Ki-Zerbo, Joseph, Historia del África Negra. Alianza, Madrid, 1980.Capítulo 8 LOS INTENTOS DE INTEGRACION DEL SIGLO XIX El robo de Africa: éste es el gran negocio que ocupa a los europeos en el último cuarto del siglo XIX. Africa, agotada por los siglos de la trata, no se había convertido, pese a todo, en tierra de colonización fácil. Y en el siglo xix va a presenciar el surgimiento —precisamente un poco antes de la conquista europea— de líderes de una calidad excepcional, que van a tratar de enderezar el curso implacable del destino, aun cuando no siempre serán explícitamente conscientes de ello. Y van a intentar reconstituir los grandes conjuntos políticos supratribales, como existían durante los «Grandes Siglos». Este es el sentido de la epopeya de Chaka. Y lo será también de la pléyade de africanos que surgen ahora en todas las zonas de Africa Negra: Usmán dan Fodio, El-Hadch ‘Ómar, Samori, el Mahdi y Menelík de Etiopía. 1. CHAKA Si hubiésemos de elegir cinco nombres tan sólo entre las individualidades que más han influido sobre el destino histórico de regiones enteras de Africa, Chaka sería uno de ellos. Cabría preguntarse cómo este pastor despreciado y maltratado pudo convertirse en pocos años en un forjador —y, desgraciadamente, en un desmenuzador. . .— de pueblos. Venerado como un dios por miles de hombres y mujeres, era temido como un diablo por millones de personas, a miles de kilómetros a la redonda. Como acabamos de ver, hacia el siglo xv, o incluso antes 1, los nguni se establecen en el sudeste de Africa. Estaban formados por diversas etnias, y rodeados por los sotho al este, por pueblos emparentados con ellos, como los swazi y los xhosa, al norte y al sur, y separados de los bóers por el «Great Fish River», declarado frontera (1778) entre blancos y negros. Pero los bóers habían iniciado ya un proceso de expansión hacia el norte. A. Los origenes y la conquista del poder Los jóvenes bóers, para paliar los inconvenientes de la regla del reparto de tierras entre todos los hijos, se habían lanzado a la aventura para establecerse por su cuenta. Así, rechazaron a tiros a los xhosa, que retrocedieron, empujando a otras tribus, que se pusieron en marcha a su vez. Estamos pues en un período de lucha por el espacio vital. Los abatetwa eran una de las tribus nguni, gobernados por un jefe superior llamado Dchobe [o Jobe 1. Eran ganaderos, comerciantes en tabaco y en instrumentos de madera esculpida. Uno de los clanes de los abatetwa se hallaba bajo el mando de Senza Ngakona, que tenía cuatro mujeres pero ningún hijo varón. En ocasión de una fiesta popular organizada por él, observó la presencia de Nandi (que significa «la deliciosa»), incomparable danzarina de mochosho. Al día siguiente se las ingenió para cruzarse con ella en el camino de vuelta a su aldea. Poco después Nandi quedaba encinta; cuando el jefe lo supo, se casó con ella. Nació un niño, su primer hijo, Chaka. Después las demás mujeres tendrían también hijos varones, pero Nandi siguió siendo la 1 favorita de Senza Ngakona, y Chaka, el preferido. Pronto la coalición de sus coesposas se convirtió en un chantaje odioso. Amenazaron al jefe con desvelar que Nandi había llegado hasta ¿1 «como una perra... ya preñada», si no la abandonaba, y con ella a su hijo, presunto heredero. Senza Ngakona terminó por ceder y envió a su aldea a Nandi y a su hijo. Para este último comenzaba una especie de martirio, una vida de bromas excesivamente pesadas, de humillaciones y opresiones. Siendo pastor, era maltratado por sus camaradas, que lo trataban como a un bastardo, le pegaban y en una ocasión lo dejaron tumbado en el suelo, creyéndolo muerto. Un muchacho normal habría quedado malparado, pero Chaka estaba hecho de un metal especial: ante la desgracia, se introvirtió. Reflexionó yse endureció. Se forjó una energía terrible y salvaje, con el fin de superar al destino. Ahora bien, Chaka estaba dotado de una fuerza física considerable, y pronto comenzó a tener algunos éxitos, a atraer-se a algunos amigos que lo apoyaban, amigos vencidos o convencidos, y finalmente, en este mundo estrecho de pastores, logró imponerse como jefe (mam pali), permitiéndose incluso el lujo de matar a un león y arrebatar a una niña de los dientes de una hiena que trataba de llevársela. La leyenda atribuye tales hazañas a la posesión de remedios mágicos; y pronto su fama superó los límites del clan. En lugares remotos, las muchachas mostraban su admiración por Chaka en canciones apasionadas dedicadas a su gloria, desencadenando una envidia venenosa a sus medio-hermanos. Temiendo por su vida, Chaka se refugió en la corte del soberano de su padre, Dinguiswayo. Allí, exilado, privado de afecto y de familia, harto de persecuciones, endurecido por toda suerte de penalidades, Chaka se transformó en un guerrero de coraje extraordinario, de energía implacable, sin piedad: algo así como un hombre de presa. Arrebata a todos los guerreros nguni sus condecoraciones, que consistían en cuentas fijadas al cabello. Se convierte en el brazo derecho de Dinguiswayo, y en su portavoz. Al morir su padre Senza Ngakona, Dinguiswayo le ayuda a recuperar su herencia, que le estaba reservada desde antes de que su madre cayera en desgracia. Chaka asesina a una parte de sus mediohermanos y se convierte en jefe de su clan. Lanza incursiones contra los pueblos vecinos, acaba con los ngoana, y se le promete la mano de la hermana preferida del jefe. Este último, que también llevaba a cabo guerras de conquista, comete la imprudencia de desmovilizar su ejército demasiado pronto. Atacado inesperadamente por su enemigo Zwide, es capturado y muerto. Chaka llega inmediatamente, triste y lleno de ansia, para ver la cabeza del soberano empalada, en la punta de un poste en plena plaza pública, ante la sede del consejo. El miedo se apodera de todo el mundo. Y como Zwide continúa en campaña, los regimientos eligen como comandante en jefe a Chaka, que sobre la marcha derrota a las tropas de Zwide, quien huye y muere poco después. Chaka se convierte así en jefe de la mayor parte de las tribus del pueblo nguni. B. El Imperio zulu 1. El ejército y la guerra Chaka empieza por cambiar el nombre de su pueblo: nguni resultaba mediocre. El elige un nombre que suena como un tambor de guerra y cuyo fragor es como el del agua de una tormenta: Zulu, es decir, «el cielo»; amazulu, es decir, «los del cielo». Se le atribuye, por estas fechas, la siguiente afirmación: «Me parezco a esa gran nube donde retumba el trueno. Nadie puede impedirle hacer lo que quiera. Yo también, cuando miro a los pueblos, los hago temblar.» Chaka comienza por organizar un ejército nuevo. Los regimientos (im pi) estaban compuestos de un millar de hombres o de mujeres cada uno, todos aproximadamente de la misma edad. Su jefe es el induna. En épocas de paz permanecen acantonados en campamentos especiales y sometidos a ejercicios intensivos y diarios. Cada regimiento posee 2 su uniforme propio y lleva una insignia particular: en la frente, una cinta de colores diferentes; escudos con colores propios, plumas de avestruz en el cabello, etc. De est emodo Chaka podía distinguir a cada uno de sus regimientos en pleno combate. Cada uno poseía su grito de guerra. Los regimientos de mujeres servían casi exclusivamente en la intendencia (cocinas, transporte, etc.). Chaka suprime las sandalias de los soldados, pues estima que les impide moverse adecuadamente. La comida de los soldados se compone casi exclusivamente de carne. No pueden beber leche. En el combate se mantiene una disciplina de hierro. Retroceder, volver sin el arma, significa la ejecución capital. Un induna que vuelve sin botín puede ser condenado a la eliminación físicamente («tragado», como decía Chaka), en ocasiones con todos sus hombres. No sólo había que ser valiente; era necesario ser eficaz. Una revolución en el armamento proporcionó mayor vigor al ejército: hasta ese momento los soldados nguni llevaban dos armas ofensivas, la jabalina para lanzar y la azagaya para el cuerpo a cuerpo, ambas de larga asta. Chaka hace suprimir la jabalina, conserva la azagaya, pero la transforma, dejándole un asta más corta y una hoja más ancha. La convierte así en un arma para herir de estoque. Las demás armas son el hacha y el escudo de piel de buey. Así pues, el soldado zulu no tiene ningún arma para lanzar. Psicológicamente esto es importante: el arma larga, en efecto, desarrolla el miedo, el reflejo de alejamiento y de huida, mientras que el portador de un arma corta, si no quiere hallarse en situación desfavorable, se ve obligado a forzar a su enemigo a entablar el cuerpo a cuerpo, en el que éste, en cambio, se ve incomodado por la excesiva longitud de su arma. De este modo la azagaya corta —como la espada corta de los romanos— incita al guerrero a la ofensiva permanente. En cuanto a la estrategia y a la táctica, parece ser que en este campo Chaka aprendió mucho de su señor Dinguiswayo. Renuncia a la costumbre tradicional de atacar en orden disperso, útil sólo para hazañas individuales. El impi se convierte en un cuerpo bien ensamblado y sólido, que avanza de forma compacta, con la intención de llegar, cueste lo que cueste, al cuerpo a cuerpo. A veces se llevan a cabo operaciones sorpresa. Pero en términos generales la formación de ataque toma el aspecto de semicírculo, como la «cabeza de búfalo», según expresión del propio Chaka. En efecto, las tropas se dividen en general en cuatro cuerpos: dos alas que forman los cuernos del búfalo, y dos cuerpos centrales, colocados uno detrás del otro, formando el cráneo. Operan en movimiento envolvente; una de las alas ataca, en tanto que la otra se oculta y sólo interviene cuando el combate ya se ha iniciado. Las alas están formadas por guerreros jóvenes y ardientes, y su tarea es impedir que el enemigo se retire, empujándolo hacia el centro. Una vez allí, los soldados veteranos, que esperan emboscados, se adelantan para coger al enemigo en una tenaza. Es el momento crucial del combate, cuando la llegada de fuerzas de refresco suele acelerar la victoria. Pero si no se logra decidir la victoria en seguida, entonces la retaguardia, compuesta de veteranos, y que hasta ese momento había permanecido en reserva, sentados de espaldas al campo de batalla, interviene a su vez. Podemos hacer aquí numerosas comparaciones: la reforma del armamento nos hace pensar en Gustavo Adolfo de Suecia en la Guerra de los Treinta Años; la formación compacta erizada de lanzas evoca la falange macedonia de Filipo, padre de Alejandro. La hábil estrategia nos recuerda a la de César o la de Aníbal. En realidad, todos los genios militares han tenido las mismas ideas luminosas. Pero no olvidemos que Chaka es un antiguo pastor y cazador. Es probable que la táctica de grandes batidas para la caza de antílopes, búfalos y fieras, le haya sugerido ideas para esa caza de hombres que es la guerra. 3 2. La sociedad Especializando, por decirlo así, a todo su pueblo para la guerra, Chaka trastocaba automáticamente las estructuras sociales. Hasta ese momento era una sociedad patriarcal, donde cada familia importante poseía su kraal (concesión) con las casas de las familias restringidas, en las que los hijos casados debían de obedecer al patriarca. Este, polígamo, tenía una casa por mujer. La primera mujer ocupaba la casa mayor; la segunda, la casa de la derecha; la tercera, la de la izquierda. Cada casa disponía de bienes y tierras, heredados por el hijo mayor, pero el principal heredero era el hijo de la casa mayor. Desde el punto de vista económico los hombres practicaban La cría de ganado, actividad prohibida a las mujeres. Uno de los principales cultivos era el maíz. Pero desde el instante en que los zulu se convierten en una máquina militar, en la que todo el mundo quedaba integrado, acaecieron importantes cambios sociales. La circuncisión y las ceremonias adicionales fueron abolidas, como pérdida de tiempo. El período de la iniciación fue consagrado al entrenamiento militar. Las clases de edad fueron incorporadas como regimientos. El servicio duraba desde los dieciséis a los sesenta años. El casamiento se producía tan sólo entre los treinta y cuarenta años, y era como una concesión a los regimientos más valerosos, que recibían, en bloque, permiso para buscar mujer en un regimiento femenino que se les designaba. Los guerreros casados formaban un conjunto aparte dentro del ejército. El mismo Chaka no se casó nunca. Así pues, la idea de familia, tan fundamental en la sociedad africana, se utilizaba en beneficio de la eficacia militar. A mayor violencia en el combate, más pronto llegaba la hora de las deseadas bodas. Por otro lado, se creía que era mejor estar libre de lazos familiares, pues así se podía combatir con mayor decisión, y llegar a ser soldados valerosos; los cabezas de familia, se pensaba, tenían el problema del dulce recuerdo del hogar. Asimismo, por una especie de transferencia subconsciente, el instinto sexual reprimido podía dar lugar a un estado de ferocidad útil para el combate. Desde el punto de vista político, las conquistas zulu produjeron una profunda integración de los pueblos de la región del Limpopo y del Zambeze. Todos los jóvenes de los países vencidos podían salvar su vida si se enrolaban en los impi zulu, si cambiaban su nombre, abandonaban su lengua y se convertían, de corazón, en zulu. El marco tribal había saltado hecho pedazos y había sido superado por una colectividad más amplia con un destino común, a cuya cabeza se hallaba Chaka como jefe supremo, propietario de la tierra, supremo en los delitos de sangre. En cambio, los casos menos graves dependían de los jefes subalternos, que imponían multas a pagar en ganado, o penas corporales. Hubo incluso tendencia a considerar a Chaka como un semidiós, emanación del soberano (Nkulunkulu). Su título (.Bayete) designaba a aquel que está situado entre Dios y los hombres; el pueblo lo invocaba de esta manera: « ¡Bayete, oh, padre! ¡ Señor de los señores! ¡ Tú, el gran león, elefante al que nadie puede hacer frente! ¡Oh, Zulu; oh, celeste! ¡Guíanos con clemencia! ¡Oh, Chaka, tiemblo porque eres tú, Chaka! » Con todo, el poder no era tan sólo personal ni ilimitado, sino que estaba controlado por los induna más importantes, con los cuales Chaka había de ponerse de acuerdo sobre sus decisiones y sus actos. La capital llevaba un nombre simbólico: Umgungundlovu, es decir, «semejante al elefante». Era una ciudad de Llanura, situada en una confluencia de ríos. Formaba un círculo inmenso, cruzado en su totalidad por dos vías perpendiculares orientadas en dirección a los cuatro puntos cardinales, que eran utilizadas como accesos de las tropas y de los rebaños tomados como botín. En el cruce de las vías se hallaba una plaza gigantesca, utilizada para las 4 maniobras, los desfiles, la instrucción y las proclamas al ejército. Junto a la plaza se encontraban las viviendas de los consejeros y de los notables, así como el consejo real y la corte de justicia (Kgotla), vigilada por una guardia. No lejos de allí se hallaba la corte de Chaka, rodeada por un muro tan ancho que cuatro hombres podían caminar de frente sobre él. Allí se encontraban también las insignias reales. Fuera del sector real existían otros dos barrios, destinados a los «civiles» y un gran barrio destinado a los regimientos de guarnición en la capital. En cada puerta había guardias que vigilaban las entradas y salidas. Si se quería acceder de noche a este inmenso campamento, era necesario hacer señales luminosas con antorchas. Con un instrumento tan poderoso como su ejército —que llegará a tener cien regimientos, es decir, cien mil soldados— Chaka orientará la expansión en dos direcciones: hacia el oeste, más allá de los montes Drakensberg, donde los sotho (basuto) y los bechuana serán dispersados y empujados aún más allá. Y hacia el sur, contra Los tembu, pondo y xhosa. Los métodos de guerra eran extremadamente duros; se hizo famoso el m!ecane, o sea, la oleada arrolladora de pueblos en busca de un lugar y de bienes: la Vólkerwanderung. Los viejos de los pueblos vencidos solían ser suprimidos. Las mujeres y los jóvenes, incorporados a los zulu. Los mejores consejeros del rey eran colocados como administradores de las provincias conquistadas. Por otro lado, existía todo un «ritual» de guerra, que hacía de ella no solamente una operación económica, sino un acto de orgullo nacional, una razón de vivir. Había una temporada para las conquistas, poco después de las grandes lluvias y de la luna llena, precedida por un período de recogimiento, de amnistía general, de reconciliación y preparación. En ese tiempo no podía derramarse ni una sola gota de sangre, ni se toleraba violencia alguna. Se prohibían incluso los colores rojo sangre en la ropa y en los adornos. Tras esto se llevaba a cabo la ceremonia de La inauguración de la temporada de combates: el rey, desde lo alto de su majestad, se colocaba frente a sus soldados, dispuestos en semicírculo. El momento culminante de la ceremonia llegaba cuando el monarca se levantaba y comenzaba a danzar solo delante de todo el pueblo reunido; luego lanzaba su azagaya enérgicamente en una determinada dirección para señalar la orientación que debería tomar el próximo contingente. En cuanto el arma tocaba el suelo, los guerreros rompían filas y se precipitaban en la dirección indicada, clavando sus armas en el suelo alrededor de la del rey, como muestra de obediencia, queriendo significar de este modo que se hallaban dispuestos a «dar de beber a sus azagayas». 3. El declive y la dispersión El declive de Chaka se inicia al mismo tiempo que su tendencia a la tiranía. Al retorno de una expedición hizo aniquilar en la gran plaza a todos los guerreros que habían retrocedido o que habían perdido sus armas. Fue el día de la «matanza de los cobardes». Todos gritaron: «¡Qué sabiduría la suya!», y un proverbio nguni expresó pronto la suerte tremenda reservada a los jóvenes zulu: «Un niño varón es un buey destinado al buitre.» A este acto siguieron secesiones importantes, que dislocaron paulatinamente al pueblo que había sido amalgamado gracias a las conquistas y a la asimilación militar. Zwide condujo a los ngoni a refugiarse al norte del actual Transvaal (1820-1821). Posteriormente, su hijo Zwangendaba (Zwangendaba) toma de nuevo el camino del norte después de dispersar a los sotho. En 1834 los ngoni franquean el Limpopo, apartan a los rozwi, rama del pueblo shona que ocupaba Zimbabwe y el Monomotapa. Luego se dirigen sin más hacia el lago Victoria, donde chocan con los reinos interlacustres y deben dar media vuelta e instalarse junto al lago Nyassa, tomando el nombre de angoni; asimismo abandonan algunos usos zulu, tales como la incorporación de los muchachos de los pueblos derrotados, que ahora se convierten en 5 esclavos, en tanto que los propios angoni siguen siendo guerreros y cazadores hasta el día en que, tras su estabilización, vuelven a hacer suya su tradicional asociación agriculturaganadería. Aunque, a falta de ganado vacuno, se dedicarán a la cría de cabras y se convertirán en agricultores expertos que utilizaban abonos y practicaban la rotación de cultivos: es decir, habían vuelto a sus fuentes ganaderas tras el episodio volcánico del militarismo zulu. Otro grupo secesionista, dirigido por Mzilikazi, se separa de Chaka. Estos ngoni se habían rebelado contra el celibato forzado y por ello convencieron a numerosas muchachas de que partieran con ellos; por el camino integraron a otras tribus, formando finalmente el pueblo de los ndebele, o matabele. Cruzan los Drakensberg, rechazan más allá aún a los basuto y a los bechuana, chocan con los bosquimanos y con los mestizos griqua, armados de fusiles. Presionados por estos pueblos y por los bóers, cruzan el Limpopo e intentan pasar al otro lado del Zambeze, sin éxito. Aacabarán instalándose como dominadores entre los dos ríos, en la región de Bulawayo, donde controlarán el antiguo imperio shona de Monomotapa. Después de una serie de incursiones contra los shona, los matabele acabarán estableciendo con ellos una simbiosis étnica y relaciones sociales de señores a siervos. Como vemos, no se produjo exterminio sistemático de los shona, como han pretendido ciertos autores europeos para justificar sus agresiones contra los ndebele después del descubrimiento de los yacimientos auríferos en Matabeleland (en lo que luego será Rhodesia). Mzilikazi no fue tampoco el tirano sanguinario de los relatos europeos, evidentemente interesados y parciales. El reverendo Mackenzie expresa su sorpresa ante la dulzura de este pretendido déspota: «Le horrorizaba —dice— todo tipo de sufrimiento, y no sólo el de los hombres, sino también el de los animales. Aconsejaba que no se pegase a las bestias, sino que se les incitase con moderación, usando solamente ramas secas.» Tras treinta años de reinado Mzilikazi muere, en 1870. Su hijo Lobengula, a la cabeza de veinticinco mil hombres, deberá defender su país contra los buscadores de oro. Pero Chaka había desaparecido desde hacía mucho tiempo, en fecha y circunstancias poco conocidas. Se cree que fue asesinado, a consecuencia de un complot urdido por sus medio-hermanos. Y parece ser que en el momento de su muerte predijo a sus asesinos que no gozarían durante mucho tiempo de su victoria, pues los blancos se hallaban ya en camino para expulsarlos. ¿Es auténtica la predicción? Sea como sea, no parece que responda a la mentalidad y a la política de un gran gobernante como él, que llegó a forjar una gran nación, de la que se sentía extremadamente orgulloso. Chaka fue un organizador genial, un forjador de pueblos, un revolucionario brutal con frecuencia; fue la refutación viva del mito del «negro incapaz de innovar y cambiar el curso estereotipado de la tradición». Chaka, después de todo, no es quizá más que el producto de su época. En medio del hundimiento de etnias enteras, en constante estado de querella y antagonismos internos y alterados por las llamadas «guerras cafres», provocadas por la expansión europea, surge un individuo excepcional, y este individuo no podía ser más que un dictador. En términos generales, Chaka es uno de los mayores conquistadores de la historia de Africa, y su nombre merece ser recordado por la historia universal. II. USMAN DAN FODIO A. Los origenes Desde siglos atrás, el Islam había sido fermento de integración política en el Blad asSudan. Pero eran escasos los países en los que había penetrado profundamente cii las masas. 