MI VOCACIÓN Y EXPERIENCIA PRESBITERAL. Olga Lucia.docx

May 8, 2018 | Author: Olga Lucia Alvarez Benjumea | Category: Eucharist, Priest, Catholic Church, Christ (Title), Ancient Mediterranean Religions


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MI VOCACIÓN Y EXPERIENCIA PRESBITERAL, UNA SEMILLA DE ECLESIA PRIMAVERAL. Olga Lucía Álvarez Benjumea* “Por el rescate de la visión de Jesús, -según como se encuentra en el Evangelio- para nuestra Iglesia y nuestro mundo”. Así como evoluciona una semilla bajo tierra, así fue reventando y creciendo mi vocación, en medio de piedras, raíces y falta de agua incluida, en lo más profundo de la oscuridad terrenal. Como niña, admiraba el brillo externo de mi parroquia, las vestimentas sacerdotales, el gentío, el toque de las campanas, la música y el incienso que con olor y espeso humo, parecía que todo lo que sucedía, lo envolvía y cubría. Con mis hermanos, jugando en casa, todo lo que era del culto a lo divino lo repetíamos. En ese entonces, mi madre y una tía, cual jardineras- cultivadoras, nos fueron enseñando la no discriminación. En el altar, todos teníamos las mismas funciones y nos turnábamos: quien hacía de cura, quien predicaba, quien de monaguillo, quien de fiel observador escuchando... De mi parte, este último también lo incluiría, pues la responsabilidad eclesial es de todos/as. Es en la catequesis, escuela y colegio donde aprendo que el templo y el altar son tarea exclusiva del varón. Lo confirmé, cuando en una ocasión quise, de manera tímida, sacar mi cabeza para mirar lo que ocurría en el interior de la sacristía, mientras que el cura y sus ayudantes se revestían. El señor cura (el Padre Hernández) con cara adusta, me indica que deje de mirar y me retire. Hasta aquí fueron mis "amores... pues mi abuelo me cogió del brazo, sacándome del templo, y me entregó a papá, quien me 1 regañó muy "suavemente". Aún me duele, porque no era consciente de que estaba haciendo algo malo. De todas maneras, en todo este proceso yo iba aprendiendo que tenía que ir al cielo y no al infierno. El camino propuesto parecía sencillo y fácil. Bastaba con decir a TODO “si” y “creo”, cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, las Bienaventuranzas y recibir todos los sacramentos, menos uno y medio, por ser mujer. Sin poder preguntar si eso me favorecía o no, o cuáles eran las ventajas de dicha exclusión. Pasé muchos años en esa nebulosa, de luces y sombras, leyendo la vida de santos y santas y viviendo mi deseo de parecerme a ellos. Don Bosco me fascinaba por la forma en que trataba el trabajo con los jóvenes. Pero yo no podía ser cura. Me impresionaba la lectura de los mártires, primeros cristianos en Roma. Luego, vino la época de la Segunda Guerra Mundial... las historias de persecución contra los cristianos, los judíos, los homosexuales, los gitanos y la Iglesia... Lloraba viendo las revistas que llegaban con las imágenes de personajes torturados como el Cardenal húngaro Joseph Mindszenty. Oraba y sufría por el Papa de mi adolescencia, Pío XII. Me impresionaba lo que se vivía en la Iglesia del Silencio. En ese entonces, todavía no podíamos leer la Biblia. Era un libro de misterio, fascinante, reservado a los santos y santas con permiso especial. A pesar de la dureza de la Iglesia, nunca dejé de trabajar en ella. Fui catequista. Qué horror, repitiendo y haciendo repetir, lo que había aprendido. Fui misionera UFEMI (Unión Femenina de Misioneras), quería salvar almas para el cielo y, de paso, la mía. Se terminó el Vaticano II y empecé a leerlo. Me gustaba. Después trabajé en el CELAM, (1968). Fui una de las 4 secretarias en tan importante Conferencia. Mi mente y mi corazón tomaban cada vez más oxígeno eclesial, lo disfrutaba y gozaba. Mi formación espiritual la debo a Mons. Gerardo Valencia Cano, (Fundador de UFEMI). Trabajando con él, en Buenaventura, me envió a Bogotá para abrir la oficina -que hoy se conoce como el Servicio Colombiano de