva r a cabo est a reunión, pero ahora que fnalmente estamos juntos , debemos hacer los máximos progresos posibles. Aye r quedé realment e impresionado cuando el presidente Brezne v me dijo: "Si no tenemos éxito, ¡Dios no nos perdonará!' ". El comentario de Cárter, según el cua l "Brezne v pareció algo molesto" por est a observación suya , implic a qu e Cárter, como Churchill , tomaba en seri o es a referencia a la divi• nida d (Cárter, Keeping the Faitk, Nuev a York : Banta m Books, 1982, pág. 248). 284 descuida, l e sacará u n kopeck d e s u bolsillo" , 5 1 L a volunta d d e Churchil l de destrui r a Hitle r y su necesidad de conta r par a ello con l a ayud a d e Stali n ta l vez l e convirtiero n e n un a víctima cómplice de los engaños de este último. Si he otorgado más espacio a los engaños entr e estadistas que a cualquier a de las demás formas de engaño que examina • mos en este capítulo, no es porqu e éste sea el camp o más prometedor par a detectar los indicio s conductuale s del engaño sino porque e s e l más arriesgado, aque l e n e l cua l u n juici o equivocado puede ser mortal . Pero como sucedía con la detec• ción de los engaños entr e delicuentes, de nad a val e sostener que también aquí debería abolirse el exame n de los indicio s conductuales. En ningún país sería eso posible: es propi o de la naturalez a human a reuni r información, por lo menos de modo informal , respecto de tales indicios ; y como ya he señalado al ocuparme de los riesgos de la detección de mentira s durant e los interrogatorios , probablemente sea más seguro que los partíci• pes y quiene s los asesora n sean consciente s de su propi a evaluación de los indicio s expresivos del engaño , y no que esas impresiones permanezcan en eí ámbito de la s intuiciones . Como ya señalé con relación a los engaños de crimínales, por más que fuese posible aboli r la interpretación de los indi • cios conductuale s del engaño en las reunione s internacionales , no creo qu e eso fuese conveniente . Los registro s históricos muestra n bie n a las claras que en los últimos tiempo s se ha n producido engaños infame s en este campo ; ¿quién no querría que su país esté en mejores condiciones de discriminarlos ? El problem a es cómo hacerlo si n que aumente n las probabilidade s de cometer errores . Me temo que la confanz a exagerada de Chamberí ai n y de Churchil l en su capacida d par a capta r el engaño de sus rivales y calibra r el carácter de éstos empalide • cería ant e l a arroganci a d e u n especialista e n ciencias d e l a conducta que se gan a la vid a pretendiend o ser capaz de detec• ta r los signos del engaño en los dirigente s políticos extranjeros . He tratad o de desafar, aunqu e de form a indirecta , a los expertos en la conduct a que trabaja n como detectores de menti • ras par a cualquie r país, volviéndolos más conscientes de la 285 complejida d de su tare a e inculcand o un a mayo r dosis de escep• ticism o en sus clientes (los asesorados por ellos). Este desafío debe ser indirect o porqu e tale s expertos , en caso de existir , opera n en secreto,* de igua l modo que los que realiza n investi • gaciones confdenciales sobre la maner a de detectar el engaño entr e los negociadores internacionale s o los jefes de Estado. Confío en volve r más prudente s a esos investigadore s anóni• mos , y más exigentes y críticos sobre la utilida d de sus resulta• dos a quienes les pagan . No quier o que se me interpret e mal . Me interes a que se lleve n a cabo tales investigaciones , considero que es un a tarea urgent e y entiend o perfectament e que al menos alguna s de ellas deban realizars e en secreto en cualquie r país. Sospecho que los estudios qu e procura n identifca r a los buenos y malos mentiroso s y cazadores de mentira s entr e los altos dirigentes de los países terminarán proband o que ell o es casi imposible, pero de todos modos hay que averiguarlo . De modo análogo, creo que los estudios sobre situacione s que simula n las reunio • nes cumbre s o la s negociaciones que tiene n luga r durant e crisis internacionale s (donde los participante s son personas de alta capacidad procedentes de distinta s naciones, y el estudio está dispuest o d e ta l modo qu e hay a much o e n juego , n o como ocurr e con los habituale s experimento s con estudiante s univer • sitarios ) darán magros resultados . Pero también esto debe ser comprobado, y en caso afrmativo , quitarle s a esos resultados su carácter confdencia l y compartirlos . En este capítulo hemos mostrad o que el éxito de un engaño no depende del campo de activida d en que se practique . No es que fracasen todos los esposos infeles , ni que triunfe n todos los * Si bien nadie confesará esta r trabajando en torno de este problema, be mantenido correspondencia con algunos funcionarios del Departamento de Defensa y conversaciones telefónicas con funcionarios de la CI A que me han llevado a la conclusión de que en los servicios de contraespionaje y en la diplomacia ha y gente estudiando los indicios del engaño. Sólo he podido ver un estudio no confdencial que contó con fnanciación del Departamento de Defensa , pero er a horrible y no reunía los requisitos científcos corrientes. 286 engaños criminales , empresariales o internacionales . El fracaso o el éxito depende de las características particulare s de la mentira , el mentiros o y el cazador de mentiras . Po r ciert o que es más complicado u n engaño e n e l plan o internaciona l que entr e padre e hijo , pero todo padre sabe que no siempr e es sencillo dejar de cometer errores al trata r las mentira s de un hijo . E l cuadr o 4 del "Apéndice" enumer a 3 8 rubro s d e un a list a d e verifcación d e l a mentira . Cas i l a mita d (18 preguntas ) ayuda n a determina r s i e l mentiros o tendrá qu e oculta r o falsear sus emociones, si tendrá que menti r sobre sus senti • mientos o si tendrá sentimiento s sobre su mentir . El uso de esta list a no siempre brindará un a estimación útil. Ta l vez no se sepa lo sufciente como par a responder a muchos de estos interrogantes , o la s respuestas serán heterogé• neas: alguna s sugerirán que es fácil detectar la mentir a y otra s que es difícil. Pero conocer esto puede ser provechoso. Y au n cuando sea posible efectuar un a evaluación precisa , quizás ell a n o permit a predeci r correctament e l o qu e h a d e suceder , porqu e los mentiroso s puede n ser traicionado s n o po r s u conducta sino po r terceros, y también pueden pasarse por alto , por casualidad , los indicio s más fagrantes. Si n embargo , tant o el mentiros o como el cazador de mentira s querrá n esta r al tant o de esa evaluación. ¿A quién de los dos ayudará más ese conocimiento? Ese es el prime r punt o que quier o examina r en el próximo y último capítulo. 287 Detectar mentiras en la década de 1990 Empezaba este libr o describiendo e l prime r encuentro , e n 1938, entr e Adol f Hitler , canciller de la Alemani a nazi , y Nevill e Chamberlain , prime r ministr o británico. Elegí este aconteci• miento porque fue un o de los engaños más grandes de la histo • ri a y porque contenía un a important e lección sobre la razón de que las mentira s tenga n éxito. Recordemos que Hitle r y a había ordenado en secreto que el ejército alemán atacar a Checoslova• quia. Si n embargo, hacían falt a varia s semanas par a que e l ejército naz i se movilizar a plenament e par a el ataque . Desean• do la ventaj a de un ataque por sorpresa, Hitle r ocultó su deci• sión de atacar. En cambio , le dij o a Chamberlai n qu e optaría por la paz si los checos considerara n su reivindicación de volve r a traza r las frontera s entr e sus países. Chamberlai n se creyó la mentir a de Hitle r y trató de persuadi r a los checos de qu e no movilizara n s u ejército mientra s hubier a algun a oportunida d para la paz. En ciert o sentido , Chamberlai n deseaba ser engañado. De lo contrario, habría tenid o que afronta r el fracaso de tod a su polí• tica haci a Alemani a y el hecho de habe r puesto en peligr o la se• gurida d de su país. La lección en cuanto a la mentir a es que al • gunas víctimas contribuye n si n quere r a que se las engañe. El juicio crítico queda en suspenso y la información contradictori a se pasa por alto porque, por lo menos a corto plazo, conocer la verdad es más doloroso qu e creer la mentira . Aunqu e sigo creyendo que ésta es un a lección important e que se aplica a muchas otra s mentira s y no sólo a la s que se da n 289 entr e jefes de estado, hoy en día, siete años después de haber escrito este libro , me preocupa que de l encuentr o entr e Hitle r y Chamberlai n se pueda n desprender dos lecciones erróneas so• bre l a mentira . Podría parecer que l a mentir a d e Hitle r n o ha• bría surtid o efecto s i Chamberlai n n o hubier a deseado que l e engañaran. L a investigación que hemos realizad o desde l a pu • blicación origina l de Cómo detectar mentiras en 1985 indic a que n i siquier a Winsto n Churchill , e l riva l d e Chamberlai n que ha• bía avisado de l peligr o de Hitler , podría habe r sido capaz de de• tecta r aquell a mentira . Y si Chamberlai n se hubier a acompa• ñado de expertos en la detección de mentira s —de Scotland Yar d o de los servicios de información británicos— es poco pro• babl e que éstos hubiera n salid o mejo r librados . En este capítulo se exponen los nuevos datos de nuestr a in • vestigación que me ha n llevad o a estas nuevas conclusiones. Describiré lo que hemos aprendid o acerca de las personas que puede n detecta r mentira s y algunos nuevos datos sobre la ma • ner a de detectarlas . También presentaré algunos consejos que he aprendid o sobre la form a de aplica r nuestr a investigación ex• perimenta l a mentira s de la vid a real , consejos basados en mi experienci a de enseñar, durant e los últimos cinco años, a perso• nas que trata n a diari o con gente sospechosa de mentir . Puesto que Hitle r er a u n malvado , e l ejemplo mencionado también puede da r a entende r que siempr e está ma l que e l diri • gente de un país mienta . Est a conclusión es demasiado simple. E n e l siguient e capítulo s e examina n argumento s par a justifi • car l a mentir a e n l a vid a pública estudiand o vario s casos famo• sos de la histori a política reciente de Estados Unidos . Al conside• ra r la s falsas afrmacione s de l e x president e Lyndo n B . Johnson sobre los éxitos de l ejército estadounidense en la guerr a del Vietnam , así como l a decisión d e l a Nationa l Aeronautic s and Space Administratio n (NASA ) d e que l a lanzader a espacial Challenger despegara au n habiendo un riesgo considerable de qu e pudier a estallar , plantearé la cuestión de si estos ejemplos fuero n casos de autoengaño y, en caso de que así fuera , de si es• ta s personas que se mintiero n a sí misma s deben considerarse responsables de sus actos. 290 ¿QUIÉN PUED E PILLA R A U N MENTIROSO ? Cuando escribí Cómo detectar mentiras creía que la clase de mentira s que había estado estudiand o —engaño s hechos par a ocultar las fuertes emociones experimentada s en el moment o mismo de mentir — tenían poco que ve r con las mentira s conta• das por diplomáticos, políticos, delincuente s o espías. Temía que los profesionales de la detección de mentira s — policía, agentes de la Centra l Intelligenc e Agency (CIA) , jueces y exper• tos psicológicos o psiquiátricos que trabajara n par a el gobier• no— pudiera n ser demasiado optimista s sobre s u capacidad para distingui r si alguie n mient e a parti r de indicio s conduc- tuales. Deseaba avisa r a las personas cuyo trabaj o exige distin • gui r la mentir a de la verda d de que desconfara n de cualquie r persona que afrmar a ser capaz de detecta r el engaño a parti r de los indicio s conductuales, lo que en el sistem a jurídico se lla • ma actitud. Quería avisarle s de que no confara n tant o en su ca• pacidad de descubri r a un mentiroso . Ahor a ha y pruebas claras de que tenía razón al avisa r a los cazadores profesionales de mentira s de que la mayoría de ellos deberían ser más cautos al valora r su habilidad . Pero también he vist o que quizá exageré un poco. Par a mi sorpresa, he vist o que algunos profesionales son mu y buenos descubriendo menti • ras a parti r de indicio s conductuales, He aprendid o algo sobre quiénes son y po r qué son buenos. Y ahor a tengo razones par a creer que lo que he descubierto sobre las mentira s acerca de la s emociones se puede aplica r a alguna s mentira s relacionadas con la delincuencia , la política o el contraespionaje. Es probable que nunc a lo hubier a llegado a saber si no hu • bier a escrito Cómo detectar mentiras. No es frecuent e qu e un profesor de psicología que investig a la mentir a y las emociones con experimentos de laboratori o conozca a personas que traba • ja n en el sistem a jurídico o en el mund o de l espionaje y el con• traespionaje. Estos profesionales de la detección de mentira s no supieron de mí por mi s publicaciones científcas, que ha n apa • recido durant e los últimos treint a años, sino por las informacio • nes sobre mi trabaj o que apareciero n en los medios de comuni - 291 cación coincidiend o con la publicación de Cómo detectar menti• ras. Pront o fu i invitad o a imparti r seminario s a jueces y fsca• les, a policías locales, estatales y federales, y a personas encar• gadas de realiza r pruebas con polígrafos par a el Federa l Bureau o f Investigatio n (FBI) , l a CIA , l a Nationa l Securit y Agency, l a Dru g Enforcemen t Agency, e l servicio secreto d e Estados Uni • dos y el Ejército de Tierra , la Marin a y las Fuerzas Aéreas esta• dounidenses . Par a todas estas personas, la mentir a no es un a cuestión académica. Se toma n mu y en serio su trabaj o y lo que yo les pued a decir. N o son estudiante s que aceptan l o que dice u n pro• fesor porqu e les pone un a not a y es la autorida d que ha escrito el libro . En todo caso, mi s referencias académicas son un a des• ventaj a con estos grupos. Me pide n ejemplos de la vid a real , me pide n qu e encare sus experiencias , que responda a sus retos y que les ofrezca algo que pueda n usa r al día siguiente . Podría ex• plicarle s lo difícil que es descubri r a un mentiroso , pero tienen qu e hacer juicio s de esta clase mañana mism o y no puede n es• pera r a que se haga n más investigaciones. Quiere n cualquie r ayud a que les pueda da r má s allá de la advertenci a de que sean má s cautelosos, y son mu y escépticos y críticos. Aunqu e parezca mentira , estas personas también son mu • cho más fexibles de lo que es habitua l en el mund o académico, Estaba n más dispuestas a plantears e la posibilida d de cambiar s u form a d e trabaja r que l a mayoría d e las comisiones curricu - lare s universitarias . Durant e u n descanso par a almorzar , u n jue z m e preguntó s i debería redistribui r l a sal a del tribuna l par a poder ve r l a cara d e los testigos e n luga r d e s u nuca . Nun • c a m e había plantead o un a idea ta n sencilla . Desde entonces siempr e hag o est a propuest a cuand o habl o con jueces y muchos d e ellos ha n redistribuid o sus salas. Un agente de l servicio secreto me explicó lo difícil que es sa• be r s i un a persona que h a amenazado a l president e mient e cuando dice que la amenaz a no ib a en serio, que sólo la había hecho par a impresiona r a u n amigo . Había un a expresión so- brecogedora e n l a mirad a d e aque l hombr e cuando m e explica • ba que habían decidido que Sara h Jan e Moore era un a «chifa- 292 da» y no un a verdader a asesina, y que la habían soltado por error una s horas antes de que disparar a contr a el president e Gerald For d el 22 de septiembr e de 1975. Le dij e qu e el semina • rio que yo podía darles sólo podría ofrecerles un a mejor a mu y pequeña, que su nive l de precisión mejoraría, como mucho , en un 1%. «Perfecto —m e dijo— , hagámoslo». M i colega Mauree n O'Sullivan 1 y y o siempr e empezamos nuestros seminario s con u n breve tes t par a medi r l a capacidad de cada participant e par a distingui r si alguie n mient e a parti r de s u actitud . Est e tes t d e l a capacidad par a detecta r mentira s muestr a a diez personas diferentes , las estudiante s de enferme • ría que formaba n part e de l experiment o que se describe en el capítulo 3 (página 55). Cada un a de estas personas dice que ex• periment a una s sensaciones agradables mientra s v e un a pelí• cula con escenas de la naturalez a y animales jugueteando . Cinco de las diez mujere s dicen la verdad , pero las otra s cinco mien • ten . E n realidad , las que miente n están viend o una s imágenes médicas truculentas , pero trata n de oculta r su sensación de dis • gusto e intenta n convencer al experimentado r de que están viendo una s imágenes agradables. Yo tenía dos razones par a administra r esta prueb a de la ca• pacidad par a detectar mentiras . No podía desaprovechar la opor¬ tunida d de saber hast a qué punt o estas personas qu e se enfren • ta n a los engaños má s peligrosos puede n detecta r con precisión si alguie n miente . También estaba convencido de que presenta r esta prueba er a un a buena maner a d e empezar. L e mostrab a di • rectamente a mi auditori o lo difícil que es saber si alguie n mien • te. Despertaba su interés diciendo: «Van a tene r ustedes un a • oportunida d excepcional de calibra r su capacidad par a detecta r r ; mentiras . Ustedes hacen juicio s de esta clase constantemente , pero ¿hasta qué punt o saben con tod a segurida d si estos juicio s son correctos o erróneos? Aqu í tiene n la oportunidad . ¡En sólo quince minuto s sabrán l a respuesta!». Inmediatament e después de pasar la prueb a les daba las respuestas correctas. Luego pe• día que levantara n la man o quienes hubiera n dado diez res • puestas correctas, quienes hubiera n dado nueve , etc. Apuntab a los resultados en un a pizarr a par a que pudiera n evalua r su ac- 293 tuación e n comparación con e l grupo . Aunqu e n o er a m i objeti• vo, este procedimient o también revelab a lo bie n que lo había he• cho cada asistente . N o esperaba qu e l a mayoría d e ellos rindiera n mu y bie n e n esta prueba . Hacer que aprendiera n esta dur a lección contribuía a mi misión de conseguir que valorara n con más cautel a su ca• pacida d par a detecta r s i alguie n miente . E n los primero s semi• nario s me preocupaba que mi s «alumnos» pusiera n algun a obje• ción y no quisiera n corre r el riesgo de mostra r en público su posible incapacida d par a cazar a un mentiroso . Cuand o veían lo ma l que la mayoría de ellos había hecho el test , esperaba que protestaran , qu e pusiera n e n dud a l a valide z d e l a prueb a di • ciendo que la s mentira s que les había mostrad o no tenían nada qu e ve r con la s mentira s a las que ellos se enfrentaban . Y eso nunc a sucedió. Esas mujere s y esos hombre s de los mundo s de la justici a y de los servicios de información estaban dispuestos a revela r s u aptitu d par a detecta r mentira s ant e sus compañeros. Era n más valiente s que los colegas académicos a los que he dado la mism a oportunida d de revela r su capacidad frent e a sus alumno s y colegas. Saber hast a qué punt o se habían equivocado obligaba a esos cazadores profesionales de mentira s a abandona r las reglas ge• nerale s en las que mucho s de ellos se habían estado basando. Abordaba n con much a más prudenci a l a detección d e mentiras a parti r de la actitud . También les ponía sobre aviso de los mu• chos estereotipos que tien e la gente en relación con la form a de determina r si alguie n miente , como la ide a de que las personas qu e s e muestra n inquieta s o qu e aparta n l a mirad a cuando ha• bla n siempr e mienten . Desde un punt o de vist a más positivo , les enseñaba a usar la list a par a verifca r mentira s que se describe en el capítulo 8 (pá• gin a 250) con algunos ejemplos de la vid a real . Y hacía mucho hincapié, como lo hago en los capítulos anteriores , sobre la for• ma en que la s emociones puede n delata r un a mentir a y sobre la maner a de detecta r los indicio s de esas emociones. Les mostra• ba decenas de expresiones faciales mu y brevemente , durante un a centésima de segundo, par a que aprendiera n a detectar mi - 294 croexpresiones faciales con facilidad . Usab a ejemplos grabados en vídeo de diversas mentira s par a que pudiera n practica r las técnicas que acababan de aprender . E n septiembr e d e 1991 publicamo s nuestra s conclusiones acerca de estos profesionales de la detección de mentiras. 2 Re• sult a que sólo hub o u n grup o d e profesionales que rindiero n por encima de l azar: los agentes del servicio secreto estadouniden • se. Alg o más de la mita d de estas personas alcanzaro n un nive l de precisión igua l o superio r al 70 % y cerca de un a tercer a par • te alcanzaro n un nive l igua l o superio r al 80 %. Aunqu e no sé con certeza por qué los agentes de l servicio secreto rindiero n ta n por encima de los otros grupos , lo más probabl e es que se deba a que muchos de ellos habían trabajad o en misione s de protección, es decir, observando grupos de personas en busca de indicios de que alguie n pudier a amenazar a quie n protegían. Est a clase de vigilanci a debe ser un a buen a preparación par a detec• ta r los sutile s indicio s conductuales de l engaño. Mucha s personas se sorprende n al saber que el índice de acierto de los otros grupos profesionales que se ocupa n de las mentira s —jueces, fscales , policías, poligrafsta s que trabaja n par a l a CIA , e l FB I o l a NS A (Nationa l Securit y Agency) , servi • cios de l ejército y psiquiatra s forenses— no fue superio r al es• perado al azar. Igualment e sorprendent e es el hecho de que la mayoría de ellos no supiera n que no podían detecta r el engaño a parti r de la actitud . Su respuesta a la pregunt a que les hacía• mos antes de que pasara n nuestr o tes t sobre cuál creían que se• ría su rendimient o no guardab a ningun a relación con lo bie n o ma l que hacían la prueba , y lo mism o ocurría con su respuest a a l a mism a pregunt a inmediatament e después d e habe r reali • zado la prueba . Me sorprendió que alguno de estos profesionales de la detec• ción d e mentira s pudier a detecta r aquella s mentira s con gra n precisión porque ningun o d e ellos había tenid o un a experienci a previa con aquell a situación concreta n i con la s características de los mentirosos que aparecían. Había planifcad o la situación que se mostrab a en el vídeo par a que se aproximar a a la difícil situación del paciente de un hospita l psiquiátrico que ocult a su 295 intención de quitars e la vid a con el fi n de librars e de la supervi • sión médic a y poder suicidarse. Par a ello debe oculta r su angus• ti a y actua r de un a maner a convincente como si no estuvier a de• primid o (véase la discusión de las páginas 16 y siguientes y 54-55). La s intensas emociones negativas experimentadas en ese moment o estaban revestidas de un barni z positivo. Sólo los psi• quiatra s y los psicólogos deberían habe r tenid o much a experien• ci a con esa clase de situaciones pero, como grupo , su rendimien • to no fu e superio r al azar. Entonces, ¿por qué el servicio secreto estadounidens e supo detecta r ta n bie n esta clase de engaño?* Ante s no me había dado cuenta , pero al refexiona r sobre nuestra s conclusiones surgió un a nuev a idea sobre l a posibili • da d de detecta r el engaño a parti r de indicio s conductuales. Quie n intent a detecta r un a mentir a n o necesita saber tanta s co• sas del sospechoso n i d e l a situación SÍ s e suscita n una s emocio• nes intensas . Cuand o el aspecto o la maner a de habla r de al • guie n indic a temor , culp a o agitación y estas expresiones no encaja n con las palabra s que dice, es probable que esa persona esté mintiendo . Cuand o ha y mucha s interrupcione s e n e l habla (pausas, «Esto...», etc.), y no ha y ningun a razón por la que el sospechoso no sepa qué deci r y ésta no sea su form a habitua l de hablar , es probabl e que mienta . Estos indicio s conductuales del engaño serán más escasos si no se suscita n emociones. Si el mentiros o no ocult a una s emociones intensas , el éxito en la de• tección de la mentir a exigirá que quie n se encargue de esta detec• ción conozca mejo r los detalle s concretos de la situación y las ca• racterísticas de l mentiroso . Siempr e que hay a much o e n juego , habrá l a oportunida d de qu e el temo r de l mentiros o a ser descubierto o el ret o de superar a l cazador d e mentira s (lo que llam o deleite por embaucar, pá- * Puede que los grupos profesionales que estudiamos hubiera n rendido mucho mejor si le s hubiéramos hecho juzga r un a mentir a típica de las situa• ciones a la s que normalment e se deben enfrentar. Puede que sólo hayamos averiguado quiénes son buenos detectando mentira s con independencia de su familiarida d con la situación, no quiénes son buenos cuando actúan en su te• rreno habitual . No creo que ése sea el caso, pero esta posibilidad sólo se pue• de descarta r con más investigaciones. 296 a 78) permit a un a detección más precisa de la mentir a si n esidad de que el cazador de mentira s conozca a fondo los de• les de la situación o de l sospechoso. Pero —y se trat a de un ro mu y importante — el hecho de que hay a much o enjueg o no ce que todos los mentiroso s tema n ser descubiertos. Los de- cuentes que se ha n acostumbrad o a sali r bie n librado s no ntirán ese temor , como tampoco lo sentirá el mujerieg o que ha nido éxito en muchas ocasiones ocultand o sus pasados deva- •toeos o el negociador con much a experiencia . Y las mentira s en •tas que hay mucho en jueg o pueden hacer que algunos sospe• chosos inocentes que teme n no ser creídos parezcan menti r aun¬ . que no lo haga n (véase la discusión de l erro r de Otel o en las pá• ginas 175-177). Si el mentiros o compart e valores con el destinatari o de la mentir a y le respeta, es posible que se sient a culpabl e por men • ti r y que los indicio s de esa culp a delate n la mentir a o motive n una confesión. Pero el cazador de mentira s debe evita r la tenta • ción de sobrestimars e demasiado y da r po r descontado un res • peto que no le corresponde. La madr e desconfada e hipercrítica debe conocerse lo sufcient e par a darse cuent a de que posee es• tas características y, en consecuencia, no deberá presupone r que su hij a se sentirá culpabl e si le miente . Si un empresari o no es just o con sus empleados y éstos lo saben, par a detecta r sus engaños no podr á basarse en indicio s de culpa . Nunc a es aconsejable confa r en el propi o juici o par a deter • mina r s i alguie n mient e si n u n conocimiento mínimo de l sospe• choso o de la situación. Mi tes t de la capacidad par a detecta r mentira s n o dab a a l cazador d e mentira s l a meno r oportunida d de conocer a las personas a las que tenía que juzgar . La s deci• siones sobre quién mentía y quién no se debían toma r tra s ve r a cada persona un a sola vez y si n más información sobre ella . En estas condiciones sólo acertaro n mu y pocos. N o er a imposibl e conseguirlo, pero era difícil en la mayoría de los casos (más ade• lant e explicaré cómo pudiero n hacer este juici o con ta n poca in • formación las personas que acertaron) . Tenemos otr a versión de nuestro tes t que muestr a dos ejemplos de cada persona. Cuan • do los cazadores de mentira s puede n compara r la conducta de 297 un a person a e n dos situaciones acierta n más, y au n así l a ma • yoría de ellos sólo rinde n un poco por encima del azar. 3 L a list a par a verifca r mentira s descrita e n e l capítulo 8 de• bería ser útil par a juzga r s i e n un a mentir a donde ha y mucho enjueg o habrá indicio s conductuales útiles, falsos o escasos. De• bería ser útil par a determina r si habrá temo r a la detección, cul • pa po r engañar o deleit e por embaucar. El cazador de mentira s nunc a debería limitars e a da r por sentado que siempr e es posi• ble detecta r el engaño a parti r de indicio s conductuales. No de• bería ceder a la tentación de resolve r las dudas sobre la veraci • da d d e un a persona sobrestimand o s u capacidad par a detectar mentiras . Aunqu e el servici o secreto fue el único grup o de profesiona• les cuyo rendimient o fu e superio r al azar, en todos los grupos hub o alguna s personas que obtuviero n un a buen a puntuación. Sigo investigand o par a saber por qué alguna s personas detec• ta n e l engaño con much a precisión. ¿Cómo ha n aprendid o a ha • cerlo? ¿Por qué no aprend e todo el mund o a detecta r mentira s con má s precisión? ¿Es e n realida d un a aptitu d qu e s e aprende o es más bie n un a especie de don , algo que se tien e o no se tie • ne? Est a extraña idea se me ocurrió por primer a vez cuando descubrí que e l rendimient o e n este tes t d e m i hij a d e once años estab a prácticamente a l a mism a altur a que los mejores resul • tados obtenidos por los servicios secretos. M i hij a n o h a leído mi s libro s n i mi s artículos. Y quizá n o teng a nad a d e especial; pued e que l a mayorí a d e los niños detecte n la s mentira s me• jo r que los adultos . Estamo s empezando a investiga r en este sentido . Un a pist a par a responder a l a pregunt a d e por qué algunas personas detecta n mentira s con precisión se basa en lo que es• cribiero n quiene s pasaro n nuestr o tes t cuando les preguntamo s qu é indicio s conductuale s habían usado par a determina r s i un a person a mentía o no. Al compara r las respuestas de los miem • bros de todos los grupo s que habían detectado las mentira s con precisión con la s respuestas de los miembro s que no las habían detectado, vimo s que los buenos cazadores de mentira s decían habe r usado información de la cara, la voz y el cuerpo, mientra s 298 que los menos precisos sólo mencionaba n las palabra s que se habían dicho. Naturalmente , estos resultado s encajan mu y bie n con lo que digo en los primero s capítulos de Cómo detectar men• tiras, pero ningun a de las personas a las que pasamos el tes t ha • bía leído el libr o antes de la prueba . Alguna s de ellas , las que detectaron correctament e las mentiras , sabían que es mucho más fácil disfraza r la s palabra s que disfraza r las expresiones, los movimiento s del cuerpo o la voz. Est o no signifc a que las pa • labras carezcan de importanci a —la s contradicciones en lo que se dice casi siempr e son mu y reveladoras y puede que un análi• sis mu y suti l y complejo de l habl a pueda revela r l a mentira— 4 pero los contenidos de l discurso no deberían ser el único objeti • vo. Aú n nos queda po r saber po r qué no todo el mund o compara las palabra s con la car a y con la voz. NUEVO S DATO S SOBR E LO S INDICIO S CONDUCT O ALE S D E L A MENTIR A Otr a investigación que hemos realizad o durant e los dos últi• mos años confrm a y amplía lo que se dice en Cómo detectar mentiras sobre la importanci a de la cara y de la voz par a detec• ta r el engaño. Cuand o medimo s las expresiones faciales de las estudiantes de enfermería que aparecían en la grabación al men • ti r y al decir la verdad , encontramos diferencias en dos clases de sonrisas. Cuand o de verda d se sentían bien , mostraba n muchas más sonrisas auténticas (fgur a 5A , capítulo 5) , y cuando men • tían mostraba n lo que llamamo s sonris a de disimul o (en un a sonris a d e disimulo , además d e l a sonris a e n los labios ha y in • dicios de tristez a [fgur a 3A] , o de temo r [fgur a 3B] , enfado [fi • gur a 3C o fgura 4] o disgusto). 