6 En general, el Islam era un asunto limitado a los faquíes o letrados o, todo lo más, a los gobernantes, que lo utilizaban como elemento de prestigio para uso externo, del mismo modo que los reyes convertidos de la costa usaban el cristianismo. La fidelidad de los monarcas seguía estando dirigida hacia las prácticas religiosas africanas. Así eran los sultanes de las ciudades hausa. «El rico se enriquecía mucho más, y el pobre empobrecía», nos dicen. Pero habría que matizar tal afirmación, pues nos viene de los informadores opuestos a los sultanes hausa. Ahora bien, para los verdaderos musulmanes que vivían en estos reinos, gobernados por no musulmanes o por seudomusulmanes, surgían contradicciones graves entre su lealtad religiosa y sus obligaciones como ciudadanos, en lo que se refiere al fisco y al servicio militar, sobre todo en los casos de guerra contra otros países musulmanes. La tensión moral y social; padecida en su día por los primeros cristianos del imperio romano, se irá haciendo cada vez más aguda entre los intelectuales que eran testigos de la actitud de los seudomusulmanes. Así, muchos de aquellos serán tentados por la guerra santa (dchihád) contra los tiranos (zdhmin). Es el esquema que hemos visto al estudiar la evolución del Futa Toro, del Futa Dchalón y de Masina, que va a desarrollarse también aquí, pero a escala mucho más amplia, a la medida del Sud&n central y del genio del iniciador de la cruzada: Usmán dan Fodio (1754-1817), del clan de los Toróbé. Pertenecía al pueblo de los tukulor, uno de los primeros, en el Africa Sudánica, en recibir el mensaje de Mahoma y en asimilarlo íntimamente. Suelen ser confundidos con los fula, de los que entonces existían dos categorías en tierras hausa: los fula borodchi —que se dedicaban al nomadeo, con sus rebaños, y que, aún no musulmanes, practicaban la endogamia, que conservaba la pureza de sus rasgos físicos— y los fula dchidda, o ciudadanos -que eran musulmanes y se habían mezclado considerablemente con los autóctonos—. Usmán dan Fodio era un sabio y un santo según el rito malekita y según la Qadriya. Gracias a su piedad y a su prestigio personal, pronto se vio rodeado por toda una comunidad de discípulos (zhma’a [la yemaa de la transcripción castellanizada]). Extraordinariamente dotado para el estudio y las lenguas pudo, sin abandonar el Africa Sudánica, instruirse perfectamente con maestros como Al-Hadch Dchibril, de Agades, y con sus propios tíos. Supo de la sublevación fula que, en el Futa, había dado el poder a los musulmanes. Por su lado, se consideraba herido por el desprecio que padecían los letrados musulmanes por parte de los gobernantes, y por el compromiso escandaloso del Islam con las prácticas religiosas locales. Así, Nafata, sarkin (rey) de Gobir, se había convertido prácticamente en un restaurador del «paganismo», y no toleraba a los musulmanes a menos que hubiesen nacido dentro de esa religión. Sancionaba a los que se tocaban con turbantes y prohibía el velo a las mujeres. Su hijo Yunfa -que había sido alumno de Usmán dan Fodio— vio en la actitud de este último una fuerza explosiva sumamente peligrosa, pues ¿ no se hallaba acaso en correspondencia regular con una red de letrados fula los cuales un día podían tratar de poner en práctica su prestigio en todo el país hausa, en favor de la subversión? Por ello trató, sin éxito de hacerlo asesinar, logrando tan sólo aumentar el prestigio de Usmán. Un día el jeque (sheíj) se encontró con una hilera de esclavos de guerra, entre los que reconoció a algunos musulmanes, incluso a algunos de sus discípulos, y rompió sus cadenas. Era un acto público de rebelión, y Yunfa lo expulsó. Desde este momento pudo dedicarse a formar a sus discípulos para luchar contra el «paganismo», escribiendo contra éste una serie de panfletos y manifiestos en árabe, para informar a la opinión ilustrada sobre su programa de acción renovadora. Estas «cartas abiertas» tuvieron gran impacto. Yunfa marchó contra la residencia del jeque, en Dezbel, pero Usmán pudo huir hacia Gudu (21 de febrero de 1804), en una especie de hégira que fue comparada a la del Profeta por el gran número de discípulos que fueron a colocarse a su lado, bajo su mando, con sus armas y, sobre todo, con su poderosa determinación de creyentes. También se 7 hallaban con él su hermano ‘Abdalláh y su hijo Bello, con los contingentes fula, con sus pequeños y nerviosos caballos piafando de impaciencia, en espera de lanzarse contra el país hausa y acabar con el yugo de los infieles. B. La espada de Alláh Pero no se trataba de una cruzada fula o tukulor contra los hausa. En las filas del jeque había también bausa, y en las del sarkin había fula. Era más bien un llamamiento a la resistencia a un poder considerado opresor en un plano religioso y social. En presencia de las masas que le rodeaban en Gudu, Usmán tenía la sensación de haber sido elegido para ser la espada de Alá, y de que era necesario «desenvainar el estoque de la verdad». ‘Abdalláh dispersó a las fuerzas del sarkun de Gobir, y los discípulos de Usman le nombraron comandante de los creyentes (amir al-muminín). Este aceptó el título humildemente. Pero el Gobir había alertado ya a los demás soberanos y les había aconsejado una alianza para hacer frente a la guerra santa, y una represión general, antes de que fuese demasiado tarde. Como medida preventiva, todos los musulmanes sospechosos fueron asesinados, y como la sospecha se dirigía sobre todo contra los fula, la represión tomó el sesgo de una represión étnica, que echó en brazos del jeque a la mayor parte de los tukulor y de los fula, incluso a aquellos que no simpatizaban con el Islam. El ejército del jeque fracasó ante la capital de Gobir, Alkalawa, e incluso fue derrotado en varias ocasiones. Sin embargo, sus soldados volvían a la carga cada vez con mayor entusiasmo, convencidos de que tenían una cita con la victoria o con el paraíso. Así pues, en tales condiciones, la victoria no podía tardar en llegar. En efecto, fueron conquistadas sucesivamente Zaria (1804) y Katsina. Y Kano, pese a haber alineado en el campo de batalla a diez mil lanceros a caballo, cubiertos con cotas de malla, fue derrotada por los caballeros de la Fe, que penetraron en la ciudad; éste, comerciante ante todo, se sometió sin pestañear. Pero van a producirse otras resistencias: el Kebbi y los tuaregh se aliaron durante un tiempo a Gobir y estuvieron a punto de cambiar las tornas. Sólo en 1808 el hijo de Usmán, Bello, se apoderaba de la capital de Gobir y ordenaba ejecutar a Yunf a, erigiendo así, definitivamente, el poderío del jeque. Poco después, éste recibía el juramento de fidelidad del jefe de los tuaregh del Air, que había llegado de Agades. En 1809 surgía una nueva ciudad, que representaba el nuevo orden político-social: Sokoto. Sólo quedaba Bonnú, cuyo poderío en las regiones orientales parecía desafiar todo peligro, aunque sólo fuese por su antigüedad. Cuando las tropas de Usmán decidieron lanzarse contra ese reino, el sultán, en realidad muy débil, llamó a su «alcalde de palacio», el hombre fuerte de Kánem, El-Kanemi, un musulmán como Usmán dan Fodio, aunque menos místico y más soldado, que pudo rechazar las oleadas de Sokoto, que hubieron de dispersarse hacia el sur y el sudoeste. Algunos jefes de guerra, y sobre todo algunos letrados morabitos, dotados de estandartes recibidos de Usmán dan Fodio, propugnaban la conquista santa: en 1811 Nupe es sumergido por las tropas de Malam Musa Dendo, cuyo hijo Usman Zaki se convertirá en el primer etsu (rey) fula. Y en Ilorin, en Nikki, en tierras bula, en la región de Bauchi, Adama, que ha recibido una bandera, va a instaurar el poder fula en todas las tierras del Benué, que pronto se denominarán por su nombre, Adamawa. Asimismo Yola, centro secundario de dispersión, y los lamidatos menos importantes, como Garwa, Marwa, Ngawnderé, Re Buba, etc., servirán como glacis orientales al imperio de Usmán dan Fodio, hasta el Logone. Solamente algunos puntos montañosos, donde, como en islotes, se han refugiado ciertos pueblos como los kirdi, escaparán al proceso de islamización, aunque sin conseguir, con todo, zafarse de la profunda alteración provocada por los fula, como sucedió 8 en el Futa Dchalón y que en este caso tenía su epicentro en Sokoto. Algo semejante había sucedido o iba a suceder en otras regiones de Africa, en el Alto Nilo o en tierras zulu, a causa también de los expasionismos locales. «Los fulani siguieron su camino y fueron hasta Bornú, dejando pocos hombres en tierras bausa, con algunos esclavos y personas que estaban fatigadas por el viaje», así se expresa la crónica de Kano a propósito de los fula provenientes de Mali bajo ‘las órdenes de Yakubu. Otros fula habían continuado su camino hasta regiones mucho más lejanas, hasta las tierras altas del actual Camerún central, en busca de pastos y para sustraerse a los tributos impuestos por los agentes del sultán, estableciéndose en simbiosis con los autóctonos «paganos», a los que pagarán incluso impuestos. Los mejores de ellos se mostraron suficientemente agradables, como para casarse con gente del lugar. Aunque no todo iba a marchar tan bien, y si las inevitables querellas terminaban con la victoria de los fula, conllevaban la creación de lamidatos, como los de Garwa, Re y Bandu, instaurados a fines del siglo xvii. C. Adamawa En tiempos de la dchihád de Usmán dan Fodio no faltaron candidatos para llevar a estas regiones la doctrina y el poder del maestro. Adama fue designado en 1805 y se estableció en un primer momento en Gurin, y luego en Yola. Consiguió imponerse a todos y orquestó la ofensiva generalizada contra los «paganos», poniendo en práctica la verdadera dchihád, en el sentido estricto de la palabra. Los fula que se mostraron refractarios y prefirieron la coexistencia pacífica (que venía de antiguo) con los autóctonos, fueron eliminados. En cambio los señores (lamibé) fula, ya establecidos o que se disponían a establecerse, y aun habiendo. reconocido como soberano a Adama, por orden de Usmán dan Fodio, le causaron grandes problemas. Algunos fula no musulmanes se sometieron de buena gana, pero otros, tanto en las regiones escarpadas de Mandara y de la Atlantika, como en las regiones de llanura de los mundang, por ejemplo, opusieron una resistencia feroz. La conversión y el sometimiento eran las soluciones más prácticas, ya que, así, las incursiones sistemáticas cesaban inmediatamente. Los tributos en esclavos y el diezmo se consideraban pérdidas menos arbitrarias que las de las incursiones. Los trabajos agrícolas eran menos arriesgados y más fructíferos, y permitían la venta de unos cuantos excedentes, a cambio de carne, sal y tejidos. Las casas, en un período de mayor seguridad, se construían más sólidamente, y las muchachas, que los señores fula no desdeñaban como acompañantes, y los esclavos domésticos constituían en las residencias señoriales otras tantas inteligencias, hasta el punto de matizar la relación de fuerzas. En cambio los rebeldes estaban destinados a errar medio desnudos y hambrientos, inseguros, por las montañas, aunque, como el lobo de la fábula, no llevaban collar... La primera oleada fula barrió con éxito el norte de la región, y Marwa cayó en 1810. También el sur de la región de Marwa acabará siendo conquistado. Pero mientras en el norte los wandala y los banana se mostraban invencibles, en el sur los golpes de ariete de los arqueros tapuri y mundang no dejaron en paz las fronteras de las posesiones fula. En realidad, las rivalidades entre los diversos lamibé —que en ocasiones llegaron a enrolar entre sus tropas a los «paganos»— hundían al país en una inestabilidad crónica. En la región de Gela,. en el curso inferior del Mayo Ulo, fula mestizados con fali se dispersaron rápidamente, tomando Golombe en 1825; Abdu se estableció allí en 1863, siendo atacado inmediatamente por los mundang. 9 En la cuenca superior del Benué las cosas marcharon mejor gracias a la existencia, desde tiempo atrás, de los lamidatos de Garwa, Re Buba y otros, que reconocieron la soberanía de Adama, y a los que se unieron otras posesiones. Pero en tanto que el lamidato de Re amalgamaba a los principados del este, la balcanización será mucho más acusada en la cuenca del Benué, en el oeste. Aquí los fula llegaron hasta el Hosere, que aún no había sido tocado por ellos, infiltrándose en la meseta por los valles: el de Faro fue conquistado por el Nzhobdi, jefe de los borongo, que más tarde se establecerá definitivamente en Ngawnderé, mientras que el ardo de Kin, Haman Sambo, se apoderaba de Tibati. Se iniciaba así una amplia expansión que no excluirá las guerras entre los propios lamidatos, ni los «puyazos» contra el emir de Yola, que pagaba los platos rotos por los demás. El sultán de Ngawnderé llevó a cabo sus guerras santas incluso con la ayuda de los «paganos», que le enviaban una parte del botín. En los primeros años de la conquista colonial, su territorio se extendía desde el borde norteño del Hosere al río Sanaga. Por el contrario, el sultán de Banyo, durante su avance hacia el sur, fue detenido por los bamúm, que disponían de armas de fuego, infligiéndole pérdidas importantes. En términos generales, el norte y el centro del Adamawa conocieron una expansión conquistadora más lenta, posiblemente porque los lamidatos no eran contiguos y los enclaves no musulmanes se consideraban territorios disputados, donde los musulmanes chocaban entre sí a causa de la guerra santa. Los kirdi aprovechaban las rivalidades fula para darse ánimos y desafiar, desde lo alto de sus roquedales, a los temerarios que se aventuraban hasta su país. En cambio, en la meseta, los territorios de los lamidatos se tocaban, gracias a la rápida sumisión de los grupos humanos no musulmanes; por este motivo se evitaban las querellas eventuales sobre las zonas intermedias. Los lamidatos se caracterizaban por una vida económica extremadamente sobria. Los siervos de los fula y los autóctonos sometidos se dedicaban, como en el Futa Dchalón, a la agricultura extensiva, pero las cosechas quedaban comprometidas en general por los ataques, la sequía o la langosta. La cría de ganado era más un rito sociológico que una actividad económica. La inexistencia de una artesanía se suplía por la actividad de los tintoreros hornuanos, los tejedores bausa y los herreros locales. Pero no había nada que recordase a las ferias, extraordinariamente concurridas, de las corporaciones de Sokoto o de Kano. Con todo, una vez establecidos los lamibé, fueron apareciendo nuevas necesidades cii el marco de las cortes principescas. Pero las corrientes comerciales que iban de Tripolitania a Kano, pasando por Bornú y Gobir, alargaban ramales insignificantes hacia el Adamawa. Los riesgos eran demasiado grandes y las primas para paliar-los se añadían a los precios del transporte, lo que encarecía enormemente los productos, por lo que sólo comerciantes aislados, hausa o kanuri, se aventuraban hasta allí. Ya Barth notó una diferencia de precio de uno a tres entre Kuka (Bornú) y Sokoto. Pero los esclavos que podían comprarse localmente a precios de por mayor y venderse a precios muy elevados, hacían que, como suele decirse, se pudiera perdonar el bollo por el coscorrón. Los mercaderes bornuanos, árabes, hausa, tripolitanos o egipcios vendían, pues, telas de algodón, cuentas de vidrio, albornoces y ropa bordada, perfumes, etc., y se llevaban esclavos; cinco mil cautivos, más o menos, eran cedidos anualmente como tributo por los lamibé a su soberano, el emir de Yola. Y su precio por unidad, que equivalía al de una cabra en tierras mbum, es decir, donde eran «producidos», igualaba al de un caballo en Sokoto. 