Heridas Abiertas by Werty

March 26, 2018 | Author: casma19 | Category: Wound, Psychology & Cognitive Science, Science, Philosophical Science, Wellness


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Heridas Abiertas by Werty (Feb 2012) Hay heridas, tan profundas, que por mucho que se tapen y se curen siguen sangrando sin que se pueda cortar la hemorragia. Hay heridas, que cicatrizan mal y cada roce, cada pequeño golpe, hace que vuelvan a abrirse. Hay heridas que, simplemente, cuestan tanto curar, que a veces nunca terminarán de sanar. Dicen los médicos que si una lesión no sana bien, a la larga, a corto, medio o largo plazo, siempre dará problemas. Y quizás, las heridas físicas puedan curarse, con un poco de pomada, algo de reposo o simplemente una tirita, al final, terminan por sanar y ni tan siquiera queda una sola cicatriz de ellas… Sin embargo, cuando se trata de las heridas del alma, cuando son heridas del corazón, entonces, ya puedes ponerle mil tiritas, puedes mimarla, puedes vendarlas, que si no se curan, siempre estarán ahí. Y puede que parezcan sanadas, puede que dejen de sangran, creerás fervientemente que el dolor ha pasado, que la herida ha cicatrizado, incluso puedes olvidarlas, pero están ahí, de un modo u otro están ahí, latentes, a la espera, ocultas… y en algún momento, sin que puedas evitarlo, sin que lo veas venir, volverán a abrirse para mostrarte que no las curaste, que simplemente las solapaste, las tapaste, le pusiste una venda y miraste para otro lado… Hay heridas, tan profundas, tan dolorosas, que por mucho tiempo que pase, por muchos años que luches por sanarlas, volverán a abrirse recordándote, el vacío, las lágrimas, la lucha, los insultos, la rabia, en definitiva, el dolor volverá con más virulencia que la primera vez… porque las heridas del corazón, las que son producidas por el amor, son las más difíciles de curar y en ocasiones, nunca terminan de cicatrizar. Lo tuvo todo, absolutamente todo, hubo un tiempo en el que no podía creer que tanta felicidad le hubiera tocado a ella. Tenía todo lo que siempre soñó, un buen trabajo, una buena situación económica y lo más importante, el amor… el amor más grande que jamás soñó sentir, había encontrado a su media naranja, al príncipe azul, aunque en este caso, sería mejor decir princesa. No podía pedir más porque ya lo tenía todo, incluso una pequeña vida crecía en su interior… todo lo tenía y todo lo perdió provocando ese tipo de heridas tan difíciles de curar. Pero todo aquello era cosa del pasado, por suerte para ella, todo había cambiado, le había costado mucho estar como estaba ahora, pero lo había logrado, había curado sus heridas, había cicatrizado su corazón y había vuelto a sonreír. Sí, sus heridas habían sanado. - ¡Mamá! Llegamos tarde al cine – Y ahí estaba, la razón por la que había logrado curar su corazón, la única persona en el mundo que la había hecho sonreír en los momentos más difíciles… su hija Paula. - Ya estoy, cariño – afirmó poniéndose la chaqueta y saliendo al salón – no te preocupes que vamos con tiempo, la película es a las seis y son solo las cuatro y media – le dijo mirando el reloj. - Pero aún tenemos que pasar por el hospital – le recordó su hija. - Ya, pero solo será un momento, solo es para firmar un papel y nos iremos – le explicó una vez más. Paula la miró con una ceja alzada, lo cierto era que aunque parecía que tenían tiempo de sobra, si les pillaba tráfico la hora se les echaría encima. Paula la miró entre cómica y recriminatoria y aquello le hizo sonreír de nuevo. Se acercó, le dio un beso y salieron ambas de casa para pasar la tarde juntas antes del comienzo de las clases. ........................................................................... ................... En su despacho, entre temarios, horarios, listado de alumnos y un montón de papeles más, pensaba en el nuevo comienzo de curso. Este año tenía matriculados en su asignatura a más alumnos que el año pasado. Se sentía algo nerviosa, siempre le pasaba cuando comenzaba un nuevo año, donde un montón de aspirantes a médicos comenzaban su carrera con la ilusión de quien pasa del instituto a la universidad, antes de que comenzaran las frustraciones por la presión de los temarios, de la dificultad de su carrera, antes de que más de uno se desmoralizara e incluso alguno optara por dejar de estudiar. Le gustaba enseñar, le encantaba ser profesora, aunque hubo un tiempo en el que su prioridad eran los pacientes, estar en un hospital, ahora todo había cambiado, ya apenas atendía pacientes, ahora, formaba a las nuevas generaciones de médicos, ahora, era la mentora de muchos chavales que sentían, como ella, la vocación de salvar vidas. Había sido un cambio bastante drástico pero ella misma lo había querido así, necesitaba un cambio, otro tipo de vida, dejar las guardias, dejar el estrés que podía causarle un hospital y seguía ligada a la medicina, pero de otro modo, enseñando a jóvenes a hacer bien su trabajo, a ser buenos profesionales, y cuando se encontraba con un exalumno y lo veía con su bata blanca, siendo todo un gran médico, entonces sentía el orgullo de saber que ella había contribuido en ello. Era una buena profesora, todos sus alumnos se quedaban encantados con ella, se implicaba con el alumnado, los ayudaba, los entendía y si bien les exigía bastante, todos coincidían en que tenía todo el derecho a exigir, dado que sus clases eran tan extremadamente buenas, que podía ser lo más exigente que quisiera. - ¡Mami! – escuchó al otro lado de la puerta y sonrió, pocos segundos después, su pequeña, de tan solo cuatro años entraba en su despacho y con una sonrisa se acercaba para sentarse en sus rodillas – hola mami – saludó con su sonrisa mellada a causa de que hacía tan solo dos días se le había caído un diente. - Hola cariño – le dio un beso - ¿dónde habéis ido? - Al parque – contestó sonriente – y he comido un algodón de azúcar y estaba muuuuyyy bueno. - ¿Y no me has dejado un poquito? – puso morritos, la niña negó con una sonrisa culpable - ¿te lo has comido todo? - Mamá me ha ayudado – afirmó – pero la poxima vez te taigo un poco ¿vale? - Vale – sonrió – anda… vamos a ver a mamá – dijo dejando todo como lo tenía y saliendo del despacho con su hija en brazos – hola, cariño – saludó a su mujer al verla en la cocina. - Hola, mi amor – contestó acercándose a ella para darle un beso - ¿Ya has terminado? - Casi – respondió – pero lo voy a dejar por hoy y voy a pasar el resto de la tarde con mis chicas – miró a su hija quien no dejaba de sonreír - ¿qué quiere hacer mi princesa? – le preguntó a la niña. - ¿Vemos nemo? – preguntó y no pudo más que volver a sonreír. - ¿Otra vez nemo Lucia? – la niña afirmó enérgicamente – pues nada… nemo… - miró a su mujer que la miraba sonriendo – voy poniendo la peli ¿vale? - Vale, yo voy a cambiarme y ahora voy con vosotras – contestó desapareciendo por el pasillo. - Pues vamos a ver la película – dijo a Lucía llevándola en brazos hasta el salón. La verdad, no podía quejarse, tenía una vida que parecía perfecta. Tenía una mujer, una hija a la que adoraba, un trabajo que le encantaba, tenía lo que todo el mundo quiere, aquello con lo que la gran mayoría de los mortales sueñan con tener… sin embargo, dentro de ella, en el fondo de su alma, había algo que la llevaba acompañando demasiados años ya… un vacío que no lograba llenar con nada, una tristeza que intentaba borrar dedicándole todo su amor a su mujer y sobre todo, a su hija. Entró en el hospital de la mano de Paula, su hija le iba hablando sobre las ganas que tenía de ver aquella película y le pedía por favor que no tardaran mucho, ya que dado el tráfico que se habían encontrado, si se demoraban más de lo estrictamente necesario, llegarían tarde. T: Hola – saludó Teresa, la recepcionista del hospital central. - Hola – contestó al saludo – Me dijo el doctor Vilches que me pasara para firmar unos papeles. T: Ah, sí, los tengo aquí mismo – sacó una carpeta – es que hija, hemos tenido tanto lío últimamente que no han estado hasta esta mañana… y claro, si no los firmas no puedes empezar a trabajar y empiezas mañana ¿no? - Sí, mañana – sonrió mientras leía los documentos – y no te preocupes que ya me lo explicó todo – continuó con amabilidad – y no te creas que sois los únicos a los que les pasa, en el hospital en el que trabajaba en Barcelona estaban siempre igual, con un lío burocrático que… - hizo un gesto con la mano haciéndole saber que los líos burocráticos en Barcelona también tenían tela. T: ¿Y esta señorita quién es? – preguntó mirando sonriente a la niña. - Pues esta señorita es mi hija, se llama Paula – la presentó mientras continuaba leyendo mirando a su hija con una sonrisa. P: Buenas tardes – saludó con amabilidad. T: Hola, preciosa – le devolvió la sonrisa - ¿Cuántos años tienes? P: Once – dijo mirando un cubo de rubbik que tenía Teresa sobre la recepción - ¿Puedo? – preguntó señalándolo. - Paula… - dijo su madre y la niña la miró con cara de “¿qué pasa?” T: Tranquila – soltó al darse cuenta de su advertencia – si no pasa nada… estoy un poquito harta del