Nathan Cohen, Cap 5 - La crisis alimentaria de la prehistoria

May 4, 2018 | Author: Emanuel Garcia | Category: North America, Americas, Nature


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C apítulo 3o o y EL N U EV O M U N D O : N O R T E A M E R IC A Y M ESO A M ERICA A u n q u e existen varios problem as y controversias considerables en la interpretación de la prehistoria d el N uevo M u n d o , cabe presen tar un ar­ g u m en to fav orable a la acu m u lación gradual de p o b lació n y a la presión d em ográfica en las Amérkas q u e es m uy parecido al qu e se acab a de exponer respecto d el V ie jo M u nd o, Parece q u e la expansión de la p o b la ­ ción a p artir de Alasita h acia el sur y hacia el este se vio acom p añad a, tan to e n N o rteam érica co m o en Su d arnéfica, por u n a expansión p rogre­ siva de la p o b lació n a p artir de u n m edio a m b ien te ab ierto y rico en caza h acia regiones de bosqu es y de desiertos y hacia h áb itats especializados costeros y flu viales. E n el no rte inclu so se prod u jo la recolonización d e m edios árdeos al irse retirando ios glaciares. Parece que esta expansión territorial se vio acom p añad a por u na transición gradual desde eco ­ nom ías que se especializaban m u ch o , relativ am en te, en la ex p lo ta ­ ción de la caza m ayor hacia las de tipo m ás ecléctico. A l irse ag otan d o el territorio nuevo para la expansión e irse extin g u ien d o gran p arte de la caza m ayor, se dio u n a ráp id a evolución paralela de econom ías d ejrip o «m esolítíco» o «arcaico». Esta transición económ ica se vio acom p añad a por u n au m en to del tam añ o y la densidad de la p o b la ció n , así co m o por una ten d en cia hacia el sed en tarism o , dem ostradas am bas por los a u m e n ­ tos dei n ú m ero , las d im en sion es y la p ro fu n d id ad de los yacim ientos ar- ó L, El Nuevo -Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 167 queológicos. En este c o n te sto , parece q u e h u b o experimentos lo cultivo de diversas plantas. Sin em b arg o , no está del todo claro por qué tard e tan poco ¡a presión d em ográfica en acum ularse hasta llegar ai u m bral de la agricultura en el N uevo M und o en com p aración con el V ie jo . Parece q u e en cí N uevo M undo las densidades de p o b lació n que exigían econ om ías «m esoiíileas* y, más tarde, ¡a agricu ltu ra, se lograron en sólo entre 2 0 .0 0 0 y 3 0 .0 0 0 anos según algu nos cálculos (y solo entre 3.00'.' y 5 .0 0 0 años, stgú n otro s), m ientras q u e en el V ie jo M und o una acu m u lación parecida de densidad de p o b lació n se m id e en centenares de m iles o in d u jo en m illon es de años. A u n q u e no se conocen de] tocio ias causas de esta tasa d iferen ciad a de ■ a cu m u lació n , cabe brindar vanas sugerencias q u e ayudan a explicar la m ayor rapidez de ¡os aco n tecim ien to s en eí N ueve 'Mundo. El aspecto más im p o rtan te a señalar es que ia m ayor diferencia de tiem p o con m u ch o , entre los aco n tecim ien to s del Viejo y eí N uevo M undo se refiere al tiempo necesario para term inar ci proceso de expansión cerritor a¡ en los dos hemisferios. U na vez term in ad a ia fase de expansión territorial en cada h em isferio, las tasas efectivas de cam b io económico q u e en trañ ó la evolución ele las econom ías m esolíd ea y arcaica no fu ero n muy d iíeren - tes. En el V ie jo M u n d o , la expansión de la p o b lació n desde Mírica por tocia Eurasia ílevó m illo n es de años; en el N uevo M u n d o , la colonización de N orteam érica y Sudamérica se m id e en m ilen io s. D e h ech o , ia ex p an ­ sión territorial en e l N uevo M und o se llevó a cabo con tanta rapide ;. que ta n to las partes orientales de N orteam érica com o el extrem o meridional de la T ierra del Fu eg o se co lo n izab an ap ro xim ad am en te al mismo tiem­ po qu e las p o blacio n es eurasiátkas daban sus primeros pasos h acia las partes sep tentrionales de las Islas B ritánicas y Escandinavis. La geografía del N uevo M und o y la pau ta de ias migraciones h u m a ­ nas deben haber favorecido una tasa m u cho más rápida de ccecirr.sento d em o g ráfico y de expansión q u e las q u e se d ieron en el V ie jo " f i n e s . En este ú ltim o , la expansión del h o m b re le o b ligó a salir de zonas a k.s que estab a bien ad ap tad o b io ló g icam en te y a desarrollar adaptaciones a rtifi­ ciales al frío . Pero com o la mayor parte de las Am éticas, tan to del Norte com o del Su r, están al norte del E cu ad or o entre los trópicos, la ex p an ­ sión del h o m bre hacia el sur en el N uevo M und o lo h ab ría llevado hacia m edios am b ien tes p rogresivam ente m enos hostiles, por io menos en lo qu e respectaba a. la tem p eratu ra. Esta reducción gradual d el trío habría causado m enos tensión y m enos reajustes de io qu e im plicó la expansión del h om bre hacía eí norre en el V ie jo M und o. Es p o sib le, incluso., que ai ir aumentando el calor en los climas del sur ello brindara algunos .incen­ tivos positivos q u e ayudaran a vencer la renuncia de i hombre a mo-.-.iflcat su estrategia de adaptación. Esto no significa en absoluto que e.; hombre simplemente se «volviera hacia el sur» u na vez cruzado c ! Estrecho xe Be- 168 La crisis alimentaria de la prehistoria ring y buscara terrirorios más cálidos y más verdes. Sin duda no co m p ren d ía el p rin cip io de q u e al sur hacia m ás calor. Por co n sig u ien ­ te no aban d o n aría el nicho subártico ai qu e estaba adaptado cultural- m e n te m ás q u e si se veta som etid o a presiones en ese sen tid o. Pero p o d e­ m os suponer qu e haría fa lta algo m enos de presión para obligar a la g en ­ te a desplat arse en d irección de vu elta al ecuador o hacia los trópicos que la q u e había sido necesaria para obligar al hom bre a salir de ios trópicos en p rim er Lagar. H asta q u e el h o m b re se acercó al extrem o austral de Su- d am érica o ascendió a grandes alturas en las m ontañ as, regresando a los clim as frío: , no d ebem o s su p oner q u e u n a gran presión dem ográfica fu era la explicación d e sus d esp lazam ientos. Si ten go razón, com o digo en ei cap ítu lo 2, en el sen tid o de q u e las p oblaciones hum anas regulan su rasa de crecim ien to y tien d en a tolerar una tasa qu e está en propor­ ción directa al grado de d ificu ltad que p erciben en cu an to a resolver los problem as ie los grandes núm eros, entonces cabe aducir fu n d a m en ta l­ m e n te qu e ;1 crecim ien to d em ográfico habría sido m u cho más rápido en el N uevo M und o qu e en el V ie jo . Paul M artin (1 9 7 3 ) ha llegado hasta p ropon er qu e el N uevo M und o brindaba un h á b ita t abierto y favorable com p arable a situaciones registradas h istóricam ente descritas por Bird- seli (1 9 5 8 , - 9 0 8 ) en las q u e las p oblaciones hum anas se expandían a ta ­ sas de nada m enos qu e el 3 ,4 % al año y se d up licaban cada 20 años. C on form e a los cálculos de M artin, un crecim iento d em ográfico de este tipo h abría '.levado a la saturación de'l hem isferio occid ental por los caza­ dores en sólo 3 5 0 años. T a m b ién ofrece un cálculo algo más p ru d ente de u na tasa de crecim ien to anual del 1 ,4 % al año (con la cual la población se duplica cada 50 añ o s), a cuya tasa el hem isferio occid en tal se habría llen ad o en 300. años. A d u ce qu e p ro b ab lem en te el h o m b re llegó a la T ierra del Fuego al cab o de p oco m ás de 1 .0 0 0 años de cruzar ei Estrecho de B erin g . J.n sen tid o análogo, Haynes (1 9 6 6 ) ha aducido qu e los caza­ dores de Cíe vis, en su expansión hacia un m ed io a m b ien te abierto y rico en caza, podrían h aber p o b lad o tolda N orteam érica en 500 años. Los m od elos de M artin y de Haynes representan u na posición extre­ m a. N o son to talm en te ju stifica b le s desde el p u n to de vista teó rico , pues desde luego el N uevo M und o ofrecía más barreras- ecológicas a los desp lazam ientos hu m anos e im p o n ía m ás restricciones a las poblaciones hu m anas en expansión de lo que ellos im p lican . A dem ás, es posible que sus reconstrucciones no se aten gan del. todo a ios datos arqueológicos dis­ p o n ib les, q u e su gieren la p o sibilid ad de qu e el h o m b re lleve en el N uevo M und o desde hace más tiem p o de lo qu e dicen eilos. Sin em b ar­ go, el principio general de que las poblaciones se expansionarían con b astan te rapid ez en el m ed io a m b ien te relativam ente ab ierto y cada vez m ás h o sp italario del N uevo M und o es válido e im p o rtan te. Tras term in ar su expansión territorial en el Nuevo M und o, ei h o m b re pasó a cam biar de u na d ep en d en cia general de la caza m ayor a íii Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 109 u n en fo q u e m ás am p lio en recursos m ás generalizados co n u n a rapidez algo m ayor qu e en el V ie jo M und o. E n este caso, el m otivo parece ser q u e los recursos preferidos de caza m ayor fallaro n com o a lim en to p rin ci­ pal con m u ch a m ayor rapidez en el N uevo M undo qu e en el V ie jo . C uand o el h o m b re en tró e n el N uevo M und o ya te n ía , qu e sepam os, u na b iolo gía co m p letam en te m od erna y estaba en posesión de u na tecn olog ía d el p aleo lítico m edio o el su p erio r. Por lo ta n to , era u n cazador relativam ente eficaz d urante tod o el tiem p o de su estancia en el N uevo M u n d o. D e h ech o , si se acep tan algunas de las prim eras fech as, discu­ tibles (véase infra), de presencia del h o m bre en el N uevo M u n d o, es p o ­ sible que el h o m b re m o d ern o lleve h ab itan d o el N uevo M und o básica­ m en te desde hace tan to tiem p o co m o 'e n el V ie jo . Pero sus presas en el N uevo M und o no habrían sido adversarios m uy form id ab les. A l revés que los aním ales del V ie jo M u nd o, que tuvieron la suerte de disponer de tiem p o su ficien te para adaptarse a la evolución de la capacidad cazadora d el h o m b re, los anim ales d el N uevo M und o se vieron enfrentad os re ­ p e n tin a m en te co n u n cazador diestro del que no ten ía n experiencia p re ­ via (Edw ards, 1 9 6 7 ; Je lin e k , 1 9 6 7 ), de form a que serían presas relativa­ m en te fáciles. A d em ás, co m o se co m en ta más ad elan te, hay m otivos p a ­ ra creer qu e los anim ales del N uevo M und o estaban relativam ente m al adaptad os a su m ed io a m b ie n te , sin contar al h o m b re, de m odo que sería m uy fácil cazarlos hasta extinguirlos. U n a posibilid ad más es que los cam bios am b ien tales a l fin a l del pleistoceno acelerasen la acu m u la­ ción de la presiónjL em ográfica en el N uevo M und o de la m ism a m anera qu e en E u rop a, p ero en escala m u cho m ás am plia y más extensa. C om o se com en tará m as ad elan te, hay pruebas de extinciones masivas y g en era­ lizadas de anim ales de caza al fin a l del pleisto cen o, y hay m otivos para creer q u e, al ig u al que en E uropa,' estas extinciones fu e ro n , al m enos en p arte, resultado de cam bios del clim a. Es m uy po sible que estos cam bios ayudarán a crear u n d esequ ilibrio entre e l h o m bre y sus recursos p referi­ dos, y que al m ism o tiem p o acelerasen la dispersión del h o m b re hacia m e ­ dios am b ien tes secundarios y le im pusieran la necesidad de buscar recur­ sos secundarios. Breve esquema de la prehistoria de Norteamérica La fecha de la primera entrada del hombre en el Nuevo Mundo es objeto de mucha especulación, aunque hoy día parece caber poca duda de que la entrada inicial se realizó por la pequeña distancia que separaba a Siberia y Alaska en algún momento del pleistoceno superior. La re­ construcción más probable consiste en suponer que las poblaciones hu­ manas cruzaron a pie enjuto durante uno de los muchós episodios del pleistoceno en que la baja eustática del nivel del mar correspondiente a j -jj, i La crisis rJirncntaría de la prehistoria ios ...... - de las ylíu is i io " ls creó un puente seco de tierra. Ho'püdns ('1959, ”.967) ha sugerido que el puente de tierra entre los continentes estuvo abierto antes del 3 5 0 0 0 B .P ., se cerró entre el 350 0 0 y el 25 0 0 0 g .P aproximadamente, y se volvió a abrir entre el 2 5 0 0 0 y ,el 15000 ¡B.P. aproxim ad am ente. Indica que en la fase terminal de la glaciación ds W isconsin h u b o varios breves periodos adicionales en que el puente de tierra sería pasable, entre ellos,' por ejem p lo , el período entre hace 1 3 .0 0 0 y lí-.OGO arios (véase asimismo Flint, 1957). írving (1 9 7 1 ) ha su­ gerido que el hom bre tam bién podría haberse desplazado por el hielo en épocas en que no se disponía del puente de tierra, .c incluso se ha aduci­ do que se podría haber cruzado el Mar de Bering en bote en m om entos en que no se podía cruzar por tierra ni por hielo. Si se aceptan estas-ulti­ mas posibilidades, ei hom bre podría haber cruzado casi en cualquier época. Pero a m í no m e parecen plausibles ninguna de las últim as posi­ bilidades. Ya he aducido que las poblaciones hum anas no m odifican sus ám bitos naturales con fines de exploración ni de aventura, sino que úni­ camente tienden a hacerlo cuando ello representa el único medio, o pol­ io m enos eí más fácil, de m antener el antiguo statu quo. N o m e entra en la cabeza un grupo de marineros que se em barca en un b o te con rum bo a i Nuevo M undo, n i'p u ed o im aginarm e un grupo de cazadores que si­ gue persiguiendo a un reno por el hielo. N i el hom bre ni los anim ales a los que perseguía se habrían aventurado en masa por e! Estrecho de B e ­ ring salvo que cruzaran por tierra en 'un m om ento en que la tierra no era más que u na extensión de su nicho ya existente o la m ejor aproxim ación posible del viejo nicho del qu e entonces disponían. Es muy im portante considerar que el m edio am biente de Bering que se ha reconstruido (Coivinaux, 1967; H opkins, 1967) habría sido básicam ente análogo al de 3a Siberia nordoriental, y que sustentaba abundantes anim ales de pasto. (D icho sea de paso, m erece la- pena señalar que si se observa en proyección polar y se introducen correcciones respecto al nivel del mar, el puente de tierra de B ering representa una extensión muy respetable ele las tierras siberianas, y no es ni m ucho m enos un cuello de b o te lla tan estrecho com o parece en las proyecciones cartográficas a que estamos más acostum brados). E3 m odelo más p ro bable de expansión por e! estrecho sería suponer cuse las poblaciones humanas cazadoras de Siberia intervenían en despla­ zam ientos aleatorios en persecución de la caza y que la com petencia de otras poblaciones ayudaba constantem ente a optar por decisiones y estra­ tegias de caza que tend ían a colonizar nuevos territorios por los que no había com petencia. A sí, los grupos cazadores podrían haberse expandi­ do gradualm ente por las tierras de B ering sin ningún concepto de una m odificación im portante de su estrategia de adaptación. N o se habrían desplazado hacia el este sino al ritm o al que la com petencia hacía qu e la colonización de nuevos territorios resultara atractiva. El Muevo H u n d e : Norceaméricí'! y M-esoar.nGrrt.Li 171 D icho sea de paso, no hay ningún m o t " e pe percibir esta ccloniza- - ción com o un acontecim iento aislado; m siquiera com o u na serie c e acón- tecimicntos discretos, aunque podrían haber ocurrido varios cruces sepa­ rados (Byers, 1959; Haynes, 1967; Willey, 1966). Si suponernos ia ex­ pansión gradual h ad a eí peste de poblaciones ci'l tura'roer-re h om ogéne­ as, entonces el m ecanism o de las corrientes de población (capiculo 2 ), junto con la disponibilidad de una frontera abierta en una región ecoló­ gicamente hom ogénea llevaría a una tendencia bastante constante a que los individuos y los grupos se desplazaran hacia el este en sus cacarías, dado que el este seguiría siendo donde había menos com petencia-y las perspectivas de caza eran más atractivas. C am pbell (1 9 6 3 ) ha sugerido que la m ejor oportunidad do cruce del estrecho podría haberse dado justo después del máximo final de W iscon- sin, hace*de 2 0 .0 0 0 a 18.000 años, porque en aquella época la ecología de Alasita brindaría un medio ambiente óptimo para los cazadores ya adaptados a las condiciones siberianas. La fecha de 20 0 0 0 B.P. o algo después también parece probable porque ésta es la única época en que hay pruebas considerables de ocupación humana del Asia nordor-. ental (véase el capitulo 4 ). Como ya se ha comentado en el capítulo anterior, hay posibles pruebas de poblaciones anteriores del pleistoceno superior en Siberia que podrían haber sido las antepasadas r.e los primeros in­ migrantes americanos, pero estas pruebas son ercasas y discuto? 5es. Aun­ que sean válidas, sin em bargo, no nos dan una visión de Siberia lo bas­ tante llena de cazadores como para estimular la expansión te r itorid ne­ cesaria para la colonización de las tierras de Beri ng. Aunque el medio ambiente de Alaska fuera en sí bastante atractivo para los cazadores siberianos, y por ende la expansión hacia el este ,t par­ tir de Siberia relativamente fácil de explicar, la expansión hacia el rur de las poblaciones hum anas a partir de Alasita plantea un problema algo mayor en cuanto a interpretación y reconstrucción arqueológicas. Bs po­ sible que las primeras poblaciones se desplazaran hacia el sur por la costa dei Pacífico de N orteam érica 0 en n in g $, varios escritos) o cruzaran ;d Ar­ tico y bajaran por la costa del Atlántico. Bryan (1 9 6 9 ) y Butzer (± 9 7 1 : 4 9 2 ) han planteado objeciones a las rutas costeras, señalando que en am ­ bos lacios del co n tin ente la línea de la costa se ve interrum pida por fior­ dos profundos o por rocas em pinadas donde los glaciares bajan directa­ m ente hacia el mar, lo que de hecho impide una migración constante. Otra objeción a este m odelo es que hay pocas pruebas de que ;e h u ­ bieran iniciado todavía las adaptaciones costeras en Asia ni en Norte­ américa. A u n q u e, com o se ha com entado en e' capítulo anterior, es p o ­ sible que parte de los datos haya quedado oscurecida por la subida de los niveles dei m ar, no hay pruebas de que las poblaciones ele! Asia o;.en tal de hace 15-000 años o más se hubieran adaptado ye a íá utilización de .mamíferos acuáticos, peces o mariscos, fuera en las costas o en las vías 172 La crisis alimentaria de la prehistoria fluviales del interior. Por lo tanto, es muy improbable que se hubiera adoptado una economía de litoral, aunque una existencia de ese tipo hubiera permitido el desplazamiento a lo largo de una plataforma coste- ra. La únioi ruta distinta posible para una expansión hacia el sur parece haber sido r lo largo del pasillo libre de hielos que existía entre ios már­ genes de la; planchas de hielo cordillerana y laurenciana donde éstas se unían justo al este de las Montañas Rocosas. Tai como lo reconstruye Prest (1969), el pasillo se extendería a lo largo del borde oriental del Yu- kon y el borde occidental de los Territorios del Noroeste, cortaría por el rincón nordeste de la Coiumbia Británica y se extendería hacia el sureste por Alberta, abriéndose bajo las planchas de hielo en las proximidades de Montana. Lo que es más importante, el pasillo brindaría a los prime­ ros llegados, a Norteamérica una extensión hacía el sur del medio am­ biente abieito y rico en caza al que estaban acostumbrados. Resulta fácil contemplar tanto la colonización inicial de esta vía como un desplaza­ miento más o menos constante a lo largo de ella por corrientes de po­ blación que llevarían a una comente rápida y bastante constante hacia el sur siempre que el pasillo estuviera abierto. ' >, , Sin em bargo, existe un considerable debate acerca del cuándo y du- yígA rante cu ánto tiem po estuvo abierto el pasillo. Haynes (1 9 6 4 ) aduce que el pasillo estuvo cerrado entre el 2 5000 y el 12000 B .P ., aproxim ada- ii m e n te, y conform e a esas fechas sugiere qu e la llegada del hom bre al Nuevo M un do es un acontecim iento m uy recien te, posterior a la apettu- && ra de este paso en ios últim os 1 2 .0 0 0 años. En un artículo más reciente CAI (1 9 6 9 ), en ;) cual reconoce la posibilidad de que determ inados ya- lA v1 cim ientos de las Am éricas sean anteriores a esa fecha, ha reconocido que la em igración inicial hacia el sut podría haber ocurrido antes del cierre, a hace entre 2 8 .0 0 0 y 2 5 -0 0 0 añ o s;.y tam bién parece adm itir la p o sib ili­ dad de qu e Ja apertura y eJ cierre de la barrera hayan sido más irregulares de lo que se suponía en un principio. Bryan (1 9 6 9 ) ha aducido que el pasillo estuvo cerrado entre el 2 5 0 0 0 B .P . y del 800 0 al 9 0 0 0 B .P . Com o evid entem ente su fecha de apertura del pasillo es posterior a la de una serie de yacim ientos arqueológicos de N orteam érica, aceptadas incluso por los arqueólogos más prudentes com o pru eba válida de ia presencia del h o m bre, aduce que el hom bre d ebe haberse desplazado hacia el sur antes del cierre del pasillo, hace p o r.lo m enos 2 5 -0 0 0 años. C om o el p u en te de tierra de B ering quedó inundado hace entre 2 5 .0 0 0 y 3 5 .0 0 0 años, Bryan aduce qu e en N orteam érica debe haber habido una p en etra­ ción hace por lo m enos 3 5 .0 0 0 años por hom bres que llevaban un u tilla­ je m usteriense previo ai p aleolítico superior. Pero otros geólogos y ar­ queólogos son algo más cautelosos cuando se ocupan de la apertura y el cierre del pasillo, y sigue siendo posible qu e éste estuviera abierto p e­ riódicam ente entre hace 2 5 .0 0 0 y 1 2 .0 0 0 años, o qu e se abriera antes de El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica ,173 lo que dicen Haynes y Bryan (véase, por ejemplo, Ackerman, comenta­ rios en Bryan, 1969; Prest, 1969; Butzer, 1971). Por desgracia, los yacimientos arqueológicos más antiguos fechados en el Nuevo Mundo no prestan mucha ayuda en ía resolución de este problema, pues existe una gran controversia entre los eruditos acerca de cuáles de las primeras fechas deben aceptarse. En primer lugar, no existe una serie fechada de yacimientos en Alaska ni en Siberia que goce de aceptación general como origen ancestral de las primeras poblaciones norteamericanas. Por eso nos vemos obligados a extrapolar hacia atrás a partir de los yacimientos conocidos más al sur, y por desgracia muchos de estos no acaban de interpretarse. En este capítulo no nos ocuparemos más que de la controversia en torno a algunos de los primeros yacimien­ tos norteamericanos. Los sudamericanos, pese a su evidente importancia teórica, plantean problemas propios y contribuyen poco a adarar ia controversia. De ellos tratará el capítulo siguiente. Gran parte de la controversia en torno a los primeros horizontes ame­ ricanos de útiles se refiere a ía interpretación de varias colecciones de herramientas líticas «apológicamente primitivas», que en general care­ cen de puntas de proyectil con lascas bifaciales, que se