LIBER PEREGRINATIONISO andanzas de un ser nimio apegado al polvo Un paso no es nada, dos tampoco, ni tres, ni cien. Incluso un millón de pasos no valen nada si no van dejando una huella que se pueda seguir. Karl Örtz und Rütz von Schloss 1999 -2003 INDICE Diario del Camino: Roncesvalles – Santiago de Compostela Relación de pueblos de la ruta con sus distancias, distancias acumuladas y altitudes Perfiles gráficos de las etapas Claudia Schiffer (la mochila) 1 50 54 57 INTRODUCCIÓN Es opinión generalizada presentar al Camino como algo único y distinto para cada persona y momento. Hay gente que lo hace para “llegar” sin fijarse en los detalles intermedios, hay otros que lo hacen por “placer” sin fijarse en el significado y algunos lo recorren por motivos “religiosos” sin fijarse en los detalles terrenales, etc... Cada motivo se contrapone a los otros; pero el camino no es nada de lo anterior y si una mezcla justa y proporcional de las concepciones citadas. No pretendo –ni lo considero– haber sido el peregrino ejemplar, pero he podido ver gente que no lo era en absoluto haciendo gran alarde de ello, así como gente que, al contrario, peregrinaba empujado por “algo” sobrenatural y no me refiero a las locuras pseudo– científicas, alentadas por ciertos escritores tan de moda, de las que he procurado huir en las descripciones para no quitar veracidad ni confundir a los lectores con hechos manifiestamente tergiversados. He intentado redactar el diario en un estilo más o menos cómico e irónico, lo cual no implica, en ciertos momentos, unas feroces y directas críticas hacia ciertos personajes totalmente reconocibles y cuyo nombre, en ocasiones me reservo. Siento las malas impresiones que se puedan deducir de algunos colectivos descritos en el libro–diario, pero su propia mala fe es merecedora de tales impresiones y espero que, si llegan a leerlo, se enmienden para bien de todos. Agradezco el comportamiento de las innumerables personas y distintas asociaciones que tan bien y ejemplarmente se portaron y que gracias a las cuales EXISTE EL CAMINO. He procurado narrar todo aquello que considero puede ser de alguna utilidad al peregrino de hoy: anécdotas, pensamientos, consejos, hechos, etc... para intentar hacer una guía moderna basada (de lejos) en el conocido Codex Calixtinus de Pycaud. Gracias a Nino y Ricardo compañeros peregrinos con los que viví momentos inolvidables, a Alejandro Uli Ballaz que me animó con su especial personalidad y al culpable de todo: Pedro que me metió el “gusanillo” de la peregrinación. Este libro se comenzó a escribir el mismo día de iniciada la “romería” el 15 julio de 1999 último año compostelano del milenio y fue revisado en Valladolid, con venia y permisos reales, en febrero de 2003. 3 Día 0 15 julio, jueves. Madrid – Roncesvalles 0 km Son las nueve menos cuarto de la mañana, y después de ser vomitado por el metro en plena estación de Chamartín, me meto en el tren que rápido y suave me depositará en tierras navarras. Efectivamente; arrancamos puntuales de Madrid a las nueve de la mañana. La monotonía del viaje se ve interrumpida por alguna que otra llamada a –y desde– Madrid, algún paseo a la cafetería y algunos nervios incrementados por la autopregunta ¿Qué diablos voy a hacer?, ¿Estoy seguro?, ¿Terminaré?... Al cabo de tres horas, y después de ver una película de Nicolas Cage –Atrapen al ladrón, ¿al blanco o al negro?– por el circuito de video del tren, llegamos a la capital aragonesa donde se sube una pareja de gitanillos que rondan la veintena más o menos (con ésta gente no se pueden calcular las edades con certeza). Escandalosos, gesticulantes, cantarines y vociferantes; tanto que el revisor, después de varias intentonas de acallarlos, amenaza con echarlos del convoy en la próxima parada. La situación se calma un poco, vuelve el silencioso murmullo del tren, pero un poco mas tarde los susodichos se empeñan con lastimeros ruegos en que el revisor les ponga por el circuito de audio del tren una cinta de típica música gitanil que llevaban. El hombre, curtido por miles de kilómetros y situaciones, alude como excusa que la música la controla el maquinista y no puede entrar en la locomotora. Parece que la normalidad vuelve a reinar en el interior mientras el exterior avanza deprisa hacia atrás. Es la una y media y entramos en Tafalla. Queda media hora escasa para llegar a Pamplona y es en éste último trayecto donde conozco a Nino: Sevillano de mediana estatura tirando a lo contrario de alto, rellenito Santa Claus, barba modelo capitán de submarino y con la cabeza a modo de globo terráqueo que, surcada por el Atlántico, tiene a cada lado los continentes de Europa y América y en el sur la Antártida. Nino va a Roncesvalles para intentar, como yo, hacer el camino. Nos ponemos a hablar y enseguida entablamos amistad mientras entramos en Pamplona. Descubro que está acompañado de una perrita negra llamada Luna, (con su amo ya pueden formar un sistema planetario). Pues bien, como decía la perrita Luna era educada, dócil, silenciosa y simpática. Los tres ya formábamos un sistema solar casi completo ya que con mi sombrero de ala ancha me parecía a Saturno. A la salida de la estación cogemos un bus municipal que nos deja en las inmediaciones de la estación de autobuses y nos enteramos que los billetes para Roncesvalles se cogen a pie de autobús de “La Montañesa” poco antes de la marcha. Son las dos y media, por tanto es la hora de comer, tenemos hambre y nos ponemos a buscar algún sitio donde alimentar nuestros cuerpos. Callejeando vamos de puerta en puerta sin éxito alguno para, al cabo de varios minutos y otras tantas puertas, encontrar el sitio “ideal”. Resulta que como los Sanfermines terminaron ayer; los bares están tan vacíos de alimento como de gente. Pues bien, como dije, encontramos una cafetería que sí tenía comida: Unos platos combinados a base de huevos fritos, ¡no a la plancha!, con patatas fritas, ¡no congeladas!, y panceta. La perrita Luna hace que tengamos que comer, cómodamente, en la terraza de la calle bajo un cielo azul, agradable y calurosamente soleado. En Navarra, llevan muy a rajatabla la prohibición de la entrada de animales en los lugares públicos. Si llevas mascota has de saber a que atenerte. Después de la suculenta comida –regada con una buena y fría cerveza– nos dedicamos a pasear un poco por la resacosa ciudad con la mochila a las espaldas. Hacemos un trío 4 planetario bastante curioso, la gente nos mira con extrañeza, cosa rara, ya que me imagino que tienen que estar bastante acostumbrados por estas latitudes a la incesante llegada del peregrino fresquito. En cuanto a la mochila, a partir de ahora, será como nuestra eterna acompañante hasta el final; la perfecta novia, pesada, siempre encima, pero que a la vez te dará todo lo que en cualquier momento desees, será cómoda cuando descanses apoyado en ella y habrá que cuidarla y no perderla de vista para que no se la lleve otro. Si dejas que te ponga los cuernos el camino habrá finalizado antes de tiempo. La mochila no puede ser ni muy gorda tipo Almeida ni muy flaca tipo Rosario Flores. Aquí si recomiendo que sea un tipo Claudia Schiffer ó Raquel Welch antes de plastificarse. Son las cinco y media, encaminamos los pasos hacia la estación de autobuses y nos dirigimos al muelle del autocar de “La Montañesa” que ya está abierto y sacamos los billetes. Conocemos a otro peregrino, Ricardo –catalán–, correcto y amable que viene acompañado de una viejecita graciosa, pizpireta, emperifollada, enjoyada y que recuerda una viña con sus sarmientos cargados de pámpanos de uva. La suponemos –Nino y yo– en un primer momento como su abuela o tía, pero al poco tiempo nos saca del error. Resulta que es una servicial pamplonica que se dedica a dar la bienvenida al peregrino, ayudarle y darle información de lo que tiene que hacer. Junto con el sistema planetario Nino–Luna–Saturno, será también con Ricardo con quien más coincidiré y con los que terminaré la peregrinación en Santiago. Subimos al autobús a las seis con otros peregrinos que van llegando y entre los que se encuentran: Mª José –vasca– , Juanma –vasco– , Miguel –vasco– y Jesús –catalán–. Suben también habitantes de pueblos intermedios entre Pamplona y Roncesvalles. (Es curioso. Este año Santo, último del milenio que con tanta propaganda ha sido jaleado y resulta que el autobús no va repleto de peregrinos. Somos poquitos, no más de treinta). El coche está a punto de arrancar. Los nervios se palpan, pero se calman cuando aparecen dos esculturales bellezas –no miento– medio vestidas de gala y medio desnudas de gala también que revolucionan el bus. Se empiezan a oír risitas y comentarios, y todas las miradas se funden en un mismo punto (o en un mismo par de puntos). Están nerviosas con tantos ojos sobre ellas, hace fresco por la carretera, y el viento a través de las ventanillas abiertas hace que a las susodichas –medio destapadas– se les ponga la piel de gallina aparte de otras cositas. Las risas y los comentarios jocosos de Nino nos hacen pasar el rato, pero no más que la agradable y angelical visión. Se bajan, muy a nuestro pesar, en Larrasoaña y nosotros llegamos ya con niebla, prácticamente cerrada, a Roncesvalles a las siete y cuarto. Nos enfilamos en manada, tirados no se por quién, los treinta y pico hacia la recepción del campamento kosovar para peregrinos de la comunidad foral. Las tiendas militares son grandes con triples literas y con capacidad para unas veinticinco personas. Tierra, Saturno y Luna nos aposentamos –después de sellar la credencial con el primer sello del camino– en una tienda para nosotros solos. La perrita ha sido la causante y preparamos los sacos para la noche en las literas; hace frío, niebla cerrada, llovizna y también hay mucho viento. Voy a las ocho a la misa del peregrino, concelebrada por tres curas, medio cantada, breve y que me pone la piel de punta en los momentos donde se entonan los típicos y graves cantos gregorianos. La sensación es tal que se te eriza el pelo y te sientes transportado a tiempos pasados. Al final de la ceremonia nos reúnen, a los jacobitas, para proceder a nuestra bendición. Terminada la ceremonia damos una vuelta por Roncesvalles y cenamos “un algo somero”, ya que no hay mucho donde elegir, en uno de los bares junto a Jesús y Mª José, que están instalados en la hospedería de la colegiata, calentitos y abrigados. Nosotros en cambio, como vacas conducidas por caporal, nos tenemos que contentar con la tienda y sus literas. Ya es noche cerrada, y más cerrada aún por la espesa y húmeda niebla que se corta con cuchillo y 5 que a la luz de la linterna deja entrever un sólido cono luminoso que prácticamente se palpa con la mano. No practiques el dicho de Vicente: ¿Dónde va la gente? ¡Donde va la Vicente! Un recién conocido, insensato el pobrecillo, propone subir a la Ibañeta a un kilómetro escaso, pero la oscuridad y la niebla hacen que la idea sea totalmente ignorada. Si fuera de día la cosa cambiaría: la vista merece la pena, las connotaciones históricas con el monumento a Roldán, las crucecitas de palo clavadas por los peregrinos y las vistas del valle de Valcarlos, los Pirineos... Pero insisto, es noche cerrada con niebla, hace frío y viento, la carretera no es buena y daría igual tener los ojos abiertos que cerrados. Al fin subió solo el hombrecillo y regresó con alguna que otra magulladura leve. ¡Tan orgulloso estaba de haber visto solo las estrellas provocadas por sus tropezones! Pobrecico, no diré su nombre pero no pasó de Logroño. Cuidado con las caminatas nocturnas. La gente se cae con frecuencia y también se pierde desviándose bastante de la ruta, sobre todo en zonas de bosque y montaña. La noche está para dormir y descansar. A las once volvemos al campamento donde me ducho con agua templada tirando a cubitos de hielo y donde, al salir, meto la pezuña entre dos tablas de un palet de madera usado como escurridera. Me hago una herida bastante aparente en el empeine que me preocupa en el sentido de no poder andar mañana con las botas. La desinfecto con Betadine y nos enfundamos tiritantes en nuestro saco dispuestos a intentar dormir. En las duchas procura ser de los primeros para no quedarte sin agua caliente El grajo vuela muy bajo y hace un frío del cara... El viento parece que se va a llevar las tiendas, hay momentos en los que se oye el amargo sonido del olifante de Roldán en su desesperado toque de socorro mientras el “Barbudo floripondio” juega al ajedrez cómodamente con la vanguardia de su ejército. Pero no es así, sigue siendo el viento en su incesante juguetear con las lonas y los tirantes de anclaje de las tiendas de campaña. En el saco se está muy bien, pero se duerme muy mal, sobre todo cuando a uno le gusta cambiar de postura asiduamente. Es la primera vez que me meto dentro de uno de estos artilugios, me crea complejo de gusano de seda cruzado con momia y tardo bastante en conciliar el sueño mientras pienso lo que será y que será a partir de ahora. Dios proveerá y Santiago también. Día 1. Comienza la caminata 16 julio, viernes. Roncesvalles – Larrasoaña Recorrido: 26,5 km. Total: 26,5 km Hoy realmente empieza el pequeño paseito hacia Santiago; todavía no sabemos lo que nos espera, por tanto: ¡Por Santiago y cierra España! y ¡Ultreya e Suseya! y todas esas cosas que se suelen decir. Amanece frío y nublado, aunque no mojado pero si muy húmedo por la niebla de la noche y el rocío de la mañana. Es el primer día de colegio y nos levantamos ilusionados a las siete menos cuarto para ponernos a mover, secuencialmente, las piernas en pos de un sitio donde nos sirvan un tonificante y cálido desayuno. Después de buscar en vano un sitio abierto nos despedimos de Roncesvalles al cabo de la media hora que ha transcurrido desde estar dentro del saco a estar en las botas. La herida de ayer no me molesta ni me duele nada ¡perfecto! Comencemos. La caminata se presenta cómoda y bucólica, verdes pastizales y prados llenos de vaquitas pastando que nos saludan con sus cencerros. Realmente, no creo que sea un bicho tan inteligente, aunque en tiempos pasados, una Cabeza de Vaca fue conquistadora de las Américas. El camino se va desarrollando a través de veredas y sendas que nos depositan en 6 Burguete donde desayunamos en el único bar que ¡Albricias! está abierto y que poco a poco comienza a llenarse de recién paridos peregrinos. A los veinte minutos –después de desayunar como reyes– continuamos de nuevo. Empiezan ya los repechos, algunos bastante pronunciados y de firme pedregoso, algún descanso intermedio apoyado en un árbol al final de una cuesta para recuperar el aliento mientras se echan los pulmones por la boca. Caminatas por bosques llenos de hayas y robledales densos, sombríos, preciosos y húmedos con los caminos totalmente embarrados. En una de las sendas, de escaso medio metro de anchura, y flanqueada por un terraplén a un lado y una pared al otro observamos, Nino y yo con pavor, cómo el expreso de Chicago viene lanzado hacia nosotros a ritmo de esquila y en forma de vaca. No hay opción y como podemos nos encaramamos al talud lateral conteniendo la respiración y encogiendo la tripa; la pobre Luna, despavorida y nerviosa, toma el camino de regreso hacia Roncesvalles, pero su amo colorado y desencajado por tanto grito al llamarla, hace que en un requiebro se zafe del bóvido para regresar a su órbita cabizbaja y jadeante. No podía más y llorando me tuve que sentar (no por la emoción sino por la risa provocada por el numerito). A propósito ¡Qué vaca gris perla tan bonita! Una alfombra con esa piel quedaría muy bien en una casa rústica. Llegamos al alto de Erro, desde donde hay una vista preciosa. Descansamos durante un rato mientras hablamos con un simpático matrimonio, ya entrado en años y salido de otros, que hacen partes del camino en plan relajado. La dócil mujer conduce y el marido camina algunos pasitos para luego acabar en un asador típico, reponer energías y continuar al día siguiente. Entre pitanza y pitanza y pasito y pasito sacan del coche el salón–mini bar desplegable, montan la boacerie hinchable, la coqueta telescópica y... ¡A disfrutar que son dos días!. En este trecho, Luna, la perrita, ha venido prácticamente a mi lado, ya que la lentitud de su amo no se acomodaba a sus pasos (más adelante, a lo largo del camino, irá la perrita derrengada en un carrito portamaletas transportada por su amo). Nino se ha quedado rezagado y afronto valiente y solitario el lento descenso. La pendiente es bastante pronunciada y la senda consiste en multitud de vetas de cuarzo –o lo que sea– emergentes, de canto y longitudinalmente colocadas a lo largo del camino. Es en ciertos momentos como andar sobre cuchillas, el que se caiga lo lleva crudo y le aconsejaría que despotricara en arameo contra la persona de la que se acordara en ese momento para evitar caer en la blasfemia. Zubiri recibe al peregrino con su bonito y yedroso puente sobre el río Arga. Es la una y la urgencia estomacal me encamina a un supermercado para comprar latas de magníficos productos de mar, pan y unas zapatillas de goma para las duchas, ya que las de lona que traje de Madrid no valen y me deshice de ellas en Roncesvalles depositándolas como reliquia en el barracón. Creo que algún peregrino francés creará una bonita y adornada historia épica y se las achacará a Roldán u Oliveiros. Como tengo cargo de conciencia y la historia no debe ser distorsionada describo, para generaciones venideras, mis ex–zapatillas: Número cuarenta y tres, marca Wamba de loneta azul marino con los cordones y suela blancos. Me instalo a orillas del río, a escasos metros del puente de “la rabia” y al poco tiempo viene totalmente congestionado y empapado en sudor el bueno de Nino seguido luego de Mª José y Ricardo. Metemos los pies en el agua fría donde los dejamos, veinte minutos hasta que se deshinchan, mientras permanecemos tumbados. A alguien le da por meterse en el gélido río para nadar, pero no nos atrae nada la idea pese a su insistencia entrecortada: “el a–a–agu– gua e–es–ta mu–uy bu–bu–bue–na” (no, no es el mismo que subió a Ibañeta la primera noche). Como los bocadillos que me saben a gloria y después de un rato de descanso nos vamos los cuatro, MªJosé, Nino, yo y Luna a tomar café. A las cinco y media reemprendo penosamente, debido a las increíbles agujetas, el camino y llego, también penosamente, bajo un ardiente sol y empapado en sudor mezclado con polvo 7 de una fábrica de magnesitas a Larrasoaña después de una hora que se me hace bastante larga. Me sella la credencial el alcalde D. Jesús Zubiri –hombre bastante simpático y comunicativo– que es el que hace, también, de alberguero en el Ayuntamiento. Me enseña su bonito libro de firmas, lleno de dibujos, poemas, cartas y rúbricas de peregrinos y me comenta que es el segundo libro de éste año ya que el primero se lo robaron. Me acolchonan al lado de Jesús en una habitación de seis pensada para tres. A partir de ahora Jesús será conocido, por todos, como “Campanilla” pues no hemos conseguido averiguar cómo ha podido pasar por todos lo barrizales sin mancharse los pies. Apareció totalmente limpio, sin sudor e inmaculado. ¿Levitaría?. A los pocos meses me entero por medio de Nino, vía correo electrónico, que Campanilla era bombero de Barcelona y que no se manchó las botas porque hizo esta primera etapa descalzo... No, efectivamente, no terminó el camino. Hago cola en la ducha detrás de una madre y delante de su hijo –no hacíamos nada malo, y no es por menospreciar a la señora, pero...–. Me ducho en este ambiente tan típicamente promiscuo del peregrino y doy una vuelta por el pueblo mientras arrastro patéticamente las piernas. Cuesta muchísimo moverlas y me salen dos ampollas de unos dos centímetros de diámetro en las plantas del pie, una de líquido y la otra de sangre, me las pincho, saco el líquido con cuidado, aplico Betadine y mañana como nuevas. Parecemos defectuosas muñecas de Famosa cruzadas con momias y el moverse en éstas condiciones es un suplicio. Las ampollas se pinchan por dos lados opuestos. Con cuidado se saca el líquido para después aplicar betadine (ó similar) dejándolas al aire toda la noche para que la piel se vuelva a pegar. NO ARRANCAR NI CORTAR NUNCA LA PIEL En un bar situado a la salida del pueblo, el Kaioba para más exactitud, nos juntamos varios patéticos peregrinos los cuales podíamos haber sido confundidos con una peregrinación a Lourdes si no fuera por las flechas amarillas indicadoras. La camarera es simpática, entrañable y joven con malformaciones físicas de nacimiento, (la volvería a ver en el 2000 en una excursión que hice en coche y ¡no se acordaba de mi, el único peregrino de toda la historia!). Me pongo a charlar y “ligotear” con ella y me saca amablemente un plato con galletas danesas de mantequilla que acompañan a la Cocacola que desaparece sin dejarse sentir. Más tarde vienen Campanilla y Nino ya que Mª José se ha quedado a dormir en Zubiri (espero que santa Quiteria le pegue algo bueno). Conocemos a una austriaca que está estudiando bel–canto y que no habla español por lo que nos entendemos en inglés e italiano. Es bastante simpática y gracias a Dios no es fea. Nos reencontraremos con ella en Santiago. Ceno un bocadillo de sardinas y otro de calamares en su tinta sentado tranquilamente en un banco, con las piernas estiradas y dolientes, mientras intento, sin éxito, que la gente me dé limosna cuando pasa por delante. Me bebo un café ante la falta de caridad y después... Al saco. En la habitación, alfombrada de colchones tocantes y prácticamente imbricados, son todos extranjeros menos Campanilla y yo (o al revés, ¿los extranjeros somos nosotros?). Uno de éstos descendientes de Wagner se empeña en usar parte de mi colchón y rezo para que solo sea eso lo que pretende, por lo que me dedico el resto de la noche a rechazar sus pretensiones territoriales empujándole y pateándole cada vez con más saña para intentar dormir al cadencioso son del ronquido en alemán. 8 Día 2 17 julio, sabado. Larrasoaña – Zariquiegui Recorrido: 26 km. Total: 52,5 km Hoy me levanto temprano, a las seis menos cuarto, después de una infernal noche llena de ruidos de cutre–moto–pedorreta, voces, alaridos y gruñidos de los simpáticos mozos del pueblo reunidos en la plaza del ayuntamiento (una manada de elefantes corriendo tras una hembra solitaria habría formado menos alboroto). Esto, unido a la guerra hispano–alemana sostenida en defensa de los derechos territoriales sobre mi colchón hace que me levante bastante cabreado y con los ojos como pelotas de pingpong. Empiezo a caminar a las seis y media y me doy cuenta, a los seiscientos metros, que he olvidado mi magnífico sombrero en el refugio, pero caminar otros mil doscientos metros –ida y vuelta, por supuesto– para recuperarlo no me merece la pena con las piernas tan doloridas dándolo por perdido. Voy bajando paralelo al Arga pasando por algún que otro bonito pueblecito si no fuera por las pintadas pro–terroristas con las que algunos descerebrados han adornado los muros. Antes de llegar a Villalba me salgo a la carretera para andar un poco más cómodamente lo que me obliga, ya es tarde para remediarlo, a dar un rodeo y entrar en Pamplona por Huarte, donde me pongo a desayunar en un bar–gasolinera de la carretera mientras reposo las piernas. Es bastante conveniente consultar la planimetría de la zona que se va a recorrer para evitar sorpresas y rodeos tontos. Todos los caminos llevan a Roma, pero unos dan mas vuelta que otros. Son las ocho y media aproximadamente y me entono bastante con el desayuno, aunque después me cuesta bastante volver a calentar los músculos para coger el régimen normal de marcha. Es agradable el andar por la carretera cuando estás tan destrozado. Empiezas a escuchar repetidamente pitidos y bocinazos, pero no hagas caso, no es que andes por el centro de la calzada; ni más ni menos te están saludando como lo hacían las vaquitas de Roncesvalles. Cuando seas tú el que lleves el coche y veas a un peregrino arrastrarse, cual vil caracol, bajo un sol ardiente ó una pertinaz lluvia; pítale para levantarle el ánimo. Ya queda poco para Pamplona, la primera capital del camino, a donde llego alrededor de las diez. Como he venido por Huarte, me he visto obligado a entrar por la Avenida de la Baja Navarra, dando una vuelta de mil demonios por una carretera de acceso aburrida y monótona. Me siento en una terraza de la plaza de las Merindades a disfrutar de un merecido descanso junto a un enorme y copioso desayuno consistente en un café con un bollito. Garrapateo algunas postales con los sempiternos textos anodinos que en tan poco espacio se pueden escribir y me pongo a ordenar los datos de mi diario. Estoy un buen rato descansando los remos y reanudo la marcha a las once y media. Atravieso la ciudad y me meto por la Ciudadela siguiendo la sempiterna y milforme flecha amarilla. No sería mala la idea de hacer una colección de flechas amarillas. Cada una con su forma característica totalmente distinta a las demás, otras delineadas con tanto esmero que rozan la cursilería de Ágatha Ruiz de la Prada y el resto pintadas con prisa en pleno apretujón estomacal. Todas ellas cumplen su magnífica función y han sido plasmadas con más o menos devoción y cariño. Llego a la universidad y abandono la capital llegando a la una a Cizur Menor donde entro en el albergue de la orden de Malta –San Juan– para que me sellen la credencial y descansar un rato. Hace mucho calor y estoy mas fundido que la mozzarella en una pizza. Conozco aquí a la alberguera mayor del reino de Navarra, una chica de Zaragoza –Patricia– voluntaria y voluntariosa amén de simpática y agradable. Me ducho para estar guapetón, 9 entonarme y quitarme el calor sofocante, me hago las curas podológicas de rigor y meto los pies en una palangana con agua y sal mientras descanso embutido en mi bata de seda roja con pañuelo blanco al cuello, monóculo calado y mi pipa de espuma de mar. Parloteamos un poco de todo y viene, entre tanto, el encargado regional de la encomienda San Juanista en su Audi que me dice, en plan graciosillo, al ver la morada botella de mi mochila: “Con tanto calimocho se anda bien ¿eh?”