LOS FANTASMAS DEL ESTADIO NACIONALDimas Arrieta Espinoza En memoria De todos los peruanos que murieron En el viejo Estadio Nacional La fatídica tarde del 24 de mayo de 1964 La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla, se revuelca una epilepsia de colores y ya estás frente a la valla con el pecho...el alma...el pie... y es el tiro que en la tarde azul estalla como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red. Juan Parra Del Riego & -¡Atención! ¡Atención! ¡Al gasfitero Falla!, acercarse a la puerta 23… Entonces, yo corría, con el maletín de herramientas en mano con dirección a dónde la voz anunciaba. Sudaba la gota gorda, sobre todo cuando los partidos se realizaban en el verano, en pleno día, o en la noche. Igual mojaba la camisa al ir precipitado y arreglar la grifería de los baños que los forajidos asistentes a los partidos dañaban. Los sentimientos fluctuaban entre si se ganaba o se perdía; igual malograban las cosas. Tres veces repetía mi nombre, “el gasfitero Falla”, en el llamado. Esa voz nasal retumbaba todo el Estadio Nacional. A veces, eran cincuenta mil personas gritando por sus equipos o todos, al unísono, cuando la selección peruana jugaba sus encuentros internacionales. Los hinchas salían desencantados, con una bronca tal que eran capaces de pelearse con todos y con todo lo que se les presentaba. Lo mismo de siempre: ¿Por qué perdíamos si jugábamos bonito? ¿Por qué Perú no clasificaba para el mundial? ¿Qué es lo que estaba pasando? ¿Cuál era la maldición? ¿Por qué esos padecimientos para el pueblo peruano? Yo lo sabía, pero esas cosas no se podían hablar a los cuatro vientos. En verdad, yo lo sabía… Y también “El Negro Bomba”. Hacía días que tuve esos sueños feroces, donde me despertaba angustiado al escuchar los tremendos griteríos en las tribunas y en el mismo campo del Estadio Nacional. Había noches en que no les hacíamos caso. Mi mujer despertaba asustada, pero yo le decía: no les hagas caso, ya, duerme, ya estoy acostumbrado a esos ruidos. Es más, he aprendido a vivir con esos fantasmas que gritan y gritan, unos en las tribunas, otros en el mismo Estadio. Los que fastidian son esos que se quedaron atrancados en la puerta de salida 11 y 16. -Parece que tocaran y patearan las puertas. ¿Cómo puedes dormir con tanto escándalo? ¡Sal a ver qué está pasando! Ya no duermas. No es la primera vez que me pasa esto cuando llego a estar contigo aquí, al Estadio. Yo ya no voy a venir… -Tranquila. Ya voy a salir a hacerles su secreto y oración. Voy a echarles agua bendita. Ya vas a ver que se adormecen. Tú solo ora como lo haces en tu iglesia. Nada más… y verás que todo se va a calmar y vamos a poder descansar… Temblaba, cogida de mi brazo, me ayudaba a echarles agua bendita por donde los ruidos y los murmullos se oían. Ella lograba detectar sombras, “allí, allí” me decía. Miraba y no podía ver lo que ella contemplaba. Tenía pues esa cualidad de ver lo que nosotros no podemos mirar. Como dice la gente, tenía “ojos de ver”. Después retornábamos a la cordura y descansábamos; incluso, hacíamos el amor y ya no pasaba nada. Nos dejaban en paz. Dicen que cuando uno se quiere, fomenta el amor y vence a este tipo de tentaciones y oscuridades. Ella llegaba, al principio, a acompañarme los fines de semana. Después ya no quiso ir más a dormir al Estadio. Lo que me apenó enormemente, porque yo más paraba en el Estadio Nacional que en mi casa. Yo la he querido mucho, la he amado no solo porque me ha dado mis hijos, sino porque ha sido y es una mujer de lealtades. Eso debemos premiar los hombres en una mujer: la lealtad. En otras noches tuve que salir a hacerles su oración, soplarles agua bendita de siete iglesias, quemar palo santo y sahumar los lugares donde se dieron los dramáticos sucesos. Todas estas cosas teníamos que realizar, a veces como un ritual, con oraciones especiales. El negro Víctor Vásquez, me trajo el libro La Cruz de Caravaca, y nos pasábamos con él reza y reza con esas oraciones, sobre todo, cuando Perú jugaba algunos partidos por las eliminatorias. Todo esto había que hacer para obtener las alegrías, para festejar algún triunfo de nuestra selección. Un día estuve a punto de acercarme a “El Ciego”, Juan Carlos Oblitas, a decirle todo este secreto. Siempre me ha parecido un hombre honesto. Se dio íntegro como jugador, ahora se daba por entero como entrenador de la selección peruana. Lo vi que sufría mucho ante las frustraciones, ante esas pérdidas innecesarias provocadas por factores no futbolísticos. “El Ciego”, como se le decía, fue uno de mejores entrenadores que ha tenido la selección peruana en los últimos tiempos. Claro, después de Didí, Marcos Calderón, entre otros. ¿Pero, cómo decirle lo que pasaba a Juan Carlos? Hablarle sobre todo lo que no dependía de él, ni de sus jugadores. No tuve el valor de hablarle. Quizá me hubiera escuchado. Un hombre decente, y me conmovía verlo como sufría. Yo sé, que es un gran entrenador y un buen estratega. Aunque los periodistas mucho lo fastidiaban, le decían “Cholo terco”, exageraban, repito es lo mejor que hemos tenido dentro de los entrenadores peruanos. Los resultados son los que hablan. Vean nomás su campaña: armó un tremendo equipo, pero… Entonces, lo que le dijo al “El Negro Bomba” la morena espiritista de Breña, ya no era una sospecha sino un acierto. Había evidencias, resultados que padecíamos constantemente. Yo conocía mucho sobre estos casos, desde muy niño en mi tierra, Olmos, pues escuché mil secretos de curanderos que llegaban a mi casa y le contaban a mi madre las cosas que realizaban y en qué consistían sus trabajos. Pero, aquella vez, seguí muy atento a lo que la morena le dijo al “Negro Bomba”: -Es una fórmula para calmar –le había dicho- a esa muchedumbre de almas en pena. No hay otra salida. Ellas se han quedado en ese fatal momento, y no pueden salir mientras no haya alguien quien dirija un gran ritual para liberarlas. Solo con la oración, entiéndeme, solo los rezos van sacar las almas de esa zona oscura. Este lugar es como un presidio para ellas. Pues hay que liberar a este escenario de esas presencias renegadas, sino la afición va a seguir padeciendo los desastres de las derrotas. La solución es ésta… Asustado llegaba el pobre Negro a confesarse conmigo. Durante años de años hablábamos sobre el tema, las incidencias, los acontecimientos futbolísticos y la historia de derrotas que teníamos en ello. Había tiempos para llorar. Los partidos que casi los teníamos ganados, faltaban quince o diez minutos y nos empataban y encima nos ganaban. Dominábamos todo el partido, jugábamos bonito, pero no podíamos meter la pelota en el arco. Nuestros delanteros parecía como que jugaban maniatados, amarrados de las piernas para empujar la pelota con dirección a las redes. Amargamente nos bebíamos nuestras propias lágrimas de impotencia, sufríamos mucho, padecíamos tanto por nuestra blanca y roja. “Colores sagrados, rojo-sangre de vida y blanco para la paz y la luz”. Escuché decir al gran dirigente Sudamericano, don Teófilo “Lito” Salinas Füller, por el año 1975, cuando Perú jugó con Brasil, en Lima. En el intermedio entró a los camerinos y les decía esto a los jugadores: -La casa es sagrada. La Patria eres tú. Tú ahora eres esa unidad de millones de seres humanos que confían en tus pies. Tenemos que remontar el marcador. Solo necesitamos un empate. La roja y blanco que llevas en el pecho es sagrada y debes morir por ella. Esta camiseta pesa mucho, señores, y hay que dar la vida por ella. Vamos, muchachos, a poner todo lo que tenemos los hombres, en la cancha… Don Lito, maravilloso hombre, amaba tanto a su Patria. Yo escuché eso porque entré a los camerinos a arreglar un grifo de una de las duchas. Vi que todos los jugadores se inclinaron al verlo entrar. Una presencia, no muy alta, gordita, de buen semblante y con la sonrisa a flor de labios. Esa noche él estaba feliz, pero a la vez preocupado. Convocaba mucho respeto por donde se cruzaba, incluso la hinchada coreaba su nombre a cada instante. Eso fue en aquel momento, por supuesto; hoy nos provoca tanta nostalgia. Lejos de esas épocas de gloria, ahora no sé qué pasaba; algo había en el viejo Estadio Nacional que casi siempre perdíamos. Ya nos estábamos acostumbrando y entrando en la cultura del conformismo. Uno que otro partido se ganaba o empataba. Así me decía el “Negro Bomba”: -Fallita, este domingo es el partido, te acompaño para hacer el menjunje. No tiene pierde, Fallita. Es efectiva nuestra acción. Tú sabes los resultados positivos después de que hacemos nuestros secretos. Ya los hemos logrado dominar, Fallita. Parece que ahora, con “El Ciego” Oblitas, clasificamos. -Hay que hacerlo pues, vente más tarde. Con mucho cuidado porque los dirigentes andan preguntando quiénes entran en las noches al Estadio. Hay guachimanes que están en plena vigilia. Increíblemente, ese día Perú ganaba. Después, cuando nos olvidábamos de hacerlo, nuestra selección entraba a la cancha como sonámbula y perdíamos. Teníamos jugadorazos, es cierto, militaban en Clubs deportivos famosos, tanto en el Perú como en el extranjero, donde eran grandes