Los pescaditos de Rosario Esta nota ha sido leída 249 veces Norma L.Vázquez Alanís En los años cincuenta, cuando el ensayo se consideraba espacio de varones, la escritora Rosario Castellanos se atrevió a incursionar en ese género literario, el cual le permitió opinar sobre tópicos de la política, la literatura o la situación internacional, además de hacer una aportación muy profunda a las letras mexicanas. En su libro póstumo „El mar y sus pescaditos‟ (Secretaría de Educación Pública, Colección SepSetentas, mayo 1975, 198 páginas), que reúne 32 ensayos aparecidos en diversas publicaciones entre finales de los 60 y principios de los 70, Castellanos demuestra que poseía una de las inteligencias más claras y vivas de la cultura mexicana en el siglo XX. En los textos contenidos en este volumen, la escritora aborda planteamientos teóricos sobre las obras de autores pertenecientes a varias tradiciones literarias, sobre todo las de América Latina y Europa, de manera que comparte con el lector sus consideraciones sobre las entonces nuevas tendencias de la novela, la poesía y el teatro. En cada uno de los ensayos, hace un puntual análisis sobre el rol social, filosófico y político del intelectual, el literato y la novela, además de que aborda temas como „el escritor y su público‟ o „la libertad de expresión y una tentativa de autocrítica‟; ello demuestra tanto su disciplina con la lectura, como su interés por la literatura universal. En las páginas de „El mar y sus pescaditos‟, Rosario Castellanos comentó las obras de François Mauriac, Claude Roy, el Marqués de Sade, Alain Robbe-Grillet, Samuel Beckett, Grahan Green, John Updike, Mart Crowley, Nathanel West, Erich María Remarque y Yukio Mishima. En esos textos dedicados a escritores en otros idiomas, la autora manifiesta su asombro por la literatura como un fin en sí mismo en la obra de Robbe-Grillet y hace un sagaz análisis del llamado teatro del absurdo con Beckett, uno de sus iniciadores, cuya gran alegoría „Esperando a Godot‟ la lleva a reflexiones muy profundas sobre el desánimo del individuo. Pero esta serie de ensayos también refleja el panorama de lo que ella creía que debía ser la literatura y de las perspectivas de las letras latinoamericanas ante la narrativa experimental que estaba en auge en aquella época. En otra parte de „El mar y sus pescaditos‟ Rosario examina la literatura mexicana que se escribía entonces; hace una disección de la novela „Pedro Páramo‟ de Juan Rulfo y llega a la conclusión de que el rencor al padre ausente -tema central de la narración- es producto de madres que aprovechan el trance de su agonía para cargar a sus hijos con ese fardo bajo el que se doblegaron siempre dándole el nombre de abnegación. Luego estudia la obra de Ricardo Garibay, de quien dice que compadece a sus criaturas (personajes), pero no las ofende apresurándose a ofrecerles el auxilio del paño caliente para aplicarlo sobre una herida que es metafísica. Los cubre, eso sí, con el manto de la caridad que aconsejaba San Pablo. Para la escritora, los entes que discurren por las páginas de Garibay están sometidos a la potestad del César, no tienen tiempo para divagaciones, pero cuando se puede… hay que gozarla. Del libro „Días de guardar‟, de Carlos Monsiváis, resume Castellanos la esencia en una pregunta: ¿qué es lo que presenciamos, sin atrevernos a participar, sin convertirnos jamás en protagonistas? y su respuesta: “la representación de la vida ajena que tiene dos extremos y, consecuentemente, dos escenarios diferentes: la de los ricos, que se exhibe en las páginas de sociales de los periódicos, y la de los pobres, que comparece en la nota roja”. Rosario Castellanos dijo en una entrevista que le hizo María Stern, que “el ensayo me parece muy importante porque me aclara problemas teóricos, y el periodismo me permite tener un contacto directo con una gran masa de público”, de manera que la incursión de la escritora en estos géneros hace posible que el lector de „El mar y sus pescaditos‟ tenga un amplísimo panorama de la literatura mexicana y la de otros lugares, incluida la latinoamericana, a través de la revisión de algunos de sus exponentes más representativos: Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez y José Donoso. Entre los autores mexicanos que la escritora incluyó en sus ensayos „La novela mexicana en 1969‟ y „Tendencias de la narrativa mexicana contemporánea‟, destacan Carlos Fuentes. José Revueltas, Elena Poniatowska, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Luisa Josefina Hernández, Vicente Leñero, Julieta Campos, Gustavo Sáinz y José Agustín, estos dos últimos como representantes de la entonces innovadora „literatura de la onda‟. PS.