. Pienso para mis adentros algo inenarrable referente a una botella dentro de un trasero y poniendo ojillos bobalicones le invito a un trago de Frutopia con sabor a frutas del bosque. Al poco viene el bueno de Nino con Luna haciendo, ambos, una entrada apoteósica: El amo arrastrando los pies como puede, colorado por el sol y congestionado por el esfuerzo, jadeante, sudado y tambaleándose bajo los kilos de exceso de todo tipo; la perrita, medio arrastrada, cabizbaja y con la lengua arrastrando por el suelo como badajo de campana se desploma –mas en el otro mundo que en éste– patas arriba con la boca abierta de par en par a la sombra de uno de los muros del albergue. Más tarde llega Mª José, a la que gracias a Dios no volveré a ver más ya que soy –somos– para ella unos “analfabetos” por no saber cierto idioma. Nos vamos a comer a un bar del pueblo no sin antes hacernos unas fotos de familia con la alberguera Patricia. De regreso me pongo a hacer algo de colada y la tiendo detrás del albergue para que esté seca a la hora de marchar. Hace viento y se secará pronto. Le pregunto a Patricia por algún sitio donde comprar víveres, pero me dice que no hay nada en éste pueblo y menos siendo sábado por la tarde. Se presta solícita a hacerme un bocadillo preguntándome por mis preferencias de relleno. Ni corto ni perezoso y acostumbrado a la buena vida no me rebajo a menos de un bocadillo de salmón ahumado, por lo que con toda naturalidad le indico mis preferencias. Abre la nevera y sin decir nada me prepara un bocadillo de... ¡SALMON AHUMADO!. Me quedo alucinado y nos empezamos a partir de risa. Si lo sé pido caviar (El salmón lo compraron unos peregrinos anteriores para una minifiesta en el albergue). Son las siete de la tarde y me voy, ya que mis planes son dormir en Guendulaín. Me despido de todos y dejo en el albergue, a pesar de la negativa de Patricia, un donativo. Reemprendo camino con pereza. ¡Se está tan bien en Cizur!, ¡Da tanta pereza moverse!, ¡Nos lo pasamos tan bien todos juntos!. Anécdotas aparte, no conviene abusar de la hospitalidad de un albergue ni pedir imposibles que pongan en un aprieto a quien te ofrece algo. Coge lo que te den, no pidas más de lo que te ofrezcan y si puedes dar algo a cambio ¡Hazlo! Las flechas amarillas van pasando y la pendiente desde Cizur es suave pero constante. A la derecha se divisa una especie de urbanización con una pinta bastante nueva, es el polígono Cizur. Pasan algunos “paseantes” de los alrededores y me saludan, hablamos brevemente y me desean suerte. Ando bastante bien después de tanto descanso pero no encuentro el pueblo y tenía que haberlo visto ya. Paso al lado de una pequeña laguna y pregunto a un pastor, que casualmente estaba con sus ovejas en un gran aprisco al lado del camino, y me dice que Guendulaín es esto: Dos casas y una iglesia abandonadas y ruinosas camufladas detrás de unos árboles a unos veinticinco metros a la derecha del camino del camino. Me meto para ver si se puede dormir bajo techo –aunque esté abandonado– y me encuentro a una parejita jugando a los médicos, sin ropas y sin instrumental. El doctor, que estaba debajo de la paciente haciendo de camilla y médico a la vez, debería estar operando sin anestesia por los gritos y suspiros que daba la supuesta enferma mientras sus domingas se balanceaban en una especie de toque festivo. La acción rápidamente se para y en un segundo aparecen, sentados y con sostén ella, fumando un cigarrillo mientras piensan seguramente en mis progenitores. 10 De todas formas imposible dormir aquí, cascotes de vidrio, orines, cacas y porquería por todas partes me obligan a ir al siguiente pueblo habitado (espero) –Zariquiegui– a tan solo dos kilómetros de distancia. Pregunto por el ayuntamiento o el albergue y una lugareña me manda a un garaje de tractores y remolques habilitado como refugio por el consistorio. Entro y veo, como aparte de los metálicos cachivaches para la faena rural, existe también un cachivache humano rarísimo –joven– medio dopado, especie de peregrino, que está dando con su brillante cabeza, rapada al cero, en el suelo de cemento cada dos por tres, y el tío sin enterarse. Lo único que balbuceante me dice, con los ojos mas cerrados que abiertos, es que ha perdido el machete y que lo está buscando porque lo necesita no sé para qué. Me empieza a contar, el susodicho pobre hombre, una historia de la que sólo soy capaz de colegir que está casado y separado, tiene una hija, viene de los sanfermines –ahora entiendo su estado– y hace el camino porque no tiene ni un duro. “Se le ocurrió la idea de repente; hace dos días”. Se siente timado por la Iglesia, ya que le cobraron cincuenta pesetas por la credencial de sellos... (a mi me cobraron ciento cincuenta en Madrid y no me quejo). Las infraestructuras del camino cuesta sostenerlas, y aunque estén subvencionadas, en parte, el peregrino debe cooperar de alguna forma. Otra cosa son los timadores (generalmente en hostelería) que te sacan el dinero con un simple café a precio de oro. A los abusones, si puedes o te atreves, págales la mitad de lo que te piden o lo que marque la tarifa oficial de precios que obligatoriamente deben tener. No querrán meterse en líos y solo protestarán. En el exterior, detrás de la iglesia de San Andrés, duermen unos nueve peregrinos franceses. Habitan tiendas de campaña, llevan coches de apoyo y se dedican a llevar en andas una imagen de la Virgen muy bonita, hecha de resina, mientras entonan cánticos. A este grupo me lo encontraré también en etapas posteriores, son simpáticos, amables y muy correctos. Antes de acostarme doy una vuelta por el pueblo oscuro, me dedico a jugar un rato con un palo y una culebra que acabo de encontrar. Al poco la dejo irse y yo me meto en el saco después de tomarme forzadamente, ya que no tengo mucha hambre, el bocadillo de salmón que Patricia me preparó en Cizur Menor. Hasta que tu cuerpo se acostumbra, es normal que las primeras etapas del camino te quiten el apetito. Es bueno forzarse para comer con normalidad aunque no tengas hambre. En Zariquiegui no sello credencial al no encontrar ni ayuntamiento ni iglesia abierta, tampoco existen bares, que generalmente suelen tener el sello del ayuntamiento, por lo que sellaré mañana en el primer pueblo que pase. Día 3 18 julio, domingo. Zariquiegui – Lorca Recorrido: 27,5 km. Total: 80 km. Me despierto a las seis y media después de una noche tranquila. He dormido bastante bien enfundado en mi disfraz de Tut–Ankh–Ammon trasnochado y me visto. Veo que el “calvito colocao” sigue medio metido en su saco en un intento de metamorfosis fallida y con una postura bastante extraña a la par que imposible de escenificar; como si fuera un pelele de trapo, medio incorporado, la cabeza gacha y torcida, los brazos señalando uno al Polo Norte y el otro a la Meca y las piernas reviradas en imitación de tornillo de Arquímedes defectuoso. Tiene que estar bastante cargado “de lo que sea...” para poder dormir en ese estado. Ventilo y pliego el saco, meto todo en la curvilínea Schiffer y los franceses amablemente me ofrecen un café recién hecho que me entona bastante y que efusivamente les agradezco. Son las siete y después de calentarme los acartonados músculos comienzo la etapa de hoy. 11 La cuesta se va haciendo más empinada y el camino empeora. Algún que otro tambaleante ciclista me adelanta penosamente y al poco llego a la nublada, fría y ventosa cima del Alto del Perdón. Descanso un rato sentado en el monumento al peregrino mientras veo y escucho los innumerables molinos, eólicos generadores de electricidad, aquí instalados. Son enormes y el lento girar de sus gigantescas aspas producen un ruido muy característico y fantasmalmente agradable, sensación ésta propiciada por la niebla que solo deja entrever las matizadas sombras de sus aspas en su punto de giro más bajo. El monumento a los peregrinos está formado por siluetas, tamaño natural, de chapa de hierro representando a peregrinos a pie, a caballo y mula, en procesión hacia Santiago. Muy bonito y logrado y que entona bastante con la densa y húmeda niebla. La visión hacia el norte es nula, lo que impide divisar todo el camino recorrido hasta el momento, pero hacia el sur es clara, soleada y nítida... ¡Todo y más que eso hay que andar todavía! La subida al alto del Perdón, a pesar de su mala fama, no me ha resultado dura. La mayor parte me la quité ayer por la tarde desde Cizur hasta Zariquiegui. Comienzo la antipática bajada: Pendiente muy empinada con multitud de cantos rodados grandes y móviles que gracias a las botas no me han provocado torceduras (aunque no por falta de varias intentonas). El tiempo en ésta vertiente de la sierra es, como dije antes, soleado y claro, y la vista es magnífica y agradable. Llego a Uterga donde desayuno en una casona que la dueña tiene preparada como albergue y sitio de comidas, lo que no es óbice para que la buena mujer te clave cuatrocientas pesetas por un desayuno bastante normalito consistente en café con galletas María. Insisto. No te dejes timar por desaprensivos “hosteleros” Desenmascáralos que no tienen fuerza legal ninguna y probablemente tampoco licencias para ciertos servicios. Al salir de la casa de ésta vieja madre de bandolero e hija de Mercurio, me encuentro en el pueblo con algún que otro peregrino, entre ellos al simpático godo que me quería quitar el colchón en Larrasoaña (lo de simpático no va con segundas; va con primeras). Después de media hora de descanso y ver un poco el pueblo de la vieja ladrona de Uterga, prosigo camino y al llegar a Muruzabal cojo el desvío que se anuncia en una fachada hacia Eunate, donde llego alrededor de las diez atravesando un trigal bajo un sol que calienta de justicia. El día es precioso, luminoso y claro, lo que ayuda a ver la arquitectura de la iglesia con todos sus contrastes de luces y sombras. Bebo media botella de agua y me repongo, a la sombra, de la calorina acumulada mientras dejo tendida la camisa para que se seque del sudor. Cuando abren entro a ver la capilla rodeado de turistas, peregrinos y excursionistas. Sello la credencial en la tienda de recuerdos de éste último punto del Camino Aragonés y prosigo, sin detenerme en Óbanos, hacia Puente La Reina. Son las doce cuando llego y sello la credencial en los PP. Reparadores; donde recupero el sombrero olvidado en Larrasoaña que trajo ayer Campanilla (los hospitaleros preguntaban a los peregrinos a cerca del “toldillo capitular” y pedían una descripción para entregarlo). Estas son las inexplicables cosas del camino que te reconcilian con la humanidad. Escucho parte de misa de doce en la iglesia de Santiago y me compro la comida en un súper que estaba dominicalmente abierto. Callejeo un poco y veo por encima el resto de los monumentos. Estoy cansado, hay que comer y quedan todavía varios kilómetros hasta Lorca. Me entero por el “correo del peregrino” de que Nino, Ricardo, Juanma y M.J. han llegado para quedarse a dormir aquí; no los volveré a ver hasta León y a la “culta multilingüe” M.J. nunca más. 12 A las dos me ubico en una explanada, debajo del primer arco del célebre puente románico, me descalzo, curo un poco las peanas con pomada y apoyado en la mochila–sillón con las piernas extendidas me pongo a comer mis magníficos bocadillos. Aparece al poco un matrimonio francés, de peregrinos ciclistas –que rondan la treintena avanzada– enfundados ambos en sus ajustados, marcadores y coloridos trajes de lycra. Descansan un rato y me amenizan la sobremesa con su representación –suigeneris– de Romeo y Julieta en versión americana ¡tortolitos ellos! Duermo un poco la siesta para a las tres y media, bajo un sol picante, reanudo la marcha hacia Lorca momento en el cual me llama mi padre desde Madrid (GSM=tecnología moderna que impide la soledad). Los pies y piernas siguen doliendo, pero ya no cuesta tanto el reemprender camino y calentar los músculos. Ahora con un descanso corto te repones enseguida. El cuerpo se va acostumbrando poco a poco. La tarde es pesada, hace un calor bochornoso e insoportable y los primeros kilómetros de camino son antipáticos, muchas subidas y bajadas por una senda estrecha, pedregosa, polvorienta y llena de matorral bajo, seco y punzante. Poco a poco se va cubriendo y comienza una tormenta seca y ventosa. Paro al lado de la autovía en un área de descanso durante un buen rato y prosigo viaje. El vendaval es cada vez más fuerte, gracias a Dios no llueve todavía y llego finalmente a Lorca por la carretera para meterme en el ex–albergue particular, no hay otra cosa, de una viejecita –Carmen– muy simpática, dicharachera y empeñada en darme algo que comer, ya que según ella estaba muy flaco. Mil doscientas pesetas con cuarto propio, cama y sábanas limpias, cuarto de baño con bañera y desayuno todo limpísimo y... estoy yo solo, sin ronquidos: ¡Viva Carmen la de Lorca! Mientras paseo por el pueblo compro dos melocotones –nada baratos– cogidos en julio del año que viene; mas duros y menos maduros no pueden estar. Los voy royendo poco a poco mientras me los imagino haciendo el camino inverso –al natural– dentro del cuerpo del buhonero que me los vendió. Sello la credencial en casa de la sacristana y comienza a caerse el cielo. Entro en el “hotel” y escribo el diario de hoy, amén de alguna que otra carta, cargo las baterías del teléfono y la máquina de fotos, ceno una tortilla de chorizo que me hace la simpática Carmen y después de leer el “Diario de Navarra” me ducho, pongo crema en los doloridos pies y músculos y... a dormir sobre colchón que estoy cansado. Día 4 19 julio, lunes. Lorca – Los Arcos Recorrido: 29,5 km. Total: 109,5 km. La noche ha sido magníficamente reparadora, salgo a las siete después de un buen desayuno y de despedirme de la amable Carmen y de su marido para, después de un agradable paseo matinal, aterrizar en Villatuerta. Diviso con mi penetrante ojo de águila una fábrica de pan y bollería industrial que grandemente destaca su inmensidad. Compro una barra recién hecha –no es bueno pero engaña al estómago– y me la tomo acompañado de un pésimo café–polvitos de máquina tragaperras. Prosigo, con el estómago lleno de conservantes artificiales y estabilizantes, hacia Estella a través de un camino–senda estrecho, serpenteante, rodeado de cultivos, llano, agradable y bonito. Al final, súbita, aparece la ciudad. Son aproximadamente las nueve (las ocho en Canarias) y después de hacer algunas fotos me siento a desayunar, más fuertemente, en una terracita soleada. Escribo las, siempre isotextuales, cartas a los queridos seres que pululan por el resto de la geografía y prosigo la andadura, parando poco después en Irache. Aquí existe una milagrosa fuentecilla –como la vaca lechera de la canción– de acero inoxidable decorada con símbolos jacobeos que además de agua da vino. ¡Si!, ¡si!, tintorro navarro que al beberlo causa milagrosa y placentera sensación en el cuerpo del doliente 13 peregrino. Ésta fuente se debe a la iniciativa de las Bodegas Irache y se debe hacer caso del férreo y negro cartel caligrafiado en claras letras blancas que dice: A beber sin abusar te invitamos con agrado, para poderlo llevar el vino ha de ser comprado A pesar de ésta clara advertencia muchos “pseudoperegrinos” llenan cantimploras y botellas impidiendo que los que esperan a beber lo hagan con tranquilidad, acaparando tiempo, vaciando el depósito y dando pie a que los bodegueros retiren tan típica y saludable fuente. No abusar, como ya dije antes, de lo que ofrece el camino. Después de ti va mas gente que pagará las consecuencias. Sigo después de haber libado del maravilloso caño y preocupado extiendo los brazos para tocarme, consecutivamente con los dedos, la punta de la nariz. Respiro tranquilizado: No son los efectos del etílico caldo los que me hacen ver visiones. Son una inmensa multitud de peregrinos y excursionistas reales aposentados en la explanada del monasterio de Irache. Paso por Azqueta y entro en el ayuntamiento para que me selle el secretario la credencial. Reanudo el camino bordeado por grandes y moradas plantaciones de aromática lavanda. El camino hasta ahora es entretenido y parte discurre entre un bosque de encinas denso y agradable aunque con un poco de cuesta tendida que me deposita delante de la “fuente del moro”; románica y curiosa, de planta rectangular, con dos arcos de medio punto grandes en la entrada y con una cubierta a dos aguas. Posee una escalinata interior que te sitúa en una piscina que, imagino, sería originalmente para lavarse. A los pocos metros está Villamayor de Monjardín donde descanso en el albergue regentado por una simpática familia de holandeses o belgas (no lo sé exactamente). Hace calor y me estiro a la sombra de una sombrilla mientras un inocente bocadillo de queso regado con una bebida isotónica desaparece poco a poco en mi interior. Es la una y poco de la tarde. Retomo el camino hacia Los Arcos, mi punto de destino hoy. El camino a partir de ahora es llano y discurre entre trigales sin sombra. Hace bastante calor y alrededor de las dos, cuando al final localizo un bosquecillo compuesto de no más de una treintena de pinos aislados, me pongo a descansar y comer los bocadillos que hago con los víveres que Claudia Schiffer trae consigo. Estoy solo, y aprovecho tan magnífico y natural instante para ciertas necesidades fisiológicas de las que ninguno nos libramos, pero justo cuando... aparece un peregrino extranjero y molesto que se queda un rato. Obviamente me cayó mal desde el primer momento en que le vi. Al cabo de media hora, por fin, se va y cuando me dispongo a hacer una segunda intentona suena el teléfono: son mis padres, ni que decir tiene que pensé en emprender acciones legales para rechazarlos como progenitores. Al final lo consigo, me quedo como nuevo y me duermo tumbado bajo los pinos. ¡Ni en el campo hay libertad!. Veo, mientras descanso, pasar varios peregrinos: Con cansinos pasos unos y con buena marcha otros; a todos saludo desde mi camuflada atalaya y todos sonríen y contestan amablemente –al menos eso creo– en diversas lenguas. ¡Que bonito!, parezco el maharajá de Japurtala en su balconada saludado por sus vasallos. No es ninguna tontería el saludar y desear suerte. Pude comprobar en etapas posteriores que algunos de los peregrinos saludados se acordaban agradecidos del momento. Son las cuatro, por lo que comienzo la última etapa hacia Los Arcos. El camino serpenteante, a base de ángulos rectos, entre trigales amarillos es un tanto monótono y sigue careciendo de sombras. El sol pica bastante a través de la camisa y quedan algunos kilómetros para llegar. Comienza a hacerse duro y pesado, estoy totalmente empapado por el sudor, los labios se cortan y de vez en cuando una ráfaga de caliente viento flojito alivia un poco la sensación de calor. 14 Mientras duermo andando, sueño con una cerveza fría, amarga y espumosa, y sigo andando, andando y andando como burro siguiendo zanahoria atada a pértiga. No se ve un alma en ésta solitaria etapa pero al fin, detrás de un recodo y de una cuesta abajo aparece el pueblo con su característica torre. Meto la cabeza en la fuente de peregrinos de la entrada y antes de llegar al refugio compro en un ultramarinos el litro de cerveza fría con el que había soñado mientras caminaba, una tableta de chocolate puro y antes de entrar en el albergue me siento en la escalera y sin encomendarme a Dios ni al diablo, hago desaparecer el dorado líquido poco a poco en mi interior junto con media tableta de chocolate. Ya medio repuesto de líquidos, sin ningún tipo de intoxicación etílica, sello la credencial y me dan cama los belgas que regentan el albergue, y que no saben español (cosa que no me parece bien). Me entiendo con los dos voluntarios españoles, entro en las duchas y a la salida me encuentro a Campanilla, que tumbado en el césped, está siendo manoseado por un tipo raro, hipioso, llamado Mauro y de nacionalidad italiana. Lleva –Campanilla– dos días aquí de reposo, con signos de tendinitis, medio reventado y cansado con sus peanas en carne viva y totalmente ampolladas. Tanto tute y tanta prisa son malas, pero gracias a él recuperé mi sombrero en Puente La Reina. Aquí en Los Arcos, conozco también algún que otro peregrino curioso: Un francés, largirucho y seco como mojama, que lo hace con un burro desde Lyon y que según me enteré, más tarde, se le escapó en La Rioja una noche recuperándolo al día siguiente. Un italiano –Mauro– del que he hablado antes, medio budista, vestido de ropas holgadas “hipiosas” de llamativos colores con sandalias y que por mochila lleva un zurrón pequeñito, una pandereta y una especie de tubo de madera de metro y pico de longitud por el que sopla, cual aborigen australiano, produciendo un sonido agradable pero monótono. A este personaje lo volveré a ver en Navarrete y Santiago, y entre sus otras virtudes están las de la “meditación trascendental” y los masajes. Es simpático, amable y abierto a pesar de su silencio. Su ritmo de marcha es lento pero constante, muy constante. Doy una vuelta por el bonito pueblo y me meto en la iglesia que es digna de verse. Sigo callejeando, me compro algo de fruta y comida para cenar y después de una charla en común con el resto de peregrinos y una puesta en orden del diario me voy a la cama a intentar dormir. Hace calor pero los barracones –prefabricados– con capacidad para doce personas, tienen ¡aire acondicionado! Hoy se han superado los primeros cien kilómetros de andadura... Ya queda menos para Santiago. Día 5 20 julio, martes. Los Arcos – Logroño Recorrido: 28,5 km. Total: 138 km. Son las siete y cuarto de la mañana y comienza la andadura de hoy. Al cabo de hora y pico; tras atravesar vallecillos, collados y cultivos por serpenteantes caminos, en los cuales se basaron los inventores de las montañas rusas, llego a Torres del Río, donde veo desde fuera su característica y perfecta capilla octogonal (la de Eunate, por el contrario, es un octógono irregular). Desayuno a base de cosas con mucho azúcar en el único bar–tienda que encuentro abierto a estas horas. Prosigo y llego a Viana, donde me quedo un buen rato viendo el pueblo y descansando algo. Compro algunos víveres para el día y sello la credencial en el albergue. Deben estar de fiestas, como todos los pueblos en ésta época, visito la iglesia y parte de las murallas, está lleno de gente, la mayor parte jacobitas y turistas. Empiezo a ver caras conocidas, aunque muchas de ellas sin nombre. Unos peregrinos navarros, con los que coincidiré más adelante, en Bercianos, Ponferrada y León, me dan una tajada de un 15 agradable y fresco melón que me sabe a gloria y como en el acto. Compartimos cigarrillos, pan, latas y experiencias. Veo aparecer con paso calmo a Mauro que, a semejanza de un postmoderno “Jesucristo Superstar”, va rodeado de sus “apóstoles” entre los que se encuentra el maltrecho Campanilla (no lo volveré a ver más ya que no llegó a terminar el camino). Debido a la algarabía de las fiestas, la escena recuerda a la entrada de Jesús, recibido con las palmas, en la ciudad de Jerusalén. Sigo la andadura en dirección a Logroño y paro a comer, en la Ermita de la Virgen de la Cueva, refocilado en el regazo de Claudia a la sombra de uno de los muros de la iglesia. Engullo los víveres, descanso, me refresco y veo llegar, en cantarina procesión, a los simpáticos peregrinos francos de Zariquiegui que siguen portando la imagen de la Virgen en andas; nos saludamos, hablamos un rato y seguimos cada uno con lo nuestro: Yo a dormitar cual león en la sabana y ellos a hacerse la comida cual cheffs de Maxims. Llevan de todo, cocina, butano y vajilla. Para la siguiente vez voy a proponerles que se traigan unas cuantas vedettes del Moulin Rouge para animar un poco el cotarro. Al poco aparece una furgoneta–caravana con tres, que perspicazmente y no sin gran esfuerzo, adivino son catalanes (el acento y la matrícula les delata). Los integrantes de la “banda” –una ella y dos ellos– empiezan a decir tonterías acerca del camino, sus incomodidades y carencias: “No hay nada de nada, ni infraestructura, ni bares, ni cuartos de baño. ¡Que menos que un enchufe en la ermita para poder afeitarse!”. ¡Serán payasos!. Reemprendo camino y llego a Logroño a las cinco y cuarto, después de bajar por una pista de asfalto granate, ardiente y que se me hace un poco larga. Paso por delante del kiosko– tugurio de una por lo visto afamada mujeruca ,”la Felisa”, que se empeña en sellarme la credencial a toda costa. No hago colección de sellos e intuyo –a lo mejor equivocadamente– que es una de esas almas que más que vivir para el peregrino viven del peregrino, por lo que casi sin pararme prosigo hasta atravesar el Ebro y llegar al albergue municipal situado al lado de la iglesia de Santa María con su característico pináculo piramidal. Me ducho, lavo la ropa, veo a algún que otro conocido y salgo al encuentro de un tío mío al que llamaremos Pedro y al que, curiosamente, conocí cuando tenía uso de razón –¿quién de los dos?– aunque ya existía con anterioridad. Viene acompañado de su mujer –tía honorífica mía– y uno de sus hijitos que por causas del destino es primo también del autor de la presente y al cual no nombro por no ponerle en un aprieto (su nombre tiene cuatro letras, empieza por “J”, acaba por “é” y entre medias hay una “o” y una “s”). A éste último le acompaña un amigo que atiende por Luis y que aparte de amigo no es nada mío ni me pertenece su persona. (Lo siento por ésta presentación familiar, pero la próxima vez os ruego os saltéis el párrafo). Los cuatro damos una pequeña y semi–turística vuelta por el, más que conocido, Logroño para después sentarnos en una terraza detrás de una jarra de cerveza que se evapora al instante. Seguimos callejeando cuando las lágrimas se me asoman por los ojos al contemplar la gallarda estampa de un antecesor mío que, por lo visto, fundó la ciudad de Mendoza en Argentina y que por coincidencias de la vida también se llamaba Pedro, don Pedro para ser mas respetuosos con el insigne antepasado que no se si también sería pelirrojo. (quede claro que lloré por tener el sol de frente). Hoy es el primer día en que no me encuentro cansado y no me duele ningún miembro del cuerpo, por lo tanto no me importa andar, ni moverme, ni pasear dentro de unos límites. Se hace de noche, cenamos un algo y nos metemos, mi tío –que va a hacer unas etapas conmigo– y yo en el abarrotado y caliente albergue a dormir (camas separadas por supuesto). 