5 La s distincione s entr e la s clases de sonris a se ha n vist o apo• yadas por estudios realizados con niños y con adulto s en Esta• dos Unido s y en otros países y en mucha s circunstancia s dife• rentes, no sólo cuando la gente miente . Hemos hallad o diferencias en lo que sucede en el cerebro y en lo que la gente dice que sien• te cuando muestr a un a sonris a auténtica en comparación con 299 otra s clases d e sonrisa . L a mejo r pist a par a saber s i un a sonri • sa se debe realment e a que la persona experiment a placer es la acción de los músculos que circunda n el ojo, no sólo la sonrisa en los labios." No es algo ta n sencillo como limitars e a esperar que aparezcan arruga s como patas de gallo en las comisuras de los párpados porqu e esto no siempr e da resultado . La s arruga s en pat a d e gall o son u n bue n indici o d e un a sonrisa auténtica s i l a sonris a es leve, si el placer que se siente no es mu y intenso. Cuand o un a sonris a es mu y amplia , los labios mismo s crean es• ta s arruga s y entonces deberemos fjarnos en las cejas. Si los músculos oculares interviene n porque la sonrisa es de verdade• ro placer , las cejas bajarán mu y levemente. Aunqu e se trat a de u n indici o sutil , hemos vist o que l a gente l o puede detectar sin necesidad d e u n entrenamient o especial. 7 También vimo s que las estudiante s de enfermería elevaban el ton o de voz cuando mentían acerca de lo que sentían. Este cambi o en el tono de la voz marc a un aument o de la intensida d emociona l y en sí mism o no indic a que se mienta . Cuand o se su• pone que alguie n está viend o un a escena agradable y relajante , el ton o de su voz no tendría po r qué elevarse. No todas las men• tirosa s mostraba n al mism o tiemp o indicio s faciales y vocales de su engaño. Al usa r la s dos fuentes de información se obtu • viero n los mejores resultados , u n índice d e aciert o de l 86% . Pero esto también signifc a que hubo un 14 % de errores ; basán• donos en las medida s faciales y vocales creíamos que un a perso• na decía la verda d cuando mentía y que mentía cuando decía la verdad . Así pues, estas medida s da n buenos resultado s en la gra n mayoría de los casos, pero no en todos. No espero que lle • guemos a obtene r un conjunt o de medidas conductuales que sir• va n par a todos los casos. Ha y personas que saben actua r por naturalez a y a las que nunc a va n a pillar , y ha y otra s cuy a idio• sincrasi a hace que lo que indic a un a mentir a en otra s personas n o l o indiqu e e n ellas . E n e l trabaj o qu e estamos realizand o ahora , e l doctor Mar k Fran k y y o hemos hallad o las primera s pruebas que apoyan m i ide a de que alguna s personas miente n mu y bie n y saben actua r d e un a maner a natural , y que otra s miente n mu y ma l y nunca 300 tiene n éxito cuando intenta n engañar a los demás. E l doctor Fran k y yo hemos hecho que una s personas mienta n o diga n la verdad en dos escenarios de engaño. En un o de los escenarios podían «robar» 50 dólares de un a maleta , un a cantida d que se quedarían si convencían al interrogado r de que estaba n dicien • do la verda d cuando afrmaba n que no habían tomad o el dinero . En el otr o escenario podían menti r o decir la verda d acerca de su opinión sobre un tem a polémico como el abort o o la pen a de muerte . Fran k encontró que quienes mentían con éxito e n u n escenario también lo hacían en el otr o y que quienes era n fáci• les de pilla r cuando mentían sobre sus opiniones también era n fáciles de pilla r cuando mentían sobre el robo. 8 Esto podría parecer mu y evidente , pero gra n part e de l razo• namient o de los capítulos anteriore s da a entende r que lo que determin a si un a mentir a concreta tendrá éxito o no son los de• talles de la mentir a y no la capacidad de la persona. Es proba• ble que los dos factores sean importantes . Alguna s personas son ta n buenas o ta n mala s mintiend o que la s circunstancia s y los detalles d e l a mentir a n o tiene n much a importancia ; s e saldrán con la suya o fracasarán de un a maner a sistemática. La mayo • ría de las personas no llega n a estos extremos y lo que determi • na lo bie n que puede n menti r es a quién mienten , sobre qué miente n y lo que ha y en juego. L A DIFICULTA D D E DETECTA R MENTIRA S E N LO S TRIBUNALE S L o que h e aprendid o durant e los últimos cinco años ense• ñando a policías, jueces y fscales me ha hecho pensa r en un a brom a que ahor a cuento e n mi s talleres : e l sistem a judicia l pa • rece habe r sido diseñado po r alguie n que quería que fuer a im • posible detectar e l engaño a parti r d e l a actitud . A l sospechoso que es culpabl e se le da n mucha s oportunidade s de prepara r y ensayar sus respuestas antes de que un jurad o o un jue z evalú• en si dice la verdad , con lo que su confanza aument a y su temo r a ser desenmascarado se reduce. Prime r tant o en contr a del 30 1 jue z y de l jurado . La s pregunta s y repregunta s directa s se for• mula n meses o inclus o años después de los hechos, con lo que las emociones asociadas al acto delictiv o se atemperan . Segun• d o tant o e n contr a del jue z y de l jurado . Gracias a l prolongado retras o de l inici o de l juicio , e l sospechoso habrá repetid o s u fal • sa versión con tant a frecuencia que puede empezar a creérsela; cuand o ocurr e esto, en ciert o sentid o la persona no mient e al testifcar . Tercer tant o e n contr a de l jue z y de l jurado . E n gene• ral , cuando el acusado se enfrent a a las repregunta s ha sido preparad o —po r no decir aleccionado— po r su abogado y las pregunta s planteada s casi siempre admite n como respuesta u n simpl e «sí» o «no». Cuart o tant o en contr a de l jue z y de l jurado . Y luego está el caso de l acusado inocente que llega a juici o ate• rrado , temiend o que no se le crea. ¿Por qué va n a creerle el ju • rad o y el jue z si durant e las diligencia s previas no le ha creído n i l a policía, n i e l fscal , n i e l juez ? La s muestra s de l temo r a n o ser creído se pueden malinterpreta r como señales de l temo r a ser descubierto. Quint o tant o e n contr a de l jue z y de l jurado . Aunqu e todo actúa en contr a de que quienes intenta n escla• recer los hechos —e l jue z y el jurado — pueda n basarse en la ac• titud , no ocurr e lo mism o con l a persona que llev a a cabo l a pri • mer a entrevist a o el prime r interrogatorio . Normalment e es la policía o, en el caso de maltrato s a menores, un asistent e social. Esta s personas tiene n más posibilidade s de detecta r s i alguie n mient e a parti r de los indicio s conductuales. Normalmente , el mentiros o no ha tenid o ocasión de ensayar y es más probable qu e tem a que lo pille n o que se sient a culpabl e de lo que ha he• cho. Aunqu e los policías y los asistente s sociales puede n tener mu y buen a intención, l a mayoría de ellos carecen de l a forma • ción necesari a par a plantea r pregunta s objetiva s o qu e n o insi • núe n la respuesta . No se les ha enseñado a evalua r los indicios conductuale s de la verda d y de la mentir a y no suele n adoptar un a postur a imparcial. 9 E n e l fondo creen que prácticamente toda s la s personas que ve n son culpables , que todas mienten , y pued e qu e e n realida d sea así par a l a gra n mayoría d e la s per• sonas a las qu e interrogan . Cuand o administré po r primer a vez m i tes t d e l a capacida d par a detecta r mentira s a unos policías, 302 tñ que muchos de ellos llegaba n a la conclusión de que todas las •personas que habían vist o en la grabación habían mentido . «La gente no dice nunc a la verdad», decían. Por suerte , los miem - ibros de un jurad o no se encuentra n constantement e ant e sos• pechosos de habe r cometido delito s y, en consecuencia, no es ta n probable que presupongan que todo sospechoso debe ser cul • pable. LA S MARCA S D E EXPLORACIÓN DE L ALMIRANT E POINTDEXTE R En sí mismos , los indicio s conductuales de la cara , el cuerpo, la voz y la form a de habla r no indica n que se mienta . Puede n in • dicar emociones que no encaja n con lo que se dice. También pue • den indica r que el sospechoso piensa de anteman o lo que va a decir. Son «marcas» que señalan áreas que se deben explora r más a fondo. Dice n al cazador de mentira s que ocurr e algo que se debe averigua r planteand o más preguntas , comprobando otros datos, etc. Veamos un ejemplo de l uso de estas marcas . El lector recordará qu e a mediados de 1986 Estados Unido s vendió arma s a Irán esperando conseguir a cambio la liberación de unos rehenes estadounidenses retenido s en el Líbano por unos grupos dirigido s por el régimen iraní o afnes a él. La ad • ministración Reagan dij o que no se tratab a de un simpl e inter • cambio de arma s por los rehenes, sino qu e aquell o formab a par • te de un intent o de establecer mejores relaciones con la incipient e dirección islámica moderad a que surgió en Irán tra s el falleci • miento del ayatolá Jomeini . Pero s e produj o u n escándalo ma • yúsculo cuando se tuv o notici a de que algunos de los benefcios obtenidos por la vent a de esas arma s a Irán se usaro n en secre• to, y contraviniend o directament e las leyes del Congreso (las enmiendas Borland) , par a compra r arma s destinada s a l a Con • tr a nicaragüense, los grupos rebeldes armado s proestadouni • denses que luchaba n contr a el nuevo régimen prosoviético san- dinist a de aque l país centroamericano . En un a conferencia de prensa que diero n en 1986, el president e Ronal d Reagan y el fs- 303 ca l general , Edwi n Méese , revelaro n este desvío de fondos a la Contra . A l mism o tiempo , manifestaro n n o habe r tenid o ningu • na notici a de este asunto . Anunciaro n que el vicealmirant e Joh n Pointdexter , el asesor par a tema s de segurida d nacional , había dimitid o y que s u compañero, e l tenient e coronel Olive r North , había sido relevado de sus funciones en el Nationa l Securit y Council . La s noticia s sobre e l escándalo Irán-Contra fuero n am • pliament e divulgada s y las encuestas realizadas en aquell a épo• ca mostraba n que la mayoría de los estadounidenses no creían en la afrmación de l president e Ronal d Reagan de que no había sabido nad a de l desvío ilega l de aquellos benefcios a la Contr a nicaragüense. Ocho meses después, e l tenient e coronel Olive r Nort h prestó declaración ant e la comisión de l Congreso que investigab a el caso Irán-Contra. Nort h dij o que había hablad o con frecuencia de todo este asunt o con Willia m Casey, directo r de la Centra l Intelligene e Agency. Si n embargo, Casey había fallecido tres meses antes de que Nort h prestar a declaración. Nort h dij o a la comisión que Casey le había advertid o que (North ) tendría que ser el chiv o expiatori o y que Pointdexte r también podría tener que asumi r ese pape l par a protege r a l president e Reagan. En su declaración ant e la comisión de investigación, Point • dexte r dij o que sólo él había dado el vist o bueno al pla n de l co• rone l Nort h de desvia r a la Contr a los benefcios procedentes de l a vent a d e la s armas . «Dijo habe r ejercido s u autorida d si n ha • be r dicho nad a a l president e Reagan par a protegerl e d e aquella "cuestión políticamente delicada " que más tard e les estallaría en la s manos. "L a decisión fue mía " declaró Pointdexte r con toda naturalida d y si n que su voz se alterara». 1 0 E n u n moment o d e s u declaración, cuando s e l e pregunt a por u n almuerz o con e l fallecido directo r d e l a CI A Willia m Casey, Pointdexte r dice que no puede recorda r lo que se dij o durant e él: lo único que recuerd a es que comiero n unos bocadillos. El sena• do r Sa m Nun n critic a con durez a l a mal a memori a d e Pointdex• te r y durant e los dos minuto s siguiente s Pointdexte r manifest a dos microexpresiones faciales mu y rápidas de ira , eleva el tono de la voz, trag a saliv a cuatr o veces y habl a con muchas repeti - 304 El icealmirante John !ointde"ter, e" asesor #ara temas de se$uridad nacional ciones y pausas. Este moment o de la declaración de Pointdexte r ilustr a cuatr o punto s importantes . 1. Cuand o los cambios conductuales no se limita n a un a sola modalida d (cambios de la car a y de la voz o cambios de l sistem a nervioso vegetativ o indicados po r el acto de traga r saliva ) nos encontramos ant e un a marc a signifcativ a que indic a que está ocurriendo algo important e que se debería explorar . Aunqu e no deberíamos hacer caso omiso de los indicio s limitado s a un a sola clase de conducta porque puede que sean los únicos que tenga • mos a nuestr a disposición, cuando los indicio s abarca n distinto s aspectos de la conducta es probable que sean más fables y que las emociones que subyacen a esos cambios sean más intensas . 2. Es menos arriesgado interpreta r un cambio de conducta que interpreta r un a característica conductua l que l a persona muestr a repetidamente . Cuando hablaba , Pointdexte r n o solía titubear , n i hace r pausas, traga r saliv a u otra s cosas po r e l es• tilo . E l cazador d e mentira s siempr e debe buscar cambios e n l a conducta debido a lo que yo llam o «riesgo de Brokaw» en el ca• pítulo 4 (página 94). Si nos centramos en los cambios conduc- 305 tuale s no nos dejaremo s engañar por las características idiosin • crásicas d e un a persona. 3. Cuand o se present a un cambio en la conducta relacionado con algun a cuestión o pregunt a concreta, esto indic a al cazador d e mentira s que puede vale r l a pena profundiza r e n esta cues• tión. Aunqu e el senador Nun n y otros miembro s del Congreso habían presionado a Pointdexte r en mucha s cuestiones, éste no mostró esas conductas hast a qu e el senador Nun n insistió en su almuerz o con Casey. La sospechosa paut a de conducta de Point • dexte r desapareció cuando Nun n dejó d e preguntarl e por aquel almuerz o y pasó a trata r otros temas . Siempr e que un grup o de cambios de conduct a parecen darse en relación con un tem a con• creto , el cazador de mentira s deberá trata r de comprobar que realment e exist e esa relación. Un a maner a de hacerlo es pasar a otr o tema , como hiz o Nunn , y luego volve r al tem a anterio r de improvis o par a ve r si el grup o de conductas vuelv e a aparecer. 4 . E l cazador d e mentira s debe intenta r encontra r otra s ex• plicaciones par a los cambios de conducta observados además de considera r l a posibilida d d e que indique n u n engaño. S i Point • dexte r hubier a mentid o a l responder sobre e l almuerzo , e s pro• babl e que el hecho de hacerlo le disgustara . Se sabía que era un hombr e religioso : su esposa er a diaconisa de su parroquia . Es probabl e que experimentar a algún conficto a l menti r aunque creyer a que el interés naciona l justifcab a que mintiera . Y tam • bién e s probabl e que temier a que l e pillaran . Pero ha y otra s al • ternativa s que se deben tene r en cuenta . Pointdexte r declaró durant e muchos días. Supongamos que durant e las pausas par a almorza r apart e de habla r con sus abo• gados, siempr e se tomar a un bocadillo preparad o por su mujer. Y supongamos qu e aque l día , cuand o le preguntó a su muje r si le había hecho el bocadillo, ell a se enfadar a y le dijera : «¡John, no puedo preparart e un bocadillo todos los días, un a semana tra s otra ! ¡Yo también tengo mi s responsabilidades!». Y si su matrimoni o er a de esos donde el enfado se expresa en mu y ra • ra s ocasiones, puede que Pointdexte r estuvier a disgustado por ese episodio. As í pues, más adelante , aquell a mañana, cuando Nun n le preguntó po r el almuerz o y él le dij o que comiero n bo- 306 El e" teniente coronel %lier &orth cadillos, la s emociones si n resolve r suscitadas po r la discusión con su esposa pudiero n haber reaparecido y lo que vimo s era n esos sentimientos , no su culpa por menti r sobre algún aspecto del escándalo Irán-Contra ni el temo r a ser descubierto. No tengo form a de saber si esta línea de especulación tien e alguna base. Y esto es lo que quier o destacar. El cazador de men • tira s siempr e debe intenta r encontra r explicaciones alternati • vas apart e de la mentir a y reuni r información que pueda ayu • darle a descartarlas . Lo que Pointdexte r había revelad o er a que en su almuerz o con Casey había algo importante , pero no sabe• mos el qué y, en consecuencia, no deberíamos llega r si n más a la conclusión de que mentía si n habe r descartado otra s explica • ciones. 307 L A CAPACIDA D PAR A ACTUA R D E OLIVE R NORT H L a declaración de l tenient e coronel Olive r Nort h ant e l a co• misión de investigación del escándalo Irán-Contra permit e ilus • tra r otr a proposición de Cómo detectar mentiras. Nort h parece ser u n bue n ejemplo d e l o que y o llam o u n actor natural. 1 1 N o estoy diciend o qu e Nort h mintier a (aunqu e fue declarado culpa • bl e d e menti r e n s u anterio r declaración ant e e l Congreso), sino que , en caso de habe r mentido , no lo podríamos descubri r a par• ti r d e s u conducta . S i hubier a querid o mentir , habría sido mu y convincente . Desde este punt o de vista , su actuación, en tant o qu e actuación, habría sido dign a de aplauso. 1 2 Los sondeos de la opinión pública realizados entonces indi • caba n que Nort h despertab a l a admiración d e muchísimos esta• dounidenses. Ha y muchas razones que lo pueden explicar. Puede que s e l e hay a vist o como u n Davi d contr a e l Golia t de l podero• so gobierno, representad o en este caso por la comisión de inves• tigación del Congreso. Y, par a algunas personas, su uniform e contribuía a est a imagen . Puede que también se le considerara u n chiv o expiatori o que cargaba injustament e con l a culp a del president e o de l directo r de la CIA . Y part e de su atractiv o resi • día en su porte , en su form a de comportarse. Un o de los distin • tivo s de los actores naturale s es que son dignos de contempla r disfrutamo s con su actuación. No ha y razón par a pensa r que es• ta s personas mienta n más que otra s (aunqu e puede que se vean má s tentada s a hacerl o porqu e saben que puede n salirs e con la suya) , pero cuando miente n sus mentira s son perfectas. La declaración de Nort h también plante a cuestiones éticas y políticas en torn o a si es aceptable que un alt o cargo público mienta . En el capítulo siguient e examinaremo s éste y otros ca• sos históricos. 3%# 10 La mentir a en la vid a pública E n e l capítulo anterio r h e descrito las conclusiones d e algu • nas investigaciones recientes y de otra s investigacione s en cur • so y también me he basado en mi experiencia como instructo r de profesionales d e l a detección d e mentiras . E l presente capítulo no se basa en prueba s científcas, sino en evaluaciones persona• les fundada s en refexiones sobre la naturalez a de la mentir a y e n intento s d e aplica r m i investigación a l a comprensión de l contexto más ampli o en el que vivo . OLIVE R NORT H Y S U JUSTIFICACIÓN D E L A MENTIR A E n u n moment o d e s u declaración, e l tenient e corone l Olive r Nort h admitió que unos años antes había mentid o al Congreso acerca de l desvío de fondos iraníes a la Contr a nicaragüense. «No tengo facilida d par a menti r —dijo— . Pero teníamos qu e so• pesar l a diferenci a entr e menti r y salva r vidas.» Nort h citab a l a justifcación clásica d e l a mentir a que l a flosofí a h a argumen • tado durant e siglos. ¿Qué debemos decirle a un hombr e que, con una pistol a e n l a mano , nos pregunta : «¿Dónde está t u herma • no? Lo voy a matar»? Est e escenario no plante a ningún dilem a para la mayoría de nosotros. No diremos dónde está nuestr o her • mano. Mentiremos , mencionaremos u n luga r falso. Como dijo Oli • ver North , si lo que está en jueg o es la vid a misma , tenemos que mentir . Podemos ve r u n ejemplo más prosaico e n las instruccio • nes que los padres da n a sus hijos sobre lo que deben deci r si un 309 desconocido llam a a la puert a cuando los niños están solos en casa. Les dicen que no diga n que están solos, que mienta n di • ciendo que s u padr e está durmiend o l a siesta. E n s u libr o publicad o cuatr o años después d e l a investiga • ción de l Congreso, Nort h describía sus sentimiento s en relación con el Congreso y con la bonda d de su causa. «Para mí, muchos senadores y congresistas, e inclus o los miembro s de su personal, era n personas privilegiada s qu e habían dejado abandonad a sin ningún rubo r a la resistenci a nicaragüense, que habían hecho a l a Contr a vulnerabl e ant e u n enemigo poderoso y bie n armado. ¡Y ahor a me querían humilla r a mí por hacer lo que ellos debe• rían habe r hecho! (página 50) [...] Nunc a creí que estuvier a por encim a d e l a ley y nunc a tuv e l a intención d e hacer nad a ilegal . Siempr e he creído, y todavía lo creo, que las enmienda s Bolan d no prohibían que el Nationa l Securit y Counci l apoyar a a la Con• tra . Hast a l a más estrict a d e las enmienda s tenía laguna s que usamos par a garantiza r que la resistenci a nicaragüense no se vier a abandonada.» 1 Nort h reconocía e n s u libr o que engañó a los miembro s de l Congreso e n 1986, cuando intentaro n averi • gua r s i é l estaba ayudand o directament e a l a Contra . Defende r vidas , que er a e l motiv o aducido po r Nort h para mentir , n o estaba justifcad o porque , e n prime r lugar , n o e s se• gur o que l a situación fuer a ta n clara . Nort h decía que l a Contr a sucumbiría a causa de las enmienda s Boland , por las que el Congreso había prohibid o que se le ofreciera más ayud a «mortí• fera». Pero los expertos no estaba n de acuerdo en que elimina r est a ayud a signifcar a la desaparición de la Contra . Se tratab a de un a consideración política en la que la mayoría de los demó• crata s y de los republicano s estaba n clarament e enfrentados. Est o tien e mu y poco que ve r con la certeza de que un asesino de• clarad o que amenaz a con mata r acabará matando . Otr a objeción a la justifcación de Nort h de que mentía para salva r vida s está relacionad a con e l destinatari o d e sus menti • ras . No mentía a la person a que proclamab a su intención de ma• tar . S i s e produjer a algun a muert e l a causaría e l ejército nica- ' ragüense, no los miembro s de l Congreso. Aunqu e quienes no estaba n de acuerdo con las enmienda s Bolan d podrían decir que 310 ésta sería la consecuencia, no er a ésta la intención declarad a de quienes votaro n a favor de las enmienda s ni se podría decir que éste fuer a el objetivo de aquell a ley aunqu e no se hubier a decla• rado expresamente. Mucha s personas sensatas y supuestament e dotadas de la misma altur a mora l discrepaban sobre las consecuencias de suspender la ayud a «mortífera» y sobre si las enmienda s Bolan d carecían de lagunas . Con gra n celo, Nort h no pud o ver . o si lo vi o le dio igual , que en este asunt o no había un a única verda d que n o pudier a nega r ningun a persona racional . E n s u arrogancia , Nort h dio más peso a su propi a opinión que a la opinión de la mayoría de l Congreso y creyó que esto justifcab a que mintier a ante la comisión. M i tercer a objeción a l argument o d e Nort h d e que había mentid o par a salva r vida s e s que sus mentira s violaba n u n con• trat o que había suscrit o y que le prohibía menti r al Congreso. Nadi e está obligado a responder con la verda d a un asesino de• clarado. Los actos de ese asesino viola n la s leyes que tant o él como nosotros hemos suscrito . Nuestro s hijos no están obliga • dos a decir la verda d a un desconocido que llam e a la puerta , aunque esta cuestión sería más confusa si el desconocido dijer a hallars e en peligro . Si n embargo, todo el mund o está obligado a declarar l a verda d ant e un a comisión de l Congreso y s i mient e puede ser procesado. Nort h aún tenía más razones par a decir la verda d en virtu d de su profesión. Como ofcia l de l ejército, el te • nient e coronel Olive r Nort h había jurad o respeta r y defender l a Constitución. A l menti r ant e e l Congreso había violad o l a divi • sión de responsabilidades previst a en la Constitución entr e los dos poderes de l estado: concretamente , el contro l de l presu • puesto que la Constitución otorg a al Congreso como contrapar • tid a a la potestad de l ejecutivo par a actuar. 2 Y Nort h no tenía las manos atadas si se creía obligado a aplica r políticas que, se• gún su parecer, ponían en pebgro a otra s personas de un modo inmoral . Podía haber dimitid o par a luego manifesta r pública• mente su opinión en contr a de las enmienda s Boland . Est a polémica sigue hoy en día, ya que se está procesando a ciertos agentes d e l a CI A que, presuntamente , mintiero n ant e e l 31 1 Congreso. Un a cuestión que hace poco se ha debatid o en la prens a e s s i ha y u n conjunt o especial d e norma s par a los agen• tes d e l a CI A que , a causa d e l a naturalez a secreta d e s u traba • jo , podrían n o esta r obligados a decir l a verda d a l Congreso. Puesto que Nort h recibía órdenes de Casey, el directo r de la CIA , sus actos se podrían justifca r alegando que seguía las normas de los empleados de esta agencia. Davi d Whipple , que es el di • recto r d e l a asociación d e exagentes d e l a CIA , dijo : «En m i opi • nión, el hecho de que revele n al Congreso el mínimo necesario, s i así puede n sali r bie n librados , n o tien e nad a d e malo . Incluso a mí me cuesta culpa r de nad a a esos muchachos». 3 Ra y Cline , otr o agente retirad o d e l a CIA , dijo : «En l a antigu a tradición d e la CI A creíamos que a los agentes de alt o rang o se les debía pro• tege r par a que n o fuera n descubiertos». 4 Según Stansfel d Tur¬ ner , que fue directo r de la CI A entr e 1977 y 1981 , durant e el mandat o de l president e Cárter, u n president e n o debe autoriza r a la CI A par a que mient a al Congreso y se debe deja r clar o a los empleados de la agencia que, en caso de mentir , no recibirán protección. 5 Los procesos a North , Pointdexte r y, más recientemente , a los agentes d e l a CI A Ala n Fier s y Clai r George po r menti r ante el Congreso, podrían transmiti r este mensaje. George es el car• g o más important e d e l a CI A que h a sido encausado por menti r a la comisión de l Congreso que investigó el escándalo Irán-Con• tr a en 1987. Puesto que en genera l se cree que Casey, el direc• to r de la CIA , no se atuv o a estas normas , se podría aduci r que es injust o castiga r a personas a las que se hiz o creer que esta• ba n haciendo lo qu e quería el president e y que se les daría pro• tección si llegara n a ser descubiertas . E L PRESIDENT E RICHAR D NLXO N Y E L ESCÁNDAL O D E L WATERGAT E Es probabl e que el ex president e Richar d Nixo n sea el alto cargo que h a sido más condenado por mentir . Fu e e l prime r pre• sident e de Estados Unido s que dimitió de su cargo, pero ello no 312 se debió únicamente a que hubier a mentido . Tampoco se vi o obligado a dimiti r porque se descubrier a a personas que traba • jaban par a la Casa Blanc a en el complejo de vivienda s y ofcinas Watergat e e n juni o d e 1972 mientra s intentaba n forza r l a sede centra l del Partid o Demócrata. Tuv o que dimiti r por e l encubri • miento que ideó y por las mentira s que contó par a apoyarlo . En las grabaciones de una s conversaciones mantenida s en la Casa Blanca que s e hiciero n públicas más tarde , Nixo n aparecía di • ciendo: «Me import a un a mierd a l o qu e pueda pasar , quier o que contesten con evasivas, que se acojan a la quint a enmienda , lo que haga falt a par a que se salve el plan». Aquell a maniobr a d e encubrimient o tuv o éxito durant e casi un año, hast a que uno de los hombres condenados po r el allana • mient o de l Watergate , James McCord , contó a l jue z que aquell a acción formab a part e de un a conspiración de más alcance. Lue • go se supo que Nixo n había grabad o todas las conversaciones mantenida s en el despacho Oval . A pesar de los intento s de l presidente de borra r la información más perjudicia l de aquella s cintas, había pruebas sufcientes par a que l a House Judiciar y Committe e iniciar a un proceso po r prevaricación {impeach¬ ment). Nixo n dimitió el 9 de agosto de 1974, cuando el tribuna l supremo le ordenó que entregar a las cinta s al jurad o de acusa• ción. E n m i opinión, e l problem a n o fue qu e Nixo n mintiera , por • que creo que los altos dirigente s deben hacerlo en ocasiones, sino aquello sobre lo que mintió, su motivación par a menti r y las personas a las que mintió. No fue un intent o de engañar a otr o gobierno: e l destinatari o d e l a mentir a d e Nixo n fue e l pueblo estadounidense. No había ningun a justifcación posible basada e n l a necesidad d e alcanza r u n objetivo e n política exterior . Ni • xon ocultó u n delit o que conocía: e l intent o d e roba r documentos de la sede de l Partid o Demócrata en los edifcios Watergate . Su motiv o er a seguir en el cargo, no arriesgars e a perde r votante s si se descubrier a que sabía que quienes trabajaba n par a él ha • bían infringid o l a ley par a colocarle e n un a situación d e ventaj a de cara a las siguientes elecciones. En el prime r artículo del im¬ peachment contr a Nixo n se le acusaba de obstrucción a la justi - 313 cía, en el segundo se le acusaba de abusar de l poder de su cargo y de no asegura r el fe l cumplimient o de la ley , y en el tercero se le acusaba de desobedecer deliberadament e la orde n de la comi• sión jurídica de que entregar a las cinta s con las grabaciones y otro s documentos. No deberíamos condenarle únicamente por ser un mentiroso , aunqu e de ello le acusaran con alborozo quie• nes l e detestaban . Los altos dirigente s n o podrían hace r s u tra • bajo si se les prohibier a menti r bajo ningun a circunstancia . L A MENTIR A JUSTIFICAD A D E L PRESIDENT E JIMM Y CARTE R E l mandat o de l e x president e estadounidense Jimm y Cárter nos ofrece un bue n ejemplo de una s circunstancia s donde está justifcad o que u n alt o cargo pued a mentir . E n 1976, e l e x go• bernado r de Georgia , Jimm y Cárter, fue elegido president e de Estado s Unido s tra s derrota r a Geral d Ford , que había llegado a l a presidenci a tra s l a dimisión d e Nixon . Durant e l a campana electoral , Cárter había prometid o limpia r l a image n d e l a Casa Blanc a tra s los años duro s y escandalosos de l caso Watergate . E l sello distintiv o d e s u campaña er a mira r a la s cámaras d e te • levisión y decir , de un a maner a bastant e simplista , que nunca mentiría ant e e l puebl o estadounidense. Si n embargo, tre s años después mintió mucha s veces par a oculta r sus planes par a res• cata r a unos rehenes estadounidenses secuestrados en Irán. Durant e los primero s años de la presidenci a de Cárter, el sha de Irán fu e derrocado po r un a revolución islámica integris¬ ta . E l sh a siempr e había recibid o apoyo d e Estados Unido s y , cuando huyó a l exilio , Cárter permitió qu e entrar a e n e l país par a que recibier a tratamient o médico. Enfurecida , l a milici a iraní irrumpió en la embajad a de Estados Unido s en Teherán y capturó sesenta rehenes. La s negociaciones diplomáticas para acabar con aquell a crisi s se prolongaro n si n resultad o durant e meses. Mientras , cada noche, los presentadores de los noticia • rios de televisión contaba n los días, y luego los meses, que los rehenes llevaba n secuestrados. 