figuras, pero… && Yo llegué a Lima en 1962, recién tenía 16 años. Había terminado mi primaria completa. Era lo más importante que los padres podían darte en ese tiempo. Tampoco había para más. De lo contrario tenían que invertir para mandarte a Piura, o Chiclayo, para concluir secundaria o postular en una universidad nacional en Trujillo, o Lima. Nuestras economías en provincia eran precarias. Sobrevivíamos, nada más, porque nuestros viejos murieron con el sueño de esperar el traslado del río Huancabamba a Olmos, para la gran irrigación. Inmensos desiertos, allí cae el Sol como latigazos sobre nuestros cuerpos. La tierra se raja de sed como una piel cuarteada pidiendo a gritos el agua. Sola la vieja lagartija puede vivir entre esas desolaciones. Lo mismo la iguana que se cobija bajo las dunas. Entre los árboles: el guarango. Planta sagrada, como dice la canción “nace sin que lo siembren y crece sin que lo rieguen”. Los primeros españoles lo bautizaron como algarrobo. También están los zapotes, el mango y los cactus que beben el agua que trae la frescura del viento. Antes, los viejos les decían “bebedores de vientos”, a estos cactus de “siete siete vientos”. Desde la década de 1920, allí empezó la ilusión, empezaron los sueños a tener frescura con la esperanza. Pero se cansaron de tanto esperar los viejos y se murieron. Nuestras tierras estaban sedientas y esperaban que llegara el agua. Es cierto, ahora hay más que esperanza. La gente ya saborea ese deseo. Se miran entre ellos y sueñan bañándose en esas aguas. El túnel de 22 kilómetros ya es una realidad. Se viene el agua, dicen y bien dicen, que más de 300 mil hectáreas del desierto de Olmos albergarán las aguas del río Huancabamba. Casi un siglo después se hizo realidad ese sueño. Entonces, la espera también cansaba y nuestros padres querían a como dé lugar que sus hijos buscaran otros horizontes de prosperidad en las grandes ciudades. Ese año, de enero de 1962, mi tío Julio, me dijo: -Sobrino, ya estas ronquito. Cómo has crecido. Ya estás jovencito. Vamos a Lima este viernes para que te hagas hombre en la Capital. Vas a conocer el mundo y Lima es como un gran puerto para ir y despegar hacia varios destinos en el planeta. La frase “ya estás ronquito” quería decir, ya estás joven, hecho un hombre. Por lo tanto, ya estaba en condiciones incluso de buscar una buena mujer. Mis padres me miraron dando el consentimiento para que venga a esta gran ciudad a labrarme un porvenir. Me vine con mi tío a Chiclayo, desde allí nos embarcamos un viernes a las tres de la tarde en la agencia de transportes TEPSA. Llegamos a las ocho de la mañana del día siguiente a las oficinas de esta agencia y nos dirigimos a Comas, por el kilómetro 11, en la urbanización La Pascana. Mi tío Julio, me instaló en su casa. Yo le agradezco mucho todo lo que hizo por mí y sobre todo, el trato que me dio al hacerme sentir como un hijo más. Quería estudiar en el “Colegio Técnico Jesús Obrero” de Comas, que está en el kilómetro 10 de la avenida Túpac Amaru. Mi tío no puso inconvenientes. Él trabajaba en el Estadio Nacional, era el jefe de mantenimiento. Tenía que ver con la parte eléctrica, con el sistema de desagüe y griferías. Hacía de todo porque era un hombre versátil: un mil oficios. Siempre era alegre, juguetón, como todo buen norteño improvisaba conversaciones y contaba unos buenos chistes. Un día me dijo: -Sobrino, tú estudia nomás. Trabajo hay por todos lados. Incluso, te puedo poner para que trabajes conmigo aquí en el Instituto Peruano del Deporte o en la Federación Peruana de Fútbol. Pero ya sabes, el futuro va a ser para quienes estudien y se preparen. Yo, gracias a un buen amigo, he aprendido bastante de electricidad, incluso sé arreglar motores eléctricos. Diez años he trabajado en la fábrica Textil Perú Pacífico, en la cuadra 10 de la avenida Colonial. Allí te puedo recomendar para que trabajes. Yo entré como ayudante de mi amigo Ricardo Mayanga, paisano nuestro. Él me dio la oportunidad y me ha enseñado todo lo que sé. Cómo lo recuerdo y lo sigo queriendo. Un día he ido a una reunión y me he encontrado con unos buenos amigos y ellos me han dicho que en el Estadio Nacional han estado necesitando un jefe de mantenimiento. No hacía mucho que este Estadio se había terminado de reconstruir. Desde aquella fecha me he apoderado de este trabajo, sobrino. Por eso es necesario que tú culmines tus estudios en el “Colegio Técnico Jesús Obrero” y salgas con tu profesión, con una carrera para ganarte la vida. Terminé el primer año de secundaria. Tenía los alientos continuos de mi tío Julio, hermano de mi padre Antero Falla Puse. En un año, en Lima, ya me había adaptado a la gran ciudad. Los domingos salía con mis primos a explorar el gran monstro, pero ellos estaban muy niños. También asistíamos al Estadio a ver los grandes clásicos. De eso se encargaba mi tío quien nos conseguía las entradas. Qué equipazos, qué jugadores teníamos. No era un hincha fanático, pero sí me gustaba ver el talento de algunos jugadores. Había dos jugadores norteños, piuranos y me gustaba verlos jugar. A uno le decían el “Loco” Seminario, otro se llamaba Paco “La Rata” Celis. Qué manera de cabrear la pelota. A mi tío también le agradaban estos piuranos. Uuuyyy… pero para llegar al Estadio Nacional demorábamos una barbaridad. Unos ómnibus viejos que con las justas corrían por las pistas hacia el centro de Lima. En diciembre de 1963 terminé el segundo año en el “Colegio Técnico Jesús Obrero”. Me estaba especializando en gasfitería. Ya mi tío me llevaba al Estadio Nacional para que lo ayudara en el mantenimiento del gran coloso. En realidad, qué bien hacía mis prácticas, sobre todo con un maestro, como mi tío Julio, que me enseñaba con todo el cariño del mundo. Un día augurando su propio destino me dijo: -Sobrino, ya siento esa felicidad en el rostro de mi hermano Antero cuando llegues con una profesión bajo el brazo para ganarte la vida. Nadie tiene la vida comprada, no sé qué me esperará a mí, mañana. No tengo la seguridad de hasta cuándo voy a vivir. He visto una serie de cosas que pasan aquí en el Estadio Nacional; la gente se enfurece, pierden el control, se fanatizan tanto que rompen toda la ecuanimidad. Pobre gente, me digo, yo, a mí mismo. Pobres seres humanos, sobrino. En cambio, estoy feliz de que me acompañes. Eres mi sangre, mi familia muy cercana. Los domingos, cuando no había programación en el Estadio, mi tío se preparaba unos “sudados” exquisitos, bien norteños, con un agradable cebiche. Venían algunos paisanos y pedían que mi tío se preparara un chinguirito, un “espesado” al estilo de Olmos. Pero nosotros preferíamos un sudado de caballas saladas que nos enviaban desde la tierra. Mi tío cantaba valses antiguos, tonderos, marineras y cumananas norteñas, acompañadas siempre con su guitarra. Hoy, con la distancia del tiempo, tengo que decir algo: mi tío era un hombre único, excepcional. Siempre venían los paisanos y se lo llevaban los sábados a dar serenatas, a celebrar cumpleaños por el Callao, al centro de Lima y a La Victoria. Por supuesto, algunos norteños tenían ya sus comodidades, sus carros, estaban bien posesionados en la Capital. Entonces, mi tío aprovechaba para decirme: -Sobrino, estos paisanos han triunfado, no tanto por la suerte, sino por ser gente que ha hecho su carrera, o también predestinada para los negocios. Nosotros, sobrino, hemos nacido para trabajar duro, hacernos de nuestro lugar pero sobre la base de nuestro sudor. Tú tienes que cambiar esta historia, sobrino, quiero que te hagas de tu profesión, de tu carrera, que llegues hasta la universidad. Si Dios me da vida, sobrino, ese regalo quiero darle a mi hermano mayor. Quiero que seas otro, que me ayudes a transformar a la familia. ¿Cómo podemos hacer una revolución familiar? ¿Cómo lograrlo hasta subir de estatus social, sobrino? La solución está en lo que estás haciendo. Veo que has terminado el segundo año de estudios en el “Colegio Técnico Jesús Obrero” en forma excelente. Estoy orgulloso, estoy contento, sobrino. Yo estaba cursando el tercer año, en el año fatídico. Mi tío estaba contentísimo, todas las semanas se preparaba una chicha al estilo de Olmos. Hasta nosotros, con sus hijos, nos embriagábamos con esa rica chicha fermentada. Dios mío, adoraba a sus hijos: Víctor Manuel, Juan Francisco y Teresa Lucía. Mi tío lloraba abrazando a sus hijos y cada vez les recomendaba que estudien, que aprovechen la oportunidad que él les estaba dando. Soñaba verlos profesionales y llenos de prosperidad. Con qué sentimiento cantaba pasillos ecuatorianos, valses, marineras, tristes con fuga de tondero, norteños. Sus hijos todavía no llegaban a los quince años. Yo era como el hijo mayor. En toda la semana se estaba preparando en su casa, pues el domingo 24 de mayo se celebraría el cumpleaños de mi tío Julio. Del norte nos habían mandado dos cabritos, y con antelación mi tío preparó la chicha, dispuso para que las caballas norteñas, pescado delicioso, las remojáramos para hacer un cebiche especial. Salió contentísimo de la casa y me dijo: -Sobrino, eres el hombre en mi ausencia. Te quedas esperando y