16 Procuraré no tener pesadillas al recordar la estampa de una pelleja entrada en años, que cambiándose y poniéndose un camisón medio transparente en medio de la sala me hace casi vomitar, pero me ayudó a sobrellevar sin esfuerzo la castidad. De todas formas insisto en lo de las vedettes del Moulin Rouge. Me las imagino a todas ella con sus falditas rojas aterciopeladas, sus corsés y sus cucos peinados emplumados peregrinando a mi lado hacia Compostela al alegre paso del can–can. Día 6 21 julio, miércoles. Logroño –Azofra Recorrido: 35 km. Total: 173 km. Como Pedro no ha dormido debido a su falta de cansancio, calor, humanidad condensada y a la aglomeración de gente en el albergue, sale antes que yo después de despedirse en mi litera. Comienzo a caminar bajo el peso de la todavía noche cerrada por las desiertas calles del durmiente Logroño. Ni un alma exceptuando algún que otro barrendero y repartidor. En la lontananza diviso a través de mis entreabiertos ojos la macilenta luz de un barecillo abierto donde me meto a desayunar. Se agradece llenar con algo cálido el estómago antes de la caminata y no siempre se puede hacer. Abandono la ciudad en pleno crepúsculo y atravieso, junto a otros peregrinos entre los que se encuentra Mauro, todo el gran parque–reserva natural construido al lado del pantano de La Grajera. Un fuerte repecho nos sitúa en el alto de la Grajera y a las dos horas y pico de salir de Logroño entro en Navarrete tras bordear las ruinas del hospital románico de San Juan de Acre. Aquí me encuentro Pedro sentado –cual petirrojo en rama– en una terracilla del bar “los Arcos” junto a una austriaca bastante simpática, con la que coincidiré en otras etapas y a la que llamaré, cariñosamente, “Caballona”. Observamos cómo la Guardia Civil descarga los caballos para sus patrullas campestres. Estamos un rato charlando los tres y cuando se van yo me quedo más para ver el pueblo con calma, andar por sus calles porticadas, intentar ver la iglesia que está cerrada, etc... Reemprendo el camino y antes de entrar en Nájera, en pleno descampado con una nave, me entra aquello que a todos nos entra de vez en cuando. Espero a no ver moros en la costa, pero no lo consigo, por lo que ni corto ni perezoso y escondido como tigre al acecho consigo quedarme tranquilo. Ya, aligerado de peso, llego a Nájera donde nos recibe a todos los jacobitas una casa con un letrero grande pintado en su fachada con la leyenda: “Peregrino; en Nájera, najerino”. La entrada en la ciudad se hace un poco dura, y descanso un poco bajo el sofocante calor tras atravesar una especie de polvorienta cantera de áridos, o algo que se le parece. Es la hora de comer y Pedro me invita a un restaurante. Se agradece la comida buena y caliente acompañada de buen tinto de Rioja que me repone de tanto bochorno. Mientras el tío se mete en el albergue, a dormir la siesta, aprovecho y me siento en una terraza con las piernas estiradas mientras saboreo un café al aire libre. Se me unen, al poco rato, unos peregrinos fresquitos de la Tarraconense, uniformados con la última colección primavera–verano de Coronel Tapioca. Uno de ellos, al cabo de un rato, me alecciona acerca de mi mala educación por tener las piernas en alto con gente al lado; tontuelo, pobre tontuelo, no llevan ni veinte kilómetros recorridos y empiezan a dar lecciones. Me cabreo por tamaña insolencia y mirándole a los ojos mientras pongo cara de pocos amigos le contesto sin moverme que más guarrería es cortarse los pellejos delante de todo el mundo tal y como hace, en ese momento, esta especie de chimpancé cruzado con gorrino. Sigo a lo mío le ignoro y se van a los treinta segundos con el rabo entre las piernas. Me quedo tan tranquilo sin estar rodeado de ciertos ejemplares. 17 Por Nájera no ando nada, ya que la conozco de otras veces. Decidimos, Pedro y yo, llegar hasta Azofra ya que aquí hay una representación teatral nocturna al lado del albergue y no se va a poder entrar si se está fuera, ni salir si se está dentro, amén del ruido que vemos imposible nos permita dormir o a lo sumo descansar. Alrededor de las cinco salimos hacia Azofra, son seis kilómetros de camino agradable si no fuera por las continuas paradas y variaciones de paso que me obliga a hacer el tío: Anda, se detiene para hablar, vuelve a retomar la marcha y a los treinta segundos se para de nuevo para volver a hablar. Parece un autobús en pleno atasco recogiendo gente en cada parada. Es muy importante llevar un ritmo de marcha que sea tuyo y no esté impuesto por nadie. Ir frenándote es matador y correr te revienta. Vete a tu paso y no te arrepentirás. Finalmente llegamos con este ritmo de conga y un simpático paisano traqueotomizado, al que nos cuesta entender, nos invita a un fresco vaso de vino de su bodega después de estar hablando un rato con él. Nos metemos en el albergue parroquial, nos instalan en un anejo, sellamos y conozco a un peregrino, fotógrafo de prensa, con el que coincidiré más adelante también. También hay una familia valenciana con dos niños de corta edad y que van solo hasta Burgos pues tienen los días de vacaciones contados... El pueblo está en fiestas. En la plaza hay un escenario montado en el que se ponen a ¿cantar? y ¿tocar? uno de los innumerables grupos–orquesta nómadas (es una pena, pero los instrumentos así sufren mucho). La noche es mala y la música fuerte y lo contrario de buena pegada a la oreja. En definitiva, huimos de Málaga para caer en Malagón (no es nada personal). Esta experiencia extrasensorial me ha llevado a dilucidar una teoría que no por extraña ha de ser falsa, es más, creo que es irreprochable: En siglos anteriores existían los cadalsos y los rollos para escarmentar a la gente en castigo pero como hoy no está bien visto este sistema y tampoco es políticamente correcto debido a las asociaciones protectoras de animales, resulta que se han inventado el escenario portátil, que montado en la plaza mayor del pueblo al cual se quiere castigar, hace el mismo servicio de una forma más sutil y mucho más ignominiosa. Conozco al cura, con un problema de corazón, que se dedica a entrevistar a los peregrinos que coge por banda para hacer una especie de publicación con las experiencias y motivos de las variopintas razones del peregrinar. El albergue secundario, donde estamos nosotros, es una antigua casa rectoral de dos pisos, sin luz y en proceso de restauración. Las duchas están en otro sitio, en el edificio principal anejo a la iglesia. En el cuarto estamos los dos solos tirados en colchones, pero cómodos y fresquitos. Si no hubiera sido por el estruendoso ruido, la noche hubiera sido perfecta. Día 7 22 julio, jueves. Azofra – Redecilla del Camino. Recorrido: 27 km. Total: 200 km. Salgo a las siete y media de la mañana. Pedro más madrugador hace rato que ha salido y me pongo a andar por un camino ancho bordeado por una plantación experimental –así reza el cartel– de lúpulo que trepa hacia las alturas, entretenido y gracias a Dios, nublado y fresco, cosa que ayuda bastante. Llego al pequeño pueblecito de Cirueña a las nueve y cuarto, pero está todo cerrado. De todas formas, aunque fuera más tarde, en el pueblo no hay ningún tipo de servicios (bar, tienda...) por lo que me siento en el suelo con la Schiffer–mochila de respaldo y me hago un bocadillo con los consabidos y plastificados calamares de lata. No llueve, pero hay un chirimiri que humedece, no mojando del todo, por lo que no saco el capote. Desayuno de esta guisa y prosigo hasta donde cantó la gallina después de asada. 18 Ya en Santo Domingo de la Calzada paro en el convento de las monjas Cistercienses y sello la credencial. La abadesa nos saluda sonriente –estilo Isabel II– desde su negro coche, conducido por un chófer, mientras sale del convento. Sigo callejeando hacia el centro y veo al tío que llega con Caballona. Se ha perdido en el campo y ha tenido que dar una vuelta de unos seis kilómetros; al que madruga ¿Dios le ayuda?, je, je. Mientras intento secarme las lágrimas de los ojos y trato de que no me duelan las agujetas de la mandíbula nos sentamos en una terraza del paseo para tomarnos un Colacao con bollo. Me quedo un rato largo y aprovecho para comprar postales y escribir alguna que otra carta. Repaseo por la ciudad (que conozco muy bien), recorro su embaldosado “Camino de Santiago” y cuando llego a la casilla de Santo Domingo, observo aterrorizado lo que queda todavía. Noto una errata importante en el orden de las casillas, ya que ponen después de Roncesvalles a Valcarlos en dirección a Santiago. (Señores: ¡arréglenlo, en el 2003 todavía existía el gazapo!). Salgo alrededor de la una atravesando el puente y viendo, al fondo, hacia el norte ya despejado, los dos picachos de Jembres y el pueblo de Villalba de Rioja, tantos veranos y recuerdos... me entra una breve morriña. Paro en Grañón a modo de despedida de La Rioja y me tomo un fortalecedor tinto a su salud. Es bastante recomendable el pan de éste pueblo. En la parte alta de la población existe una tahona regentada por un matrimonio joven donde lo fabrican, amén de pasteles, hornazos y demás productos derivados. Es sana costumbre comprar todos los días una hogaza de pan de pueblo para tener despensa e ir comiéndolo a lo largo de la jornada. Proporciona energía, es saludable y te puede sacar de algún apuro junto con las latas que puedas llevar. Intenta que la despensa mochilera no consista en más de lo que puedas comer en una única comida para evitar llevar peso innecesario. (es el camino de Santiago no el Paris–Dakar) Al final, después de pasar por el bonito y policromado mojón de Burgos, llego a Redecilla del Camino donde como unas latas (su contenido) con el buenísimo pan de hogaza de Grañón en la cocina del albergue. Pedro se queda alucinado por verme comer a estas horas (el salto generacional se nota). El peregrino tiene una gran ventaja a su favor en contra del resto de los mortales: La relativa falta de horario. El no verse supeditado a nada ni por nadie. ¡La libertad! y sobre todo la ausencia de prisas. Sello en el albergue, me ducho, tomo un café en el bar del albergue y me quedo dormido sin pretenderlo durante diez minutos. Vuelvo a encontrarme con un peregrino de unos cuarenta y cinco largos años, mediana estatura, un tanto barrigón y con luenga barba gris al que conocí en el albergue de Logroño. Es el típico prototipo de motero de Harley muy simpático. Éste buen hombre, que está bastante destrozado por las ampollas y tendinitis, me comenta, su intención de ir hasta León en autobús ya que tiene prisa. Intenta unirse para cenar pero Pedro lo ignora y lo abandonamos muy a mi pesar. Considero una arriesgada tontería no medir las fuerzas que te hagan llegar sano al final del camino para acabar destrozado a las primeras de cambio y hacer una especie de pseudo peregrinación que no te va a dejar nada; solo malos recuerdos Vamos a ver la iglesia con su preciosa pila bautismal románica del siglo XII toda tallada representando la ciudad de Jerusalén. Es una maravilla, pero desmerece la decoración circundante tan típica de una época y mentalidad –suelo de terrazo, paredes descuidadas y sucias–. Pedro se pone a hablar con el capellán y... ¡parece que se conocen de toda la vida!. Volteamos por el pueblo y a la hora de cenar el tío me encamina hasta Castildelgado para cenar (mil seiscientos metros de ida y otros tantos de vuelta) en un Restaurante–Hostal de carretera, un menú variado de tapas caseras De regreso paseo un poco, por las pocas calles que tiene el pueblo, fijándome en la típica arquitectura de adobe, ladrillo y travesaños de madera de algunas de las rústicas casas 19 curiosas y bonitas, aunque mal, muy mal cuidadas y conservadas. Me pongo a escribir y me meto en la cama a dormir después de haber calculado la distancia recorrida hasta el momento: Doscientos kilómetros. Día 8 23 julio, viernes. Redecilla del Camino – Villafranca de Montes de Oca Recorrido: 24 km. Total: 224 km. Nos levantamos a las seis y cuarto y desayunamos en Castildelgado, el sitio donde cenamos ayer, y en el que me hubiera quedado a dormir para ahorrarme tres kilómetros de tonta andadura (esto es algo con lo que tendré que vivir el resto de mi inconsistente vida aunque a Pedro no le entre cargo de conciencia tamaño desafuero hacia mi persona). Se agradece un café caliente al poco de levantarse y me olvido del vengo–voy–regreso–vuelvo. Caminamos por una pista de grava suelta paralela a la carretera y con algún repechito que otro. Se me resiente un poco la articulación de la rodilla e intento no forzarla, nunca se sabe, como no soy una estrella de mar no me hace ilusión una amputación precoz. Llegamos a las dos horas y pico de periquito –el de buitre es más grande– a Belorado donde el tío se queda para volver a Villalba de Rioja. El autobús le sale en breve y yo me quedo en la ciudad un rato paseando. Desayuno un bocadillo de morcilla picante que acalla las pedigüeñas voces que salen de mi estómago y noto como obra el embutido, junto con el tintorro, efecto mágico en mí. ¡La rodilla no me duele!, sólo tenía hambre la desgraciada. Es tan distinto conocer una ciudad o pueblo a base de coche, que me es muy difícil reconocer en Belorado al Belorado que conocía antes, y con el que me he congraciado bastante. Aún así, no deja de ser un feote gran pueblo. Saliendo de la ciudad paso por delante de una especie de asilo para viejos a los que saludo con la mano mientras toman, apacibles, el sol en la terraza. Me responden agradablemente los abuelillos y sigo, sigo, sigo pasando por pueblecitos como Tosantos, Villambistia y Espinosa a través de trigales y bosques frescos y amenos; catando, más por vicio que por necesidad, las ricas y frescas aguas de sus fuentes. Un perrillo simpático bastante feo –mitad escarabajo y mitad fregona– me viene siguiendo desde hace unos centenares de metros, pero no le hago caso, no quiero que se me pegue para los restos. Al final, el despechado animal consciente de su falta de sex appeal, se adelanta en ridícula carrera en pos de unos peregrinos que se divisan más adelante. Es tentador coger como mascota un animal abandonado, pero piensa que te va a entorpecer, no lo vas a poder meter en albergues y al final tendrás que deshacerte de él de una forma poco ortodoxa. En Villambistia, descansando a la sombra de un muro, y mientras me como unos cacahuetes, cual facsímil de chimpancé, conozco a un “contraperegrino” Riojano. Le llamo así porque una vez finalizada su peregrinación en Santiago, regresa andando otra vez a su casa de Logroño. Cosa extraña que en éstos tiempos –en contraposición con la edad media– no se oye muy a menudo. No es muy hablador, evita contar experiencias y lo poco que habla es anodino (no estoy del todo seguro que haya hecho lo que dice). El camino de esta etapa es muy agradable y distraído, no hace mucho calor aunque sí está soleado. Paso por delante de la mínima ruina, de no más de 16 metros cuadrados, del monasterio de San Félix delsiglo VII. Quedan sólo dos kilómetros escasos por obligada y peligrosa carretera para llegar a Villafranca de Montes de Oca en donde aterrizo alrededor de las dos. 20 El “Hospital Real” tradicional de peregrinos no funciona, pero ha puesto la Comunidad de Castilla–León un campamento gratuito con tiendas–horno de lona para seis plazas. Después de sellar en el prefabricado barracón–oficina, me dan tienda para mí solito. Me ducho con agua caliente en los inmaculados y también prefabricados barracones, hago la consabida colada en el barracón–lavandería y me pongo a comer los bocadillos en la tienda– comedor comunitaria. Después de un gratificante duermevela en el microondas doy una vuelta por el escaso y alargado pueblo y conozco a Carmen, una peregrina madrileña de cuatro días, que va de hostal en hostal. Más tarde, paseando, me encuentro a Caballona con la que me tomo un café mientras charlamos y me dirijo a ver la iglesia de Santiago: Grande y feota, pero con alguna cosa curiosa en su interior, como la bonita y policromada talla románica–tardía de la Virgen de Montes de Oca, traída de la ermita de su mismo nombre. La pesada y calurosa tarde pasa sin pena ni gloria, paseando y escribiendo. Vuelvo a ver a la familia de peregrinos Valencianos que conocí en Azofra y que empezaron en Logroño para terminar en Burgos. Alrededor de las ocho me dispongo a investigar parte de la subida hacia San Juan de Ortega que haré mañana. Bastante dura y empinada en su primer kilómetro. De regreso desgajo una rama, para la fabricación de un bordón, con el único afán de pasar el rato entretenido hasta la hora de la cena. Como ya estoy seguro de que terminaré y la fecha en que lo haré, le digo a la que mas tarde me esclavizaría de por vida, que me recoja en Santiago en la fecha prevista: 14 de agosto. Ceno mis consabidas latas de conserva con magnífico pan de hogaza acompañado de un tinto del Duero y un romero francés. Éste último no es un tipo de vino, sino un tipo de peregrino un tanto puerco, eructante cual trombón de varas escoñado, espeso como el alquitrán que cuando abría para hablar, lo que podía suponerse boca, en un pésimo español no sabías si conversaba o se trataba de flatulencias anales. Día 9 24 julio, sábado. Villafranca Montes de Oca – Burgos Recorrido: 38 km. Total: 262 km. Me despierto después de una noche repleta de obligadas tablas de gimnasia: resulta que el terreno donde estaban plantadas las tiendas era un plano lo suficientemente inclinado para jorobar de lo suyo y que me obligaba durante toda la noche a trepar, como una vil lagartija, encima del aislante cada vez que, entre cabezada y cabezada, me venía hacia abajo. Comienzo la caminata subiendo el fuerte repecho –no es el Himalaya, pero si el K2– que investigué ayer y me encuentro con Carmen, la madrileña. Pronto llegan pistas forestales y cortafuegos más o menos llanos y cómodos. Alcanzamos un monumento a un “no se quién” fusilado durante la guerra, hago un alto, bebo agua de mi cien veces rellenada botella de plástico “Bezoya” y prosigo el caminito. Vuelvo a alcanzar a la madrileña y sigo sin encontrar utilidad al bordón que me construí ayer. No sé qué hacer con el; se me pierde entre las manos, se me cae y se cuela entre mis piernas con el consiguiente peligro. Al final decido hacer malabarismos con él sobre la punta de la nariz pero tampoco me resulta muy cómodo ir andando de tal guisa por lo que se lo regalo a la madrileña ponderándole la buena calidad de la madera y el primor de su factura artesanal que lo convierte en único en su género. Llegamos a San Juan de Ortega: Un remanso de paz en el que apetece quedarse y por el que no pasa el tiempo. Desayunamos un café con galletas de chocolate, al que la madrileña me quiere invitar, descansamos un poco (totalmente separados y sin ningún tipo de contacto carnal) me abandona y sigue, veloz, su camino hacia Burgos ya que mañana regresa a Madrid. 21 Me quedo viendo la iglesia que es preciosa, con el cenotafio y cripta gótica–flamígera de san Juan de Ortega, y deseando ver también el resto del monasterio, pero... Imposible; cerrado todo y solo puedo cotillearlo a través de un patio abierto y por los exteriores. Escribo las misivas pertinentes, parte del diario de hoy y con pereza después de sellar en el albergue y dejar el resto de las galletas “Príncipe” al alberguero, para que las aproveche otro, empiezo a mover los pies en dirección a Burgos. Es buena costumbre, y te lo agradecerán, que dejes en los albergues la comida que te sobre y no vayas a utilizar. Seguramente comerás cosas que otros han dado. Acordaros del bocadillo de Salmón en Cizur. Tú mismo serás el primer beneficiado. ¡No tires nada! Llego a Agés, pero sigo sin detenerme, ya que aparentemente no hay nada excepto casas con piscinas y veraneantes a los cuales miro con envidia a través de los poco tupidos setos. Al poco tiempo, entre los trigales cosechados de la izquierda, se divisa el mojón “fin de rey”; especie de menhir, de unos tres metros de altura, colocado seguramente por Óbelix. Entro en Atapuerca a los cinco minutos escasos. Pueblo célebre en boca de todos por los descubrimientos paleontológicos, aunque realmente todo el meollo se lo reparten Burgos e Ibeas de Juarros. Me tomo un zumo de tomate y hago acopio de enlatadas provisiones en el bar–tienda. Pregunto por el yacimiento, pero me he pasado la desviación hace unos tres kilómetros. En el bar todos los clientes que hay en ese instante deben estar trabajando en el yacimiento, ya que su forma de hablar, como lo hacen y de quien lo hacen les traiciona aparte de que no son del pueblo. Reanudo el camino, encontrándome con una subida fuerte y antipática acrecentada por el sol que cae a plomo; es la sierra de Atapuerca. La senda serpenteante está plagada de guijarros calcáreos grandes y mal colocados. En lo alto, una gran cruz de madera vigila desde lejos la ciudad de Burgos, que desde aquí parece estar a un tiro de piedra; pero son ilusiones, queda bastante para llegar; hay que atravesar, mas bien bordear las lindes de los trigales y campos llanos, sin ningún pueblo a pie justo de camino. Hace mucho calor, y las trepadas de hoy se notan ya. Sudado y empapado llego a Orbaneja, cerca de Burgos, y me meto en un restaurante regentado por un dueño antipático que me ignora al igual que la camarera, lenta y parsimoniosa mientras se dedica a atender y charlar con los conocidos que van llegando después que yo. Tras un rato de mucho esperar, cansado, calenturiento y calentándome cada vez más con la pareja de desgraciados mesoneros me voy deseando que se les incendie el tugurio. Como llevo provisiones me pongo a comer, apoyado en la Schiffer–mochila–sillón, a la sombra de una nave en el pueblo acompañando a un chucho que dormita espatarrao. Imito al cánido y me duermo un poco la siesta mientras algún que otro perro se acerca a olisquearme. Son las cuatro y reanudo camino no sin antes pedir a una amable mujer que me rellene mi botella de agua. Hace calor, mucho calor y el sol cae sin piedad. El sombrero está empapado y blanquecino hasta el copete por las sales del sudor. Las gotas ácidas que caen desde la cara destiñen el pantalón dejando unos lamparones blancos sobre lo que en otros tiempos fue ocre. Quedan diez kilómetros largos, tediosos y antipáticos para llegar. Se pasa por el aeródromo, sobrevolado por varios veleros y por avionetas de remolque que los colocan en el cielo, rompiendo un poco la monotonía de la etapa. Entro en pueblos adyacentes a Burgos que te hacen parecer que estás llegando, pero no es así; el asfalto recalentado se te pega por todas partes. El calor es grande y las ganas de parar también. Siguen las casas, hotelitos, polígonos industriales, más casas, chalets, restaurantes, y al fin Burgos. La gente te mira, tú los ignoras mientras el sudor cae y –como los caracoles– dejas un reguero por donde pasas. Llego por fin a la estatua del Cid y pregunto por el albergue a 22 un policía municipal. ¡Todavía tengo que andar otros dos kilómetros más!, está al final de la ciudad, entre el hospital militar y la universidad; en el parque del Parral. Llego reventado al albergue, sello mis credenciales, me ducho, hago la colada, descanso como puedo en el recalentado refugio de madera (que parece una sauna noruega en pleno desierto), escribo y me tomo un café en la piscina municipal que está justo enfrente. Descanso bastante bien y me repongo mucho. El cuerpo está totalmente aclimatado a tanto paso y se recupera enseguida tras un breve reposo A las siete y media cojo un autobús para ir al centro de la ciudad (va a ir andando su tía Sinforosa). Me dedico a pasear un poco teniendo cuidado de que no me pille el trenecito porta–turistas que tan de moda se ha puesto en alguna ciudad que otra. Tengo una tentación inicial de cogerlo, pero al ver las caras de palosanto que portan los inconscientes pasajeros y tras escuchar los comentarios de los graciosillos viandantes metiéndose con sus circunstanciales expresiones y variopintas tipologías, me entra vergüenza ajena y reprimo mi primer y estúpido impulso. ¡Pongo al cielo por testigo que nunca cogeré un Trenecito– expositor para que te paseen por la ciudad como quien pasea a la mujer barbuda en una jaula! Creo que es una forma de entretener, más que al turista, al habitante de la ciudad para abstraerlo de los problemas diarios de la gestión consistorial. Admiro la catedral medio andamiada, hago algunas fotos y más tarde ceno un plato combinado en una terraza de un mesón enfrente de la seo mientras me embeleso contemplando a los turistas, que montados en el trenecito, sonríen satisfechos. A la hora de pagar creo, al ver la nota, que me han timado. No me apetece discutir hoy por segunda vez y acallo mi cabreo y ganas de prenderle fuego a la bruja de la camarera. Prosigo y veo alguna que otra cara conocida para regresar, después, al albergue a una hora prudencial. Conozco en el “lazareto” a un matrimonio joven y simpático –Parejita– que empieza hoy el camino, pero que realmente no saben a lo que se enfrentan: Lo tienen comido; “el camino solo es andar” y tienen un plan de cuarenta kilómetros diarios de recorrido. Están ufanos, sonrientes y convencidos de su éxito, y yo también estoy ufano, sonriente y convencido de su fracaso. Los días me darán la razón y se humillarán ante la Sirga Jacobea realizando varias etapas en autobús. Con mi corta experiencia se lo advertí y les previne pero... Me reencuentro con Juanma, que ha venido, también, en autobús una parte del trayecto y me dice que quizás venga Nino con Luna desde Belorado también montado a lomos de guagua. La etapa de hoy ha sido muy pesada, unos cuarenta kilómetros, con paisajes y caminos variopintos, estoy cansado y a las diez y media me meto en la cama para dormir en el albergue prefabricado de madera que, como dije antes, parece un horno. Mañana me tomaré el día con mucha más calma y haré pocos kilómetros para festejar al Santo Apóstol. Día 10 Santiago Apostol 25 julio, domingo, Burgos – Hornillos del Camino Recorrido: 20 km. Total: 282 km. El día de hoy me lo tomo con merecida tranquilidad; me visto a las ocho con calma y me voy dando un paseo por los ajardinados ribazos del Arlanzón al centro de Burgos. Me meto en un bar al lado de la catedral para desayunar un bollo fósil cuyo origen lo sitúo en los yacimientos de Atapuerca y que para disimularlo el hijo de Satanás lo recalienta en el microondas; observo atónito cómo otro comensal –amigo del timador mesonero– recién llegado pide lo mismo y le saca un recién traído bollo de una recién traída bandeja que tenía debajo del mostrador. Mi indignación sorda hace que empiece a elucubrar métodos de enemas a base de chinchetas y cristales rotos para estos timadores de tres al cuarto, que en 23 el siglo XI hubieran sido colgados sin contemplaciones, por lo que en venganza me dirijo al cuarto de baño y... Que lo limpie y friegue de nuevo mientras se acuerda de mí ya que sabrá quién soy y por que lo hice si lee esto. En resumidas cuentas: o son un poco antipáticos y timadores estos burgaleses, o yo he tenido una suerte loca que me ha llevado en menos de veinticuatro horas a tres situaciones muy parecidas. No es nada personal, pero por mi experiencia, recomiendo especial cuidado en la ciudad de Burgos a la hora de pagar y comer. Insistid en las tarifas de precios y en la “frescura” de los alimentos. Son las nueve y me meto en la catedral para oír misa en la capilla del Santísimo Cristo. Hoy es Santiago y hay que celebrarlo como es debido. A la salida compro el periódico (me fijo en la fecha para ver si efectivamente es de hoy o de la semana pasada) y me lo leo tranquilamente frente a otro café. Cojo el bus y llego al albergue después de pasar frente a las Huelgas que ya conocí en años anteriores. Rehago la mochila, recojo la ropa tendida a la suave brisa con caliente sol y a las diez y media calmadamente me pongo a caminar. Al poco tiempo se ve la penitenciaría a la derecha y un burro que corretea libremente por entre los troncos de una alameda próxima a Villalbilla. El burrito me hace recordar al francés de Los Arcos y también a los timadores que últimamente he podido conocer (con perdón del pobre bicho). Lorenzo pega lo suyo y a los diez kilómetros, de camino liso y más o menos llano, llego a Tardajos bastante acalorado. Descanso en un bar con terraza exterior y me pongo a hablar con algunos habitantes paisanos en conversación variada y animada mientras nos tomamos una cerveza fría. Las conversaciones empiezan con la reciente muerte del rey Hassan de Marruecos y terminan en una tertulia filosófica acerca de los motivos y formas que impulsan a los peregrinos. Me despido de ellos y me piden que les tenga en mis oraciones cuando llegue a Santiago: buena y sanota gente ésta, además de amable y simpática; compro magnífico pan de aceite y víveres y reemprendo camino hacia mi destino de hoy. Es la una y media y me paro a comer en las afueras de Rabe de las Calzadas, a la sombra de una chopera que está situada al lado de una pequeña acequia. El sitio es fresco y agradable, por lo que me pongo a comer, a releer el periódico y... a dormir. Después de un duermevela, breve y relajante, sigo el caluroso y polvoriento camino francés cuando, de repente, observo un brillo rutilante entre unos matojos. Me acerco –pensando en un grandioso tesoro– y recojo del suelo ¡Un plato de alpaca para pan! relativamente nuevo de Christoffle. Empiezo a atar cabos y me imagino a un peregrino timado en un restaurante de Burgos que a modo de venganza decide llevarse tal codiciada pátera. Al poco, un par de ciervos salen a pastar y más adelante un grupo de agricultores descansan del trabajo mientras beben y comen a la sombra de una cosechadora. El silencio es total y no se escuchan ni las chicharras que deben estar medio muertas o en la piscina de su urbanización. Súbitamente el cielo empieza a cubrirse de cúmulos levantándose un viento caliente y polvoriento bastante antipático. Ya cerca de Hornillos, en una bajada desde la que se ve el pueblo, coincido al paso con una cosechadora trabajando al lado de la pista. Empiezan a bombardearme lo que en principio creía que eran pajuelas y restos de cereal, pero que resultaron ser multitud de saltamontes, que en su huida de tan aterrador monstruo metálico, se estrellaban contra mi cuerpo, metiéndose alguno que otro dentro de mi camisa. (Es curiosa ésta anécdota de los saltamontes, ya que el diario del boloñés Doménico Laffi, en el siglo XVII, cuenta cómo ésta zona estaba yerma a consecuencia de los continuos ataques de langostas, bogavantes, gambas y chopitos). 