JEAN ZIEGLER El Imperio de La Vergxenza

May 22, 2018 | Author: Aria | Category: United States Declaration Of Independence, Utopia, Shame, Feudalism, Capitalism


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JEANZIEGLER EL IMPERIO DE LA VERGÜENZA 1 ÍNDICE AGRADECIMIENTOS INTRODUCCIÓN PRIMERA PARTE DEL DERECHO A LA FELICIDAD I. EL FANTASMA DE LA LIBERTAD II LA ESCASEZ ORGANIZADA III LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL IV LA AGONÍA DEL DERECHO V. LA BARBARIE Y SU ESPEJO SEGUNDA PARTE ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA VI LA DEUDA VII EL HAMBRE TERCERE PARTE ETIOPÍA EL AGOTAMIENTO Y LA SOLIDARIDAD 2 VIII ALEM TSEHAY IX EL HAMBRE VERDE X LA RESISTENCIA CUARTA PARTE BRASIL, LOS CAMINOS DE LA LIBERACIÓN XI LULA XII PROGRAMA FANEZERO XIII EL ESPECTRO DE SALVADOR ALLENDE QUINTA PARTE LA VUELTA DEL MUNDO AL SISTEMA FEUDAL XIV LOS SISTEMAS FEUDALES CAPITALISTAS XV LA IMPUNIDAD XVI ACABAR CON LA COMPETENCIA DESLEAL DE LOS SERES VIVOS XVII EL PULPO DE VIVEY XVIII ACABAR CON LOS SINDICATOS XIX. LAS VACAS GORDAS SON INMORTALES 3 XX LA ARROGANCIA XXI LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN BIEN, PERO ¡EL MERCADO ESTÁ MEJOR! EPÍLOGO. VOLVER A EMPEZAR NOTAS AGRADECIMIENTOS Olivier Bétourné acompañó el nacimiento de este libro con su erudición, su amistad y sus consejos indispensables. Erica Deuber Ziegkr, Christophe Golay, Sally-Anne Way y Dominique Ziegler leyeron mi manuscrito y me ayudaron con sus observaciones. Arlette Sallin y Camille Marchaut se ocuparon de darle forma. Alicia Martorell, con su competencia, ha realizado la traducción. Ana Bustelo ha editado el libro. Mayte Pérez Báez me ha prestado una valiosa ayuda. A todos ellos quiero manifestar mi más profunda gratitud. Y a Gloria Gutiérrez, que me ha dado muy buenos consejos y siempre me ha apoyado con mucho afecto y gran eficacia. 4 INTRODUCCIÓN En 1776, Benjamín Franklin fue nombrado primer embaja- dor de la joven República estadounidense en Francia. Tenía 70 años. Franklin llegó a París el 21 de diciembre, procedente de Nantes, tras una larga y peligrosa travesía en el Reprisal. El gran sabio se instaló en una modesta casa de Passy. Los gacetilleros empezaron muy pronto a espiar cada uno de sus movimientos. El de La Gazette escribió: «Nadie le llama “Monsieur”... todo el mundo se dirige a él simplemente como “Doctor Franklin”... como hubieran hecho con Platón o Sócrates». Otro dijo: «Afín de cuentas, Proteo sólo era un hombre. Igual que Benjamín Franklin... ¡pero qué hombres!»1. Voltaire, que a los 84 años prácticamente no salía de su casa, se desplazó hasta la Real Academia para recibirlo solemnemente. Coautor, junto con Thomas Jefferson, de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, firmada el 4 de julio de 1776 en Filadelfia, Franklin gozó enseguida en los círculos revolucionarios y en los salones literarios de París de un prestigio inmenso. ¿Qué decía aquella declaración? Releamos su preámbulo: 5 Consideramos que las siguientes verdades son evidentes por sí mismas: todos los hombres han sido creados iguales; el Creador les ha conferido derechos inalienables; los primeros de estos derechos son: el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el derecho a la felicidad [...]. Para garantizar el disfrute de estos derechos, los hombres se han dotado de gobiernos cuya autoridad pasa a ser legítima por el consentimiento de los administrados Cuando un gobierno, sea cual sea su forma, se aleja de estos objetivos, el pueblo tiene derecho a cambiarlo o a abolirlo, y a establecer un nuevo gobierno que se base en estos principios, organizándolo en la forma que le parezca más adecuada para que le procure seguridad y felicidad2. Situado en el centro del barrio de Saint-Germain, el café Procope era el lugar predilecto de los jóvenes revolucionarios. Allí celebraban sus reuniones y organizaban sus fiestas. Benjamín Franklin cenaba allí de vez en cuando, en compañía de la hermosa madame Brillon. Una noche, un joven abogado de 20 años, Georges Danton, se dirigió a él muy excitado: «El mundo sólo es injusticia y miseria. ¿Dónde está la sanción? Su declaración no tiene ningún poder judicial ni militar para obligar a que la respeten...». Franklin le contestó: «¡Se equivoca! Tras esta declaración hay un poder considerable, eterno: el poder de la vergüenza (the power of shame) ». El diccionario Petit Robert dice de la vergüenza: «Deshonor humillante. [...] Sentimiento penoso de inferioridad, de indignidad o de humillación ante otros, de degradación en la opinión ajena (sentimiento de deshonor). [...] Sentimiento de malestar provocado por escrúpulos de conciencia». Los hambrientos del bairo de Pela Porco en San Salvador de Bahía conocen perfectamente esta sensación y las emociones que despierta: «Prerío tirar la vergonha de catar no lixo...» («Debo superar la vergüenza para rebuscar en la basura...»). Si no consigue superar su vergüenza, el hambriento muere. En la escuela, los niños brasileños a veces se desmayan de inanición a causa de la anemia. En las obras, los obreros des- fallecen por falta de comida. En las barriadas de chabolas de Asia, Africa y América Latina, púdicamente llamadas «hábitats insalubres» por las Naciones Unidas, en las que vive el 40 por 6 ciento de la población mundial, las ratas disputan a las amas de casa la escasa comida familiar. El sentimiento de inferioridad tortura a los que allí viven. Los seres famélicos que deambulan por las calles de las megalópolis de Asia meridional y del Africa negra también están asediados por la vergüenza. La sensación de deshonor impide al parado harapiento llegar a los barrios ricos, en los que podría quizá encontrar un trabajo para comer y dar de comer a su familia. La vergüenza le impide exponerse a las miradas de la gente. En las favelas del norte de Brasil, las madres suelen hervir agua por la noche en una marmita, introduciendo en ella piedras calientes. Cuando sus hijos lloran de hambre, les dicen: «La comida estará enseguida...» con la esperanza de que mientras tanto los niños se hayan dormido. ¿Se puede medir la vergüenza que siente una madre ante sus hijos martirizados por el hambre y a los que es incapaz de alimentar? Edmond Kaiser escapa cuando es un adolescente de los esbirros de la policía de Vichy y de la deportación. Como juez de instrucción militar en el ejército del general Leclerc, des- cubre en Alsacia, y después en Alemania, el horror de los campos nazis. Cuando se exilia en Lausana, funda una orga- nización internacional de ayuda a la infancia, Terre des Hommes. Muere a los 82 años, a las puertas del nuevo milenio, en un orfanato del sur de la India3. Edmond Kaiser escribió: «Si abriéramos la marmita del mundo, su clamor haría retroceder al cielo y la tierra. Porque ni la tierra, ni el cielo, ni ninguno de nosotros es realmente consciente de la terrorífica trascendencia de la desgracia de los niños, ni del peso de los poderes que los trituran»4. En su fuero interno, muchos occidentales, perfectamente informados de los sufrimientos de los hambrientos africanos o de los parados paquistaníes, soportan difícilmente su complicidad cotidiana con el orden caníbal del mundo. Sienten vergüenza, que pronto es sustituida por una sensación de impotencia. Y pocas veces tienen el valor —como Edmond Kaiser— de alzarse contra este estado de cosas. Para calmar sus escrúpulos, la tentación de buscar justificaciones es muy fuerte. Los pueblos terriblemente endeudados de Africa son «pe- rezosos», se suele decir, «corruptos», «irresponsables», inca- paces de construir una economía autónoma, «deudores natos», 7 insolventes por definición. En cuanto al hambre, se suele invocar el clima para explicarla... a pesar de que las condiciones climáticas son infinitamente más duras en el hemisferio norte, donde la gente come, que en el hemisferio sur, donde mueren por hambre y alimentación insuficiente. Sin embargo, los señores también sienten vergüenza. Conocen perfectamente las consecuencias de sus actos: la destrucción de las familias, el martirio para los trabajadores in- frapagados, la desesperación de los pueblos no rentables no tienen secretos para ellos. Algunos indicios nos muestran su malestar. Daniel Vasella, príncipe de Novartis, gigante suizo de la farmacia, construye actualmente en Singapur el Novartis Institute for Tropical Diseases (NITD)5, que deberá producir, en cantidad limitada, pastillas contra la malaria, un medicamento que se venderá en los países pobres a precio de coste. El señor de Nestlé, Peter Brabeck-Lemathe, entrega a cada uno de sus 275.000 empleados, que trabajan en 86 países, una «biblia» redactada por él que les pide que sean humanos y «benevolentes» con los pueblos a los que explotan6. Para Emmanuel Kant, la sensación de vergüenza procede del deshonor. Expresa la rebelión ante una conducta, una situación, unas acciones, intenciones envilecedoras, degradantes, ignominiosas, contrarias al «honor de ser un hombre». Para representar la vergüenza en todas sus acepciones, Kant recurre a dos términos prácticamente intraducibies: die Schandey die Scham. Tengo vergüenza (Scham) por el insulto que le hago al otro y que, por ello, es infligido a mi honor de ser un hombre (Schande) 7. El imperio de la vergüenza tiene como horizonte el deshonor que sufre cada hombre a causa del sufrimiento de sus semejantes. En la noche del 4 de agosto de 1789, los diputados que componían la Asamblea Nacional abolieron el sistema feudal en Francia. En cambio, ahora estamos viviendo la vuelta del mundo al sistema feudal. Los señores despóticos han vuelto. Los nuevos sistemas feudales capitalistas tienen ahora un poder que ningún emperador, ningún rey, ningún papa había poseído antes. Las quinientas multinacionales capitalistas más poderosas del mundo —en la industria, el comercio, los servicios, la banca— controlaban, en 2004, el 52 por ciento del producto mundial bruto: es decir, más de la mitad de todas las riquezas producidas en un año en nuestro planeta. 8 Sí, el hambre, la miseria, el quebrantamiento de los pobres son más temibles que nunca. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Washington y en Pensilvania han provocado una aceleración dramática del proceso de vuelta al sistema feudal. Han sido la ocasión para los nuevos déspotas de apropiarse del mundo. De apoderarse en exclusiva de los recursos necesarios para el bienestar de la humanidad. De destruir la democracia. Las últimas barreras de la civilización están a punto de caer. El derecho internacional se encuentra en estado agónico. La Organización de las Naciones Unidas y su secretario general son maltratados y difamados. La barbarie cosmócrata avanza a pasos agigantados. De esta nueva realidad ha nacido este libro. La sensación de vergüenza es uno de los elementos cons- titutivos de la moral. Es indisociable de la conciencia de la identidad, a su vez constitutiva del ser humano. Si estoy herido, si tengo hambre, si —en mi carne y en mi espíritu— sufro la humillación de la miseria, siento dolor. Como espectador del sufrimiento infligido a otro ser humano, experimento en mi conciencia un poco de su dolor, que despierta mi compasión, suscita un impulso de solicitud, me abruma también de vergüenza. Y me veo empujado a la acción. Sé, por intuición, por el ejercicio de la razón, por mi exigencia moral, que todos los hombres tienen derecho al trabajo, a la alimentación, a la salud, al conocimiento, a la libertad y a la felicidad. Si la conciencia de la identidad habita en todo ser humano, y también en los cosmócratas, ¿cómo es posible que éstos tengan una acción tan devastadora? ¿Cómo se explica que combatan con tanto cinismo, ferocidad y astucia las aspiraciones elementales a la felicidad? Están atrapados en una contradicción fundamental: ser un hombre, sólo un hombre, o enriquecerse, dominar los mercados, ejercer plenos poderes, convertirse en los amos. En nombre de la gugrra económica, que declaran de forma permanente a sus posibles competidores, decretan el estado de emergencia. Implantan un régimen de excepción, que se escapa de la moral común, y suspenden, a veces quizá incluso contra sus deseos, los derechos humanos fundamentales (sin embargo avalados por 9 todas las naciones de la tierra), las reglas morales (sin embargo afirmadas en democracia), los sentimientos ordinarios (que ya sólo practican en familia o entre amigos). Si manifiesto compasión, si expreso mi solidaridad con los demás, mi competidor se aprovechará instantáneamente de mi debilidad. Me destruirá. Por consiguiente, contra mi voluntad, para mi mayor vergüenza (reprimida), me veo obligado, en cada instante del día y de la noche, independientemente del precio humano que deba pagar, a buscar el máximo beneficio y a practicar la acumulación, a garantizarme la plusvalía más elevada en el lapso de tiempo más corto y al precio de coste más bajo posible. La supuesta guerra económica permanente exige sacrificios, como cualquier guerra. Sin embargo, ésta parece bien programada para no tener nunca final. Muchas teorías e ideologías de pacotilla oscurecen la con- ciencia de los hombres y mujeres de buena voluntad en Occidente. De esta forma, muchos de ellos consideran que el actual orden caníbal del mundo es inmutable. Esta creencia impide que transformen en acciones de solidaridad y de rebeldía la vergüenza sumergida en el fondo de ellos mismos. Lo primero es destruir estas teorías. La misión histórica de los revolucionarios, tal y como la describen los Enragés en 1793, consiste en combatir a favor de la justicia social planetaria. Deben despertar las cóleras con- tenidas, estimular la capacidad de resistencia democrática co- lectiva. El mundo debe volver a estar erguido, con la cabeza alta y los pies en la tierra. Hay que triturar la mano invisible del mercado. La economía no es un fenómeno natural. Sólo es un instrumento que conviene colocar al servicio de un objetivo único: la búsqueda del bienestar común. Macerado en su penosa sensación de inferioridad, en su in- dignidad, al descubrir que ni el hambre ni la deuda son inevi- tables, el hombre avergonzado del tercer mundo también puede tomar conciencia y alzarse. El hambriento, el parado, el hombre humillado, hundido en el deshonor, se tragará su vergüenza mientras considere su situación inmutable. Si combate, se transforma en insurgente, en rebelde, en cuanto asoma la esperanza, en cuanto la supuesta fatalidad revela sus grietas. La víctima se convierte así en actor de su destino. Este libro quiere contribuir a poner en marcha el proceso. 10 Benjamin Franklin y Thomas Jefferson fueron los primeros que formularon el derecho del hombre a buscar la felicidad. Esta reivindicación, que asumieron los Enragés de Jacques Roux, se convirtió en el principal motor de la Revolución Francesa. Para ellos, la idea de felicidad individual y colectiva resumía un proyecto político, que querían aplicar de forma in- mediata y concreta. ¿Cuáles son los obstáculos que se alzan hoy en día ante la realización del derecho del hombre a buscar la felicidad? ¿Cómo desmantelar estos obstáculos? ¿Cómo dar libre curso a la búsqueda de la felicidad común? Son preguntas a las que este libro trata de responder. Éste es su plan. En la historia universal de las ideas, la Revolución Francesa introdujo una ruptura radical. Fue la plasmación política de los preceptos filosóficos de la Ilustración y del racionalismo liberador. Algunos de sus actores principales, especialmente los Enragés, evocaron el horizonte de todos los combates presentes y futuros por la justicia social planetaria. La primera parte de este libro, titulada «Del derecho a la felicidad», les da la palabra. También describe el movimiento de vuelta al feudalismo que han emprendido las sociedades capitalistas privadas transcontinentales, el régimen de violencia estructural que han instituido y las fuerzas todavía oscuras que se alzan contra ellas. Una sección importante se consagra a la agonía del derecho. La segunda parte está consagrada a la exposición general de las relaciones de causa y efecto entre la deuda y el hambre, estas armas de destrucción masiva desplegadas contra los más débiles. ¿El hambre? Podría ser vencida en breve plazo mediante la imposición de algunas medidas a los que manejan estas armas. El pueblo etíope, afligido por una hambruna crónica y por el desmoronamiento del precio del único producto exportable que podrían transformar en divisas —los granos de café—, sufre, pero se organiza. En el otro extremo del mundo, en Brasil, está en marcha una revolución silenciosa: víctima también de la subalimentación permanente de gran parte de sus habitantes y de una deuda aplastante, este país está forjando unos instrumentos inéditos de liberación. Consagro la tercera y la 11 cuarta parte a estas nuevas experiencias de lucha o de resistencia. Las sociedades transcontinentales privadas, propietarias de las tecnologías, los capitales, los laboratorios más poderosos que haya conocido la humanidad, son la columna vertebral de este orden injusto y mortífero. La quinta parte de mi libro ilustra sus prácticas más recientes. Del conocimiento nace el combate; del combate, la libertad y las condiciones materiales de la búsqueda de la felicidad. La destrucción del orden caníbal del mundo es el trabajo de los pueblos. Régis Debray escribe: «La tarea del intelectual es enunciar lo que es. Su tarea no es seducir, sino armar» 8. Escu- chemos también a Gracchus Babeuf, que tras el tiroteo del Campo de Marte, en julio de 1791, pronuncia este discurso: Pérfidos, gritáis que hay que evitar la guerra civil, que no hay que lanzar contra el pueblo las chispas de la discordia. ¿Qué guerra civil es más injusta que la que coloca en un bando a todos los asesinos y en otro a todas las víctimas sin defensa? ¡Que comience el combate sobre el famoso capítulo de la igualdad y la propiedad! ¡Que el pueblo destruya todas las antiguas instituciones bár- baras! Que la guerra del rico contra el pobre deje de caracteri- zarse por tener toda la audacia de un lado y toda la cobardía de otro. Sí, lo repito, todos los males están llegando al máximo y no pueden empeorar. Sólo se pueden reparar mediante una re- volución total9. Quiero contribuir a armar las conciencias para buscar esa transformación. PRIMERA PARTE DEL DERECHO A LA FELICIDAD 12 I EL FANTASMA DE LA LIBERTAD 13 En París, el verano de 1792 es de una miseria extrema. En los barrios populares ronda el hambre. Las Tullerías, el palacio del rey, excitan la imaginación de los hambrientos. Circulan rumores. Se dice que en los apartamentos reales hay montañas de pan, vituallas abundantísimas... Durante la noche del 9 al 10 de agosto, se ilumina el Hotel de Ville. La animación es intensa. De todos los barrios, todos los pueblos afluyen los diputados de las secciones. Se consultan, negocian y al alba proclaman la Comuna insurreccional de París. Queda disuelto el antiguo ayuntamiento. La guardia nacional queda descabezada y Mandat, su co- mandante, es ajusticiado. Santerre ocupa su lugar. Los insurgentes deciden atacar las Tullerías. Dos columnas de hombres y mujeres, armados con fusiles, picos, horcas, puñales, rodeados por los sans-culottes, convergen hacia el palacio. Una viene del Faubourg Saint Antoine, en la orilla derecha del Sena, la otra de la orilla izquierda. El palacio, prácticamente vacío1, está defendido por 171 mercenarios suizos. Morirá hasta el último de ellos. Los saqueadores se apoderan de los tesoros —muebles, ropa, vajilla— que encuentran en el palacio y se los llevan. Cuando los primeros de ellos, cargando con su botín, llegan a los muelles del Sena, los milicianos, en su mayor parte jacobinos, los detienen y los cuelgan de las farolas. El pillaje, el atentado contra la propiedad privada, aunque sea la del rey tan de- testado, se castiga con pena de muerte. En este episodio de mantenimiento del orden público vemos aparecer un valor central —el respeto absoluto de la propiedad privada—, que representa la nueva clase ascendente, la burguesía comerciante y protoindustrial. Pronto se harían con las riendas de la Revolución. Y precisamente contra estos burgueses demócratas se alzarán pronto los Enragcs, dirigidos por el sacerdote Jacques Roux. Escuchemos ajacques Roux: La libertad sólo es un fantasma vano cuando una clase de hombres puede dejar hambrientos a otra impunemente. La igualdad sólo es un fantasma vano cuando el rico, con su monopolio, ejerce el derecho de vida y de muerte sobre su semejante. La república sólo es un fantasma vano cuando la 14 contrarrevolución se impone día tras día, a través del precio de la comida, a la que las tres cuartas partes de los ciudadanos no puede acceder sin quebranto. Y más adelante: La aristocracia comerciante, más terrible que la aristocracia nobiliaria y sacerdotal, ha convertido en un juego cruel el ex- polio de las fortunas individuales y los tesoros de la república; además ignoramos cuándo llegará el fin de sus exacciones, pues el precio de las mercancías aumenta de forma terrorífica, de la mañana a la noche. Ciudadanos representantes, ha llegado el momento de poner fin al combate a muerte que el egoísta libra contra la clase trabajadora. También de Roux: Diputados de la Montaña, si hubierais subido desde el pri- mero al cuarto piso de las casas de esta ciudad revolucionaria, os hubieran conmovido las lágrimas y los gemidos de un pueblo inmenso sin pan y sin ropa, reducido a este estado de desamparo e infelicidad por la especulación y el acaparamiento, porque las leyes han sido crueles con el pobre, porque han sido hechas por los ricos y para los ricos. ¡Rabia y vergüenza! ¿Quién podría creer que los representantes del pueblo francés que han declarado la guerra a los tíranos del exterior han sido lo bastante cobardes como para no aplastar a los del interior?2 ¿Para qué sirve a un analfabeto la proclamación de la libertad de prensa? A un hambriento, el derecho al voto no le sirve para nada. El que morirá de enfermedad, y su familia de miseria, no se preocupa de las libertades de pensamiento y de reunión. Sin justicia social, la república no vale nada. Saintjust hace eco a Roux: «La libertad sólo puede ser ejercida por hombres al amparo de la necesidad»3. El derecho a la felicidad es el primero de los derechos hu- manos. También Saint-Just: «La revolución no se detendrá hasta la perfección de la felicidad»4. En Angola no existe más que un hospital para quemados, el hospital de los Queimados, en Luanda. El uso masivo de napalm y bombas de fósforo contra la población civil consi- derada «hostil», por estar ligada la Unita, uno de los mo- 15 vimientos armados en lucha contra el poder establecido durante una guerra civil de dieciocho años, causó numerosos quemados. Los Queimados acoge a una media anual de unos 780 niños menores de diez años. El 40 por ciento muere al llegar a causa de la gravedad de sus quemaduras. Sus sufrimientos son tales que a veces es imposible cam- biarles los vendajes. Y sin cambio de vendajes, se desarrollan las infecciones. El paracetamol, la morfina, y también las técnicas medi- coquirúrgicas poco costosas son los remedios principales contra los sufrimientos causados por las quemaduras. En Angola no hay acceso a estos medicamentos y estas técnicas. Más de 500 niños murieron en los tres últimos años entre dolores atroces5. En cada lugar del mundo, las multinacionales farmacéuticas adaptan sus precios a la situación económica del lugar. En el Africa negra, la mayor parte de los países sólo disponen de un mercado interior muy reducido: la inmensa mayoría de la población carece de recursos. Los cárteles farmacéuticos prefieren adaptar sus precios al poder adquisitivo de la escasa clase dirigente autóctona. Prefieren vender poco, pero caro. Como no constituyen un mercado digno de este nombre y no disponen de ningún poder adquisitivo, las familias de los niños quemados no pueden procurarse los medicamentos necesarios. En cuanto al Estado angoleño, es inútil esperar su ayuda: está prácticamente en quiebra. Para la inmensa mayoría de los 4.800 millones de seres hu- manos que viven actualmente en los 122 países llamados del tercer mundo, las palabras pronunciadas en París por Grac- chus Babeuf en 17916 resuenan con una actualidad terrorífica. Se llama «utópicos» a los que, en él seno del movimiento revolucionario francés, daban prioridad absoluta a la lucha por la justicia social planetaria y al derecho del hombre a la felicidad7. Todos estos hombres murieron jóvenes y de muerte violenta. Saint-Just y Babeuf fueron guillotinados. Saint-Just tenía 27 años y Babeuf 37. Roux se suicidó con un puñal cuando le condenó a muerte el Tribunal revolucionario. Marat fue asesinado. Aunque la guillotina y el puñal destruyeron sus cuerpos, no pudieron hacer nada contra la esperanza en una justicia social planetaria nacida de su combate. Su espíritu vive 16 así en la conciencia de millones de hombres de hoy, en forma de una nueva utopía. La palabra «utopía» viene del fondo de los siglos. Tomás Moro, canciller de Inglaterra, amigo de Erasmo y de los maestros del Renacimiento, fue decapitado el 6 de julio de 1535. ¿Su principal crimen? Cristiano convencido, había publicado un libro radicalmente crítico contra la Inglaterra discriminatoria e injusta del rey Enrique VIII. Su título: De optimo Republicae statu de que Nova Insula Utopia8. Antes de él, Joaquín de Fiore y los primeros franciscanos, Giordano Bruno y sus discípulos habían luchado por una hu- manidad reconciliada bajo el imperio del iusgeníiumy del de- recho inalienable de todos los hombres a la seguridad de su persona, a la felicidad y a la vida9. En el centro de todas las prédicas, de todos los libros, de todos los preceptos que desarrollaron Joaquín de Fiore, Giordano Bruno y Tomás Moro, se encuentra el derecho a la felicidad. A partir del sustantivo griego topos (lugar) y del prefijo U (prefijo de negación), Moro había creado un neologismo: U- Topia. El no lugar. O más precisamente: el lugar, el mundo que todavía no existe. La utopía es el deseo de lo completamente diferente. Designa lo que nos falta en nuestra corta vida en la tierra. Abarca la justicia éxigible. Expresa la libertad, la solidaridad, la felicidad compartida, cuyo advenimiento y cuyas fronteras anticipa la conciencia humana. Esta carencia, este deseo, esta utopía constituyen la fuente más íntima de toda la acción humana a favor de la justicia social planetaria. Sin esta justicia, ninguna felicidad es posible para ninguno de nosotros. Si la utopía es —junto con la vergüenza— la fuerza más poderosa, es también la más misteriosa de la historia. ¿Cómo funciona? Ernst Bloch responde: El deseo más ínfimo que llevamos en nosotros es una señal significativa. No sufriríamos tanto por nuestras carencias si algo en nuestro interior no nos estimulase. Si no existieran estas voces que, en lo más profundo de nosotros mismos, tratan de guiarnos y de hacernos ir más allá de todo aquello que afecta a nuestro cuerpo y al mundo que existe alrededor de nosotros. [...] También podemos sentir las cosas como los niños y esperar 17 que la caja cerrada con llave que esconde el secreto de nuestros orígenes se abrirá algún día... Tenemos aquí en acción la amplia masa imperfecta de las tendencias volitivas y perceptoras, fuerza irreprimible de los deseos, verdadero espíritu del alma utópica en marcha10. El hombre es esencialmente un ser inacabado 11. La utopía habita su ser más íntimo. También Bloch: «En el momento de la muerte, cada uno de nosotros necesitaría mucha más vida para acabar con la vida»12. Evidentemente esta vida adicional no la encontraremos en la tierra. ¿Qué nos queda por hacer? Entregarnos a la utopía. O más precisamente, entregarnos al deseo de todo lo que habitará en cada uno de los que vengan después de nosotros. Bloch: «En el momento de nuestra agonía, lo queramos o no, debemos entregarnos —es decir, entregar nuestro yo— a los demás, a los supervivientes, a los que vengan detrás de no- sotros, y son miles de millones, porque ellos y sólo ellos podrán terminar nuestra vida inacabada»13. Una paradoja gobierna la utopía: exige una práctica política, social, intelectual inmanente. Da nacimiento a movimientos sociales y a obras filosóficas. Orienta combates de individuos concretos. Y al mismo tiempo, sólo adquiere su realidad más allá del horizonte del sujeto que actúa. Jorge Luis Borges plantea esta paradoja: «La utopía sólo es visible para el ojo interior». Paradoja doblemente paradójica: Borges era ciego. Su texto lleva el título: «... Con los ojos cerrados de par en par». La utopía es una fuerza devastadora, pero nadie la ve. Es histórica porque hace historia. «El tiempo», dice Borges, «es la sustancia de que estoy hecho [...]. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río»14. Henri Lefebvre publicó su famoso libro Hegel, Marx, Nietzsche (o el reino de las sombras) a mediados de la década de 197015. Un periodista de Radio France le pregunta: «No quisiera ofenderle, pero se dice que es usted un utópico...». Y Lefebvre contesta: Todo lo contrario... me honra... reivindico esta cualidad... Los que se contentan con detener la mirada en el horizonte y se limitan a mirar lo que se ve, los que reivindican el pragmatismo y tratan de arreglarse únicamente con lo que tienen, no tienen 18 ninguna posibilidad de cambiar el mundo... Sólo los que miran hacia lo que no se ve, los que miran más allá del horizonte son realistas. Son los únicos que tienen la posibilidad de cambiar el mundo. La utopía es lo que está más allá del horizonte... Nuestra razón analítica sabe con precisión lo que no queremos, lo que hay que cambiar absolutamente. Pero lo que debe venir, lo que queremos, el mundo totalmente ajeno, nuevo, sólo nos lo muestra nuestra mirada interior, solamente la utopía. Y más adelante: «... La razón analítica es un corsé... La utopía es el ariete»16. Ante los miembros del Comité de Salud Pública de París, que serán sus jueces, Saint-Just exclama: «Desprecio el polvo del que estoy hecho y que ahora os habla. Me podrán perseguir y hacer que este polvo enmudezca. Pero os desafío a que me arranquéis esta vida independiente que me he dado por los siglos y en los cielos»17. Al día siguiente, 27 de julio de 1794, Saint-Just subía al ca- dalso de la plaza de la Concordia (entonces plaza de la Revo- lución), en París. Es difícil incluir entre los héroes triunfantes a los portadores de utopía. Están más cerca de la guillotina, de la hoguera o del cadalso que de las reuniones victoriosas y los futuros es- plendorosos. Y sin embargo, sin ellos, toda la humanidad, toda la esperanza habrían desaparecido hace tiempo de nuestro planeta. II LA ESCASEZ ORGANIZADA Hoy han aparecido nuevos sistemas feudales, infinitamente más poderosos, más cínicos, más brutales y más astutos que los antiguos. Se trata de las sociedades transcontinentales privadas de la industria, la banca, los servicios y el comercio. Estos nuevos déspotas ya no tienen nada que ver con los especuladores, los acaparadores de grano, los traficantes de 19 papel moneda combatidos por Jacques Roux, Saintjusty Babeuf. Las empresas capitalistas transcontinentales privadas ejercen un poder planetario. He dado el nombre de cosmócratas a estos nuevos señores feudales. Son los amos del imperio de la vergüenza. Observemos el mundo que han creado. Ni el hambre ni la deuda son fenómenos nuevos en la historia. Desde la noche de los tiempos, los fuertes han controlado a los débiles a través de la deuda. En el mundo feudal, caracterizado por la ausencia de trabajo asalariado, el señor sometía a sus siervos a través de la deuda. El sistema de los <<vales» practicado por el latifundio ecuatoriano, paraguayo o guatemalteco, forma arcaica de la producción agrícola que ha sobrevivido hasta nuestros días, somete de la misma forma al trabajador rural1. El hambre también acompaña a la humanidad desde su aparición sobre la tierra. Las sociedades neolíticas africanas, que son los grupos exogámicos más antiguos que se conocen, vivían de lo que encontraban. Sus miembros recogían raíces, hierbas y frutas silvestres de una temporada de lluvias a la siguiente. No conocían ni la agricultura ni la domesticación de los animales, y sólo practicaban la caza de pequeñas presas. El infanticidio fue su primera institución social. Al comenzar la temporada seca (largo periodo de unos siete meses, durante el cual no era posible recoger nada y la caza era escasa), los ancianos contaban las bocas que debían alimentar y las provisiones disponibles. En función de una evaluación prospectiva, hacían que los padres eliminaran a un número variable de niños2. En el corazón de la inmensa obra de Karl Marx yace una preocupación fundamental: la definición de la carencia. Hasta su último aliento, Marx estuvo convencido de que el hombre viviría en el reino de la necesidad durante muchos siglos más. A la pareja maldita del amo y el esclavo le quedaba mucho tiempo de vida. Marx recurre, para tratar esta cuestión, a una expresión difícil de traducir: «Der objektive Mangel» («la carencia objetiva»). Esta palabra designa una situación en la que los bienes materiales disponibles en la tierra son objetivamente insuficientes para satisfacer todas las necesidades mínimas elementales de los hombres3. En vida de Marx (como en todos los siglos anteriores), la carencia objetiva gobernó el planeta, 20 pues los bienes disponibles sobre la tierra eran muy insufi- cientes para satisfacer las necesidades vitales de los hombres 4. Toda la teoría marxista de la división del trabajo, las clases so- ciales, el origen del Estado y la lucha de clases se basa en esta hipótesis de la carencia objetiva de bienes. Sin embargo, desde la muerte de Marx, y más especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, una formidable sucesión de revoluciones industriales, tecnológicas y científicas ha dinamizado las fuerzas productoras. Ahora el planeta desborda de riquezas. Es decir, el infanticidio, tal y como se practica día tras día, ya no obedece a ninguna necesidad. Los señores del imperio de la vergüenza organizan la escasez a conciencia, de acuerdo con la lógica del máximo beneficio. El precio de un bien depende de su escasez. Cuanto más escaso es un bien, más elevado es su precio. La abundancia y la gratuidad son las pesadillas de los cosmócratas, que dedican esfuerzos sobrehumanos a conjurar su perspectiva. Sólo la escasez garantiza el beneficio. ¡Organicémosla! Los cosmócratas aborrecen la gratuidad que viene de la naturaleza. La consideran una competencia desleal insoportable. Las patentes sobre seres vivos, plantas y animales genéticamente modificados, la privatización de las fuentes de agua, deben acabar con esta intolerable disponibilidad. Vol- veremos sobre este tema. Organizar la escasez de los servicios, de los capitales y de los bienes es la actividad prioritaria de los señores del imperio de la vergüenza. Sin embargo, esta escasez organizada destruye cada año la vida de millones de hombres y mujeres sobre la tierra. Hoy podemos decir que la miseria ha alcanzado un nivel más horroroso que en ninguna otra época de la historia. Así es como más de 10 millones de niños de menos de 5 años mueren cada año de desnutrición, epidemias, contaminación de las aguas e insalubridad. El 50 por ciento de estos fallecimientos tienen lugar en los seis países más pobres del planeta. El 42 por ciento de los países del Sur acumulan el 90 por ciento de las víctimas5. Estos niños no son destruidos por una carencia objetiva de bienes, sino por una distribución desigual de éstos. Es decir, por una carencia artificial. Del 14 al 18 de junio de 2004 se celebró en Sao Paulo (Brasil) la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Celebraba el cuadragésimo aniversario de la 21 fundación de la UNCTAD6. Al mismo tiempo, era la despedida de su secretario general, Rubens Ricupero. En el universo equívoco y turbio de las Naciones Unidas, Ricupero es un hombre aparte. Tiene un cuerpo ascético, filiforme, una voz dulce y una mirada azul, capaz de atravesar los glaciares. Militante contra la dictadura militar brasileña en su juventud, ahora opositor tenaz de los cosmócratas, cristíano insumiso y lleno de determinación, es como un Jacques Roux contemporáneo. Para 86 de los 191 países miembros de la ONU, los productos agrícolas representan lo esencial de sus ingresos procedentes de la exportación. Sin embargo, el poder adquisitivo que representan estos productos sólo es ya de un tercio o menos de lo que era hace cuarenta años, cuando se fundó la UNCTAD. Los 122 países del tercer mundo concentran el 85 por ciento de la población mundial, pero su participación en el comercio internacional es del 25 por ciento. El planeta cuenta actualmente con más de 1.800 millones de seres humanos que vegetan en una indigencia extrema, con meiios de un dólar al día, mientras que el 1 por ciento de los habitantes más ricos ganan tanto dinero como el 57 por ciento de las personas más pobres de la tierra. Hay 850 millones de adultos analfabetos y 325 millones de niños en edad escolar que no tienen ninguna posibilidad de frecuentar la escuela. Enfermedades curables mataron el año pasado a 12 millones de personas, esencialmente en los países del hemisferio sur. En el momento de la fundación de la UNCTAD, la deuda externa acumulada de los 122 países del tercer mundo ascendía a 54.000 millones de dólares. Actualmente es de más de dos millardos de dólares. En 2004,152 millones de recién nacidos no tenían el peso necesario al nacer. La mitad de ellos está condenada a sufrir alguna insuficiencia en su desarrollo psicomotor. La cuota en el comercio mundial de los 42 países más pobres del mundo era del 1,7 por ciento en 1970. En 2004 había caído al 0,6 por ciento. Hace cuarenta años, 400 millones de personas sufrían desnutrición permanente y crónica. Actualmente son 842 millones. Desde el comienzo del nuevo milenio, atentados y catástrofes, en una escalada del espanto, sacuden el planeta. De Nueva York 22 a Bagdad, del Cáucaso a Bali, de Gaza a Madrid, millares de seres humanos han sido descuartizados, quemados, decenas de miles han sido heridos. En los países del hemisferio sur, los cementerios de las epidemias y el hambre se llenan de víctimas cada vez más numerosas. La exclusión y el paro causan estragos en Occidente. Los nuevos sistemas feudales capitalistas, por otra parte, no dejan de prosperar. El ROE (retum on equity, rentabilidad de fondos propios) de las 500 sociedades transcontinentales más poderosas del mundo ha sido del 15 por ciento anual desde 2001 en Estados Unidos, del 12 por ciento en Francia. Los medios financieros de las sociedades superan con mucho sus necesidades de inversión: la tasa de autofinanciación asciende al 130 por ciento en Japón, al 115 por ciento en Estados Unidos y al 110 por ciento en Alemania. ¿A qué la dedican los nuevos señores feudales? Compran masivamente en la Bolsa sus propias acciones. Pagan a los accionistas dividen- dos fabulosos y a sus directivos gratificaciones astronómicas7. ¡No importa! Los beneficios superfluos siguen creciendo. El monopolio y la multinacionalización son vectores fundamentales de la forma de producción capitalista. Muchos historiadores consideran incluso que el proceso de vuelta al feudalismo, el carácter progresivamente autónomo del capital, el nacimiento de grupos financieros mundialmente poderosos, capaces de enfrentarse al interés general y a los decretos normativos del Estado, empezaron en el corazón mismo del proceso revolucionario francés. Por razones de oportunismo político, porque le preocupaba garantizar la unidad nacional frente a la amenaza extranjera, Maximilien Robespierre excluyó de la acción civilizadora y normativa de la Revolución los movimientos de capital privado. Por esta razón, Jacques Roux, Gracchus Babeuf, Jean-Paul Marat —pero no Saint-Just— atacaron violentamente a Robespierre. La representación nacional acabó dando la razón a este último. Roux, Marat, Babeuf pagaron con su vida su oposición intransigente a los poderes económicos. Ante la Asamblea Nacional de abril de 1793, Maximilien Robespierre declara: «La igualdad de las fortunas es una quimera...». En la sala, los especuladores, los nuevos ricos, los hábiles rentabilizadores de la miseria del pueblo, que habían 23 obtenido ganancias apreciables de los cambios revolucionarios, respiraron aliviados. Robespierre les dijo: «No quiero tocar vuestros tesoros»8. Mediante esta declaración, e independientemente de sus intenciones reales, Robespierre le abría al capital privado el camino del dominio mundial. Las 374 mayores sociedades transcontinentales que figuran en el índice Standard and Poor’s poseen en la actualidad entre todas 555.000 millones de dólares de reservas. Esta suma se ha duplicado desde 1999. Ha aumentado un 11 por ciento desde 2003. La mayor empresa del mundo, Microsoft, guarda en sus arcas un tesoro de 60.000 millones de dólares. Desde comienzos de 2004, estas reservas crecen mil millones de dólares al mes... Eric Le Boucher lo comenta sobriamente: «Las multina- cionales están sentadas sobre considerables montañas de oro [...] con las que ya no saben qué hacer»9. Para los hombres y las mujeres de buena voluntad, parece imponerse una solución basada en el sentido común: ¿por qué no reducir el precio de venta de los productos? Es una forma de que los cosmócratas devuelvan una parte de los beneficios acumulados. También podrían aumentar los salarios y las primas, o crear nuevos puestos de trabajo. ¿Ypor qué no realizar inversiones sociales, especialmente en los países del hemisferio sur? Sin embargo, a los cosmócratas les horroriza cualquier intervención voluntarista en el libre funcionamiento del mer- cado. En lugar de pensar en redistribuir, aunque sea una parte ínfima de sus beneficios adicionales, siguen suprimiendo puestos de trabajo por centenares de miles, reduciendo salarios, restringiendo el gasto social y realizando fusiones a costa de los trabajadores. El capitalismo globalizado ha alcanzado una fase inédita que ni Jacques Roux, ni Saint-Just, ni Babeuf podían anticipar: el del crecimiento rápido y constante sin creación de empleo, sin promoción de los trabajadores y sin aumento del poder adquisitivo de los consumidores. En 2003, el número de millonarios en dólares, sumando todos los países, ascendía a 7,7 millones de personas. Se trata de un crecimiento del 8 por ciento comparado con las cifras de 2002. En otras palabras: en el plazo de un año han aparecido 500.000 nuevos millonarios en dólares. 24 Cada año, el banco de negocios estadounidense Merrill Lynch, asociado al gabinete de consultoría Capgemini, censa el número de «ricos», es decir, de personas que poseen más de un millón de dólares en fortuna propia. Podemos comprobar que, si bien los ricos viven ante todo en América del Norte y Europa, su número crece rápidamente en China y en India. En este último país, su número ha crecido en un año (de 2002 a 2003) un 12 por ciento, y en China un 22 por ciento10. ¿Y en Africa? En la mayor parte de los países del continente, como es sabido, la acumulación de capitales es escasa, el producto de los impuestos es casi inexistente y las inversiones públicas son deficientes. Sin embargo, en un año (de 2002 a 2003), el número de millonarios en dólares originarios de alguno de los 52 países de Africa ha aumentado un 15 por cien- to. Actualmente son más de 100.000. Los africanos ricos poseen 600.000 millones de dólares en capitales privados, frente a los 500.000 millones de dólares de 2002. En la mayor parte de los países del continente, el hambre y las epidemias causan estragos entre sus habitantes: los niños carecen de escuelas dignas de este nombre. El paro permanente y masivo destruye las familias. Sin embargo, los riquísimos africanos sólo invierten excepcionalmente en la economía de su país de origen. Invierten su dinero allá donde obtengan la máxima rentabilidad. Un millonario de Marruecos, Benin o Zimbabue especulará en la bolsa de Nueva York o en el sector inmobiliario de Ginebra, sin preocuparse en absoluto por las necesidades en inversiones sociales de sus compatriotas. Entre los depredadores de las economías africanas hay una gran mayoría de altos funcionarios, ministros y presidentes autóctonos. El aumento espectacular, en la lista Merrill Lynch/Capgemini, del número de millonarios africanos en dólares se explica fácilmente por la corrupción. En Ginebra tengo un amigo que trabajó en la banca privada y se ha convertido en gestor particular de fortunas. Trabaja sobre todo con Marruecos. Entre sus clientes más antiguos hay una personalidad que —desde hace más de veinte años— le lleva todos los años aproximadamente un millón de dólares en efectivo para que los invierta en Occidente. Mi amigo está asqueado por este estado de cosas, pero no por ello deja de hacer su trabajo. Es padre de familia y, como dice con razón: «Si rompo con este cliente, no por ello dejará de saquear su país... Simplemente cambiará de agente». 25 El patrimonio privado acumulado de los 7,7 millones de millonarios en dólares ascendía en 2003 a 28.800 millardos. ¡Qué diferencia con las fortunas privadas de los especuladores sobre el grano que denunciaba Jacques Roux a finales del siglo XVlll En poco más de doscientos años, la desigualdad de las condiciones ha aumentado en proporciones astronómicas, pero como en tiempos de los Enragés, la acumulación de la fortuna de los ricos sigue matando a los hijos de los pobres. Para ellos, la libertad y la felicidad siguen siendo fantasmas vanos. De Manila a Karachi, de Nuakchot a Sao Paulo y a Quito, en todas las megalópolis del hemisferio sur, centenares de miles de niños sin familia ni domicilio fijo deambulan por las calles. Tratan de sobrevivir como pueden: llevándose mercancía de las tiendas, vendiendo su cuerpo o robando por cuenta de la policía. Algunos son «aviones», como los llaman en las favelas de Río de Janeiro: transportistas de cocaína por cuenta de un jefe mafioso local. Su vida no vale un pimiento. Algunas asociaciones de comerciantes pagan a policías corruptos para que los maten. Las redes criminales obligan a las niñas a prostituirse. A veces, policías sádicos, por puro placer, los hacen sufrir. Pocos de estos «menores abandonados» llegan a la mayoría de edad. Pequeño, frágil, con una mirada intensa detrás de las gafas de montura fina, Helio Bicudo es desde comienzos de la década de 1990 un héroe nacional en Brasil. Diputado federal por Río de Janeiro, ha conseguido llevar a puerto el proceso conocido como el de «la matanza de la Candelaria». Unos policías militares degollaron y ametrallaron a trece niños de la calle que dormían en el pórtico de la catedral de la Candelaria, en el centro de la ciudad. Cuatro víctimas tenían menos de seis años, cinco eran niñas. Uno de los niños escapó. Bicudo lo puso a salvo en Europa (en Zúrich) con el fin de conservarlo con vida para que pudiera atestiguar en el proceso. Fue inaudito, pero el proceso se celebró. Cinco policías, uno de ellos capitán, fueron condenados a penas de cárcel. Otro milagro: a pesar de muchas amenazas y dos atentados, el intrépido jurista sigue vivo. Lo vi en marzo de 2003, en la Maison des Associations de Ginebra, con ocasión de una reunión del consejo de la Organización Mundial contra la Tortura (es uno de sus princi- pales pilares). Bicudo me dijo: «El año pasado, más de 4.000 26 niños de la calle fueron asesinados. La mayor parte de ellos a manos de la policía [...]. Son las cifras aportadas por el juez de menores [...], pero el número de víctimas es como mínimo dos veces más elevado». El subdesarrollo económico actúa sobre los seres humanos como una prisión. Los encierra en una existencia sin esperanza. El encierro es persistente, la evasión casi imposible, el sufrimiento no tiene fin. Son pocos los que consiguen cortar sus barrotes. En las barriadas de chabolas de Fortaleza, de Dacca, de Tegucigalpa o de Karachi, el sueño de una vida mejor se asemeja a un sueño irreal. La dignidad humana es una quimera. El dolor del presente es un dolor para la eternidad. Aparentemente no deja ningún resquicio para la esperanza. Para estos seres, la realidad de una sociedad con fuerzas de producción subdesarrolladas, que sufren sin defensa los decretos de los cosmócratas, se limita a algunas evidencias: falta de escuelas (y por lo tanto de movilidad social), de hospitales, de atención médica (y por lo tanto de salud), de alimentación regular, de trabajo remunerado, de seguridad, de autonomía personal. «It’s hell to bepoor» («La pobreza es un infierno»), dice Charles Dickens11. 27 III LA VIOLENCIA ESTRUCTURAL En el imperio de la vergüenza, gobernado por la escasez organizada, la guerra ya no es episódica, sino permanente. Ya no constituye una patología, sino la normalidad. Ya no equivale a un eclipse de la razón. Es la razón de ser del propio imperio. Llamo violencia estructural a esta cosmogonía y a esta práctica nuevas. Durante mucho tiempo, en la historia de los hombres, se ha considerado la violencia como una patología, un desmo- ronamiento brusco y recurrente de las normas organizativas y morales en las que se basa la sociedad civilizada. Max Horkheimer analizó esta patología. La llama «eclipse de la razón» («Die Verfinsterungder Vemunft»1), título de uno de sus ensayos más famosos. En la historia, abundan los ejemplos de violencia extrema. Por ejemplo, ciento cuarenta años antes del nacimiento de Cristo, Escipión Emiliano quiebra la resistencia de los últimos combatientes de Cartago. La victoria estuvo precedida por una guerra implacable. El conquistador romano entra en una ciudad de 700.000 habitantes. Decide borrarla del mapa. Huyen centenares de miles de habitantes. Decenas de miles son degollados. Escipión Emiliano pasa el arado sobre el emplazamiento en el 28 que en otro tiempo estuvo Cartago. Extiende sal sobre los surcos. La destrucción de Cartago ilustra lo que Horkheimer llama el eclipse de la razón (romana, en este caso), porque de vuelta a Roma, Escipión Emiliano vuelve a someterse al ius gentium, sistema de derecho que estructura el imperio y sus relaciones con los otros pueblos. En cambio, ahora el ejercicio de la violencia extrema ha pasado a formar parte de la cultura. Su dominio es total y permanente. Es la forma de expresión ordinaria—ideológica, militar, económica, política— de los sistemas feudales ca- pitalistas. Habita el orden del mundo. En lugar de suponer un eclipse pasajero de la razón, produce su propia cosmogonía y su propia teoría de la legitimidad. Genera una forma original de superyó colectivo planetario. Está en el corazón de la organización de la sociedad internacional. Es estructural. Con respecto a los valores fundadores de la Ilustración, es testimonio de una regresión evidente, y aparentemente sin retorno. Se manifiesta en los cuerpos descarnados de los campesinos congoleños, en los ojos ausentes de las mujeres bengalíes que buscan algo de comer para sus familias, en la humillación del mendigo errante por la plaza de la Candelaria, en Río de Janeiro, abofeteado por un policía. Jean-Paul Sartre describió espléndidamente los mecanismos ocultos de la violencia estructural que se extiende por el mundo de la escasez organizada: En la reciprocidad modificada por la escasez, el otro se nos aparece como el contrahombre, en la medida en que este mismo hombre aparece como radicalmente Otro. Es decir, portador para nosotros de una amenaza de muerte. O también: compren- demos más o menos sus fines (son los nuestros), sus medios (te- nemos los mismos), sus estructuras dialécticas y sus actos, pero los comprendemos como si fueran los caracteres de otra espe- cie, nuestro doble demoníaco2. La ruptura de la reciprocidad produce catástrofes. De nuevo Sartre: En realidad, la violencia no es necesariamente un acto [...]. Está 29 ausente como acto de numerosos procesos [...]. Tampoco es un rasgo de la Naturaleza o una Virtualidad oculta [...]. Es la inhumanidad constante de conductas humanas como escasez interiorizada, es decir, lo que hace que cada cual vea en los demás el Otro y el principio del Mal. [...] Por lo tanto, no es necesario —para que la economía de la escasez se convierta en violencia— que haya matanzas y prisiones, un uso visible de la fuerza [...]. Ni siquiera el proyecto actual de recurrir a ella. Basta con que las relaciones de producción se establezcan y se desarrollen en un clima de temor, de desconfianza mutua, con individuos siempre dispuestos a creer que el Otro es un contrahombre y que pertenece a la especie extranjera; en otros términos, que el Otro, sea quien fuere, siempre puede manifestarse ante los Otros como «el que empezó». Eso quiere decir que la escasez como negación en el hombre del hombre por la materia es un principio de inteligibilidad dialéctica3. La violencia estructural no es un concepto abstracto. Se revela en el sistema de asignación de los recursos disponibles en el planeta. Ralph Bunch, subsecretario general de la ONU de 1959 a 1971 y Premio Nobel de la Paz en 1950, escribió: «Peace, to have a meaningfor many who have known only suffering in both peace and war, musí be translated into bread or rice, shelter, health and education as wellasfreedom and human dignity». («Para que la paz tenga sentido para la multitud de seres humanos que hasta ahora sólo han conocido el sufrimiento, en tiempo de paz y en tiempo de guerra, debe convertirse en pan o en arroz, en vivienda estable, salud y educación, así como en dignidad humana y libertad»4). En una inmensa pared blanca que se encuentra sobre la galería de visitantes, a la entrada de la sala del Consejo de Seguridad, en la primera planta del rascacielos de la ONU en Nueva York, hay un gráfico. Una pirámide invertida muestra, en sus dos tercios superiores, el gasto militar mundial en un año y en su tercio inferior el coste anual de los principales programas sociales, medioambientales y de desarrollo de la ONU. El gráfico corresponde a los datos del 1 de enero de 2000. Desde entonces, las cifras han cambiado, pero la estructura presupuestaria mundial es la misma. Estamos muy lejos de las aspiraciones de Bunch. 