atendiendo a los paisanos que seguro van a llegar más tarde. El partido de Perú y Argentina es a las 3 de la tarde. A más tardar a las 7 de la noche estoy en la casa. Tú mismo eres, sobrino, hazme quedar bien, atiende como si fuera yo a los buenos amigos. Ya todo está dispuesto. Termina el partido y de inmediato salgo a la casa. Además, ya les he pedido a los jefes que, por mi cumpleaños, voy a dejar algunos daños que ocasionen la afición para arreglar en los días de semana. Me han aceptado. Él nunca acostumbraba a abrazarme al despedirse y ese día lo realizó. De igual manera hizo lo mismo con sus hijos y su mujer. En la casa nos quedamos extrañados por esos procedimientos. Aunque siempre era un hombre cariñoso, nunca lo vi pelearse con su mujer, ni discutir o renegar con sus hijos. Mi tía Amelia, su mujer, me dijo: -Oye Juancito, sobrino, anoche Julio se ha dado vueltas mil en la cama, no ha podido dormir. Parecía que estaba asustado. Le daban pesadillas. Presiento algo malo que puede ocurrir este día. -¿Qué algo malo puede ocurrir, tía? –Le respondí-. Mi tío es un hombre responsable, nunca pierde la calma. No es de pelearse con la gente por las puras. -Sí, esa confianza siempre tengo en él. Tiene un buen carácter. Esa es una enorme ventaja que posee porque no es de hacerse problemas con nadie. -De hecho, tía, eso es lo más importante. Así que ya vendrá a celebrar su cumpleaños. -Eso esperamos, sobrino, eso ansiamos todos los que lo queremos. Prendimos la radio y sintonizamos Pregón Deportivo, con don Óscar Artacho, para escuchar el partido entre Perú y Argentina. El encuentro empezó a las 3.30 de la tarde. Don Óscar narraba todas las incidencias, a pesar de ser argentino era una voz neutral. La selección Sub 20 de Perú y Argentina, decidían la clasificación para los Juegos Olímpicos de Tokio 1964. El Perú había tenido buenos resultados, con Ecuador empatamos en Quito, a Colombia le ganamos 3 -0, y a Uruguay hicimos lo propio con 2 - 0. Don Óscar Artacho empezaba así su transmisión: -Pregón Deportivo, sintonía, sin fronteras. Ayude al niño. Cuide al niño. Proteja al niño, que el niño peruano es el futuro de nuestra nación. Visite el Perú, conozca el Perú y compruebe el verdadero valor de la tierra de los incas... Los argentinos estaban en la punta del grupo. Pero necesitaban de una victoria para asegurar su clasificación y ocupar el primer cupo. A nuestra selección la dirigía el brasileño Marinho De Oliveira, se confiaba tanto en la clasificación como la que habíamos obtenido cuatro años atrás para los Juegos Olímpicos de Roma. Todo este historial deportivo lo anunciaba el comentarista de Pregón Deportivo, Miguelito De Los Reyes: -Se está jugando fuerte, con tremenda vehemencia. Presiento que se le puede ir el partido al árbitro Pazos. Estos encuentros son de alta tensión. Las dos selecciones tienen jugadores dotados, y pueden desequilibrar en cualquier momento y orientar la balanza. En cambio don Óscar Artacho refería que, por momentos al árbitro Ángel Eduardo Pazos se le estaba yendo el partido. Para colmo, los Albicelestes se pusieron en ventaja. Néstor Manfredi anotó un gol para los visitantes. Pero se notaba a un Perú aguerrido, que no bajaba los brazos, que no se resignaba a perder, que seguía insistiendo según, el gran locutor, nos relataba así: -Señores y señores, en el escenario el fútbol internacional. Protagonistas: las escuadras de Perú y Argentina. Perú sigue insistiendo. Vemos cómo este joven zaguero Héctor Chumpitaz está neutralizando a Perfumo. Hay nerviosismo en las tribunas. Mientras el reloj sigue precipitado. Solo faltan diez minutos para el final y Argentina sigue ganando. Allí está el “Nongo” Rodríguez, quien arremete con todo. Pero sobresale con la pelota La Rosa y avanza en una carrera incontenible y dispara. El centro delantero no concibió con su objetivo y el zaguero argentino rechaza, pero “Kilo” Lobatón se protege y pone el pie ante el rechazo del zaguero argentino Andrés Bertolotti. El Balón, señores y señores, rebota en “Kilo” y termina dentro del arco de Cejas… Gooooooooooooollllllllllllllllllll, peruanooooo, gooooooooooooooolllllllllll, peruanooooooooo…. Allí están los jugadores peruanos celebrando esta conquista. Pero, pero, hay algo aquí, señores y señores, ¡el gol ha sido anulado!, ¡atención!, ¡el gol ha sido anulado! Veamos, atención Miguel De Los Reyes, qué es lo que está pasando… -Así es don Óscar, el tanto ha sido anulado. Vamos a ver qué está pasando. Don Óscar, don Óscar, el delantero argentino, Perfumo, se acercó airadamente hacia el árbitro uruguayo, le ha reclamado insolentemente y éste ha anulado el tanto, después de haber señalado el centro del campo cobrando correctamente el tanto. Don Óscar, también vemos que las tribunas están impacientes. Mucho cuidado, don Óscar, se puede desatar una desgracia. Hay un aficionado que se ha filtrado por un hueco de la malla, luego viene otro, el primero corre para enfrentar al árbitro... -Muy bien Miguelito -dice don Óscar Artacho- efectivamente, la policía interviene y hacen a un lado al moreno que trató de pegarle al árbitro, pero hay otro que lo sacan como si fuera Túpac Amaru, lo están azotando. Las tribunas se han inquietado, están protestando por el abuso de la policía contra el aficionado. La multitud se ha enardecido. La policía está aventando bombas lacrimógenas. Atención, atención Miguel De Los Reyes, tú que estas más cerca… -Efectivamente, don Óscar, ahora todo es un caos. Hay incertidumbre, esto es un pandemonio. Muy lamentable estos incidentes. Las cosas se han salido de la normalidad. Hay una avalancha que corre a las puertas de escape. Hay obstáculos, don Óscar, esto puede terminar en una hecatombe. ¡Me confirman que están las puertas cerradas! Inmensas masas de aficionados, se han atrancado en las puertas, apretujados, más las bombas lacrimógenas que están aventando, don Óscar. Hay pánico, desesperación, corren hacia las salidas, pero las puertas están cerradas. La gente se tropieza, se caen y vemos que la misma turba los está aplastando. Están yendo por rutas equivocadas para el escape. Sí, sí, ¡adelante don Óscar…! -Un momentito, un momentito, Miguel De Los Reyes, ¡estamos escuchando disparos! No puede ser, no puede ser, señoras y señores. Muy lamentable, qué desgracia… Mucha atención, ¡la policía está disparando…! Es cierto, una turba ha ingresado al campo de fútbol y a ellos se les dispara. Eso es muy peligroso, señores y señores, esto ya es una gran tragedia. Nunca se ha visto esto en el Perú… Parece que los gases tóxicos están ya matando a los aficionados, atención… señores y señoras, una desgracia, una fatalidad… Ya hay muertos por todos lados. Cientos de muertos vemos que están desparramados… ¡Qué horror! ¡Dios mío, los cadáveres están regados! Esto ya es una desgracia…. Un inmenso dolor, señores y señores, el Estadio es una nebulosa por las bombas lacrimógenas. Sí, sí, adelante Miguelito, adelante…. -Don Óscar, la policía ha rodeado a los jugadores Albicelestes, están protegidos. Los están trasladando a sus camarines. Sin embargo, el pánico y los gritos son ensordecedores… Hay personas que son arrasadas por la turba, tropiezan y caen y son aplastados. ¡Qué horror! No hay forma de salir de esto. -Sí, Miguelito, la tragedia ya está consumada. Es horrible, señores y señoras, una fatalidad. Una catástrofe de dimensiones incalculables… Las puertas están cerradas, nos confirman que allí se están amontonando y hay rumas de muertos… Mi tía Amelia comenzó a dar gritos. Apagamos la radio y me ordenó para que saliera rumbo al Estadio. Me acompañaron dos amigos de mi tío Julio, y salimos en sus autos a su encuentro. Eran las 6 de la tarde. Se prendió la radio del carro y seguíamos escuchando la narración desesperada y agónica de don Óscar Artacho. Media hora habíamos empleado hasta el coloso del José Díaz. La policía había cercado el edificio deportivo y ya estaban presentes los bomberos. Las ambulancias, además, entraban y salían. Cuadramos los carros casi en la esquina de 28 de julio con Paseo de la República. Salimos al encuentro de mi tío. Yo conocía bien el Estadio, busqué la fórmula de entrar. Me trepé por un poste cerca de una gran ventana. De una patada rompí la luna. Luego subieron trepándose los dos amigos de mi tío. Corrimos a donde estaba su cuarto; todo era un caos y desesperación. Mojé mi pañuelo para ponerme sobre los ojos. Todavía se encontraba el gas lacrimógeno en el ambiente. Fuimos directo al cuarto donde mi tío acostumbraba descansar. Abrimos la puerta y lo encontramos tendido en el piso. Estaba todo ensangrentado. La pierna la tenía casi rota, estaba vendada, él mismo se la había amarrado. Tenía otro disparo en el hombro, y se cogía esa parte para taparla y que no le saliera la sangre. De inmediato lo sacamos en una improvisada camilla con una manta. Estaba consciente y lo trasladamos al hospital Arzobispo Loayza, en Alfonso Ugarte. Tuvimos que lidiar duro para auxiliarlo. Un cordón férreo había rodeado el Estadio Nacional. Un laberinto de sonidos, ambulancias, cuerpo de bomberos, patrulleros, un caos total… Estaba débil mi tío, había botado