24 Llego a Hornillos del Camino, tras pasar sobre lo poco que queda de románico en su puente, mientras veo a la vera del regato a un peregrino que lee recostado en émula pose del afamado Doncel de Sigüenza y con el que coincidiré más adelante. Sello en el bar puesto que el alberguero no está todavía y ante el exceso de temperatura, humedad y la cantidad de gente del albergue, decido dormir en el atrio de la iglesia, dentro de mi sarcófago portátil. Después de libar una fresca cerveza en el bar–casino aparece un peregrino americano vivaracho, bajito, simpático y alegre que es oriundo de Washington D.C. Lleva un lindo gatito sentado sobre su hombro y se va al pueblo siguiente ya que no le gusta el albergue de Hornillos (a mí tampoco). Me reencuentro con Miguel –acabo de saber su nombre– que empezó en Roncesvalles con nosotros y está con los pies destrozados, va con una canadiense –Caroline– con la que se ha picado (en el sentido más amplio del término). No hay gente loca por ahí suelta ni nada; tiene los pies en carne viva ya que no aguanta el ritmo de la canadiense andarina y la sigue por toda la geografía medio cojo con la lengua fuera, babeando y medio muerto. Nos ponemos a hablar todos y conozco por fin a Oscar Nubarrones –el Doncel de Sigüenza– un peregrino un tanto melindres al que todo le parece mal cuando no le parece peor; lo ve todo negro, menos cuando está optimista que lo ve gris, además tiene gafe el pobre hombre (aparte de gafas) y siempre está sacando defectos a las cosas. Pronto llega el alcalde o el cura, no lo sé exactamente, con unos amigos suyos para enseñarles la iglesia, que en 1360 recibió el privilegio de conceder, al peregrino, cuarenta días de indulgencia en ciertas solemnidades. Me meto con ellos para verla y nos explica los retablos, cuadros, imágenes, los restos románicos, etc... nos explica también el milagro del gallo de la fuente de Hornillos, y los hallazgos de necrópolis visigóticas. Nos recuerda la memoria de los religiosos que fueron asesinados en las revueltas de Ruanda: uno de éstos mártires era oriundo de aquí. A las diez y media me meto en el ataúd rodeado de escarabajitos negros que caen goteando del techo del atrio cubierto de la iglesia. Los dejo por imposibles y pasando de ellos logro conciliar el sueño tranquilo. Son prácticamente las once y me desvelan los ladridos, gruñidos y rebuznos de una panda de veinteañeros pueblerinos que se dedican a molestar todo lo que pueden y más. Entre ellos hablan de estupideces incontables para más tarde, como gracia suma, dedicarse a desvalijar la máquina de Cocacola del refugio. Entiendo ahora por qué no me salió ninguna lata de la maquinita: Los muy cabr... de ellos habían metido una bolsa de plástico para quedarse con las monedas del inocente peregrino las cuales extraían metiendo un alambre por debajo y tirando. Al final los engendros mitad ameba y mitad pulga se cansan de hacer el estúpido y se van a sus casas con el poco coeficiente intelectual que su ameba madre les dejó en herencia. Día 11 26 julio, lunes. Hornillos del Camino – Castrojeriz Recorrido: 20 km. Total: 302 km. Lo primero que hago al levantarme es comentarle al alberguero el suceso de la máquina de la noche pasada y los planes, que los mozos tenían, para desvalijar otras en pueblos cercanos. Fugaz el hombre, abre la desvirgada maquinita en cuestión y, efectivamente, ve que falta dinero por lo que me pide mi nombre como testigo por si los denuncia a la Guardia Civil después de fracasar otras vías (espero que en esas vías negociadoras estuviera presente la picota, cepo, juicio de Dios ó en su defecto la soga). Ni que decir tiene que me devuelve el dinero depositado ayer en la máquina–trampa. 25 Desayuno a las siete y media en el bar del pueblo que lo abren, ex–profeso, para dar servicio al peregrino, cosa que se agradece bastante. Salgo a las ocho y conozco a una valenciana y una mallorquina que van en pareja; son simpáticas y habladoras, pero al rato de animada charla me empiezo a mosquear ya que Hontanas, según el reloj y nuestro ritmo, tendría que estar a la vista. Una cuesta abajo súbita y pronunciada nos lo destapa. Es Hontanas, ¡estábamos encima de el!. Nos refrescamos en la fuente de la iglesia, veo el pueblo que es curiosillo y a través de una puerta entreabierta observo una especie de decoración bastante extraña a base de colores y pinturas chillonas amén de colgaduras extrañas consistentes en cráneos y cuernas de cabra que me dan “yuyu”. Saco los ajos, me los cuelgo al cuello, rezo la letanía y me voy. Desayunamos (otra vez), los peregrinos que nos hemos ido congregando en el pueblo y a lo largo del camino, en la cafetería–terraza de una pequeña y agradable piscina ¿municipal? que hay a la salida del municipio. A pesar de la hora que es dan ganas de darse un chapuzón en el agua pero no es posible ya que la están limpiando en ese momento. Reemprendemos, como cuentas de un rosario, la marcha por un camino más entretenido, arbolado y fresco y a las doce y media nos encontramos pasando bajo los arcos de las ruinas del antiguo monasterio de San Antón. Como aquel que dice; “tiro” algunas “afotos”, descanso y hago que me saquen alguna instantánea para inmortalizar mi presencia en tan gran monumento (las cosas bonitas deben fotografiarse) prosiguiendo camino hacia Castrojeriz que ya se divisa al fondo trepando por la colina hacia su arruinado castillo. Voy al albergue, después de atravesar prácticamente toda la ciudad y me pongo a la cola hasta que abren a la una. Cuando voy a sellar las credenciales el alberguero, un tal R (pongo su inicial, pero me reservo el derecho de nombrar al personaje), me empieza a montar la bronca delante de todos por llevar dos credenciales. Me empiezo a calentar por la falta de todo de este ser hirsuto y barbiluengo de ojillos vivarachamente porcinos y voz de Simca 1200 acelerado. Continua parloteando a modo de cacatúa castrada diciéndome categóricamente que solo me sella una porque la otra no vale para nada. Cambia de tercio y comienza a inquirirme acerca de mi necesidad de llevar dos credenciales. Ya estoy colorado y el humo me sale por las orejas. Le mando a tomar por saco contestándole a él qué narices le importa y aullando más alto que él. No logra montárseme y se calma repentino diciendo que no quiere discutir. ¡So desgraciado¡ ¡Si has empezado tú a decir estupideces desde un principio!. ¡Valiente pájaro que no sé qué cargos tiene en la asociación de amigos del camino! ¡Pobre peregrino al que le toque! Al final me sella las dos credenciales y me acomodo en mi bien ganada litera–nicho de camposanto. Otra lindeza, vivida y padecida por mí, fue la de prohibir taxativamente que se usaran los enchufes del albergue para evitar que se cargaran los teléfonos móviles, máquinas de fotos, etc... La “sensata” y fuera de toda duda razón aducida por éste imitador de Robinson Crusoe fue: “Los peregrinos antiguos no tenían teléfonos móviles ni máquinas de fotos” ¡Toma ya con la sabia sentencia del sujeto! (no utilices gafas que en el siglo XII tampoco las usaban los hospitaleros). Sé y conozco varias anécdotas y quejas contra él, pero que al no vivirlas y siendo contadas por terceras personas, no las narro por razones obvias. Me ducho con agua fría detrás de una pareja de floripondios que terminan con el agua caliente –a saber lo que harían–, pero no importa los peregrinos antiguos se duchaban, si es que lo hacían, con agua gélida. Una vez adecentado me dirijo a sacar dinero y a correos para mandar las fotos de las últimas jornadas a casa (con perdón de R). Como en un mesón con otros peregrinos: un matrimonio joven de Madrid bastante sanote y que se vuelven en Frómista mañana; dos maestras asturianas simpáticas y dicharacheras y 26 un tenista valenciano más callado pero muy correcto. Hablamos, cambiamos impresiones de todo tipo y regresamos a nuestros diversos quehaceres ya contentos con los buches llenos y agradecidos. Paseando por el pueblo me encuentro a Caballona con la que me tomo un café obligado por el fuerte chaparrón que acaba de comenzar. Conversamos, me pregunta por Pedro y yo sigo al poco rato con mi paseo ya que ella se sube a su eterna habitación del hostal a dormir. Sigo callejeando, pero los monumentos están cerrados por ser lunes, hablo con diversas gentes del pueblo y vuelvo al albergue donde nos ponemos a hablar, en corrillo, los peregrinos con el célebre e incongruente alberguero. No he visto un hombre que se contradiga más, tanto en sus actos como en sus afirmaciones; no se pueden decir más tonterías en menos tiempo, pero a pesar de esto, el pobre hombre no dejaba de tener su simpatía y amabilidad y me invita más tarde a un vino sin venir a que en el bar “el Lagar” situado enfrente justo del refugio. Son las diez y media y nos metemos todos, obligados por las amenazas, en los nichos–literas de ladrillo; ¡Señor, si Señor!. Hoy ha sido alcanzado el Hito de los trescientos kilómetros. Día 12 27 julio, martes. Castrojeriz – Frómista Recorrido: 26 km. Total: 328 km. A las seis de la mañana, el “simpático” alberguero nos levanta a base de música monacal que más que a ángeles suena a infierno, palmadas, voces, gritos y luces que hacen que te imagines una soga de la que pende cierto hombrecillo. Hasta ahora la hora límite para salir en todos los refugios rondaba las ocho de la mañana y todo el mundo lo sabe y lo respeta. Me visto con toda la calma, desayuno café con galletas que nos ofrece R y su ayudanta. Los albergues lógicamente hay que mantenerlos y suelen cobrar una cantidad que oscila entre las doscientas y quinientas pesetas; muchos de ellos son gratuitos o tienen tarifa “la voluntad”. En ésta época de 1999, el de Castrojeriz, junto con los navarros, eran de los más caros del camino. Son las siete menos cuarto y como gotas de agua vamos abandonando, bajo una leve lluvia, el albergue de los terrores. Atravesamos lo poco que queda de pueblo al son de los ladradores perritos rurales para después de un par de kilómetros, húmedos y frescos, comenzar a subir la fuerte y descarnada pendiente que nos dejará en el alto de Mostelares y desde el que se divisa una llanura llena de trigales que a modo de mar de oro se mecen, ondulantes, al viento. La suave y corta bajada se convierte en llano y el sol, a pesar de la prontitud del día, va calentando bastante. Llegamos a Puente Fitero: Puente románico y albergue de la orden de Malta que funciona en una antigua ermita románica (fundada por los sanjuanistas en la edad media) restaurada y regentada por italianos cuyos coches tienen la placa de matricula de la orden de Malta, que es lo mismo que san Juan. Es curiosa la existencia como entidad propia y autónoma de dicha orden y se la puede considerar como un “país sin tierra” teniendo incluso embajadores con todo su rango en varios países. Sello la credencial junto con Oscarín –el Doncel de Sigüenza–, atravesamos el Pisuerga para abandonar Burgos y entrar en Palencia. A los dos kilómetros llegamos a Itero de la Vega, me deshago de Oscar que no deja de despotricar, desayuno, reposo algo y me encuentro otra vez con Caballona. Nos ponemos a hablar y ver lo que hemos hecho hasta el momento, ella sigue al poco rato y yo después. La buena mujer del bar está empeñada, con su mejor intención, en sellarme la credencial, yo no quiero, por lo que le saco el cuadernito de notas y hago que me selle en él para que se quede contenta. 27 De nuevo en camino alcanzo a Caballona, no puede casi andar, tiene las corvas totalmente quemadas y llenas de potingues lo que hace que camine sin poder flexionar las articulaciones; sus penosos pasos son cansinos y de cadencia lenta. Entramos juntos en Boadilla del Camino, donde descansamos de la calorina y nos tomamos un refrigerio en una casa rural–albergue–hostal–bar con un patio ajardinado y lleno de césped almohadillado, agradable y fresco. Me dedico a ver el pueblo y su interesante y bonito rollo gótico jurisdiccional del siglo XVI. En la iglesia hablo con un cura, que está aquí su pueblo natal, de vacaciones; en invierno vive en Logroño. Me enseña la pila bautismal, románica del siglo XII, tallada con rosetones simétricos formando grecas y colocada con más gracia y arte que la de Redecilla del Camino. Reemprendo camino bajo el fuerte sol para unirme al margen izquierdo del Canal de Castilla, el cual me acompañará durante unos kilómetros hasta las mismas puertas de Frómista. La tan temida nube de mosquitos y demás esgrimistas alados no me molesta. Atravieso las esclusas del canal y llego al rededor de la una y media al albergue del cual paso de largo al saber con anterioridad que lo regenta un tal M, intimo amigo de R y no quiero convertirme en alberguerizida. Es muy recomendable llevar un repelente de insectos para rociar todas las partes que quedan expuestas al aire. Te ahorrarás bastantes incomodidades, algunas de ellas serias (abejas, tábanos...) Entro en el campamento de la Junta de Castilla y León situado al final del pueblo: duchas buenas, el resto de los servicios también y la tienda de seis compartida solo con un belga bastante destrozado al que doy una gasa y pomada para que se cure su lacerado y descarnado pie. Hacia la hora de la comida me encuentro a Parejita come kilómetros –tendrían que estar ya en Sahagún haciendo sus cuarenta kilómetros diarios– y otros, los cuales me comentan que el alberguero M, también es bastante borde a parte de poseer bastante mala uva (Dios los cría y ellos se juntan). Después de mis deberes, ducha, colada..., voy a comer el tan típico “menú del día” en un bar para festejarme no se que. Conviene, al menos una vez al día, hacer una comida caliente y no estar siempre a base de bocadillos y latas. El cuerpo lo agradecerá y se nota bastante a la hora de reponerse. Me encuentro otra vez a Parejita. Él va bastante tocado de pies y da pena verlo andar apoyado y socorrido por su mujer... Después de un rato de conversación me voy a ver la iglesia de San Martín, donde me encuentro a un grupo de turistas, alemanes que al intuir en mí a un peregrino empiezan a hablarme y a interesarse por el Camino de Santiago y la vida del “Pilger”. Son bastantes simpáticos y se despiden deseándome toda la suerte del mundo y un feliz viaje. Abren la iglesia y me encanta. Es magnífica. Vuelvo al campamento, escribo alguna postal y parte del diario de hoy. Más tarde, cuando refresca un poco, salgo a ver el resto del pueblo. En San Pedro me meto y estoy un rato largo escuchando los ensayos del organista para un concierto que dará mañana. Subo luego a Santa María del Castillo, pero no logro verla al estar en fase de restauración. Compro mi peregrina comida enlatada, además de pan, para cenar y al regresar al campamento y disponerme a cargar el teléfono, compruebo que el cargador esta estropeado. ¡Horror, me he convertido de repente en un incomunicado a la antigua usanza!. Ceno en la tienda comedor una lata de mejillones en salsa de vieira, otra de pulpo a la americana, todo ello acompañado de buen pan y coronado por un plátano como postrer alimento. Es de noche y salgo para hacer unas fotos de San Martín iluminado. De regreso se levanta un gran vendaval y comienza a llover. Llamo a casa desde una cabina y a las once me meto en la tienda a dormir y descansar, que no siempre es lo mismo. 28 Día 13 28 julio, miércoles. Frómista – Carrión de los Condes Recorrido: 21 km. Total: 349 km. Perezosamente me incorporo a las siete. Ha dejado de llover hace poco y gracias a Dios no ha habido filtraciones en la tienda. De todas formas, por si las moscas, he dormido sobre tres colchonetas apiladas. El cielo sigue cubierto y el paisaje se torna fantasmal al aparecer lleno de una bruma humeante, pegada al suelo, que se va evaporando a medida que avanzan los minutos y nuestros cuerpos. La estampa, carente de colorido, es fantasmagórica: Peregrinos lentamente avanzando en medio de un mar de humo recuerdan la laguna Estigia en la que solo falta Caronte con su barca; Cancerbero ladra a lo lejos como fiel protector del Hades. A los siete kilómetros llegamos goteando, poco a poco, a Villarmentero de Campos. Compro en un SPAR un bollo de chocolate, un batido, unas chocolatinas para la despensa y prosigo después del breve refrigerio. Se ve Villalcazar a lo lejos y seguimos andando y andando hasta alcanzar el solitario barco que parece su iglesia. Desayuno en el bar un café caliente con un suizo –no me refiero al bollo, sino a un helvético– que acabo de conocer: cincuentón, simpático, alto y vivarachamente pausado. Es químico y nos ponemos a charlar e intercambiar impresiones. Vemos la impresionante iglesia, antigua encomienda templaria de Santa Mª la Blanca, románica–tardía con gótico y magnífica. Al cabo de un rato y de algunas fotos, seguimos –el suizo y yo juntos en animada charla– hasta Carrión de los Condes. A la entrada nos despedimos; él sigue camino y yo me quedo. En éste pequeño remanso de civilización compro, lo primero, un cargador para mi teléfono. Voy al albergue parroquial de Santa María, me sellan, me dan cama y me ducho mientras dejo el teléfono cargándose (espero que R no se entere). Compro algo de comida y como en el comedor–cocina del albergue rodeado de peregrinos mientras intercambiamos alimentos y experiencias. Veo, después de un pequeño descanso, la iglesia de Santa María del Camino y después la de Santiago; con un arco, pantocrátor y tetramorfos preciosos, de la que solo existe la portada. Ahora está convertida en museo diocesano, con multitud de piezas de iglesitas de la zona reunidas aquí y que realmente no me parecieron nada magníficas: me dio la impresión de una chamarilería en donde hay cabida para todo tipo de objetos; sillas viejas (no antiguas), arcones bastante normalitos, imaginería de no muy gran factura, pedruscos informes de alguna ruina, etc... Tomo un café en la plaza mayor porticada y me dirijo al convento de las Clarisas donde estoy un rato a la sombra descansando y esperando a que abran el museo monacal el cual está compuesto de todo tipo de objetos propios de su monasterio, cuadros, pinturas, tallas, ornamentos, utensilios y recuerdos de la fundadora. Bastante interesante y digno de verse; con piezas realmente bonitas y curiosas. Más tarde, callejeo por el abarrotado y vivo pueblo para regresar al poco y hacer el inventario de las fotos últimas que he ido haciendo. A las once me meto en la cama –sobre la cama– y... a dormir en el abarrotado albergue regentado por unas amables religiosas y parroquianas que te dan todo lo que necesitas y a su vez saben imponer autoridad y orden sin necesidad de acudir a la estupidez. Gracias a Dios que el noventa por cien de los albergues funcionan así y no lo digo por nadie. El camino de hoy ha sido, en su práctica totalidad, por pista de gravilla, amojonado con las características conchas de cerámica en sus pivotes de hormigón blanco, paralelo a la carretera y de suave subida desde el principio; casi imperceptible para el ojo pero no para las 29 piernas. La monotonía se ha visto rota en varios tramos por: la conversación con otros peregrinos, por pueblos como Villasirga y por la brevedad de la singladura. Día 14 MITAD DEL CAMINO 29 julio, jueves. Carrión – Terradillos de los Templarios Recorrido: 27 km. Total: 376 km. La gente histéricamente amedrentada por la etapa de “La Encina”, se levanta a las cinco para salir pronto al grito de “marica el último”; parece que van perseguidos por manada de lobos. Con calma me levanto más tarde, después de una crujiente y plastificada noche– madrugada para, después de desayunar, comenzar el camino de hoy. Es un incordio el ruido de las bolsitas “crujientes” en plena noche o madrugada. No las uséis, ya que el ruido que hacen es en cierto momento ensordecedor. Usad bolsas de plástico que no armen tanta escandalera. Dejo atrás el Jesuita monasterio de San Zoilo, donde están enterrados los Infantes de Carrión y paso poco tiempo más tarde por delante del monasterio de Santa María de Benevívere. Se terminan ya los árboles y demás verduras para comenzar el secarral de la temida “etapa de la encina”: dieciséis kilómetros sin pueblos y por la familiar pista de grava amojonada. La monotonía es rota por los ruidos e idas y venidas de los camiones, hormigoneras, asfaltadoras y bulldozers que, a kilómetro y pico al norte, trabajan en las obras de la nueva carretera. No se me hace tan largo y en un punto intermedio me junto con los madrugadores. Entre ellos están: Parejita “siete leguas”, Oscarín “doncel de Sigüenza” y tres mallorquinas simpáticas, con las que coincidiré en días venideros. Parejita deciden hacer autostop hasta Sahagún ya que él está medio arrastrándose, con los pies destrozados por tendinitis y ampollas, por lo que se van hacia la N–120 y desaparecen para ser sustituidos por un grupo de “mochilitas” liderados por un pintoresco personaje, del cual me comentan, que es un conocido escritor especializado en excursiones y senderismo y que para mas INRI viene destrozado aparte de hecho un Cristo, con las canillas en carne viva, destrozadas y llenas de vendas tiritas y pomadas, ampollas y rodilleras aerodinámicas. Está visto que el experto senderista no aguanta dos días de caminata. Qué pena de foto y autógrafo para la posteridad. Los “mochilitas” son aquellos que hacen una parte muy pequeña del camino en plan “excursión campestre” con coches de apoyo que les llevan todo y que comen a lo grande. Muchos de ellos pernoctan en albergues para peregrinos quitando sitio a los que realmente se desgastan en una peregrinación seria. Hay ciertos albergueros, que en su papel, llevan un control a rajatabla y se lo impiden, junto a los ciclistas, dando lógica prioridad a los peregrinos reales. Hace calor, pero lo he pasado bastante peor en otras ocasiones y realmente no me ha parecido tan dura la etapa. Llego a Calzadilla de la Cueza y me encuentro a un belga conocido de vista y con el que nunca hablé hasta el momento de hoy: es un tío mayor, espigado, vivaracho y simpático con el cual me veré, prácticamente todos los días, hasta Santiago. Tomamos un estimulante refrigerio, él sigue y yo me quedo un rato más. Al poco vienen las Mallorquinas acompañadas del inestimable apoyo del Doncel de Sigüenza. Entran los cuatro en el bar y...transcribo la conversación: Oscarin: Buenas, Hmmm.. una lata de Fanta. Camarero: Lo siento, solo tenemos Trinaranjus ó Kas Oscarin: Buf, Bah, Aghh, (da media vuelta y hace mutis por el foro) 30 Intento ver la villa romana de Calzadilla, pero está a dos kilómetros y me desvía un poco , por lo que desisto y reemprendo el camino por una de las tres variantes que se presentan en ese momento. Me interno en un bosque de encinas bajas y por un camino serpenteante entre repechos y llanos que me hace desfilar ante un repetidor de telefónica recién instalado. Sigo andando mientras a voz en grito y aprovechando la soledad campestre, canto desgarradamente con mi “gran chorro de voz”. Al poco me sobrepasa un coche de la Junta de Castilla–León que me confirman la correcta dirección, contrastada con la brújula, hacia Lédigos (existencia de una bifurcación anterior sin señalizar). Prosigo mi eterna caminata atravesando el infinito trigal por una estrecha senda que me acompañará durante una hora hasta la entrada al pueblo de Lédigos. Hago una breve parada técnica, mientras me tomo un refrescante cocacola con frutos secos, en el minúsculo bar del minúsculo pueblo para acto seguido sentarme en un bordillo y apoyado, en un tapial de rojizo adobe, descansar mientras pienso en el anacronismo de un negro y brillante Mercedes 600 aparcado frente a una casa de barro medio arruinada. Es el coche del médico. Continúo hasta Terradillos de los Templarios, donde llego a la hora de comer. Me meto en el cien veces fotografiado –en todas las guías– albergue particular cuya fachada está adornada con una cruz hendida roja y flecha acodada amarilla sobre un blanco fondo que destaca del azul del cielo y que llena todo el paramento tratando llamar la atención en veinte kilómetros a la redonda. Cojo cama–cama en una habitación–habitación con otro inquilino catalán, “Perilla”, bastante simpático y correcto y con el cual también iré coincidiendo hasta el final. Me ducho, como el menú del día en el comedor acompañado de un peregrino canario que ya conocía de otras veces pero el sigue camino y yo me quedo. Después de una siesta larga doy una vuelta por el rojo y no tan monótono pueblo de adobe; hablo con Marisa, la alberguera y resulta