Comunicación Social- donde seguí discerniendo y creciendo en la búsqueda de mi propia libertad, no sólo con los documentos que pasaban por mis manos, sino por la práctica y el ejercicio de la Teología de la Liberación en el campo y en el sector popular. Eran los albores de la Teología de la Liberación. Desde allí se daba a 2 conocer mediante simposios y talleres no solo en Colombia, sino a nivel de América Latina, hasta que los recursos fueron retirados a petición de un cardenal, cuyo nombre se me “escapa”, pero que dejó honda huella de dolor y tiranía en la Historia de la Iglesia. Con la información y reflexión que venía haciendo, fui madurando en el aprendizaje y conocimiento de la Biblia. Ello dejó en mi alma huellas profundas. El contacto y la formación con grandes mujeres como: Graciela Melo (q.e.p.d) y Alicia Winter, ambas teólogas, la una católica y la otra presbiteriana, generaron en mí el deseo por conocer y desmenuzar la Biblia con ojos de mujer. Entré a formar parte del CEDEBI (Colectivo Ecuménico de Biblistas) y la Comisión de Mujeres de la CRC (Conferencia de Religiosos de Colombia) desde donde disfrutábamos, desentrañando el mensaje bíblico. Mi vocación presbiteral, como semilla primaveral, recién empezaba a germinar. Fueron las lecturas de las parteras de Egipto, descubrir a Sara, Lea, Dina (hija de Jacob) Débora, Judith, la profetisa Huldá, Nohemí y Ruth, Esther, la mujer descuartizada, la madre de Sansón, las abuelas de Jesús... Las mujeres del Nuevo Testamento...éstas, más conocidas, fueron el mejor abono para la germinación de mi llamado. De todas ellas aprendí a recoger sus experiencias de vida. Conocían las costumbres, normas, leyes, las violaban o cumplían, haciéndolas efectivas. Muchas, en el anonimato, el escritor sagrado las "olvida"; pero sus lecciones, hasta por el mismo Cristo, fueron aprendidas (Marcos 7: 14-30), la samaritana (Juan 4: 1-42). Me emocionaba descubrir, confirmar mediante la fe, la oración, la reflexión y la sabiduría, presente en el desarrollo del proceso de la Iglesia, la sociedad y la cultura, que era posible y necesario cambiar sus estructuras; no se trataba de acabar con ellas, pero sí actualizarlas y fijar nuevos rumbos para que se desarrollaran, florecieran y dieran fruto, y que no se quedasen sólo en el mero ramaje. El análisis de la realidad afloraba cada vez más, diagnosticando que algo se menoscababa. Pero, ¿cómo? ¿Qué hacer? El hierro y el cemento que se han ido poniendo en la tierra es pesado; ¡y la semilla no puede eclosionar! La cúpula, a pesar de sus hermosos vitrales, impide que llegue a la semilla, la luz del sol. 3 Es cuestión de tiempo. Del cielo, cae y cae la lluvia, deteriorando estructuras y cemento, hasta calar las piedras. Una gota de agua debió de poder colarse y llegar hasta mi semilla. Elfriede Harth (colombo- alemana), escuchó acerca de mi búsqueda e inquietudes para atender mi llamado. Creo que fue la gota que permitió que mi semilla comenzara a germinar. Ella me narró la historia de Ludmila Javoroba (presbítera católica romana, Checoslovaquia 1970), llegando hasta las mujeres ordenadas en el Danubio y el Movimiento Presbíteras Católicas Romanas. ¡Para mí era un imposible! Me sonaba como una música fuera de cuerda. ¿Será otra secta? Por algún tiempo el hecho quedó grabado, guardado en mi corazón. Seguí investigando... y conociendo otras experiencias. Después de pensarlo, pedí a Elfriede ponerme en contacto con la obispa Patricia Fresen (alemana). Me gustó su historia. Había sido profesora en Johannesburgo-Sudáfrica, enseñando Homilética a los seminaristas, siendo religiosa de la Orden de Predicadores. Había sido retirada de la Congregación, abruptamente, por haber sido ordenada como presbítera. La conocí como ex-religiosa; su testimonio fue clave para mí. Su lema no había cambiado: "contemplación-acción". Patricia me respondió y me puso en contacto con las hermanas americanas. Desde entonces, hace ya 8 años, vivo esta