mucha sangre. Pero reaccionó, me tomó la mano derecha y me dijo: -Me descolgué desde el tercer piso hasta cortar con una sierra la puerta 11 y luego la 16, pero fui baleado tres veces seguidas. No sé de dónde venían los disparos, pero mataban a mucha gente. Logré arañar por la pared, me arrastré hasta mi cuarto, donde me han encontrado. Parece que me voy sobrino. Estoy muy débil. Cuida a mis hijos menores… Muertes innecesarias, sobrino, muertes innecesarias. Dile a Amelia que la quiero mucho. Si salgo de ésta sobrino, renuncio al trabajo, sino, tú reclama mi puesto. Te dejo en mi lugar….Tú vas a ser el hombre de la casa, sobrino… Solo duró el trayecto hasta el hospital. Los médicos trataron de revivirlo y no lograron. Igual que mi tío, había decenas y cientos de personas que entraban y salían heridas, moribundas, en estado muy grave al hospital Arzobispo Loayza. El médico que lo examinó, nos dijo que se había desangrado mucho, que eso lo había debilitado. Creo que se murió agarrando mi mano, en el auto, lo tenía casi marcado. A las 9 de la noche llegó mi tía Amelia, la habían ido a traer de su casa al hospital. Le rogué a Eliecer Panta, viejo paisano y amigo de mi tío Julio, para que vaya a traer en su Volkswagen a Comas, a mi tía Amelia. Pensé en ella, en sus hijos que los dejaba muy niños. Quería llorar pero no podía, quería gritar de impotencia pero la garganta se me había secado. Mi tía Amelia ya no lo encontró vivo. Lloraba y lloraba desconsoladamente. Lo mismo mis primos y prima. Lo sacamos casi a las 11 de la noche para velarlo en su casa. Era el día de su cumpleaños. Sus amigos lo esperaban para celebrar pero se encontraron con la noticia de su fallecimiento. Cantidad de paisanos norteños nos acompañaron toda la noche. La radio daba cuenta que eran más de 312 muertos. Mas heridos graves que estaban amontonados por los hospitales: Loayza, Rebagliatti, Almenara, entre otros. Las emergencias eran almacenes de gente en estado deplorable. Al siguiente día leíamos en los diarios las declaraciones de los jugadores: -“Las puertas de metal parecían la barriga de una mujer embarazada”. Declaraba en un diario Héctor Chumpitaz, joven defensa de 19 años de la selección peruana. A mi tío Julio lo lloramos casi toda la noche, parientes, hijos, sobrinos y amigos. Es que no podíamos creer. Se fue un hombre saludable, ni siquiera la gripe lo atacaba. Mi tía Amelia decía que nunca se había enfermado. Al tercer día se le enterró en el cementerio El Ángel, de Lima. Los vecinos de todo el barrio estuvieron presentes y nos acompañaron hasta el mismo panteón. Algunos amigos de mi tío, criollos norteños, cantaron en su despedida en El Ángel. Con voces dolidas lo despidieron y hubo discursos de los paisanos, sobre todo, los que hablaron de su personalidad y don de gentes que había tenido. Hubo un luto nacional, por las muertes de los hinchas peruanos. Creo que esos eran solo los que murieron por asfixia, pero había otra lista, también inmensa, que murieron por los disparos y varios de ellos fueron al cuerpo de mi tío Julio. A los que murieron de esta forma ni siquiera los inventariaron. La policía fue muy hermética, la información se manejó con mucha reserva y discreción. Yo paraba casi a diario en el Estadio, primero viendo el caso de reemplazar a mi tío, porque había que mantener a la familia, y de paso escuchaba muchos rumores, chismes, mentiras y cuentos que se inventaron alrededor de esta tragedia. Ya moribundo me había pedido que me haga cargo. Yo no podía fallarle. Dejé mis estudios en el “Colegio Técnico Jesús Obrero” de Comas. Tomé una decisión porque había que cumplir con un encargo de alguien muy especial, de alguien que pidió que se le protegiera a su familia, lo hizo minutos antes de su muerte. Si hay algo que nosotros los norteños tomamos como una religión y la cumplimos al pie de la letra es la lealtad. Decisión tomada, decisión cumplida. Una solidaridad de todo el pueblo peruano se hizo notar. Decían que se recolectó 10 millones de soles para los deudos. Lamentablemente a nosotros no nos tocó nada porque mi tío no estaba en la lista de los inventariados por eso de la muerte por asfixia. Él murió por tres balazos que le cayeron en el cuerpo. Lo único provechoso que salió del dolor y la tragedia final, fue que yo mismo me apersoné para pedir ese puesto que tenía mi tío. Él me había dicho que me pusiera en su lugar. Lo único que nos quedó como herencia fue ese que trabajo. A la tercera semana de insistir, me dijeron regresara en un mes. ¿Qué cosa? Me pregunté. No puede ser, el hambre no espera. Lo hice a los quince días y logré que me contrataran y hacerme de ese trabajo. Pero me advirtieron: -Tú, todavía estas estudiando. ¿Estás en el tercer año de secundaria, no? Entonces, a lo único que puedes aspirar es al puesto que tenía tu tío, el de gasfitero…. -Bueno, -les dije- está bien. Yo estoy en el “Colegio Técnico Jesús Obrero” de Comas, curso el tercer año. Mi especialidad es la electricidad, tengo experiencia, he hecho prácticas en la fábrica Textil Perú Pacífico, sé de mecánica. -A lo único que puedes aspirar es al puesto de tu tío, el de gasfitero. Entonces, entra un Falla por otro Falla que se ha ido. La afición no se dará cuenta cuando en los parlantes del Estadio se llame a tu tío, sobre todo, cuando haya un desperfecto en la cañería o rompan algún grifo de los baños. -Ya señor, entonces ingreso el lunes, la primera semana de junio. -No, mañana. Vente mañana porque hay algunas cosas que están dañadas y hay que ponerse a trabajar. El Estadio ha sido clausurado por algún tiempo y queremos aprovechar para arreglarlo. Desde aquella fecha estuve al pié del cañón, como se decía comúnmente. Y todos los domingos escuché mi apellido en los parlantes que me llamaban para ir a arreglar los desperfectos. Como yo soy electricista, también tengo que ver con esa línea y poner luz donde estaba oscuro. Entraba a los camarines de jugadores a ponerles focos, fluorescentes, arreglar todo lo que era el cableado. Qué cosas no he escuchado entre los entrenadores y los jugadores. Buen tiempo estuve en casa de mi tío Julio. Pues asumí sacar adelante a sus hijos. Le prometí hacerlos estudiar y que ingresaran a la Universidad. Hay uno que es ingeniero industrial, Víctor Manuel, otro catedrático Juan Francisco, y la mujer Teresa Lucía, asistenta social. Cumplí con él. Aparte del trabajo que hacía en el Estadio, desde las 8 de la mañana hasta las dos de la tarde, hacía trabajos a partir de esa hora en otros lugares. Algunos dirigentes me decían que conocían mi oficio de gasfitero y electricista, me llevaban a sus casas a hacer trabajos. Me pagaban bien, algunos, que eran frescos, me regateaban, pero la mayoría eran generosos. Me fui recomendando y todos los días tenía tareas para cumplir. Era un hombre de confianza, me había ganado ese espacio y uno a otro se pasaba la voz. Llegaban y me buscaban en el Estadio, era como mi oficina. Tenía un cuaderno donde anotaba a diario mis quehaceres después de las dos de la tarde. En realidad, de mis tres sobrinos, solo uno ingresó a la Universidad Nacional de Ingeniería, los otros a universidades particulares. Eran inteligentes, lo reconozco, yo podía pagarles esos lujos. En sus días libres, por los sábados, mis primos me ayudaban en los trabajos que realizaba fuera del Estadio. Era muy famoso, porque en todas las actividades deportivas siempre se escuchaba mi nombre en todo el Estadio: “Atención, atención, al gasfitero Falla, acercarse a la puerta 11”, o podía ser, 5, 6, 7, 15, o 16. Donde se ocasionaban los daños. Los que me contrataban bromeaban con eso. Incluso imitaban al locutor que con esa voz nasal pronunciaba mi apellido. Así también lo llamaban a mi tío Julio. Todos creían que era el mismo, es decir, mi tío Julio. Era yo su sobrino. Gente que yo no conocía iba y me buscaba para ir y hacer arreglos en su casa. Doy gracias a Dios, todos los días tenía trabajo seguro. Por eso muchos años después compré mi terreno en Los Olivos, entre Antúnez de Mayolo y la avenida Universitaria. Allí construí mi casa, en un terreno de 300 metros. Me casé con Alicia Quiñones y con ella tengo cuatro hijos. Mi mujer es hija de una hermana de mi tía Amelia. Es decir, todo quedó en familia. Mis primos siguieron viviendo por un tiempo con su mamá en Comas. Un día me vinieron a decir que querían vender la casa, porque tenían en proyecto mudarse hacia La Molina, sobre todo, el Ingeniero industrial, Víctor Manuel, pues ganaba un dineral en una fábrica. Luego me dijeron que se había independizado y se hizo una fábrica de pinturas. Me alegré mucho por él, por su madre, y por su padre que debía de estar orgulloso seguro en el lugar donde se fue. Pero ese día le dije: -Primo, me daría mucha pena que vendieran la casa. No solo porque allí hay historia, sino porque tiene un gran significado para nosotros los norteños. Esa casa era una embajada de la fraternidad norteña, y allí fuimos muy felices y nos reencontrábamos los paisanos cuando tu papá vivía. No la vendan, consérvenla como un patrimonio de amor que les dejó su padre. Así lo hicieron, no la vendieron, se la cedieron