que tiene una hija en Madrid viviendo en mi misma calle de soltero ¡El mundo es un pañuelo!. Pasa lenta la tarde entre distintas conversaciones con otras tantas distintas personas y a la caída del sol salgo a ver el pueblo de nuevo con sus típicas casas más rojas aún por la luz del sol en su ocaso. Tras los dorados montes de grano recién cosechado veo a las mujeres del pueblo mirar hacia distintos puntos. Quietas con sus pañolones y vestidos mecidos al viento, silenciosas como si de estatuas vivientes se trataran. No se mueven y mientras que con una mano se quitan el hiriente sol de poniente, con la otra se ponen saludar, como si de molinos de viento se tratara, hacia distintos puntos lejanos: son sus maridos que regresan de las faenas del campo y ellas les esperan. Me comenta alguna de estas mujerucas su enfado contra la Junta de Castilla–León por la construcción de una pista paralela a la carretera para uso exclusivo del peregrino jacobita. A mí, me parece una tontería; se anda mejor por los caminos que –en éste caso– todavía existen. En cambio a los habitantes expropiados todavía no les han pagado la tierra. (esto al menos es lo que me han contado estas gentes y no me meto en más averiguaciones.) Vuelvo al albergue a cenar con Perilla, una pareja de valencianas, un escocés cincuentón profesor en Edimburgo y el peregrino fotógrafo de Azofra que, hasta hace un rato, estaba fotografiando ovejas y rebaños de pastores. La cena discurre en animada charla y cambio de impresiones. Estoy en la etapa “Mitad del camino” según mi cartografía y cálculos. Son las diez y media y me voy a la cama a dormir después de estar de cháchara bastante rato con Perilla en nuestra compartida habitación pero no compartida cama. 31 Día 15 30 julio, viernes. Terradillos – Bercianos del Real Camino Recorrido: 24 km. Total: 400 km. Desayunamos a las siete en el mismo albergue ya que tiene bar y además es la única tienda del pueblo (es como un corte inglés en pequeñito y cuco que en nada se parece a tan renombrada cadena). Emprendo camino a la media hora con un, por ahora, tiempo fresco, despejado y ventoso. Paso de largo por el desierto y aún durmiente Moratinos y más tarde por San Nicolás del Real Camino, último pueblo de las tierras palentinas que, al poco, depositan en León. La mañana sigue fresca y alrededor de las nueve y media llego a Sahagún de Campos, donde desayuno como un rey sentado en una terraza de su plaza Mayor mientras escribo alguna que otra postal. Escucho unas voces conocidas y en un automático giro de cabeza veo al matrimonio formado por Parejita, que está descansando y reponiéndose de sus males. Según me cuentan tienen que estar tres días sin moverse para curarse la tendinitis diagnosticada por el médico. Me acerco a ver la iglesia de San Tirso, que ¡como no!, está en restauración y su interior está totalmente vacío, por lo que después de decirle a Claudia Schiffer que se llene de provisiones, reemprendo el camino pasando por debajo del arco de las ruinas del monasterio de San Benito. Me desvío a Calzada del Coto, pero regreso a mi camino planificado ya que no me merece la pena, por mucha “calzada romana” que sea, el otro ramal. Después de una calurosa marcha paso por delante de una lápida que recuerda el sitio donde murió, hace uno o dos años, fulminado por un ataque al corazón un peregrino alemán. Esto hace meditar, y entristece el corazón el pensar en la crueldad de una muerte solitaria lejos de tu tierra natal. En la Edad Media debería ser esto el pan nuestro de cada día. Hay cosas que con el tiempo no cambian; se mitigan, eso si, pero siguen iguales y siempre será así. Llego a Bercianos del Real Camino donde me encuentro, comiendo a lo bestia y en cantidad, al grupo liderado por el “experto vendado” de la etapa de la Encina. Me suben a mi cuarto. Dejo a Claudia Schiffer, tirada de cualquier forma, en la colchoneta y bajo con cuidado de no “escoñarme” escaleras abajo: el albergue está en plena fase de reconstrucción y todo, incluidas escaleras, es provisional (no hay luz ni electricidad). Me ducho y al poco llegan los tres simpáticos peregrinos navarros que me ofrecieron melón en Viana y con los que coincidiré muy a menudo a partir de ahora. Como, hago la colada, la tiendo y... a dormir la siesta. El albergue –al estar en obras– tiene muy mala fama en ciertas “guías de peregrino pijo” y lo ponen a caldo. Pero tiene algo que les falta al resto: ¡Humanidad! que hace que la estancia sea cálida y acogedora. ¡VIVA EL ALBERGUE DE BERCIANOS! Mientras exista un techo y sitio para dormir guarecido de las inclemencias del tiempo poco importan ciertas comodidades. No hagáis ascos a lo que se os ofrece. La alberguera –Lourdes– es una alegre y activa mujercilla muy simpática que se nota está metida de lleno en su parroquia y en el “mundo del camino”. Se pone a hablar conmigo mientras se dedica a hacer los cartelesy recortables, tan típicos, que se pueden encontrar clavados en cualquier iglesia de cualquier pueblo. Me saca un cesto repleto de cantos rodados para que ponga mi nombre y fecha en alguno de ellos y lo deposite en otro cesto lleno de también piedrecitas totalmente multicolores que han sido rellenadas, cada una, por un peregrino diferente. Éste es su bonito, peculiar y original libro de firmas. Más tarde me voy a dar una vuelta por el pueblo repleto de casas de adobe, grandes y derruidas muchas de ellas que todavía conservan, semisepultados y como mudos testigos de otros tiempos, los enseres domésticos y los viejos aperos de labranza: trillos de pedernal, mesas, carretas, arados, etc... Para no ser menos, la torre de la iglesia descansa, hecha 32 cisco, sobre lo que fue su base. Se vino abajo, según me cuentan los lugareños, el año pasado (hablo de 1998). Llego a la laguna flanqueada por multitud de bodegas horadadas en un talud y veo pacientemente sentado, a la puerta de su bodega, a un hombre con el que entablo amistad, Ángel Pastrana, que me destapa su vida desde la infancia hasta el presente. Su soledad se nota por sus ganas de hablar; me refiere anécdotas varias y testimonia el paso de peregrinos –franceses sobre todo– desde los años cincuenta. Me invita a pasar a su fría bodega a tomar vino en cantidad acompañado de cebolla y sardinas que acompañamos con la hogaza de pan que en una carrera recojo de mi mochila en el albergue. Ya calentados, del entumecedor frío de la bodega por el caliente tintorro con cebolla, salimos y me enseña la gran charca natural y limpia donde se dedica (cuando lo consigue) a coger cangrejos. Saca una nasa para ver si ha caído alguno, pero nada, esta vacía. Comienza a llover y como es tarde me despido de él con la promesa de remitirle una foto del cebollero festín para su colección. (Cumplí la promesa) En Madrid, a los pocos meses, escuchando un programa de radiofónico, oí cómo entrevistaban a un tal no sé qué Pastrana –no me acuerdo del nombre– que pretendía dar un concierto de cencerros y esquilas de oveja en Bercianos del Real Camino. Seguramente era hermano o primo de Ángel. Cenamos comida caliente, de camping gas, preparada por el cura y el también simpático y característico alberguero que sustituye a Lourdes (siento no haber anotado el nombre del alberguero para nombrarlo como se merece). Me pongo a hablar en inglés con un alemán bastante simpático y muy limitado por su desconocimiento idiomático del español; se llama John Oliver Haugg y está medio pachucho pasando unos días para recuperarse. Me pide que le haga una foto para mandársela por correo electrónico a mi regreso a Madrid y así lo hago. Antes de retirarnos a dormir, el alberguero y el cura nos reúnen para una oración nocturna en común. Después de ésta y de una breve charla comunitaria nos vamos –yo por lo menos– a la colchoneta que, escaleras arriba, tengo a mi disposición. Día 16 31 julio, sábado. Bercianos – Mansilla de las Mulas Recorrido: 26 km. Total: 426 km. Hoy es el último día de julio. El despertador ha sonado, tan estúpidamente insolente como siempre, a las seis y cuarto, pero como a palabras necias oídos sordos, lo ignoro y me levanto a las siete y media. Desayuno café con zumo de vaca caliente, cereales y galletas preparado por los solícitos albergueros (aprende R, “Precio: la voluntad”). La etapa de hoy ha sido bastante monótona y aburrida; la misma y eterna pista de gravilla amojonada y flanqueada por ridículos aprendices de árbol con la copa recortada a modo de esfera, de escasos tres metros de altura que más que otra cosa parecían piruletas caducadas y de cuya sombra solo se podía beneficiar un quinteto de hormigas en ayunas. Llego al Burgo Ranero y me tomo el acostumbrado café con bollo mientras hablo con el peregrino belga larguirucho que allí se encontraba. Mientras atravieso el pueblo empiezo a escuchar un ruido de fondo, extraño, al que al principio ignoro, pero que a cada paso que doy se acentúa y se hace mas fuerte. Son ranas, miles, millares de batracios cantando al mismo tiempo en la charca que hay detrás de las casas. ¡Entiendo ahora el nombre del pueblo!. Salgo de la orgía de sapos y sigo avanzando por la recta pista, llegando a las doce, bajo un sol abrasador, al aeródromo deportivo para ultraligeros de Villamarco. Me meto para 33 descansar y alimentar un poco mi vociferante estómago, paseo por los hangares, veo algún que otro “avioncillo de papel”, hago algunas fotos y conozco al dueño, un tocayo, con el que me pongo a hablar. Es curioso el cambio catártico que se produce en ciertos momentos pasando, en cuestión de minutos, del mundo rural más pobre a la tecnología más actual y puntera. Reemprendo camino y llego a Reliegos totalmente acalorado en el preciso momento en que me llaman de Madrid. El sol es fuerte y hace mucho calor, ni siquiera una ligera brisa, la pista sigue siendo aburrida y tediosa pero al final llego a Mansilla de las Mulas donde después de sellar, ducharme y lavar la ropa, me voy a comer a un bar de al lado del refugio. Tengo un problema que me está minando el ego y hace que me mire, cada dos por tres, en cada espejo que veo para ver si tengo pinta de simio o mi cara es retrato de mi trasero. Resulta que hay una pareja de peregrinas austriacas grandonas, simpaticonas y graciosillas que se empiezan a partirse de risa cada vez que me ven. Al entrar en el restaurante y verme hacen lo propio y empiezan a carcajearse. Me conmociono ruborizado, miro a los lados, miro detrás y no, no hay nadie, soy yo el blanco de sus risas. Consigo reponerme del momentáneo shock y con mi cara de gamba a la plancha, mirándolas fijamente a los ojos, procuro mentalizarlas para que se atraganten con la sopa, cosa que no ocurre y las dejo por imposibles después de saludarlas con un leve y automático movimiento de mano mientras mi boca esboza una sonrisa simplona. Doy una vuelta por el pueblo, veo sus murallas –originariamente romanas– ruinosas y mal conservadas en prácticamente su totalidad, excepto algún paño, con su cubo malamente reconstruido, entre cuya argamasa y cimientos se distinguen algunos que otros restos óseos ¿humanos?. Vuelvo a coincidir con Perilla y damos un paseo mientras intercambiamos experiencias, anécdotas, cuestiones filosóficas etc... Entre pitos y flautas se hace tarde y regresamos al albergue donde me pongo a jugar una partida de ajedrez que pierdo, pese a mi privilegiada inteligencia, contra el belga al que le dejé la gasa en Frómista (así me lo paga). Me voy al bar de detrás del albergue tocando madera para que las hienas reidoras no estén. Me tomo un bocadillo, una cerveza y... a la cama del superpoblado albergue peregrino. Día 17 1 agosto, domingo. Mansilla de las Mulas – León Recorrido: 21 km. Total: 447 km. Hoy la etapa es corta; veintiún kilómetros, a marchas forzadas, en una alocada carrera para ser de los primeros en llegar a León y coger buen sitio en los ya abarrotados albergues. Me levanto a las siete y me visto tranquilamente. En Puente Villarente nos paramos para desayunar algo rápido mientras hablamos con unos guardias civiles de a caballo. Paso a paso vamos evitando, en un principio, pisar los cientos y cientos de caracoles que a estas horas cruzan el camino de ribazo a ribazo. Llega un momento que el esfuerzo para sortearlos es tal que enseguida se empieza a oír repetidamente un sonido característico: chof–chof–chof que rompe con el característico rash–rash–rash de la bota contra la grava. Tengo ya cogido mi paso rápido y cansa mucho el ir frenándote, por lo que no espero al resto de los conocidos. Las decenas de peregrinos desembocamos en la carretera y alcanzamos el alto del Portillo. León está a la vista y nos lo hacen notar los carteles anunciadores de unos grandes almacenes cuyo logotipo es un conocido triángulo verde. Al contrario que con Burgos, esta vista no engaña y cuando ves la ciudad es que casi estás en ella como así ocurre. Son las once de la mañana y llego a León donde me dirijo lo primero al albergue que las monjas carbajalas han instalado en el gimnasio–salón de actos del 34 colegio. Las ventajas de la carrera no se hacen esperar; escojo sitio preferente y colchón de espuma que coloco encima del escenario para evitar que con la avalancha me arrinconen decenas de colchonetas. Vienen más tarde ciertos conocidos: Perilla, las dos valencianas, las tres mallorquinas, Oscarín, etc... Me meto en la ducha –caliente y relajante–, hago la colada, la tiendo en el patio de colegio y salgo rápidamente con ganas de comerme León. Es bastante normal encontrar, a la puerta de un albergue, una cola compuesta de mochilas apiladas sin dueño. Sáltatela sin rubor ya que son mochilas traídas en coche y colocadas para reservar sitio a los dueños que tranquilamente vienen “paseando” sin peso. No podré regresar antes de las cuatro de la tarde. Las reverendas cierran el tugurio; los que se quedan no podrán salir y los que salgamos no podremos entrar. Las monjitas tienen sus turnos, quehaceres y sus rezos y no se las pueden ni deben molestar. Dirijo mis pasos a la catedral y oigo lo que queda de la misa de doce. Cuando termina me pongo a admirar las catedral con sus vidrieras, que alguien dijo te hacían parecer encerrado dentro de un diamante. Me reencuentro con Nino, planeta tierra, que lleva a Luna, rodeándole el cuello, como si de estola de visón se tratara. Nos damos un fuerte y emocionado abrazo y salimos obligados por un vigilante de la catedral al cual le llama la atención la bufanda viviente del sevillano (también son ideas el meterse con un perro en una iglesia). Nos empezamos a contar cosas. Al poco veo también a Ricardo y conozco a Alejandro, señor mayor, que va con ellos y que por lo que veo están muy compenetrados como grupo. Ha sido éste un reencuentro emocionante. Nino, debido a un problema de pies –tendinitis, inflamaciones, ampollas, exceso de equipaje y de grasas, etc...– ha tenido que hacer partes de las etapas en bus y en taxi. Se van ahora, ya que quieren dormir pasado León. Me entero también de que M. J. se ha retirado: ¡Aleluya!. El encuentro me sube mucho el ánimo sabiendo que a partir de ahora nos veremos muy a menudo y entraremos juntos en Santiago: empezamos juntos y terminamos juntos. Esto es lo ideal: Conoces gentes y no te supeditas a ellos ni ellos a ti. Cada uno hace lo que quiere y al final todo acaba tan bien como empezó . Me voy a ver la ciudad y sus monumentos, aunque no consigo ver San Isidoro debido a la cola inmensa de gente que esperaba turno. Regreso con más calma a la catedral otra vez para terminar de verla, al igual que las callejas en las cuales admiro los restos de murallas con sus cubos convertidos en casas. A las cuatro y media, después de comer, regreso al albergue tras haber pasado más de cuatro horas deambulando por las calles de León; me pongo a escribir y descansar un rato en el abarrotado gimnasio. Mucha gente empieza su andadura desde León Más tarde, en otra de mis “leoninas” vueltas, me encuentro con Miguel y la canadiense Caroline. Nos tomamos un vino tinto mientras hablamos de lo acaecido hasta el momento. Sigue con el pie destrozado, levantado y apoyado en una banqueta, lleno de ampollas muy mal curadas y medio cojeando: continúa babeando detrás de la canadiense que marcha, lógicamente, a su ritmo. Se hace de noche, regreso al albergue y las monjitas nos invitan a rezar las “completas” en su capilla, nos regalan un librito de oraciones para el camino y después... a dormir. El gimnasio está totalmente repleto, no cabe un alfiler, y los que han ido llegando a lo largo del día se quedan a dormir en el patio del colegio; eso sin contar con el otro albergue ni con el campamento de la Junta de Castilla–León donde está hospedado el “trio de los navarricos” 35 Día 18 2 agosto, lunes. León – Hospital de Órbigo Recorrido: 32,5 km. Total: 479,5 km. La gente, novata e histérica madrugadora, me despierta a las cinco y cuarto después de una noche malísima repleta de grandes roncadores y las eternas y malparidas bolsitas de plástico crujientes. A las seis desayunamos un café con leche y galletas María que nos preparan amablemente las monjitas. Comienzo la andadura de hoy bajo un clima totalmente nublado, oscuro, fresco y húmedo. El camino, en su comienzo desde León, nos lleva por unos vericuetos que discurren entre las obras de nuevos polígonos y que nos obligan a dar muchos rodeos estúpidos. Traspasamos Virgen del camino, con su poco agraciada y modernista portada, para salir a una pista paralela a la carretera. Hago una primera parada en una gasolinera con tienda donde compro un batido y unas galletas de chocolate que tranquilamente me las voy engullendo mientras observo a los coches que se paran a repostar y el ya constante e interminable rosario de peregrinos que se ven por el camino. Las piernas se vuelven a mover en su rápido régimen de marcha y hago siguiente parada, más reposada, en un bar con terraza a la entrada de Villadangos del Páramo. Sello en el ayuntamiento y me encuentro con las tres mallorquinas y Oscarín. Reemprendo el camino después de cuarenta y cinco minutos de descanso bajo un cielo ya despejado y caluroso. El camino sigue siendo aburrido. La pista, de gravilla escasa, se te va clavando –parece mentira– a través de los tacos de goma de la bota y frena bastante el paso. Es incomodísimo, por lo que decido salirme a la carretera, que aunque también dura y peligrosa, no tiene gravilla. Llego a Hospital de Órbigo atravesando el gran puente medieval de origen romano, largo y empedrado, donde Suero de Quiñones mantenía sus justas en el siglo XV. O sobra puente, o falta río. Me encandilo al observar cómo unas “locuelas” peregrinas posan para fotografiarse en todas las poses imaginables sobre el “post–histórico” puente. Se las veía tan felices mientras la máquina pasaba, de mano en mano, para captar todas las combinaciones posibles sobre el “histórico” monumento. Soñaban ya con las copias que sacarían para su álbum de recuerdos y que orgullosas enseñarían a sus amistades señalando el puente y diciendo: “mira, mira el puente del paso honroso con fulanita y menganita. ¡Esta soy yo!..Ahí, que ilu me hace...”. A los pocos metros, tras dejar inmortalizada la escasa pasarela de hormigón que cruza sobre un canal, poco antes de llegar al verdadero y gran puente de piedra, me imagino que se darían cuenta de su error y volverían a repetir la sesión o correrían un estúpido velo sobre el asunto. Ya en el bonito albergue me encuentro con Perilla; nos ponemos a hablar, sellamos, nos dan cama y después de la ducha y colada de todos los días descansamos un poco de la caminata. Salgo a comprar la comida, pero es tarde y está todo cerrado. Una amable señora, al verme buscando sitio, me abre solícita y amablemente su supermercado y me vende pan y latas. Si no es por ella tengo que esperar a las cuatro y media o cinco de la tarde para poder alimentar mi estómago con algo que no sea la cara comida del restaurante. Regreso al refugio y me pongo a comer mientras vienen Alejandro, Nino, Ricardo, y Luna, que se me tira y empieza a lamerme mientras mueve el rabo desaforadamente. Ellos se van a comer y yo –ya alimentado– les acompaño para tomarme un café mientras organizamos un fondo común para los víveres. Nos repartimos los quehaceres y las compras para homenajearnos con una cena pantagruélica consistente en: arroz, pollo, bebida, pimientos, cebolla, pan, fruta, vino, etc... 36 Son las nueve y Nino se pone a cocinar el “Sayonara pollo drink”, en honor a una estudiante japonesa –Mariko– de habla hispana a la que el andaluz empieza a tomarle el pelo. Me duele la mandíbula de tanto reír y se nos acaba uniendo a la cena junto a una sosa amiga suya – polaca– con cara de alucinada por no entender nada de nada. El cotarro se va animando poco a poco mientras notamos como somos observados por un creciente número de ojos, entre envidiosos e incrédulos, entretanto el caldoso y sustancioso arroz con mondongos de pollo va desapareciendo con rapidez en nuestros estómagos. Cuando terminamos, y después de una sobremesa animada, recogemos y... a dormir. Son las diez y media y es conveniente respetar los horarios de los albergues. Alejandro duerme en hostales apalabrados debido a su edad, no a su espíritu. Día 19 3 agosto, martes. Hospital de Órbigo – Sta. Catalina de Somoza Recorrido: 26 km. Total: 505, 5 km. Hoy supero la etapa de los quinientos kilómetros. Resucitamos a las insanas nocturnas seis de la mañana y desayunamos nuestro Nescafé con galletas y fruta. Salimos, a las siete juntos, evitando el andadero de la carretera para coger la variante real del camino y poco a poco me voy distanciando. A las diez y media, después de una bonita travesía por el monte, tras pasar Santibañez, llego al crucero de Santo Toribio acompañado de un precioso pastor alemán cuyo paseante dueño venía detrás. Veo de nuevo a la japonesita Mariko acompañada de la insulsa y monogestual polaca. Al fondo, hacia abajo, se divisa Astorga. Me tomo un café en San Justo de la Vega y espero a que lleguen Ricardo, Alejandro y Nino con Luna. Nino tiene el tobillo bastante fastidiado y lo acompañamos al centro médico. Le esperamos durante un buen rato mientras desayunamos sentados cómodamente en una terraza frente al ambulatorio y cuidamos de la perrita Luna. Ricardo se va a correos y a por película para su cámara y yo me pongo a hablar con Alejandro para conocerlo un poco más: Hombre de estatura media a baja, mayor, navarro que ronda los setenta y pico, cura, reservado al principio, pero luego abierto, afable, prudente y con un espíritu de vida envidiable. Ha hecho –sigue haciendo– varias veces el camino y sus variantes desde el año 1971 conociéndoselo como la palma de la mano. Aparte, está metido en los meollos de la organización llegando a conocer al célebre y difunto Elias Valiña, párroco de El Cebreiro. En la actualidad –año 2003– es presidente honorífico de la Asociación Aragonesa de Amigos del Camino. Al final sale el doliente Nino y nos relata los consejos médicos que le han dado para su tendinitis: pie inmovilizado y tres días sin moverse... No hará caso. Me despido de ellos hasta la siguiente para moverme con libertad y poder ver la bonita ciudad. Me acerco al neo–gótico palacio episcopal de Gaudí, que para mi gusto no pasa de ser fuente de inspiración de quienes inventaron el Exin Castillos. Intento meterme en el museo del peregrino allí ubicado, pero como no hacen descuento al Jacobita, cosa que me parece muy mal, no lo veo. En innumerables museos y exposiciones a lo largo del camino existen precios especiales, si no gratuitos, para los peregrinos que demuestren, mediante la credencial su condición. Enteraros bien y os ahorraréis algunas pesetas (hoy euros). La catedral está cerrada por obras. ¡Que raro!, muchos de los monumentos importantes que he intentado ver a lo largo del camino estaban: cerrados por obra, por restauración, por descanso del personal, por cierre momentáneo, porque era lunes, porque era por la tarde, porque había mucha gente y no dejan entrar a más. En fin... Callejeo por la abarrotada ciudad, llena de turistas, peregrinos y habitantes pululantes alrededor del enorme mercadillo que hay instalado en la Plaza Mayor. Sello la credencial en 37 su característico ayuntamiento y espero a que los “maragatos” del reloj den las campanadas en la plaza. Compro una caja de disquetes para la máquina de fotos. Vuelvo a sacar dinero del cajero y continúo viendo la ciudad abriéndome paso como puedo con la mochila a la espalda a través de la multitud agolpada, impenetrable y estática. Es la una y media, por lo que decido ponerme a comer, un bocadillo y un pincho de tortilla, en el mismo bar donde hemos desayunado todos por la mañana y que no está lleno de gente. Me hecho una siesta en un jardín al lado de las ruinas de un antiguo aljibe romano y comienzo a escuchar súbitamente multitud de sirenas que me hacen incorporar para ver que sucede. Es la vuelta ciclista de Castilla–León que pasa justo por delante de mis narices abriéndose paso a toque de escandalosa sirena despejándome y rompiendo mi reposo. Me tomo un último café y reemprendo camino hacia mi lugar de pernocta de hoy. La Siesta es una práctica bastante recomendable, según dicen los expertos doctores americanos, que los españoles llevamos siglos practicando como tontos sin darnos cuenta de sus innumerables ventajas. Hace calor, bastante calor. Vuelve a aparecer la pista amojonada, aunque no es tan aburrida como la de etapas anteriores. A las seis, después de una subida tendida desde Astorga, dudo si quedarme en Murias de Rechivaldo, pero decido andar unos pocos kilómetros más hasta Santa Catalina de Somoza, donde sello, cojo cama y me ducho. Me encuentro a las tres mallorquinas y Oscarín, que sigue como siempre, pesimista, negro y pesado; le pego un par de cortes cuando se pone a hacer comentarios fuera de tono y estúpidos frente a la iglesia. Con la sana intención de tomar un bocadillo de chorizo frito o morcilla, me meto en uno de los dos bares del pueblo y empiezo a recordar Burgos: después de esperar pacientemente a que el camarero me atienda, cuando se digne a dejar de ver la televisión junto a los demás paisanos, le pido mi imaginado y ansiado bocadillo de chorizo caliente. No me hace caso y vuelve a lo suyo, por lo que ya más caliente que el chorizo que me pretendo comer, se lo vuelvo a pedir con un tono mas firme. Me contesta el desgraciado que “cuando pueda me lo hace”. Totalmente quemado con la estúpida contestación del camarero, bizcochuelo y caragamba, le replico sin cortarme un pelo que se lo haga el y lo venda en las rebajas. Lo dejo despotricando, le mando al cuerno y me voy sin mi soñado bocadillo que seguro hubiera sido caro, de pésima calidad y me hubiera sentado mal. Al poco llega un coche–tienda pitando desaforado para llamar la atención del vecindario. Compro una hogaza de magnífico pan astorgano que desaparece como provisión en mi mochila. Vuelvo al Albergue y cuando abren el