han hallado dis­ persas por Norteamérica (y Sudamérica). Muchos arqueólogos (sobre co­ do Krieger, 1964; Chard, 1959: y Bryan, 1969) interpretan esas colec­ ciones como indicadoras de la llegada de poblaciones asiáticas del paleolítico medio que cruzaron el Estrecho de Bering antes de la evolución en el paleolítico superior de la tecnología de las hojas finas y del lascado bifacial bien controlado. Krieger (1964) ha enumerado varias colecciones' que amontona juntas en una fase «previa a las puntas de proyectil» en la ocupación del Nuevo Mundo. Las mismas colecciones las clasifica Jen- nings (1974), con algo menos de entusiasmo, en el «Problema 'de Raedera-Cuchilla [Cbopper]». La mayor parte de las colecciones que enumeran se han hallado en la superficie o en contextos geológicos muy mal definidos en los que resul­ ta difícil obtener fechas fidedignas o establecer relaciones válidas de fauna o geología. A menudo es la propia tipología o el grado avanzado de desgaste o de pátina («barniz») de las herramientas lo que sugiere una gran antigüedad. La mayor parte de las colecciones carece también de desechos conexos o de tipos de herramientas funcíonalmcme diagnósti­ cos que puedan dar pistas acerca de sus economías. Sin embargo, hay al­ gunos yacimientos atribuidos a la fase anterior a las puntas de proyectil que, pese a seguir siendo problemáticos, sí brindan pruebas que son más susceptibles de un análisis crítico. Hay varios lugares en los que se han encontrado hogares o útiles líeteos (con la notable excepción de puntas bifaciales de proyectiles) en una supuesta relación con fauna extinta del pleistoceno o con características geológicas del pleistoceho, o en que se ,- A La crisis alimcnraria de la prehistoria han atribuido a estos artefactos edades'de radiocarbono de entre 15.000 y 4 0 .0 0 0 años. Por e je m p lo , e;n Lew isville, Texas, se han encontrado huesos de d i­ versos anim ales, entre ellos bison te, pécari, tortuga, tortuga gig an te, gliptodointe, cab allo , cam ello y m am u t en re la ció n co n hogares y en rela­ ción aparente con u na p u n ta dé Clovis, esta última p ro b ab lem en te acci­ denta!. Las fechas de radiocarbono de toda la colección pasan de -los 3S.G0Q años (Crack y Harris, 1 9 5 7 ; K rieger, 1957). En i?. Cueva de Friescnhahn , tam b ién en T exas, se ha encontrad o fauna fósil, que com prende más de 30 géneros actu alm en te extinguidos y qu e se cree representan ia glaciación de W isconsin en relación con varios artefactos de pedernal y de hueso cortado (K en n erly , 1956; Evans, 1 9 6 1 ). En T u le Spn n gs, N evada, se han o b ten id o lecturas de radiocarbono superiores a ios 23.GOO años en artefactos de piedra y en un hogar relacionados con huesos partidos y qu em ad os de b ison te, cab allo , m am u t, cam ello y pere­ zoso (H afrin g ton y Sim p son, 1 9 6 1 ). En A m erican Falls, en Id ah o , se han fechado los huesos de grandes bisontes, ap aren tem en te perforados y cor­ tados, entre 3 0 .0 0 0 y 4 0 .0 0 0 años (H opkins y B u tle r, 1961). En la costa de C alifornia, en 3a Isla de San ta Rosa, se han hallado varios hogares y huesos de m am u t con fechas de radiocarbono que van de 1 0 ,0 0 0 a 2 9 .0 0 0 años (O rr, 1956, Í9 6 0 , 1962). En el yacim iento de Scripps C am ­ pus de Lajolla, C alifo rn ia, se han fechad o fragm entos de hueso cham us­ cado y de concha del 2 1 5 0 0 B.P. (C árter, 1957). En Tequixquíac, M éxi­ co, se. ha hallado fau n a vertebrada del pleistoccno en relación con raede­ ras de piedra, fragm entos rotos y agudizados de huesos largos y un hueso qu e tiene tallas hechas por el hom bre (de Terra y otros, 1949; M ald on ad o-K oerd ell y Aveleyra, 1 9 4 9 ; Aveleyra, 1950). En V alsequillo, en M éxico, se dan artefactos con huesos cíe fauna extin g u id a'con fechas de radiocarbono q u e superan los 20,0.00 años. La fauna com prend e ca­ b allo , cam ello, m astod o n te, an tílop e, m am u t, dos tipos de lobo, sirnlo- don, tapir y g lip to d o n te (írw in -W illiam s, 1 963, 1 9 6 7 , 1969). Por ú lti­ m o , en Tlapacoya, en tre M éxico D .F . y el estado de P u eb la, aparecen huesos de m am íferos del pleistoceno cerca de un hogar datado hace 2 4 .0 0 0 años (M iram beli, 1967). A Dandi des 1 5 0 0 0 B .P ., aproxim ad am ente ios restos de la ocupación h um ana en N orteam érica em piezan a dar pruebas de finas técnicas de lascas bifacialcs y de puntas de proyectil de pied ra. La Cueva de \SFtlson B u tte , Id ah o , ha aportado huesos de cam ellos y otros m am íferos ex tin ­ guidos ju n to con una p equ eñ a bifaz foliácea, una hoja', y un b u ril, co­ lección fechada con el carbono 14 entre el 14000 y el 15000 B .P . (G ru h n , 1 9 ó l, 19tí5). En Fort Rock Cave, O reg ón, se han fech ad o con radiocarbono puntas de proyectil lanceoladas de antes del 13200 B .P . {Cressm an y Bed w ell, 1968, citados en Bryan, 1969; C fessm an, citado en Haynes, 1969). En el refztgio de M arines, en el este del estado de Ei Nuevo ■>: Noítcirrnérica y Mesoaméric?. 175 W a sh in g to n , se han encontrad o huesos humanos y puntas ele proyectil qu e se han datado entre el 10800 y el 13000 B .P . Pero todas estas colecciones norteam ericanas m ás antiguas están so ­ m etidas a algu na controversia. En g eneral, cu anto m ayor ser la a n ti­ güedad que se reivindica, más generalizada es la crítica. En algunos ca ­ sos se ha puesto en tela de ju icio la m anu factu ra hum ana de los «útiles lí­ ricos» más antigu os. E n otros, se ha considerado que la relación entre los útiles y la fauna extinguida no era co nvincente, o se ha demostrado que ios m-Stodos de fechar eran erróneos. En otro:- casos, so ha. descubierto q u e ios útiles «estilíst.V.amente antiguos» eran muestras parciales de co ­ lecciones más recientes, o form as inacabadas ele artefactos más moder­ nos (véase Ascher y Ascher, 1965; L orenzo, 1967; Sharrock, 1066; Irvcin, 1 9 7 1 ; H eizer, 1964; Shutlei, 1 968; Fcrguson y ü b by, 1 964; Hr.yn.es, 1 9 6 9 ; Wormington, 1 9 71; M artin y Plog, 1 9 7 3 ). En resum en, la mayor parte de las colecciones previas a las pu ntas de proyectil no goza n de gran estim a. In clu so Je n n in g s (1 9 7 4 ), que antes era un creyente conven­ cido en la existencia del hom bre anterior a la p u n ta de proyectil, recono­ ce que la mayor parte de las pruebas aducidas hasta ahora son erróneas, y reconoce que se va haciendo más escéptico a, medida que pasan años sin qu e aparezcan p ru ebas firmes de una. ocupación h um ana ten; prana de N orteam érica. La prueba más g eneralm ente aceptada de la existencia del hom bre en N orteam érica antes del 15000 B .P . ap roxim ad am en te parecen ser las colecciones del Vasequillo y Tlapacoya en México. W iilcy (1 9 6 6 , 1 9 7 1 ) las acepta com o pru eba de la oresencia deJ h om bre a n tig u o , y otros co ­ m o B u tzcr (1 9 7 1 ) y Ka.yocs (1 9 6 9 ), pese a set más escépticos acerca de a l­ gunos aspectos de los yacim ientos y sus fech as, considerar, que son las qu e más d erecho tien en ai reconocimiento. Perece qu e lugares más re­ cien tes, com o e ly a c im ie n to de W ilso n B u tte , el refu gie de Marir.es y la Cueva de Fort Rock gozan de una aceptación más genere (izada (Haynes, 1 9 6 9 ; Bryan, 1 9 7 5 ; Lynch, 1976), au nqu e Haynes plantea algunas cues­ tiones acerca de la fecha del y acim iento de W iison B u tte . P aree: que al­ gunas autoridades (Graham y H eizer, 1 9 6 8 ; M á rtir, 1 9 7 3 ) dudan de que n in g u na de esas fechas tem pranas sea acep table. O sea, q u e existe u na consid erable controversia en to m o a la existen ­ cia o el ám b ito de la actividad hu m ana en N orteam érica antes del 12000 B .P , aproximadamente . Esta controversia tien e algu na importancia, y n o solo porqu e afecta ai m arco cronológico en el qu e se d ebe medir la evolución de los sistem as económicos, sino tam bién porqu e tiene consi­ d erable in flu en cia en la interp retación de la h istoria y la. cáttHburión cíe agrupaciones arqueológicas ulteriores bien establecidas. P or desgracia, hasta, ahora la cu estión esta por resolver. M i propia, inclinación, cc .n o he sugerido antes, es a suponer u na fecha relativrmente tardía (después del 2 0 0 0 0 B .P .) para 1.a llagada de. i ser h u m ano ü H uevo M uc:.,::, '.r.ir 176 La crisis alimentaria de la prehistoria parto, de Is hipótesis de que la presión demográfica desempeñó una fun­ ción importante en ia expansión del hombre y porque no advierto nin­ guna prueba de que en Síberia se hubiera acumulado una población considerable antes del 20000 B .P . También me siento inclinado, a-acep­ tar la llegada relativamente tardía del hombre a Norteamérica por otro motivo. Como señala Martin (1973), incluso conforme a las afirmaciones más ambiciosas, los restos humanos culturales anteriores al 12000 B.P. en Norteamérica son notablemente escasos en comparación con el volu­ men de desechos que dejaban tras de sí las poblaciones eurasráticas con­ temporáneas. Si se aceptan los datos prima facie, parecen sugerir una población bastante extendida, pero muy reducida. Este registro disperso no se corresponde con el grado de éxito de que gozaban las poblaciones contemporáneas en medios ambientes parecidos, ni con los modelos co­ nocidos de expansión demográfica. Como concluye Martin, si el hom­ bre se hubiera hallado en efecto en el Nuevo Mundo hace- 30,000 ó 40.000 años, sus restos serían mucho más numerosos de lo que son. Pero aparte de la cuestión de la antigüedad per se, existe otro motivo para cometítar estos horizontes pre-puntas de proyectil que-se sospechan en el Nuevo Mundo, y es el de llamar la atención sobre las pautas ecoló­ gicas y económicas de que dan pruebas estos grupos. Es de reconocer que los datos son escasos y las conclusiones provisionales. Pero debe destacar­ se que si bien se puede clasificar a muchos de estos grupos iniciales como culturas «previas a la punta de proyectil», no se les debe considerar en^ absoluto como grupos precazadores o no cazadores, como tampoco lo ' eran los grupos previos a la punta de proyectil en el Viejo Mundo. Para empezar, existen sólidos motivos teóricos para suponer que los primeros americanos, cualquiera fuese su antigüedad real, habrían atribuido mucha importancia a la caza. Descendían de poblaciones asiáticas que ya estaban adaptadas a una economía con un foco-relativamente estricto en la caza; además, habían pasado por un medio ambiente de tundra ártica que, en todo caso, habría reforzado su dependencia respecto de la caza (Chard, 1974; 43; Jelinek, 1967). Chard, que cree en la llegada tempra­ na del hombre al Nuevo Mundo, ha sugerido que el medio ambiente si­ beriano habría constituido un filtro cultural eficaz, al favorecer a los gru­ pos adaptados a la caza de grandes animales. Además, como ya he suge­ rido antes, parece que la emigración desde Siberia ocurrió antes de la adopción de 1a pesca (único medio adicional importante de superviven­ cia ártica) en la propia Siberia. Por lo tanto, los primeros llegados deben haber estado acostumbrados a una economía de caza, y es de suponer que habrían mantenido la importancia de ésta en su nueva patria hasta que se vieran obligados a cambiar. También los datos económicos directos procedentes de estos prime­ ros yacimientos apoyan la hipótesis de .que estas primeras poblaciones eran ante todo cazadoras. Como señala Jennings (1974: 81), la mayor Él Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 177 . parre de. los datos sobre el hombre anterior a la punta de proyectil pare­ cen representar a cazadores de animales grandes. Cuando se comunican desechos económicos, los primeros «yacimientos» contienen sobre todo, o guardan relación con, fauna de grandes mamíferos. Hay pequeños mamíferos y una pequeña fauna no mamífera (comprendidos algunos mariscos), pero las grandes formas son las predominantes. Hay pocas pruebas de una explotación importante de los vertebrados más pequeños o de la.fauna invertebrada, y no hay datos de una explotación importan­ te de recursos acuáticos. Tampoco hay pruebas de la presencia de útiles claramente definidos para la preparación de vegetales de los tipos {manos* y muelas, morteros y trituradores) que se van haciendo cada vez más generalizados a partir del 10000 B .P . Por eso existe alguna justifica­ ción para pensar que esas primeras poblaciones (en la medida en que sean válidas algunas de las primeras colecciones o todas ellas) reflejan una utilización relativamente mayor de la caza de lo que evidencian los yaci­ mientos postpieistocénicos más tardíos. A partir del 12000 B .P ., las pruebas de ocupación humana en Norte­ américa son inequívocas, aunque como ya veremos las controversias en torno a su interpretación no son menos importantes. I.os primeros datos .arqueológicos en Norteamérica que parecen aceptar"básicamente todos los prehistoriadores deTNÜevo Mundo son ios del hotizonre de Clovis, que está generalizado en N orteam éncaapartir del duodécimo milenio B.P. Se caracteriza por grandes puntas de'proyectil con lascas bifaciales y lanceloadas, acanaladas. Generalmente, las puntas se hallan dispersas en la superficie y se ha comunicado su presencia en muchas partes y en grandes números en ios Estados Unidos continentales. Está bien estable­ cida la distribución de estas puntas o de afiliados culturales muy cerca­ nos en el sudoeste y en el este de los Estados Unidos y en las llanuras. Hay un debate (Meighan y Haynes, 1970; Warren y Ranere, 1968; Willey, 1966; Tuohy, 1968; Krieger, 1964; Jennír.igs, 1964) acerca de si las poblaciones Clovis penetraron en la región al oeste de las Montañas Rocosas, y especialmente en el lejano oeste, o hasta qué medida lo hi­ cieron. Esporádicamente se comunican puntas de Clovis en el oeste: Campbell (1949) comunica su presencia en Nevada; Wormington (1957) en el Lago Mojave en el sur de California; y Meighan (1959) en el Lago Bórax, en el norte de California, Pero esas comunicaciones resultan sorprendentemente aisladas, y en todo caso algunas de las identifica­ ciones son discutibles. Las fechas de los yacimientos Clovis en las regiones de las llanuras y en el sudoeste exhiben una notable uniformidad. En Atizona se han fechado puntas de Clovis en el yacimiento Lehner del 11500 B .P . (Haury y otros, 19'59); del 11200 B .P . en el yacimiento dé Murray Springs (Hay- En CtodeJIíinn f*n t*\ / xt 1 * m La criris rKmentaria de la prehistoria nes y Hemmings, 1968), y de! 1X200 B.P. en el yacimiento de la Escápu­ la (H em jninis y Haynes, 1969). En Blackwater Draw, el yacimiento de tipo Clovís de Nuevo México, se han fechado puntas del 11200 B .P ., y en el yacimiento de D ent, en Colorado, se ha obtenido una dotación pa­ recida de material Clovís (Agogino y Rovner, 1964), Una posible punta Clovís (pero sometida a identificación estilística variable) en la base de la Cueva Ventana de Atizona se ha -fechado en el 11300 B.P. (Haüry, 1950). Bn ci matadero de mamuts de Union Pacific ele Wyoming tam­ bién se ha obtenido una fecha del 11300 B .P ., matadero de mamuts que se supone relacionado con el horizonte de Clovís, aunque en es­ te caso no se hallaron puntas de diagnóstico Clovis (Irtvin y otros, Í962). A juicio de quienes rechazan la validez de las colecciones arqueológi­ cas anteriores (cf. Haynes, diversas publicaciones; Martín, 1973), las co­ lecciones Clovis representan la expansión inicial rápida de una población cazadora antigua que salió del pasillo libre de hielos a las Grandes Lla­ nuras americanas justo antes del 12000 B .P , y a partir de allí se expandió por todo el resto de Norteamérica en un período de unos siglos. Otros, como Bryan (1969), creen que la tradición de la punta .acanalada repre­ senta el desarrollo americano autóctono de las técnicas de finas lascas bi­ fe-ríales a partir de la tradición preexistente de cuchilla [ch op p er] raede­ ra. La primacía de la zona de las llanuras occidentales como epicentro de la distribución de Clovis parece gozar de bastante aceptación (Willey, 1966; Bitting, 1968, 1970; Spencer y Jennings, 1965; Jennings, 1974; Haynes, diversas ¡publicaciones; Irwin-Williams, manuscrito; Butzer, 1971). Se supone que a partir de las llanuras la cultura se extendió hacia el sur (¿y hacía el oeste?) en un período en que unas condiciones de ma­ yor humedad crearon uña extensión del medio ambiente de las llanuras (Irv/in-Williams, manuscrito; Mehringcr, 1967; Martin'y P!og, 1973) y hada el este hacia las regiones forestadas del este del Mississippi, en una época en que gran parte del nordeste seguía constituyendo un medio ambiente relativamente abierto junto a los márgenes del hielo en retira­ da (Fitzhugh, 1972; Funk y otros, 1970; Fittíng, 1968, 1970; Borns, 1371). Parece, efectivamente, que la ubicación de! pasillo libre de hielos desde Alasita hacia el sur exige que la tradición de Clovís tenga su origen en las llanuras del norte, si se supone que esta tradición se deriva de for­ ma más o menos directa del Viejo Mundo. Naturalmente, si la punta Clovis es una innovación del Nuevo Mundo con respecto a tradiciones mas antiguas del Viejo, no hace falta suponer la prioridad de las llanu­ ras. Las primeras fechas conocidas-con carbono de los yacimientos occi­ dentales Clovis (supra) anteceden en por lo menos un milenio a las pri­ meras fechas de puntas acanaladas (o a otro material cultural bien es­ tablecido) en el este. Allí las fechas más antiguas se dan en el yacimiento ' EÉ Nuevo Mur?do; Nortearr:crica y Mísoaméricíí ' 79 de Bul! Bíook en Massachusetíí! ÍByets, 1954),, hsicí?. c:l 9^7^ 3 .F ., y -r’~ el yacimiento de De kart,. de N uctí. Escocia (McDonald, 1963), dada el 106C0 B .A Feto la mayor parte de ios materiales Clovis en el este són hallazgos de superficie infechables, y existe alguna controversia en torno a si los materiales de Debert o de Buil Bíook son tipológicamente equivalentes ai verdecí ero O ovis, y si alguno de ellos representa 3a pri­ mera penetración de cazadores cotí puntas con pedúnculo en el este. Se ha aducido (R. J . Masón, 1962; Byers, 1959; W itíhoít, 1954; Oriffen, 1967) que la densidad de los hallazgos de superficie y la diversidad estilística de las grandes puntas acanaladas halladas en el este apoyan la teoría de un origen del horizonte de Clovis en el este, pero no parece que esta postura goce de gran aceptación. Como el horizonte Clovis representa la más amplia tradición cultural bien establecida de Norteamérica, o por lo menos una de lar raras anti­ guas, la interpretación ele las pautas económicas relacionad' •con este grupo tiene considerable importancia para la comprensión de tu: nautas de la evolución económica en el continente. Ai igual que las poblaciones achelenses del Viejo Mundo, al pueblo de Clovis —así como a las pobla­ ciones más diversificados y más numerosas representados por in­ dustrias de Folsom y de Piano que aparecen en las llanuras inorum ¿enca­ nas entre el 11000 y el S000 B .P .— se le ha caracterizado trac'P.;.eaal- metitc como' de cazadores ele animales grandes. Pero, ai igual ene ocurre con los achelenses, varios estudios recientes (Flanncy, 1966, 1957; Wilmsen, 1968, 1970; Fitting, 1968, 1970) han arrojado algunas dudas • sobre la aplicabilidad de esa descripción. Desde luego, hay abundantes indicios de que la caza mayor, sobre todo el mamut y ,el bisonte, formaba parte considerable de la cor o mía del grupo de Clovis y ríe sus derivados en las llanuras, aunque al irte acu­ mulando los datos se va difuminando cada vez más la ecuación sencilla y anticuada de Clovis igual a casa de mamut y Folsom igual a caza - bi­ sonte (Martin y Plog, 1973). En el yacimiento de Lehner, en Atizona (Haury y otros, 1959), hay puntas Clovis relacionadas con huesos de mamut, caballo, bisonte y ta­ pir; en el yacimiento de Naco, en Atizona (Haury y otros, 195?). las hay en relación con mamut y bisonte, y en Murray Springs (Haynes y Hom- mings, 1968) con mamut, bisonte, caballo, camello y lobo. En Eiackwn- ter Draw (Sellarás, 1952; Hester, 1972), hay artefactos Cievis relaciona­ dos con mamut, camello, caballo y bisonte, y en el yacimiento de D mí se los encuentra junto con mamut. Análogamente, As yacimief:tos de Folsom y de Plano suelen rendir una diversidad de fauna de gran tamaño. En el yacimiento de Lindenmeier (Roberts, diversas publicación.es), rio hacia el 10800 B .P ., hay artefactos de Folsom relacionados con bisonte, camello, ciervo, mamut, antílope y alguna fauna menor, como zorro y lobo. En J*I; .