a unos familiares que llegaron años después desde Olmos. Allí había cantado los legendarios cantantes y compositores norteños: Nicolás Seclén Sampén y su grupo Los Mochicas del Perú, don Rafael Otero López y Los Trovadores del Norte, “El Chino” Luis Abelardo Takajashi Núñez, uno de los mejores compositores del Perú, entre otros. Grandes fiestas, celebración de cumpleaños y las visitas los domingos que le hacían a mi tío Julio, amigos y paisanos. Esa casa era historia viva, entrar a esa tremenda sala era como tener un espejo retrovisor para apreciar cuánto se vivió intensamente la vida. De vivir, vivir, no hay como los norteños, creo que nosotros sí sabemos darle ese verdadero sentido: vivir. Mucha gente solo mora, pasa su tiempo sin darse cuenta del verdadero sentido que tiene su destino y cuál es su misión en esta tierra. ¿A qué has venido a este mundo? ¿Cuánto vale tu aire? ¿Cuánto pesas en esta tierra? ¿Cuánto vale tu vida? Todas estas reflexiones hacen temblar mi alma. Son inquietudes de un hombre humilde, de un ser humano del pueblo y de alguien que viene de adentro de nuestro Perú. Pero, ¿quién soy yo? Cuántas veces me lo he preguntado, sobre todo cuando quiero hablar con la dirigencia del fútbol peruano. Soy nadie de repente para ellos. Pero, también, estas preguntas les hice a mis primos hermanos. Mis primos muy obedientes, hasta ahora conservan esa memorable casa. Hoy también tienen sus hijos profesionales, igual a los míos. Son buenos, cuánto me han ayudado con la educación de mis hijos. La vida es un círculo del hoy por ti y mañana por mí. Mi tío me trajo a Lima y me ayudó. Después yo apoyé a sus hijos para hacerlos profesionales. Primero sugirieron, ellos mismos, que los ponga en colegios particulares, luego en universidades donde había que pagar fuertemente esas cuotas. El sueño de mi tío Julio, quien decía que el único camino para que nuestra familia se superara era la educación. Clarísimo lo tenía. No había día en que no me esté con el mismo discurso: “Sobrino, lo más grande es el estudio.” Por eso repito, mi tío me ayudó a mí, luego hice lo mismo con sus hijos, después sus hijos hicieron lo mismo con los míos. Mi tío ha tenido razón, el único camino a la prosperidad es la educación, sobre todo para aquellos que venimos de la nada, desde los lugares más recónditos de nuestra Patria. Yo hoy lo sé, como sé por qué el Perú no clasifica al mundial…. &&& Mi casa la había construido por Los Olivos, a comienzos de los ochenta, entre Antúnez De Mayolo con la avenida Universitaria. Allí qué bien dormía, ni pesadillas, ni insomnios, todo tranquilo. En realidad, quedaba un poco lejos, antes. En cambio, ahora, hay tanta movilidad que rápido llego. Los encuentros deportivos terminaban a las 10 de la noche, y para irme era bien pesado. Mejor me quedaba en el Estadio a dormir. Durante las jornadas futbolísticas que se realizaban todo quedaba destruido, tanto las duchas y los camerinos de los jugadores como los baños para el público, en general. Toda la noche me la pasaba componiendo y, a veces, dormía en el mismo Estadio en un cuarto que me habían dado. Los arreglos duraban hasta tres días, y esto que yo tenía tres ayudantes. Me quedaba soldando y arreglando las cañerías de agua que estaban rotas, los desagües y las griferías que las destruían. Víctor Vásquez, “El Negro Bomba”, sabía que yo estaba en dichas faenas y aprovechaba para visitarme y estar horas de horas en la conversación. Se acomedía y me ayudaba, yo le retribuía con alguna propina y el almuerzo. Por eso con confianza se dirigía hacia mí y me confiaba todo lo que vivía y sentía. Pues los fantasmas también lo asediaban en su descanso. -Hola Fallita, ¿qué novedades? ¿Cuál es la última? ¿Qué podemos hacer para que descansen nuestros hermanos? Ya no son coincidencias, Perú no puede salir de las desgracias, no clasificamos otra vez al mundial… Él también tenía esos sueños, al igual que yo, pero en su casa. Largas horas pasábamos conversando sobre el domingo 24 de mayo de 1964, sobre el gol fatídico, y la coincidencia de los acontecimientos. Derrotas y más derrotas; encima salados al tener una dirigencia que se enquistaba por largo tiempo en la conducción de los destinos del fútbol peruano. Como decían por mi tierra: llovía sobre mojado. Había un clásico: Universitario y Alianza Lima pendiente. No sé por qué lo habían postergado, y ese día, miércoles, se jugaba justamente ese partido. Era ya conocido que después de estas faenas los baños, en especial, quedaban totalmente dañados. Eso lo conocía la dirigencia y ya nada se podía hacer. El “Negro Bomba” se dispuso a acompañarme esa noche, y estábamos dispuestos a querer saber qué es lo que pasaba en las noches en el viejo Estado Nacional. Cuando terminó el encuentro, con un empate, los hinchas salieron no tan contrariados, pues los daños fueron de menor cuantía y todos, al final, ganamos. El más contento era yo, porque no destrozaron por gusto las cosas. Algunos hinchas reconocieron al “Negro Bomba”. Por más que él trataba de disfrazarse, igual lo señalaban. Él se molestaba cuando alguien insistía en reconocerlo. Por supuesto, cuando se dio ese oscuro momento, del 24 de mayo de 1964, todavía era muy joven. Se terminó de arreglar algunas zonas del Estadio. Nos fuimos supuestamente a dormir y a preparar la emboscada a las dichosas almas en pena. Cuando terminaba un evento todas las luces se apagaban, de eso se encargaban algunos electricistas e ingenieros que estaban a cargo de su especialidad. Pero yo notaba al “Negro Bomba” que estaba inquieto; a partir de las 12 de la noche lo veía que salía a la ventana, como si esperara a alguien. A mí no me había dicho nada. Pues citó a la morena espiritista para que hiciera un contacto con esas almas. Me puse serio, incómodo, porque ella llegó, además, con un ayudante, también moreno. Bajó del cuarto piso a abrirle la puerta que colindaba con el Paseo de la República, y se dirigieron al lugar donde decidimos esperar ese magno evento nocturno. -Fallita, hermano -dijo el “Negro Bomba”- ella es la persona de la que te he hablado tanto. La “Mamá Sarita”, como le decimos con cariño, ella me ha curado de esos tormentos, de esa persecución de las almas que han fallecido aquel 24 de mayo de 1964, Fallita. Estuve a punto de alocarme. Vivía a sobresaltos, nadie me perseguía pero sentía que me asediaban. Mi vida estaba como un trompo girando sin rumbo y en la misma dirección; es decir, por esos nefastos acontecimientos. Ahora, ya estoy bien, “Mamá Sarita” me ha sanado. Ella ha querido venir y abrir un contacto con aquellas almitas, Fallita. Dispensa esta osadía. Me puso sus ojos la morena como si me hubiese traspasado con su mirada. Solo dijo “muy buenas noches”, nada más. Se mantenía hermética y en silencio. Víctor Vásquez solo era el que hablaba y se despachaba en elogios sobre la “mamá Sarita”. Ella juntó sus manos y no me dio la suya derecha para estrecharla. A la altura de su corazón se las puso e hizo una venia en señal que me estaba saludando. Hasta que al fin, me dije, para mis adentros, conozco a la famosa “mamá Sarita”, tanta ponderación de Víctor, sobre todo, de las hazañas, milagros y trabajos que realizaba en curar a la gente. Me decía que era muy generosa, que no cobraba mucho, que a él lo sanó sin pedirle un sol. Él solo va, y de vez en cuando, a hacerle algunos trabajos, en su casa, de albañilería. La morena empezó a abrir algunas talegas, puso en el suelo una serie de frascos, rosas blancas, perfumes, inciensos, licores como el pisco, vino, y un aguardiente que decía, el “Negro Bomba”, lo habían traído especialmente de Paramonga, por encargo suyo. También había agua bendita de las siete iglesias y maíz blanco molido con agua, ya en un depósito. El silencio reinaba en el recinto. La oscuridad en el escenario como en la zona donde habíamos decidido pernoctar. Solo las luces de la calle se filtraban por la ventana. La “mama Sarita” dijo que era preferible taparla, que la luz nos podía interrumpir el buen contacto. Se tapó con una sábana que ella misma había traído. Sentimos un aire frío que entró en el ambiente. La morena empezó a orar, por supuesto comenzó con tres Padres Nuestros, tres Aves Marías y algunas oraciones que yo más adelante las leí en el libro La Cruz de Caravaca, y otras que improvisaba en aquel momento como este: Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo, Ten misericordia de estas almas, ábreles esos túneles Dales luz para su viaje hacia tus reinos. Consuela sus angustias y sácalos de estos pozos de oscuridad. Permítenos hablar con ellas, danos ese consentimiento. Llegamos, llegamos, con los santos nuestros. Estamos, estamos con todos los buenos ángeles. Sentimos, sentimos, todas esas presencias astrales, Esos grandes espíritus de luz y de amor. Serénense almas en reniego, aplaquen su furia. Con estas aguas de las siete iglesias, aguas benditas, Riego el lugar donde padecieron, el momento de sus desgracias. Me acerco y me acerco a su tiempo y a su momento. No nos hagan daño, reciban estas dulzuras, y otros cariños. No se resistan, no nos den la espalda… Abandonen este escenario, no