otro bar, regentado por un señor mayor y simpático – hijo de un dulzainero maragato célebre y cuyo monumento está en la plaza al lado de la iglesia– nos vamos las mallorquinas, el cenizo de Oscarin y yo a cenar. Oscarín, al igual que yo, se pide un magnífico y grandioso bocadillo de lomo embuchado que abandona al tercer mordisco aduciendo a la dureza del embutido y correosidad del pan. ¡Se le hace bola!. Yo a lo mío, dando cuenta de la alimenticia flauta, devoro sin encontrar, a pesar de intentarlo, ni un pero al sublime y tierno alimento. Las mallorquinas se miran, cuchichean y se ríen... se hacen las diez, volvemos al albergue y me pongo a cotorrear con un recién conocido. Éste recién conocido y no estrenado peregrino –empieza hoy– es un madrileño de gimnasio fitness musculoso, bronceado UVA, corpulento y repeinado, que parece sacado del grupo Village people. Me empieza a dar charlas y aleccionadores consejos (leídos seguramente en el libro de la momia vendada de la etapa de la encina) sobre el camino, como se debe andar... etc. Sigue la conversación dándoselas de experto y reiterándome sus consejos. Ya cansado de tanto cotorreo fuerzo una sonrisa burlona y le digo cortándole: “Gracias, gracias, 38 pero vengo de Roncesvalles y aquí estoy ahora... ¿Decías algo?” Cambia de tema y tesitura y se va al poco a intentar camelar a otro. Haced caso relativo de los consejos y bravuconadas de ciertos “expertos” así como ignorar, dentro de unos límites, las apreciaciones sobre las rutas y cuestas. Te pueden desmoralizar sin venir a cuento. Día 20 4 agosto, miercoles. Ponferrada Recorrido: 43 km. Total: 549,5 km. Santa Catalina de Somoza – La etapa de hoy es bastante dura: aparte de las fuertes pendientes sostenidas que terminan en la Cruz del Ferro, la fuerte lluvia, la niebla y después un fuerte descenso. A esto se le suma una distancia de cuarenta y tres kilómetros que la convierten en una de las etapas mas duras del camino. Nos levantamos a las seis y nos disponemos a salir, pero está lloviendo a mares. A las siete, sin visos de que ceda, salgo. No se puede esperar más ya que hay un horario y una jornada que cumplir. Me pongo el plasticoso capote y a nadar. Al cabo de unos minutos empieza a arreciar más fuerte pero no hay remedio ni refugio, hay que seguir. Llegamos goteando (en todos los aspectos) a El Ganso y nos metemos en el bar “Cowboy” para desayunar mientras esperamos que amaine un poco. El dueño del bar de El Ganso –debe ser primo del caragamba– es otro de los timadores que andan sueltos por el mundo: pretende cobrar cuatrocientas pesetas por un mísero café y un simple donuts. Le digo que el bollo no lo quiero y me pone solo el café que, con toda naturalidad y en sus mismas narices, acompaño con un pedazo de pan de la mochila. Llevo ya muchos kilómetros para que me sigan viniendo con tonterías y me acuerdo de la chica del Kaioba en Larrasoaña que me sacó amablemente unas galletas para comer con la Cocacola que pedí. Sigo la andadura y comienza otra vez a arreciar fuertemente, lo que obliga a una parada en el saturado Rabanal del Camino. Queda menos para la mítica Cruz del Ferro, el punto más alto de la ruta a mil quinientos metros de altitud. Empieza a escampar poco a poco y al pasar por Foncebadón me encuentro al vivaracho Belga delgadillo. Hablamos un poco y sigo para coronar al fin el alto, nublado y frío, del monte Irago con su enhiesta Cruz del Ferro. ¡Estoy sobre el techo del camino! Apoyado mientras descanso, en los muros de la ermita de Santiago veo un ser extraño al que confundo al principio con un gallo venido a menos y que se me acerca en plan “coleguilla” haciéndose el gracioso para “conversar”. Lo rechazo con un gruñido y gesto hosco deseando que se meta a cohabitar en la tienda “india” que un loco disfrazado de Toro Sentado ha instalado para vender baratijas. ¡Toma ya con los folclóricos! El “Ente” del cual he empezado a hablar es un chico joven de andares travoltinos, pelo en cresta teñido de un indescriptible anaranjado–amarillento–negro–ceniza–rojizo, con las orejas totalmente horadadas, llenas de plumas multicolores que le cuelgan de los agujereados lóbulos y que va acompañado de dos especimenes femeninos a cada cual mas raro todavía: una de ellas joven y la otra no ya pasada de madura sino camino de uva pasa. Una es la madre y la otra la hija y forman, junto al Ente, un trío bastante extraño. Me enteraré por segundas personas y seré testigo privilegiado de sus “artes” para a hacer el camino en auto–stop, autobús, coche de la Guardia Civil... Presume de lo “andado” y osa dar consejos de cómo tienes que caminar... Las primeras impresiones muchas veces son las acertadas y me alegro, pese a un inicial remordimiento, haberlo despechado tajantemente. 39 Después de descansar y ver cómo Ente y su extraña pareja se camelan a unos turistas para que los lleven en coche, emprendo la marcha rodeado de una espesa niebla de diez metros escasos de visibilidad y que va desapareciendo a medida que se avanza hacia el abismo. Paso por el abandonado pueblo de Manjarín donde está ubicado el refugio de otro ser estrafalario que tiene muy asumida su condición de “último templario” y que, por lo visto, ha reivindicado en alguna ocasión el castillo de Ponferrada. Éste aprendiz de “Maestre” tiene la facultad de ordenarte caballero “por la gracia de Dios” si le caes bien. Sigo bajando, sin entretenerme en el tugurio del simpático “templario” de Manjarín, mientras el tiempo se despeja totalmente permitiendo ver un cielo azul inmaculado con un verde paisaje montañoso con Ponferrada y su humeante central térmica al fondo, hacia abajo. Al final, a la hora de comer, después de una bajada muy empinada y tortuosa se llega al Acebo. Bonito pueblo de casas de piedra y techos de matizada pizarra negro–plomiza, donde después de un buen rato de espera, debido a la aglomeración, como rodeado de caras conocidas. Descanso un poco como puedo e intento dormitar para proseguir la bajada final hasta Ponferrada (quedan unos diez y seis kilómetros todavía). Hace sol y calor, todo es cuesta abajo y decido ir por la carretera para evitar tiznarme de negro en la carbonizada senda debido un incendio reciente. Camino por la zigzagueante calzada viendo con envidia los refrescantes chapuzones que la gente se da en Riego de Ambrós. De repente, en un recodo a lo lejos, un autobús empieza a vomitar gente. Al acercarme me doy cuenta de que se trata de una cuarentena de mochilitas en fila india, sigo, los adelanto y finalmente, tras atravesar la congestionada Molinaseca sin pararme llego a las ocho, lengua fuera y nadando en mi sudor, a Ponferrada. Entro en el albergue situado al lado del castillo, y después de un férreo interrogatorio (averiguan de ésta forma quién es peregrino y quien no) me sellan la credencial, me ducho y me ubican en el sótano ya que el resto está a rebosar. Me instalo en la estrecha camilla del médico a modo de cama mientras la gente sigue llegando hasta desbordar el albergue. Limpito, rechulo, aseado y descansado salgo del “hotel”. Como buenos samaritanos nos ponemos, unos peregrinos y yo, a intentar ayudar a un paraplégico, enfundado en su maillot negro y amarillo, que hace el camino tumbado en una bicicleta especial llena de pegatinas de la ONCE. Lo dejamos por imposible ante la antipatía y grosería del hombre que se cree que tiene derecho a todo valiéndose de sus defectos. Está amargado, le mandamos al cuerno los tres y desaparecemos. Me encuentro al trío de navarros. Nos tomamos unas grandes y frescas jarras de cerveza en la plaza y más tarde nos separamos para seguir cada uno con lo nuestro. Veo en mi peripatético deambular a otro conocido –Albacete– simpático señor mayor de unos 55 años y con el que me pongo a pasear por la ya oscura ciudad. Admiramos su iluminado castillo tan ansiado por el de Manjarín y volvemos para dormir después de una cena a base de latas y pan en la cocina del albergue. Día 21 5 agosto, jueves. Ponferrada – Villafranca del Bierzo Recorrido: 23 km. Total: 572,5 km. Duermo bastante bien. Mis temores a un accidental aterrizaje nocturno desde la estrecha camilla no se materializan y me levanto descansado y fresco a las ocho. Me visto y dejo la mochila ya que mis pretensiones son dar una vuelta por la ciudad y ver el castillo en un relajante y veraniego día que me merezco. 40 Desayuno copiosamente y me dirijo a visitar el enorme castillo ponferradino (lo que queda de él) con total tranquilidad. Al salir me encuentro a Perilla, que viene de Molinaseca, nos ponemos a charlar y comentar sucesos ocurridos –ha conocido hoy al Ente– chismes y cotilleos relacionados con la sirga jacobea. Nos intercambiamos noticias de peregrinos mutuos y nos separamos para el proseguir y yo acercarme a la oficina de correos. En la larga cola de espera de la ventanilla conozco a unas recién empezadas peregrinas que van a mandar exceso de equipaje a casa ¡llevan hasta cacerolas!. Intentamos, otro peregrino y yo, hacerles cambiar de opinión en cuanto a los fundamentales sacos de dormir. No nos hacen caso medio ignorándonos y dándoselas de “pijas”; peor para ellas. Regreso al “hotel” para recoger la abandonada Schiffer y reemprendo camino inmerso en un día claro y soleado. Calmadamente mis piernas van avanzando cuando, de repente, veo en un banco, totalmente descangallado y curándose los pies envueltos en multitud de gasas, a Miguel acompañado de Caroline. Ambos hablan y veo que la canadiense quiere seguir; no puede esperarle más (lógico por su parte). El vasco implora en vano y al final hará un estúpido esfuerzo para, penosamente, ir arrastrándose tras ella. Sigo con mi ritmo abandonando al doliente vasco a su buscada suerte y comienzo a bordear la montaña de carbón que me depositará en la ciudad de ENDESA –usada en exclusiva por los trabajadores y cargos de dicha empresa– que me llama la atención por su bonita y lograda capilla moderna pero imitando románica: una preciosidad, muy lograda y con mucho gusto. Está totalmente decorada con pinturas murales, de no muy buena calidad, graciosas que imitan el románico del siglo XI y representan escenas bíblicas y apocalípticas. Siento no haber hecho fotos. La eterna, variopinta y útil flecha amarilla me deposita en Camponaraya, donde conozco a una brasileña un tanto extraña seguidora de las también extrañas tesis y teorías del infumable, para mi gusto, escritor Paulo Coelho. (Se corre el rumor sobre éste hombre que para la presentación de su libro “Jacobus” tuvo que, a marchas forzadas, hacer una rápida “peregrinación” en coche para conocer el camino de Santiago que “describía”, como protagonista, en su libro). La pobre chica, en una de sus “iluminaciones”, le dio por hacer una etapa nocturna... se perdió por unos vericuetos inaccesibles de los montes de Oca y tuvo que dormir al raso (ante la imposibilidad de seguir) en pleno campo sin prácticamente protección y a punto de coger una pulmonía. Comemos los dos un menú del día, bastante bueno y a un precio más que razonable, compuesto de: guiso de patatas con bacalao, pollo al ajillo con patatas fritas, ensalada, vino y postre que se me atraganta al escuchar las risotadas conocidas de un par de simpáticas hienas. Se me muda la cara y al darme la vuelta observo a las Austriacas mirándome con una sonrisa de oreja a oreja y emitiendo alegres sonidos guturales... Ya comido, descansado y escarnecido en público por unas señaladoras carcajadas, me tumbo a la sombra de unos modernos soportales con las piernas extendidas y el sombrero calado tapándome los ojos. Viene de repente el trío formado por el Ente, la Pasa y su hija que se me intentan pegar sentándose a mi lado (no es grande la plaza ni tiene multitud de columnas vacías para que se me sienten encima). Llevan andados veinte kilómetros y milagrosamente están impolutos, sin sudor y frescos como lechugas: Les ignoro y se van al poco rato. A partir de Ponferrada se nota muchísimo la influencia gallega. Tras un paseo agradable en el cual me encuentro, como Gnomo trufado, al Ente “descansando” en el fragor de la verdura, llego a Cacabelos donde después de un breve refrigerio me dirijo al cuartel de la Guardia Civil para que me sellen la credencial. Continúo la marcha y llego al final a Villafranca del Bierzo en donde me encamino directamente al campamento de la Junta de Castilla y León. Está abarrotado hasta la bandera, pero consigo 41 colchón, después de “fichar”, en tienda hipercompartida. Me ducho, hago la colada de hoy, y me voy a dar una vuelta por el precioso y saturado pueblo. Mientras paseo, me encuentro con Albacete y seguimos callejeando juntos. Visitamos la iglesia de Santiago y nos explican la simbología de la iconografía románica de la “puerta del perdón”, nos tomamos un refresco en el bar del albergue donde está alojado y continuamos para ver la fortaleza por fuera. Seguimos callejeando por las empinadas calles de este bonito y sobresaturado pueblo hasta que nos separamos. Sigo paseando cuando de repente, en el monasterio de San Nicolás, me entero que hay cama con desayuno incluido por mil pesetas. No me lo pienso dos veces y regreso a por mi amante, abandonada, en el abarrotado campamento de la junta. Ya de noche, ceno mis “latosos” bocadillos en un parque, frente a San Nicolás, para después de un caliente café, entrar en el albergue–hotel, ponerme a escribir el diario y a las once intentar dormir. Los fescos mochilitas (con la todavía no estrenada ropa Coronel Tapioca) que están conmigo se dedican a estar de juerga hasta las tantas, haciendo ruido y no dejando dormir. Mi opinión sobre esta gentuza que se cree con derecho a todo es cada vez más crítica. Hay momentos en los que me dan ganas de estallar, pero al fin, ya de madrugada, se van calmando y no tengo que recurrir al asesinato. Día 22 ENTRADA EN GALICIA 6 agosto, viernes. Villafranca del Bierzo – Hospital de la Condesa Recorrido: 33 km. Total: 605,5 km. A las seis y cuarto bajo a desayunar, en el transformado claustro del ex–monasterio, un Colacao con bollos al cual añado un sobre de Nescafé de mi despensa privada ante las miradas, que de reojo hacen, los mochilitas Tapioca (a partir de aquí empieza lo bueno y también las tortas en los refugios y albergues). Me pongo el capote y salgo. Está lloviendo a mares y hay una interminable caravana de andarines que recuerdan las imágenes de los buscadores de oro en Alaska. Llegamos a Trabadelo después de dos horas de natación por una carretera peligrosa, estrecha, con poca visibilidad y en obras. La entrada a Trabadelo es preciosa, por un camino a través de unos castañares enormes y densos. La gente se arremolina en un bar que está a punto de reventar; cruzo la carretera y voy al de enfrente, (diez metros escasos), que está prácticamente vacío. Insisto en el dicho anteriormente comentado: ¿Dónde va Vicente? ¡Donde va la gente! (sin palabras) Desayuno cómodamente sentado en una mesa mientras observo la pertinaz caída de la lluvia que no para y las aglomeraciones de la gente del mesón del otro lado. Conozco a uno de Cuenca –Pedro– que va con otros dos y con los que hago la etapa bajo la lluvia y sobre el barro. Pasamos por Ambas Mestas y luego al llegar a Vega de Valcarce me paro a ver y fotografiar los monstruosos pilares que sostendrán en un futuro la nueva autovía que están construyendo (en el presente ya está construida y en funcionamiento). Repongo víveres en un bar–tienda y después de otro café reemprendo la marcha. Parece que llueve menos, pero va a ratos y tengo que parar de nuevo en el porche de una rústica casa. Empiezo a sentir zumbidos y revoloteos rodeándome que achaco, en un principio, a moscas. Los “zsss–zsss” van en aumento y en los cristales puedo ver posados a los bichitos que resultan ser multitud de abejas. ¡Es una fábrica artesanal de miel!, no me lo pienso y salgo pitando para evitar posibles problemas con los himenópteros 42 El camino se va haciendo cada vez más pesado y cuesta arriba. Sobre todo la zona enfangada, empinada y pedregosa de La Faba, tengo que parar de nuevo para descansar de esta escalada que me deja sin aliento. No me puedo sentar ya que está todo empapado y embarrado, por lo que sigo un poco más y alcanzo un terreno menos tendido, con una vista preciosa de valles verdes, encajonados y abruptos, que me depositan en el último pueblo de León: La Laguna de Castilla. Como unos trozos de empanada que los albergueros me venden y descanso del ejercicio de trepada en el minúsculo albergue. Me tomo después un café caliente de puchero y... ¡A seguir! Sobre una senda prácticamente horizontal, que corona ésta parte de la sierra, veo el policromado mojón de Galicia, por lo que llamo a mi futura mujer y lo traspasamos juntos en directo. El terreno sigue siendo llano y me sitúa en otro de los puntos “clave” del camino: El Cebreiro. Volvemos a coincidir Albacete y yo, aparte de alguna que otra cara conocida. Descanso tumbado sentado en un muro de la iglesia junto al monumento, repleto de placas y recordatorios de Elías Valiña, bebo un café, paseo por el pueblo con sus típicas pallozas, que recuerdan a las casas de los cómics de Asterix y veo la iglesia prerrománica en cuyo interior está el Cáliz del milagro presente en el escudo de Galicia. Prosigo el camino y paso por el monumento al peregrino, que intenta avanzar penosamente contra el viento de la sierra. En Hospital da Condesa empiezo a escuchar unas voces y gritos lejanos: son Nino y Ricardo que me llaman desde el albergue de la Xunta; también está Pedro con sus dos eternos y silenciosos acompañantes. Accedo al pequeño refugio sobresaturado de personal y acaparado por mochilitas. Me sello yo mismo la credencial y me autoregistro en el libro ya que la alberguera no está en su puesto manteniendo el orden. Dentro no cabe ni un alfiler. Todas las literas, colchones y huecos libres de suelo están ocupados, por lo que Nino se presta a dejarme la tienda para plantarla en una explanada de hierba. Cuando llega la alberguera, al cabo de un par de horas, le pregunto si puedo instalar la tienda, a lo que me responde en el típico tono gallego lastimero que ha de hablar con la dueña del terreno. Pedimos mientras tanto unos bocadillos a un tele–paisano que no es otra cosa que el dueño del bar del Alto do Poio que se acerca, con su furgoneta, al albergue todas las tardes para tomar nota de los pedidos culinarios de los peregrinos. Entre tanto me pongo con la colada hasta que regresa el hombruco con su canasta rebosante de bocadillos personalizados (eran grandes, con mucho relleno, buenos de verdad y a un precio bastante ajustado). Reaparece la “magnífica” y “eficaz” alberguera y le vuelvo a preguntar por el terreno, a lo que me espeta –en su cargante tono quejumbroso– que no habló con la dueña. Me mosqueo, le monto un poco el cirio por la falta de organización y su incomparecencia en la recepción y me responde haciéndose la “buena” que no se atreve a decirle a nadie que no, que por eso se va a hacer sus cosas. Ésta parienta de Sibila es una caradura a la que le resulta más cómodo no ocuparse de los asuntos encomendados para ocuparse de los propios mientras los disfraza de buena voluntad. Entre tanto ella cobra u obtiene contraprestaciones de la Xunta por su nulo cometido. Me pongo a buscar urgentemente un sitio donde dormir, que al final encuentro, en el atrio de la iglesia. El sitio ideal, cubierto y con unas paredes que cortan el viento un poco. En la puerta de la iglesia, un cartel manuscrito reza: “Peregrino: Cuando llegues a Santiago reza por un niño con leucemia”. (así lo haré) Son las diez de la oscura noche y me voy junto con Pedro al atrio de la iglesia. Mientras charlamos sale a la conversación el tema de los caraduras con coches de apoyo que se aprovechan de la infraestructura del camino en detrimento del verdadero y cargado andador. A los pocos pasos saca unas llaves, se acerca a un coche que allí había aparcado, abre y saca 43 un saco de dormir... Me quedo petrificado y al día siguiente me deshago de ellos para no volver a verles el pelo. Saco el capote de plástico y lo sujeto con las pinzas metálicas a la verja de hierro del atrio cubiero para cortar el viento y la lluvia. Es hora de dormir. Día 23 7 agosto, sábado. Hospital de la Condesa – San Julian de Samos Recorrido: 28,5 km. Total: 634 km. La noche ha sido fresca y ventosa, pero agradable y caliente dentro del utilísimo y mullido saco. Me levanto con complejo de banana recién pelada y mientras preparo y rehago la mochila pasan a recogerme Nino, Ricardo y Luna para unimos en el caminar. Llegamos al Alto do Poio, donde desayunamos junto con Alejandro que nos esperaba y que ha dormido aquí. Yo, al cabo de un rato prosigo, solitario la marcha de bajada, acompañado de una magnífica vista panorámica del valle de Sarriá, hasta que de repente comienza a caerse el cielo. Me envuelvo en el largo capote y sigo la marcha cuesta abajo por un confortable caminito. Al final, con las piernas totalmente empapadas hasta las rodillas y después de atravesar alguna que otra aldea, sin ningún tipo de recurso para el peregrino, llego a Triacastela . Me meto en un bar a tomar algo estimulante, calentarme un poco y secarme un poco también. Converso con un par de nativos que me empiezan a preguntar cosas del camino cuando, poco a poco, se empieza a llenar el local de jacobitas empapados con escaso equipaje –son mochilitas– que empiezan a dar empujones y a intentar colocarse donde más les apetece sin tener en cuenta quien hay. Pego un par de pisotones y establezco mi espacio vital infranqueable para después de descansar y sellar la credencial, reemprender camino bajo la persistente lluvia. Tomo la desviación de Samos, que da un poco de vuelta, pero creo que la mayoría de la gente se irá por el camino norte que es mas corto y directo. Los primeros kilómetros transcurren por carretera, con fuerte viento en con–tra que te frena y te empapa. A los pocos kilómetros se toma la senda, totalmente arbolada, la cual va atravesando pueblecitos y aldeas que parece se hubieran estancado en el pasado. El camino sigue siendo entretenidamente bonito y la frondosidad de los árboles cortan el chaparrón, pero contra el barro no hay nada que hacer y los pies pesan y se pegan al suelo como posesos. Diviso el monasterio, repentinamente, al final de una cuesta que me deposita en el pueblo a las dos y media. Me pongo a la puerta del albergue para esperar a que abran y al poco viene el empleado de la gasolinera que nos abre para que no nos mojemos, nos dice que no nos instalemos hasta que no lleguen los responsables del albergue. Sello cuando llegan los encargados, me ducho con agua caliente, me asignan cama y como alguna que otra energética lata con pan. Aquí da gusto ver cómo trabajan estos albergueros voluntarios haciendo multitud de preguntas inquisidoras a los peregrinos, fijándose en el estado de sus ropas y en el tamaño de sus mochilas, para dar prioridad a quién realmente se la merece (que aprenda la de Hospital de la Condesa). No hago la colada por la imposibilidad del secado a pesar de tener ya bastante acumulado. Voy a ver el monasterio en visita guiada por los monjes. En su época debió ser imponente e importante, y con la mayor biblioteca de toda Galicia, pero incendios, saqueos, reconstrucciones y desamortizaciones posteriores lo relegaron al ostrascismo. Aunque el 44 cenobio no estuviera en el propio camino de Santiago, sí era conocido por los peregrinos como lugar de cura, comida y descanso, por lo que se le considera ampliamente integrado en la sirga jacobea. Se hacen las ocho y voy a misa del peregrino en el monasterio (misa del peregrino como podía haber sido misa del enfermo o de los gobernantes). Cuando termina salimos, los jacobitas, por el claustro directamente al albergue y de ahí me voy a cenar con un matrimonio que ha empezado en León y que es muy simpático y abierto. Hablando, sale a colación un pintoresco ser. Les describo su fisonomía y... resulta que es el Ente. Es aquí cuando me entero de parte de su historia esbozada en días anteriores (ver el día 4 de agosto). Se hace la hora de regresar corriendo al albergue ya que lo cierran, a cal y canto, a las diez y media. Me meto en la cama para intentar dormir después de dar empujones y manotazos a los dos roncadores que me rodean por todos lados. Día 24 8 agosto, domingo. San Julián de Samos – Portomarín Recorrido: 33 km. Total: 667 km. Me despiertan, si es que he dormido algo, los ruidos a las seis y media y me levanto con los ojos oviformes y rojos de sueño. Le hago un arreglo de mejora al capote y me voy a desayunar al bar de enfrente junto a otros peregrinos animados y despiertos. Salgo bajo una lluvia mas fina que la de ayer pero con más viento. Con el sol ya alto llego a Sarriá y repongo fuerzas en un bar de la entrada donde coincido con el Belga delgadito y con tres corpulentos y barbados franceses –Los tres caballeros– que solo conocía de vista en etapas anteriores. Hablo con ellos un rato mientras desayunamos un café con churros. Prosigo camino al poco tiempo. Callejeo por la ciudad y llego al centro cuando un letrero llama mi atención y me hipnotiza: es una pastelería que saqueo como un muerto de hambre (no soy nada goloso, por lo que achaco tal acto a una defensa del organismo que necesita azúcar en cantidades ingentes). Desde aquí se adivina otra gran oleada de peregrinos que empiezan, (desde éste punto inician la peregrinación muchos peregrinos para conseguir la preciada Compostela, que solo se otorga con un mínimo de cien kilómetros andados recorridos). Asciendo por las empinadas calles, hasta llegar al convento Mercedario que da salida al camino y continúo paso a paso y flecha tras flecha. El tiempo está que llueve, que no llueve, calor y frío, viento y calma. El camino es muy bonito, estrecho y boscoso, embarrado y pedregoso y me hace atravesar numerosos caseríos y aldeas bonitas y pintorescas que la lluvia, al mezclarse con las boñigas y orines de las “lindas vaquitas”, convierte en nauseabundas, hasta el punto de llegar a provocar arcadas en algún momento dado. Llego a Ferreiros, donde sello y cojo el único sitio que queda todavía libre: ¡en el suelo debajo de una mesa!. Me pongo a comer en la cocina y cuando termino dirijo mis pasos al bar–mesón del pueblo para tomar un café. encuentro a Nino, Alejandro, Ricardo, Juanma (empezó con nosotros en Roncesvalles) y Luna que se me vuelve a lanzar; también hay tres catalanas que se les han unido. Les acompaño con mi café mientras terminan de comer entre risas de todo el bar provocadas por el pintoresco andaluz y decido irme con ellos hasta Portomarín, por lo que vuelvo al albergue, recojo la mochila y le cedo a un peregrino canario el sitio privilegiado bajo las mesas. Salimos todos juntos, pero Juanma y yo tomamos la delantera, por un camino bonito y soleado, predominantemente cuesta abajo. Al fin divisamos Portomarín, atravesamos el 45 embalse del Miño –Belesar– por el gigantesco viaducto y subimos a la ciudad, donde vemos en la iglesia a Alejandro –traído en coche– con su típica postura: de pie, estático y apoyado en su bordón con la mirada fija en el infinito. Nos tomamos una cerveza y esperamos que llegue el resto del grupo. Mientras esperamos me encuentro con la simpática Caballona y nos ponemos a charlar un rato para al cabo de unos minutos despedirnos hasta la siguiente (no volveremos a vernos). Veo también, de lejos, a la pareja de hienas reidoras y rápidamente me escondo tembloroso, demudado y encogido, detrás de una farola rezando para que no capten mi olor con su fino olfato (estas señoritas aparecerían fotografiadas, de espaldas con la cabeza vuelta hacia atrás, en un artículo sobre el Camino de Santiago de un periódico local). Cuando llega el resto nos dedicamos a buscar sitio para dormir. El albergue y polideportivo están saturados, por lo que vamos de casa en casa buscando cama. Al final encontramos una donde alquilan habitaciones y la ladrona de la mujer les arrienda a los seis (Alejandro se queda en un hostal) una habitación para dos a mil setecientas por persona; total se saca la “meiga” nueve mil pesetas limpias. Mientras existan “tontos” que den no faltarán “listos” que reciban Yo que veo el garaje, calentito y limpio, le pregunto al calzonazos del marido que a su vez le pregunta a la bruja de su mujer, la cual accede haciéndome un “precio” por dormir en mi saco al lado de su coche: MIL QUINIENTAS. Me mosqueo y dirigiéndome al grupo en voz alta, para que se entere el matrimonio de asaltantes, les llamo timadores ladrones y sin ningún cargo de conciencia me voy a buscarme la vida. Siento no saber la calle y el número de los asaltantes, pero solo se que está cerca de la fábrica de tartas de Santiago “Ancano” ¡Cuidado por esa zona! Cenamos Alejandro, Nino, Ricardo, Montse (una de las catalanas) y yo el menú del día en un mesón que parece una lata de sardinas. Después de una corta sobremesa nos despedimos y me dedico a buscar sitio bajo unos soportales de un edificio nuevo: demasiado aislado y peligroso por lo que sigo. Al pasar por el polideportivo veo que estaba todo infectado de gente, pero vacía la parte de recepción, me meto y me instalo. Ni que decir tiene que duermo totalmente vestido, con las botas puestas y recostado sobre la mochila–sillón. No es nada recomendable, en zonas urbanas, dormir en sitios aislados o de poco tránsito. Te puedes exponer, como mínimo, a que te saqueen en un abrir y cerrar de ojos. Día 25 9 agosto, lunes. Portomarín – Palas del Rey Recorrido: 21 km. Total: 688 km. Amanezco a las cinco y media después de una noche infernal en la que la gente ha ido llegando borracha y tambaleándose hasta altas horas de la madrugada. Vomitinas, orines, gritos... Panda de desgraciados imbéciles que se podían haber ahogado en el pantano de Belesar. La perrita Luna tiene las patas inflamadas y las almohadillas totalmente agrietadas, se nota que cualquier paso es un suplicio para ella, por lo que el amo le rocía las plantas con un spray que parece pintura metalizada de aluminio y que hace que vaya dejando unas bonitas huellas plateadas y perfectamente contorneadas allí por donde va pasando. Desayuno con todo el grupo de conocidos que salen a las ocho. Me quedo para ver un poco el pueblo y la iglesia, trasplantada a su ubicación actual durante la construcción del embalse del Miño. Sigue lloviendo, y el pueblo se empieza a llenar de gente y de puestos de mercado cuando de repente, descendiendo de un autobús de línea, aparece Ente. Me mira, le miro y vuelve rápido la cabeza para desaparecer entre la multitud... 