-kworer Drsw se encuentran puntas Folsom 7 Midland ivnro 184 La crisis alimentaria de la prehistoria poblaciones iniciales se concentraban bastante en la grarr fauna como fuente de alimentos. Y , en la medida en que estos grupos paleoindios representan los primeros ocupantes de la mayor parte de Norteamérica, estamos justificados al considerar la caza como ocupación primaria de los primeros habitantes del continente. La relación entre los cazadores paleoindios y otras tradiciones culturales en Norteamérica Por desgracia, no está del todo claro en qué medida los cazadores pa­ leoindios representan una ocupación inicial de la que se derivan otras tradiciones locales, ni en qué medida los cazadores de las llanuras eran simplemente una variante local entre diversas entidades culturales sepa­ radas de igual antigüedad. Mi impresión, basada en los datos dispo­ nibles, es que efectivamente, por lo menos en su primera manifestación (Clovis), la tradición cazadora paleoindia antecede básicamente a todas las demás tradiciones regionales bien definidas de Norteamérica. Ac­ tualmente, la única excepción parece ser el complejo de artefactos repre­ sentado por Wilson Butte y algunos otros yacimientos del noroeste, que también se consideran como representantes de grupos concentrados sobre todo en la caza (véase infra). Parece que el horizonte Clovis repre­ senta un grupo de cazadores generalizados y uniformes que se exten­ dieron por la mayor parte de la Norteamérica definida entonces por el hielo en retirada. Después, las diversas economías regionales especializa­ das se fueror. desarrollando a partir de esta base, contemporánea con el final de las f;.ses Folsom y Plano en las llanuras. En las zonás a las que no fueron los cazadores de Clovis, como algunas partes del lejano oeste, pa­ rece que los yacimientos más antiguos siguen representando una expan­ sión post Clovis de la ocupación humana. Hay cuatro premisas básicas para esta conclusión: la primera es que las puntas Clovis y formas acana­ ladas muy próximas aparecen con mucha frecuencia en Norteamérica; la segunda es que esas formas, cuando están fechadas, tienen casi siempre las fechas regionales más antiguas disponibles; la terrera es que, cuando están estratificados, los artefactos Clovis parecen representar de modo bastante uniforme el comienzo de la secuencia local; la cuarta es que en las zonas en que faltan artefactos Clovis, casi siempre se da una ausencia general de colecciones arqueológicas que se puedan fechar fiablemente en el mismo período (aunque se ha calculado que varias colecciones re­ gionales tienen la misma antigüedad). Salvo en la zona de la costa noro­ este del Pacífico, prácticamente no existen colecciones•arqueológicas bien fechadas sin puntas acanaladas que puedan igualar fa datación de 11.000 a 12.000 años de las puntas Clovis, e incluso son rarísimas las co­ lecciones que puedan igualar la antigüedad de 10.000 a 10.800 años de los yacimientos Folsom. El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 185 Pero debe reconocerse que ni la serie de fechas comparadas dispo­ nible ni el número de secuencias estratificadas que se conocen basta para establecer de forma concluyente la prioridad cronológica de los cazado­ res paleoindios, y deben tenerse en cuenta varias posibles interpreta­ ciones distintas de la secuencia cultural. Es posible que algunas de las otras tradiciones culturales hayan evolucionado de forma independien­ te, se hayan derivado de grupos preexistentes de cuchillas [choppers]-\zs- cas y resulten tener una antigüedad igual a la de los paleoindios, y tam­ bién es posible que algunas de esas tradiciones se deriven de migraciones antiguas separadas desde el Viejo Mundo. Por ejemplo, se ha_argumen­ tado que la tradición arcaica del este, con su espectro de explotación're­ colectora más amplio puede ser una evolución paralela independiente de .la dispersión de los paleoindios (Witthoft, 1956; Fowler, 1959; Byers, 1959). Sin embargo, la mayor parte de los arqueólogos del este parecen aceptar la derivación de la tradición arcaica en el este a partir de los caza­ dores paleoindios del tipo Clovis u otros estrechamente relacionados con ellos (Fitting, 1968, 1970; Fitzhugh, 1972; Griffen, 1964, 1967; Willey, 1966; Ritchchie, 1969; Jennings, 1974). Esta interpretación se ve apoya­ da por la superposición estratigráfica de secuencias arcaicas sobre estratos paleoindios en una serie de localidades: en Bull Brook, Massachusetts (Byers, en Fowler, 1959); -en Flint Creek, Alabama (Cambrón y Waters, 1959); quizá también en el yacimiento de Quad, Alabama (Cambrón y Hulse, 1960), y en Silver Springs, en la Florida (Neill, 1958). En otros puntos, como el refugio de Modoc Rock, Illinois (Fowler, 1959), donde- aparecen puntas de proyectil de tipo de las llanuras en medio de una se­ cuencia arcaica, es bastante evidente que se trata de estilos tardíos de las llanuras. Incluso cuando no hay secuencias estratificadas adicionales, debe se­ ñalarse que las fechas de ios yacimientos arcaicos del este nunca llegan á la antigüedad del horizonte Clovis. Se puede asignar una antigüedad considerable a puntas arcaicas estilísticamente distintivas en algunos puntos como el yacimiento de St. Albans de Virginia Occidental y en el yacimiento de Doershuck de Carolina del Norte (Coe, 1964; Broyles, 1966, 1971), y en el refugio de Modock Rock aparecen en fechas del 8000 al 10000 B.P. Pero estas fechas no rivalizan con las del horizonte Clovis y, como se comenta más adelante, en todo caso esos niveles «ar­ caicos» tan antiguos carecen de las especializaciones económicas que ca­ racterizan más tarde el arcaico del este. Tanto las muelas como las gran­ des acumulaciones de pescado y marisco aparecen en fechas más tardías. Análogamente, Willey (1966) y Krieger (1964) han aducido que la tradición cordillerana antigua del oeste de los Estados Unidos (Butler, 1961), definida por puntas de proyectil, piedras para bolas*, buriles, • En castellano en el original. (N. del T.). 186 La cris;: alimentaria de la prehistoria cuchillas fchoppen} y tocia una diversidad ¿ c otros elementos estilísticos distintos de los de los cazadores de las llanuras puede representar un. de­ sarrollo evolutivo separado y paralelo al de los grupos paleoindios. Sin embargo, las fechas son discutibles, y otras autoridades como Jennings (1974), Butler (1969) y Bowman y Munseil (19ó9)’contemplan la tradi­ ción cordillerana antigua como tradición relativamente tardía en el noro­ este, contemporánea en sus inicios con los grupos Plano de las llanuras. Pero se trata más que nada de una cuestión de definición. Si se incluyen en la tradición algunos de los primeros yacimientos de la meseta del no­ roeste, entonces queda establecida su antigüedad, pero hay especialistas en la región, como Browraan y Muosell, que tienden a definir la tradi­ ción de modo más estricto. Lo que es más importante, la gran Importan­ cia dada a la pesca, que Willey consideraba como una de las características económicas importantes del grupo, no aparece hasta el 7700 B .P ., aproximadamente, e incluso entonces hay pruebas muy esca­ sas e infrecuentes de una pesca extensiva. Como se comentará'más ade­ lante, aunque los primeros yacimientos del noroeste son diferentes en lo estilístico de la tradición paícoindia, sin embargo no son muy diferentes en el sentido económico. El argumento más problemático es d que se refiere al origen ele la(s) Culturáis) ciel Desierto de la Gran Cuenca y del sudoeste y el oeste de los Estados Unidos. Jennings (varias publicaciones) y Spencer y Jennings (1965) siguen las huellas de esta tradición cultural directamente hasta las tradiciones de cuchillas [cboppérs]-\%sczs, y consideran que su evolución es prácticamente contemporánea con el desarrollo de los cazadores paleoin­ dios. Como la Cultura del Desierto, a! igual que la arcaica del este, implica una economía que se basa en gran medida en la molienda de se­ millas pequeñas, la aceptación de esta teoría afectaría radicalmente a la interpretación de ía evolución económica del Nuevo Mundo. Sin embar­ go, varios arqueólogos (Willey, 1966 ; Krieger, 1964; Ssvsnson, 1966 ; Martin y Plog, 1973; Keiiey, 1959; McGiegor, 1965; Haynes, varias publicaciones) propugnan la clara prioridad temporal de Jos grupos ca­ zadores, y hay varios datos que apoyan este razonamiento. En primer lu­ gar, las piezas líricas con muescas interpretadas como artefactos paleoin­ dios {o cordilleranos antiguos) se hallan situadas debajo de otros niveles que en otros sentidos son claramente niveles de ia Cultura del Desierto o dei «arcaico del oeste» en varias situaciones relativamente bien definidas: la Cueva Ventana (Haury, 1950); Danger Cave (Jennings, 1957; ICriegeí, 1964); Bumet Cave, Nuevo México (Howard, 1935); la Cueva Manzano (Hihbcn, 19-41), el yacimiento Lindenmeier (Roberts, 1940); el refugio Leonhard (Heizer, 1951); Promontory Cave II (Síeward, 1937) y la Cueva de Fort Rock (Hcstcr, 1973; pero véase Fagan, 1975). Además, incluso sin esas apariciones tan estratificadas, las fechas con carbono 14 disponibles acerca de las dos tradiciones'indican ia prioridad cronológica- H! Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoarncrica :i37 en algo más de un milenio de los cazadores paleoindlos sobre cualquier Cultura dei Desierto completa. Incluso Spsncer y jm n iím - •'1* •'' pare­ cen reconocer que todavía no se dispone de fechas tempranas corvinccn- tcs sobre la Cultura del Desierto. En comparación con !®s fechas Clovis superiores a los 11.000 años, ios niveles inferiores de Danget Cave que contienen piedras de moler están fechados hacia el 9700 B.P, (Jennings, 1957). Los niveles de la Cueva de Fort Rock, en el este de Oregón, que contienen lo que quizá sea una manifestación de la Cultura dei Desier­ to, comprendidas varias manos y un posible m etate”, datan de aproxi­ madamente el mismo período. En el sudoeste, el yacimiento de Doble Adobe, yacimiento tipo de la fase más .antigua (Suíphur Springs) de la cultura Cochise (en la que abundan las muelas) está fechado entre el •9300 ? .P . aproximadamente y el 8200 B.P. (Sardes y Anteas, 1941; Irwin-WiUiams, manuscrito; Haury, 1960). Análogamente, la cintura de San Dieguito, otra manifestación de la del «Desierto» en el sudotste, tiene su primera fecha firme en el yacimiento de C. W . Han¿; Ir. ‘Cali­ fornia, donde está fechada entre el 8500 y el 9000 B.P. .Además, en esta fase todavía no están presentes las muelas (Rogéis, 1958; Warren y Truc, 1961; Warren, 1967; Imiri-Williams, manuscrito). Naturalmente, estas fechas no demuestran tíise la tradición del D e­ sierto, la cordillerana antigua o la arcaica dei esta no existieran antes co­ mo culturas separadas paralelas a la expansión de los cazadores Clovis. La cuestión queda sin decidir, debido en gran parte a la confusión acerca de la clasificación cultural de determinados yacimientos y útiles. Por ejemplo, existe considerable desacuerdo acerca cíe qué tradición cultural está representada por ios niveles mas bajos de D í nger Cave y de la Cueva Ventana, y es posible interpretar estos primeros niveles como anteceden­ tes estilísticos de estratos más tardíos de la Cultura del Desierto. Pero lo importante es que, si bien se pueden seguir las huellas de traoicioues incluso tan locales como la tradición arcaica del este o la dei Eesicrto estilísticamente hasta una fecha temprana, está bastante claro q ue nin­ guna ele ellas existió 'orno entidad económica b'.sn desarrollada o gene­ ralizada en la época de los cazadores Clovis. Ni la cultura arcaica de., este ni la dei Desierto habían desarrollado todavía las especiaÜzsc iones eco­ nómicas que las caracterizaron más tarde. Quizá convenga pasar por alto de momentc todas las designet.o-nes culturales y sencillamente contemplar la evolución de h i fundón :s de ios útiles y las frecuencias de los útiles. Aunque es preciso tener algo en cuenta las diferentes interpretaciones de la historia cultural de N orte­ américa, no debe permitirse que la;; discusiones acerca de ios grupo? cul­ turales estilísticos y sus derivaciones mutuas oscurezcan eí tema central de la evolución económica. Si hacemos caso omiso de -as controversias * I"i1 CRS í '£-S:A;7Q e n c't 188 La crisis alimentaria de la prehistoria acerca de ios horizontes estilísticos y las tipologías se puede demostrar una pauta de evolución económica que presta apoyo a la teoría de­ sarrollada en este libro. No deberíamos concentrarnos en si los mate­ riales paleomdios o los de la tradición cordillerana antigua son los que se hallan debajo de la tradición del Desierto en Danga Cave; lo importante es que hay estratos con muelas por encima de estratos sin ellas. Análoga­ mente, en el refugio de Modoc Rock, en Illinois, la identificación estilística de puntas de proyectil en los estratos más bajos que datan del 10000 B.P. aproximadamente tiene menos importancia que ei hecho de que no haya muelas más que en los estratos superiores posteriores al 8000 B.P. En la Cueva Ventana hay muchas controversias en torno a las afiliaciones estilísticas de los diversos estratos, pero lo importante es que Haury (1950) advierte una tendencia irregular que va de un predominio de los alimentos animales en la dieta (60% ) en los niveles inferiores a un predominio de los alimentos vegetales en los niveles superiores (70% ). A mayor escala, es importante advertir que cualquiera sea la antigüedad relativa de los paleoindios, de la tradición del Desierto y de la arcaica del este, existe una tendencia muy clara a que tanto la cultura arcaica como la del Desierto se expansionen geográficamente a expensas de culturas del tipo cazador, y a que aumenten y se intensifiquen las pruebas direc­ tas de una explotación de espectro amplio (cf. Irwin-Williams, m a­ nuscrito; Fining, 1970). Análogamente, y para nuestros fines, las rela­ ciones culturales entre la tradición paleoindia y la cordillerana antigua tienen menos importancia que el hecho de que no haya yacimientos es­ pecializados en la pesca hasta bastante tarde, ni siquiera en él noroeste, y que la pesca parezca ir adquiriendo cada vez más importancia con el transcurso del tiempo. En resumen, todos los yacimientos arqueológicos de Norteamérica que de hecho son fechables hasta el undécimo y el duodécimo milenios B.P, o antes, o que son atribuibles a este período de tiempo por buenos motivos estilísticos, representan a grupos cazadores; prácticamente todos ellos guardan relación con la tradición de la punta acanalada, aunque al­ gunos, como Wilson Butte y el refugio de Marmes quizá pueden ser an­ tepasados estilísticamente de una tradición diferente del tipo de la cor­ dillerana an :igua. En estos yacimientos sólo se hallan piezas infrecuen­ tes, y a menudo discutibles, de equipo de moler; casi nunca se en­ cuentran restos de plantas, y escasean el pescado, el marisco y el equipo de pesca o no existen en absoluto. Así, queda una visión clara de una concentración relativamente grande en la carne como fuente de alimen­ tación. Los yacimientos con muchas piedras de moler, que sugieren una con­ centración considerable en ios alimentos vegetales, no aparecen hasta el décimo milenio B .P ., y en esta época esos yacimientos son bastante raros y se cincn a una parce limitada de las regiones desérticas del oeste de los EJ, Nycvo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 189 Estados Unidos. Los yacimientos del tipo del Desierto no se generalizan hasta el período posterior ai 9000 B .P ., mientras que ios yacimientos del tipo de cazadores paleoindios cada vez se limitan más a las llanuras. También es en esta época cuando el equipo de moler destinado a prepa­ rar las plantas empieza a adquirir dimensiones considerables en las pro­ pias llanuras. Hasta después del 9000 B.P. o más tarde no empiezan las tendencias a la explotación de espectro amplio que caracterizaron al ar­ caico del este a perturbar los focos cazadores más especializados dé los grupos paleoindios o arcaicos iniciales del este. También en esta época es cuando las culturas del tipo del Desierto empiezan a extenderse hacia . California y se inician en el lejano oeste y en el noroeste las tendencias hacia la explotación acuática. Los motivos de esta transición económica no están del todo claros. Pa­ rece que la explicación es, en parte, climática. Es probable que una deseca­ ción en aumento desempeñara un papel importante en la expansión de ios grupos de la Cultura del Desierto (Irwin-Williams y Haynes, 1970), y en el este, como se comentará más adelante, el desarrollo de la cultura arcaica ocurrió en el marco de la migración hacia el norte de las zonas cli­ máticas (Fitting, 1968, 1970). Por otra parte, como la tendencia a la explotación de espectro amplio después del 9000 B.P. es notablemente uniforme pese a la variedad de las zonas climáticas del subcontinente, no es posible que la variación del clima sea la única causa, ni la primor­ dial, de los cambios observados. En parte, parece que la transformación guardase relación con la extinción de gran parte de la fauna de grandes animales que había aportado gran parte de los medios de subsistencia de los cazadores paleoindios. Como ha señalado R. J . Masón (1962), difícilmente puede ser una coincidencia la relación entre la aparición de bases de subsistencia arcaica generalizada y la extinción de gran parte de la fauna del pleistoceno. Naturalmente, yo argumentaría que las transiciones económicas no reflejan en gran parte sino el crecimiento de la población más allá de sus recursos primarios, con el resultado de que algunos de esos recursos vieron acelerada su extinción mientras que la base de recursos humanos fue aumentando como un todo. La extinción de la fauna americana del pleistoceno Al final del pleistoceno, durante un período que corresponde.aproxi­ madamente a la aparición y la desaparición de las primeras tradiciones de caza de grandes animales, Norteamérica fue el escenario de una oleada muy generalizada de extinciones de especies animales (Martin y Wright [eds.], 1967). Por lo menos 200 géneros de animales del pleistoceno, la inmensa mayoría de los cuales eran mamíferos, se extinguieron o por lo -i90 La crisis alimentaria de la prehistoria menos desaparecieron en gran parte de lo que era antes su ámbito'. Pare- ce que un número desproporcionado de ellos eran los mayores mamí­ feros, y se sabe que muchos de esos grupos, aunque en absoluto todos, figuraban entre los que utilizaban las primeras poblaciones humanas co­ rno fuentes de alimentos. Las aves, que eran el otro grupo de animales con una representación considerable entre los extinguidos en este período, no formaban sino una parte muy pequeña del proceso (Martín, Í967, b; Martin y Guilday, 1967). ¡Entre ios grupos extinguidos figura­ ban el mastodonte, el mamut, el tapir, varios équidos, cerdos, caméli­ dos, algunas especies de bisonte, cérvidos, cabra montés, buey almizcle­ ro, antílope, buey silvestre, yak, castor gigante, gliptodonte, armadillo gigante, perezoso terrícola, diversos lobos, coyote, felinos, comprendido el smilodon cakfo-mtcus, oso y toda una gama de roedores. Las fechas exactas deí periodo de extinción, y la medida en que estas extinciones se concentraron en uno o más episodios claramente definidos son objeto de algún debate. Como señala Martin (1967, b), la mayor parte de los géneros extinguidos no se han fechado críticamente con mé­ todos de íadiocarbono, y en todo caso las tentativas de identificar la «úl­ tima» aparición, o la más reciente, de una especie o de un género animal están preñadas de problemas. La principal oleada de extinciones se ha fechado, según ios casos, en aproximadamente el 8000 B.P, (Martin, 1958; Hester, 1960, 19^7; Siaughter, 1967) y aproximadamente el 11000 B.P. (Martin, 1967, b; Lundeiius, 1967; Mehringer, 1967). Sin embargo, debe señalarse que si bien la datación exacta tiene una impor­ tancia considerable en la interpretación de la causa de las extinciones, tsene menos importancia al considerar sus efectos. Cualquiera sea la fecha que se acepte en ei sentido de que señala k principal oleada de ex­ tinciones, debe quedar claro que durante la primera ocupación paieoin- dia muchas especies se estaban acercando a la extinción y se iban hacien­ do inexorablemente menos fiables como fuentes de alimentos, o estaban cada vez menos disponibles. La causa de estas extinciones a fines del pleistoceno es objeto de polé­ mica. Un grupo {véase en especial Martin, 1967, b, 1973; Edwards, 1967) ha sugerido que el propio hombre como cazador es el principal responsable. Su argumento general es que la extinción fue un aconteci­ miento anómalo y excepcional sin precedentes en 3a historia del mundo, sin que haya fenómenos «naturales® .conexos que puedan brindar una explicación. Por ejemplo, Martin (1967, b) señala que el final del pleis- toceno trajo consigo un aumento rápido y repentino de las tasas de ex­ tinción que guarda relación en Norteamérica y en varios continentes más con la primera llegada de migrantes humanos, pero que en ningún caso parece preceder a esa llegada. Aduce que la oleada de extinciones no se puede explicar únicamente por acontecimientos climáticos relacionados con ei ímal de la glaciación de Wisconsin, pues el registro de extinciones El Nn^vo Mundo: Norteamérica, y M^suarri^rk?. T91 no se ve igualado, ni siquiera de cerca, al principio de los anteriores períodos interglaciales. De hecho, el número ele extinciones registradas en el pleistoceno terminal es superior al número registrado en todo eí resto del período del pleistoceno, Martin aduce también que la. pauta de la extinción a fines del piéis- eoceno es excepcional per sus efectos selectivos sobre ios grandes herbí­ voros terrestres y los carnívoros y los necrófagos oue dependían ecológi­ camente de ellos. Así, cabe apreciar'todo eí complejo de extinciones en ei sentido de que guarda una relación directa o indirecta coa las pautas humanas de caza, que parecen haberse centrado en los herbívoros terrestres. A la inversa, Martin aduce que la falta de pruebas de la extin­ ción de plantas y de invertebrados, como la que acompañó a episodios previos de extinción, y que cabría esperar sería resultado de una crisis ecológica general, apoya el argumento de la caza humana, con sus efec­ tos selectivos, como agente de extinción. También observa que según parece un número sorprendentemente grande ds especies o de géneros parece haberse extinguido sin verse sustituido en sus nichos ecológicos; por ende, su extinción no se debió a un desplazamiento competitivo por especies inmigrantes o que'acababan de evolucionar (dicho sea de paso, Guiiday [1967] pone en tela de juicio esta observación, a! señalar que si bien muchos de esos nichos están desocupados hoy, no es evidente que siempre lo hayan estado, y es posible que muchos de esos nichos «abier­ tos» tengan un origen reciente). Existe, además, el problema de eme, aparte de su posible relación con la caza hum ara, parece que ia fauna • extinguida no comparte ninguna pauta ecológica común. Así, al revés que las extinciones contemporáneas en Europa, que parecen haberte centrado en la desaparición de la tundra y la rccolortizadón de Europa por medios ambientes forestales, parece que la fauna extinguid:’, de Nor­ teamérica tenía relación con diversos háb'tats, y no es probable que .nin­ gún fenómeno por sí solo la afectara a toda ella (Mehringer, 1067). Ta! como Martin reconstruye las extinciones del iinnl del pleistoceno en. el Muevo Mundo, éstas presentan una pauta que sé lo puede e x p í - A " i n ­ tervención humana. La principal crítica de la caza humana como a rente en las extinciones es la que brinda Hester (1967) y Guiiday (1967). Un fe-:.: principal do su crítica consiste en señalar que el hombre parece haber llegado a Norte­ américa despu és de que ya se hubieran extinguido muchos de loe carpos principales, o por lo menos después de que. machos de dios — estu­ vieran muy reducidos en sus números. Un argumento parecido es el for­ mulado por Kurtén (1965), quien señala que muchas de las especie:.- ex­ tinguidas dan muestras de una disminución progresiva el") tamaño de sus individuos; esto, dice, sugiere una tensión ecológica. En '• medida en que esta disminución es contemporánea de la caza humana, podría ser resultado de los efectos selectivos negativos de esa caza de loe g.