desgracien este lugar… El discurso era largo. Casi media hora se pasó ora y ora la “mamá Sarita”. Pero nosotros permanecíamos callados y en absoluto silencio. Acatábamos sus órdenes, recibíamos con obediencia sus mandatos, porque en verdad, eran oraciones sagradas y acatábamos. Después nos acostamos en el suelo, sobre unas mantas, supuestamente a descansar. Esperábamos las señales de la “mamá Sarita” que se encontraba al lado de Víctor Vásquez, mientras yo estaba al lado de su ayudante, a quién le decían Changó. El cuarto cerrado, las ventanas de igual manera, apenas se filtraban las luces de la calle hacia el recinto elegido. El cuarto era amplio, sin embargo, hasta nuestros resuellos los escuchábamos. Después de unas horas comenzamos a sentir los murmullos, llantos, gritos y a veces risas que se movían en varias direcciones. La “Mamá Sarita” dictaminó: -Tranquilos, no tengan miedo, todo está controlado. Señor Falla, no se angustie. No hay peor demonio que nos domine tanto como el de nuestros propios miedos. No caigamos en la desesperación, las almas están paseando y van llegando hacia nosotros. Se detienen, están en grupos, a los muertos no se les tiene miedo, señor Falla, a los vivos hay que temerles. Tomen esta agua florida, soplen en sus pechos, lo mismo mojen sus manos con el agua de las siete iglesias. Todavía, no es hora que abran la puerta, esperen que ellas lleguen hacia nosotros. Que toquen la puerta, déjenlas que se desfoguen. Changó –le dijo- enciende los inciensos porque hay varias almas que están endemoniadas. Riega en los cuatro lados de la habitación el agua bandita. Nosotros, mientras tanto, ya habíamos vencido el miedo. Estábamos en posición de ir al encuentro de aquellos fantasmas que tanto me habían perturbado. Pero la “mamá Sarita” temblaba, como si tuviera unos intensos escalofríos. Ella trabajaba también con algunos espíritus. Eran sus escudos, su protección, según el “Negro Bomba”. Empezó de nuevo hablar la “mamá Sarita”, entre fuertes tembladeras en su cuerpo: Espíritus del alto mando, vengan a mí. Ángeles de los cielos nuestros, acompáñennos en estas horas. Ojos de los buenos astros, denme esos destellos. Espada del buen Miguel, defiéndenos del maligno. Gerardo, Manuel y Luis, del cementerio Británico del Callao, Socórranme si desmayo, levántenme si me caigo. Lorenzo, Eliseo y Elías, del cementerio El Ángel, mis buenas alianzas, mis lindos espíritus, los cito en esta hora, los llamo a que trabajen conmigo… Se arrodillaba, lloraba al orar y argumentaba que unos demonios feroces estaban dirigiendo a esas almas en pena. Changó sahumó el cuerpo de la “mamita Sarita”, y ella daba varias vueltas alrededor del incienso. Se hizo lo mismo con nosotros, porque todo lo que a ella se le hacía, teníamos que secundar. Supuestamente nos estaba protegiendo. En realidad, me parecía una mujer con buenas intenciones. Morena alta, hermosa, de un cuerpo bien formado y con cabello negro rodándole por los hombros. Lindo su pelo ensortijado. Además, tenía una voz melodiosa. Hablaba como cantando sus rezos y oraciones. Unos ojazos negros que, al mirarnos, sentíamos que no solo nos hechizaba, sino ejercía un gobierno sobre nosotros. La hora avanzaba, la noche se ponía más interesante porque ya estábamos dispuestos a librar esa batalla nocturna. Creo que ya nos encontrábamos preparados. A mí me fue interesando poco a poco, al comienzo me sentí furioso, no entendía a cabalidad este fenómeno. Es un mundo original que hay que saber entenderlo. Nosotros creemos que somos los únicos seres que habitamos este planeta y no es así. Hay otras posibilidades de vida y de existencia que no nos damos cuenta de que allí conviven, a nuestro lado. Mi mujer pertenecía a una Iglesia Evangélica, asistía todos los domingos, yo no. En cambio, respetaba mucho su fe porque veía que mis hijos eran obedientes, respetuosos y querían a sus padres; pero, también un día, uno de ellos, me dijo algo que me desconcertó: -Papá, tú te resistes a recibir a Cristo en tu corazón. No quieres acompañarnos a la iglesia. Todos mis hermanos y mi mamá ya están purificados con la bendición del Señor. Ya somos santos. Estamos en las manos del Padre Santo. Tú sigues con tus amigos tomando, escuchando esa música profana, demoníaca que te invita solo a embriagarte, a emborracharte con esos pasillos, boleros y sanjuanitos… Nosotros ya estamos a salvo, salvados de los pecados de este mundo. El único demonio en esta casa eres tú… Lo miré desconcertado, atónito, conmovido por lo último que escuché. Yo por un lado estaba contento con esa opción religiosa de ellos. No me oponía, la respetaba. Por otro lado, estaba dando mi vida en luchar para salir adelante, mantenerlos, pagar sus estudios en colegios particulares. Es cierto, mis primos me ayudaban pero yo sufragaba la mayor parte. ¿A cambio de todo recibía estas respuestas? No le dije nada. Pensé que no era oportuno. Recordé a mi tío Julio lo grande que había sido conmigo y con sus hijos. Su ejemplo lo tenía cada vez que respiraba en esta gran ciudad. Lo añoré con todo mi corazón. Lo amé en ese momento por la clase de persona, de ser humano, de hombre de fe y de convicciones y lealtades. ¿Cuántas lecciones de vida me dejó? Muchas y enormes por estos mocosos malcriados yo no voy a dejar de escuchar mi música norteña, de tomarme de vez en cuando mi chicha de jora y mis cuatro cervezas. ¡No, no y no! Me dije. Allá ellos con su religión y yo con mi costumbre humana y que puede no ser correcta, pero es mía, y la he heredado de mis mayores y mis lindos viejos como mi tío Julio. No a los fanatismos yal fundamentalismo, me decía; los respeto y los amo, pero yo moriré con mis dulces costumbres. Hay más que eso, detrás de esas formas de vida. Son cosas que no las pueden entender ni las mismas religiones. Cada quien es feliz mientras no pase y dañe las fronteras de los otros… Me chocó bastante, me perturbó anímicamente que mis propios hijos pensaran eso de mí. Reflexioné mucho en el atrevimiento de mi hijo impulsado por su madre. Creo eso. Tres meses no les hablé. Estuve enfermo, mal. Me sentí tan mal que las visitas del “Negro Bomba” y el haber conocido a la “mamá Sarita” me curaron y fue la medicina que necesitaba para esos males y perdoné a mis hijos y a mí mujer. Para recuperarme pasaron unos años y tuve que asimilar y entenderlos. Respeté lo que hacían porque vi cambios en ellos y, lo más importante, crecían siendo personas buenas, por sobre todas las cosas y me hacían feliz. Entonces, tenía que ser grato con esas convicciones y sobre todo con la institución religiosa. Respetar la fe de los otros es muy importante, pero hay que recordarles que, como respetamos sus creencias, también deben respetar la nuestras. Eso les dije a mi hijos: “Yo voy a morir como cristiano, así me hayan bautizado mis padres cuando yo nunca se los pedí. Pero ellos lo hicieron y respeto eso como algo sagrado. Efectivamente, los padres jamás quieren algo malo para sus hijos y eso me basta. Es suficiente, no quiero dar más explicaciones.” Por otro lado, volviendo a la presencia de la “mamá Sarita”, tanto en nuestras vidas como en su propuesta de exorcizar al Estadio, diremos que en buena hora ha sido determinante para encontrarle sentido a nuestro destino. Seguía atento y conmovido por los acontecimientos y el ritual hecho con nosotros mismos en el Estadio. Sus palabras eran sagradas y nos sacudía con devoción y cariño: -Señores, ya prepárense, tranquilos. Serenos estén, por favor. Ya están llegando. Ya son horas prohibidas y ellos están andando. Párense. Cójanse de la mano, en círculo, concéntrense. Recen el Padre Nuestro tres veces seguidas. Piensen que son la luz. Díganse: soy una luz. La luz es amor. Yo soy amor. Repítanlo, por favor. A ver, una y otra vez. El amor es la luz. Ella gobierna nuestras vidas. Ella es nuestro destino. Destino de amor y eso lo somos. Bien, bien, digan así: ilumina luz bendita. Alumbra de amor a estas almas. Propaga amor a estas presencias. Háblense así, dirijan así sus alientos a todas las zonas oscuras. Contagien de amor. Háganse amor. Contaminen de amor a toda alma en reniego. Muy bien, ahora sí. Abre la puerta Changó. Nada puede contra nuestra fe. La fe de luz. La luz de amor. El alto mando nos guía. La oscuridad se hace luz… Del cuerpo de la “mamá Sarita” salía un resplandor, una luz, una energía fosforescente. Toda esa estructura biológica vencía la oscuridad de la habitación. Parecía un inmenso fluorescente bien erecto dándonos luz. Una fuente de luz muy rara. Llegó el momento en que esa estructura de luz, ese monumento evitó hablar. Se apagó su voz. La mudez también nos contagió y evitamos las palabras porque estábamos en conexión. Una luminosidad que hablaba, que contagiaba lo que sentía y veía ese cuerpo fosforescente de la “mamá Sarita.” Solo teníamos conciencia de que renacíamos. Que esos efectos eran afectos y amor auténtico salido del todo y de la nada. No había explicación, para decirlo con palabras. No teníamos conocimiento para teorizar sobre el gran espectáculo de amor que presenciábamos. Eran cosas que no tenían armadura y sustento científico, tampoco