46 Son las diez y es hora de pensar en irse, por lo que me meto a tomar un café, junto a los tres caballeros franceses, en el hotel NH y aprovechando los inmaculados y buenos aseos, lavarme como puedo y demás cosas. Salgo hecho un pincel y me voy. Atravieso el Miño por una pasarela larga y estrecha que desemboca en una senda boscosa que zigzagueante se une al poco tiempo a la carretera. Comienza de nuevo a llover fuertemente, pero enfundado en mi plástico no me importa en demasía. Me encuentro con Juanma acompañado por una de las catalanas y seguimos juntos bajo la lluvia para paramos a repostar, poco después, en un bar que repleto de peregrinos guarecidos, me hace recordar la escena de los hermanos Marx en el camarote. Nos tomamos un tentempié y seguimos nadando estilo caracol. La lluvia cesa y asoma el sol que empieza a calentar húmedamente. Avanzo, ya solitario, a través de incontables aldeas y caseríos para al cabo de varios kilómetros comer algo caliente en un bar pestilente de una aldea también pestilente. Continúo la marcha rodeado de verdor y zona boscosa y me vuelvo a encontrar con Juanma. Al poco tiempo, vemos pasar a un todoterreno de la Guardia Civil con el Ente dentro (se ha hecho el enfermo para que le lleven a Palas). Mientras le cuento a Juanma la historia del hominicaco llegamos a Palas del Rey a las siete y media de la tarde. Nos metemos en el saturado polideportivo y nos unimos al resto que nos han reservado sitio. Nos lavamos y aseamos estilo gato como podemos y bajo un momento al pueblo a comprar un par de calcetines gordos que sustituyan a los desgastados que llevo puestos. Me encuentro a los roncadores de Samos y nos quedamos hablando un rato. Al final, tras mucho esfuerzo mental, llegamos a la inequívoca conclusión de que ya queda menos. De regreso en el campo de concentración veo que el pobrecito Ente enfermo está jugando un partido de fútbol con unos yogurines a los que, seguramente, habrá encandilado con su verborrea ¡Será payaso!. Nos acostamos a las once en nuestro círculo de siete cuyo centro es la jaula plegable de Luna y cuando apagan todas las luces nos dormimos... como podemos. Día 26 10 agosto, martes. Palas del Rey – Ribadixo de Abajo Recorrido: 26 km. Total: 714 km. Amanecemos a las seis y media y desayunamos como hemos dormido: juntos y revueltos. Me quedo en el pueblo hasta las nueve y sello la credencial en el ayuntamiento cuando al fin lo abren. Prosigo, más bien empiezo, la marcha de hoy. El día está medio despejado y el paisaje sigue siendo precioso: plagado de robledales densos y oscuros, castaños y eucaliptales altos y aromáticos. Alcanzo a Juanma que va con la canadiense Caroline (¿Dónde estará el “probe Miguelito”?) y hacemos una parada técnica y obligada en una alquería típica de piedra convertida en bar, muy bonita y que está justo en el mojón de La Coruña. Para celebrarlo nos tomamos un enorme y rico bocadillo de chorizo al vino con una cerveza por sólo doscientas pesetas. (En otros sitios café con donuts por cuatrocientas...) Volvemos a caminar las decenas de peregrinos, en casi permanente caravana, cuando aparece Mellide. Nos separamos después de tomarnos una refrescante cerveza en jarra de medio litro mientras vemos, a través de las cristaleras, a las mujerucas cociendo pulpos en los tenderetes instalados en plena calle. Veo el pueblo y me meto, junto a otros peregrinos, en la iglesia donde el cura nos explica los problemas que tuvo cuando la parroquia era albergue, problemas derivados de las subvenciones y burocracias de la Xunta, haciéndonos también partícipes de las historias de 47 ciertos peregrinos franceses que hacían del albergue “casa propia” impidiendo la entrada al resto de los jacobitas. Como un pincho en un bar a la salida de la población mientras descanso y escribo. Levanto la cabeza y veo a través del ventanal a un pobre peregrino corriendo –arrastrándose más bien– como puede con la pata totalmente vendada y a punto de separarse de su cuerpo. ¡Es Miguel! Salgo corriendo y lo llamo antes de que llegue a Santiago. Me cuenta que va detrás de Caroline (lo había supuesto) ya que se enfadaron y ella metió la quinta velocidad dejando al doliente varón tirado en la cuneta. No se “entretiene más para poder alcanzarla” –textual– y se va como puede tratando de encontrar a su francoamericana musa (no me manché, en un ataque de risa los pantalones, de milagro pero la situación no fue para menos). Reemprendo el camino, y viendo un lavadero a la salida del pueblo aprovecho para lavar mis propios trapos sucios. Una gallega, que estaba haciendo lo propio, me quita la colada de las manos y se pone a lavármela con todo cariño mientras me enseña la técnica del frota–frota y me reprocha mi ineptitud para el arte del lavado. Agradecido me pongo a hablar con ella y la inmortalizo en acto tan servicial. Cuando termina, con lo mío y con lo suyo, desaparece por arte de magia y yo me quedo descansando de tan agotador esfuerzo. Aparecen, al poco, otros peregrinos, que viéndome con la ropa tendida (la tendí yo sólo, sin ayuda de nadie) se ponen también a adecentar sus pertrechos. Más tarde vienen Alejandro, Nino y Ricardo y se ponen a hacer lo mismo. Aprovecho el ejemplarizante momento de ver a la gente trabajar para comerme los bocadillos cómodamente tumbado a la sombra del lavadero. Después de secada la ropa reemprendemos juntos el camino de nuevo. A media tarde, medio fundido por el calor, me separo momentáneamente del grupo al divisar una tienda en una aldea. Compro una tableta de chocolate puro, y me tomo media en un santiamén; lo necesitaba. Al rato viene Alejandro y se pone a hablar con la mujer del bar– tienda–posada: la conocía de cuando era pequeña en una de sus antiguas peregrinaciones, ¡Que tío!. Nos tomamos un refresco y al poco nos volvemos a juntar con el resto que nos esperan descansando un poco más abajo. Los últimos seis kilómetros de llegada hasta Ribadixo son pesados; una cuesta arriba pronunciada y una pendiente de bajada bastante fuerte que nos deja en el albergue (un antiguo caserío reformado) muy bonito pero muy lleno, por lo que en lugar de darnos cama, nos dan tienda de campaña mala, con agujerillos, sin suelo y en plena pendiente. Tocamos madera para que no llueva esta noche y no nos embarremos. Nos instalamos, duchamos, sellamos, descansamos y Ricardo se va a acompañar a Alejandro a Arzúa, para instalarlo en una pensión. En vista de esto, es el encargado de traer comida. Llega el catalán a las diez y nos ponemos a hacer rápidamente unos spaghetti con pimiento, ajo, tomate y carne picada. La cocina del albergue es desastrosa, no tiene ni un cacharro, está de grasa y sucia hasta la bandera, no hay nada para limpiar y para colmo una vaca peregrina entrada en años y sobrada de kilos me empieza a aleccionar para que limpiemos todo con nuestras toallas cuando terminemos, a lo que le contesto, bastante impertinentemente y quemado, que como no tenemos toallas nos deje su jersey –que es bastante grande– para poder limpiar lo que manchemos. Al poco, el unicelular bóvido, le exige más que le pide a Nino la navaja suiza para hacerse un bocadillo, a lo que el sevillano se la niega aduciendo su imposibilidad por tratarse de una navaja de alquiler. A estas alturas estamos como para que ciertos personajillos se hagan los listos. Conseguimos cenar a prisa y corriendo mientras los albergueros nos empujan apagando y encendiendo las luces repetidamente por lo que optamos, en unánime consenso, dejarlo todo guarro (como estaba). Nos vamos a la tienda a dormir. Mañana será otro día, el último día de gran caminata. Hoy hemos superado la etapa de los setecientos kilómetros. 48 Día 27 11 agosto, miércoles. Ribadixo de Abajo – Monte del Gozo Recorrido: 34 km. Total: 748 km. El grupo sale a las seis y media pero, como siempre, me quedo más en el saco y me vuelvo a dormir levantándome poco después para ponerme a desayunar en un bar de camino a Arzúa a donde llego a las ocho y media después de una pendiente bastante fuerte. El cielo está encapotado, lo que ayuda a poder ver totalmente recortado y con mucha nitidez, sin necesidad de cristales ahumados, el tan temido eclipse del fin del mundo. Son alrededor de las once cuando comienza a oscurecerse un poco todo; los gallos se ponen a cantar al unísono, la luz se torna cálida y macilenta a lo que contribuye la escasa luminosidad provocada por las nubes. Se ve perfectamente el disco del sol comido por un gigantesco mordisco de la luna. Inmortalizo el evento y me tomo un café en una aldea mientras descanso viendo como pasan innumerables peregrinos caballistas. Al poco de continuar supero al grupo de los madrugadores y paro más adelante, en un descanso, con más gente conocida con la que estoy un buen rato charlando mientras veo venir a Juanma, Caroline y Miguel, con su pierna vendada y cojeando como siempre. Estoy un rato con ellos y reemprendo camino hasta el alto de Santa Irene donde, a modo de comida, me tomo un bocadillo con Alejandro, Nino, Ricardo y Luna (escondida debajo de la mesa). Por la tarde, hago la etapa íntegra con ellos. Es todo bajada excepto el tramo que nos deja en Lavacolla, que es una cuesta bastante pesada e incrementada por ser final de etapa y estar deseando llegar. Nos dedicamos a buscar sitio para pernoctar, pero no hay nada, está todo ocupado, por lo que se decide seguir hasta el Monte del Gozo. Cuando Alejandro nos advierte de una cuesta, entonces no hay que preocuparse; pero cuando suelta la palabra “cuestecica”, hay que prepararse para escalar el Himalaya... Yo tengo el pie destrozado desde hace bastantes kilómetros, justo el último día. No me atrevo a quitarme la bota, por lo que sigo a duras penas con complejo “miguelero”. Alejandro, como buen conocedor del camino, sabe que hay que dar un gran rodeo para llegar al Monte del Gozo ya que rehicieron el camino por extraños vericuetos cuando rectificaron la carretera. Tomamos N–634, que nos acorta en casi dos kilómetros la distancia. Esto se agradece cuando tienes un pie al “tresbolillo” y finalmente llegamos al Monte del Gozo a las nueve en punto. Alejandro se va en taxi a Santiago para pernoctar; mañana volverá para terminar su enésima peregrinación. Llamo a Madrid para dar la noticia del “finis peregrinationem” que aunque no esté todavía en Santiago la considero finalizada ya que mañana solo es un paseo “triunfal” de cuatro kilómetros totalmente descansados. Sellamos y nos dan colchón, Pikolín de muelles, en el auditorio puesto que los barracones están todos ocupados. Nos duchamos, me veo el pie y...¡Era una puñetera ampolla! Si lo sé me la pincho por el camino. La cosa tiene delito: me paso toda la peregrinación sin ampollas, exceptuando las del primer día y la desgraciada me fastidia el último tramo. Para celebrar la llegada, ya limpios, purificados, sin la ampolla y repuestos, nos vamos a una de las cafeterías del Monte a tomarnos una hamburguesa al más puro estilo americano. Nos sabe a gloria esta porquería de ¿carne? prensada inyectada de grasas y conservantes. El Monte es una miniciudad llena de barracones pequeñitos en los cuales están las literas. Posee también: Cajeros, bares, cafeterías, lavandería, supermercado, tienda de fotos, recuerdos, autobús, etc... En invierno es usado fundamentalmente como residencia y albergue de estudiantes. Tiene espacio para tres mil camas y ochocientos colchones. Merece la pena conocerla si se va a Santiago. 49 A las doce y media nos vamos a la cama (nunca habíamos trasnochado tanto) pensando en el fresco y descansado paseo de mañana mientras recordamos los momentos pasados. Hoy ha sido la última caminata: treinta y cinco kilómetros aproximadamente. Día 28 12 agosto, jueves. Monte del Gozo – Santiago de Compostela Recorrido: 4 km. Total: 752 km. Nos despertamos a las siete y media para, con toda calma, vestirnos, rehacer la mochila aligerándola de cosas ya innecesarias y salir. Hemos quedado con Alejandro en la puerta de salida del Monte pero no lo vemos, esperamos y el tiempo pasa, por lo que me barrunto que ha habido una mala interpretación del lugar de cita. Me dirijo a otra de las puertas de entrada, y efectivamente ahí está de pie, esperando paciente y estático apoyado en su bordón. Comenzamos el paseo triunfal y nos metemos en un bar que Alejandro conoce de otras veces donde los dueños nos invitan a vino de Ribeiro y café. Seguimos y empezamos a meternos en Santiago por su parte moderna; poco a poco aparece la antigua y vemos ya los espadones de la catedral asomando por encima de los tejados de las casas y destacando sobre el impoluto cielo azul. Llegamos a la plaza de las platerías y nos empezamos a encontrar a todo el mundo: Mauro, Los tres caballeros, Belga delgaducho, Mallorquinas, etc... De repente un silencio en lo alto de la escalinata se cierne sobre nosotros, permanecemos todos callados durante un rato. Es la emoción. Lo hemos hecho. A Nino se le humedecen los ojos mientras piensa, al igual que el resto, que pena haber terminado... ¿Ahora que? Desayunamos para celebrarlo y nos seguimos encontrando con más conocidos, contamos experiencias, anécdotas, charlamos y después de un rato nos separamos hasta las dos. Callejeo, veo cosas tranquilamente, paseo por la muchedumbre, sigo viendo conocidos, observo las largas colas de la catedral y la de la oficina del peregrino para la obtención de la Compostela. A la hora prefijada llego a la puerta del Hostal de los Reyes Católicos. Espero y espero, pero no viene nadie por lo que me voy a comer por mi cuenta una gran fuente de calamares fritos con ensalada a modo de homenaje. Cuando termino el festín me integro en la cola para la obtención de la Compostela. Al cabo de dos horas, son las cinco y cuarto, me la dan y vuelvo al Obradoiro, donde me llama Alejandro que está con sus amigos de Zaragoza en la terraza del Hostal. Me invitan a una cerveza, se van y me quedo con Alejandro. Esperamos al resto de la gente, que no vienen, y nos dirigimos a las seis y media a las platerías. Seguimos esperando y por fin se dignan aparecer. En éstas estamos cuando, de repente, reconozco en una persona a un “amigo” de Madrid que después de ponerse a hablar brevemente conmigo desaparece para volver arrastrando al resto de la “familia Telerín” –tía, suegra, mujer, hijos, cuñados, periquitos, etc...–. Se quedan todos rodeándome con cara bobalicona, cuchicheando y mirándome de arriba abajo. Hacen un par de estúpidas preguntas y desaparecen todos cloqueando como cigüeñones... (si se dan por aludidos, me importa un rábano). Como sigue sin haber planes claros, Alejandro y yo nos hartamos y nos vamos a cenar tranquilamente un menú los dos solos. Me cojo más tarde el bus de vuelta al Monte del Gozo y Alejandro se queda en su pensión. 50 Me encuentro al recién llegado Perilla con el que me tomo una cerveza en uno de las cafeterías del Monte y después, ya en el auditorio coincido con el matrimonio de Samos. Nos ponemos a hablar y hablar hasta que nos dormimos. Día 29 DESPEDIDA 13 agosto, viernes Me despierto a las ocho y me visto tranquilamente, hoy no tengo que andar por lo que me dirijo a la parada del autobús que me dejara en Santiago. Se ven por la carretera multitud de peregrinos goteando hacia de la ciudad. De camino a la catedral, me encuentro con Alejandro, que está hablando con el italiano Mauro que está tirado en el suelo en medio de la calle y encima de una colorida alfombra tocando uno de sus extraños instrumentos.... Nos tomamos otro café y me empieza – Alejandro– a explicar cosas sobre el camino, el politiqueo de las organizaciones y asociaciones, cómo le mutilaron el texto de la credencial y cambiaron las palabras que hacían referencia al cristianismo por otras mas “políticamente correctas”, etc... Mas tarde se nos unen Juanma, Nino y Ricardo que se ponen a desayunar, estoy un rato con ellos y me voy a ver con calma Santiago no sin antes enterarme de la hora y sitio de reunión para ir a la comida de despedida. Me dedico a ver San Martín Pinario y San Paio de Antealtares, preciosas iglesias convertidas en exposiciones llenas de iconografía, objetos, pinturas, etc... que desaparecerán cuando termine el “Xacobeo 99”. Me meto a ver “Santiago virtual”, consistente en una muestra del Camino de Santiago a través de la informática multimedia. Interesante y que rompe, por la tecnología, con las exposiciones y museos que he estado viendo antes. Cuando termino son casi las dos por lo que me dirijo al punto de encuentro en los Reyes Católicos y nos despedimos de las catalanas a las que les sale en breve su tren. El resto vamos a comer a una especie de mesón situado en la calle de Matías Montero, bastante agradable con terraza cubierta por techado de rafia. Pedimos el menú del día, consistente en churrasco de cerdo en abundancia, patatas fritas, caldo gallego, ensalada, vino y postre. Después de la pantagruélica comida y los brindis consabidos, nos despedimos todos de todos, ya que Alejandro se va hoy, y los demás gotearemos mañana a lo largo de todo el día. Acompaño a Alejandro a su habitación, que me la traspasa, dejo la mochila y me dedico más tarde a ver el museo de la catedral, al cual accedo gratis tras presentar credencial (al simple mortal le cuesta quinientas pesetas). Paso las horas tontas en el interesante museo viendo, entre otras cosas, la recién colocada restauración–reconstrucción del antiguo coro pétreo del maestro Mateo y también la reproducción en madera de todos los instrumentos de los ancianos apocalípticos de una de las arquivoltas del pórtico. Cuando termino, me compro algo de cena y me voy a la ex– habitación de Alejandro a cenar mientras hago la colada y la tiendo en la terraza. Decido afeitarme la luenga barba –de una treintena de pelos mal crecidos– de la cual me deshago con pena y mucho dolor, casi llorando, al cabo de un buen rato (La cuchilla casi no corta y me pego unos tirones bestiales). Salgo, me tomo un café en los Reyes Católicos y después me quedo alrededor de una hora escuchando a una banda de tunos que están cantando en los soportales de la Xunta. Sigo mi paseo y me pongo a ver y fotografiar Santiago y sus edificios iluminados por la noche. A las once y media vuelvo a la habitación y me meto en la cama a dormir. Mañana viene Tema a buscarme y hay que madrugar para recogerla en la estación a las nocturnas siete de la mañana. 51 Con el abrazo al Santo y la visita a la cripta terminaré mañana la peregrinación a Santiago de Compostela, pero no tocaré el parteluz del pórtico ni “el santo de los croques” pues lo considero una destructiva forma de superstición. Como cantaba Jorge Cafrune: Por un camino de España camina mi corazón. Antes no se conocían, hoy son amigos los dos... El Camino nunca es triste, lo entristece la canción si el caminante le cuenta sus desvelos, su pasión... CRONOLOGÍA ALREDEDOR DEL CAMINO –74 36 a 44 40 44 apr. 68 310 410 apr. 415 473 480 569 622 632 638 708 apr. 711 712 718 733 755 756 776 apr 778 780 800 814 824 830 apr. 842 842 847 Fundación de Pompaelo –Pamplona– por Cneo Pompeio Apostolado de Santiago en España 12 de enero. Legendaria aparición de la Virgen en carne mortal a Santiago en Zaragoza Decapitación de Santiago Ap. por Herodes Agripa I Establecimiento del campamento romano de la Legio VII Gémina. Origen de la ciudad de León Nace Dídimo Alejandrino “el viejo”, maestro de san Jerónimo, que hace la primera referencia de la predicación de un apóstol (sin identificar su nombre) en Hispania. San Jerónimo, en sus comentarios a Isaías, concreta la predicación en Hispania de Santiago el Mayor. Con antecedentes celtíberos, Sigerico pone nombre a Castrojeriz “Castrum Sigerici” En la villa de Berceo (Rioja) nace san Millán (muere en el 574, según sus cronistas, después de 101 años de vida) Nace san Benito de Nursia; fundador de la regla Benedictina Primera documentación escrita en la que aparece un obispo de Iria Flavia –Andrés–. La sede Iriense, subsidiaria de la de Braga, debería existir con anterioridad por los restos arqueológicos del subsuelo Mahoma, un ser desconocido hasta entonces, crea el Islam. A partir de esta fecha empieza a computarse el calendario musulmán. Muere Mahoma Los “nuevos” musulmanes invaden Jerusalén San Adelelmo escribe, a principios del siglo VIII, unos versos que citan la peregrinación del apóstol Santiago en España Tarik Ibn Yazid con el grueso de sus tropas musulmanas desembarca en Tarifa. Con anterioridad se habían producido desembarcos de avanzadilla y reconocimiento Conquista de León por los Musulmanes Coronación de Pelayo como primer rey de Asturias y León Primera victoria cristiana frente al Islam en Covadonga. La reconquista ha comenzado y terminará en 1492 Reconquista a los moros de la ciudad de Logroño El padre de Carlomagno –Pipino– en lucha contra los Lombardos, entrega al papa las tierras conquistadas lo que da origen a los Estados Pontificios Son redactados por el Beato de Liébana los “comentarios al apocalípsis” Batalla de Roncesvalles. Muerte de Roldán y sus doce pares junto al arzobispo Turpin Aparición de un himno a Mauregato en el que se consagra a Santiago como patrón de España Carlomagno, el de la barba florida, es investido en Aquisgrán como Emperador de Occidente Muere el emperador Carlomagno Segunda batalla de Roncesvalles entre Iñigo Arista y Ludovico Pío Descubrimiento por Pelayo de la tumba del Santo cerca de Iria Flavia y levantamiento de la primera iglesia, de reducidas dimensiones –opus parvum–, por Alfonso II el Casto Muere el rey Alfonso II. Impulsor de la peregrinación Batalla legendaria de Clavijo entre Ramiro I contra Abderraman II. Origen del falsificado “voto de Santiago” Fallece el obispo Teodomiro; protagonista del descubrimiento de la tumba del apóstol Santiago 52 856 869 872 874 Repoblación de Astorga Fundación del Cenobio de San Félix de Montes de Oca (¿836?) Derribo por Alfonso III el Magno de la primigenia iglesia de Santiago levantada por Alfonso II Alfonso III dona a la catedral de Santiago una cruz, similar a la de los Ángeles de Oviedo, que posteriormente fue robada a principios del siglo XX 884 Fundación de “Caput Castellae” –Burgos– por Diego Porcelos bajo el reinado de Alfonso III 885 Donación de Alfonso III a la iglesia de Santiago. Es el documento más antiguo que se conoce con la mención de “tumba del apóstol”. Era obispo, de Iria, Sisnando 899 Alfonso III consagra la nueva iglesia de Compostela y hace donación con una claúsula diplomática en la que exhorta a la acogida de pobres y peregrinos. Primer documento, por tanto, que vincula a Santiago con la hospitalidad. 910 Guillermo I de Aquitania funda Cluny 910 León se convierte en capital del reino por el rey García I en detrimento de Oviedo 923 Ordoño II de León conquista Nájera 926 Concilio del Monte Irago –Foncebadón– por el rey Alfonso IV el Monje 939 Ramiro II, García Sánchez I y Fernán Gonzalez vencen en Simancas a Abd–el–Rahman III. Se “aparece” san Millán; origen del voto que lleva su nombre 950 Se escribe el manuscrito de la peregrinación de Gotescalco –obispo de Le Puy– a Santiago de Compostela; uno de los primeros peregrinos célebres conocidos 958 Primera documentación escrita del ya existente monasterio de Irache y de su, por entonces, abad Teudano 959 Derrota y captura del Conde de Castilla, Fernán González, por Abderraman ayudado por los Navarros en la batalla de Cirueña 964 Primera documentación escrita en Castellano. (Anotaciones marginales en el Códice 46 de las Glosas Emilianenses de San Millán de la Cogolla) 966 Fundación por Sancho I del monasterio de San Pelayo en León, actual San Isidoro. 