- Rosario Castellanos (Chiapas, 1925 – Israel, 1974) publicó en varias ocasiones ensayo y crítica literaria, pero no vio su libro ‘El mar y su pescaditos’, pues la muerte le ganó en Israel, en lo que fue dado a conocer como un accidente que truncó su vida. Gracias a Miguel Ángel Guzmán y Felipe Garrido, los 32 ensayos que Castellanos escribió en la madurez de su vida, dedicada entonces a la diplomacia, que conforman el volumen ‘El mar y sus pescaditos’, vieron la luz en 1975 como parte de la colección SepSetentas de la Secretaría de Educación Pública. (Escrito el 4 marzo 2013). Cronwell Jara De Wikipedia, la enciclopedia libre Saltar a: navegación, búsqueda Cronwell Jorge Jara Jiménez (Departamento de Piura, 26 de julio de 1949), conocido como Cronwell Jara, es un escritor peruano. Su vida En 1955 se trasladó con su familia a Lima. Se licenció en Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con la tesis "Propuesta metodológica para la escritura de cuentos para niños. Manual y método", y dados sus tempranos méritos, en 1983 representó al Perú en el encuentro de Jóvenes Artistas Latinoamericanos, organizado por La Casa de las Américas en La Habana. En 1987 viajó a Brasil para especializarse en guiones de telenovelas. En 1991 integró el prestigioso jurado del Premio Casa de las Américas en novela. En 1994 participó en el Simposium Literatura Peruana Hoy, en Alemania, donde presentó la ponencia “Visión de la violencia en dos novelas peruanas”. Sus cuentos han sido traducidos al inglés, italiano, francés, alemán y sueco, e integran antologías en eso idiomas. Ha recorrido el Perú dirigiendo su Taller Itinerante de Narrativa Breve, invitado por diversas universidades e instituciones culturales. De 1983 a 1985 escribió guiones para cine (Asalto al tren más alto del mundo, Petizos; y Froylán Alama). Asimismo, corrigió los guiones de las películas "El mundo de los Chapis" (dirección de Juan Carlos Torrico y edición de María Ruiz) y "La boca del lobo" (producción de Stefan Kaspar). De 1995 a 1997, integró la directiva nacional de la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil, y dirigió el taller de narrativa de la Universidad de Lima. Premios Primer Premio de Cuento en el Concurso José María Arguedas, organizado por el Instituto Peruano-Japonés en 1979, con el relato Hueso duro. Primer Premio ENRAD-PERU, Cuentos para TV, 1979, con El Rey Momo Lorenzo se venga. En 1985 obtuvo dos menciones honrosas: una en el concurso de novela convocado por ECASA y otra en el concurso El cuento de las 1,000 palabras, de la revista Caretas. El primer Premio Copé de Cuento, 1985, con La fuga de Agamenón Castro. El primer premio ICPNA 2008 con el cuento "Ruperto, el torito saxofonista" Obras publicadas 01. Montacerdos. Novela breve, 1981 02. Las huellas del puma. Cuentos, 1986 03. El asno que voló a la luna. Cuentos infantiles, 1987 04. Patíbulo para un caballo. Novela, 1989 05. Montacerdos y otros cuentos, 1990 06. Barranzuela, un rey africano en el Paititi . Cuentos, 1990 07. Don Rómulo Ramírez, cazador de cóndores. Cuentos, 1990 08. Colina de los helechos. Poemario, 1992 09. Agnus Dei. Cuentos, 1994 10. Las ranas embajadoras de la lluvia - Cuatro aproximaciones a la Isla Taquile, en coedición con Cecilia Granadino), 96 relatos, Ediciones Minka, 1995 11. Arte de cazar dragones; manual y método para escribir cuentos para niños de todas las edades. Ed. San Macos, 2003 12. Babá Osaím, cimarrón; 46 relatos. Ed. San Marcos. 2003 13. Fraicico, el esclavo sobre el toro ensillado. Antología de cuentos. San Marcos, 2004. 