religioso. Mi pensamiento, lo confieso, quedó reducido a una ignorancia total para saber lo que estaba pasando. ¿Qué era eso, entonces? Hasta ahora no me lo explico. ¿Era una forma de magia? ¿Una liturgia Católica, pero prohibida? ¿Qué tipo de ritual era ese? Yo conocía los rituales de los curanderos norteños, pero este me parecía único y original. Tampoco he llegado a saber lo que vi esa noche. Lo único que puedo decir es que ese día nos sentimos felices, buenos, hermanos, con ganas de perdonar todo y amar a nuestras mujeres e hijos. Según la “mamá Sarita”, eso era suficiente para vencer toda oscuridad, para enfrentar a todo diablo o demonio que saliera a nuestro encuentro. Desde aquel día hubo no solo un cambio radical en mi vida, sino en los acontecimientos en mi vida familiar, en el trato con mis hijos y mi mujer. Empecé a ser tolerante, incluso fui más generoso para que contribuyeran con los diezmos. Busqué mis lugares para ir a escuchar mi música, departir con mis amigos algunas comidas típicas. Hubo más acontecimientos que nos esperaban, la vida seguía su curso para entender sus complicaciones y aprovechar de sus dulzuras… Changó abrió la puerta y salimos detrás de la “mamá Sarita”. Despacio y parsimoniosos mirando a todo lado pero a la vez a ninguno. En las graderías de las tribunas Sur, Oriente, Occidente y Norte, nos encontrábamos, y se echaba el agua bendita a todos lados. Luego el incienso para ambos horizontes, de eso se encargaba Changó. Escuchamos los gritos y ruidos por la puerta 10, y con mayor intensidad en la 11 y 16 y fuimos hacia allá. De igual manera se les puso incienso y agua de las siete iglesias. Luego nos trasladamos hacia las otras puertas que faltaban e hicimos el mismo ritual. Seguíamos a las voces pero no a las sombras. Seguíamos a los sonidos pero no a presencias visibles. Estábamos valientes y preparados. Las almas en pena huían y las correteábamos por todo el Estadio Nacional. No les podíamos dar caza. Huían de nosotros, en una forma increíble. No nos hablábamos, ni siquiera nos mirábamos. Solo seguíamos a la “mamá Sarita” quien con ese vestido blanco, desde el cuello hasta los tobillos, parecía que no caminaba sino volaba. Queríamos sacar las “almas en pena” del Coliseo José Díaz. Estábamos dispuestos a enviarlas al cementerio El Ángel de los Barrios Altos. Se resistían, no se nos enfrentaban, a pesar de que la “mamá Sarita” las había llamado con buenas oraciones. En este plan terminamos a las cinco de la mañana. Ni siquiera querían hacer conexión con la morena espiritista. Regresamos a nuestro cuarto ya para recoger las cosas y recién allí empezó hablar la “mamá Sarita”: -En verdad, queridos amigos, va hacer bien difícil sacarlas de este inmenso edificio. Ellas se resisten, no quieren salir para ningún lado. A veces cuando se les recuerda y se les hace un ritual como el que hemos hecho, se pueden calmar. Ahora las dejamos tranquilas, yo sé que el domingo va a jugar Perú con Paraguay, vamos a ganar. Ellas ya no molestarán. Pero después de un tiempo pueden entrar en reniego y revivir esos momentos fatídicos. Este lugar está oscuro, desgraciado, hay que curarlo. A veces, todo se confabula para tener una historia de derrotas. Hay una solución en este conflicto casi espiritual. Por supuesto, creo que nunca lo harán. Mis espíritus me dicen que es el único camino para reivindicarnos con esas almas en pena y en desgracia que están atascadas aquí en la tierra. Hay que sanar el gramado, la planicie donde juegan. Hay que curar este edificio y gran escenario deportivo. Pero la curación no es como la estamos haciendo. No. Es muy complicado el problema. Lo siento mucho porque el que juega, aquí, en este Estadio, lleva desgracias a su cuerpo. Hay temporadas en que estas almas en pena entran a un proceso de considerar en salir, pero no pueden, hay alguien que las retiene, que las obliga a permanecer. Esa presencia es el jefe de la oscuridad. Entonces, las cosas por temporadas se aplacan y en otras se enturbian. -¿Cuál es la salida?-. Dijo el “Negro Bomba”. -Todo está complejo. No tenemos luces de entendimiento con estas almas. Están en reniego. No puedo hacer contacto con ellas. Tiene que haber una salida. No la encuentro hoy. Todo es una nebulosa. No se preocupen ya habrá una solución, y tiene que haberla. Hemos hecho, ahora, un trabajo para curar el Estadio, para expulsar las almas y darles camino hacia un lugar de descanso. Quedemos para otro día. Voy a estudiar este problema. Voy a sesionar con mis espíritus para saber cómo vamos a sacar adelante y solucionar con la curación este Estadio. En realidad van a seguir fastidiando, desgraciando, llenando de mala suerte el principal escenario deportivo de nuestro país. Ellos, los espíritus, cada vez que se enojan van a intervenir salando, sobre todo, a la selección peruana… Ya los resplandores del alba nos estaban ganando. Eran más de las cinco de la mañana. Todos abandonaron el viejo Estadio, incluso el “Negro Bomba”. Me quedé meditando, sentado en una tribuna de Occidente. Casi hasta las nueve de la mañana estuve pensando y pensando, sobre todo, en tanto sufrimiento de nuestra afición deportiva. Era testigo del rostro de frustración de miles de aficionados que salían del Estadio rumbo a sus hogares. Amargura, tristeza e impotencia de los asistentes que maldecían a los jugadores, al entrenador o al mismo árbitro. Ahora, con todo lo que sabía, ¿a quién podía hablarle de esto? ¿A quién contarle lo que había vivido en esa noche, cuatro días antes de que Perú jugara con Paraguay y le ganamos dos a cero? Quería contar, a mucha gente que, “esa golondrina no hace verano”. Sabía que esa alegría no duraría, que era efímera porque había un fondo duro, desgraciado y oscuro que estaba en el primer escenario del fútbol peruano. Todo se debía a un hecho fatal acontecido en el Estadio. No se ha reivindicado, ni siquiera una misa masiva se ha hecho por esas almas para su salvación… Tal como dijo la “Mamá Sarita”. No había que darle más vueltas al asunto, pues no era por justificar a esos figurettis y poseros de los jugadores. Por supuesto, no todos eran así. Habían algunos que los he visto solitos llorar en un rincón de los camarines. Aquellos tenían valores y vergüenza deportiva. Por otro lado, yo solo era un gasfitero, nunca he hablado y no podía hablar directo con ningún dirigente. Además, pocas eran las veces que veíamos a los dirigentes. Sí pues, ¿quién soy yo para que me den una cita…? &&&& Tres meses antes de su muerte llegó Víctor Vásquez, ya trajinado por los años, a buscarme al Estadio Nacional. Él seguía obsesionado con el tema y la pregunta: ¿por qué Perú no clasificaba a un mundial? Él, como un aficionado más argumentaba que, tenían mucho que ver Los Fantamas del Estadio Nacional, que solo yo, y él y la “mamá Sarita” sabíamos de ese misterio. Andaba preocupado, varias veces me llamó para invitarme a comer a su casa y enseñarme unas fotos que unos periodistas deportivos famosos, amigos de él, habían hecho en el mismo Estadio. Siempre yo me negaba, no tanto por eso, sino porque tenía vastante trabajo. Hasta que un día llegó con una serie de fotografías cuyas tomas se realizaron en el mismo día en que Perú perdía un partido internacional. En realidad, salían una serie de dibujitos, entre burbujas y otras figuras irreconocibles. Aducía que eran los mismos fantasmas haciendo su trabajo, es decir, “joder, Fallita, porque ahora existen para eso, joder…” Te has vuelvo un supersticioso, le dije, y le esquivaba ante su firmeza por seguir convenciendo de algo que estaba en absoluto de acuerdo, es decir, la existencia de este fenómeno paranormal. -Fallita, Fallita, -me dijo-. ¡La “mamá Sarita” ha fallecido la semana pasada! Pero, antes de morir, ella me mandó a llamar. Casi entre lágrimas, Fallita, con gran pena en sus palabras me decía que persista en curar el Estadio. Que busque la fórmula de llegar a los altos mandos de los dirigentes y se los cuente todo. En ella también había una preocupación porque veía que con cada eliminatoria para el mundial, siempre existía una desilusión para el pueblo peruano. Se ha concentrado bastante y ha logrado conectarse con los espíritus que están atrapados aquí, en el Estadio Nacional. La cosa es muy delicada, Fallita. -¿Es decir, desde aquella vez que hicimos el ritual, aquí en el Estadio, ella ha quedado conmovida y ha seguido trabajando sobre este problema? Yo creía que se había olvidado, francamente. -No, Fallita, ella dice que ve a sus hijos y nietos cómo sufren cuando el Perú pierde con las otras selecciones y no se clasifica para el mundial. Ve un malestar en toda la afición peruana. Ella ha muerto muy preocupada, Fallita. -Pucha, la cosa es seria, Víctor, siguen los acontecimientos coincidiendo… Yo no sé qué hacer, ese secreto pesa mucho en nuestros adentros. ¿Cómo les hablo a los dirigentes de la Federación Peruana de Fútbol sobre lo que está pasando? Pensarán que estoy loco, que soy un demente por tener estas supersticiones… Así piensan esos bandidos. Son gente que no cree en estas cosas. -Creo que mi misión, antes de morir, Fallita, es ver que se solucione