30 El gasto en armamento de todos los Estados del mundo ha superado el billón de dólares en 2004. El 47 por ciento de este gasto ha sido realizado por Estados Unidos. El mundo gastó en 2003, para financiar armas de guerra, un 18 por ciento más que dos años antes5. Este aumento, como el del año anterior, corresponde a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, especialmente Estados Unidos. Según el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), esta tendencia proseguirá al menos hasta 2009. La actual «guerra mundial contra el terrorismo» que mantiene el gobierno de los Estados Unidos es una ilustración casi perfecta de la violencia estructural que habita el orden de los cosmócratas. En Times Square, Manhattan, la asociación Project Billboard ha instalado un contador electrónico gigante, destinado a indicar el coste, que crece todos los días, de la guerra en Irak. Situado en el cruce de las calles 47 y Broadway, el contador empezó a funcionar el miércoles 25 de agosto de 2004, con la cifra de 134.500 millones de dólares. La cifra aumenta en torno a 177 millones por día, 7,4 millones por hora y 122.820 dólares por minuto6. La guerra de Irak cuesta a Estados Unidos 4.800 millones de dólares al mes (periodo de cálculo: de septiembre de 2003 a septiembre de 2004). Erasmo había avanzado esta idea interesante: la paz tiene un precio. Es posible comprar la paz. En otras palabras, si pusiéramos precio a la paz, la guerra desaparecería de la tierra. En su Querella de la paz, escribió: «No calculo aquí las sumas de dinero que pasan por las manos de los proveedores de armas y de sus empleados, y entre las manos de los generales. Si tras realizar un cálculo exacto de todos estos gastos, no queda demostrado que con la décima parte habría sido posible comprar la paz, sufriré con resignación que me expulsen de todas partes»7. Gráfico: 31 Contra los crímenes cometidos por George W. Bush, Ariel Sharon y Vladimir Putin (en Irak, en Palestina y en Chechenia) 32 se alzan grupúsculos fanatizados de terroristas sangrientos. Al terrorismo de Estado responde el terrorismo grupuscular. Yaunque sus dirigentes proceden a menudo de las clases acomodadas de Arabia Saudí, Egipto y otros países, sus «soldados» se suelen reclutar entre las poblaciones más desfavorecidas de los shanty tawns de Karachi, las barriadas de chabolas de Casablanca o las aldeas desoladas de las montañas del Indu Kush. Lo absurdo de los gastos militares salta así a la vista: la miseria es el caldo de cultivo del terrorismo grupuscular; la humillación, la miseria, la angustia por el futuro favorecen considerablemente la acción de los kamikazes. Una fracción de las sumas invertidas en la «guerra mundial contra el terrorismo» sería perfectamente suficiente para erradicar las peores plagas que afligen a las poblaciones olvidadas del planeta. En su informe anual de 2004, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera que un gasto anual de 80.000 millones de dólares durante un periodo de diez años permitiría garantizar a todos los seres humanos el acceso a la educación básica, a la asistencia sanitaria básica, a una comida adecuada, al agua potable y a infraestructuras sanitarias, y para las mujeres acceso a la atención ginecológica y obstétrica... Sin embargo, la «guerra mundial contra el terrorismo» ciega a los que la dirigen. Esta guerra no tiene enemigos claramente identificados. Tampoco tiene un final previsible. Es una guerra de mil años. Poco antes de su asesinato, el 30 de enero de 1948, a manos de Naturam Godse, el Mahatma Gandhi se dirigió por última vez a la inmensa multitud. Las matanzas entre hindúes y musulmanes acababan de costar la vida a más de 5.000 personas en Calcuta. La multitud clamaba venganza. Gandhi les dijo: «¿Queréis venganza? ¿Ojo por ojo? [...] Seguid así y pronto toda la humanidad estará ciega». Los cosmócratas y sus auxiliares en la Casa Blanca, en el Pentágono y en la CIA, es decir, todos los responsables de la «guerra mundial contra el terrorismo», desarrollan una con- cepción ontológica del mal. Ellos mismos definen con total libertad lo que consideran terrorismo. En esta definición no interviene ningún elemento de orden objetivo. Es terrorista 33 aquel que los gobernantes (estadounidenses, israelíes, rusos, etcétera) designan como tal. Practican la guerra preventiva. Escuchemos a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa estadounidense: «Mi opinión es que estamos en guerra, en guerra mundial contra el terror, y que los que no están de acuerdo con ello son en su mayor parte terroristas8». Los cosmócratas colocan por delante de los principios de la Carta de las Naciones Unidas, de la seguridad colectiva, de los derechos humanos y del derecho internacional, su subjetividad, es decir, sus intereses privados. ¡Menuda hipocresía! Pretenden luchar (bombardear, asesi- nar...) para restablecer la justicia y la paz en el mundo, y en rea- lidad sólo persiguen sus intereses personales, privados. Porque detrás de las guerras preventivas de los Estados Unidos, todos lo sabemos, como primera motivación están los intereses financieros de las sociedades transcontinentales capitalistas. Volvamos al ataque estadounidense contra Irak en marzo de 2003. El subsuelo mesopotámico ocupa el segundo lugar en el rango de las reservas petroleras conocidas en el mundo hasta la fecha: el equivalente de unos 112.000 millones de barriles. Como bien sabemos, un barril equivale a 159 litros. Entre Kirkuk y Basora, las reservas iraquíes ascienden a 18.000 millardos de litros. Y los expertos consideran que las reservas sin descubrir son gigantescas. Antes de 2003, Irak explotaba 1.821 pozos de petróleo. Los 800 pozos explotados en el territorio de Estados Unidos producen juntos tanto como un único pozo iraquí. Y más importante que la extensión de los campos petrolíferos es la situación geológica del petróleo iraquí. Tanto en el norte como en el sur del país está cerca de la superficie. Basta perforar unos metros para que brote el oro negro. Si el precio de coste de un barril de bruto es de 10 dólares en Texas y de 15 dólares en el mar del Norte, en Irak asciende a menos de un dólar. Las sociedades transcontinentales Halliburton, Kellogg and Root, Chevron y Texaco desempeñaron un papel determinante en la preparación del asalto estadounidense contra los campos petrolíferos iraquíes. El vicepresidente Dick Cheney había sido presidente de Halliburton; la actual ministra de Asuntos Exteriores, Condoleezza Rice, había dirigido Chevron, al igual que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. El presidente 34 George W. Bush debe su considerable fortuna personal al petróleo tejano. El New York Times del 29 de octubre de 2004 nos informa de que en el primer semestre de 2004 los beneficios netos de las siete mayores sociedades petroleras estadounidenses aumentaron una media del 43 por ciento. Otro ejemplo. Las sociedades transcontinentales de fabri- cación y comercio de armas de guerra, así como los fondos de inversión especializados en financiación de electrónica militar (como el Carlyle Group), se benefician día tras día del aumento masivo del presupuesto militar justificado por la «amenaza terrorista». Muchas grandes cadenas de televisión en Estados Unidos, cuya audiencia diaria se valora en decenas de millones de personas, pertenecen a los fabricantes de armas. La NBC, por ejemplo, es propiedad de General Electric, uno de los mayores fabricantes mundiales de electrónica militar. ¿Quién se puede extrañar de que en estas condiciones, sal- tando alegremente de la mentirijilla a la mentira de Estado, la «guerra mundial contra el terrorismo» recurra tan fácilmente a la manipulación a través del miedo, al rechazo del otro, a la xenofobia y al racismo? Richard Labéviére escribe: «Esta manipulación es típica de los regímenes totalitarios [...]. La guerra sin fin contra el terrorismo no sólo supone operaciones militares (en todos los continentes), también genera un enfoque carcelario que es una pura y simple política de apartheid»9. ¿Cómo hacen los cosmócratas para que los Estados y los pueblos del mundo acepten su estrategia? En la base de su acción está la ecuación, incansablemente repetida, «búsqueda de la paz» = «guerra contra el terrorismo». Todo el mundo quiere la paz, así que todo el mundo se pliega a las exigencias fijadas por los cosmócratas. Las fuentes ideológicas de esta violencia totalitaria son numerosas y variadas. El gran rabino Marc Raphaél Guedj de Ginebra, asociado al pastor Albert de Pury, nos cita algunas de ellas: «Generar un discurso absolutista para encadenar las conciencias, sacralizar una tierra, reivindicar la exclusiva de la salvación, considerarse de esencia superior, considerarse heredero legítimo del patrimonio ajeno, tomar al pie de la letra los textos que preconizan la guerra santa, o también convertir en mesiánicas las empresas humanas: éstas son algunas de las fuentes potenciales de violencia»10. 35 En el siglo XIII, antes de cada una de sus campañas de rapiña y pillaje contra las desgraciadas familias campesinas de Polonia y Lituania, los caballeros teutónicos rezaban durante largo tiempo, intensamente y —sobre todo— públicamente. Invocaban, en palabras del rabino Guedj, «la exclusividad de la salvación». «El ejército de Dios, en la casa de Dios, en el reino de Dios [...]. Hemos sido educados para esta misión [la lucha contra el terror islámico] [...]. Los musulmanes nos odian porque somos una nación cristiana [...]. El enemigo es un tipo que se llama Satán [...]. Mi Dios es más grande que el suyo [...]. Sé que mi Dios es un Dios verdadero y el suyo un ídolo». ¿Quién lo dijo? Pues bien, el autor de estas palabras inmortales es uno de los generales en activo más prestigiosos de las fuerzas armadas estadounidenses. Es un soldado de élite que sirvió en los comandos Delta de Somalia. En junio de 2003, el presidente George W. Bush le nombró subsecretario adjunto de Defensa, responsable de información militar. Su nombre: general William «Jerry» Boykin11. ¿Cómo no rebelarse al ver las fotos publicadas por el International Herald Tribune, que muestran al presidente George W. Bush y a sus principales cómplices, con las manos juntas, los ojos cerrados, los codos sobre la inmensa mesa de madera de caoba de la Cabinet Room, invocando la bendición de Dios para que triunfase el bombardeo de las ciudades superpobladas de Mesopotamia y Afganistán?12 IV LA AGONÍA DEL DERECHO ¿Cómo explicar que la guerra preventiva sin fin, la agresi- vidad permanente, la arbitrariedad, la violencia estructural de los nuevos déspotas puedan reinar sin trabas? Actualmente, la mayor parte de las barreras del derecho internacional se han desmoronado. La propia ONU está exangüe. 36 Según la bella fórmula de Maximilien Robespierre, el derecho existe para organizar «la coexistencia de las libertades». Incapaz de cumplir esta función, el derecho internacional actualmente agoniza. ¿Por qué este desmoronamiento? El derecho internacional tiene como objetivo principal ci- vilizar y domesticar la violencia arbitraria de los poderosos. Expresa la voluntad normativa de los pueblos. La.Carta de las Naciones Unidas se abre con estas palabras: «We, thepeople of the united nations...» («Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas...»). En realidad, como es sabido, las Naciones Unidas es una organización de Estados. Al igual que las demás grandes organizaciones internacionales nacidas en su estela. Y especialmente la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional... Es decir, el derecho internacional obliga en primer lugar, y hasta ahora casi exclusivamente, a los Estados. ¿En qué consiste? En primer lugar, están los derechos humanos. La Declaración Universal del 10 de diciembre de 1948 los proclama. Cada nuevo Estado que desea incorporarse a la ONU debe firmar la declaración. Los derechos humanos son teóricamente imperativos. En la práctica, sin embargo, no lo son, pues no existe a escala mundial un Tribunal de Derechos Humanos 1. La Comisión de Derechos Humanos, formada por cincuenta y tres Estados elegidos (por un mandato de tres años) por la Asamblea General, vigila que se respeten estos derechos. Su única arma en caso de violación: votar una resolución de condena. Segundo límite: hija de la Declaración de Filadelfia de 1776 y de la francesa de 1789, la Declaración Universal de la ONU (y la exégesis que hicieron de ella sus principales redactores, Eleonore Roosevelty René Cassin), se ocupa básicamente de los derechos civiles y políticos (libertad de prensa, de asociación, de expresión, libertad religiosa, etcétera). En su artículo 25, la Declaración evoca también el ejercicio de algunos derechos económicos y sociales (protección de la maternidad, derecho a la alimentación, seguridad en caso de desempleo, viudez, invalidez, derecho a la vivienda, a la atención médica, protección de la infancia...). Sin embargo, la guerra fría, a partir del golpe de Estado de Praga en 1948, congeló el debate internacional sobre los derechos humanos, obstaculizando 37 especialmente el reconocimiento de los derechos económicos y sociales. Hasta la implosión de la Unión Soviética, en agosto de 1991, uno de cada tres hombres de la tierra vivía en un régimen comunista. Los regímenes comunistas rechazaban la democracia pluralista, el sufragio universal y el ejercicio de las libertades públicas que son su fundamento. Practicaban un sistema de partido único, vanguardia y expresión de la voluntad popular. Los regímenes comunistas daban prioridad absoluta al progreso social de sus poblaciones. Por esta razón preferían que se concretasen los derechos económicos, sociales y culturales del hombre frente a los derechos civiles y políticos. La comisión encargada de elaborar la Declaración Universal se reunió por primera vez en la primavera de 1947. El em- bajador de Gran Bretaña atacó desde un principio: «¡Queremos hombres libres, no esclavos bien alimentados!» El embajador de la Unión Soviética contestó: «Incluso los hombres libres pueden morir de hambre». Desde el principio de la guerra fría, un diálogo de sordos, que a veces degeneraba en intercambio de insultos, enfrentó a las dos mitades del mundo. Occidente acusaba al mundo comunista de negar los derechos civiles y políticos, con el fin de impedir el ejercicio de las libertades y el advenimiento de la democracia. Los gobiernos comunistas, por su parte, reprochaban a los occidentales su democracia de fachada, olvidando la lucha por una justicia social. Butros Butros-Ghali, secretario general de la ONU de 1992 a 1995, tuvo la intuición de convocar la conferencia de Yiena. Dos años después de la caída de la Unión Soviética, convocó en la capital austríaca la primera conferencia mundial sobre los Derechos Humanos. Gracias a su sutileza, su energía, su paciencia informada, se produjo la reconciliación de las dos formas de entender los Derechos Humanos. Así es como la Declaración de Viena (1993) consagra la equivalencia entre los derechos civiles y políticos, por una parte, y los derechos sociales, económicos y culturales, por otra. «Una papeleta electoral no da de comer al hambriento», escribió Bertolt Brecht. Sin derechos económicos, sociales y culturales, los derechos cívicos y políticos son bastante inoperantes. Ningún progreso social duradero es posible sin libertad individual, sin democracia. 38 Todos los derechos humanos se consideran ahora universales, indivisibles e interdependientes. Entre ellos no existe ninguna jerarquía. A la Declaración Universal de 1948 se sumarán seis grandes convenciones (contra la tortura, sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer, contra la discriminación racial, sobre los derechos del niño, por los derechos económicos, sociales y culturales, por los derechos civiles y políticos). La mayor parte de los Estados las han ratificado. Algunas de estas convenciones van acompañadas de pro- tocolos adicionales que permiten a las personas que se consideran perjudicadas dirigirse directamente al comité encar- gado de la aplicación de dicha convención. Es el caso, por ejemplo, de la convención contra la tortura: el torturado o su familia pueden pedir una reparación ante el comité. Con el paso de los años un número variable de Estados ha ido firmando multitud de nuevas convenciones: contra la producción y la exportación de minas terrestres antipersona, contra la contaminación atmosférica, contra las armas bioló- gicas y químicas, sobre la protección del clima, de las aguas y de la biodiversidad, etcétera. La Corte Penal Internacional persigue a los responsables de crímenes de guerra, crimen de genocidio y crímenes de lesa humanidad2. El Consejo de Seguridad y la Asamblea General son fuentes constantes de derecho internacional. Ni la Carta ni ningún otro documento les habilitan para hacerlo, pero lo hacen no obstante y sus resoluciones son la base de un derecho consuetudinario. Ejemplo: el derecho a la injerencia nació de una resolución del Consejo de Seguridad. Cuando un gobierno viola gravemente los derechos de su pueblo (o de una minoría que forma parte del mismo), la comunidad internacional tiene derecho de intervención y derecho de protección. Los kurdos de Irak deben su supervivencia a una resolución de este tipo3. Desde 1945, la Asamblea General ha votado más de 700 resoluciones fundamentales y el Consejo de Seguridad más del 30. Además del derecho internacional propiamente dicho, está el amplio arsenal del derecho llamado humanitario. Su base está formada por los cuatro Convenios de Ginebra de 1949 y sus dos protocolos adicionales (sobre el trato debido a los prisioneros de guerra, los derechos de las poblaciones civiles en tiempos de 39 guerra, las obligaciones de las potencias ocupantes, los deberes de los beligerantes en caso de conflictos no estatales, etcétera). Es decir, desde el punto de vista de los textos y de la jurisprudencia, el derecho internacional propiamente dicho y el derecho internacional humanitario están en una evolución constante y rápida. Entonces, ¿por qué estamos asistiendo a un desmoronamiento de la capacidad normativa del derecho internacional? En primer lugar, vemos aquí los efectos reforzados de una economía globalizada sometida a la dictadura de los cosmócratas, directivos de las principales sociedades transcontinentales privadas del mundo. Para rentabilizar al máximo y en el tiempo más corto posible sus capitales, los nuevos señores feudales no necesitan a los Estados ni a la ONU. La Organización Mundial de Comercio, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional son suficientes: los han convertido en ejecutores dóciles de sus estrategias. Ya lo he dicho, los principales súbditos del derecho internacional son los Estados, estos mismos Estados cuyos poderes de soberanía se disuelven como la nieve al sol dentro del marco de la economía globalizada. De ahí la pérdida radical de eficacia normativa del derecho internacional estatutario o convencional. Hay otra razón para la agonía del derecho internacional, y por ende de la ONU. Se trata de una razón más difícil de percibir. En el seno mismo del aparato de Estado estadounidense, principal brazo armado de los cosmócratas de todas las nacionalidades, se ha producido una mutación. En 1957, Henry Kissinger, quincuagésimo sexto secretario de Estado de los Estados Unidos, publicaba su tesis doctoral, con el título: A worid restored: Meítemich, Castlereagh and theproblems ofpeace 1812-182214. En ella desarrollaba la teoría imperialista que después aplicó, de 1969 a 1975, como miembro del Consejo Nacional de Seguridad, y de 1973 a 1977, como secretario de Estado. Su tesis central es la siguiente: la diplo- macia multilateral sólo produce el caos. El estricto respeto del derecho a la autodeterminación de los pueblos y la soberanía de los Estados no permite garantizar la paz. Sólo una potencia planetaria tiene medios materiales y capacidad de intervención rápida en periodo de crisis. Es la única capaz de imponer la paz. Henry Kissinger es con seguridad uno de los mercenarios más cínicos del imperio de la vergüenza. Sin embargo, en una conferencia del Centro de Estudios Estratégicos del Instituto 40 Universitario de Altos Estudios Internacionales, que se celebró en el sótano del hotel Président-Wilson en Ginebra, en 1999, analizó de forma penetrante el conflicto mortífero de Bosnia. Escuchándole, sentí crecer la duda en mi interior. ¿Y si tuviera razón? Durante veintiún meses, Sarajevo estuvo rodeada, bombar- deada por los serbios: hubo 11.000 muertos, decenas de miles de heridos, prácticamente todos civiles. La mayoría eran niños. Las Naciones Unidas y los Estados europeos eran incapaces de devolver la razón a los asesinos de Milosevic. Hasta el día en que la potencia estadounidense decidió bombardear a los artilleros serbios apostados alrededor de Sarajevo, imponer la reunión de Dayton y pacificar por la fuerza los Balcanes. Vemos que la teoría de Kissinger no es totalmente absurda... pues las disfunciones de la diplomacia multilateral saltan a la vista. Durante el decenio 1993-2003, cuarenta y tres guerras consideradas de baja intensidad (menos de 10.000 muertos al año) asolaron el planeta. La ONU no pudo impedir ninguna. En cualquier caso, la teoría imperial de Kissinger se ha convertido en la ideología dominante en Estados Unidos. En el enunciado de Kissinger hay implícita una hipótesis: la fuerza moral, la voluntad de paz, la capacidad de organización social del imperio son superiores a las del resto de los poderes. Precisamente esta hipótesis es sistemáticamente desmentida por la acción del aparato político y militar estadounidense. Théo Van Bowen, relator especial de la Comisión de Derechos Humanos sobre la Tortura, tomó la palabra el miércoles 27 de octubre de 2004 ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York. En un silencio absoluto, ante una sala aterrorizada, enumeró meticulosamente los métodos de tortura aplicados por la potencia ocupante en Irak y en Afganistán con los prisioneros de guerra o simples sospechosos: privación de sueño durante largos periodos, encierro enjaulas en las que el cautivo no puede estar de pie, ni sentarse ni tumbarse, traslado de detenidos a prisiones secretas o a países en los que se practican los métodos más atroces de mutilación, violaciones y humillaciones sexuales, ejecuciones fingidas, mordeduras de perros, etcétera. El 18 de septiembre de 2004, el presidente de los Estados Unidos firmó una orden presidencial secreta que permite la creación de comandos que operan al margen de las leyes nacionales o internacionales. La tarea de estos comandos es 41 detener, interrogar y ejecutar en todo el mundo a los «terroristas». En su libro Obediencia debida: del 11-S a las torturas de Abu Ghraib, el ex periodista del New York Times, Seymour Hersh, presenta algunos ejemplos precisos de la acción de estos comandos5. Lo más asombroso es que el presidente estadounidense decide libremente cuáles de los detenidos, capturados por las autoridades estadounidenses, cuentan con la protección de las Convenciones de Ginebra, de sus protocolos adicionales y de los principios generales del derecho humanitario y cuáles quedarán «legalmente» librados a la arbitrariedad de sus carceleros. El 7 de junio de 2004, el Wall Street Journal publicaba los elementos principales de un memorando de cien páginas preparado por los juristas del Pentágono. Este texto indicaba que todos los agentes del gobierno (soldados, infantes de marina, aviadores, agentes secretos, funcionarios de prisiones, etcétera) que actúan bajo la autoridad del presidente y al servicio de la seguridad nacional gozan de total inmunidad judicial. Aunque humillaran, violaran, mutilaran, desfiguraran o mataran a los detenidos, no podrían ser perseguidos6. Los agentes secretos, funcionarios de prisiones, policías y soldados al servicio del presidente de los Estados Unidos pueden ignorar sin problemas la Convención contra la tortura de la ONU o los Convenios de Ginebra ratificados por Estados Unidos. El argumento de los juristas del Pentágono es el siguiente: todas las leyes y convenciones de las Naciones Unidas contra la tortura quedan derogadas «por la autoridad constitucional, inherente a la presidencia, que actúa para proteger al pueblo de los Estados Unidos» («the inherent constitutional authority to manage a military campaign toproted the American people»). Y más adelante: «Bans on torture must be construed as inapplicable to interrogations undertakenpursuant to his authority as commanderin chief» («La prohibición de la tortura queda suspendida para los interrogatorios realizados bajo la autoridad del comandante en jefe»). Los crímenes de guerra cometidos actualmente por los funcionarios estadounidenses en los campos de concentración del desierto afgano y en las celdas de tortura de Abu Ghraib en Bagdad son un terrible desmentido a la pretensión, implícita en la teoría imperialista, de una superioridad moral del poder 42 imperial, aunque estos crímenes sean juzgados. Protegido y alentado por este mismo poder imperial, el gobierno de Ariel Sharon oprime de la peor manera posible a cuatro millones de seres humanos en Palestina. El régimen de Vladimir Putin, otro gran aliado de los cosmócratas, asesina a decenas de miles de chechenos. Desde 1995, 180.000 civiles han sido asesinados por el ocupante ruso, es decir, un 17 por ciento de la población total de Chechenia. ¿Cómo se las arreglan los nuevos déspotas feudales y el aparato político y militar que les sirve para paralizar la acción de las Naciones Unidas? El gobierno de Washington financia el 26 por ciento del presupuesto ordinario de funcionamiento de la ONU, la mayor parte del presupuesto especial para operaciones de mantenimiento de la paz (los 72.000 cascos azules activos en países) y gran parte de los presupuestos de las veintidós organizaciones especializadas. En cuanto al Programa Mundial de Alimentos (PMA), que dio de comer a 91 millones de personas en 2004, Washington contribuye en un 60 por ciento, principalmente entregando alimentos procedentes de los excedentes estadounidenses. Desde hace más de cinco años (septiembre de 2000), ejerzo mi mandato de relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación. Este cargo no me convierte en funcionario. Me garantiza inmunidad y la independencia más absoluta. Observo el aparato. Puedo comprobar que prácticamente ningún funcionario por encima del grado P-5, independien- temente del lugar que ocupe en el sistema amplio y complejo de las Naciones Unidas, e independientemente de su nacionalidad de origen, puede optar a ninguna promoción sin el aval explícito de la Casa Blanca. Abro aquí un paréntesis: los gobiernos de la Unión Europea, especialmente el de Francia, no se preocupan prácticamente, o bien lo hacen de forma bastante torpe, de los contratos y ascensos de sus nacionales y aliados en el seno del sistema de las Naciones Unidas. De este modo, aunque Francia suele desempeñar en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General un papel agresivo e independiente, su influencia es prácticamente nula dentro del aparato. La situación es la misma para España. 43 En cambio, en el sótano de la Casa Blanca hay una oficina con un equipo específico formado por altos funcionarios y diplomáticos. Se encarga del seguimiento de la carrera y de los movimientos de cada uno de los principales cargos de las Naciones Unidas o de sus organizaciones especializadas7. Si alguien se desmarca tiene pocas posibilidades de sobrevivir en el sistema. Tarde o temprano será eliminado por decreto o caerá en una trampa preparada por esta célula. Un ejemplo: Kosovo es actualmente un protectorado internacional8. Las Naciones Unidas, que autorizaron en 2001 el recurso a la fuerza (a través de la OTAN) contra los ocupantes serbios, ejercen actualmente una especie de soberanía temporal. Sin embargo, las tropas que están allí estacionadas, la administración civil y los recursos presupuestarios de Kosovo proceden de la Unión Europea. El Alto Representante de la comunidad internacional en Prístina, que está al mando de las fuerzas militares interna- cionales y de la administración civil, es propuesto por el Consejo de Ministros de la Unión Europea. Su elección es objeto de una ratificación puramente formal del secretario general de la ONU, Kofi Annan. En 2003, el alemán Michael Steiner, ex asesor diplomático del canciller Schróder, llegó al término de su mandato de Alto Representante. La Unión Europea nombró para sucederle a Pierre Schori. Schori había sido el amigo más íntimo y el confidente de Olof Palme. Ministro de Cooperación e Inmigración, eurodiputado, embajador de Suecia en la ONU en Nueva York, también es uno de los diplomáticos más competentes y más respetados de Europa. ¡Gran furia en la célula subterránea de la Casa Blanca! Hay que decir que en su juventud Pierre Schori se había manifestado —junto con Olof Palme y la práctica totalidad de los dirigentes socialistas suecos— en contra de la agresión de Estados Unidos a Vietnam. Acusado de «antiamericanismo» por la célula, la Casa Blanca exigió inmediatamente que se retirara su candidatura. Kofi Annan recibió cuatro visitas sucesivas de Colin Powell... La amenaza era explícita: si el secretario general ratificaba la elección europea, los Estados Unidos interrumpirían sus relaciones con la alta representación en Prístina. 44 Como suele suceder, Kofi Annan debió ceder al chantaje y se negó a ratificar el nombramiento de Schori. Cualquier crítica de la guerra entablada contra el «terro- rismo», de lo que he llamado violencia estructural o de cual- quier otra violación del derecho internacional es castigada sin piedad por la Casa Blanca, a propuesta de la célula. De esta forma, limitado a sus actividades más técnicas — combate contra las epidemias, reparto de comida, ayuda a la escolarización de los niños pobres, etcétera—, el papel de las Naciones Unidas se ha debilitado considerablemente. En junio de 2005 celebraron su 60 aniversario, pero es posible que no duren mucho tiempo más. V LA BARBARIE Y SU ESPEJO El imperio de los cosmócratas y de sus auxiliares políticos se está enfrentando hoy en día al terrorismo de la Yihad Islámica, de Al Qaeda, de los Grupos Islámicos Armados (GIA) argelinos o de Yamá al Islamiya en Egipto, el movimiento sala- fista y otras organizaciones del mismo tipo. Actualmente, estos movimientos son el único adversario realmente eficaz —en todo caso en el plano militar— de la violencia estructural practicada por los cosmócratas y sus mercenarios de las fuerzas armadas estadounidenses. Régis Debray resume la situación: «Podemos optar entre un imperio exasperante y una Edad Media insoportable»1. Se impone una precisión: recurro al término «islamista» porque ya forma parte del vocabulario corriente, tanto en el mundo árabe como en Occidente. No hace falta decir que las matanzas ciegas de niños, mujeres, hombres, la obsesión por la teocracia y el racismo antijudío y anticristiano son totalmente contrarios a la fe musulmana o a las enseñanzas del Corán. Desde la noche de los tiempos, los pueblos se rebelan. 45 En el primer siglo de nuestra era, un pastor tracio capturado por los romanos y convertido en gladiador se escapó del acantonamiento de Capua, con setenta de sus compañeros. Espartaco llamó a la rebelión de los esclavos contra el Imperio Romano. A la cabeza de varias decenas de miles de rebeldes, derrotó sucesivamente a varios ejércitos romanos. Quemó los latifundios liberó a los esclavos a su paso y trató de llegar a Sicilia. En el año 71, las legiones al mando de Licinio Craso pusieron fin a su marcha triunfal en Lucania. Espartaco y miles de combatientes fueron hechos prisioneros y crucificados a lo largo de la vía Apia. En una noche de septiembre de 1831, los muros de Varsovia se cubrieron de carteles, incluso bajo las ventanas del mariscal de campo Paskievitch, verdugo ruso de Polonia. En caracteres latinos y cirílicos se podía leer: «Por nuestra libertad y por la vuestra». Pocos soldados del ejército de ocupación ruso comprendieron el mensaje. La insurrección se aplastó en un baño de sangre. (Habrá que esperar a 1989 y la victoria pacífica de Solidarnosc para que la violencia colonial rusa saque las manos de Polonia.) Más cerca de nosotros, del FLN argelino al Frente Farabundo Martí del Salvador y el CNA sudafricano, de la UPC camerunesa al Frente Sandinista de Nicaragua, la lista de mo- vimientos armados de liberación es impresionante. Muchos de ellos han sido aplastados por sus enemigos. Otros han salido victoriosos, pero una vez llegados al poder se han hundido en la corrupción o la burocracia. Otros —como el EPFL de Eritrea (Eritrean People’s Liberation Front, Frente Popular para la Liberación de Eritrea)— han caído en terribles veleidades bonapartistas. Sin embargo, todos ellos, de forma discreta o deslumbrante, han sido portadores de esperanza. Todos los movimientos que acabo de nombrar, y en primer lugar los revolucionarios de 1789 en Francia, se sentían portadores de una misión universal. Todos estaban convencidos de que no luchaban únicamente por la liberación de su territorio y su pueblo, sino por la felicidad, la dignidad de todos los hombres. Los valores que inspiraba su sacrificio afectaban a toda la humanidad. Escuchemos de nuevo a Robespierre: ¡Franceses, una gloria inmortal os espera! Deberéis comprarla con grandes esfuerzos. Tenemos que elegir entre la esclavitud 46 más odiosay una libertad perfecta [...]. La suerte de todas las naciones está vinculada a la nuestra. El pueblo francés debe sostener el peso del mundo y defenderse al mismo tiempo de los tiranos que lo maltratan [...]. ¡Que todos despierten, que todos tomen las armas! ¡Que los enemigos de la libertad vuelvan a las tinieblas! ¡Que suene el clarín en París y que se oiga en todo el mundo!2. En agosto de 1942, Missak Manouchian sucedió a Boris Holban a la cabeza del grupo de francotiradores del MOI (Movimiento de Obreros Inmigrados). Los ocupantes nazis habían colgado por París un cartel rojo con los rostros de algunos de los miembros del grupo y sus nombres. Como eran de origen extranjero, armenios o polacos sobre todo, los nazis trataban de hacer creer que la resistencia armada frente al terror estaba en manos de extranjeros. En noviembre, un traidor entregó el grupo a la Gestapo. Manouchian y más de sesenta compañeros, hombres y mujeres, incluidos los veintitrés del famoso «cartel rojo», fueron detenidos. Fueron atrozmente torturados por los alemanes y después fusilados en el Mont Valérien, el 21 de febrero de 1943. La noche anterior a su ejecución, Manouchian escribió a su mujer: «No siento odio hacia el pueblo alemán». Antes de la batalla de Matanzas, que le costaría la vida, José Martí escribió en su diario: «Patria es humanidad»3. Augusto César Sandino dirigió la primera guerra popular de liberación nacional de Nicaragua. En enero de 1934, el último marine estadounidense abandonaba la ciudad de Managua. La noche del 22 de febrero de 1934, Sandino salió del palacio de gobierno para dirigirse a la catedral. Pedro Altamirano le acompañaba. Los asesinos de Somoza le esperaban. Sandino cayó mortalmente herido. Altamirano se inclinó sobre él. Entonces Sandino murmuró: «Hemos querido traer la luz al mundo»4. Recuerdo un lejano día de marzo de 1972. Estaba en Santiago de Chile. Era la época de la ofensiva de los revolucionarios vietnamitas en el paralelo 17. Una mañana, cuando bajaba al vestíbulo del hotel, me encontré con un inmenso cartel que los trabajadores del Crillon habían confeccionado durante la noche. Habían pintado en grandes letras rojas esta pregunta: «¿Qué prueba puede haber más hermosa que esta ofensiva de la fuerza 47 del espíritu humano?» Masacrados, quemados con napalm, bombardeados, sus aldeas incendiadas, sus hospitales destruidos, sus niños mutilados, su país atacado por el ejército más poderoso del mundo, y a pesar de todo los vietnamitas habían encontrado coraje suficiente para pasar a la ofensiva. La onda de choque de su acción había cruzado el mar. Ahora llegaba a la conciencia de decenas de miles de trabajadores de la costa occidental del Pacífico. Alimentaba su esperanza y les devolvía la fuerza tras el desánimo que les había ganado a partir de la primera campaña de sabotaje de los transportistas chilenos (enero de 1972) contra el gobierno democrático de Salvador Allende. ¿Los movimientos islamistas hacen soñar a los pueblos? Evidentemente no. ¿Qué nos proponen? La sharia, las manos cortadas a los ladrones, la lapidación de las esposas sospechosas de adulterio, la reducción de las mujeres a la condición de seres infrahu- manos, el rechazo a la democracia, la regresión intelectual, social y espiritual más abominable. Desde hace más de treinta años, el pueblo mártir de Palestina sufre una ocupación militar especialmente feroz y cínica. ¿Quiénes son actualmente los resistentes palestinos más virulentos frente al régimen colonial de Sharon basado en el terrorismo de Estado? Son los militantes de Hamas y de la Yihad Islámica, hombres y mujeres que, si triunfasen, hundirían a la sociedad palestina, plurirreligiosa y pluriétnica, en el fundamentalísimo más aterrador. Desde el principio de la primera agresión rusa, en 1995, ya lo he dicho, el 17 por ciento de la población chechena ha sido masacrado por los asesinos de Vladimir Putin. En la impunidad más total, las tropas rusas cometen los crímenes más atroces: tortura de los detenidos hasta la muerte, detenciones arbitrarias y ejecuciones nocturnas, «desapariciones» puras y simples de jóvenes, extorsión a las familias que desean recuperar el cuerpo mutilado de sus hijos. ¿Y quiénes son los adversarios más eficaces de los esbirros de Putin? Son los wahabíes (jordanos, saudíes, turcos, chechenos) de Shamil Basáiev, comandante de las bases de los boiviki, resistentes instalados en las montañas del sur. ¿Liberadores wahabíes? Si por casualidad se instalasen en Grozny, el pueblo checheno sufriría el yugo de una teocracia insoportable. 48 ¿Y qué decir del recuerdo que ha dejado en la memoria colectiva magrebí y africana Nabil Sahraoui, alias Mustafa Abu Ibrahim; Amara Saif, conocido como «Abderrezak el-Para», y Abdelaziz Abi, conocido como «Okada el-Para», los tres difuntos jefes del Grupo Salafista de la Predicación? El primero, nacido en 1966 en Constan tina, era un teólogo erudito, loco de la informática, y los otros dos unos brutos sanguinarios, desertores del ejército argelino. El nombre de estos tres hombres quedará asociado para siempre a los asesinatos, torturas y pillajes infligidos a pastores y campesinos en ambas orillas del Sahara. Abdelaziz Al-Mukrin había sido jefe de Al Qaeda para la península arábiga. Casualmente, fue abatido el mismo día que Nabil Sahraoui, el 18 de junio de 2004. Al-Mukrin murió en un barrio elegante de Riad, Sahraoui en un bosque de Cabilia. ¿Se considerará a Al-Mukrin como un Che Guevara o un Lumumba árabe? ¡De ninguna manera! Su único legado son unas grabaciones repletas de oraciones confusas y llenas de odio, cuerpos triturados abandonados en la calle de las ciudades saudíes, tras la explosión de camiones bomba o de bombas artesanales cargadas de clavos. El terrorismo islamista alimenta la violencia estructural y la guerra permanente que están en la base del imperio de la vergüenza. Refuerza la lógica de la escasez organizada. La legitima, por así decirlo. El imperio, por su parte, explota el terror islamista con una habilidad admirable. Sus vendedores de armas, sus ideólogos de la guerra preventiva sacan partido de todo ello. Hay años luz de distancia entre los yihadistas y los combatientes por la justicia social planetaria. El sueño de la yihad es un sueño de destrucción, venganza, demencia y muerte. El de los hijos e hijas de Jacques Roux (de Saint-Just, de Babeuf) es una utopía de la libertad y la felicidad común. La violencia irracional de los yihadistas es un espejo de la barbarie de los cosmócratas. El movimiento democrático es el único que está en condiciones de acabar con esta doble locura. La autonomía de las conciencias es la mejor conquista de la Ilustración. Estas conciencias, unidas y coaligadas, son capaces de crear un mar de fondo que puede erosionar, o incluso arrasar, el imperio de la vergüenza. 49 Las armas de la liberación son las heredadas de los revolucionarios estadounidenses y franceses de finales del siglo XVIII: los derechos y libertades de hombres y mujeres, el sufragio universal, el ejercicio del poder mediante delegación revocable. Estas armas están disponibles, al alcance de la mano. Aquellos que conciban el mundo en términos de reversibilidad y solidaridad deben hacerse con ellas sin tardanza. «Adelante, hacia las raíces», dice Ernst Bloch5. Un imperativo moral nos habita. Emmanuel Kant lo define así: «Actúa en cada momento sólo de acuerdo con la máxima que —por tu propia voluntad— quisieras ver convertida en una ley universal»6. Porque Kant soñaba con «un mundo de una esencia muy diferente» («Eine Welt von ganz anderer A r t » ) . Este mundo puede nacer de la insurrección de las conciencias autónomas coaligadas. Restaurar la soberanía popular y volver a abrir el camino de la búsqueda de la felicidad común constituyen actualmente el imperativo más urgente. 50 SEGUNDA PARTE ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA 51 VI LA DEUDA Los pueblos de los países pobres se matan trabajando para financiar el desarrollo de los países ricos. El Sur financia al Norte, especialmente a las clases dominantes de los países del Norte. El medio de control más poderoso del Norte sobre el Sur es actualmente el servicio de la deuda. Los flujos de capitales Sur-Norte son excedentarios con respecto a los flujos Norte-Sur. Los países pobres pagan anualmente a las clases dirigentes de los países ricos mucho más dinero del que reciben de ellas, en forma de inversiones, créditos de cooperación, ayuda humanitaria o ayuda llamada al desarrollo. En 2003, las ayudas públicas al desarrollo aportadas por los países industriales del Norte a los 122 países del tercer mundo ascendió a 54.000 millones de dólares. Durante el mismo año, estos últimos transfirieron a los cosmócratas de los bancos del Norte 436.000 millones de dólares en concepto de servicio de la deuda. Esta es la expresión misma de la violencia estructural que habita el orden actual del mundo. No hacen falta ametralladoras, napalm, carros blindados para dominar y someter a los pueblos. Para eso, ya está la deuda. Jubileo 2000 es una amplia organización de cristianos procedentes de los países europeos más variados. Con ocasión del paso al nuevo milenio, estas mujeres y estos hombres han lanzado una campaña pública de enorme eficacia con el fin de que los crímenes cometidos en nombre de la deuda sean transparentes para la conciencia occidental. 52 Para esta asociación, la presión ejercida por los acreedores (del FMI, de los bancos privados) sobre las mujeres famélicas, los hombres y los niños de Africa, de Asia del Sur, del Caribe y de América Latina equivale a una negación de soberanía. La época del dominio a través de la deuda se sitúa en la continuidad del periodo colonial. La violencia sutil de la deuda ha sustituido a la brutalidad visible del poder metropolitano. Un ejemplo: a comienzos de la década de 1980, el FMI impuso un plan de ajuste estructural especialmente severo en Brasil. El gobierno tuvo que reducir masivamente el gasto. Entre otras cosas, tuvo que interrumpir una campaña nacional de vacunación contra la rubéola. En 1984 se declaró en Brasil una terrible epidemia de rubéola. Murieron decenas de miles de niños sin vacunar. La deuda los mató. Jubileo 2000 ha calculado que en 2004 cada cinco segundos un niño de menos de 10 años murió a causa de la deuda1. La deuda es provechosa para dos categorías de personas: los cosmócratas (los acreedores extranjeros) y los miembros de las clases dominantes autóctonas. Veamos en primer lugar a los acreedores. Infligen a los países deudores unas condiciones draconianas. Los gobiernos del tercer mundo deben pagar, a cambio de sus préstamos, unos tipos de interés de cinco a siete veces más elevados que los que se practican en los mercados financieros. Los cosmócratas imponen algunas condiciones más: privatizaciones y venta al extranjero (precisamente a los acreedores) de sus pocas empresas, minas, servicios públicos (telecomunicaciones, etcétera) rentables, privilegios fiscales exorbitantes para las empresas transcontinentales, compras de armas forzosas para equipar al ejército autóctono, etcétera. Sin embargo, la deuda también es provechosa para las clases dominantes de los países deudores. De esta forma, muchos gobiernos del hemisferio sur sólo representan los intereses de una escasa fracción de su pueblo, las clases denominadas «compradores». ¿Qué designa esta palabra? Dos tipos de formaciones sociales. Primer tipo: en tiempos de la colonización, el amo extranjero tuvo necesidad de auxiliares autóctonos. Les concedió privilegios, puso en sus manos algunas funciones, les dio una conciencia (alienada) de clase. La mayor parte del tiempo, ésta 53 sobrevivió a la marcha del colonizador y se convirtió en la nueva clase dirigente del Estado poscolonial. Segundo tipo: la mayor parte de los Estados del hemisferio sur están actualmente dominados desde el punto de vista económico por el capital financiero extranjero y las sociedades transcontinentales privadas. Las potencias extranjeras utilizan sobre el terreno a directivos y mandos locales que financian a los abogados de negocios locales, periodistas, etcétera, y tienen en nómina (discretamente) a los principales generales y jefes de la policía. Forman un segundo conjunto «comprador». La burguesía compradora es la burguesía «comprada» por los nuevos señores feudales. Defiende los intereses de estos últimos, y no los del pueblo del que procede. Hosni Mubarak, rais de Egipto, preside un régimen preva- ricador y corrupto. Su política interior, como su política re- gional, están totalmente dictadas por los decretos y los intereses de sus tutores estadounidenses. Pervez Musharraf reina sobre Pakistán. Los servicios secretos estadounidenses lo protegen y mantienen. Sus órdenes proceden directamente de Washington. ¿Yqué decir de las clases terratenientes de Honduras y de Guatemala, de las clases dirigentes de Indonesia y Bangladesh? Sus intereses están íntimamente ligados a los de las sociedades transcontinentales activas en sus respectivos países. Se burlan de los intereses elementales, de las necesidades vitales de sus pueblos. En Sudán, los diferentes consorcios petroleros mantienen financieramente a diferentes fracciones de la clase dirigente «compradora». Ornar Bongo, en Gabón, y Sassou N’Guesso, en Brazzaville, no podrían permanecer mucho tiempo en el poder sin el dinero, la asesoría, la protección que les concede ELF, la sociedad transcontinental de petróleo de origen francés. La alienación cultural de las élites de algunos países del tercer mundo no deja de sorprender por su profundidad. Recuerdo una velada en una suntuosa villa de Kwame N’krumah Crescent, en el barrio Asokoro, en Abuya. Había sido invitado a cenar por el director general de uno de los principales ministerios de la Federación de Nigeria. Este hombre, de origen haussa, era culto, simpático y elocuente. Estaba cerca del presidente Olusegun Obasanjo. El director general se quejaba —probablemente con razón— de su pesada carga de trabajo. De repente, su esposa, también nativa del estado de Kano, lo interrumpió: «...Sí, es cierto, 54 ¡trabajas demasiado! Pero, felizmente, pronto nos toca home leave». Es decir: en unos días estaremos «en casa», tranquilos, de vacaciones, en nuestra vivienda de Montagu Place, en el corazón de Londres. La dama no paraba de hablar de la vista desde su balcón londinense sobre la placita y los árboles, de la riqueza de los programas cinematográficos de Soho, de la excitación que le provocaban las carreras del Derby... Home leave es una expresión colonial típica, muy usada en los círculos de los funcionarios británicos del Colonial Office durante más de un siglo. La expresión es corriente en la ac- tualidad entre algunos dirigentes de Nigeria2. Marbella, Algeciras, Cannes, el cabo Saintjacques son los destinos de vacaciones predilectos de las clases «compradoras» de Marruecos, uno de los países más pobres, más corruptos también, del hemisferio sur. Algunos de los barrios más lujosos de Miami están poblados casi exclusivamente de familias de ricos abogados de negocios, o de directores de sociedades multinacionales extranjeras, originarios de Colombia o de Ecuador. En Brickell Bay Drive, las clases «compradoras» del Caribe tienen sus restaurantes, clubes y bares de uso exclusivo. ¡Por supuesto, habría que escuchar las conversaciones de las damas de las grandes familias guatemaltecas o salvadoreñas, hablando de sus criados indios o de los peones de sus fincas de la costa! El desprecio más abismal por su propio pueblo es patente en cada una de sus frases. Las clases «compradoras», que están formalmente en el poder en sus países, tienen una dependencia mental y económica absoluta de las sociedades transcontinentales y de los gobiernos extranjeros. Lo que no les impide despachar, para uso exclusivo de su pueblo, discursos patrióticos inflamados. La Organización Mundial de Comercio (OMC) tiene su sede en el 157 de la calle Lausanne, en Ginebra. Por razones profesionales, debo asistir a algunas de sus reuniones. El representante de Honduras habla encantado del «derecho sagrado» de la nación hondureña a las cuotas de exportación de los plátanos hondureños. Danton no encontraría acentos más conmovedores. La realidad es que prácticamente toda la industria del plátano de Honduras está en manos de la empresa estadounidense Chiquita (antes United Fruit) y el embajador lee un texto —con talento, hay que admitirlo— que probablemente le ha preparado el departamento de relaciones públicas del cuartel general neoyorquino de Chiquita. 55 Honduras es uno de los países más pobres del mundo: el 77,3 por ciento de sus habitantes viven en la pobreza absoluta3. Más de 700 niños de la calle han sido abatidos por los escuadrones de la muerte en Tegucigalpa, la capital, y San Pedro Sula, centro industrial, entre febrero de 2003 y agosto de 20044. En el seno de las clases «compradoras», la casta de los ofi- ciales autóctonos suele desempeñar un papel importante. Honduras es un buen ejemplo de ello. El general Gustavo Alvarez, jefe de estado mayor en la década de 1980, un bruto con bigote, era en aquella época, según las fuentes de la opo- sición democrática, el jefe oculto del batallón 316. Este batallón es considerado responsable del asesinato premeditado de unos 200 hondureños opuestos a que su país fuera utilizado como portaaviones de Estados Unidos contra la Nicaragua sandinista. Entonces, Alvarez estaba en estrecho contacto con John D. Negroponte —conocido como «el procónsul»—, embajador de Estados Unidos en Tegucigalpa entre 1981 y 1985. La administración Reagan concedió la Legión del Mérito al general Alvarez en 1983, por haber «fomentado la democracia». En cuanto a John D. Negroponte, fue nombrado embajador en Bagdad en junio de 2004. En 2006 Negroponte es coordinador general del servicio secreto de Estados Unidos. Las clases «compradoras» están instaladas desde hace tanto tiempo, su discurso patriótico es tan agresivo, que muchos pueblos los aceptan como dominantes «naturales». Les cuesta percibir el papel que desempeñan junto a sus amos cosmócratas. Para las clases dominantes de los países dominados, la deuda presenta numerosas ventajas. Si los gobiernos de México, Indonesia, Guatemala, la República Democrática del Congo, Bangladesh... tienen que construir infraestructuras, presas, carreteras, instalaciones portuarias, aeródromos, si deben abrir un mínimo de escuelas y de hospitales, tienen dos soluciones. O bien suben los impuestos mediante una fiscalidad progresiva, o bien piden un préstamo a un consorcio de bancos extranjeros. ¿Pagar impuestos? ¡Qué horror! ¿Endeudarse? ¡Nada más fácil! Una gran mayoría de los gobiernos del tercer mundo están completamente dominados por los intereses de las clases «compradoras» y eligen con una regularidad matemática la segunda solución. Y los bancos extranjeros acuden a la primera señal. 