-vides 192 La crisis alimentaria de la prehistoria animales (Edwaids, 1967). Pero conforme a la reconstrucción de Kurtén, muchas veces la tendencia es evidente en fechas muy tempranas del pleistoceno, lo cual sugiere que las tendencias conducentes a la extinción tenían un historial muy largo antes de la llegada de los seres humanos. Hester también pone en duda que los paleoindios fueron capaces de hacer grandes incursiones en las poblaciones de las especies que cazaban. En su respuesta a Edwards (1967), quien sugiere que los cazadores serían muy eficaces, mientras que sus presas no estarían alerta, Hester aduce que no hay pruebas de que la caza humana alcanzara proporciones nu­ méricas importantes. Señala que las poblaciones paleoindias eran pe­ queñas, sus exigencias mínimas y su tecnología bastante primitiva. Hes­ ter pone en duda que la dieta paleoindia estuviera tan ajustada a la caza mayor como aparece en el registro arqueológico (véase supra)1 y señala que los yacimientos conocidos de matanzas indican una destrucción nu­ méricamente significativa de las especies cazadas. Los yacimientos son relativamente pocos (hecho atribuible en parte, pero no totalmente, a la mala conservación). Además, en la mayor parte de los yacimientos, el número ce animales cazados era relativamente reducido, pues por lo ge­ neral no nay más de 12 animales cazados. Los yacimientos con pruebas de matanzas masivas mediante estampidas son relativamente raros, y en su mayor parte esas matanzas en gran escala parecen guardar relación con las últimas fases de la ocupación paleoindia, después de ocurrir la principal oleada de extinciones. Lo que resulta todavía más llamativo, como señala Hester, es que de todas.las especies extinguidas sólo el ma­ mut y el oisonte aparecen con alguna regularidad o en cantidades im­ portantes en los yacimientos paleoindios, y muchas dé las especies, extin­ guidas, entre ellas algunas de las presas en potencia, no tienen ninguna relación demostrable con los cazadores paleoindios en absoluto. Este úl­ timo aspecto se puede confirmar por las referencias al bestiario de extin­ ciones del pleistoceno que ofrecen Martin y Guilday (1967). El argumento más llamativo de Hester es ia comparación que esta­ blece entre las pautas de caza de los paleoindios y las de los indios moder­ nos. Los grupos más recientes, que conforme a la estimación de Hester tenían densidades de población mil veces superiores a las de los grupos paleoindios, que parecen haberse preocupado muy poco de la conser­ vación, qi: e conocían y utilizaban métodos bien elaborados de matan­ za masiva v que, en muchos casos, poseían armas de fuego, no lograron destruir ninguna de las especies cazadas, aunque'su gama de presas en potencia era mucho más limitada en su época. Parece que los daños sufridos por el bisonte moderno fueron resultado sobre todo de las ma­ tanzas comerciales, la difusión de la agricultura y la de enfermedades nuevas. Vista desde esta perspectiva, parece dudosa la capacidad de los paleoindios para provocar ¡a extinción de la fauna del pleistoceno sin la ayuda de otros factores. El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 193 La otra explicación más probable de las extinciones masivas es supo­ ner que la fauna sucumbió víctima de cambios del clima, .particular­ mente de la distribución de la humedad afines del pleistoceno. No parece caber duda de que ocurrieron esos cambios ni de que correspondieron en genera! a ¡a oleada o las oleadas mayores de extinciones. Donde se tropie­ za con problemas es en la reconstrucción de la pauta de los acontecimien­ tos climáticos con suficiente precisión para demostrar .cómo, dónde y cuándo esos cambios podrían haber llevado a la extinción de ios diversos animales. Como ya se ha sugerido antes, las explicaciones climáticas tam­ bién tropiezan con un problema al tratar de dar motivos para una pauta de extinción que fue geográficamente dispersa y ecológicamente gene­ ralizada, pero que fue muy selectiva de los mamíferos relativamente grandes. En principio, estos últimos animales, en la mayor parte de las circunstancias, deberían ser las especies m is tolerantes a los cambios ambientales (Edwards, 1967; Mehringer, 1967). Por ejemplo, está clara­ mente establecido que la presencia o ia ausencia de ios grandes mamí­ feros es uno de los indicadores paleoclimáticos menos exactos. Las re­ construcciones paleoambientales han llegado a centrarse cada vez más en las plantas y la microfauna como indicadores sensibles de las paleo- temperaturas o de la humedad; pero parece que relativamente pocas de estas formas llegaron a extinguirse a fines del pleistoceno. Entre otros, tanto Hester (1967) como Slaughter (1967) y Guilday (1967) han propugnado la importancia de los cambios ambientales post- pleistocénicos como ingrediente clave en la extinción de la megafauna... Postulan un deterioro general del medio ambiente norteamericano rela­ cionado fundamentalmente con la disminución de la humedad efectiva; esto limitaría tanto la disponibilidad de agua en la superficie como el vo­ lumen de vegetación comestible. Aducen que este tipo concreto de cam­ bio climático actuaría selectivamente en contra de los grandes mamí­ feros, y en particular de los herbívoros. Por lo tanto, los cambios climáti­ cos tendrían resultados paralelos a la cadena de extinciones conexas de herbívoros, seguidas de las de los carnívoros dependientes de ellos y de los necrófagos, que Martin atribuye a la caza. Slaughter aduce que existe una relación que no puede ser de pura coincidencia entre cambio climá­ tico, pautas de extinción y ámbitos modernos persistentes de las especies supervivientes. Aduce que ia matanza selectiva de la fauna mamífera de mayor tamaño se debe a que los cambios climáticos habrían tenido ma­ yores repercusiones para los animales con largos períodos de gestación. El tamaño no es el principal factor selectivo; meramente se correlaciona más o menos con el período de gestación. Guilday aduce, de modo aná­ logo, que el aumento de la desecación a fines del pleistoceno habría re­ ducido el número de hábitats adecuados para los animales herbívoros, aumentando la competencia y al mismo tiempo tendido a crear barreras a la migración, que de otro modo podría haber brindado un medio de 194 I.a. crisis aümentnna. de la pj'H" eterna reajuste a las poblaciones animales. Cita a Taylor (1965) y sugiere que el clima de la glaciación de Wiseonsin quizá fuera ei más duro del pleisto- ceno, con lo cual implica que el rigor de ese clima o el paso relativamen­ te más pronunciado a condiciones interglaciales, que siguió podrían ha­ ber tenido como resultado un periodo de extinción más intenso que el encontrado anteriormente. Guilday aduce también que en un medí© ambiente en deterioro del tipo contemplado respecto de b. Norteaméri­ ca posiglaciai, los grandes herbívoros podrían haber sido los animales más afectados, por necesitar más espacio y más coñuda. Sostiene que los animales más grandes serían los menos capaces de utilizar los microhábi- tats restantes que persistirían en las condiciones de empeoramiento del clima y que protegerían a la fauna más pequeña. Tanto Mehringer (1967) como Martin (1967, b) sugieren, sin embar­ go, que en general la llegada de condiciones postglaciaies habría sido be­ neficiosa para la megafauna, al establecer mejores condiciones naturales. Mehringer sostiene que la retirada del hielo tendería a mejorar, más bien que a eliminar, ios hábitats de la megafauna y que, en general, en los tiempos postoieistocénicos se dispondría de más hábitats.. B e hecho, la pauta del cambio climático postpkistocénico debe ha­ ber sido considerablemente más complicada de lo que se revela si nos li­ mitamos a asignarle una tendencia general hacia el mejoramiento o el empeoramiento de los hábitats de los grandes animales. Los cambios cli­ máticos son fenómenos zonales (véase infra la correlación de Fitting [1970] de fases culturales y ia migración hacia el norte de las zonas cli­ máticas en el este de Norteamérica), y sus pautas son complejas.'Por lo tanto, me parece difícil contemplar los cambios climáticos como causan­ tes de extinciones generales y difundidas. La pauta de variación que implican los cambios climáticos debe haberse visto complicada por algún fenómeno como la caza que aplicará una fuerza selectiva paralela en to­ da la diversidad ele medios ambientes heterogéneos. Puede que haya intervenido otro factor importante, Edwards (1967) sugiere ia posibilidad de que la enfermedad fuera un factor importante en la reducción de la fauna del Nuevo Mundo. La apertura del puente de tierra ele Bering habría restablecido el contacto entre grupos de fauna que antes estaban aislados, con lo que la fauna de ambos hemisferios habría quedado expuesta a nuevos organismos vectores de enfermeda­ des. La transmisión de estos organismos, que se daría con la mayor facili­ dad entre las especies gregarias y móviles, podría haber actuado selecti­ vamente en contra de las especies grandes (y por ende de reproducción lenta). Por otra parce, es probable que la introducción de nuevas enfer­ medades fuera un fenómeno regular relacionado con el descenso de los niveles del mar, y parece improbable que esto hubiera llevado a una pauta notable de extinciones únicamente a tiñes del pi.eistoceno. Ade­ mas, el desplazamiento de los animales v de los organismos vectores de 'El lluevo Mondo: Norteamérica y Mesoaraéncrt 195 enfermedades sería básicamente función ¿el descenso de los niveles ¿el mar y ele les períodos glaciales, más bien que de los interglachdcs.. Por lo tanto, resultaría difícil relacionar este fenómeno con el calendario post- glackl de extinciones. Por último, como señala el propio Edwards, es ra­ ro que las enfermedades contagiosas causen extinción, porque :a trans­ misión entre individuos se convierte estadísticamente en prohibitiva an­ tes de que se produzca la extinción. El argumento más interesante, desde mi perspectiva, en relación con la posibilidad de matanzas excesivas durante el pleistoceno es el relativo al balance o equilibrio entre el hombre cazador y k? especies cazada? por el. Como han señalado tanto Edwards (1967) como Ltu-delius (1967) y Guilday (1967), las relaciones normales entre el cazador y la presa entra­ ñan mecanismos de equilibrio en los cuales los núme-o:; de los mz-.viores están regulados por mecanismos sociales o por si proceso de -eodiroíen- tos decrecientes. Por ello, en la mayor parte do los sesos no exageran su consumo ni destruyen las especies que cazan. El modele ele íperrjndad excesiva (tanto si el hombre caza solo como si se lo re únicamente en conjunción con el clima y las enfermedades) implica c u c no ex:'Vid nin­ guno de esos mecanismos de limitación para refrenar a los cata lates hu­ manos. Edwards ha sugerido que esto puede simplemente reflejar el hecho de que los cazadores humanos no alcanzaron o no percibieron el punto de ios rendimientos decrecientes hasta que: ya se había alcanzado la densidad critica mínima de la caza. Guilday sugiere que, corno el hombre no dependía de unos recursos determinados, sino que podía complementar su dieta, su propia población podría seguir creciendo a pesar de la escasez cada vez mayor de grandes animales y de los rendi­ mientos decrecientes de la caza. Aunque los rendinierm s decrecientes actúan como mecanismo homeostático que controla las población: u de la mayor parte de las especies cazadoras, en el caso del hombre ue 'unciónó ningún mecanismo de ese tipo. Cabría ampliar algo el argumento de Guilday. También se podría aducir que, dada su percepción de Is. dispo­ nibilidad de otros recursos, y su capacidad para, regular su comporta­ miento conscientemente, los p&leoindios, de forma característica.Tiente humana, no se veían restringidos por ninguno de los tipos fíe controles «automáticos» del comportamiento que parecen regular los núm eros y las densidades de casi tof os ios grupos de animales. En todo caso, es evidente que las extinciones de fines ele! pleireoceno presentan un problema complejo y que todav'a no se ha resuelto fe .tun­ do satisfactorio. Actualmente, la mejor explicación es b. que da un gru­ po de estudiosos (Hcstcr, 1967; Edwards, 1967; Guilday, 1967), consis­ tente en suponer una interacción relativamente compleja de.va.tiabl.es en las que intervienen tanto factores humanes como no •humanes. Por ejemplo, Guilday sugiere la posibilidad de que ei hombre sólo desempe­ ñara un nana! parcial en ]?, aplicación de.; guipe de gracia dcEritivo a 196 La crisis alimentaria de la prehistoria unas poblaciones residuales y aisladas que ya estaban condenadas por to­ da una serie de otros factores. Cualesquiera fuesen las causas de estas extinciones, que ocurrieron es algo bien demostrado. La consecuencia fue que las poblaciones de indios americanos de la mayor parte de Norteamérica durante el período comprendido entre el 10000 y el 8000 B.P. se fueron viendo cada vez más obligadas a prescindir de la diversidad de grandes animales que po­ demos suponer constituían su alimentación preferida y que, a juzgar por yacimientos anteriores, desde luego habían constituido una parte impor­ tante de su dieta. Parece que las economías eclécticas que van surgiendo en este período y el siguiente fueron en parte una reacción a esta pérdi­ da. Por otra parte, la pauta de desarrollo de estas economías a lo largo de varios milenios siguientes a las principales oleadas de extinción sugiere que la extinción no fue el único estímulo, ni siquiera el primordial, de la evolución económica subsiguiente. Adaptaciones postpleistocénicas en Norteamérica Tras terminar el ple-istoceno, y tras ía extinción de gran parte de los grandes mamíferos de caza, Norteamérica se caracteriza por una tenden­ cia a ia diferenciación regional cada vez mayor de los estilos de artefac­ tos. Ahora resulta necesario tratar de cada una de las principales regiones como entidad separada con su propia pauta de evolución. Al mismo tiempo, existen suficientes paralelismos entre las regiones como para que nunca se haya abandonado del todo el concepto de una «fase ar­ caica», que se utilizó inicialmente en el contexto de una concepción más sencilla de la prehistoria americana. Como sugieren varios estudiosos (véase Swanson, 1966; Mcighan, 1959, a; Jennings, 1974 por lo que ha­ ce a formulaciones recientes), el elemento común que vincula las diver­ sas tradiciones estilísticas es la tendencia a una mayor eficacia en la utili­ zación del espado y a una explotación más completa de los recursos dis­ ponibles. Se ha generalizado la idea de «eficacia forestal», definida en primer lugar por Caldwell (1958) como descripción específica de las pautas deqarcaico del este.en un medio ambiente de bosques, como con­ cepto aplicable al comportamiento humano en una amplia gama de me­ dios ambientes. En una gran parte del este de los Estados Unidos, la evolución .cultu­ ral postpleistocénica ocurrió en una zona de bosques perecederos. Aun­ que posiblemente este medio fuera más pobre'en caza mayor que las lla­ nuras, no obstante brindaba una base de recursos rica y variada para las poblaciones humanas una vez que se subsumiera un espectro más amplio de recursos en la definición cultural de.alimentos aceptables. La formulación de Caldwell de «eficaciá forestal» se refiere a que mejoró la El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 197 comprensión de esos recursos variados y a que se desarrolló una tecno­ logía para su urilización. La rica gama de recursos silvestres en el es- ' te parece haber absorbido bastante crecimiento demográfico y haber permitido la aparición de poblaciones relativamente grandes y estables. Con el tiempo, éstas adoptaron muchas de las características de los gru­ pos agrícolas sedentarios, al mismo tiempo que daban pruebas de una notable resistencia a la difusión de la tecnología agrícola propiamente dicha. La visión general de la evolución postpleistocénica en. el este que pin­ tan varios estudiosos (Griffín, 1964, 1967; Byers, 1959; Sears, 1964; Ritchie, 1969; Caldwell, 1958, 1962; Fitzhugh, 1972; Fitting, 1968, 1970) es la de densidades de población en crecimiento gradual, acompa­ ñadas de una utilización de espectro cada vez más amplio y más intensi­ va de recursos localizados, especialmente los vegetales, y de alimentos acuáticos, como complementos de la caza. La pauta es algo irregular, porque estas tendencias actuaban en una pauta de medias ambientes cambiantes y variados. Pot ejemplo, parece que las alteraciones de los cursos y las configuraciones de las corrientes de los ríos influyeron en la disponibilidad local de especies de peces y moluscos (Fitzhugh, 1972). Así, la tendencia general a un uso cada yez mayor de estos recursos no es en absoluto uniforme ni constante en todos los puntos. Fitting (1970) aduce que los altos niveles de los lagos y los períodos de flujo lento de los ríos permiten la supervivencia de poblaciones relativamente densas de especies de peces adaptados a las corrientes lentas, lo que a.su vez permi­ te el desarrollo de economías humanas que utilizan mucho la pesca. Aduce que en Michigan, donde la pesca no adquirió importancia hasta bien entrado el período arcaico, después del 5000 B .P ., esta transición económica refleja la disponibilidad de nuevos recursos como resultado de la alteración de las configuraciones de las corrientes, y no de ningún factor humano. Análogamente, como dice Fitting (1968, 1970), la interrelación de bosques perecederos y boreales con zonas de tundra septentrional y tierras de pastos, al irse desplazando al norte estas zonas ecológicas con la retirada de ios glaciares, tuvo importantes efectos en la distribución y la evolución de las estrategias económicas arcaicas. De hecho, Fitting aduciría como se ha indicado supra que ios propios paleoindios eran re­ colectores eclécticos después de penetrar en los bosques perecederos del sudeste, y en su reconstrucción de los acontecimientos postpleistocénicos del este, la expansión hacia el norte del bosque perecedero con sus ricos y variados recursos es el ingrediente primordial en la pauta del cambio cul­ tural postpleistocéníco, Pero aunque no cabe pasar por alto ios efectos de la modificación de las zonas ambientales, creo que tampoco se les puede atribuir un papel primordial. Las tendencias observables son parecidas en medios diferen- 198 La crisis alimentaria de la prehistoria res. incluso en el sudeste, por ejemplo, donde el medio de bosques pere­ cederos era relativamente constante, se dieron tendencias a ia explota­ ción intensificada paralelas a las de l.or márgenes septentrionales de ia zona de bosques migratorios. Así, en todo el este de los Estados Unidos, al igual que en otras zonas, parece que las variables climáticas locales no hicieron sino establecer variaciones sobre un tema, general de intensifica­ ción . Parece que k transición efectiva de’, estilo y las pautas económicas paíeoindios a los arcaicos fue en parte una evolución cultural graduad y en parte una sustitución de poblaciones antiguas por nuevas. En espe­ cial, parece que en el: sudeste,1a evolución fue gradual, y k distinción entre fases anteriores y ulteriores resulta difícil y arbitraria (Griffin, 1967; Williams; y Stoltman, 1965; Guthe, 1967). En el norte)donde la retirada de los glaciares tuvo por efecto la contracción hacia el norte de los medios de pastos y tundra ticos en caza y la expansión de las zonas de bosques boreales y más tarde perecederos, parece que muchas regiones quedaron abandonadas por los grupos paíeoindios y más tarde recoloni­ zadas por grupos arcaicos que se desplazaban hacia el norte. En Michi­ gan, parece que los grupos de cazadores paíeoindios del medio ambiente en contracción de pastos y tundra incluso coexistieron con grupos ar­ caicos en regiones de bosques situadas ligeramente alsur (Fitung, 1970). Entre las poblaciones identiíicables estilísticamente como arcaicas, antes del 7000 B.P. aproximadamente los cambios respecto del estilo de vida cazadora de los paíeoindios fueron relativamente pequeños. Los primeros yacimientos arcaicos se distinguen de sus predecesores-sobre to­ do por variaciones en útiles de piedra con muescas como puntas de pro­ yectiles y por la presencia cada vez más frecuente de muelas y otras for­ mas de piedra pulida, especialmente contrapesos de atlatl y útiles para trabajar la madera. Sin embargo, ia piedra pulida no es tan frecuente co­ mo llega a ser en yacimientos de períodos más tardíos, y como se ha indi­ cado anteriormente, múdeos yacimientos estilísticamente arcaicos, como el refugio de Modoc Rock, carecen todavía de equipo de moler en sus primeros estratos. Algunos yacimientos con conservación orgánica buena, por ejemplo el refugio de Modoc, sugieren una pauta de caza de espectro bastante amplio, con presas que comprenden grandes mamí­ feros, corno el ciervo, y diversos mamíferos pequeños, peces, mariscos y aves. Pero, en general, hay pocos datos económicos directos de este periodo. Lo que es más importante, los yacimientos conocidos siguen siendo bastante pocos, y las acumulaciones típicas de desechos son pe­ queñas, lo cual indica ocupaciones relativamente breves por grupos pe­ queños (Griffin, 1967; Ritchie, 1969; Fitzhugh, 1972; Fitting, 1968, 1970). Fiítiog ha aducido incluso que la población puede haberse redu­ cido pasajeramente en partes del nordeste al final del periodo paleoin- clio. Señala que los yacimientos del arcaico inicial escasean en el nonios- E! Nuevo M u rro : Norteamérica y MesoanvG.ca 139 te, y sugiere que ello se debe a que el bosque be "«ral de coniferas que emigró á! norte ccn los glaciares en retirarla no habríc sustentado a poblaciones rao numerosas como Ja': que sobrevivían en ía tundra rica en caza del norte ni como las que habitaban en los bosques perecedero? al sur. La relativa escasez de yacimientos clel período y la falta de pruebas de recursos acuáticos puede ser resultado pardal, no obstante, de una mala conservación. Fitzhugh (1972) sugiere la posibilidad de que ios ya­ cimientos costeros primitivos se vieran destruíaos selectivamente por la subida deí ndel del mar y por las adaptaciones cíe los ríos de los períodos más antiguos perdidos en ia alteración subsiguiente de los piochas flu­ viales. Sin embargo, me resulta difícil atribuir la falta de datos áremeos antiguos exclusivamente a esos problemas de conservación, er.de. la di­ versidad de medios ambientes regionales en que se repiten las mismas pautas. Hasta las fases media y tardía del Arcaico, a partir del 7000 B.P. aproximadamente, no se hacen evidentes las tendencias hacía la m - ila ­ ción de espectro amplio del medio ambiente. Los concheros que su­ gieren una explotación intensiva de los recursos fiüviahs datan subte to­ do de este período, en el cual se encuentran útiles de moler en grsr mero, y pasan a ser frecuentes restos efectivamente conservados do mitos secos y otros alimentos vegetales. También es hacia esta época cuando surgen yacimientos con grandes acumulaciones cíe desechos, lo que su­ giere un aumento del tamaño de los grupos y un aumento dd ssc'.enta- rismo o una reocupación estacional cuidadosamente organizada, ele i” "■ti­ res seleccionados. En el siir, los concheros resultan frecuentes tanto.en ios medios coste­ ros como en los fluviales de Georgia, la Florida, Alabama, Ter.or:sce y Kentucky hacia el 7000 B.P. A lo largo del río Tcnnessec, entre el 7000 y el 3000 B .P ., los desechos de moluscos de agua dulce y de poseído se presentan en cantidad en varios yacimientos junto a los restos d e caza mayor y menor '(Lewis y Kneburg, 1959). Análogamente, la fase de Lauderdale de Alabama (W ebb y Dejarnette, 1942, 1948) contiene va­ rios yacimientos profundos con conchas, lo cual sugiere una ocupación prolongada o repetida. En el yacimiento de Eva, de Tennessee (Lewis y Lewis, 1961), a partir del 7200 