10 Las tierras donde se habían refugiado los pueblos autóctonos se habían convertido en un inmenso vivero de esclavos. La punción se efectuaba por dos lados: por uno que miraba hacia al costa atlántica, en el sur, y por otro en dirección al Mediterráneo, en ei norte. En el extremo occidental de este vasto conjunto los songhai y los zerma, situados más allá del Níger, en Dendi, nunca aceptarán completamente el nuevo poder, como tampoco lo aceptarán los kebbi, que resistirán en Argungu. Masina recibirá banderas, lo mismo que el emir de Liptako, que se apoyaba en Sokoto, pero que dependía de Gwandu. En conjunto, el imperio, que se extendía del desierto al Benué y del Níger al lago Chad, cubría todo el Sudán central, y su propia desmesurada extensión iba a ser la causa de su debilidad orgánica. Usmán dan Fodio no era en realidad un político, sino más bien un santo varón, que se contentará con escindir sus posesiones en dos, entre su hijo Mohánimed Bello (que gobernaba todo el este desde Sokoto), y su hermano ‘Abdalláh que, desde Gwandu, en el Kebbi, controlaba la porción occidental del imperio, la cual, teniendo en cuenta la actitud hostil de tales regiones, se transformó rápidamente en una simple esfera de influencia. En efecto, ya desde 1850 el sarkun del oeste no controlaba más que la región de Gwandu. El extremo este, más sólido, estaba compuesto por una amalgama de proconsulados fula, algunos de los cuales estaban unidos directamente a Sokoto, y con frecuencia utilizaron los sistemas administrativos preexistentes, aunque sometidos a las exigencias coránicas. Estas provincias eran feudos que no solían coincidir exactamente con las fronteras de los reinos precedentes. Cada uno de aquéllos poseía sus reglas de sucesión, en las que se incluía, generalmente, la intervención previa o posterior del sarkun teócrata de Sokoto. Asimismo, cada uno de ellos estaba obligado a porporcionar un tributo anual en especie y en esclavos, y en caso de necesidad, un contingente armado. Pese a todo, a medida que nos alejamos de los años de reinado de Usmán dan Podio, la provincia irá convirtiéndose en una entidad política soberana. Y a medida que nos alejamos de Sokoto, las obligaciones respecto al centro irán «olvidándose». En resumen, la simple cualidad de tukulor o de fula, o de musulmán, parecía dar derecho, gracias a las conquistas de Usmán, a poseer vocación de mando, aunque no fuese más que sobre un pequeno dominio dentro de una provincia. En ciertos casos, sin embargo, se permitió permanecer en el poder a algunos jefes locales poderosos. La unidad del sistema real pero políticamente débil residía en la conciencia de llevar a cabo una misma revolución político-espiritual. Pero tal conciencia fue perdiéndose, y parece ser que numerosos emires terminaron utilizando el cambio de régimen como un derecho de explotación o como cobertura... Tras el paréntesis de seis años escasos, Usmán dan Podio siguió con su vida de austeridad y misticismo, dedicada al estudio y a la contemplación. Murió en 1817; su tumba —en Sokoto— es todavía lugar de peregrinación. Su hijo, Mohammed Bello, se apoderó del poder, pero lo repartió con ‘Abdalláh, instaurando una especie de duunvirato. Ya durante su reinado las fuerzas centrífugas tenían una importancia considerable. Cuando muere, en 1837, su hermano Usmán le sucede hasta 1842, teniendo que enfrentarse a su sabruno Sa’íd, que no había conseguido acceder al poder. Y entre 1842 y 1859 ‘Ah hubo de emplear toda su habilidad para conservar el control político sobre los gobernadores de provincia, ocupados por su lado en salvaguardar la integridad de su región contra los ataques exteriores o interiores. D. Un Ideal de poder justo e Ihuninado Al menos, la supremacía espiritual de Sokoto no se discutió. Y aun suponiendo —como hacen algunos autores— que el imperio de Usmán dan Podio haya degenerado en un 11 conglomerado de principados anárquicos y esclavistas ~, no deja de ser cierto que esta empresa supratribal unificadora (aun aceptando que estuviese dirigida sobre todo por ‘los fula) de una amplitud gigantesca tuvo éxito evidentemente durante algún tiempo. Se trataba de una empresa religiosa y progresista: perseguía el ideal del califato justo e iluminado, pues estaba inspirado por Dios; sus protagonistas eran hombres de una erudición asombrosa, y no sólo en las disciplinas coránicas clásicas, sino en poesía e incluso en materias profanas. Clapperton nos describe a Bello tal como lo vio sentado en una alfombra: «un aire noble e imponente, una frente alta». Hizo gala ante su huésped de sus conocimientos teológicos y le instruyó sobre las controversias entre cristianos, lo que obligó al inglés a confesar que él no estaba muy versado en los misterios de la fe. Manejando lentes y planisferios nombró a todos los planetas y a algunas constelaciones por su nombre árabe. Preguntó a Clapperton sobre la conquista de ‘la India por Gran Bretaña y sobre ha toma de Argel por los franceses. El viajero británico le regaló un ejemplar en árabe de la geometría de Euclides; Bello se lo agradeció vivamente, pero le hizo saber que tiempo atrás él mismo tenía un ejemplar traído de La Meca por un pariente, pero que había desaparecido el año anterior en un incendio. Debemos doscientos cincuenta libros y opúsculos a los tres dirigentes de la revolución, sin contar la correspondencia oficial. No dudaban en tomar la pluma a la menor ocasión para dar explicaciones suplementarias o confundir a un oponente. Como muchos otros revolucionarios, éstos trataron de justificar su actividad, que en este caso, para ellos, representaba un renacimiento del Islam, destinado a crear un poder digno de la pureza original de ‘la fe, una sociedad regida por un soberano justo (Al-Imam al-Adl ) El mismo Usmán dan Fodio lo ha dicho: «Y yo digo (¡y la ayuda viene de Dios!) que un gobierno debe basarse en cinco cosas: la primera es que el poder no debe darse a quien lo busca; la segunda —sigue escribiendo—, es la necesidad de la consulta; la tercera, la abstención de ‘la violencia; la cuarta, es la justicia; la quinta, la beneficencia (...). Los ministros —añade— deben ser cuatro: el primero es un visir íntegro encarga’do de despertar al soberano si éste se duerme, de abrirle los ojos si se muestra ciego, de refrescarle la memoria si es olvidadizo. El peor de los males para un pueblo es tener un visir poco honrado. Y una de las cualidades de un visir es ser compasivo y misericordioso hacia la gente. Los otros tres ministros son el de justicia, el de la policía y el de los impuestos. » Estos revolucionarios trataron de aproximarse lo más posible a su ideal. Mohammed Bello —escribe Sa’íd— gastaba de sus propios fondos y de los del Estado. Y trabajaba con sus propias manos. En cuanto a Usmán dan Podio, su única preocupación era mostrarse digno de su tarea. Antes de salir de su vivienda para dirigirse al pueblo, guardaba unos minutos de recogimiento para, como él decía, «reavivar su entusiasmo y renovar a Dios el juramento de sinceridad». Para él el Islam no era en absoluto una convicción abstracta o decorativa, sino un mensaje vivo y que había que vivir en cada detalle de la vida diaria. Ataca a los comerciantes musulmanes que utilizan medidas falsas, y critica a aquellos que, en lugar de instruir a sus mujeres en la fe y en el temor de Dios, se contentan con repetirles que la felicidad de una mujer se halla en obedecer al marido. Es evidente que tal programa social, integrado en un Islam renovado, puesto que se remonta a los orígenes, ha jugado un importante papel en el éxito de la revolución de Usmán el torodo, que no aspiraba tan sólo a derribar algunos tronos, sino a operar una regeneración social global del Blad as-Sudán. III. EL-HADCH ‘OMAR TALL 12 A. Los comienzos En el caso de la fulgurante conquista del Sudán occidental por parte del tukulor El-Hadch ‘Ómar el carácter religioso queda más oculto, en favor del proyecto político. ‘Ómar Tall, hijo de Saidu Tall y de Adama Cissé (o Sisé), nació hacia 1797 en Aloar, más allá de Podor, en Senegal. Este tukulor estaba ligado a ‘la casta clerical de los Torodo. De su madre ha conservado un recuerdo penetrante, cuya piedad y sumisión le impresionaron profundamente. «He dejado en el Futa a muchos hombres parecidos a mi padre —decía—, pero no he dejado mujeres comparables a mi madre.» Ya desde su infancia gozó, pues, de una instrucción religiosa sólida, ampliada tras algunos viajes a tierras mauritanas y a Walatta, donde existían algunas zawiá Qadriya célebres. Pero el acontecimiento decisivo de su vida fue la peregrinación a La Meca y una estancia prolongada en las teocracias tukulor y fula del Africa Sudánica. No se conocen con exactitud las fechas de tales estancias; en todo caso, se puso en camino a los veintitrés años; llegó a Bonnú, donde visita a El-Kanemi; a Egipto, donde asistió a las clases de los profesores de la universidad Al-Azhar, y a los lugares santos donde el rígido movimiento de los wahhabitas se encontraba entonces en plena lucha contra los turcos. El califa Tidchani de Hedcház lo atrajo a su secta y le designó delegado suyo en Sudán occidental. Así, El-Hadch ‘Omar TaU residió durante doce años -quizá en varias veces ‘— en Sokoto, donde escribió su principal libro, Suyiá/ as-Sa’íd, junto a Mohammed Bello, que lo colmó de presentes y le dio por esposas a dos princesas, una de las cuales era su propia hija. En Hamdallahi el sheiku Amadu, más austero, quedó sorprendido por el fasto del tukulor, que fue recibido con dignidad pero sin entusiasmo. Si, como se cree, fue objeto de un intento de asesinato, ello mostraría que el gobernante fula veía en él a un futuro adversario, a menos que los tukulor no hayan difundido este rumor deliberadamente para justificar su conquista de Masina. En todo caso la acogida que le dispensó el rey no musulmán de Segu fue francamente hostil. Pero El-Hadch ‘Omar fue bien recibido, por el contrario, por el heredero de los Keita y por el almamy del Futa Dchalón, que le permitió fundar una zawiá que pronto atrajo a su alrededor a todo un ejército de talibé, casi ‘todos originarios de su país natal, Puta Toro, donde El-Hadch ‘Omar había llevado a cabo algunas giras de propaganda y reclutamiento (1847). Paulatinamente fue consolidándose en él la voluntad de intervencionismo religioso y político, que se tradujo, en 1850, en su establecimiento en Dinguirai. Esta fue su hégira. Se erigió una fortaleza de grandes proporciones (tata), que sería empleada como cuartel general. ¿A qué se debió este éxito? Quedaba claro que a mediados del siglo xix Africa occidental estaba madura para un acontecimiento de este tipo. En efecto, en términos generales, la trata había exacerbado la tendencia a la dispersión étnico-política y a la inestabilidad. Aprovechando la ocasión algunas jefaturas efímeras superaban a veces el marco étnico para adaptarse al nuevo curso de las cosas. Pero el Islam, como ‘Omar había constatado en el este, era el marco en el que la voluntad de superación podía concretarse más fácilmente. Y la cofradía más extendida hasta ese momento, incluso en el Futa Toro, era la Qadriya, con sus numerosos escalones místicos entre los adeptos y sus morabitos. Sólo algunos escasos talibé, en general provenientes de familias aristocráticas, podían alcanzar la intimidad del jefe religioso. Por el contrario, la Tidchaniya, debido a la inexistencia de penitencias rigurosas, a la disminución del número de plegarias, por su liberalismo y su carácter «democrático», permitía a cada individuo acceder a la intimidad y a la baraka del morabito, formando así una especie de comunidad, de hermandad político-religiosa superior, que los pueblos del Sudán, más o menos conscientemente, esperaban en ese momento. Por su sencillez se hallaba mejor adaptada a estos hombres de acción. Y para las mujeres, los jóvenes y los miembros de las castas inferiores representaba el marco ideal en el que el éxito quedaba asegurado por medio 13 del talento y del valor. B. La guerra santa Una vez que El-Hadch pidió cierta cantidad de fusiles a los mercaderes británicos de Sierra Leona, la tensión fue creciendo con sus vecinos, incluso con los musulmanes, como los de Jasso (o Khasso) y el almamy del Futa, que llegará incluso a llamar a los franceses. Tras un retiro de cuarenta días para meditar, permaneciendo en vela incluso «cuando hay una oscuridad de hiena», El-Hadch ‘Omar se dispuso en primer lugar a atacar a las regiones de mayoría o de gobierno no musulmán. Se apodera de la región aurífera de Bambuk y, tras tomar Nioro (1854), se apodera del Kaarta de los Kulibali Massasi. Después de esto se vuelve hacia el oeste, hacia su patria de Toro, de donde le habían llegado tantos jóvenes entusiastas. - Los tukulor formaban tres de los cinco cuerpos de ejército, cada uno de ‘los cuales estaba dividido en tres «brazos». Sus efectivos alcanzaban la cifra de 30.000 hombres, entre los que se contaban soldados de infantería, fusileros y lanceros fula a caballo. Pero los morabitos de la Qadriya le eran hostiles, y lo eran en especial ‘los franceses, establecidos en Senegal, con Faidherbe, que habían elegido el río como eje de penetración hacia el Níger, jalonándolo con una serie de fortines, como Medina, la capital del reino musulmán de Jassi. Faidherbe, nombrado gobernador en 1854, estaba dispuesto a dar algún empuje a las factorías francesas, expulsar a los mauros hacia el norte de Senegal, y poner pie de manera sólida en el Continente, fundando Dakar en 1857. En Medina, bloqueada y abocada al desastre, los talibé, fanatizados, se lanzaron en oleadas furiosas contra las murallas del fortín francés, defendido por el mestizo Paul Holle. El-Hadch ‘Omar había ordenado al comandante de la formación de asalto: « ¡Dirígete allí donde veas mayor dificultad! ». Sus hazañas nunca vistas anteriormente y su desprecio por la muerte se mostraron vanos, por la que el fuerte fue rodeado y reducido a una situación desesperada. Pero al llegar la estación de las lluvias, Faidherbe pudo remontar el río Senegal, situarse con sus cañoneras junto al fuerte y dispersar a los asaltantes. Pero ‘Omar se había establecido río arriba, en Guemu, desde donde tratará de aliarse con los mauros, también adversarios de la presencia francesa. Una vez aplastado el tata de Guemu, pese a su heroísmo, por los cañones franceses (1859), y cuando, en el mismo año, El-Hadch fracasa ante Matam, comprende que la desorganización senegalesa y la hostilidad religiosa, y en especial la cobertura colonial que Francia había echado sobre ella, le impediría alcanzar el mar, esencial para el aprovisionamiento de armamento, cambia sus planes y se dirige hacia el este. ‘Omar irá pasando cada vez más de sus proyectos religiosos a las ambiciones políticas. Unificó la curva del Níger y quizá pensó poder volverse contra el invasor europeo del oeste y cerrarle el paso e incluso empujarlo al mar. El-Hadch ‘Omar era un estratega excepcional. En 1860 protegió ‘su retaguardia firmando un tratado con Faidherbe, por el que renunciaba al Senegal, volvía a Nioro y desde Sáhel lanzaba un ataque que barrió la curva del Níger en toda su ‘longitud, apoderándose de Nyamina, Sansanding y, finalmente, de Segu, donde hizo ejecutar al último rey de los bámbara (1861). Y pretextando que el rey fula de Masuna, musulmán como él, se había negado a ayudarle en el asedio de Medina y había acogido al rey Amadu de Segu, convertido sólo formalmente al Islam, e influido por las teorías de Mohammed Bello sobre ‘la legitimidad de la dchihád contra los gobernante musulmanes «hipócritas» (munafiq), invade Masina, destruye Hamdallahi y lanza una incursión hasta Tombuktu (1862). 14 C. Las consecuencias Se había formado un imperio vasto que se extendía a lo largo de mil kilómetros, de este a oeste, y tenía por principales puntos de apoyo Dinguirai, Nioro, Segu, y, en las fronteras orientales, Bandiagara. Pero El-Hadch tenía ya más de sesenta y cinco años; por otro lado, las contradicciones internas permanecían en pie en este conjunto construido tan deprisa gracias a la actividad de los talibé tukulor movidos por una fe volcánica. Estos, sin embargo, creyeron que todo les estaría permitido en los países conquistados, que fueron exprimidos al máximo. Así, la guerrilla se hizo permanente, alimentada por el patriotismo y ‘la religión de los bámbara, paradójicos aliados de los fula del Masina, con sus convicciones de la Qadriya, y de los Kunta de Kebbi. El-Hadch ‘Omar se consideraba instrumento de la voz divina, que le había exhortado de la siguiente manera: «¡Barre a los países!». El viejo profeta empleaba ya la mayor parte del tiempo en apagar las chispas de las erupciones políticas y precisamente halló la muerte, en condiciones misteriosas, durante una de estas expediciones de castigo, en 1864, quizá en la gruta de Dchiguimberé, cerca de Bandiagara. La carrera de El-Hadch ‘Omar, ingente oleada épica que acabó destrozándose en los contrafuertes salvajes del país de los dogon, no podrá ser continuada por su hijo Amadu, designado como su sucesor, a causa de las disensiones familiares, de la agitación fula y bámbara, y en especial a causa del avance francés. Su empresa que, por sus éxitos vertiginosos, parecía marcada por el destino y haber llegado oportunamente, fracasó quizá porque el fundador careció del tiempo necesario para organizar su imperio. Y quizá también porque menospreció y subestimó a las fuerzas preexistentes, en lugar de integrarlas para utilizarlas; y quizá también por los métodos implacables empleados contra los no musulmanes e inclusive contra los tukulor para obligarles a ponerse en marcha junto a él: «A aquellos que se habían negado a partir, fue el fuego quien les hizo emigrar.» Los graneros de mijo eran incendiados. En cuanto a «‘los paganos, su cabeza fue cortada de un solo golpe. Nadie se atrevió a toser. Otros treparon a los árboles. Se les hizo bajar; otros fueron quemados en la espesura» ~. Pero su significado para la historia es que un líder africano haya intentado resucitar en la curva del Níger, tan fértil en imperios, un conjunto político tan amplio como para hacer frente a las fuerzas extranjeras que había visto actuar en Senegal. Le faltó el tiempo y los medios. Con todo, su cultura, su gran inteligencia de estratega político y militar hicieron de este proyecto una de las últimas y grandes tentativas del Africa occidental precolonial, tentativa que tiene algo de instinto colectivo de conservación. IV. SAMORI TURE: UN DESTINO A. ¿Dónde y por qué? Samori no se yergue sobre una tabula rasa. Su empresa está relacionada con ciertos factores de tiempo y de lugar, y lleva en sí un proceso del que aquélla es el resultado normal. Pero hacía falta que el hombre tuviera suficientes cualidades para extraer de las circunstancias su energía potencial. Nada permitía presagiar que se impondría en tan poco tiempo sobre esta tierra que fue cuna del antiguo Mali. Existían otros hombres mucho más poderosos, pero parecía que todos se hubiesen puesto de acuerdo para preparar el terreno a Samori, por sus errores, por su eliminación recíproca y por sus mismas realizaciones. 