experiencia primaveral dentro de la Iglesia. Fui ordenada el 11 de noviembre de 2010 en Sarasota (Florida) por la Obispa Bridget Mary Meehan, en la víspera de la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Haciendo caso omiso al dictamen del canon 1024 que dice brevemente: “Sólo pueden ser ordenados hombres bautizados”. Me atengo a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica romana que, a la letra, dice: “Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos” (N. 370). * ¡Mis hermanas y yo hemos sido creadas a imagen y semejanza de Dios! (Génesis 1:26) Pablo en la Carta a la comunidad de Gálatas 3:28 y a nosotras/os nos dice: “Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer porque todos son uno en Cristo Jesús”. 4 Jamás como presbítera -y hoy como obispa- me he sentido excluida o rechazada dentro de mi Iglesia, a pesar del canon 1398 latae sententiae, porque nunca he renunciado a mi Bautismo y nadie me lo puede borrar o arrebatar. No he sido llamada al presbiterado para competir con los presbíteros y obispos varones, ni aspiro a poder alguno. Mi vocación surge de la necesidad y escasez de sacerdotes para atender a los fieles en su crecimiento espiritual, al rescate y anuncio del Evangelio. He vivido la experiencia de conocer sacerdotes que les toca atender diariamente entre 10 y 12 celebraciones eucarísticas diarias…con desplazamientos al campo. Antes de ser ordenada hubo un hecho que aceleró el que buscara mi ordenación: me llamaron para atender una Unción de los enfermos (que yo no podía hacer) y me pidieron buscar un sacerdote para atender a la madre de una amiga. La familia ya había tocado varias puertas y las respuestas habían sido: “el Padre se encuentra dando clases en la universidad” o “No son de mi Parroquia, no puedo,…” y así sucesivamente. Pertenezco al Movimiento Internacional de Mujeres Sacerdotes Católicas Romanas, quienes estamos dentro de la Iglesia. La jerarquía, de manera oficial, no nos reconoce legalmente; pero si nos reconocen muchos fieles, muchas religiosas y varios sacerdotes y obispos, los cuales han manifestado su apoyo y simpatía a esta experiencia de primavera eclesial. En el Movimiento internacional de Mujeres Presbíteras, Catholic Women Priest, somos dos grupos en los Estados Unidos, RCWP-USA (Roman Catholic Women Priests-USA) y ARCWP (Association of Roman Catholic Women Priests). Cada grupo tiene su propia estructura administrativa. Ambos se comunican entre sí y comparten recursos en una lista de chat común y retiros nacionales. Cada uno tiene un enfoque diferente para administración y gobierno; y la preparación del programa en la formación. Ambos trabajan por la justicia social, especialmente para las mujeres y los niños, desplazados/as, emigrantes, refugiados. Tanto en RCWP como en ARCWP nuestra misión apostólica es apoyar a las mujeres que son llamadas al sacerdocio en una iglesia inclusiva, preparar y ordenar en la sucesión apostólica (no de poder sino de servicio). 5 ARCWP (Asociación Romana Católica de Mujeres Presbíteras) –a la cual pertenezco- estamos en Estados Unidos, Canadá, América Latina y en todo el mundo. Mujeres y hombres calificados son preparados para servir al pueblo de Dios como sacerdotes. Nuestros ritos son de acuerdo con las normas estipuladas por la Iglesia Católica Romana, promoviendo la igualdad de derechos y justicia para las mujeres en la Iglesia, según el Bautismo. La justicia para el pueblo de Dios es constitutiva del Evangelio de Jesucristo. RCWP también incluye miembros en Europa, Canadá, Sudamérica, Sudáfrica y recientemente en Taiwán. Nuestras estadísticas muestran un alto porcentaje de obispas. Hacemos notar que en la historia temprana de RCWP hubo una necesidad de varios obispos en Europa para continuar en la línea de Sucesión Apostólica y, desde entonces, debido a la distribución geográfica de los miembros especialmente en los EE.UU. (más de 32 Estados) hemos tenido la necesidad de tener una obispa