B.P. aproximadamente, una ocupación constante o recurrente tuvo por resultado la acumulación de unos 180 enterramientos, cuya homogeneidad de tipo físico sugiere un ¡pupo aislado y endógamo. En este caso parece que ia dieta se basaba funda­ mentalmente en la caza de! ciervo y de alguna caza menor, como!emen­ tada con pescado y marisco, y a juzgar por el hallazgo de una d i. msidad de trituradores, yunques y machacadores, también con vatios alimentos vegetales. En Indisn Knoll, e'n Kentucky ("Webb, IfT íi; Lewis t Kne­ burg, 1959), unos concheros con una superficie ele casi una hectárea y con una profundidad de 2,40 m. son prueba de una oc. •ación humana 200 La crisis alimentaria de la prehistoria o una r?ocupación cíclica entre el 6000 y el 4000 B.P. En este caso se han excavado más de 800 esqueletos, y parece que muchos más se los lleva­ ron buscadores de cerámica antes de las excavaciones principales. Tam ­ bién en este caso hay pruebas de la importancia de los ciervos, mamí­ feros más pequeños y las aves en la dieta, pero en el yacimiento hay conchas de mejillones a todos los niveles, y en tal abundancia que se su­ pone eran uno de los alimentos complementarios fijos. Hay piedras de moler y machacadores, y la gran cantidad de nueces,, bellotas y frutos de H icoria alb a sugiere que estos alimentos vegetales constituían una parte importante de la dieta, A lo largo de la costa del Atlántico, las trampas para peces, como la famosa de la calle Boylston, en Boston (Johnston y otros, 1942) parecen haber sido frecuentes a partir del 5000 B.P. aproximadamente. Como han señalado varios autores (cf. Byers, 1959 a), estas trampas, muchas de las cuales son de gran tamaño, implican la manipulación política de una fuerza de trabajo relativamente numerosa y un cierto grado de estabili­ dad residencial pues implican inversiones de trabajo considerables que no se harían para la explotación a corto plazo. La inversión.de trabajo tam­ bién implica que la pesca no era una actividad casual, y es razonable in­ ferir que no se habría emprendido salvo en caso de una desaparición gra­ dual, o .a previsión de esa desaparición, de otros recursos de más fácil obtención. Como ya se ha indicado, la pesca no adquiere importancia en Michi­ gan y en gran parte dei nordeste hasta después del 5000 B.P. aproxima­ damente, y en Michigan datan de esta época las ocupaciones relativa­ mente densas permanentes o semipermanentes estacionales que impli­ can una explotación estacional con calendario fijo de la pesca, la caza y los recursos vegetales (Fitting, 1970). Aunque la caza, especialmente del ciervo, sigue siendo un elemento importante en muchos yacimientos, se­ gún la estación en que se ocupaban, algunos yacimientos, como el de Feheeley tienen cantidades de frutos secos — nueces, Ju glan s cinérea, bellotas y frutos de hicoria a lb a — , y en algunos sitios las espinas de pes­ cado constituyen una gran parte de los restos de fauna. Análogamente, en Nueva York (Ritchie, 1969) no aparece .una comunidad con economía de espectro amplio hasta el yacimiento de Lamoka y ocupaciones con­ temporáneas fechadas hacia el 5000 B.P. En el propio yacimiento de La- moka, aunque probablemente la caza, en especial dei ciervo, es la prin­ cipal actividad de subsistencia, son frecuentes los anzuelos, los flotado­ res de redes, e tc., y hay pruebas de que se practicaba mucho la pesca. Se han recuperado bellotas en grandes cantidades, y frutos de H icoria alba en números algo menores. Hay una cantidad considerable de equipo de molienda, que Ritchie supone se utilizaba básicamente para elaborar la harina de bellota. En Illinois, los profundos concheros de la cultura de Riverton, fecha­ El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 201 dos entre el 4000 y el 3000 B .P ., indican una utilización considerable de -los mejillones, además de los animales de caza (Winters, 1969). El yaci­ miento de Koster, también en Illinois, (Houait, 1971; Asch y otros, 1972) aporta uno de los'registros más espectaculares de ocupación pro­ longada con una elaboración-intensiva de alimentos vegetales. En él una acumulación de desechos de más de nueve metros de alto abarca el período entre ocupaciones arcaicas de hacia el 7000 B.P, y las ocupa­ ciones de Woodland y de Mississippi del primer milenio de nuestra era. Asch y otros registran el uso extendido de frutos de H iooria alb a y varios fruto_s secos más, entre ellos nueces negras (Juglans n ig r a j,pecanes, avellanas y bellotas en los niveles arcaicos. Observan, de paso, que la proteína de los frutos secos es muy digestible y de buena calidad, de mo­ do que su contribución a la dieta es comparable a la de la carne. Ade­ más, señalan que estos frutos, con su alto contenido de grasas, se pare­ cen a la carne de los grandes mamíferos. Sugieren que dada la poca grasa de la mayor parte del pescado de agua dulce, los frutos secos serían un complemento bueno y necesario del pescado como fuente de proteínas. Esto sugiere que la combinación del pescado con frutos secos que susti­ tuyó o fue complementando cada vez más a los grandes mamíferos en la época prehistórica constituye una tentativa de duplicar la contribución dietética de estos animales una vez que estos últimos se agotaron, extin­ guieron o sencillamente pasaron a escasear demasiado para constituir una fuente alimentaria fiable para una población en crecimiento. En el yacimiento de Koster, Asch y otros también observan la apari­ ción en pequeña cantidad de semillas comestibles más pequeñas, como las de alerce de los pantanos (Iva), C hen opodiu m y Polygonum . Ningu­ na de estas semillas aparece en los niveles arcaicos de los yacimientos en cantidad suficiente para establecer con certidumbre que las plantas se re­ colectasen o se comieran sistemáticamente, aunque se sugiere esa posibi­ lidad. Asch y otros hacen la interesante observación de que según parece las poblaciones arcaicas del yacimiento de Koster parecen haber sido bas­ tante cuidadosas en su elección de alimentos vegetales, y que se con­ centraban en los frutos de H icoria alba, en lugar de en Jas bellotas, menos agradables al paladar y más difíciles de preparar, y tendían a pasar total­ mente por alto las semillas más pequeñas. Observan sin embargo (véase infrd) que en los yacimientos más tardíos de la misma región se explotan intensivamente las bellotas, junto con semillas pequeñas como las de C h en op od iu m . Estos autores, que utilizan un modelo de presión de­ mográfica muy parecido al que se propugna aquí, sugieren que el paso de un enfoque selectivo en los recursos preferidos de frutos secos a la uti­ lización de bellotas y semillas más pequeñas por las poblaciones más tardías representa la demanda de una población en aumento. Existen algunos datos en otros lugares de la utilización de plantas de semillas más pequeñas por poblaciones arcaicas tardías. En especial, pa- 202 La crisis alim entaria de la prehistorii rece que el C h e n o p o d iu m fue un alimento importante ya haoiá ei 3000 B .P . en yacimientos como Russel Cave, en Alabama, el yacimiento de Higgs de Tennessee y en el yacimiento de Cov/r.n Creek de Ohio (Y at- n e il, 1977). Además ele estos frutos secos y semillas, que aparentemente se explo­ taban en sus formas silvestres, hay pruebas de la domesticación indígena de por lo menos dos plantas comestibles, la Iva an n u a y el girasol (He- lian th u s anm ius) en el este de los Estados Unidos a principios del tercer m ilenio B .P . Además, y conforme a los datos ya disponibles, la domesti­ cación de estas dos plantas en Kentucky, Tennessee y Missouri precedió a la llegada de cultígenos mexicanos como las calabazas de botella y las co­ munes y el maíz (Yarneli, 1977). Yarnell considera que varias plantas más que se han sugerido como domesticadas autóctonas del este, como eí C henopodiu-m , la alcachofa de Jerusaién (H elian thu s tuberosus), las plantas de aibaticoque (Passiflora inca-mate), la Phalaris carolinian a y el tabaco son plantas de camino que guardan estrecha relación con el hombre, pero no hay pruebas de una domesticación efectiva. Conforme a la reconstrucción de Yarneli, existe un aumento gradual de la im por­ tancia ele las diversas plantas alimenticias de semilla pequeña, como el C h en o p o d iu m , el girasol y la Iva an n u a y la Pbalaris carolin ian a , en la dieta de partes de los bosques del este durante un período de varios siglos antes de la domesticación de la Iva an n u a y del girasol, y antes de la llegada de las plantas mexicanas por difusión. Todo ello sugiere que hacia el 3000 B .P ,, en las fases más tardías del arcaico, la obtención de alimentos había adquirido un espectro sumamente amplio y se habían empezado a consagrar grandes esfuerzos a la recolección y la preparación de plantas de semilla pequeña. No sólo los anteriores cazadores de gran­ des anímales habían hecho en gran parte caso omiso de esas plantas, sino que incluso los recolectores de vegetales, como los del yacimiento de Koster, las habían evitado o les hablan prestado muy poca atención, pues gozaban de recursos más sabrosos y más accesibles. Aquí, al igual que en el Oriente Medio, parece que la domesticación no implicó recur­ sos selectos, sino alimentos de baja prioridad que no se utilizaron mucho hasta que se amplió la gama de la dieta para incluir varios artí­ culos más. Además, si la caracterización de Caldvre.U de la eficacia fores­ tal primaria es correcta, esta domesticación no ocurrió hasta que el hombre hubo agotado prácticamente la diversidad que ofrecían los bos­ ques del este y ya no pod.ía ampliar su base ele alimentos mediante el re­ curso a nuevos alimentos. Tam bién es importante el hecho de que los cultígenos mexicanos, que podían haberse recibido por difusión en fecha muy anterior (Caldwell, 1962), no se convirtieran en parte de la economía hasta una época en que la tensión va había obligado al hombre del este de los Estados Unidos a empezar a domesticar sus pro­ pios recursos autóctonos. Si Muevo Mundo: Norteamérica y Mcsoamérica ".03 Tam bién merece la pena señalar cu s la Hegac.a de los cultígcr.os :r.e- •xicanos durante el tercer milenio B .P . no parece babor teñí;. -andes efectos en. la economía; e-n cambio, estos cuMgenos no aportaron mas que un complemento bastante reducido o local -a una pauta do recolec­ ción en gran escala. Se ha supuesto durante mucho tiempo que los consi­ derables logros socioculturales de las culturas HcpeweU se base •- -> en el uso de la agricultura del maíz, pero los datos efectivamente existentes sobre ía importancia del maíz son mínimos (Pittiag, 1970), y en muchos sitios se considera que la cultura Hopevrell se centraba sobre todr en la recolección de recursos locales. Por ejem plo, Struever (1 9 6 8 )'describe la economía de la ocupación Hopeweii de- Micldle W oodland en Apple Creek, Illinois, donde parece que un asentamiento con pozos de almace­ namiento y residencias permanentes se basaba en la ca z a d d cAmo, el pavo y aves migratorias y una utilización extendida de I- -r-sca., los fru tos de Htcorür alba, bellotas, y semillas de Chenopodium, Poiygonir:’ c Iva, Los únicos cultígenos recuperados incluyen la calabaza de botella, que no es de suponer se comiera, y unas semillas de otra, calabaza (Cucúrbita pepo). Ademas, muchas poblaciones contemporáneas fuera de la esfera de la cultura Hopeweii siguieron subsistiendo básicamente con alim en­ tos silvestres (G riífin, 1967; Fitting, 1970). En Michigan, por ejem plo, parece que las variaciones en torno a-la pauta ce explotación estacional con caza, pesca y preparación de frutos secos y semillas silvestres persis­ tieron a lo largo de los períodos inicial y medio de Woodland (Eirtíng, 1970), y parece que en gran parte del nordeste la pesca y el msrisqueo constituyeron la base principal de subsistencia de las poblaciones seden­ tarias hasta .incluso el período W oodland medio (Ritchie, 1969; Cltoand.,., 1966). Griífin (1967) aduce incluso que la dependencia básica de la agti- cultura puede no haber aparecido en el este ele ios Estados L-nidos hasta la cultura del Mississippi del 700 al 900 de nuestra era. En el centro de los Estados Unidos, entre el río Mississwpi y las Aon--, tañas Rocosas, es evidente una pauta algo diferente de historia cultural postpleistocénica. En contraste con el este forestado, Ja región central es­ tá dominada por un medio am biente de llanuras, que al mismo -tirmpo son más ricas en caza y más pobres en los recursos más variados que per­ mitieron la acumulación de poblaciones densas en el este. Así, po" una parte parece que la economía centrada en la caza persistió más tiempo en las llanuras que en otros lugares; por otra parte, aunque esta economía estaba cada vez más complementada con otros recursos, hay pocos datos de un grado de crecimiento demográfico comparable con el observable en el este. De hecho, y en la medida en que se pueden r-construir las pautas demográficas, éstas parecen reflejar un desarrollo "-regalar, adap­ tado no sólo a la evolución de. k economía sino tamc-ién a los cambios del clima. (A embargo, y en un sentido muy general, la nauta es parale^ U a la de otras regiones. Por ejem plo, Wec'ci ! 1964} des cribe i.-, secuen- 204 La crisis alimentaria de la. prehistoria da cultural de las llanuras en términos de una sucesión de grupos ini­ ciales dedicados a la caza de grandes animales, seguidos de grupos que hacen incursiones con una estrategia mixta cazadora y recoiectora, se­ guidos a su vez por horticultores incipientes, Co.no ya se ha sugerido supra, durante el período entre el 11000 y el 7000 B.P, los cazadores Clovis se vieron reemplazados en las llanuras por varias poblaciones derivadas caracterizadas flexiblemente como tradición Folsom Plainview-Plano. Parece que estos grupos se centraban en la caza mayor como recurso, aunque en los grupos más tardíos (Plano), cada vez se encuentran más muelas y otros indicios de una recolección ecléctica de alimentos. Los yacimientos Plano, que son mucho más numerosos que ios de tus predecesores, también parecen indicar una población más densa. La evidencia de matanzas masivas, cuya relación con estas fases más tardías de la cultura cazadora es más típica, sugiere tanto grupos mayores como una mejor organización de los grupos. Sin embargo, co­ mo se sugería en el último capítulo, es posible que la matanza en masa organizada de manadas enteras, es de suponer que acompañada de ten­ tativas de conservación de la carne, indique una menor fiabilidad de los recursos de caza mayor, que obligaría a los grupos humanos a aprovechar al máximo las manadas que pasaban de vez en cuando (véase Wheat, 1972, que comenta la organización social implícita en el yacimienco de la matanza de Olsen-Chubbuck). Las diferentes colecciones Plano sugieren también una variación estilística regional cada vez mayor, que a su vez indica la fragmentación de la estructura poblacional flexible de los períodos anteriores. Por último, merece la pena señalar que a lo largo de la progresión Llano-Plano la zona ocupada por los grupos cazadores fue haciéndose gradualmente más reducida. Las zonas marginales, en parti­ cular los desiertos que habían gozado de más humedad durante el período de ios cazadores Clovis, dejaron de brindar un terreno de caza viable, y as poblaciones de esas zonas alteraron sus economías en conse­ cuencia. A partir dei 7000 B .P ., y en especial en el cénit del período altiter- mal, cuando es probable que las condiciones de sequedad afectaran mucho al medio ambiente de las llanuras, parece que las tradiciones ca­ zadoras se restringieron locaimente todavía más. Aparecieron grupos con una relación estilística y también económica con las culturas arcaica del este y del Desierto del oeste en los bordes orientales, meridionales y occi­ dentales de las llanuras. A lo largo de la frontera entre el medio ambiente de las llanuras y la zona forestal del este,es evidente una.intervinculación bastante compleja de características de Plano y de influencias arcaicas del este, pero parece que la tendencia general va en el sentido de la expansión hacia el oeste tanto de los estilos de artefactos del arcaico como de las economías ecléc­ ticas de tipos arcaicos. Por ejemplo, en Graham Cave, Missouri (Logan, i ELNcevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 205 1932), los estratos de base fechados entre el 9700 y el 8000 B.P. con- . tienen formas de piedras con muescas que comprenden puntas de pro­ yectiles lanceoladas y cuchillos del tipo de Plano. A! nivel siguiente, las puntas de proyectiles sugieren una mezcla de formas de Piano y del ar­ caico, y además hay hachas acanaladas. Lo que es más importante, en el nivel superior aparecen manos, piedras de moler y machacadores, lo cual sugiere un recurso mayor a la preparación de alimentos vegetales! Análo­ gamente, el yacimiento de Rice db.Missouri tiene un inventario de útiies arcaicos típico del foco de Grove, que tiene una distribución amplia a lo largo del centro-sur de los Estados Unidos (Bray, 1956). El foco de Grove (Bell y Baerreis, 1951; Baerreis, 1959) es mejor conocido por varios otros yacimientos, sobre todo de Okiahoma, muchos de los cuales dan muestras de largos períodos de uso o de una reocupación sistemática o frecuente. Aparecen puntas de proyectil con muescas de tipo arcaico, así como raederas, barrenas y cuchillas [cboppers], junto con hachas acana­ ladas, losas de moler, manos y morteros. También en Oldahoma, el foco de Fourche Maline (Baerreis, 1951, 1959; Bell y Baerreis, 1951) exhibe muestras de un inventario de útiles arcaicos que comprende hojas y ra­ ederas, hachas (algunas acanaladas) y piedras -taza, contrapesos de atlacl' y martillos. Estos yacimientos son basureros que contienen cantidades considerables de conchas, además de huesos de animales. En Texas se han descrito diversas vaciantes regionales de cultura y economía arcaicas (Suhm y otros, 1954; Crook y Harás, 1952). Kelley (1959) combina al­ gunas de estas variantes locales en una fase más general de arcaico de Te­ xas o de Balcones, definida generalmente por la presencia de artículos como muelas, manos, metates y morteros, además de formas de piedras como muescas, y por la presencia de restos de alimentos vegetales, esca­ mas de pescado, espinas de pescado, mejillones, caracoles y moluscos de agua salada, además de huesos de animales. Estilísticamente, parece que los artefactos de la fase de Balcones se parecen tanto a las formas del ar­ caico del este como a los estilos del Desierto de! oeste, y Kelley aduce que la fase de Balcones es un eslabón de una cadena o un horizonte cul­ tural que une a las culcuras arcaicas del este y el oeste de los Estados Uni­ dos. Al norte y el este de las regiones que acabamos de comentar, en las Grandes Llanuras propiamente dichas, la prehistoria del período si­ guiente al 6000 B.P. está menos bien definida. Escasean los yacimientos en un período de, por lo menos, mil años a partir de esa fecha. Como ha señalado Wedel (1964), el período de escasez corresponde al período al- titermal y sugiere que durante ese período de aridez es posible que las poblaciones humanas se vieran obligadas a refugiarse junto a los márge­ nes de la zona de las llanuras. Los yacimientos existentes sugieren la influencia de las tradiciones tanto del arcaico del este como de la Cultura del Desierto del oeste. Willey (1966) parece inclinado a contemplar esas 206 La crisis alimentaria de la prehistoria culturas «arcaicas» de las llanuras como evoluciones indígenas saturadas de influencias externas, pero el lapso de tiempo transcurrido entre los yacimientos tardíos de Plano y los grupos arcaicos bien definidos de las llanuras sugiere la posibilidad de, por lo menos, un. abandono parcial y una sustitución por poblaciones nuevas. En las llanuras del este, en Nebraska, Kansas e lowa, las puntas de proyectiles de estilo arcaico del este se conocen sobre todo como-hallazgos de superficie. En uno o dos lugares parece que unos yacimientos arqueológicos mejor definidos indi­ can alguna continuación de economías más antiguas y centradas en la ca­ za por poblaciones con este nuevo estilo de punta de proyectil. Por ejemplo, en Logan Cteek, Nebraska, aparecen puntas arcaicas de hueso de bisonte y con muescas laterales fechadas entre el 6700 y el 7300 B.P. En el yacimiento Simonson de lowa se encuentran puntas de lanza con muescas (tipo arcaico) relacionadas con bisontes y fechadas hacia e l'8400 B .P . (Agogino y Frankfoiter, 1960). En las llanuras occidentales, y sin comenzar hasta el 5000 B .P ,, hay varios yacimientos dispersos por Wyoming, Montana, Colorado, Dakota cíel Sur y la parte occidental de Nebraska que, según W edei (1964), se­ ñalan una fase de caza y recolección, además de poseer en general, piedras de moler, y lo característico es que los restos de huesos contengan porcentajes mayores de caza menor, como roedores y reptiles, de lo que aparecía en los yacimientos de ios cazadores más antiguos de las llanuras. Sugiere que ia nueva economía, -que representa una utilización más completa y más cuidadosa del medio ambiente, se extendió hacia el este a partir de la Gran Cuenca. En el yacimiento de McKean de "Wyoming (Mülíoy, 1954), donde la ocupación se extiende desde el 3400 B .P . hasta quizá el 5000 B .P . o antes, se han recuperado diversas puntas de proyec­ til, cuchillos y raederas junto con manos y piedras de moler. En Mummy Cave, Wyoming, (W edei y otros, 1968) se ha hallado una secuencia estratificada en la que hay puntas Plano encima de lo que quizá sea una punta Folsom, encima de las cuales a su vez hay puntas con muescas de tipo arcaico, mientras que en niveles fechados hacia el 4400 B .P . apare­ cen muelas. Análogamente, en Pictograph Cave, Montana (Mulloy, 1952, 1958) hay una secuencia estratificada que se extiende desde gru­ pos cazadores muy antiguos pasando por el arcaico hasta el período his­ tórico. W edei sugiere, sin embargo, que no todas las poblaciones de las lla­ nuras occidentales adquirieron la pauta dietética más ecléctica. Señala que varios yacimientos aparecen en fechas bastante más tardías en las ■que no hay muelas, y en las que el carácter de la piedra con muescas o los restos de fauna indican un enfoque bastante especializado de la caza del bisonte. Las colecciones de la trampa de bisontes de Powers Yonkee de Montana (Bentzen, 1962), fechadas hacia el 4500 B.P. y del yacimiento de Signal Butte de Nebraska (Strong, 1935), fechado entre el 3500 y el El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérka 207 2000 B .P . parecen reflejar una gran dependencia respecto ele la caza, co­ mo ocurre con la cultura ele Gxbow de Long Creek, Saskatchewan (Wettlaufer y Mayer-Oakes, 1960). Sin embargo, como algunos de estos yacimientos, concretamente Signal Butte, revelar en otros sentidos grandes afinidades estilísticas con las colecciones de McKean (Ivfulloy, 1954), es posible que nos estemos ocupando de campamentos con fines especiales, y no de grupos culturales discretos con economías separadas. En ía parte occidental y seca de las llanuras parece que este economía de caza y recolección persistió con relativamente pocos cambios hasta el período histórico y la llegada del caballo. Sin embargo, en la parte orien­ tal de las praderas, donde la mayor humedad 'sustentaba unas merbas de pradera más ricas y bosques de galería a lo largo de los lechos de los ríos, las influencias más tardías que llegaron del este aportaron importantes cambios estilísticos y económicos .'La cerámica no aparece en las llanuras orientales hasta hace unos 2.000 años, en cuya época se deriva con bas­ tante claridad de un origen de Woodland del este, y se supone que lle­ gaba acompañada por la expansión hacia el oeste de la agricultura del maÍ2 . D e hecho, algunos yacimientos Hopcwett de las llanuras han dado maíz fechado entre hace 1.500 y 2.000 años (Wedc-l, 1961, I.9-65), pero las pruebas efectivas son bastante escasas. Hasta los ú 'ri-'o s mi? años no parece que la agricultura aportase cambios de consideración a la economía de las llanuras del este. Después dei 800 de nuestra era, apro­ ximadamente, se advierte un estilo de vida más asentado, que comporta al­ deas grandes y permanentes basadas en la agricultura y la caza. ■ . : ' Al oeste de las Montañas Rocosas, en los medios ambientes áridos que caracterizan al sudoeste de ios Estados Unidos, y en la zona de la Gran Cuenca de Ü tah, Nevada, el sur de Ida lio, el este de Oregón y el sudoeste de California, parece que la escasez de caza mayor 'levó -a la aparición de economías eclécticas de tipo «arcaico» en fecha relativamen­ te temprana. Al mismo tiem po, parece que la pobreza de .recursos ali­ mentarios de todos los tipos llevo a unas densidades de población relati­ vamente bajas, aunque conforme a todos los indicios, la presión de­ mográfica sobre los recursos era muy alta. En el sudoeste, esta presión llegó con el tiempo a aliviarse mediante la adopción de culrigenos mexi­ canos, pero más al norte de la Gran Cuenca, donde aparentemente el medio era inhóspito para la agricultura, las poblaciones sigu •"ton oendo pequeñas hasta el período histórico. Jennings (1956, 1957, 1964; Jennings y N ocbcct. 