314 Mu y poco después de la captur a de los rehenes, Cárter orde - 6 en secreto a los militare s que empezara n a prepara r un a ope- ción de rescate. Est a preparación no sólo se ocultó, sino que los representante s de la adrmnistración hiciero n repetidament e manifestaciones falsas con el fn de dilui r cualquie r sospecha ocbre lo que estaban tramando . Durant e meses, el Pentágono, leí departament o de estado y la Casa Blanc a afrmaro n un a y •otra vez que un a misión par a libera r a los rehenes era imposi • ble desde un punt o de vist a logístico. El 8 de enero de 1980, el presidente Cárter mintió en un a conferencia de prens a diciend o que un a operación milita r de rescate «acabaría en un fracaso y en la muert e de los rehenes casi con tod a seguridad». Mientra s l o decía, l a fuerz a milita r Delt a estab a ensayand o e n secreto la operación de rescate en el desierto de l sudoeste de Estados Unidos. Cárter mintió al pueblo estadounidense porque sabía que los iraníes escuchaban lo que decía y deseaba que los miliciano s que tenían secuestrados a los rehenes se confaran . Hiz o que su se• cretaria de prensa , Jod y Powell , negar a que el gobiern o pensa• ra rescatar a los rehenes en el mism o moment o en qu e la misión de rescate se puso en marcha . Y más tard e escribió en sus me• morias: «Cualquier sospecha que hubiera n tenid o los miliciano s de un intent o de rescate habría condenado la misión al fracaso... E l éxito dependía totalment e de l element o sorpresa». 6 Recorde• mos que Hitle r también había mentid o par a sorprende r a l ad • versario. Pero no condenamos a Hitle r porque mintiera , sino por sus objetivos y sus actos. El hecho de que el dirigent e de un país mient a par a estar e n un a posición d e ventaj a ant e u n enemigo no es censurable en sí mismo . E l principa l destinatari o d e las mentira s d e Cárter era n los iraníes que habían violad o las leyes internacionale s secuestran• do al persona l de la embajad a estadounidense. No había form a de engañarles si n engañar al pueblo y al Congreso de Estados Unidos. E l motiv o era proteger a las fuerzas militare s estadou • nidenses. Y la duración de la mentir a ib a a ser breve . Aunqu e algunos miembro s del Congreso plantearo n la cuestión de si Cárter tenía derecho a actua r si n notifcárselo de antemano , ta l 315 como estipul a la Wa r Powers Resolution , él adujo que el rescate había sido un acto de socorro, no un acto de guerra . Cárter fue condenado porqu e la misión de rescate fracasó, no porque hu • bier a rot o s u promes a d e n o mentir . Cuand o Stansfel d Turner , directo r d e l a CI A durant e e l mandat o de Cárter, escribió sobre el escándalo Irán-Contra y la necesidad d e que los agentes d e l a CI A dijera n l a verda d ante e l Congreso, se planteó qu é habría hecho él si el Congreso le hu • bier a preguntad o s i l a CI A estaba preparand o un a misión d e rescate: «Me habría costado much o saber cómo responder. Su• pongo qu e habría dicho algo parecido a: "No creo aconsejable habla r de ningún pla n par a solucionar el problem a de los rehe• nes par a evita r que se haga n inferencia s erróneas que se pue• da n fltrar a los iraníes". Luego habría consultado al presidente si debería volve r par a responder con tod a franquez a a las pre• guntas». 7 Turne r no dice qué habría hecho si el president e Cár• te r l e hubier a ordenado que volvier a a l Congreso y negar a l a existenci a de l pla n d e rescate. LA S MENTIRA S D E LYNDO N JOHNSO N SOBR E L A GUERR A DE L VIETNA M Má s peligroso fue que e l e x president e Lyndo n B . Johnson ocultar a a la opinión pública estadounidense informacione s ad• versas sobre e l desarroll o d e l a guerr a de l Vietnam . Johnso n ha• bía llegado a la presidenci a tra s el asesinato de Joh n F. Ken • ned y en 1963, pero se presentó a las elecciones presidenciales de 1964. Durant e la campaña, el candidat o republicano , el se• nado r por Arizon a Barr y Goldwater , dij o que estaría dispuesto a usa r armament o nuclea r par a gana r l a guerra . Johnso n adop• tó la postur a contraria . «No vamo s a envia r a nuestros mucha• chos a quinc e mi l kilómetro s d e casa par a que haga n l o que deberían hace r po r su cuent a los propios asiáticos». Un a vez ele• gido , y convencido de qu e la guerr a se podría gana r enviando má s tropas , Johnso n envió a medi o millón de muchachos esta• dounidenses a l Vietna m durant e los años siguientes . Estados 316 Unidos acabó soltando en Vietna m más bombas de la s que se habían usado e n tod a l a Segunda Guerr a Mundial . Johnso n pensaba que sólo se encontraría en un a buen a posi • ción par a negociar un fnal adecuado de la guerr a si los norviet - namita s creían que tenían todo el apoyo de la opinión pública estadounidense. En consecuencia, seleccionaba lo que daba a co• nocer a l puebl o estadounidense sobre e l desarroll o d e l a guerra . Los jefes militare s que actuaba n e n Vietna m sabían que John • son quería da r la mejo r image n posible de los éxitos estadouni • denses y de los fracasos norvietnamita s y de l Vietcong , y poco después ésta fue la única información que Johnso n recibió de ellos. Pero la fars a se vin o abajo en enero de 1968, cuando un a ofensiva devastadora de l Vietcon g y de los norvietnamita s du • rant e l a celebración de l Te t (Año Nuevo ) puso e n evidenci a ant e los estadounidenses y ant e el mund o lo lejos que estaba Esta • dos Unido s d e gana r aquell a guerra . L a ofensiv a de l Te t s e pro • dujo en plen a campaña electora l a la presidenci a de Estados Unidos . E l senador Rober t Kennedy , que s e enfrentab a a John • son par a ser proclamad o candidat o del Partid o Demócrata , dij o que la ofensiva del Te t había «hecho añicos la máscara de ilu • sión ofcia l con la que hemos estado ocultado , inclus o a nues • tros propios ojos, las verdadera s circunstancias». Pocos meses después, Johnso n anunció su decisión de no presentarse a la ree• lección. En un a democracia no es fácil engañar a otr o país si n enga• ñar al propio pueblo y esto hace del engaño un a política mu y pe• ligrosa cuando se practic a durant e mucho tiempo . El engaño de Johnson sobre el desarroll o de la guerr a no fue cuestión de días, semanas o meses. A l crear l a ilusión d e un a victori a inminente , Johnson privó al electorado de un a información necesaria par a fundamenta r su opción política. Un a democracia no puede so• brevivi r s i u n partid o político control a l a información que recibe el electorado sobre un a cuestión esencial par a su voto. Como observó el senador Rober t Kennedy , sospecho que otr o coste de aquel engaño fue que Johnson , y por lo menos algunos de sus asesores, casi llegaro n a creerse sus propia s mentiras . Pero en esta tramp a no sólo puede n caer los altos cargos de un 317 gobierno . Creo que cuanta s más veces se repit e un a mentira , más fácil result a decirla . Y cada vez que la decimos, pensamos menos en si engañar está bie n o mal . Tra s mucha s repeticiones, e l mentiros o puede llega r a sentirs e ta n cómodo con l a mentir a qu e y a n o s e d a cuent a d e que miente . Si n embargo , s i s e l e in • cit a o se le contradice , recordará que está mintiendo . Aunque Johnso n quería creer en sus falsas afrmaciones sobre el des• arroll o de la guerra , y puede que en ocasiones pensara que eran verdaderas , dud o que realment e llegar a a engañarse a sí mismo por completo. E L AUTOENGAÑ O Y E L DESASTR E D E L A LANZADER A ESPACIA L CHALLENGER Deci r que un a persona se ha engañado a sí mism a es algo to• talment e diferente . E n e l autoengaño, l a persona n o s e d a cuen• ta de qu e se mient e a sí misma . Y no conoce los motivo s que la impulsa n a engañarse. Creo que el autoengaño es much o menos frecuent e de lo que dicen los culpables par a excusarse después de los hechos. Los actos que desembocaron en el desastre de la lanzader a espacial Challenger plantea n l a dud a de s i quienes tomaro n la decisión de que despegara a pesar de la s frmes ad • vertencia s sobre los posibles peligro s habían sido víctimas del autoengaño. ¿Cómo explica r si no que quienes conocían los riesgos tomara n l a decisión d e segui r adelant e con e l lanza • miento ? El despegue de la lanzader a el 28 de enero de 1986 fue vis • t o po r millone s d e telespectadores. E l lanzamient o había recibi • d o much a publicida d porqu e un a maestr a d e escuela, Christ a McAulife , formab a part e d e l a tripulación. Entr e los teles• pectadore s habí a mucho s escolares, incluido s los alumno s de l a maestra , qu e tenía que da r un a clase desde e l espacio. Pero setent a y tre s segundos después de l despegue la lanzader a es• talló , causand o l a muert e d e la s siet e persona s que iba n a bordo . L a noche anterio r a l lanzamiento , los ingenieros d e Morto n 318 Thiokol , la empresa que había fabricado los cohetes propulso • res, recomendaron ofcialment e que se aplazar a el despegue porque el frío anunciad o en la previsión meteorológica podría reducir peligrosamente l a elasticida d d e una s junta s circulare s de goma. Y si eso ocurría, la consiguiente pérdida de combusti • ble podría hacer que los cohetes propulsores estallaran . Los in • genieros de Thioko l llamaro n a la Nationa l Aeronauti c an d Space Administratio n (NASA ) instándola unánimemente a que apla • zara e l lanzamient o previst o par a l a mañana siguiente . La fecha de lanzamient o ya se había aplazado tre s veces, rompiendo l a promesa d e l a NAS A d e que las lanzaderas espa• ciales seguirían u n program a d e despegue rutinari o y previsi • ble. Lawrenc e Mulloy , e l directo r d e propulsión d e l a NASA , discutió con los ingenieros de Thioko l diciend o que no había pruebas sufcientes de que el frío pudier a dañar la s junta s de goma. Mullo y habló aquell a noche con el directo r de Thiokol , Bob Lund , quie n más tard e prestó declaración ant e l a comisión presidencial creada par a investiga r e l desastre. Lun d declaró que Mullo y l e había dicho aquell a noche que pensar a como di • rector e n luga r d e pensa r como ingeniero . A l parecer, Lun d así lo hizo : dejó de oponerse al lanzamient o y anuló la decisión de sus propios ingenieros . Mullo y también se puso en contacto con Joe Kilminister , un o de los vicepresidentes de Thiokol , pidién• dole que frmara el vist o bueno par a el lanzamiento . Lo hiz o a las 23:45, enviand o un fax a la NAS A recomendando el despe• gue. Alia n McDonald , que er a el directo r de propulsión de Thio • kol , se negó a frmar la autorización ofcial . Dos meses después, McDonal d abandonó s u puesto e n Thiokol . Más adelante , la comisión presidencia l descubrió que a cua • tr o de los altos ejecutivos de la NAS A responsables de autoriza r cada lanzamient o no se les había dich o nad a de la s discrepan • cias entr e los ingeniero s de Thioko l y el equip o de cohetes de la NAS A la noche que se tomó la decisión de realiza r el lanza • miento . Robert Sieck, jef e de lanzadera s de l Kenned y Space Center; Gene Thomas , directo r de lanzamient o de l Challenger del mism o centro ; Arnol d Aldrich , directo r d e sistema s d e trans • porte espacial de l Johson Space Cente r de Houston ; y el direc - 319 'a tri#ulaci(n de la nae <=allen.er to r de lanzadera s Moore , declararo n que nadie les había dicho qu e los ingeniero s de Thioko l se oponían a la decisión de efec• tua r e l lanzamiento . ¿Cómo pudo Mullo y segui r con el despegue sabiendo que la lanzader a podría estallar ? Un a explicación es que, al hallars e bajo un a gra n presión, cayó víctima de l autoengaño y acabó con• venciéndose de que los ingeniero s exageraba n un riesgo que en realida d er a insignifcante . S i e s verda d que Mullo y fue víctima de l autoengaño, ¿realmente podemos hacerle responsable de su decisión? Supongamos que otr a persona hubier a mentid o a Mu • llo y diciéndole que no había ningún riesgo. Es evidente que en- 320 tonces no le culparíamos po r habe r tomad o aquell a decisión. ¿Es esto diferent e de qu e se hubier a engañado a sí mismo ? Yo creo qu e probablement e no , siempr e qu e Mullo y realment e hu • bier a caído e n e l autoengaño. L a cuestión es , ¿se trató d e u n au - toengaño o fue un a decisión razonad a per o errónea? Par a saberlo , compararé l o qu e sabemo s d e Mullo y co n un o d e lo s ejemplo s claro s d e autoengaño qu e cita n los experto s e n este campo. 8 U n enferm o d e cáncer e n fas e termina l qu e cre e que s e v a a cura r aunqu e hay a mucho s signo s d e qu e sufr e u n tumo r incurabl e qu e s e desarroll a con rapidez , abrig a un a creen • ci a falsa . Mullo y también abrigab a un a creenci a falsa : qu e l a lanzader a podía despega r si n peligr o (cre o qu e s e debe descar • ta r l a alternativ a d e qu e Mullo y supier a co n certez a qu e esta • llaría). E l enferm o d e cáncer cre e qu e s e curará a pesa r d e la s sólidas prueba s e n contra . V e qu e s e está debilitando , qu e e l do• lor v a e n aumento , per o insist e e n qu e s e trat a d e contratiempo s temporales . Mullo y también insistía e n s u fals a creenci a a pe • sa r d e la s prueba s e n contra . Sabía qu e los ingeniero s creían que e l frío dañaría la s junta s y qu e s i s e producía un a fug a d e combustibl e lo s cohete s podrían explotar , per o rechazó su s afr • macione s po r considerarla s exageradas . L o qu e h e dich o hast a ahor a n o no s dic e s i Mullo y o e l enfer • m o d e cáncer miente n deliberadament e o so n víctimas de l au • toengaño. E l requisit o esencia l par a e l autoengaño e s qu e l a víc• tim a n o se a conscient e d e su s motivo s par a abriga r un a creenci a falsa * E l enferm o d e cáncer n o e s conscient e d e qu e s u engaño está motivad o po r s u incapacida d d e afronta r e l temo r a l a in • minenci a d e s u propi a muerte . Est e element o —n o se r cons¬ * Podría parecer que el autoengaño no es más que otr a forma de designa r el concepto freudiano de represión. Pero por lo menos ha y dos diferencias. En la represión, la información que la persona se oculta a sí mism a surge de un a necesidad profundamente arraigad a en la estructur a de la personalidad , algo que normalmente no sucede en el caso del autoengaño. Y ha y quien afrm a que presentar la verda d a quien se engaña a sí mismo puede romper el enga• ño mientra s que, en la represión, presenta r la verdad no hará que ésta se ad • mita . Véase un a discusión de estas cuestiones en Self-Deception, de Lockar d y Paulhus . 32 1 cíente de la motivación par a el autoengaño— no está presente en el caso de Mulloy . Cuand o éste le dij o a Lun d que pensara como director , demostró que er a consciente de lo que necesitaba hace r par a mantene r l a creencia d e que e l lanzamient o debía realizarse . Richar d Feynman , e l premi o Nobe l d e físic a que fue nom • brad o par a forma r part e d e l a comisión presidencia l que inves• tigó el desastre de l Challenger, escribió lo siguient e sobre la mentalida d gestora que infuyó en Mulloy . «[CJuando el proyec• t o luna r llegó a s u fn , l a NAS A [...] [tuvo que] convencer a l Con• greso d e que existía u n proyecto que sólo l a NAS A podía lleva r a cabo. Par a conseguirl o er a necesario —po r lo menos parecía necesario en este caso— exagerar: exagerar lo económica que sería l a lanzadera , exagera r l a frecuenci a con l a qu e podría des• pegar , exagera r lo segur a que sería, exagerar los grandes avan• ces científcos que podría impulsar». 9 La revist a Newsweek dijo: «En ciert o sentido , la agencia parecía habe r sido víctima de su propi a propaganda , comportándose como si , e n e l fondo, los vue• los espaciales fuera n ta n rutinario s como los viaje s e n autocar». Mullo y no er a más que un a de la s mucha s personas de la NAS A que mantenían esas exageraciones. Puede que temier a la reacción de l Congreso si el lanzamient o se hubier a aplazado por cuart a vez. Un a publicida d negativ a que contradijer a las exage• rada s afrmacione s de la NAS A sobre la lanzader a podría afec• ta r la s futura s asignaciones. L a publicida d negativ a que supon• dría otr o aplazamient o podía parecer un a certeza y el riesgo que suponían la s condiciones climatológicas no era un a certeza, sino sólo un a posibilidad . N i los ingeniero s que s e oponían a l lanza• mient o estaba n totalment e seguros de que se produciría un a ex• plosión. Alguno s dijero n más adelant e que sólo unos segundos antes de la explosión pensaban que podría no producirse . Deberíamos condenar a Mullo y po r s u ma l criterio , s u deci• sión de da r más importanci a a los intereses de la dirección que a la s inquietude s d e los ingenieros . Han k Shuey, u n experto e n segurida d de cohetes que estudió las prueba s a petición de la NASA , dijo : «No h a sido u n erro r d e diseño. H a sido u n erro r d e juicio». N o deberíamos explica r n i justifca r los errores d e juici o 322 con la excusa de l autoengaño. También deberíamos condenar a Mullo y por no haber puesto en conocimiento de sus superiores, que tenían la última palabr a sobre el despegue, lo que estaba haciendo y po r qué lo estaba haciendo. Feynma n ofrece un a ex• plicación convincente de por qué Mullo y asumió personalment e la responsabilidad . «[L]os que intenta n que el Congreso dé el visto bueno a sus proyectos no quiere n oír habla r de estas cosas [problemas, riesgos, etc.). Es mejo r que no las sepan porqu e así pueden ser más "honrados" : ¡no quiere n hallars e en la posición d e tene r qu e menti r a l Congreso! Así que , mu y pronto , la s acti • tudes empieza n a cambiar : la información que vien e de abajo y que es desagradable —"Tenemos un problem a con las juntas ; deberíamos solucionarlo antes de volve r a hacer un lanzamien • to" — es suprimid a por los peces gordos y los mando s interme • dios, que dicen : "S i me habláis de los problema s de la s junta s tendremos que anula r el despegue y arreglarlas" . O, "No , no , se• gui d con el lanzamient o o, de lo contrario , quedaré mu y mal" , o, "A mí no me lo digáis; no quier o saber nad a de esto". Puede que no digan , "no me lo digáis", de un a maner a explícita, pero de• salienta n la comunicación, que vien e a ser lo mismo». 1 0 La decisión de Mullo y de no poner en conocimiento de sus superiores las grandes discrepancias sobre el lanzamient o de l Challenger se podría considera r un a mentir a por omisión. Re• cordemos qu e mi defnición de menti r (capítulo 2, página 25) es que un a persona engaña a otr a deliberadamente , po r propi a elección, si n notifcarl e de ningún modo que se producirá el en • gaño. No import a que la mentir a se base en decir algo falso o en omiti r un a información esencial. Son simples diferencia s de téc• nica , pero el efecto es el mismo . La notifcación es un aspecto esencial. Los actores no son mentirosos porque e l público sabe que representa n u n papel , pero los impostores sí lo son. Un a partid a de póquer es un caso un poco más ambigu o porque las reglas autoriza n cierta s for• mas de engaño como los faroles, y lo mism o se puede decir de la vent a de inmuebles , donde nadie espera que los vendedores re • velen con franquez a y desde el principi o el verdader o preci o de venta . Si Feynma n está en lo cierto , si los peces gordos de la 323 NAS A habían desalentado l a comunicación diciendo , e n e l fon• do, «no nos digáis nada», esto podría ser un a especie de notifca • ción. Mulloy , y es de suponer que otras personas de la NASA , sabían que la s mala s noticia s o las decisiones difíciles no debían llega r hast a arriba . D e ser así, n o deberíamos considerar a Mu • llo y un mentiros o por no haber informad o a sus superiores, ya qu e estos habían autorizad o el engaño y sabían que no se les di • ría nada . En mi opinión, los superiores a los qu e no se Ies dijo nad a comparte n con Mullo y algun a medid a d e responsabilida d po r el desastre. So n responsables en última instanci a no sólo de la decisión de efectua r un despegue, sino también de crea r la at• mósfera que hiz o que Mullo y n o les dijer a nada . Contribuyero n a crea r las condiciones que le condujeron a su erro r y a su de• terminación de no hacerles partícipes de la decisión. Feynma n observa la s similitude s existentes entr e l a situa • ción en la NAS A y la postur a de los mandos intermedio s en el escándalo Irán-Contra acerca de decirle al president e Reagan lo qu e estaba n haciendo , como en el caso de Pointdexter . Crear un a atmósfera donde los subordinados creen que a quienes tie • ne n la autorida d fnal no se les debe habla r de tema s por los que podrían ser culpados y ofrecer así un a vía de escape a un presi • dente , destruy e e l gobierno. E l e x president e Harr y Truma n dij o con tod a la razón: «La responsabilida d es mía». El presi • dent e debe supervisar , evaluar , decidi r y ser responsable de las decisiones. Sugeri r lo contrari o quizá sea provechoso a corto pla • zo, pero pone en peligr o cualquie r organización jerárquica por• que foment a e l descontro l y u n entorn o que admit e e l engaño. E L J U E Z C L A R E N C E T H O M A S Y L A P R O F E S O R A A N I T A H I L L La s contradictoria s declaraciones de l jue z candidat o al tri • buna l suprem o Clarenc e Thoma s y la profesora de derecho Ani¬ t a Hil l en otoño de 1991 , nos ofrecen varia s lecciones sobre la mentira . El dramático careo televisado empezó just o unos días antes de que el Senado debier a confrma r el nombramient o del jue z Thoma s par a e l tribuna l supremo . L a profesora Hil l decla- 324 ró ant e la comisión judicia l de l Senado que , entr e 198 1 y 1983, mientra s er a ayudant e d e Clarence Thoma s —primer o e n l a Of• fce of Civi l Right s de l Ministeri o de Educación y luego cuando Thomas pasó a dirigi r l a Equa l Employmen t Opportunit y Co- mission — el jue z la había acosado sexualmente . «Me hablab a de actos que había vist o en películas pornográfcas, de mujere s que mantenían relaciones sexuales con anímales, de sexo en grup o o escenas de violaciones [...] Me hablab a de materia l pornográfco con personas de penes y pechos enormes realizand o diversos ac• tos sexuales. E n varia s ocasiones, Thoma s m e explicó d e un a maner a mu y gráfca sus propia s proezas sexuales [...] Me dij o que si algun a vez le contaba algo de su conduct a a alguien , aca• baría con s u carrera.» Hil l hablab a con tod a calma , d e un a ma • nera coherente y , par a muchos observadores, mu y convincente. Inmediatament e después de estas declaraciones, el jue z Tho • mas negó rotundament e las acusaciones: «No he dicho ni hecho nada de lo alegado por la señorita Hill». Tra s la declaración de Hill , Thoma s dijo : «Deseo empezar negando categóricamente y con la mayo r clarida d todas y cada un a de las acusaciones que hoy se ha n hecho contr a mí». Manifestand o con u n tono morali - zador s u enfado ant e l a comisión po r perjudica r s u reputación, Thomas dij o ser víctima d e u n ataqu e por motivo s racistas . Lue • go añadió: «No puedo librarm e de estas acusaciones porque uti • liza n los peores estereotipos de este país sobre los hombre s de raza negra». Quejándose de l suplici o al que le sometía el Sena• do, Thoma s declaró: «Hubiera preferid o la bal a de un asesino que no esta especie de infern o en vida». Dij o que aquell a vist a era «un linchamient o moderno par a negros con humos». E l titula r d e portad a d e l a revist a Time d e aquell a semana decía: «Ante la mirad a de todo el país, dos testigos creíbles y que saben expresarse presenta n una s versiones irreconciliable s de lo que ocurrió hace casi diez años». La columnist a Nanc y Gibbs escribió en Time: «Aun después de habe r oído estas declaracio• nes ta n angustiosas, ¿quién podría deci r con certeza que real • mente sabe lo qu e sucedió? ¿Cuál de los dos es un mentiros o de proporciones colosales? Yo me centraré únicamente en la conducta de Hil l y de Tho - 325 )larence *homas ma s cuando declararon , n o e n l a declaración d e Thoma s ant e l a comisión ante s de l asunt o de Anit a Hill , n i en l a histori a previ a de ningun o de los dos, ni en la declaración de otros testigos so• br e cada un o d e ellos. A l observar s u actitu d n o encontré ningu • na información nuev a o especial. Sólo pude observar lo que era evident e par a la prensa : que los dos hablaba n y se comportaban d e un a maner a mu y convincente . Con todo, d e este enfrenta - mient o podemos sacar alguna s lecciones sobre la mentir a y la actitud . No habría sido fácil par a ningun o de los dos menti r a sa• biendas ant e todo el país. Er a muchísimo lo que había en juego par a ambos. Pensemos en cuál podría habe r sido el resultad o si algun o de los dos hubier a actuad o de ta l form a que, con razón o si n ella , se hubier a creído qu e mentía a los medio s de comuni • cación y al puebl o estadounidense. Pero esto no sucedió: los dos parecían habla r e n serio. Supongamos que Hil l decía l a verda d y que Thoma s había 326 ecidido menti r adrede. Si Thoma s hubier a consultado el se- ido capítulo de Cómo detectar mentiras habría encontrado i consejo de que la mejo r maner a de disimula r el temo r a ser descubierto es revestirl o con otr a emoción. Usand o el ejemplo Jel libr o de Joh n Updik e Marry Me, que en la página 33 decía •que Ruth , la esposa infel , podía engañar a su marid o pasando «d ataque y haciéndose la ofendida porque él desconfaba de ella , ieon lo que lograba que el hombr e se pusier a a la defensiva. Y eso *s, precisamente, lo que hizo Clarence Thomas . Su enorme in - Anita Hill 327 dignación n o ib a dirigid a a Anit a Hill , sino a l Senado. Además, gozaba de la ventaj a de ganars e la simpatía de las personas que desconfaban de los políticos y de aparecer como un Davi d lu • chando contr a u n poderoso Goliat . D e l a mism a maner a que Thoma s habría perdid o apoyos s i hubier a atacado a Hill , los senadores también los hubiera n per• did o s i hubiera n atacado a Thomas , u n hombr e d e raz a negra qu e se quejab a de que lo linchaba n par a bajarl e los humos . Si Thoma s hubier a decidido mentir , también tendría sentido que no vier a l a declaración de Anit a Hil l par a que los senadores no pudiera n preguntarl e por ella . Aunqu e este razonamient o habría complacido a quienes se oponían a l nombramient o d e Thoma s antes d e l a vista , n o de• muestr a que mintiera . También podría habe r atacado a la co• misión de l Senado s i hubier a dich o l a verdad . S i l a mentiros a hubier a sido Hill , Thoma s habría tenid o todo e l derecho a estar furioso con e l Senado po r habe r escuchado el relat o que Hil l ha • bía sacado a la lu z en el último instante , en público, precisa• ment e cuando parecía que sus oponentes políticos habían fraca• sado en s u intent o de impedi r s u nombramiento . Si Hil l hubier a mentido , Thoma s habría estado ta n disgustad o y furios o que quizá no habría soportado ve r su declaración en televisión. ¿Pudo habe r mentid o Anit a Hill ? N o l o creo probable porque, en caso de haberl o hecho, habría tenid o miedo de que no se la creyer a y no mostró ningun a señal de temor . Declaró con calma y sangre fría, con circunspección y pocas muestra s de emoción. Pero l a ausencia d e indicio s conductuales de l engaño n o signifi • c a que s e dig a l a verdad . Anit a Hil l tuv o tiemp o par a prepara r y ensaya r su relato . Y es posible que pudier a hacerlo parecer convincente , per o no es probable . Aunqu e es más probabl e que quie n mintier a fuer a Thoma s y no Anit a Hill , ha y otr a posibilida d que, en m i opinión, es l a más certera . Puede que ningun o de los dos dijer a la verda d pero que ningun o de los dos mintiera . Supongamos que ocurrió algo, no tant o como dij o l a profesora Hil l pero más de lo que admitió el jue z Thomas . Si la exageración de ella y ol desmentido de él se hubiera n repetid o muchas veces, en el momento de presta r de- 328 1 claración habría pocas posibilidades de que algun o de los dos re • cordara que lo que decían no er a totalment e cierto . Puede que Thoma s olvidar a lo que hiz o o que recordar a un a versión más «descafeinada». En este caso, su enfado por las acu• saciones de Hil l estaría totalment e justifcado . E l no mentía: ta l como lo veía y lo recordaba, él era quie n decía la verdad . Y si había algun a razón par a que Hil l s e sintier a ofendida por Tho • mas, quizá po r algún desaire o algun a afrent a rea l o imaginari a o por algun a otr a razón, con el tiemp o podría habe r id o ador • nando, enriqueciendo y exagerando lo que ocurrió en realidad . También ell a estaría diciendo l a verda d ta l como l a recordaba. Esto se parece al autoengaño, pero la diferenci a esencial es que, en este caso, la creencia falsa se desarroll a lentament e con el paso del tiempo , mediant e un a serie de repeticiones donde los hechos se va n transformando . Par a algunos autore s que escri • ben sobre el autoengaño puede que esta diferenci a no import e demasiado. No ha y maner a de discerni r a parti r de la actitu d cuál de la s dos versiones era cierta : ¿Mentía él? ¿Mentía ella? ¿Ninguno de los dos decía toda l a verdad? Si n embargo, cuando l a gente tie • ne una s opiniones mu y frmes —sobre el acoso sexual , sobre quién debe forma r part e del tribuna l supremo , sobre los sena• dores, sobre los hombres , etc.