56 La deuda trae algunas otras ventajas a las clases dominantes autóctonas. Son las primeras que se aprovechan de las inversiones en infraestructuras pesadas financiadas por los préstamos. Con los créditos extranjeros, el Estado construye prioritariamente carreteras de acceso a sus fincas, mejoran los puertos para facilitar la exportación de algodón, café y azúcar, pero también invierten en la apertura de líneas aéreas interiores, la construcción de cuarteles... y de cárceles. El servicio de la deuda (pago de los intereses y amortización del capital) absorbe la mayor parte de los recursos del país endeudado. Después ya no queda nada para financiar las inversiones sociales: la escuela pública, los hospitales públicos, los seguros sociales, etcétera. Cuando hay amenaza de insolvencia, el lazo se aprieta. Los acreedores presionan. Los esbirros del FMI llegan de Washington. Examinan la situación económica del país, redactan una letter of intent (carta llamada «de intenciones»). El gobierno del país endeudado deberá aceptar «libremente» una nueva vuelta de tuerca. Habrá que realizar nuevos recortes presupuestarios. ¿Qué se va a recortar? En ningún caso el presupuesto del ejército, los servicios secretos o la policía. Estas instituciones son esenciales para garantizar la seguridad de las inversiones extranjeras. El ejército, los paramilitares y los policías siempre protegen a los cosmócratas depredadores y sus instalaciones contra las amenazas, vengan de donde vengan. El FMI tampoco tocará la fiscalidad. Los impuestos indirectos, y especialmente al consumo, son aceptables: afectan en primer lugar a los pobres. Sin embargo, un impuesto progresivo sobre la renta (o sobre el patrimonio) se considera una herejía. El FMI no está para ayudar a la redistribución de la renta nacional. Existe para apretar las tuercas y garantizar el pago regular de los intereses de la deuda. Gran número de países del hemisferio sur están gangrenados por la corrupción. Los altos funcionarios de Marruecos, Honduras, Bangladesh, Camerún, toman prioritariamente de los créditos abonados al Tesoro Público por los bancos extranjeros las sumas que después transferirán a sus cuentas personales en bancos privados de Ginebra o a los grandes bancos de negocios de Londres o de Nueva York. Volvamos a la famosa carta «de intenciones». Cuando existe 57 una amenaza de insolvencia, el país deudor se ve obligado por el FMI a reducir los gastos que figuran en el presupuesto del Estado. ¿Quién paga las consecuencias? En primer lugar las personas modestas, por supuesto. El latifundista de Brasil, el ge- neral indonesio no tienen el mayor interés en el cierre de las escuelas. Sus hijos estudian en colegios de Francia, Suiza o Estados Unidos. ¿Cierre de hospitales públicos? No importa: sus familias utilizan el hospital cantonal de Ginebra, el hospital estadounidense de Neuilly o las clínicas de Londres o de Miami. El peso de la deuda recae exclusivamente sobre los pobres. Con el fin de explicar mejor la configuración de la deuda en los países del Sur, reproduzco aquí algunas tablas. Las he tomado del Comité para la Abolición de la Deuda en el Tercer Mundo (CADTM), organización no gubernamental de origen belga, fundada y dirigida hasta ahora por Éric Toussaint. Profesor, matemático, sindicalista, Éric Toussaint estudia la evolución de la deuda en los países del Sur con una precisión y una paciencia de benedictino. Gracias a él y a los jóvenes hombres y mujeres que le ayudan, el CADTM se ha impuesto como un auténtico contrapoder frente a las instituciones nacidas de los acuerdos de Bretton Woods y el Club de París5. Toussaint y su equipo de investigadores han demostrado un talento pedagógico considerable6. Del estudio de este dominio se deduce que sería totalmente erróneo pensar que sólo los países muy pobres, de economía poco desarrollada y rentas frágiles están estrangulados por la deuda. Con una deuda externa de más de 240.000 millones de dólares de los Estados Unidos, que corresponde al 52 por ciento de su producto interior bruto, Brasil es el segundo país más endeudado del hemisferio sur. Brasil es la undécima potencia económica del planeta. Sus aviones, sus coches, sus medicamentos están en la vanguardia del progreso tecnológico y científico. Muchas de sus universidades públicas o privadas están entre las mejores del mundo. Sin embargo, 44 millones de los 176 millones de brasileños viven en estado de subalimentación crónica. La desnutrición y el hambre matan cada año, directa o indirectamente, a decenas de miles de niños brasileños. Gáfico: 58 Aunque la inmensa mayoría de los países afectados pagan escrupulosamente los plazos previstos, su deuda externa no deja de aumentar. Observemos las cifras de los dos últimos decenios: Gáfico: 59 ¿Cómo explicar este fenómeno? Las razones son numerosas. La primera: los países deudores suelen ser países productores de materias primas, especialmente agrícolas. Deben importar la mayor parte de los bienes industriales (máquinas, camiones, medicamentos, cemento, etcétera) que necesitan. En el mercado mundial, a lo largo de los veinte últimos años, los precios de los bienes industriales por lo menos se han multiplicado por seis8. En cambio, los precios de las materias primas agrícolas (algodón, azúcar de caña, aceite de cacahuete, cacao, etcétera) no han dejado de caer. Algunos precios, como el del café o el azúcar de caña, se han desmoronado directamente. De esta forma, para financiar el servicio de la deuda, evitando así la quiebra y la imposibilidad en la que se encuentran de importar bienes industriales esenciales, los países deudores deben aceptar nuevos préstamos. Otra razón. El saqueo del Tesoro Público de los países del tercer mundo (y de muchos países ex soviéticos), la corrupción rampante, la prevaricación organizada con total complicidad con algunos bancos privados suizos, estadounidenses, franceses, están causando estragos. La fortuna privada del difunto dictador de Zaire, actualmente República Democrática del Congo, el mariscal Joseph Désiré Mobutu, asciende a unos 8.000 millones de dólares. Este botín está escondido en algunos bancos occidentales. En 2004, la deuda externa de la República Democrática del Congo ascendía a 13.000 millones de dólares... Haití es el país más pobre de América Latina y el tercero más pobre del mundo9. Durante su reinado de más de veinticuatro años, el clan de los Duvalier robó de las cajas del Estado y transfirió a cuentas privadas en bancos occidentales 920 millones de dólares. La deuda exterior de Haití asciende precisamente a esta suma. Tercera razón: las sociedades transcontinentales del sector agroalimentario, los bancos internacionales, las sociedades transcontinentales de servicios, industria y comercio controlan actualmente amplios sectores de las economías de los países del hemisferio sur. En la mayor parte de los casos sus beneficios son astronómicos. La mayor parte de estos beneficios son repatriados a su país de origen, en Europa, América del Norte ojapón. Sólo una fracción de estos beneficios se reinvierte en moneda local en el propio país. 60 Los acuerdos firmados por la sociedad transcontinental con el país de acogida suelen prever la «retransferencia» de los beneficios en forma de divisas. Ejemplo: una sociedad extranjera instalada en Perú genera beneficios en soles, pero evidentemente se niega a repatriar soles. Su director se dirige al banco central, en Lima. El banco pone a su disposición dólares libremente transferibles. Cuarta razón: la mayor parte de las sociedades transcontinentales que trabajan en el tercer mundo utilizan patentes pertenecientes a su sociedad matriz. Por ejemplo, Perulac y Chiprodal, sociedades de Nestlé en Perú y en Chile respectivamente, dependen del holding Nestlé, inscrito en el registro mercantil de la pequeña localidad de Cham, en el cantón de Zoug, en Suiza. El uso de estas patentes está remunerado por lo que se conoce como royalties. Como los beneficios de las empresas, estos royalties son transferidos a Europa, Japón, América del Norte, o hacia paraísos fiscales del Caribe, y no en moneda local, sino en divisas. Y finalmente, última razón: para el mercado mundial de los capitales, los Estados (empresas, etcétera) del tercer mundo constituyen deudores de alto riesgo. Lógicamente, los grandes bancos occidentales imponen a los deudores del Sur unos tipos de interés incomparablemente más elevados que a los del Norte. Estos intereses desorbitados contribuyen evidentemente a la hemorragia de capitales sufrida por los países del Sur. Como un cuerpo humano pierde su sangre tras una agresión y una herida grave, los países del hemisferio sur ven destruida su sustancia vital por el saqueo de los acreedores y sus cómplices, las clases «compradoras». Aquí tenemos un ejemplo, que considero especialmente ilustrativo. En la década de 1970, la deuda externa acumulada de los Estados de América Latina ascendía a unos 60.000 millones de dólares. En 1980, ascendía a 240.000 millones. Diez años más tarde, esta suma se había duplicado con creces: 483.000 millones de dólares. En 2001, la deuda externa de América Latina oscilaba alrededor de 750.000 millones de dólares 10. Esta deuda está en el origen de una transferencia hacia los acreedores de una media de 24.000 millones de dólares al año, desde hace treinta años. Es decir, durante tres décadas, el continente ha debido consagrar cada año al reembolso de la deuda entre el 30 y el 35 por ciento de sus ingresos obtenidos de la exportación de 61 bienes y servicios. Y en 2001, cada habitante de América Latina (incluidos los ancianos y los bebés) debían como media 2.550 dólares a los acreedores del Norte11. En principio, la obtención de un crédito debe permitir al país que lo solicita invertir, y por lo tanto financiar el desarrollo de sus propias infraestructuras y sus fuerzas productivas general. Gracias a este desarrollo, reembolsará su deuda. Sin embargo, esta lógica se va pervirtiendo por el camino. Y ahora, los países del tercer mundo pagan unos intereses cada vez más elevados, reembolsan parcialmente su deuda... y se empobrecen cada vez más. La deuda externa actúa como un cáncer sin tratar. Aumenta constantemente. Inexorablemente. Este cáncer impide que los pueblos del tercer mundo salgan de la miseria. Y los conduce a la agonía. ¿Qué ocurriría si un país se negase a servir la deuda, a pagar intereses a los banqueros del Norte o al FMI? No existen procedimientos de quiebra (de suspensión de pagos, etcétera) para los Estados que no pagan. Sobre este punto, el derecho internacional permanece mudo. Sin embargo, en la práctica, un país insolvente recibe el mismo tratamiento que una empresa privada o un individuo insolvente total o parcialmente. Un ejemplo: hace unas dos décadas, el gobierno peruano de Alan García, considerando que la situación financiera catastrófica del país no le permitía atender en su totalidad al servicio de su deuda externa, contraída con las instituciones de Bretton Woods y con los bancos privados extranjeros, decidió pagar únicamente un 30 por ciento de su valor total. ¿Cuáles fueron las consecuencias? El primer barco con bandera peruana, cargado de harina de pescado, que atracó en el puerto de Hamburgo, fue embargado por la justicia alemana a petición de un consorcio de bancos acreedores alemanes. En aquel entonces, la República de Perú contaba con una flota aérea internacional de calidad. Los primeros aparatos que aterrizaron en Nueva York, Madrid, Londres, en los días siguientes al anuncio de la reducción unilateral de los pagos de las amortizaciones y de los intereses de la deuda peruana fueron embargados a petición de los acreedores en cuestión. Es decir: a menos que esté en condiciones de encerrarse en la 62 autarquía total —y por lo tanto de aceptar la interrupción de todo tipo de intercambios internacionales—, ningún país endeudado del tercer mundo puede elegir hoy en día el camino de la insolvencia intencionada. Existe una gran desproporción en la mayor parte de los 122 Estados del hemisferio sur, entre los gastos presupuestarios asignados a los servicios sociales y los que se consagran al servicio de la deuda. Algunos ejemplos: Gráfica12 La ausencia de servicios sociales (y de puestos de trabajo) significa miseria y humillación para las familias. Esta angustia por el futuro a veces está suavizada por las transferencias monetarias de un hijo, una hija, un pariente emigrado. Sin embargo, este recurso es muy insuficiente para resolver el problema. Actualmente, en el mundo, un trabajador (o una trabajadora) de cada treinta y cinco es un emigrante. En 1970, los emigrantes transferían a sus casas 2.000 millones de dólares. En 1993, esta suma ascendía a 93.000 millones de dólares 13. Es totalmente insuficiente para pretender resolver el problema. El deterioro de las infraestructuras sociales es especialmente indignante si tenemos en cuenta el destino de decenas de miles de niños excluidos para siempre de la escuela. En los 191 Estados miembros de las Naciones Unidas, 113 millones de niños de menos de 15 años no tienen acceso a la escuela. El 62 por ciento son niñas. 63 A los europeos les gusta pasar las vacaciones en Marrakech, Agadir, Tánger o Fez. En el reino de Marruecos, el 42 por ciento de los adultos no saben leer ni escribir. El 32 por ciento de los niños entre 6 y 15 años están excluidos de toda forma de escolarización. El UNICEF ha realizado este cálculo 14: dar acceso a la escuela a todos los niños de 6 a 15 años del mundo costaría a todos los Estados afectados unos 7.000 millones de dólares adicionales al año, durante diez años. Esta suma es inferior a lo que gastan anualmente los habitantes de Estados Unidos en compras de productos cosméticos. Es también inferior a lo que gastan durante un año los europeos (habitantes de uno de los quince Estados miembros de la Unión Europea de antes del 1 de mayo de 2004) en helados. La República y cantón de Ginebra es un soberbio pequeño territorio situado en las dos orillas de un lago cuyas aguas proceden del Ródano y de los glaciares de los Alpes Valesianos. Fundada en 1536, cuenta con unos 400.000 habitantes, pertenecientes a 184 nacionalidades diferentes. Su territorio nacional es de apenas 247 kilómetros cuadrados. Yo vivo allí y a menudo tengo allí encuentros agradables. Sin embargo, hace poco, tuve un encuentro francamente inquietante. Estamos a viernes 7 de mayo de 2004, al final de la tarde. El director de la oficina de enlace entre la ONU y la UNESCO, Georges Malempré, celebra una fiesta de jubilación en la primera planta de la residencia Moynier. Flores, discursos, calor humano... Tras los altos ventanales, la brisa agita las olas negras del lago Leman. Malempré es un hombre profundamente simpático y valeroso: durante cuarenta años, se consagró totalmente a la promoción escolar de los niños en los países más pobres. Una multitud de amigos llegó de todas partes para festejar a Georges, su esposa, sus hijas. El ex director general de la UNESCO, Federico Mayor, más vital que nunca, hizo un discurso lleno de delicadeza. El excelente embajador de Bél- gica, Michel Adam, y su mujer también estaban presentes. Algo apartado de la gente, descubrí a un hombre elegante, joven, esbelto, de mirada vagamente divertida. Visiblemente, no conoce los usos y costumbres de las tribus ginebrinas. Me acerco a él. 64 Es un francés, de unos cuarenta años. Acaba de llegar de Washington hace unos días. Por su forma de hablar, de vestirse, de moverse en sociedad, lo tiene todo de un gran tecnócrata. Se ocupa de representar los intereses del FMI ante las organizaciones internacionales de Ginebra. Me avisa desde el principio: «En realidad, sólo me intereso por la OMC»15. ¿Yla lucha contra las epidemias de la OMS?16 ¿Y la lucha contra el hambre del PMA? 17 ¿Y el combate de la OIT18 y su director, Juan Somavía, para imponer unas condiciones de trabajo decentes? ¿Y la OIM 19, que lucha por el bienestar de los emigrantes? ¿Y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en su lucha contra la tortura? ¿Y el destino de los refugiados defendidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados? No tiene demasiado interés, aparentemente. Lo que cuenta ante todo, a los ojos del elegante mercenario, es la privatización de los bienes públicos, es la liberalización de los mercados, la libre circulación de los capitales, de las mercancías y de las patentes procedentes de las sociedades transcontinentales dentro del marco de la OMC. Inteligente, competente, brillante en todos sus análisis, C. — con la ayuda del vino blanco de Ginebra— pierde poco a poco su sequedad washingtoniana. Habrá oído hablar de mí, quizá haya ojeado alguno de mis libros. Descubrimos un amigo común en el búnker de hormigón del número 18.181 de H Street, Northwest, en Washington. De repente, se detiene y me mira sin simpatía. Levanta las manos hacia el techo. Sus ojos marrones expresan el reproche. Me dice, más o menos: «Mire... lo que usted hace no está bien... Todos estos jóvenes, estas chicas que le escuchan, están llenos de entusiasmo. Quisieran poder cambiar el mundo... Los entiendo... Pero es peligroso... Se creen lo que les dice... ¿Y después?» Le hago algunas objeciones amables. Entonces se vuelve hacia los ventanales abiertos y el lago. En la luz declinante del anochecer y el olor de las hojas mojadas, añade: «Las leyes del mercado son inevitables, inmutables. Soñar no sirve de nada... de nada». El hombre hablaba con total buena fe. Yo estaba horrorizado por su seguridad. Y sobre todo, por el poder ciego y sordo que ejerce, bien es verdad que en el seno de un equipo, sobre la vida 65 de centenares de millones de hombres, niños y mujeres de Asia, Africa y América del Sur. El FMI no sólo administra la deuda, por medio de cartas de intenciones, planes de ajuste estructural, refinanciación, moratorias y reestructuraciones financieras. También es garante de los beneficios de los especuladores extranjeros. ¿Cómo procede? Tomemos el ejemplo de Tailandia. En julio de 1997, los especuladores extranjeros atacaron la moneda nacional, el baht, con la esperanza de obtener beneficios rápidos y considerables sobre una moneda débil. El Banco Central de Bangkok sacó centenares de millones de dólares de sus reservas y compró bahts en el mercado. Trataba de salvar su moneda. No sirvió de nada. Después de tres semanas de lucha, exan- güe, el Banco Central tiró la toalla y llamó al FMI. Este impuso nuevos préstamos al gobierno. Con estos nuevos créditos, Bangkok debía pagar prioritariamente a los especuladores privados. Así es como ninguno de los especuladores extranjeros (tiburones de la inmobiliaria o de la bolsa) perdió el menor céntimo en Tailandia. El FMI obligó también al gobierno a cerrar centenares de hospitales y de escuelas, a reducir el gasto público, a suspender la reparación de las carreteras y a revocar los créditos que los bancos públicos habían concedido a las empresas tailandesas. Como resultado, en el plazo de dos meses, centenares de miles de tailandeses y trabajadores inmigrantes perdieron su empleo. Cerraron millares de fábricas. Cae la noche sobre el parque Mon-Repos. Los últimos cisnes vuelven majestuosamente a la orilla. Mi mercenario permanece imperturbable: «Ahora puede volver a Tailandia... verá que su economía está floreciente». ¿Y los sufrimientos, y las angustias vividas durante nueve años por centenares de miles de seres humanos? C. no contesta. No importa, yo puedo formular en su lugar la respuesta que tiene sin duda en la punta de la lengua: «La angustia humana no se puede cuantificar, no es un elemento del análisis macroeconómico. Al no poderse medir, no existe para el FMI». Cruzo a pie el parque sumergido en la noche hasta la carretera de Lausana, convencido de que la batalla será larga, contra un enemigo más poderoso que nunca. Centenares de millones de 66 seres humanos están destinados a una humillación —pero también a una resistencia— de larga duración. ¡Y que no me digan que la anulación de la deuda es imposible porque pondría en peligro de muerte todo el sistema bancario mundial! Cada vez que un país aplastado por su deuda cae (pasajeramente) en el abismo de la insolvencia (como Argentina en 2002), el Wall Street Journaly el Finanáal Times nos anuncian el apocalipsis... si cuestionamos el sistema que lo llevó a la catástrofe. ¿Podemos imputar estas manifestaciones a la fragilidad psicológica de los periodistas? Evidentemente no. Obedecen a una estrategia hábil. Los telespectadores europeos, por muy pasivos que sean, observan diariamente los efectos de los estragos infligidos por la deuda. Están rebeldes, inquietos. Se plantean preguntas. Y los hombres, mujeres y niños del tercer mundo sufren en su carne los efectos del sistema. Debemos pues «legitimar» la deuda. ¿De qué forma? Haciéndola «inevitable»... De ahí el argumento de los mercenarios del capital, repetido ad náuseam; «Quien toque a la deuda pone en peligro de muerte la economía del mundo». Analicemos un poco esta supuesta inevitabilidad. Los depredadores neoliberales tropiezan con un problema con el que no se enfrentaron sus antecesores del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. En tiempos del poder colonial triunfante, el argumento racista sobraba y bastaba. «Los negros son unos perezosos, sólo entienden la fuerza... Los árabes son unos atrasados, incapaces de organizar ellos mismos y para sí mismos una economía moderna... ¿Y qué decir de los indios de los Andes o de la selva guatemalteca? Salvajes que tienen mucha suerte de que nos interesemos por su café». Sin embargo, ahora la situación ha cambiado. Un espacio cibernético unifica el mundo. Las telecomunicaciones se han universalizado. ¡Funcionan en tiempo real! Internet da acceso en modo sincrónico a miles de millones de datos en el mundo. Además, a pesar de todos sus defectos, la televisión emite de forma permanente imágenes del mundo. El turismo de masas mueve a desplazarse, aunque sea por tiempo reducido, pero de forma recurrente, a centenares de millones de blancos (y de japoneses) hacia los países más exóticos. Allí se encuentran con la miseria, la humillación, el hambre. En estas nuevas condiciones, el racismo ya no es plenamente operativo. Ya no logra que las 67 naciones del Norte admitan como legítimo el reparto desigual de las riquezas y los capitales sobre la tierra. Es, pues, necesario encontrar otra cosa. Así es como los depredadores han avanzado la teoría de las «leyes naturales» que gobiernan presuntamente el flujo de los capitales. Esta supuesta teoría, que conduce a la imposibilidad de cuestionar el sistema de endeudamiento de los países del tercer mundo, no se resiste al análisis. Mirémosla más de cerca. Los pagos efectuados en los diez últimos años por los 122 países del tercer mundo en concepto de servicio de la deuda a los Estados y los bancos de los países del Norte ascienden a menos del 2 por ciento de la renta nacional acumulada de los países acreedores. De 2000 a 2002, una violenta crisis bursátil sacudió la prác- tica totalidad de las plazas financieras, destruyendo miles de millones de dólares en valores patrimoniales. En dos años, la mayor parte de los títulos cotizados en Bolsa perdieron hasta el 65 por ciento de su valor. Para los títulos de alta tecnología cotizados en el Nasdaq, la desvalorización llegó a alcanzar el 80 por ciento. Finalmente, los valores destruidos en Bolsa durante este periodo fueron setenta veces más elevados que el valor acumulado del conjunto de los títulos de la deuda externa del conjunto de los 122 países del tercer mundo. Sin embargo, a pesar de la amplitud de los capitales aniquilados, la crisis bursátil de 2000-2002 no provocó el desmoronamiento del sistema bancario mundial: en un lapso de tiempo finalmente bastante corto, las plazas financieras se recuperaron. En lugar de arrastrar en su hipotética caída las economías, los puestos de trabajo y el ahorro de las naciones del Norte, el sistema bancario mundial digirió perfectamente la crisis. Ningún país del Norte —por no hablar de la economía mundial en su conjunto— pasó por dificultades. Entonces, ¿por qué no proceder a la anulación de la deuda? Aunque la abolición incondicional, unilateral y completa de la deuda externa de los países pobres no arruinaría con seguridad ninguna economía occidental, ni provocaría la caída de los bancos acreedores, no hay que excluir que alguna institución pública o privada de Europa o América pudiera sufrir algunos daños. Sin embargo, serían daños limitados, y por lo tanto perfectamente aceptables por el conjunto del sistema. En sus «Observaciones esenciales sobre la elección de nues- tros delegados para la Asamblea Nacional», publicadas el 1 de 68 octubre de l789, Jean-Paul Marat escribió: «¿Qué son algunas casas saqueadas en un solo día por el pueblo, frente a las exacciones que la nación entera ha sufrido durante quince siglos bajo las tres razas de nuestros reyes? ¿Qué son algunos individuos arruinados frente a millones de hombres despojados por los tratantes, los vampiros, los dilapidadores públicos? [...] Dejemos de lado todos los prejuicios y veamos»20. Sí, hay que repetirlo: una anulación pura y simple de la totalidad de la deuda externa de los pueblos del tercer mundo no tendría sobre la economía de los Estados industriales y el bienestar de sus habitantes prácticamente ninguna influencia. Los ricos seguirían siendo muy ricos, pero los pobres serían un poco menos pobres. La pregunta es inevitable: en estas condiciones, ¿por qué los nuevos sistemas feudales capitalistas y sus lacayos de las instituciones de Bretton Woods exigen con tanta rigidez que se abone el más mínimo céntimo de la deuda en el momento preciso en que es exigible? Su motivación no tiene nada que ver con ningún tipo de racionalidad bancaria, sino más bien con la lógica del sistema de dominio y explotación que imponen a los pueblos del mundo. El servicio de la deuda es el gesto visible de sumisión. El esclavo se arrodilla cada vez que acepta una carta de intenciones del FMI o, un plan de ajuste estructural. Un esclavo de pie es un esclavo peligroso, aunque vaya cargado de cadenas pesadas y herrumbrosas en las muñecas, el cuello y los tobillos. Tomemos el ejemplo de Bolivia. ¿Cómo negociar, en beneficio exclusivo de los amos extranjeros, los escandalosos contratos mineros, las concesiones de tierras amazónicas, las ventas de armamento, la privatización a precios ridículos de empresas públicas rentables o los privilegios fiscales, si Bolivia goza de la menor autonomía financiera, de la menor soberanía económica, de la menor dignidad política? En Venezuela, en Cuba, en algunos países más —y quizá mañana en Argentina y en Brasil—, los señores del capital fi- nanciero mundializado tropiezan con resistencias, pero en el resto del mundo tienen campo libre. Hay que tratar de doblegar mediante el bloqueo económico al gobierno de Cuba, de desestabilizar mediante el sabotaje de la sociedad nacional de petróleos PDVSA la presidencia de Hugo Chávez en Caracas, 69 de difamar al presidente Kirchner en Argentina y de apretar el lazo que oprime a Brasil. Es decir, hay que mantener arriba a los que están abajo. Para los cosmócratas es una prioridad. La supervivencia del sistema y los beneficios astronómicos que obtienen dependen de ello. Para aflojar el cepo de la deuda, los pueblos del tercer mundo disponen de tres medios estratégicos. • 1. Los dirigentes de los movimientos sociales de los pueblos sometidos pueden aliarse con los poderosos movimientos de solidaridad del hemisferio norte, sobre todo con la asociación Jubileo 2000, cuya acción enérgica, especialmente en Inglaterra y en Alemania, ha obligado a algunos grupos de acreedores —e incluso al FMI— a hacer algunas concesiones mínimas. Así es como nacieron los Debt reduction strategy papers. ¿De qué se trata? Hace más de treinta años, las Naciones Unidas avanzaron el concepto de least developed countries (PMA, Países Menos Adelantados). Los habitantes de estos países son los que tienen rentas más bajas. Un conjunto de criterios complejos define los PMA. En este momento, 49 países figuran en esta categoría, frente a 27 en 1972, signo de los tiempos. En conjunto, su población es de 650 millones de personas, es decir, algo más del 10 por ciento de la población del globo. Estos 49 países juntos generan menos del 1 por ciento de la renta mundial. De estos países, 34 están en Africa, 9 en Asia, 5 en el Pacífico y uno en el Caribe. Hay países que salen de la categoría de PMA y otros que entran. Por ejemplo, gracias a una política de inversiones y de reforma agrícola, Botsuana acaba de salir del grupo. Senegal acaba de entrar. La campaña de Jubileo 2000 se basa en la evidencia de que la deuda externa acumulada de los 49 Estados representa el 124 por ciento del total de sus PNB21. Por lo tanto, gastan mucho más en el servicio de la deuda que en el mantenimiento de los servicios sociales: la mayor parte de ellos asignan anualmente más del 20 por ciento de su gasto presupuestario al servicio de la deuda22. Además, desde 1990, el crecimiento del producto interior bruto de cada uno de los PMA es inferior al 1 por ciento como media para una tasa de crecimiento demográfico del 2,7 por ciento, lo que evidentemente obstaculiza todo tipo de 70 acumulación interna de capital, toda política social. Como barcos sin timón, estos países se alejan en la noche y se hunden en el océano de la miseria. En el marco de esta campaña, los Debt reduction strategy pa- pen exigen de los PMA deudores que desean someter al FMI una petición de reducción de su deuda, que la acompañen con uno o más proyectos de reinversión, dentro del país, de las sumas ahorradas gracias a la reducción. El sistema funciona de forma muy poco satisfactoria. Por una parte, despierta un sentimiento de humillación en los países participantes, ya que el FMI controla directamente los planes de desarrollo nacionales. Por otra parte, el FMI nunca autoriza proyectos de reconversión que no se ajusten a su propia concepción de la necesaria «apertura de los mercados» y de la no menos indispensable «realidad de los precios». Por ejemplo, si el país solicitante desea utilizar una parte de las sumas «liberadas» para subvencionar alimentos de primera necesidad —y por lo tanto hacerlos más accesibles para los más pobres—, el FMI se negará con seguridad. En cambio, si el país deudor se compromete a construir una nueva autopista entre el aeropuerto y la capital, el FMI aceptará sin duda alguna concederle una debt reduction por un importe equivalente al coste de la construcción de la autopista. Es decir, queda mucho por hacer para avanzar seriamente por este camino. • 2. Auditoría de la deuda. El gobierno de un país sobreendeudado siempre puede iniciar un examen —factura por factura, transacción por transacción, inversión por inversión— de la utilización que han hecho sus predecesores de los créditos extranjeros. Este método eficaz, pero complicado, ha sido diseñado y desarrollado por economistas brasileños. En 1932, el Parlamento brasileño practicó una primera au- ditoría de la deuda externa. El gobierno se negó a devolver a los bancos extranjeros cualquier suma considerada como «ilegal». Se consideraba como tal la deuda constituida sobre la base de documentos falsificados o procedente de una sobrefacturación, de la corrupción o de una forma cualquiera de malversación. Una deuda basada en intereses usurarios también se consideraba nula. 71 La operación fue eminentemente beneficiosa para Brasil. Volveremos sobre este tema. • 3. Creación de un «cártel de deudores». La deuda siempre implica una relación de fuerza. El rico impone su voluntad al pobre. El impago de los intereses y de las amortizaciones se ve inmediatamente sancionado por el orden jurídico internacional, que está plenamente al servicio de los acreedores. La creación de un frente homogéneo de países deudores modifica esta relación de fuerzas. Como en materia sindical, la negociación colectiva aumenta el margen de negociación del débil. El consejo ejecutivo de la Internacional Socialista, apo- yándose en el saber hacer de numerosos economistas y de especialistas bancarios, principalmente europeos, todos ellos de ideas socialistas, ha puesto a punto mecanismos de negociación colectiva de reducción de la deuda. También volveremos sobre este tema. Durante la temporada de invierno 2003-2004, Claus Peymann yjutta Ferbers estrenaron en el teatro Brecht de Berlín, en el Schiffsbauerdamm, una versión moderna y conmovedora de Santa Juana de los mataderos. Meike Droste era una santa Juana admirable. Asistí al estreno. Cuando Juana pronunciaba, ante los amos triunfantes de los mataderos de Chicago y ante los cadáveres de los huelguistas ejecutados, su discurso final, un trueno de aplausos se alzó en la sala. Dice Juana: Arriba y abajo hay dos lenguajes, dos medidas, dos pesos. Los hombres tienen el mismo rostro Pero no se reconocen. Los que están abajo se quedan abajo para que los que están arriba se queden arriba. El subdesarrollo económico encierra a sus víctimas en una existencia sin esperanza, porque su encierro es permanente. Se sienten condenadas para siempre. La evasión parece imposible: los barrotes de la miseria cierran todas las perspectivas de una vida mejor, para ellos, y lo que resulta más doloroso todavía, para sus hijos. 72 Los que el Banco Mundial llama púdicamente «extrema- damente pobres» viven con menos de un dólar al día, y la mayor parte de ellos viven con mucho menos. Actualmente son más de 1.800 millones. Su número ha aumentado en 100 millones en cerca de diez años23. Para liberarlos de su prisión, es indispensable la abolición inmediata y sin contrapartidas de la totalidad de la deuda externa de sus países respectivos. Un ejemplo de lo que se suele llamar «deuda odiosa». Ruanda es una pequeña república campesina que cultiva té, café y plátanos, con 26.000 kilómetros cuadrados, colinas verdes, valles profundos. Está situada en la región de los Grandes Lagos, en Africa Central, y es independiente desde 1960. Tiene unos 8 millones de habitantes, pertenecientes principalmente a dos etnias, los hutus y los tutsis 24. Ruanda li- mita con el Congo al oeste, con Tanzania al sur y al este y con Uganda al norte. De abril a junio de 1994, en las colinas de Ruanda, los sol- dados del ejército regular y los milicianos interhamwe25 asesina- ron sistemáticamente a niños, mujeres y hombres de la etnia tutsi, así como a millares de hutus opuestos al régimen. Los ase- sinos, recorriendo incansablemente ciudades y aldeas de todo el país, compulsando listas minuciosamente preparadas, empujados al odio por la radio de las Mil Colinas, operaron noche y día, preferiblemente armados con machetes. La muerte solía ir precedida de torturas. Las víctimas fueron descuartizadas con furor frío, aplicado. En cuanto a las mujeres y las muchachas, fueron casi sistemáticamente violadas antes de ser asesinadas. Las familias tutsis, refugiadas en los conventos, las escuelas religiosas y las iglesias, fueron frecuentemente denunciadas y entregadas por los sacerdotes y las monjas hutus. Noche y día, durante tres meses, los ríos Ragera y Nyabarongo arrastraron cabezas cortadas y miembros descuartizados de las víctimas. Los genocidas trataban de erradicar a todos los seres humanos pertenecientes a la etnia minoritaria tutsi. En aquella época, las Naciones Unidas mantenían en Ruanda un contingente de cascos azules de más de 1.300 hombres, formado básicamente por fuerzas procedentes de Bangladesh, Ghana, Senegal y Bélgica. Estaba bajo el mando del general 73 canadiense Roméo Dallaire y acantonado en campamentos militares protegidos por alambradas, repartidos por todo el país. En el momento de las matanzas, decenas de miles de tutsis imploraron la ayuda de los cascos azules, solicitando refugio en los campamentos, más seguros. Los oficiales se negaron con constancia. Las órdenes procedían de Nueva York, del Consejo de Seguridad, a través del subsecretario general para el mantenimiento de la paz, KofI Annan. Aunque había empezado el genocidio, la resolución n ° 912 del 21 de abril de 1994 del Consejo de Seguridad redujo a la mitad el contingente de cascos azules en Ruanda. Armados hasta los dientes, frente a las bandas de asesinos provistos de azagayas, bastones con clavos y machetes, los soldados de la ONU asistieron pasivamente a la matanza, contentándose con anotar escrupulosamente (y transmitir a Nueva York) los acontecimientos y la forma en que los hom- bres, las mujeres y los niños tutsis eran asesinados. Es decir, obedecieron unas órdenes criminales26. Entre 800.000 y un millón de mujeres, bebés, niños, adolescentes y hombres tutsis (y hutus en el sur) fueron masacrados en cien días. Ante la mirada impasible de los cascos azules de las Naciones Unidas. De 1990 a 1994, los principales proveedores de armas y créditos en Ruanda habían sido Francia, Egipto, Sudáfrica, Bélgica y la República Popular de China. Las entregas de armas egipcias estaban avaladas por Crédit Lyonnais. La ayuda financiera directa venía sobre todo de Francia. De 1993 a 1994, la República Popular China suministró 500.000 machetes al régimen de Kigali. Cajas llenas de machetes, pagados con créditos franceses, seguían llegando en camiones procedentes de Kampala y del puerto de Mombasa, cuando ya había comenzado el genocidio. Los genocidas fueron finalmente derrotados por los avances del ejército del Frente Patriótico ruandés, formado por jóvenes tutsis procedentes de la diáspora ugandesa. Kigali fue tomada en julio de 1994. Francia siguió entregando armas, desde Goma y el norte del lago Kivu, a los últimos genocidas refugiados en la orilla oriental del lago. La Francia de François Mitterrand desempeñó un papel especialmente nefasto en Ruanda. Los oficiales franceses apoyaron, y cuando llegó la derrota, sacaron del país, a los 74 genocidas y a sus comanditarios políticos. La actitud de Frangois Mitterrand es asombrosa. Los analistas que conocen el tema lo explican así: la dictadura hutu del presidente Habyarimana era un régimen francófono; el Frente Nacional ruandés, que la combatía, estaba formado mayoritariamente por hijos e hijas de refugiados tutsis, nacidos en Uganda, y por lo tanto anglófonos. François Mitterrand prestó un apoyo incondicional a los asesinos genocidas en nombre de la defensa de la francofonía27. Además, el presidente francés estaba unido por vínculos de amistad a la familia del difunto dictador hutu ruandés, Juvenal Habyarimana, cuyo fallecimiento en un ac- cidente de aviación desencadenó los acontecimientos. El nuevo gobierno heredó una deuda externa de cerca de mil millones de dólares. Cuando llegó al poder en un país completamente devastado, y considerando que no tenían ninguna obligación moral de reembolsar los créditos que habían servido para financiar los machetes con los que habían descuartizado a sus madres, hermanos e hijos, los nuevos gobernantes solicitaron a los acreedores que suspendieran, o incluso anularan, los vencimientos. Sin embargo, el cártel de acreedores, conducido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se negó a cualquier acuerdo, amenazando con bloquear los créditos de cooperación y aislar financieramente a Ruanda en el mundo28. Así es como los campesinos ruandeses, pobres como Job, y los escasos supervivientes del genocidio, se matan para de- volver, un mes tras otro, a las potencias extranjeras las sumas que sirvieron para las matanzas. La expresión «deuda odiosa» ha sido acuñada por Eric Toussaint. Luego la han utilizado la mayor parte de las organizaciones no gubernamentales y los movimientos sociales que luchan por la justicia social planetaria. Sin embargo — ¡sorpresa!—, en la primavera de 2004, la utilizó por primera vez una gran potencia acreedora, y no de las menos importantes. Con ocasión de una conferencia de prensa en Bagdad, el re- presentante de las fuerzas coaligadas, Paul Bremer, habló de la deuda externa acumulada por el régimen de Sadam Husein como de una «deuda odiosa». Se dirigía en primer lugar a Francia y a la Federación Rusa, los dos acreedores principales de la deuda iraquí. Bremer llegó a pedir aquel día la anulación de la deuda de Irak, porque, explicaba, había sido contraída por un régimen criminal. Tenía prisa por volver a colocar en el 75 camino de los beneficios a la economía del nuevo protectorado estadounidense... En el seno del Club de París, las discusiones entre los 19 países acreedores son agitadas29. En 1980, el gobierno iraquí tenía unas reservas en divisas de 36.000 millones de dólares. La guerra de diez años contra Irán transformó a Irak en un país deudor. Su deuda asciende actualmente a 120.000 millones de dólares, de los que 60.000 se deben a los países de la región y el resto a los países del Club de París. A la deuda propiamente dicha, hay que sumar los 350.000 millones de indemnización reclamados por Arabia Saudí y Kuwait en concepto de daños y perjuicios por la invasión de 1990. Oscura hipocresía de los cosmócratas y de sus lacayos po- líticos: se niegan a anular la deuda de las poblaciones «no rentables», pero declaran «deuda odiosa» (es decir, no reembolsable) los créditos que gravan a los países ricos, que controlan más o menos directamente. En mi opinión, deben considerarse «deudas odiosas» todas las deudas externas de los países del tercer mundo, que inducen el subdesarrollo económico, reducen las poblaciones a la esclavitud y destruyen a los seres humanos a través del hambre. VII EL HAMBBRE La matanza por desnutrición y por hambre de millones de seres humanos es el principal escándalo que inaugura el tercer milenio. Es un absurdo, una infamia que ninguna razón podría justificar ni ninguna política legitimar. Se trata de un crimen contra la humanidad indefinidamente repetido. En este momento, como ya he dicho, cada cinco segundos un niño de menos de diez años muere de hambre o de enfermedad relacionada con la malnutrición. Así es como el hambre habría matado en 2004 a más seres humanos que todas las guerras juntas. ¿Qué ocurre con la lucha contra el hambre? Es evidente que pierde terreno. En 2001, un niño de menos de 10 años moría de 76 hambre cada siete segundos1. Ese mismo año, 826 millones de personas quedaron inválidas por consecuencias de una desnutrición grave y crónica. Actualmente son 841 millones2. Entre 1995 y 2004, el número de víctimas de la desnutrición crónica aumentó en 28 millones de personas. El hambre es producto directo de la deuda, en la medida en que priva a los pobres de su capacidad de invertir los fondos necesarios para el desarrollo de las infraestructuras agrícolas, sociales, de transporte y de servicios. El hambre significa sufrimientos agudos del cuerpo, debilitamiento de las capacidades motrices y mentales, exclusión de la vida activa, marginalización social, angustia por el futuro, pérdida de autonomía económica. Su resultado es la muerte. La subalimentación se define por el déficit de aportes de energía contenida en los alimentos que consume el hombre. Se mide en calorías, pues la caloría es la unidad de medición de la cantidad de energía quemada por el cuerpo3. Los parámetros pueden variar en función de la edad. El bebé necesita 300 calorías al día. De uno a dos años, el niño necesita 1.000 calorías al día y a la edad de cinco años necesita 1.600 calorías. Para recobrar día a día su fuerza vital, el adulto necesita de 2.000 a 2.700 calorías, en función del clima en el que viva y de su tipo de actividad. En el mundo, unos 62 millones de personas, es decir, el 1 por mil de la humanidad, mueren cada año por distintas causas. En 2003, 36 millones murieron de hambre o de enfermedades debidas a las carencias en micronutrientes. El hambre es, pues, la causa principal de muerte en nuestro planeta. Esta hambre está ocasionada por la mano del hombre. Cuando alguien muere de hambre, muere asesinado. Este asesino se llama deuda. La FAO4 distingue entre hambre «coyuntural» y hambre «estructural». El hambre coyuntural se debe al brusco des- moronamiento de la economía de un país o de una parte de éste. En cuanto al hambre «estructural» está inducida por el subdesarrollo del país. Un ejemplo de hambre coyuntural: en julio de 2004, Bangladesh quedó sumergido en un monzón especialmente violento. Más del 70 por ciento de este país de 116.000 kilómetros cuadrados quedó bajo el agua. De sus 146 millones 77 de habitantes, 3 millones podrían morir de hambre. Bangladesh es un delta formado por múltiples ríos que desembocan en el golfo de Bengala. Estos ríos proceden de los contrafuertes del Himalaya (Bután, Ladakh, Nepal). Cuando llega el monzón, su crecida es violenta, imprevisible. Las aguas arrancan árboles y casas, destruyen presas, cubren con un agua verde, llena de limo, turbulenta, centenares de miles de hectáreas de tierras agrícolas y arrasan los barrios periféricos de las ciudades. En periodos normales, si se puede decir así, unos 30.000 niños menores de diez años se quedan ciegos cada año en Bangladesh, por falta de vitamina A. La OMS considera que tras las inundaciones esta cifra se va a quintuplicar como mínimo en 2004. El hambre estructural, como el hambre coyuntural, son consecuencia directa de la deuda. En lo que se refiere al hambre estructural, es evidente. Las relaciones de causalidad entre hambre coyuntural y deuda exigen una explicación. Volvamos a la hambruna excepcional de Bangladesh en 2004. Las dos principales cuencas hidrográficas responsables de las inundaciones de julio son las del Bramaputra y el Ganges. A petición de las Naciones Unidas, tuve que realizar una misión en Bangladesh en 2002. Se trataba precisamente de examinar los medios más adecuados para evitar la repetición de este tipo de catástrofes. En el espacioso despacho del ministro de Recursos Hidráulicos en Dacca, me pasé horas y horas estudiando gráficos, estadísticas, proyectos. El estudio concluyó que la tecnología contemporánea permitiría sin problemas graves encauzar todos los ríos de Bangladesh. Desde el punto de vista tecnológico, sería posible controlar las inundaciones provocadas por el monzón5. Sin embargo, Bangladesh es uno de los países más endeudados del sur de Asia, por lo que no tienen dinero para construir las presas necesarias. Un ejemplo de lo que la FAO llama hambre estructural: cuando salía de la oficina del presidente de la República de Brasil, en Planalto, Brasilia, a altas horas de la noche del 4 de febrero de 2003, un gigante rubio y alegre me cierra el camino en la explanada. Su alegría de vivir es contagiosa. Somos amigos desde hace años y caemos en brazos uno de otro. Joáo Stedile, desbordante de inteligencia y vitalidad, es nieto de campesinos tiroleses emigrados a Santa Catarina. Es actualmente el más influyente de los nuevos dirigentes 78 nacionales del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra 6. Sus disputas con el presidente Lula y el ministro de Agricultura son legendarias. «¿Qué haces mañana?», me pregunta. —Vuelvo en avión a Río, y después a Ginebra. —¡De ninguna manera! —dice el tirolés—. Mañana irás al lixo7. Si no, no podrás entender nada de este gobierno, ni de lo que pasa aquí... Tienes que ir al alba, sin coche oficial y sin acompañantes de la ONU... en taxi... solo. No llegué al alba. Me desperté con el sol ya alto en el cielo, me bebí un café y me subí a un taxi. En Brasilia, el tráfico ma- tutino es más infernal que en París. El calor caía de un cielo encapotado y gris. El hotel Atlántica en el que me alojaba se encontraba en los barrios del oeste y tardé más de dos horas para llegar al vertedero municipal, situado en la frontera oriental de la capital. Más de dos millones de hombres, mujeres y niños viven en Brasilia. Una noria ininterrumpida de camiones lleva las veinticuatro horas del día sus detritos al vertedero. Sobre más de tres kilómetros cuadrados, pirámides de inmundicias crecen hacia el cielo. El acceso al vertedero está estrictamente regulado. Hay una barrera metálica vigilada por un puesto de guardia de la policía militar. Los hombres de uniforme azul oscuro están armados con ametralladoras y largos bastones de caucho negro. Una favela, en la que residen oficialmente unas 20.000 fa- milias, se extiende entre los últimos rascacielos y la barrera. Es un océano de casetas de cartón, de barracas de madera, de chabolas cubiertas con chapa ondulada... Aquí viven los refugiados del hambre, las víctimas de los latifundios y los consorcios agroalimentarios que monopolizan las tierras de Goiasy expulsan a los aparceros, los peones agrícolas y sus familias. Unos seiscientos adultos y jóvenes que viven en la favela reciben cada día una tarjeta de acceso al vertedero. ¿Con qué criterios? Nunca logré enterarme. Sin embargo, conociendo los usos y costumbres de la policía militar, sospecho que la corrupción desempeña un papel considerable en el reparto de tarjetas. Miríadas de chavales de grandes ojos negros, alegres y claramente subalimentados, corren por las calles del poblado, 79 entre aguas residuales, perros famélicos y chabolas de cartón. Rodean el taxi. Se ríen y dan palmadas. Atravieso el círculo y me dirijo al puesto de guardia. El capitán me espera en el umbral. Es todo sonrisas. Stedile le ha llamado por teléfono la víspera. «Le esperábamos más temprano», dice. En los brazos de sus madres, los bebés tienen los ojos, la boca, la nariz cubiertos de moscas violetas que revolotean. Hay excrementos por todas partes. Los enjambres de moscas se pasean entre los montones de excrementos y los ojos de los bebés. En Brasil, la policía militar cumple las funciones de la gendarmería en Francia. Depende del gobernador de cada estado. El capitán, de unos treinta años, tiene rasgos finos, con ojos oscuros de mulato. Es enérgico y competente. Esconde mal su desprecio por los «piojosos» que rondan por el puesto de guardia y se afanan en el terreno pantanoso más allá de la barrera. Su discurso es circunspecto, perfectamente adaptado a las preguntas del visitante. Sin embargo, mi visita le intriga. «¡En Europa sois ricos! ¡Lo quemáis todo!... Nosotros no lo hacemos así... somos un país pobre... El vertedero da trabajo a algunos de estos pobres desgraciados... No incineramos nada, todo puede servir... Le impresionaría saber lo que nuestros favelados pueden hacer con un trozo de madera, una chapa de aluminio... El cartón se vende a los mayoristas... las cajas de aluminio, las latas de cerveza se aplastan y se venden... el cristal se recoge y se vende también... Un lixeiro hábil puede ganar hasta cinco reales al día8... Con los restos de comida, las verduras, las frutas, los residuos de animales, dan de comer a sus cerdos... El lixo da de comer a todo este barrio que tiene ante usted». Su brazo abarca con un amplio movimiento todo el espacio que separa el vertedero de las lejanas siluetas blancas de los rascacielos. La policía militar nunca entra en la inmensa zona que alberga las pirámides de basura. «Sólo nos ocupamos de repartir las tarjetas por la mañana, de controlar el acceso al vertedero y de impedir que entren los niños. Para ellos sería insalubre». El capitán me presenta a un hombre desdentado, corpulento, de unos sesenta años, con chaqueta y pantalón marrones, manchados de grasa. El hombre se apoya en una muleta. Sólo tiene una pierna. Un sombrero de paja de color indefinido le 80 cubre la cabeza. Tiene la tez mortecina. Gotas de sudor le corren por la frente. Huele mal. Su mirada es turbia. Parece un cortesano. Mi antipatía por él es instantánea. «Es el feitor9... El señor es responsable de los lixeiros. Indica a cada hombre el lugar donde puede trabajar... ¡Hace falta autoridad, sabe! Las peleas son frecuentes...» El hombre con el sombrero de paja llama a dos pistoleiros, dos nebros que aparentemente le sirven de escoltas. Nos di- rigimos juntos a la pista que lleva hasta las montañas. Nuestra marcha, muy ralentizada por el cojo triste que avanza peno- samente con su muleta, durará unos veinte minutos, bajo un sol incandescente. El olor pútrido me deja sin aliento. Estoy sudando a chorros. Por el incesante vaivén de los camiones, la pista —amplia y con cunetas que sirven de vertederos— parece un barranco. Está llena de baches, marcados por las huellas profundas de las ruedas gigantescas. Los camiones se tambalean por exceso de carga. Provistos de largos palos con ganchos en un extremo, an- cianos y adolescentes trepan por las pirámides. Los más ancianos están calzados con botas negras de caucho. Llevan gorras rojas, con visera, repartidas por el vendedor de Coca- Cola que se encuentra en la puerta del vertedero. Ratas del tamaño de un gato corren entre las piernas desnudas de los adolescentes. Muchos jóvenes son esqueléticos y no les queda ningún diente. Llevan sandalias de caucho y se hacen heridas con frecuencia. Con las manos desnudas clasifican la basura y la amontonan en lugares precisos. Un hermano, un padre, un primo, acercan un carro tirado por un burro. Son carretas planas montadas sobre dos ruedas de neumáticos desgastados. Cada carro carga con una mercancía diferente: unos llevan montones de cartón y papel. Otros desbordan de piezas metálicas. Muchos transportan botellas y trozos de cristal. Los intermediarios de los compradores esperan a la salida, en el solar, detrás de la barrera. La mayor parte de los carros transportan comida. En realidad, se trata de cubos de plástico gris que contienen una especie de papilla maloliente, de color indefinido. En los cubos se mezcla harina, arroz, verduras pochas, trozos de carne, cabezas de 81 pescado, huesos, y a veces un cadáver de conejo o de rata. De la mayor parte de los cubos sale un olor nauseabundo. Nubes de moscas violetas cubren cada uno de los carros. Su baile incesante produce un zumbido sordo. Muchas moscas se posan sobre los ojos infectados de los adolescentes o sobre las piernas desolladas de los ancianos. Le pregunto al feitor por el destino del contenido de los cubos. «Es para los cerdos», me dice sin convicción. Le doy un bi- llete de diez reales. «No soy un turista. Soy relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación... Quiero saber lo que pasa aquí», le digo con una voz ridículamente solemne. El feitor se burla completamente de mi misión, pero es sensible al billete de banco. «Entiéndalo, nuestros hijos tienen hambre», me dice como disculpándose. El hombre baboso con sus dos pistoleiros como guardaespaldas casi me parece simpático. La subalimentación severa y crónica destruye lentamente el cuerpo. Lo debilita, absorbe sus fuerzas vitales. La enfermedad más leve es fatal. La sensación de carencia es permanente. Sin embargo, los sufrimientos más terribles causados por la subalimentación son la angustia y la humillación. El hambriento libra un combate desesperado y permanente por su dignidad. Sí, el hambre provoca vergüenza. El padre no consigue alimentar a su familia. La madre se queda con las manos vacías ante el niño hambriento que llora. Noche tras noche, día tras día, el hambre merma las fuerzas de resistencia del adulto. Ve acercarse el día en que ni siquiera podrá deambular por las calles, hurgar en las basuras, mendigar o llevar a cabo los trabajillos ocasionales que le permitirán comprar una libra de mandioca, un kilo de arroz, algo con lo que sustentar —siempre exiguamente— a su familia. La angustia le corroe. Viste harapos, sandalias gastadas, su mirada es febril. Puede ver el rechazo en la mirada del otro. A menudo los suyos y él mismo se ven reducidos a comer los detritos sacados de los cubos de la basura de los restaurantes o de las casas de ricos. María do Carmo Soares de Freitas, socióloga, y sus colaboradores de la Universidad Federal de Bahía (Brasil), realizaron una encuesta de larga duración en el barrio de Pela Porco de Salvador, con el fin de comprender cómo viven su situación los propios hambrientos. Con Alagados, Pela Porco es 82 uno de los bairos10 más miserables de la metrópoli del norte, antigua capital del virreinato lusitano de Brasil. Allí causan estragos la corrupción y la arbitrariedad policial, la violencia de las bandas armadas, el paro endémico, la carencia total de infraestructuras escolares, sociales, sanitarias, y la vivienda precaria. Viven allí unas 9.000 familias. Os textos dos famintos es el título del volumen, que todavía no se ha publicado, en el que todo el equipo recoge la palabra de los hambrientos11. Para exorcizar la vergüenza, las víctimas de la desnutrición crónica recurren a frases como éstas: «A fome vem de fora do corpo» («El hambre viene del exterior del cuerpo»). El hambre es el agresor, el animal que ataca. No puedo hacer nada. No soy responsable de mi estado. No debo tener vergüenza de los harapos que llevo, del llanto de mis hijos, de mi propio cuerpo debilitado y de mi incapacidad de alimentar a mi familia. Los que se ven reducidos a comer residuos sacados de las papeleras del centro de la ciudad, o de los lujosos hoteles que bordean la arena blanca de Itapoa, dicen: «Preciso tirar a vergonha de catar no lixo, porquepior é roubar» («Necesito vencer mi vergüenza de hurgar en la basura, porque peor sería robar»). Muchas mujeres y hombres interrogados llaman al hambre «a coisa» («la cosa»). «A coisa bater na porta» («La cosa llama a mi puerta»). Expulsar el hambre al exterior de su cuerpo, considerarse la víctima de una agresión, saberse herido por un adversario demasiado poderoso, son defensas contra la vergüenza. Algunos dicen también: «Sentemse perseguidos, ou pela poli- cía ou pela fome» («Me siento perseguido, por la policía o por el hambre»), o también: «A fome e sempre urn sofrimento quefere o corpo» («El hambre siempre es un dolor que hiere el cuerpo»). La bestia me ataca, ¿qué puedo hacer? Nada o casi nada, «Porque ela é mais de que eu» («Porque es más fuerte que yo»). Las palabras «perseguidos pela fome» («perseguidos por el hambre») aparecen en casi todas las respuestas. Algunas de las personas encuestadas, especialmente los adolescentes, se rebelan contra la bestia. Desean responder al ataque, resistir. «A persóa tem ser forte, tem quefazer qualquer negocio; nao ter vergonha, nao ter medo; pedir a urn e a outro, bulir no lixo, tem uns que até rouba, assalta, bole ñas croisas dos outros; nao pode Jicar esperando as coisas cair do ceu; 83 tem que ter muita fé praJicar comforfa, se levantar e andar, andar...» («Debemos ser fuertes, responder, hacer algo; no debemos tener vergüenza ni miedo; debemos pedir ayuda; debemos revolver en la basura. Algunas personas llegan a robar, atacar a los demás, apoderarse de las cosas ajenas. Nadie debe esperar que las cosas caigan del cielo. Hay que tener mucha fe para no dejar que se apague la fuerza, hay que levantarse, ir hacia delante, ir hacia delante...») Una serie de preguntas especialmente pertinentes planteadas por Maria do Carmo y otros encuestadores se refiere a «la fome nocturna» («el hambre nocturna»). La práctica totalidad de las personas interrogadas, de todas las edades y todos los sexos, tienen visiones nocturnas, sueños compensatorios en los que aparecen mesas cubiertas con manteles inmaculados, sepultadas por montañas de frutas, carnes y pasteles. Estas alucinaciones consuelan de las privaciones físicas, de la angustia lacerante y del dolor. Una joven contesta: «No tempo da noite, quando as crianzas chorara ou a violenáa assusta ainda mais, sao produzidas insoñia e visóes» («De noche, cuando los niños lloran y la violencia [policial y de las bandas armadas] asusta mucho más, aparecen los insomnios y las visiones»). Frente a una sociedad que lo excluye y le priva de comida, el hambriento se aferra a estas quimeras. En su imaginación, le devuelven su dignidad de sujeto libre. Dos mil millones de personas sufren lo que las Naciones Unidas llaman hidden hunger, hambre invisible, es decir, malnutrición. La malnutrición se define por la carencia de micronutrientes (sales minerales, vitaminas). Estas carencias provocan enfermedades a menudo mortales. Las calampas de Lima, las favelas de Sao Paulo o las sórdidas chabolas de las smoky mountains de Manila son lugares pestilentes. En las smoky mountains, donde vive medio millón de personas, un olor pútrido invade el aire. Las ratas muerden la cara de los recién nacidos. En estas chabolas de lata, las mujeres, los niños y los hombres se llenan el estómago con los residuos de comida recogidos en las montañas de inmundicias. Aveces la aportación de calorías puede ser suficiente, pero la composición de la alimentación revela carencias peligrosas. 