este problema. Yo sufrí mucho, es cierto, cuando me llevaron a la cárcel, como un chivo expiatorio. Unas cosas oscuras pasaron que yo no las entiendo, ahora más que nunca no quiero entenderlas. Es mejor así, querido Fallita, suele ser mejor ignorar esos enredos porque tu vida termina siendo también una enredadera. A diario me interrogaban y me decían: ahora vas a decir si no estas cosas. Luego negaban que no dijera esas cosas… Cosas y más cosas. Carajo, me decía, esta gente está más podrida y rayada que los habitantes e inquilinos del Larco Herrera…. -Pero firmabas… ¿O sea que tú decías lo que ellos querían que hablaras? -Así ha sido Fallita, no se podía hablar nada de lo que realmente había ocurrido. Después me sacaron, no les quedaba otra. Pero antes decían que yo había provocado la hecatombe aquella vez del fatídico 24 de mayo de 1964. Había más implicados. -Cambiaste mucho tus atestados, eso decían… -Muchas cosas pasaron que ya no tiene valor decirlas ni acordarse. Pero esa vez me patearon, Fallita, me sacaron la mugre. Pero no me dolía y duele tanto como hoy; ver tanta frustración en la gente, en la hinchada… Mirar a mucha gente que hasta llora viendo cuando la selección peruana pierde. Es horrible, Fallita, sigo con ese dolor de conciencia que no me pasa. Yo he superado muchas cosas, pero no puedo salir adelante cuando pierde la blanca y roja. Date cuenta Fallita, para México 70, gran parte de los triunfos se hicieron afuera, y con la misma Argentina empatamos con los goles de “Cachito” Ramírez, allá en la Bombonera…. -Ten en cuenta, Víctor que, somos campeones Sudamericanos en el año 1975… -Sí, ¿pero dónde fue la final, Fallita? Se tuvo que jugar el partido decisivo con Colombia, en Caracas-Venezuela. Allí fuimos campeones. Mira, en aquel año le ganamos a Brasil 3 a 1 en Belo Horizonte, con goles del “Loco” Enrique Casareto y con el gol de hoja seca de Teófilo Cubillas. En cambio, en Lima, perdimos 2 a 0, aquí en el Estadio Nacional. Carajo, qué tales jugadores teníamos. El “Cholo” Hugo Sotil, estaba de ídolo en el Barcelona, se le trajo para la final. Él metió el gol del triunfo y Cubillas, ¿te acuerdas Fallita?, perdió un penal que lo atajó Zape. Todos lloramos de contentos. Hubo fiesta ese día en todo el país. -Pero aquella vez se ganó algunos encuentros en Lima, aquí en el Estadio, Víctor, a Colombia le ganamos 2 a 0 y perdimos en Medellín, creo. Entonces, hubo ese tercer partido que fue en Caracas-Venezuela. -Sí, por supuesto, yo me acuerdo bien de eso. Ahora, en las Eliminatorias de 1978, muchos partidos se ganaron afuera. Luego en las Eliminatorias de 1982, de igual manera. Pero, ¿hace cuánto no vamos al mundial, Fallita? Me voy a morir y no veo que el Perú pueda ir a un mundial desde España 82. ¡Cuánta frustración, Fallita! Por eso la “mamá Sarita” se murió sin tener esa ilusión. Mira lo que me ha dicho: -Hay que hacer una misa masiva y tiene que realizarla el jerarca más alto de la Iglesia Peruana: un Arzobispo. He tardado en llegar a tener estas visiones. No es que te esté augurando, no, no, y no. He estado recibiendo las conexiones con esas almas. Ya no depende de ellas. Pero ahora hay también que apelar a un espíritu grande, de un buen dirigente peruano, ese que llegó a ser presidente de la Federación Sudamericana de Fútbol. Se llamó Teófilo “Lito” Salinas. Ese espíritu es el que me ha dicho, que se tiene que hacer orar a toda una multitud, aunque sea tres Padres Nuestros y tres Aves Marías y si se puede todo un Rosario bendito; toda la afición tiene que hacerlo. Hay que darles caminos a esas almas. Hay que sacarlas de este lugar. Se han enraizado y no pueden salir de ese momento fatal. -Pero, Víctor, ¿o sea que don “Lito” Salinas, le dio la solución para que se haga una misa masiva? Yo lo conocí, era un hombre que se moría por el Perú. -Mira, eso es lo que me dijo la “mamá Sarita”. Esa es la solución. Es una forma de curar, bautizar y bendecir a esas almas para que sigan su camino hacia la eternidad. Con especial unción y mucha concentración y fe hay que pedir al Ser Supremo que libere de este espacio oscuro y desgraciado a esas almas. Eso ella tanto me recomendó. Y mira Fallita, a los tres días murió la “mamá Sarita”. Fallita, yo sospecho que la mató ese ser oscuro quien tiene como en una prisión a esos espíritus. Murió por haber descubierto el gran secreto y también la solución. Se inmoló por perseguir una curación y liberación de las almas para salir de tantas desgracias y frustraciones en el deporte… Me abrazó fuertemente al despedirse el “Negro Bomba”, el entrañable Víctor Vásquez y, en verdad, percibí que ya era una despedida. Moreno alto, de buena estructura. Por más que los años le habían caído encima no se le veía ninguna cana. Él tenía claro esta sentencia, él era muy sabedor de lo delicado que ha sido y es enterarse de estos secretos. Nunca hay que jugar con los muertos, mucho cuidado, solo con los vivos puedes hacer conspiraciones lúdicas. A la siguiente semana me llamaron por teléfono a mi casa y me dijeron que había fallecido de un infarto. En su pecho le encontraron varias colecciones de fotos de reporteros famosos que había estado viendo minutos antes que falleciera. Pero antes, había dicho a su familia, que esas fotografías que estaba mirando, por favor me las hicieran llegar a mi persona. Sus hermanas y hermanos cumplieron conmigo y me las trajeron al Estadio Nacional. Yo me preocupé, porque temía que todos los que conocíamos este secreto moriríamos. Ya me toca, carajo, me dije. De inmediato quemé las fotos, fui a mi casa y arreglé mis documentos, me despedí de mis hijos e hice algunas recomendaciones a mi mujer. Andaba angustiado, por más que me metía a las iglesias buscando tranquilidad. Pero percibía que alguien me estaba siguiendo. Solo entrando a la Iglesia de Las Nazarenas me sentía bien. Mi gran problema era al salir. Entonces, fui a esperar a la muerte al mismo Estadio, y la desafiaba o desafiaba al gran jefe de la oscuridad que me estaba asediando. “Ven carajo, yo no te tengo miedo” le decía y lo retaba. Hasta que esperé a la muerte; sí, señor, sentado y comiendo un sándwich junto a la puerta 11 del mismo Estadio… Pero no me mató el rey de la oscuridad, sino vino la misma muerte a adelantar mi viaje al más acá… -Tú, te vas conmigo, más no con el jefe de las oscuridad, -me dijo ella-. No era mi hora, pero llegó… De lo contrario el ser pestilente seguro me iba a tener postrado en mi cama con una enfermedad padeciendo años de años. De esa forma lo dejé mascando su amargura. No le di gusto al asqueroso para que se reventara de tanta risa al ver mi sufrimiento…. Ah, descubrí que el desgraciado a mucha gente inocente mantiene encerrado en su propio cuerpo o ya vegetales. Eso me dijo la muerte que así era. Por lo tanto, no había que darle el gozo para él, por supuesto, la gran pena para la familia… No sé quién de los espíritus buenos que me protegían alertó a la muerte. Es cierto, dejó al desgraciado ser oscuro con las tremendas ganas de ensañarse conmigo. Creo que fue mi tío Julio Falla, aunque no lo veo en esta otra vida, pero en verdad lo siento… Se lo agradezco tanto porque es mejor irse a tiempo. EPÍLOGO Hoy cuento esta historia desde las exequias y mi mismo entierro. ¿Me creerá señor periodista, lo que le digo en su mente? Esta es la historia. Escríbala, publíquela. Yo soy el gasfitero Falla, quien habla desde el más acá. El más allá todavía no lo he vivido, quizá más adelante… Esto es el más acá, amigo periodista… Señor periodista, yo soy real y he existido y he vivido. Tuve que morir por el único delito de saber lo que le he contado. No tenga miedo, como diría una gran mujer, la “mamá Sarita”: No hay peor diablo o enemigo que nuestros propios miedos. Ahora soy un espíritu que habla en su mente. Ayer domingo he ido al Estadio y escuché mi apellido por última vez: -Atención, atención, al público en general, se hace de conocimiento el sensible fallecimiento de un gran servidor de este Estadio: el gasfitero Juan Falla Puse. Trabajador incansable durante muchos años en este escenario. Pedimos un minuto de silencio antes de empezar el partido. ¡Que en paz descanse! Escriba, señor periodista esta historia. Yo he pagado con mi vida por saber este secreto. He muerto porque he sabido el problema y tengo la solución. Convénzase, esto es grave. Este secreto tiene que multiplicarse para que ni usted y nadie más muera por consecuencia de enterarse de este secreto de secretos. Cumpla, señor periodista, por ahora no hable con nadie, solo escriba esta historia y que se multiplique con su periódico. Yo cuidaré su vida para que usted no muera. Yo soy su amigo. Este secreto debe saberlo la afición peruana y es la única salida. Hay que hacer en el Estadio Nacional una misa masiva con más 50,000 aficionados y que se haga como antesala cuando Perú juegue un partido internacional. Hay que sanar el Estadio Nacional. Hay que sacar las almas que están atrancadas y desgraciando el fútbol peruano. Todos tienen que orar amarrados a su fe, aunque sea tres Padres Nuestros: Todo el gran público, toda la afición… Escriba, señor periodista, escriba…