15 Aquí se cruzaban influencias convergentes, políticas sobre todo en el norte, y económicas en el sur. En el norte, los bámbara de Segu, con Da Diarra, habían extendido su hegemonía hasta las minas de Bure, y eran soberanos de Kankán y de Kurussa. Aunque desde 1820 aproximadamente, el conjunto bámbara había comenzado a decaer lentamente. Y el imperio de El-Hadch ‘Omar, roído por el odio sordo de los no musulmanes y por las querellas familiares de sus sucesores, no tenía tampoco gran dinamismo. En el oeste, los dirigentes del Puta Dchalón estaban paralizados por el duelo sin fin entre los Alfaya y Soriya. Al ser adeptos de la tidchaniya omariana, chocaron contra el levantamiento socio-religioso de los Hubbu, afiliados a la Qadriya y catalizadores, además, del descontento de los fula desarraigados o de los campesinos reducidos a una condición inferior. En el este surgía el reino de Kenedugu. Y entre las potencias decadentes o en germen se hallaban los países del Alto Níger: Mau, Konyan, Toma, Kisi y Nafana, en el sur; Sankarán, Toron y Bate (Kankán), en el centro; y Wasulu, Bure y Mandfng, en el norte. Era el cruce de caminos de la kola, del oro, de la sal marina, de la sal gema, de los esclavos y de los caballos, y de los cada vez más numerosos productos manufacturados, incluidas las armas. Entre la Costa de los Ríos y la costa del golfo de Guinea por un lado, y las tierras claras de la sabana y del Sáhel por otro, existía una zona de baja presión política que parecía estar esperando el puño creador de un líder. Esta era, desde siglos atrás, la región elegida por los diula, que se infiltraban de norte a sur, llevando a cabo su colonización mercantil y, en ocasiones, militar. Algunos de éstos se habían convertido, en el norte, en reyes del comercio, como NanaPali Kamara, un dialonké que había llegado a ser el hombre fuerte del Bure, jugando con virtuosismo con las fluctuaciones de precios de los productos, al poseer, en Didi, enormes almacenes con ingentes stocks, y disponiendo de una cadena de corresponsables escalonados hasta la costa —como, por ejemplo, en Kankán. Más hacia el sur, los diula se movían en un medio de mayoría no musulmana. El relieve más accidentado, el bosque y la dispersión étnica limitaban en aquel entonces su radio de acción, pero la confianza adquirida por ellos debido a su prolongado arraigo les garantizaba con frecuencia una posición de monopolio en el seno de ciertas jefaturas, posición que solía ser mejorada y reforzada por medio de casamientos. Pero por debajo de los grandes comerciantes estabilizados, existe la masa de los diula que, por su movilidad continua y su ubicuidad constituían la base de esta especie de imperio fantasma que, de vez en cuando, se materializaba de manera brillante por medio de formaciones estatales fulgurantes. Así es la carrera de Samori. Aunque otros le habían precedido, como Moriulé Sisé (o Cissé), de la región de Kankán, que llevó a cabo sólidos estudios islámicos en el Instituto de Tuba (Puta Dchalón), y tras una serie de peregrinajes a Konyan, se estableció en una especie de tierra de nadie que denominó Madina, de la que hizo un punto de partida para la guerra santa (dchihád, o dyaadi). Cuando ésta estalló, la tardía reacción de Man Kuruma, aniftrión no musulmán del morabito, le costó ser derrotado y ejecutado. Así, después de haber organizado un consejo de jefes religiosos y militares, se adjudicó el título de ¡aama (soberano) y envió a sus delegados (dugukunasigui) a las tierras sometidas, ligadas a él por medio del ritual, islamizado, del degué “. Formó un pequeño ejército bien organizado, armado de fusiles y equipado con caballos, pero pronto hubo de hacer frente a ‘la enérgica oposición de los Kamara, Kuruma y Konate, que controlaban la ruta de Kankán. Y cuando, al dirigirse hacia el sur, atacó Worodugu, fue capturado en el combate de Kurukoro, y nunca más se le volvió a ver. 16 Su reino (Moriuledugu) sobrevivió. Aunque tras una pausa fatal. En efecto, su hijo Sere Burlai propondrá una alianza al adversario de ayer, un joven porteador que había combatido a las órdenes de Moriulé antes de crearse un grupo autónomo: Vakaba Turé. Pronto, éste fue llamado para. arbitrar las querellas del Toron y del Nafana. Allí, desde mediados del siglo xviii los diarasuba habían eliminado el dominio de los diomandé e instauraron un poderoso Estado ligado a Kong y a Segu a través del Wasulu. Pero, al hasarse en la región montañosa, la resistencia de los senufo de Noolu en el este, y la de los diomandé de Gbe en el sur, prosiguió. Establecidos en las cercanías de Odienné, los diarasuba controlaban cada vez menos a sus vasallos. De ahí la intervención de Vakaba, que fue laboriosa a pesar de todo, ya que los diarasuba, provistos de fusiles, que les llegaban desde Kong, seguirán siendo un peligro para el recién creado reino de Vakaba, denominado Kabasarana, como su madre. Reino que estructuró según el modelo de Moriu’ledugu. Los capturados después de la huida de los diarasuba constituían una milicia selecta y mano de obra agrícola, instalada en vastos terrenos cerca de Odienné, en tanto que las tropas de los vasallos acampaban en las fronteras siempre en peligro. Así pues, un jefe musulmán, escasamente culto, se había instaurado como gobernante en las altas tierras, en las que hasta ese momento los diula habían estado en situación de inferioridad. Sere Burlai conservará una fidelidad ejemplar al reino de Kabasarana, aún después de la muerte de Vakaba. Liberado por este último, con todos los honores debidos a un valeroso capitán, trató de reconstituir el Estado de su padre Moriulé. Aprovechando las disensiones de los konaté de Alto Toron, se impuso a ellos después de dominar difícilmente su resistencia, dirigida por Saransware Mori y Teré Yará, destruyendo varias aldeas, y entre ellas Manyanbaladugu, donde la madre de Samori fue hecha prisionera (hacia 1853). Sin embargo, cuando Sere Burlai sedirigía, hacia 1858, a apoyar las campañas de Vabrema (sucesor de Vakaba) contra los fula, iba ya hacia el desastre: el rey de Kabasarana muere, y su muerte da la señal del levantamiento general de Moriuledugu, encabezado por Seriko Koné, atrincherado en las alturas salvajes de Kobobi Kuru, donde Sere Burlai murió mientras lanzaba un ataque desesperado. Su hermano y sucesor, Sere Brema, consiguió restablecer la situación apoderándose de Kobobi Kuru y recuperando los territorios perdidos hasta las alturas de Gbe, sobre la frontera de Kabasarana. El nuevo gobernante flexibilizó la dominación diula, antes centrada en los dugukunasigui, adoptando un sistema de amplia autónoma. Sin embargo, la rebelión permanecía en pie, alimentada por Dyente, establecido en Gbankundo y luego en el Gundo, donde Saransware Mori, del clan Berete, volvía a la carga tras su alianza con el jefe Konaté Teré Yará, del que Samori era sobrino. Y Samori, que acababa de alejarse de las tropas de los Sisé (Moriuledugu), ingresó en el ejército de Saransware Berete, que logró imponerse en toda la cuenca del Milo. Pero cuando, pese al juramento que lo unía a Teré Yará, lo hizo ejecutar con el pretexto de que había cometido traición, Samori fue abandonado inmediatamente por el clan de los Konaté y quedó aislado; pero había obtenido también su libertad, y se apoderó del Alto Milo, en tanto que los Sisé eliminaban a Saransware (1865). A partir de 1866 los Sisé aumentaron su ventaja y se apoderaron de Lenko, donde los Kamara, parientes de Samori, se hallaban aterrorizados, mientras que Samori se refugiaba en tierras de los toma. Sere Brema (Sisé) avanzó hasta el límite del bosque, en tierras guerzé, donde se reconoció 17 su autoridad. Para consolidar su obra, se reconcilió con el jefe no musulmán Nantene Famudu. Pero los años que siguen verán por un lado a Samori, de nuevo en auge y en acción entre los ríos Dion y Milo, y por otro, el declive de los Sisé, que inician estériles campañas contra Wasulu. Y Va Muktar, sucesor de Vabrema (o Va Brema), en su esfuerzo por alcanzar, en el noreste, el -mercado de Tengrela, aceptó enviar a su primo Bintu Mamadu, con el fin de que se inmiscuyese en el avispero de las querellas internas de Wasulu. Bintu tendrá éxito al principio, pero los Sisé, temiendo ver cerrada la ruta de Bamako, intervienen inmediatamente, y Sere Brema arrebata sus conquistas a Bintu, que apenas tiene tiempo de saborear su victoria. Por ello, en 1873, Bintu vuelve a la carga y se apodera de gran parte del país, a fuerza de matanzas, pero con igual rapidez es perseguido por un jefe local, Adyigbé... Sin relación con sus bases de partida, huye hacia adelante, hasta el momento en que Amadu, de Segu, lo acoge, mientras que Van Muktar, que había salido de Odienné con ánimo de socorrerle, muere a causa de una herida (1874). Su sucesor, Van Madu, se dedicará ya tan sólo a tratar de detener las oleadas crecientes de sus vecinos, enardecidos por los recientes desastres. En tierras kissi, convertidas en vivero de esclavos, fruto de las guerras entre aldeas, Mori Suleimán Savane —cuya dinastía era originaria del Puta Toro y del Bundu— impuso el monopolio comercial por medio de matrimonios, de actividad diplomática y de incursiones armadas. Pero la complejidad de los arbitrajes, que a veces terminaban con arreglos de cuentas, le forzarán a pedir la protección de Samori. En lo que respecta a Podé Dramé, morabito sarajolé de Bundu, éste pudo imponerse por medio de engaños y astucias, sin descartar la fuerza, a costa de los ulare del Sankarán. En su fortaleza de Bereburiya será sometido a una presión tan poderosa por parte de las poblaciones no mulsulmanas, exasperadas por sus excesos, que acabará uniendo su causa a la de los Sisé. Tanta efervescencia y tantos problemas eran la señal del crepúsculo de un mundo y, al mismo tiempo, del nacimiento doloroso de otro nuevo. Kankán, la capital religiosa y comercial, habría podido aprovechar el agotamiento de los protagonistas para intentar controlar el comercio de la región. Pero la ciudad, sometida durante breve tiempo por Kondé Brema, y liberada bajo la autoridad de Alfa Kaabiné, patriarca de los Kaba (1878), se replegó pues sobre sí misma, como movida por una prudencia pusilánime frente a los no musulmanes de Sankarán y de Toron, y tanto más cuanto que los musulmanes no estaban unidos. Algunos de ellos, como los Kaba, se habían unido a -la Tidchaniya, en tanto que los sharíf, llegados del Níger Medio en el siglo xviii, pertenecían a la Qadriya. Con todo, la idea de guerra santa reaparece con Alfa Mamadu, nieto de Alfa Sanusi. Aunque la «guerra de los Hijos del Sueño» 12, que estalló a causa de la actividad de los adeptos del «pagano» Dyeri Sidibé (que estuvo a punto de conquistar Kankán, como estuvieron a punto de hacerlo Nantené Famudu y los jefes no musulmanes kone, de Wasulu), reducirán a la nada las veleidades conquistadoras de una ciudad fundamentalmente intelectual y comerciante. Así, aquí, como en la Costa de Oro o en la de Benín, una fase de reajuste, caracterizada por una nueva estructura en las transacciones comerciales, traía consigo que un hombre o un pueblo, decidiesen dominar por su cuenta la nueva relación de fuerzas. Sin embargo, debemos señalar la existencia de otro factor decisivo: la influencia de la dispersión y difusión islámicas, cuyo epicentro se hallaba indudablemente en el impulso político-religioso de Usmán dan Podio, continuado por Sheiku Amadu y El-Hadch ‘Omar. De 18 esta manera el Islam ofrecía a los diula y a otros pueblos emparentados, la inspiración y la voluntad. Con todo, los medios de acción y el poder provenían del comercio, que transformó la región y proporcionó armas. Pero los líderes extranjeros no tendrán aquí la misma suerte que en las amplias regiones abiertas del Sáhel, donde existía ya, además, una tradición estatal secular. Como por un fenómeno de rechazo sociológico, los no musulmanes se desprendían, antes o después, de todo diula extraño a su medio y que se negaba a ser asimilado aun en pequeña medida: estos fueron los casos de Moriulé y de Fodé Dramé~ Digamos, sin embargo, que los gobernantes no musulmanes no tenían los medios ni la inspiración adecuada para llevar a cabo el reajuste global necesario, especialmente por medio de la integración. El desmigajamiento geográfico, muy acentuado sobre todo en el sur, era por sí solo un obstáculo decisivo. Aunque, por el contrario, sí aceptaban la iniciativa de los diula nacidos en sus propios clanes y cuyo prestigio militar y de poder era, por tanto, también suyo, a condición de que quedase garantizado un mínimo de tolerancia. Este será el caso de Samori. Con todo, hay que tener cuidado con los análisis demasiado deterministas, que no dejarían espacio para el genio creador del almamy Turé: éste no estaba condenado a convertirse en lo que fue, sino que, para imponerse, será capaz de sacar todo el provecho posible de tres factores fundamentales, el Islam, el comercio y el parentesco étnico. B. El difícil camino hacia el poder (1853-1875) Este camino pasa por el comercio, por las armas y el Islam. Samori nace hacia 1830, en Manyambalandugu, de Laafiya Turé y de Masorona Kamara. Primero fue buhonero, como su padre, comprando el oro de Bure con la kola y los esclavos de las tierras toma, que cambiaba por armas y bueyes ambicionados por los forestales toma. La existencia de parientes maternos no musulmanes en las rutas que recorría, le favorecía en gran medida. Por otro lado, el trato obligado con los diula musulmanes iba encaminándolo hacia el Islam, ligado al comercio desde siglos atrás en estas mismas rutas. Su inclinación hacia el Islam creció cuando visitó Madina para enrolarse en las tropas de los Sisé, con el fin de obtener la liberación de su madre, capturada en un ataque esclavista. En seguida le fue reconocido cierto valor militar, en especial por Sere Burlai, entonces en el poder, en tanto que el hermano de éste, Sere Brema, sospechaba de él. Tras la muerte de Sere Burlai se vio obligado a abandonar a los Sisé, y atraído por las actividades de los menos fanáticos Bereté contra los no musulmanes, ofreció sus servicios a Saransware, hasta su asesinato por Teré Yará, por lo que Samori hubo de alejarse de nuevo. Poco después los Bereté lo detienen, por haber percibido un tributo en su nombre indebidamente, y lo someten al cepo. Se hallaba en esa incómoda postura cuando una noche uno de sus amigos dendasoghoma lo liberó y le hizo llegar un fusil. Este será el punto de arranque de su carrera militar autónoma. Y mientras que los Sisé iban agotándose en su estéril empuje hacia el norte y hacia Kankán, y en tanto que los Bereté se debatían en el odio sordo suscitado por el asesinato de Teré Yará, Samori, por medio de acciones inaccesibles al desánimo, fue ampliando sus dominios, aldea tras aldea, ka/u tras ka/u por medio de actos conciliares o bien por medio de la liquidación de sus adversarios. Cuando sus fuerzas se presentaron ante Sanankoro, los habitantes de la ciudad enviaron a su encuentro a su propio padre, con el fin de parlamentar. Samori retuvo a su padre, no como rehén, sino para evitar que se convirtiera en rehén de una ciudad que estaba dispuesto a conquistar. En Komodugu aprovechó una noche lluviosa y 19 oscura para, con la complicidad de un vigilante, introducirse en la ciudad, cuyos habitantes, despertados por el hecho, se mostraron primero irritados, pero más tarde aterrorizados al ver la enorme cantidad de pólvora y municiones que, con el pretexto de secarla al sol, Samori había hecho disponer en el suelo... Las negociaciones comenzaron. Cuando se oyeron algunos disparos, que indicaban que la pólvora se había secado, los notables de Komodugu compredieron que sólo les quedaba «beber el degué» de la sumisión. Samori montaba también «representaciones» en diversos actos, y en el último acto una nueva plaza se añadía a sus dominios en continuo crecimiento. Gracias a una diplomacia desbordante de imaginación, punteada de terribles zarpazos, llevaba a cabo su actividad entre los reinos musulmanes de los Sisé y de los Bereté por un lado, y por otro en medio de las desesperadas resistencias de los no musulmanes, como Nantené Famadu, Adyigbé y Sagadyigui. Pronto los Bereté se verán reducidos a su más mínima expresión, y los Sisé, muy debilitados. Reconciliado breve y provisionalmente con los Sisé,, esto ‘ie permtirá acabar con los Bereté. Adyigbé, hábilmente «corrompido», traicionará a su aliado Nantené Famadu — que acaba de fracasar ante los muros de Bisandugu—, será ejecutado en 1874. Pero el mismo Adyigbé caerá también poco después en su lucha contra el ejército perdido de Bintu Mamadu, en el asedio de Siratogo (Wasulu). Al parecer, Samori dijo en esa ocasión: «Adyigbé ha muerto. El único bonçte que cubría Wasulu ha caído; yo debo recogerlo.» En este momento, y exceptuado el no musulmán Sagadyigui, a quien los Sisé, impotentes, habían abandonado el Alto Konyan, sólo le quedaban como competidores serios Kankán en el norte, y los Sisé en el este. Mientras tanto, la base geográfica de su poderío había ido trasladándose primero a Sanankoro (llanura del Milo). Subrayando la importancia de los ejercicios de su caballería, declaró, según parece: «Vayamos a Sanankoro, allí el terreno es llano.» Más tarde, retrocediendo con respecto a sus relaciones familiares, se estableció en Bisandugu, a caballo de la pista caravanera que lleva de Kankán a tierras toma. Y no le faltaron fracasos, como en el caso de la batalla de Narena, en la que sólo la fuga salvó su vida. Sin embargo, paulatinamente, su organización fue perfeccionándose, así como su- armamento, gracias a los fusiles modernos y a su movilidad. Paralelamente a las conquistas, que hacían caer en sus manos el Bajo Konyan y el Toron, región estratégica entre Bate, Wasulu, Sankarán y Kabasarana, Samori se adjudicó títiulos que son a un tiempo una rememoración del pasado y un programa para el futuro: keletigui (jefe de guerra), primero, luego murutigui (dueño del sable) y finalmente Faama (soberano). C. Los años de auge (1875-1881) Impresionado por sus hazañas, Kankán pidió los servicios de Samori para reducir a los «paganos» del Sankarán. Para ello se llevó a cabo una alianza solemne, según el ritual islámico, aunque ambas partes no pertenecían a la misma cofradía. El botín de las campañas futuras debía recaer en los Kaba de Kankán, pero las tierras serían adjudicadas al conquistador. Así, Samori inició una vigorosa campana que, victoria tras victoria, se transformó en una gira triunfal. Los Kondé fueron reducidos, pero tratados con indulgencia, con el fin de separarlos de los Kaba de Kankán y facilitar el reclutamiento de los jóvenes. La toma de Kurussa y ci acceso a Baleya da a Samori finalmente una posibilidad de acceder a la ruta que lleva al mar cruzando el Puta Dchalón. Kankán, que no pedía tanto, comenzo a inquietarse, y trató de convencer a Aguibu, de Dinguirai, para que cortara el paso a Samori, pero después de ser informado sobre las fuerzas de que disponía aquél, decidió resignarse. El Uladán y el Bure (Siguiri) se sometieron y aceptaron entregar un tributo en oro. 20 La rabia impotente de los Kaba de Kankán aumentaba ante cada nueva victoria de Samori. Pero fueron los Sisé, en la persona del joven Morlai, quienes reaccionaron más vigorosamente: aprovechando que Samori se hallaba lejos, en el norte, ocupó Sankarán y Ularedu, terminando por contactar con Fodé Dramé, que había pedido su ayuda. La reacción de los animistas kuranko no se hizo esperar, pero fueron reprimidos y el engranaje de la represión, lo mismo que la atracción ejercida por la ruta meridional hacia el mar, alejaron peligrosamente a Morlai de sus bases. Este era el momento esperado por Samori. Efectuadas algunas intimaciones enérgicas a los Sisé, se abalanzó fulminantemente contra el campamento de Sininkoro, débilmente defendido. Morlai volvió rápidamente sobre sus pasos, y se halló frente a frente con un adversario que se había apropiado ya del botín capturado por él mismo y que había dejado imprudentemente en la retaguardia; es más, con un adversario que había comenzado ya a desmoralizar a la tropa enemiga. Ante las deserciones masivas, Morlai hubo de capitular y rendirse al más poderoso ejército de la región (1880), lo que permitió a Samori presentarse como heredero del gran designio de integración por el Islam y de reajuste global, exigido por la evolución en curso. Pretensión normal, si vemos que al año siguiente Kankán, que estaba organizándose para tratar de acabar con el conquistador, fue inmediatamente asediada y tomada. La ciudad no fue destruida. Sólo los dirigentes religiosos de la Tidchaniya fueron sustituidos por los de la Qadriya, y Waramogho Sidiki se convertía en el morabito personal del /aama. En ese mismo año el ya anciano Sere Brema, desprovisto de la mayor parte de las tropas de Madina por la derrota de Morlai, se aproximó al gobernante no musulmán Sagadyigui con el fin de acabar de una vez con Samori, una de cuyas unidades fue atacada por sorpresa y aniquilada. Esta efímera victoria tuvo una contrapartida extraordinariamente dura, cuando el viejo Sisé se vio obligado a capitular en la ciudad de Worokoro, abandonada precipitadamente por sus aliados, atemorizados por el imponente ejército de Samori. Los consejeros de Sere Brema fueron ejecutados, pero éste fue perdonado, en aras del pasado común. Samori hizo arrasar Madina y. consiguió recuperar el poderío de los Sisé, incluidos sus siervos rurales y sus poetas. Ahora, entre los numerosos competidores de los primeros años, sólo quedaba en pie Sagadyigui, el «pagano» refractario, refugiado en las alturas del sur. Todo parecía estar permitido a Samori, que podía medir sus fuerzas con ventaja con sus vecinos del Puta Dchalón o de Segu. Quizá con esta perspectiva volvió al norte para consolidarse. En efecto, y pese a la alianza de Mambi Keita, descendiente de los cmperadores de Mali, y conservador del santuario real (Kama Blo) de Kangaba, chocaba con la resisténcia del Dai Kaba de Kudian y con la de los Kulibali del importante mercado de Kenieran. La osadía de estos últimos se explicaba tan sólo porque detrás de ellos aparecía ya la sombra amenazadora del colonizador. La doctrina colonial de Francia en este período dependía del cambio de personas en el Ministerio de Marina y, en especial, de oficiales responsables en misión. Pero, en 1880, Jauréguiberry había autorizado la ocupación de Kita, y había creado un gobierno auto- -nomo del Alto Río, habilitado para relacionarse directamente con el Ministerio. El jefe de escuadrón Borgnis-Desbordes había decidido llevar la presencia francesa hasta el río Níger, costara lo que costara. Así pues, el teniente senegalés Alkamesa fue enviado a Samori para ponerle en guardia. Como