84 Un niño en situación de malnutrición crónica puede comer todo lo que quiera, y agonizar de una enfermedad causada por la falta de micronutrientes. En los 122 países del tercer mundo en los que vive, quiero recordarlo, cerca del 80 por ciento de la población del planeta, la falta de micronutrientes provoca verdaderas catástrofes12. Entre las enfermedades más comunes y más extendidas provocadas por esta insuficiencia, está el kwashiorkor, frecuente en el Africa negra, la anemia, el raquitismo, la ceguera. Los adolescentes víctimas de la enfermedad de kwashiorkor, o síndrome pluricarencial, tienen el vientre hinchado, el cabello rojizo, la tez amarillenta. Pierden los dientes. Las personas privadas de forma permanente de una aportación suficiente de vitamina A se quedan ciegas. El raquitismo impide el desarrollo normal del esqueleto del niño. En cuanto a la anemia, ataca al sistema sanguíneo y priva a la víctima de energía y de capacidad de concentración. Otro ejemplo. Según el informe del Banco Mundial de marzo de 2003, el 15,1 por ciento de los niños palestinos de menos de diez años que viven en Cisjordania y Gaza sufren de desnutrición crónica y grave. La destrucción de las tierras cultivables palestinas, el robo de la capa freática, el bloqueo de todas las ciudades y todos los pueblos de Palestina por el ejército de ocupación israelí han hecho caer en más de un 42 por ciento el producto interior bruto palestino desde el comienzo de la segunda Intifada, en septiembre de 2000. En las escuelas de la UNRWA, en Jan Yunes, Rafah y Beit Hanun, los alumnos suelen desmayarse de inanición, perder el conocimiento a causa de la anemia13. Como consecuencia de la malnutrición infantil, millares de bebés palestinos sufren daños cerebrales irreversibles. Analicemos más detalladamente los estragos que causa la falta de micronutrientes14. La carencia de hierro es la causa más extendida del hambre invisible. El hierro es indispensable para la formación de la sangre. Su ausencia provoca anemia, que se caracteriza principalmente por una insuficiencia de hemoglobina. Mil trescientos millones de personas en todo el mundo padecen anemia, de las que 800 millones padecen un tipo de anemia que 85 tiene su origen en la falta de hierro. La anemia desorganiza el sistema inmunitario. Hay algunos tipos de anemia más benignos, que reducen en proporciones variables la capacidad de trabajo y de reproducción de los que la padecen. En los países del Sur, cerca del 50 por ciento de las mujeres y del 20 por ciento de los hombres tienen algún tipo de anemia debida a la falta de hierro. Para la alimentación de los bebés de seis a veinticuatro meses, el hierro es esencial. Su ausencia perturba la formación de las neuronas cerebrales. En los 49 países más pobres, el 30 por ciento de los bebés están en esta situación. Sufrirán por ello deficiencias mentales durante toda su vida. Unas 600.000 mujeres al año mueren durante el embarazo a causa de una carencia severa de hierro. Aproximadamente, el 20 por ciento de las muertes de parto están relacionadas con una deficiencia férrica. Otro micronutriente esencial es la vitamina A. En el seno de las clases pobres que viven en el hemisferio sur, la carencia de vitamina A es la causa principal de ceguera. Cada cuatro minutos, una persona pierde la vista por falta de vitamina A. Cuarenta millones de niños menores de cinco años sufren carencia de vitamina A. De ellos, trece millones pierden la vista cada año. La OMS ha identificado la categoría de populations at risk, poblaciones propensas a determinadas enfermedades (como las infecciones del tracto gastrointestinal o de las vías respiratorias) debidas indirectamente a la carencia de vitamina A. Esta población se componía, en 2004, de unos 800 millones de personas15. El yodo es otro elemento indispensable para el equilibrio del cuerpo humano. Hay más de mil millones de mujeres, hombres y niños aquejados de carencias de yodo. Viven sobre todo en las regiones rurales del planeta, ya que hace al menos diez años que las autoridades de los medios urbanos yodan la sal comestible. La carencia de yodo provoca estragos en el cuerpo de la madre, y también al del feto. En 2003, cerca de 18 millones de bebés nacieron con deficiencias mentales irrecuperables. ¿Y qué podemos decir de la vitamina B? Las personas que no la absorban en cantidad suficiente, padecerán beriberi, una plaga que destruye lentamente el sistema nervioso. La falta prolongada de vitamina C provoca escorbuto. 86 El ácido fólico es esencial para las mujeres embarazadas y para los recién nacidos. La ONU contabiliza 200.000 defi- ciencias graves y permanentes al año causadas en los recién nacidos por la falta de este micronutriente. La falta de ácido fólico también es responsable de una de cada diez muertes cardiovasculares en los países del tercer mundo. En la mayor parte de los casos, la malnutrición está causada por carencias combinadas. Un niño que nace en una cabaña del sertáo de Pernambuco, en los límites de una gran propiedad feudal, de un padre boia frío y de una madre jornalera, tiene todas las posibilidades de sufrir carencias de yodo, hierro y diferentes tipos de vitaminas. Más de la mitad de las personas que sufren carencias en micronutrientes tienen carencias acumulativas. La muerte de parto de centenares de miles de mujeres subalimentadas, el nacimiento de millones de niños mentalmente deficientes y la pérdida de la capacidad de trabajo de decenas de millones de hombres tienen un enorme peso sobre las sociedades. Y además, estas mujeres y hombres, marcados por las carencias sufridas en la infancia, transmitirán a su propia descendencia una «sangre mala», portadora de anemia y de otras tantas maldiciones nacidas de la malnutrición. Sin embargo, la malnutrición podría erradicarse rápidamente de la superficie de la tierra sin grandes problemas técnicos ni costes financieros exorbitantes. Bastaría con aplicar a los alimentos consumidos en el tercer mundo las mismas exigencias que en Occidente. En Ginebra, la sal que compro está enriquecida en yodo, en virtud de la legislación vigente. De esta forma, la anemia debida a la falta de hierro ha desaparecido prácticamente en Occidente. Todas las leyes relativas a la alimentación en los países industriales incluyen requisitos muy estrictos sobre la presencia de micronutrientes en los alimentos comercializados. Esta legislación sólo existe de forma muy excepcional en los países del hemisferio sur. Sí, liberar a miles de millones de seres humanos del martirio del hambre invisible no plantearía ninguna dificultad importante. Salvo la financiera, claro, pues el poder adquisitivo de la mayor parte de las víctimas es nulo. Sus gobiernos no suelen tener los medios, ni en general la voluntad, de enriquecer en micronutrientes la comida producida en su país o importada del extranjero. Las organizaciones internacionales carecen de 87 fondos para lanzar programas de erradicación de la malnutrición a escala planetaria16. La subalimentación y la malnutrición desempeñan un papel determinante en la eclosión de un número importante de enfermedades víricas que no corresponden directamente a la ca- tegoría de las hunger-related diseases, según la OMS. Un cuerpo martirizado por el hambre no resiste a las infecciones, pues las fuerzas inmunitarias son deficientes. El menor ataque del menor virus provoca la muerte. Los avances fulminantes de la tuberculosis en Asia y en Africa se deben en gran medida a la extensión de la subalimentación y la malnutrición. Lo mismo se puede decir de los avances terroríficos del sida en el Africa negra. Treinta y seis millones de seres humanos lo padecen actualmente en todo el mundo, de los que veinticuatro millones viven en el Africa negra. Los hombres, mujeres y niños africanos que sufren sida están privados en su mayor parte de terapia retroviral. No tienen dinero para ello 17. Evi- dentemente, el sida se debe al virus VIH, y no a la falta de ca- lorías o de vitaminas; puede golpear tanto a los hambrientos como a los bien alimentados. No obstante, la desnutrición cró- nica favorece la extensión de la pandemia. En el Africa negra en particular, los cuerpos subalimentados e infectados carecen de todo tipo de resistencia inmunitaria. De vuelta de un viaje por Africa Austral, Peter Piot, director de ONUSIDA, organización de las Naciones Unidas encargada de la lucha mundial contra el sida 18, escribió: «I was in Malawi and met with a group of women living with HTV. As I always do when 1 meet people with HIV/AIDS and the other community groups, I asked them what their highestprioriiy was. Their answer was clear and unanimous: food. Noi care, noí drugsfor íreatment, not relieffrom stigma, butfood» («Vengo de Malaui y me he reunido con un grupo de mujeres infectadas con el virus VIH. Como siempre que me enfrento con enfermos de sida o con otros grupos de personas, les pregunté cuál era su primera prioridad. Su respuesta fue clara y unánime: comida. Ni atención sanitaria, ni medicamentos contra su enfermedad, ni el fin de la exclusión: comida»19). Ésta es la vida de Virginia Maramba, una joven blanca que vive en Muzarabani, en la provincia de Mashonaland, en 88 Zimbabue. Su marido, Andrew, murió en 2003, como consecuencia del sida, sin dejar evidentemente herencia alguna (era jornalero). Virginia tiene dos hijos pequeños. Trata de encontrar trabajo como jornalera en las grandes granjas pertenecientes a los blancos. Cuando no encuentra trabajo, recoge raíces, hierbas en el bosque, en las lindes de las grandes propiedades, para hacer sopa a sus niños. Sus vecinos son tan pobres como ella. La subalimentación permanente, que martiriza el cuerpo y el espíritu de Virginia y de sus hijos, no se debe a indolencia de ningún tipo. La mujer trabaja muy duro. A finales de 2003 consigue hacerse con un trozo de terreno. Allí planta maíz y judías, zanahoria, mandioca y batata. Sin embargo, la lluvia es irregular. En 2004 no tiene dinero para comprar abono, por lo que sólo cosechará 20 kilos de maíz, apenas suficientes para dar de comer durante un mes a su familia20. Virginia tiene hambre, su cuerpo desnutrido no resiste a la infección. Se dirige rápidamente hacia la muerte. En los debates internacionales sobre el hambre, la palabra «fatalidad» es omnipresente. En 1974, tres años después de acceder a la independencia, Bangladesh vivió una de las peores catástrofes de su historia: las inundaciones del Ganges y el Bramaputra provocaron una hambruna que dejó cuatro millones de víctimas. Henry Kissinger avanzó el concepto de basket case, que quiere decir: algunos países están bloqueados de forma tan desesperada en el fondo de la «cesta», del abismo, que no pueden permitirse ningún tipo de esperanza. Las con- diciones climáticas, topográficas en las que les ha tocado vivir hacen que el hambre de gran parte de su población sea para siempre inevitable e impiden cualquier desarrollo económico. Sus habitantes están condenados a vivir una vida de mendicidad internacional y de angustia21. Es una cadena perpetua. ¿Podemos aceptar la sombría predicción de Kissinger? ¿Existen países bloqueados para siempre «en el fondo de la cesta»? Examinemos esta noción de «fatalidad». Cada año, el PMA publica su World Hunger Map (mapa del hambre en el mundo, que debería estar colgado en todos los colegios de Europa). Diferentes colores que cubren diferentes países indican la tasa de subalimentados permanentes y graves. El marrón oscuro indica una tasa media de subalimentación superior al 35 por ciento de la población. Este color cubre 89 amplias zonas de Africa y Asia, así como algunos países del Caribe. Desde 2001, uno de los tres países que figuran constantemente en cabeza de este palmarés macabro es Mongolia. Mongolia es un país soberbio, formado por estepas, desiertos, montañas y tundra, que se encuentra en el corazón de Asia. Su superficie es de 1,5 millones de kilómetros cuadrados y tiene 2,4 millones de habitantes, sobre todo mongoles, pero también kazajos y buriatos. Más del 50 por ciento de la población es nómada. El verano sólo dura dos meses y medio, de mediados de junio a principios de septiembre. Luego llegan el otoño y el invierno. Desde finales de octubre, las temperaturas descienden a veinte grados bajo cero. En diciembre caen a cincuenta grados bajo cero. Durante doscientos cincuenta días al año, el cielo mongol tiene un azul pálido transparente. El sol brilla. Este país, que limita con Siberia, China y Kazajistán, tiene una belleza que deja sin aliento. Al norte, la taiga. Al oeste los montes de Altai. En el sur profundo, las dunas y mesetas rocosas, barridas por los vientos del desierto de Gobi. En el centro y el este, como una sucesión de olas infinitas, se extienden las colinas cubiertas de una hierba recia. La única carretera asfaltada tiene 600 kilómetros y comunica Ulan Bator, la capital, con Selengue, una ciudad que se encuentra en la frontera con Siberia. El ferrocarril cruza el país de sur a norte: es el famoso Transiberiano, que va de Pekín a San Petersburgo. En las encrucijadas de los caminos llenos de baches que recorren la estepa se alzan montones de piedras coronadas con una bandera azul cielo, el color de los chamanes, pero también del budismo tibetano. Según una antigua costumbre chamánica, el viajero debe dar tres vueltas alrededor del pequeño montículo y lanzar tres piedras recogidas en las cercanías. En verano, una brisa permanente, ligera, sopla sobre la estepa. A partir de octubre, vientos violentos agitan el cielo. De noviembre a marzo, huracanes de nieve barren las tierras, tragándose a hombres y animales. En verano, hay una explosión de vida. Se celebran las bodas, se organizan concursos de lucha, tiro con arco, acrobacia y carreras de caballo en todos los aimag22. Los cantos mongoles, 90 que se asemejan a un lamento discreto y melodioso, resuenan en el aire. Los mongoles cuentan con una memoria colectiva muy antigua y vital. Los símbolos de su pasado están presentes en todas partes. De finales del siglo XII a comienzos del XV, do- minaron el imperio más amplio que la humanidad haya conocido nunca. Iba de Hungría ajava e incluía prácticamente todo el continente asiático, exceptuando Japón23. El fundador del imperio fue Gengisjan, que murió en 1227. Su nombre significa «rey universal». Su nieto, Kublai Jan, dejó la capital de Karakorum para fundar Pekín. Los mongoles viven en un ger —tienda redonda protegida del frío y de los vientos por tapices de fieltro fabricados a partir de la lana de oveja— y cuentan con una cabaña de más de treinta millones de cabezas: cabras (que proporcionan la preciosa lana de cachemira, exportada a China), ovejas (de todas las razas), vacas (famélicas), camellos (también llamados «navios del Gobi»), y sobre todo caballos nerviosos, rápidos, duros, de gran belleza y capaces de una velocidad al galope asombrosa. La leche de yegua, la carne de caballo y el vodka destilado a partir de cereales importados de Rusia son los manjares y las bebidas preferidos por los mongoles. Por muy fascinante que parezca desde el punto de vista de la riqueza de las tradiciones milenarias, de los valores de hos- pitalidad y ayuda mutua que supone, la sociedad nómada es de una fragilidad extremada. En 1999 y 2002, un invierno más riguroso de lo habitual, seguido por sequías catastróficas y plagas de langosta mató a cerca de diez millones de animales24. En el mapa del PMA, Mongolia figura con una tasa media de subalimentación crónica y grave del 43 por ciento. Actualmente, el 70 por ciento de los alimentos se importan de China, Corea del Sur y Rusia. Aproximadamente el 40 por ciento de la población vive por debajo del umbral de pobreza extrema y se ve obligado a subsistir con menos de 22.000 tugriks al mes (1 dólar de los Estados Unidos equivale a 1.100 tugriks25). Según las indicaciones gubernamentales, el mínimo vital para sobrevivir asciende a 30.000 tugriks al mes en Ulan Bator. En la capital se concentra más de la mitad de la población y el 30 por ciento de sus habitantes viven allí desde hace menos de cinco años, refugiados de las catástrofes naturales y del hambre en las estepas. 91 La mortalidad infantil es una de las más elevadas del mundo: 58 bebés muertos por cada 1.000 nacimientos en 2003. Para los pobres, la situación se deteriora cada vez más. La práctica de la agricultura es extremadamente difícil, porque los veranos son demasiado cortos para plantar y para cosechar. Los regadíos son imposibles en las tres cuartas partes del territorio, a causa de la falta de agua. Por todo ello, Mongolia importa prácticamente toda su comida, exceptuando la carne y la leche. El precio de los productos chinos y rusos importados aumenta sin cesar. Durante mi estancia, en agosto de 2004, el precio de los alimentos —trigo, patatas— importados de Rusia aumentó un 22 por ciento como media... De 1921 a 1991, Mongolia vivió bajo el yugo soviético. Formalmente independiente, aunque satélite de la URSS, fue un país martirizado: campos de concentración, KGB todopoderoso, ataques incesantes contra la sociedad tradicional. Trescientos mil lamas y monjes budistas fueron ejecutados por los esbirros de Stalin, durante la campaña llamada «contra el ateísmo», en 1936. Sin embargo, la sociedad mongol resistió. Los clanes per- manecieron prácticamente intactos. La solidaridad es su fun- damento: en la estepa, en invierno, cuando la temperatura desciende a cincuenta grados bajo cero, o durante los veranos de sequía, cuando falta agua, nadie está en condiciones de sobrevivir sin la solidaridad de los otros habitantes de los gers de la estepa o de los barrios desvencijados de la capital. Es una solidaridad omnipresente. Es la respiración de la sociedad mongol. La casa de dos pisos que tengo frente a mí tiene unas paredes desvencijadas de color amarillo. Está situada en el extremo de un solar, en los lejanos suburbios del sur de Ulan Bator, al pie de las primeras colinas sin árboles por las que pasa la pista que va a Dundgobi. Una pequeña escalera lleva a una puerta de hierro. Me traducen la inscripción mongol que figura en un muro exterior: «Children address identificaiion Ceníer of the Citys Governors Office» («Centro municipal para la identificación de las direcciones de los niños»). Un hombre fornido, vestido de civil, de unos cincuenta años, sorprendido y vagamente inquieto, sale a nuestro encuentro. Es el coronel Bayarbyamba, director del centro. Le sigue una mujer 92 de mediana edad, con bata blanca, la doctora Enkhmaa, y un joven inspector de policía con uniforme azul. El sol ya está alto en el cielo. El viento agita suavemente las ramas del único árbol plantado delante de la casa. Es por la mañana, pero ya hay más de 35 grados. ¿Un coronel de la policía, director de un centro de acogida para niños abandonados? Durante un instante, dudo al pie de la escalera. La puerta está abierta... Escucho el goijeo de los pequeños. En cualquier otro país del mundo, el espectáculo de un policía con uniforme azul me habría hecho dar media vuelta. Hubiera creído inmediatamente que se trataba de una farsa para visitantes extranjeros. Pero en Mongolia todo es diferente. La policía estatal saca a los niños de los tubos de la calefacción, los obliga a salir a la superficie, los recoge en los portales, los trae hasta aquí... También la policía está habitada por la solidaridad que une a todos los mongoles. La policía estatal ofrece un refugio, duchas, aseos, un mínimo de ropa, comida, atención sanitaria a estos niños de los túneles que, sin ella, estarían en su mayoría condenados a sucumbir. Luego trata de identificar a los padres o de localizar a algún miembro de la familia que pueda hacerse cargo del niño. Sin embargo, la búsqueda es generalmente vana. Los ciento treinta y dos niños y niñas de todas las edades que se refugian aquí están comiendo en recipientes de metal. Una comida copiosa: cordero hervido y patatas. El 80 por ciento de los niños que llegan están heridos o enfermos. La mayor parte son «niños de los túneles». Al llegar, casi todos están gravemente subalimentados; suelen sufrir enfermedades de la piel y del estómago. Ulan Bator se construyó hace cincuenta años, según los cá- nones de la arquitectura soviética de la época. Una inmensa planta alimentada por carbón, que se encuentra con facilidad en la tundra, suministra electricidad y calefacción a toda la ciudad. Los conductos de la calefacción colectiva pasan por interminables túneles sepultados bajo las calles. De esta forma, los radiadores de los pisos reciben agua caliente. Dentro de estos túneles se refugian, desde finales de septiembre, los más pobres entre los pobres, especialmente los niños abandonados. En mayo emergen y vuelven a sepultarse en septiembre. La policía de la ciudad los busca y cuando los encuentra los lleva a uno de estos centros. 93 Bajé a uno de los túneles gracias a una escalera metálica. Estaba lleno de excrementos. Ví colonias de ratas. El hedor era insoportable. La mayor parte de los niños son víctimas de violencia doméstica. En 2004, el paro urbano alcanzaba el 47 por ciento de la población activa. En estas condiciones, el vodka causa estragos. La desesperación también. Los niños sufren heridas, abusos sexuales y palizas. Durante la noche corren a refugiarse en los túneles. De día, revuelven en la basura. ¿Cuántos son en Ulan Bator? «Unos 4.000», me contesta el coronel Bayarbyamba. «Al menos 10.000», piensa Prasanne da Silva, un joven indio muy americanizado que dirige las operaciones de World Vision en Mongolia. World Vision es una ONG estadounidense de origen presbiteriano, dotada de un presupuesto anual de más de mil millones de dólares, financiada en un 59 por ciento por donantes individuales. World Vision ayuda a algunos de los treinta y nueve centros de acogida para niños de las calles que existen en la capital. Me invitan a comer con los niños. Junto a mí, una niña de unos diez años da de comer a un bebé flacucho de dieciocho meses que se va tragando los trocitos de cordero masticados previamente por la niña. Parece muy contento. Dulgun es un adolescente de 14 años. Hace tanto calor que sólo lleva pantalones cortos. Tiene la espalda marcada por los golpes. Enormes equimosis rojas se extienden a ambos lados de su columna vertebral. Otro niño más pequeño tiene la cara llena de costras. Algunos niños nos miran con simpatía. Otros con miedo. Todos, poco a poco, vienen a estrecharnos la mano. Una niña de 12 años llamada Zaya, con un pijama de flores, está tan severamente subalimentada que su cerebro ha quedado alterado. Da grititos incomprensibles. Su mirada muestra dolor y locura. Para desplazarse, necesita la ayuda de un compañero. Tras la comida, los niños se levantan tranquilamente y forman un corro. Se dan la mano y cantan: «¡Gracias, cocinero!» La escena parece sacada de una obra de Brecht. Luego cantan otras canciones. Zaya, que no se puede mantener de pie, es depositada delicadamente en el centro del círculo. Pido que me dejen hablar más despacio con los niños. Bat Choimpong, jefe de los servicios sociales de la ciudad, hará de traductor. 94 Las historias de los niños son muy triviales, relatos ordinarios de destrucciones, miserias y humillaciones infantiles, como podemos encontrar en todo el mundo. Sondor es un niño de siete años, dulce, con ojos pardos grandes. Tiene cicatrices en los antebrazos y las mejillas. Ahora está a salvo de los golpes, lleva en el centro dos meses. Le gustaría ir a la escuela. Dice que sus padres están en la cárcel. Tuguldur dice que tiene quince años. Frecuenta la calle, y más exactamente los túneles, desde hace tres años. Sus padres tuvieron que vender su ger a causa de una deuda insuperable. Ellos también viven en los túneles y en la calle. Tuguldur no sabe dónde están. Byamba es un niño debilucho, de piel blanca, casi diáfana, y doce años. Viene del aimagde Umgobi, al sur. Es huérfano. Cuando tenía seis años, sus padres murieron. Su abuela se hizo cargo de él en Ulan Bator. Luego ella murió también. Byamba se fue a los túneles. Vivió allí durante cinco años, hasta el mes de mayo. Cuando salgo, el niño se cuelga de mi chaqueta, buscando la ternura familiar que nunca tuvo. Bonita, triste, con un vestido azul desteñido y sandalias blancas, Schinorov es una niña de quince años. Minada por la desesperación y el vodka, su madre la abandonó. Su padre, en el paro, trató de abusar de ella. Se metió en los túneles en febrero de este año. El martes 17 de agosto de 2004 estoy sentado frente al general de brigada Purev Dash, director de la Agencia Gubernamental de Lucha contra las Catástrofes, en una casa alta y gris, en el 6 de la calle de los Partisanos, en Ulan Bator 26. El mayor enseña con orgullo sus condecoraciones soviéticas y mongoles, sobre un uniforme verde oscuro. Lleva gafas con montura de acero y el pelo negro cortado a cepillo. Es un hombre de estatura media, restallante de energía y habitado por una ironía sonriente, burlona, tan común entre los mongoles. También es doctor en ciencias. Su adjunto, Uijin Odkhuu, es también general de brigada y licenciado en ciencias. Es bajito, respetuoso de su jefe y curioso con los visitantes venidos de tan lejos. Dash me va enumerando los desastres que supuestamente debe combatir. Su primera pesadilla son los incendios en la estepa, que durante los meses veraniegos arrasan centenares de miles de 95 hectáreas, pero también los incendios forestales. El 8,3 por ciento de Mongolia está cubierto por la taiga, bosque boreal que, cruzando Siberia, se extiende hasta el polo Norte. La taiga es la mayor zona forestal ininterrumpida del mundo. Los incendios en la estepa y el bosque se ven favorecidos por una sequía que se va agravando desde finales de la década de 1990. Aunque a finales de 1980 las lluvias vertían una media anual de 200 milímetros de agua, son mucho más escasas desde las grandes sequías de 1999 y 2003. Dash no tiene a su disposición helicópteros o hidroaviones para combatir los incendios, evacuar a las familias y salvar al ganado. Su segunda preocupación son las epidemias que atacan a las cabras, los caballos, las ovejas, los camellos, pero también a los hombres. El mayor enemigo del ganado es la fiebre aftosa. Ha causado centenares de miles de víctimas en 2002 y 2003. Los servicios veterinarios carecen de lo esencial: vacunas, tratamientos antiparásitos, vitaminas. La única solución es abatir y quemar el ganado contaminado, provocando así la ruina definitiva de las familias nómadas. En cuanto a las epidemias de los hombres, lo que más preo- cupa al general es el espectro de la peste. Las pulgas portadoras de la enfermedad tienen preferencia por el pelaje de las marmotas. Junto con los antílopes y los burros silvestres, las marmotas son una de las piezas cinegéticas preferidas de los mongoles. Suministran grasa y su pelaje se cotiza mucho en el mercado. Luchar contra la peste es difícil. El general debe contentarse con emitir por la radio llamamientos urgentes a los cazadores: «Esperad antes de tocar los animales muertos. En el cuerpo frío las pulgas mueren solas». Otra preocupación: la epidemia de SARS procedente de China, que pende como una espada de Damocles sobre Mongolia. El doctor Robert Hagan, un danés sutil y enérgico, representante de la OMS en Mongolia, es el único que puede ofrecer alguna salida. Gracias a él, Mongolia está incluida desde hace poco en el sistema de vigilancia de la epidemia, implantado en todo el continente asiático por la agencia de la ONU. Las tormentas de nieve comienzan en octubre, incluso a veces a finales de septiembre. Se tragan las familias y el ganado. El general necesitaría urgentemente dinero para poder construir 96 refugios invernales para los animales. Por otra parte, el heno debería servir de alimento durante los ocho meses de invierno, pero desde la invasión de langosta de finales del año 2003, centenares de hectáreas de prado han sido destruidas. Luego los insectos devoraron la hierba estival de la estepa y los ganaderos no pudieron cosechar el heno. Para salvar al ganado, habría que importar en camión millares de toneladas de heno de Siberia. En 2003, la Dirección de Cooperación Técnica al Desarrollo de Suiza, conjuntamente con la Agencia de Cooperación rusa, organizó una caravana de camiones y transportó a lo largo de más de 3.000 kilómetros comida y heno para los centenares de miles de gers aislados por la nieve. Sin embargo, en 2004, ya no queda dinero para repetirlo. Le pregunto: «¿Qué van a hacer?» El general alza los ojos al cielo. «Esperar... esperar que el in- vierno sea clemente». En Mongolia, un invierno clemente es un invierno en el que la temperatura no baja de los treinta grados bajo cero. La Agencia almacena grano importado para prevenir las hambrunas, pero no puede almacenar agua por falta de instalaciones y de créditos. La sequía está agotando la capa freática. Unos días después de mi visita al general Purev Dash, estoy lejos, en el sur, en la región de Gobi. La ciudad de Mandalgobi fue fundada en 1942. Un horrible bloque de hormigón, de estilo soviético, alberga las oficinas del gobernador, Janchovdopoijin Adiya. Este hombre corpulento y jovial gobierna el aimag de Dundgobi, una región de 76.000 kilómetros cuadrados, en la que viven 51.000 nómadas. En su aimag, el 90 por ciento de los pozos tradicionales, dotados de una profundidad de menos de cincuenta metros, ya no se pueden utilizar. Habría que excavar pozos mucho más profundos, pero no hay maquinaria de perforación ni bombas eléctricas. En verano, la gente utiliza los estanques y los ríos. Los muertos por diarrea se multiplican, sobre todo entre los niños pequeños. ¿Mongolia es un basket case, según los criterios de Henry Kissinger? ¿Una misteriosa «fatalidad» explica las desgracias de los niños mongoles? 97 Evidentemente, no. Estas desgracias tienen un nombre: la deuda. Ésta ascendía a 1.800 millones de dólares en 2004. Corresponde casi exactamente al producto interior bruto, es decir, a la suma de todas las riquezas producidas en Mongolia durante un año. Mongolia está estrangulada. Todos los peligros que la amenazan, todos los desastres que sufre podrían evitarse o com- batirse con una tecnología adecuada. Esta tecnología existe en los mercados de Occidente. Pero cuesta dinero. Y prácticamente todo el dinero del que dispone Mongolia está absorbido por el servicio de la deuda. TERCERA PARTE ETIOPÍA EL AGOTAMIENTO Y LA SOLIDARIDAD 98 VIII ALEM TSEHAYE El viento sopla permanentemente en las altas mesetas del Tigré. El cielo es transparente. Por la mañana, unas nubes blancas viajan lentamente hacia el oeste, rumbo a las selvas de Sudán. Hace calor. El sol forma un disco gris, su luz es 99 deslumbrante. Estamos al final de la estación seca, en los últimos días de febrero del año 2004. El Tigré se sitúa entre los 2.000 y los 2.500 metros de altitud. Una tierra polvorienta, trabajada desde hace milenios por mujeres y hombres de rasgos finos, ojos de un marrón profundo, cuerpos ágiles, de piel mate, se extiende hasta perderse de vista. Los hombres están delgados y trabajan duro. A mediados del siglo rv de nuestra era, monjes llegados de Alejandría remontaron lentamente el Nilo. Vencieron la primera catarata, luego la segunda, y así sucesivamente, hasta el lago Tana y las fuentes del río. En los contrafuertes de Gondar, en tierras amháricas y en las mesetas del Tigré, predicaron el Evangelio. Casi en la misma época, llegaron otros predicadores, que hablaban los idiomas del sur de Arabia, el gueez y el arameo palestino. Se trataba de judíos convertidos, comerciantes y navegantes de cabotaje de las orillas occidentales del mar Rojo. Ahora, en algunas comunidades cristianas, en los monasterios pertenecientes a la Iglesia ortodoxa etíope de la región de Adigrat, podemos oír hablar siriaco y también podemos ser testigos de las prácticas heredadas de las antiguas comunidades judaicas. Desde la caída de la dictadura militar del mariscal Hailé Mengistu, apoyado por sus acólitos rusos, y la entrada de los guerrilleros victoriosos del TPLF1 en Addis Abeba, en mayo de 1991, Etiopía es una federación de nueve estados regionales. Cada uno de ellos dispone de su propio gobierno y de su propio Parlamento, su presupuesto y sus leyes regionales, y sobre todo, de su propia burocracia. Con algunas excepciones, las fronteras de los estados regionales corresponden a las de civilizaciones ancestrales, lenguas y culturas que existen desde hace milenios en las tierras de Abisinia. El territorio nacional supera el millón de kilómetros cuadrados. Cuenta con 71 millones de habitantes. El Tigré constituye el Estado regional más septentrional. Al este, las mesetas terminan en un foso gigantesco denominado Gran Rift, que, como una cicatriz, recorre prácticamente toda Africa Oriental, de las orillas meridionales del mar Rojo al lago Nyassa, en el lejano Malaui. La depresión de Danakil, que recorre el norte de Etiopía, cerca de las fronteras con Eritrea, es una de las tierras más desoladas del planeta. Se sitúa a 100 metros por debajo del nivel del mar. Troncos de árboles calcinados, minas de sal, piedras rajadas por 100 el calor, algunas hierbas secas, campamentos nómadas aquí o allá, una luz enceguecedora de día, tinieblas angustiosas de noche, algunos pozos, pocos oasis, un cielo al rojo vivo los doce meses del año. Nada de lluvias dignas de ese nombre. Este desierto lunar está recorrido por el pueblo de los afar, camelleros nómadas y grandes comerciantes de sal. Desde el día de nuestra llegada, por la carretera principal que va desde Mekele, en las altas mesetas del norte de Etiopía, a Adigrat, nos cruzamos con dos caravanas de sal. Cada una de ellas lleva entre 30 y 50 camellos, cargados con un centenar de kilos de sal por cabeza, procedente de los lagos mineralizados de Danakil y acondicionada en placas de color gris oscuro. Caminan con paso ondulante, uno tras otro, a lo largo de millares de kilómetros, hasta los mercados de Addis Abeba, y a veces incluso más lejos hacia el sur, hasta las tierras bajas de Kaffa. Los jóvenes afar, con tatuajes sofisticados, ojos risueños y cuerpos secos, acompañan corriendo y silbando a la caravana. Provistos de un palo, tratan de empujar a los camellos hacia el borde de la pista. !Es inútil! Los soberbios animales, sobrecargados, indiferentes, altivos, ignoran completamente a los afar. Y le toca a nuestro vehículo todo terreno apartarse de la pista. La caravana de camellos, con ritmo milenario, pasa delante de nosotros. El Tigré está formado básicamente por una meseta seca, abrupta y rocosa. En su extremo occidental, se inclina en pendiente suave hacia las plataneras, los campos de maíz, la selva y los jardines subtropicales. Es la frontera con Sudán. Las tierras tienen una fertilidad suntuosa. Tomates, cebollas, sorgo, ñame, crecen en abundancia. Hay frutales, especialmente naranjos, por todas partes. Los mangos tienen una calidad excepcional. El gobierno regional de Mekele trata de incitar a los campe- sinos y sus familias a migrar desde las mesetas superpobladas a las tierras bajas del oeste, con sus plantaciones subtropicales. ¡Es de lo más razonable! Durante dos años, los poderes públicos ayudan a los emigrantes a desbrozar, plantar, construir una cabaña. Mientras tanto, su familia seguirá teniendo el usufructo de sus tierras de origen. Si después de dos años la experiencia en las tierras bajas es positiva, podrán volver a la meseta a buscar a sus familias. Si el traslado es un fracaso, el campesino podrá volver a su casa y la aventura habrá terminado. 101 A pesar de todo, una maldición ancestral persigue a los pueblos del Tigré. En las tierras occidentales y subtropicales las epidemias causan estragos. A pesar de todos los esfuerzos profilácticos de los poderes públicos, la malaria, la esquistosomiasis, la fiebre amarilla diezman a los trabajadores. Un parásito llamado tripanosoma es especialmente peligroso. Se transmite a través de la mosca tse-tse. Se introduce en el cerebro y causa la muerte. La voluntad de vivir de los habitantes del Tigré es tal, que a pesar de tantas adversidades, cada vez más familias abandonan sus casas de piedra y emigran hacia occidente. En la meseta rocosa del Tigré central, quedan numerosas iglesias rupestres, talladas en la roca. Sólo en el distrito de Gueralta hay ciento veinte. Visitamos la conocida como Abreha y Atsebha, también llamada Debra Negast («iglesia de los reyes»). Su nombre procede de dos hermanos que reinaron sobre el Estado cosmopolita de Aksum, próspero y poderoso, a comienzos del siglo IV. El paisaje tiene una belleza inefable. Al pie de la pared de gres rojo, la aldea de piedra dormita a la sombra de inmensos sicomoros. Picos montañosos de formas extrañas cierran el horizonte. Una gigantesca escalera de granito rojo, de escalones erosionados por el viento, sube hacia el pórtico fortificado y el túnel que conduce al interior de la roca. La elevada bóveda alberga tres altares dedicados a los arcángeles san Gabriel y san Miguel y a la Virgen. Se sostiene sobre pilares tallados directamente en la roca, enrojecidos por la llama de los cirios. Alem Tsehaye Adane, una viuda de guerra de unos cincuenta años2, vive a unos centenares de metros del pórtico fortificado. Su marido, Simón Neguesse, un joven combatiente del Frente Popular de Liberación del Tigré, murió carbonizado en una trinchera en occidente, en una fecha indeterminada a finales de la década de 1980, víctima del napalm arrojado desde un bombardero Antonov soviético. Es flaca y camina muy erguida. Lleva un vestido de algodón gris, sandalias y un cinturón de tela de colores. Tatuajes azul oscuro recorren en líneas finas su frente, el contorno de sus ojos, el dorso de sus manos. Es una mujer segura de sí, risueña y vivaz. Nos recibe en el interior del segundo patio de su casa de piedra. La pared de roca, a la derecha de la escalera monumental, resguarda del viento incesante y de la arena que arrastra algunos bananos, el pozo y el gallinero. 102 ¿Por qué hay dos patios? Porque en el segundo está el orgullo de Alem Tsehaye: ¡las letrinas! En cuanto llegamos a Mekele, por la mañana temprano, en el Fokker de Ethiopian Airlines procedente de Addis Abeba, Abadi Zemu Gebru, vicepresidente del gobierno regional del Tigré, y Teklewoini Asefa, director ejecutivo del REST (Relief Society of Tigray — Sociedad de socorros del Tigré), nos embarcan en vehículos todoterreno. Salimos hacia el este, por una pista llena de baches, hacia las rojas paredes de piedra de Gueralta. Estoy en una misión de la ONU. Es perfectamente legítimo que el gobierno regional y el REST deseen que empiece conociendo a algunos ciudadanos ejemplares. Y así he llegado a casa de Alem Tsehaye Adane. El REST se fundó a comienzos de la insurrección, en 1978, para ocuparse de los mutilados de la guerrilla y del abasteci- miento de las aldeas liberadas. La organización debía ocuparse también del transporte de los heridos graves hacia Kassala (en Sudán) o incluso hasta Puerto Sudán, en el mar Rojo, donde gracias a las donaciones de la solidaridad europea, médicos suecos, noruegos, franceses, italianos y suizos operaban las veinticuatro horas cuerpos constelados de metralla, agujereados por balas explosivas, quemados con napalm: los de los jóvenes combatientes del frente. Los cirujanos operaban también a las mujeres y los niños de las aldeas incendiadas por los bombarderos Antonov. REST es ahora la principal sociedad de autoayuda de interés público en el Tigré. Ha financiado la instalación de las letrinas en el patio de Alem Tsehaye. Abadi Zemu Gebru y Teklewoini Asefa se encuentran entre los escasos fundadores del frente que son supervivientes. Con más de sesenta años, tienen una flexibilidad y una agilidad asombrosas. Calvos los dos, son de los pocos fundadores del frente que siguen vivos. Han conocido la selva de Sudán, el largo periodo llamado de acumulación de fuerzas, y también las marchas interminables a través de las montañas, y finalmente los terribles combates callejeros por las aldeas de la meseta. Abadi Zemu Gebru lleva gruesas gafas de miope. Una corona de cabellos blancos rodea su cráneo calvo. La manga derecha de su chaqueta está vacía. Flota con la brisa. Hace más de veinte años, el fragmento de un obús ruso le arrancó el hombro. Apareció la gangrena. Con la ayuda de otro compañero, su amigo Teklewoini afiló un cuchillo sobre una hoguera. Cortó los flecos de carne, arregló los músculos restantes y los tendones, 103 seccionó el hueso y amputó el brazo a la altura del hombro. Sin anestesia. Los tigranos sólo representan el 7 por ciento de la población total de Etiopía, pero ellos derrocaron al tirano en 1991. Ahora dominan casi todas las estructuras de poder. ¿Cómo lo hacen? De origen marxista, aunque convertido (por pura oportunidad política) en aliado de los Estados Unidos, el TPLF ha decidido ocupar las instituciones. De esta forma, en el seno de cada uno de los gobiernos de los nueve estados regionales que forman la federación de Etiopía, los tigranos actúan como ministros, o también (más frecuente) como consejeros en la sombra. Y en el gobierno federal, el TPLF ocupa desde 1991, y sin duda para muchos años, los puestos clave: primer ministro, ministro de Asuntos Exteriores, viceprimer ministro de desarrollo económico, los comandantes de las principales unidades de las fuerzas armadas, jefes de los servicios de seguridad. Abadi Zemu Gebru es un compañero de viaje agradable, vital, frugal, con sentido del humor y capaz de reírse de su sombra. Marxista, pero profundamente marcado por la milenaria cultura igualitaria y antijerárquica de las mesetas, no habla como los políticos. «¿Ha conocido a Meles? ¿Todavía no? ¡No hace falta! Aquí todos somos Meles, yo también soy Meles» 3, y suelta una carcajada... Una nube de niños risueños, de adolescentes curiosos de miradas impertinentes y graves pronto invadirán el patio. Un niño pequeño vestido con un jersey demasiado corto, con el culo al aire, se balancea orgullosamente en los brazos de Alem Tsehaye. La viuda tiene seis hijos, entre 18 y 25 años, y tres nietos, incluido el alegre hombrecito que lleva en brazos. Sus nombres (del más joven al mayor) son testimonio del dominio que ejercen sobre la familia los sacerdotes de la iglesia de Debra Negast que corona la aldea: Gebremariam, Amanuel, Shenun Negesse, Yoseph, Tsiduk, Zasbia, Kushed. Resulta evidente que, las letrinas no han sido utilizadas nunca. Están formadas por una plataforma con agujeros y el borde de hormigón, encima de una fosa séptica. Es un monumento majestuoso que da testimonio de la adhesión de la familia a las estrategias de desarrollo decididas por el REST. Bajo el viento incesante, Alem Tsehaye responde con gusto a nuestras preguntas. Entiendo por qué los dos ex combatientes, ahora miembros del comité central del Frente y dirigentes del 104 estado regional, han querido que viéramos ese patio, bajo el inmenso sicomoro. Se considera que 2004 ha sido un año de «buenas cosechas», lo que en Tigré significa que de los 3,5 millones de habitantes del estado regional, sólo un millón dependerán de la ayuda alimentaria internacional que llega desde el puerto de Yibuti. Alem Tsehaye puede dar de comer a su familia. De las ochenta y dos familias del pueblo —de las que doce están bajo la responsabilidad de mujeres solas— la suya es con seguridad la más próspera, si podemos aplicarle este calificativo incongruente en las mesetas ventosas del Tigré. Si lo comparamos con las catástrofes que se abaten sobre Etiopía desde hace siglos, 2004 se puede considerar un «buen» año. En todo el país, sólo 7,2 millones de personas deben su supervivencia a la ayuda alimentaria. Sin embargo, es sabido que Etiopía está situada en zona de monzones. Y éstos son cada vez más irregulares. Las hambrunas cada vez aparecen con más frecuencia: su ritmo se acelera a ojos vista. En 1973, millones de seres humanos murieron de hambre y sed en las mesetas. En 1984, el número de víctimas se podía contar por centenares de miles. Desde entonces, los mecanismos de prealerta se han perfeccionado. En la calle de Lausana, en Ginebra, una organización poco conocida, aunque sus responsabilidades son fascinantes, anticipa los huracanes, las sequías, las tormentas: se trata de la Organización Meteorológica Mundial. Sus satélites pertenecen a la ONU. Gracias a ella, la respuesta sobre el terreno es más eficaz, más rápida que en 1973 o en 1984. En cualquier caso, en este mes de febrero de 2004, el observador se enfrenta con una situación absurda. En dieciocho zonas de producción del país, la producción de cereales es excedentaria. Centenares de miles de toneladas de te, de maíz, de trigo, se pudren por falta de medios de transporte y de infraestructuras viarias. Además, la estructura de precios, muy dependiente de la especulación de los mercaderes, está totalmente pervertida. Los gastos de producción de una tonelada de maíz ascienden a una media de 70 dólares. En el momento en que estoy recorriendo la región, los campesinos reciben una media de 23 dólares por tonelada. El Programa Mundial de Alimentos (PMA), por su parte, paga una media de 140 dólares para financiar el transporte de una tonelada de maíz desde el puerto de Yibuti hasta el lugar de distribución. 105 Para dar de comer a los 7,2 millones de hambrientos, privados de recursos durante todo un año, serían necesarias 900.000 toneladas de cereales. El 15 de marzo de 2004, el PMA lanzó un llamamiento internacional de urgencia para que los Estados desbloqueasen 100 millones de dólares con el fin de comprar en Etiopía 300.000 toneladas de sorgo, trigo y maíz. El llamamiento apenas tuvo eco 4. Decenas de miles de toneladas de sorgo, maíz, trigo etíope se siguieron pudriendo al sol a unos centenares de kilómetros de las aldeas donde agonizaban los hambrientos. Del norte al sur, del este al oeste del extenso país, la malaria, la tuberculosis, el tifus y la fiebre amarilla causan terribles estragos. Los «agentes de desarrollo», funcionarios locales del gobierno regional, distribuyen pastillas contra la malaria en cantidad insuficiente. En cuanto a la tuberculosis, es un efecto de la desnutrición. La transmisión del tifus se explica por la contaminación de los ríos, la infección de las marismas donde beben animales y personas privadas de pozos. La malaria ha golpeado prácticamente en todas las casas del pueblo. Excepto en casa de Alem. Con los ojos brillantes, me dice: «No he perdido a nadie... ni siquiera un hijo». En sus brazos, el pequeño sigue moviéndose ruidosamente. En febrero empieza la cuaresma. A continuación llega la Pascua ortodoxa. Esta fiesta suntuosa domina todo el ciclo de la vida de los cristianos en Etiopía. La mitad de la población está formada por cristianos ortodoxos y la otra mitad por mu- sulmanes. Durante la cuaresma, los campesinos ayunan. En un lugar que sufre desnutrición crónica, es realmente una paradoja. Sin embargo, en los pequeños restaurantes de los pueblos en los que paramos, ofrecen regularmente dos menús: el ordinario (formado por una torta de tef con salsa de carne, pollo o huevos) y otro presentado en caracteres más grandes, con el fin de señalar la obligación moral, llamado Fasten Food (menú de ayuno). El menú de ayuno excluye cualquier producto animal. Prácticamente todos los clientes tigranos que encontramos sentados en las esteras de estos restaurantes habían elegido el segundo menú. 106 Etiopía vive al ritmo de un calendario lunar. En 2004, la cuaresma duró cincuenta y cinco días, del 16 de febrero al 14 de abril. Durante la cuaresma, unas cajas de lata pintadas de colores vivos —amarillo, verde, rojo— se colocan sobre trípodes, en los cruces de caminos. Estas cajas, destinadas a impresionar a los cristianos, aterrorizados por la salvación incierta de su alma, recogen el óbolo de la cuaresma. ¿Cuántos birrs ofrece Alem? 5 Se niega a contestar, pero al ver su sonrisa picara, entiendo que no ha caído en la trampa de los curas. El 26 de febrero de 2004, a la entrada de la universidad de Addis Abeba, se registra a todo el mundo. Es a causa de la «amenaza terrorista». Compro el Ethiopian Herald. Una noticia en la portada llama mi atención. A partir de hoy, el PMA reducirá en un 30 por ciento las raciones diarias repartidas en los campos de refugiados etíopes. Allí están hacinados 126.000 refugiados procedentes de Sudán, Eritrea, Somalia. La nueva ración diaria será de 1.500 calorías por persona. Es decir, una ración que está en el límite de lo que la ONU considera hambruna6. Evidentemente, las nuevas normas en los campos se generalizarán a toda la ayuda alimentaria practicada por la ONU en Etiopía. ¿Cómo explicar esta brusca reducción? El PMA lanzó en febrero de 2004 un nuevo llamamiento a los donantes: de los 142 millones de dólares necesarios, sólo se obtuvieron 37 mi- llones. Los principales Estados occidentales alegaron que de- bían dar prioridad a la política de seguridad anti terrorista. La obsesión por la seguridad, inducida por la «guerra contra el terrorismo», aparta a la mayor parte de los Estados miembros de la ONU de la lucha contra la miseria. Los fondos se agotan. Por falta de medios financieros, la ONU ya no consigue hacer retroteder el hambre en Etiopía. 