cubo este, llevo con él no sé el tiempo y no hay Dios quien lo resuelva. P: Es muy sencillo – contestó tomándolo entre sus manos – Rubbik era arquitecto – comenzó a decir – y este cubo no es más que una sucesión de algoritmos que en su totalidad tiene unos 43 billones de permutaciones posibles – decía mientras manipulaba el cubo y Teresa la miraba con estupor al tiempo que su madre sonreía metida en los papeles – existen varios métodos para resolver el cubo David Singmaster fue el primero, publicó un libro sobre él y consiste en resolver capa por capa, es más largo pero no complicado, luego vinieron las soluciones rápidas, las que usan normalmente en competiciones, Jessica Fridrich es la más común, aunque personalmente no me gusta demasiado ya que requiere una mayor cantidad de algoritmos, 78 y solo para permutar y orientar la última capa – Teresa alucinaba, el cubo ya iba teniendo visos de solucionarse entre las manos de esa chiquilla y su madre continuaba sonriendo una vez terminó de firmar – Ryan Heise lo resuelve en 40 movimientos y no utiliza algoritmos, sin embargo, a mí la solución que más me gusta es la de Lars Petrus, que aunque utiliza algoritmos sí es cierto que elimina 32 de ellos, lo cual hace que sea más rápido resolverlo – terminó de decir dejando el cubo de Rubik resuelto delante de las narices de una Teresa que ni tan siquiera sabía qué decir… T: Pero que… - lo tomó entre las manos - ¿cómo lo has hecho? – consiguió decir porque a decir verdad, no tenía ni la más remota idea de qué había dicho. P: Es muy fácil – lo volvió a tomar entre las manos – te lo acabo de decir, hay una serie de algoritmos que… - manipuló el cubo mezclando colores - Paula… - volvió a advertirla su madre sin dejar de sonreír. P: Vale, ya lo dejo – lo soltó de nuevo – inténtelo usted, Teresa, verá como algún día le saldrá… - Anda… vamos al cine – dijo mirándola y haciéndole un gesto con la cabeza para que comenzara a andar. P: Vale, encantada de conocerla – se despidió con cordialidad. T: I… igualmente – no sabía ni qué decir. - Hasta mañana Teresa – se despidió. T: Oye, Esther – la paró antes de que se marchara, una vez se habían alejado de ella y pidiéndole que se acercara un instante - ¿qué edad has dicho que tiene tu hija? – preguntó. E: Once años – contestó – y un coeficiente intelectual muy superior a la media – dijo orgullosa, volviéndose hacia Paula que le sonreía y se impacientaba pensando que llegarían tarde al cine. T: ¿Y qué será eso de algoritmo? – escuchó Esther que decía Teresa mientras tomaba el famoso juego entre las manos y lo miraba con escepticismo. Durante las siguientes horas, Maca, junto a su mujer y su hija, estuvieron entretenidas viendo, por enésima vez, Nem. Lucía casi se sabía los guiones de memoria y sin embargo, no se aburría de la película y siempre que Dori decía eso de “P Shreman calle Wallaby 42 Sydney" la niña cantaba con ella y reían todas después. Cuando el film, por fin terminó, se dispusieron a bañar y dar de cenar a la niña, tras esto, cenaron ambas y Maca volvió un segundo a su despacho, quería repasar la lista de alumnos antes de acostarse, tenía demasiados y siempre le gustaba llegar a clase y que los nombres ya les sonaran. Cuando se dio cuenta, llevaba en el despacho más de una hora y su chica, Susana, la miraba desde la puerta con brazos cruzados. M: Mierda… - se tapó la cara con las manos – se me ha ido el santo al cielo – se disculpó. S: Ya lo he visto – sonrió desde el quicio de la puerta – anda… vamos a la cama, es tarde. M: Uhmm… sí – afirmó estirándose y sintiéndose un poco cansada - ¿Mañana a qué hora tienes que ir a la oficina? – quiso saber tomándola por las caderas. S: A las nueve tengo una reunión – contestó mientras caminaban juntas hasta la habitación. M: Ujum… yo tengo que ir a la facultad a las nueve y media, me da tiempo a llevaros – le dio un par de besos en el cuello. S: No te da tiempo y llegarás tarde – sonrió. M: Sí que me da tiempo – continuó con sus besos – puedo dejar primero a Lucia y luego te llevo a ti. S: Maca… - sonrió al caer en la cama – sabes que no te dará tiempo, tienes que cruzarte casi media ciudad – afirmó. M: Está bien… - contestó sin demasiado ánimo. S: Además, no querrás llegar tarde el primer día de curso ¿no? M: Seguro que mis alumnos se llevan una alegría… el primer día y hora libre – sonrió de nuevo besándola. S: ¿Y perderte el meterles miedo? – ahora fue ella quien rió – no me lo creo. M: Uhmmm… yo tampoco jajaja – contestó con una sonrisa – ven aquí anda… S: ¿Tú no estabas cansada? – preguntó con una ceja alzada. M: Se me ha pasado – la besó más profundamente logrando que finalmente Susana cediera y se dejara hacer. Aparcó el coche frente a las grandes puertas de aquel centro. Miró a su hija, llevó la vista hacia aquellas puertas y suspiró, aún no podía creer que estuvieran allí y sin embargo era ya una realidad, tanto, como que su pequeña estaba a punto de bajar del coche. E: ¿Lo llevas todo? – dijo tomando su mochila y revisándola por millonésima vez. P: Mamá, lo llevo todo – contestó arrebatándole la mochila. E: Cariño… ¿seguro que quieres esto? – quiso saber, ella no estaba del todo segura pero en el fondo, sabía que era una buena decisión. P: Más que nunca – la ilusión de sus ojos le dio la respuesta – mira, estoy temblando… tengo ganas de empezar – seguía diciendo entusiasmada. E: Está bien – ante su felicidad, no pudo hacer más – venga, estaré aquí a las dos y media para recogerte – se acercó a ella – dame un beso anda. P: Sí – le dio el beso y Esther la abrazó – mamá… mamá… voy a llegar tarde… E: Sí, sí, perdona… - se separó de ella – es que se me hace raro… eres mi pequeña y… no sé… aún no estoy del todo preparada para esto. P: Llevas preparándote todo el verano – contestó Paula sonriente – mamá… - Esther la miró, sonriendo como si fuera la primera vez que iba a dejar a su hija en la guardería con esa mezcla de orgullo y tristeza… solo que esta vez, no era, ni mucho menos, una guardería – te quiero mucho, mamá – le dijo siendo ahora ella la que la abrazaba. E: Y yo a ti – contestó – y venga… que llegarás tarde – dijo dándole un cariñoso empujoncito para animarla a marcharse – luego te veo, cariño. P: Sí, hasta luego – se despidió cerrando la puerta. La vio acercarse a la puerta, agarrándose las asas de la mochila, la vio pararse antes de entrar y mirar a su alrededor. Pudo ver cómo algunos la miraban confundidos, otros curiosos y otros preguntándose qué hacía allí. Finalmente, vio cómo su hija tomaba aire y con pasos seguros entraba al centro. Suspiró, cerró los ojos un segundo y puso de nuevo el coche en marcha para ir a trabajar. Salió de su despacho con su maletín a un lado y el horario de clases en otro, se cruzó con varios alumnos a los que ya les había dado clases y saludó a quien le saludaba. Buscaba el aula 30, en la primera planta cuando Ana, una compañera de su departamento y gran amiga se acercó a ella con celeridad. M: Voy con el tiempo justo Ana, luego me lo cuentas – la paró antes de que dijera nada. A: Tú siempre tan simpática – sonrió – pero vamos que el Decano quiere verte. M: ¿A mí? – Ana afirmó - ¿Y sabes para qué? A: Ni idea – se elevó de hombros – me ha dicho que te pases por su despacho cuando puedas. M: Vale, pues en cuanto termine mi clase iré – miró el reloj – y me voy que me estarán esperando – dicho esto enfiló el pasillo, viendo como un montón de jóvenes alumnos charlaban frente a las puertas de la que sería su clase, los miró y sonrió de lado, un montón de nuevos alumnos, futuros médicos, nerviosos, ilusionados, algo perdidos en la nueva facultad… sí, le encantaba ser profesora – Buenos días – les dijo a unos cuantos antes de entrar en clase. Se posicionó en el centro, frente a la pizarra y justo al lado del proyector, dejó el maletín en la mesa y se desabotonó la chaqueta para estar algo más cómoda. Se fijó en los alumnos, en la forma de entrar a la primera clase, con los años, había ganado en capacidad de observación y podía adivinar casi con total convicción quién sería un buen estudiante, quién de ellos podría darle problemas, quién estaba allí por vocación y los casos en los que algún alumno estudiaba medicina siguiendo la tradición familiar y no sus deseos reales. Esperó pacientemente a que todos se sentaran y se callaran. Les dio algo más de tiempo por ser el primer día de clase, se cruzó de brazos y cuando creyó que era el momento adecuado, dio un par de pasos y los miró de frente. M: Buenos días – comenzó a decir mirando hacia ningún punto en concreto – Soy la Doctora Macarena Fernández, podéis llamarme Maca – los miró – aunque me conoceréis más por Doctora Hueso – vio como al fondo, algunos repetidores se reían – por lo visto, dicen que soy una de las profesoras más duras de la facultad de medicina – continuó – yo no lo creo, pero como ven, al fondo tienen a varios repetidores que parecen estar de acuerdo con ello – algunos alumnos miraron hacia donde señalaba – Bien, bienvenidos a la carrera de Medicina – continuó, la puerta se abrió débilmente y una chiquilla, más bien una niña, entró en la