— se hace difícil soporta r el hecho de no saber a qué conclusión llegar . La mayoría de las personas resuelven esta ambigüedad convenciéndose con frmeza de que pueden deduci r quién dice la verda d a parti r de la actitud . Y casi siempre suele ser la persona con la que más simpatizan . No es que los indicio s conductuales de l engaño no sirva n par a nada , pero deberíamos saber cuándo son útiles y cuándo no y aceptar que ha y casos donde no podemos saber si alguie n mient e o dice la verdad . Por ley, las acusaciones de acoso sexual prescriben a los novent a días. Un a de las buenas razones de que se haya establecido este plazo es que los hechos están más fres• cos y que los indicio s conductuales de l engaño se puede n detec• ta r mejor. Si hubiéramos podido ve r declara r a Hil l y a Thoma s unas semanas después de l presunt o acoso, habríamos tenid o muchas más posibilidades de deduci r a parti r de su conducta 329 cuál de los dos decía la verda d y puede que las acusaciones y los desmentido s hubiera n sido diferentes . U N PAÍS D E MENTIRA S Hace unos años pensaba que Estados Unido s se había con• vertid o e n u n país d e mentiras : desde las mentira s d e Lyndo n B . Johnso n sobre l a guerr a de l Vietnam , las d e Nixo n y e l escán• dal o de l Watergate , las de Reagan y el escándalo Irán-Contra y e l misteri o aún si n resolve r de l pape l de l senador Edwar d Ken • ned y e n l a muert e d e un a amig a suy a e n Chapaquiddick , hast a e l plagi o de l senador Bide n y l a mentir a de l e x senador Gar y Har t sobre sus devaneos extramatrimoniale s durant e l a cam • paña presidencia l de 1984. Y no es sólo la política; la mentir a también h a pasado a u n prime r plan o e n e l mund o d e los nego• cios, como en los escándalos de Wal l Stree t y de las cajas de aho• rros , y hast a h a invadid o e l mund o de l deporte, como e n e l caso de la estrell a de l béisbol Pete Rose, que ocultó sus apuestas, o el de l atlet a olímpico Be n Johnson , que mintió sobre su dopaje. Luego , en may o de 1990, me pasé cinco semanas dando clases y conferencias e n Rusia . Y a había estado anteriorment e e n Rusia , e n 1979, como pro • fesor Fullbright , pero e n esta ocasión m e quedé asombrado a l ve r que l a gente er a much o más franca . Y a n o tenían mied o d e habla r con u n estadounidense n i d e critica r a s u propi o gobier• no. «Ha venid o uste d a l país más adecuado —m e dijero n mu • chos—. ¡Este es un país de mentiras ! ¡Setenta años de menti • ras!» Un a y otr a vez los rusos me decían que siempr e habían sabido l o much o qu e s u gobiern o les mentía. Pero e n la s cinco semanas que estuve allí pude ve r s u sorpresa a l tene r notici a d e nuevas mentira s cuy a existenci a n i siquier a habían sospecha• do. U n ejempl o mu y doloroso fue cuando s e supo l a verda d sobre e l sufrimient o que padeciero n los habitante s d e Leningrad o du • rant e l a Segunda Guerr a Mundial . Mu y poco después d e que l a Alemani a naz i invadier a Rusi a e n 1941 , las tropa s nazi s cercaron Leningrad o (hoy Sa n Peters- 330 burgo) . El asedio duró 900 días. Se dice que en Leningrad o mu • riero n un millón y medio de personas, la mayoría de ellas de inanición. Cas i todos los adulto s que conocí dijero n habe r perdi • d o algún familia r durant e e l asedio. Pero mientra s m e encon• trab a allí el gobierno anunció que las cifras de civile s que habí• an muert o durant e el asedio se habían exagerado. El día de may o e n que todo e l país conmemorab a l a victori a sobre los na • zis, el gobierno soviético dij o que el número de bajas durant e la guerr a había sido ta n elevado porqu e no había habid o ofciales sufcientes par a comanda r las tropa s soviéticas. Según el go• bierno , Stalin , el dirigent e soviético, había asesinado a muchos de sus ofciales en un a purg a antes de que empezar a la guerra . Y no sólo salían a la lu z mentira s insospechadas de l pasado: también había nuevas mentiras . Just o u n año después d e que Mijai l Gorbachov llegar a a l poder s e produj o u n catastrófco ac• cidente nuclea r e n Chernobil . Un a nube radiactiv a s e extendió po r varia s zonas d e Europ a orienta l y occidental , pero a l princi • pio el gobierno soviético no dij o nada . Uno s científcos escandi• navos hallaro n unos niveles mu y altos d e radiación e n l a at • mósfera. Tre s días después, los dirigente s soviéticos admitiero n que se había producido un grave accidente en el que habían muer • to treint a y dos personas. Gorbachov no habló en público de l ac• cidente hast a que hubiero n pasado varia s semanas y básica• ment e se dedicó a critica r la reacción de Occidente. El gobierno nunc a ha admitid o que no se evacuó con sufcient e rapide z a los habitante s de la zona haciendo que muchos de ellos sufriera n enfermedades causadas por la radiación. Los científcos rusos calcula n hoy que el accidente de Chernobi l quizá cause la muer • te a una s 10.000 personas. Est a información m e l a comunicó u n médico ucranian o que viajab a conmigo e n e l tre n nocturn o d e Kiev . Los dirigente s de l partid o comunist a habían evacuado a sus familiares , me dijo , mientra s que a todos los demás se les dij o que podían quedarse, que n o había peligro . E l médico estaba tratand o adolescentes con cáncer de ovarios , un a enfermeda d que no suele darse en personas ta n jóvenes. E n l a sala destinad a a l cuidado d e los ni • ños enfermos por la radiación, los cuerpos de los pequeños relu - 33 1 cían en la oscuridad . A causa de las difcultade s con el idioma , no pude saber con certeza si hablaba de un a forma litera l o meta • fórica. «Gorbachov nos mient e igua l que todos los demás —dijo— . Sabe lo qu e ha pasado y sabe que sabemos que miente.» También conocí a un psicólogo que se encargaba de entrevis • ta r a quiene s vivían en la s cercanías de Chernobi l par a evalua r cóm o sobrellevaba n la situación tre s años después de l acciden• te . Creía que la difícil situación de estas personas se podría ali • via r e n part e s i n o s e sintiera n ta n abandonadas po r e l gobier• no. S u recomendación ofcia l fue que Gorbachov hablar a a l país y dijera : «Hemos cometido u n tremend o erro r infravalorand o l a graveda d de la radiación. Deberíamos haber evacuado a muchos má s de vosotros y con much a más rapidez , pero no teníamos a dónd e llevaros . Y cuando nos dimo s cuent a de nuestr o erro r de• bíamos haberos dicho la verda d y no lo hicimos . Ahor a quere• mos qu e conozcáis la verda d y qu e sepáis que el país sufr e por vosotros. Os daremos tod a la asistencia médica que necesitéis junt o con nuestra s esperanzas par a vuestr o futuro». S u reco• mendación n o obtuv o respuesta . La indignación por las mentira s de Chernobi l aún sigue viva . A principio s de diciembr e de 1991 , más de cinco años des• pués de l accidente, el parlament o ucranian o exigió que se pro • cesara a Mijai l Gorbachov y a otros diecisiete dirigente s soviéti• cos y ucranianos . Volodimi r Yarovski , president e de la comisión parlamentari a ucranian a que investigab a e l accidente, dijo : «Toda la administración, desde Gorbachov hast a quienes desci• fraba n los telegrama s codifcados, conocían e l nive l d e contami • nación radiactiva». Los dirigente s ucraniano s dijero n que el president e Gorbachov, «había ocultad o personalment e e l alcan • ce de la fug a radiactiva». Durant e decenios, los soviéticos tenían clar o que par a conse• gui r algo tenían que saltars e las reglas. La Unión Soviética se convirtió e n u n país donde menti r y engañar er a algo normal , donde tod o e l mund o sabía que e l sistem a estaba corrompido , qu e la s regla s era n injusta s y que sobrevivi r exigía derrotarlo . La s institucione s sociales n o puede n funciona r s i todo e l mund o cree que las regla s se deben contraveni r o eludir . No estoy con- 332 vencido de que un cambio de gobierno pued a cambia r estas ac• titude s con much a rapidez . Ho y e n día, nadi e s e cree l o que pue • d a decir cualquie r miembr o de l gobierno sobre cualquie r tema . Pocos de los rusos que conocí creían en Gorbachov, y eso er a un año antes del fallid o golpe de estado de 1991 . Un país no puede sobrevivi r si nadi e cree en lo que dice ningún líder. Puede que esto sea lo qu e hace que un a población esté dispuesta , y hast a puede que deseosa, de ofrecer su lealta d a cualquie r líder fuert e cuyas afrmacione s y acciones sean lo bastant e audaces y enér• gicas par a devolverles la confanza. Los estadounidenses hace n chistes sobre los políticos que mienten : «¿Cuándo sabes que un político miente? ¡Cuando mue • ve los labios!». Mi visit a a Rusi a me convenció de que, en com• paración con aque l país, aún esperamos que nuestro s líderes di • ga n la verda d aunqu e sospechemos que no lo hacen. La s leyes funciona n cuando la mayoría de la gente cree que son justas , cuando es un a minoría y no un a mayoría la que cree que está bie n viola r cualquie r ley. E n un a democracia, e l gobiern o sólo funcion a si la mayoría de la gente cree que se le dice la verda d la mayoría de las veces y que tien e ciert o derecho a la imparcia • lida d y a la justicia , Ningun a relación important e puede sobrevivi r cuando l a confanza se pierd e por completo. Si sabemos que un amig o nos h a traicionado , nos h a mentid o reiteradament e par a sacar pro • vecho, esa amista d no puede seguir . Y los matrimonio s suelen acabar ma l s i un o d e los cónyuges s e enter a d e que e l otr o l e h a engañado n o una , sino mucha s veces. Dud o que ningun a form a de gobierno pueda sobrevivi r much o tiemp o salvo por el uso de la fuerz a contr a su propi o pueblo si ese pueblo cree que sus di • rigente s siempr e mienten . No creo que en Estados Unido s hayamo s llegado a tanto . El hecho de que un alt o cargo mient a sigue teniend o un interés pe• riodístico: se considera algo dign o de condena, no de admira • ción. L a mentir a y l a corrupción forma n part e d e nuestr a histo • ria . No son nad a nuevo, pero se sigue n viend o como un a anomalía, no como la norma . Aún creemos que podemos echar a los granujas . 333 Aunqu e podemos considerar que escándalos como eJ caso Watergat e o el caso Irán-Contra indica n el fracaso de l sistem a estadounidense , también podemos pensar que indica n lo con• trario , Nixo n tuv o que dimitir . Cuand o Warre n Burger , presi • dent e de l tribuna l suprem o d e Estados Unidos , l e tom ó jura • ment o a Geral d For d a l subi r a l a presidenci a par a sustitui r a Nixon , le dij o a un o de los senadores presentes: «Gracias a Dios, [el sistema ] h a funcionado». 1 1 North , Pointdexte r y , actualmen • te , otra s personas, están procesadas po r menti r a l Congreso. Durant e las sesiones del Congreso dedicadas al escándalo Irán- Contra , e l congresista Lee Hamilto n reprendió a Olive r Nort h con un a cit a de Thoma s Jeferson : «Todo el art e de goberna r consiste en el art e de ser honrado». 334 11 Nuevos descubrimientos y nueva s ideas sobre la mentir a y su detección He escrito este capítulo con ocasión de la publicación de la tercer a edición de Cómo detectar mentiras par a inclui r en él un materia l nuevo que n o aparece e n l a última edición estadouni • dense d e 1992. E n prime r lugar , presentaré nuevas distincione s entr e la mentir a y otra s forma s de desinformación. A continua • ción examinaré los motivo s que conducen a un a persona a men • tir . Por último, examinaré las mucha s razones que podrían ex• plica r por qué l a gente n o sale mu y bie n librad a cuando intent a cazar a u n mentiroso . E n e l presente apartad o presentaré dos nuevos descubrimientos : ahor a podemos identifca r mentira s a parti r de la expresión facia l much o mejo r de lo que decía en los capítulos anteriores ; y hemos encontrado otros grupo s de profe • sionales que detecta n l a mentir a a parti r d e l a actitu d con tan • t a precisión como e l servicio secreto estadounidense. * NUEVA S DISTINCIONE S Bok 1 defne el secreto como ocultación deliberada . Creo que esto confunde las cosas porque la notifcación es la clave par a * Doy la s gracias a Helen a Cronin , de la London School of Economics , por preguntarme por qué la evolución no nos ha preparado par a detectar mejor la s mentiras , y también doy la s gracia s a Mar k Frank , de la Universida d Rutgers , y a Richar d Schuster , de la Universida d de Haifa , por su s útiles comentarios sobre este manuscrito, 335 distingui r el secreto de la s mentira s por ocultación. Yo reservo el término secreto par a aquellas situaciones donde se notifca la intención de no revela r información. Cuando decimos que algo es un secreto afrmamo s nuestr o derecho a no revelarlo , a man • tene r la reserva. Los secretos pueden limitars e a un a sola per• sona o a dos o más personas que deseen oculta r un a información a los otros . S i l e pregunt o a m i hij a s i tien e novio , puede decir• me , con tod a la razón, que «eso es un secreto». Si de verda d tie • n e novio , entonces m e l o h a ocultado , pero a l haberl o reconocido se considera un secreto. Supongamos que no le he preguntad o al respecto per o que ell a conoce m i interés por conversaciones an • teriores . Si tien e novi o pero no me lo dice lo está ocultando , pero n o e s u n secreto porqu e n o h a afrmad o s u derecho a oculta r l a verda d y no es un a mentir a porque no reconoce que tenga la obli • gación de ponerm e al tant o de sus relaciones amorosas. Un a promesa rota n o e s un a mentira . Un a seman a antes d e que e l president e Clinto n tomar a posesión de l cargo, u n perio • dist a informó que había rot o su promes a de campaña sobre la inmigración d e haitiano s porqu e estaba adoptando l a postur a de l anterio r president e Bush , un a política que Clinto n había cri • ticad o durant e l a campañ a electoral . Co n ciert o ton o d e enfado, Clinto n se defendió aduciendo que el pueblo estadounidense le tendría po r tont o s i n o cambiar a d e política cuando cambiara n la s circunstancias . E n función d e m i marco d e referencia , Clin • to n sólo habría mentid o s i cuando criticab a a Bus h hubier a sa• bid o que seguiría l a mism a política. Consideremos ahor a l a acu • sación de qu e cuando el president e Bus h elevó los impuestos haci a el fnal de su presidenci a se le debería habe r califcado de mentiroso . Está clar o que antes , durant e s u campaña , había prometid o qu e no subiría los impuestos , pero sólo se le podría tilda r d e mentiros o s i s e demostrar a que cuando hiz o esta pro • mesa sabía que l a acabaría rompiendo . Los fallos de la memoria no son mentira s aunqu e es frecuen• t e qu e los mentirosos , un a vez descubiertos, trate n d e justifca r sus mentira s aduciend o estos fallos . No es rar o que olvidemos actos de los qu e nos arrepentimos , pero si el olvid o es genuin o n o debemos considerarl o un a mentira , porque n o intervien e l a 336 voluntad . E n genera l n o e s posible determina r s i s e h a produci • do un fall o de la memori a o si el hecho de aducirl o es en sí mis • m o un a mentira . Si alguie n presenta un a descripción fals a de lo que ha ocu• rrid o en realidad , ello no signifc a necesariament e qu e esa per• sona intent e engañar, y s i n o exist e u n intent o deliberad o d e en • gañar, un a afrmación fals a no se debe considera r un a mentira . ¿Qué importanci a puede tene r l o que llamamo s fals a afrma • ción? No es un a simpl e cuestión de semántica o de defnición. Si la persona no miente , si la persona no cree que está engañando en el moment o de hacerlo, espero que su actitu d sea la de un a persona que dice la verdad . No debería habe r indicio s conduc- tuale s de que un a afrmación es fals a si la person a que la hace no cree que esté mintiend o en el moment o de hacerla . Aunqu e no tengo prueba s directa s de esta predicción, es coherente con m i teoría genera l sobre l a actitu d que delat a l a mentira , y ha y otras pruebas 2 que apoyan esta explicación. La s personas pueden ofrecer de muchas manera s un a información fals a que creen verdadera . Es indudabl e que la gente interpret a ma l los sucesos, sobre todo el signifcad o de los actos de otra s personas y los motivo s que las lleva n a actua r d e un a maner a o d e otra . E l hecho d e que alguie n interpret e las cosas de un a form a que la deje en bue n luga r y le permit a hacer algo que encuentr e apetecible, no sig • nifc a necesariamente que esté mintiend o e n luga r d e interpre • ta r las cosas mal . Yo no consideraría que un caso así supusier a necesariamente u n autoengaño. N o todos los malentendido s n i todos los errores de interpretación son autoengaños. Consideremos el caso de un presunt o violado r que dice que su víctima deseaba mantene r relaciones sexuales con él. Aun • que los violadores que saben que sus víctimas no querían man • tene r relaciones suelen hacer esta afrmación y miente n par a evita r e l castigo, esta afrmación e n s í mism a n o tien e po r qué ser falsa . Aunqu e es improbable , cabe la posibilida d de que sea cierta . Supongamos que se trat e de un a violación durant e un a cit a y que la víctima sintió vergüenza o much o miedo , que pro • testó un a sola vez y de un a form a no mu y enérgica, y que luego 337 n o ofreció resistencia . U n violado r podría interpreta r ma l l a pro • test a inicia l y ve r como consentimient o la posterio r pasivida d y falt a de protesta . ¿Sería este violado r víctima de l autoengaño? Yo creo qu e no , a menos que fuer a cierto que su mal a interpre • tación de la conduct a de su víctima estuvier a motivad a po r el deseo de satisfacer sus propia s necesidades. ¿Se habría produci • do un a violación? Creo qu e la respuesta debe ser que sí aunqu e el violado r pued a pensa r que no lo ha hecho y pueda estar con• tand o s u propi a verda d a l decir que s u víctima di o s u consenti • mient o de un a maner a implícita. Y un a de las razones por las que alguie n que dice algo así podría parecer creíble po r su acti • tu d es que crea en lo qu e dice y no crea que está mintiendo . (Vé• ase en Cross y Saxe 3 un análisis de este problem a en el contex• to de su crítica de l uso de l polígrafo en casos de abusos sexuales a menores.) Naturalmente , ésta n o e s l a única razón por l a que alguie n puede parecer totalment e creíble. Los actores naturale s tiene n l a capacida d d e transformars e e n e l personaje que representan , de creer temporalment e y de un a maner a casi instantánea en lo qu e dice n y , puest o que creen estar diciendo l a verdad , s u acti • tu d e s totalment e creíble. Los errore s de interpretación no son la única maner a por la que alguie n puede creer que su fals a explicación es verdadera . A l principio , un a persona puede saber que miente , pero con e l tiemp o puede llega r a creer en su mentira . Cuand o acaba cre• yendo que s u mentir a e s u n descripción fdedign a d e l o que h a ocurrido , puede parecer que dice la verdad . Consideremos el caso de alguie n que ha abusado de un niño y que cuando se le acusa de ello por primer a vez dice que sólo le estaba haciendo arrumacos , que n o l e hacía nad a que estuvier a mal , nad a que e l niño no quisier a o que no le gustara . Aunqu e al principi o sabe que mient e al deci r esto, creo que el abusador, con el tiempo , y tra s mucha s repeticiones de esta mentira , puede llega r a creer que su falso relat o es verdadero . Cabe la posibilida d de que pue • d a mantene r e n l a conciencia tant o e l recuerdo de l verdadero suceso —qu e abusó de l niño por l a fuerza — como l a creencia construid a de que se mostrab a cariñoso con la aquiescencia de l 338 niño. También puede ocurri r que , con e l tiempo , e l verdader o re • cuerdo se hag a menos accesible que la creencia construid a e in • cluso que llegue a ser totalment e inaccesible. Consideremos el caso de un niño que mient e diciendo que un enseñante ha abusado sexual mente de él y sabiendo que esto no ha sucedido. Supongamos que el niño mient e movid o por el deseo de castigar al enseñante por haberle humillad o en clase al no ha • ber hecho bien un examen. Si el niño se siente con derecho a ven • garse, puede pensar que ésta es la clase de enseñante que podría abusar sexualmente de él, que probablemente querría abusa r de él, que seguramente ha abusado de otros niños, etc. Creo que no podemos descartar la posibilida d de que, con el tiempo , tra s mu • chas repeticiones y elaboraciones, este niño pueda acabar creyen• do que ha sido objeto de abusos sexuales. Estos ejemplos son problemáticos porqu e no sabemos con qué frecuencia pueden darse. Tampoco sabemos si los niños son más propensos que los adulto s a considera r verdader o lo que en realida d es falso , como tampoco sabemos si ha y unos rasgos con • cretos de la personalida d asociados a este fenómeno. Po r ahor a n o tenemos ningun a maner a d e determina r con segurida d s i u n recuerdo es verdader o o está construid o en part e o en su totali • dad . Pero sí que existe n métodos, que describiré más adelante , de saber si un a descripción es falsa , aunqu e sólo si la persona que la hace sabe que lo que dice es falso. MOTIVO S PAR A MENTI R Mi s entrevista s con niños 4 y los datos que he obtenid o de personas adulta s mediant e cuestionario s indica n que ha y nue • v e motivo s diferente s par a mentir . 1. Evita r el castigo. Est e es el motiv o má s mencionado por los niños y los adultos . El castigo puede deberse a un a mal a ac• ción o a un erro r involuntario . 2. Par a obtene r un a recompensa qu e no sería fácil conse• gui r de otr a forma . Éste es el segundo motiv o que tant o los niños como los adulto s menciona n con más frecuencia. 339 3 . Par a protege r d e u n castigo a otr a persona. 4 . Par a protegers e un o mism o d e l a amenaz a d e u n dañ o fí • sico. Est o es diferent e de l castigo, porque la amenaz a de daño físico no se debe a un a mal a acción. Un ejemplo sería el niño que se encuentr a solo en casa y que le dice a un desconocido que lla • ma a la puert a que vuelv a después porque su padr e está des• cansando. 5. Par a ganars e la admiración de los demás. 6. Par a librars e de un a situación social incómoda. Alguno s ejemplos son deci r que l a cangur o d e los niños tien e u n proble • ma , par a poder escapar d e un a fest a aburrid a o termina r un a conversación telefónica diciendo que llama n a la puerta . 7. Par a evita r la vergüenza. Un ejemplo es el niño que dice que su asient o está mojad o porque se le ha caído el agua y no porqu e s e hay a orinad o encima , siempr e qu e l o dig a por ver • güenza, n o po r temo r a u n castigo. 8 . Par a mantene r l a intimidad , si n da r a conocer l a inten • ción de guarda r en secreto ciert a información. 9 . Par a tene r poder sobre otra s personas controland o l a in • formación qu e les llega . No estoy seguro de que todas las mentira s responda n nece• sariament e a un o de estos nueve motivos , pero son los que más ha n aparecido e n los datos que h e recogido e n mi s entrevistas . Existe n varia s forma s d e engaño triviales , mentira s debidas a la cortesía y al tact o que no encaja n con facilida d en estos nue • ve motivos . Según mi defnición, estos casos n o son mentira s porqu e las norma s d e cortesía implica n notifcación. U n caso má s difícil e s l a mentir a necesaria par a mantene r un a fest a sorpresa de cumpleaños. Quiz á debiera incluirs e en el motiv o de mantene r l a intimidad . NUEVO S RESULTADO S A lo larg o de tod o el libr o he recalcado lo difícil que es detec• ta r mentira s a parti r d e l a actitud . Nuestro s resultado s actua • les apoya n y contradice n al mism o tiemp o esta noción. En los 340 estudios de las mentira s acerca de coger diner o que no es de uno , de la s opiniones , podemos distingui r a quiene s miente n de quiene s dice n la verda d en más de un 80 % de los casos sólo a parti r de medida s faciales . Esper o qu e cuand o añadamos medida s de los movimiento s corporales , de la voz y de l habl a podamos distingui r correctament e más de l 90 % de los casos. Debemos tene r present e que par a toma r estas medida s hacen falt a mucha s horas . Como comentaré más adelante , aún ve• mos que la mayoría de la s personas que ve n la s grabaciones un a sola vez tiene n u n índic e d e acierto s ligerament e superio r a l aza r cuando intenta n determina r s i alguie n mient e o dice l a verdad . Hemos 3 encontrado pruebas de la existenci a de un a capaci• da d general par a distingui r s i alguie n mient e o dice l a verdad. El aciert o en detecta r la mentir a acerca de coger el diner o que no es de un o estaba correlacionado con el acierto en detectar la mentir a acerca de la opinión. Creo que esto se debe a que, cuan • do ha y much o en juego , los indicio s conductuale s son parecidos con independenci a de l tem a d e l a mentira . Naturalmente , las mentira s también variarán en cuant o a la frecuenci a de ciertas clases de indicios . Por ejemplo, en las mentira s sobre la opinión ha y muchos más indicio s en el contenido de l discurso que en las mentira s sobre cuestiones de dinero . Pero, en general , cuantas más palabra s decía un a persona en cualquier a de las dos clases de mentira , más probabilidade s había de que la mentir a se de• tectara . El bue n entrevistado r sabe que su tare a principa l es de• ja r que e l entrevistad o hable : cuant o más hable , mejor ; y hemos vist o que así es. Y no sólo es mejo r porque ha y má s indicio s en la s palabras , sino también porque , cuando un a persona habla, aparecen más indicio s en la cara , en el cuerpo y en la voz. También hemos hallad o pruebas (Fran k y Ekman , datos iné• ditos ) de que la capacidad par a menti r es independient e de la clase de mentir a que se cuente. El éxito en menti r acerca de la opinión estaba correlacionado con el éxito en menti r acerca de coger diner o que no es de uno. Hemos 6 identifcad o otros tre s grupos profesionales que, en s u conjunto , presenta n u n rendimient o superio r a l azar a l dis- 34 1 tingui r quiénes miente n y quiénes dice n l a verda d e n relación con sus opiniones. U n grup o estaba formado por miembro s d e distinta s agencias federales que se habían presentado como vo• luntario s par a asisti r a un cursill o de un día de duración que les ofrecí sobre l a detección d e mentira s a parti r d e l a actitud . Na • die estaba obligado a asisti r a este cursillo : quienes viniero n lo hiciero n por propi a voluntad . Ante s de l cursill o se les pasó el tes t par a determina r s u capacidad par a detectar mentira s a l igua l que a los otro s grupo s descritos a continuación. Estos agentes federales fuero n much o más precisos que los jueces federales o los grupo s pertenecientes a cuerpos de seguridad . E l segundo grup o que mostró más aciertos estaba formado po r miembro s de diversos departamento s de policía que se pre • sentaro n como voluntario s par a segui r u n curso d e dos semanas de duración sobre la maner a de enseñar a otros policías cómo realiza r entrevistas . E n l a mayoría d e los casos era n policías con fam a d e buenos entrevistadores . Estos policías fuero n mu • cho más precisos que los miembro s de distinto s cuerpos de se• guridad . E l terce r grup o que mostró más aciert o estaba forma • do po r psicólogos clínicos dedicados a la práctica privad a que habían optado po r renuncia r a dos días de trabaj o con el fi n de segui r u n cursill o sobre e l engaño y l a actitud . Estos psicólogos fuero n much o más precisos que u n grup o d e comparación for• mad o po r psicólogos clínicos que optaro n por no segui r este cur • sill o y otr o grup o formad o po r psicólogos académicos. E n nuestro s cuatr o grupo s con más acierto —servici o secre• to estadounidense (comentado en el capítulo 9), agentes federa• les, sherifs de Los Ángeles y psicólogos clínicos— prácticamen• te nadi e rindió al nive l de l azar o por debajo de él, y más de un a tercer a part e d e sus miembro s obtuviero n un a puntuación igua l o superio r a l 80 %. E n los otros grupos , menos de u n 10 % rin• diero n a este nive l mientra s que muchos rindiero n a l nive l de l aza r y algunos rindieron por debajo de él. A l examina r e l conjunto d e las personas que estudiamos — psi • quiatras , jueces, abogados, policías, agentes federales y psicólo• gos— vimo s que l a edad , e l sexo y l a experiencia labora l n o te • nían relación con l a capacidad par a detecta r mentiras . Quienes 342 era n más precisos confaban más que los demás en su capaci• dad , pero, e n general , l a confanz a sólo presentab a un a relación débil con la precisión. La capacidad par a detecta r microexpre - siones faciales estaba relacionad a con l a capacidad par a distin • gui r la mentir a de la verda d en la descripción de las emociones experimentadas , en el caso de l diner o y en el de la s opiniones sobre cuestiones sociales. Los grupos más precisos rindieron much o mejo r que los de• más e n l a detección d e mentiras ; pero s u rendimient o a l deter • mina r l a veracida d n o fue mu y distint o de l d e los otro s grupos. Esto subray a la necesidad de enseñar a identifca r a la s perso• nas de las que se sospecha que miente n pero dicen la verdad . PO R QUÉ N O PODEMO S PILLA R A LO S MENTIROSO S