1955) be incluido las primeras culturas postpleisrocénicas de toe a esta región en las .Cultu­ ras del Desierto. La identidad cid grupo se basa en parte en pauta-; ecoló­ gicas comunes, especialmente la adaptación ? la explotador, máxima de un medio am biente árido y muy limitado, que requería un enfoque in ­ tensivo en la recolección y la preparación de semillas Pequeñas v la reco­ lección no selectiva de variadas especies de caza, g r - y pe-;. ;ña. La 208 La crisis alimentaria de la. prehistoria utilización de los recursos espacialmente limitados de los ríos y las costas de los lagos forma también parte de la pauta (.Baumhoff y Heizer, 1965). Jennings sugiere que la explotación del medio desértico habría exigido la maximización de las diferencias estacionales de recursos, pues estos variaban según la altura, y aduce que l'as poblaciones- humanas tendrían que realizar desplazamientos bastante rápidos y grandes para aprovechar al máximo lo que había disponible. La Cultura del Desierto también se define por varios tipos de artefactos que aparecen común­ mente en los yacimientos. Entre los más importantes figuran las frecuen­ tes piedras de moler y muelas; puntas de proyectil típicamente pequeñas (para la caza menor) y otras formas de piedras con muescas, entre ellas cuchillos, descascarilla dores, cuchillas [choppers] y raederas. La lista comprende también varios artículos perecederos, en particular de ces­ tería, sandalias tejidas, pieles, bolsas de vegetales y artículos más distin­ tivos, como carracas de pezuña de ciervo, bolsas de medicinas, útiles de hueso para cortar la hierba y bastones de cavar (Jennings, 1956; Heizer, 1956; Heizer y Krieger, 1956; Day, 1964). En la medida en que la iden­ tificación, de las Culturas del Desierto se basa en esos artículos perecede­ ros, dicho sea de paso, me parece que la definición de la unidad cultural está en ilguna duda, pues la presencia o la ausencia de esos artículos puede reflejar la conservación en un medio árido, más bien que la uni­ dad cultural efectiva de la tradición. Quizá resulte más útil para nuestros fines pensar en términos de una serie de adaptaciones económicas pare­ cidas en general, mejor que en términos de una unidad cultural bien definida., Warren (1967) e Irwin-Williams (manuscrito), entre otros, ya han puesto en tela de juicio la unidad cultural del grupo del Desierto. Como se ha sugerido supra, los yacimientos que representan esta pauta de adaptación empiezan a aparecer en el oeste de los Estados U ni­ dos durante el décimo milenio B.P. És probable que el más conocido de los yacimientos de la Cultura del Desierto sea Danger Cave, donde los primeros estratos que contienen artefactos de la Cultura del Desierto es­ tán fechados en el 9700 B.P. A partir de entonces parece que la cueva se utilizó de forma continua durante unos 7.000 años por gente con una economía que básicamente no cambiaba del tipo del Desierto. Entre los restos de fauna hay antílope, bisonte, oveja, conejo.,, rata de los bosques, gato montes y zorro del desierto, pero los artefactos y el carácter del pro­ pio yacimiento indican la enorme importancia de ios alimentos vegeta­ les en la dieta. Hay unas 1.000 piedras lisas de moler, además de varios centenares de manos, cantidades que representan un llamativo contraste con el número relativamente pequeño de artefactos Uticos con muescas recuperados (2.000). Se identificaron entre los restos de la cueva 65 espe­ cies de plantas, y de hecho gran parte de.la composición del yacimiento era vegetal. En especial se hallaron grandes cantidades de paja dep ic k le - i El Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 209 vieed, planta silvestre que parecía recolectarse por sus semillas, que se se- ■caban, molían y comían. La importancia de esta planta en la dieta parece estar confirmada por su presencia en gran cantidad en heces humanas de la cueva. Cerca de allí, en Hogup Cave (Aikens, 1970; Harper y Alder, 1970), se ha excavado una secuencia económica parecida del Desierto, fechada a lo largo de un período que va del 8000 B.P. aproximadamente al 1470 de nuestra era. Tanto el inventarío de artefactos como el carácter vegetal del material duplican los de Danger Cave. Durante parte de la secuencia es evidente un enfoque más específicamente acuático, y parte importante de la dieta son las aves acuáticas, los juncos y los rizomas de plantas de pantanos. Durante la mayor parte de la ocupación parece que la economía era en general del tipo.arcaico del Desierto, muy centrada en alimentos vegetales, diversos animales de caza y aves acuáticas, Pero lo que resulta bastante interesante es que hacia ia época de Cristo parece que el pueblo de Hogup pasó de esta dieta a otra de caza mayor, y los alimentos procedentes de semillas y las piedras de moler pierden impor­ tancia. En Nevada se han encontrado varias colecciones más de la Cultu­ ra del Desierto. En Gypsum Cave (Harrington, 1933) aparecen piedras de moler y contrapesos de atlatl junto con bastones de cavar y «hoces» o útiles de hueso para la recolección. El estiércol de perezoso de esa cueva se ha fechado hasta el 10500 B .P ., pero la relación entre el estiércol y los artefactos es discutible. Las lecturas de carbono 14 de los propios artefac­ tos de madera sugieren que la ocupación se inició hacia el 3000 B.P. (Berger y Libby, 1967). En las cuevas de Humboldt y Lovelock, cerca del Lago Humboldt, se encuentra una orientación más específicamente la­ custre. En la Cueva de Lovelock (Loud y Harrington, 1929; Heizer y Napton, 1970, eds., 1970) la ocupación data de hacia el 4500 B.P. hasta el período histórico. Los restos de comida indican una gran utilización de especies lacustres como peces, aves acuáticas y plantas halofíticas, así como diversos mamíferos pequeños. La colección de artefactos guarda clara relación con el mismo tipo de actividades, pues hay patos de recla­ mo, redes y anzuelos, hoces de cuerno y de hueso, además de equipo de caza. En la Cueva de Humboldt, donde la ocupación fue aproximada­ mente contemporánea, hay pruebas de una economía parecida. Lo que es sorprendente es que ninguno de los yacimientos tenga piedras de mo­ ler ni manos, pero esos artículos son frecuentes en yacimientos cercanos ai aire libre, y se supone (Jennings, 1974) que representan parte del mis­ mo ciclo económico. Análogamente, en el sudeste de Oregón, en el margen septentrional de la Gran Cuenca, parece que persistió durante un largo período una economía de tipo del Desierto. Y a se ha mencionado el material de Cul­ tura del Desierto o de protocuitura del Desierto de Fort Rock Cave en el décimo milenio B .P ., pero se conocen colecciones típicas de Cultura del Desierto en otros iugares, como las cuevas Paisley Nos. 1 y 2, Roaring 210 La crisis alimentaria de la Drehístoria Springs Cave y Catiow Cave en la misma región (Cressman, 1942), cuyas fechas oscilan entre ei 7000 B .P . y el período histórico. En cuanto al sudoeste, Íraln-W ifliam s (manuscrito) ha resumido ha­ ce poco ia evolución ele las culturas arcaicas del Desierto en términos de cuatro tradiciones regionales. La m ejor definida de esas tradiciones y la que aporta, los datos más antiguos de una economía ecléctica de tipo del Desierto, incluso con muelas, es ia tradicíóxh Cochise del centro y el su­ deste ele Atizona y el sudoeste de Nuevo México. La primera fase de esta tradición, la de Sulphur Springs, mencionada su pra (Sayles y Antevs, 1941) se conoce a partir.de seis yacimientos, uno de los cuales, el del Doble Adobe, ha rendido una gama de fechas con radiocarbono de entre el 9300 v el 8200 B .P . Son frecuentes Jas guanos y las piedras de moler, así como cuchillas [choppers] líricas con muescas, raederas y cuchillos. La fauna conexa representa una pauta sorprendentemente orientada hacia la caza mayor, pero se ha puesto en tela de juicio la rela­ ción con la fauna (Haury, 1960). En las fases más tardías, la Chirícabua y la de San Pedro, de la tradi­ ción Cochise, a partir dei 5500 B .P . aproximadamente, la presencia des­ tacada de manos y piedras de moler indica la continuación de la im por­ tancia de los alimentos vegetales en la dieta. En la cueva ele Tularosa de Atizona (Martin y otros, 1952), fechada hacia el 2800 B .P . se han identi­ ficado entre los restos de comida especies florales que comprenden la yu­ ca, varios cactus, nueces, semillas de diversas hierbas, girasoles y prímula del desierto. En Hay Hollow, también en Atizona, (Martin y Plog, 1973), y con fechas entre el 2300 B .P . y el 1700 B .P ., son frecuentes las piedras de moler y aparecen varias plantas silvestres, entre ellas las se­ millas de varias hierbas, amarantos, Chenopodium y Comporitae. Estas fases de Cochise más tardías comprenden tam bién varias espe­ cies domesticadas. En el suroeste aparece un maíz primitivo, posible­ mente derivado de México, ya en el 5000 B .P . aproximadamente, e n B a t Cave (Dick, 1965); tam bién se añaden calabazas y algo más tarde ha­ bichuelas a la lista de cultígenos adoptados de México. No parece que es­ tos cultígenos tuvieran gran impacto en la economía; más bien parece que simplemente quedaron absorbidos en la pauta, ya ecléctica, de reco­ lección de alimento (W halen, 1973; Reed, 1964). Tanto el maíz como las habichuelas y la calabaza aparecen, por ejem plo, en la cueva de Tula- rosa, pero se trata de elementos poco frecuentes en los desechos. T am ­ bién aparece el maíz en Hay Hollow, pero entre una variedad muy amplia de plantas silvestres recolectadas. La relativa falta de importancia del maíz en la dieta se debe en parte al carácter primitivo del propio maíz inicial. Hasta después del 2750 B .P . no aparecen formas más m o­ dernas de maíz en el sudoeste (Mangelsdorf y Lister, 1956), pero merece la pena señalar que incluso después de esa fecha tarda algún tiempo en aparecer el maíz como parte fija de la economía. El Nuevo Mundo: Noríesméricr. y Mesoamérica an "Existen pruebas botánicas de que por lo menos una planta se domes­ ticó en el propio sudoeste: la Probóscides p arv ifíom , y de que varáis plantas indígenas se cuidaban o cultivaban, entre ellas varias especies de tabaco, cerezas de tierra (Physalis sp,), patatas silvestres (Sola?m-m sp.) y hierbas de las Montañas Rocosas (C leom e serm iata). Los girasoles (tle - lianthus annuus) utilizados como alimento en el sudoeste se extendieron desde allí hacia el este de los Estados Unidos, peto hasta llegar a esta úl­ tima región no hay pruebas claras de domesticación morfológica (Yar- nell/1977). El cuidado de estas pequeñas cosechas, que podría parecer poco probable tras la llegada de plantas más prometedoras, sugiere que el sudoeste había derivado sus propios cultígenos antes de adoptar los de México, y por ende puede aparecer como otro foco .independiente de domesticación. Sin embargo, por hoy no hay pruebas de que ninguna de estas plantas domesticadas o cuidadas precediera efectivamente a la 1 difusión de los cultígenos mesosimericanos en la región .(Yarncll, I$77). Al norte de la zona de Cochise, en Atizona septentrional, el sudeste de Utah, el sudoeste de Colorado y el noroeste de Nuevo México, Irwin- Williams (manuscrito) describe una tradición Oshara separada, del complejo arcaico o del Desierto. En esta región, ia economía del Desier­ to es bastante tardía, y no llega hasta la desaparición de los cazadores tardíos de Plano, en algún m om ento posterior al 8000 B .P . Las primeras fases de esta tradición, fechadas entre el 7500 B .P , aproximadamente y el 5300 B .P . carecen de muelas. Irwin-'Williams propugna un espectro más amplio de actividades económicas que el que caracteriza a los gru­ pos más antiguos de cazadores paleoindios, debido en gran parte al utillaje y a las pautas de asentamiento. Hasta después del 5000 B .F , no aparecen losas de moler rehundidas ni manos, y estos útiles de piedra pulida van siendo más frecuentes a lo largo ele las fases tardia5.de ia tra­ dición, fechadas entre el 3800 B .P . y el 400 de nuestra era. Parece que el maíz doméstico se añadió a la dieta en algún mom ento después del e800 B .P ., pero tam bién en este caso probablem ente fuera un incremento re­ lativamente menor de una dieta ecléctica de recolección. Irwin-'Williams define una tercera variante Desierto-Arcaico en ei su­ deste de Nuevo México y el sudoeste de Texas, conocida como, el complejo del Hueco. Tam bién en este caso parece que surgió bastante tardíamente una economía arcaica tras el abandono de la zona por los ca­ zadores de Plano; las fechas más antiguas del complejo clel Hueco son del orden del 4000 B .P . aproximadamente. En e ; tiTugio-.de Fresnal, cu­ yos principios están fechados por lo menos en el 3600 B .P . aparecen va­ rias puntas de proyectil, raederas, cuchillas [choppers] y'manos y m eía- í tes. Los restos orgánicos consisten en diversas nUritas Al mentidas sil - vestres, que abarcan el cactus, sotol (DasyUñón) , semillas d eh W L as, ca- ¡Jnbaza silvestre y maíz y habichuelas domésticos. En el oeste de Atizona y el sudeste de California, cuarta, su ozona -1/5 212 La crisis alimentaria de la prehistoria Irwin-Williams, es donde más difícil resulta definir la economía del Desierto-Arcaico y su relación con grupos tempranos putativos de cazado­ res. Se han identificado en esta región varias colecciones líticas con muescas en su mayor parte de yacimientos de superficie sin estratos. Co­ mo ya se ha mencionado, Heizer (1964) está descontento con estas colec­ ciones de superficie y mantiene reservas acerca de su importancia como prueba de una ocupación temprana. Según Warren (1967) y Rogers (1939), los diversos materiales se pueden agrupar en el complejo de San Dieguito, definido por un utillaje que comprende varios tipos de raede­ ras, cuchillos y puntas de proyectil. La fecha de la mayor parte de esos materiales es incierta. Bennyhoff (1958) ha sugerido fechas que llegan hasta el 11000 B .P ., mientras que otros (Wallace, 1964) dan un cálculo más prudente de hacia el 9000 B.P. Una fecha con radiocarbono del 9640 B .P . de una concha de yacimientos naturales junto a la costa del Lago Mojave da una edad máxima posible de los artefactos que aparecen en la superficie de la playa, pero no hay pruebas de que los artefactos se­ an efectivamente tan antiguos (Heizer, 1964). No existen más que otros dos contextos razonablemente bien definidos en los que puedan fechar­ se esos materiales. Se dice que el estrato basal de la Cueva Ventana (Haury, 1950) contiene materiales de San Dieguito junto con piezas Clovis o Folsom, lo que daría a este material una fecha de na.da menos que el 11000 B .P ., contemporánea con la más antigua de las tradiciones de caza de grandes animales. Sin embargo, Irwin-Williams pone en tela de juicio la identificación de los restos de Ventana, y parece aceptar las fechas de 8500-9000 B.P. del yacimiento de C. W . Harris de California (Warren y True, 1961) como las más antiguas que resultan fiables res­ pecto del material de San Dieguito. Tam bién la economía de estas colecciones está sometida a polémica. Irwin-Williams incluye a San Dieguito en su agrupación de economías arcaicas de espectro más amplio, pero otras autoridades, como Willey (1966), Warren (1967) y Jennings (1974), entienden que los artefactos indicar, una economía orientada hacia la caza generalizada. Como ya sé ha destacado, la interpretación funcional de los artefactos líticos con muescas no está totalmente clara. Pero desde luego, las muelas y el equipo conexo para la preparación de vegetales brillan por su ausencia en el yacimiento de C, W , Harris, y faltan o son muy raros en otras colec­ ciones de superficie del tipo de. San Dieguito-Mojave, que se supone representan la ocupación más antigua del sudeste de California (Warren y True, lp ó l). El equipo de moler no empieza a formar parte regular y considerable del utillaje hasta las colecciones de la Cuenca de Pinto (Campoell y Campbell, 1935), derivadas de aquellos primeros grupos. U n lugar de la Cuenca de Pinto, el yacimiento de Stahl (Harrington, 1957) ha aportado restos de siete estructuras circulares que, junto con pozos de almacenamiento y desechos concentrados, parecen indicar una ;pl lluevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 213 ocupación prolongada. Además de varias formas de piedras con mues- ■cas, se han recuperado varios tipos de manos y piedras de moler. Sin em­ bargo, el yacimiento no está fechado. Resulta difícil fechar la colección de la Cuenca de Pinto, con su utillaje más característico del tipo del Desierto, y con una población que se ha calculado era mayor que la de la fase antecedente de Sán Dieguito (Wallace, 1962). Beynhoff (1958) ha calculado que data nada menos que del 9000 B .P ,, fecha que parece demasiado temprana conforme a las feclías del yacimiento de C. W . Harris. Meighan (1959, b) ha calculado el comienzo de esta fase hacia el 8000 B .P ., lo cual parece más plausible, mientras que Wallace (1962) propugna una fecha tan tardía como el 5000 B .P. En todo caso, parece que la evolución cultural subsiguiente en el sudeste de California permaneció en la pauta económica general Desierto-Arcaico, y que las muelas formaban una parte considerable de las colecciones arqueológicas hasta el período histórico (Wallace, 1962). La secuencia arqueológica de Baja California parece haberse derivado de la tradición del Desierto supra. Existe alguna posibilidad de que los primeros grupos de San Dieguito o del Lago Mojave penetrasen en la península, pero las primeras colecciones arqueológicas bien establecidas (fechadas hacia el 7000 B .P .) son del tipo de la Cuenca de Pinto, con piedras de moler y manos. Parece que los ocupantes más tardíos de la península ampliaron la gama de alimentos que se recolectaban. Se ha co­ municado la presencia de grandes concheros costeros de fines del período prehistórico (Masey, 1961), Más al norte de California, la secuencia prehistórica se parece a la se­ cuencia arcaica de las regiones costeras y de bosques del este. Al igual que en el este, parece que una base de recursos bastante rica de alimen­ tos vegetales silvestres y acuáticos permitió la aparición de poblaciones densas y de grupos humanos numerosos y sedentarios. Al mismo tiem ­ po, parece que la riqueza de los recursos silvestres llevó a ú n a resistencia cultural contra la adopción de una economía agrícola, con el resultado de que los indios de California se quedaron en una economía intensifica­ da de caza y recolección hasta el período histórico (Kroeber, 1917). Meighan (1959, a) ha dividido esta economía arcaica de California en tres grandes pautas. En partes de California, como ya se ha indicado, hay una economía de tipo del Desierto con dependencia primaria de semillas de plantas y de la caza menor, mientras que en los valles centrales y las zonas montañosas del estado era característica una pauta diferente, basa­ da en la preparación de la bellota, la pesca fluvial y la caza-del ciervo y del alce. A lo largo de la costa fueron surgiendo diversas economías, centradas en el marisco, e¡ pescado o La caza de mamíferos marinos. Parece existir un acuerdo bastance generalizado en el sentido de que esta pauta de recolección de espectro amplio, de La que son prueba los útiles de preparación de alimentos vegetales, junto con mariscos y otros 214' ’ La crisis alimentaria de k prehistoria restos acuáticos, es de origen reciente y data de después de 7000 B.P. Más polémicos son los orígenes de las tradiciones culturales tardías. Una posibilidad es que las economías de espectro amplio de esta época se de­ riven de un estrato antiguo y autóctono de caza, representado por los hallazgos, muy esporádicos, de puntas Clovis o' de materiales líticos con muescas del tipo de San Dieguito comentado supm (Meighan, 1959, a). Sin embargo, en casi todas las partes de California las pruebas de esta ocupación antigua son escasas, y generalmente se derivan de materiales de superficie de afinidades y fechas discutibles. Otro enfoque de la prehistoria de California ha consistido en suponer que gran parte del es­ tado no se ocupó hasta bastante tarde y lo hicieron grupos empujados por la presión demográfica o presiones de otro tipo que les obligaron a salir de las regiones adyacentes. Heizer (1964), entre otros, ha aducido que la notable diversidad cultural y lingüística de los grupos de Califor­ nia puede reflejar la migración tardía y repetida de grupos de otras re­ giones a los microhábitats disponibles. La prehistoria ele California después del 7000 B .P . se ha dividido en tres grandes unidades cronológicas (Heizer, 1964): un primer período que liega aproximadamente hasta el 4000 B .P .; un período mecho que va dfi 4000 B .P . al 2000 B .P ., y un período tardío que va del 2000 B.P. hasta los tiempos históricos. La arqueología de estos períodos revela unas tendencias bastante claras hacia el aumento de la explotación de los re­ cursos vegetales y acuáticos, una-mayor distribución geográfica de las poblaciones aborígenes y un mayor tamaño y densidad de los grupos de población (Heizer, 1964; Meighan, 1959, a b; W allace, 1954, 1955; Be- ardsley, 1948). El primer período se conoce sobre todo en las regiones del centro-sur y del sur, en la costa, y del centro en el interior de California. En el sur de California hay muchos yacimientos fechados pertenecientes al «hori­ zonte de la piedra de moler» o de L a jo lla , fechado entre el 7000 y el 4000 B.P. Se supone que la economía era de molienda de semillas y de caza, con el marisco y otros recursos oceánicos únicamente como alimen­ tos secundarios (W allace, 1955; Heizer, 19(54).