clase y se sentó en el primer sitio libre que encontró. Algunos alumnos comenzaron a cuchichear, Maca la miró extrañada y aún así, no dijo nada, continuó con su monólogo – Como decía, bienvenidos a Medicina, tienen por delante seis años para convertirse en buenos profesionales – volvió a mirar a aquella niña ¿qué hacía allí? – He de advertirles que esto no es una película, esto es la vida real, señores, así que olvídense de todas esas estúpidas series de médicos que hayan podido ver, aquí ni el Doctor House, ni Anatomía de Grey ni Urgencias ni ninguna otra serie de médicos os va a servir de mucho, así que si alguno de vosotros se cree que ya lo sabe todo por ver esas series, les recomiendo que mantengan su boca cerrada y aprendan de verdad cómo se salvan vidas – una vez más su mirada fue a parar a aquella chica ¿qué edad tendría? ¿Diez? ¿once años? – Bien, mis clases empiezan a las nueve y media en punto, les recomiendo que si no llegan a esa hora, se abstengan de entrar en mi clase, no me gustan las interrupciones – Paula se encogió sobre sí misma – Exijo puntualidad y sobre todo atención, si alguno no quiere venir a esta clase, tiene una estupenda cafetería en la que matar el tiempo, pero si deciden asistir, les pido respeto, el mismo con el que yo les voy a tratar. Los móviles, por supuesto, en absoluto silencio y para hablar levanten la mano. Están ustedes en la universidad, se supone que son adultos y les trataré como tal, compórtense como tales también. Mis clases son duras, pido mucho y exijo más – algunos alumnos se miraban entre sí y pudo oír algún que otro cuchicheo – No están ustedes en el instituto, ahora juegan en la liga profesional – algunos rieron por su comentario, otros se sorprendieron por el – Comencemos – dijo dándose la vuelta para volver hacia su maletín y comenzar a sacar cosas. Lo primero que hizo fue tomar un folio y dárselo a una de las chicas de la primera clase – Vayan poniendo su nombre, DNI y su firma por favor – acto seguido tomó el listado de alumnos y mientras la clase se pasaba el folio ella se acercó a aquella niña que parecía bastante nerviosa – hola – dijo cambiando radicalmente el tono por uno mucho más dulce - ¿Te has perdido pequeña? – preguntó con una sonrisa. P: No – contestó un tanto intranquila. M: ¿Sabes que esto es una universidad verdad? – volvió a preguntar. P: Claro – contestó de nuevo – la facultad de Medicina y esto es Historia e Introducción a la Medicina – Maca la miró con una ceja alzada – sé dónde estoy – un par de alumnos miraban a aquella niña más alucinados que nunca – estoy matriculada, puede mirarlo – dijo señalando el listado que tenía entre las manos – Paula García Sánchez. M: Ya – dijo al verla en el listado - ¿Qué edad tienes? – quiso saber. P: Once años – afirmó con seguridad. M: No entiendo nada, la verdad… - continuó diciendo mientras una vez más volvía a mirar el listado. P: Tengo un coeficiente intelectual que roza el doble de la media española – soltó con calma y los compañeros que estaban a su lado la miraron alucinando aún más – puede hablar con el Decano si quiere… M: Sí, eso haré – contestó y entendió ahora que quizás, de eso mismo quería hablar el Decano con ella, precisamente de Paula García… - Tienes un bonito nombre, Paula – dijo tras una pausa. P: Eh… gracias – contestó sin saber qué decir. M: Bien – se volvió a posicionar frente a la clase, de momento dejaría que aquella niña se quedara en su clase hasta poder hablar con el Decano y saber de qué iba todo eso – comencemos. Tema 1: Introducción a la Medicina. E: Buenos días, Teresa – dijo al entrar en el hospital antes de firmar el parte. T: Hola – contestó mirándola con curiosidad - ¿qué tal todo? E: Bien, bien – le sonrió sabiendo lo que estaba pensando – con ganas de empezar a trabajar. T: Claro… - la miró de lado – Esto… ¿Puedo preguntarte algo? E: Puedes preguntar lo que quieras – respondió tras firmar – y supongo que será sobre Paula. T: Sí… perdóname, es que… yo nunca… vamos que e quedé ayer muy… sorprendida. E: Ya… tranquila, a veces le gusta presumir – sonrió. T: No sí… a mí me dejó ayer que no sabía ni qué decirle – continuó diciendo – pero… ¿Es cierto que es superdotada? E: Y tanto… como que la acabo de dejar en la universidad – dijo con una mezcla de orgullo y amor que hizo sonreír a Teresa. T: ¿Con once años? – se sorprendió. E: Sí… ya ves… tengo una hija muy lista – afirmó – en un año hizo toda la ESO y en año y medio Bachillerato – le relataba – estuvo en un colegio especializado en niños superdotados, incluso ganó un premio de física en Barcelona, uno bastante importante – continuó – y bueno, quería estudiar medicina así que… ella misma decidió ir a la universidad. T: Vaya… pues sí que es impresionante – comentó – y… no sé… no quiero molestar, pero… ¿no es un poco difícil? E: ¿Qué mi hija sea más inteligente que yo? – preguntó de manera retórica – a veces… pero no deja de ser una niña… T: Eso también, pero me refiero a ella – siguió ella – no sé, ir a la universidad, con gente mucho mayor que ella… ¿No es como cortarle su niñez? E: Bueno… no creas que no me preocupa – dijo poniéndose un poco más seria – pero… todo los especialistas en este tipo de niños me han dicho que es lo mejor, si ella es quien lo ha decidido entonces es porque es lo mejor para ella… date cuenta que tampoco puede estar en clases con niños de su edad, no porque no se relacione con ellos, sino porque se aburre en esas clases y a la larga es peor para ella… - Teresa asentía – pero el hecho de que vaya a la universidad con once años no quita para que siga siendo una niña y bueno… también hay veces en las que se comporta como tal, no te creas… T: Ya… Perdona que te haya hecho este tipo de preguntas – dijo in tanto avergonzada, por muy cotilla que fuera, la verdad es que siempre esperaba a tener más confianza con la gente para intentar enterarse de toda su vida - ¿Y su padre cómo lo lleva? – quiso saber. E: Paula no tiene padre – afirmó un tanto más seria de lo normal – sólo me tiene a mí – Teresa se dio cuenta de aquel cambio de registro – y… perdóname, pero voy a trabajar, no quiero que el primer día tengan queja de mí. T: Sí, perdona – contestó dejándola marchar – ¡ah! Esther, tienes que buscar a Alicia, la jefa de enfermeras, ella te dirá lo que tienes que hacer y te explicará un poco todo esto. E: Vale, muchas gracias, Teresa – terminó de decir entrando ya en urgencias, dejando a Teresa en la recepción y esperando que se hubiera quedado contenta con sus respuestas. En el despacho del Decano de la facultad de Medicina, Maca hablaba con Dávila sobre esa nueva alumna tan especial. Hablaban sobre la sorpresa que se había llevado la profesora al verla entrar y aunque Dávila había querido hablar con ella antes de que comenzaran las clases, había estado tan ocupado que no había podido hacerlo. M: No sé, Dávila – decía mostrando sus reticencias – es una niña… tiene once años, no sé si es lo mejor que esté en la universidad. D: Esa niña, Maca, es más inteligente que tú y yo juntos – le contestó con convicción – y he hablado con su madre, está de acuerdo en que esté aquí, es la misma alumna quien así lo quiere. M: Pero no deja de ser una cría – seguía diciendo – hay escuelas especializadas para niños superdotados, donde seguramente podría estudiar cualquier cosa que se propusiera… D: Maca… Mira su expediente – le mostró la carpeta – es impresionante, y no es una cuestión de ir a una escuela especializada o a la universidad, esa niña tiene una capacidad de elección con un criterio tan absolutamente perfecto que nadie puede negarle que siempre ha tomado las decisiones correctas – siguió – los profesores de su antigua escuela e incluso un informe psicológico dictan que la niña está totalmente capacitada para venir aquí… te aseguro que podrá integrarse… M: Me preocupa que en algún momento se pueda sentir rechazada o… no sé, excluida – continuó – va a estar rodeada de gente mucho mayor que ella, y hablemos claro Dávila, todos los alumnos la verán como un bicho raro o… D: Por eso te voy a asignar como su tutora personal – continuó diciendo ante sorpresa de Maca – esa niña es todo un portento, pero como bien dices seguramente habrá momentos en los que se sienta un poco desubicada, quiero que estés ahí por si eso pasa y no sé… probemos un cuatrimestre, Paula sabe lo que hace y ella misma, junto con su madre, llegaron al acuerdo de probar unos meses y si no funcionaba o veía que era demasiado para ella, la misma Paula tomaría la decisión de marcharse de la facultad… M: No sé… sigue sin convencerme – continuó diciendo un tanto reticente. D: Démosle la oportunidad – dijo sin darle opción a réplica – además, tenemos que ver esto, también, desde el punto de vista egoísta y tenerla aquí es una muy buena promoción para la facultad – afirmó – tenemos a la alumna más joven de toda España y creo que de toda Europa, estudiando en esta institución, es un buen reclamo para futuros estudiantes… M: Lo que tú quieras – continuó – supongo que no puedo decir nada más. D: Tómalo con calma, yo confío en Paula, confía tú en ella – le pidió – estoy segura de que no nos decepcionará a ninguno – dijo dando por finalizada la charla. M: Como quieras – dijo aún contrariada mientras se levantaba y salía del despacho. Yendo hacia el suyo no podía dejar de pensar en lo que había hablado con Dávila, aquello le parecía una locura, que una niña de tan solo once años estuviera en la universidad era una locura por muy superdotada que fuera… pensó en su hija, si Lucía estuviera en aquella situación… sinceramente no sabría cómo se comportaría, supuso que los padres de Paula habrían tenido también bastante complicada la elección y pensó, que si todo el mundo incluyendo a algún psicólogo decía que aquella era la mejor opción, tal vez ella también podía darle una oportunidad… Además de todo, Dávila le había pedido que fuera su tutora… lo cierto es que aquel término le parecía raro, nunca había sido tutora de ningún alumno y tampoco sabía de algún otro profesor que lo hubiera sido, así que no tenía ni idea de cuáles iban a ser sus funciones… Entró en su despacho y se sentó en la mesa con la carpeta que se había llevado del despacho de Dávila, pudo ver una fotografía de Paula recogiendo el premio de física de Barcelona, era un recorte de un periódico local, a su lado, los informes escolares de la niña. Sonrió, con un tinte de orgullo, lo cierto era que aquella pequeña era muy inteligente, más que ningún otro alumno que hubiera conocido. Había pasado por la ESO y el Bachillerato en tan solo dos años. Desde muy pequeña, se adivinaban sus deseos por ser médico, según lo que leía, quería encontrar la cura contra el cáncer. Sonrió, muchos, muchísimos más alumnos de los que recordaba querían hacer lo mismo, encontrar la cura al cáncer o al Alzheimer o la vacuna contra el SIDA… Y Paula, tenía los mismos sueños… quizás… quizás sí podría con todo aquello y ella, estaría para ayudarla cuando lo necesitara. No supo por qué razón, ni cómo llegó a aquel punto, pero de pronto se vio dejando aquellos informes a un lado, tomó su cartera y de uno de los laterales interiores, debajo de un montón de cosas que casi no servían, oculta entre tickets, sacó una vieja fotografía ya demasiado desgastada por el tiempo. La desdobló, sonrió mirándola, acarició aquel rostro con delicadeza, sintió, como siempre, un intenso nudo en la garganta. Cerró los ojos, reviviendo viejos tiempos, viejas ilusiones, y consiguió, a duras penas, que aquella lágrima que amenazaba con brotar de sus ojos no lo hiciera… Negó con la cabeza, queriendo no pensar demasiado en ello, guardó la fotografía donde estaba y la cartera en el bolso, justo cuando volvió a posar sus ojos en aquellos informes la puerta se abrió. A: Ey, ¿es verdad lo de la chica superdotada? – Preguntó Ana entrando en su despacho y cerrando la puerta tras ella. M: Sí, Paula García, once años – le tendió la carpeta – está en mi clase de Historia e Introducción y Dávila me ha asignado como su tutora… A: ¿Tutora? – preguntó - ¿Es que ahora hay tutores en la universidad? – quiso saber. M: Pues por lo visto para ella sí – afirmó – en parte lo entiendo, pero no sé cómo debo actuar con ella. A: Pues no sé, trátala como a cualquier otro alumno… si es tan inteligente como dice aquí, digo yo que no será tan diferente – continuó. M: Sí… no sé, supongo que hablaré con ella y… yo que sé, nunca he tratado con alumnos de menos de dieciocho años… A: Pues mira, eso que te ahorras – afirmó con un toque de comicidad – porque seguro que esta chica aún no tiene las hormonas revolucionadas… - la miró dejando la carpeta – en fin… ¿desayunamos? – cambió de tema – me muero de hambre. M: Sí vamos – contestó tomando su bolso y saliendo ambas del despacho, antes de cerrar la puerta, Maca volvió a echarle un vistazo a la carpeta que descansaba sobre la mesa… Paula García, la futura médico más joven de España… Cuando salió de la facultad, Esther ya la estaba esperando. Saludó de lejos y dando pequeños brincos saltó al coche con una sonrisa. Le dio un beso en la mejilla y se puso el cinturón de seguridad a la espera de que su madre arrancara. E: ¿Qué tal te ha ido cariño? – dijo mientras se internaba en el tráfico. P: ¡Muy bien! – contestó sonriente – las clases no son muy duras y es bastante fácil lo que hemos dado hoy – Esther asintió consciente de que a su hija todo le parecía fácil – aunque claro, tan solo estamos comenzando, seguro que después será algo más difícil. E: ¿Y la gente qué tal es? – quiso saber pues también sabía cómo reaccionaban muchas de las personas que las conocían. P: Bien – se encogió de hombros, la enfermera la miró un segundo – como siempre, parecen buenos chicos y… normales, supongo – dijo con calma. E: Ya… - la miró – ¿Y los profesores? – siguió preguntando. P: Sorprendidos al verme – sonrió de lado – al parecer nadie les había dicho nada a algunos pero… bueno, después parece que bien, no sé – volvió a encogerse de hombros – hay una profesora que al principio, tal y como hablaba daba hasta miedo – Esther sonrió – pero luego fue muy simpática conmigo… me cae bien… E: Me alegro de que te haya ido bien, mi amor – dijo con sinceridad - ¿Qué te apetece que hagamos esta tarde? – preguntó. P: Tengo que estudiar mamá – contestó como si fuera obvio… E: Paula, ha sido el primer día – le contestó – y yo también he ido a la universidad, estoy convencida de que solo habéis tenido presentaciones, apenas habréis dado clase, así que no puedes tener nada que estudiar aún – dijo pues si la dejaba, era capaz de estudiarse medio temario en menos de dos meses. P: Vale… - contestó aceptando que realmente, aún no habían dado apenas nada - ¿Podemos ir a patinar? – preguntó más entusiasmada. E: Agg… sabes que odio patinar – protestó – estoy más tiempo en el suelo que en pie – afirmó. P: A mí me gusta – continuó ella. E: Está bien… iremos a patinar – dijo sin querer quitarle la ilusión. P: ¿Y puedo llamar a Laura por si quiere venir? – quiso saber, Esther afirmó con la cabeza, Laura era una amiga de Paula, una gran amiga, tenía su edad y aunque Laura aún iba al colegio, a ninguna de las dos le importaba el coeficiente de la otra, simplemente, cuando estaban juntas, eran dos niñas de once años comportándose y divirtiéndose como tales. E: En cuanto lleguemos la llamas a ver si su madre le deja – contestó. P Genial – dijo ella sonriendo abiertamente. Maca llegó a casa algo cansada, como siempre le pasaba el primer día de clase, hasta que se habituaba a la rutina y entonces el cansancio parecía ser una inyección de adrenalina. Lucía salió corriendo a buscarla a la puerta, la profesora tan solo tuvo tiempo de soltar las cosas y cogerla en brazos. L: ¡Hola mami! – saludo con alegría. M: Hola mi amor – contestó dándole un beso fuerte en la mejilla - ¿Cómo ha ido el cole hoy? – preguntó dejándola en el suelo. L: Súper bien, mami, tengo un dibu – exclamó saliendo corriendo a buscarlo. Maca recogió las cosas del suelo y llegó al salón, donde su mujer, sentada en el sofá leía algo que tenía entre las manos. Levantó la mirada y sonrió al verla, se levantó y se acercó para darle un beso en los labios. S: ¿Qué tal el temido primer día? – quiso saber. M: Bien, bien – contestó dejando la chaqueta en una silla y el maletín justo al lado – ahora te cuento… ¿tu reunión cómo ha ido? S: Pues mejor de lo que esperaba – contestó – creo que al final podremos firmar los nuevos contratos. M: Eso es genial, cariño – se sentó a su lado – puff… qué ganas tenía de sentarme… S: Ya te veo – sonrió acariciándole el pelo - ¿Estás cansada? M: Un poco – dijo mimosa. L: Mira mami – llegó Lucía con el dibujo y Maca le prestó toda su atención – esta eres tú y esta mami y esta soy yo. M: Qué bonito mi amor – alabó la pintura de la niña - ¿Dónde lo ponemos? – preguntó - ¿En la nevera? – la niña negó con la cabeza - ¿No? Entonces donde… L: Allí – señaló el despacho – en tu cuarto de trabajo – afirmó convencida. M: Vale… o mejor… por qué no me lo das y me lo llevo a mi otro despacho y así, todo el mundo sabrá que tengo una hija que es una artista – le propuso a la cría que afirmó sonriente con la cabeza – bien, pues mañana me lo llevo ¿vale? L: ¡Sí! Mamá, mami se lleva el dibu a su cole grande – le contó a su madre a pesar de que lo había escuchado todo. S: Eso es genial mi amor – contestó – y… ¿Por qué no le haces otro y así al tener dos, uno se lo lleva y el otro lo deja aquí? L: Sí, ¡guay! – y acto seguido la cría salió corriendo hacia su habitación para hacer ese segundo dibujo para su madre. M: Jajaja, desde luego… esta niña para pintora no va ¿eh? – dijo mirando de nuevo aquellos monigotes en los que los colores se mezclaban unos con otros y se salían de las líneas. S: No, está claro que no – afirmó – bueno… cuéntame qué tal el primer día – preguntó al tiempo que Maca se volvía a echar sobre ella. M: Uhmm agotador… - dijo acomodándose – tengo varios repetidores que parece que este año se lo van a tomar más en serio… - afirmó – y un par de chavales que me da que van de graciosillos, aunque les he metido un poco de miedo creo que no será suficiente… S: Así que la doctora Hueso ha vuelto en su pleno apogeo… - bromeó. M: Idiota – protestó dándole un cariñoso golpe en el brazo – tengo a una niña de once años como alumna… S: ¿Once años? – se sorprendió – joder… Pues ya tiene que ser inteligente – comentó. M: Ujum… Tiene un coeficiente intelectual bastante alto y… por lo visto todo el mundo ha dado el visto bueno: profesores de su anterior colegio, psicólogos, Dávila como Decano, el mismísimo Rector, sus padres… ella misma… S: Pero a ti no te convence – siguió diciendo por ella. M: No es eso… - contestó – tiene un historial académico que daría hasta miedo y… no sé, posiblemente pueda hacer las asignaturas sin problemas pero… me preocupa, solo eso. S: ¿Por qué te preocupa? – quiso saber. M: No sé, es… uff… supongo que me preocupa que pueda sentirse mal en algún momento… no deja de ser una niña en un mundo de adultos, o proyectos de adultos – Susana sonrió levemente – pero… parece una niña estupenda y Dávila me ha nombrado su tutora. S: Bueno, no te preocupes, si todo el mundo dice que es bueno para ella lo será… - besó su pelo – y si tú vas a ser su tutora… entonces no tienes que preocuparte. M: Ya… cuando averigüe qué hace un tutor en estos casos – dijo un pelín agobiada. S: Maca, cariño – hizo que la mirara – no te preocupes, todo irá bien, y si esa niña necesita algo, ahí estarás tú, no te agobies tan pronto que lo mismo, si es tan lista no necesita ni tu ayuda… M: Eso espero… porque no me gustaría que lo pasara mal – terminó de decir cerrando los ojos un segundo mientras sentía las caricias de su mujer en el pelo, relajándola y calmándola. Durante los siguientes días estuvo bastante pendiente de Paula, la observaba durante sus clases, la veía atender a cada palabra que salía de su boca, tomar apuntes con devoción y muy pendiente de todas y cada una de las explicaciones. No levantó la mano ni una sola vez para preguntar alguna cosa ni pareció tener dudas de lo explicado. Cuando no tenía clase con ella, hablaba con los profesores y todos coincidían en lo mismo, era una chica muy inteligente que lo pillaba todo a la primera y que en esos días no había tenido ni una sola duda. Callada durante las explicaciones se concentraba en absorber todos los conceptos entendiéndolos sin demasiada dificultad. De vez en cuando la observaba por los pasillo, iba con calma a cada clase, siempre con su mochila al hombro, mirando a su alrededor, era como si quisiera aprender cada cosa que pasaba a su alrededor, era simplemente, una niña que observaba todo, miraba todo y se quedaba con absolutamente todo. Juraría que, si Paula se lo propusiera, podría describir cada pasillo de la universidad por el que había pasado sin dejarse ni una puerta y ninguna sola planta… debía tener una memoria fotográfica impresionante. Debía reconocer que, realmente, aquella niña la tenía fascinada, no solo por su inteligencia que ya por sí misma resultaba impresionante sino por su manera de comportarse, no había dado visos de sentirse sola, ni excluida, ni tampoco parecía sentirse un bicho raro. La miraba con cierto orgullo en la mirada, sí, quizás era la palabra, se sentía orgullosa de aquella pequeña. Había bajado a desayunar junto a Ana, entraron en la cafetería y pudo ver a varios de sus alumnos armando algo de jaleo mientras se tomaban un café, incluso pudo escuchar vagamente algún comentario dirigido a ella. Pidió el desayuno y esperando a que su compañera también lo hiciera observó, a través de uno de los ventanales a Paula sentada en uno de los jardines, con un libro en las manos y mordiendo un par de galletas que tenía justo a su lado. M: Ahora vuelvo Ana – le dijo a su amiga antes de abandonar la cafetería. Se acercó sigilosa, no quería asustarla y tampoco importunarla. La miró y una sonrisa apareció en su rostro, leía más rápido de cómo lo hacían los demás, pasaba las hojas de aquel libro con rapidez, era como si más que leer pasara la vista sobre las letras y sin embargo, algo le decía que podía leer cada letra de aquellas páginas. M: Hola – saludó cuando ya estaba a su lado. P: Hola – contestó Paula saliendo de su ensimismamiento. M: ¿Qué lees? – quiso saber. P: Harry Potter – contestó un tanto extrañada de que la profesora que se suponía más dura de la facultad la tratara de una manera tan amable. M: Ah… vaya – dijo ahora ella un tanto sorprendida, pues, había esperado un libro mucho más denso, quizás uno no tan… de su edad - ¿Cuál de ellos? – siguió preguntando. P: El primero – contestó – Harry Potter y la piedra filosofal. M: Sí, lo conozco – sonrió – a mi hija le fascinan. P: ¿Tienes una hija? – se atrevió a preguntar. M: Ajá – contestó sentándose a su lado – tiene cuatro años. P: ¿Y ya lee tanto? – volvió a preguntar. M: No, no – contestó – le leemos los libros – sonrió – aunque creo que no los entiende mucho, aun así le encantan. P: Los libros están bien – siguió diciendo – no es que sea gran cosa… y bueno, si asumes toda la fantasía como parte de la trama, al fin y al cabo, no dejan de ser un cuento… es un buen libro… más entretenido que otra cosa pero… no están del todo mal. M: ¿Ya te los has leído todos? – siguió preguntando. P: Sí… - continuó – pero me gusta releer algunos libros, sagas sobre todo – afirmó – soy de la opinión de que la segunda vez que se lee un libro se encuentran matices que antes no encontraste… y es ahí cuando se puede hacer una buena crítica de un libro. M: Es una buena opinión – afirmó - ¿Y qué más te gusta leer? P: Puff… depende – sonrió y Maca imitó aquella sonrisa – he leído muchos libros… no sabría decirte ahora mismo. M: ¿Has leído Crepúsculo? – quiso saber. P: Jum - hizo un gesto con las manos como diciendo “así, así” – es la típica historia de amor imposible, fácil de leer y que en realidad no tiene nada del otro mundo si no fuera porque él es un vampiro que, a mi parecer, no tiene nada de vampiro salvo que bebe sangre… Estephenie Meyer se cubrió de gloria tirando por tierra todos y cada uno de los mitos vampíricos que la historia se ha encargado de levantar… M: Vaya… cualquier chica de tu edad estaría enamorada de Edward Cullen o de Jacob Black… P: Sí… cualquiera – se elevó de hombros – pero… para mí Edward Cullen pierde todo su encanto en el momento en que brilla como un diamante bajo el sol y Jacob siempre me ha parecido muy egoísta… M: ¿Egoísta? – aunque no había prestado mucha atención a aquellos libros sabía de qué iban… Ana se había convertido de la noche a la mañana una fan que fácilmente podría compararse con esas chillonas adolescentes, y la había arrastrado a ver un par de películas de la famosa saga - ¿Por qué dices que es egoísta? P: Bueno… se pasa casi toda la saga intentando que Bella se quede con él, intenta que cambie de opinión sobre sus sentimientos e incluso la obliga, en cierta manera a quererle… M: Sí… bueno, pero lo hace porque la quiere… y supongo que no querrá que se convierta en vampiro. P: Ahí es donde todo el mundo se confunde – continuó – Jacob no la quiere… o al menos no está tan enamorado de ella como dice, si la quisiera no haría lo que hace sabiendo que en cualquier momento puede “imprimarse” de otra y hacerle más daño… M: Jum… nunca lo había pensado así – contestó mientras pensaba en ello. P: Ya… ni tú, ni mucha gente – se volvió a elevar de hombros. M: Para no gustarte Crepúsculo, parece que te lo sabes muy bien – sonrió de medio lado. P: Soy una niña – afirmó – y aunque la historia es bastante inverosímil… supongo que no me desagrada. M: Bueno… y cuéntame – dijo tras una pausa en la que no dejó de mirarla con una sonrisa - ¿qué tal te va por aquí? P: Bien – contestó más entusiasmada – me gusta mucho todo esto… M: Ya veo – sonrió ante su entusiasmo - ¿Y tus compañeros qué tal? ¿Te hacen sentir mal? P: ¿Por qué? – preguntó. M: No sé… como habitualmente te veo sola… - levantó la mano para acariciar su pelo sin saber por qué lo hacía – supongo que intento que no te sientas sola – sonrió una vez más – me asignaron como tu tutora, debo ejercer como tal… P: ¿No tienes ni idea de lo que hace un tutor verdad? – preguntó algo cómica. M: Ni la más remota – contestó ella con complicidad – así que… P: Para no saberlo, no lo haces mal – le respondió con una sonrisa – y bueno… sobre mis compañeros… se elevó de hombros – es normal que aún no se atrevan a acercarse a mí… no saben cómo comportarse – lo decía de una forma tan normal que Maca supo que ya había pasado por eso antes – creo que no saben qué decirme o cómo tratarme… - la miró – reconozcámoslo, al principio ni tú misma sabías como tratarme y apuesto a que te estás preguntando si lo estás haciendo bien – Maca sonrió de lado dándole la razón – sí, soy inteligente, pero no dejo de ser una cría, sólo tengo once años y supongo que todo el mundo necesita un tiempo para acostumbrarse a las cosas nuevas y en este caso lo nuevo soy yo… volvió a encogerse de hombros – les entiendo… y no me preocupa – continuó – cuando se acostumbren todo se normalizará… supongo… Ese “supongo” le dijo a Maca que ni la propia Paula estaba tan convencida de ello. Ese “supongo” fue el que más la enterneció, porque vio en el fondo de sus palabras cierto miedo al rechazo, miedo a estar sola