Consideremos ahor a lo que sabemos sobre la medid a en que la gente puede detectar mentira s a parti r de la actitud . La s prue • bas de que la mayoría de las personas no puede n detecta r men • tira s proceden de la siguient e clase de experimentos . Se reclu - ta n estudiante s par a que mienta n o diga n l a verda d sobre algo que, en general , no les import a much o y no tien e nad a que ve r con s u pasado n i con e l futur o que esperan . A veces, e n u n in • tent o débil (en mi opinión) de motivarles , se les dice que ser ca• paz de menti r es important e o que la gente list a y que tien e éxi• to realiz a bie n esta tarea . Lueg o se muestra n grabaciones de su conducta a otros estudiante s a los que se pid e que identifque n a los que miente n y a los que dice n la verdad . Normalmente , la mayoría de quienes intenta n descubri r a los mentiroso s rinden al nive l del azar o mu y poco por encima de él. Nuestra s investi • gaciones se diferencia n de estos estudios en vario s aspectos. Hemo s procurado que las mentira s guardara n relación con la vid a de los sujetos y que el éxito y el fracaso en detectarla s tuvier a l a mayo r importanci a posible. L o hemos hecho así por dos razones. Es probable que las emociones asociadas a menti r (temor , culpa , entusiasm o o lo que he llamad o deleit e por em • baucar) sólo aparezcan y delate n la mentir a cuando ha y mucho 343 en juego . Esta s fuertes emociones, además de ofrecer indicios conductuale s de l engañ o cuando se manifestan , también pue • de n altera r los procesos cognitivos d e quie n mient e y da r orige n a una s explicaciones poco convincentes, con evasivas y balbuce• os. Otr a razón par a estudia r mentira s donde ha y much o enjue • go es que éstas son la s mentira s que más preocupa n a la socie• dad . En un o de nuestro s experimentos , que se describe en el ca• pítulo 2 , examinamo s hast a qué punt o podían oculta r una s en • fermera s la s emociones negativa s qu e sentían a l ve r una s pe• lículas en la s que aparecían amputaciones y quemaduras . Su motivación par a menti r con éxito er a elevada porqu e creían que e l experiment o les daba l a oportunida d d e desarrolla r un a apti • tu d que les sería necesaria par a enfrentars e a casos de esta ín• dole e n s u futur o trabajo . E n otr o d e nuestro s experimentos , los sujetos tenían la oportunida d de toma r 50 dólares y quedárselos si podían convencer al interrogado r de que no habían tomad o el dinero. Los sujetos qu e no lo habían hecho podían gana r 10 dó• lare s sí el interrogado r les creía cuando decían que no lo habían tomado . E n nuestr o último experimento , primer o identifcamo s los tema s sociales que los sujetos creían más importante s y lue • go les pedimos que describiera n con franquez a su verdader a opinión (con un premi o de 10 dólares si se les creía) o que dije • ra n tene r l a opinión contrari a (con u n premi o d e 5 0 dólares s i s e les creía). En nuestr o estudi o más reciente , dimo s a algunos de nues• tro s sujetos la opción de menti r o de decir la verdad , como ocu• rr e e n l a vid a real . Ha y mucha s razones po r la s qu e alguna s personas elige n no menti r y un a de ellas es que saben que casi siempr e que ha n mentid o las ha n pillado . Inclui r e n l a muestr a d e mentiroso s a personas que miente n mu y ma l —qu e n o eligen menti r a menos que el experimentado r les obligue a hacerlo — podría eleva r el porcentaj e de aciertos . Prácticamente en todos los estudios anteriores , bie n sobre e l engaño interpersonal , bie n sobre la detección de mentira s por medio del polígrafo, los suje• tos n o podían elegi r entr e menti r o decir l a verdad . Un a excep• ción es el estudi o con polígrafo que se describe en el capítulo 7 344 realizado po r Ginton , Daie , Elaa d y Ben-Shakhar , en el que sa• bían qué policías habían hecho trampa s en un a prueb a par a as• pira r a un ascenso; de modo parecido, Stiff , Comían , Krize k y Snider 7 sabían qué estudiante s habían hecho tramp a e n un a prueba . Bradley 8 también dejó que los sujetos eligiera n entr e menti r o decir l a verda d e n u n estudi o con polígrafo. Otr a característica especial de nuestro s experimento s re • cientes es que dijimo s a los sujetos que serían castigados —co n u n castigo importante — s i e l investigado r consideraba que mentían. Tant o las personas que dijera n la verda d per o se cre• yer a que mentían como las que mintiera n y fuera n pillada s re • cibirían el mism o castigo. Por lo tanto , y por primer a vez en la investigación d e l a mentira , tant o quienes decían l a verda d como quienes mentían podían teme r que no se les creyer a si de• cían la verda d o que se les pillar a si mentían. Cuand o las únicas personas que puede n teme r que se las acuse de menti r son las que mienten , el cazador de mentira s lo tien e demasiad o fácil y, en términos generales, la situación tien e mu y poco que ve r con l a vid a real . Y s i n i quienes dicen l a verda d n i quienes miente n teme n recibi r un castigo, la situación tien e poco qu e ve r con las mentira s que se da n en el mund o de la justici a o de la segurida d nacional , por n o menciona r las peleas matrimoniales , los con• fictos entr e padres e hijos , etc. Aunqu e podemos decir que nuestros experimento s recientes tiene n más valide z ecológica que nuestro s anteriore s estudios o que la mayoría de la bibliografía sobre el engaño interpersona l o la detección de mentira s con el polígrafo, los resultado s sobre l a capacidad par a detectar mentira s n o ha n sido mu y diferen • tes. La mayoría de la s personas que viero n la s grabaciones y emitiero n u n juici o rindiero n a l nive l de l azar o mu y poco por encima de él. Ahor a hemos administrad o el tes t a mile s de per • sonas y, con sólo cuatr o excepciones, quienes trabaja n en el sis• tem a judicia l {policías, abogados, jueces), en los servicios secre• tos y e n psicoterapi a presenta n u n rendimient o ligerament e superio r al azar. Un a excepción es un grup o de policías seleccio• nados por sus cuerpos como expertos en interrogatorio s y que habían seguido un cursill o de un a semana de duración sobre los 345 indicio s conductuale s de l engaño. Rindiero n mu y bie n e n l a de• tección de las mentira s sobre las opiniones. Ante s d e segui r par a examina r por qué l a gente detecta ta n ma l las mentiras , consideraremos alguna s limitacione s d e nues• tr a investigación que puede n habernos llevado a subestima r la capacidad de detecta r mentira s a parti r de la actitud . En gene• ral , los observadores que juzgaba n quién mentía y quién decía la verda d no tenían ningún interés especial par a juzga r con acierto . N o recibían más diner o s i acertaba n más. Y pilla r men • tirosos n o er a algo intrínsecamente gratifcant e par a ellos por • que l a mayoría d e ellos n o s e ganaba n l a vid a detectando men • tiras . Abordamo s est a limitación en nuestro s estudios 9 y lo mism o ha n hecho otros tanto s investigadores 1 0 que ha n estu • diad o a profesionales de la detección de mentiras . Y hemos ha • llad o que e l rendimient o d e investigadore s de l Federa l Burea u o f Investigaron , l a Centra l Intelligenc e Agency, e l Burea u o f Alcohol , Tobacco, an d Firearm s y l a Dru g Enforcemen t Agency, así como psiquiatra s forenses, agentes de aduanas , policías, abogados y jueces, no es mu y superio r al azar . Quizá l a precisión habría sido mejo r s i quienes juzgaba n hu • biera n podid o hacer pregunta s e n luga r d e limitars e a observar pasivamente . No lo puedo descartar , aunqu e dud o que sea así. Puede que el hecho de hace r pregunta s reduzca la capacidad de procesar la información que ofrece la persona a la que se juzga . E s po r esto qu e e n muchos interrogatorio s ha y un a persona que pregunt a y otr a que se sient a en silencio observando la s res• puestas de l interrogado . Sería interesant e que unos interroga • dores profesionales hiciera n pregunta s en nuestros experimentos par a luego determina r s i quienes ve n las grabaciones acierta n má s de l o qu e hemos vist o hast a ahora . Nuestro s observadores no conocían a la s personas que juz • gaba n y es posible que la familiarida d pueda mejora r la preci • sión. Naturalmente , ha y mucha s situaciones donde un a perso• n a intent a averigua r s i otra , a l a qu e n o conoce d e nada , miente , y nuestro s experimento s se corresponden con estos casos. Pero dud o que l a familiarida d siempr e mejore l a detección d e menti • ras . Aunqu e debería ofrecer un a base par a descarta r las con- 346 ductas idiosincrásicas, puede que tenga alguna contrapartida. Tendemos a comprometernos con nuestras amistades y nues• tra s relaciones profesionales y el deseo de conservarlas puede cegarnos a las conductas que las puedan echar a perder. La con• fanza nos hace vulnerables al engaño porque los niveles nor• males de cautela se reducen y se ofrece el benefcio de la duda de un a forma rutinaria . El compromiso con un a relación tam• bién puede generar confanza en nuestr a capacidad para detec• ta r el engaño y est a mism a confanza puede hacernos más vul • nerables. La familiaridad sólo debería ser un a verdadera ventaja cuando se aplique a una persona conocida de la que tenemos motivos fundados par a desconfar. En nuestros experimentos, los observadores sólo veían unos cuantos minutos de cada entrevista antes de que se les pidiera que dieran su opinión. Pero una s muestras más largas no tie• nen por qué mejorar necesariamente la detección de mentiras. Realizamos un estudio donde las muestra s era n el doble de lar • gas y la precisión no mejoró. Además, por las medidas conduc- tuales que hemos realizado sabemos que en la s muestra s más breves aparecen indicios de engaño. Con todo, no podemos des• cartar est a limitación. Si a los sujetos se les dieran a juzga r una s muestras mucho más largas —d e una hora o dos de dura • ción— la precisión podría mejorar. Un crítico también podría preguntarse si la precisión er a tan mal a porque había pocos indicios del engaño, pero como acabo de decir no ocurría así en nuestros experimentos. La s medidas que nosotros y nuestros colaboradores hemos hecho de los mo• vimientos faciales, la voz y el habl a muestra n que son posibles unos niveles elevados de precisión: más del 80 % de aciertos al determinar quién miente y quién dice la verdad. Aunque estas medidas exigían repeticiones a cámara lenta, también sabemos que se pueden hacer estas distinciones viendo la s grabaciones a la velocidad normal de reproducción. Un pequeño porcentaje de las personas que hemos estudiado han mostrado un a precisión igual o superior al 80 % y, puesto que lo han conseguido en más de un escenario, es improbable que esta precisión fuera fruto de la casualidad. Y hemos encontrado unos cuantos grupos profe- 347 sionales que, e n s u conjunto , era n mu y precisos. Los miembro s de l servicio secreto estadounidense fuero n mu y precisos e n l a mentir a sobre las emociones; ningun o d e ellos rindi ó a l nive l del azar o po r debajo de él y un a tercer a part e acertaro n en más de l 80 % de los casos. Los interrogadore s especialmente selecciona• dos por sus aptitude s y que habían recibido un a semana de for • mación mostraro n unos índices de acierto similare s en las men • tira s sobre la s opiniones . Aunqu e e n la s mentira s que estudiamo s había much o más en jueg o que en otra s investigaciones sobre la mentira , es evi • dent e que no había tanta s cosas en jueg o como en muchos casos criminale s o de segurida d nacional . Es posible que la precisión fuer a much o mayo r s i hubier a mucha s más cosas e n juego , por • que en las grabaciones habría más indicio s claros de l engaño. No veo razones en contr a de esta posibilidad , aunqu e como aca• bo de deci r hub o algunos grupos profesionales que juzgaro n con precisión nuestra s grabaciones. Con todo, el hecho es que aún n o sabemos po r qu é los otro s grupo s rindiero n ta n mal . La información está ahí, y aunqu e alguna s personas la pue • den detecta r la mayoría es incapaz de hacerlo. Ante s de exami • na r por qué l a gra n mayoría d e l a gente rind e ta n mal , conside• remos un a característica más de nuestro s experimento s que puede habe r aumentad o la precisión y puede habe r hecho que la hayamo s sobrevalorado. E n todos nuestro s estudios recientes les hemos dicho a los observadores que entr e el 40 y el 60 % de la s personas que iba n a ve r estaba n mintiendo , A l principi o n o dábamos esta información y vimo s que un grup o de policías cre• ían que todas las personas que veían en la grabación mentían porqu e pensaba n que todo el mund o miente , sobre todo a la po• licía. Conocer de anteman o el porcentaj e de mentira s es un a ventaj a que no siempr e se tien e y debería mejora r la precisión. Má s adelant e diré má s cosas al respecto. Au n admitiend o qu e nuestro s datos n o son concluyentes, l o ciert o es que nuestra s grabaciones contiene n indicio s conduc- tuale s de l engaño que alguna s personas puede n ve r con preci • sión pero que pasa n desapercibidos par a la mayoría de la gente. Par a los fnes de esta discusión supongamos que estos datos in - 348 dica n que e n l a vid a d e cada día l a mayoría d e la s personas — l a inmens a mayoría— n o detecta n mentira s donde ha y much o e n jueg o a parti r de la actitud . La pregunt a que plante o es: ¿Por qué no? ¿Por qué no podemos hacerlo mejor? Y no es que no nos importe . La s encuestas de opinión pública demuestra n un a y otr a vez que la sincerida d se encuentr a entr e las cinco caracte• rística s principale s que l a gente desea encontra r e n u n líder, u n amigo o u n amante . Y e l mund o de l espectáculo abund a e n his • torias , películas y canciones que describen la s trágicas conse• cuencias de la traición. M i primer a explicación d e por qué somos ta n malo s detec• tand o mentira s e s que nuestr a histori a evolutiv a n o nos h a pre • parado n i par a ser buenos cazadores d e mentira s n i par a ser buenos mentirosos . Sospecho que en el entorn o de nuestro s an • tepasados no había mucha s oportunidade s de menti r y sali r bie n librad o y que las consecuencias de ser pillad o mintiend o debían ser bastant e graves. Si esta sospecha es correcta , la selección no habría favorecido a la s personas qu e tuviera n una s aptitude s extraordinaria s par a detecta r mentira s o par a mentir . E l regis • tr o fósil no nos dice much o sobre la vid a social, po r lo que debe• mos especular sobre la s condiciones de vid a de los cazadores-re• colectores. Añado a esto mi experienci a de cuando trabajé hace treint a años en lo que entonces er a un a cultur a de la edad de piedr a e n l a actua l Papua-Nuev a Guinea . N o había habitacione s con puertas ; l a intimida d er a mu y es• casa en aque l pequeño poblado donde todo el mund o conocía y veía a todos los demás , día tra s día. En general , la s mentira s era n descubiertas por los destinatario s de las mismas , pero también por otra s personas que viera n algo que la s contradije • ra o por medio de otras pruebas físicas. En el poblado donde vivía, e l adulteri o er a un a activida d que s e intentab a oculta r median • te la mentira . Pero estas mentira s no se descubrían observando l a actitu d d e quie n mentía a l proclama r s u fdelidad , sino a l tro • pezar con él (o ella ) en pleno monte . Puede que e n u n entorn o como éste l a detección d e mentira s acerca de creencias, emociones y planes hay a sido más fácil de evitar . Pero, tard e o temprano , algun a de estas mentira s con- 349 duciría a un a u otr a form a de acción, en cuyo caso se aplicaría mi argument o sobre lo difícil que es oculta r o falsea r acciones en u n entorn o si n intimidad . E n un a sociedad donde l a supervivenci a d e u n individu o de• pendí a d e l a cooperación con e l rest o de l poblado, l a mal a repu • tación resultant e d e ser pillad o e n un a mentir a important e po• dría llega r a ser mortal . Es posible que nadie cooperara con alguie n conocido po r habe r mentid o sobre algo importante . A estas personas no les sería fácil cambia r de pareja , de trabaj o o de poblado. E n s u capítulo sobre e l engaño entr e animales , Cheney y Seyfart h hace n unos comentario s mu y similares . Un a limita • ción mu y important e par a l a mentira : [...] surge de la estructur a social de un a especie. Lo s animale s que vi • ve n en grupos sociales estables se enfrentan a unos problemas especiales ant e cualquie r intento de comunica r un engaño (...) Es probable que, en• tr e los animale s sociales, la s señales falsas deban se r más sutile s y darse con menos frecuencia par a que el engaño no se detecte. Igualmente im • portante es el hecho de que si los animale s vive n en grupos sociales donde es esencia l algun a medida de cooperación par a sobrevivir, la necesidad de est a cooperación reduzc a la frecuencia con que se emiten señales poco f• dedignas. " E n estas circunstancias , e l hecho d e poseer un a aptitu d es• pecia l par a detecta r mentira s ( o par a mentir ) n o habría tenid o u n gra n valo r adaptativo . E s probabl e que n o s e diera n menti • ra s graves e importante s con much a frecuencia a causa de las pocas oportunidade s par a menti r o de los grande s costes que ell o supondría. Cuand o alguie n barruntab a o descubría un a mentir a no es probabl e que lo hicier a a parti r de la actitud . (Nota : sólo me he centrad o en mentira s intragrupo ; es evidente que podían darse mentira s entr e grupo s y que su detección y sus consecuencias podían ser totalment e diferentes. ) Aunqu e ha y mentira s de carácter altruista , mi discusión se h a centrad o e n mentira s menos gratas , e n mentira s que s e pro • duce n cuando un a person a obtien e algún benefcio, casi siempre a costa de l destinatari o de la mentira . Cuand o este benefcio se 350 obtiene contraviniend o un a expectativ a o un a regla , nos halla • mos ant e un a form a d e engaño a l a que llamamo s hacer tram • pa. A veces es necesario menti r par a hacer trampa , pero par a oculta r que se ha hecho tramp a siempr e es necesario mentir . Las personas así engañadas no suelen aprecia r que se las enga• ñ e y están motivada s par a descubri r cualquie r mentir a implica • da . Pero no es probable que esta clase de engaño se hay a dado en el entorn o de nuestro s ancestros con la frecuencia sufcient e par a da r un a ventaj a apreciabl e a quienes fuera n especialmen• te hábiles par a detectarlo . Y, como decía antes , probablement e había ta n poca intimida d que los tramposo s n o era n descubier• tos observando su actitud , sino po r otros medios. Como escribió el biólogo Ala n Grafen : La incidencia del engaño debe se r lo bastante baj a par a que, en gene• ral , la s señales sean verídicas. Par a que los emisores de señales maximi - cen su aptitud , la s ocasiones donde engañar se a provechoso deben ser li • mitadas . Puede que los emisores de señales par a los que engañar sea provechoso sea n muy pocos, o puede que sólo les compense engañar en muy pocas ocasiones [...] El engaño es algo que se esper a en los sistema s de señales evolutivamente estables, pero un sistem a sólo puede ser esta • ble si existe alguna razón por la que engañar no valga la pena en la ma • yoría de los casos. El engaño impone un a especie de gravame n en el sig • nifcado de la señal. La característica fundamental de los sistemas de señales estables es la sinceridad , y la degradación del signifcado de la se• ñal mediante el engaño se debe limita r par a que la estabilidad se manten • ga. (Página 553.) " Según este razonamiento , las señales de los tramposos , a las que yo llamaría mentiras , deberían tene r mu y poca incidencia . Los estudios de Cosmides y Tooby 1 3 indica n que hemos desarro • llad o un a sensibilida d a la infracción de las norma s y que no re • compensamos a los tramposos , cosa que podría explica r po r qué esta clase de engaño no es mu y frecuente . Si n embargo , nues • tro s resultado s indica n que no tendemos a pilla r a los trampo • sos detectando sus engaños a parti r de su actitud , sin o po r otros medios. Par a resumi r m i argumentación diré que e l entorn o d e nues • tro s ancestros n o nos h a preparad o par a qu e seamos mu y hábi- 35 1 les cazando mentiras . Quiene s pudiera n habe r sido más hábiles par a descubri r a u n mentiros o a parti r d e s u actitu d habrían tenid o un a ventaj a mínima e n la s circunstancia s e n las que pro • bablement e vivían nuestro s antepasados. Es probable que las mentira s importante s n o fuera n mu y frecuentes porqu e l a falt a d e intimida d haría qu e las probabilidade s d e detectarla s fuera n mu y altas . Est a falt a d e intimida d también podría habe r hecho que la s mentira s se descubriera n más por observación direct a o por otra s prueba s físicas que mediant e juicio s basados en la ac• titud . Po r último, e n un a sociedad pequeña, cerrad a y basada e n l a cooperación, l a mal a reputación resultant e d e ser pillad o min • tiend o tendría una s consecuencias graves e ineludibles . En las sociedades industriale s modernas la situación es prác• ticament e l a contraria . La s oportunidade s par a menti r abun • dan ; e s fácil tene r intimida d y ha y mucha s puerta s cerradas. Cuand o un mentiros o es pillado , las consecuencias sociales no tiene n po r qué ser desastrosas ya que puede cambia r de pareja , de trabaj o o de ciuda d y puede deja r atrás su mal a reputación. Según este razonamiento , ahor a vivimo s e n una s circunstan • cias que e n luga r d e desalenta r l a mentir a l a fomentan ; las ac• tividade s y las prueba s se pueden oculta r con más facilida d y la necesidad de juzga r en función de la actitu d es mayor . Y nues • tr a histori a evolutiv a n o nos h a preparad o par a que seamos sensibles a los indicios conductuales relacionados con la mentira . S i admitimo s que nuestr a histori a evolutiv a n o nos h a pre • parad o par a detecta r mentira s a parti r d e l a actitud , ¿por qué no aprendemo s a hacerl o cuando crecemos? Un a posibilidad , y ésta es mi segunda explicación, es que nuestro s padres nos en • señan a no reconocer sus mentiras . Puede qu e su intimida d re • quier a que engañen con frecuencia a sus hijos acerca de lo que hacen , cuándo lo hace n y po r qué lo hacen . Aunqu e la activida d sexua l es un foco evident e de estas mentiras , puede habe r otra s actividade s que los padre s quiera n oculta r a sus hijos . Otr a explicación e s que po r regl a genera l preferimo s n o pi • lla r a los mentiroso s porque , a pesar de los posibles costes, un a actitu d d e confanza enriquec e má s l a vid a que un a actitu d sus• picaz. Duda r permanentemente , hacer falsas acusaciones, no 352 sólo es desagradable par a quie n dud a sino que también reduce much o la s oportunidade s d e tene r intimida d con l a pareja , con los amigos, con los compañeros de trabajo . No podemos permi • tirno s desconfar d e u n amigo , d e u n hij o o d e nuestr o cónyuge cuando nos dice n la verda d y es por ello que tendemos a creer a quie n nos miente . La confanza en los demás no sólo es necesa• ria: también hace que la vid a sea más fácil. Sólo los paranoicos renuncia n a esta tranquilidad , igua l que aquellos cuya vid a se encuentr a e n peligr o s i n o están e n constant e alert a contr a l a traición. De acuerdo con esta formulación, hemos obtenid o (Bu¬ gental , Shennum , Fran k y Ekman) 1 4 unos datos preliminare s que indica n que los niños que ha n sido objeto de malo s trato s y que vive n e n u n entorn o instituciona l detecta n las mentira s a parti r d e l a actitu d mejo r que otros niños. Hast a ahor a h e presentado tre s razones par a explica r por qué nos cuesta pilla r a u n mentiroso : nuestr a histori a evolutiv a no nos ha preparad o par a ello ; nuestros padres no nos enseñan a detecta r mentiras ; y preferimo s la confanz a a la suspicacia. Mi cuart a explicación es que a veces queremos qu e nos enga• ñen, que colaboramos involuntariament e e n l a mentir a porque no nos interes a saber la verdad . Veamos dos ejemplos relacio • nados con la s relaciones conyugales. Puede que a un a madr e con vario s hijo s pequeños n o l e convenga pilla r a s u marid o min • tiend o par a oculta r s u infdelidad , sobre tod o s i tien e un a aven • tur a e n l a que n o inviert e recursos e n principi o destinados a ell a y a sus hijos . El donjuán tampoco quier e que le pillen , por lo que a los dos les conviene que la mentir a no se descubra. Veremo s que actúa un a lógica simila r e n e l siguient e ejempl o d e conni • venci a e n torn o a un a mentir a más altruista . Un a muje r l e pre • gunt a a s u esposo: «¿Había e n l a fest a otr a muje r que t e pare • ciera más atractiv a que yo?». S u esposo mient e diciend o que l a má s atractiv a era ell a aunqu e n o er a así. N o quier e darl e celos porque es difícil trata r con ell a cuando se pone celosa, y quizá ell a desee creer que er a la más atractiva . En algunos casos de connivenci a en torn o a un a mentir a puede que e l destinatari o d e l a mentira , que desea creer a l men • tiroso , no saque ningún benefcio de la mentir a o que sólo ob- 353 teng a un benefcio a corto plazo. Volvamo s a examina r el que quizá sea el ejempl o más infaust o de l siglo pasado donde el des• tinatari o d e un a mentir a creyó e n u n mentiros o que l e quería perjudicar . M e refer o a l encuentr o de l que y a h e hablad o a l principi o d e este libr o entr e Nevill e Chamberlain , prime r mi • nistr o británico, y Adol f Hitler , cancille r de Alemania , el 15 de septiembr e de 1938. ¿Por qué Chamberlai n creyó a Hitler ? No tod o e l mund o l e creyó; mucha s personas, entr e ella s vario s miembro s d e l a oposición británica, sabían que Hitle r n o er a u n hombr e de palabra . Creo que, si n darse cuenta, Chamberlai n co• laboró con l a mentir a d e Hitle r porque necesitaba creerle. S i Chamberlai n hubier a reconocido l a mentir a d e Hitler , habría te • nid o que hacer frent e al hecho de que su política contemporizado• ra había puesto en grave peligr o a su país. Puesto que tuv o que afronta r este hecho una s semanas después nos podríamos pre • gunta r por qué motiv o no lo hizo durant e su encuentro con Hitler . L a respuesta tien e que ve r más con l o psicológico que con l o ra • cional . La mayoría de nosotros actuamos siguiendo el principi o no escrito de aplaza r el hecho de tene r que enfrentarno s a algo desagradable y en ocasiones lo hacemos siendo conniventes con u n mentiroso . E l caso d e Chamberlai n n o tien e nad a d e excepcional. Los destinatario s d e las mentira s desean creer e n e l mentiroso , casi siempr e si n dars e cuenta . E l mism o motiv o —n o quere r recono• cer e l desastre inminente — explic a po r qué e l empresari o que h a contratad o por erro r a u n desfalcador pasa por alt o los indi • cios d e desfalco. Desde u n punt o d e vist a racional , cuant o antes descubra e l desfalco, mejor ; pero desde u n punt o d e vist a psico• lógico este descubrimient o signifcará que no sólo deberá afron • ta r la s pérdidas d e s u empresa, sino también e l erro r d e habe r contratad o a u n granuja . D e modo similar , e l cónyuge cornudo suele ser el último en saber lo que todo el mund o sabe. El prea¬ dolescente qu e consume drogas puede estar totalment e conven• cido de que sus padre s saben lo que hace, y estos, inconsciente • mente , procura n no detecta r las mentira s que les obligarían a enfrentars e a la posibilida d de habe r fracasado como padres y d e verse inmerso s e n un a situación terrible . S i colaboramos con #$ 4 la mentir a casi siempre salimos mejor parados a corto plazo aun • que las consecuencias a larg o plazo pueda n ser much o peores. Los motivo s que hacen que el destinatari o de un a mentir a n o pill e a l mentiros o quedaro n mu y claros e n e l caso d e Aldric h Ames , u n empleado d e l a CI A arrestad o por espionaje e n 1994. Durant e los nueve años anteriores , Ames había estado pasando información al KG B sobre todos los rusos que habían colabora• do con la CI A y vario s de ellos fuero n ejecutados. Ame s era mu y poco discreto; se había estado gastando a espuertas el diner o qu e los soviéticos le habían entregad o par a comprars e un a casa y un automóvil cuyo valo r superab a de larg o lo que podía pagar con su sueldo. Sandy Grimes , un a agente de contraespionaj e de l a CI A que a l fna l acabó descubriendo a Ames , describió así s u trabajo : «Tus mayores proezas, tu s victoria s más brillantes , son tu s peores derrota s [...] El hecho de que descubras a un espía signifca , lógicamente, que t u agencia tenía u n problema ; ¡ten• drías que haberl o atrapad o antes!». Otr a explicación, l a quinta , s e basa e n los escritos d e Evin g Gofman. 