107 IX EL HAMBRE VERDE La práctica totalidad de los nueve estados regionales de Etiopía son étnicamente homogéneos: un pueblo singular (con algunas minorías insignificantes) vive en cada uno de ellos. Sólo hay una excepción: la SNNPR (Southern Nations, Nationalities and People’s Región, o Pueblos del Sur). Allí viven cuarenta y cinco etnias. Las cinco etnias más importantes tienen un peso similar. Este estado se encuentra en el extremo sur de la federación, en las tierras fértiles de clima subtropical, cerca de las fronteras de Kenia y de Sudán. Su superficie es de más de 100.000 kilómetros cuadrados, con unos catorce millones de habitantes. Su capital es Awassa, un pueblo de lata con algunos edificios de hormigón. En un lago cercano, rodeado de campos de algodón con sus flores blancas, se refleja una mezquita totalmente nueva, pintada de verde, un regalo de los wahabíes de Arabia Saudí... El tiempo está pesado. Amenaza tormenta. Un olor a maíz tostado impregna el aire. A lo largo de la carretera, varias mujeres tratan de vender sacos de carbón vegetal. La poligamia está generalizada en el sur. En el corazón del estado regional de la SNNPR, alrededor de Awassa y de su lago, se extiende la región de los sidamos, pueblo de cultivadores de café que cuenta con unos 3,5 millones 108 de habitantes. Esta región tiene una fecundidad asombrosa. Bjorn Ljungqvist es un luterano obstinado. De estatura mediana, sólido, con ojos vivos, mucho sentido del humor, el pelo de color tostado, la mirada clara, tiene una energía desbordante. Es uno de esos escandinavos que consagran su vida a luchar contra la destrucción de los niños. Su mujer, tanzana, médico de profesión, le ha dado tres hijos. Desde hace treinta años, Ljungqvist no ha salido prácticamente de Africa. Actualmente es coordinador nacional del UNICEF para Etiopía. A los 53 años, ha acumulado una experiencia formidable, pero es totalmente inútil intentar entablar con él un debate político. Es un tema que no le preocupa. Con ocasión de uno de mis viajes imposibles en uno de los dos Fokker de Ethiopian Airlines, en plena tormenta, le pregunto: «¿Cómo ves el mundo? ¿Hacia dónde va Etiopía? ¿De dónde viene tu determinación?» El avión cabeceaba de forma muy inquietante, y tengo que confesar que estaba muerto de miedo. En cambio, Bjorn estaba tranquilo como una roca. Sin duda no comprendía en absoluto mis preguntas, ni el miedo que sentía en ese momento. «¿Mi motivación? Mis padres me enseñaron desde pequeño lo que es justo y lo que es intolerable. [...] Hay que respetar a los hombres». La respuesta me pareció somera, pero no insistí. De pronto, Bjorn me miró a los ojos: «You have to help these kids... don’t you?» («Hay que ayudar a estos niños... ¿no?»). ¡Evidentemente, camarada Bjorn! Bjorn Ljungqvist montó en junio de 2003 el centro de nu- trición de Yirga Alem, en el distrito de Dale, estado de Sidamo. Me presento ante la verja de entrada de este centro una mañana de febrero de 2004. El año anterior, cerraron varias decenas de centros similares. Entre el polvo, hay hombres y mujeres sentados sobre las piernas cruzadas, postura tradicional de los pueblos del sur. El calor es aplastante. Unos perros corren por allí. Cada mujer, cada hombre, lleva en brazos a un bebé al borde de la extinción. Unas moscas atacan los grandes ojos cansados de los niños esqueléticos. Los adultos las espantan con gesto lento. Son niños de brazos y piernas como palillos, de mirada enfebrecida. Algunos están cubiertos de harapos. Aveces, sube un estertor de un montón de trapos. Poncianas, acacias, eucaliptos dan sombra a la plaza recalentada. El doctor Endale Negessau es el responsable del 109 centro. Periódicamente, Etaferahu Alemayehul, la enfermera jefe, una hermosa mujer morena, abre la veija. Invita a entrar a una nueva familia. En tres grandes tiendas han colocado camas de campaña y esteras. Marta Shallama, de 30 años, tiene tres hijos gravemente subalimentados y un niño sano. Están todos juntos acurrucados alrededor de una cama en la primera tienda. Se llaman Belynesh Rayemo, Kafita Kayemo, Mamush y Mengheshe. Todos, con excepción del niño sano, reciben dos veces al día un tazón de «leche terapéutica». Es una bebida preparada por Bjorn y sus colegas. Contiene proteínas, lípidos, vitaminas (A, D, E, C, Bl, B2) y niacina, y también un cóctel de sales minerales. La base es leche desnatada en polvo. Esta comida para ur- gencias extremas se transporta en bolsas de aluminio. Lleva el nombre científico de «leche terapéutica F-1000 B-O-Nutriset». Mezclada con agua hervida, se toma por la boca. Con dos litros de agua, se obtienen 2,4 litros de «leche terapéutica». El contenido de la bolsa debe consumirse como muy tarde a las tres horas de su apertura. Devolver la vida a niños que se están muriendo de hambre es una operación compleja: es indispensable vigilancia médica constante. Con frecuencia, los niños llegan al centro con abscesos en la boca, enfermedades respiratorias graves o en coma. En esos casos, la absorción por la boca no es posible y se les inyecta un reconstituyente vitamínico. Cuando vuelven a la vida y salen del centro, estos niños deberán recibir durante algún tiempo comida medicalizada. ¿Y después? El UNICEF recomienda la lactancia en todos los casos. Sin embargo, en las tierras bajas tropicales de Sidamo, la mayor parte de las mujeres víctimas de la hambruna tienen los senos secos como piedras. Ellas mismas son víctimas de una subalimentación grave y permanente y son incapaces de producir la leche necesaria para la comida de sus bebés. Con el fin de ayudar a los enfermeros, los agentes sanitarios y los médicos descalzos (generalmente de origen cubano) a mantener en vida a los niños procedentes del centro de nutrición, Bjorn Ljungqvisty sus colegas han escrito un manual. Se llama The Management of Severe, Acule Malnutrition, a Manual for Ethiopia. Tiene 160 páginas, con múltiples dibujos, y está lleno de consejos prácticos para almacenar las bolsas, 110 controlar el peso del bebé, garantizar la higiene doméstica, combatir las enfermedades principales debidas a la desnutrición, la deshidratación debida a las diarreas, la hipoglucemia... Este manual está traducido a los principales idiomas locales. Sin embargo, su distribución tropieza con un problema fundamental: pocas madres saben leer. Las mujeres se quedan en el centro unos ocho días. Los niños que sufren enfermedades graves (tuberculosis, etcétera) se quedan mucho más tiempo. Las tres tiendas corresponden a tres fases de tratamiento. Los niños y los adultos pasan de una a otra y reciben cuidados que, al final del ciclo, les permitirán dejar el centro con un organismo y un metabolismo restablecidos. La comida tera- péutica desarrollada por Ljungqvist y los suyos hace verdaderos milagros: en Yirga Alem, desde junio de 2003, han sido admitidos centenares de niños y adultos. Sólo el 10 por ciento de los ingresados no se han podido salvar. En la tienda número tres se alojan los pacientes que están a punto de salir. Cuando abandonen el centro, recibirán bolsas de leche en polvo terapéutica, que les permitirán hacer frente a las primeras semanas. Luego la enfermera de servicio les dará los últimos consejos. Etaferahu, la enfermera de cálida sonrisa, lucha contra una plaga endémica: muchas madres vuelven al centro con los mis- mos niños, gravemente subalimentados. Entonces la enfermera pregunta: «¿Por qué no le has dado leche a los niños regularmente, como habíamos dicho?» La mujer, molesta, contesta: «Le he dado las bolsas a mi marido». Sabe que la enfermera la regañará. Por esta razón, añade con un hilo de voz: «Dios me dará otros hijos, pero sólo tengo un marido...». También Bjorn ha encontrado la expresión justa para designar la absurda situación que viven actualmente Marta Shallama, sus hijos y miles de familias campesinas de Sidamo. Todos son víctimas del «hambre verde», dice. Alrededor de las tiendas del centro de nutrición de Yirga Alem, hay una naturaleza suntuosa. Las buganvillas rojas y moradas relucen a través de las densas ramas de los arbustos de colores vivos. Las hojas de las acacias también relucen con un verde deslumbrante. No hay ni rastro de sequía. La tierra es roja y rica. Las malas hierbas son altas como una persona. Los senderos están bordeados de arbustos floridos, naranjos y plataneros. A unos centenares de metros de Yirga Alem, un río 111 arrastra un agua marrón oscuro. Su fuerza es tal, que arranca en las orillas motas de tierra, arbustos enteros. Los puestos de los mercados de los alrededores —y hasta los de Ziwy y Hosanne, mucho más lejos hacia el norte— están cargados de ñames, sorgo, frijoles, lentejas, higos. La primera noche después de nuestra llegada, cayeron incluso unas gotas de lluvia sobre las tiendas. Entonces, ¿por qué el hambre, la subalimentación debilitante, la muerte en Sidamo? La respuesta cabe en unas palabras: la caída catastrófica y brutal de los precios mundiales del café. La región de Kaffa, que limita con la de Sidamo, situada en las tierras subtropicales del sudoeste, es la cuna del café. Precisamente la región de Kaffa ha dado su nombre a las semillas oscuras (salvo en Etiopía, donde el «café» se llama buna...). Desde la noche de los tiempos, el café desempeña un papel capital en la vida de los pueblos abisinios: la «ceremonia del café» se practica en casi todas las casas. Ante todo, es un rito de bienvenida, de hospitalidad. También sirve de exorcismo, de expulsión de los malos espíritus. La «ceremonia del café» protege a la casa contra la adversidad. El ama de casa muele los granos, los tuesta en un pequeño soporte metálico. En las casas ricas es de plata, y en las pobres de hierro. Está montado sobre unos pies, encima del brasero. Se mezcla incienso con el carbón. Pronto la casa se llena de un olor agradable... Luego vierte el café en una jarra de barro. Se hierve tres veces. Luego se sirve en unas tacitas. La primera se entrega al huésped extranjero. La ceremonia se realiza en silencio, solemnemente, con gestos de gran elegancia llena de discreción. El invitado debe beber tres tazas seguidas. La tradición lo exige. Si no se hace así, se abatirán maldiciones sobre el invitado y su familia, pero también sobre la casa del huésped. El café es el principal producto de exportación de los etíopes. Con las pieles de los animales y algunos cítricos, es el único bien que permite a Etiopía conseguir algunas divisas. Por esta razón lo suelen llamar aquí «oro marrón». Desde 2000, en los mercados mundiales, la situación del café es catastrófica: los precios de compra al productor se han desmoronado 112 absolutamente. En marzo de 2004, alcanzaron el nivel más bajo de los últimos cien años. Si sabemos que en Etiopía el 95 por ciento de los granos de café están producidos por pequeños campesinos que trabajan en familia, podemos adivinar las consecuencias. Oxfam1 ha calculado que en tres años (de 2000 a 2003) el precio de compra de un kilo de grano había caído de tres dólares a 86 centavos2. El ministro de Finanzas de Addis Abeba considera que desde el crack el país ha perdido 830 millones de dólares en la exportación3. En 2004, una mayoría de campesinos tradicionalmente dedicados a la producción de café habían renunciado a cosechar los granos, pues los precios de venta no cubrían ni de lejos los gastos de producción. Algunas cifras: en 1990, el conjunto de los países productores de café habían exportado 11.000 millones de dólares en grano. Ese mismo año, los consumidores del mundo entero habían consumido unos 30.000 millones de dólares en café. En 2004, los ingresos procedentes de la exportación de los campesinos cultivadores habían caído a 5.500 millones de dólares. Sin embargo, en el otro extremo de la cadena, los consumidores habían gastado 70.000 millones de dólares para su consumo4... En todo el mundo hay más de 25 millones de productores de café. La mayor parte de ellos son pequeños o medianos productores que trabajan en pequeñas explotaciones familiares de una a cinco hectáreas; el 70 por ciento de la producción mundial de café procedía de explotaciones de menos de diez hectáreas. En 2003, todos esos campesinos, en su conjunto, produjeron unos 119 millones de sacos (un saco contiene 60 kilos de grano). Desde siempre, el mercado mundial del café sufre fuertes variaciones en el precio de compra al productor local. Sin embargo, catástrofes como las que sufren actualmente los productores son felizmente muy infrecuentes. Durante la década 1980-1990, el precio medio del café, según la International Coffee Organization (ICO), era de 1,2 dólares por libra de grano comprada al productor local. Actualmente ha caído a menos de 50 céntimos. El 94 por ciento del café sale de los países productores en forma de «granos verdes», es decir, granos sin tostar, pues la operación de torrefactado se realiza fuera del país productor. El 113 mercado mundial está dominado por un puñado de sociedades transcontinentales, las que Noam Chomsky llama las «gigantescas personas inmortales». Ellas deciden sobre la vida y la muerte de decenas de millones de familias campesinas repartidas por más de setenta países, de Brasil a Vietnam, de Honduras a Etiopía. La primera de estas «gigantescas personas inmortales» es el cártel agroalimentario Nestlé5. El número de señores del mercado mundial del café no deja de disminuir. Una guerra despiadada causa estragos entre ellos y los más grandes se comen a los más pequeños. En 2004, los cinco más poderosos se llamaban: Nestlé, Sara Lee, Procter and Gamble, Tchibo y Kraft (propiedad de Philip Morris). Todos juntos compraron el año pasado más del 44 por ciento de la producción mundial de café bruto de todas las categorías. Además, controlan prácticamente toda la torrefacción, transformación y comercialización del café. En los supermercados europeos, el consumidor se enfrenta con una oferta muy diversificada de marcas de café soluble molido o en grano. Las principales pertenecen en realidad a una de las cinco sociedades transcontinentales. Maxwell y Jacobs pertenecen a Kraft; Nescafé y Nespresso a Nestlé; Procter and Gamble es propietaria de la marca Folgers; Sara Lee, de Douwe Egberts. En cuanto al gigante Tchibo, comercializa las marcas Tchibo y Eduscho. Mientras el hambre, la desnutrición, las amebas, la tuber- culosis minan la salud de los hijos de Marta Shallama, la fac- turación y los beneficios netos de los señores del café se mul- tiplican. Los beneficios de Sara Lee aumentaron un 17 por ciento en 2000 (año en que los precios de compra a los pro- ductores empezaron a desmoronarse). Los de Nestlé crecieron un 26 por ciento. En cuanto a Tchibo, el año 2000 fue el más rentable de su historia: sus beneficios netos aumentaron un 47 por ciento. Durante más dé treinta años, el mercado del café estuvo regulado por un International Coffee Agreement (ICA). Gracias a él, los principales Estados productores y los gigantes del sector agroalimentario esperaban garantizar unos precios relativamente estables a los campesinos. Además de las maniobras especulativas en Chicago, los factores climáticos (cosechas abundantes en un continente un año y catastróficas al año siguiente), los estragos causados por enfermedades de la 114 planta y muchas causas más eran responsables de las variaciones constantes de precio. La única solución era una regulación artificial de los precios, pero ¿cómo hacerlo? EL ICA fijaba cuotas de exportación estrictas a los países productores. Para ello se inspiraba en el método desarrollado por la Organización de Países Productores de Petróleo, la OPEP. Estas cuotas para la exportación garantizaban una variación limitada del precio, entre 1,20 y 1,40 dólares por libra de café bruto. Sin embargo, en 1989, el ICA fue liquidado por las multi- nacionales del café. ¿Por qué razones? Oxfam nos da una respuesta. El café es producido por campesinos generalmente pobres, pero en países de una importancia geoestratégica considerable. Mientras duró la bipolaridad de la sociedad planetaria, es decir, mientras se enfrentaron en el planeta dos sistemas económicos y políticos antinómicos, hubo que evitar a todo precio que millones de familias de cultivadores sucumbieran a la tentación del voto o la afiliación comunista. Los cosmócratas consideraban una pesadilla constante la posibilidad de que Brasil, Colombia, Salvador, Ruanda, se sumaran al bloque so- viético. La estabilización artificial de los precios de compra al productor, a través de los mecanismos complicados del ICA, debía conjurar esta amenaza. Sin embargo, en 1989, las fron- teras occidentales del imperio soviético se vinieron abajo. Pronto se fragmentaría la misma Unión Soviética. En estas condiciones, el ICA había dejado de tener utilidad. Así es como el mercado mundial del café está sometido desde entonces al derecho del más fuerte. Es decir, las cinco grandes sociedades transcontinentales. Awassa es la capital de Sidamo. En esta ciudad, los campe- sinos vendían su saco de 60 kilos de café en grano arábica por un precio de 670 birrs en el año 2000. En 2004, este precio había caído a 150 birrs. En la región, 2,8 millones de familias vivían exclusivamente del café. Sidamo había sido una región próspera hasta el año 2000: ni la sequía mortífera de 1973 ni la de 1984 la afectaron. Sin embargo, actualmente, los ingresos del café ya no cubren, ni de lejos, los gastos de producción. Cosechar a mano, uno a uno, los granos de café —que maduran al ritmo de la naturaleza— exige una destreza, una energía y una habilidad considerables. 115 Sin embargo, este trabajo ya no se paga. Como las familias campesinas no ganan nada, ya no están en condiciones de comprar en el mercado local la comida (aceite para cocinar, medicamentos, sal, ropa...) que necesitan para vivir. Las consecuencias sobre la escolarización de los niños son catastróficas, como podemos suponer, si consideramos que enviar a un niño a la escuela cuesta 20 birrs a una familia durante un semestre: ni los libros ni el uniforme escolar son gra- tuitos. Así es como las escuelas se están vaciando. Los campesinos que son propietarios de su casa la venden y emigran a la ciudad. Allí no encontrarán prácticamente nunca un trabajo regular y dignamente remunerado. La prostitución y la mendicidad pronto serán las principales fuentes de ingresos de estas familias campesinas. En muchos casos, acabarán siendo destruidas por la miseria. Hans Joehr es el director de la división «Agricultura» de Nestlé. Conoce la violencia que se abate sobre los cultivadores de café mejor que la mayor parte de las personas. Incluso lo lamenta. Sin embargo, la atribuye a «las fuerzas globales del mercado». ¿Especulaciones de Nestlé (y de otros consorcios agroalimentarios) sobre los precios del arábica y el robusta? Joehr no sabe nada de eso. No, insiste: son fuerzas objetivas que mueven los mercados a espaldas de todos. Los hombres no tienen nada que ver. Sin embargo, Hans Joehr compadece a las víctimas y quisiera ayudarlas. Su propuesta es luminosa: de los 25 millones de familias productoras de café que existen actualmente en el mundo, 10 millones al menos «deben aceptar desaparecer». Se trata, como pueden comprender, de «sanear» el mercado. Joehr aconseja la «desaparición» a los hombres y mujeres excedentarios. Sí, la desaparición6. X 116 LA RESISTENCIA Nadié es propietario de su tierra en Etiopía. Tradicionalmente, sólo existe el usufructo. Los monjes en sus fortalezas, en la cima de las montañas, y los sacerdotes seglares (generalmente padres de familia que llevan el largo bastón provisto de una cruz de cobre y un turbante blanco) no son una excepción. Trabajan en sus parcelas bajo el mismo sol implacable, bajo el mismo viento incesante que sus parroquianos. En algunas regiones del país, especialmente en Wollo y en el Tigré, el gobierno está dando tímidos pasos hacia la privatización de las tierras agrícolas: organiza la «certificación» de las parcelas, es decir, el registro de los usufructuarios, bajo la presión del Banco Mundial. La negativa del gobierno a instaurar la propiedad privada está dictada por la historia. Desde la noche de los tiempos, hasta el derrocamiento del último emperador, una mañana de septiembre de 1974, Etiopía ha vivido bajo un régimen feudal feroz. La aristocracia, de origen básicamente amhárico, junto con los monasterios y los obispos, era propietaria casi exclusiva de la tierra cultivable, los bosques, los cursos de agua y los pastos. Los ras (príncipes), señores y abades amháricos deducían de las cosechas de los campesinos, dependiendo de las regiones, hasta dos tercios del grano para su comercio y su uso personal 1. Estas exacciones arruinaban a los productores, aunque dieran a las clases feudales medios para desarrollaruna cultura pictórica, arquitectónica, literaria admirable. Durante el imperio, prácticamente todos los campesinos eran aparceros. El recuerdo del feudalismo rural y sus exacciones inicuas ha- bita profundamente en la memoria colectiva. La revolución de 1974, rápidamente controlada por una banda militar al mando del coronel Mengistu Hailé Mariam, de adscripción marxista, nacionalizó todas las tierras. El Frente Popular de Liberación del Tigré, que en mayo de 1991 combatió victoriosamente, al 117 norte de Addis Abeba, contra los últimos regimientos fieles a Mengistu, mantuvo la propiedad colectiva de la tierra. Belay Ejigu es ministro de Agricultura. Es un hombre gordo, jovial y estentóreo. Desde hace ya una hora, debatimos tranquilamente, alrededor de la taza de café ritual, sobre los múltiples problemas a los que se enfrenta la producción agrícola en Etiopía. Me acompañan dos colaboradores, especialistas en cuestiones agrarias. Cuando abordo el problema de la propiedad privada de la tierra, el ministro se levanta del sillón y da un puñetazo en la mesa baja. Grita: «¡Nunca! ¿Me oye? ¡Nunca entregaremos la tierra a los especuladores!» El argumento del ministro se sostiene: para unos campesinos que viven permanentemente al borde del hambre, la tentación de vender su parcela al primer comerciante somalí o yemení que se presente sería muy grande... El 82 por ciento de los etíopes viven en una pobreza extrema2. El 50 por ciento de los niños menores de cinco años tienen un peso anormalmente bajo (underweight, según los criterios del UNICEF). En 2003, el 58 por ciento de los fallecimientos de niños de cinco años se debieron a la subalimentación. Entre 1997 y 2000, la mortalidad infantil creció un 25 por ciento. Los etíopes tienen el consumo de calorías más bajo de todo el continente africano. Como media, 1.750 calorías por adulto y día. Las deficiencias de yodo, hierro y vitamina A son severas3. El 69 por ciento de todos los etíopes no tienen acceso permanente a un agua potable limpia. En el campo, la proporción alcanza el 76 por ciento. He visto a los niños de Sidamo beber sin precaución en el río de aguas marrones, estancadas, en las que se bañaban los bueyes y donde orinaban los cerdos negros. En las mesetas del centro y del norte, millones de mujeres recorren todos los días diez kilómetros o más para llegar a un río o un pozo y llevar a su casa los pesados cubos llenos de agua4. Dos millones de etíopes están infectados por el virus del sida; es una de las tasas más elevadas del mundo con respecto a la población, después de India y Sudáfrica. La esperanza de vida para hombres y mujeres es de 45,7 años. Sólo el 2,9 por ciento de la población alcanza los 65 años. 118 El 40,3 por ciento de los etíopes de más de 15 años son analfabetos. Sólo el 12 por ciento de la población tiene acceso a la atención médica. Las mujeres, a menudo de una belleza deslumbrante, sufren una discriminación sexual y social cruel. En prácticamente todas las etnias se casa a las niñas apenas púberes. La primera relación sexual suele tener lugar en cuanto llega la primera menstruación. Las niñas son madres a los doce, catorce o quince años. A los veinticinco años ya habrán tenido entre ocho y diez niños... La mujer etíope sufre una triple explotación: en la casa, en el campo y sexualmente. Por supuesto, una niña de quince años, casada por la fuerza, nunca recibirá una formación escolar completa. Nunca vivirá una adolescencia que le permita entablar amistades libremente, descubrir el mundo, construirse una personalidad autónoma. De la cabaña del padre, en la que realiza los trabajos domésticos más duros junto con su madre y sus hermanas, pasará directamente a los trabajos forzosos impuestos por el marido. El UNICEF realizó una encuesta en las regiones orientales del país, donde viven los clanes de origen somalí: la infíbulación mutila a más del 70 por ciento dé las niñas. En las otras regiones domina la escisión. El hospital más grande y más antiguo para mujeres y niñas aquejadas de fístulas fue creado en Addis Abeba, hace más de treinta años, por una médica etíope, con la ayuda de mujeres británicas. Ahora es un modelo para todo el continente, donde las mujeres que tienen esta afección se cuentan por millones. La fístula es una dolencia humillante y muy dolorosa: a causa de la estrechez de la vagina de una joven embarazada de doce o catorce años, el parto provoca desgarros entre el recto y la vagina que impide controlar la expulsión de los excrementos o la orina. Las consecuencias desastrosas de la discriminación de la mujer en Etiopía, en todas las culturas, son evidentes en las calles de las grandes ciudades: sólo en la capital hay 60.000 niños abandonados, según el UNICEF. La organización estima en más de 300.000 el número de menores que deambulan por todo el país. Están condenados a la mendicidad, el sida, los innumerables abusos, la muerte precoz. Los miserables afluyen de todas partes hacia la capital. Addis Abeba es una verdadera corte de los milagros, espejo fascinante 119 de todo un país. Las comitivas de mendigos bajan incansablemente, día y noche, al fondo del volcán. Desde muy lejos, los camiones llevan hasta allí a niños vestidos con harapos. Nadie sabe, ni siquiera aproximadamente, el número de habitantes de la capital. El alcalde hablaba, en marzo de 2004, de la cifra (probable) de 5 millones. En 1892, el emperador Menelik II se instaló en el fondo del cráter de un volcán apagado, en la aldea de Addis Abeba. Hasta entonces, las cortes imperiales (pero también las cortes reales de las diferentes etnias del imperio) habían sido itinerantes. Entre las numerosas razones políticas, militares y económicas de esta vida errante, había una especialmente condicionante: cada corte estaba formada por miles de dignatarios, parientes, soldados, escribas, y pronto agotaban la madera para calentarse y cocinar. Por lo tanto, era necesario desplazarse. Gracias a sus asesores extranjeros, Menelik descubrió en Australia una especie de árboles de crecimiento extraordinariamente rápido: el eucalipto. Importó algunas semillas. El problema de la reforestación rápida, de la renovación de la madera necesaria para la construcción y la cocción de los alimentos estaba resuelto. Así es como Addis Abeba se convirtió en capital permanente. Ahora Addis Abeba es el último refugio de los agonizantes. Un océano de chapas herrumbrosas, una sucesión interminable de chabolas cubren el fondo del cráter. Rebaños de cebúes famélicos deambulan por los solares, entre las chabolas y los niños alegres y ruidosos. Los mendigos sin acceso a ningún tipo de ayuda social son incontables. Mujeres descarnadas, cargando niños medio deshidratados, hombres vestidos con harapos, con rostros desencajados, llenan las aceras de la capital. Se abalanzan sobre los coches extranjeros en los semáforos. Esta multitud ruidosa y abigarrada llena los espacios poblados de eucaliptos que rodean las tres grandes catedrales, las escaleras que llevan hasta allí y las avenidas. Ni el alcalde ni el gobierno central tienen medios para hacer nada. Sólo la limosna del transeúnte aliviará un instante la agonía del mendigo. Hay fuentes termales que brotan en medio de la capital etíope. Las captan canalizaciones que van a parar a un complejo balneario público. Con excepción de los comerciantes del mércalo (un inmenso mercado que se encuentra sobre la colina 120 y que ha conservado su nombre italiano), los oficiales superiores, funcionarios y diplomáticos extranjeros, todos los habitantes de Addis Abeba van pobremente vestidos, calzados con sandalias desgastadas o descalzos. Muchos llevan harapos. Subalimentados, inválidos o ciegos, los ancianos se arrastran apoyados en su bastón. El paso de un autobús público es casi un milagro: el vehículo tambaleante es inmediatamente asaltado por la multitud, que muchas veces espera durante horas bajo la lluvia. Sobre la cima de las montañas, que a más de 3.000 metros de altitud rodean el cráter, crecen eucaliptos. Durante la estación de lluvias, esta región de las mesetas del centro es de una belleza inaudita: pesadas nubes se arrastran por encima de las colinas, contrastando con el aspecto resplandeciente de las flores, la tierra ocre y densa de la que sube un ligero vapor. El aire está cargado de los olores más variados. En cuanto estalla el primer trueno y los relámpagos empiezan a recorrer el cielo, para anunciar una tromba de agua, los transeúntes se refugian pre- cipitadamente, risueños, en donde pueden, generalmente en uno de los innumerables bares/burdeles que bordean las calles. Hacia las siete, el día se va apagando. Lentamente se instala el crepúsculo. En el parque de la catedral de San Jorge suena una campana. La multitud de mendigos se agita, ondula como un agua tranquila bruscamente rizada por el viento. Los mendigos, acompañados por sus hijos, se levantan precipitadamente y se dirigen, subiendo la escalera monumental, hacia el pórtico. Se deslizan sin ruido a lo largo de los pilares, bajo las altas bóvedas. De estos miles de gargantas asciende un murmullo, el de la oración. Los etíopes, por muy pobres y desharrapados que sean, son seres de gran dignidad, de un pudor y una discreción impresionantes. Una vez terminada la oración —que puede durar dos o tres horas— una fila de sacerdotes se coloca delante del altar principal. Son ancianos dignatarios de barba fina, con largas vestiduras de seda negra, zapatos con bordados de oro. También vemos jóvenes diáconos de mirada intensa. Vuelve a sonar la campana: los sacerdotes elevan a la altura de los ojos la doble cruz de los coptos. Los sacerdotes extienden el brazo derecho, señalando con la cruz hacia la gente, con un gesto lleno de dignidad. Ni una palabra. Sus miradas se pierden por encima de la multitud, en la penumbra de la catedral. Algunos cirios dan una luz incierta. La muchedumbre desfila. Todos van besando la cruz. 121 Luego, al llegar a la altura del último sacerdote, colocan en la bandeja de plata la mayor parte de las escasas monedas mendigadas durante el día. Ahora la noche ha invadido la catedral. Los últimos cirios se consumen. Los últimos mendigos, los más ancianos, se retiran arrastrándose. Llegan los guardias, golpeando las baldosas de mármol con el bastón de clavos, con el fin de acelerar la marcha de los rezagados. Con ruido seco, el pesado portón del santuario se cierra y queda bloqueado durante la noche. Fuera vuelve a llover. Ancianos, huérfanos, familias enteras se instalan para dormir. En medio del lodo, la niebla, el frío. Grupos de niños piojosos, con harapos, se amontonan cerca del muro y se duermen dulcemente. Algunos morirán esta misma noche. La sequía y otras catástrofes climáticas, la erosión de los suelos, su agotamiento, son fenómenos naturales. Las ham- brunas no. ¿Por qué las hambrunas? La agricultura etíope es una de las menos productivas del mundo. He viajado durante semanas por las pistas del norte y del sur. Durante siete horas seguidas entre Addis Abeba y Awassa no vi ni un solo tractor. La tecnología contemporánea está prácticamente ausente de las mesetas, e incluso de las tierras bajas. Muchas veces, el arado lleva una simple reja de madera. Tirado por dos bueyes cansados que los campesinos se alquilan unos a otros, debe pasar cinco o seis veces sobre el suelo lleno de piedras para lograr moverlo y prepararlo para la siembra. El abono escasea. Habría que comprárselo al Estado a los precios del mercado internacional. Pero pocos campesinos tienen medios para hacerlo. El suelo se empobrece a ojos vista. Cada nueva sequía destruye un poco más la delgada capa de humus... Jean-Claude Esmieu, el enérgico jefe de misión de la Unión Europea en Addis Abeba, me explica: la mayor parte de las familias, víctimas supervivientes de la atroz hambruna de 1984, no han recuperado hasta la fecha su nivel (social, económico) y su capacidad productiva de antes de la catástrofe. Exceptuando algunas carreteras militares en Tigré y el eje asfaltado Addis-Awassa, las infraestructuras viarias son prácticamente inexistentes. Como media, los pueblos se encuen- tran a unos 10 kilómetros del camino transitable más cercano. En muchas regiones, llegar al mercado más próximo es una verdadera hazaña. Etiopía es la reserva de agua de Africa Oriental. Además del 122 Nilo Azul, doce ríos considerables tienen allí sus fuentes. En 2003, Belay Ejigu y sus expertos en ingeniería rural habían previsto convertir en regadío 4.000 hectáreas de tierra. Sólo consiguieron regar la cuarta parte, es decir, 1.000 hectáreas. ¿Por qué? Por falta de dinero. También porque los campesinos miran con desconfianza las albercas, depósitos y acequias. Son un imán para las moscas tse-tse. «Los canales traen la muerte», me dijo un campesino de Addigrat. Es decir, la agricultura de subsistencia etíope sólo procura una vida precaria. Según las cifras de Jean-Claude Esmieu, que desde hace treinta años dirige con determinación y talento las delegaciones de la Unión Europea en Africa, en 2004, cerca del 50 por ciento de las granjas etíopes no eran realmente viables. A pesar de la adversidad, la sociedad etíope sigue en pie. La determinación, la voluntad de sobrevivir, la dignidad que demuestran tantos campesinos y campesinas que he conocido, me impresionaron profundamente. ¿Cuál es el secreto de tanta resistencia? Una red densa de asociaciones recorre toda la sociedad. Existen millares, de diferentes tipos: asociaciones de vecinos, que se reúnen alrededor de la famosa ceremonia del café; asociaciones de ayuda económica mutua, organizadas alrededor de las profesiones; asociaciones religiosas consagradas a un santo particular (cristiano o musulmán); asociación de cazadores karos, que se ajusta más a las reglas de una sociedad secreta; asociaciones de campesinos para gestionar un pozo; sociedades de utilidad pública que garantizan el funcionamiento de los servicios públicos (basura, etcétera) de un kebele (barrio urbano), etcétera. Hay tres tipos de asociaciones especialmente importantes. Las hay por todas partes, o casi: el idir, el iqub y el deba. El idir es una asociación funeraria. En la vida social y en la imaginería colectiva, la muerte ocupa un lugar realmente central. Está muy ritualizada. Los funerales son un gran mo- mento en la vida social de los vivos. Una familia que pierde a uno de los suyos deberá invitar al velatorio, que durará siete días, a toda la familia próxima o lejana, a sus vecinos, a los compañeros de trabajo del difunto. La misma ceremonia, con los mismos invitados, se repetirá cuarenta días después, y también un año después. 123 La familia de luto se reconforta y consuela con esta presencia masiva. La multitud se mueve con recogimiento y discreción. Rodea a los deudos, les habla en voz baja. Durante siete días y siete noches, un murmullo apagado, constante, llena el recinto. Sin embargo, los funerales cuestan caros. Las tumbas cristianas son en general muy sencillas. Las sepulturas musulmanas también. Lo que más pesa sobre el presupuesto familiar son las interminables comidas de luto que hay que ofrecer a los asistentes. El idirhzce las veces de caja de previsión en caso de fallecimiento. Los hombres y mujeres cotizan desde su adolescencia y durante toda su vida activa, con el fin de poder recibir, en caso de muerte de un pariente, dinero necesario para cubrir los gastos funerarios. En 2003, las lluvias cayeron casi normalmente, la vida eco- nómica se recuperó. Yo fui testigo de dos ceremonias funerarias organizadas en la región de Gueralta, a comienzos de marzo de 2004. Cada una de ellas reunió a varios millares de personas, para despedirse de difuntos muertos y enterrados, uno diez años antes, otro doce. ¿Por qué este retraso? Porque como los años anteriores estuvieron marcados por una hambruna severa, las cotizaciones no habían sido ingresadas en volumen suficiente. Las cajas de los idir estaban vacías y no habían podido celebrarse las ceremonias de adiós. El iqub es un tipo de asociación que hace las veces de banco. En las zonas rurales no existen establecimientos bancarios propiamente dichos (ni banco de desarrollo, ni crédito agrícola, ni ningún instituto al servicio de los campesinos), y, por esta razón, en el campo y en los kebele causan estragos los usureros. El iqub es en realidad una red de microcrédito. Se puede tomar prestada una suma modesta para comprar dos o tres gallinas, un asno, semillas, ladrillos para la casa... Los expertos europeos y estadounidenses del PNUD están maravillados: a pesar de la miseria y de toda la adversidad, los deudores suelen pagar los intereses y el principal en el día y la hora que les corresponde. Andreas Eshente, filósofo de profesión, ha pasado la mitad de su vida exiliado en Estados Unidos. De gran vivacidad, no se priva de lanzar críticas contra el gobierno. Ahora es rector de la universidad de Addis Abeba, cuyos rectorado y facultad de derecho están instalados en un antiguo palacio de Haile Selassie. Etiopía cuenta además con siete universidades regionales. El número total de estudiantes asciende a 60.000. 124 Sólo el 16 por ciento son mujeres. En cuanto a la universidad de Addis Abeba, cuenta con 12.000 estudiantes. Andreas Eshente ha diseñado un sistema ingenioso. Los estudiantes financian sus estudios (incluidos los gastos de subsistencia y vivienda) a través de un crédito concedido por la universidad. Todos los beneficiarios del préstamo se comprometen a devolver en los siete primeros años de su vida profesional al menos el 42 por ciento de sus gastos de estudios. El sistema funciona a la perfección. Los impagados son prácticamente inexistentes. Es uno de los rasgos más impresionantes de la civilización etíope: hay que ser fiel a la palabra dada. Por todo ello, los etíopes pagan escrupulosamente sus deudas. El iqub, como el idir, existen desde la noche de los tiempos. Ninguno de los eslabones de esta red de microcrédito se ha quebrado en ningún momento (al menos en conocimiento de los expertos del PNIJD, que me han hablado de ello). El deba es la asociación que más se parece a un sindicato o una organización corporativista. Los cultivadores de café, los trabajadores del cuero, defienden todos juntos sus intereses corporativistas contra los funcionarios del Estado, los espe- culadores y los comerciantes. Todas estas asociaciones, independientemente de su número de miembros o de los objetivos sociales que persigan, se gobiernan mediante asambleas en las que todos los «cabezas de familia» gozan de los mismos derechos. Cuando un grupo es muy extenso —la asociación de utilidad pública de un kebele de Addis Abeba, de Dire-Dawa, de Harar o de otra ciudad importante— una asamblea de delegados se reúne periódicamente para tomar decisiones, aprobar las cuentas y planificar las actividades futuras. La democracia de base y una solidaridad social rigurosa son los dos secretos de la permanencia y de la eficacia, tanto psicológicas como sociales, de todas estas redes de ayuda mutua. En todo el tercer mundo, las grandes culturas ancestrales, aunque muy maltratadas por la racionalidad mercantilista, ofrecen a las poblaciones una reserva de sentido muy valiosa. La memoria colectiva, las estructuras ampliadas de parentesco, las cosmogonías singulares, las múltiples obligaciones de solidaridad entre las personas aportan coherencia y seguridad a las sociedades del Sur. El caso etíope lo prueba. Sin embargo, a 125 pesar de su extraordinaria vitalidad, de su resistencia, también de su coraje, el pueblo etíope está al cabo de sus fuerzas. La deuda lo está estrangulando lentamente. El servicio de la deuda ha costado 149 millones de dólares al Estado etíope en 2004: es más que todos los gastos realizados en un año por todos los servicios de salud nacionales, provinciales y municipales. De esta forma, el 12 por ciento de la renta nacional bruta ha sido absorbido por los intereses de la deuda. Sólo el 6 por ciento de la renta nacional se ha invertido en abonos, regadíos, ingeniería rural o comercialización de productos agrícolas. ¿Cuándo llegará un poco de felicidad para el pueblo etíope? En todo caso, no mientras exista la deuda. CUARTA PARTE 126 BRASIL, LOS CAMINOS DE LA LIBERACIÓN XI LULA 127 En Brasil, está en marcha una formidable revolución democrática, anticapitalista y pacífica. De su resultado depende no sólo el destino de un pueblo de casi 180 millones de almas, sino el de todo un continente. En gran medida, decidirá también el futuro del movimiento democrático, popular y anticapitalista mundial. Como la mayor parte de las naciones de América Latina, Brasil sufre el expolio de las sociedades transcontinentales privadas. Su deuda externa, de más de 240.000 millones de dólares, representa el 52 por ciento del producto interior bruto. Más de la mitad de la riqueza nacional del país (industrias, comercios, minas, tierras, carreteras, presas) pertenece a los señores del Norte. Esta revolución se ignora casi totalmente en Europa. Su final es incierto. Recordemos la escena central de Galileo Galilei, la obra de Brecht. Se desarrolla el 22 de junio de 1633 en Roma: aquel día, Galileo se enfrenta con el tribunal de la Inquisición y el cardenal Belarmino. Mientras tanto, en el palacio del embajador de la República de Florencia, Andrea Sarti, el discípulo, Federzoni, el obrero, y Virginia, la hija, discuten sobre los acontecimientos. Están desbordantes de admiración por Galileo, su héroe, que para ellos ha hecho cambiar el curso de la historia, trayendo al mundo la luz de la ciencia. De repente, Galileo aparece en el umbral. Está cansado y casi ciego. Al entusiasmo de los presentes, responde con esta frase: «Ay del país que necesite héroes»1. Evidentemente, Brecht tiene razón. En cualquier caso, existe una misteriosa dialéctica entre las personas singulares y el pueblo, entre determinadas voluntades objetivas y la conciencia colectiva. En algunas situaciones coyunturales, esta dialéctica puede modificar el curso de los acontecimientos. Sin Luiz Inácio Lula da Silva —su trayectoria íntima, su historia familiar, sus sufrimientos personales, su obstinación—, el actual proceso revolucionario brasileño no habría tomado la dirección que tiene actualmente. Este capítulo explora la voz y el destino de Lula2. En estos meses del verano austral, algunas tormentas estallan sobre las altas mesetas de Goiás. De repente, el cielo se cubre de una capa gruesa de nubes oscuras. Unos instantes más tarde, el velo negro del cielo se abre y libera un diluvio. La tierra roja 128 de los senderos y los jardines se transforma en un lodo denso que atrapa los pies de los transeúntes. Sin embargo, los rayos y truenos no duran mucho. Rápidamente, la luz dorada de la tarde vuelve a brillar sobre el tejado cobrizo de la catedral. Ilumina los charcos de agua que constelan la explanada de Planalto, el palacio presidencial, y hace brillar las carrocerías de las suntuosas limusinas negras que se deslizan por las avenidas. El sol rojo se pone tras las siluetas de hormigón y cristal. En Brasilia, en verano, es de noche a las siete de la tarde. En el espacioso despacho del presidente de la República, donde unas rayas rojas atraviesan las persianas, la audiencia dura ya desde hace dos horas. Luiz Inácio Lula da Silva habla de su infancia y de su adolescencia, marcadas por las privaciones y por el hambre. Fornido, de ojos brillantes, a menudo irónico, mira fijamente a sus visitantes. Su rostro trabajado de nordestino, sólido y paciente, está devorado por una barba gris. Su voz es cálida. Con su mano izquierda mutilada —le falta un dedo— subraya con amplios movimientos alguna de las palabras que acaba de pronunciar y que le parecen especialmente importantes. Su carácter es tierno y determinado. Es un hombre profundamente simpático. En Brasil, el 2 por ciento de los propietarios poseen el 43 por ciento de las tierras cultivables. Muchas de estas tierras están abandonadas o se trabajan de forma irregular: según el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA), unos 90 millones de hectáreas de tierras cultivables son improductivas. El latifundium arcaico, heredado de la época colonial, coexiste con la explotación agrícola (y ganadera) moderna, dotada de capitales considerables y con una mecanización eficaz. Muchas de estas enormes propiedades están gestionadas por multinacionales, a menudo de origen estadounidense, japonés o europeo. Sin embargo, aunque Brasil es uno de los exportadores de cereales (soja, etcétera) más importantes del mundo, decenas de millones de sus habitantes padecen una subalimentación grave y permanente. Lula nació en 1945, en la pequeña aldea de Caetes, distrito de Garanhus, estado de Pernambuco. Como los millones de familias que pueblan las tierras secas del nordeste, sus padres vivían en economía de subsistencia precaria, cultivando 129 pequeñas parcelas, viviendo en una cabaña y arrendando su fuerza de trabajo a los terratenientes con ocasión de la cosecha de la caña de azúcar. Aristide Inácio da Silva y su mujer, Euridice Ferreira de Meló, conocida como dona Lindu, tuvieron ocho hijos. Lula fue el último. Ayer como hoy, en Pernambuco, veintisiete familias con- trolaban 25 millones de hectáreas de tierras rojas. La mayor parte de estas familias descienden en línea directa de los antiguos clanes esclavistas y feudales que habían recibido sus títulos de propiedad de manos de los reyes de Portugal en los siglos XVI y XVII. El estado cuenta con 80 millones de hectáreas cultivables. Las plantaciones de caña de azúcar, así como los enghenos (molinos de azúcar) de los grandes terratenientes latifundiarios, monopolizan las tierras más fértiles. El océano verde de la caña de azúcar empieza a menos de 50 kilómetros de Recife. La tierra roja, grasa y fértil en la que crece la caña es la maldición del pueblo. Rodea como un círculo de hierro los pueblos y pequeñas ciudades del interior. Las plantaciones de caña impiden el cultivo de hortalizas. De esta forma en Pernambuco más del 85 por ciento de los alimentos corrientes son importados. La mortalidad infantil es una de las más elevadas del mundo (cercana a la de Haití) 3. Centenares de miles de niños quedan inválidos desde la primera infancia. La falta de proteínas impide el desarrollo normal de las células del cerebro. En cuanto a los terratenientes, viven suntuosamente en sus palacios de Recife, sus fazendas de ensueño, sus apartamentos de primera línea de Ipanema en Río de Janeiro o de la Avenue Foch en París. En Brasil hay 4,8 millones de trabajadores rurales «sin tierra». Muchos de ellos viven en la carretera, arriendan su fuerza de trabajo como jornaleros y no tienen domicilio fijo. Otros viven en aldeas, zonas rurales, o en las lindes de las grandes propiedades, en cabañas. En este caso tienen acceso a un mínimo de servicios sociales. En el centro y el nordeste de Brasil es habitual la figura del boia frío. Por la mañana, cada día de la semana, los trabajadores sin tierra afluyen a la plaza polvorienta del pueblo. Los feitores, capataces de los terratenientes, eligen a aquellos que, durante un día, una semana, serán contratados para un trabajo preciso en 130 una propiedad de la región. Antes de salir de su cabaña, al alba, para dirigirse a la plaza a esperar un trabajo, la mujer del boia frió le prepara una tartera con frijoles, arroz y algunas patatas. Si le contrata el feitor, el jornalero tendrá que trabajar como un «buey» (boia). Si no le contratan, pasará el día esperando, esperando en la plaza, a la sombra de la secuoya, esperando, esperando aún más... En ambos casos, comerá «frío». El padre de Lula era un boia frió. Lula tenía 5 años cuando su padre, minado por la desesperación, abandonó a su familia. Se exilió a Santos, el gran puerto del Atlántico, en el estado de Sao Paulo. Un vecino, que tenía un transistor, le había informado de que las autoridades portuarias estaban buscando descargadores para los sacos de café en los barcos y que prometían pagar salarios regulares. El latifundio es un animal voraz. En 1952, Lula era un niño retaco de 7 años, con el pelo rizado negro y mirada sombría. Los pisloleirosáú terrateniente forzaron a dona Lindu a vender la cabaña y la parcela, con sus plantas de mandioca y sus pequeños bananeros. El precio fue de 100 reales, el equivalente en aquella época a 50 euros. Dona Lindu hizo entonces lo que habían hecho antes que ella centenares de miles de madres de familia nordestinas en los dos siglos anteriores: se marchó con sus hijos hacia el sur en busca de su marido. Llaman pau de ara a los individuos con harapos que viajan sin dinero, con una cantimplora por toda posesión y unas tortas de mandioca, que se desplazan aferrándose a la caja de los camiones que se dirigen hacia el sur. Desde el interior de Pernambucó hasta el litoral de Sao Paulo, el viaje dura trece días. Pau de ara quiere decir «garras de loro». Los viajeros se aferran, como loros, a los sacos de azúcar refinado o a los troncos de madera tropical apilados sobre el vehículo. Como precio del transporte, los conductores de los camiones se suelen contentar con una o dos botellas de cachaba o un puñado de reales. En las paradas nocturnas, como los conductores, los pasajeros pau de ara duermen envueltos en mantas, cerca del camión, en el suelo. Lula y José Ferreira da Silva, su hermano mayor, se pusieron a buscar a su padre al llegar a Santos. Deambularon por las chabolas y los muelles, preguntando a los descargadores. Acabaron descubriendo el domicilio paterno: una muier joven con dos niños pequeños los recibió. Aristide Inácio da Silva había pasado página y fundado una nueva familia. No volvió a 131 tener trato con Lula, dona Lindu y otros miembros de su antigua familia. En la biografía que le consagró, Frei Betto escribió: «Lula no hablará nunca con nadie de esta herida»4. En 1956, dona Lindu y los suyos se instalaron en dos habitaciones oscuras, detrás de un bar, en un barrio sórdido de Sao Paulo. Comparten con los borrachos y los inquilinos el único cuarto de baño. Lula cuenta: «Fui un niño feliz. Mi madre me amaba. Lo era todo para mí. ¡No me explico cómo pudo alimentarnos y asegurar nuestra supervivencia!»5. Dona Lindu trabaja como modista, noche y día. Dos recuerdos testimonian la humillación social sufrida por el joven Lula. El primero: «En casa no teníamos sillas para que se sentaran los invitados». El segundo: «Hacia los catorce años, un amigo me regaló mi primera entrada de cine, pero no me dejaron entrar: no iba lo bastante bien vestido»6. La miseria es omnipresente. Minadas por la subalimentación crónica, dos de sus hermanas mueren de infecciones benignas. A los 12 años, Lula gana su primer salario en una tintorería. Debe lavar, planchar, hacer las entregas. Más tarde trabajará como chico de los recados en una oficina del centro de la ciudad. A los 14 años se produce el milagro. Gracias a su hermano mayor José Francisco, obrero en una fábrica de Sao Bernardo do Campo, una ciudad industrial del estado de Sao Paulo, Lula obtiene un puesto de aprendiz en una fábrica metalúrgica. Trabaja de las siete de la mañana a las siete de la tarde. Todos los días. Excepto el domingo. En 1964, a la edad de 19 años, se coloca como tornero en la fábrica Industria Villares de Sao Bernardo do Campo. Un día, cuando está sustituyendo a un colega en una máquina de cortar hojas de aluminio, la máquina se desajusta: Lula pierde el dedo meñique de la mano izquierda. Es la época de la dictadura militar 7. El régimen está ple- namente al servicio de las grandes sociedades multinacionales extranjeras y de las oligarquías financieras y latifundistas locales. Los generales reprimen ferozmente las reivindicaciones salariales. La miseria de las capas populares se agrava. Las huelgas salvajes se suceden. No tienen una dirección política sólida, ya que prácticamente todas las organizaciones sindicales y democráticas han sido destruidas por la policía secreta. Lula participa en las acciones de resistencia pacíficas y 132 en las huelgas. Sus dones excepcionales de organizador se revelan en esa época. Su inteligencia aguda, su extraordinaria vitalidad lo imponen como líder natural de los metalúrgicos, primero en Industria Villares y luego en todas las fábricas de Sao Bernardo do Campo. Movido por un profundo sentimiento de justicia, Lula se mantiene siempre en primera línea de la lucha. Los patronos reaccionan con un cierre. Privado de todos sus ingresos, Lula vive en una pobreza terrible. Durante este periodo tiene lugar otro episodio del que Lula siempre se negará a hablar. Ante Frei Betto, sólo menciona este drama en algunas palabras y nunca vuelve a hablar de él. Lula tiene una joven esposa. Está embarazada de ocho meses de su primer hijo. Contrae una infección. La fiebre sube peligrosamente. Se encuentra muy mal, delira toda la noche. Al alba, acompañado por un compañero del sindicato clandestino, Lula la lleva al hospital público de Sao Bernardo do Campo. El médico de guardia exige que pague por anticipado. Ni Lula ni su compañero llevan absolutamente nada. El médico se niega a admitirla. La mujer y el niño que lleva morirán en un pasillo del hospital. En aquella época, el arzobispo de Sao Paulo, el cardenal Paulo Evaristo Arns, protege eficazmente a los sacerdotes obreros y a los sindicalistas. Arns ha creado un movimiento que tendrá una influencia decisiva sobre Lula y sus compañeros: la Pastoral Operaría. Esta institución se ocupa de la alfabetización, la formación intelectual y espiritual de los obreros, especialmente los pau de ara, inmigrantes del nordeste, refugiados en el área metropolitana de Sao Paulo. En la tarde del 13 de marzo de 1979, en el estadio Vila Euclides de Sao Bernardo do Campo, están reunidos más de 80.000 metalúrgicos en huelga. Según los decretos vigentes durante la dictadura, esta huelga es ilegal. Los huelguistas escuchan a sus dirigentes, entre los que está un joven barbudo, Luiz Inácio Lula da Silva. Esperan a cada instante que lleguen las tropas de choque de la policía federal para arrestar a sus dirigentes. Un hombre delgado, de sotana blanca, calvo, se acerca al camión cuya plataforma sirve de tribuna para los oradores. Dom Claudio Hummes, obispo de Sao Bernardo, dice con voz suave (y sus palabras van recorriendo de fila en fila el inmenso 133 estadio): «La Iglesia apoya la huelga porque la considera justa y pacífica. Espera que todos permanezcáis unidos junto a vuestros dirigentes libremente elegidos... No estoy aquí para deciros lo que los trabajadores deben decidir, sino para apoyar los valores evangélicos que defendéis... Con mi presencia aquí también quiero evitar que vuestras familias sufran las consecuencias negativas de la huelga»8. Como la dictadura reivindicaba con insistencia los valores católicos, le resultó difícil criminalizar esta huelga. En enero de 1980, con ocasión de una reunión clandestina de la Pastoral Operaría, un hombre excepcional se cruza en el camino de Lula: Cario Alberto Líbano Christo. Su nombre religioso es Frei Betto. Nacido en Belo Horizonte en 1944, Frei Betto, sacerdote dominico, es uno de los principales teólogos de la liberación de América Latina. De pequeña estatura, gruesas gafas, mirada maliciosa, está dotado de un sentido del humor corrosivo y de una voluntad de hierro. Frei Betto es de la misma generación que Lula. Los dos hombres se hacen amigos nada más conocerse. Frei Betto acaba de salir de la cárcel. Para el movimiento popular del que procede Lula, es una leyenda viviente. Para comprender, es indispensable recordar la historia tumultuosa de Brasil en el último cuarto del siglo XX. En Río de Janeiro, en tiempos de la dictadura militar, los torturadores de los servicios secretos de la aviación trabajaban en hangares de la base aérea de Santos-Dumont, en el centro de la ciudad. Los de los servicios de la marina martirizaban a sus víctimas en el subsuelo del estado mayor de la Marina, un gran edificio blanco de ochó pisos situado a unos centenares de metros de Praga Quince y de las aulas de la universidad Candido Mendes, donde he dado clase alguna vez. Cada noche, los comandos del ejército, provistos de listas de sospechosos, circulaban de civil por Flamengo, Botafogo, Copacabana, y por los interminables y miserables barrios de la Zona norte, donde se extienden las cabañas sobre postes de las favelas y los barrios obreros. De la desembocadura del Amazonas a la frontera del Uruguay, la resistencia a la dictadura estaba activa. La mayor parte de los estudiantes, sacerdotes, profesores y sindicalistas resistentes -— hombres y mujeres— luchaban en dos organizaciones diferentes: Acción de Liberación Nacional, dirigida por Carlos 134 Marighella9, un magnífico mulato de coraje indomable, y Var- Palmarés (Vanguardia Revolucionaría-Palmares).10 Las dos organizaciones dirigían la guerrilla urbana, sobre todo en el sur, sumergidas en los océanos humanos de las megalópolis de Sao Paulo, Belo Horizonte, Porto Alegre y Río de Janeiro. Sus pérdidas eran espantosas. Ya en 1969, la policía secreta había logrado infiltrarse en Sao Paulo en una red de Acción de Liberación Nacional. Bajo tortura, un joven miembro de la red había confesado el lugar y la hora de la cita fijada por Marighella. El 4 de noviembre por la noche, en un barrio de la periferia, ochenta agentes del DOPS (Departamento de Orden Político y Social, el servicio secreto de la policía federal), empuñando metralletas, prepararon una emboscada. Carlos Marighella y sus dos adjuntos fueron abatidos en la calle. Cuatro sacerdotes dominicos habían pertenecido a la red de apoyo a los grupos combatientes de Marighella en la zona metropolitana de Sao Paulo: Tito, Lorendo, Yvo y Betto. Al día siguiente de la muerte de Marighella, la casa de los padres do- minicos, situada en el barrio de Perdice, en Sao Paulo, fue asaltada por los agentes del DOPS. Los cuatro sacerdotes fueron detenidos, atrozmente torturados y condenados a largos años de prisión. Tito tuvo un destino especialmente doloroso. Poco después de la detención de los dominicos, unos combatientes de la guerrilla secuestraron, en Río de Janeiro, al embajador de Suiza. Negociaron su liberación contra la de algunos presos políticos, entre los que estaba Tito. Tito y el resto de los presos de la lista fueron conducidos a Cuba. Desde allí, Tito marchó a la casa de los dominicos en París. Allí contó con asistencia psicológica, pero nunca pudo olvidar las escenas de horror vividas en la cárcel Tiradentes de Sao Paulo. Las pesadillas le persiguieron. Se marchó de París a Lyón. Allí se suicidó, perseguido por los recuerdos11. En cuanto a Frei Betto, ahora ocupa, en el palacio de Planalto, en Brasilia, el despacho contiguo al del jefe del Estado. ¡La paradoja es que el presidente del Estado que abarca más de la mitad del continente latinoamericano y alberga la undécima economía más potente del planeta no se reconoce en ninguna filiación política precisa! 135 Ante mi pregunta, Lula soltó una carcajada: «¿Mis orígenes políticos? Bueno, no me acuerdo. Me gusta rezar. Me gusta leer a san Francisco de Asís... Antes de comer, me persigno. He tenido hambre muchas veces, sabe... El 1 de mayo, en la iglesia Matriz de Sao Bernardo do Campo, nunca me pierdo la Missa do Trabalhador... Me gusta ver al sacerdote alzar el cáliz y la hostia por encima de la congregación y escuchar sus palabras: «... este vino y este pan, fruto del esfuerzo y el trabajo de los hombres...». En cuanto a las teorías políticas, ¡habrá que preguntarle a Marco Aurelio!» Lula señala con la vista a su asesor para asuntos internacio- nales, sentado en un sillón frente a nosotros. Y añade cruel- mente: «¡Nuestros brillantes intelectuales conocen todas estas teorías infinitamente mejor que yo!» Marxista de altos vuelos, ex profesor de la universidad de París-Vincennes, Marco Au- relio mantiene una reserva prudente... ¿Por qué fundó el Partido de los Trabajadores a comienzos de la década de 1980? Lula me dio esta respuesta sorprendente: «Porque durante toda nuestra historia, los trabajadores nunca habían votado por los trabajadores... En la mente de los campesinos y los obreros, unos prejuicios terribles paralizaban toda acción autónoma común». En un libro publicado en 2002, Lula explica: «... os preconceitos de classe embutidos nos corafóes e mentes dosproprios trabalhadores, induzido a nao acreditar en sua capaddade de se assumir como sujeito histcnico» («... prejuicios de clase, agazapados en los corazones y las mentalidades de los propios trabajadores, nos hacían dudar de nuestra capacidad para comportamos como sujetos históricos»12). Los trabajadores de las clases dominadas componen más del 80 por ciento de la población brasileña. Sin embargo, durante siglos han interiorizado los prejuicios que alegaban en su contra las clases dirigentes: han creído sinceramente en su incapacidad para autogobernarse. Esta época ya pertenece al pasado: el 27 de octubre de 2002, Luiz Inácio Lula da Silva fue elegido presidente de la República Federativa de Brasil por más de 52 millones de votos, el número más alto que jamás haya obtenido un presidente brasileño13. El PT no es un partido, sino un frente. Está formado por movimientos sociales, cenáculos intelectuales, sindicatos, organizaciones de base de todo tipo (grupos de mujeres, asociaciones regionales, movimientos religiosos...). Un 136 estratega de alto nivel vela por el tono democrático del diálogo interno: el ex comandante de la guerrilla José Dirceu... Además en 2004 José Dirceu es ministro da Casa Civil, el equivalente en el sistema brasileño del primer ministro. Resistente legendario, fue detenido por la policía política y canjeado por el embajador de Estados Unidos en Brasil, que había sido secuestrado por la guerrilla. En Cuba, sufrió operaciones de cirugía estética. Provisto de una nueva identidad y de una nueva cara, volvió a Brasil para retomar la lucha armada en el interior del estado de Sao Paulo... Todos los movimientos principales nacidos de la sociedad civil, de la resistencia a la dictadura y a los regímenes preva- ricadores y neoliberales que la prolongaron, se reconocen en el PT: la CUT (Central Única de Trabajadores), el MST (Movimiento de los Sin Tierra), ANAMPOS (Articulación Nacional de Movimientos Populares), y otros muchos movimientos que en su conjunto suman decenas de millones de simpatizantes. Sólo la CUT agrupa a más de 20 millones de obreros y empleados. Lula habla con un realismo de nordestino: «Estamos en el gobierno, no en el poder», me dice. «Para cambiar las es- tructuras sociales de un país no son suficientes un presidente o un Parlamento. Es necesario contar con el pueblo». Es decir: la victoria sobre la oligarquía interna y los vampiros extranjeros depende de la movilización y de la determinación de los movimientos sociales, populares y democráticos. Así es como Luiz Inácio Lula da Silva escapó a la muerte. En la noche del viernes 18 de abril de 1980, visitó el hospital Assuncia de Sao Bernardo do Campo, en compañía de Airton Soares, para visitar a dos compañeros heridos durante un ataque de la policía contra unos locales del sindicato. Lula sabía que estaba sometido a vigilancia policial y se esperaba que lo detuvieran en cualquier momento. Mientras lo acompañaba a su domicilio, a las dos y media de la mañana, Airton le propuso que se escondiera en el maletero de su viejo Alfa Romeo, para escapar hacia un escondite situado en una ciudad del interior del estado de Sao Paulo. Lula se negó y volvió a su casa. En la casita de dos pisos donde vivía con su segunda mujer, Marisa, y sus dos hijos pe- 137 queños, dormían aquella noche, en la alfombra del salón, Frei Betto y el sindicalista Geraldo Sigueira. Frei Betto cuenta: Escuché el ruido típico de los coches de policía frenando bruscamente delante de la casa [...]