14. Cabeza de Nube y las trampas del destierro. Novela breve. Ed. San Marcos, 2006 15. Esopo, esclavo de la fábula. Novela breve. Ed. San Marcos, 2006. 16. Manifiesto del Ocio. Poemas. Ed. San marcos, 2007 17. Ruperto, el torito Saxofonista. Ed. Santillana, 2009 Referencias Toro Montalvo, Cesar (1990). Manual de Literatura Peruana (1era. edición). Lima: AFA. pp. 885. TODAS LAS PALABRAS QUE UN NIÑO NO DICE Ante la miseria en todas sus formas -el hambre, la envidia, el dolor, la soledad, el frío, el abuso- uno se pregunta de qué sirve abrir la boca. El efecto de que la comunicación hablada acaso sea una atenuación imaginaria e insignificante del impacto sensorial de la muerte, una defensa humana ante la corrosión a través de la corrosión, me sobreviene cada vez que escucho a alguien que entrega una moneda y balbucea algo simpático al niño de las escaleras del metro de Santiago, quien también balbucea, pero no le está dando una respuesta; se trata de la continuación de su cansada letanía petitoria. Y más intenso debe sentirse este despilfarro al escuchar debatir a los oradores de algún seminario llamado Estrategias para superar la pobreza o Equidad, paradigmas sociológicos y modernización. Un derroche donde no caben las buenas intenciones con que alguien puede rebatir la maledicencia de mis ejemplos, porque éstas no resuenan más que para quien las dice. El discurso de la compasión es indecible; una vez dicho se sabotea violentamente a sí mismo y se vuelve cliché, porque no puede obtenerse respuesta -la comprensión de quien sufrecuando no hay realmente una pregunta. Ni hablar de los árboles, que ni siquiera rompen su silencio, su promesa de ignorarnos para siempre por tontos cuando, para nuestro propio beneficio, los hacemos leña. Y los animales. Hay gente que ha aprendido lo que se debe preguntar y dónde se debe golpear a algunos perros para que respondan. Los adiestradores saben que una respuesta equivale a una domesticación. ¿Pero qué pasa cuando este derroche es al mismo tiempo la propia sustancia y aquello que se puede evitar? Efectivamente, la literatura ha improvisado diferentes modos de decir la miseria, desde la omisión deliberada de la figura de los roñosos escuchas en el mundo epopéyico de Homero, Virgilio o los juglares, así como la fabulosa oposición entre destino trágico y hambre del novelón de Víctor Hugo, hasta la culpa cruel de Baudelaire ante los nuevos pobres del París decimonónico, el fingimiento burocrático del realismo socialista, la novela social chilena o la libidinosidad aristocrática de las voces del boom. Es natural que hayan sido siempre más fáciles las narraciones indirectas del problema, toda vez que hablar de lo indecible no es tarea de seres humanos, como dice el Eclesiastés. Entonces, cuando se extendió la experiencia de la miseria a niveles microscópicos y cósmicos, como también las maneras de mostrarla, de manipularla para seguir lucrando, en el siglo XX, el mismo texto literario fue el que adoptó una ruina mimética, recobrando la picaresca del siglo de Oro, la de Rabelais, la de Dostoievsky, de Schwob, Kafka o Bloy, las narrativas que en vez de atestiguar o dar órdenes hacen preguntas a la miseria: ¿cuál es la diferencia entre devorar y morir de hambre, qué hay de subjetivo en el frío mortal, cuál es la salvación? La respuesta es la misma: una carcajada. La misma carcajada de la infancia del Lazarillo de Tormes, que resuena en el rostro de Yococo, el niño herido, maloliente y burlón de Montacerdos, la novela corta de Cronwell Jara. Una carcajada que no es ya risa, ni pregunta ni afirmación, solamente un ruido que atraviesa la tan civilizada experiencia lingüística para entrar por la garganta hacia el cuerpo humano y quedarse dentro de ese pedazo de carne que será maloliente como Celedunio, el chancho que acompaña a Yococo. Cuerpos son la única pregunta y la única respuesta de Maruja en su relato: ella no dice, sólo declara qué cosas sirven para comer, para esconderse, para dormir en la noche o curarse de la enfermedad. La miseria no puede ser descrita ni narrada, ni menos interpretada en una novela según categorías socioculturales, como al niño miserable no se le mira a los ojos.