-En el yacimiento de Linde Sycamore (W allace, 1954) un basurero profundo rindió 116 meta­ tes, junto con restos de mariscos y los huesos de ciervos, nutria marina y aves acuáticas. Sin embargo, el pescado era relativamente escaso, y pare­ ce que la utilización de recursos acuáticos era menos intensiva que en otros períodos. En las islas de Santa Catalina y San Nicolás hay datos, a partir del sexto milenio B .P ., de la caza de mamíferos marinos, o por lo menos de la utilización de la fauna varada. En el centro de California, parece que las poblaciones contemporá- ne''? de la fase de W indm iller (Beardsley, 1948) de los valles del interior establecieron una economía de preparación de semillas, caza y pesca. Una vez más son comunes los metates y los morteros, y se hallan an­ El N¡ -•••' Mundo; N ortean'frica y Mesoaméricn 215 zuelos de diversos tipos y lanzas de hueso. Nc parece que la cosía del centro de 'California se explotara todavía intensivamente, sí bien es -po­ sible que haya algunos datos de las economías costeras escondidos bajo los grandes concheros d.e'períodos más tardíos. Más a! norte, tanto en las costas como en el interior, escasean los datos de una cultura temprana de recolección de semillas (Heizer, 1964) y, en general, la ocupación mida] está menos bien documentada que la de fases ulteriores. Después del 4000 B .P ., en los períodos intermedio y tardío, hay ■pruebas de varios cambios. En primer lugar, determinadas zon-, ido Ca­ lifornia, concretamente la zona costera del centro y las zonas eos lees c in­ terior del norte, que antes estaban poco habitadas o áeshabhadas apor­ tan ahora, pruebas de poblaciones considerables. En general, los asenta­ mientos de todo el estado parecen haber.sido más grandes y más perma­ nentes que los del período inicial (Heízer, 1964; Meighan, 1959, a), y hay pruebas de una diversidad estilística local cada vez mayor. Heízer (1964) observa que hay grandes números de enterramientos m les que ios esqueletos exhiben muestras de traumas o tienen incrusta:! :;: puntas de proyectiles, lo que indica una mayor frecuencia de las guerras. Tam bién son evidentes varios cambios económic - En el período in­ termedio hace su primera aparición el característico mortero de tolva, en una combinación de cestería y piedra pulida (Wallace, 1955), utilizado históricamente en la preparación de la bellota, y es posible que la utili­ zación extensiva de la bellota, tan caracterísríta de los indios más tardíos de California, proceda de esta época. También, es durante este período cuando parece surgir la pauta histórica de explotación marítima (Meighan, 1959, b): arpones dentados, pesos en las redes, y puntas de proyectil especiales de hueso o de asta, romas, para la pesca (Bey.nhoff, 1950; Heizer, 1964), y parece que también en esta época se establecen en las islas frente a la costa poblaciones con economías adaptadas a la ca­ za de mamíferos marinos. En el yacimiento de Little Harbor. en ;i isla de Santa Catalina, hay un conchero de un metro de profundidad aproxi­ madamente, cuya base está fechada hacia el 39-:ü B .P ., formado casi exclusivamente por mariscos y huesos de mamíferos marinos, entre ellos delfín, cachalote.y foca, cuya caza se supone exigía i?, utilización de bo­ tes. Los mamíferos marinos constituyen nada menos que el 57% de los huesos recuperados de este yacimiento (MeigbJan. 1959, b). Además, a lo largo de gran parné de la costa del centro y ei norte de California apa­ recen por primera vez concheros considerables di ■■"ante los períodos in­ termedio y tardío, en su mayor parte fechados después cki 3C-30 3 .P . aproximadamente (Heizer, 1964; Pillin.r, 1955). Al igual que California, la costa de! noroeste y k • iníerlor de Washington y Oreg&n brindaban una base de subs istencia reía ticamente rica para las poblaciones dispuestas a utilizar recursos secundados como los alimentos íiuviaks vegetales. Para la llegada del período histórico, 2 1<5 La crisis alimentaría de ia prehistoria habían surgido poblaciones numerosas, densas y asentadas con muchos dedos atributos sociopolíticos de los grupos agrícolas, cuya economía se basaba en la explotación intensiva de esos recursos, especialmente el sal­ món migratorio, que se podía pescar en grandes cantidades cuando ini­ ciaba sus desplazamientos estacionales (Druckér, 1955, a, b). Son varias las autoridades que han estudiado la prehistoria de esta región (Cress- m anyotros, 1960; Butlcr, 1959; Daugherty, 1962; Swanson, 1962; San- ger, 1967; Browman y Munsell, 1969; Leonhardy y Rice, 1970) y aunque existe alguna confusión y hay divergencias de opiniones acerca de las fechas exactas y la descripción de las diversas agrupaciones y fases, estilísticas, y acerca del número de divisiones cronológicas que se deben reconocer, las grandes tendencias económicas están bastante claras. En general, al igual que en otros sitios, las culturas en que predomina la ca­ za son anteriores, mientras que las culturas con una fuerte orientación fluvial, que entraña una explotación intensiva de peces y mariscos, tien­ den a ser tardías (aunque el estilo de vida pescador está firmemente do­ cumentado aquí antes que en la mayor parre de los demás sitios de los Estados Unidos), Los útiles de preparación de vegetales también apare­ cen sobre todo en la fase más tardía de la secuencia, y'su cantidad y su variedad van en aumento con el transcurso del tiempo. Además, parece que la mayor parte de la costa no estuvo ocupada hasta la prehistoria ' muy reciente. También es evidente que se da al menos una tendencia general hacia números mayores de yacimientos y una mayor permanen­ cia de la ocupación. Browman y Munsell (1969) dividen la prehistoria del noroeste en los siguientes períodos. El Período 1 (15000 a 10500 B .P .) se define confor­ me a un reducido número de yacimientos de la Mecerá de Columbia y de las regiones próximas de Idaho, que figuran entre los primeros yacimien­ tos bien fechados de Norteamérica. Estos yacimientos demuestran una economía de subsistencia basada en gran medida en la caza de animales grandes, como el ciervo, el antílope, la oveja de montaña, el caballo y los camélidos, con menos dependencia respecto de formas más pequeñas, como las gallináceas Tetraonidae, el conejo y algunos pequeños carní­ voros. Wilson B u tte,de Idaho, com entadorypra(Gruhn, 196l,1965)su - gíere una base de subsistencia de este tipo, al igual que Jaguar Cave, en Idaho (Sadek-Kooros, 1966), donde los niveles fechados entre el 11900 B .P . aproximadamente y el 10400 B. P. comprenden los huesos de va­ rios mamíferos grandes y pequeños, el 80% de cuyos huesos proceden de oveja de montaña, ciervo y antílope. En el refugio de Marmes Rock, en la Meseta de Columbia (Fryxeli y otros, 1965), en niveles cuyas fechas se inician en el 10800 o antes, se han encontrado algunas conchas de m o­ luscos fluviales, pero el análisis genital de las colecciones de fauna y úti­ les sugirió a los excavadores que la economía volvía a ser de tipo predo­ minantemente cazador, Jcl Nuevo Mundo: Norteamérica y Mcsoamérica 217 El Período 2 de Browman y Munsell (10500 a 8000 B .P .) se vuelve a ’ describir en el sentido de grandes anímales, como el bisonte, el ciervo, el alce y el antílope. Sin embargo, hay sugerencias de una ampliación del espectro de las actividades económicas. Los primeros niveles del yaci­ miento de Five Miles Rapids en ei Embalse de Dalles del Río Columbia, fechados hacia el 9700 B .P ., han brindado datos de una pauta de caza bastante variada, pues los restos comprenden ciervo, castor, varios mamíferos pequeños, algunas aves e incluso una foca. También hay al­ gunas conchas de moluscos, y es posible que un arpón de hueso de este nivel indique también el comienzo de la caza acuática (Cressman y otros, 1960). En el yacimiento de Lind Coulee .(Daugherty, 1956), fechado con radiocarbono en aproximadamente el 8700 B .P ., los restos de bisonte, ciervo y varios mamíferos más pequeños, junto con artefactos Uticos con muescas, indican un predominio de la caza; pero aquí hay manos, lo cual sugiere que se prestaba alguna atención a la preparación de alimentos vegetales. Análogamente, en el yacimiento de Milliken (Borden, 1966) los estratos fechados entre el 9000 B.P. y el 8200 B.P. aportan una colección de útiles que sugiere una economía con predominio de la caza, aunque tanto las piedras yunque como los huesos quemados de Prunus virginiana sugieren una cierta dependencia respecto de los ali­ mentos vegetales. Lo que quizá sea más llamativo es que el yacimiento de Miilard Creek (hacia el 8300 B .P .) en la isla de Vancouver (Capes, 1964) tiene un conchero bastante rico en marisco y espinas de pescado. El Período 3 (8000 a 6500 B .P .) es el que según Browman y Munsell constituye el período de la floración de la tradición cordillerana antigua. Según la reconstrucción que hacen ellos, los grandes porcentajes de res­ tos de fauna y la preponderancia de los útiles de caza indican que la caza seguía siendo la actividad primordial de la mayor parte de las pobla­ ciones. Por otra parte, ahora empiezan a aparecer manos y piedras de moler en la región en estudio y se encuentran guij arros con bordes puli­ dos. Butier (1966) ha sugerido que esos útiles pueden ser precursores funcionales del mortero y el triturador, y que, al igual que el complejo de metate y mano, pueden indicar la importancia creciente de los ali­ mentos vegetales en la dieta. Tam bién hay algunas pruebas directas de alimentos vegetales: hay avellanas en Cascadla Cave (Newman, 1966} y hay niveles del yacimiento de Milliken (citado supra) que datan de este período y dan muestras de la recolección y el almacenamiento de Prunus virginiana. En la mayor parte de los yacimientos de este período, los recursos acuáticos siguen representando sólo un ingrediente menor de la dieta. Aparecen pescados y mariscos esporádicamente en yacimientos del Río Columbia. Hay dos yacimientos que documentaban una utilización más extensiva del pescado y el marisco en esta época, pero Browman y Mun­ sell destacan su carácter excepcional. En el refugio de Marmes Rock, pa­ 218 La crisis alimentaria de la prehistoria rece que les niveles fechados hacia el 7600 B.P. (Fryxell y otíos, 1965) contienen cantidades relativamente grandes de conchas, y e-n el yaci­ miento de Five Miles Rapids los niveles fechados hacia el 7700 B.P. reve­ lan una dependencia muy grande respecto del salmón. Parece que las principales medidas adoptadas para ampliar el es­ pectro económico lo fueron durante los períodos 4 y 5 de Browman y Munseil (no diferenciados por ellos, pero que representan el período comprendido entre el 6500 y el 3500 B .P .). Es entonces cuando resulta evidente la explotación, generalizada e intensa del salmón y otros peces, tanto por la cantidad de espinas que aparecen en los desechos como por la elaboración de equipo para la pesca. Tampoco Jos moluscos fluviales adquieren importancia en la dieta de gran parte de la región hasta estos periodos. Aparecen morteros y trituradores, además de bastones para ca­ var y pozos de almacenamiento, todo lo cual sugiere un aumento de la dependencia respecto de la preparación de alimentos vegetales silvestres. Browman y Munseil sugieren dos explicaciones de esta transición econó­ mica: en primer lugar, que las culturas humanas sencillamente fueron evolucionando culturalmente para llenar los nichos vacantes; en segun­ do lugar, que la extinción de la fauna de grandes animales obligaba a utilizar cada vez más recursos nuevos (Fryxeli y Daughcríy, 1963). A mí me parece que esta transición llega de forma sorprendentemente tardía si se pretende relacionarla fundamentalmente con extinciones de fauna, si bien es posible que las extinciones fueran uno de los factores que, ju n ­ to con el crecimiento demográfico, obligaron a las poblaciones humanas a utilizar nuevos recursos. En todo caso, como señalan los propios Brow­ man y Munseil, parece que la expansión de las pautas económicas flu ­ viales fue más bien cuestión de necesidad que de elección. En el Período 6 (3500 a 2000 B .P .), se produce un nuevo aumento de la utilización del salmón, el marisco-y los alimentos vegetales (esto úl­ timo evidenciado en parte por la difusión de los morteros de tolva). Browman y Munseil aducen que es en esta época cuando la economía de la meseta del noroeste alcanzó su forma histórica. Pese a los hallazgos tempranos de la Isla de Vancouver, la mayor parte de las ocupaciones costeras del noroeste no aparecen hasta este período. lo s ¡principales domesticados de América y la semencia mexicana Naturalmente, la parte más importante de Norteamérica en el de­ sarrollo de la agricultura inicial es México. México, o la región de Meso- américa en general, es la que ha aportado, con mucho, el mayor número de los cultígenos autóctonos de Norteamérica (véase en Mangclsclorf y otros, 1964, una lista de cultivos bastante completa), y esta zona, con­ forme a todos los datos de que disponemos actualmente, parece ser el ■'¡Elltfufvo Mundo: Norteamérica y Mesoamerio.! 219 punto cíe origen ele las tres plantas alimenticias más importantes: maíz, 'habichuelas y calabaza.1’México tiene también k historia zrqueclógica de domesticación más larga de Norteamérica, y es la única parte del :oad- nente en que se puede defender con argumentos claros e- desarrollo in­ dependiente y autóctono de la tecnología agrícola, argumentos razo­ nablemente exentos de controversias en tomo a ia difusión de plantas de otras regiones, o incluso, a. la posibilidad de difusión de estímulos. La secuencia arqueológica de la domesticación en México se conoce ante todo gracias al estudio intensivo ele tres regiones: el estado de Ta- maulipas en el nordeste; el valle de Tehuacán en la región central ¿el sur, y el valle de Oaxaca, también en el sur. Dos de los estudios, los de Tamaulipas y Tehuacán, son fundaméntalraente obra, de Rxdi'wd Mac- Neish y sus compe ñecos (MacNcish, 1958; 3yers [ecl.], 1967; Mac- Neish, 1970; MacNcish, 1972), El tercero, y más reciente, de los estu­ dios, el del valle de Oaxaca, se realizó bajo la dirección de Kent Manneiy (Flannery y otros, 1967; Kirkby, 1973; Flannery, 1973). Tu cada una ele estas tres regiones, las curvas situadas en las tierras altas y secas han ofre­ cido una conservación orgánica que es de las mejores que hayan en­ contrado hasta ahora los arqueólogos en cualquier parte del mundo. El resultado es que en. las tres zonas disponemos de muestras buenas, aun­ que esporádicas, de restos orgánicos, a partir de los cuales se pueden ir montando visiones muy generales de ia solución económica dr'.xntc, más o menos, los últimos 10.000 a 20.000 años. La pauta, cve surge su­ giere que los primeros experimentos de cultivo se inidaron en un contex­ to de explotación de espectro amplio hace de 7.090 a 8.000 año: ■Perc en cada región la agricultura parece haberse desarroik.de ron gran lenti­ tud, de modo que hasta el 4000 B .P. o más tarde no disponemos de da­ tos sobre poblaciones sedentarias que hicieran un uso extensivo de culti­ vos domésticos. La similitud de las tres regiones a este resocctc resulta lla­ mativa, y sugiere que hemos obtenido una muestra fiabie de la pauta ele la evolución económica de todas las tierras altas de México. El seguir el historial de cada u na de las plantas domesticada: sigue siendo una empresa complicada. Un problema es que mucha? de las principales plantas domesticadas de América tienen historiales de evolu­ ción bastante complicados. Al revés que los principales cuitígcnos del Viejo Mundo, que a menudo se pueden distinguir de formas ancestrales silvestres bien documentadas sobre la base de un pequeño número de cambios morfológicos concretos, muchos de les cultígenos ir criemos es­ tán separados de sus antepasados silvestres por largas y.complicadas pautas de cambio evolutivo. En muchos casos, ios antepasados silvestres de muchos de los cultívenos mexicanos ni siquiera se pueden verificar con seguridad, y el resultado es que a mérmelo Jos botánicos desconocen la morfología, Jos hábitos y la distribución de 3ss formas anee.: ■sil­ vestres con ios que iniciar su interpretación del proceso de .-.tejtka- 220 La crisis alimentaria de la prehistoria ción. Además, si no se conocen los antepasados silvestres de un cultivo . determinado, las colecciones de especies silvestres modernas resultan de ■limitado valor a fines comparativos. En estas circunstancias, la determi­ nación de la condición silvestre o doméstica de los primeros especímenes arqueológicos resulta dificilísima. Otro problema conexo es que muchos de los cambios que han ocurri­ do bajo la domesticación han sido de carácter gradual y cuantitativo. Muchas veces, cuando se conoce el linaje silvestre de un cultígeno, o se sospecha, la única manera de distinguir las formas silvestres ylas primiti- , vas cultivadas es mediante el análisis estadístico de poblaciones relativa­ mente grandes. Las muestras arqueológicas suelen ser insuficientes para permitir una discriminación positiva. Por todos estos motivos existe una gran controversia en torno a la interpretación de muchas de las primeras muestras arqueológicas mexicanas. Estos problemas se ven exacerbados por el carácter desigual del pro­ pio registro arqueológico. La gran calidad de la conservación orgánica con que se tropieza esporádicamente en las tres zonas mencionadas supra pone de relieve la medida en que nuestro conocimiento de la re­ gión como un todo es fragmentario, y se ve limitado tanto por la irregu­ laridad de la buena conservación orgánica como por la falta de más estu­ dios regionales de igual intensidad. Existe, además, el problema de que, si bien ei esq-uema general de cambio económico en estas regiones está establecido de manera muy firme,' muchos de los detalles de la prehisto­ ria resultan oscuros, incluso en estas secuencias tan bien estudiadas. El trabajo sobre Oaxaca todavía no se ha publicado en su totalidad, y aun­ que los estudios sobre Tamaulipas y Tehuacán se han publicado con más detalle, han planteado múltiples cuestiones de interpretación e identifi­ cación, muchas de las cuales todavía no se han resuelto y ni siquiera se han expuesto por escrito. Flannery. (1973) emprendió hace poco la nada envidiable carea de clasificarlas y después evaluar la diversidad de datos y críticas publicados e inéditos en relación con Mesoamérica. El breve es­ bozo histórico de los principales cultígenos que sigue se basa en gran parte en su síntesis. El más importante de los cultígenos mesoamericanos, el maíz (Zea mays), cí al mismo tiempo uno de los más difíciles de investigar arque­ ológicamente, pues su origen botánico es cuestión de alguna controver­ sia. Hasta hace poco, la teoría más destacada acerca del origen del maíz era la de Paul Mangelsdorf (1947), quien postulaba que el maíz moder­ no descendía de una especie de maíz silvestre extinguida hace ya mucho tiempo, y no de ninguna especie silvestre moderna. Su hipótesis abrió las puertas a una gran cantidad de especulaciones acerca de dónde en Me- soamérics (o en Sudamérica, o incluso en el Viejo Mundo) podría haber existido esa especie silvestre y cuántas veces se podría haber domestica­ do. Pero desde hace poco un número cada vez mayor de botánicos ha ve­ EJ Nuevo Mundo; Norteamérica y Mesoamérica 221 nido siguiendo a W . C. Gaünat (1971) y George Beadle (1972 y 1977) ■en cuanto a reconocer la hierba silvestre teosintc * (Zea m exican a} como la forma de la que se deriva el maíz doméstico. Si tienen razón, la distri­ bución histórica del teosinte en las tierras altas semiáridas, semitropica- les entre el estado de Chihuahua de México y Guatemala puede brindar algunas pistas acerca de la ubicación aproximada de los primeros centros de domesticación (Flannery, 1973). Sin embargo, como advierte Flan- nery, es posible que la distribución actual de la hierba induzca a error, pues lo característico de las formas modernas de teosinte es que sean hierbas espontáneas, y es muy posible que en su distribución estén muy adaptadas a las perturbaciones introducidas en el paisaje por el ser hu­ mano (y que quizá se hayan alterado morfológicamente con relación también a su estado silvestre inicial, además, por pautas artificiales de selección o por cruces con el maíz en la prehistoria reciente). Por desgracia, el registro arqueológico del uso del teosinte por las ! poblaciones humanas antiguas de México es muy escaso. Hay polen que se cree es de teosinte en estratos arqueólogos, fechados hacia el 9000 B .P ., en la cueva de G uiláN aquitz de Oaxaca (Schoenwetter, citado en Flannery, 1973), pero según parece no se han recuperado semillas ni otras partes que pudieran haber brindado un testimonio más directo del carácter y el ámbito de la utilización humana de la planta. Se ha en­ contrado teosinte en semilla en estratos arqueológicos fechados hacia el ; 7000 B .P . en Tlapacoya, en el Valle de México (Lorenzo y Gonzales, 1970), pero como señala Flannery, para esta fecha ya se conoce el autén­ tico maíz. Las primeras panochas de maíz conocidas, también fechadas hacia el 7000 B .P ,, aparecen en la secuencia de Tehuacán. Mangelsdorf ¡j (Mangelsdorf y otros, 1907) ha aducido basándose en lo pequeño del ta- | maño y en el carácter uniforme de las panochas recuperadas, que estos especímenes representan el maíz silvestre que postulaba él, y su argu­ mento consiste en que el ulterior desarrollo del maíz, observable en las fases más tardías de la secuencia de Tehuacán, demuestra la evolución de las formas domésticas a partir de su antepasado silvestre en el propio Valle de Tehuacán. Pero si tienen razón Beadle y Gaünat, como creen ahora casi todos los botánicos, el maíz inicial de Tehuacán ya es domésti­ co. Como no hay datos sobre teosinte en ningún momento de la secuen­ cia de Tehuacán, parecería que el maíz llegó a Tehuacán procedente de otra región en la que ya se cultivaba. Pero no parece que la difusión del maíz primeramente cultivado en este período se extendiera al norte. El maíz no aparece en la secuencia de Tamaulipas hasta aproximadamente 2.000 años después de su primera aparición en Tehuacán (MacNeish, 1958). * De esta gramínea hay dos grafías posibles. La Academia Españolada «Teocinte», En este caso, he preferido seguir ia del autor. (N. dei T.). 