. Los agentes gritaron el nombre de Lula. Subí corriendo la escalera del primer piso y llamé a la puerta del dormitorio: «¡Lula, está la policía!» Fuera, los agentes gritaban: «Senhor Luiz Inácio! Senhor Luiz Inácio! Lei de Seguranza Nacional!» Apenas despierto, Lula abrió la puerta de la habitación y me dijo que no me preocupara de los gritos de los agentes. En cam- bio, dona Marisa insistió para que se levantase y se vistiera. Bajé. A través de la ventana de la planta baja ví a seis hombres de civil armados con ametralladoras. Estaban plantados delante de la puerta. Subí de nuevo y le dije a Lula: «Baja y pide a esos hombres que te enseñen sus placas». Lula bajó y abrió la puerta. Los policías sacaron las placas. Lula se despidió de su mujer y de sus amigos. Cuando salía, dijo: «Olhem, cabega fria... Mantened la cabeza fría y ocupaos de mi familia. Lo importante es llegar al final de esta lucha». Y luego salió14. Esa misma noche, en todo el cinturón industrial de Sao Paulo, fueron detenidos centenares de sindicalistas, hombres y mujeres. Sin embargo, los agentes cometieron un error de bulto: no detuvieron a Betto ni a Geraldo. Tampoco cortaron el teléfono de la casa. Una vez que desaparecieron los coches, los dos amigos avisaron al cardenal Aras y al obispo Hummes, que a su vez avisaron a la prensa extranjera. Amnistía Internacional adoptó a Lula como preso del mes. En el mes de mayo la dictadura tuvo que ceder y Lula fue liberado15. Lo primero que hizo Lula al volver a su casa, fue abrir las jaulas de los pájaros que tenía en el salón. Con mucha satis- facción vio cómo los canarios salían volando por la ventana16. En la noche del 4 de febrero de 2003, sentado frente al presidente en su inmenso despacho de Planalto, en los sillones rojos, comento estos acontecimientos. «Vinieron a buscarme por la noche», me cuenta el presidente. Se refiere a los hombres del comisario Romeu Turna, uno de los esbirros más temibles de la 138 dictadura militar. «Me quedé muy tranquilo», añade sonriendo. No le entiendo: ¿acaso no esperaban a los presos políticos la tortura y las peores humillaciones? «Sí, sí, me quedé muy tranquilo», insiste Lula. «No pensaba que me fueran a detener, esperaba que me matasen los escuadrones de la muerte, como a tantos compañeros». XII 139 PROGRAMA FOME ZERO En el momento de la llegada de Lula al palacio de Planalto, el 1 de enero de 2003, la situación social y económica del pueblo brasileño era catastrófica: sólo 53 millones de personas vivían por encima del mínimo vital. El resto, 80 millones, no estaba en condiciones de obtener cada día las 1.900 calorías que corresponden, según la OMS, al mínimo diario. 119 millones de personas vivían con una renta inferior a los 100 dólares al mes. Junto con Sudáfrica, Brasil es todavía hoy el país menos igualitario de la tierra1. En las chabolas se amontonan las víctimas del éxodo rural, fruto de una estructura de la propiedad agraria mortífera. Estas chabolas se introducen en los intersticios urbanos y rodean las megalópolis2. El hambre causa estragos entre sus habitantes. En las aldeas rurales y en el campo, donde vive el 42 por ciento de la población, la enfermedad de kwashiorkor, la ceguera por falta de vitamina A, la anemia, las diarreas mortales debidas a la contaminación del agua causan cada año centenares de miles de víctimas, sobre todo entre los niños. El 6,5 por ciento de los habitantes de Brasil vive en chabolas de chapa o de cartón totalmente insalubres. El 40 por ciento de los brasileños carece de agua corriente o de alcantarillado3. Brasil es uno de los mayores exportadores de productos agrícolas del mundo. Sin embargo, estas exportaciones están casi totalmente controladas por las multinacionales agroalimentarias, que se encuentran mayoritariamente en manos extranjeras. En el papel, el país es autosufíciente desde el punto de vista agroalimentario, pero en la realidad millones de hombres, mujeres y niños sufren subalimentación crónica y enfermedades relacionadas con el hambre. ¿Cuántos son? El gobierno federal habla de 22 millones de personas grave y permanentemente subalimentadas. Una investigación independiente realizada en 2002 por investigadores contratados por el PT habla de 44 millones de hambrientos. Dom Mauro Morelli, obispo de Caxias, estado de 140 Río de Janeiro y presidente del Consejo de Seguridad Alimentaria, considera que 53 millones de brasileños son víctimas de subalimentación permanente y grave. Son las mismas cifras que avanzan la Pastoral de la Criança y la Conferencia Nacional de Obispos. Además de la subalimentación, la malnutrición afecta a los trabajadores emigrantes y a sus familias, a los aparceros explotados, a las familias de los pequeños propietarios y al inmenso pueblo abigarrado y anónimo de las favelas de las megalópolis del centro y el sur del país. Según el UNICEF (2003), el 10,5 por ciento de los niños brasileños de menos de 10 años tienen una estatura anormalmente baja para su edad. Se dice que sufren «stundet growth». La falta de vitamina A, de hierro, de yodo, tiene consecuencias desastrosas: los niños se desmayan frecuentemente de inanición en la escuela y en general son incapaces de concentrarse durante un lapso de tiempo suficiente. En estas condiciones, su capacidad de aprender es casi nula. En cuanto a los adultos, en general están demasiado débiles para cultivar la tierra o para ejercer con regularidad y constancia un trabajo asalariado, aunque sea modesto. Detrás de la estación central de Río de Janeiro (al igual que en otras ciudades del sur y del centro), existe desde hace poco un restaurante popular denominado Betinho, del nombre de Herberto de Souza, llamado Betinho, promotor en 1982 de la primera campaña nacional contra el hambre. Está financiado por el Estado y gestionado por una empresa privada. El edificio tiene dos pisos, cada uno con una sala amplia de colores y mobiliario agradables. Las camareras, vestidas de azul, son simpáticas y cálidas. Algunos predicadores evangé- licos rondan por la entrada, cerca de la caja. Vestidos con ca- misas blancas, lanzan sonrisas cautivadoras a la gente que espera... que los ignora completamente. Por un real al día (50 centavos de dólar), una persona puede obtener un menú sustancioso de tres platos. El restaurante está abierto cinco días a la semana. Se puede utilizar una vez al día y hay que consumir la comida allí mismo. En las largas colas que se forman en la acera desde el alba, he visto a mujeres de mediana edad apenas capaces de caminar, con piel gris y cabello ralo. Algunos niños tienen el vientre hinchado por el kwashiorkor o las lombrices. Casi todos tienen 141 la dentadura en muy mal estado. Hay muchos hombres de piel oscura y estatura inferior al metro cincuenta. La situación es terrible en muchas favelas de Río, pero no es mejor en Recife. Los servicios sociales municipales de Recife tienen registrados a diez mil menores carentes, niños aban- donados por sus familias que tratan de sobrevivir en la calle. El ayuntamiento reparte ropa ocasionalmente y sopa tres veces por semana. Desde 2003, el alcalde del PT es un maestro competente, rebelde, cálido, pero sin muchos medios. Desde la ventana de su despacho podemos ver el río Capiri que fluye lentamente hacia el mar. Está rodeado por favelas. «La mitad de nuestra población vive en una precariedad extrema, sin trabajo fijo, sin alimentación suficiente, sin vi- viendas dignas... El paro, el hambre destruyen alas familias... Muchos niños son víctimas de palizas y abusos sexuales. Huyen de sus casas. Deambulan por la calle, de noche, duermen cerca de las iglesias. Aquí en Recife son al menos cincuenta mil, niños y niñas. Los más pequeños no tienen ni tres años. Los más mayores se ocupan a veces de ellos, pero no siempre», me dice. Decenas de millones de brasileños no tienen trabajo estable. Día tras día, noche tras noche, tratan de sobrevivir a base de biscate, trabajillos ocasionales: venta de helados en la playa los días de sol, recogida y venta de botellas de cerveza vacías por los parques y las calles, recogida de papel usado, aparcacoches ante los restaurantes caros, venta ambulante de tabaco y, lo más peligroso: pequeños servicios prestados a los barones de la cocaína y la heroína... Incluso los que gozan de un salario regular padecen hambre con frecuencia. Las clases dirigentes brasileñas son especialistas en explotar a los trabajadores, que soportan prácticamente cualquier humillación. Dócilmente. Son millones. Por cada rebelde, hay diez sumisos dispuestos a ocupar su lugar. La enérgica alcaldesa de Sao Paulo, Marta Suplicy4, calcula que 4 millones de habitantes de la ciudad viven en una favela. Corresponden aproximadamente a un 25 por ciento de la población global. La policía no suele entrar en estos barrios. Las instituciones públicas no están demasiado presentes. La higiene es espantosa. He visto a doce familias viviendo en una sola habitación. Los abusos sexuales con niños, la violencia conyugal, la insalubridad son compañeras frecuentes de la promiscuidad. 142 Más del 80 por ciento de las familias que viven en el medio rural no tiene un acceso regular y suficiente a un agua potable acorde con los criterios de la OMS. En el medio urbano, el 10 por ciento de las familias está en el mismo caso. La subalimentación y la malnutrición afectan de forma muy diferente al pueblo brasileño de una región a otra. Los estados más pobres son Maranháo y Bahía. Allí, en 2003, el 17,9 por ciento de los niños minusválidos de menos de 10 años habían quedado inválidos a causa de la subalimentación crónica. En los estados del sur, el 5,1 por ciento de los niños está en la misma situación. La pobreza extrema y el hambre también tienen color. En el último censo, el 45 por ciento de los brasileños se de- finían como «afrobrasileños» o «negros». Los negros pertenecientes a la categoría de los «extremadamente pobres» (renta de menos de 1 dólar por día y adulto) son dos veces más numerosos que los blancos. Entre los analfabetos, el número de negros es dos veces y medio más numeroso que el de blancos. En cuanto a la estadística salarial, también revela una terrible discriminación racial: en 2003, los negros con unos ingresos regulares sólo cobraban como media el 42 por ciento de la renta media de los blancos. Otra discriminación afecta a las mujeres, especialmente a las mujeres negras. La renta de las mujeres, independientemente de la raza, suele ser inferior en un 37 por ciento (cifras de 2003) a la de los hombres. Además, la renta media de la mujer negra sólo representa el 60 por ciento de la renta media femenina. La estructura latifundista de Brasil es herencia directa del virreinato lusitano y del régimen esclavista que se impuso durante los siguientes trescientos cincuenta años. El rey de Portugal tenía la costumbre de regalar capitanerias a sus Jidalgos, cortesanos, generales y obispos. Durante todo el siglo XVI y buena parte del XVII, sólo las costas del subcontinente aparecían en los mapas. En el interior se extendía la térra incógnita. El rey concedía a sus fíeles una porción determinada de costas. También les concedía todas las tierras que pudieran ocupar y pacificar. Estas tierras de conquista se llamaban «capitanerias». En Geopolítica del hambre, Josué de Castro escribe: «La mitad de los brasileños no duerme porque tiene hambre. La otra 143 mitad tampoco duerme porque tiene miedo de los que tienen hambre»5. La estrategia que Lula está aplicando para vencer la miseria del pueblo y reducir la arrogancia de los poderosos recibe el nombre de Programa Fome Zero. Está en el centro de toda la política del PT. Es la esencia misma de la revolución anticapitalista, popular y democrática que está en marcha en Brasil. La palabra fome (hambre) se toma aquí en su sentido más amplio. Se trata de saciar todas las hambres del hombre: hambre de comida, por supuesto, pero también de sabiduría, salud, trabajo, vida familiar, libertad, dignidad. Destinado a quebrar una tras otra las estructuras de opresión, el Programa Fome Zero debe crear las condiciones materiales para la liberación del cuerpo y del espíritu de los hombres. El hombre liberado decidirá libremente sobre el uso de su libertad. La responsabilidad individual (y comunitaria) está en el centro del programa. La víctima se convierte en actor. El pobre es el artesano de su propia liberación. El programa incluye cuarenta y una medidas inmediatas. Veinte ministerios participan en su aplicación. Las medidas corresponden a tres categorías diferentes: - políticas estructurales de lucha contra el hambre; - políticas específicas de lucha contra el hambre; - políticas locales de lucha contra el hambre. Las políticas estructurales tienen la finalidad de reducir la vulnerabilidad de las familias más pobres, permitiéndoles acceder por sus propios medios a una alimentación adecuada. Forman parte de esta categoría el aumento del salario mínimo; el aumento de las ofertas de empleo y la disminución del trabajo temporero; la creación de agencias de microcrédito solidario; la intensificación de la reforma agraria; la universalización de la previsión social; la generalización de la bolsa escola y de la renda mínima para las familias pobres; el apoyo a la agricultura familiar. Las políticas específicas tienen como objetivo garantizar un acceso inmediato a la alimentación para las personas más vulnerables. Son necesarias a corto plazo para ayudar a los que no tienen ningún medio para procurarse una alimentación 144 adecuada. Estas políticas incluyen la generalización de la cartilla de alimentos (cartao de alimenta (ao) y de los cupones de alimentos (Programa cupom de alimentafao); el reparto de cestas familiares (cestas básicos emergenciais); la creación de reservas de alimentos; el control de la seguridad y la calidad de los alimentos; la reforma del programa de alimentación de los trabajadores (PAT - Programa de alimentagao do trabalhador); la lucha contra la subalimentación maternoinfantil; la difusión de los principios de educación nutricional; la mejora de las comidas escolares (merenda escolar). Las políticas locales tienen como objetivo adaptar el Programa Fome Zero a los diferentes modos de vida, en el campo, en las ciudades pequeñas, en las metrópolis. Estas políticas incluyen el apoyo a la agricultura familiar y a la producción, para alcanzar la autosuficiencia familiar en el campo; la organización de mercados locales y la mejora de los intercambios entre productores y consumidores en el seno de una misma región, en las ciudades pequeñas, la creación de restaurantes populares, bancos de alimentos y la descentralización de los lugares de intercambio de alimentos en las metrópolis. El programa se empezó a aplicar en febrero de 2003 en Piauí, un estado nordestino que linda con Maranháo, Bahía, Para y Pernambuco. A comienzos del segundo semestre de 2004, sólo 140.000 familias habían podido acceder a una o más medidas del Programa Fome Zero. De momento, es un fracaso. ¿Por qué? Para hacerse realidad, el Programa Fome Zero necesita centenares de millones de dólares en inversión pública. Sin embargo, en Brasilia las cajas están vacías. Los intereses y la amortización de la deuda absorben prácticamente todo el dinero disponible. 145 XIII EL ESPECTRO DE SALVADOR ALLENDE Brasil no tiene que devolver, como Ruanda, el precio de los machetes importados por los genocidas, sino los préstamos astronómicos impuestos por el Eximbank, el Fondo Monetario Internacional y la banca privada europea, japonesa y es- tadounidense a los dictadores militares y a los presidentes prevaricadores. Los dictadores no sólo abolieron las libertades políticas y torturaron a los demócratas, también expoliaron las riquezas del país y financiaron obras faraónicas, que sólo obedecían a los intereses financieros de su tutor estadounidense. En cuanto a los presidentes que vinieron después, en su mayor parte favorecieron la corrupción1 y privatizaron, en beneficio del capital especulativo extranjero, la mayor parte de las empresas públicas rentables. Así pues, el presidente Lula está luchando para devolver una deuda odiosa. Marcos Arruda es el equivalente brasileño de un Éric Toussaint. Desde hace décadas, consagra al combate contra las garras de la deuda su formidable energía, su erudición sutil y su inteligencia de investigador2. Tras sus años de exilio en Ginebra (tiene vínculos familiares en Suiza, en el Tesino), Marcos Arruda no sólo es un crítico feroz de la política de en- deudamiento de su país, sino también de las estrategias bancarias europeas y estadounidenses, responsables de la fuga de capitales privados de Brasil. En 2002 —último año de la presidencia de Fernando Henrique Cardoso—, los intereses de la deuda absorbían el 9,5 146 por ciento del producto interior bruto. Esta suma era cinco veces superior a todo el gasto efectuado por el Estado federal y por todos los Estados miembros de la Unión en los ámbitos escolar y sanitario3. Arruda ha calculado que en 1999 el servicio de la deuda tuvo un peso cinco veces mayor en los presupuestos del Estado federal que la sanidad pública, nueve veces mayor que la edu- cación pública y sesenta y nueve veces mayor que el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria, el INCRA4. Actualmente, la deuda externa (sumando la deuda pública y la privada) asciende a más de 235.000 millones de dólares. Ocupa el segundo lugar de todas las deudas exteriores de los países del tercer mundo. Equivale a los ingresos que Brasil obtuvo de las exportaciones en los cuatro últimos años. El Programa Fome Zero seguirá siendo letra muerta mientras el actual gobierno brasileño no consiga imponer una moratoria —si es necesario unilateral— para el servicio de la deuda. ¿Cómo han llegado las cosas a este punto? En el momento del golpe de Estado (abril de 1964), la deuda externa de Brasil ascendía a 2.500 millones de dólares. Al finalizar el reinado de los generales, veintiún años más tarde, alcanzaba más de 100.000 millones de dólares. ¿Por qué? Dos estrategias han dominado los regímenes militares su- cesivos entre 1964 y 1985: la de la «seguridad nacional» y la del «desarrollo integrado». Se puso en marcha un amplio dispositivo subcontinental de vigilancia, represión, caza de demócratas, que exigía unas inversiones considerables. Nada era demasiado costoso para garantizar la «seguridad nacional». El Eximbank5, los grandes bancos privados, más tarde el FMI financiaron a golpe de miles de millones de dólares los medios necesarios para su mantenimiento y su desarrollo. La extensión masiva, el rearme, la reorganización y la mo- dernización de la marina, de las fuerzas aéreas y del ejército de tierra de la dictadura se tragaron decenas de miles de millones de dólares de créditos públicos y privados norteamericanos, siempre concedidos por el propio Eximbank, los bancos privados o el FMI. La estrategia de «desarrollo integrado» pretendía «abrir», mediante la edificación de redes viarias y de asentamientos de colonización, las regiones poco pobladas del país. Primer objetivo: la selva amazónica, la selva tropical más grande del 147 mundo. La cuenca del Amazonas cubre cerca de seis millones de kilómetros cuadrados. Durante los veintiún años que duró la dictadura militar, más de un millón de kilómetros cuadrados de bosque fueron destruidos y quemados. Las tierras desbrozadas fueron adju- dicadas en un 90 por ciento a las sociedades transcontinentales agroalimentarias y ganaderas. En las superficies quemadas, los cárteles estadounidenses y las empresas ganaderas transcontinentales realizaron gigantescas plantaciones de hevea, caoba, trigo y prados destinados a la cría intensiva de ganado bovino. Centenares de miles de boia frioy de trabajadores rurales sin tierra fueron deportados como mano de obra semiesclava desde los estados áridos del norte y del nordeste hacia los complejos agroindustriales de Amazonia, Para, Acre y Rondonia. Todas estas construcciones de carreteras y ciudades nuevas, toda esta deforestación, estas deportaciones y reasentamientos de trabajadores y sus familias, todas las obras de infraestructura y todas las centrales hidroeléctricas y las presas gigantescas realizadas en los ríos se financiaron, por supuesto, con los préstamos del extranjero. La deuda creció además gracias a las condiciones extremadamente favorables que el Estado tuvo que conceder a las sociedades transcontinentales para la transferencia en divisas de los beneficios y royalties, ventajas fiscales... A finales de 1979, los Estados Unidos subieron bruscamente los tipos de interés. Brasil se hunde en la crisis. Para poder financiar el pago de los intereses y el principal de la deuda existente, el régimen militar contrajo nuevos créditos en el extranjero, especialmente con los bancos privados estadounidenses, empezando por el Citibank. A pesar de todo, entre 1979 y 1985 los generales transfirieron al servicio de la deuda 21.000 millones de dólares más de lo que recibieron en nuevos créditos. En 1985, un presidente civil no elegido, nombrado por el Parlamento, dominado por ARENA (partido político creado por los militares), sucede al último general dictador, ex jefe de los servicios secretos, Figueiredo. José Sarney decreta la suspensión temporal del pago de la deuda. Los presidentes sucesivos vuelven a poner en marcha la maquinaria infernal: tomar prestado para devolver, en condiciones cada vez más desastrosas para Brasil. 148 Durante su segundo mandato, el presidente Fernando Henrique Cardoso practicó una política de tipos de interés muy elevados. Su objetivo era totalmente comprensible y legítimo: atraer un máximo de capitales. Estos tipos eran los más elevados del planeta: en algunos momentos alcanzaron niveles vertiginosos. Esta política tuvo consecuencias económicas interiores desastrosas. Ningún industrial medio, artesano o comerciante podía recurrir en Brasil al crédito bancario para desarrollar su empresa y crear empleo. Los que ya habían recurrido a la deuda para su empresa (compra de edificios:..) tuvieron que reducir sus actividades, sanear la empresa y despedir a los empleados y obreros. La política de tipos de interés elevados tuvo otra consecuencia perversa: favoreció la especulación financiera. Los especuladores nacionales o extranjeros contrataban en el mercado mundial créditos personales al 10 o el 12 por ciento y compraban títulos de deuda pública brasileña remunerados a unos tipos astronómicos. Incluso teniendo en cuenta la obligación del emisor de contratar un seguro contra el riesgo de insolvencia, se trataba de un negocio de oro. Y ahora la contrapartida de la deuda exterior brasileña son esos niños flacuchos con lombrices, excluidos del sistema es- colar, privados de vida familiar, desesperados y sin futuro. «Eu tenho cola porque nao tenho vida» («Tengo pegamento [que los niños esnifan para olvidar el hambre] porque no tengo vida»), me dijo una niña de la calle sentada en las escaleras del Convento do Carmo, en Recife. Ante la situación catastrófica de la economía brasileña, el FMI concedió a Brasilia, a comienzos del año 2002, lo mismo que acababa de negar a Argentina: un préstamo llamado bail out («de salida de la crisis»). Se trataba de un crédito gigantesco, el más elevado que nunca se había concedido a un país en toda la historia del FMI. Ascendía a 30.000 millones de dólares. El FMI tenía dos razones para actuar así. Ante el rápido deterioro de la situación económica de Brasil, los banqueros de Wall Street temían por sus créditos. Los cosmócratas tenían miedo de perder gran parte de sus inver- siones en el sector agroalimentario, la industria, los servicios y el mercado financiero local. Así que presionaron al FMI. 149 Recuerdo una tarde de sol escuchando el trinar de los pájaros encaramados a los robles del parque de Villa Barton, en Ginebra. En la gran sala de conferencias, encima de la cafetería del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales, acababa de terminar un seminario de elevado nivel técnico. Anne Rrueger, directora general adjunta del FMI, acababa de exponer sus ideas sobre el futuro tratamiento por parte del FMI de los failed states, los Estados en suspensión de pagos. En la sala, una multitud de estudiantes, profesores, analistas de sociedades financieras, banqueros privados de la plaza, directores de la banca internacional y altos responsables de la ONU habían escuchado su presentación. Anne Krueger es una mujer sólida, no especialmente elegante, pero de lenguaje refrescante, erudita, directa. No es realmente antipática. Ex profesora de la universidad de Stanford, economista jefe del Banco Mundial durante la presidencia de Ronald Reagan, ahora es ella quien dicta la política del FMI. Su ignorancia sobre la vida cotidiana de los pueblos es abismal. Su control de los mecanismos financieros internacionales es impresionante. Junto conjeane Kirkpatrick, otra superviviente de la era Reagan, y Condoleezza Rice, Krueger es actualmente la mujer más poderosa del ala derecha del partido republicano. George W. Bush la consulta regularmente. Una vez terminada la conferencia, quiso dar un paseo por el parque. Traje sastre gris, zapato plano, gafas ahumadas, cabello teñido despeinado por el viento, se dirigió a grandes zancadas hacia el lago. Un pequeño grupo de banqueros y personal de la ONU la acompañaban. Yo iba en tercera fila, pero no tuve problemas para escuchar la conversación. Manifiestamente perturbado por lo que acababa de escuchar, un banquero ginebrino le preguntó tímidamente cómo podía el FMI atreverse a otorgar un crédito de 30.000 millones de dólares a un país prácticamente en quiebra. La respuesta de Krueger fue inmediata: «Heavy Wall Street pressure». La segunda razón que había movido al FMI a conceder a Brasil este crédito tan asombroso es más sutil. Brasil goza tradicionalmente de un sector público potente, generalmente rentable. Todas las actividades industriales pertenecientes a los sectores llamados estratégicos —petróleo, electricidad, minas, telecomunicaciones— son propiedad del 150 Estado: es una herencia de la dictadura corporativista de Getúlio Vargas, que la dictadura militar respetó escrupulosamente. Cardoso, gran defensor de los principios neoliberales, había roto con esta política, privatizando muchas de estas sociedades estatales, sobre todo durante su segundo mandato. Cuando se lanzó esta política de privatización acelerada, miles de millones de dólares desaparecieron misteriosamente en los bolsillos de senadores, diputados y ministros (o de simples intermediarios). Esta política tropezó, desde 2001, con gran resistencia popular. Los directivos, empleados y obreros de Petróbas, por ejemplo, se opusieron, con huelgas y múltiples acciones judiciales, a la venta al mejor postor de sus empresas. Los directores de las compañías transcontinentales y otros depredadores no se sintieron muy satisfechos. Estaban a punto de que se les escapara una mina de oro. Cardoso se negó a entrar en el juego. Había llegado el momento de darle una lección: «O reactivas el proceso de privatización o te aplicamos el tratamiento argentino»7. Y de esta forma, el crédito bail out quedó vinculado a la obligación de continuar con las privatizaciones. Las elecciones presidenciales debían tener lugar en octubre de 2002. Brasil es un país moderno, que dispone de institutos de es- tudios de mercado fiables. En los últimos meses del invierno austral de 2002, las curvas y las cifras que daban a conocer estos institutos empezaban a evidenciar un cambio considerable en la opinión pública. El candidato neoliberal José Serra, ex ministro de Sanidad y delfín de Cardoso, perdía rápidamente puntos en los sondeos. Conquistando progresivamente el apoyo de sectores enteros de la alta industria, las finanzas y la mayor parte de la clase media, además de las capas populares, Luiz Inácio Lula da Silva no dejaba de atraer intenciones de voto. A partir de agosto, su ascenso se hizo fulgurante. En Washington, todas las sirenas de alarma se pusieron a sonar. ¡Pánico en Zúrich, Londres, Fráncfort, París y Nueva York! Y con razón. En los últimos veinte años, la posición del PT y de su líder siempre había sido la misma: hay que anular la deuda. Si es posible, mediante la negociación internacional, pero en caso de necesidad, mediante un acto unilateral y voluntarista. 151 Desde su primera redacción en 1979, el programa del PT contiene análisis y tomas de posición de extremada claridad y gran rigor sobre los males ligados a la deuda y la necesidad de rechazar los pagos que se derivan de ella. Para el PT, no es posible salir de la miseria sin anular la deuda. Como Salvador Allende, Lula había sido un candidato obs- tinado y determinado en numerosas elecciones presidenciales. En 1989 había perdido por poco contra Fernando Collor de Mello. Cuatro años más tarde, se enfrentaba por primera vez con Fernando Henrique Cardoso. La derrota fue fulminante. Cardoso fue elegido en la primera vuelta. Cuatro años más tarde, la situación había dado un vuelco: Cardoso luchaba por la reelección y Lula le complicaba la vida. No obstante, en la segunda vuelta ganó Cardoso. En la batalla de 2002 contra José Serra, Lula ganó por la mayoría aplastante que ya sabemos. Con ocasión de cada una de sus campañas presidenciales, Lula puso en el centro de su programa la abolición de la deuda, así como la creación de un cártel de deudores. La idea había germinado en el seno de la Internacional Socialista. Hasta su muerte, en septiembre de 1992, Willy Brandt, presidente de la IS desde 1976, se había convertido en enérgico promotor de esta idea. Le parecía absolutamente necesario crear un frente de países deudores. Un país endeudado en solitario, aunque se tratase de un país tan poderoso como Brasil, no podía hacer nada contra el FMI o contra los acreedores privados coaligados. La negociación debía ser necesariamente colectiva. Para romper las cadenas, los esclavos tenían que formar un frente. Las cadenas sólo se aflojarían mediante la acción común. El PT no ingresó formalmente en la Internacional Socialista hasta el congreso de Sao Pauló, en octubre de 2003. Sin embargo, en las dos décadas anteriores se habían establecido es- trechos vínculos entre la IS y el PT. Especialmente, gracias al trabajo incansable de dos dirigentes brasileños brillantes y atípicos: el senador del PT de Sao Paulo, Eduardo Suplicy, y el dirigente trotskista de origen francoargentino, Luis Favre, asesor de política internacional de la dirección del partido. Con ocasión de una conversación con Eric Toussaint, mucho antes de su elección, Lula dijo: «Pensamos que ningún país del tercer mundo está en condiciones de pagar su deuda. Pensamos que los gobiernos del tercer mundo que deciden seguir pagando la deuda externa están optando por llevar a su pueblo al abismo. 152 Existe una incompatibilidad total entre la política de desarrollo de los países del tercer mundo y el pago de la deuda. Pensamos que hay que suspender inmediatamente el pago de la deuda». ¿Por qué? Lula contestó: «Con el dinero destinado al pago de la deuda, podemos crear un fondo de desarrollo destinado a financiar la investigación y el desarrollo de tecnologías, enseñanza, sanidad, reforma agraria, una política de progresó para todo el tercer mundo. Este fondo estaría controlado por el propio país, a partir de una instancia que habría que crear, y de la que formarían parte el Congreso, los movimientos sindicales, los partidos políticos; constituirían una comisión destinada a la administración de este fondo». ¿Cómo hacer frente al adversario? ¿Cómo negociar? Lula: «Hay que crear un frente de países deudores para negociar con los países acreedores. Es necesario que los países del tercer mundo se unan, para que cada gobierno comprenda que sus problemas son equivalentes a los que tienen los gobiernos de los demás países del tercer mundo. Ningún país podrá encontrar una solución individual a la deuda... También es importante que el debate sobre la deuda externa no se desarrolle entre gobierno y banqueros, sino de gobierno a gobierno. También hay que transformar el problema de la deuda en una cuestión política. No sólo hay que discutir sobre el problema de la deuda [como tal] sino sobre la necesidad de instaurar un nuevo orden económico internacional. No es posible seguir vendiendo nuestras materias primas por una miseria y comprar los productos manufacturados a precio de oro». Lula también: «Este bloque de medidas sólo se podrá llevar a cabo mediante la acción política. La acción política es la presión de los movimientos sociales. Hay que transformar la cuestión de la deuda en un asunto que interese al pueblo»8. Hasta agosto de 2002, Lula no había modificado su posición sobre este punto. El arma preferida de los amos de la deuda es el chantaje. Sé les da muy bien. El PT lo pudo comprobar ya en julio de 2002. El Wall Street Journal empezó a publicar oleadas de artículos, avisando a los acreedores internacionales de la previsible victoria del socialista Lula. ¿Perder millones de dólares en una sola noche electoral? El horror absoluto para cualquier banquero normalmente constituido. Los expertos de Bretton Woods y los think tanks 153 estadounidenses, los analistas de las grandes casas de traders de las principales bolsas del mundo proyectaron sobre el muro del futuro inmediato el apocalipsis del default brasileño. Default es un término inglés que indica una suspensión unilateral de pagos por parte del deudor. En las legislaciones nacionales de los Estados, existen leyes que permiten ejercitar acciones, en determinadas condiciones, contra aquellos que se declaran en quiebra. Sin embargo, no existe ningún equivalente en el derecho internacional. El fuego cruzado de amenazas aumentó de intensidad a medida que transcurrían los días dramáticos del mes de agosto. El real fue atacado en todas las plazas financieras del mundo y perdió una parte importante de su valor. El chantaje era de una claridad cristalina: si el pueblo bra- sileño tenía la desgraciada idea de elegir a Lula, el real se hundiría completamente y Brasil se convertiría en una nación de apestados. Todos los inversores extranjeros se retirarían de su territorio. Y se instalaría la miseria más negra. Las clases medias recibieron un tratamiento específico: los «expertos» les explicaron que serían las primeras en ser liquidadas. En una economía en ruinas, en poco tiempo formarían parte del subproletariado de las favelas. La Rede Globo, la cadena nacional de televisión más influyente, di- fundió, junto con otras cadenas, las predicciones apocalípticas inspiradas por Washington. Gran número de periódicos poderosos y de emisoras de radio de derechas se apuntaron también. En primera línea, O Globo, la Gazetta Mercantily el Estado de Sao Paulo. El PT y todas las fuerzas populares cuyas esperanzas en- carnaba debían reaccionar. A finales de agosto, la dirección del PT envió una carta al FMI garantizando que su candidato, si resultaba elegido, respetaría escrupulosamente todos los compromisos financieros asumidos por el presidente Fernando Henrique Cardoso9. Lula ganó la segunda vuelta de las elecciones el 27 de octubre de 2002. Inmediatamente, se declaró favorable a la independencia del Banco Central y proclamó su intención de nombrar a la cabeza del mismo al banquero más reaccionario del país, Henrique de Campos Meirelles. Era (y sigue siendo) una persona unánimemente detestada en Brasil. 154 De todos los bancos privados mundiales que, generación tras generación, han organizado el pillaje sistemático de Brasil, el Citygroup, del que depende el Citibank, el mayor banco del mundo, y el Fleet Boston Bank han desempeñado un papel clave. Meirelles fue presidente del Fleet Boston Bank, segundo banco titular (después del Citibank) de la deuda brasileña. Lula lo nombró evidentemente por una razón estratégica: era urgente calmar las inquietudes de Wall Street. En Brasil, el Ministerio de Economía y Finanzas es el mi- nisterio clave del gobierno. Su titular goza de amplias com- petencias y de una influencia determinante sobre todos sus colegas. Cardoso lo había puesto en manos de un economista de fama internacional, ex director del FMI, Pedro Malán. Lula nombró a un médico trotskista llamado Antonio Palocci. Luis Favre, intelectual brillante, se convirtió en la eminencia gris del ministerio. La secretaría de Estado de Comunicación, otro puesto clave del dispositivo gubernamental, también fue a manos de un dirigente de la Cuarta Internacional llamado Gushiken. Si hay una expresión que siempre me ha sublevado es la de «confianza de los mercados». Para no verse atacado, arrasado, humillado por el capital financiero mundializado, un pueblo debe —mediante su conducta económica— ganarse la «confianza de los mercados». ¿Cómo se puede merecer esta «confianza»? Simplemente, sometiéndose en cuerpo y alma a la dictadura de los cosmócratas. Con esta condición, y sólo con esta condición, los amos del imperio de la vergüenza conceden su colaboración a los pueblos proletarios. En América Latina, la sombra de Salvador Allende es la obsesión del imaginario colectivo. Su espectro ronda por el palacio presidencial de Planalto en Brasilia. Con la nacionalización de las minas de cobre (incluida la mayor mina del mundo a cielo abierto: Chuquicamata), con la aplicación de la mayor parte de las 110 propuestas de reforma social que había avanzado la Unidad Popular, así como con la introducción de un impuesto para las sociedades mul- tinacionales, Salvador Allende había provocado, a finales de 1970, la ira de los cosmócratas10. En la clandestinidad más profunda, en Washington, se había formado el Comité de los Cuarenta. Presidido por Green, presidente y director general de la mayor compañía 155 transcontinental del mundo en aquella época, la International Telephone and Telegraph Company (ITT), el comité reunía a las cuarenta empresas extranjeras más importantes con actividad en Chile. Además de los consorcios mineros Anaconda y Kennecott, formaban parte de él algunas de las empresas más poderosas del mundo. Desde finales de 1970, con el apoyo de Nixon, Kissinger y la CIA, este comité organizó el sabotaje económico y financiero sistemático del gobierno de la Unidad Popular. El 11 de septiembre de, 1973, el palacio presidencial de la Moneda, en el corazón de Santiago, fue atacado por los bombarderos y los tanques de las fuerzas armadas chilenas, tele- dirigidas por el Pentágono. A las 14:30, Salvador Allende murió de un balazo en la cabeza, en su despacho de la segunda planta del palacio. Se instaló una dictadura sangrienta. Cayó la noche sobre Chile. Salvador Allende y su Unidad Popular no habían sabido ganarse la «confianza de los mercados». El acuerdo de 2002 firmado entre el FMI y la presidencia de Cardoso obligaba a Brasil a obtener un superávit presupuestario de al menos un 3,75 por ciento. ¿Qué es un «superávit»? Simplemente un excedente de ingresos sobre los gastos previstos en los presupuestos del Estado. Este superávit es evidentemente la garantía de que el Estado deudor podrá —durante el año presupuestario en cuestión— cumplir sus compromisos en materia de devolución de la deuda. En su primer año en el ministerio, Palocci anunció que no sólo iba a respetar los compromisos adoptados por Cardoso y Malán, sino que iba —por voluntad propia— a llevar el superávit al 4,25 por ciento para 2003! No había una forma mejor de reconquistar la «confianza de los mercados». ¿Adonde va la revolución pacífica y silenciosa en Brasil? El resultado de la batalla por la abolición de la deuda nos dará una respuesta. Esta batalla está por llegar. La primera etapa en esta vía es la realización de una auditoría. La idea es sencilla: el Parlamento del país deudor reivindica el derecho a examinar la génesis de su deuda, de analizar su composición y de decir, finalmente, cuáles son los préstamos que han sido contraídos legalmente y en un entorno de transparencia y cuáles son fruto de la sobrefacturación, de 156 transacciones fraudulentas, de falsificación de documentos, es decir de una forma de desfalco. Porque hinchar la deuda es provechoso, tanto para los dirigentes nacionales corruptos, que contraen los préstamos, como para los deudores extranjeros que los conceden. El dirigente nacional corrupto, porque cobra una comisión proporcional a la suma acreditada, el banquero acreedor porque percibirá unos intereses elevados. Tomemos el ejemplo de lo que ocurrió durante la dictadura militar. La CIA y el Pentágono instalaron en el poder, en Brasilia, a los hombres de verde y gris. Los funcionarios del Tesoro estadounidense y los banqueros de Wall Street tenían una opi- nión muy baja de las cualidades intelectuales de los generales. Por ello, les impusieron a Delfim Neto. Este hombre, dotado de amplias competencias, se convirtió en el más joven (y probablemente el más poderoso) de los ministros de Economía y Finanzas que haya conocido Brasil. En su equipaje traía a un equipo de economistas competentes, casi todos formados en Estados Unidos. Cínicos, ambiciosos y ávidos, saquearon sin contemplaciones la economía brasileña. Con poco más de 30 años en el momento de su nombra- miento, unas gruesas gafas de miope iluminando un rostro de bebé mofletudo, Delfim es una figura totalmente atípica en el universo mortecino de los militares. Obeso y juerguista, le gustaban las noches calientes y las mañanas pálidas de los cabarés tórridos de Copacabana y Leblon. De inteligencia brillante, supo adaptarse como un camaleón a los discursos de los diferentes dictadores, pero también de los cosmócratas. No presentaba aparentemente ninguna ambición política personal y estaba movido por su instinto de jugador. De temperamento festivo, detestaba la ideología militar. Consideraba que la teoría de la «seguridad nacional» era francamente una patochada. Sin embargo, también sabía invocarla solemnemente cada vez que presentaba a los genera- les uno de sus megaproyectos: carreteras transamazónicas, ampliación de la presa hidroeléctrica de Iguazú, explotación minera de Carajás, instalaciones portuarias gigantescas en Santos, creación de una red de telecomunicaciones integrada, instalación de plataformas de prospección petrolífera off-shore frente a la costa de Guanabara, etcétera. Los generales siempre firmaban llenos de entusiasmo. El Banco Mundial certificaba la «viabilidad» de estos proyectos y 157 los prestamistas extranjeros adelantaban los miles de millones de dólares necesarios para su ejecución. En sus cálculos, el equipo de Neto practicaba habitualmente la sobrefacturación. Muchos generales, sus parientes o sus aliados tenían (y siguen teniendo) cuentas numeradas en Zúrich, Londres y Ginebra. Los más hábiles estaban (y están) a la cabeza de compañías off- shore inscritas en paraísos fiscales del Caribe, de Jersey o de Licchtenstein. Durante veintidós años, los prestamistas extranjeros in- gresaron directamente en estas cuentas sumas astronómicas, producto de la sobrefacturación o de comisiones ocultas. Brasil, nacido de la mezcla íntima de tres culturas —europea, africana e india—, siempre fue un laboratorio de ideas y de experimentación social fascinante. Fue precisamente Brasil el país que inventó la auditoría. En 1932, la primera auditoría fue practicada por el Parlamento. En ella salieron a la luz múltiples irregularidades, préstamos gigantescos obtenidos y adjudicados sobre la base de documentos falsificados y de irregularidades sutiles cometidas con ocasión de la firma de los contratos. El gobierno de la época se negó a pagar la parte de la deuda marcada con el sello del fraude. Obtuvo lo que buscaba: los bancos extranjeros renunciaron «libremente» a sus deudas fraudulentamente constituidas. La cuestión de la auditoría vuelve a aparecer en los debates de la Asamblea Constituyente de mediados de la década de 1980. El debate fue intenso, no sólo entre los diputados, sino también, y sobre todo, en la opinión pública. El artículo 48 de la Constitución de 1988 deja ahora en manos del Congreso la competencia de proceder a la auditoría de la deuda externa. Esta auditoría es una de las reivindicaciones más constantes del PT. En 2000, José Dirceu, entonces líder del partido en el Congreso, presentó el decreto legislativo n° 645-A. Esta es su exposición de motivos: Las diferentes deudas, externa, interna, pública y privada, aunque diversas en su aplicación y su significado, constituyen en su conjunto una sobrecarga de obligaciones para la sociedad cuyas consecuencias son de naturaleza variada: 1) aumento de la vulnerabilidad externa y de la dependencia económica del país; 2) aumento de las sumas que deben devolverse en divisa extranjera (tanto en la actualidad como en el futuro), lo que 158 compromete el desarrollo de la joven generación; [...] 4) pérdida de soberanía y sumisión a las estrategias internacionales del capital financiero y de la superpotencia hegemónica; 5) sacrificio del pueblo sin protección, que no ha disfrutado de sus ventajas en los periodos en los que estas deudas han sido contraídas y sobre quien recae el peso de su devolución. [...] El actual proyecto de decreto legislativo pretende establecer un mecanismo democrático de consulta popular sobre lo que hay que hacer respecto a las cuestiones que, sin duda alguna, tienen una relación directa e indirecta con la vida de nuestro pueblo. Brasil dispone de una de las sociedades civiles más vigorosas y más inventivas del mundo. Los movimientos sociales innovadores, desde el MST al movimiento por el presupuesto participativo, del movimiento de emancipación de los afrobrasileños a los movimientos de mujeres, no dejan de ganar en envergadura y en influencia pública. Con el apoyo de la Central Única de Trabajadores (CTJT), del MST, del PT y de las comunidades cristianas de base, el movimiento Jubileo Sur lanzó en 2000 una amplia consulta popular sobre la deuda. Más de seis millones de ciudadanos han participado en la votación. El 91 por ciento se pronunció por la realización de la auditoría. Técnicamente, esta auditoría no plantea mayores problemas. Sociedades internacionales, pero también brasileñas, de auditoría (por ejemplo Price Waterhouse, Attag, Ernst and Young, etcétera) proceden anualmente al examen de las cuentas de inmensas compañías transcontinentales, analizan detalladamente centenares de miles de contratos, reconstruyen millones de operaciones, analizan innumerables montajes financieros. La operación puede costar cara, pero en el caso de la deuda pública exterior brasileña, su rendimiento neto sería sin duda considerable... De momento, Lula no ha tenido el coraje de poner en marcha la auditoría. En el seno de los movimientos anticapitalistas de todo el mundo empieza a ganar terreno una sospecha terrible. ¿Estará perdiendo Lula el control de su doble estrategia? El superávit al 4,25 por ciento ha expulsado de Planalto al fantasma de Allende. Los cosmócratas dejan a Brasil en paz. Al menos de momento. Pero al mismo tiempo el Programa Fome Zero no despega. 159 Miles de niños brasileños siguen muriendo de subalimentación, malnutrición y hambre. Era de esperar. No hay dinero. Sin reducción masiva de la deuda, ya lo he dicho, no habrá Programa Fome Zero. Éric Toussaint y Marcos Amida han pronunciado sobre la estrategia de Palocci y la tolerancia de Lula con él palabras de condena definitivas. En el PT el descontento está ganando terreno. Senadores, diputados federales han sido expulsados por haber atacado públicamente la política de Palocci. El martes 2 de marzo de 2004, en el hotel Ambassador de Berna, tuve una experiencia desconcertante: la organización de asistencia protestante Pan para el Prójimo (junto con otras ONG) lanzaba públicamente sus programas de ayuda para países de Africa, Asia y América Latina. Entre los oradores invitados estábamos Frei Betto y yo. Estaba profundamente feliz de volver a ver a Frei Betto. Vital, apacible, mesiánico como siempre. Unos instantes después de la comida me habló en un aparte. Con un rostro repentinamente grave y en voz baja me dijo: «Esto no va bien... la gente ya no entiende... Tú conoces a Lula. Te aprecia... Habla con él: Palocci tiene que renunciar a este maldito superávit, empezar por fin la auditoría... Tiene que hacer frente al FMI... la gente tiene hambre... no puede esperar más... esto no puede pasar de fin de año... la gente está al límite». Hay pocos hombres por los que sienta una admiración y un afecto comparables con los que me inspira Frei Betto. Ni la tortura, ni la cárcel, ni el exilio han logrado reducir su sensibilidad. Sin embargo, en Berna, ese martes 2 de marzo, me quedé anonadado: ¿Frei Betto puede pensar que una palabra mía podría cambiar algo en la política brasileña? La idea misma me parecía absurda. Además, el despacho de Frei Betto está junto al del presidente. Se ven y se hablan todos los días. ¡Qué profunda debía ser la turbación de Frei Betto para hacerme una petición tan poco realista! La batalla de la deuda está por llegar. Sí, su resultado decidirá el destino de la revolución pacífica, silenciosa, actualmente existente en Brasil. Sin embargo, el final es incierto. En este contexto, la soli- daridad internacional de los pueblos —sobre todo los de Europa 160 — es determinante para que la batalla contra el hambre y por la abolición de la deuda se pueda ganar en Brasil. Contribuir a poner en marcha esta solidaridad es uno de los objetivos de este libro. 161 QUINTA PARTE LA VUELTA DEL MUNDO AL SISTEMA FEUDAL 162 XIV LOS SISTEMAS FEUDALES CAPITALISTAS Deuda y hambre, hambre y deuda constituyen un círculo mortífero aparentemente sin salida. ¿Quién lo inició? ¿Quién lo mantiene en movimiento? ¿Quién obtiene de él beneficios astronómicos? Los sistemas feudales capitalistas. Actualmente, los señores del hambre, la especulación y los bandidos denunciados por Jacques Roux, Marat y Saint-Just están de vuelta. La mano homicida del monopolizados conjurada por Gracchus Babeuf, golpea de nuevo. Asistimos a la vuelta del mundo al sistema feudal. Este nuevo poder feudal tiene el rostro de las empresas multinacionales privadas. No hay que olvidar que las quinientas mayores sociedades capitalistas multinacionales del mundo controlan actualmente el 52 por ciento del producto interior bruto del planeta. El 58 por ciento son originarias de los Estados Unidos. Todas juntas sólo dan trabajo al 1,8 por ciento de la mano de obra mundial. Estas quinientas sociedades controlan riquezas superiores a los haberes acumulados de los 13S países más pobres del mundo1. Depositarías de los conocimientos tecnológicos, electrónicos, científicos más avanzados, dueñas de los principales laboratorios y centros de investigación del mundo, las 163 sociedades transcontinentales dirigen el proceso de desarrollo material de la condición humana. El bien que aportan a los que pueden hacerse con sus productos y servicios es indiscutible. Sin embargo, el control privado que ejercen sobre una producción y unos descubrimientos científicos destinados por naturaleza al bien común tiene consecuencias desastrosas. El único motor de estos nuevos señores feudales es la acumulación de ganancias privadas máximas en el menor tiempo posible, la extensión constante de su poder y la eliminación de cualquier obstáculo social que se oponga a sus decretos. Entre las causas primeras del constante aumento de la deuda exterior de los países del hemisferio sur figura la transferencia hacia las oficinas centrales, en divisas, de los beneficios empresariales o bursátiles obtenidos por las sociedades transcontinentales en el país de acogida. Hay que añadir el sistema de regalías. Citemos el ejemplo de Nestlé. Como la mayor parte de las sociedades transcontinentales, Nestlé está organizada en profit centers relativamente independientes unos de otros. En cambio, las quinientas fábricas de Nestlé en todo el planeta utilizan patentes pertenecientes a la casa matriz, o más precisamente al holding. Estas patentes deben ser remuneradas. Veamos lo que ocurre en Brasil: Nestlé obtiene allí unos beneficios espectaculares. Una parte de este margen se reinvierte en las veinticinco fábricas y sociedades locales implantadas en el país. Otra sirve para la financiación de la expansión y la conquista de un mercado local nuevo, el de la comida para animales domésticos, por ejemplo. La mayor parte del dinero ganado vuelve a Vevey, cuartel general de Nestlé. Esta hemorragia está financiada por el Banco de Brasil. Porque Nestlé no retransfiere evidentemente reales, moneda sin valor de cambio consistente, sino dólares (u otras divisas consideradas «duras»). Así que hay que echar mano de las divisas del banco central del país de acogida para permitir la transferencia de los beneficios y otros productos de la cesión de las patentes de la moneda local a una divisa dura. Estas divisas cruzan inmediatamente el Atlántico, agravando así la gestión de la deuda externa del país de acogida. Es un negocio redondo: Europa no deja de disminuir en importancia relativa en la cartera de Nestlé. En 1994, los 164 beneficios europeos constituían el 45 por ciento del volumen de negocios de la sociedad suiza y en 2004 eran del 33 por ciento. La conquista triunfal de mercados siempre nuevos tiene lugar en Asia, Africa y América Latina. Por supuesto, los nuevos príncipes obtienen de su actividad ganancias personales considerables. Josef Ackermann, señor del mayor banco de Europa, el Deutsche Bank, gana once millones de euros al año. Su compañero que dirige el J. P. Morgan Chase Manhattan Bank gana el triple. Daniel Vasella, cabeza del trust farmacéutico Novartis, se ha concedido un salario anual de 18 millones de euros. Su colega, Peter Brabeck, de Nestlé, gana otro tanto. En cuanto al presidente de UBS (United Bank of Switzerland), el mayor gestor de fortunas privadas del mundo, el nativo de Basilea Marcel Ospel, gana el modesto salario anual de 12 millones de euros2. Como sus predecesores de antes de 1789, estos nuevos príncipes viven, por así decirlo, gratuitamente: palacios, fiestas mundanas, comidas, viajes, están a cargo de la tarjeta oro cuyos importes, sean cuales fueren, son abonados en su totalidad por la sociedad. La única diferencia es que los aviones privados y las limusinas han sustituido a los caballos y carrozas... Jean-Paul Marat: «Un buen príncipe es la más noble de las obras del Creador, la más adecuada para honrar a la naturaleza humana y representar la divina. Sin embargo, por cada buen príncipe, ¡cuántos monstruos en la tierra!»3. Para poder medir la dimensión planetaria de este dominio, tomemos el ejemplo de los consorcios agroalimentarios. En 2004, diez sociedades transcontinentales, entre las que estaban Aventis, Monsanto, Pioneer, Syngenta, etcétera, controlaban más de un tercio del mercado mundial de las semillas. Este mercado ascendía, en 2003, a 23.000 millones de dólares4. Veamos ahora lo que ocurre con los pesticidas: este mercado supone unos 28.000 millones de dólares al año. El 80 por ciento de este mercado está dominado por siete sociedades transcontinentales (entre las que se encuentran, de nuevo, Aventis, Monsanto, Pioneer, Syngenta, etcétera). Bangladesh es el Estado más densamente poblado del hemisferio sur, con 146 millones de habitantes que viven en una tierra de 110.000 kilómetros cuadrados. Conservo de este país unos recuerdos extraordinarios: en todos los lugares que visité —de noche y de día—, en Dacca, Chittagong, en las riberas del 165 Bramaputra o el Ganges, en las aldeas o en los campos, en todas partes, en cada instante, estuve rodeado de multitud de personas siempre amables, sonrientes, a menudo muy bellas. Bangladesh es el tercer país más pobre del mundo, según el Human Deuelopment Index del PNUD. El país se extiende por una zona tropical o subtropical especialmente dura: en época de monzones, dos veces al año, el 60 por ciento de las tierras del país quedan bajo el agua. El limo que transportan a lo largo de millares de kilómetros los cuatro grandes ríos que bajan del Himalaya fertiliza la tierra. Sin embargo, plagas de todo tipo, que prosperan en este clima constantemente húmedo, destruyen regularmente una parte importante de las cosechas de maíz, cereales, trigo y mijo. El precio de los pesticidas decide, pues, la vida y la muerte de millones de bengalíes. Los señores feudales capitalistas mencionados más arriba fijan anualmente el precio de los pesticidas vendidos a los bengalíes. Y lo hacen de acuerdo con el criterio del máximo beneficio. Sin ningún control público. Y lo que vale para Bangladesh vale también para India. En octubre de 2004, la revista Frontline publicó una entrevista al ministro indio de Agricultura, Raghuveera Reddy. Indicaba que en Andra Pradesh, uno de los principales estados miembros de la unión india, más de 3.000 campesinos sobre endeudados con las sucursales locales de las empresas transcontinentales que comercializan las semillas y los pesticidas se habían suicidado durante el periodo 1998-2004. Ahora observemos lo que ocurre con los vendedores de semillas, que controlan los circuitos mundiales del transporte, los seguros, los silos, y evidentemente la Bolsa de materias primas agrícolas de Chicago. También aquí funciona una concentración extrema del poder de decisión y patrimonial: treinta compañías dominan el comercio mundial de los cereales. De los cincuenta y dos Estados del continente africano y sus islas, sólo quince tienen autosuficiencia alimentaria. Los otros treinta y siete deben recurrir al mercado mundial para alimentar a su población. Es así incluso cuando hay cosechas «normales», es decir, cuando no hay guerras, sequías, plagas de langosta o cualquier otra calamidad natural (o debida a la mano del hombre) asolando el país. El déficit alimentario de estos Estados se debe a que su propia cosecha no es objetivamente suficiente para cubrir el periodo de tiempo, variable de un país a 166 otro y de un año para otro, que separa el agotamiento de las provisiones de la cosecha anterior de la nueva cosecha. En Zambia, el maíz es el plato nacional. Los zambianos lo consumen mañana, tarde y noche. En puré, tortas, asado, en sopa, en gachas. Para alimentarse durante este periodo intermedio, Zambia debe apelar frecuentemente al mercado mundial. El gobierno de Lusaka sólo dispone de medios financieros modestos. Si los precios dictados por los cosmócratas del grano son elevados, el gobierno simplemente no podrá importar el número de sacos de maíz necesarios y millares de zambianos morirán, como en 2001 y 2002. En L’Ami du peuple, Jean-Paul Marat publicó el 26 de julio de 1790 un famoso texto titulado «Medios auténticos de que el pueblo sea feliz y libre». Escribía: «El primer golpe que los príncipes asestan a la libertad no consiste en violar audazmente las leyes, sino en dejarlas caer en el olvido... Para encadenar a los pueblos, hay que empezar adormeciéndolos»5. Cada una de las grandes sociedades capitalistas transcontinentales del planeta tienen su Ministerio de Propaganda cuyo nombre oficial es Department of Corporate Communication: su tarea es articular, distribuir, defender, explicar, alabar, legitimar la visión de las cosas que los príncipes quieren imponer a la opinión pública. Con más de dos siglos de anticipación, Jean-Paul Marat describe las actividades de los charlatanes y gurús contempo- ráneos de la publicidad y las relaciones públicas: La opinión se basa en la ignorancia, y la ignorancia favorece extremadamente el despotismo [...]