respuesta, el /aama lo colocó en residencia vigilada y activó el asedio de Kenieran, que acabaría cayendo en sus manos en 1882. Fueron ejecutados numerosos 21 notables considerados traidores. Borgnis-Desbordes, estimando que el honor de Francia había sido puesto en ridículo, decidió intervenir: logró dispersar a las tropas de Samori por medio de salvas y disparos de cañón, pero quedó aislado, y hubo de retornar a Kita, perseguido por los so/a. Samori comprendió que debía darse prisa y marchar en dirección a Bamako. La alianza de Mambi Keita le permitía consolidar su autoridad en el Níger. Para guardarse las espaldas, completó su control sobre todo el Wasulu, y encargó a su hermano Keme Brema que redujese a los opositores del Manding y que ocupase Bamayo, situada en un lugar en que, a causa del obstáculo representado por los montes Manding, la totalidad de las numerosas vías procedentes del sur convergían necesariamente sobre el río. Sin embargo, el debilitamiento del poder de los herederos de El-Hadch ‘Omar había comprometido al seguridad de las rutas; por lo que, desde ahora, el ascendiente de Samori pareció que podría garantizar, al menos, la seguridad de las del sur. Los comerciantes diula de Bamako y, en especial, los tres hermanos Turé se unieron a Samori, con la esperanza quizá de derrocar a los jefes locales apartando a su clan, el de Niaré. Pero Borgnis-Desbordes se adelantó súbitament al /aama, llegando hasta Bamako, que logró ocupar en 1883, pese a la heroica resistencia del viejo jefe Namba, en Daban, en la región de Beledugu. Kemé Brema, sorprendió, no logró recuperar Bamako. Su campamento fue destruido y dos de los comerciantes de la familia Turé, tomados como rehenes, fueron ejecutados. El plan de Borgnis-Desbordes comprendía una acción sobre la derecha, destinada a expulsar a las fuerzas de Samori del Alto Río, antes de volverse contra los tuku’lor. Por su lado, Samori había decidido replegarse hacia el sur para acabar de una vez con su enemigo Sagadyigui, antes de volver a imponer sus derechos en el Alto Níger. Sin embargo, Sagadyigui había fortificado poderosamente el macizo de Gbankundo con enormes bloques, ayudado por los herreros. Desde ella extendió su dominio sobre los grupos toma y guerzé, y sobre los barrancos de Gbe. Sólo por medio de una traición Samori pudo escalar los muros de la fortaleza y apoderarse de este nido de águilas del que, pese a todo, Sagadyigui consiguió escapar, aunque fue capturado poco después y decapitado. Y como los Turé de Odienné se le habían unido, a Samori no le quedaba ya ningún enemigo de su calibre. El /aama, percatándose de la importancia de las vías costeras en el caso de un enfrentamiento con los franceses, encargó al jefe militar Langaman Pali de la apertura de esta ruta. En pocos meses éste se desembarazaba de los hubbu, los cuales desde tiempo atrás se burlaban de la impotencia de los dirigentes del Puta; luego tomaba pleno contacto con las tierras de la actual Sierra Leona, que proporcionaban productos europeos. Si hacían falta armas, también hacían falta caballos. Pero el norte, donde éstos se vendían, se hallaba cada vez más «taponado» por los franceses, produciéndose escaramuzas entre el tukulor Kemé Brema y los europeos, pues aquél se había adelantado hasta pocos kilómetros de Segu, como si tuviera la intención de llegar antes que Francia, después de haber quedado atrás él mismo, río arriba de Bamako. Así pues, Samori se dirigió hacia las tierras de la curva del Níger, hacia Mosi, tanto más cuanto que sólo lo separaba de él el país bámbara, fragmentado políticamente. Pero en Kenedugu, Tieba, rey de Sikasso, permanecía vigilante y aspiraba por su lado a apoderarse de la vía hacia Kong y el golfo de Guinea, que corría el riesgo de ser interceptada por Samori. Este fue el punto de partida de un engranaje fatal. Pues, la guerra entre los países del Bagoé y del Tudugu, y luego la represión contra los levantamientos provocados por las 22 exacciones o por el fanatismo religioso de la gente de Samori, exacerbaron a los pueblos no musulmanes reacios y abrieron el camino del primer desmembramiento precoz y espectacular del Imperio. Entre tanto, el espíritu estratégico de Samori se percató de que el inevitable choque con los franceses exigía la obtención de «escapes» hacia todos los ejes comerciales por los que pasaban los caballos y las armas: es decir, la vía que va de Bamako a Kong y a Ashanti pasando por las tierras del Alto Volta; la vía que va de Bisandugu a Liberia, pasando por tierras kissi y toma; y la ruta del Futa hacia la Región de los Ríos y Sierra Leona. D. Entre la diplomacia y la guerra Entre 1881 y 1890, aproximadamente, Samori va a vivir entre la diplomacia y la guerra con los europeos. Es fácil comprender por qué Samori, cogido entre dos fuegos de manera creciente, por la actividad —especialmente militar— de los franceses en dirección al Níger, y por las actividades —sobre todo comerciales— de los británicos también hacia ese río, hubo de apoyarse en estos últimos para detener a los primeros. Pero al final este intento fracasaría. En efecto, la política colonial británica, contrariamente a los sueños nigerianos de los notables krio de Sierra Leona, había adoptado como principio básico en esa época, no cargarse con responsabilidades territoriales costosas en el hínterland, y apoyarse en acuerdo comerciales con gobernantes africanos sólidos, para ir sustituyendo la trata por el comercio «legítimo». Ahora bien, los gobernantes del interior, entre otras cosas, poseían cautivos como medio de intercambio. Además, tanto aquí como en Ashanti, la ambigüedad de tal política salta a la vista por el hecho de que Gran Bretaña deseaba seres fuertes en el interior para proteger las rutas comerciales, pero no excesivamente fuertes, como para poner en peligro a la colonia. Por ello, el poderío de Samori los atemorizaba, lo mismo que a los franceses, que temían una incursión rápida de los contingentes de Samori hacia Saint-Louis, en Senegal. Samori había jurado que Sikasso debía ser destruida, pero no podía permitirse el lujo de combatir en dos frentes. De ahí la necesidad de tratar con los franceses, que a su vez necesitaban llegar a un trato con él, al menos mientras la hipoteca tukulor de El-Hadch ‘Omar no hubiese desaparecido. Pero al tratar ya con Francia, Samori se negaba a comprometerse políticamente a fondo con los británicos. De esto derivó un período de incertidumbre, de medidas dubitativas, de malentendidos recíprocos, de hipocresía y de mala fe, sobre todo por parte de ciertos oficiales franceses, para los que todos los medios eran buenos con tal de hacer caer en sus manos el mayor número de tierras. Sin embargo, Samori había tomado la delantera y envió a un comerciante de Kankán, Dande Kaba, a negociar con los británicos de Sierra Leona. Pero pese a los recibimientos con desfiles militares, no hubo resultado jurídico concreto. Aunque fue a partir de este hecho cuando Karamogho Lansana Turé pudo organizar, hasta 1893, la red comercial para los pedidos de armamento de Samori. La misión del mayor Festing y su espera resignada y yana al pie de las murallas de Sikasso, para que Samori aceptara firmar un tratado con los británicos son reveladoras de la existencia de todo un nudo de contradicciones. Cuando la rebelión de las tierras del sur, que siguió al frasaco de Sikasso, comprometió la seguridad de las vías comerciales, y cuando por el acuerdo franco-británico del 10 de agosto de 1889 reconoció a Francia la posesión del Puta Dchalón y el protectorado sobre Samori, se acababa de dar fin virtualmente al diálogo de este último con Francia. Aunque en un comienzo, en 1881, el modus vivendi entre Samori y Francia en el Níger pareció viable. Boiléve se había mostrado asequible, y Samori ordenó a sus hombres que no 23 tomaran iniciativa alguna por ese lado. Pero poco después, en 1885, el comandante Combes se permitía lanzar un ataque armado contra Siguiri, en el Níger, y castigar a los partidarios de Samori en la orilla izquierda e incluso en la derecha. Inmediatamente recibió la respuesta de ‘las tropas de Samori, que lo persigulieron hasta Niagasola. El frente volvía a animarse pues, por acciones y reacciones de represalia, en las cuencas del Bafing y del Bakoi. Sin embargo, el tratado de paz y otro de comercio, firmados en Kenieba Kura en 1886, delimitó las fronteras, prohibió las migraciones y los movimientos de tropas —difíciles de controlar, por otro lado, por parte de Samori— en tierras de sus vasallos o de sus protegidos de la orilla izquierda del Níger, que había quedado bajo influencia francesa. Al menos «no podrá imputársele seriamente ninguna violación voluntaria, en tanto que podrán constatarse las violaciones del espíritu y la letra del texto por los franceses, pese a ser los autores del mismo» Para dar fe de su buena voluntad, Samori envió a Francia a su propio hijo Dyaulé Karamogho, que fue recibido por el presidente de la República y por el ministro de la Guerra, general Boulanger. Pero a causa del compromiso político mayor que implicaba, Samori se mostró mucho más reticente a la hora de firmar el tratado de Bisandugu (1887). Galliéni, para que se conociese adecuadamente el punto de vista de Francia, no dudó en escribir ese mismo año, que se trataba de «acciones diplomáticas establecidas por las potencias extranjeras y destinadas a instaurar nuestros derechos en regiones sobre las que Gran Bretaña podría poner su mirada. La única politica a seguir respecto de este jefe (Samori) es hacerlo desaparecer»~ Podemos comprender así, la observación de Y. Person: «.. .Es difícil negar que Francia ha violado de manera flagrante el tratado de Bisandugu. Galliéni no ignoraba que Samori lo respetaba escrupulosamente, aunque se consideraba con derecho a romperlo según su conveniencia, ya que trabajaba en beneficio del interés superior de la civilización francesa.» El mismo Galliéni lo confiesa así: «Después de haberle impedido, por el tratado de Bisandugu, dirigirse contra los ingleses, yo me dediqué, desde el momento en que tomé el mando, a minar el poderío de este soberano negro.» ~ Y prosigue: «Apoyado y animado por mí, Tieba a infligido serias derrotas a Samori, que ahora se encuentra reducido a una situación extrema.» E. El giro Silcasso-Kelé o la guerra fratricida Sikasso, foco de expansión de otro pueblo mandé, el de los samogho, se había convertido, en tierras senufo, en una base militar de Kong, como lo era Gwiriko entierras bobo. Esto ocurría a fines del siglo xviii, durante el gobierno de Daula-Ba. Posteriormente, Daula extendió su dominio hacia Tengrela, Banfora y Korogho, en contra de las aspiraciones de los Wattara de Bobo. Así, su hijo Tieba había heredado un reino bien organizado, al que añadió territorios militares que rodeaban a los cantones semiautónomos de los habitantes autóctonos mandé y senufo. Solamente algunos morabitos representaban a la Tidchaniya de Segu, a la que Tieha se afiliará. Pero el «paganismo» persistía en la masa de la población y en la casta militar, lo que dará lugar a la «justificación» islámica de la agresión de Samori. A fines del siglo xix la región intermedia entre el Kenedugu y Segu se hallaba bajo control de mercenarios separados de la guerra santa de El-Hadch ‘Omar, que habían formado el Estado de Fafadugu, en las proximidades de Kinian, cuyo dinamismo estuvo a punto de 24 neutralizar el de Kenedugu, en cuyos asuntos intervino enseguida hasta tal punto que comprometió el acceso al poder del propio Tieba. Este acabó imponiéndose y estableció su cuartel general en Sugoka, que posteriormente se convertirá en Sikasso. Restablecido el poderío de sus padres, se extendió incluso hacia tierras tusan y turka. El poder militar, la prosperidad agrícola y la adhesión política de las etnias englobadas en este conjunto, llevaron a Tieba a otorgarse el título augusto de /aama (que, como vimos antes, significa «soberano»). Por el suroeste, sin embargo, avanzaba de forma irresistible la sombra amenazadora del imperio samoriano. Cuando supo la muerte de Sagadyigui, en la ‘localidad de Gbankundo, y los arreglos diplomáticos de Keniebakura y Bisandugu, Tieba —que había reforzado las murallas de Sikasso con un sólido banco (arcilla) entremezclado con cantos rodados— sintió que la lógica de la coyuntura política y la mirada de águila del emperador de Bisandugu lo designaban como la próxima víctima. Pero Samori perdió tiempo esperando la vuelta de su hijo de Francia y discutiendo ‘los términos del acuerdo de Bisandugu, que tomaba más en serio que sus interlocutores franceses. Cuando por fin se decidió a atacar Sikasso, una vez reunidas todas las fuerzas de su ejército (/oroba), quedó sorprendido (¿quizá sus servicios de información, en general tan eficaces, habían funcionado mal esta vez?) por el aspecto colosal de las fortificaciones: cuatro metros de espesor en la base y cuatro metros de altura. Un primer asalto masivo y directo fue rechazado violentamente por Tieba. Samori, refugiado en las marismas de Banankoni, comprendió que el asunto iba a ser -serio. Comenzaba así la guerra de posición, que iba a durar quince meses. Desde los sanye (fortificaciones) construidos en las colinas que dominaban la ciudad se lanzaron numerosos ataque contra ésta. Las posiciones de Samori formaban una amenazadora media luna periférica, de cinco kilómetros de longitud, alrededor de Sikasso, a la que se dio el nombre-programa de Here Makono («espera la felicidad»). En efecto, se esperaba la solución de las tierras del Volta, que en el este debían liberarlo de la asfixia. Pero desgraciadamente los partidarios de Tieba comenzaron enseguida a atacar sus bases logísticas y los convoyes de avituallamiento que recorrían el Wasulu: el sitiador estaba a punto de convertirse en asediado. Samori se vio obligado a llamar, como refuerzo, a su poderoso ejército del oeste, mandado por Langaman Pali. Aunque haciendo esto debilitaba la región de origen de sus aprovisionamientos. Por otro lado, nunca consiguió rodear completamente la ciudad que, gracias a la fidelidad de los senufo y samogho de la llanura, continuaba recibiendo armas y víveres; asimismo, su posición central confería a Tieba un débil radio de acción que facilitaba la rapidez de acceso hacia todos los puntos amenazados. En dos ocasiones Samori trató de encerrar a Sikasso en un abrazo fatal: Langaman Pali, en un avance heroico «en salto de canguro» cortó sucesivamente las rutas sur y este, por medio de fortificaciones, pero, por su misma situación, resultaba un saliente fácil de conquistar si quedaba entre dos fuegos. Langaman morirá durante la defensa de esta frágil base, en tanto que en el norte, el propio hijo de Samori, Masé Mamadi, moría durante una maniobra de distracción. En junio de 1888 Kemé Brema (Fabu Turé) lleva a cabo un segundo intento contra el puesto avanzado de Babemba, hermano de Tieba, que cubría la ruta del norte: en el mes de julio el intento parecía cosa hecha cuando a dos dedos del éxito, durante una escaramuza, Kemé Brema, el gran general, murió, mientras que otro hermano de Samori, Manigbé Mori, era capturado y ejecutado por Tieba. Por otro lado, la escasez de víveres comenzaba a ser un problema en Heremakono. Samori 25 creyó poder remediarlo reduciendo la leche en polvo por evaporación; el producto así obtenido era mezclado con harina de neré (ParJeja biglobosa), y se transportaba al mismo tiempo que las municiones. Por si fuera poco, Fafadugu, país de reciente adquisición, daba señales de protesta. Los franceses, tras construir un fuerte en Siguiri, habían entrado en tratos con Tieba. Los habitantes de Wasulu se habían sublevado, poco antes de que se vieran obligados, por tercer ano consecutivo, a someterse a los excesos del monopolio de Samori sobre las requisas de víveres y el transporte. La rebelión se extendía por todas partes, y el imperio comenzaba a arder como una antorcha. Samori pidió ayuda en vano a su yerno Amadu Turé, de Odienné: éste llegó a marchas forzadas con el tiempo justo para desencadenar un último asalto contra Sikasso, pero supo que Samori había tomado la vía del oeste y~iabía ordenado una retirada general (agosto de 1888). El espejismo de Sikasso había sido como una trampa. Samori fracasó en su «Drang nach Osten» 21 Por primera vez el destino, hasta ese momento dócil, ‘le fallaba. Al pie de las murallas de Sikasso el alm’amy había desperdiciado la flor y nata de su ejército. Los cráneos momificados y decorados de Kemé Brema, de Managbé Mori y de Langaman Pali serán regalados por el /aama de Sikasso a Archinard, el cual, en principio, estaba encargado de proteger a ambos reinos africanos, el de Samori y el de Tieba... A partir de ahora, el león de Bisandugu deberá dirigir su actividad contra los franceses, pero ya con los dientes resquebrajados contra las murallas de Sikasso. La grandeza de Samori se mostrará en todo su esplendor en el modo en que va a hacer frente a la oleada de peligros. Ban K~lé («la guerra del rechazo») y Murutiba («la gran rebelión»): tales son los nombres dados por los pueblos involucrados a esta protesta masiva contra la autoridad de Samori. Las únicas regiones que quedaban a salvo eran las tierras del Milo, controladas por sus parientes Kamara, la región del Baulé, donde los bámbara habían sido tratados con flexibilidad por Keme Brema, las zonas meridionales autónomas (kissi y toma) y los sectores islamizados del Udalán y del Bate (Kankán). Las causas del levantamiento -general residía en las requisas, el reclutamiento, el transporte por porteadores, el hambre crónica y el sentimiento de libertad, ahora que ésta podía ser reconquistada, tanto más que los rumores sobre la muerte del soberano eran cada vez más insistentes. En Wasulu, la insurrección fue ahogada en sangre en la localidad de Samamurula. En el oeste, los rebeldes del Sankarán y del Kuranko habían colocado a Sidi Bamba a pocos pasos del exterminio, por lo que la región será reprimida duramente, para aflojar la presión sobre Kankán. La lucha fue más prolongada en Konyan y en Simandugu. Por medio de represiones el jefe militar Bilali reducía las tierras dialonké a un semidesierto, con el fin de abrir la vía, ahora más vital que nunca, de Sierra Leona; Bilali bautizó el campamento en el que se estableció para vigilar la vía de acceso, con un nombre ya célebre y que sonaba, en este caso, como un desafío al destino: Heremakono. Así, los kissi del este, que se habían unido a la causa de sus soberanos kuranko, cedieron pronto ante la acción de Bilali, en tanto que los kissi del oeste se mantenían bajo la autn ridad de Mori Sulemani. Sin embargo, uno de los hijos de Samori, Managbé Mamadi, 9ue había logrado llevar a cabo una difícil retiracL bajo los ataques de Tieba, cuando se dio cuenta de que Samori se disponía a ceder el poder a uno de sus hermanos más jóvenes, Sarankeñi Mori, concibió el plan de ponerse de acuerdo con otro hijo frustrado, Dyaule Karamogho, para desmembrar el 26 imperio, llegando incluso a proclamarse ¡aama. Pero abandonado por los jefes militares de su propio ejército —que se dirigieron a Nyako a esperar a Samori, para renovarle el juramento de fidelidad—, Managbé Mori, aterrorizado, salvó la vida gracias a la intervención del morabito de Samatiguila. La actitud descabellada de su hijo mayor debió de hacer reflexionar a Samori. Efectivamente, poco después, reunido en Sanankoro, en el lugar de origen de su poder, trataba de obtener la ayuda de todos sus oficiales y gobernadores para la circuncisión de Sarankeñi Mori (es decir, su mayoría política), al que luego designó como sucesor y a quien hizo jurar lealtad el 27 de agosto de 1890. Con ello pensaba garantizar la continuidad de su obra. Luego, se preparó febrilmente al enfrentamiento con Francia. F. La prórroga (1890-1893) Por este lado, los acontecimientos se precipitaban con la llegada de Archinard, que impuso a Samori el tratado de Nyako, por el que el almamy renunciaba a la orilla izquierda del Níger pero con reservas que