222 La crisis alimentaria de la prehistoria Igual de difícil de desentrañar resulta la historia arqueobótánica de k s calabazas mesoamericanas {C ucúrbita ). Hay tres especies domésticas (C ucúrbita p e p o , C. m ixta y C. m oschata) a ias que se puede asignar una antigüedad considerable en México, pero aparentemente, las interrela- ciones entre las cucurbitáceas silvestres y las cultivadas no se conocen lo suficiente ele m om ento como para que se pueda distinguir de forma fiable entre las posibles especies ancestrales silvestres que aparecen en los desechos arqueológicos, especialmente cuando sólo se recuperan las se­ millas. Actualm ente parece que la C. p e p o es la que tiene el historial más largo. Se ha encontrado una sola semilla, que se considera «de tipo pepo» en la secuencia de Oaxaca, fechada hacia el 10000 B .P . La misma • secuencia ha rendido una muestra mayor de semillas y pedúnculos fechados entre el 9400 y el 8700 aproximadamente. Tam bién hay C. p e ­ p o presente en Tamaulipas hacia el 9000 B .P . Aunque resulta difícil dis­ tinguir, se supone que estos primeros especímenes son silvestres. Sin em ­ bargo, parece que los especímenes de Tamaulipas posteriores al 7000 B .P . son domésticos (MacNeish, 1950). En Tehuacán no aparece C. p e ­ p o hasta el 7000 B .P . aproximadamente, y entonces sólo se encuentra una semilla «silvestre»; este espécimen antiguo es discutible, pues la es­ pecie no vuelve a hallarse en esta región hasta unos 2,000 años después. En claro contraste con C. p e p o , la que aparece primero en Tehuacán es C. mixta,, y ia secuencia de Tehuacán es la única en la que se sabe que k especie tiene gran antigüedad. El primero de esos especímenes anti­ guos data de hacia el 7000 B .P ., pero la muestra es pequeña y resulta difícil interpretada. Se considera que las muestras de la misma región fechadas hacia el 5000 B .P . brindan datos más fiables de domesticación temprana. En Tamaulipas, los primeros especímenes de C, m ixta datan de la era cristiana (Cutler y W hitaker, 1967; W hitaker y otros, 1957). C ucúrbita m osch a ta es la últim a de las tres especies que aparece, y se halla en Tehuacán posiblem ente en el 6500 B .P . y con más seguridad entre el 6000 y el 5000 B .P . aproximadamente. En Tamaulipas, C. m osch ata no aparece hasta después del 4000 B .P , (Cutler y W hitaker, 1961, 1967). El registro arqueológico de las habichuelas (P haseolu s spp.) es algo más fácil de interpretar porque el linaje silvestre de las especies domésti­ cas está definido con más claridad, y los criterios para distinguir las for­ mas silvestres de las domésticas, están relativamente bien establecidos (Kapian, 1965). Hay habichuelas silvestres (P, C occín eas) en Oaxaca en niveles fechados entre el 10700 B .P . y el 8700 B .P ., y en Tamaulipas entre el 9000 y el 7500 B .P . Parece que estas formas iniciales se vieron sustituidas gradualmente por la forma cultivada de P. C occín ea s , pero aparentemente, ia fecha de esta transición no está ciara. Estas ha­ bichuelas no aparecen en Tehuacán hasta el 2000 B .P . aproximadamen­ te, en cuya época son evidentemente domésticas (Kapian, 1967). La ha­ El Nuevo Mundo: N orteamérica y J/esoamérica \ bichuela común (P. vulgaris) no se conoce arqueológicamente míi\ en form a doméstica; aparece en Tamaulipas entre e: 6000 y 4 :\ B .P ,, y aproximadamente en la misma época en Tehuacán. La .h a ­ bichuela P. acu tifoliu s no aparece temprano más que en la secuencia d¿ Tehuacán, donde aparece en forma doméstica hacia el 5 000 B .P , (K aplan, 1967). Hay varios cultívenos menos importantes cuyo rastro arqueológico también se puede seguir en las secuencias mexicanas, de los cuales no se pueden comentar más que unos pocos. Los aguacates (Persea affterka n a ) aparecen en Tehuacán posiblemente ya en el 9200 B .P . En la mtsma-zo- iia se-encuentra una muestra bastante buena de semillas de aguacate que .se supone representan una especie silvestre entre el 9000 y el 7000 B .P ;, y las semillas continúan a lo largo de la secuencia de Tehuacán. Las se­ millas dan claras muestras de domesticación morfológica para el 3500 B .P ., pero no está claro cuándo, en el transcurso de la secuencia de Tehuacán, empezó la domesticación. El pim iento (Gapsic-um an n n m ) se encuentra en Tehuacán con fechas que quizá lleguen hasta el 8500 B .P . En la misma región aparecen especímenes con fechas más firmes entre el 8000 y el 7000 B .P ., pero parece que todos los primeros especímenes son silvestres. La domesticación es evidente por primera vez en Tehuacán ha­ cia el 6000 B .P . (Sm ith, 1967). El amaranto {A m arcn thu s sp.) se halla para el 6500 B .P . (y quizá antes) en la secuencia, de Tehuacán, pero en este caso no están claras las fechas en que comienza el cultivo. Otro caso interesante es el relativo a la Setaria, hierba que parece, haber servido de comp'emento del teosinteim aíz en las primeras fases de la recolección del maíz, pero cuya importancia fue disminuyendo .gra­ dualmente a medida que.fueron mejorando poco a poco tas variedades cultivadas de maíz. Ls^Setaria.puede haber aparecido en Tehuacán ya en el 9000 B .P ., y con más claridad entre el 9000 y el 7000 B ,P, La hierba pa­ rece haber tenido considerable importancia en Tehuacán en las primeras partes de la secuencia, y es posible que estuviera domesticada; de hecho, Smith (1967) sugiere la posibilidad de que ta. dc-me-Tcación ocurriera para el 8000 B .P . En Tamaulipas, donde también se recolectaba ia hier­ ba, Callen (1967) ha señalado un aumento del tamaño del grano, que sugiere la domesticación para el 5500 B .P . aproxima<?c.mer.te. Del repaso parcial que acabarnos de hacer se deduce una p in ta muy interesante. Pese al señalado paralelismo cr. el tk u ro. cuanto a la aparición y el perfeccionam iento de economías agrícolas en l.m tres re­ giones, se da una notable falta de correspondencia en las Fechas en que aparecen los distintos cultívenos. El maíz, la calabaza C. m ixta y la m oschata, así como las habichuelas P. acutifolius, figuran entre loe pri­ meros cultígenos de Tehuacán, donde cada especie aparece mucho antes que en las otras secuencias. A la inversa, C. p s p o y P. coccín eas se clan antes en las otras secuencim. De k - principales plantas domesticadas, 224 La crisis alimentaria de la prehistoria parece que sólo las habichuelas comunes aparecen en las diferentes re­ giones aproximadamente al mismo tiempo, y las fechas de estas primeras habichuelas sugieren que no figuraban entre los primeros cultígenos de - ninguna de las regiones. Lo que esta pauta implica es que las tres secuen­ cias representan una adaptación económica paralela, más bien que la di­ fusión de plantas o de tecnología agrícola de una región a otra, y por lo tanto resulta razonable deducir que estas regiones estaban soportando presiones parecidas favorables al cambio económico. Pero lo que es debatible es el origen de esas presiones. Flannery, que propugna un modelo de desequilibrio por densidad demográfica en re­ lación con el desarrollo de la agricultura en el Oriente Medio (1969, 1973'. véase el capítulo 4), se resiste a aplicar el mismo modelo a Meso- américa, basándose en que la densidad de población y las pautas de cre­ cimiento demográfico aparentes no bastan para apoyar un modelo de presión demográfica. Y o , sin embargo, creo que la pauta general de la prehistoria económica de México, y en particular los acontecimientos económicos y demográficos de Tehuacán y Tamaulipas apoyan la suposi­ ción de que la agricultura no fue más que una parte de una serie de re­ ajustes económicos que indican la existencia de presión demográfica. El carácter de los principales cultígenos mexicanos es una de las par­ tes clave de las pruebas en este argumento. Los tres grandes cultígenos mexicanos — el maíz, las habichuelas y la calabaza— son todos ellos, en su estado silvestre, lo que Flannery (1973: 307) califica de alimentos de «tercera opción» (es decir, de baja prioridad), utilizados sobre todo en casos de urgencia. Su principal valor reside en lo fácil que es almace­ narlos, en lo bien que toleran los hábitats perturbados por el hombre y en su rápida respuesta a las prácticas humanas de intensificación y a la selección artificial. Sus principales cualidades son que su cantidad y den­ sidad de producción son ampliabies, no que sean alimentos deseables. Kaplan (1967: 202) ha sugerido que probablemente la principal signifi­ cación económica de las habichuelas haya sido siempre que aportan proteínas vegetales en forma fácilmente almacenable (semillas secas). Como para la mayor parte de los grupos humanos ésta no es una mane­ ra sabrosa ni deseable de obtener proteínas, resulta razonable suponer que no se empezaron a utilizar intensivamente las habichuelas hasta que empezaron a escasear otras proteínas o se agotaron sus fuentes, o hasta que se empezó a valorar mucho el almacenamiento. Las calabazas sil­ vestres (Flannery, 1973: 301) tienen una carne que es amarga o espesa y seca, de forma que inicialmente sólo tendrían valor como alimento las semillas almacenables. Pero las calabazas prosperan como seguidoras es­ pontáneas de los campamentos en el sentido de que toleran los suelos perturbados por el hom bre. Tampoco el teosinte es una planta atractiva, y es una especie con pocas probabilidades de excitar el interés de las poblaciones humanas mientras éstas pudieran disponer fácilmente de .•'■£;-%Í,Nuevo Mundo: Norteamérica y Mesoamérica 225 otros alimentos más sabrosos. Como ha señalado Flannery (1973: 290), ■ hoy día no se utiliza el teosínte más que cuando se está pasando verdade­ ra hambre. Resulta una planta difícil de recolectar con eficiencia debi­ do a que su raquis es frágil y su período de máxima maduración corto. Al igual que los cereales del Viejo Mundo, requiere una gran elabora- Kción después de recolectado para que resulte comestible, pero aparente- ! mente su preparación es todavía más difícil que la de los cereales del ^ Viejo' Mundo. Así, la domesticación del maíz a partir del teosinte equivale a una tentativa deliberada de aumentar la disponibilidad de una ración de urgencia cuyo valor primordial era que respondía a estas tentativas de concentrarla y mejorarla (Flannery, 1973: 296). Además, como las cifras citadas por Flannery sugieren que el teosinte en estado •silvestre no tiene la productividad naturalmente densa de los cereales del Viejo Mundo, y que el maíz doméstico no se convirtió en un productivo fijo verdaderamente eficiente hasta varios milenios después de su prime­ ra aparición en el registro arqueológico (véase también Kirkby, 1973), parecería que durante mucho tiempo se invirtieron considerables esfuer­ zos humanos en mejorar la productividad de este cultígeno no favorito, pero que respondía bien. Ello parece implicar que la presión favorable a un aumento de la producción de calorías era tan considerable como bastante constante. Existen otras pruebas de presión demográfica (aunque no necesa­ riamente de una gran densidad absoluta de población) en la secuencia arqueológica mexicana. El aspecto primordial es que la pauta global de- - ' cambio económico es aproximadamente análoga a la de otras regiones en el sentido de que exhibe un espectro de explotación que se amplía gra- dualmente. Parece que los primeros ocupantes de la región fueron «caza- ■ dores», o por lo menos los restos orgánicos conexos y los tipos de útiles representados indican la importancia de la fauna de mamíferos, ' mientras que la ausencia de vegetales conservados y de útiles de molien­ da sugiere que los alimentos vegetales no eran un elemento tan impor- : tante de la dieta como pasarían a ser más tarde. Además, en los primeros lugares no se encuentran pescado ni mariscos, y la ausencia de yacimien- •tos costeros de fechas tempranas parece reflejar una falta de interés en los ■recursos acuáticos. Puede interpretarse que esos grupos orientados hacia •la caza aparecieron ya hacia el 20000 B .P . o antes, si se consideran los _• hallazgos de Tlapacoya y Valsequillos (comentados supra). Están presen­ tes con bastante claridad entre el 11000 y el 12000 B.P. aproximada­ mente, como demuestra la aparición de puntas Clovis y de colecciones ■ líricas con muescas y con puntas de proyectil de otros tipos (Weaver, V;.1972; Willey, 1966; Coe, 1962, 1966). -En las zonas de tierras altas y secas de México,..a partir del 10000 B.P. /aproximadamente, o algo antes, parece que este estilo de vida se vio , complementado o desplazado cada vez más por las nuevas tendencias 226 La crisis alim entaria de ia prehistoria 6 ' ;f económicas reminiscentes de (y posiblemente culturalmente emparenta- - das con) la tradición del Desierto, ai noíte (Weavcr, 1972; Willcy, 1966); tanto la deciente frecuencia de restos vegetales conservados com ed­ ia aparición de útiles de molienda para la preparación de las plantas in- . •* dican un paso general hacia el uso mayor de los alimentos vegetales en ia "; dicta. Entre el 9000 y el 10000 B .P . los indios de Oaxaca estaban expío- . : cando una gran diversidad de alimentos vegetales, entre ellos bellotas, T piñones, habichuelas de mesquite (.P rosopis), nopal (Opuntia), moras, i maguey (A gave) y varias especies más. (Flannery y otros, 1967 ). Se han. ... recuperado grupos comparables de especies de plantas silvestres de yací- ' miemos contemporáneos o ligeramente nías tardíos tanto en Tehuacán como en Tamaulipas. " Dicho sea de paso, esto no implica que a una «fase» cazadora suce­ diera una «fase» recolectora en ningún sentido sencillo o absoluto. Por ejem plo, las primeras fechas de la secuencia de Oaxaca sugieren que el uso de espectro amplio de los recursos vegetales puede haberse iniciado " allí antes que en Tehuacán y Tamaulipas; por ende, es posible que los :■ diversos estilos económicos se traslaparan en el tiempo, Ademas, como ■ ha señalado Flannery (1967), los primeros «cazadores» de Tehuacán ya * exhibían una estrategia bastante variada en la caza y la captura de espe­ cies graneles y pequeñas de animales. De lo que se trata ahora, como otras veces, es sencillamente de que el carácter de estos primeros yací- i mientes implica una utilización relativamente frecuente y generalizada de ia carne, y probablem ente de los animales grandes; la tendencia con el tiempo parece haber sido a que la utilización de ios alimentos vegeta­ les se hiciera tanto más intensa localmente como mas generalizada geo- ; gráficamente. Es en el contexto de esta expansión general de'la parte ’■ vegetal de la dieta en ei que las plantas domesticas empezarían a tener ¿ un papel importante en la economía mesoamericana, en especial a partir , del 7000 B.P. Conforme a los datos de que se dispone actualm ente, las regiones 1 costeras de Mescamértca no compartieron la pauta del Desierto ni el pri- ' mer desarrollo de las plantas domesticadas, pero en ellas surgió una . pauta paralela, aunque ligeramente más tardía, de explotación acuática. : Se encuentran concheros en la costa a partir de aproximadamente el sexto milenio B .P ., y estos concheros se van haciendo más generalizados a fi- nes del período precerámico y.en períodos más recientes (Benson, 1968; Lorenzo, 1955, 1961; Mountjoy y otros, 1972; Bm sh, 1965). En algunas: : regiones, como Veracruz, parece incluso que las poblaciones costeras lograron unos asentamientos grandes y relativamente permanentes antes de que aparecieran aldeas agrícolas en el interior. Esta evolución paralela de grupos de población grandes y permanentes, que abarca dos zonas : económicas totalm ente distintas, parece sugerir que la tendencia hacia grupos más grandes y más estables fue una evolución histórica general de EIISÍiMvo Mundo: Norteamérica y Mesoaméri'ca 22 7 la que la domesticación de plantes cosechadles ro fue mas que una pnr- : te Tambión-merece la pena seSaiai que la agríenItura no p arece haberse difundido hacia las zonas de la costa hasta después de que se hubieran desarrollado bien las economías acuáticas (cf. Coe y Fknnery, 1964, 1967). : Cabe aoreciar de modo algo más complejo a papel de la prcsicr de­ mográfica en el estímulo de la evolución de h. domesticación en México “h ún estudio de las secuencias arqueológicas ele TehuacSn y Tamauli- ■pas:. En ambas regiones, los equipos intercüscipl narios han dedo imáge­ nes: bastante detalladas de las relaciones entre k. evolución económica y los cambios de las pautas demográfica y de asentamiento a lo '-•rgo de ios últimos 1 2 .0 0 0 años aproximadamente. MacNetsh ha aportado análisis cuantitativos bastante completos de los cambios ocurridos en cada una de estas esferas respecto de ambas zonas. Muchos de sus métodos y conclusiones son discutibles, y los cálculos cuantitativos que ofrece son, casi-sin duda, más precisos de lo que justifican sus datos, peto vistos en general sus estudios siguen figurando entre k s mejores descripciones empíricas del cultivo incipiente que poseemos, y las tendencias que describe son interesantes. ...Las dos secuencias tienen en común un número considerable >.i as­ pectos. En ambas zonas, los yacimientos arqueológicos más antiguos, fechados antes del 900 0 33.P. aproxim adam ente, están constituidos por unos cuantos campamentos pequeños y transitorios pertenecientes í gru­ pos cuya economía, a juicio de MacNeish, se orientaba sebee todo hacia ' la caza. .Esta interpretación se basa en el predominio y la densidad de huesos en los restos, en la escasez de restos vegetales y en la ausencia de ■equipo para moler alimentos, que no aparece hasta fases más tardíos. En ambas secuencias, las fases más tardías exh ben cantidades cada Vez mayores de restos vegetales silvestres y de útiles de molienda en cantida- fdes cada vez mayores. Conforme al cálculo de MacNeish, en cada región |el papel del consumo de alimentos vegetales silvestres en la dicta va en faumento con-respecto a la caza antes de que comience la agricultura, e i; incluso antes de que aparezcan los primeros cu'tí genos sigue cume. atañ­ ido la importancia de los alimentos vegetales silvestres. Así, cr¡ ambas se­ cuencias es evidente que la tendencia primordial nc es hacia el aumento del uso de cultígenos a expensas de los alimentos silvestres; más f ien se trata del aumento del uso de alimentos vegetales en generad con " ;oecto a la carne. Por ejemplo, en Tamauiipas MacNeish estima que !a carne, que constituía del 50 al 70% de la dieta antes c el ; :990 5 . P . , • . DCtcien- do-importancia gradualmente hasta no representar más que á lO al .15% hacía el 6000 B .P . La importancia de ios aíimenms vegei es sil- vestres va en aumento en el mismo período hasta constituir nací; que del 70 al 80% de Ja dieta. Las plantas domésticas no j c v d?re ‘criLS. n más que del 10 al 1.5% de la dieta todavía en la agriad- 228 La crisis aUmentaria de la prehistoria tura lio empieza a ampliarse considerablemente en proporción a la reco­ lección de alimentos vegetales silvestres hasta después de esa fecha. Tampoco aparecen hasta después de esa fecha las economías de Tamauli- pas orientadas hacia la cosca. Análogamente, al reconstruir en Tehuacan la economía de las primeras poblaciones (anteriores al 9000 B .P .) se ye que alimentaban básicamente (el 7 0 % ) de carne. Esta cifra va dismi­ nuyendo gradualmente hasta las últimas fases, en las que la carne sólo representa del 15 al 20% de la dieta. La importancia de los materiales vegetales silvestres va en aumento hasta que hacia el 6000 B .P . constitu­ yen aigo más de la mitad de la comida que se consume. Entre el 6000 y el 4000 B .P . ios alimentos vegetales silvestres siguen proporcionando la m itán aproximadamente del consumo dietético total, mientras que la agricultura va expansionándose gradualmente a expensas de la caza. La agrics.il cura no desplaza a la recolección de plantas como principal activi­ dad económica hasta después del 4000 B.P. En ambas regiones, la lenta transición económica va acompañada de cambios graduales en la estructura demográfica y las pautas de asenta­ m iento. El número y el tamaño de ios yacimientos arqueológicos identi­ ficados va aumentando gradualmente con el tiempo, lo cual sugiere una pauta de crecimiento demográfico que empieza bastante antes de la apa­ rición de la agricultura como factor principal (o incluso como factor im ­ portante) de la base de subsistencia. Al mismo tiempo, ambas secuen­ cias c m muestras de tendencias graduales a dejar yacimientos arqueoló­ gicos de mayor tamaño y a un aumento de la densidad de ios restos, lo cual ingiere que gradualmente fue aumentando el tamaño de los grupos y se fue produciendo un mayor grado de sedentarismo bastante antes de que L. agricultura se convirtiera en la base de la economía. El que estos lentos cambios demográficos empezaran antes de ia época en que ía do­ mesticación adquirió un papel importante en la economía demuestra que r o dependían básicamente de que se perfeccionara la tecnología de la domesticación. Y ía misma pauta de evolución económica, su evolu­ ción paso a paso, primero hacia un nivel bajo de consumo trófico, y des­ pués i una utilización cada vez mayor de plantas domésticas que propor- cionaoan aiimentos abundantes pero de baja prioridad, es una buena pruel. a del papel del crecimiento demográfico como estímulo del cam­ bio e.'onómico. Sia embargo, no basta sólo con el modelo de presión demográfica para explicar por qué empezó la agricultura en México tanto tiempo an­ tes que en otras partes de Norteamérica. Aunque los motivos de esta pauta no están totalm ente claros, yo sugeriría una hipótesis en dos par­ tes. En primer lugar, si el modelo de presión demográfica es correcto en genej'il, sería de prever que !a agricultura comenzara en las regiones de­ sérticas del oeste de Norteamérica, donde no se disponía de recursos ri­ cos er caza ni en alimentos vegetales silvestres abundantes para absorber ■ El Nuevo Mundo: 'Norteamérica y Mesoamérica 27.9 un crecimiento demográfico importante. Pero incluso en esta zona la ■pauta de. la agricultura inicial es irregular. Por lo tanto, creo que en se­ gundo lugar tenemos que volver al comentario de Flannery (1968) de la . plasticidad genética del maíz, como estímulo de la agricultura, y aducir ||ué’la domesticación habría ocurrido en regiones como México, en las f /'|que la creciente presión demográfica se imbricó con la distribución de las |¡¡especies de plantas cuya plasticidad genérica permitía una reacción rela- " |divamente rápida y productiva a una mayor atención humana. 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