. Pocos hombres tienen ideas sanas sobre las cosas. La mayor parte sólo se fijan en las pa- labras. ¿Acaso los romanos no concedieron a César, con el título de emperador, el poder que le habían negado con el de rey? [...] Los hombres, engañados por las palabras, no sienten horror ante las cosas más infames, adornadas con nombres maravillosos, y se horrorizan de las cosas más dignas de alabanza, desdeñadas con nombres odiosos. El artificio ordinario de los gabinetes consiste en engañar a los pueblos pervirtiendo el sentido de las palabras6. En mi calidad de relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, a veces discuto con los 167 nuevos poderes feudales. Frente a las deficiencias o a las con- secuencias catastróficas de determinadas decisiones, los señores recurren invariablemente a este argumento mágico: la «falta de comunicación». Las estrategias de presión, de infiltración y de manipulación —de los gobiernos, los Parlamentos, la prensa y la opinión pública— desarrolladas por los nuevos poderes feudales son extraordinariamente hábiles, y desgraciadamente eficaces. Harían empalidecer de envidia a los duques, condes y marqueses denunciados por Marat. Cada multinacional capitalista organiza no sólo su Ministerio de la Propaganda, sino también sus propios servicios de espionaje y contraespionaje, así como sus propios equipos de ejecutores. Estos servicios secretos funcionan en los cinco continentes. No sólo se infiltran en los cuarteles generales de los cosmócratas competidores, sino también en los diferentes gobiernos nacionales, y la mayor parte de las grandes or- ganizaciones internacionales, gubernamentales y no guber- namentales, del planeta. Una de las primerísimas cosas que aprendí tras mi nombramiento en las Naciones Unidas fue a desconfiar de los sistemas que comunican el Alto Comisionado para los Derechos Humanos, domiciliado en Ginebra, con la sede central de la ONU en Nueva York. Para tratar de los asuntos que exigen un mínimo de confidencialidad, está totalmente contraindicado el uso de los teléfonos del palacio Wilson o del correo electrónico. En cambio, se recomiendan las cartas manuscritas entregadas en mano. Es el sistema que utilicé durante dos meses de 2002, cuando preparaba mi respuesta a las acusaciones que la misión estadounidense lanzaba en mi contra en el caso de los organismos genéticamente modificados. Volveremos sobre este tema. Robert Baer, que fue alto responsable del departamento de operaciones de la Central Intelligence Agency (CIA), manifestó su admiración por la eficacia, la competencia, los medios materiales de los servicios de contraespionaje, espionaje y acción de las grandes sociedades capitalistas transcontinentales7. Algunas de estas empresas son especialmente hábiles para in- filtrarse en la burocracia de las grandes agencias especializadas de la ONU. Un ejemplo: La OMS promulga directrices, vota resoluciones y firma convenios marco que afectan directamente a las actividades (y a los beneficios) de muchas multinacionales 168 privadas de los sectores de la química, la ingeniería biológica y farmacéutica, el tabaco... La OMS organiza en el tercer mundo campañas de vacunación contra la poliomielitis, la fiebre amarilla, la malaria, la hepatitis, que afectan a centenares de miles de personas. Estas campañas representan una apuesta financiera gigantesca. Además, la OMS mantiene decenas de centros de investi- gación y de laboratorios en todo el mundo. Invierte centenares de millones de dólares en su programa de prevención del sida. En el hemisferio sur, organiza la formación de médicos y enfermeras. También desarrolla una fuerte actividad normativa, rechazando o aceptando medicamentos nuevos, luchando por la utilización de ios medicamentos genéricos y trabajando por la limitación de la protección intelectual (reducción del tiempo de vida de las patentes) de los medicamentos esenciales para las poblaciones del tercer mundo. Es decir, los movimientos de la OMS tienen una incidencia financiera considerable. Una mujer excepcional está a la cabeza de la OMS desde 2000: Gro Harlem Brunddand, ex primera ministra de Noruega y también médico. Enseguida nombró una comisión de encuesta formada por expertos internacionales de alto nivel, bajo la presidencia del profesor Thomas Zeltner. Esta comisión se encargaba de localizar en el aparato de la OMS a los funcionarios infiltrados por los fabricantes de tabaco. La comisión procedió finalmente a una depuración severa. Sólo después de esta depuración aceptó Brunddand abrir negociaciones con las tabacaleras multinacionales para el nuevo convenio marco sobre el tabaco. Otro ejemplo de infiltración de la OMS. La instancia suprema de esta organización es la Asamblea Mundial de la Salud, que se reúne cada verano en Ginebra. Sin embargo, la OMS es una organización interestatal. Las delegaciones que componen la asamblea son formalmente delegaciones de los Estados. Es lógico pues que algunos príncipes de la industria farmacéutica gasten cada año tesoros de ingenio y cantidades de dinero considerables para convencer a los diplomáticos y funcionarios que componen las delegaciones. Y casi siempre lo consiguen. Las decisiones de la Asamblea Mundial obedecen así frecuentemente a la voluntad de los nuevos poderes feudales, y accesoriamente a las necesidades de los pueblos afectados. En 2001, un grupo de Estados escandinavos (y del tercer 169 mundo) presentó una moción que exigía que cada miembro de las delegaciones se viera obligado a revelar, antes de la apertura de los debates, los posibles conflictos de intereses en los que pudiera estar incurso. Es decir: sus relaciones de dependencia respecto a las compañías farmacéuticas. La noche anterior a la votación, maletas llenas de billetes circularon entre los diferentes hoteles de la orilla izquierda, donde se alojaban los delegados. A la mañana siguiente, en cuanto se abrieron los debates, la delegación de Estados Unidos pidió la palabra. Para ellos, la moción constituía un atentado inaceptable contra la soberanía de los Estados. La moción escandinava fue rechazada por una mayoría considerable. Podemos echar un vistazo a los servicios de contraespionaje. Los nuevos poderes feudales son en efecto burocracias extremadamente autoprotectoras. En la selva del capitalismo globalizado, el arma principal del cosmócrata es la sorpresa: impedir que su enemigo (es decir, sus espías) conozca los planes de ataque constituye una exigencia absoluta. En las multinacionales, los servicios de contraespionaje internos son muy poderosos. Gary Rivlin describe sus métodos. Los empleados de Citygroup y de Dow Chemical están sistemáticamente vigilados, incluso en sus actividades privadas. En Microsoft y en Oracle, las dos poderosas multinacionales de la electrónica, la escucha telefónica y el control de los discos duros de los ordenadores son medidas rutinarias8. En cuanto al espionaje, está en la base de toda oferta pública de adquisición (OPA) hostil lanzada en la Bolsa, o de cualquier fusión provechosa. Conquistar nuevos mercados, corromper eficazmente a un gobierno recalcitrante, o a los expertos de una organización especializada de la ONU (o de la Unión Europea) exige un trabajo de información previo sutil, paciente y competente. Sin servicios de espionaje, el nuevo señor feudal está ciego. Y por lo tanto es vulnerable. No importa cuáles sean las estrategias de infiltración, es- pionaje y contraespionaje utilizadas por los nuevos déspotas, el motor de sus acciones siempre es el mismo: el máximo be- neficio en el menor tiempo y a cualquier precio en términos humanos. La avidez pura, el imperialismo del vacío, el «ob- jetivo sin objetivo» («Der Zwecklose Zweck»), como decía Emmanuel Kant. 170 Tomemos el ejemplo de los cosmócratas de la industria farmacéutica: sólo se ocupan del desarrollo de un medicamento cuando sus servicios de marketing han identificado previamente la existencia de una clientela de elevado poder adquisitivo. Denis von der Weid, presidente de Antenna, una de las ONG más valientes en la lucha por el derecho a la salud, con sede en Ginebra, dice: «Es una gran desgracia que la malaria no cause estragos en Nueva York». La OMS utiliza la expresión «neglected diseases» para las enfermedades olvidadas por los consorcios farmacéuticos. Estas enfermedades son legión y matan (o dejan inválidos) cada año a decenas de millones de personas. No existe ningún medicamento (salvo algunos muy antiguos y muy poco eficaces) para combatirlas. La fiebre dengue es una infección viral. Ataca anualmente a unos cincuenta millones de personas. Es una enfermedad muy contagiosa que causa estragos en todo el hemisferio sur. Sus síntomas se asemejan a los de la malaria y también es transmitida por los mosquitos. La OMS considera que unos 2.000 millones de personas sufren esta infección al menos una vez en su vida. Sus primeros síntomas se parecen a los de una gripe muy fuerte, con picos de fiebre de más de 40 grados. A menudo es mortal, sobre todo en niños y mujeres subalimentados. La epidemia se ha detectado en cien países, especialmente del Africa negra y del Sudeste Asiático (pero también en Brasil, donde hubo una gran epidemia hace diez años). Sin embargo, la investigación para combatir la fiebre dengue está en estado embrionario. En Brasil, en Indonesia, en Namibia, las personas infectadas por este virus deben combatirlo solas, con sus propias fuerzas inmunitarias, y suelen morir en medio de terribles sufrimientos. Los cosmócratas han dejado de lado la investigación y el desarrollo de un medicamento realmente eficaz para luchar contra la enfermedad del sueño. Es una enfermedad que se desarrolla principalmente en clima tropical, en el seno de poblaciones mal alimentadas, desatendidas y privadas de instalaciones sanitarias suficientes. Para tratar otras enfermedades víricas y epidémicas, están disponibles algunos medicamentos eficaces, pero a precios prohibitivos para los pobres en los países del tercer mundo. Así es como catorce millones de personas, incluidos muchos niños, 171 murieron en 2003 de malaria o tuberculosis, el 92 por ciento de ellas en uno de los 122 países considerados «en vías de desarrollo». El contraste es impresionante. Los consorcios farmacéuticos inundan cada año los mercados norteamericanos y europeos de nuevos medicamentos, cada vez más sofisticados. Estos medicamentos suelen responder a indicaciones idénticas y perfectamente identificadas. Sólo varían por el color de la píldora, la forma del embalaje y el nombre. Miríadas de medica- mentos prometen así corregir, combatir la menor disfunción de los cuerpos blancos y bien alimentados. Una visita a una farmacia ginebrina o parisina nos informa sin ambigüedades sobre lo absurdo de esta situación. La última generación —y de momento la más provechosa— de estos medicamentos está formada por las life style drugs (moléculas contra el envejecimiento, la caída de la libido, las arrugas...). Voy a dar una última estadística de la OMS: entre 1975 y 2000, en el mundo, las autoridades nacionales competentes permitieron la comercialización de 1.393 nuevos medicamentos, de los que sólo dieciséis estaban destinados a combatir una u otra de las «enfermedades olvidadas». El informe de la OMS (Ginebra, 2004) deduce de estos datos una conclusión simple. Cito: «En materia farmacéutica, la función reguladora del mercado no sirve para responder a las necesidades. Serían indispensables medidas normativas». Los nuevos déspotas no lo aceptan. Sin embargo, a veces la situación es más complicada. En algunas multinacionales, el Diablo y el Buen Dios libran un duro combate: una fracción de la dirección aboga por una conducta decente, otra por la maximalización más brutal de los beneficios. Veamos un ejemplo. Novartis, cuyo cuartel general está en Basiiea, es la segunda sociedad farmacéutica más poderosa del mundo9. Su jefe supremo es un dinámico y locuaz médico de unos cincuenta años, procedente de Friburgo y de confesión católica, amante de las motos: Daniel Vasella. Vasella tiene un amigo, Klaus Leisinger. Profesor de sociología del desarrollo en la Universidad de Basilea, Leisinger goza de un prestigio científico confirmado. También goza, y con razón, de la confianza de las principales organizaciones no gubernamentales de solidaridad con los pueblos del tercer mundo. Leisinger, que fue durante cuatro 172 años director del gigante farmacéutico Ciba-Geigy, responsable de África Central y Oriental, conoce por experiencia propia las multinacionales farmacéuticas. Precisamente con Klaus Leisinger creó Daniel Vasella en 1990 la fundación Novartis por un desarrollo sostenible. Lei- singer es su presidente. Leisinger se pasa la vida entre dos aviones. Mientras salta de Manila a Johannesburgo, de Costa Rica a Pekín, organiza seminarios de desarrollo sostenible y de corporate governance destinados a los directivos regionales y locales de Novartis10. Ha llegado incluso a introducir, entre los criterios en virtud de los cuales se decidirá la promoción de los directivos, el siguiente: «Ha favorecido en el país en el que opera, el desarrollo duradero». Es decir, la actividad mundial de la fundación Novartis es absolutamente digna de estima. En particular, apoya a dos investigadores de fama mundial, jubilados de Novartis: Paul Herrling y Alex Matter. En 2002, los dos científicos fundaron en Singapur el Novartis Institute for Tropical Diseases (NITD). Actualmente, 75 investigadores y 30 estudiantes trabajan en sus laboratorios. Los gastos de funcionamiento están compartidos entre Novartis y el gobierne) de Singapur. Matter y Herrling tratan de encontrar un medicamento para luchar contra la fiebre dengue y los nuevos bacilos especialmente resistentes de la tuberculosis. El pliego de condiciones prevé dos. Por una parte, los nuevos medicamentos deberán estar disponibles en píldoras, pero en una forma que, en climas tropicales cálidos y húmedos, les permita conservar su eficacia durante mucho tiempo. En segundo lugar, el precio de venta de estos nuevos medicamentos no deberá superar un dólar por día de tratamiento. El objetivo consiste en obtener, antes de 2008, dos moléculas nuevas en la fase de pruebas clínicas y ponerlas a disposición de los pacientes antes de 2013. Bernard Pécoul dirige una organización no gubernamental, cercana a Médicos sin Fronteras, Initiative for Drugs for Neglected Diseases. Se pregunta cuál puede ser la motivación de Vasella. Quizá algunos de los países más pobres del planeta quizá conozcan algún día el despegue económico. Por ejemplo, la república de Santo Tomé y Príncipe y Guinea Ecuatorial, que hace sólo quince años eran naciones subproletarias, están logrando un poder adquisitivo elevado, pues se ha descubierto 173 petróleo off-shore de excelente calidad y en, gran cantidad en sus aguas territoriales. Al proporcionar a países proletarios medicamentos esenciales a un precio de coste, Novartis apuesta por el futuro. Cuando estos países logren alcanzar un nivel económico suficiente, Novartis ya estará asentado en el país... Y Pécoul concluye: no importan las motivaciones de Vasella, este apoyo por valor de 120 millones de dólares en cinco años a Herrling y Matter es positivo11. ¿La fundación de Leisinger, el instituto de Matter y Herrling tienen alguna influencia sobre las estrategias de fijación de los precios, de comercialización y de comunicación de Novartis? ¿Las decisiones del cosmócrata están influenciadas por su amistad con los tres filántropos? En sus años de juventud, Vasella fue asistente en el Instituto de Patología de la facultad de medicina de Berna. Conozco a algunos de sus antiguos colegas, que han conservado con él un contacto amistoso. Lo describen como un hombre desgarrado por sus contradicciones. El motorista radiante y seguro de sí vive en realidad un drama permanente. Vasella está convencido de su misión. Dirige la segunda sociedad farmacéutica más poderosa del mundo, produce medicamentos de elevadísima calidad. Los laboratorios de Novartis en Basilea, Alsacia y Estados Unidos desarrollan medicamentos que salvan cada año millones de vidas, hacen retroceder el sufrimiento, hacen más fácil la vida de los hombres. Descubrir las moléculas que están en la base de estos medicamentos, producir, comercializar y hacer disponibles estos medicamentos es una tarea sagrada. Al mismo tiempo, hay que sobrevivir: contra Roche, contra Aventis, contra Pfizer. El mercado mundial de los que pueden pagar los precios exorbitantes? de estos medicamentos no es ilimitado. Los enemigos son feroces. Los cosmócratas no se tratan con guante blanco. Es la guerra de cada instante. La ley de la selva. ¿Qué hacer? Si quieren sobrevivir en los puestos que ocupan, los cosmócratas deben ser feroces, cínicos y despiadados. Apartarse del principio sacrosanto del máximo beneficio en nombre del humanismo personal equivaldría a un suicidio profesional. Es un dilema que viven numerosos cosmócratas. Veamos el caso de Peter Brabeck, director de Nestlé. 174 En Etiopía 7,2 millones de hombres, mujeres y niños están amenazados de destrucción por el hambre. El café es el principal producto de exportación de Etiopía, ya lo he dicho. Es el recurso que aporta al Estado la mayor parte de sus divisas. También he dicho más arriba que hace tres años que los precios pagados a los productores se deterioran rápidamente. Las familias campesinas se dislocan por millones o se refugian en las chabolas de las grandes ciudades, errando por las carreteras, y mueren lentamente. ¿Brabeck tendría que pagar a los productores etíopes un precio decente por los granos de café que les compra, cuando el mercado mundial le permite obtener este mismo grano a un precio irrisorio? ¿Debe renunciar Brabeck al principio del máximo beneficio que está en la base de la potencia mundial de Nestlé... y arriesgarse a que sus enemigos de Archer Daniels Midland, Unilever o Cargill lo eliminen del mercado del café? Otro ejemplo. Josef Ackermann es el presidente del Deutsche Bank, el banco más poderoso de Europa. Es un católico originario de Lucerna, en Suiza. Es perfectamente consciente de los estragos que provoca en Africa, América Latina y Asia el peso de la deuda, que maneja, sin embargo, con tanta destreza. Si renunciara unilateralmente a sus créditos, ayudaría a vivir a decenas de millones de seres humanos. Al mismo tiempo, debilitaría la posición del Deutsche Bank en el mercado mundial de los capitales. ¿Quién se beneficiaría de ello? Sus peores enemigos, el Crédit Suisse Group y el presidente del banco J. P. Morgan Chase Manhattan. En el orden del capitalismo globalizado, que prospera gracias al hambre y a la deuda, las posibilidades de elección son limitadas. O bien el cosmócrata se comporta como un ser humano solidario con el resto de los seres humanos... y su im- perio se deshace. O bien envía al infierno toda su compasión y simpatía y se conduce como un depredador feroz y cínico... y el retorno de sus inversiones aumenta, sus beneficios saltan hasta el cielo y avanza pisando cadáveres. No hay más opciones. Ya la vista de los cómodos beneficios personales que los príncipes obtienen de su actividad, es poco tentador para ellos elegir el camino de la compasión y abandonar la partida. 175 XV LA IMPUNIDAD La impunidad de los cosmócratas es casi total. El ejemplo que veremos a continuación lo muestra, pero también da la medida de lo que los pueblos del mundo pueden obtener mediante la movilización. La sociedad transcontinental agroquímica Union Carbide tenía su fábrica más grande en el sur de Asia, en la ciudad de Bhopal, cerca de Nueva Delhi. Union Carbide monopolizaba prácticamente el mercado de los pesticidas en la India. En la mañana del 3 de diciembre de 1984, hubo una fuga de gas en la planta. Se formó una enorme nube de 27 toneladas de gas que envolvió la ciudad. Se trataba de un gas especialmente tóxico: el metilisocianato. Más de 8.000 mujeres, hombres y niños de Bhopal murieron ese día. 176 En las semanas, meses y años siguientes, el veneno seguirá actuando: lentamente, 20.000 personas morirán en los tres años siguientes. En cuanto a los ciegos y los mutilados, los enfermos graves y crónicos, su número asciende en la actualidad a más de 100.000. Lo que viene a continuación puede leerse como un catálogo típico de las intrigas y mentiras de los cosmócratas para evadir sus responsabilidades frente a la población damnificada. Primera batalla: Union Carbide logra que las demandas por daños y perjuicios presentadas por las familias de las víctimas se juzguen en un tribunal indio. Union Carbide es una empresa estadounidense. Según las leyes vigentes, hubiera debido ser juzgada en el lugar de domiciliación de su casa matriz. Sin embargo, alegando que el Estado indio poseía participaciones en la sociedad propietaria de la planta de Bhopal, los abogados de Union Carbide lograron deslocalizar el proceso. El resultado fue un acuerdo extrajudicial entre la sociedad y las familias de las víctimas, firmado en 1989, que desembocó en el pago de la suma de 470 millones de dólares por daños y perjuicios. Este mismo proceso, ante la justicia estadounidense, hubiera supuesto para Union Carbide, sin duda alguna, daños y peijuicios por miles de millones de dólares. El reparto a las familias de las víctimas de estos 470 millones de dólares estará a cargo del gobierno central de Nueva Delhi. Sin embargo, los funcionarios se quedaron con buena parte de la suma. En la India existen movimientos sociales poderosos, una sociedad civil vital, inteligente, determinada. Las asociaciones recurrieron el acuerdo extrajudicial. Pidieron que Warren Anderson, presidente y director general de Union Carbide, fuera extraditado y juzgado en la India por asesinato sin premeditación. Mientras tanto, el metilisocianato seguía matando. Nacían niños atrofiados. Decenas de miles de adultos se quedaron ciegos. Las asociaciones que agrupaban a las familias de las víctimas, apoyadas por abogados militantes, empezaron a examinar la gestión anterior de la dirección de la planta de Bhopal. Primer descubrimiento: los residuos (numerosos y tóxicos) no habían sido eliminados de acuerdo con lo que prescribe la ley india, sino que se habían enterrado simplemente en un inmenso solar de 35 hectáreas cerca de la fábrica. Los residuos se encontraban 177 en cisternas enterradas. Las cisternas tenían fugas, pero Union Carbide lo negó. Estos residuos tóxicos contenían venenos peligrosos, sobre todo mercurio. El mercurio llegó a la capa freática. Los habitantes de la región se quejaron. Luego se multi- plicaron las demandas: ¡el agua del grifo o de los pozos estaba contaminada! ¡Estaba provocando enfermedades y el nacimiento de niños deformes! Finalmente, el estado de Madhya Pradesh, donde se encontraba el vertedero, se hizo con el control del terreno. No ocurrió nada más. Una de las estrategias de control más habituales de los nuevos señores feudales, en todo el mundo y especialmente en los países del hemisferio sur, es la corrupción. Los ministros, jueces, funcionarios, políticos regionales están mal pagados. Un regalo entregado discretamente por un intermediario de los cosmócratas ayudará a arreglar las cosas. Actualmente, las demandas presentadas por los usuarios del agua contaminada de Madhya Pradesh tropiezan con un muro de piedra. No pasa nada. Sin embargo, el mercurio sigue matando, mutilando. En 1999, Greenpeace internacional acudió en ayuda de las víctimas. La organización realizó una encuesta científica detallada. Publicó los resultados. El informe descubría una fuerte tasa de mercurio y otros productos químicos de elevado nivel tóxico en la capa freática. Las asociaciones decidieron entonces llegar hasta los tri- bunales. Sin embargo, escarmentados por su derrota de 1989, ya no se dirigieron a los tribunales indios, sino a la justicia de Nueva York. Así que en Estados Unidos demandaron a la multinacional Dow Chemical, que se había hecho cargo, en 2001, de Union Carbide. (Dow Chemical fabricó el napalm que, durante la guerra de Vietnam y las guerras de Afganistán e Irak se arrojó sobre la población mártir. A causa de sus estrechos vínculos con el Pentágono, Dow Chemical dispone de gran influencia política, financiera y, por lo tanto, judicial en los Estados Unidos). El juez neoyorquino acabó desestimando la demanda de las víctimas de Bhopal. Su argumento clave era que no podía entrar en materia porque, auque su fallo fuera favorable a los demandantes, no podría ejecutarse en un país distante 8.000 kilómetros... Las víctimas de Bhopal apelaron. 178 El tribunal de apelación de Estados Unidos dictó una sen- tencia que merece un análisis detallado. En ella podemos leer que, aunque el gobierno indio reconocía el carácter firme de la sentencia de Nueva York, el juez de primera instancia debería volver a ocuparse de la cuestión. En enero de 2004, más de 100.000 personas procedentes de los cinco continentes y representantes de unos 10.000 mo- vimientos sociales, sindicatos, asociaciones, Iglesias, de la so- ciedad civil planetaria se reunieron en Bombay con ocasión del IV Foro Social Mundial. La indemnización de las víctimas de Bhopal, la lucha contra la arrogancia de Dow Chemical eran algunos de los temas del Foro. El gobierno central y el de Madhya Pradesh tuvieron que ceder. Comunicaron a Nueva York su aceptación del carácter firme en el suelo indio de una posible sentencia estadounidense. En el momento en que escribo este libro, el caso está de nuevo en manos del juez neoyorquino. Hervé Kempf, que con sus análisis sutiles ha contribuido en gran medida a dar a conocer el combate de los supervivientes y las familias mártires de Bhopal en Europa, escribe: «Si el juez [neoyorquino] dictaminara la responsabilidad de Dow Chemical, su decisión tendría un enorme impacto: supondría que las contaminaciones provocadas por las multinacionales en los países del Sur ya no van a quedar impunes»1. Evidentemente, Dow Chemical no es la única empresa pri- vada transcontinental que trata de sustraerse (con éxito hasta ahora) a sus responsabilidades sociales. Veamos otro ejemplo: el de Monsanto. Cualquiera que viaje hoy en día a Vietnam y entre en contacto con organizaciones no gubernamentales budistas o católicas suele recibir una invitación para visitar una de las numerosas casas denominadas «Refugios Gas Naranja». Tran Anh Kiet es un joven de veintiún años. Tiene una minusvalía de casi el cien por ciento. Su rostro está crispado por la angustia, unos grandes ojos pardos plantean una pregunta muda al visitante. La enfermera nos dice que Tran tiene la edad mental de un niño de seis años. No puede hablar, ni comer sin ayuda. La enfermera le da la comida con una cuchara. Periódicamente lanza unos gemidos o gritos casi animales. Tran vive en Cu Chi, a unos 45 kilómetros de Ho Chi Minh. Es uno de los 152.000 niños víctima del gas naranja. 179 Aproximadamente un millón de vietnamitas sufren enfermedades crónicas graves, debidas a la absorción de agua o de comida contaminadas por la dioxina. Entre 1961 y 1971, la aviación estadounidense vertió en los cursos de agua, los bosques y campos de Vietnam 79 millones de litros de pesticidas de tipo «gas naranja». En febrero de 2004, la VAVA (Vietnamese Association of Victims of Agent Orange) presentó ante la justicia neoyorquina una demanda por daños y peijuicios (class action) contra la multinacional Monsanto y otros 36 fabricantes del veneno químico. Las víctimas vietnamitas contaban con la ayuda de organizaciones no gubernamentales estadounidenses y de abogados del colegio de Nueva York, que trabajaban gratuitamente. En la class action había dos categorías de víctimas implicadas: los niños que nacieron inválidos por la acción del gas naranja sobre sus madres durante el embarazo y las víctimas de cánceres provocados por la absorción de comida y agua procedente de campos o manantiales envenenados por la dioxina. Todas las víctimas disponían de certificados médicos indiscutibles. Los abogados neoyorquinos y las víctimas tenían esperanzas de ganar la causa. El mismo tribunal neoyorquino había concedido en procesos anteriores indemnizaciones importantes a cerca de 12.000 ex combatientes estadounidenses, víctimas de enfermedades causadas por la dioxina y contraídas en Vietnam. El 15 de marzo de 2005, el juez federal Jack B. Weinstein, presidente del tribunal de distrito de Brooklyn, Nueva York, publicó su veredicto. La exposición de motivos de la sentencia tiene 233 páginas. Weinstein no admitió a trámite la demanda vietnamita, pues, en su opinión, «carecía de base». 180 XVI ACABAR CON LA COMPETENCIA DESLEAL DE LOS SERES VIVOS Un arroz en el que se injerta un gen procedente de otra especie (un tomate, una patata, una cabra, etcétera) puede desarrollar espigas más resistentes a las inclemencias del tiempo, espigas que crecerán en tierras áridas, que producirán más granos, espigas que podrán prescindir de los pesticidas. Al mismo tiempo, estas plantas genéticamente modificadas producen una comida cuyos efectos a medio y largo plazo sobre el organismo humano nadie conoce. Por lo tanto, es necesario extremar la prudencia. La enfermedad de Kreutzfeld-Jacob, llamada de las «vacas locas», debe empujarnos a ello. La modificación genética de una planta es fruto de la in- serción de genes ajenos a la especie... a pesar de que no sa- bemos casi nada del funcionamiento del genoma. La planta transgénica es una fuente de ingresos astronómicos para los cosmócratas, ya que está protegida por una patente. El cam- pesino productor que utiliza la semilla genéticamente modi- 181 ficada tomada de la cosecha del año anterior para siembra debe pagar un canon a la sociedad transcontinental propietaria de la patente. En caso contrario debe comprar semillas modificadas cuyas semillas no permiten ninguna reproducción (patente Terminator), lo que le obliga a comprar cada año nuevas semillas a la multinacional1. El descubrimiento y la difusión de organismos genéticamente modificados hacen realidad un viejo sueño de los capitalistas: acabar con la competencia desleal de los seres vivos. La naturaleza, la vida, producen y reproducen gratuitamente las plantas, los hombres, la comida, el aire, el agua, la luz. Para el capitalista es algo intolerable. Para él, no puede haber bienes públicos en el sentido estricto del término. La gratuidad le parece horrible. Mi abuelo materno y todos mis antepasados de esta línea han sido agricultores en Bangerten, una aldea suiza de las mesetas de Berna, situada entre el Jura y los Prealpes. Cuando era pequeño, vi a mi abuelo, ayudado por su mujer, mi madre y el personal de su granja, segar el trigo, trillarlo, llenar los sacos, llevarlos en carros (que entonces me parecían inmensos) al molino. Cada mes de agosto, en las mesetas recalentadas de la campiña de Berna, reservaba las semillas que sembraría en invierno. Para los cosmócratas de Monsanto, esta idea es sencillamente una pesadilla. Actualmente, el 60 por ciento de la población activa de la tierra son campesinos. ¿Cómo convencerlos de que su salvación está en la aceptación de las semillas patentadas y genéticamente modificadas? El argumento más cuestionable, al que recurren los nuevos déspotas, consiste en pretender que los OGM son el arma absoluta contra el hambre. Quien quiera terminar con las muertes debidas al hambre, debería convertirse a las manipulaciones genéticas de las plantas (las vacas, las cabras, las ovejas, las gallinas), afirman. Se trata de una falsificación enorme, pero la machacan diariamente en todos los países del mundo los Ministerios de Propaganda de los cosmócratas, a golpe de miles de millones de dólares. El Informe sobre el estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, de la FAO, publicado en 2003, prueba con la ayuda de cifras que la agricultura mundial, en el estado actual de desarrollo de sus fuerzas productivas, podría alimentar sin problemas (y sobre todo sin OGM) a 12.000 millones de seres 182 humanos. «Sin problemas» quiere decir dar a cada individuo adulto, cada día, una ración de comida que contenga 2.700 calorías. En este momento, sólo somos 6.200 millones de seres humanos sobre la tierra. Como ya hemos dicho, las plantas genéticamente modificadas están protegidas por patentes. Es su mayor atractivo. Monsanto cobra anualmente decenas de millones de dólares en cánones. Sus directivos persiguen con agresividad extraordinaria a los que se escapan de pagar. Uno de estos procesos despertó recientemente una atención inusual: el que sufrió Percy Schmeiser. Schmeiser es un agricultor canadiense de 73 años, instalado con su familia en la pequeña aldea de Bruno, en la provincia de Saskatchewan. Gafitas metálicas, cabello gris cuidadosamente peinado, traje marrón y corbata roja. Greenpeace le acompaña en su gira informativa por Europa. La etapa de Ginebra tuvo lugar a comienzos de junio de 2004. Schmeiser no está ni furioso ni desesperado. Sólo explica las cosas. En 1998, los abogados de Monsanto Canadá exigen que pague a la sociedad una importante suma de dinero por utilización «fraudulenta» de semillas genéticamente modifi- cadas de colza, cuya patente le pertenece. Le exigen 400.000 dólares. Ni más ni menos. Schmeiser se niega. Los abogados le denuncian por «violación de patente». Acusan a Schmeiser de haber comprado y vendido sin licencia colza de la marca Roundup Ready. Este tipo de colza genética- mente modificada tiene la calidad principal de ser resistente al herbicida de la marca Roundup... también fabricado por Monsanto. Los agentes de Monsanto presentan triunfalmente el in- ventario de las plantas de colza modificada que han localizado en sus visitas nocturnas a los campos. Schmeiser no niega que hayan crecido en su campo algunas plantas de colza transgénica. Sin embargo, dice, son semillas que ha traído el viento. Siete de sus vecinos utilizan semillas de colza transgénica... Schmeiser alega ser víctima de polinización pasiva. El juez de primera instancia no acepta el argumento. Sch- meiser no hubiera debido comercializar las semillas patentadas, independientemente de la forma en que hayan aterrizado en su 183 campo. Schmeiser es un hombre preciso, honrado, escrupuloso, un auténtico campesino canadiense. Ya había localizado estas plantas, mucho antes que los espías de la sociedad. ¿Cómo? En las lindes de su campo, junto a la cuneta, algunas plantas de colza habían resistido milagrosamente cuando utilizó herbicida de la marca Roundup en su campo. Tras el primer fallo, Schmeiser se asusta. No es rico. ¿Cómo va a pagar las indemnizaciones y los cánones «atrasados» a los que ha sido condenado? «No tenía dinero, me arriesgaba a quebrar. Quería salvar a mi familia y mi granja», dice. Así que presenta un recurso. El 21 de mayo de 2004, tras seis años de procesos (y de minutas de abogados), el caso llega ante el Tribunal Supremo. Schmeiser es condenado por cinco votos contra cuatro. Monsanto gana. Schmeiser dice: «Hace cincuenta años que tomo cada año semillas en mis campos para la siembra del año siguiente... Un agricultor nunca debería perder el derecho a sembrar sus propias semillas... Las semillas son el resultado de miles de años de conservación y selección de los agricultores del mundo entero... El Tribunal ha consagrado la pérdida de un derecho fun- damental y secular». En su viaje a Ginebra, le acompañaba Tom Wiley, también agricultor y estadounidense. Como miles de sus compañeros, Wiley está sufriendo las insinuaciones, el chantaje, los ataques de los abogados de Monsanto. Ahora, permítanme que les hable de un recuerdo personal. Cada año, el 16 de octubre las Naciones Unidas celebran el World Food Day (Día Mundial de la Alimentación)2. Desde mi nombramiento, en septiembre de 2000, en mi calidad de relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, celebro aquel día una conferencia de prensa ante los periodistas acreditados en el Palacio de las Naciones en Ginebra. Así lo hice el 16 de octubre de 2002. En 2002, una hambruna causaba estragos en gran parte de Africa Austral. En Malaui, en Zambia, en el norte de Sudáfrica, en Botsuana, Lesoto, en algunas regiones de Zimbabue y Angola, la cosecha de cereales, especialmente de maíz, había sido catastrófica. La sequía causaba estragos. En Angola, había 184 que sumar las consecuencias desastrosas de la guerra civil. Más de 14 millones de niños, hombres y mujeres estaban al borde de una muerte inmediata. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) repartía decenas de miles de toneladas de comida, sobre todo maíz, en las zonas siniestradas. Gran parte de este maíz era una donación del gobierno de los Estados Unidos. Se trataba en su totalidad de maíz transgénico. El 12 de octubre de 2002, el presidente de la República de Zambia provocó un escándalo: a pesar de la situación precaria de gran parte de la población zambiana, rechazó el maíz estadounidense. Lo denunció como «poisonedfood», «comida envenenada», y pidió al PMA que interrumpiera inmediata- mente su distribución. Al finalizar mi conferencia de prensa, una joven periodista africana me preguntó mi opinión sobre la declaración del presidente zambiano. Mi reacción fue de una prudencia totalmente helvética. Contesté: La comunidad científica internacional no se pone de acuerdo sobre los peligros para la salud pública que suponen los or- ganismos genéticamente modificados. Algunos científicos ven un peligro en el consumo de comida híbrida. Yo no soy biólogo ni médico. No puedo, por lo tanto, pronunciarme sobre esta disputa. Sin embargo, quiero decir que la Unión Europea aplica el principio de precaución y prohíbe el libre comercio de productos genéticamente modificados (sólo admite soja híbrida para dar de comer al ganado). La Unión Europea se encuentra en conflicto abierto con el gobierno de Washington. Además, Estados Unidos ha presentado una demanda contra la Unión Europea ante las instancias judiciales de la Organización Mundial de Comercio [...] Si el presidente Jacques Chirac y el canciller Gerhard Schróder tienen derecho a dudar de la inocuidad de los alimentos genéticamente modificados, el presidente de Zambia debe tener el mismo derecho. Considero legítima la negativa africana. Repetí mi opinión ante los micrófonos de la BBC y de Radio France Internationale. Unos días más tarde, me marché a Bangladesh. En la sala de British Airways en Heathrow, en Londres, mi colaboradora 185 Dutima Bhagwandin recibió en su ordenador portátil un mensaje urgente del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Sergio Vieira de Mello. Me pedía que me pusiera inmediatamente en contacto con él. El mensaje procedía de Nueva York. Sergio me daba su número de móvil en Estados Unidos. El avión despegó. En cuanto llegué a Dacca, quince horas más tarde, traté de ponerme en contacto con el Alto Comisionado. Sin embargo, entre Dacca y Nueva York las comunicaciones son difíciles. Finalmente, escuché la cálida voz de Sergio al teléfono. Me pareció preocupado: «Los Estados Unidos quieren tu cabeza». El ataque estadounidense contra mi pobre persona se había desarrollado en dos fases: en Ginebra, Kevin E. Moley, propietario de una sociedad transcontinental farmacéutica con sede en Arizona y actual embajador de Estados Unidos en la sede europea de las Naciones Unidas, había hecho una visita al Alto Comisionado en el palacio Wilson. Moley: «Ziegler se ha excedido en su mandato. No tiene competencias para pronunciarse sobre los productos transgénicos. Hay que revocarlo». Con dos días de intervalo, el embajador estadounidense en la ONU, en Nueva York, pidió lo mismo a Kofi Annan. Sergio Vieira de Mello y Kofi Annan tuvieron la misma reacción: «Los relatores especiales tienen total libertad e in- dependencia en sus opiniones. Aunque se exceda en su man- dato, le corresponde a la Comisión de Derechos Humanos o a la Asamblea General llamarle al orden... Si tiene que reprocharle algo a Ziegler, dígaselo a él». Sergio Vieira de Mello, carioca hasta la punta de los dedos, ha sido uno de los hombres más simpáticos que he conocido3. Hijo de un diplomático brasileño, expulsado de la carrera por la dictadura militar, había sido estudiante en la Sorbona en mayo de 1968. Participante activo en la revuelta estudiantil, fue detenido por la policía y después expulsado. Así es como llegó a Ginebra. Mientras estudiaba en el Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales, se ganaba la vida haciendo trabajillos por cuenta del Alto Comisionado de la ONU para los Re- fugiados. Allí conoció a Kofi Annan, que se encontraba en su misma situación. En aquella época también nació nuestra amistad. 186 Mas adelante, Sergio se convirtió en uno de los dirigentes más influyentes y más amados de la ONU: subsecretario general responsable de la OCHA (Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios), representante del secretario general en Kosovo, después en Timor Oriental, finalmente Alto Comisionado para los Derechos Humanos... sin perder jamás el calor humano ni la determinación. Cuando se trataba de salvar vidas humanas, de luchar por la justicia, el carioca sonriente se transformaba de repente en un luchador despiadado, duro, competente, irreprochable. Sergio fue asesinado, junto con veintidós colaboradores, por el camión suicida de un terrorista el 19 de agosto de 2003 en el hotel Canal, de Bagdad. También resultaron heridas 200 personas. El atentado fue reivindicado por un socio de Osama Bin Laden, Abu Musab al Zarkaui. Hasta la fecha, no se ha realizado ninguna detención. Sergio está enterrado al pie del muro oriental del cementerio de la Rué des Rois, en Ginebra, junto a Jorge Luis Borges y muy cerca de Calvino. A primeros de noviembre de 2002, Sergio volvía de Nueva York y yo de Bangladesh. Me llamó: «¿Te ha llamado Moley?» No, el embajador estadounidense no se había puesto en contacto conmigo. «Pues me prometió que lo haría... Llámale», me dijo. Llamé tres veces a la fortaleza estadounidense de Chambésy, en la carretera de Pregny. Sin resultado. Moley no quiso ponerse. Sergio se enfadó. Se ocupó personalmente de llamar a Moley. Se fijó una cita con los estadounidenses en territorio neutral, en el bar de la Serpiente, en la puerta XIV del Palacio de las Naciones. Es un bar que se extiende como una serpiente a lo largo de los ventanales que procuran una vista espléndida del parque, los pavos reales, los colores cambiantes del lago, y a lo lejos, las cimas del Mont Blanc. Un hombrecito de cabello gris hirsuto, con traje oscuro de rayas azules, camisa blanca y corbata plateada, con pinta de estar incómodo, me tendió una mano húmeda... y se largó a toda prisa. Era Moley. Me dejó solo frente a dos colosos de pinta inquietante que se presentaron como «diplomáticos». Uno era un mestizo impresionante y escandaloso, de temperamento agresivo, el otro era un blanco de edad 187 indefinida, mortecino y pálido. Empezaron a atacarme inmediatamente: «You are anti-American... You have a hidden agenda... Your reputation is terrible... You sho-uld quit thisjob... Go back to your University» («Usted es antiamericano... Tiene planes subversivos... Su reputación es espantosa... Tendría que renunciar a su cargo... ¡Vuélvase a su universidad!»). Yo me había presentado con mis papeles bajo el brazo, con el fin de participar en una discusión razonada, y me encontraba con dos matones de barrio. La vulgaridad de estos muchachos me dejó tieso. Una vez pasado el primer momento de estupor, me decidí a reaccionar. El conflicto no había llegado en el mejor momento. Mi mandato de relator especial debía ser renovado por un periodo de tres años en la primavera de 2003, en la quincuagésimo novena sesión de la Comisión de Derechos Humanos. Yo sabía que los estadounidenses eran muy poderosos. Si se empeñaban, podrían acabar con cualquiera en el sistema de las Naciones Unidas. Celebré un consejo en la cafetería del Instituto Universitario de Desarrollo con mis dos asistentes y amigos, Sally-Anne Way y Christophe Golay. Decidimos jugarnos el todo por el todo. Los organismos transgénicos, sus consecuencias para los campesinos africanos nos parecían primordiales. Ibamos a seguir defendiendo nuestra posición sobre las semillas transgénicas, aunque me arriesgase a perder el man- dato. La batalla decisiva se celebró el 11 de noviembre de 2002, ante la Asamblea General en Nueva York. El embajador estadounidense, Sichan Siv, me atacó en estos términos: «You have called on governments to starve theirpeople right now... You have usedyour office to challenge thefood offered by the American peo- pie to avert the scourge of famine and to encourage governments to deny food to theirhungry átizens... By ignoringboth Science and the considered politics of the United Nations, you are responsible forplacing millions in greatest peril... Mr. Ziegler, actions have consequences, and your actions can causepeople to die» («Ha invitado a los gobiernos a provocar el hambre de su pueblo, empujándolos a rechazar la única comida a la que ahora tienen acceso... Ha utilizado su posición para denigrar la comida que le ofrece el pueblo estadounidense para combatir la extensión del hambre y 188 ha alentado a los gobiernos a negar esta comida a sus ciudadanos hambrientos... Mostrándose tan ignorante de la ciencia y de la política constante de las Naciones Unidas, se hace responsable de poner en peligro a millones de seres humanos... Señor Ziegler, los actos tienen consecuencias y los suyos pueden causar la muerte de seres humanos»4). A pesar del ataque de Sichan Siv, mi informe fue aprobado por una gran mayoría de la Asamblea General. Seis meses más tarde, la Comisión de Derechos Humanos renovaba mi mandato por cincuenta y un votos frente a un voto en contra (Estados Unidos) y una abstención (Australia). Los lectores poco acostumbrados a los trucos e intrigas de los cosmócratas se extrañarán de la particular guerra que tuve que librar contra los diplomáticos estadounidenses. Me gusta mi trabajo, el trabajo de relator especial es apasionante, pero mi influenciá es francamente modesta, lo sé perfectamente. ¿Cómo es posible que el poderoso Departamento de Estado y la aún más poderosa CIA pongan tanta obstinación en vigilar lo que hago y en neutralizarme? El elegante embajador Sichan Siv, en su intervención del 11 de noviembre de 2002, no creía ni un instante en las tonterías que estaba profiriendo sobre mí. Los servicios de la misión le habían preparado este texto absurdo. Lo había leído con voz estentórea, lanzándome miradas voluntariamente feroces. La comedia era patética. ¿Por qué me atacaba? En el conflicto de los OGM hay muchas cosas en juego. Los consorcios agroalimentarios estadounidenses tienen grandes dificultades para imponer fuera de los Estados Unidos sus semillas y sus productos híbridos. En muchos países, especialmente africanos y latinoamericanos, están dispuestos a cualquier cosa para evitar la prohibición de distribución de semillas genéticamente modificadas. El primero de ellos es Monsanto, qué tiene una influencia considerable en la Casa Blanca. La apertura de los mercados mundiales a las semillas y productos genéticamente modifi- cados es su prioridad fundamental. Monsanto es la primera empresa OGM del mundo: el 90 por ciento de los 70 millones de hectáreas de cultivos de OGM del mundo proceden de sus semillas. 189 ¿Cómo ha terminado la batalla entre los cosmócratas y sus lacayos diplomáticos estadounidenses, por una parte, y el jefe de Estado de Zambia y sus aliados de la ONU por otra? El objetivo evidente de Monsanto es utilizar la ayuda alimentaria estadounidense para introducirse en los países que prohíben las semillas transgénicas. En Zambia, el Programa Mundial de Alimentos ha debido renunciar a la distribución de excedentes estadounidenses genéticamente modificados. El PMA ha debido moler las se- millas de maíz antes de su distribución. Lo que ha salvado a fin de cuentas a los zambianos del hambre ha sido la harina de maíz. En otras palabras: Monsanto ha sido derrotada. Cómo ya no recibían grano, sino harina, los campesinos zambianos ya no podían utilizar la comida repartida para sembrar el grano que necesitaban para la cosecha del año siguiente. Por lo tanto, las semillas de maíz transgénico no han podido penetrar en Zambia. Pero Monsanto no se rinde. Del 21 al 23 de junio de 2004, sus «expertos» organizaron en Uagadugú, capital de Burkina Faso, una conferencia a la que asistieron los jefes de Estado de Mali, Burkina Faso, Níger y Ghana, así como 300 ministros y altos funcionarios de todos los países del Sahel. Trataba sobre la introducción de la biotecnología en la agricultura de Africa Occidental. Un centenar de científicos, partidarios convencidos (y/o convenientemente pagados) de las semillas transgénicas, habían sido trasladados desde Estados Unidos a Uagadugú. También viajó la ministra de Agricultura de Estados Unidos, Ann Venneman. Desde una pantalla gigante que mostraba su imagen, lanzó a los jefes de Estado, ministros y responsables africanos esta alucinante declaración de apertura: «Se han perdido la revolución verde y la revolución industrial, pero no deben perderse la revolución de los genes...»5. ¿Qué eco tuvo el llamamiento lanzado por Ann Venneman? Sólo Burkina Faso se comprometió a abrir su mercado a las semillas transgénicas. Hay que tener en cuenta que el presidente de este país, Blaise Campaore, no se asusta con nada y sabe introducirse perfectamente en los circuitos de las finanzas internacionales. Su predecesor, Thomas Sankara, que se negó a ello, fue asesinado. En cualquier caso, las estrategias de dominio de los nuevos déspotas casi siempre se saldan con una victoria. El fracaso 190 provisional de los dirigentes de Monsanto en su tentativa de penetración y de sumisión de los países africanos sólo es una excepción momentánea que confirma la regla. POSDATA Las patentes sobre los seres vivos no son un privilegio de las sociedades agroalimentarias. Los señores de la industria farmacéutica mundial actúan de la misma forma. Aquí tenemos una ilustración que, en agosto de 2004, agitó la opinión en Suiza. Los bebés con dificultades respiratorias graves se tratan tradicionalmente por medio de un gas específico, el Stickoxid, presente en la naturaleza. El trata- miento cuesta unos 100 euros y dura de cuatro a cinco días. Este gas tiene un efecto terapéutico rápido y satisfactorio. En Suiza, este tratamiento salva todos los años la vida a unos 150 recién nacidos. Desde 2004, la sociedad transcontinental de origen alemán Inotherapeutics se ha hecho con una patente exclusiva sobre este gas. Se comercializa con el nombre de Inomax. Ahora Inomax es un medicamento protegido por una patente europea. Ningún pediatra tiene ya derecho a administrar el gas natural. En las clínicas pediátricas de Suiza, los tratamientos a bebés que sufren dificultades respiratorias cuestan ahora una media de 20.000 euros6... 191 XVII EL PULPO DE VEVEY Nestlé es la empresa multinacional más poderosa en los sectores de la alimentación y el agua. Fundada en 1843, su sede principal se encuentra a orillas del lago Leman, en Vevey, Suiza. En 2003, su facturación superó los 65.400 millones de dólares y sus beneficios netos alcanzaron los 4.600 millones de dólares. Su capitalización bursátil es de 107.000 millones de dólares- Más de 275.000 hombres y mujeres, de casi todas las nacionalidades, trabajan paraNestlé, que cuenta con 511 fábricas en 86 países. Controla más de 8.000 marcas en los sectores del agua y la alimentación humana y animal1. Por su tamaño, es la empresa número 27 del mundo. Voy a remontarme a hace treinta años. Unos investigadores ingleses habían descubierto que la leche materna tenía efectos infinitamente más beneficiosos sobre el crecimiento de los recién nacidos que la leche en polvo de Nestíé. La organización no gubernamental Oxfam publicó los resultados de la investigación y sacó la conclusión siguiente: empujar a las mujeres del mundo entero —y en particular a las del tercer mundo— a renunciar a la leche materna en beneficio de la compra de productos Nesdé es un atentado contra la salud, el bienestar y el desarrollo físico y psíquico de los bebés. 