1 5 Se nos educa par a que seamos corteses en nuestra s interacciones , par a que no «robemos» información qu e no se nos ofrece. U n ejempl o bastant e sorprendent e d e esto e s que, in • conscientemente, apartamos l a mirad a cuando alguie n con quie n hablamo s se escarba la oreja o se hurg a la nariz . Gofma n tam • bién diría que, desde el punt o de vist a social, ha y veces que un mensaje falso puede ser más important e que l a verdad . E s l a in • formación que se reconoce, la información cuy a responsabilida d está dispuest a a asumi r l a persona que l a ofrece. Cuand o un a secretari a que está con el ánimo por los suelos po r haberse pe• leado con su esposo la noche anterio r responde, «muy bien», cuando su jef e le pregunta , «¿qué ta l estás hoy?», puede que este mensaje falso sea el más pertinent e a sus interaccione s con el jefe . L e dice que v a a hacer s u trabajo . Puede que a l jef e l e trai • g a si n cuidado e l mensaje verdader o —qu e l a secretari a está mu y abatida — siempr e que s u trabaj o n o s e resienta . Ningun a de las explicaciones que he ofrecido hast a ahor a puede aclara r por qué la mayoría de los miembro s de los orga• nismos de la justici a y de los servicios de información no son ca- 355 paces de detecta r a los mentiroso s a parti r de su actitud . Los in • terrogadore s de la policía y de los servicios de contraespionaje no adopta n un a postur a de confanza hacia los sospechosos, no son conniventes con el engaño y están dispuestos a «robar» in • formación qu e no se íes ofrece. Entonces , ¿por qu é no identifca n mejo r a u n mentiros o a parti r d e s u actitud ? Creo que s u labo r s e ve difcultad a po r u n nive l de base mu y elevado y por un a re - troalimentación insufciente . Es probable que la gra n mayoría de las personas con la s que trata n diga n mentiras . Alguno s con los que he hablad o calcula n que el nive l básico de mentiroso s es superio r a l 7 5 % . U n nive l básico ta n elevado n o e s óptimo par a aprende r a presta r atención a los indicio s conductuales más su • tile s de l engaño. Co n much a frecuencia, e l objetivo d e estas per • sonas no es descubri r al mentiros o sino obtener prueba s par a inculparlo . Y cuando alguie n ha sido castigado injustament e porqu e se ha n equivocado, esta retroalimentación les lleg a de• masiad o tard e par a que e l erro r cometido pued a tene r un a fun • ción correctora. Est o indic a que si exponemos a alguie n a un nive l básico de mentira s más bajo, cercano al 50 %, y le damos un a retroalimen • tación correctora después de cada dictamen , puede que aprend a a detectar con precisión las mentira s a parti r de la actitud . En es• tos momentos estamos diseñando un experimento par a compro• barlo . No espero que la precisión llegue al cien po r cien y por esta razón no creo que los juicio s sobre si alguie n mient e o dice la ver • da d s e pueda n aceptar como pruebas ant e u n tribunal . Si n em • bargo, estos juicio s sí que pueden ofrecer un a base más sólida par a decidir , por lo menos al principio , a quién se debe investi • ga r más a fondo y cuándo se deben plantea r más pregunta s par a aclara r las razones d e u n cambio inusitad o d e actitud. * * Gra n parte de la primer a sección procede de un capítulo que escribí par a el libro Memory for Everyday and Emotional Events, de N. L. Stein , P. A. Ornstein , B , Tversk y y C . Brainer d (Comps.), Hillsdale , New Jersey : Lawren • ce Erlbau m Associates, 1996. La última sección se publicó en la revist a Social Research, n" 63 (3), otoño de 1996, págs. 801-817. 356 Epílogo Lo que he escrito tien e que ayuda r más a los cazadores de mentira s qu e a los mentirosos . Piens o qu e es má s sencill o mejora r la propi a capacidad de detecta r engaños que de perpe • trarlos , porque es más aprendibl e lo qu e debe conocerse. Par a comprende r mi s ideas sobre l a diferenci a entr e los distinto s tipo s de mentira s no se requier e un talent o especial. Cualquie • r a qu e tenga l a volunta d d e hacerlo puede recurri r a l a list a d e verifcación de l "Apéndice" par a estima r si es probable o no que u n determinad o mentiros o cometa errores . Ser má s capaz d e discerni r los indicio s del engaño exige algo más qu e compren • der lo que he explicado: ha y que desarrolla r esa habilida d a través de la práctica. Pero cualquier a que dedique un ciert o tiemp o a observa r y escuchar atentamente , vigiland o los indi • cios descritos en el capítulo 4 y 5, puede perfeccionarse. Noso• tro s y otra s personas hemos adiestrad o a sujetos par a que aprendiese n a mira r y escuchar con má s cuidad o y precisión, y la mayoría de ellos resultaro n benefciados. Au n si n ese apren • dizaj e formal , un o mism o puede practica r par a mejora r s u discriminación de los indicio s de l engaño. S i bie n podrí a crearse un a "escuel a par a cazadore s d e mentiras" , n o tendría sentid o crea r un a "escuela par a mentiro • sos". Los mentirosos naturale s no la necesitan , y el resto no tenemos e l talent o indispensabl e par a sacar partid o d e ella . Lo s mentiroso s naturale s y a conocen y emplea n cas i tod o aquell o sobre lo cua l he escrito , aunqu e a veces no se den cuent a que l o saben. Menti r bie n requier e u n talent o especial, 357 que n o e s fácil adquirir . E s preciso ser u n acto r natural , d e modales convincentes y conquistadores . Los mentiroso s natura • les, si n pensarl o y si n necesida d de ayuda , saben cómo maneja r sus propia s expresiones par a transmiti r l o qu e desean. Pero la mayoría necesitamos esa ayuda.. . aunqu e si carece• mos d e un a capacidad natura l par a l a actuación, nunc a podre• mos menti r bien . Lo qu e he explicado acerca del modo en que se traicion a un a mentir a y cuánd o parece creíble no contribuirá demasiado , y hast a puede empeora r las cosas. No se perfeccio• na el menti r sabiendo qu é se debe hacer y qué no se debe hacer ; y dud o seriament e que , en este caso, la práctica sea de much o provecho. U n mentiros o consciente d e cada un o d e sus actos , qu e l o planeas e ante s d e ejecutarlo , serí a como u n esquiado r que debiese pensa r cada vez que mueve un a piern a o u n braz o a l baja r a tod a velocida d po r l a pendiente . Si n embargo , ha y dos excepciones, dos enseñanzas sobre el menti r qu e a todos puede n serles útiles. L a primer a e s que u n mentiros o debe pone 1 - cuidad o en elabora r cabalmente y memo- riza r s u falso plan , l a mayoría d e los mentiroso s n o prevén todas la s pregunta s qu e puede n formulárseles, todos los inci • dentes inesperados que puede n tene r que enfrentar . U n menti • roso debe tene r preparada s y ensayadas las respuestas ant e un mayo r númer o de contingencia s de la s que le gustaría afrontar . Inventa r sobre l a marcha , pront a y convincentemente , un a respuest a coherente con lo dich o y que pueda sostenerse en el futuro , requier e un a aptitu d menta l y un a frialda d ant e las situacione s tensas que pocos individuo s poseen. La otr a ense• ñanza —qu e a esta altur a todos los lectores tienen que haber aprendido — e s l o difícil que result a menti r si n cometer errores . Si la mayoría de los mentiroso s evita n ser detectados es sólo porqu e los destinatario s de sus engaños no se preocupan lo bastant e par a atraparlos . E s mu y ardu o impedi r toda autodela - ción o toda pist a sobre el embuste . D e hecho, jamá s intenté adiestra r a nadie par a que mintie • r a mejor . M i opinión d e qu e n o sería mu y útil s e basa e n e l razonamient o y no en prueba s concretas; confío en esta r en lo cierto , porqu e prefer o qu e m i investigación ayude a l cazador 358 de mentira s más que al mentiroso . Y no es que crea que menti r es intrínsecamente malo . Mucho s flósofos ha n argumentad o de form a convincent e qu e alguna s mentiras , a l menos , están moralment e justifcadas , y qu e a veces la sincerida d puede llega r a ser bruta l y cruel . 1 Pero sigo sintiend o má s simpatía po r el cazador de mentira s que por el mentiroso . Ta l vez ello se deba a que mi labo r científca está destinad a a busca r indicios sobre l o qu e sient e verdaderament e l a gente . M e interes a aquell o que encubre un a emoción, pero el auténtico desafío es descubrirla , comproba r cóm o difere n la s expresiones genuinas de las falsas y que si bie n éstas se asemejan a la s primeras , no son exactament e iguales . E s gratifcant e desenmascara r u n ocultamient o imperfecto . Así concebido, el estudi o de l engaño se ocupa de mucha s más cosas que de l engaño en sí: brind a una oportunida d par a asisti r a l a extraordinari a luch a intern a entr e las facetas voluntaria s e involuntaria s de nuestr a vid a y par a aprende r hast a qué punt o podemos controla r deliberada• ment e los signos exteriores d e nuestr a vid a interior . Pese a mi simpatía po r la caza de mentira s en comparación con e l mentir , s é mu y bie n que n o puede equiparars e aquélla con l a virtud . Aque l que po r amabilida d esconde s u aburri • mient o ant e el amig o se ofendería con tod a razón si fuese desenmascarado. E l marid o que simul a divertirs e cuando s u esposa le cuent a torpement e un chiste , o la esposa que fnge interés por su marid o cuando éste le describe paso a paso cómo h a logrado repara r u n electrodoméstico, quizá s e sienta n inju • riados si su simulación es cuestionada . Y por supuesto, ant e un engaño militar , e l interés naciona l bie n puede esta r de l lado del mentiros o y n o de l cazador d e mentiras . E n l a Segunda Guerr a Mundial , por ejemplo, ¿qué habitant e de algun o de los países aliados no quería engañar a Hitle r sobre la play a en que se haría el desembarco: Normandía o Calais? Si n duda , Hitle r tenía todo e l derecho de l mund o a trata r de descubri r el engaño de los aliados , pero no siempr e la caza de mentira s está igualment e justifcada . A veces ha y qu e respetar la intención del otro , independientement e de lo qu e en verdad piense o sienta . A veces un individu o tien e derecho a que crean 359 e n s u palabra . L a caz a d e mentira s viol a l a privacidad , e l derecho que cada cua l tien e a conservar sus pensamientos y sentimiento s par a sí. S i bie n ha y situaciones que justifca n l a caza de mentira s (investigacione s de delitos, adquisición de un nuev o automóvil , negociació n d e u n contrat o internacional , etc.), en otros campos la gente presupone válido a mantene r par a sí, si lo desea, su s pensamiento s y sentimientos , y a espera r que los demás acepte n lo que elige manifestarles . N o sólo e l altruism o o e l respeto por l a privacida d deben lleva r a hace r un a paus a a l implacabl e cazador d e mentiras . En ocasiones, es preferibl e engañarse. El anftrión se sentirá mejo r si sabe que su huésped lo está pasando bie n en su casa, aunqu e eso sea falso; la esposa que quier e diverti r a su marid o contándole u n chiste puede segui r creyendo que l o hace bien.. . y todos ta n felices. E l fals o mensaje de l mentiros o n o sólo puede ser má s aceptabl e e n algunos casos qu e l a verdad , sino más útil. S i a l llega r a l a obra , e l carpinter o contesta "Estoy bien " cuando e l capata z l e pregunt a "¿Cómo estás?", esa infor • mación puede ser má s pertinent e que s i contesta l a verdad : "Anoche tuv e un a pele a con m i muje r y m e sient o como e l diablo" . S u mentir a comunic a sincerament e s u propósito d e cumpli r con su trabaj o a pesar de l disgusto persona l que ha sufrido . Po r supuesto , au n en estos casos benévolos se paga un precio po r ser engañado : el capataz podría administra r mejo r las distinta s tarea s qu e deben realizarse e n l a obr a s i conociera el malesta r de l carpinter o ese día, la esposa podría aprende r a conta r mejo r los chiste s o a no contarlos en absoluto si supiese que su marid o no se ríe de veras . Pero creo important e señalar que a veces la caza de mentira s atent a contr a un a relación personal , traicion a l a confanz a depositad a e n e l otro , s e apropi a d e información que , por algún bue n motivo , n o fue comunicada . A l menos , e l cazado r d e mentira s debe dars e cuent a de que la detección de los indicio s de l engaño es un a insolencia : tom a algo si n permiso , contr a e l deseo de l otro . Cuand o comencé a estudia r este tema , no había modo de saber con qu é m e ib a a encontrar . Existía n afrmacione s contradictorias . Freu d había dicho: "Quie n tenga ojos par a ve r 360 y oídos par a oír puede convencerse a sí mism o de que ningún morta l e s capaz d e guarda r u n secreto. L o qu e sus labio s callan , lo dicen sus dedos; cada un o de sus poros lo traiciona". 2 No obstante , yo conocía muchos casos en qu e la mentir a había tenid o gra n éxito, y mi s primero s estudios comprobaro n que en l a detección del engaño l a gente n o tenía más éxito qu e s i actuar a al azar. Los psiquiatra s y psicólogos no era n en esto mejore s qu e los demás . L a respuest a a l a qu e llegu é m e complace: no somos, como mentirosos , perfectos ni imperfectos , y detecta r el engaño no es ni ta n fácil como decía Freud , ni imposible . La cuestión es má s complicad a y por ende más inte • resante . Nuestr a imperfect a capacidad par a menti r e s funda • menta l en nuestr a existencia , y quizá necesaria par a que ésta persista . Piénsese en cómo sería la vid a si todos supiesen menti r a la perfección o, por el contrario , si nadi e pudier a hacerlo. He refe • xionado sobre esto principalment e en relación con las mentira s vinculaaa s a las emociones, que son las más difíciles; por otr a parte , son las que más m e interesan . S i nunc a pudiéramos saber cómo se sintió realment e alguie n en ciert a oportunidad , y s i supiéramo s qu e nunc a l o sabríamos , l a vid a resultaría insulsa . Seguros de que toda muestr a de emoción sería un mer o despliegue destinad o a agradar , manipula r o desorienta r al otro , los individuo s estarían más a la ventura , los vínculos entr e las personas serían menos frmes . Considérese por un moment o e l dilem a que tendría que afronta r un a madr e o u n padr e si su bebé de un mes fuese capaz de oculta r y falsear sus emociones del mism o modo que lo hace n la mayoría de los adultos . Todo grit o o llant o sería el de un "lobo". Vivimo s en la certeza de qu e existe un núcleo de verda d emocional , de que en su mayoría la gente no quier e o no puede engañarnos sobre lo que siente. Si desvirtua r las propia s emociones fuese ta n senci• ll o como desvirtua r las propia s ideas, si los gestos y ademanes pudiera n disfrazars e y falsears e tant o como la s palabras , nuestr a vid a emocional sería más pobre y má s cohibida . Pero sí nunc a pudiéramos mentir , si un a sonris a fuer a el signo necesario y confable de que se siente alegría o placer, y 36 1 jamás estuviera presente si n estos sentimientos, la vida resul • taría más difícil y mantener las relaciones, mucho más arduo. Se perdería la cortesía, el afán de suaviza r las cosas, de ocultar aquellos sentimientos propios que uno no querría tener. No habría forma de pasa r inadvertido, no habría cómo manifestar malhumor o lamer la s propias heridas salvo estando a solas. Imaginemo s que nuestr o compañero de trabajo , amigo o amant e fuera alguien que, en materi a de control y encubri• miento de sus propias emociones, es como un bebé de tres meses, aunque en todos los restantes aspectos (inteligencia, aptitudes, etc.) es un adulto cabal. ¡Terrible perspectiva! No somos ni transparentes como los bebés ni perfectamente disfrazables . Podemo s menti r o se r veraces , discerni r l a mentir a o no notarla , se r engañados o conocer la verdad . Podemos optar: ésa es nuestr a naturaleza . 362 Apéndice Los cuadros 1 y 2 sintetiza n la información correspondiente a todos los indicio s de l engaño que se ha n descrito en los capí• tulo s 4 y 5. El cuadr o 1 está organizado par a buscar , a parti r de cada indici o conductual , la clase de información qu e él revela ; el cuadr o 2, a la inversa , está organizad o par a buscar, a parti r de cada clase de información, el indici o de conduct a que le co• rresponde. Recuérdese que ha y dos forma s principale s de mentir : el ©cuitamiento y el falseamiento . Tant o el cuadr o 1 como el cuadr o 2 se ocupa n de las mentira s po r ocultamiento . El cuadr o 3 brind a los indicio s conductuales de l falseamiento . El cuadr o 4 ofrece un a list a complet a de todos los tipo s de mentiras . 363 CUADR O 1 Autodelación de una información oculta, según los indicios presentes en la conducta indicio del engaño Destice s verbale s Perorata s enardecida s Modo de habla r indirecto, circunloquios Pausa s y errore s en el habl a Elevación de l tono de voz Disminución del tono de voz Mayo r volumen y velocidad del habl a Meno r volumen y velocidad del habl a Emblema s Disminución en la cantida d de ilustracione s Aument o de la cantida d de manipulacione s Respiración acelerad a o superfcia l Sudo r Traga r saliv a con frecuencia Mi croexpresiones Expresione s abortadas Músculos faciales fdedignos Aument o del parpadeo Dilatación de la s pupila s Lágrimas Enrojecimient o del rostro Empalidecimient o del rostro Información revelada Puede n esta r relacionados específcamente con un a emoción; pueden delata r un a información no re• lacionad a con ningun a emoción. Puede n esta r relacionada s específcamente con un a emoción; pueden delata r un a información no re • lacionad a con ningun a emoción. Estrategi a verba l no preparad a de antemano , o bie n presenci a de emociones negativas , muy probablemente temor. Estrategi a verba l no preparad a de antemano , o bie n presenci a de emociones negativas , mu y probablemente temor. Emoción negativa , probablemente rabi a y/o temor. Emoción negativa , probablemente tristeza . Probablement e rabia , temor y/o excitación. Probablement e tristez a y/o aburrimiento . Puede n esta r relacionados específcamente con un a emoción; pueden delata r un a información no re• lacionad a con ningun a emoción. Aburrimiento , estrategia no preparada de antemn- no, o elección cuidadosa de cad a palabra . Emoción negativa . Emoción no específca. Emoción no específca. Emoción no específca. Cualquie r emoción específca. Emoción específca; o ta l vez muestr e que se frenó un a emoción, pero si n indica r cuál. Temo r o tristeza . Emoción no específca. Emoción no específca. Tristeza , desazón, risa incontrolable. Turbación, vergüenza o rabia ; pued e habe r también culpa . Temo r o rabia . 364 CUADR O 2 Autodelación de una información oculta, según el tipo de información suministrada Tipo de información Estrategi a verbal no preparada de anteman o Información no relacionada con la s emociones (por ejemplo, datos, planes , fantasías) Emocione s (por ejemplo, sorpresa, desazón, alegría) Temo r Rabi a Tristez a (puede se r vergüenza y/o culpa ) Turbación Excitación Aburrimient o Emoción negativa Activación do un a emoción cualquier a Indicio conductual Modo de habla r indirecto , circunloquios , pausas , errores en el habla . Disminu • ción de laa ilustraciones . Deslice s verbales , peroratas enardecidas , emblemas* . Deslice s verbales , peroratas enardecidas , microex presiones , expresiones aborta • das, Modo de habla r indirecto, circunloquios , pausa», errores en el habla , elevación de l tono de voz, mayo r volumen y velo• cidad del habla , músculos facíales fde• dignos, empalidecimiento facial. Elevación del tono de voz, mayor volumen y velocidad del habla , enrojecimiento, cmpaüdccimiento. Disminución de l tono d e voz , meno r volume n y velocidad del habla , múscu• los faciales Rdcdignos, lágrimas, vista dirigid a haci a abajo, rubor. Rubor, vist a dirigid a haci a abajo o haci a el costado. Aument a de la cantida d de ilustraciones , elevación de l tono de voz , mayo r volumen y velocidad del habla . Disminución de la cantida d de ilustracio • nes , meno r volume n y velocida d del habla . Modo de habla r indirecto, circunloquios , pausas , errore s en el habla , elevación o disminución del tono de voz, aumento de la cantida d de manipulaciones . Alteración del ritm o respiratorio , sudor, traga r saliva , expresione s abortadas , aument o del parpadeo , dilatación de la s pupilas . * Lo s emblemas no pueden transmiti r tantos mensajes como los deslices verbales o la s peroratas enardecidas. En el caso de los estadounidenses , existen emblema s co• rrespondientes a unos sesenta mensajes distintos. 365 CUADR O 3 Indicios de que una expresión es falsa Emoción falsa Indicio conductual Temo r Ausenci a de un a expresión fdedigna en la frente. Tristez a Ausenci a de un a expresión fdedigna en la frente. Alegría No participan los músculos orbicula• re s de los párpados. Entusiasm o o interés por No aument a la cantidad de ilustracio• lo que se está diciendo nes , o es incorrect a su secuencia temporal. Emociones negativas Ausenci a de sudor, de alteraciones en el ritmo respiratorio , de aumento en la cantida d de manipulaciones. Cualquie r emoción Expresione s asimétricas, aparición demasiad o abrupta , desaparición demasiado abrupt a o entrecortada, sincronización incorrecta. 366 CUADR O 4 Aspectos del mentir: Lista de control DIFICI L FACI L PAR A DETECTA R E L CAZADO R D E MENTIRA S Preguntas sobre la. mentira 1. ¿Puede preve r con exacti - SI: estrategi a prepara • NO : estrategi a n o tu d el mentiroso cuándo tendrá que mentir? 2. ¿La mentir a sólo exig e SI ocultamiento, si n necesi• dad de recurri r al falsea• miento? d a y ensayad a preparad a > ? 3. ¿La mentir a implic a la posibilida d d e experi • menta r emocione s cir - runstanciale-í'' N O SI : será particularment e difícil si A : e s precis o oculta r o falsea r un a emoción ne• gativa , como l a ira , e l temor o la desazón. B : e l mentiros o deb e parece r insensibl e y no pued e recurri r a otr a emoción par a enmasca • ra r la s qu e tien e qu e ocultar . 4. ¿Será perdonado el men• tiroso si confesa habe r mentido? 5. ¿Es mucho lo que está en juego, y a se a e n materi a de castigos o de recom• pensas ? NO : aument a l a motivación SI : ha y probabilidade s d e del mentiroso de tene r provocar un a confesión, éxito con su engaño. E s difícil predeci r @u A pasará: cuand o ha y mucho e n juego, puede aumenta r el recelo a se r descubierto, pero también la motivación del mentiroso par a trata r de tener éxito en su engaño. 6. ¿Es severo el castigo que se impone a las personas a quiene s se descubr e mintiendo? NO : escas o recel o a se r descubierto ; pero esto mismo puede fomentar t'l descuido. SI : aument a el recelo a se r descubierto , per o tam • bién puede aumenta r el temo r del mentiros o a que no le crean , dando así origen a errores po.si tivos falsos. 367 DIFICI L FACI L PAH A DETEC T A H E L CAZADO R D E MENTIRA S 7. ¿Es severo el castigo que s e impon e po r e l solo hecho de habe r mentido, apart e de los perjuicio s causados por la falla del engaño? 8. ¿El destinatari o no sufr e perjuici o alguno , o inclus o se benefcia con l a mentira ? ¿La mentir a es altruist a y no benef• ci a a l mentiroso? 9. ¿La situación es ta l que el destinatari o probable• mente confie en el men • tiroso, si n sospecha r que puede ser engañado? 10. ¿El mentiros o y a h a tenid o éxito anterior • ment e en un intento de engañar al destinatario ? 11. ¿El mentiroso y <•'. desti • natari o tiene n valore s en común? 12. ¿La mentir a está autori • zad a por el us o social? 13 . ¿La mentir a tien e u n destinatari o anónimo? 14 . ¿Ha y trat o persona l entr e el mentiros o y el destinatario ? N O SI el sentimiento de culpa por engañar será menor si el mentiroso lo sabe. SI SI : disminuy e e l recelo a se r descubierto, y si el destinatari o está aver • gonzado o molesto por tener que reconocer que fue engañado antes , pued e convertirs e e n un a víctima cómplice. NO : disminuy e e l senti • mient o d e culp a po r engañar. NO : disminuy e e l senti • mient o d e culp a po r engañar. SI : disminuy e e l senti • mient o d e culp a po r engañar. N O SI : aument a e l recelo a se r descubierto ; l a person a puede se r disuadid a de menti r a i sab e qu e e l castigo por hacerlo será peor qu e lo qu e pued a perder si no miente . NO : aument a e l sentimien • to de culp a por engañar. N O N O SI : aument a e l sentimiento de culp a por engañar. SI : aument a e l sentimiento de culp a por engañar. N O SI : e l cazado r d e mentira s Herá más capaz de evita r los errore s derivados de ta s diferencia s indivi • duales . 368 DIFICI L FACI L PAR A DETECTA R E L CAZADO R D E MENTIRA S 15 . ¿Debe e l cazado r d e mentira s ocultarl e a l mentiroso la s sospechas que tiene sobre él? SI : e l cazado r d e mentira s N O queda atrapado por su necesida d d e oculta - mient o y no pued e esta r atent o a la con • duct a del mentiroso. 16. ¿Dispone el cazador de NO mentira s de información que sólo podría conocer un a person a culpabl e pero no un a inocente? 17. ¿Hay otras persona s que NO saben o sospechan que el destinatari o es engaña• do? SI : puede trata r d e emplea r l a técnica d e l o qu e conoc e e l culpable , s i está en condicione s de interroga r al sospechoso. SI : pued e aumenta r e l deleite por embaucar , el recelo a se r descubierto o el sentimient o de culp a por engañar. NO : habrá más errore s a l S I : mejore s condicione s 18 . ¿El mentiros o y e l juzga r los indicio s de l par a interpreta r tos in - cazado r de mentira s engaño. dicios del engaño, tienen el mismo idioma , nacionalida d y antece • dentes culturales ? PREGUNTAS SOBRE E L MENTIROSO: 19. ¿Tiene e l mentiros o much a experienci a pre • vi a en mentir ? 20. ¿Muestra sagacida d e inventiv a e l mentiros o e n su s embustes? 21 . ¿Tiene e l mentiros o buena memoria ? 22. ¿Habla el mentiroso de forma regula r y unifor • me , y es persuasivo? 23 . ¿Emplea e l mentiros o los músculos faciales f• dedignos como enfatiza - dore s d e l a conversa • ción? SI : e s p e c i a l m e n t e s i tien e N O practic a e n es e tip o particula r de mentira . S I N O S I N O S I N O SI : será má s capa z d e N O oculta r o falsear la s ex • presiones faciales. 369 DIFICI L FACI L PAH A DETECTA R E L CAZADO R D E MENTIRA S 24, ¿Tiene e l mentiroso ha - S I N O bilida d teatra l y e s capa z d e emplea r e l método de Stanislavski ? 25 . ¿Hay probabilidades d e S I N O qu e e l mentiros o est é o u tocón vencid o de su mentira , a punt o d e cree r que lo que dice es cierto? 26 . ¿E s u n "mentiros o S I N O natural " o un psicópata? 27. ¿Es el mentiroso vulne • rable , po r s u personali • dad , al temor, la culp a o el deleite por embaucar ? 28 . ¿Est á avergonzad o e l mentiros o cíe lo qu e ocult a s u mentira ? 29 . ¿El sospechos o podría senti r temor , culp a o vergüenza aunqu e fuera inocente , o s i estuvier a mintiend o sobr e algun a otr a cosa ? N O Es difícil predecir qué pasará: por un lado, la vergüenza difcult a la confesión, por el otro, es a mism a vergüen• z a puede autodelata r l a mentira . SI : e s posible interpreta r NO : lo s signo s d e esta s los indicio s emociona - emocione s indica n e l les. engaño. PREGUNTAS SOBRE EL CAZADOR DE MENTIRAS 30. ¿Tiene fam a el cazado r dé mentira s de se r difícil de engañar? NO : especialment e s i y a en algun a oportunida d el mentiros o logró en • gañarlo. SI : aument a el recelo a ser detectado ; pued e au • menta r también el de• leite por embaucar . 31. ¿Tiene fam a el cazador de mentira s de ser des• confado? Es difícil predecir qué pasará: es a fam a puede reducir el sentimient o de culp a por engañar, pero puede au • menta r el recelo a se r descubierto 32 . ¿Tiene fam a e l cazado r NO : e s meno s probabl e SI : aument a e l sentimiento de mentira s de se r ecuá- que el mentiroso sient a de culp a por engañar, nime ? culp a por engañarlo. 370 DIFICI L FACI L PAR A DETECTA R E L CAZADO R D E MENTIRA S 33 . ¿Es el cazado r de menti • ra s un a d e esa s perso• na s que nieg a l a reali • dad , elude los problemas y tiende a supone r siem • pre lo mejo r de los de• más? SI : probablement e pasará N O por alto los indicio s del engaño y será vulnera • ble a errore s negativos falsos. 34. ¿Es el cazado r de mentí- NO SI ra s extraordinariament e hábil par a interpreta r con exactitu d la s con • ductas expresivas ? 35 . ¿Tiene e l cazado r d e N O mentira s prejuicio s que l o lleva n a tene r un a opinión tendencios a e n contr a del mentiroso? SI : aunqu e e t cazado r d e mentira s esté alert a a los indicio s del engaño, podrá incurri r e n erro • re s positivos falsos. 36 . ¿Benefcia d e algún modo al cazado r de men• tira s n o detecta r e l engaño? SI : pasará por alto, delibe• N O radament e o na , los in • dicios del engaño. 37. ¿Es incapa z el cazador Es difícil sabe r qué pasará: puede da r origen a errore s de mentira s de tolera r la falsos tanto positivos como negativos, incertidumbr e respect o de si es engañado o no? 38, ¿Se encuentr a el caza - NO do r d e mentira s e n medio de un reguero de pólvora emocional? SI : atrapará a los mentiro • sos , per o interpretará que los inocentes mien • ten (erro r positivo falso). 37 1 Notas bibliográfcas 1 • INTRODUCCIO N 1 Debo agradecer gran parte de mi s ideas sobre el engaño en la s relaciones internacionales al libro de Robert Jervis , The Logic of Images in Interna• tional Relations (Princeton, N. J. : Princeton Universit y Press , 1970), que además me hizo repara r en los escritos de Alexande r Groth . La cit a aquí reproducida se analiz a en el artículo de Groth , "O n the Intelligenc e Aspects of Personal Diplomacy", Orbis, vol. 7, 1964, págs. 833-849. Perte • nece a Keit h Feiling , The Life of Neville Chamberlain, Londres : Macmi¬ llan , 1947, pág. 367. Discurs o ant e la Cámara de los Comunes , 28 de septiembre de 1938. Neville Chamberlain , In Search of Peace, Nuev a York : Putna m an d Sons, 1939, pág. 210, según es citado por Groth . Se dio cuenta del trabajo realizado sobre este tema en un a serie de artícu• los de fnales de la década de 1960, y en un libro cuy a edición estuvo a mi cargo, titulado Darwin and Facial Expression (Nuev a York : Academic Press , 1973). + Informé de est a labor en mi prime r artículo sobre el engaño: Pau l Ekma n y Wallac e V . Friesen , "Nonverba l Leakag e an d Clue s t o Deception" , Psychiatry, vol. 32, 1969, págs. 88-105. Roberta Wohlstetter, "Slo w Pear l Harbor s and the Pleasure s of Decep• tion " e n Robert L . Pfaltzgraf f (h.) , Ur i Ra'ana n y Warre n Milberg , comps. , Intelligence Policy and National Security, Hamden , Conn. : Archon Books, 1981, págs. 23-34. 373 2 • MENTIRAS , AUTODELACIONE S E INDICIO S DE L ENGAÑ O 1 San Francisco Chronicle, 28 de octubre de 1982, pág. 12. 2 The Compact Edition of the Oxford English Dictionary, Nuev a York : Oxford Universit y Press , 1971, pág. 1616. 3 Véase Pau l F. Secord, "Facia l Feature s and Inference Processes in Inter • personal Perception" , en R. Taguir i y L . Petrullo, comps., Person Percep• tion and Interpersonal Behavior, Stanford: Stanford Universit y Press , 1958. Asimismo , Pau l Ekman , "Facia l Signs : Facts , Fantasie s an d Possi • bilities" , en Thoma s A . Sebeok, comp., Sight, Sound and Sense, Blooming- ton: Indian a Universit y Press , 1978. 4 Sigue debatiéndose si los animale s pueden o no menti r en forma delibera• da . Véase Davi d Premac k y An n Jame s Premack , The Mind of an Ape, Nuev a York : W.W . Norton & Co. , 1983. También Premac k y Premack , "Communicatio n a s Evidenc e o f Thinking" , e n D . R . Grif n , comp., Animal Mind-Human Mind, Nuev a York : Springer-Vertag , 1982. 