formuló directamente al plenipotenciario francés; y como éste callase en ese momento, Samori consideró que sus reservas quedaban ratificadas. Cuando por fin Archinard desencadenó su campaña de conquistas en el Alto Níger, tomando Kudyan y echando así a Aguibu en brazos de Samori, la orilla francesa del Níger se transformó en base de los ataques contra la orilla izquierda de Samori, los partidarios de Samori de la orilla derecha fueron perseguidos, y uno de ellos fusilado, Samori rechazó el tratado de Nyako y se lo envió de nuevo a Archinard «que no concebía cómo un soberano africano pudiese estar preocupado por el honor y la dignidad» . La separación definitiva entre Samori y los franceses data de esta época, ya que todo lo que había sido «organizado con intención de rebajar su orgullo, sólo había servido para aumentar su desprecio por ‘los blancos a causa de su mala fe» . Entre tanto, Aguibu había escrito a su hermano Amadu, de Segu, pidiéndole que renunciara a seguir combatiendo a Samori, y llevar a cabo una unión segrada contra los europeos. También Samori le escribió, y por fin, en 1890, Amadu aceptó poner término al enfrentamiento entre la Tidchaniya tukulor y la Qadniya malinké. Pero ya era demasiado tarde. En efecto, el tratado de Nyako y los brutales ataques que le siguieron sólo perseguían adormecer e impresionar a Samori, con el fin de liquidar en primer lugar el imperio tukulor de Segu. De este modo Samori quedó solo frente a los franceses. Apenas supo la caída de Segu (1890) firmó con Garrett un tratado que colocaba a sus Estados bajo el protectorado británico, pero después de algunos aplazamientos, Salisbury, primer ministro británico —cuyo interés se centraba sobre todo en Asia—, confirmaba que Gran Bretaña se atendría al acuerdo franco-británico en 1889, el cual estipulaba que Francia debía dejar libertad al comercio británico por debajo del paralelo 10°, pero que Gran Bretaña no debía interferir al norte de este paralelo, donde el protectorado francés había sido reconocido por Samori. La defección británica provocó una oleada de descontento entre las autoridades de Freetown, y enfureció a miles de comerciantes. Bilali, en efecto, desde la localidad de Heremakono, y con órdenes expresas de Samori, evitaba toda ingerencia por su lado, y hacía todo lo posible para ampliar el tráfico comercial. Numerosas caravanas se dirigían al sur con centenares de cautivos y de colmillos de elefante, pues el marfil estaba sustituyendo al oro, cuyos yacimientos se agotaban. Otras se dirigían hacia el norte cargadas de armas modernas; en este período se compraron 6.000 armas de fuego, y fueron enviadas hacia Kerwane, en el 27 Alto Milo, donde se había replegado Samori antes de la retirada. Se comprende así que la cláusula del Acta de Bruselas (1890)- que limitaba la venta de armas perfeccionadas y de alcohol tuvo que crear descontento en los medios comerciales de la colonia británica, tanto más si sabemos que el principal proveedor de armas era la casa francesa Bolling. Las autoridades de Freetown, impotentes a la política de la metrópoli, no podían permitirse más que propósitos platónicos y promesas tímidas respecto a Bilaii y su jefe, aunque insistiendo siempre en que era necesario mantener las rutas comerciales abiertas y seguras. Era una actitud equívoca pero -simpatizante con respecto de Samoni, que irritará a los pueblos mantenidos a raya o reprimidos crónicamente por las tropas de Bilali y de Sidi Banba. Por su lado, los franceses propugnaron la rebelión contra las So/a y contra el imperio británico, y por medio del gobernador Ballay, instalado en Conakry, llevaron a cabo una política de penetración dinámica hacia el Puta Dchalón. Y los británicos, para complacer a los descontentos y adelantar sus propias bases, pidieron a Bilali que se replegase con sus tropas detrás del Níger. Cuando Lewis Jones, decidido a poner fin a los descalabros británicos en la región, obtuvo, por medio de una misión privada, que Samori le cediese (1892) derechos reales sobre un determinado territorio, el gobierno británico no aceptó garantizar la concesión, estimando que se hallaba fuera de territorio británico. Por lo que respecta a la carta de Samori a Kenney, en la que pedía al Reino Unido que arbitrara en el conflicto entre él y Francia, aquélla quedó sin valor, al no aceptarse tampoco este procedimiento tan africano. Y en el momento en que Bilali se vio obligado, cada vez en mayor medida, , a desamparar una frontera tan vital para el imperio, pues había tenido que volver al norte, al Africa Sudánica, donde los combates habían comenzado de nuevo, los franceses se apoderaron de Heremakono. Cortado el cordón umbilical con la costa, el almamy, en plena deriva, fundará un imperio errante, que constituirá el segundo contexto de su destino excepcional. G. Organización del Imperio 1. El hombre Quienes se aproximaban a Samori quedaban sorprendidos por la salud de hierro de este hombre de elevada estatura, de gran nariz, de voz fuerte e inteligencia clara, profunda y rica, dotado de un magnetismo que inmovilizaba a la gente. «Este hombre de voluntad inflexible —dice Binger— se irritaba muy pocas veces. Generalmente hablaba con medida, pero su fuerza de convicción era irresistible.» No le disgustaban las bromas. Siempre por encima de los acontecimientos, avanzaba como una fuerza de la naturaleza, pero dirigida por una lucidez implacable. Se ha dicho de Samori que era un sanguinario: «Samoni el sangriento»; pero, como escribe Y. Person: «las matanzas de las que se ha hecho responsable no han sido ordenadas nunca por el gusto de matar, sino para llegar a un resultado político concreto» Su método consistía en asociar la magnificencia y el rigor, la más humanitaria justicia y el castigo más terrible, incluso contra sus propios hijos. Sus propios matrimonios acabarán siendo actos políticos, como en el caso de las hijas de los Sisé y de los Turé de Odienné. Además, las favoritas, como la famosa Sarankeíii Konaté, que servía el agua a los visitantes de importancia, y que se mostraba en público en ocasión de alguna fiesta con sus coesposas cargadas de joyas, no preparaban la comida del soberano; la 28 preparaba una muchacha que penas se mostraba en público y que vivía en las estancias privadas del rey; era el ama de casa (gbatigui). Pero cuando la necesidad lo ‘requiera Sarankeñi sabrá tener en sus manos los asuntos del Estado, como en Bísandugu, durante la ausencia del /aama, que se hallaba en el asedio de Sikasso. Samori se empeñó en dar a sus hijos una educación coránica superior a la que él mismo había recibido, pero en un marco colectivo, con el fin de crear en ellos un profundo sentido de solidaridad. La preparación a la vida de soldado se llevaba a cabo a través de constantes ejercicios de equitación, y muchos de ellos se convertían luego en los cuadros selectos de la caballería, realizando brillantes ejercicios los días de fiesta, y ejecutando acciones igualmente brillantes en el campo de batalla. Samori era un diula guerrero y como tal mostró siempre una pronunciada inclinación hacia las explotaciones agrícolas, indispensables al mantenimiento de la Casa Real. Tanto en Bisandugu como en Kenieran, o en Dabakala, el terreno húmedo próximo a las residencias serán revalorizados por grupos de cautivos dirigidos por jefes de equipo, a las órdenes de una especie de ministro de agricultura (seneke kuntigui); otro ministro supervisaba ios rebaños reales, y se regulaba minuciosamente la manutención, la estabulación y ‘la distribución de considerables cantidades de productos. 2. La corte El propio Samoni vestía y se comportaba de manera sencilla, pero la pompa subrayaba los atributos reales. Su presencia era indicada por una serie de insignias y símbolos: un tambor de honor (tabala) de tamaño excepcional, que un caballo transportaba cuando era necesario; una soberbia hacha de gala, una espada de justicia llamada «el ejecutor de los malvados» (dyugu /agha) —y que cuando le era presentada a alguien ello quería significar, tácitamente, que había sido condenado a muerte—; finalmente, un turbante negro. Se le denominaba «Padre mío» —como al monarca de Dahomé—, en diula nr/a, pues después de su acceso al título de almamy, su nombre ya no podía ser pronunciado. Samori, surgido del pueblo, gustaba de las fiestas populares, a las que asistía desde su estrado (bembé), como los antiguos emperadores de Mali, rodeado por una corte abigarrada de morabitos, militares, mujeres, niños, músicos, poetas (el más famoso era el a’yeli-ba Kinyan Mori Dyubaté). En Bisandugu era especialmente espléndida la fiesta del año nuevo: se caracterizaba por el desfile de los gobernadores de provincia, llegados para traer sus informes periódicos, con sus presentes o botines de guerra. Entonces Samori enardecía de nuevo a los cuadros del Imperio, por medio de discursos vibrantes y, bajando del estrado, danzaba al frente de los grandes del reino y de los príncipes; otras veces montaba a caballo, para dirigir los juegos ecuestres, gritando «~Koi, koi!». Con frecuencia, a los festejos se asociaba la justicia, pues era también el día en que tenían lugar los juicios, y en ocasiones la sentencia se dictaba en plena sesión, asociando ulteriormente al regocijo general a los desgraciados que habían sido oprimidos. En torno al soberano vigilaba una guardia selecta de unos doscientos hombres, armados con fusiles modernos de fabricación local; la guardia debía abstenerse de relaciones sexuales, hasta el momento en que se les agregaba al ejército como un cuerpo más; a la misma abstinencia debían someterse los miembros de la milicia local (bilakoro). Los bilakoro tenían por misión servir a las necesidades de ‘los verdugos, y como agentes de información, lo 29 mismo que los poetas ambulantes, que ejercían también como negociadores. 3. El gobierno Como sucede con gran frecuencia en Africa, el poder, bajo apariencia de autocracia, reviste un profundo carácter colegial. Aquí, como en otros lugares, el consejo del soberano no es un organismo familiar, pues los parientes suelen ser alejados en beneficio de los «campesinos» o de los hombres de las castas. Además, el consejo de Samori va a ser influido por los hábitos musulmanes. Cada vez en mayor medida, incluirá a especialistas, encargados de resolver y desenredar «informes» cada vez más complejos. En este caso, la rendición de Kankán marca un giro de gran importancia, pues desde este momento entran a forman parte del consejo cierto número de letrados. Algunos de ellos eran grandes administradores, que dieron a la corte de Samori instituciones más estructuradas que, por ejemplo, las de la corte de Madina (aunque el secretario de Samori, Ansumana Kuyaté, dejó unos archivos bastante mediocres). Morifíng-Dyan era el hombre de confianza, consejero y colaborador más importante de Samori; Kokisi era el superintendente de las finanzas y de los almacenes; el estratega y especialista militar era Nyamakala Amara; el jurista era Amara Kandé, muy versado en derecho; Tasilimangán estaba especializado en las relaciones con los europeos; y Karamogho Mamadi Sisé, llamado Dagboloba, era el encargado de la policía política. Después de escuchar a todos, el almamy decidía, y todos, salvo excepciones, aceptaban la decisión. Uno de los servicios más elaborados era el de las finanzas. El principal impuesto era el diezmo en especie sobre el producto del trabajo, que más tarde adquirirá forma comunitaria al crearse en cada aldea un campo colectivo perteneciente al almamy. Un segundo impuesto, el mude, se dedicaba a mantener a los morabitos destinados a las aldeas. En cuanto a los derechos de peaje y de mercado, serán suprimidos en beneficio de los diula. Mientras las multas (no las indemnizaciones) de la justicia revertían al soberano, éste sólo percibía, por regla general, un tercio del botín de guerra, a menos que no renunciara por voluntad propia. Los encargados de los almacenes, que debían cuidar de la conservación de los productos, eran los responsables de sus locales, de los que llevaban una contabilidad rudimentaria, por medio de saquitos de piedrecitas o de bastoncillos en los que se hacían muescas. La enseñanza coránica era una de las máximas preocupaciones del almamy, en el plan de islamización del imperio. Los morabitos residentes en cada aldea eran sometidos a inspecciones periódicas, y recompensados o castigados con rigor. En ocasiones jugaban un papel de eminencias grises al lado de los gobernadores o de los comandantes militares, y a veces en algunas regiones ostentarán poderes de carácter clerical, especialmente en materia de justicia. En este campo, la condena capital es responsabilidad del rey, aun cuando este derecho será reconocido posteriormente a los jefes militares (keletigui); determinadas categorías sociales privilegiadas, como los morabitos y los vasallos que habían optado por este tipo de estatuto en presencia del almamy, debían ser conducidos obligatoriamente a la corte, para que la sentencia fuese confirmada y, eventualmente, ejecutada. 30 4. El ejército El ejército de Samori constituía el pilar y el escudo del imperio. Era el imperio en acción. En un comienzo se formó con una base de voluntarios, pero paulatinamente fue transformándose en una verdadera máquina de guerra, equipada de manera moderna y dotada de cuerpos permanentes de soldados profesionales. Su núcleo y la oficialidad eran diula fundamentalmente, pero el valor personal era el criterio permanente para el ascenso. El reclutamiento se efectuaba según el sistema de uno de cada diez, en las aldeas. Sólo en caso de invasión se llevaba a cabo la leva masiva. Los ejércitos vasallos no intervenían más que por indicación del soberano. El número de soldados de Samori se elevaba a unos cuarenta mil. El uniforme se componía de un bonete, una blusa ligera de manga corta, un pantalón de tiro alto y sandalias de cuero. Aunque sobre este tema común, las variaciones eran numerosas. Desde el comienzo el armamento trató de basarse en las armas de fuego. Los jinetes llevaban además la larga lanza (tamba) heredada de los siglos pasados, y una especie de arpón para destrozar al enemigo. Los fusiles modernos serán introducidos poco a poco, con considerable retraso respecto al armamento de las columnas europeas. Las características de los fusiles de chispa representaban un verdadero problema, pues su carga tardaba seis veces más tiempo que los fusiles más modernos, y por lo tanto desorganizaba la línea de fuego; esto sin tener en cuenta que una simple llovizna los convertía en un estorbo. En 1897 Sarankeñi Mori arrebatará un cañón de montaña a los británicos en el encuentro de Wa; con él se bombardeará la ciudad de Kong. Así se comprende el enorme interés en proveerse de fusiles modernos. Samori obtendrá más de seis mil, de los cuales sólo una pequeña parte serán de repetición (¿un catorce por ciento?). Así, se organizará a los grupos de cazadores de elefantes, para la obtención del marfil, la recolección de la kola y del caucho, para la extracción del oro y el almacenamiento de cautivos. El ejército del oeste y el encargado de misiones especiales, se dedicarán a crear un circuito comercial muy eficaz. En lo que respecta a los caballos, éstos provenían sobre todo del norte; Samori había creado, en el Alto Konyan, algunos acaballaderos para la cría de sementales y la reproducción, que darán muy buenos resultados. En los últimos años traerá también caballos de Mosi. La caballería se desarrolla en especial a partir de la guerra de Kankán, hasta llegar a los tres mil caballos, pero constituirá siempre una fuerza marginal, aunque decisiva en ocasiones. El almamy y los jefes del ejército vigilaban minuciosamente la conservación del armamento; cada soldado era directamente responsable de su arma, aunque los fusiles eran propiedad del soberano. Para paliar los altibajos del aprovisionamiento exterior Samoni crea una verdadera fábrica de armas y municiones en Teré, a las órdenes del orfebre Karfa’la Kuruma. En ella, los herreros y orfebres, divididos en equipos según una juiciosa división del trabajo, manufacturaban, por la técnica de la cera perdida, las más complicadas piezas de los fusiles europeos, incluidos los cañones rayados. El orfebre Syagha Musa recibirá el sobrenombre famoso de Datan Musa («Musa el del fusil de diez tiros»). Como es obvio, será necesario vender esclavos para erigir un ejército así. Pero el esclavismo negrero había comenzado en Africa siglos atrás. «Samori —escribe Y. Person— 31 no es un cazador de esclavos, sino un soberano africano del siglo xix.» Además de los golpes de mano y de las incursiones, los ejércitos de Samori tenían que tomar frecuentemente plazas fuertes, bien del tipo norteño (tata) —de muros espesos y macizos, como los de Sikasso—, bien del tipo sanye (cercados dobles o triples, formados por troncos de gran tamaño, o por estacas), o, finalmente, del tipo dyasa (construcciones fortificadas, con estacas). Samori fue lo suficientemente hábil para no abolir, pero sí transformar, el sistema rígido de las clases de edad. Desde abajo hacia arriba, las unidades comprendían una sección de diez a veinte hombres, llamada kun (cabeza); luego, la unidad normal operativa, llamada bolo (mano). En ocasiones, un grupo compuesto de varios bolo estaba a las órdenes de un jefe militar (keletigui). Según el dispositivo tradicional, se distinguían cinco partes en un ejército en campaña, cuyos nombres derivaban de las partes del cuerpo: vanguardia (nyan, cara); retaguardia (kokisi, defensa de la espalda); derecha (kinibolo, mano derecha); izquierda (numanbolo, mano izquierda), y el centro (disi, pecho). En combate, todos ellos maniobraban dirigidos por el sonido del tambor de guerra o tabala. Samori preparaba cuidadosamente sus campañas, gracias a la información y a la propaganda para desmoralizar o intimidar al enemigo. Era un táctico notable, destacaba en las fintas, emboscadas y ataques sorpresa fulminantes. También lo eran sus jefes militares. En cuanto a los soldados, eran hombres muy entrenados, capaces de atravesar ríos en todo momento, de marchar días enteros a buen paso, de servir como «provocadores» (keletiguela), con riesgo de su vida, para atraer al enemigo a una emboscada. Cuando se capturaba una aldea, los viejos solían ser ejecutados, como miembros de los consejos aldeanos, que habían decidido resistir. Pero Samori -se distinguió sobre todo en la utilización de la caballería para hostigar, rodear o perseguir al enemigo, y en la organización de la intendencia y de -la logística; en realidad, la carencia de vehículos hacía que estos problemas fuesen casi insolubles en el caso de grandes distancias, por lo que el número de soldados se elevaba al doble por la masa de los porteadores. La inferioridad tecnológica en cuestión de armamento le obligó a emplear tácticas especiales, para no ser aniquilados por las descargas de fusiles de largo alcance: utilización de macizos vegetales y galerías forestales como línea de defensa fortificada; determinación previa de un lugar de repliegue para recomponer, en tiempo récord, las unidades, y sorprender al enemigo convencido de que se había efectuado una desbandada general; finalmente, Samori poseía una extraordinaria movilidad en la ofensiva. En resumen, se trata de las técnicas habituales en la guerrilla. Algunas unidades de élite, mandadas por desertores de las tropas francesas, que percibían un sueldo elevado, habían sido organizadas del mismo modo que las tropas europeas, con su música, sus ejercicios, etc. Sa’mori, que también había sido soldado raso, tenía el cuerpo lleno de heridas de guerra y mostraba su preocupación constante por la vida y las necesidades de sus hombres. Durante las campañas las familias de los reclutas percibían una ayuda; los mutilados eran alojados y alimentados; con frecuencia, Samori compartía con la tropa los riesgos del combate. Esto explica la valentía extremada de sus guerreros, que lo seguirán en la desgracia, incluso hasta la muerte; pues además del valor físico, la tropa veía en él una ágil inteligencia de táctico y la profunda percepción del estratega, por lo que salía estar animada por una sólida voluntad y la conciencia de estar realizando una gran obra con energía y generosidad. 