consagrada por región. Las obispas de RCWP y ARCWP no tienen derechos administrativos, son vínculos de unidad y presencia pastoral. Estamos en la tradición profética de la santa obediencia al Espíritu que llama a todas las personas al discipulado. El Movimiento comenzó con la ordenación de siete mujeres en el Rio Danubio en 2002. Hoy en día somos más de 270 mujeres sacerdotes y 18 obispas (3 eméritas) en todo el mundo. Las primeras mujeres obispas fueron ordenadas por un obispo católico romano, en sucesión apostólica y en plena comunión con el Papa. Nuestro ministerio es de servicio a nuestra Iglesia, en un ministerio sacerdotal renovado dándoles la bienvenida a todos/as a celebrar los sacramentos en comunidades inclusivas, centradas en Cristo. Contamos con comunidades en Alemania, Austria, Francia, España, Escocia, Canadá, Estados Unidos y América Latina (Colombia, México, Venezuela, Ecuador). Nuestro carisma específico es dentro de la iniciativa global de presbíteras mujeres católicas en el vivir la igualdad y la justicia evangélica para todas/os, en la Iglesia y en la sociedad actual. Trabajamos en solidaridad con los pobres, explotados y marginados por la justicia estructural y transformadora en la sociedad con todos los creyentes. Nuestra visión es 6 actuar como una comunidad de iguales en la toma de decisiones como organización y dentro de comunidades eclesiales de fe. Abogamos por el rescate de la visión de Jesús como tal, según como se encuentra en el Evangelio para nuestra Iglesia y nuestro mundo. La primera vez que concelebré con las mujeres recién salidas de la cárcel, (y digo concelebrar, porque en el momento de la consagración todas fueron invitadas a pronunciar las palabras de la consagración conmigo) sus comentarios fueron: “Primera vez que no nos sentimos, señaladas, acusadas, regañadas y rechazadas”. Una abuela recluida por 5 años por culpa de sus nietos, nos repartió la comunión. Es hacerla sentir Iglesia, con responsabilidad de ser Iglesia. En América Latina destacamos como base fundamental, pilar y sostén de la Iglesia la formación del laicado. Como presbíteras somos sus servidoras. Son ellos/as los responsables del cuidado de la fe y los valores cristianos en sus hogares. Lo/as laico/as son la Iglesia en el mundo. (LG 31; Juan 17:15-21-23.). Son ellos (padres y madres) en los sacramentos del Bautismo y Primera Comunión quienes bautizan y dan la comunión, en presencia de la comunidad y de quien preside la ceremonia. Esta participación les lleva a la reafirmación del compromiso en el cuidado de la fe y de los valores cristianos. Son los laicos los que nos enseñan y comprometen a participar activamente en la triple tarea evangelizadora: profética, litúrgica y caridad social. Confesando la fe y denunciando las injusticias (LG 35); ofreciéndose así mismas/os en el servicio al Reino de Dios (LG34) dignificándose y elevando la dignidad de las personas, la justicia, la verdad, la reconciliación y la paz. En cada celebración eucarística, la presencia del adulto mayor se destaca ante la comunidad. Son ellos los que reparten la comunión, como miembros y pilares visibles de la Iglesia, guardianes de la fe dentro de la comunidad. ¿Cómo no recordar el papel del anciano Simeón y de la profetisa Ana, en el Templo? (Lucas 2:29-32; 36-38). 7 A los niñas/os se les da participación, no solo como acólitos, también hacen las lecturas y participan en el diálogo de las homilías. (Mateo 19:14). Dios llama a mujeres y a hombres, no importa la edad, etnia, color, nacionalidad o género. ¿En qué parte del proceso va el desarrollo de tu experiencia en esta primavera eclesial? ¿Te atreves a ser parte de ella? * Presbítera católica romana ____________________________ BIBLIOGRAFIA: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c1p6_sp.html http://romancatholicwomenpriests.org/index.htm www.arcwp.org https://arcwpamericadelsur.wordpress.com/ 8
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