5 Le estoy agradecido a Michae l I. Hande l por habe r citado esto en su muy interesante artículo, "Intelligenc e an d Deception", Journal of Strategic Studies, vol. 5, marz o de 1982, págs. 122-154. L a cit a pertenece a Deni s Mack Smith , Mussolini's Roman Empire, pág. 170¬ 6 La mayoría de los analista s del engaño establecen este distingo; véase Handel , "Intelligence.. op . at, y Barto n Whaley , "Towar d a Genera l Theory of Deception", Journal of Strategic Studies, vol. 5, man o de 1982, págs. 179-192, quiene s examina n su utilida d par a el análisis de los engaños militares . 7 Sísela Bok reserv a el término "mentira " [lie] par a lo que yo llam o "falsea • miento " [/bist/Tcoíton] y utiliz a "secreto " [secrecy] par a lo que yo denomino "ocultamiento " [concealment]. Sostiene que l a diferencia tiene importan • ci a moral , y a que menti r "e s prima facie un a falta , contra l a cua l existe un a presunción negativa , mientra s que con el secreto no sucede forzosa• mente lo mismo " (Bok , Secrets, Nuev a York : Pantheon , 1982, pág, XV) . 8 Ev e Sweetser , "Th e Defnitio n of a Lie" , en Naom i Quin n y Dorothy Holland , comps., Cultural Models in Language and Thought, e n prensa , pág. 40. 9 Davi d E. Rosenbaum , New York Times, 17 de diciembre de 1980. 1 ° Joh n Updike , Marry Me, Nuev a York : Fawcet t Crest , 1975, pág. 90. 11 Eze r Weizman , The Battle for Peace, Nuev a York : Banta m Books, 1981, pág. 182 1 2 Ala n Bullock , Hitler, Nuev a York : Harpe r & Row, 1964, ed . rev. , pág. 528, según es citado por Rober t Jervis , The Logic of Images in International Relations, Princeton , N . J . : Princeto n Universit y Press , 1970. 1 3 Robert Daley , The Prince of the City, Nuev a York : Berkle y Books, 1981, pág. 101. 374 1 4 Weizman , op. cit., pag. 98. 1 5 Jo n Carro] , "Everyda y Hypocrisy- A User' s Guide" , Sa n Francisco Chroni• cle, 11 de abri l de 1983, pig . 17. 1« Updike , op. cit., pag . 90. 3 • PO R QU E FALLA N LA S MENTIRA S I Joh n J . Sirica , To Set the Record Straight, Nuev a York : Ne w America n Library , 1980, pag. 142. * Jame s Phelan , Scandals, Scamps and Scoundrels, Nuev a York : Random House, 1982, pag. 22 3 Terenc e Rattigan , The Winslow Boy, Nuev a York : Dramatist s Pla y Service Inc. , Actin g Edition , 1973, pag. 29. * Est e relato fue tornado del libro de Davi d Lykken , A Tremor in the Blood: Uses and Abuses of the Lie Detector, Nuev a York : McGraw-Hill , 1981. B Phelan , op. cit,pag. 110. 6 Robert D . Hare , Psychopathy: Theory and Research, Nuev a York : Joh n Willey , 1970, pag. 5. 7 Michae l I . Handel , "Intelligence an d Deception'', Journal of Strategic Studies, vol . 5, marzo de 1982, pag- 136. 8 Sa n Francisco Chronicle, 9 de enero de 1982, pag. 1. 9 Sa n Francisco Chronicle, 21 de enero de 1982, pag. 43. 10 Willia m Hood, Mole, Nuev a York ; W.W . Norton & Co., 1982, pag. 11. I I Bruc e Horowitz, "Whe n Should a n Executiv e Lie?" , Industry Week, 16 de noviembre de 1981, pag. 81. 12 Ibfd., pag. 83. 1 3 Est a ide a fue sugerida por Robert L . Wolk y Arthu r Henle y e n s u libro, The Right to Lie, Nuev a York : Peter H . Wyden , Inc. , 1970. H Ala n Dershowitz , The Best Defense, Nuev a York : Rando m House, 1982, pag. 370. 1 6 Shakespeare , Soneto 138. 1 6 Robert a Wohlstetter, "Slo w Pear l Harbor s an d the Pleasure s o f Decep• tion" , e n Rober t L . Pfaltzgraf f (h.) , Ur i Ra ' ana n y Warre n Milberg , comps.. Intelligence Policy and National Security, Hamden , Conn . Archon Books, 1981. 4 • L A DETECCIO N D E L ENGAN O A PARTI R D E LA S PALABRAS , L A V O Z Y E L C U E R P O 1 E n "Facia l Sings : Facts , Fantasie s an d Possibilities" , Thoma s A . Sebeok, comp., Sight, Sound and Sense, Bloomington: Indian a Universit y Press , 375 1978. Describo allí 18 mensaje s diferentes transmitido s a través del rostro, uno d e los cuale s e s l a marc a d e l a individualidad . 2 Véase J . Sergen t y D . Bindra , "Diferentia ] Hemispheri c Processin g o f Faees : Methodological Consideratio n an d Reinterpretation" , Psychologi• cal Bulletin, vol. 89,1981 , págs. 554 y sigs. 3 Se informa en part e sobre este trabajo de Pau l Ekman , Wallac e V. Frisen , Mauree n CSulliva n y Klau s Scherer , "Relativ e Importance o f Face , Body an d Speech in Judgment s of Personalit y and Afect"', Journal of Persona• lity and Social Psychology, vol. 38,1980 , pegs. 270-77. * Bruc e Horowitz, "Whe n Shoul d an d Executiv e Lie? " Industry Week, 16 de noviembre de 1981, pég. 83 . 5 Sigmun d Freud , "Th e Psychopatholog y o f Everyda y Life " (1901), e n Jame s Strachey , comp., The Complete Psychological Works of Sigmund Freud, vol. 6, W.W.Norto n / Co. , 1976, pág. 86. a El Dr . Bril l er a norteamericano, y Freu d cit a este ejemplo en inglés (Ibíd., págs. 89-90). En es a mism a obra da muchos otros ejemplos interesante s y más escuetos de deslices verbales , pero no resulta n tan convincentes como el que aquí he relacionado al ser traducido del alemán. 7 S. Freud , "Parapraxes " (1916), en Strachey , op. cit., vol. 15, pág. 66. 8 Joh n Weisman , "Th e Trut h wil l Out" , TV Guide, 3 de septiembre de 1977, pág. 13. 9 Un a serie de técnicas desarrollada s par a medir la voz prometen impor• tante s adelanto s en los próximos años. Se encontrará un a reseña de dicha s técnicas en Klau s Scherer , "Methods of Researc h on Vocal Commu • nication: Paradigm s an d Parameters , en Klau s Schere r y Pau l Ekman , comps., Handbook of Methods in Nonverbal Behavior Research, Nuev a York : Cambridg e Universit y Press , 1982. 1 0 S e informa sobre estos resultado s e n Pau l Ekman , Wallac e V . Friese n y Klau s Scherer , "Bod y Movement an d Voice Pitc h in Deceptive Interac • tion" , Semiótica, vol. 16, 1976, págs. 23-27. Esto s hallazgos fueron repro• ducidos luego por Schere r y otros investigadores. 1 1 Joh n J. Sirica , To Set the Record Straight, Nuev a York : Ne w America n Library , 1980, págs. 99-100. 1 2 Richar d Nixon , The Memoirs of Richard Nixon, vol. 2, Nuev a York : Warne r Books, 1979, pág. 440. 1 3 Sirica , op. cit., págs. 99-100 . 1+ Ibíd. 1 6 Joh n Dean , Blind Ambition, Nuev a York : Simon & Schuster , 1976, pág. 304. i« Ibid. , pags. 309-10. 1 7 Se hallará un a reseña crítica de esta s técnicas de detección de la s menti • ra s a través de diversa s pauta s de entonación verbales en Davi d Lykken , A Tremor in the Blood, Nuev a York : McGraw-Hill , 1981, cap. 13, y en 376 Harr y Hollien , "Th e Cas e agains t Stres s Evaluator s an d Voice Li e Detec• tion" , inédito, Institut o par a Estudio s Avanzado s sobre el Proceso de Comunicación, Universit y of Florida , Gainesville . 1 8 Puede encontrarse un a descripción de nuestro método de análisis de los emblemas y los resultado s correspondientes a Estado s Unido s en Harol d G . Johnson , Pau l Ekman , y Wallace V . Friesen , "Communicativ e Body Movements: America n Emblems" , Semiótica, vol. 15, 1975, págs. 335-353. Par a un a comparación de los emblema s de diferentes culturas , véase Ekman , "Movements wit h Precise Meanings" , Journal of Communication, vol. 26,1976 , pegs. 14-26. 1 9 El libro de Efron , Gesture and Environment, publicado en 1941, ha vuelto a imprimirs e con el título Gesture, Race and Culture, La Haya : Mouton Press , 1972. 2 0 Par a u n análisis d e la s manipulaciones, véase Pau l Ekma n y Wallac e V . Friesen , "Nonverba l Behavio r an d Psychopathology", e n R.J . Friedma n y M.N . Katz , comps., The Psychology of Depression: Contemporary Theory and Research, Washington, D.C. : Joh n Winston , 1974. 2 1 Un exponente actual de este punto de vist a es George Mandler , Mind and Body: Psychology of Emotion and Stress, Nuev a York : W.W.Norto n & Co., 1984. 2 2 Pau l Ekman , Robert W . Levenso n y Wallac e V . Friesen , "Autonomi c Nervous Syste m Activity Distinguishe s between Emotions " Science, vol. 221,1983 , págs. 1208- 1210. 5 » LO S INDICIO S FACIALE S DE L ENGAÑO 1 La descripción del deterioro de los sistema s voluntari o e involuntari o provocado por diferentes lesiones procede de la bibliografía clínica. Véase, por ejemplo, K . Tschiassny , "Eigh t Syndrome s o f Facia l Paralysi s an d Thei r Signifcance in Locatin g the Lesion" , Annals of Otology, Rhinology and Laryngology, vol. 62, 1953, págs. 677-691, La descripción sobre el posible éxito o fracas o de estos diferentes pacientes en su intento de engañar es un a extrapolación personal mía. 2 Par a un a reseña de todas la s pruebas científcas, véase Pau l Ekman , Darwin and Facial Expression: a Century of Research in Review, Nuev a York : Academic Press , 1973. Un estudio menos técnico, con fotografías que ilustra n los elementos universale s presentes en un pueblo aislado y analfabeto de Nuev a Guinea , véase Ekman , Face of Man: Expressions of Universal Emotions in a New Guinea Village, Nuev a York : Garlan d STM P Press , 1980. 3 Ekman , Face of Man, Ibid. , págs. 133-136. 4 La obra de enseñanza programada The Facial Action Coding System, de 377 Pau l Ekma n y Wallac e V . Friese n (Palo Alto : Consultin g Psychologists Press , 1978), contiene un manual , fotografías y películas ilustrativa s y programa s par a ordenador que enseñan a describi r o medir cualquie r expresión. 6 Véase E A . Haggar d y K.S . Isaacs , "Micromomentary Facia l Expressions* , e n L . A . Gottschal k y A.H . Auerbach , comps., Methods of Research in Psychotherapy, Nuev a York : Appleton Centur y Crofts, 1966. 8 L a obr a de Pau l Ekma n y Wallac e V . Friesen , Unmasking the Face (Palo Alto: Consultin g Psychologists Press , 1984), brind a fguras e instruccio• ne s par a adquiri r esta capacidad . 7 Friese n y yo creamos el Tes t de !a Acción Facia l Requerida , que permite determina r en qué grado alguie n puede mover deliberadamente cada uno de su s músculos y también fgurar algun a emoción. Véase Pau l Ekman , Gowe n Roper y Joseph C . Hager , "Deliberat e Facia l Movement" , Child Development, vol. 51, 1980, págs. 886-891, donde se d a cuent a de los resultado s obtenidos con niños. 8 Column a de Willia m Safre , "Undetermined" , e n Sa n Francisco Chroni• cle, 28 de juni o de 1983. 9 "Anwa r Sada t —i n hi s own words" , San Francisco Examiner, 11 de octubre de 1981. 10 Eje r Weizman , The Battle for Peace, Nuev a York : Bantam , 1981, peg. 165. 1 1 Margare t Mead , Soviet Attitudes toward Authority, Nuev a York : McGraw - Hill , 1951, pags . 65-66, tal como es citada e n Ervin g Gofman, Strategic Interaction, Filadelfa , Universit y of Pennsylvani a Press , 1969, pág. 21. 12 San Francisco Chronicle, 11 de enero de 1982. 1 3 Harol d Sackeim , Rube n C . Gu r y Marcel C . Saucy , "Emotion s Ar e Expres • sed More Intensel y on the Lef t Sid e of the Face" , Science, vol. 202, 1978, pág. 434. N Véase Pau l Ekman , "Asymmetr y i n Facia l Expression" , así como l a refu• tación posterior de Sackeim , e n Science, vol. 209, 1980, págs. 833- 836. 1 5 Pau l Ekman , Josep h C . Hage r y Wallac e V . Friesen , "Th e Symmetr y o f Emotiona l an d Deliberate Facia l Actions" , Psychophysiology, vol. 18, n- 2, 1981, págs. 101-106. 1 6 Josep h C . Hage r y Pau l Ekman , "Diferent Asymetrie s o f Facia l Muscula r Actions" , Psychophysiology, en prensa . 1 7 Esto y agradecido a la ayud a que me brindó Ronal d va n Gelde r en relación con este estudio inédito. 1 8 Sa n Francisco Chronicle, 14 de juni o de 1982. 1 9 Véase Pau l Ekma n y Josep h C . Hager , "Lon g Distanc e Transmissio n o f Facia l Afect Signals" , Ethology and Sociobiology, vol. 1, 1979, págs. 77¬ 82 . 20 Pau l Ekman , Wallac e V. Friese n y Sonia Ancoli, "Facia l Sign s of Emotio - 378 nal Experience" , Journal of Personality and Social Psychology, vol. 39, 1980, pags. 1125-1134. 6 • PELIGRO S Y PRECAUCIONE S 1 Davi d M. Hayano . "Communicativ e Competence among Poke r Players" , Journal of Communication, vol. 30, 1980, pág. 117. 2 Ibid., pág. 115. 3 Willia m Shakespeare , Otelo, acto 5, escena 2. 4 Richard s J , Heue r (h.) , "Cognitive Factor s i n Deception an d Counterde- ception", ep Donald C. Danie l y Katherin e L. Herbig , comps., Strategic Military Deception, Nuev a York : Pergamon Press , 1982, pág. 59. s Ross Mullaney , "The Third Way-The Interview", inédito. 6 Schopenhauer, "Ou r Relatio n to Others" , en Wil l Durant , comp., The Works o f Schopenhauer, Garde n City , N.J. : Garde n Cit y Publishin g Company, 1933. 7 En el libro de Davi d Lykken , Tremor in the Blood (Nuev a York : McGraw - Hill , 1981) se describe cabalment e el procedimiento de empleo de la técnica de lo que conoce el culpable par a los exámenes con el polígrafo en los interrogatorios criminales . 8 Scientifc Validity of Polygraph Testing: A Research Review and Evalua• tion —A Technical Memorandum, Washington , D.C. : U.S . Congress , Ofce of Tecnology Assessment, OTA-TM-H-15 , noviembre de 1983, 7 • E L POLIGRAF O COM O CAZADO R D E MENTIRA S 1 Richar d O. Arther , "Ho w Man y Robbers, Burglars , Se x Criminal s Is You r Department Hirin g Thi s Year ? (Hopefully, Jus t 10% of Thos e Employed!)" , Journal of Polygraph Studies, vol. 6, mayo-junio de 1972, s/p. 2 Davi d " Lykken , "Polygraphic Interrogation", Nature, 23 de febrero de 1984, págs. 681-684. 3 Leonar d Saxe , comunicación personal. 4 La mayoría de la s cifras sobre el uso del polígrafo que aquí presento proce• den del informe de la OTA , Scientifc Validity of Polygraph Testing: A Research Review and Evaluation—A Technical Memorandum, Washing • ton, D.C. : U.S . Congress, Ofce of Technology Assessment , OTA-TMJdM5 , noviembre de 1983. Est e informe, en su s puntos esenciales , se publicó como artículo: Leonar d Saxe , Denise Dougherty y Theodore Cross , "Th e Validity of Polygraph Testing" , American Psychologist, enero de 1984. 5 Davi d C. Raskin , "Th e Trut h about Li e Detectors", The Wharton Magazi• ne, 1980, pág. 29. 379 6 Informe de la OTA , pág. 31. 7 Benjami n Weinmunt z y Julia n J . Szucko, "O n the Fallibilit y o f Li e Detec• tion" , Law and Society Review, vol. 17, 1982, pág. 91. 8 Declaración de Richar d K. Willard , viceprocurador general adjunto del Departamento de Justici a de Estado s Unidos , ante la Comisión de Legis • lación y de Segurida d Naciona l del Comité sobre Operaciones Ofcíales de la Cámara de Representantes , 19 de octubre de 1983, mimeogr., pág. 22. 9 Informe de la OTA , pág. 29 . 1 0 La OT A fue cread a en el año 1972 con el fn de servi r como instrument o analítico al Congreso. Puede obtenerse un a copia del informe sobre el polígrafo escribiendo a Superintendent of Documents, U.S . Government Printin g Ofce, Washington , D.C. , 20402. 1 1 Marci a Garwood y Norma n Ansley , The Accuracy and Utility of Poly• graph Testing, Departament o de Defensa 1983, s/p. 1 2 Davi d C . Raskin , "Th e Scientifc Basi s o f Polygraph Technique s an d Thei r Use s in the Judicia l Process" , en A. Trankell , comp.. Reconstructing the Past: The Role of Psychologists in Criminal Trials, Estocolmo: Norstedt y Soners , 1982, pág. 325. > 3 Davi d Lykken , Tremor in the Blood, Nuev a York : McGraw-Hill , 1981, pág. 118. '* Davi d Lykken , comunicación personal. 1 6 Lykken , op. cit., pág. 251. 1 6 Raskin , op. cit., pág. 341. ' 7 Informe d e l a OTA , pág. 50. 1 8 Raskin , op. cit., pág. 330. 1 9 Avita l Ginton , Netze r Daie , Eita n Elaa d y Gersho n Ben-Shakhar , " A Method for Evaluatin g the Us e of the Polygraph in a Real-Lif e Situation" , Journal of Applied Psychology, vol. 67, 1982, pág. 132. 20 Informe de la OTA , pág. 132. 2 1 Ginto n et al., op. cit., pág. 136. 2 2 Jac k Anderson , San Francisco Chronicle, 21 de mayo de 1984. 2 3 Informe de la OTA , pág. 102. 2 4 Declaración d e Davi d C . Raski n e n la s audiencia s sobre S . 1845 realiza • da s ant e el Subcomité de la Constitución del Senad o de Estado s Unidos , 19 de setiembre de 1978, pág. 14. 2 5 Informe de la OTA , págs. 75-76. 2 6 Declaración citad a de Raskin , pág. 17. 2 7 Davi d Lykken , op. cit, cap . 15. 2 8 Gordo n H . Barland , " A Surve y o f the Efect o f the Polygraph i n Screenin g Uta h Jo b Applicants : Preliminar y Results" , Polygraph, vol. 6, diciembre de 1977, pág. 321. 28 Ibid. . 3 0 Declaración citad a de Raskin , pág. 21. 380 3 1 Arther , op. cit. # % Ibid. 3 3 Garwood y Ansley , op. cit. 3 4 Informe de la OTA , pág. 100. SS Danie l Rapoport, "T o Tel l the Truth" , The Washingtonian, febrero de 1984, pág. 80. 3 8 Willard , ibid. , pág. 36. 3 7 Lykken , "Polygraphie Interrogation", op . cit., pág. 3. 3 8 Informe d e l a OTA , págs. 109-10. 3 6 Informe d e l a OTA , pág. 99. 4 0 Declaración citad a de Willard , pág. 17. 4 1 Ginto n et al. , op. cit.; véase también Joh n A. Podlesny y Davi d C. Raskin , "Efectiveness of Technique s an d Physiological Measure s in the Detection of Deception", Psychiophysiology, vol. 15, 1978, pág. 344-359, y Pran k S. Horvath , "Verba l an d Nonverbal Clue s to Trut h an d Deception Durin g Polygraph Examinations" , Journal of Police Science and Administration, vol. 1,1973, págs. 138-152. 4 2 Davi d C . Raski n y Joh n C . Kircher , "Accurac y o f Diagnosin g Trut h an d Deception from Behaviora l Observation and Polygraph Recordings" , en preparación. 8 • VERIFICACIO N D E L A MENTIR A 1 Randal l Rothenberg, "Baggin g the Bi g Shot", San Francisco Chronicle, 3 de enero de 1983, págs. 12-15. « Ibíd. 3 Ibíd. 4 Agness Hankiss , "Game s Con Men Play : Th e Semiosis of Deceptive ünte- raction" , Journal of Communication, vol. 3, 1980, págs. 104-112. 6 Donald C. Danie l y Katherin e L. Herbig , "Propositions on Militar y Decep¬ tion", en Danie l y Herbig, comps., Strategic Military Deception, Nuev a York : Pergamon Press , 1982, pág. 17. 6 Esto y en deuda por este ejemplo con Joh n Phela n y el fascinant e relato incluido en el cap. 6 de su libro Scandals, Scamps and Scoundrels, Nuev a York : Random House, 1982, pág. 114. Aquí sólo transcrib o un a parte del relato. Todos los interesados en la detección de mentira s entre los sospe• chosos de haber cometido delitos deberían leer este capítulo, en el cual se da cuenta de otras fallas que pueden cometerse en el interrogatorio y la detección. 7 Mi s conocimientos sobre los interrogatorios deben much o a Rossite r C. Mullaney, un ex agente del FB I entre 1948 y 1971, que más tarde coordi• nó, hast a 1981, los Programas de Investigación de la Academi a Regional 38 1 de Policía de la Zon a Centra l Norte de Texas . Véase su artículo, "Wanted ! Performanc e Standard s for Interrogatio n an d Interview" , The Police Chief, juni o de 1977, págs. 77-80. 8 Mullane y inició un a prometedora serie de estudios en los que se adiestra • ba a los encargados de los interrogatorios sobre el modo de utiliza r los indicios del engaño y se evaluab a la utilida d del adiestramiento; pero se jubiló ante s de completar es a labor. 9 Alexande r J . Groth , "O n the Intelligence Aspects o f Persona l Diplomacy*', Orbis, vol. 7,1964 , pág. 848. 1 0 Robert Jervis , The Logic of Image in International Relations, Princeton, N J . : Princeto n Universit y Press , 1970, paga. 67-78. 1 1 Henr y Kissinger , Year s of Upheaval. Boston: Little , Brow n an d Co. , 1982, págs. 214, 485. 1 2 Según es citado por Jervis , op. cit., págs. 69- 70. Í3 Ibíd., págs. 67-68. 1 4 Michae l I. Handel , "Intelligenc e an d Deception" , Journal of Strategic Studies, vol. 5, 1982, págs. 123-153. 1 5 Barto n Whaley , "Cover t Rearmamen t i n Germany , 1919-1939: Deception an d Mismanagement" , Journal or Strategic Studies, vol. 5, 1982, págs. 26-27. 1 6 Handel , op. cit., pag. 129. 1 7 Est a cit a fue analizad a por Groth , op. cit. , 8 Según es citado por Groth , op. cit. 1 9 Telfor d Taylor , Munich, Nuev a York : Vintage , 1980, pág. 752. a» Ibíd., pág. 821 . 2 1 Ibíd., pág. 552. 2 2 Ibíd., pag . 629. 2 3 Graha m T. Allison , Essence of Decision: Explaining the Cuban Missile Crisis, Boston : Little , Brown an d Co. , 1971, pág. 193. 2 4 Arthu r M. Schlesinge r fh.) A Thousand Days: John F. Kennedy in the White House, Nuev a York : Fawce t Premie r Books, 1965, pág. 734. 2 5 Theodore C. Sorensen , Kennedy, Nuev a York : Harpe r & Row , 1965, pág. 673. 2 6 Robert F. Kennedy , Thirteen Days: A Memoir of the Cuban Missile Crisis, Nuev a York : W.W . Norton & Co. , 1971, pág. 5. 2 7 Roger Hilsman , T o Move a Nation, Garde n City , N Y : Doubleday & Co., 1967, pág. 98 . 2 8 Davi d DetzeT, The Brink, Nuev a York : Thoma s Crowell , 1979. 2 9 Sorensen , op. cit, pág. 690. 3 0 Detzer , op. cit., pág. 142. 3 1 Robert Kennedy , op. cit, pág. 18. 3 2 Eli e Abel , The Missile Crisis, Nuev a York : Banta m Books, 1966, pág. 63 . 3 3 Sorensen , op. cit., pág. 690, 382 #4 Abe l op. cit., peg. 63. 35 Detzer, op. cit., pág. 143. 3 8 Kennedy , op. cit., pág. 20. 3 7 Detzer, op. cit., pág. 143. 38 Ibid. , pág. 144. 39 Allison , op. cit., pág. 135. 4 0 Abel, op. cit., pág. 64. 4 1 Allison , op. cit, pág. 134. *2 Danie l y Herbig, op. cit, pág. 13. 4 3 Herbert Goldhamer, nota 24 en Danie l y Herbig , op. cit. 4 4 Barto n Whaley , nota 2 en Ibid. 4 5 Mauree n O'Sullivan , "Measurin g the Ability t o recognize Facia l Expres • sion of Emotion" , en Pau l Ekman , comp., Emotion in the Human Face, Nuev a York : Cambridge Universit y Press , 1982. « Groth , op. cit., pág. 847. 4 7 Jervis , op. cit, pág. 33. 4 8 Winston Churchill , The Hinge of Fate, Boston: Houghton Mifin, 1950, págs. 481, 493, según es citado por Groth , Ibíd., pág. 841. 4 9 Lewi s Broad , The War thai Waged, Londres : Hutchiso n an d Company , 1960, pág.s. 356, según es citado por Groth , op. cit., •pág. 846. 5 0 Broad , op. cit, pág. 358, según es citado por Groth , op. cit., pág. 846. 5 1 Milovan Djilas , Conversations with Stalin, Nuev a York : Harcourt , Brace , Jovanovich, 1962, pág. 73, según es citado por Groth , op. cit., pág. 846. 9 • DETECTA R MENTIRA S E N L A DÉCADA D E 1990 1 Mi colega y amiga Mauree n O'Sullivan , de la Universida d de Sa n Francis • co, ha trabajado conmigo durant e muchos años par a desarrolla r este test. Ha colaborado en la investigación sobre los profesionales de la detección de mentira s y también ha impartido algunos de los seminarios . 2 -Who Ca n Catc h a Liar», de Pau l Ekma n y Mauree n O'Sullivan , apareció en el número de septiembre de 1991 de la revist a American Psychologist. 3 Esto s resultados se comunicaron en «The Efect of Comparison s on Detec• ting Deceit», de M. O'Sullivan , P. Ekma n y W. V. Friesen . Journal of Non• verbal Behavior, n° 12, 1988, págs. 203-215. 4 En Alemania , Udo Undeutsc h desarrolló un procedimiento llamado análi• sis de expresiones y vario s investigadores estadounidenses están compro• bando su validez par a evalua r la s declaraciones de niños. 5 Esto s resultados se comunican en «Face, Voice, an d Body in Detecting Deceit», d e Pau l Ekman , Mauree n O'Sullivan , Wallac e V . Friese n y Klau s C. Scherer , Journal of Nonverbal Behavior, vol . 15, 1991, págs. 203-215. 6 -Th e Duchenne Smile : Emotiona l Expressio n an d Brai n Physiology 11», de 383 P. Ekman , R. J. Davidso n y W. V. Friesen . Journal of Personality and So• cial Psychology, n" 58, 1990. M . G . Frank , P . Ekma n y W . V . Friesen , «Behavioral Marker s an d Recog- nizabilit y of the Smil e of Enjoyment», Journal of Personality and Social Psychology, n" 64, 1993, págs. 83-93. M. G. Fran k y P. Ekman , «The Abilit y to Detect Deceit Generalize s across Diferent Type s of High-Stak e Lies», Journal of Personality and Social Psychology, n° 72, 1997, págs. 1.429-1.439. E l profesor Joh n Yuille , d e l a Universida d d e l a Columbi a Británica, h a estado dirigiendo un programa de formación destinado a asistentes socia• les par a que mejoren su s técnicas de entrevista r a niños. Revist a Time, 27 de juli o de 1987, pág. 10. En capítulos anteriores he usado la expresión mentiroso natural que, se• gún he podido ver , implic a que estas personas pueden menti r con más fre• cuenci a que otras, algo de lo que no tengo ningun a prueba. La expresión actor natural describe mejor lo que quiero decir: que, si mienten, lo hace n a la perfección. Puesto que nunc a me he encontrado con Nort h ni he tenido la oportunidad de interrogarle directamente, no puedo estar seguro de si mi dictamen es correcto. Si n embargo, su actuación en televisión encaj a clarament e con mi descripción. • L A MENTIR A E N L A VID A PÚBLICA Olive r L. North , Under Fire, Nuev a York , HarperCollins , 1991, pág. 66. Véase un a discusión más reciente de los aspectos constitucionales de este caso en un artículo de Edwi n M. Yoder, Jr . titulado, «A Poor Substitute for an Impeachmen t Proceeding», International Herald Tribune, 23 de juli o de 1991. Stansfel d Turner , «Purge de CI A of KG B Types», New York Times, 2 de octubre de 1991, pág. 21. Ibid . Ibid . Jimm y Carter , Keeping Faith: Memoirs of a President, Nuev a York , Ban • ta m Books, 1982, pág. 511. Véase la nota 3. Véase un a discusión reciente de los diversos puntos de vista sobre este tem a en Self-Deception: An Adaptive Mechanism?, compilado por Joa n S. Lockar d y Delroy L. Paulhus , Englewood Clifs, N.J. , Prentice-Hall , 1988. Richar d Feynman , What Do You Care What Other People Think? Further Adventures of a Curious Character, Nuev a York , W. W. Norton, 1988. Ibid. , peg. 214. Time, 19 de agosto de 1974, pág. 9. 384 • NUEVO S DESCUBRIMIENTO S Y NUEVA S IDEA S SOBR E L A MENTIR A Y S U DETECCIÓN C. Bok, Secrets, Nuev a York , Pantheon, 1982. P. Ekman , W. V. Priese n y M. O'SulIivan , «SmiIes Whe n Lying», Journal of Personality and Social Psychology, n° 54, 1988, pags. 414-420; P. Ek • man , M. O'SulIivan , W. V. Friese n y K R. Scherer , «Face, Voice, an d Body in detecting Deception*, Journal of Nonverbal Behavior, n* 15,1991 , pags. 125-135. T. P. Cros s y L. Saxe , «A Critiqu e of the Validit y of Polygraph Testin g in Chil d Sexua l Abuse Cases«, Journal of Child Sexual Abuse, n° 1, 1992, pags. 19-33. P. Ekman , Why Kids Lie, Nuev a York , Charle s Scribner' s Sons , 1989. M. Fran k y P. Ekman , «The Abilit y to Detect Deceit Generalize s across Deception Situations*, Journal of Personality and Social Psychology, n° 72, 1997, pags. 1.429-1.439. P. Ekman , M. O'SulIiva n y M. Frank , «A Fe w Ca n Catc h a Liar* , Psycho• logical Science, n° 10, 1999, pags. 263-266. J . Stif, S . Corman , B . Krize k y E . Snider , «Individual Diferences an d Change s in Nonverbal Behavior' , Communication Research, n° 21, 1994, pags. 555-581. M. T. Bradley , -Choic e an d the Detection of Deception-, Perceptual and Motor Skills, n° 66,1988 , pags. 43- 48. P. Ekma n y M. 0"Sullivan , «Who Ca n Catc h a Liar* , American Psycholo• gist, n° 46, 1991, pags. 913-920. R. F. Krau t y E . Poe, «On the Line : Th e Deception Judgment s o f Custom s Inspectors an d Laymen* , Journal of Personality and Social Psychology, n D 39, 1980, pags. 784-798; B . M . Depaulo y R . L . Pheifer, «On-the-job Ex • perience an d Skil l at Detecting Deception*, Journal of Applied Social Psychology, n" 16,1986 , pags. 249-267; G. Kohnken , "Trainin g Police Of• cers to Detect Deceptive Eye-witnes s Statements : Does It Work?*, Social Behavior, n° 2, 1987, pags. 1-17. D. L. Chene y y R. M. Seyfarth , How Monkeys See the World, Chicago y Londres, Universit y of Chicago Press , 1990, pag. 189. A. Grafen , - Biological Signal s as Handicaps* , Journal of Theoretical Bio• logy, n° 144, 1990, pags. 517-546. L, Cosmides y J. Tooby, "Cognitiv e Adaptations for Social Exchange* , en The Adapted Mind, J . Barkow , L . Cosmides y J . Tooby (comps.), Nuev a York , Oxford Universit y Press , 1992. D . B . Bugental , W . Shennum , M . Fran k y P . Ekman , «"True Lies" : Chil • dren's Abuse Histor y an d Power Attributions as Infuences on Deception Detection*, manuscrit o presentado. E. Gofman, Frame Analysis, Nuev a York , Harpe r & Row, 1974. 385 EPILOG O 1 Sobre la s argumentaciones contraria s al falseamiento, véase Sísela Bok, Lying: Moral Choice in Public and Private Life, Nuev a York : Pantheon, 1978. Un a argumentación en favor del ocultamiento en la vid a privad a (aunque no en la pública) present a la mism a autora en Secrets, Nuev a York : Pantheon , 1982. Par a el punto de vist a opuesto, que aboga por las virtude s propias del mentir, véase Robert L. Wal k y Arthu r Henley , The Right to Lie: A Psychological Guide to the Uses of Deceit in Everyday Life, Nuev a York : Pete r H . Wyden , 1970. 2 Sigmun d Freud , "Fragmen t of an analysi s of a case of hysteria " (1905) lei caso Doral , en The Collected Papers, vol. 3, Nuev a York : Basi c Books, 1959, pág. 94. 386 índice analítico y de nombres* Abel , Elie , 274-6 Abscam , 68 aburrimiento, ilustraciones del, 110, 126-7 actores, 26, 57, 84 - experimento con la s emociones y los cambios en el SN A de los, 121¬ 3 - del culpable al confesar, 63 , 66-7 - del inocente al confesar, 53 - lágrimas de, 147 - sonris a de, 156; ilustración, 157 Alien , Woody, 144 Allison , Graham , 272-3, 277 amigos - critica s a les , 35 - técnica de Stanislavski , 121- 2,145 ademanes, 15, 40,43 , 46, 82 - mentira s entre, 22, 56, 173, amoríos extraconyugales 178 - emblemas y deslices emblemáticos, 104-6, 111 véase también ademanes con la(s) manóte); ilustraciones; manipulaciones; movimientos corporales - tomo engaño benévolo, 76-7 - mentira s sobre los, 178 véase también cónyuges Anderson , Gerald , 258- 62 angustia , véase desazón Arthur , Richard , 85 - emblemas, 104-7 véase también ilustraciones; manipulaciones Agenci a Centra l de Inteligencia (CIA) , 273, 285n Agenci a Nacional de Seguridad de Estado s Unido s (NSA) , prueba del polígrafo en la , 200, 202, 233-6, 233-42 alegría, véase regocijo alivio - al embaucar, 78 Ball , George W., 276 « Barland , Gordon, 227-9, 234 Beary , Dr . John , III , 235 Bolshakov , Georgi, 277 Bowles , Chester , 277 Brezhnev , Leonid , 284re Brokaw , Tom , 93-4, 99 véase también riesgo de Broka w Bundy , McGeorge, 272,276 , y n, 278 Bundy , Ted , 57n Buzhardt , Fred , 4 4 * No incluye los capítulos 9, 10 y 11. 