y vio, como bien había dicho Paula, a una niña de once años que tampoco sabe muy bien cómo comportarse. Y sintió que, de alguna manera ella quería ayudarla, quería estar ahí cuando la necesitara, quería… quería cuidarla… Paula abrió el libro, como si no hubiera pasado nada y volvió a meterse en la lectura mientras le daba un mordisco a una nueva galleta. Maca la contempló durante unos segundos, la niña daba por finalizada aquella charla y ella no sabía qué más decirle. M: Bueno… - dijo mientras se levantaba – voy a ir a desayunar… te veo en clase ¿sí? P: Sí – contestó mirándola un segundo. M: Y por cierto, Paula – hizo que la mirara – mi despacho siempre estará abierto por si… por si algún día lo necesitas. P: Gracias – dijo mirándola y sonriendo una vez más de lado y Maca constató lo que había pensado durante la conversación… Paula tenía una sonrisa preciosa y le gustaba verla sonreír. Llegaron a casa con la comida ya comprada, habían decidido parar en un burguer ya que Esther, tras un turno bastante cansado no tenía muchas ganas de cocinar. Mientras ponían la mesa Paula le iba contando algunas cosas sobre la universidad, Esther la miraba orgullosa, realmente estaba muy orgullosa de su hija, nadie podía negar eso y viendo su entusiasmo y su alegría al estar en la universidad entonces se olvidaba de las preocupaciones iniciales, veía a su hija feliz y eso era lo único que le importaba. E: Me alegro de que te guste todo eso cariño – dijo una vez sentadas en la mesa – Por cierto – cambió de tema - ¿A qué no sabes quine me ha llamado esta mañana? – Paula negó con la cabeza – Eva. P: ¿Eva? ¡En serio! – dijo contenta de escuchar aquello. E: Ajá – afirmó – dice que viene mañana, tiene unos días que le debían en el hospital así que se ha decidido a hacernos una visita. P: ¡Genial! – contestó con ilusión – tengo muchas ganas de verla. E: Y yo – le respondió con cierta nostalgia. P: Echas de menos Barcelona – Comentó al ver su rostro. E: ¿Por qué dices eso? – quiso saber. P: No sé, me ha parecido – se elevó de hombros – y no sería tan raro… hemos dejado muchas cosas y a mucha gente allí… has dejado tu trabajo para que yo viniera a la universidad y… E: Ey – la paró – vinimos porque era lo mejor para ti y yo estoy muy contenta aquí – contestó – el hospital es muy bueno y la gente es genial, así que nada de decir esas tonterías – advirtió… P: Pero… allí estaban tus amigos y… estaba Eva… - continuó diciendo. E: Cariño… sabes que lo mío con Eva terminó hace tiempo – contestó – ahora somos buenas amigas ya está… P: A veces echo de menos verte con alguien – siguió diciendo para asombro de Esther – no sé, no me gusta que estés sola. E: No estoy sola cariño… - acarició su mano – ni tampoco me siento sola. P: Bueno… E: Paula… ¿qué pasa? – quiso saber. P: Nada… es solo que… me gustaba cuando estaba Eva… no sé, me gustaba la sensación de… de saber… - se quedó callada creyendo que estaba metiendo al pata. E: ¿De saber qué? – siguió preguntando. P: De saber que tú tenías a alguien… - bajó la cabeza - ¿No te gustaría volver a enamorarte? E: A ver cariño… - suspiró dejando su cocacola a un lado – mira… yo solo me he enamorado una vez en mi vida y no funcionó... y creo que… que nunca podré volver a enamorarme de esa manera, ni de n adie – continuó – pero… eso no significa que me sienta sola o que esté mal por ello… te tengo a ti, que eres lo mejor que tengo en la vida y te aseguro que solo con verte sonreír yo ya soy muy, muy feliz… terminó de decir y aunque sabía que Paula no se había quedado satisfecha con su respuesta, tampoco dijo nada para continuar con aquella conversación. Esther volvió a tomar su refresco y le dio un sorbo. Lo que había dicho era cierto, solo una vez se enamoró y nunca había vuelto a sentir aquel sentimiento … aunque a decir verdad, nunca había querido volver a sentirlo, ni tan siquiera lo había intentado… Aquel día estaba algo más nerviosa de lo habitual, llegaba Eva y tenía muchas ganas de verla. Durante algunos años Eva había sido como una segunda madre y la adoraba. Habían estado viviendo juntas y lo cierto era que la echaba de menos, durante todo el tiempo que Eva y Esther habían estado juntas, ella la había sentido como una madre, se había sentido en una familia completa. No es que sintiera que su familia estaba rota ahora que Eva no estaba, pero… era distinto, veía a su madre reír con Eva, a Eva cuidarla y mimarla, no sabría describirlo pero había sido diferente y lo cierto era que la echaba de menos. Así que, cuando terminó la última clase, fue a pasos acelerados hasta la puerta de la facultad, esperando ver el coche de su madre, se movía algo inquieta mientras esperaba y miraba pasar algunos de sus compañeros dirigiéndose hacia sus vehículos, algunos la saludaban de lejos y ella les respondía al saludo mirando su reloj con nerviosismo. M: ¿No llegan por ti? – escuchó que decía Maca tras ella - ¿Quieres que te acerque a algún lado? P: Mamá tiene que estar a punto de llegar – contestó con agradecimiento – se habrá encontrado tráfico o algo… M: Bueno… entonces me marcho – contestó – que yo también tengo que recoger a mi hija – sonrió – nos vemos mañana. P: Sí, hasta mañana – se despidió mirando de nuevo el reloj. Maca llegó a su coche, dejó el maletín y se sentó en el asiento del piloto, metio la llave en el contacto y cuando estaba a punto de arrancar, vio cómo un coche paraba justo delante de Paula, una chica, que supuso su madre se bajó del vehículo y Paula soltó una enorme sonrisa. E: ¡Cerebrito! – escuchó que decía con cariño en el tono de voz aquella mujer. P: ¡Hola! – contestó Paula tras una sonrisa llegando hasta ella y abrazándola mientras no dejaba de sonreír. Desde su coche, Maca miraba la escena y sonreía al ver a Paula de ese modo con su madre… debía reconocer que por un momento se había extrañado, no se había imaginado de ese modo a la madre de Paula, aunque la verdad, era que tampoco se la había imaginado, había estado tan deslumbrada por Paula que no había pensado en sus padres, ni siquiera sabía sus nombres. P: Anda, sube ratón de biblioteca que tengo hambre – dijo la madre haciendo sonreír a Paula. Finalmente Maca arrancó y salió de la universidad viendo cómo tras ella el coche de Paula arrancaba también, las miró por el retrovisor, reían y se contaban algo, estaba claro que se llevaban muy bien, y se veía a kilómetros lo mucho que se querían… a pocos metros, cada una tomó un rumbo diferente. P: ¿Y dónde está mamá? – preguntó. E: Me ha llamado, que tenía una operación y que iba a llegar tarde, así que he dicho… ¿para qué esperar a que Esther salga de trabajar? Ve tú a recogerla a la universidad – seguía diciendo – eso sí, me he perdido unas cuantas veces, esta ciudad es un caos… P: Y eso lo dice alguien que se conoce Barcelona como la palma de su mano – se burló, Eva la miró con una ceja alzada E: ¿Qué pretendes decir con eso? – quiso saber. P: Admítelo, Eva, llevas toda tu vida viviendo en Barcelona y aún te perdías para ir a la rambla – contestó con una sonrisa – no me extraña que te pierdas en Madrid. E: Eso ríete de mí… por no ser un GPS andante – se hizo la ofendida y luego ambas estallaron en una pequeña carcajada. P: Me alegro de que estés aquí – Dijo dejando de reír. E: Y yo también, peque – contestó con cariño – te he echado de menos. P: Pues anda que yo… - siguió – ya no tengo a nadie con quien jugar al ajedrez… E: ¿Esther aún no ha aprendido? – preguntó con una sonrisa. P: Puff… no hay manera – contestó – mueve el caballo como el alfil, el alfil como la torre y la torre como la reina – dijo con tono burlón – no hay quien la enseñe… E: Bueno… ahora cuando lleguemos echamos una partidita – la miró con los ojos abiertos - ¿Tienes llaves de casa? Porque me veo esperando en la escalera. P: Tengo llaves – afirmó. E: Vale, pues guíame si no quieres que terminemos en Segovia – bromeó esperando las indicaciones de Paula. Cuando la enfermera llegó a casa, algo cansada después de que la operación se complicara, sonrió las encontró sentadas en el suelo, con un tablero de ajedrez en medio de ellas y concentradas a más no poder. Sonrió, hacía tiempo que no veía una imagen como aquella y sintió cierta nostalgia. E: Veo que ya estáis metidas en materia – comentó haciendo que ambas la miraran. P: Hola mami – saludó volviendo su vista al tablero –mate en tres – anunció con una sonrisa orgullosa. Ev: No puede ser – contestó mirando alucinada el tablero, había jurado que en algún momento de la partida ella podría ganar… E: Así me gusta, que me saludéis como es debido – protestó Esther dejando la chaqueta a un lado. P: Un segundo – pidió Paula moviendo la Reina y comiendo el caballo de Eva. Ev: ¡Joder! Pues sí que me haces mate en tres – afirmó al ver clara la partida – puff… algún día podrías dejarme ganar… P: Algún día – dijo claramente irónica. E: Bien, en vista del caso que me hacéis… iré a cambiarme – dijo sonriendo comenzando a ir a su cuarto. Ev: Espera – Eva se levantó del suelo, mientras Paula seguía pensando en su siguiente movimiento, se posicionó frente a Esther y la miró con cariño – hola – dijo bajando el tono. E: Hola – contestó sacando una leve sonrisa. Ev: Un abrazo ¿no? – preguntó haciendo abriendo los brazos. E: Eso esperaba, pero parece que el ajedrez es más interesante que yo – contestó claramente bromeando. Ev: Ven aquí, tonta – dijo por fin abrazándola, Esther estrechó el abrazo, sintiéndose reconfortada, la verdad era que la había echado de menos ese tiempo y que aquel abrazo sirvió para sentirse bien, muy bien. La tarde pasó contándose cómo les había ido en ese tiempo. Eva les relataba qué tal iba todo por el hospital en el que tanto ella como Esther habían compartido, se ponían al día de algún que otro cotilleo y se sonreían al recordar las tardes y noches de grandes charlas. Se habían echado de menos, mucho. Por su parte, Paula disfrutaba de la visita, le encantaba Eva, desde el primer día que la conoció se creó entre ellas una complicidad más allá del tiempo, Eva siempre la había tratado sin preguntarse cómo tenía que actuar ante ella y eso fue lo que hizo que Paula desde el primer día, se sintiera realmente bien con ella. Era la única que la llamaba cerebrito y nunca le había molestado que se lo llamara, era simple y llanamente una persona estupenda que siempre estaría en su corazón. Cuando cayó la noche y Paula fue a acostarse, Eva y Esther se quedaron en el salón con una copa de vino, se miraban cómplices mientras daban un par de sorbos a sus copas, fue Esther quien, dejando su copa sobre la mesa, se acomodó para mirarla. E: Bueno… ahora que no está Paula, hablemos de cosas más interesantes – dijo con una leve sonrisa ¿hay alguien en tu vida? Ev: Jumm… ya sabes… digamos que… no me comprometo con nadie – contestó con una sonrisa cómplice. E: Va, Eva, creí que esa chica… ¿cómo se llamaba…? – intentó recordar. Ev: ¿Laura? – Esther afirmó con la cabeza – uff… complicado… E: Qué raro que te fijes en una chica complicada – dijo algo sarcástica. Ev: Me van los retos, qué le voy a hacer… - se elevó de hombros – aunque en mi defensa diré, que no es más complicada que otras – siguió haciendo referencia a ella. E: Ya… llegaste en un momento demasiado… difícil, Eva – Contestó aludida, y aunque habían tenido mil veces esa conversación, nunca podría dejar de excusarse con ella, porque no supo amarla, no supo darle lo que pedía y merecía y aunque agradecía en el alma seguir teniendo su amistad, sabía que Eva mereció más de lo que tuvo. Ev: Sí, bastante… - dijo ella mirándola y Esther supo hacia dónde iría Eva si no la cortaba de raíz. E: Cuéntame por qué es complicado – dijo tomando de nuevo su copa para darle un nuevo sorbo. Ev: En el armario… Hetero a ojos de todos… casada… E: Joder… pues sí que te gusta complicarte la vida – dijo intentando sonreír. Ev: Le dijo la sartén al cazo – contestó dándole ahora ella un sorbo. E: Yo no me complico la vida – rebatió. Ev: No, si ya… tú solo huyes E: Por ahí no, Eva – Dijo con seriedad. Ev: Esther… han pasado demasiados años… va siendo hora de que… E: Eva – la cortó – no sigas por ahí. Ev: Algún día vas a tener que… E: Si llego a saber que vienes para darme la charlita de turno… podrías haberte quedado en Barcelona – dijo bastante a la defensiva. Ev: Si dejaras de comportarte como una idiota dejaría de darte la charlita – contestó sin achantarse. E: No sé por qué sigo siendo amiga tuya – se enfurruñó. Ev: Porque me quieres – sonrió de lado – un poquito – Esther negó con la cabeza – un poquitín – hizo un gesto gracioso y Esther estuvo a punto de sonreír pero se contuvo – un poquitín chiquitín… - Y la enfermera sonrió. E: Eres idiota – dijo ya sonriendo ampliamente y acercándose a ella abrazándola con cariño. Ev: Y también me aguantas porque en el fondo sabes que tengo razón – soltó. E: Joder, no echaba de menos esto de que tuvieras que dar siempre la puntilla a todo – contestó. Ev: Esther… E: Eva, de verdad… déjalo – pidió y Eva supo, una vez más, como siempre, que debía dejarlo y se preguntó si llegaría el día en el que Esther comenzara actuar de otra manera… Lucía se había quedado dormida en su regazo, ella le acariciaba el pelo distraídamente, sabía que hacía tiempo que tendría que haberla llevado a la cama pero ese día, como tantos otros, necesitaba sentir a su hija cerca, muy cerca de ella… Susana la miraba sin decir nada, pero sabía que había algo que rondaba por la cabeza de su mujer, pero no preguntó, con el tiempo, había comprendido que cuando Maca estaba en ese estado “de ausencias” – por llamarlo así- era mejor dejarla, dejar que se le pasara, no agobiarla, las veces que lo había hecho en otros momentos, habían terminado con una discusión absurda, por eso había aprendido a dejarle su espacio, a no preguntar, aunque había momentos en los que la curiosidad por saber qué le pasaba a su mujer por la cabeza en esos instantes la mataba… Pero no cuestionó, no hizo alusión a su estado, no dijo ni una sola palabra. Maca tampoco habló, estaba lejos, demasiado lejos de allí, en otro tiempo, quizás en otra vida, donde los recuerdos volvían a ella como fantasmas, donde las preguntas se sucedían una tras otra torturándola, donde las imágenes casi difuminadas se repetían una y otra vez en su mente. Y acariciaba a Lucía, peinaba su pelo anclándose así al presente pero con el alma en el pasado, porque aunque pasado demasiado tiempo, la desazón no la dejaba seguir hacia adelante y solo su pequeña, ese ángel de cuatro años lograba hacer que se sintiera un poquito mejor… M: Voy a llevarla a la cama – anunció en un instante en el que volvió al presente, Susana simplemente asintió con la cabeza, ella tomó a la niña y con ella en brazos se dirigió a la habitación de la pequeña. Con cuidado la dejó en la cama, la arropó bien, le dio un beso y volvió a peinar su pelo… sonrió de manera triste, le puso su osito de peluche a su lado y salió de la habitación. En lugar de volver al salón, fue hacia la suya, se sentó en la cama, se tapó la cara con las manos y no pudo evitar que una lágrima saliera de sus ojos… Era extraño, durante bastante tiempo había mantenido sus sentimientos a raya, había logrado no dejarse llevar por lo que sentía, había conseguido formar una familia… Sin embargo, de un tiempo a esta parte, toda la tristeza, toda la rabia, todo el dolor, parecía volver de nuevo sin que pudiera hacer nada por evitarlo… Mientras pedía un café al camarero miró a su alrededor, a diferencia de otras veces en las que quería contagiarse del entusiasmo de los estudiantes, esta vez la buscaba a ella, desde que Paula había entrado en su clase no podía dejar de estar pendiente de la pequeña. Sonrió al verla sentada con lo que supuso un colacao en un lado y algunos apuntes en el otro. Iba a acercarse cuando una de las chicas de su clase, se acercó con algo de cautela a ella. - Hola… ¿Paula no? – preguntó la chica y Paula elevó la cabeza para mirarla y afirmó tras esto – soy Sara, estamos en la misma clase. P: Sí, te he visto – contestó. S: Ya… eh… verás quería… - no sabía muy bien cómo seguir - ¿Entiendes algo de la clase de Salcedo? – preguntó directamente. P: Ajá – afirmó nuevamente. S: Y… - la miró y Paula sonrió con calma. P: ¿Quieres que te explique algo? – preguntó. S: Puff… me harías un favor, la verdad – dijo sentándose a su lado. P: Lo que quieras – contestó. S: Genial… muchas gracias – siguió diciendo. P: Tranquila… tú dirás qué no entiendes – dijo dejando a un lado sus apuntes y haciéndole sitio para que dejaras los suyos. S: Vale, verás – sacó sus apuntes – en este tema… Maca sonrió para sus adentros, Paula sabía cómo ganarse la simpatía de la gente y aunque pudiera parecer un modo egoísta de acercarse a Paula, bien sabía Maca que en la universidad, las amistades a veces comienzan de ese modo, preguntando laguna duda o pidiendo algunos apuntes. Se alegró de que por fin, los compañeros de Paula comenzaran a acercarse a ella, así dejaría de estar tan sola. Dejó la taza de café sobre la barra y antes de salir de la cafetería, las escuchó reír. Las miró y pudo predecir el comienzo de una amistad, algunos la definirían como atípica por la diferencia de edad, pero amistad al fin y al cabo. Llegó a su despacho sin borrar su sonrisa, se sentó en su silla y encendió el ordenador, quería revisar un par de cosas antes de su clase. Estaba esperando que el programa se cargara cuando Ana asomó por la puerta, tras invitarla a entrar dejó lo que estaba haciendo y le prestó atención. A: Necesito un favor – dijo con algo de urgencia. M: ¿Qué pasa? A: La ponencia que tenía sobre epidemias víricas en niños, que no puedo hacerla – le explicó. M: ¿Cómo que no puedes hacerla? – preguntó extrañada – si llevas preparándola casi un mes y aún te quedan dos semanas. A: Tengo que irme a Santander – continuó – han programado la operación de mi padre justo para el mismo día. M: Joder, vaya putada – siguió diciendo. A: ¿Puedes hacerla tú por mí? – le pidió poniendo cara de pena. M: ¿Yo? Si ni siquiera tengo nada de documentación – contestó. A: No te preocupes por eso, tengo todo casi listo – afirmó – te lo paso y te lo explico y… joder te hago hasta el power Point pero por favor… M: Ana… - la miró, su amiga