192 Nuestro grupo de solidaridad con los pueblos del tercer mundo, en Berna, tomó las cifras inglesas y publicó a su vez un folleto con el título: Nestlé mata bebés. Nestlé nos llevó inmediatamente ajuicio... y lo perdimos 2. El folleto fue secuestrado, nuestra campaña se interrumpió y tuvimos que pagar sumas importantes en costas procesales y daños y perjuicios. Sin embargo, fuera de Suiza, el movimiento de fondo se estaba amplificando. En 1979,150 organizaciones no gubernamentales fundaron el IBFAN (International Baby Food Action Network). Su objetivo era luchar en todo el mundo contra la estrategia comercial y la comunicación de Nestíé. Ese mismo año, dos de las principales organizaciones especializadas de las Naciones Unidas, la OMS y el UNICEF, convocaron una conferencia mundial sobre «la alimentación de los bebés». En ella ratificaron los principales descubrimientos de las organizaciones no gubernamentales. En los Estados Unidos, treinta organizaciones procedentes de la sociedad civil y de las Iglesias crearon el International Nestlé Boycott Committee, que llamaba a los consumidores a boicotear los principales productos (y no sólo la leche en polvo para bebés) de Nestlé. La acción tuvo un seguimiento masivo en Inglaterra, Suecia y Alemania. La Asamblea General anual de la OMS se reunió en Ginebra en sesión extraordinaria en mayo de 1981. Votó un código internacional para la comercialización de los productos para bebés destinados a sustituir la leche materna. Todos los Estados miembros, con excepción de Estados Unidos, votaron a su favor. Este código, muy detallado, prohíbe todo tipo de publicidad que incite a las madres a sustituir la lactancia materna por la leche en polvo. Luego sirvió de base a una directiva de la Comisión de la Unión Europea (en aquel en- tonces Comunidad Económica Europea) y a gran número de leyes nacionales, especialmente en Europa. En 1984, Nestíé firmó este código internacional. El movi- miento internacional interrumpió el boicot. Sin embargo, en Africa, en Asia, en América Latina, si damos crédito a sus crí- ticos, la empresa siguió desplegando su estrategia agresiva de promoción de la alimentación de sustitución. Ahora Nestlé está dirigida por un austríaco de sesenta años, originario de Villach (Carintia), Peter Brabeck-Lemathe. Es un 193 hombre cálido y hábil. Alpinista experimentado, bronceado durante todo el año, su energía se sale de lo corriente. De inteligencia brillante, seductor elegante, sabe acercarse a la gente. Sus modales son suaves y su sonrisa amistosa. Le apodan el Canónigo. Tras este rostro amable se oculta un cosmócrata, con un corazón duro capaz de quebrar sindicatos, de enfrentarse, mediante argumentos falaces, con las organizaciones internacionales y la opinión pública, y de imponer en todo momento y en cualquier lugar del planeta una estrategia de maximalización de los beneficios privados, sin fijarse en el precio que tendrán que pagar sus víctimas. Brabeck fue durante decenios el procónsul de Nestlé en América del Sur. Políglota, casado con una chilena, conoce íntimamente la mayor parte de los secretos de las diferentes oligarquías al sur de Rio Branco. En aquella época, de acuerdo con la CIA, las empresas multinacionales no dudaban en desestabilizar a los escasos gobiernos progresistas del conti- nente, especialmente Chile3. En el verano de 2002, la Asamblea Mundial de la Salud apro- bó otro código titulado Estrategia mundial para la alimentación del lactante y del niño pequeño. Su artículo 44 define las responsabilidades y las obligaciones específicas de los fabricantes y distribuidores de alimentos destinados a los niños y bebés. Este nuevo código (cuyo campo de aplicación engloba todos los sustitutos de la leche materna) se aplica a todos los Estados y a todas las empresas. Un punto importante: las empresas deben ajustarse al código y a las resoluciones ulteriores que se adopten para prolongarlo, independientemente de la actitud de los Estados. Es decir, ninguna empresa de alimentación podrá protegerse (en el sur de Asia o en el Africa negra) tras la pasividad del gobierno local (pasividad que algunos cosmócratas tienen tendencia a alimentar con la corrupción) para saltarse las prescripciones internacionales. ¿Cuál es la situación actual? Es desastrosa para los pobres, y especialmente para sus hijos. El UNICEF ha evaluado en 4.000 el número de bebés que mueren cada día por la ingestión de leche en polvo mezclada con un agua insalubre o administrada en biberones sucios. Si se hubieran alimentado con leche materna, estarían vivos. 194 Algunos estudios realizados en Africa Occidental y en América Central ponen de relieve los métodos utilizados por algunas sociedades transcontinentales para promover sus productos4. En inmensos carteles, que se alzan en las en- crucijadas de las ciudades de Togo, Benin, Burkina Faso, vemos a mujeres negras con sus bebés en los brazos. «Por el bien de tu hijo, dale leche en polvo», se puede leer en el cartel. A menudo, un rostro blanco sonríe en segundo plano, sugiriendo que todas las madres blancas dan leche en polvo a su progenitura. Habida cuenta del prestigio del que goza en el Africa negra la forma de consumir de los blancos (y la credibilidad que tienen sus productos), no es extraño que numerosas mujeres africanas totalmente sanas, tras haber sido incitadas a hacerlo por este tipo de publicidad, dejen de dar de mamar a sus hijos para comprar, con el escaso dinero del que disponen, unas cucharadas de leche en polvo en el mercado. En general, las mujeres de las chabolas no pueden comprar latas enteras. Luego el polvo se mezcla con agua, pero en el 80 por ciento de los casos se trata de agua contaminada. No sólo el bebé no podrá disfrutar de los efectos inmunitarios de la leche materna y no recibirá la cantidad de leche necesaria, sino que pronto sufrirá diarreas que acabarán en muchos casos con la muerte. Algunos estudios realizados en Africa y en América Latina han revelado que los médicos y enfermeras de los hospitales o centros ambulatorios eran objeto de un acoso constante por parte de los agentes de algunos fabricantes de leche en polvo. Como resultado, en muchos hospitales, los bebés son alimentados con biberón desde que nacen. En algunas maternidades africanas, el reparto de biberones es gratuito. Cuando la madre vuelve a casa, recibe, también gratis, una o dos latas de leche en polvo. Luego la distribución se interrumpe bruscamente. Ya no puede dar de mamar a su hijo, porque no tiene leche. En un ataque de pánico, pide prestado, recoge algunas monedas... y entra en el círculo infernal de comprar, en el mercado, al aire libre, unas cucharadas de polvo... que tendrá que diluir en agua contaminada del pozo o del charco que hay detrás del corral. En el combate del UNICEF, de la OMS y de muchos movi- mientos de la sociedad civil contra estas estrategias de mar- keting y de comunicación de los fabricantes de leche en polvo, 195 el problema del acceso al agua potable es crucial. En el biberón que la madre prepara con el polvo de leche mezclado con agua, lo que mata es el agua, no el polvo. Un paréntesis sobre el agua. El agua potable es cada vez más escasa en todo el planeta. Uno de cada tres hombres se ve reducido a beber agua contaminada. Cada día, mueren 9.000 niños de menos de diez años por la ingestión de un agua impropia para el consumo. De los 4.000 millones de casos de diarrea censados cada año en todo el mundo, 2,2 millones son mortales. Los más afectados son los niños y los bebés. La diarrea sólo es una de las numerosas enfermedades transmitidas por el agua de mala calidad: el tracoma, la esquistosomiasis, el cólera, la fiebre tifoidea, la disentería, la hepatitis y el paludismo también se transmiten por el agua. Muchas de estas enfermedades se deben a la presencia de organismos patógenos en el agua (bacterias, virus y gusanos). Según la OMS, en los países en vías de desarrollo, hasta el 80 por ciento de las enfermedades y más de un tercio de los fallecimientos se deben al consumo de agua contaminada. Según Riccardo Petrelia y la OMS, un tercio de la población mundial no tiene acceso a un agua sana y a un precio asequible, y la mitad de la población mundial no tiene acceso al alcantarillado5. Unos 285 millones de personas viven en el Africa Subsahariana sin poder tener acceso regular a un agua no dañina, 248 millones en el sur de Asia están en la misma situación, 398 millones en el este de Asia, 180 millones en el sudeste de Asia y en el Pacífico, 92 millones en América Latina y el Caribe y 67 millones en los países árabes. Por supuesto, los más desfavorecidos son los que más sufren la falta de agua. Cisjordania está ocupada por el ejército israelí desde 1967. En 2004, el 85 por ciento del agua de la región (capas freáticas, ríos y manantiales) es desviada por el ocupante hacia Israel y sus asentamientos. Decenas de miles de familias palestinas deben comprar a un precio exorbitante el agua necesaria para el consumo diario a empresas privadas israelíes que la llevan en camión hacia las ciudades y pueblos de los territorios ocupados. El acceso a un agua potable salubre es muy desigual dentro de cada país. En Sudáfrica, por ejemplo, 600.000 granjeros blancos consumían en 2003 para el riego el 60 por ciento de los recursos 196 del país, mientras que 15 millones de negros no disponían de acceso directo al agua potable. Las familias más pobres de la India consagran hasta el 25 por ciento de su renta al agua. En Perú, la población desfavorecida de Lima, que no cuenta con suministro municipal de agua, compra a proveedores privados cubos de agua a menudo contaminada, pagándola a cerca de 3 dólares por metro cúbico. En los barrios burgueses de Lima, los más poderosos sólo necesitan 30 céntimos para pagar un metro cúbico de agua tratada y distribuida por la red municipal6. Considerando que Nestlé no respetaba ni el Código inter- nacional para la comercialización de productos para lactantes de 1981, ni el nuevo código de 2002, el International Nestlé Boycott Committee volvió a entrar en servicio en Estados Uni- dos. También en Europa hay algunas acciones en marcha, como ocurre en Italia. Este país cuenta con una sociedad civil especialmente vital y determinada, con una capacidad de acción y organización impresionante. En grandes carteles colocados delante de los supermercados de las grandes ciudades, se presenta el catálogo de productos Nestlé. Cada producto se identifica según la categoría a la que pertenece. Aquí tenemos algunos extractos de esta lista: Dolríari7: Perugina, Baci, KitKat, Smarties, After Eight, Polo, Fruit Jory, Ore Liete, Galak, Emozini. Dolci da fomo8: Motta, Alemagna, Tartufone Motta. Caffe: Nesquik, Nescafé, Orzoro. Pasta, Condimenti: Maggi, Buitoni, Belle Napoii, La Rasagnole. Luego vienen las marcas correspondientes a las categorías siguientes: congelados, helados, bebidas energéticas, alimentos para bebés, productos lácteos, etcétera. El Comité Nacional italiano del UNICEF, junto con gran número de movimientos, pide el boicot de todos estos pro- ductos. Otro texto apareció en el verano de 2004 en las paredes de las ciudades principales de Italia. Cito: «Vi ringraziamoper questo gesto concreto di solidarietá, anche a nome di tutti quei bambini sacrijicati ogni anno sull’altare delprojitto, di poche imprese dai comportamenti éticamente inaccettabili e scandalosi»9 («Les agradecemos este gesto de solidaridad [el boicot], en nombre de todos los niños sacrificados cada año en el altar de los beneficios por algunas empresas de comportamiento inaceptable y escandaloso»). 197 ¿Quién escribió esto? ¿Peligrosos izquierdistas? ¿El partido de refundación comunista del magnífico e incansable Sandro Bertinotti? No. Los autores de este texto son misioneros católicos de hábitos blancos, los misioneros combonianos10. XVIII ACABAR CON LOS SINDICATOS « ¿Que hacer contra las argucias de los traidores?», pregunta Jacques Roux. Su respuesta: «Unirnos»1. La libertad sindical es una de las conquistas más hermosas de la Revolución Francesa. Como la mayor parte de las grandes empresas multinacionales, Nestlé no le tiene mucho aprecio, diga lo que diga la empresa. Brabeck es el autor de la biblia de la casa, que los 275.000 empleados de Nestlé de todo el mundo deben leer y meditar. Se titula: Principios fundamentales de la dirección y la gestión de Nestlé2. El autor considera su fuente principal de inspiración a Henri Nestlé, farmacéutico alemán inmigrado a Vevey en 1862. Se dice que, conmovido por la subalimentación y la miseria de los niños del cantón de Vaud, desarrolló un producto milagroso, la «harina láctea Henri Nestlé». Según Brabeck, sus 275.000 empleados constituyen el tesoro más preciado de Nestlé. Y en Nestlé, cada cual es responsable de sus actos. Nestlé está activo en 86 países y las diferentes filiales de los diferentes países (y en cada una de estas filiales, las diferentes 198 empresas) trabajan de forma casi autónoma. No obstante, la biblia de Vevey debe servir de guía a todos los directivos, como la estrella de Belén a los Reyes Magos. El Niño Jesús hacia el que se dirigen es de oro macizo. Éstas son las cualidades que deben tener el hombre y la mujer Nestlé: valor; capacidad de aprender, de motivar a sus colegas, de comunicar sus intenciones; creación de un clima de trabajo estimulante; facultad de percibir las cosas de manera global; fe; aceptación de los cambios indispensables y capacidad para dirigir este cambio; experiencia internacional; salud física y mental. Nesdé quiere que los hombres y mujeres que trabajan para una de sus empresas sean sensibles a las culturas del mundo entero, sobre todo «las de los pueblos para los que trabajan», escribe Brabeck, dejándose llevar por el entusiasmo. Por su parte, el III Foro Social Mundial, reunido en Porto Alegre en enero de 2003, tomó una decisión confirmada por el Foro Social Mundial de Bombay en enero de 2004: los combatientes por la justicia planetaria deben practicar una vigilancia constante de las estrategias y prácticas de las multi- nacionales que tengan el cuartel general en su propio país de origen. De esta forma, con el apoyo de ATTAC, Greenpeace, IBFAN y otras organizaciones no gubernamentales, se ha creado en Suiza un colectivo para vigilar en el mundo entero las prácticas financieras, industriales, comerciales y políticas de lo que se ha venido en llamar el pulpo de Vevey. El colectivo organizó un foro en Vevey, el sábado 12 de junio de 2004. Su título era «Resistir al imperio Nestlé»3. Con ocasión de este foro, sindicalistas procedentes del mundo entero, todos ellos empleados de una fábrica Nestlé, informaron de hechos bastante preocupantes. Siempre que en alguna de las unidades de producción se organiza un núcleo sindical, siempre que aparece una acción de reivindicación o que hay amenaza de huelga, los sindicalistas que trabajan en la empresa son intimidados, y asesinados si es necesario, por milicias paramilitares o por la policía. Un sindicalista colombiano, Carlos Olaya, relató su experiencia, que en muchos puntos era similar a la de Eca Olaer Feraren, de Mindanao, o Franklin Frederick, de Brasil. En Colombia, siete miembros de Sinaltrainal (el sindicato agroalimentario, creado a comienzos de la década de 1980) que trabajaban en fábricas de Nestlé fueron asesinados en 199 circunstancias que todavía no han sido explicadas. Nestlé no está implicada en estos asesinatos, pero sus posiciones agresivas frente a todas las organizaciones sociales presentes en las fábricas es muy conocida, por lo que Carlos Olaya no duda en invocar su responsabilidad en el clima general que rodea a estas violencias4. A finales del año 2001, el director de una de las filiales de Nestlé en Colombia, Comestibles La Rosa5, amenazó con despedir a los trabajadores afiliados a Sinaltrainal. También en Cicolac, otra de sus filiales colombianas, Nestlé consiguió aca- bar con un convenio colectivo que afectaba a más de 400 obreros, despidiendo a 96 y anulando el contrato de otros 58. En noviembre de 2002,13 obreros fueron despedidos por el mero hecho de pertenecer al sindicato. Según la CISL (Confederación Internacional de Sindicatos Libres), en 1998, en Tedaram, un subcontratista de Nestlé en Tailandia, 15 obreros crearon un sindicato para defender colectivamente sus derechos. Se trataba de una primicia desde la implantación de Nestlé en este país. Temiendo que el ejemplo se extendiese como una mancha de aceite, la reacción de Brabeck no se hizo esperar. Según los sindicalistas, la dirección central de Nestlé en Vevey amenazó a Tedaram con reducir sus inversiones si no se suspendía a 22 trabajadores por tiempo indefinido. Entre los 22 trabajadores, según las mismas fuentes, se encontraban evidentemente los 15 obreros responsables de la creación del sindicato. La dirección de Tedaram los despidió. En Filipinas, el sindicato Pamantik-KMU denuncia prácticas similares dirigidas contra los representantes del personal. También según los sindicalistas, Nestlé no dudó en despedir a 67 empleados de la fábrica de Cabuyaon. Esta medida, que se presentó dentro del marco de un plan de reestructuración, trataba en realidad de reducir los salarios y las ventajas sociales de los empleados de esta unidad de producción y asimilar sus condiciones a las menos favorables de la fábrica de Cagayan. Uno de los testimonios más reveladores es el de Franklin Frederick, miembro de la CUT (Central Única de Trabajadores) de Brasil. En este país, los productos de Nestlé tratan de abastecer el mercado limitado, pero sólido en términos de poder adquisitivo, de las clases superiores y de la oligarquía. Propietaria de inmensas granjas en el norte y centro del país, Nestlé es la encarnación misma de un modelo de agricultura dirigida básicamente a la exportación. 200 El modelo agroexportador que promociona Nestlé representa la sentencia de muerte de la pequeña y mediana granja familiar, y por lo tanto de la soberanía alimentaria del país. Sin contar con que la agricultura extensiva, centrada en la exportación, destruye el medio ambiente. En sus «Principios de Gestión», el señor de Vevey coloca en primera línea de sus preocupaciones —junto con una alimentación sana para todos— ¡la protección del medio ambiente! Decididamente, ¡la intuición oportunista de Brabeck nunca falla! ¿No es acaso Nestlé-Brasil uno de los contribuyentes principales al programa Fome Zero del presidente Lula? ¡Formidable doble juego! Si Brabeck tuviera el más mínimo interés por aligerar, aunque sea un poco, el martirio de 44 millones de brasileños, víctimas de una subalimentación grave y permanente, habría reducido desde hace tiempo el precio de los 839 productos alimentarios que comercializa en los supermercados brasileños. Un periodista suizo, Jean-Claude Péclet, analiza así la es- trategia brasileña del pulpo de Vevey. Su objetivo es obtener el máximo beneficio. Brasil tiene un sistema complicado de gestión de los precios al consumo, que aplica el Consejo de Defensa Económico6. Los márgenes beneficiarios de los alimentos humanos tienen un cierto control. No es el caso de los alimentos destinados a los animales domésticos. Brabeck invierte desde hace poco medios financieros considerables en la investigación, la fabricación, la comercialización de múltiples marcas de comida para animales de compañía. Jean-Claude Péclet concluye: «El sector más dinámico no es la alimentación humana, sino la de los animales de compañía»7. Para debilitar a los sindicatos, Brabeck recurre a métodos radicales en Europa, especialmente en Francia. En 2002, decide «aligerar» una unidad de producción de congelados instalada en Beauvais. Se pone en marcha un plan de reestructuración. Como relata el periódico L’Humanité, este plan trataba de eliminar «trabajadores enfermos y trabajadores conocidos por su carácter firme». En la lista figuraban, por supuesto, los siete delegados de la CGT. Un obrero despedido cuenta: «Un miércoles, hacíalas 13 horas, había terminado mi jornada de trabajo. Mi nombre estaba en el horario del día siguiente. El director me convoca. Me dice que no necesito volver al día siguiente, que me paga dos meses de preaviso. Que me traten así, con veintiún años de antigüedad...». Estos 201 despidos tan repentinos hubieran podido evitarse si se hubiera ampliado el plan de prejubilaciones. La dirección optó claramente por librarse de estas personas. Cuando llegaron las cartas de despido, el 70 por ciento del personal siguió la huelga convocada a continuación. La respuesta de la dirección fue suspender de empleo a la mitad de los huelguistas. «Cambiamos de estrategia, organizando una manifestación delante de la fábrica y por las calles, el 5 de octubre», cuenta el sindicalista. «Asistieron 150 personas, lo que no está mal, a la vista de las presiones del director, que amenazaba con incluir a los huelguistas en la lista de despidos... El 17 de octubre, una delegación participó en la manifestación ante las oficinas de Nestlé Francia en Noisiel (Seine-et-Marne) de todos los trabajadores de las fábricas amenazadas». «Nestlé se siente fuerte, ni siquiera respeta los procedimientos», explica Maryse Treton, una obrera. «Ahora vamos a presentar dos demandas: para que se anule el plan de reestructuración, por no haberse respetado el procedimiento, y para pedir la reincorporación de todos los trabajadores afectados por despidos improcedentes». «Por la empresa está circulando un manifiesto contra los despidos. Los trabajadores miran a derecha y a izquierda antes de firmar», se lamenta Jocelyne Onésime, delegada del personal por la CGT. «Algunos dicen que si firman serán despedidos. Hay un clima de miedo. Los trabajadores han perdido la confianza». «Formar un frente contra Nestlé es duro», confirma el sindicalista Joél Deliens. «Los sindicalistas somos los más castigados. Nos maltratan en el comité de empresa, nos expedientan con el menor pretexto, intoxican a los trabajadores sobre nosotros. Los afiliados a la CGT están perplejos. Tienen que reunirse en el exterior de la empresa, los sábados. A Nestlé no le gusta la CGT, está claro»8. A fuerza de presionar con los costes salariales, acabarán fabricando sus productos con esclavos y presos políticos. Por ejemplo, Jennifer Zeng (35 años), miembro de la organización Falún Gong, perseguida por el poder totalitario de Pekín; actualmente refugiada en Australia, afirma haber fabricado obligada conejitos de peluche azul, mascota de Nesquik, durante sus doce meses de prisión en el campo de trabajos forzados de Laogai, en 1999. 202 Por supuesto, esta acusación ha sido rechazada por la di- rección de Vevey, que reconoce no obstante haber realizado un pedido de 110.000 peluches a un fabricante de juguetes chino, MiQi Toys Company. XIX LAS VACAS GORDAS SON INMORTALES Por supuesto, los accionistas de Peter Brabeck están satis- fechos. En esta tabla tenemos un resumen de los beneficios de Nestlé y la evolución de su cotización en Bolsa desde 1992. La serie de las vacas gordas parece infinita. El 27 de febrero de 2003, la dirección publicó un comunicado de prensa triunfal 203 que anunciaba una subida sustancial de los beneficios: un 13,2 por ciento con respecto al ejercicio contable de 2000 (con una suma total superior al presupuesto del Ministerio francés de Agricultura para el mismo año, y que representa el 59 por ciento de las ayudas directas percibidas por el total de los campesinos franceses por la política agrícola común)1. La legislación suiza es una de las más favorables a los deseos de discreción que animan a los cosmócratas. Por tradición y por voluntad de su oligarquía dirigente, la Confederación Helvética es el país del secreto. Una sociedad registrada en Suiza no tiene obligación de revelar su lista de accionistas. En estas condiciones, es imposible conocer quiénes son los beneficiarios del maná celestial de Nestlé. Estos resultados causan admiración, y lo digo sin ningún tipo de ironía. ¿Cómo lo ha conseguido Nestlé? Los procónsules locales están siendo presionados para rebajar cada vez más, sin que importe el coste humano, el precio de coste de sus productos. Por esta razón se combate la resistencia sindical con tanto encarnizamiento, tanto en el hemisferio sur, ya lo hemos visto, como en Europa, como muestra el pulso de Nestlé-Waters-France contra los trabajadores del grupo Eaux Perrier-Vittel en 2004. Otra razón explica la formidable explosión de los beneficios: Brabeck es un combatiente experimentado en la jungla de los mercados mundiales de los precios de las materias primas agrícolas. Sabe incidir sobre los costes mundiales con el fin de reducir sus precios de coste, aunque no repercuta estas bajadas sobre los precios de venta a los consumidores. Por ejemplo, en Etiopía, el cultivador de café ha visto cómo el precio de venta de sus granos caía dos tercios en menos de cinco años. Durante el mismo periodo, el precio de la taza de café en los bares de Ginebra se ha duplicado. La privatización, en el mundo entero, pero sobre todo en los países endeudados del tercer mundo, de las redes públicas de abastecimiento de agua potable, constituye otra fuente de beneficios excepcionales realizados por el pulpo de Vevey2. En 1990, 51 millones de personas en todo el mundo dependían de las sociedades privadas para el suministro de agua. Desde entonces, la privatización ha avanzado a pasos agigantados. En un número creciente de países, los ayuntamientos endeudados venden sus redes de abastecimiento de agua a empresas privadas. Una de ellas es Nestlé. 204 Tomemos el ejemplo de Bolivia. Bajo la presión del Banco Mundial3, el gobierno ha vendido la red pública de alimentación de agua a empresas privadas. Lo primero que han hecho estas empresas es duplicar el precio del agua, lo que para gran número de bolivianos representa pagar el agua más cara que la comida4. La concesión del monopolio del agua a empresas privadas tiene como corolario que la gente ya no tenga posibilidad de acceder al agua sin permiso, aunque proceda de pozos co- munales, y hasta los campesinos y pequeños agricultores deben comprar un permiso de explotación para recoger el agua de lluvia en su propiedad. Los bolivianos —especialmente la población indígena or- ganizada por Evo Morales— no están dispuestos a rendirse. El gobierno ha proclamado la ley marcial, pero ante la resistencia popular ha tenido que ceder y anular la ley sobre la privatización. La insurrección más violenta tuvo lugar en Cochabamba. En esta ciudad había comprado la concesión de agua potable la sociedad transcontinental estadounidense Bechtel5. Ya lo he comentado: Nestlé no sólo controla amplias redes de abastecimiento de agua potable, sino también el agua embotellada. El pulpo de Vevey controla actualmente 75 marcas diferentes de agua embotellada en todo el mundo. Promociona la venta de sus productos de una forma agresiva y con argumentos a menudo dudosos. Cito el folleto sobre agua mineral de Nestlé, del que se distribuyeron cientos de miles de ejemplares en nueve idiomas: «El agua embotellada quizá no sea un remedio milagroso contra la falta de agua potable que existe en tantos lugares del mundo. No obstante, si el agua que suministran los servicios públicos no se ajusta a las exigencias de un agua sana y pura, el agua embotellada siempre protegerá su salud. [...] Los consumidores eligen con frecuencia agua en botella porque es un agua sana. Protege del sobrepeso y la obesidad, y reduce todos los peligros vinculados a la sobrecarga ponderal». El predecesor de Brabeck, Helmut Maucher, utilizaba un lenguaje menos sutil. Decía: «El agua es un bien cada vez más escaso en todo el mundo. Por esta razón, debemos controlar 205 todos los manantiales que sea posible» (cf. Nestlé, Anatomie eines Weltkonzems, Zúrich, 2004). Tomemos el ejemplo de Pakistán. En 1999, se lanzó una campaña de prensa en ese país. Nestlé afirma que no tuvo nada que ver con ella. La campaña denunciaba en términos totalmente alarmantes los peligros que suponía el agua «contaminada» distribuida por la red pública de las ciudades de Rawalpindi, Lahore, Islamabad, Multan y Karachi. El pánico se extendió entre gran parte de la población. La respuesta del gobierno fue traer a Pakistán a expertos de la OMS. Estos expertos hicieron los exámenes pertinentes y comprobaron que todas las redes públicas distribuían un agua completamente sana. Sin embargo, el pánico no cedía, alimentado por artículos de prensa cada vez más alarmantes. El gobierno se sentía impotente frente a este ataque misterioso contra las redes de distribución pública. Poco tiempo después, Nestlé invadió el mercado. Para «salvar» a la población urbana de este peligro, sacó una botella que llevaba el nombre de «Vida pura». La estrategia de Nestlé y sus beneficios astronómicos están documentados por las investigaciones de un científico estadounidense: Nils Roseman, Drinking Water Crisis in Pakisían and the Issue of Bottled Water: The case ofNestle’s Puré Life (Islamabad, 2005). Un mercado estable, un reparto de los bienes equitativo para todos, unos precios justos y una remuneración decente del trabajo humano son algunas de las letanías que repiten los «Principios de Gestión» de Brabeck. ¿Qué ocurre con estos bellos principios cuando empiezan a funcionar las «leyes del mercado»? Ya hemos hablado de la catástrofe de Sidamo, en Etiopía, donde desde hace cinco años centenares de miles de familias campesinas sufren por la caída de los precios del grano de café a causa de la especulación internacional sobre los precios de coste de las multinacionales agroalimentarias. En Costa de Marfil, en Brasil, los cosmócratas del sector agroalimentario ejercen una fuerte presión sobre los precios de compra al productor de los granos de cacao. Estas caídas de los precios causan estragos sobre grandes regiones de tres continentes. 206 Sin embargo, el cosmócrata de Vevey tiene otras preocupaciones. La obtención del máximo beneficio, principio del que no se habla en la biblia redactada por él, exige unas prácticas que desagradan al alma pura del Canónigo. Durante la guerra fría se había llegado a acuerdos mundiales entre productores y compradores (sobre el café, el té, otras materias primas agrícolas) con el fin de contrarrestar las caídas de precios dema- siado bruscas, que siempre podían dejar a los productores en manos de los comunistas. Ahora la OMC está liquidando estos acuerdos uno tras otro. El Canónigo es además un partidario entusiasta de los mé- todos de la OMC7. XX 207 La ARROGANCIA Frente al Estado y a sus leyes, los nuevos déspotas manifiestan en todo el mundo una fría arrogancia. En los países industriales del Norte, practican el chantaje de la deslocalización. Para asegurarse unos márgenes de beneficio lo más elevados posible, amenazan a los sindicatos y los gobiernos con marcharse a otro sitio. Tomemos el ejemplo de Siemens. Siemens está presente en numerosos sectores de actividad: tecnología médica, transportes, telecomunicaciones, energía, telefonía, etcétera. Hasta julio de 2004, su director, Heinrich von Pieren, reinaba sobre sus 417.000 empleados dispersos por todo el planeta1. En 2003, Siemens facturaba 74.200 millones de euros, con unos beneficios netos de 2.400 millones de euros. Alemania, cuarta potencia económica del mundo y la primera de Europa, fue una precursora de la jornada laboral de 35 horas. Esta medida disgustó a los cosmócratas de Múnich. Exigieron que se volviera a la jornada de 40 horas. El jueves 24 de junio de 2004, Siemens obtuvo una victoria: la multinacional metalúrgica firma dos acuerdos con el sindicato IG-Metall, que obliga a los obreros, empleados y ejecutivos alemanes a trabajar 40 horas por semana, es decir, a renunciar «voluntariamente» a la semana de 35 horas, aceptando así una clara disminución de su remuneración horaria. ¿Cómo ocurrió? A comienzos de 2004, los cosmócratas exi- gen una reducción drástica de los costes salariales en sus fábricas de Alemania. En apoyo de su petición, Siemens ame- naza con deslocalizar un primer bloque de 5.000 puestos de trabajo a China y Europa del Este. Von Pieren formula otras amenazas precisas. La empresa emplea a 170.000 personas en Alemania, es decir, el 41 por ciento de la totalidad de las personas que trabajan en Siemens en el mundo. La parte alemana de la facturación de Siemens sólo representa el 23 por ciento de la facturación total. Los cosmócratas de Múnich anuncian que se van a alinear estas cifras: la participación de los puestos de trabajo alemanes en el empleo total mundial pasará del 41 al 23 por ciento si no obtienen lo que piden, lo que representa la supresión de 74.000 puestos de trabajo en suelo alemán. 208 El 18 de junio de 2004, 25.000 trabajadores salen a la calle acudiendo al llamamiento de IG-Metall, para protestar contra el cinismo y el chantaje de los cosmócratas. El canciller Gerhard Schróder denuncia como «antipatrióticos» los planes de deslocalización anunciados. No sirvió de nada. Los cosmócratas acaban obligando a los sindicatos a arrodillarse y éstos tendrán que firmar dos acuerdos. El primero es un acuerdo marco sobre las futuras negociaciones sociales. Incluye no obstante el compromiso de Siemens de «preservar y desarrollar el empleo, la competitividad y la innovación». Siemens promete. El segundo acuerdo es de alcance local y se refiere al empleo en los centros de fabricación de teléfonos móviles e ina- lámbricos de Bochoity Kamp-Linfort, en Renania-Westfalia. Siemens renuncia al traslado inmediato de 2.000 puestos de trabajo a Hungría y garantiza el empleo en los dos centros durante dos años. Como contrapartida de estos dos acuerdos, el sindicato IG- Metall acepta que se restablezca la jornada de trabajo de 40 horas, sin aumento de salario. Además, las primas de vacaciones y Navidad quedan suprimidas y sustituidas por una prima por méritos. El chantaje siempre sale rentable: los costes salariales de Siemens pronto quedan reducidos en un 30 por ciento. Aludiendo a sus dos fábricas de Renania-Westfalia, el por- tavoz del cuartel general de Múnich dirá, con una buena dosis de cinismo: «... ahora estos centros de trabajo son tan competitivos como los de Hungría, hemos colmado las lagunas de productividad»2. El chantaje de la deslocalización es especialmente eficaz porque se ejerce sobre un mercado de trabajo que, a causa de la serie de revoluciones tecnológicas y electrónicas de estos últimos años, cada vez contrata menos. Entre 2001 y 2003, Siemens ya había suprimido 30.000 puestos de trabajo en el mundo. La tendencia a la supresión es general y mundial. Inspira las estrategias de prácticamente todas las empresas transcontinentales. Rubens Ricupero, secretario general de la UNCTAD, publica cada año el World Investment Report (Informe sobre las in- versiones en el mundof. En él se plantea que, si en 1993 las cien empresas transcontinentales más poderosas del planeta habían 209 vendido mercancías, servicios, etcétera, por un valor equivalente a 3.335 millardos de dólares (entonces contaban con 11.869.000 trabajadores), en 2000, las ventas de las cien empresas transcontinentales más grandes (su composición había cambiado parcialmente) ascendía a 4.797 millardos de dólares (el número de trabajadores ascendía a 14.257.000). Es decir, en siete años, las cien empresas transcontinentales más poderosas han aumentado su facturación en un 44 por ciento, con un aumento del personal de sólo el 21 por ciento. En 2004, la estrategia de Siemens fue imitada en Alemania por Opel y Volkswagen. Con éxito. Otros directores de multinacionales menos poderosas recurren a métodos similares. Este es un ejemplo: Roñal SA fabrica llantas de aluminio cerca de Saint-Avold, en Mosela. Esta fábrica pertenece a la sociedad Roñal AG, cuyo cuartel general se encuentra en Hárkingen, en el cantón de Soleure, Suiza, y está bajo el control de dos poderosos bancos privados de Berna. Roñal AG posee una fábrica que emplea a 1.000 obreros en Baja Silesia y otras plantas en Polonia y la República Checa. El 15 de mayo de 2004, la dirección del grupo ordena el traslado clandestino hacia el Este de 40 moldes. El 8 de junio de 2004, Roñal SA se declara en suspensión de pagos. Todos los trabajadores son despedidos. La dirección habla de «dificultades económicas». Los trabajadores reaccionan. Apelan a Ralph Blindauer, uno de los abogados más famosos en derecho laboral. Blindauer presenta una denuncia penal contra los directivos de Roñal SA por «quiebra fraudulenta». Explica: «Se trata de una quiebra totalmente organizada para librarse de pagar la más mínima indemnización»4, lo que cuestiona evidentemente Roñal SA. Todos los gastos quedan a cargo del Estado francés y centenares de familias de trabajadores despedidos quedan en una situación angustiosa. Actualmente, los negocios de Roñal prosperan en el Este. 210 XXI LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN BIEN, PERO ¡EL MERCADO ESTÁ MEJOR! Consciente de que no puede con ellos, es decir, de que no puede obligarlos a respetar la Carta de las Naciones Unidas, Kofi Annan decide llegar a un acuerdo con los cosmócratas. Así es como elabora el Global Compact, un pacto general entre las Naciones Unidas y las principales sociedades capitalistas transcontinentales. El 31 de enero de 1999, en el Foro Económico Mundial de Davos, hizo públicas sus propuestas. Este Foro reúne anualmente a los mil directores de las empresas transcontinentales más poderosas. Para ser admitido en el «Club de los Mil» (es su nombre oficial), hay que dirigir un emporio bancario, industrial o de servicios transcontinental, cuya facturación anual supere los mil millones de dólares. 211 El Pacto Global incluye nueve principios. En el documento oficial, preparado por los servicios del secretario general, se incluye una explicación para cada uno de esos principios. Los principios 1 y 2 tratan de los derechos humanos: «[Los firmantes se comprometen a] apoyar y respetar la protección de los derechos humanos fundamentales, reconocidos internacionalmente, dentro de su ámbito de influencia [...] asegurarse de que sus empresas no son cómplices en la vulnera- ción de los derechos humanos». Los principios 3 a 6 se ocupan del mercado de trabajo: «[Las empresas se comprometen a] apoyar la libertad de afiliación y el reconocimiento efectivo del derecho a la negódación colectiva [...] apoyar la eliminación de toda forma de trabajo forzoso o realizado bajo coacción [...] apoyar la abolición de las prácticas de discriminación en el empleo y la ocupación». La protección del medio ambiente y la naturaleza aparece en los principios 7 a 9: «[Las sociedades firmantes] deberán mantener un enfoque preventivo que favorezca el medio am- biente [...] fomentar las iniciativas que promuevan una mayor responsabilidad ambiental [...] favorecer el desarrollo y la difusión de las tecnologías respetuosas con el medio ambiente». En el búnker de los congresos, situado en el centro de la pequeña ciudad helvética de Davos, en el mes de enero glacial de 1999, Kofi Annan pide a los nuevos poderes feudales que «acepten y apliquen»1 el Pacto Global. Los depredadores aplaudieron de pie, durante cinco minutos largos, a Kofi Annan. Aprobaron el pacto por unanimidad. En junio de 1999, en el Palacio de las Naciones, en Ginebra, se celebró la segunda conferencia mundial sobre el combate contra la pobreza, en presencia de representantes de 170 Estados y de más de 500 ONG. Kofi Annan presentó una plataforma titulada «Un mundo mejor para todos», que firmaron el Banco Mundial, el FMI y la OCDE. Esta plataforma completa el Pacto. Sin embargo, el Pacto Global y su apéndice son el maná del cielo para los nuevos señores feudales. Ni el Secretariado General de las Naciones Unidas ni ninguna otra institución ejerce el menor control sobre la aplicación práctica de los principios que dictan las sociedades transcontinentales que lo firman. Los señores firman... ¡y ya está! Para ellos, esta firma vale oro. En términos de relaciones públicas y de «imagen», sus ganancias son formidables. Kofi 212 Annan les ha ahorrado decenas de millones de dólares en gastos publicitarios. Cada una de las empresas firmantes tiene derecho a hacer constar su adhesión al Pacto en todos sus folletos, documentos publicitarios... y apropiarse así del logotipo de las Naciones Unidas. El 13 de abril de 2001, el secretario general y sus allegados estaban en Zúrich invitados por el gobierno suizo y por Economía Suiza, la organización principal de las empresas transcontinentales helvéticas más importantes. Tengo delante una foto de la agencia Reuters publicada en Die Bemer Zeitung, que muestra a un tal Lukas Muehlemann estrechando risueño la mano de un Kofi Annan pensativo2. Muehlemann era entonces el jefe supremo de Crédit Suisse-First-Boston. Es uno de los notables del archipiélago de los multimillonarios. Muehlemann es efectivamente un hombre feliz: gracias a una rápida firma al pie del Pacto Global, su banco ya puede presumir de una fidelidad ejemplar a los principios más sagrados de la comunidad humana. Lo mismo ocurre con Goeran Lindahl, en aquel entonces director de la primera empresa transcontinental del metal del mundo, ABB; con Marcel Ospel, presidente de la United Bank of Switzerland; Daniel Vasella, director de Novartis; el presidente y director general de Royal Dutch Shell; el presi- dente de Nike; el del Deutsche Bank; los gigantes del automóvil Mitsubishi, Nissan, Daimler, Chrysler, Toyota. Crédit Suisse fue depositario de la mayor parte del botín del difunto dictador Joseph Désiré Mobutu, una suma que supera los 4.000 millones de dólares. El banco también se dio a conocer en el pasado por su apoyo activo y obstinado al régimen racista de Sudáfrica, así como por el reciclado de millones de narcodólares procedentes de Colombia y por otras muchas operaciones tan rentables como moralmente detestables. Ahora es uno de los bancos más poderosos del mundo. United Bank of Switzerland, otro firmante del Pacto, da siempre de qué hablar por su contribución pasiva a la fuga de capitales a partir de los países del tercer mundo. Gran parte del botín del general presidente nigeriano, Sani Abacha, fallecido en 1998, fue a parar a cuentas gestionadas por laUBS. Las ONG estadounidenses acusan a Nike de trabajar en el sur de Asia con niños explotados para la fabricación del calzado deportivo. 213 El gran promotor del Pacto Global, el sueco Goeran Lindahl, mantiene por su parte exquisitas relaciones personales con los señores rojos de China, los asesinos de la Primavera de Pekín, y con los generales criminales de Ankara. A pesar de la oposición de los sindicatos, los campesinos, las ONG, su empresa, ABB, construye en China y en Turquía presas faraónicas que provocan el desplazamiento forzoso (y frecuentemente la ruina) de centenares de miles de familias. ABB está participando en la construcción de la presa gigante de las «Tres Gargantas», en el Yangtsé. Su inauguración está prevista para 2009. Para entonces, dos millones de campesinos habrán perdido sus tierras. Con un desprecio total de sus derechos y sin compensación financiera adecuada. Deberán incorporarse a las sórdidas barriadas de chabolas de Shanghai, Pekín y Cantón. Según Amnistía Internacional, la Royal Dutch Shell Company está arrasando, por su contaminación incontrolada, el delta del río Níger y está destrozando la economía del pueblo ogoni. Además, ha sido uno de los más firmes apoyos financieros de las dictaduras militares que se sucedieron en Nigeria. En cuanto a Mitsubishi, Toyota y Nissan, sus directores res- pectivos acaban de cerrar—por razones «económicas»— decenas de comedores obreros, hospitales de fábrica y escuelas en Japón y en todo el mundo. El 24 de junio de 2004, se reunieron en el cuartel general de las Naciones Unidas en Nueva York, bajo la presidencia de Kofi Annan, los representantes de las principales empresas transcontinentales firmantes del Pacto Global. Se trataba de realizar un balance de los cinco años anteriores. Bajo la presión de las organizaciones no gubernamentales, Kofi Annan presentó una propuesta: ¿no habría que crear un mecanismo internacional de control, una autoridad de vigilancia que se encargase de comprobar si los firmantes hacen honor a su firma y en qué condiciones? ¡Gran escándalo! ¿Un control público? ¿Un instrumento coercitivo de verificación? ¡Ni se le ocurra! La propuesta fue rechazada por unanimidad. A los cosmócratas sólo les gustan los derechos humanos en la medida en que no resulten un estorbo para su máquina de explotar a los pueblos. 214 EPÍLOGO VOLVER A EMPEZAR Emmanuel Kant no participó en la Revolución Francesa. Ni siquiera llegó a salir de su Kónigsberg natal. Para él, la Revolución era la encarnación viva y la aplicación concreta de las ideas de la Ilustración. Marcaba un avance decisivo hacia la emancipación del hombre. Como funcionario prusiano, que vivía y trabajaba en un régimen autocrítico bajo el ojo vigilante de los esbirros reales, Kant asumió, con su defensa pública y privada de la Revolución y de sus protagonistas, unos riesgos personales considerables. Desde julio de 1789, pidió que le enviasen desde París L’Ami dupeupley algunos de los principales periódicos revo- lucionarios. Le llegaban por correo, regularmente, ante los ojos de los esbirros. Cada día comía en la posada y estas comidas, compartidas por sus amigos, pronto se convirtieron en el punto de reunión de los simpatizantes de la Revolución en tierras prusianas. Kant comentaba todos los días, a menudo con entusiasmo, los hechos de París. Luego se sabría que, como la mayor parte de los comensales, figuraba en la «lista negra» de los enemigos de 215 Federico II, constantemente actualizada por los agentes de la policía secreta1. Kant tenía setenta años cuando Robespierre desencadenó el Terror. En la posada, brindó en honor del Incorruptible. Los archivos de la policía prusiana hablan de este hecho. Subido a la silla (Kant sólo medía 1,52 metros), alzó su copa llena de vino del Rin y exclamó: «¡Guardémonos de dudar de la idea de la revolución burguesa! Las explosiones de inmoralidad no nos deben preocupar». Kant decía de Robespierre y Saint-Just: «Han gestado ideas y las han dado a conocer. Nadie podrá nunca más exterminar estas ideas. Como la creación del mundo, la revolución empezó creando el caos. Ahora el Espíritu de Dios flota sobre él. Poco a poco, el Espíritu pondrá orden en el caos». En aquella época, Kónigsberg (actualmente Kaliningrado) era una capital de provincias de unos 50.000 habitantes, que vivía principalmente de su puerto sobre el mar del Norte. Allí convivía un mosaico abigarrado de pueblos: lituanos, estonios, letones, polacos, rusos, una importante comunidad judía, mer- caderes holandeses e ingleses, hugonotes refugiados de Francia y menonitas llegados de Holanda en el siglo xvi2. Desprovistos de derechos políticos y de ingresos decentes, muchos de estos habitantes vivían en una precariedad extrema. Kant, asqueado por la injusticia social, veía en la Revolución la promesa de liberación de los miserables. Emmanuel Kant escribía en 1798 sobre el significado histó- rico de la Revolución: Un fenómeno de este tipo en la historia del mundo no se puede olvidar, pues descubre en el fondo de la naturaleza humana una posibilidad de progreso moral que ningún hombre había sospechado hasta entonces. Aunque no hayan alcanzado su objetivo [...] estas primeras horas de libertad no pierden nada de su valor. Es un hecho demasiado inmenso, demasiado entremezclado con los intereses de la humanidad y con demasiada influencia sobre todas las partes del mundo para que los pueblos, en otras circunstancias, no lo recuerden y se vean conducidos a repetír la experiencia3. Volver a empezar. ¡Sí, volver a empezar! 216 De la Revolución Francesa nació la larga marcha hacia la democracia política. Esta marcha acompañó la Revolución Industrial y la expansión colonial. Los Estados nacionales se vieron consolidados. En el siglo XX, la Sociedad de Naciones y, después, la Organización de las Naciones Unidas trataron de garantizar la paz universal. La Declaración de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948 repite de forma casi textual algunas frases de la Declaración de 1789. A finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, se han hecho algunos otros avances. La democracia política se ha consolidado en Europa, pero también en algunos países del hemisferio sur. La descolonización ha hecho progresos con- siderables. Se ha proclamado la igualdad de todas las culturas de la tierra. La discriminación de las mujeres ha retrocedido. En varias regiones del mundo, las fuerzas productoras se han desarrollado considerablemente... ¿Y ahora? Estamos sufriendo la ofensiva más espantosa que nadie hubiera imaginado hace cinco años. Ningún Estado nacional, ninguna organización supranacional, ningún movimiento democrático puede resistir a esta ofensiva. Los señores de la guerra económica han saqueado el planeta. Atacan a los Estados y su poder normativo, cuestionan la soberanía popular, subvierten la democracia, saquean la naturaleza y destruyen a los hombres y sus libertades. Cuestionan radicalmente el derecho del hombre a buscar la felicidad. Ningún contrapoder constituido —ni estatal, ni sindical— está en condiciones de cuestionar su poder absoluto. En las calles de Nueva Delhi, miles de mujeres y niños, ciegos a causa de la nube de Bhopal, viven de la mendicidad. Mientras tanto, los señores de Dow Chemical viven parapetados en su rascacielos de Midland, en Michigan. Saint-Just: «Entre el pueblo y sus enemigos no hay nada en común, sólo la espada». La espada que separay que corta... El derecho a la felicidad, a la dignidad, a la comida, a la libertad son consustanciales del ser humano. Hacen que un hombre sea un hombre. A este respecto, Kant tiene una expresión de difícil traducción: «Das eirváge ursprüngliche, dem Menschm Kraft seinerMens- chheit zustehende Recht» («El derecho a la vida 217 única es fundamental y pertenece a cada hombre por el mero hecho de serlo»). Saint-Just dice lo mismo de forma más poética: La independencia y la igualdad deben gobernar al hombre, hijo de la naturaleza. Y destinado por su esencia pura a la virtud y a la libertad4. La historia tiene un solo sujeto: el hombre. Aquellos que, como los nuevos señores feudales, los amos del imperio de la vergüenza, sus generales, sus propagandistas y lacayos, reivindican un mercado todopoderoso, niegan las normas civilizadoras nacidas de la Ilustración. Un proverbio wolof, nacido en la desembocadura del río Senegal, resume mis palabras: «Nit nit aygarabam» («El hom- bre es el remedio para el hombre»). El hombre sólo existe, se construye, se reproduce, con la ayuda de otros hombres. No puede haber hombre sin sociedad, sin historia... y sin compasión. Las relaciones de reversibilidad, de complementariedad y de solidaridad son constitutivas del ser humano. ¿Qué hacer contra el cinismo de los cosmócratas, la violencia desencadenada de sus esbirros, el desprecio del derecho a buscar la felicidad? Hay que escuchar a Kant y volver a empezar la revolución. Porque, entre la justicia social planetaria y el poder feudal, sea cual fuere, existe una guerra permanente y una antinomia radical. La muerte, por supuesto, nunca será vencida por la hu- manidad, como tampoco la soledad, la desesperación o cualquiera de los numerosos sufrimientos que constituyen la condición humana. Sin embargo, por cada dolor irreductible, jcuántos sufrimientos generados por el hombre! El azar del nacimiento es todavía más misterioso que el de la muerte. ¿Por qué he nacido en Europa? ¿Blanco? ¿Bien alimentado? ¿Dotado de derechos? ¿Dotado de una vida libre, relativamente autónoma y protegido de la tortura? ¿Por qué yo y no el minero colombiano lleno de lombrices, el caboclo de Pernambuco, la mujer bengalí de Chittagong con el rostro desfigurado por el ácido? 218 Antes de que termine el año en el que escribo este libro, 36 millones de seres humanos habrán perecido en medio de dolores espantosos, hambre o consecuencias de enfermedades directamente relacionadas con el hambre. Por falta de medicamentos, otras decenas de millones de personas habrán sido martirizadas por epidemias que la medicina ha vencido hace tiempo. El agua contaminada habrá destruido a nueve millones de niños de menos de diez años. La vivienda insalubre, las ratas, la desesperación, la suciedad habrán hecho la vida intolerable a millones de madres de familia, de las smoky mountains de Manila a las calampas de Lima, de las chabolas de Dacca a las favelas de la Baixada Fluminense de Río de Janeiro. El paro permanente y la angustia por el futuro habrán roto la dignidad de centenares de miles de padres de familia de Ulan Bator y de Soweto. ¿Por qué ellos y no yo? Cada una de las víctimas podría ser mi mujer, mi hijo, mi madre, un amigo, seres que constituyen mi vida y a los que amo. Estos seres asesinados por decenas de miles cada año son las víctimas de lo que Babeuf llama las «leyes bárbaras». Y nada, salvo el azar del nacimiento, me separa de estos crucificados. Marat escribió: «La opinión se basa en la ignorancia y la ignorancia favorece enormemente el despotismo»5. Informar, hacer transparentes las prácticas de los señores es la tarea principal del intelectual. Los vampiros huyen como de la peste de la luz del día. También dijo Marat: «El amor a los hombres es la base del amor a la justicia, porque la idea de lo justo se desarrolla tanto por el sentimiento como por la razón»6. Hablar de la vida cotidiana de los niños de los túneles de Ulan Bator, del sufrimiento y las luchas de los caboclcs brasileños, de los aparceros bengalíes o de las viudas del Tigré favorece la eclosión del sentimiento de justicia en el lector. Quizá de este despertar nazca un día la insurrección de las conciencias en los países del Norte. En el inmenso estadio de fútbol de Vila Euclides, siguiendo el llamamiento del sindicato metalúrgico de Sao Bernardo, 80.000 219 huelguistas se reunieron en la tarde del 13 de marzo de 1979. Ya hablé de ello en el capítulo que he consagrado a Brasil. En el cielo sombrío, a baja altura, pasaban una y otra vez, en medio del estruendo, los helicópteros negros de la policía militar. Trataban de intimidar a la multitud. Llovía. Lula estaba de pie sobre la plataforma de un camión aparcado en el césped, en medio del estadio. A su alrededor, en apretadas filas, estaban los huelguistas, sus mujeres, sus hijos. También ellos estaban de pie, chorreando, con la ropa pegada a la piel. Estaban tan atentos, tan serios, tan tensos... Los agentes de la policía política habían confiscado los megáfonos. Frei Betto cuenta: «Lula hablaba. Los que estaban cerca de él y escuchaban su voz, se volvían y repetían en coro sus palabras a los que tenían detrás. Sucesivamente, cada fila de oyentes escuchaba, se volvía y repetía en coro, para los demás, las palabras que había escuchado. Y así sucesivamente, hasta el fondo del inmenso estadio»7. No soy un líder sindical, ni el jefe de un movimiento de liberación, sino un intelectual con medios de influencia limitados. Mi libro plantea un diagnóstico. La destrucción del orden caníbal del mundo es el trabajo de los pueblos. Tiene que entablarse una guerra por la justicia social planetaria. ¿De qué lado estarán las victorias? ¿Y las derrotas? ¿Cuál será el resultado del combate definitivo? Nadie conoce la respuesta. No obstante, me habita una convicción. Todos estos combates venideros serán el eco del llamamiento de Gracchus Babeuf, el jefe de la Conspiración de los Iguales, que llegó ensangrentado al cadalso el 27 de mayo de 17978: ¡Que comience el combate sobre el famoso capítulo de la igualdad y la propiedad! ¡Que el pueblo destruya todas las anti- guas instituciones bárbaras! ¡Que la guerra del rico contra el pobre deje de tener este carácter de toda la audacia de un lado y toda la cobardía de otro! [...] Sí, lo repito, todos los males están llegando al máximo y no pueden empeorar. Sólo se pueden reparar mediante una revolución total [...]. Veamos el objetivo de la sociedad. Veamos la felicidad común y 220 mil años después acudamos a cambiar estas leyes bárbaras9. 221
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