387 Cárter, Jimmy , 281, 284rc castigo, 60-2, 256-6 - perdón del , 50, 53, 67 y sentimiento de culpa, 63, 66, 260 - y temor de ser atrapado, 60-2, 65, 195-6, 217-8 véase también lo que está en juego, importanci a de cazador de mentira s - ante mentira s fáciles y difíciles, 250 - en un reguero de pólvora emocional, 177- 8, 194 - fama del , 49-54; véase también recelo a ser detectado - humillación del , 177 - importanci a de lo que está en juego, 177, 283 - preconceptos del, 176, 178-9, 194 - su familiarida d con el sospechoso, 205 - • su perdón del mentiroso, 50,53,6 7 - ventaja s y desventaja s del , 19- 20, 186-7, 194 - y la técnica de lo que conoce el culpable, 190-3, 211 - y privacidad , véase destinatario ; errores de credulidad ; errores de incredulidad ; interpretación de la mentira ; polígrafo cejas (como indicios conducíales) - como emblemas, 105,132,141,14 9 - como ilustraciones , 108 - como señales de la conversación, 46, 141, 144 - y emociones, 32, 48,139 , 151 véase también sonrisa s clientes, 72 - y vendedores, 22, 57, 59, 63 cohibición, véase turbación Collodi , Cario , véase Pinocho congoja, véase desazón contento - expresión facial de, 130, 15 - sonris a de, 156; ilustración, 158 cónyuges, mentira s entre, 20, 22 - y acusaciones falsas , 175-6,180, 185, 247 - y matrimonio abierto, 28-29 - y relaciones extraconyugales, 18¬ 9, 27, 28, 30, 51, 60-4, 68, 175-7, 256-7 uédse también Marry Me crisi s de los misiles cubanos, 272- 80 culp a por engañar, véase sentimiento de culp a por engañar Chamberlain , Neville , y Hitler , 13- 4, 17-20, 37, 40, 77,144 , 268-72, 283, 285 Chaplin , Charlie , 161 Churchill , Winston, 58, 283-5 Daie , Netzer, 219-20 Daley , Robert, y su obr a Prince of the City, 37-8, 73-4 véase también Leuci , Robert Daniel . Donald , 257 Darwio , Charles , 141 Dayan , Moshe, 58, 266 Dean , Joh n W. , 29,44,98-10 1 deleite por embaucar, 49, 66, 78- 80, 96, 175,187-8, 198, 218 véase también estafadores delincuentes, 17-8, 285 - confesión por motivos religiosos de los, 69 - deleite por embauca r y revelación del delito, 79 - en la s empresas , 40, 48, 60-1, 63, 71, 80-1, 197, 200 - interrogatorio de, 16, 18, 21,181 , 260 - interrogatorio de, mediante el polígrafo,197, 200, 202, 215,22 0 - no culpables, 69 - sospechosos y los abogados, 22, 27-8 Dershowitz, Alan , 74- 6 desazón, 36, 184 - expresión facial de, 48, 129-30, 139, 140; ilustración, 140 - ilustradores, 109 388 - lágrimas de, 147, 296 - sonrisa de, 159 - y alteraciones de) SNA , 118-9 - y reguero de pólvora emocional, 177 - y tono de la voz, 96 desdén - expresión facial de, 130,149 , 158n, 165 - haci a la víctima, 49, 78 - sonris a de, 156, 158, 160, 245; ilustración, 157 - y tono de la voz, 96 desfalco, 40, 48, 60, 63, 72, 80-1, 197 deslealtad, véase traición deslices verbales, 40, 43, 46, 125-7, 173-4, 184, 185n destinatario - anónimo, 72 - benefcios y perjuicios del, 18-20, 191-2 -cómplice, 73-5,257-8,269-70, 283-4 - confado, 71, 187-8 - credulidad del , 73-4, 78,17 7 - descaminado deliberadamente, 25-6,4 1 i - desdén por el , 49, 78 - deseo de ser engañado del, 17-9, 22, 26 - difícil de engañar, 65, 80-1 - humillación del, al desenmascara r la mentira , 18, 22 - las excusas par a alejar sospechas pueden poner sobre alert a al , 186 - más enfurecido por un ocultamiento que por un falseamiento, 28n - protección del, 73-4 - puede instiga r al mentiroso, 186 - suspicaz , 65, 186-7 - tiene valores en común con el mentiroso, 218, 257 - y "juego del espejo", 255, 257 - y lo que está en juego si el mentiroso es atrapado, 63-5 - y recelo a ser detectado del mentiroso, 49-50 - y sentimiento de culp a del mentiroso, 71-2,77- 8,18 7 - véase también cazador de mentiras detector eléctrico de mentiras , véase polígrafo Detzer, David , 276 dientes, hace r rechina r los, 32-3 diferencias culturales , 271 diferencias individuales , riesgo de no considerar las , véase erro r de Otelo; riesgo de Broka w diferencias nacionales, 271, 283 diplomáticos y estadistas , 17-8, 20, 57-8,69,77,264-8 6 - en la crisi s cuban a de los misiles , 272-81 - véase también Hitler , Adolf; engaños militares ; y los nombres de los dirigentes disgusto, véase repulsión Djilas , Milovan , 284 Dobrynin , Anatoly, 274, 276-7, 279¬ 80; ilustración, 275 Dougherty, Denise , 201-2 drogas, consumo de, y prueb a del polígrafo, 213-4, 235 Efron , David , 108-9 Ehrlichman , John , 2 9 emblemas y deslices emblemáticos, 104-7,111-2,125-7,132,141 , 149, 153, 173-4,184- 5 emociones - alteraciones en las , detectadas mediante el polígrafo, 118, 184, 203-5 - casos en que deben desestimarse sus signos como indicios del engaño, 179-85,19 4 - e ilustraciones , 32-3,110-1 1 - enmascaramient o de las , 32-6, 48 - expresiones faciales de las , 128-31 - facilitamiento de la detección cuando la mentir a involucr a a las , 89 - falseamiento de las , 30-2, 35-6, 46-8, 124, 286 389 - fusión de, 120,130,133,16 0 - intensida d de las , y acciones improcedentes, 47- 8, 252, 255 - ocultamiento de las , 30-48, 286 - producidas por la técnica de Stanislavski , 121-2,145,17 0 - reglas de exhibición de las , 130- 1, 271 - su atribución a un a caus a que no es la real , como modo de mentir , 37, 41 - vivenci a de las , 47 - y alteracione s en el SNA , 118- 24, 147 - y l a voz, 40, 48, 82, 84-5 - y la s diferencias individuale s en la s reacciones, véase error de Otelo; riesgo de Broka w - y sentimiento de culpa por engañar, 49, 65-78,184 , 297 - y sentimientos que provoca el mentir , 48-9 - véase también cad a un a de la s emociones por separado empahdecimiento (como indicio conductual), 147- 8,165 , 203 empresa s - aplicación de la prueb a del polígrafo en las , 195-200, 226- 34 - aspirante s a ingresa r en las , 21, 30,40 , 77,181 , 226-42 - aspirante s a realiza r tarea s policiales en las , 196, 230-3 - controles en el luga r de trabajo, 35 , 70, 230-1, 236-43 - delitos internos en las , 199 - desfalcos en las , 40,48 , 60-1,63 , 72,80-1,19 7 - hurto s en las , 197 - negociaciones en las , 16,57 , 71-2 - transaccione s en las , 70-1 - venta s de las , 22, 57, 59,6 3 encogimiento de hombros, 104-5,13 2 engaños militares , 57-8, 257, 281- 2 - véase también espionaje y segurida d nacional ; Hítler, Adolf enojo véase rabi a enrojecimiento (como indicio conductual), 147-8,165 error de Otelo, 175-7 - defnición, 97, 262 - deslices emblemáticos, 106-7, 112 - ilustraciones , 112 -manipulaciones , 117 - mieroexpresiones o expresiones abortadas, 137 - y músculos faciales fdedignos, 141 - y prueba del polígrafo, 205, 209, 211 - véase también errores de incredulida d errores de credulidad , 168-71,174, 177, 185, 188, 191-4, 262 - en la prueb a del polígrafo, 19B, 213, 215, 222 , 225, 231-2, 234- 6 erroreB de escritura , 90-1 errores de incredulidad, 168-72, 174¬ 82,188,193 ^ - en la prueba del polígrafo, 52, 184¬ 5,191-2,198,205,207-12,215-6 , 218,222-3,227-9 , 231-4, 262 errores de lectura , 90-1 espías, 16,20,57,62,68-9,77,169 , 18 - y prueb a del polígrafo, 200, 224, 233-4 - véase también espionaje y seguridad nacional espionaje y seguridad nacional , 21- 2, 178,181 , 285n - espías, 16,20 , 57, 63, 68-9, 77, 169,186,200,224 , 233-6 - prueb a del polígrafo, 195,197 , 200,202,205,224,226 , 233-6, 241, 243, 246 - terroristas , 16, 63, 68 - véase también Agenci a Centra l de Inteligencia ; Agencia de Seguridad Naciona l esposos, mentiras , entre, véase cónyuges estadistas , véase diplomáticos y estadistas ; políticos 390 estafadores, 26, 45 , 170 - y el "juego del espejo", 254-6 idéase también Hamrak , Joh n estudiantes de enfermería, experimento sobre el ocultamiento de su s emociones, 54-7, 59,69 , 72,87-9,96-7,103-1 , 107, 111,115-6,131,136 , 155, 164-5, 244 estrategia del caballo de Troya , 187 excitación - expresión facial de, 130 - ilustraciones , 109 - sonris a de, 160 - y alteraciones en el SNA , 118-9 - y alteraciones en la voz y el habla , 93-4,126-7 , 296-7 excitación sexua l - mentira s sobre la , 22 - y engrasamiento de los labios, 25rc - véase también cónyuges expresión de aprensión, 139; ilustración, 140 expresiones faciales, 32-3, 40, 43,46 , 81, 84-7, 119, 128-61 - abortadas, 136-7, 145, 165 - asimetría de la , 161-3, 165 - autocontrol de las , 82-4,86 ; véase también reglas de exhibición -cejas , 34, 46, 48, 105, 108«, 132, 139, 141,144,14 9 - como señales de la conversación, 46,132 , 137,14 4 - diferencias nacionales y culturale s en las , 271 - duración y secuenci a temporal de las , 149, 152-3,16 5 - emblemas, 105,13 2 - en los jugadores de póquer, 34-5, 59,70-1,80 , 170-2 -errore s de sincronización, 149, 154,16 5 - importanci a de las , 84 -involuntarias , 86, 128-9,15 0 -labios , 25n, 32-3, 113, 132, 141; ilustración, 142 -manipulaciones , 113, 132 - micToexpresiones, 15, 43, 134-7, 145, 165,173-4,18 4 - músculos faciales fdedignos, 137¬ 8, 141, 144-6, 148, 165, 184; ilustración, 140 - ojos, 132, 146-7,152 , 155 - párpados, 32-3, 46, 105, 108, 132, 139; ilustración 140 - rasgos y estereotipos, 25n - reglas de exhibición de las , 130-1, 271 - unilaterales , 149 - voluntarias , 86,128-9,15 0 - y alteraciones en la actividad del SNA , 122-3, 147, 152; véase también empalidecimiento; enrojecimiento; sudor - y movimientos corporales, 85, 154 - véase también sonrisas ; cad a un a de la s emociones por separado evasiv a por inferencia incorrecta, 39, 42 falseamiento (como modalidad de mentira) , 27-8, 30, 41 - más ocultamiento, 30 -sonrisa s de, 35-6, 138, 141, 151, 154-5,163-5 ; ilustración, 164 - y alteraciones en el SNA , 124-6 - y expresiones faciales voluntarias , 86, 128-9, 150 - véase también cad a un a de la s emociones por separado fantasías, 126-7 Federa l Burea u of Investigatio n (FBI) , 181 - prueb a del polígrafo administrad a por el , 199- 200, 220-1, 241-2 felicidad, véase regocyo Ford , Gerald , 125-6 fracaso de la mentira , motivos del , 43-81 - menti r sobre IOB propios sentimientos, 46-8, 286; véase también deleite por embaucar ; recelo a se r detectado; 39 1 sentimiento de culp a por engañar - sentimiento s del mentiroso sobre el mentir , 48-9 Freud , Sigmund , y los deslices verbales , 90-3,17 3 funcionarios de la aduana , 21 Gioconda, la , véase Leonardo da Vinc i gobierno de EstadoB Unidos, pruebas con el polígrafo administrada s por el , 199-203, 226, 241, 243, 246 - véase también espionaje y segurida d nacional ; Ofcin a de Evaluación Tecnológica, informe de l a goce - lágrimas de, 147 - sonris a de, 155-6, 160; ilustración, 157 Gofman, Erving , 27n Goldberg, Arthu r J„ 276 n Gromyko , Andrei , 272- 80; ilustración 275 Groth , Alexander , 264, 270n , 283 Gruson , Lindsey , 69 « guiño como indicio conductual, 132, 149 habla , véase palabra s y discurso Hahn , Walter , 281 « Haig , Alexander , 2 9 Haldeman , H . R. , 2 9 Hamrak , John , 254-8, 262 Hander , Michael , 266 Hayano , David , 35n Hearst , Patricia , 16-8 Herbig , Katherine , 257 Hildebrand , Martin , 274 Hilsman , Roger, 273 Hingley , Ronald , 281n Hitler , Adolf, 13, 20, 36-7, 267,28 4 - como mentiroso natural , 36-7, 58, 272, 280 - y Chamberiain , 13-4, 17-20, 37 , 40 , 77,144,268-72,283,28 5 - y el desembarco de los aliados en Francia , 169 Hughes , Howard , fals a biografía de, véase Irving , Cliford humillación (al desenmascara r la mentira ) - de la víctima, 18-9, 22 - del cazador de mentiras , 177 - del mentiroso, 65-8 véase también vergüenza ilustraciones como indicios del engaño, 32-3, 107-12,125-7, 132, 144,173-4 incesto, 63 indicios conductuales, 38-40, 42-3, 82-127 - adiestramiento par a discerni r los, 244-5 - de la información ocultada, list a de, véase los indicios conductuales específcos - de la sinceridad , 183, 247 - de un a emoción falsa , véase los indicios conductuales específcos - del deleite por embaucar , 49, 66, 78-9, 96, 197-8, 218 - difcultades para discernir los, 20-1 -ilustraciones , 107-12,125-7,132 , 173-4 - observación de los, agregada a la prueba del polígrafo, 243-8, 263 - precauciones par a interpreta r los, 193 - vuelve n ma s explícita la interpretación, 167-8 - véase también expresiones faciales; movimientos corporales; palabra s y discurso indicios del engaño, 38-43 - diferencias nacionales, culturale s e idiomáticas en los, 271, 283 - véase también emblemas; expresiones faciales; indicios conductuales; movimientos corporales; palabra s y discurso; sistema nervioso autónomo; voz interpretación de la mentira , 152, 249, 256-7 392 - desestimación de la s emociones en la , 179-85, 194 - deslices emblemáticos, atención prestada a los, 107 - explicitación de la , 167-8 -juicio s básicos sobre los cambios en la conducta, 82, 171-2, 179, 193-4 - la ausenci a de pista s sobre el engaño no es prueba de verdad , 170, 174, 194 - peligros y precauciones en la , 167-94 - y manipulaciones,112 - véase también error de Otelo; riesgo de Broka w interpretación, errores de, véase errores de credulidad ; errores de incredulidad ira , véase rabi a Irving , Cliford, y su biografía falsa de H. Hughes , 45 jactanciosos, 80 - véase también deleite por embauca r Jervis , Robert, 264-5, 283 Jones , Sara , 250-1, 257-8 Jua n Pablo II , papa , 142-3 justifcaciones de la mentira , 22, 68¬ 74, 142 - altruismo , 22, 64, 70 - autorización, 68-72, 218 - necesidad política, 24-6,68-9 , 73- 4 - protección del destinatario, 74 - razones sociales, 22,30 , 35-6, 76, 161-3 - véase también diplomáticos y estadistas ; engaños militare s Kennedy , Joh n F. , 284; ilustración Kennedy , Josep h P, , 269« Kennedy , Robert F. , 273-4, 276-7 Kircher , Joh n C , 244-5 Kissinger , Henry , 264-5 Kohler , Foy , 277 Kruschev , Nikita , 273-5, 277-8 labios (como indicios conductuales), 32-3 - activación sexua l de los, 25 « - como manipulaciones, 113,13 2 - desdén, 149, 158«, 165 - rabia , 25« , 141; ilustración, 142 - temor, 151, 156, ilustración, 157 - véase también sonrisa s lágrimas/llanto como indicio conductual, 147-8, 286-87 Landers , Ann , 2 2 Lawrence , T.E. , 5 8 Leonard o da Vinci , sonris a de la Mona Lisa , 160-1 Leuci , Robert, 37-8, 73-5 Lincoln , Abraham , 2 8 lo que está en juego, importanci a de, 59-65, 72,177 , 249, 283 , 286 Lovett, Robert, 276 Lykken , Davi d T. , y l a prueb a del polígrafo, 190-2,196- 7,201-2 , 204« , 206-7, 213, 222«, 224, 226-7, 236 maestros y alumnos , mentira s entre, 56 malversación de fondos, véase desfalco manipulaciones como indicios conductuales, 112-7, 125-6, 132, 184 Mar y (paciente psiquiátrica), entrevist a con, 14-5, 17-20, 26, 30, 37, 39-40, 54, 65-6, 134-5, 174, 251-8 Marry Me (novela de Updike) , 31-3, 37-41, 43-4, 46-7, 168-72,191-3, 247, 254-8 Marx , Harpo , 160 McDonald , caden a de negocios, 199 Mead , Margaret , 146 memoria , fall a de la , como excusa , 28-30 mentira's ) - crueles, 22 - defnición, 25-6, 41 - difíciles, 250, 252, 255 393 - eufemismos par a designar la , 24- 5 - fácil, 250, 254-5 - malas , 43-6, 65,110,257,28 1 - necesidad de repeti r y amplia r una , 66 - verifcación de la , 225,249-8 7 - véase también fracaso de la mentira ; justifcaciones de la mentira ; modos de menti r mentira s altruistas , 22, 64, 70 mentira s en las transacciones comerciales , 70-1 mentira s entre médico y paciente, 16, 20, 22, 27-9, 69 - véase también Mary ; placebos mentiroso - aliviado al confesar, 62, 67-8 - anticipación y preparación del, 43-6, 66, 110, 257, 281 - autoengaño del , 26, 145 - confanza exagerada del, 186-7 - deleite por embauca r del , 49, 67, 78-81, 96, 175, 187-8, 198, 218 - diferencias culturales , nacionales e idiomáticas, 270-1, 283 - habilida d y éxito del, 51, 57-8, 89, 100, 281; véase también anticipación y preparación del mentiroso; mentirosos naturales ; psicópatas - humillación del, cuando la mentir a es desenmascarada , 66-8 - perdonado al confesar, 50, 53, 67 - puede se r instigado por la víctima, 186 • su desdén por la víctima, 49, 78 - su habilida d par a engañar, 167 - su relación con la víctima en el pasado, 205 - valores compartidos con la víctima, 218, 257 - vergüenza del , 57, 66-8, 71 - y verifcación de la mentira , 249- 50 véase también indicios conductuales; recelo a ser detectado; sentimiento de culp a por engañar mentirosos naturales , 17-8, 56-8, 89, 137,142 , 170, 262, 280 - véase también Hitler , Adolf método de la acción física, véase Stanislavski , técnica de microexpresiones, véase expresiones faciales mirada , dirección de la , 146- 7 modos de menti r - decir falsamente la verdad, 37-8, 41-2 - despista r sobre la caus a real , 37, 41 - evasiv a por inferencia incorrecta, 39,4 2 - falseamiento, 27-8, 30, 41 - ocultamiento, 27-30, 41 - ocultamiento a medias, 38,4 2 - véase también falseamiento; ocultamiento Mohammed e l Gamasy , 3 4 movimientos corporales, 43, 48, 87, 101-27 - ademanes, 15, 40,43 , 46,8 2 - autocontrolados, 87 - diferencias nacionales y culturale s en los, 271 - emblemas y deslices emblemáticos, 104-7,111-2 , 125-7,132 , 141,149,153,173-4 , 184-5 - ilustraciones, 107-12,125-7,18 4 - manipulaciones, 112-7,125-6, 132,18 4 - postura, 117-8 - y expresión facial, 85,15 4 - y registro de la s emociones, 82 - y sistem a nervioso autónomo, 118-24,147-8, 204 « - véase también ademanes con la(s) manoís); expresiones faciales Mullaney , Ross , 187 músculo orbicular de los párpados, véase ojo, zona del Mussolini , Benito, 26, 143 394 negociadores internacionales, 16, 57, 71 niños - maltrat o de, 63 - relación de los, con su s maestros, 56 - véase también padres e hijos, mentira s entre Nixon, Richard , 24-5, 58, 73-4,125- 6 - y el escándalo de Watergate, 29, 44, 98-101 ocultamiento, 27-9, 41 - a medias , 38, 42 - expresión facial involuntaria , 86, 128-9, 150 - más falseamiento, 30 - que no miente, 27-9 - y alteraciones en el SNA , 124-6 Ofcina de Evaluación Tecnológica (OTA) , informe sobre la prueba del polígrafo, 191-2, 201-3, 215, 222n, 224-6, 234-6, 241 ojo, zona del (como indicio conductual), 146-7, 152, 206 - dilatación de la pupila , 147-8,16 5 - dirección de la mirada , 146-7 - guiño, 132, 149 - lágrimas/llanto, 147-8, 165 - parpadeo, 147-8, 165 - véase también sonrisa s O'Sullivan , Maureen , 89n Otelo (Shakespeare) , 175-6, 185 padres e hijos, mentira s entre, 22, 50-3, 56, 60-1, 71,167 , 178, 246, 286 ~ véase también The Winslow Boy palabra s y discurso, 81, 87, 89-95, 126-7, 132 - autocontroladas, 83-7 - como señales de la conversación, 141 - errore s de escritura , 90-1 - errores de lectura , 90-1 - indirecta s o evasivas , 94, 97,126¬ 127 - la voz informa menos que las, 85-6 - pausas , 42, 46, 95,126- 7 - repeticiones, 95 - tortuosidad de las , 94, 97,126- 7 - y diferencias idiomáticas, 270-1, 283 - y expresiones faciales, 149, 154. 165 - y palabra s parciales , 95 - y registro de la s emociones, 82 - y sonidos que no son palabras , 95 - véase también deslices verbales ; ilustraciones ; peroratas enardecidas ; respiración; voz parpadeo (como indicio conductual), 147-8,16 5 párpados (como indicios conductuales) - como emblemas, 105, 132 - como ilustraciones , 108 - y emociones, 32-3, 46,139 ; ilustración 140 - véase también sonrisa s peroratas enardecidas, 93,125-7 , 173-4, 185n, 247 persona inocente - fals a confesión y alivio de la , 53, 227 - indicios conductuales de la , 183, 247 - prueba del polígrafo, 52,184-5 , 191-2, 198, 205, 207-12, 215-6, 218, 222, 223n, 227-9, 231-4, 262 - sospechosa de un a falt a que no cometió, 175-9 - temor de que no le crean , 31-2, 59, 53-4, 167-8, 175, 191-2, 217-8 - y alteraciones en la voz y el habla , 94, 97 - véase también erro r de Otelo; errores de incredulida d pesar, expresión facial de, 139; ilustración, 140 - véase también tristez a Phelan , James , 45, 261 Pinocho (Collodi), 82 395 placebos, uso de, 69- 70 plagiarios, 48-9 policía, 178 - entrevista s de la , 260 - estrategi a del Caball o de Troya , 187 - interrogatorios con el polígrafo, 20, 196-7 - interrogatorios de la , 16, 18, 21, 181, 260 - prueba del polígrafo aplicad a a los aspirante s a ingresa r en la , 196, 230-4 - y los sospechosos, 27, 29 - véase también delincuentes; sistem a jurídico poligrafsta, 21, 52-3, 198, 226, 243, 260 - su adiestramient o par a reconocer los indicios conductuales, 26 3 - técnica de formulación de preguntas del , 51-2,203,206-9 , 211,24 3 polígrafo, 51-2, 195-248 - aplicado a psicópatas, 214, 224 - como disuasivo del mentir , 198, 242- 3 - derecho a negarse a se r sometido a la prueb a del, 219- 20, 227 - erro r de Otelo en el , 205, 209, 211 - indicios conductuales añadidos al , 243- 8, 263-2 - informe de la OT A sobre el, 191¬ 2, 201-3,215 , 222n, 224-6, 234-6, 241 - legalidad del empleo del , 199- 200, 241, 246 - medidas contrarrestantes , 224, 235-6, 246 - modo de asigna r los puntajes en el , 198,20 3 - modo de funcionamiento del, 118, 123, 184, 203, 245 - personas inocentes y errores de incredulida d con el , 52,184-5 , 191-2, 198, 205, 207-12, 215-6, 218, 222, 223n, 227-9, 231-4, 262 - procedimientos de formulación de preguntas con el , 203, 205, 243; véase también técnica de la pregunta de control; técnica de lo que conoce el culpable - técnica de la pregunta de control, 205-11, 213-14, 216-7, 220-5 - técnica de lo que conoce el culpable, 190-3,195n , 206, 211- 4, 222-5 -uso s del, 196-8, 225-43; véase también empresas y selección de personal; espionaje y seguridad nacional ; policía - y proporción normal de mentirosos; ilustración, 198, 228¬ 9, 237-8, 238-40 polígrafo, exactitud del , 52, 170, 195¬ 8, 214-34 - estudios de campo, analógicos e híbridos, 214-23, 226, 237 - errores de credulidad , 198, 213 , 215, 222,225 , 231-2,234- 6 - verdad básica, 198, 214-6, 219-20, 226 políticos, 17 -justifcación de la s mentira s de los, 24-5, 68-9 - véase también diplomáticos y estadistas ; Nixon , Richar d póquer, juego de, 35, 59, 70-1, 80 - "car a de jugador de póquer", 34-5 - "dato falso", 170-1 - "datos* de los contrincantes, 172 Powell , Jody, 24n preocupación, expresión de, 139; ilustración, 140 problemas idiomóticos, 270-1, 283 - véase también palabra s y discurso procedimientos par a interrogar a los sospechosos, véase policía, polígrafo psicópatas, 57-8,68 , 89,142,260 , 262 - y la prueba del polígrafo, 214, 224 Psycho (película cinematográfca), 120 396 rabia , 36,47,133,18 4 - cambios en la voz y en el habl a causado por la , 96-7, 126-7 - expresión facial de la , 25, 48, 129¬ 30,133,135,137,148,151 ; ilustración, 140 - sonrisas de, 159-60 - y alteraciones de l SNA , 118-9, 123 - y reguero de pólvora emocional, 177 Raskin , Davi d C , y l a prueba del polígrafo, 201, 205n, 204n, 206-7, 212-3, 215-18, 224, 226-7, 229, 244-5 Rattigan , Terence, véase The Winslow Boy recelo a ser detectado, 49-65,186-7 , 186,195-7, 217-8 - alteraciones de la voz por el, 95-6 - su relación con lo que está en juego y con el castigo, 59-63,65 , 217-8 - y fama y carácter del cazador de mentiras , 49-54, 65 - y personalidad del mentiroso, 54, 56-9 - y sentimiento de culpa, 72 reglas de exhibición de la s emociones, 130-1, 271 regocijo, expresión facial de, 129-30 reguero de pólvora emocional, 177-8, 194, 303 relaciones extraconyugales, véase amoríos relaciones sociales, 30 - mitos sobre las , 22 - sonrisas en las, 161-3 - y evasiv a por inferencia incorrecta, 39 - y reglas de cortesía, 35-6, 76 repulsión - expresión facial de la , 129-30, 151,16 5 - falseamiento de la , 36 - y reguero de pólvora emocional, 177 - y tono de la voz, 96 respiración (como indici o conductual), 43 , 46,118-9 , 125-7, 147, 198 Reseler, Robert, 57/t riesgo de Brokaw , 170-4, 194, 198 - defnición, 94,13 6 - e ilustraciones , 112 - y alteraciones en la voz y el habla , 94, 97, 99-100 - y deslices emblemáticos, 106-7, 112,17 3 - y manipuladores , 117 - y músculos faciales fdedignos, 142 risa , lágrimas como signo de, 147 rubor, véase enrojecimiento Rule , Ann , 57 n Rusk , Dean , 274, 279 Rut h (personaje), véase Marry Me sacerdotes, ocultamiento de la confesión por parte de los, 70 Sakeim , Harold , 149-51 Sadat , Anwar , 34,143- 4 Safre , William , 143 salivación como indicio conductual, 126-7, 147 satisfacción, véase contento Saxe , Leonard , 201-2 Schlesinger, Arthur , 273 Schopenhauer, Arthur , 187 Semenor, Vladimir , 274 sentimiento de culp a por engañar, 49, 65-78, 184, 187, 198 - cuando se imput a un a falt a no cometida, 175,18 0 - diferencia con el sentimient o de culpa por el contenido de la mentira , 65-6 - es aminorado por la confesión, 63, 66-7 - es mayor cuando se comparten valores con el destinatario , 218 - es problemático par a el mentiroso, 20 - expresión facia l del, 139; ilustración, 140 397 - falta de, 68-9; véase también espías; mentirosos naturales ; psicópatas - menor con el ocultamiento que con el falseamiento, 28 - menor cuando la mentir a está justifcada , 68-74,21 8 - y alteraciones en ei SNA , 118-9 - y alteraciones en la voz, 96, 126- 7 - y enrojecimiento, 148 - y temor de se r atrapado, 72 - y vergüenza, 57, 66-8, 71 señales de la conversación, 46, 132, 141, 144 Shakespeare , Willia m - Otelo, 175-6, 185 - Soneto, 143, 76-7 sinceridad , véase persona inocente Sirica , Joh n J. , 44, 98- 100 sistem a jurídico - abogados, 22, 27-8, 74-5, 57, 197, 199 -jurados , 21-2 - legalidad de la prueb a del polígrafo,199-200, 241, 246 - testigos, 22,2 9 - véase también delincuentes; Federa l Burea u of Investigation ; policía sistem a nervioso autónomo (SNA) , 118-27,147-8 , 204 H * drogas par a suprimi r l a acción del, 213 - medición de los cambios en el , véase polígrafo - véase también dilatación de la s pupilas ; empaUdecimiento; enrojecimiento; ojos; respiración; rubor; salivación; sudor; traga r saliv a sonrisa , 36,132 , 154-65 - amortiguada, 158-9; ilustración, 159 -asimétrica, 151,161- 3 - auténtica, 151,156,158,160 , 162-3; ilustración, 157 - conquistadora, 160-1 - coordinación de la , 162 - de alivio, 156; ilustración, 157 - de desazón, 149 - de desdén, 156; ilustración, 157-8, 160, 245 - de desdicha, 158-9, 163; ilustración, 159 - de interlocutor, 162 - de rabia , 159-60 - de satisfacción, 156; ilustración, 157 - de temor, 156,159-60; ilustración, 157 - de turbación, 160 - falsa , 35-6,138,141 ; ilustración, 164, 151, 154-5,163-5 - gozosa, fusionada con rabia/desdén/excitación/temor/ tristeza/sorpresa , 160 -mitigadora , 161 - y lesión cerebral, 129 sonris a complaciente, 161-2 sonris a conquistadora, 160-1 sonris a de Chaplin , 161 sonris a de desdicha, 158-60,163 ; ilustración, 159 sonris a de la Mona Lisa , 160-1 Sorenson, Theodore, 273, 275, 277 sorpresa - expresión facial de, 130, 139, 141, 153; ilustración, 140 - sonris a de, 160 Stalin , 169, 265, 283-4 Stanislavski , técnica actoral de, 121¬ 2,145,17 0 Stevenson, Adlai , 276 stress, véase tensión sudor como indicio conductual, 51, 118-9, 123, 125-6,147-8,20 3 Sweetser , Eve , 28rt, 281-2n Taylor , Telford, 268n, 269 técnica de la pregunta de control, 205-11, 213-4, 216-7, 220-5 técnica de lo que conoce el culpable, 190-3,195 , 206, 211, 222-5, 262 398 temor, 184 - alteraciones en la voz y el habl a por el , 96-7, 110, 126-7 - difcultad par a falsear el, 36 - expresión facial de, 32-3, 48, 120-30, 139,148, 151 ilustración, 140 - moderado, mantiene al mentiroso sobre alerta , 49-51 - sonrisas de, 156,159-60; ilustración, 157 - vivenciado si n opción, 47 - y alteraciones en el SNA , 118-9, 123 - y reguero de pólvora emocional, 177 temor al descreimiento, véase errores de incredulidad; persona inocente temor a ser atrapado, véase recelo a se r detectado tensión - en la voz, detectada mediante aparatos, 101 - ilustradores, 109 - errores en el habla , 107 terror, expresión de, 139; ilustración, 140 terrorismo, 16,62 , 68 The Winslow Boy (Rattigan), 50, 52, 60-1, 65 , 67, 180, 182-5 Thompson, Llewellyn , 274, 279 Townsend , Joe, 259 traga r saliv a como indicio conductual, 43,118-9,125- 7 traición, 62 tristez a - expresión facial de, 129-30, 134, 139; ilustración, 135, 140 - ilustradores, 110 - lágrimas de, 147 - sonris a de, 150 - y alteraciones en la voz y el habla , 96, 126-7 turbación - sonris a de, 161 vendedores y compradores, mentira s entre, 22, 57, 59, 62 veracidad , véase persona inocente verdad dich a falsamente (exageración/burla/verda d parcial) , 37-8, 41-2 vergüenza - y alteraciones en el SNA , 118-9 - y rubor, 148 - y sentimiento de culp a por engañar, 57, 66-8, 71 - véase también humillación víctima, véase destinatari o voz, 95¬ 101 - alteraciones emocionales en la , 40, 48, 82, 84-7, 95-7,126- 7 - aparatos que detectan la tensión de la , 101 - autocontrol de la , 86-7 - cadencia de la , 96,126- 7 - constreñida, 46 - imperturbable, 98-101 - informa menos que la s palabras , 85-6 - tono de la , 43, 96-8, 126-7 - volumen de la , 40,43 , 83-4 - y el menti r sobre los propios sentimientos, 48 - y falseamiento de la emoción, 48, 124-6 - y riesgo de Brokaw , 94, 97, 99-100 - y temor de ser atrapado, 95-6 - véase también palabra s y discurso Watergate, 29,44 , 98-101 Weems, Masón Locke , 60-2 Weinberg, Mel , 68 Weizman , Ezer . 32-4, 144 Whaley , Barton , 266 Willard , Richar d K. , 200, 236, 242 Wohlstetter, Roberta, 18, 77 399 Paul Ekman (Washington, 1934), psicóLogo norteamericano experto en el estuio e las emociones, !ue pro!esor e Psicolog"a e la #ni$ersia e %ali!ornia, en &an 'rancisco, puesto el cual se (u)iló en *++4. ,em-s ha sio asesor el .epartamento e .e!ensa e los Estaos #nios / el '01. &e le ha conceio en seis ocasiones el Premio a la 1n$estigación %ient"!ica el 2ational 1nstitute o! 3ental 4ealth. ,em-s e La ecena e t"tulos pu)licaos, Ekman ha escrito numerosos art"culos para la re$ista Greater Good 5ue eita la #ni$ersia e 0erkele/. ,rticulista ha)itual e The Washington Post, Usa Today, The New York Times, Sdentist América / la re$ista Time. ,ctualmente, sus in$estigaciones giran en torno a la mentira / est- tra)a(ano con .imitris 3etexas para la ela)oración e un etector $isual e mentiras. Es autor tam)i6n e Por qué mienten os ni!as, pu)licao por Paiós. >BC+A C4(<(D> A*&E(A4A ¿Sabe usted en qué momento alguien está mintiendo? ¿Es capaz de discernir las pistas que lo llevarán a averiguarlo? En cualquier caso, el libro del doctor Ekman le enseñará, entre otras muchas cosas, que las pupilas dilatadas y el parpadeo pueden indicar la presencia de una emocin! que el rubor puede ser signo de verg"enza, rabia o culpa! que ciertos ademanes son indicio de un sentimiento nega# ti vo ! que una manera de hablar más veloz de lo habitual y en un volumen más alto t a l vez denote ira, temor o i r r i # tacin$$$ % éstos son slo algunos de los indicadores que el autor utili z a para distinguir la realidad de la &iccin$ 'anto en su casa como en su (ugar de traba)o, esta gu*a (e ayudará a aprender en qué elementos +no verbales, de la comunicacin debe usted &i)arse para saber si le están diciendo la verdad, incluyendo un cuestionario de -. pre# guntas que le permitirán descubrir cualquier ti p o de en# gaño$ $ w w w . p a i d o s . c om C O M O D E T E C T A R M E N T I R A S Una gu"a #ara utii$ar en e tra%a&e a #o"tica y a 'amiia / a u l E k m a n 0 di&erencia de los antroplogos culturales, Ekman sostiene que la e1presin de las emociones tiene una ra*z biolgica universal,
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