Los Padres Apologistas

June 3, 2018 | Author: mcaros2010 | Category: Apology (Plato), Morality, Aristotle, Atheism, God


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Los Padres ApologistasLa literatura cristiana primitiva está destinada a los cristianos y a quienes están en vías de adoptar la religión de Cristo. Se trata, en alguna manera, de un asunto interno de la comunidad cristiana. Pero la razón inmediata que hizo a los autores cristianos dirigirse a un auditorio no cristiano fe la cruel persecución a que se vieron sometidos los seguidores de Cristo por todo el Imperio Romano. Las razones de esta persecución han sido abundantemente estudiadas, pero podemos avanzar dos razones fundamentales. La primera de ellas es que para el mundo clásico no se concibe la totalidad del sentido de la vida fuera del ámbito de la organización política, sea ésta la restringida pólis griega, sea el mismo Imperio. Fuera de esta instancia política, se es menos que un hombre, o más, tal vez un dios, como lo señala ya Aristóteles al comienzo mismo de la Ética Nicomaquea. Es más, ya en ese texto es presentada la Política como el saber que da su sentido y acabamiento a la enseñanza moral. Lo político es la instancia de plena realización humana y a él se ordenan los esfuerzos de la formación moral. El hombre es un viviente esencialmente político. Ahora bien, lo que el cristianismo viene a poner en tela de juicio es precisamente esa convicción naturalmente arraigada en el espíritu clásico. En segundo lugar, la perfección moral, al no depender ya de su subordinación a lo político, introduce la idea peligrosa de que el cristiano es alguien que no está dispuesto a acatar la sanción política del orden moral. Es decir, el cristiano está más dispuesto a desplazar el origen último de la legitimidad ética hacia la obediencia a un poder que está por encima del Emperador, y ésta es una idea potencialmente disolvente respecto de los poderes instituidos si es considerada desde el punto de vista de la autoridad temporal. Esta situación crea la urgente necesidad de producir un tipo de literatura apologética (“justificadora” o “defensora”) que de ninguna manera podía dar por supuesto aquello que quería defender, sino que debía acudir a argumentos más elaborados. En esto radica una diferencia importante con los documentos de los Padres Apostólicos. Para esta tarea, los nuevos abogados de la religión cristiana tienen que encontrar alguna base común con la gente a la cual se dirigen a fin de entablar una verdadera discusión. Uno de los ejemplos más claros de esto es el Diálogo con Trifón, de san Justino mártir (muerto alrededor del 165). En este diálogo san Justino muestra cómo la discusión es posible en la medida en que los interlocutores hacen un esfuerzo por comprenderse 2 mutuamente en vez de hacer preguntas con el solo objeto de refutar las respuestas. Y esto solamente podía hacerse en el ambiente de la cultura intelectual griega. Aquí el lenguaje tiene un tono diferente al de la elocuencia entusiasta de los Padres Apostólicos, pues el destinatario no son ahora las masas iletradas, sino, especialmente, los gobernantes del Imperio Romano. En la Primera Apología de san Justino esto se ve claramente: “Al emperador Tito Elio Adriano Antonino Pío César Augusto, y a Verísimo su hijo, filósofo, y a Lucio, hijo por naturaleza del César filósofo y de Pío por adopción, amante del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo romano: A favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y vejados, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, que lo fue de Bacquio, natural de Flavia Neápolis en la Siria Palestina, he compuesto este discurso y esta súplica” (en: Padres Apologistas Griegos. Introducciones, texto griego, versión española y notas de Daniel Ruiz Bueno. Madrid, B.A.C. 1954, p. 182) También lo vemos en la Apología de Arístides de Atenas, el primero de los Apologistas griegos: “Yo, ¡oh rey!, por providencia de Dios, vine a este mundo y, habiendo contemplado el cielo y la tierra y el mar, el sol y la luna y lo demás, me quedé maravillado de su orden” (Idem edición anterior, p. 117). Los cristianos tenían que enfrentarse a la acusación de completo canibalismo, ya que en la eucaristía comían la carne y bebían la sangre de su Dios. Eran llamados ateos porque no veneraban los dioses del Imperio y además negaban honores divinos al emperador mismo, de modo que su ateísmo era a la vez subversión política: “(...) se nos <da> también el nombre de ateos; y, si de estos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto del Dios verdaderísimo, padre de la justicia y de la castidad y de las demás virtudes, en quien no hay mezcla de maldad alguna. 2. A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y al Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón y verdad, y enseñando generosamente, a quien quiera saberlo, lo mismo que nosotros hemos aprendido” (Primera Apología de san Justino, cap. 6, edición citada, p. 187). 3 La defensa del cristianismo tenía ahora que emplear argumentos filosóficos. La filosofía misma es altamente considerada por Justino, como se desprende en su Diálogo con Trifón: “(...). La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella es la sola que nos conduce y recomienda. Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia” (cap. 2, edición citada). Es más, el paralelo entre Sócrates y Jesús es muy frecuente en toda la Primera Apología. El argumento difícil de refutar de san Justino es que ya los filósofos antiguos discuten la teología popular presente incluso en las obras de Homero y Hesíodo. Sócrates es un buen ejemplo de martirio por haber defendido un concepto de Dios más verdadero que el sostenido por la religión popular. Justino relata en el Diálogo con Trifón cómo se había sentido atraído hacia la filosofía griega desde su juventud. Estudió una tras otras las distintas filosofías y ninguna llegó a satisfacerle por completo hasta que encontró la respuesta final en la religión cristiana: “Yo mismo, en mis comienzos, deseando tratar con alguno de éstos (filósofos), me puse en manos de un estoico. Pasé con él bastante tiempo; pero dándome cuenta que nada adelantaba en el conocimiento de Dios, sobre el que tampoco él sabía palabra ni decía ser necesario tal conocimiento, me separé de él y me fui a otro, un peripatético (aristotélico), hombre agudo, según él creía. Éste me soportó bien los primeros días; pero pronto me indicó que debíamos de señalar honorarios, a fin de que nuestro trato no resultara sin provecho. Yo le abandoné por esta causa, pues ni filósofo me parecía en absoluto. Pero mi alma me seguía bullendo por oír lo que es peculiar y más excelente en la filosofía; por eso me dirigí a un pitagórico, reputado en extremo, hombre que tenía muy altos pensamientos sobre su propia sabiduría (...). Estando así perplejo, me decidí, por fin, a tratar también con los platónicos, pues gozaban también de mucha fama (...). La consideración de lo incorpóreo me exaltaba sobremanera (...); me imaginaba haberme hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía esperar que de un momento a otro iba a contemplar al mismo Dios. Porque tal es el blanco de la filosofía de Platón (...)” (Diálogo con Trifón, cap.2, 3-6, ed. Citada) (El diálogo continúa hasta que Justino se encuentra con Trifón, un 4 anciano que pone en tela de juicio todo lo que se le había enseñado hasta el presente, incluso la filosofía platónica, mostrando sus limitaciones. Por ello decide Justino buscar a Dios en la religión cristiana, donde halla la respuesta a las preguntas que siempre se había hecho). Como quiera que sea y a pesar del desengaño con las distintas filosofías, no menospreció a la filosofía, la cual no puede ser otra que la cristiana. En efecto, si la filosofía es una búsqueda de la verdad, esa Verdad está en Cristo, dice Justino en su Segunda Apología, cap. 13. Éste puede ser considerado el primer texto donde la filosofía puede articularse con la doctrina cristiana. Por cierto, no todos los Padres Apologistas tienen una actitud tan benévola con la filosofía como Justino. Taciano, por ejemplo, llega a escribir un Discurso contra los griegos en el cual no se muestra en absoluto complaciente: “¿Qué habéis producido que merezca respeto con vuestra filosofía? ¿Quién de entre los que pasan por los más notables estuvo exento de arrogancia? Diógenes, que con la fanfarronada de su tonel ostentaba su independencia, se comió un pulpo crudo y, atacado de un cólico, murió de intemperancia; Aristipo, paseándose con su manto de púrpura, se entregaba a la disolución con apariencias de seriedad; Platón, con toda su filosofía, fue vendido por Dionisio a causa de su glotonería. Y Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad por las cosas que a él le gustaban, adulaba muy ignorantemente al muchacho loco de Alejandro, quien muy aristotélicamente por cierto, metió en una jaula a un amigo suyo por no haberle querido adorar, y lo llevaba por todas partes como a un oso o un leopardo. Por lo menos, obedecía muy puntualmente a los preceptos de su maestro, mostrando su valor y su virtud en los banquetes, y atravesando con su lanza al más íntimo y más querido de sus amigos, llorando luego y negándose a tomar alimento por simulación de tristeza, a fin de no atraerse el odio de los suyos” (Discurso contra los griegos, cap. 2, Ed. Ruiz Bueno, p. 574). De cualquier forma, la idea cristiana de Dios con la que la cultura griega entró en contacto, no era demasiado incompatible con la idea que la filosofía griega se había hecho por vía de sus representantes más ilustres, a pesar de las invectivas de apologistas como Taciano, por ejemplo, quien curiosamente es un discípulo de Justino. 5 La oposición más cerrada contra la filosofía se halla en la obra de Tertuliano (160- 250), quien pertenece a la escuela de los Padres Apologistas Latinos, junto con Minucio Félix. Tertuliano fue un abogado del foro romano y desplegó una increíble actividad a favor de la consolidación intelectual de la Iglesia antes de abandonarla para adherir primero al movimiento montanista, una corriente de un rigorismo ético extremo, y después para abandonar éste y retirarse con un pequeño grupo de partidarios suyos. Sin embargo, insistió mucho en la crítica y rechazo de la filosofía pagana porque, escribe: “La filosofía es el objeto de la sabiduría mundana, intérprete temeraria del ser y de los designios de Dios. Todas las herejías en último término tienen su origen en la filosofía” (De praescriptione haereticorum, 7, 1). Tertuliano está convencido por la idea de la absoluta suficiencia del cristianismo para conducir la propia vida. Al cristiano le basta con la fe y no tiene por qué andar buscando nada fuera de ella, escribe. Cristianismo y filosofía son cosas absolutamente antitéticas entre las cuales no cabe ni armonía ni conciliación. Aquel cristiano que pretenda encontrar verdades en los filósofos sólo hallará tinieblas y errores. Considera peligroso buscar testimonios de filósofos paganos para confirmar verdades que pueden aprenderse fácilmente con sólo leer el Evangelio. Se puede vivir perfectamente sin necesidad de meterse en filosofías, y en este sentido, es preferible atenerse a la aceptación sencilla y humilde de la fe. Aristóteles es un miserable y Platón el patriarca de los herejes. De todos modos, hay que destacar que fue inspirador de muchas fórmulas técnicas trinitarias que después pasaron a Nicea y a los escritos de san Agustín. También es cierto que sostuvo algunas tesis acerca de la naturaleza del alma humana en las que se afirman posiciones que más tarde serían consideradas erróneas.
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