32 5. La organización territorial La organización de las provincias del imperio será menos compleja que en otros casos, debido a la homogeneidad cultural. En la subdivisión tradicional en cantones (ka/u) y en aldeas, Samori introducirá diversos elementos de integración. En primer lugar, los comisarios o delegados (dugukunasigui), establecidos en ‘los cantones y pagados por éstos, cuya misión era informativa, de control de ‘la lealtad política y de ejecución de decisiones del gobierno. En caso de problemas importantes, los delegados enviaban a los interesados al keletigui. Este último era, en ocasiones, quien se hallaba a la cabeza del gobierno militar. En efecto, el imperio había sido dividido, después del asedio de Kankán, en territorios que dependían directa o indirectamente de Samori: dependían de forma directa los territorios ocupados por el ejército principal, el /oroba (bien de la colectividad), el cual, tras la atribución de las regiones a los demás ejércitos autónomos y periféricos, será utilizado como gran unidad de reserva para los casos graves y para las campañas excepcionales. Su base territorial variará según las necesidades, pero permanecerá centrado en las vastas regiones que constituyen el núcleo del imperio, incluida Kankán. Algunas de las regiones englobadas en él, gozaban de privilegios especiales que no caían bajo la ley común, como era el caso de los dominios de los parientes maternos del soberano, en el Bajo Konyan, y los territorios kissi de Mori Sulemani. Y como lo era el del reino de Odienné. Tales territorios no tenían dugukunasigui, y no se hallaban sometidos a la conscripción ordinaria, aunque proporcionaban contingentes en caso de necesidad. Los ejércitos territoriales eran como Estados militares formados en las regiones fronterizas con funciones específicas. El ejército del oeste, mandado por Langaman Pali, y luego por Bilali, tras el ínterin de Sidi Banba, se extendía desde e1 Níger, por el norte, hasta las tierras de Sierra Leona. Se trataba de la unidad más poderosa, ampliamente dotada de armas modernas; su misión consistía en proteger las rutas del comercio de armamento, por lo que había distribuido puestos militares a lo largo de este cordón umbilical del Imperio. El resto del país, montañoso y boscoso, era difícil de controlar: con ocasión de la gran rebelión, sus habitantes rechazaron a Sidi Banba hasta el corazón del Imperio. El ejército del norte estaba confiado a Masarán Mamadi, luego a Amínata Diara Diomandé; controlaba la ruta norteña hacia el mar, vía el Puta Dchalón, y los placci’es auríferos de Bure. El ejército del noreste, situado al sur de Bamako, perderá el Mandíng de Narena por el tratado de Keniebakura, y las tierras de Kangaba, por el de Bisandugu. T~’rritorio mandé por excelencia (estaba situado entre el Malinké, Bámbara y Wasulu), era el territorio adscrito al hermano del almamy, Fabu Turé (Kemé Brema). Como en el caso precedente, su papel defensivo respecto a las columnas francesas le hará caer muy pronto. El ejército del este será mandado sucesivamente por Tanmori, ejecutado después de su derrota ante Tieba, y luego por Bolu Mamadu; posteriormente el mando recaerá sobre Managbé Mamadi, el hijo rebelde, dirigente de un pronunciamiento de opereta. Finalmente, volverá a manos de Bolu Mamadu. Se trataba, pues, de grandes territorios que vivían constantemente en pie de guerra; eran también los órganos más dinámicos del imperio, los que garantizaban su vitalidad expansiva 33 y su protección, llevando a cabo asimismo una labor de amalgama y de integración. 6. El régimen Por el hecho de crear un imperio cuya organización era rigurosa, pese a su extensión, Samori se creyó en la obligación de completar su edificación y evitar la acción de fuerzas disgregadoras, uniendo todas sus partes con el cemento de la.fe. Los consejos de los letrados de Kankán, la eliminación del último defensor de los no musulmanes, Sagadyigui, y quizá también la convicción de que sólo el empuje unánime de la fe podía servir de barrera a la aplastante fuerza de los extranjeros, le llevaron, en 1884 y en 1886, a afirmar solemnemente frente a sus allegados «paganos» una serie de principios y de ordenanzas nuevas, inspiradas en el Islam: — Habiendo obtenido el título de almamy, tras una especie de examen para convertirse en morabito, prohibió desde ese momento el uso de su nombre; había que llamarlo Padre (M/a). — La transmisión de sus bienes se llevaría a cabo por vía patrilineal, lo mismo que el trono. — La admisión de un territorio dentro del imperio quedaría subordinada a la conversión de sus habitantes; los hijos de los gobernantes vencidos, desarraigados de su medio y educados religiosamente. — Los parientes próximos del rey debían convertirse y renunciar a las prácticas «paganas». Las primeras resistencias contra tales medidas fueron pronto organizadas por su propio padre y sus hermanos; esto, y sobre todo la Gran Revuelta, obligaron al almamy a mostrarse flexible y a implantar en la práctica un régimen de tolerancia. Samori había llevado a cabo la tarea de ajuste e integración que desde el siglo xvi al xix realizaron también otros líderes africanos en ese período de violencia y agitación, provocado en gran medida por la trata de negros. Quizá Samori puede parangonarse más bien a Mirambo, que en Africa oriental y en la misma época intentó controlar las rutas entre las tierras nyamwezi y el océano Indico. Ciertamente, Samori llevó a cabo una «revolución diula», realizando en gran parte su sueño de mezclar bienes y pueblos entre el mar y el Sáhel, reformando la sociedad para adaptarla a las nuevas necesidades. Aunque no es demasiado lícito aplicar un calificativo étnico a una empresa histórica del tal envergadura; además, Y. Person admite que el intento fundamental de su reforma sociopolítica (la teocracia), «desviación sin futuro, apenas duró veinte meses y no volvió a ser tomada en consideración». Pero no es lícito reducir sin más la personalidad de Samori a la de un simple reformador del mundo diula. Es cierto que el «imperio de Samoni no fue fundado para oponerse a la irrupción de los blancos»: esto es posible, pero luego él lo utilizó para esto objetivamente. Samori jugó así el papel de campeón de la integridad africana; y esta labor, que fue cumpliéndose a lo largo de dieciocho años, influyó de manera decisiva en el primer intento de reajuste de estructuras, hasta tal punto que es difícil separarlos. Con todo, expulsado por la invasión imperialista de su contexto geográfico originario, el segundo imperio, que fue errante, es tan sólo un imperio de supervivencia, que, por una trágica ironía del destino, deberá destruir para sobrevivir. H. El segundo Imperio El traslado en el espacio de un imperio es quizá un caso único en la historia. 34 Es cierto que Samori había establecido una alianza con Babemba, pero era ya demasiado tarde. Percatándose de que, aislado como estaba, no podría mantener en pie su reino durante mucho tiempo, dio a su resistencia un carácter elástico; es ahora cuando adopta la táctica de la tierra quemada, que iba a terrorizar a los habitantes de las tierras por donde pasaba. Dividió a sus fuerzas en tres grupos: los que poseían fusiles de tiro rápido, que tenían por misión contener a los franceses defendiendo la tierra centímetro a centímetro; otro grupo, provisto de fusiles de pistón, ocupaba y administraba las tierras conquistadas, mientras que el tercer grupo conquistaba, en dirección este, nuevos territorios destinados a servir de recambio en caso de traslado. Este reino errante ha sido presentado por los historiadores europeos como una máquina infernal que arrasaba todo a su paso. Olvidan, sin embargo, que fue precisamente la intervención europea la que había producido el desarraigo de esta entidad política —cuyo carácter pacífico fue reconocido incluso por los oficiales franceses—, y que convirtió a Samori en un rayo destructor. Para subsistir estaba obligado a conquistar, y para defenderse, a destruir. Lo que no significaba que sus soldados no hayan cometido excesos. Ya en diciembre de 1891 la columna Humbert arrasa los Estados de Samori. Bisandugu, la capital, y Sanankoro, su tierra natal, son defendidos con verdadera rabia, y los so-/a combaten durante todo un mes, con frecuencia cuerpo a cuerpo. La campaña de 1892-1893, lanzada por Combes, que mandaba una columna sumamente poderosa, trata sobre todo de cortar el nexo de Samori con su jefe militar Bilali, encargado de hacer llegar los convoyes de armas desde Sierra Leona. Cuando Combes y Archinard son retirados, Samori intenta reorganizarse; pero el teniente coronel Bonnier, no acatando las órdenes de París, inicia de nuevo la ofensiva. Esto obliga a Samori a abandonar el primer foco de su poderío y a trasladar sus bases a la Alta Costa de Marfil, en la región de Kong. En vano pedirá a las fuerzas francesas que se le reconozca su soberanía sobre esta región; se le contesta que debe aceptar el protectorado. Entonces Samori, establecido en Da’bakala (1894), organiza nuevas relaciones con la costa, a través de Liberia y de lo que hoy es Ghana. Se verá obligado a vender esclavos cada vez en mayor cantidad, para obtener a cambio caballos y armas. Cualquier peligro exterior podía convertirse en mortal. Pero la ciudad de Kong se inclina hacia el doble juego,, y toma contacto con los franceses; éstos, con Monteil, lanzan una incursión con el fin de coger al almamy por la espalda, aunque ante la hostilidad de las poblaciones deberán retirarse hacia la costa, en tanto que Samoni arrasaba la célebre ciudad mercantil. Sin embargo, la toma de Bobo (Alto Volta) por Francia le corta toda escapatoria hacia el este. En ‘la región, algunos pueblos habían opuesto una resistencia heroica, como los tiefo, dirigidos por su intrépido rey Amono; pero otros habían preferido doblegarse. El hijo del almamy, Sanankeñi Mori se pone en contacto, en el norte de Ghana y en Alto Volta, con el rey de Gurunsi, Amaria; con el jefe de los aventureros dcherm-abé y con los primeros destacamentos británicos estacionados en Dokita. Los británicos envían un ultimátum al almamy, instándole a la evacuación inmediata, «pues hasta este momento, usted se ha enfrentado tan sólo a los franceses que, como las hienas, persiguen a su presa hasta el agotamiento. En cuanto a nosotros, preferimos la reacción fulminante del león». Pero en este caso, el asunto terminó bastante mal para el pequeño contingente británico, que fue asediado y dispersado. Para Samoni, sin embargo, como para otros gobernantes africanos, las consecuencias de la Conferencia de Berlín van a ser fatales. Para impedir que los británicos ocupen la Alta Costa de Marfil, lo que habría dividido en dos trozos las posesiones de Francia, este país va a acelerar la ocupación. En Buna el capitán Braulot es asesinado por sus tropas, en 35 circunstancias trágicas, que el alma-my fue de los primeros en deplorar (1897). Era ya el último combate. Samoni lo había comprendido así, también él, cuando erigió un formidable tata, que fue llamado Boribana («la lucha terminó»). Los franceses, además, van a poner en práctica un nuevo método para exterminar a su irreductible enemigo: de ahora en adelante, y durante el invierno, ya no habrá pausas que permitan al almamy rehacer sus fuerzas; asimismo, para doblegarlo por hambre, se pone en práctica a su alrededor el sistema de la tierra quemada. Samoni pedirá parlamentar; pero Lartigue exige la rendición incondicional y la entrega de los hijos de Samoni. Este entonces se introduce en el bosque denso, en dirección a Liberia, pero le son hostiles los pueblos locales, mientras que el hambre arrecia. Algunos so/a desertan, aunque la mayor parte de sus unidades se mantendrán junto a él con lealtad. El 29 de septiembre de 1898 Samoni se hallaba sentado, muy de mañana, en su campamento de Guelemu, absorbido por sus lecturas pías, cuando vio aparecer a una parte de los tiradores senegaleses, conducidos por un sargento francés: éstos habían aprovechado audazmente la desorganización del campamento y de la residencia del almamy, cuando las mujeres se encontraban ocupadas alrededor de los morteros moliendo granos o preparando los desayunos. Sorprendido, el almamy se lanzó hacia los establos para huir a caballo y no caer en manos de los franceses, pero era ya sexagenario, y pronto fue alcanzado y capturado. Entonces se sentó y pidió que lo mataran. Pero fue detenido y llevado a Senegal; luego será deportado a Ndchole (Gabón), donde morirá dos años después. Samoni, por su carrera excepcional, es a un tiempo creador de imperios y resistente. Mucho menos culto que El-Hadch ‘Ómar, no poseía la amplitud de visión de éste; pero Samori Turé, que había permanecido muy unido a su pueblo malinké, que «nunca había visto el mar», era mucho más auténtico en su rechazo de la dominación extranjera V. EL MAHDI A. La conquista del poder Sudán, incluidos el Darfur y el Kordofán, se había convertido en un apéndice de Egipto, sobre todo después de Mehemet ‘Ali (1769-1849). Este albanés, enviado por los turcos para volver a tomar el contacto de la situación en Egipto, había liquidado el poder de los mamelucos y, tras liberarse de Turquía, se dedicó posteriormente a la modernización del país, rodeándose de técnicos europeos. Organizó la infraestructura, desarrolló el cultivo del algodón, creó industrias, un ejército y una flota de guerra. Hacia el sur, Mehemet inició su actividad a ‘lo largo y ancho del macizo etíope. Por el este, se apodera de los puertos de Swakim y Massawa, en el mar Rojo. A partir de 1820 ocupa Sennar y Kordofán, estableciendo en Jartúm la capital de Nubia, integrada de nuevo en Egipto como en tiempos de los faraones. Pero la principal actividad comercial era ya el tráfico negrero, a costa de las poblaciones negras no musulmanas del Alto Nilo, del Bahr al-Ghazal, e incluso del Wellé. Representa un giro el hecho de que, tras la muerte de Mehemet ‘Ali, sus débiles -sucesores, ‘Abbás (1849-1854), Mohammed Sa’íd (1854-1863) e Isma’íl (1863-1879), dejen caer al país en el caos financiero, lo que significa abandonarlo al control políticoeconómico de los europeos, en especial después de la apertura del canal de Suez por Ferdinand de Lesseps, en 1869. Gran Bretaña había aplastado la revuelta nacionalista xenófoba dirigida por el coronel ‘Arabi Pachá, para evitar que la ruta de la India quedase desprotegida; así Londres había podido sacar ventaja a las demás potencias en la cuenca del Nilo. Pero Gran Bretaña era entonces antiesclavista; el sistema de captura de esclavos negros, organizado en Sudán 36 por el jedive, representado localmente por sus gobernadores, era terrible. Aquí, Zubeir Pachá jugaba el mismo papel que Tippu Tip al otro lado del bosque tropical. Los esclavos eran enviados hacia Arabia, por la ruta de El-’Obeid, Bérbera y Swakim, hacia Trípoli y El Cairo, y hacia Turquía, rodeando por Kuka y el Fezzán. Zubeir acumuló tanto poder que el jedive le mandó llamar y lo retuvo en Egipto, confiando la defensa de las fronteras del imperio a viajeros y aventureros europeos: la provincia de Ecuatoria, al norte de los Grandes Lagos, fue confiada a Samuel Baker, y más tarde al alemán Schnítzer (Emín Pachá); el austríaco Slatin obtuvo Darfur. Tales individuos llevaban a cabo la política de Egipto, y salvo veleidades, eran continuadores de las exacciones egipcias contra los autóctonos sudaneses, ahogando las revueltas locales en mares de sangre. En este contexto —en el que la caída del jedive Isma’íl dejaba un vacío po-lítico incluso en las regiones marginales del imperio egipcio— surge, de las profundidades desoladas del Alto Nilo, el sorprendente espectro de El-Mahdi, Mohammed Ahmed, que tenía entonces unos cuarenta años, y era, como Usmán dan Podio, un austero místico. Iniciado en el sufismo, estaba considerado en la región como un santo varón. Ahora bien, ciertas personas esperaban la llegada de un mahdi de manera inminente, y Mohammed Áhmed había podido constatar por sí mismo, durante un viaje a El-’Obeid (Kordofán), la existencia de sentimientos hostiles de la administración local contra el dominio egipcio. Así un día, desde la isla de Aba, en el Alto Nilo, Mohammed envió circulares a los notables sudaneses anunciando que él era el Mahdi esperado que instauraría el reinado de la justicia. De este modo se había iniciado la epopeya almohade, en el AntiAtlas, con Mohammed Ibn Tumert. En 1881 el gobernador egipcio envió un contingente para capturar al agitador, pero fue aplastado en un choque, en que los partidarios del Mahdi sólo disponían de lanzas y de garrotes: el «milagro» electrizó a las masas y permitió engrosar rápidamente las fuerzas del profeta. En mayo de 1882 el gobernador alemán Giegler es derrotado a su vez. El Mahdi, además de los talibé, fanáticos pero mal instruidos, además de los nómadas báqqara, de los autóctonos esquilmados por el fisco egipcio, pronto dispuso del apoyo de los sudaneses del sur, mulatos o negroides, que anteriormente habían participado en la trata y que estaban acostumbrados a las incursiones organizadas. Estos olfatearon el éxito de la Mahdiya, y esperaban poder continuar con sus negocios bajo la protección de un gobierno islámico; por otro ‘lado, eran los únicos que poseían fusiles. El Mahdi, pues, pasó a la ofensiva. Llevó a sus tropas ante la capital de Kordofán, El-’Obeid, que cae en enero de 1883. El gobierno británico no deseaba enfangar a la administración egipcia en problemas financieros suplementarios, ni acabar con una revuelta que, a fin de cuentas, era, para Gladstone, una guerra de liberación, por lo que se mostraba reticente a. intervenir. Sin embargo, para realzar el prestigio de su hombre de paja egipcio, Tewfiq, que entonces gobernaba en El Cairo, dejaron que éste organizara un cuerpo expedicionario mandado por un antiguo oficial británico. La tropa penetró en las estepas quemadas por el sol y regada de octavillas mahdistas, que proclamaban que no había esperanza para quienes atacaran a los soldados de Dios. Efectivamente, en noviembre de 1883 la fuerza de intervención era aniquilada. Entonces los británicos decidieron evacuar el Sudán, excepto Jartúm, a orillas del Nilo, y Swakim, en el mar Rojo. Los europeos que gobernaban las provincias meridionales por orden de Egipto se apresuraron a alejarse o a sumarse a los mahdistas. Slatin, de Darfur, se convirtió en el consejero técnico forzado del Mahdi. Lupton, de Bahr al-Ghazal, se hizo musulmán. Emín Pachá, de Ecuatonia, penetró más hacia el sur, hasta el lago Victoria. Y en ha medida en que el gobierno británico se decía resuelto a defender el puerto de Swakim, fundamental para la ruta de la India, el Mahdi se hallaba decidido, también, a abandonar eventualmente Jartúni. 