974 Primer fuero castellano que se celebra en Castrojeriz bajo el condado de Garci Fernández 988 Almanzor arrasa León y la destruye 997 Toma de Santiago y destrucción de la basílica prerrománica por Almanzor. Será reconstruida en poco tiempo por san Pedro Mezonzo con la ayuda del rey Bermudo II el Gotoso de León 1002 Muere en ¿Medinaceli? Almanzor de regreso de su última aceifa en la que quema el monasterio de San Millán 1019 Nace en Viloria de Rioja santo Domingo de la Calzada 1023 Restauración por el rey Sancho Garcés III de la Catedral de Pamplona 1027 apr. Construcción, por Dª Mayor, del puente sobre el Arga en Puente la Reina. Otros Historiadores sostienen la teoría de que fue doña Estefanía, mujer de García Sánchez III. 1035 Creación del Reino de Castilla. Fernando I el Magno es su primer rey. 1044 Muere san Gregorio Ostiense. Maestro de santo Domingo y gran impulsor del camino 1044 Construcción por Santo Domingo del puente de su ciudad; Santo Domingo de la Calzada 1047 Fundación del monasterio cluniacense de San Zoilo en Carrión de los Condes 1054 Batalla de Calahorra. Segunda aparición de Santiago “matamoros” acompañado, también de San Millán 1054 Fundación de Santa María la real de Nájera por el rey García Sánchez III, rey de Navarra, como ofrenda por el éxito en la batalla de Calahorra 1054 En Atapuerca muere el rey García Sánchez III de Navarra a manos de Sancho Fortún; vasallo de Fernando I el Magno, rey de Castilla. 1063 Consagración de la iglesia –panteón real– de San Juan y San Pelayo, en León, a san Isidoro cuyas reliquias son traídas desde Sevilla 1066 Dª Mayor, viuda de Sancho Garcés III de Navarra, funda en Frómista la iglesia de San Martín 1072 Probable fecha de la concesión a los monjes de Auryllac del Cebreiro por parte de Alfonso VI el Bravo de Castilla 1073 Se termina de reconstruir la catedral de León arrasada por Almanzor años atrás 1075 Villafranca de Montes de Oca deja de ser sede episcopal a favor de Gamonal para ser traspasada definitivamente a Burgos 1075 Comienzo de la construcción definitiva de la “nueva” concatedral de Santiago 1077 “Concordia de Antealtares” entre el obispo de Santiago Diego Peláez y el abad del monasterio de San Pelayo de Antealtares con motivo de las disputas por los terrenos para la construcción del ábside de la nueva catedral 1080 Nace en Quintanaortuño San Juan de Ortega 1081 Se construye bajo Alfonso VI de Castilla, la catedral románica de Burgos 1082 El obispo Osmundo manda reconstruir y reforzar con “hierro” el puente de madera de Puebla de San Pedro; de ahí su nombre actual derivado de “pons ferrata”; Ponferrada 53 1085 1090 1092 1095 1095 1095 Fundación de la ciudad de Sahagún por el abad Bernardo, futuro arzobispo de Toledo Fundación por el rey Sancho Ramírez I de Aragón de la ciudad de Estella El Cid arrasa la ciudad de Logroño en su camino hacia Valencia Urbano II convoca la primera cruzada a Tierra Santa Alfonso VI de Castilla concede el primer fuero a la ciudad de Logroño El 5 de Diciembre, por la bula “veterum sinodalia” de Urbano II, la iglesia de Santiago deja de ser concatedral para convertirse en catedral y desligarse de Iria Flavia y por tanto de Braga 1095 Fundación de la orden de los Antonianos en Francia 1099 Muere Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador 1100 Se comienzan las obras de la nueva Catedral de Pamplona 1101 Gelmirez se hace cargo de la diócesis de Compostela 1103 Concesión por parte del Rey Alfonso VI de Castilla al ermitaño Gaucelmo del monte Irago para la construcción de un monasterio y hospital de peregrinos 1108 Gelmírez repuebla Cacabelos, consagra su iglesia y la añade al cabildo Compostelano 1109 Mueren Santo Domingo de la Calzada y su protector el rey Alfonso VI 1116 Gelmírez recibe de doña Urraca de Castilla la cabeza de Santiago Alfeo (traída desde Coimbra). El relicario se haría en 1322 1117 Sublevación contra Gelmirez y doña Urraca de Castilla, que provoca el Incendio de la catedral de Santiago 1119 Fundación por Hugo de Payns y otros caballeros de la “Orden de los pobres caballeros de Cristo”, llamada más tarde “Orden de los Caballeros del Templo de Salomón” y más tarde “Caballeros del Temple” 1120 Santiago de Compostela se convierte en Arzobispado gracias a Gelmírez. En 1124 se ratifica ésta dignidad y se hace perpetua 1122 Calixto II proclama año Santo Compostelano a todo aquel que el 25 de Julio coincida en domingo 1122 Concesión de fueros a Puente la Reina por Alfonso I el Batallador, rey de Aragón 1127 Consagración de la nueva catedral de Pamplona 1129 Se comienza a escribir el libro de donaciones y privilegios de la catedral; más conocido como “Tumbo A” 1131 Anexión de Castrojeriz al reino de Castilla por Alfonso VII el Emperador 1135 Coronación de Alfonso VII como rey de las Españas en León 1140 Muerte del Obispo Gelmirez 1145 apr. Escritura del códice Calixtino de Aymeric Picaud. Obra recopilatoria y primera guía del Camino 1146 Alfonso VII, rey de Castilla, funda un monasterio que cedería a los antonianos. Es el monasterio de san Antón cerca de Castrojeriz en pleno camino de Santiago 1157 Comienza la construcción, bajo Sancho III el Deseado, rey de Castilla, de la encomienda templaria de Villalcázar de Sirga 1158 Comienza la construcción de la catedral de Santo Domingo de la Calzada 1158 Fernando II de León cede a la orden de San Juan el Monasterio de Santa María de Portomarín 1163 Muere en Nájera san Juan de Ortega 1165 Fundación por parte de Diego Martinez Sarmiento, mayordomo de Alfonso VIII el de las Navas, del monasterio de Benevívere en Carrión de los Condes. Hoy en ruinas 1168 Fernando II de León concede al maestro Mateo una pensión vitalicia de 100 morabetinos para que termine la inconclusa catedral 1170 apr. Construcción de la Iglesia de Santa María de Eunate bajo el reinado de Sancho VI el Sabio, rey de Navarra 1170 Se funda en Cáceres, con apoyo de Fernando II de León, la Orden de Santiago 1174 Fundación por el conde Nuño Pérez de Lara del Hospital de Puente Fitero. Hoy llamado –lo que queda de él– Ermita de san Nicolás 1178 Fernando II de León concede a los Templarios el castillo de Ponferrada –el cual reconstruyen y amplían– siendo maestre provincial del Temple Guido de Garda. 1181 Fernando II de León ordena repoblar Mansilla de las Mulas 1185 Nace en Frómista san Telmo, patrón de los marineros. Muere en Tuy después de predicar por las costas gallegas. 1187 Fundación, por parte de Alfonso VIII el de las Navas, rey de Castilla y su mujer Dª Leonor, del monasterio cisterciense de las Huelgas en Burgos. Las obras habrían comenzado unos años antes 1188 Colocación por el maestro Mateo de los dinteles del pórtico de la Gloria 1192 Alfonso VIII concede fueros a la villa de Navarrete 1195 Se funda en Burgos el hospital del Rey (Alfonso VIII) 1196 Alfonso IX de León otorga fueros a Villafranca del Bierzo 54 1200 apr. Construcción de la iglesia de Torres del Rio 1200 apr. Fundación por Dª. María Ramírez del hospital de San Juan de Acre en Navarrete 1209 Comienzo de la construcción de la colegiata de Roncesvalles por Sancho VII el Fuerte de Navarra 1211 Terminación y consagración del pórtico de la Gloria 1212 Batalla de las Navas de Tolosa, bajo el mando de Alfonso VIII, origen del escudo de Navarra 1214 Se comienzan las obras de la colegiata de Ntra. Sra. Del Manzano en Castrojeriz bajo el patronazgo de Dª Berenguela de Castilla; mujer de Alfonso IX de León. 1217 Proclamación en Nájera, como rey de Castilla, a Fernando III el Santo 1219 Consagración de la colegiata de Roncesvalles por Sancho VII el Fuerte de Navarra 1219 Reconstrucción y poblamiento, bajo el fuero del Aguila, de Viana por Sancho VII de Navarra 1221 Comienzo de las obras de la nueva catedral de Burgos sobre los restos de la catedral románica. Fernando III el Santo pone la primera piedra junto al obispo Mauricio 1230 Alfonso IX de León muere en Sarriá en plena peregrinación a Santiago. 1248 León pierde la capitalidad del reino a favor de Sevilla recién reconquistada a los moros 1252 Es coronado rey Alfonso X el Sabio 1255 Comienzo de las obras de la catedral de León 1259 Teobaldo II de Navarra funda en Estella el convento de Santo Domingo 1270 Milagro en Estella del obispo de Patrás 1300 apr. Fundación en Sarriá por parte de clérigos italianos agustinos del hospital de la Magdalena, hoy en día de los Mercedarios 1302 Se termina la catedral gótica de León sobre la románica de Alfonso I 1312 El papa Clemente V ,empujado por el rey Felipe IV el Hermoso de Francia, disuelve la orden del Temple en París. Sus integrantes son quemados en la hoguera en una isla del Sena después de un largo proceso 1326 Se comienza a escribir el “Tumbo B” bajo el arzobispo Berenguel Landoira 1375 Los franciscanos construyen en Melide la capilla del Sancti Spiritus y el Hospital de peregrinos 1380 Dª Juana de Castilla, mujer de Enrique II el de las Mercedes, funda y crea el Hospital de la Reina o de San Antonio en Villafranca de Montes de Oca 1434 Justas en Órbigo mantenidas por Suero de Quiñones 1469 Fin de la revuelta irmandiña en Galicia 1471 Comienzo de las obras de construción de la catedral de Astorga 1478 Fernando el Católico somete por la fuerza a los Ulloa de Pambre tras las continuas quejas del cabildo compostelano. Los Ulloa, desde hacía varios siglos, se dedicaban al saqueo, asesinato y robo de peregrinos 1486 Los reyes Católicos visitan el Cebreiro y se preocupan de su subsistencia y restauración 1492 Toma de Granada por los Reyes Católicos. Fin de la Reconquista y concesión al cabildo de Santiago del “voto de Granada” por el cual le otorgan un tercio de las rentas de las tierras recién recobradas al moro 1498 Por orden de la reina Isabel la Católica se construye el “hospital real” de Ponferrada. 1501 Se comienzan las obras del “hospital real” en Santiago; más conocido como Hostal de los Reyes Católicos 1507 Muere, en Viana, César Borgia en lucha contra las tropas de Fernando el Católico 1509 Se inaugura el hospital real de Santiago 1516 Se construye el santuario original de la Virgen del Camino en León 1522 Los monjes de San Benito de Valladolid incorporan a su cenobio el navarro monasterio de Irache. Actualmente depende del gobierno de Navarra 1537 Construcción por Damian y Bernal Foment del retablo mayor de Santo Domingo de la Calzada 1589 El arzobispo San Clemente esconde las reliquias de Santiago para evitar su robo y destrucción por parte del pirata inglés Drake. 1590 Felipe II prohíbe que se use el atuendo de peregrino para impedir delitos bajo su apariencia 1753 Comienzan las obras del Canal de Castilla alentadas por el marqués de la Ensenada 1814 Las tropas francesas destruyen el monasterio de Villalcázar de Sirga 1858 Se extingue la comunidad Benedictina del Cebreiro 1878 Primeras excavaciones –en la catedral de Santiago– encargadas por el cardenal Payá y realizadas por López Ferreiro y José Labín 1884 Se construye sobre el Ebro, en Logroño, el nuevo “puente de piedra” sobre los restos del antiguo atribuido a san Juan de Ortega 1884 El 25 de Julio son proclamadas, como auténticas, en la iglesia de Monserrat de Roma las reliquias de Santiago depositadas en Compostela. 1888 León XIII mediante la bula “Deus Omnipotens” confirma el decreto de la autenticidad de las reliquias del apóstol Santiago de 1884. 55 1907 1921 1929 1946 1949 1955 1960 1961 1982 1984 1985 1987 1988 1989 1999 2004 Es robada la cruz de Alfonso III en la catedral de Santiago Se trasladan los restos del Cid y Dª Jimena desde San Pedro de Cárdeña hasta la catedral de Burgos Nace Elías Valiña el 2 de febrero. Párroco del Cebreiro y gran impulsor y estudioso del camino en el siglo XX Comienzan las segundas excavaciones arquelógicas de la Catedral de Santiago En Compostilla, Ponferrada, se construye la primera central térmica española Descubrimiento de la lápida sepulcral del obispo Teodomiro Con motivo de las obras del pantano de Belesar, es trasladado piedra a piedra y reconstruido, el pueblo de Portomarín Sobre los restos del antiguo; se construye en Virgen del Camino –León– el nuevo santuario. Sus arquitectos son: fray Coello de Portugal y el español Subirachs Juan Pablo II se convierte en el primer papa que visita Santiago. Es año Santo Se comienzan a pintar las “flechas amarillas” del camino de Santiago. (Elias Valiña y Andrés Muñoz) La UNESCO declara la ciudad de Santiago como “patrimonio de la humanidad” Europa convierte al “camino de Santiago” en el primer itinerario cultural europeo Importante descubrimiento de una lápida, fechada en el siglo I ó II, en la catedral de Santiago con la inscripción “ATHANASIOS MARTYR” en caracteres greco–hebraicos. San Atanasio fue uno de los discípulos de Santiago enterrado con él según la “Leyenda” cada vez más real El 11 de diciembre muere D. Elías Valiña Último año Santo del siglo XX y del milenio Primer año Santo del siglo XXI y del milenio RELACION DE PUEBLOS CON SUS DISTANCIAS Y ALTITUDES Esta tabla recoge la distancia y altitud de prácticamente todos los pueblos del Camino de Santiago. No están indicadas todos las poblaciones y aldeas (sobre todo en Galicia) debido a su particular idiosincrasia. Las altitudes de muchos puntos pueden variar algunos metros de una cartografía a otra y de unos autores a otros. Esto se hace más notorio en pueblos de montaña con grandes diferencias de cota en su casco urbano. Lugar Roncesvalles Burguete Espinal Viscarret Linzoain Alto del Erro Zubiri Esquiroz Larrasoaña Zuriain Irotz Huarte Pamplona Cizur Menor Guendulaín Zariquiegui Alto del Perdón Uterga Muruzabal Altitud 950 895 870 780 760 810 525 540 495 490 485 470 449 480 500 625 740 495 465 Distancia 0 2,8 3,4 4,6 2,2 3,4 4 3,4 2 3,4 2,5 3,8 5,5 4,4 4,6 1,9 2,6 3,4 3 Dis. Acum. 0 2,8 6,2 10,8 13 16,4 20,4 23,8 25,8 29,2 31,7 35,5 41 45,4 50 51,9 54,5 57,9 60,9 56 Eunate Puente La Reina Mañeru Cirauqui Lorca Villatuerta Estella Irache Azqueta Villamayor de Monjardin Los Arcos Sansol Torres del Rio Viana Logroño Alto de la Grajera Navarrete Alto de San Antón Nájera Azofra Cirueña Santo Domingo de la Calzada Grañón Redecilla del Camino Castildelgado Villamayor del Rio Belorado Tosantos Villambistia Espinosa del Camino Villafranca de Montes de Oca San Juan de Ortega Agés Atapuerca Sierra de Atapuerca Orbaneja de Rio Pico Villafría Burgos Tardajos Rabé de la Calzada Hornillos del Camino Hontanas Castrojeriz Alto de Mostelares Itero de la Vega Boadilla del Camino Frómista Población de Campos Revenga de Campos Villarmetero de Campos Villalcazar de Sirga Carrión de los Condes Calzadilla de la Cueza Lédigos 345 350 455 495 480 439 480 495 550 675 444 513 477 478 384 581 520 670 500 559 752 640 724 740 770 790 772 818 868 891 950 1000 970 966 1060 925 880 860 825 830 825 867 808 910 769 784 787 790 788 793 809 839 860 880 57 1,6 4,3 4,7 2,8 4,8 4,6 3,9 2,8 4,3 1,6 12,2 7,2 0,8 10,3 9,7 7,2 4,2 8,1 8 6,6 9,3 6,2 6,9 4,2 1,6 4,6 5,3 5,2 2 1,7 3,7 11,8 4 2,6 2,3 5,3 3,2 8,9 9,9 2,1 8,3 11,3 9,6 3,2 8,5 9 5,8 3,7 3,6 2,2 4,7 6,1 17,6 6,5 62,5 66,8 71,5 74,3 79,1 83,7 87,6 90,4 94,7 96,3 108,5 115,7 116,5 126,8 136,5 143,7 147,9 156 164 170,6 179,9 186,1 193 197,2 198,8 203,4 208,7 213,9 215,9 217,6 221,3 233,1 237,1 239,7 242 247,3 250,5 259,4 269,3 271,4 279,7 291 300,6 303,8 312,3 321,3 327,1 330,8 334,4 336,6 341,3 347,4 365 371,5 Terradillos de los Templarios Moratinos San Nicolás del Real Camino Sahagún de Campos Bercianos del Real Camino El Burgo Ranero Aeródromo Villamarco Reliegos Mansilla de las Mulas Puente Villarente Arcahueja Valdelafuente Alto del Portillo León Virgen del Camino San Miguel del Camino Villadangos del Páramo San Martín del Camino Hospital de Órbigo Villares de Órbigo Santibañez de Valdeiglesias Crucero de Santo Toribio San Justo de la Vega Astorga Murias de Rechivaldo Santa Catalina de Somoza El Ganso Rabanal del Camino Foncebadón Cruz del Ferro Manjarín El Acebo Riego de Ambrós Molinaseca Ponferrada Columbrianos Fuentes Nuevas Camponaraya Cacabelos Pieros Villafranca del Bierzo Pereje Trabadelo Portela de Valcarce Ambasmestas Vega de Valcarce Ruitelán La Faba Laguna de Castilla Cebreiro Linares Hospital de la Condesa Alto de Poyo Fonfría 885 860 840 816 850 875 853 820 795 805 850 860 895 838 905 905 890 870 819 828 860 904 847 868 880 975 1010 1140 1440 1500 1460 1150 920 590 460 550 505 490 485 525 505 540 575 580 600 630 690 915 1200 1300 1240 1260 1335 1280 58 3,1 3,2 2,5 6,6 10,5 7,7 7,8 5,7 6,3 6,4 4,6 1,5 1 5,2 6,6 5,6 7,9 4,7 7,7 2,7 2,1 5,8 3,7 3,5 4,3 4,7 4,6 7,1 6,7 1,5 2,4 7,4 4 5,2 6,5 3,9 2,3 2,6 6,1 2,6 5,5 4,1 4,6 3,6 1,4 2,1 3,4 2,2 3,7 2,6 3,1 2,8 1,5 4,2 374,6 377,8 380,3 386,9 397,4 405,1 412,9 418,6 424,9 431,3 435,9 437,4 438,4 443,6 450,2 455,8 463,7 468,4 476,1 478,8 480,9 486,7 490,4 493,9 498,2 502,9 507,5 514,6 521,3 522,8 525,2 532,6 536,6 541,8 548,3 552,2 554,5 557,1 563,2 565,8 571,3 575,4 580 583,6 585 587,1 590,5 592,7 596,4 599 602,1 604,9 606,4 610,6 Biduedo Filloval As Pasantes Triacastela San Cristobal el real Renche Samos Frollais Sarriá Barbadelo Rente Peruscallo Ferreiros Parrocha Portomarín Hospital da Cruz Ligonde Palas de Rey Carballal Leboreiro Melide Castañeda Ribadixo de Abajo Arzúa Calzada Salceda Cerceda O Pino (Pedrouzo) Amenal Lavacolla San Marcos (Monte del Gozo) Santiago de Compostela 1200 960 800 670 634 660 532 552 450 525 600 646 650 480 350 680 580 565 512 440 455 415 302 390 380 350 390 297 240 315 340 260 2,6 3,2 1,6 2,1 3,6 2,4 2,4 6,3 4,8 4,2 1,1 3,7 3,7 7,4 3,7 11,8 4,3 8,2 1,8 6,9 5,6 7,9 3,4 3,1 5,2 4,8 4 4,1 2,8 4,2 5,5 4,7 613,2 616,4 618 620,1 623,7 626,1 628,5 634,8 639,6 643,8 644,9 648,6 652,3 659,7 663,4 675,2 679,5 687,7 689,5 696,4 702 709,9 713,3 716,4 721,6 726,4 730,4 734,5 737,3 741,5 747 751,7 PERFILES GRAFICOS DEL CAMINO DE SANTIAGO Perfil y ruta total del Camino de Santiago Los Perfiles y ruta detallados a continuación corresponden a los números del perfil de la clave superior. La escala vertical (perfil gris) está aumentada dos veces con respecto a la real (ruta en línea roja). Las distancias de la escala horizontal están en base a la recta que une dos puntos. Para ver la distancia real dirigirse a la tabla del capítulo anterior. La Información más detallada debe leerse el Diario. 59 1. Roncesvalles – Muruzabal: 61 km. Por ser el primer día de marcha se hace duro con unas agujetas y posibles ampollas que empiezan a las pocas horas de marcha. La bajada de Erro a Zubiri es pesada y en algún punto peligrosa por la morfología del terreno. La subida al Perdón no es mala -a pesar de su fama- aunque el descenso puede resultar pesado por la cuesta llena de cantos rodados grandes y escurridizos. En Roncesvalles visitar la colegiata, claustro y museo y si se puede: subir a la Ibañeta. Merece la pena desviarse unos pocos metros entre Cizur y Zariquiegui para ver el abandonado caserío de Guendulaín. Una laguna a la derecha del camino es la referencia: El pueblo está a la izquierda. 60 2. Muruzabal - Logroño: 75,6 km. Desde Muruzabal merece la pena desviarse a Eunate aunque luego no se pase por Óbanos. La subida que lleva a Villamayor de Monjardín es tendida, pero en absoluto pesada. Poco antes de llegar, rodeados de plantaciones de lavanda, está la rara “fuente del moro” que conviene pararse a ver. El trecho hasta los arcos puede resultar duro y pesado dependiendo de la hora del día y la estación del año. No hay pueblos y en varios kilómetros tampoco sombras. Entre Los Arcos y Torres del Río hay mucho repecho y “toboganes”. Saliendo de Viana y antes de Logroño está la ermita de la Virgen de la Cueva; llena de sombras y fresca. Al lado está la laguna de Cañas (espacio natural protegido). 3. Logroño – Villamayor del Rio: 70 km. Se bordea el pantano-parque de la Grajera con un fuerte repecho que te deja en el alto de la Grajera. Antes de Navarrete se pasa por las ruinas de San Juan de Acre. Etapa sin sobresaltos y mas o menos lisa. Un fuerte y repecho a la salida de Nájera hacia Azofra. 4. Villamayor del Rio – Rabe de la Calzada: 68 km. Dos puntos a destacar: La subida desde Villafranca hasta la Pedraja y la larga distancia desde la sierra de Atapuerca a Burgos que es pesada y monótona. Las vistas desde la sierra son bonitas y engaña la aparente proximidad. Antes de Villafranca conviene ver las mínimas ruinas de San Félix. Entre Agés y Atapuerca ver el mojón “fin de Rey” a la izquierda del camino. 61 5. Rabe de la Calzada – Villacazar de Sirga: 70 km. Entre Hornillos y Hontanas ver el refugio de San Bol (curioso y típico). En Hontanas hay piscina y bar a la salida del pueblo en dirección Castrojeriz. Antes de Catrojeriz uno de los más típicos puntos del camino: “Los arcos de San Antón”. Subida pesada y larga del alto de Mostelares a la salida de Castrojeriz. Merece la pena entrar en la ermita-refugio de San Nicolás en Puente Fitero. Trecho agradable, que nos acompaña algunos kilómetros entre Boadilla del Camino y Frómista, a la vera del Canal de Castilla. En Boadilla ver obligatoriamente el rollo gótico de la plaza y la pila bautismal románica de la iglesia. 6. Villalcazar de Sirga – El Burgo Ranero: 63,8 km Etapas sin dificultad ninguna a pesar de la mala fama de la conocida y solitaria “etapa de la encina” entre Carrión y Calzadilla. No es para tanto y se recorre fácilmente aunque es verdad que es bastante monótona. A la salida de Carrión intentar ver las ruinas del monasterio de Benevívere Terradillos de los Templarios merece la pena a la puesta del sol con sus tonos rojos incendiados. 62 7. El Burgo Ranero – Santibáñez de Valdeiglesias: 75,8 km Etapa, como la anterior lisa y en puntos monótona con andaderos que para mi gusto no contribuyen a la comodidad. Entre el Burgo Ranero y Reliegos hay un buen sitio para comer en el aeródromo de Villamarco. Hay que desviarse un poco para entrar y no tiene pérdida. La salida de León en el 1999 era bastante liosa y enrevesada por las obras y construcciones nuevas. A la salida de Hospital de Órbigo, recomiendo el camino de montaña por Santibañez y no el pesado andadero de grava paralelo a la carretera. 8. Santibáñez de Valdeiglesias - Ponferrada: 67,4 km El camino por monte es más ameno y entretenido aunque con más repechos. Desde el crucero de Santo Toribio se divisa Astorga. Se comienza poco a poco a subir al monte Irago desde Astorga. Ya todo es cuesta arriba aunque no se hace duro si se parte la subida. En la cima conviene descansar y admirar el paisaje de otro punto legendario del camino: El punto más alto de la ruta desde Roncesvalles. La bajada es más escarpada y pedregosa en ciertos tramos como el que te deposita en el Acebo. Se divisa Ponferrada al fondo pero quedan bastantes kilómetros. Molinaseca suele estar muy saturado (hasta en el río hay gente) y quedan solo cuatro kilómetros para Ponferrada que al ser una gran ciudad tiene todo tipo de servicios. 63 9. Ponferrada – Triacastela: 71,8 Al salir de Ponferrada ver la graciosa y moderna iglesita de Compostilla. Camino ameno y encajonado entre valles verdes y frescos a partir de Villafranca. Subida bastante pendiente y muy dura la que, desde Herrerías, deposita en La Faba. En el Cebreiro conviene visitar el pueblo y descansar lo andado. Ligeros repechos y ligeras subidas hasta el alto de Poyo que nos depositan en Fonfría A partir de aquí la bajada es bastante pendiente pero el camino es bueno. 10. Triacastela - Leboreiro: 76,3 Samos se presenta súbito en una cuesta abajo después de andar por caminos cubiertos de bosque húmedo. El trecho es más o menos llano con algún que otro repecho. Multitud de aldeas y bosques que hacen fácil y bonito el caminar. Mucho barro y boñiga. En el mojón de La Coruña una casona de piedra donde dan buenos bocadillos. 64 11. Leboreiro – Santiago de Compostela: 55,3 Última etapa como la anterior. Psicológicamente te puedes cansar más por la proximidad de Santiago y las ganas de correr; ya estás en La Coruña y tienes que ir frenando las ansias de “llegar”. La circunvalación del aeropuerto de Lavacolla es bastante pesada y la llegada al Monte del Gozo emocionante. La entrada a Santiago es triunfal y recomiendo dejarla como última y corta etapa (4 km.) para entrar limpio, descansado y aligerado de peso ya innecesario. CLAUDIA SCHIFFER (la mochila) El contenido de la mochila –9 kg.– fue el siguiente (no me sobró ni me faltó de nada):* ROPA: Sombrero (mejores los de ala ancha tipo “vaquero” para sol y lluvia) 1 o 2 Camisetas “T” de 1 o 2 Camisas algodón 1 Jersey 1 par Chanclas para las duchas HIGIENE-SALUD: Rollo papel higiénico (fundamental) Capote de plástico (que cubra también la mochila) 2 Calzoncillos 1 par Botas usadas de cuero (nunca de plástico) 2 pantalones largos vaqueros** 2 pares Calcetines gruesos de lana 1 Par zapatillas de 1 Toalla “reposo”-”paseo” Pastilla de Jabón “Lagarto” (Vale para ropa y cuerpo) Betadine Bálsamo para los pies (hay que cuidarlos mucho) Linterna Cepillo de dientes y pasta dental Antiinflamatorio muscular Protector solar y After Sun*** (para los primeros días.) Pinzas de ropa o de papel metálicas Una cuerda larga (muchos usos: como tendedero...) 1 traje de Baño Saco de dormir y Aislante (Lo que más abulta de todo) Peine/Cepillo Tiritas, Gasa, Pinzas metálicas Esparadrapo y Algodón (si la navaja no tiene) Aspirina o Ibuprofeno Antihistamínico y Fungicida VARIOS: Navaja multiusos (Cuchillo, tijeras, abre-botellas y abrelatas...) Una brújula pequeña Antidiarreico Grasa de caballo para las botas (hay que cuidarlas) Aguja e Hilo (para coser y curar ampollas) Bolígrafo y libreta Imperdibles (3 o 4) Bolsas de plástico suave 1 Mechero Credenciales del (aunque no peregrino**** fumes) Y... Máquina de fotos, teléfono móvil etc... ¿Cantimplora? Yo no llevé. Rellenaba una botella de agua mineral. Documentación (DNI y SS) 1 Balleta “Spontex” (seca mejor que la toalla) 65 El contenido puede variar bastante en función de la época del año en que se haga la peregrinación *Es obvio que de cada dos ejemplares de ropa llevas uno puesto, por lo que en la mochila no irá todo metido. **No soy amigo de los pantalones cortos para andar por el campo. Los bichos pican y las corvas se queman. Eso sin contar los arañazos de matojos que en muchas zonas de monte hay y los raspones de los tocones y las piedras al bajar alguna que otra ladera. ***No lleves botes “enteros” de pasta de dientes, protector solar, alcohol, etc. Rellena botecitos pequeños antes de salir. Todo el “botiquín” y el “neceser” deben caber en un bolsillo lateral de la mochila junto a más cosas. ****Aconsejo que se firme en TODOS los libros de los albergues. Si pierdes las credenciales será la única pista probatoria de tu condición de peregrino. 66