37 B. El apogeo Con el fin de estudiar el problema, el gobierno británico envió al Sudán al general Gordon. Este era un hombre de salud de hierro, habituado a la dura vida del desierto. Por desgracia aunaba en sí mismo las más rígidas convicciones morales y un espíritu muy voluble y fantasioso, pero como ya había sido gobernador general del Sudán, fue considerado el hombre idóneo para desempeñar el cometido, pese a la opinión en contra del cónsul general de Gran Bretaña en El Cairo, Baning. Después de abandonar Londres con la misión de redactar un informe sobre la situación en el Sudán y de llevar a cabo la evacuación de las guarniciones, fue elevado al rango de gobernador general, y tras haber sumergido a Baring bajo una montaña de telegramas contradictorios (llegó a enviarle hasta treinta en un solo día), hizo su entrada en Jartúm, donde constató que la retirada de las tropas hundiría al Sudán en el caos. En efecto, él había imaginado que el Mahdi era sólo uno de tantos pequeños agitadores, con el que podría dialogar y al que convencería con facilidad para que dispersara a sus partidarios. Pero el Sudán había sido «transportado» por el mahdismo. Gordon hizo saber a Baning en esta circunstancia que sólo el esclavista Zubeir Pachá —el mismo Gordon había contribuido a su destitución— era capaz de tomar en sus manos la situación del país y poner coto al mahdismo. Gordon había ido a Jartúm para evacuar las guarniciones, y así lo anunció a los jefes locales, pero acabó prometiendo la llegada de refuerzos. Cuando las líneas telegráficas con el El Cairo fueron cortadas por los mahdistas, Gordon se halló prisionero en Jartúm, bloqueado además por la unión de las tribus situadas río arriba a la causa del profeta (marzo 1884), y negándose además a abandonar a sus soldados. Para salvarlo, la opinión pública británica se alzó indignada contra el gobierno Gladstone, que acabaría por enviar un contingente militar para tratar de liberarlo. Sin embargo, el Mahdi se hallaba ya ante las murallas de Jartúm: la ciudad, atenazada por el hambre, fue asaltada y conquistada el 26 de enero de 1885. Gordon, que jugó hasta el final el papel que él mismo se había atribuido, tenía el cabello blanco, no por el miedo, sin duda —pues él mismo decía a un amigo jartumés: «Cuando Dios distribuyó el miedo, yo venía el último y ya no quedaba para mí»—, sino por la sensación constante de ser arrastrado hacia el fracaso. Una masa ingente y vociferante de talibé se lanzó contra el palacio, y el primer individuo que llegó hasta Gordon le clavó su arma en el cuerpo, gritando: «¡Maldito! ¡Tu hora ha llegado!» Su cabeza fue cortada y llevada al Mahdi, que habría preferido conservarlo como rehén. La cabeza fue expuesta al público, en tanto que el cuerpo, expuesto en el patio del palacio, era acribillado a lanzazos por los transeúntes. Jartúm fue saqueada. Las mujeres, que se habían vestido de hombres para escapar a los conquistadores, fueron las peor tratadas: una vez desnudas, muchas fueron violentadas antes de ser enviadas a tres campamentos diferentes, según la edad. Las cañoneras que debían de salvar a Gordon, llegaron dos días más tarde. La caída de Jartúm, que consternó a los londinenses, mancó el apogeo del Mahdi. Este se estableció en la orilla izquierda del Nilo, frente a Jartúm, en Omdurmán. El Mahdi fue imponiéndose por medio de terribles represiones, aplastando uno tras otro al jefe de los kababísh y dispersando a su pueblo, al jefe de los nizaiqat, y al emir Yúsuf, que trataba de colocar de nuevo a su familia en el poder en Darfur. El Mahdi designó a cuatro califas, según el régimen político islámico, para que le asistieran en el gobierno del país. Cada uno de ellos mandaba un cuerpo de ejército, y estaba en posesión de su tambor de guerra y de su bandera-insignia: negra para ‘Abdalláh, roja para ‘Ali, verde para Mohammed Sharíf; Mohammed al-Ma’adi ibn as-Sanusi, jefe de la cofradía de los senusitas, rechazó el nombramiento de califa, por lo que no recibió bandera alguna. 38 Los impuestos englobaban el botín de guerra (ghanina), el diezmo (usuri), la limosna al término del ayuno del Ramadán (sadaqat alFitr), la tasa sobre el grano y el ganado (zaka) y las multas administrativas. El Bait al-Mal acuñaba moneda de oro y plata. El profeta muere súbitamente en 1885; su magnífico mausoleo se levanta hoy en Omdurmán, construido con gran refinamiento y cuidado por albañiles y arquitectos que incorporaron ciertos elementos procedentes del saqueo de Jartúm. La ciudad de Omdurmán, gemela de Jartúm, creció enormemente; Slatin estimó que su población se elevaba a cuatrocientas mil almas. El califa ‘Abdalláh perfeccionó ulteriormente la organización del servicio financiero, que acabó denominándose Bait al-Mal al-Amín, o Tesorería General, y se estableció a orillas del río, para que fuese más accesible a las contribuciones en especie transportadas fluvial-mente. Una de sus secciones efectuaba la acuñación de moneda; la caja central proveía los gastos administrativos generales (familia del Mahdi, servicio de los califas, ejército, etc.). Los impuestos provenientes de la Guezira se destinaban a la guardia personal del califa. Los talleres de armamento se mantenían gracias a los impuestos sobre los huertos y a la venta de marfil obtenido en las provincias de Ecuatonia y de Bahr al-Ghazal. Finalmente, el Bait alMal al-Jams se engrosaba con las entradas provenientes de los peajes de las postas fluviales asignadas a este efecto. Con sus departamentos especializados, el Bait al-Mal se convirtió en el eje de la administración de toda la Mahdiya. El ejército del Mahdi se dividía en dos cuerpos principales, los regulares y la milicia. Los primeros, o mulazimín’, formaban una tropa de profesión, compuesta de negros y árabes, bajo el mando de Shah ad-Din, hijo del califa. Estaban dotados de armas de fuego, de un campamento y disponían de guarniciones en los principales centros del país. Por su lado, la milicia se componía sobre todo de negros, soldados no reclutados, armados de lanzas y espadas. Se presentaban en Omdurmán sólo en la época de la recolección y después de la de las lluvias. Las secciones y las compañías estaban estrictamente jerarquizadas, comprendiendo grupos de veinte, cien y varios centenares de soldados (de a caballo), bajo las órdenes de un magaddim, de un ras miya y de emires. Sólo el Sudán central, entre Jartúm y Fashoda, era gobernado directamente por el califa. Las otras grandes provincias (Dóngola, Bérbera, Sudán oriental, Sudán occidental) se hallaban directamente bajo el mando de los emires. Los recaudadores de impuestos (humal amil) jugaban un papel importante. C. El declive y la represión Como sucedió tras la muerte de Usmán dan Podio, después de la del Mahdi surgen fuerzas centrífugas que alteran el mahdismo. De los tres califas nombrados por el Enviado, el principal y sucesor era ‘Abdalláh (1885-1898). Este era un hombre astuto, que supo hacer frente a las tentativas de rebelión que se multiplicaron inmediatamente por razones personales o étnicas. ‘Abdalláh supo aunar de forma maquiavélica las negociaciones y las detenciones con ejecuciones sumarias y deportaciones. Exteriormente, logró importantes éxitos contra Etiopía, que fue invadida: Gondar fue saqueada y Yohannés, casi vencedor, fue asesinado y su cabeza enviada a Omdurmán en 1898. ‘Abdalláh trató de iniciar de nuevo la guerra santa contra Egipto: había enviado en su día una circular a Tewfiq y a la reina Victoria invitándoles a presentarse en Omdurmán para sorne-terse al mahdismo, aunque poco después (1898) su ejército, falto de entusiasmo, fue aplastado mientras bajaba por el Nilo, hacia Egipto. A todo ello se añadieron la sequía y las epidemias, que duraron dos años, y la situación se agravó aún más con la llegada de los báqqara. En efecto, los líderes de la Mahdiya habían deseado 39 siempre fijar la residencia de esta tribu nómada del Darfur junto a Orndurmán, para hacer de ella uno de los más sólidos pilares del régimen. Finalmente lo había conseguido, pero el hecho coincidió con una terrible carestía, y fue difícil retener allí a los recién llegados. Con todo, habían tenido tiempo suficiente para desequilibrar el tesoro (Bait al-Mal). Pero el mahdismo se hallaba ya amenazado por todos lados por las potencias europeas. Británicos e italianos reanudaban la ofensiva en el mar Rojo, mientras que los franceses y los belgas, una vez firmado un acuerdo que delimitaba sus esferas de influencia en el Congo, se mostraban muy agresivos en la región del Bahr ah-Ghazal y del Alto Nilo. Ahora es cuando los británicos deciden remontar el río Nilo, no sólo para adelantarse al francés Marchand en el Alto Nilo, sino para apoyar a Italia después de su derrota a manos de Menelík, en Ádowa, y para consolidar la Triple alianza con Alemania. Entonces el califa reunió en Omdurmán a sesenta mil hombres para la guerra santa, sometiéndolos a un entrenamiento intensivo, en tanto que iba aproximándose el ejército de veinticinco mil hombres levantado por Kitchener para llevar a cabo su revancha. En abril de 1898, tras un período de tensa espera, dio comienzo la batalla, que se desarrolló furiosamente, y dos horas y media después, tras un cuerpo a cuerpo sumamente violento, el ejército sudanés fue aplastado y Mahmúd, hecho prisionero, fue enviado a Egipto. Osman Digna pudo replegarse hacia el sur. Una vez que Kitchener bombardeó Omdurmán, tratando en especial de dar a la tumba del Mahdi, se produjo el choque definitivo en el sur, en las colinas de Karani. Con todas las banderas desplegadas, rodeando a todos sus jefes, presentes en esta ocasión, las tropas mahdis’tas salieron de Omdurmán y se acercaron a Jartúm, para el gran enfrentamiento, que para ellos acabaría en holocausto: tras varias horas de combates rabiosos, las armas modernas tomaron la iniciativa, y veintisiete mil discípulos, de los cuales once mil muertos, quedaron en el campo de batalla. Kitchener ordenó extraer los restos del Mahdi del mausoleo y los hizo arrojar al río. El califa Shah ad-Din y Osman Digna pudieron huir hacia el sur, hacia Kordofán. Pero todos los jefes mahdistas morirán en choques posteriores, en 1899. La captura de Osman Digna significó el golpe de gracia para la Mahdiya. VI. MENELIK II DE ETIOPIA Tras el reinado del desafortunado Yohannés, sube al trono etíope una de las personalidades más grandes del siglo xix africano: Menelík 11(1889-1913). Ya en su provincia de Shoá había iniciado una política de modernización y de consolidación, gracias a la compra masiva de armas modernas que le proporcionaba un comercio basado en el contrabando, en el que tomó parte el poeta Rimbaud. Aprovechando los disturbios provocados en las orillas del mar Rojo por el levantamiento mahdista, los europeos se habían apoderado de los puertos de este mar: los italianos de Massawa, los británicos de Zeila y los franceses de Obók y luego de Dchibuti. Yohannés había hecho frente a los intentos italianos en el Tigré aniquilando una columna italiana en Dógali (en 1887). Los italianos habían apoyado siempre a Menelík, y estimaron que había llegado el momento de tratar de sacar ventaja de este hecho. Creyeron haberlo conseguido por medio de la firma del Tratado de Uchalli (1889) en el que (al menos según la versión italiana) se afirmaba que el negus se comprometía a recurrir al gobierno italiano para sus relaciones exteriores, en tanto que en la versión amhánica se decía solamente que el negus «consentía en recurrir...». Se trataba de un matiz diplomático, pero en todo caso Menelík 40 comenzó por aceptar un préstamo de cuatro millones de francos, garantizado por medio del control italiano sobre las aduanas de Harar y por la anexión de esta provincia en caso de que no fuese restituido. Menelík recibió incluso del rey de Italia -treinta y ocho mil fusiles y veintiocho cañones. Ya desde 1890 Menelík, una vez llegado a un acuerdo con este vecino europeo tan ambicioso, se volvió hacia los demás, declarando con firmeza y altanería: «No tengo la intención de esperar con los brazos cruzados a las potencias europeas llegadas de ultramar para repartirse Africa.» En ese mismo año, sin embargo, los italianos fundan la colonia de Eritrea, y para atraerse a Menelík e inducirlo a aceptar la anexión, le envían como presente dos millones de balas; Menelík aceptó las municiones, restituyó el préstamo y luego denunció el Tratado de Uchalli, lanzando al pueblo etíope un llamamiento para que se levantara en masa, atrayéndose incluso al ras Mangashá de Tigré, que durante un tiempo había flirteado con los italianos. Cuando el general Baratieri volvió de Roma con el consentimiento del gobierno italiano, en el último momento recibió un cable del ministro de Asuntos Exteriores, Cnispi, pidiéndole «una victoria auténtica, es decir, sin equívocos». Baratieri ataca a los etíopes en Adowa, el 1 de marzo de 1896. Era día festivo para la Iglesia etíope, y el mando italiano pensó que gran número de soldados enemigos estarían ocupados en Aksurn en los ritos religiosos. En realidad, se halló frente a un ejército nacional de setenta mil hombres, armados hasta los dientes y llenos de entusiasmo patriótico. En el último instante Baratieni quedó embarullado entre sus mapas (que eran falsos) y las indicaciones de sus guías; cuando por fin pudo tomar posiciones, fue rodeado inmediatamente por una verdadera marea humana. El general italiano murió, y el ala izquierda, formada por somalíes, retrocedió hacia el centro, sembrando el pánico. Murieron ocho mil italianos y cuatro mil auxiliares africanos. Fue un desastre. Ádowa resonó en Europa como un tremendo trueno y colocó definitivamente a Etiopía entre las naciones reconocidas. Los italianos tuvieron que firmar un tratado humillante que anulaba el de Uchalli y que reconocía la soberanía etíope. En seguida las delegaciones extranjeras se multiplicaron en Addís Abebá («la nueva flor»). La capital había sido fundada por Menehík en 1887, aunando las ventajas de su posición central a un cielo luminoso y a las delicias de cercanos bosques de eucaliptus. Francia tomó el control del ferrocarril Dchibuti-Addís Abebá, no sin que Menelík decidiera bloquear el proyecto cuando supo, con gran irritación, que la compañía privada a la que había vendido la concesión, la había revendido a su vez, a un gobierno extranjero. Posteriormente las relaciones mejoraron, cuando un contingente etíope fue encargado de alcanzar el Nilo Blanco para combinar sus esfuerzos con los del coronel Marchand. Las conquistas realizadas durante el reinado de Menelík fueron cuidadosamente reflejadas en los mapas y, en su mayoría, sancionadas por tratados con las potencias vecinas: Gran Bretaña, Francia e Italia. Había nacido la Etiopía moderna. En 1906 Menelík se ve afectado por una semiparálisis; en 1909 designa como sucesor a Lidch-Iyasu, su nieto, pero hasta 1911 el poder pasa al regente, el ras Tessemma. Menelík muere en 1913. Fue un gran líder -moderno, que comprendió profundamente cuál era el curso de la historia y que logró garantizar ha existencia del más antiguo reino africano. Menelík actuó siempre con la mirada fija en el progreso de Etiopía: abolió la esclavitud, decidió instaurar la enseñanza obligatoria y proyectó el establecimiento de un código de derecho moderno. Aunque sus campañas militares y sus enfermedades le impidieron llevar a cabo tan amplios planes. Iyasu era un enano, al lado de este gigante. Era un incapaz. Además, se atrajo la irritación de sus súbditos profesando abiertamente el Islam, y pretendiendo que no descendía de Salomón, sino de Mahoma; hizo bordar en su bandera la profesión de fe islámica «No hay más Dios que Alá». La nobleza lo hizo deponer y proclamó emperatriz a la hija de Menelík, 41 Zeuditú, teniendo como regente y heredero al ras Tafani, el futuro Hailé Sellassié 1, que tomaría el poder en 1930. Conclusión Estas son las grandes figuras que, en el siglo xix, dominaron la escena del Africa Negra. Fueron todos ellos hombres superiores, del temple de los que crean imperios o de los que imprimen una nueva dirección a todo un pueblo. Todos ellos desencadenaron entusiasmos colectivos, como sólo lo hacen los individuos excepcionales. Musulmanes, cristianos o «animistas», príncipes o advenedizos, cualquiera que haya sido el contexto histórico particular en que realizaron su carrera, todos ellos se impusieron una tarea análoga: erigir vastos conjuntos políticos que superaran los particularismos y que impusieran el reconocimiento de sus naciones por las potencias europeas, que ellos sentían ya merodear y contra las cuales hubieron de combatir. Ciertamente, ni Usmán dan Fodio, ni Chaka hubieron de vérselas directamente con los europeos; pero sus sucesores inmediatos, continuadores del impulso que ellos habían sabido imprimir, se hallaron frente a los nuevos invasores. Amadu Bello, en Sokoto, preguntaba insistentemente a Clapperton qué habla venido a hacer a su país, al tiempo que se lamentaba de la presencia de Denham en el ejército de Bornú que, con Bu Jalhúm, había sido desviado contra los fula. En lo que respecta a Dingane, tuvo que vérselas con los blancos más «preparados» que la «gran agua» haya llevado nunca a Africa. Los sistemas empleados por los líderes se parecen entre sí, y no difieren esencialmente de los demás fundadores de imperios o de los revolucionarios a lo largo del mundo. Pero su objetivo final, para todos aquellos que previeron o hallaron ya la penetración extranjera en Africa, está claro. Aprovechando determinadas circunstancias, esperaban apoderarse, ante todo, y antes de que fuese demasiado tarde, de la iniciativa política y conservarla en manos africanas. Y los resultados fueron, obviamente, muy variados. La Mahdiya llegó a pedir incluso el sometimiento británico, y desencadenó una de las descargas religiosas más fulgurantes, aunque basada en una integración, en unos ‘medios y una organización muy precarios. La excepcional cabalgada de los discípulos de Usmán dan Podio, aun habiendo sembrado entusiasmos que perviven todavía y fundado Estados, como el de Sokoto que aún ejercen una influencia política enorme, no había sabido fundar en el Sudan central, su ansiado reino del califa, inspirado por la justicia divina, que era el sueño del fundador. Las preexistentes fuerzas centrífugas continuaban siendo muy poderosas, y ni la piedad, ni el prestigio cultural de sus líderes podían sustituir la falta de medios técnicos de integración. La epopeya torrencial de Chaka, pese a su terrible grandeza, y a su éxito en el intento de amalgama nacional de las tribus dispersas e impotentes, conoció una rápida degradación, por la excesiva amplitud territorial y por la multiplicación de incursiones inútiles. En el Africa Sudánica occidental, Samori, menos culto pero mejor organizador que El-Hadch ‘Omar — quizá porque su actividad se centró sobre un medio físico más homogéneo—, fracasó esencialmente porque los franceses lo eligieron como blanco de sus ataques. Pero es indudable que estos dos grandes generales carecieron sobre todo de medios técnicos que les hubieran permitido imponerse; su destino dependió siempre del número de fusiles modernos de que disponían. Se comprende, pues, por qué a veces mostraron una rabia tan profunda en sus cacerías de esclavos, con los que llenar los huecos de su caballería y almacenar «pólvora y municiones». Era una cuestión de vida o muerte. Y se comprende también por qué uno de los principales factores del fracaso de estos grandes imperios fue su continentalidad: carecían de ventanas sobre el mar; los grandes imperios de la Antigüedad, Mali sobre todo, habían ejercido al menos algún tipo de dominio sobre amplias fajas costeras. Pero para estos otros, la costa real era la orilla sur del Sáhara, 42 por la que pasaba todo el comercio básico. La costa atlántica, por donde llegaban las armas, fue la meta de Samoni y de El-Hadch ‘Omar sólo en un sentido: como brecha por la que podían respirar sus Estados asfixiados. Las salidas, sin embargo, estaban controladas ya por potencias que habían decidido acabar con ellos. Decir que si Samoni y El-Hadch ‘Omar hubieran dispuesto de suficientes fusiles y cañones, el curso de la historia africana habría sido diferente, no es en absoluto una cuestión académica. El caso de los ashanti, más favorecidos en este sentido (pero sólo después de luchas encarnizadas para alcanzar el mar), y que lograron mantenerse en la costa durante largo tiempo, está ahí para probarlo. Sin embargo, el caso de Menelík es una asombrosa prueba contraria: provisto de suficientes medios materiales y de una antigua tradición nacional, y de una costa que precisamente los invasores europeos ambicionaban, Etiopía consiguió entrar a formar parte del concierto internacional. Si hay pues alguna lección a extraer de la gloriosa historia de tales gigantes africanos del siglo XIX, es la de la doble necesidad de integración en amplios conjuntos, y la del dominio de medios técnicos. 43
Report "Ki-Zerbo, Joseph, Historia del áfrica Negra 2"