hizo un puchero – joder, en menudos líos me metes – continuó – ni siquiera sé si tengo tiempo o si tengo algo que hacer – dijo tomando su agenda. A: A ver… - se la quitó de las manos comenzando a buscar el día concreto – no, no tienes nada que hacer – afirmó antes de que Maca pudiera inventarse cualquier cosa – va… mira ¿ves? No tienes nada pendiente… - siguió mirando las páginas. M: Menuda eres – sonrió – está bien, lo haré – afirmó, quizás, dar una ponencia de ese tipo tampoco estaba tan mal y menos si Ana hacía “el trabajo sucio”. A: Genial, gracias, gracias, gracias – contestó – por cierto… - miró de nuevo la agenda de su amiga, quedándose mirando algo justo el día siguiente al de la ponencia - ¿qué es esto de CP? – preguntó, estaba escrito en rojo, con letras pequeñas y justo al lado del día señalado. M: ¿Qué? – preguntó elevando de nuevo la cabeza para mirarla. A: CP… ¿qué significa? – quiso saber un tanto cotilla. M: Nada, cosas mías – dijo arrebatándole la agenda de nuevo y mirando aquello que había visto Ana. A: ¿Secretitos con tu mejor amiga? – preguntó quisquillosa. M: No es nada… solo… una tontería – afirmó - y ahora tráeme toda la documentación antes de que me arrepienta de haber dicho que sí. A: Voy, verás qué bien lo tengo todo, no te vas a arrepentir – dijo olvidándose de aquella anotación y saliendo del despacho. Maca volvió a mirar la agenda… no, no lo había olvidado pero sí había estado intentando no pensar en ello. Sin embargo, el hecho de que Ana lo hubiera dicho en voz alta hacía más próximo aquel día… M: Genial – suspiró profundamente evitando así, que nuevas lágrimas brotaran de sus ojos… Dos semanas… en dos semanas… Tres días después, terminaba de impartir su clase ante la “atenta” mirada de sus alumnos, algunos no dejaban de tomar apuntes, otros, intentaban seguirla y unos pocos parecían pasar de ella, aunque no les dijo nada, ni les recriminó nada, continuó con su temario y cuando llegó la hora se despidió de los alumnos que comenzaron a salir de clase mientras ella recogía sus cosas. S: ¿Vienes a desayunar? – le preguntó Sara a Paula acercándose a ella, desde su posición, Maca la miró y esbozó una pequeña sonrisa. P: Sí, ahora voy – contestó guardando sus cosas en la mochila – quiero hablar con ella – señaló a Maca. S: Vale, suerte con la hueso – dijo bajando el tono antes de salir de clase. Paula se acercó a Maca que la miró al tiempo que cerraba su maletín, la pequeña se agarró de las asas de la mochila y Maca supo que aquel gesto era el que normalmente hacía cuando se sentía algo nerviosa o sin saber cómo comenzar una conversación. M: ¿Te ocurre algo? – preguntó al ver que no arrancaba. P: No… bueno, quería pedirte bibliografía para el trabajo voluntario que has propuesto – contestó. M: ¿Vas a hacerlo? – se sorprendió. P: Sí… no sé, voy a intentarlo… - se elevó de hombros. M: Ya… Paula, sabes que no es un trabajo fácil – se apoyó en su mesa – y que te llevará mucho tiempo – la niña afirmaba – te lo digo porque a ser voluntario, casi nadie lo hace y aquellos que lo intentan finalmente lo dejan sin terminar por falta de tiempo – continuó diciendo – créeme, por eso lo pongo como voluntario… sé que tenéis muchas cosas que hacer… P: Lo sé, pero quiero intentarlo – insistió. M: Como quieras – dijo sin poder rebatirle nada más – acompáñame a mi despacho y te doy una lista de libros que pueden servirte… Salieron de la clase y se dirigieron al despacho de Maca, por el camino, ninguna dijo nada, Paula la verdad, era que no sabía qué más decirle y Maca por su parte, cada vez que hablaba con ella se quedaba bastante más sorprendida por su forma de actuar. M: A ver… - dijo una vez ya dentro del despacho, dejando el maletín y buscando entre un montón de papeles sobre la ponencia que tenía sobre la mesa – por aquí tenía algo… Paula entró, se quedó en pie frente a ella esperando que le diera el listado, miró a su alrededor, encontrando varias fotografías de Maca junto a una niña que supuso su hija y varios dibujos que claramente los había hecho una niña pequeña. M: Aquí está – le enseñó el papel – mira, siéntate – la invitó, Paula lo hizo – estos tres de aquí son muy buenos, pero están en inglés, no sé cómo te defiendes con el inglés… P: Bueno… - se encogió de hombros una vez más – más o menos… - contestó y a Maca le parecía que ese más o menos era mucho, mucho más que menos… M: Vale… también tienes estos dos de aquí, que también está bien y además en español, por si te son más fáciles – se los señaló – puedes encontrarlos en la biblioteca del campus y si no están ahí, me lo dices y yo te los traigo y te los dejo. P: Bien… gracias – dijo tomando el papel y guardándolo en la mochila - ¿Es tu hija? – se atrevió a preguntar señalando una de las fotografías. M: Sí, Lucía – sonrió con amor. P: Es muy guapa – afirmó – y se parece a ti. M: Gracias – contestó con orgullo – aunque… no es que sea muy buena pintora – apuntó con comicidad mirando uno de los dibujos. P: Bueno, es una niña aún – continuó - ¿qué es? M: Se supone que son ella y Nemo – afirmó – está loca con esa película… se sabe hasta los guiones. P: Jajaja A mí también me gusta mucho esa película – dijo con una sonrisa – es divertida… M: Sí que lo es… - continuó – pero cuando la has visto unas veinte mil veces… deja de tener gracia. P: Suele pasar con todo lo que se ve tantísimas veces… - contestó ella, se quedó callada un segundo ¿sabías que tras el estreno de Nemo se dispararon las demandas de peces payasos en las tiendas de animales? – Maca negó con la cabeza – A veces pienso que nadie entendió el significado de esa película. M: ¿Por qué lo crees? – preguntó con interés. P: Pues… a ver, la película trata de un padre que va a buscar a su hijo por medio océano porque un humano se lo ha llevado para meterlo en un acuario – le explicó – todo por el capricho de un humano por un pez… y claro, después de la película, todo el mundo quiso un pez payaso, sobre todo los niños… ¿no sé? ¿Es que nadie aprendió nada de esa peli? ¿Nadie piensa en las consecuencias de sacar a un animal de su hábitat natural? – se preguntó ante la sonrisa de Maca – no es que esté pensando en el “padre” de ese pez, vagando por el océano y al que le pasan mil cosas graciosas como se ve en la película, pero… ¿Cuántos peces fueron captados después de esa película? ¿Cuántos payasos fueron sacados de su hábitat para ir a parar a un acuario casero dejándolos fuera de su hábitat? ¿Cuántos hábitat se dejaron vacíos de peces payasos solo por esa película? – siguió preguntando, miró a Maca que la observaba con atención y se quedó callada – no sé, creo que el significado de la película era precisamente ese, hacer ver de lo que pasa por la pesca o la captura indiscriminada para el disfrute de los humanos… - dijo algo avergonzada. M: Eres adorable, Paula – comentó con una enorme sonrisa sin poder evitarlo. P: Gra… gracias, supongo – contestó sin esperarse aquel comentario, volvió a mirar de nuevo a su alrededor - ¿Te gusta patinar? – preguntó al ver una nueva fotografía en la que aparecía Maca, junto a su hija y una chica, patinando por el retiro. M: Me encanta – continuó y se dio cuenta de que si en lugar de Paula hubiese sido otro alumno quien le hiciera ese tipo de preguntas, seguramente ya le había dicho que no era de su incumbencia, sin embargo, se trataba de Paula y… con ella tenía la sensación de no poder negarle ni decirle que no a nada – es una de mis pasiones – continuó – estoy enseñando a mi hija y… parece que también le gusta. P: A mí me encanta también – contestó – aunque no voy a patinar tanto como me gustaría… mamá no sabe, se cae siempre. M: Hay gente que no tiene equilibrio para mantenerse en pie con unos patines – soltó y pareció que su mente volaba muy lejos de allí – una vez intenté enseñar a alguien… - rió algo melancólica – estuvimos casi dos meses intentándolo… lo dejé por imposible, no he conocido a nadie tan torpe para patinar… era un pato pero maja en el fondo - recordó. P: Tiene gracia – dijo pensando en lo que había dicho, Maca la miró. M: ¿El qué? – quiso saber. P: Lo que acabas de decir, mamá también dice eso cuando la llamo pato – terminó de decir y Maca la miró con sorpresa en los ojos… no, no podía ser – Bueno, tengo que irme que tengo clase – dijo tras un silencio de ambas. M: Claro – contestó de manera ausente. Cuando Paula se marchó, no pudo dejar de pensar en lo último que había dicho… no era posible… claro que no, era simplemente una coincidencia, quizás una macabra coincidencia, pero sabía que no era posible. Había visto a la madre de Paula el día que fue a recogerla y por eso sabía que no era posible… así que, queriéndose quitar aquellas absurdas ideas de la cabeza, se metió de lleno en la preparación de aquella ponencia que al fin de cuentas, le iba a venir hasta bien para dejar de pensar. Ese día, al entrar en la universidad, supo que no sería un día normal. Tras la ponencia del día anterior varios compañeros la había felicitado nada más verla, al parecer les había encantado a todos, debía llamar a Ana y decírselo… Y aunque el mérito también era suyo, lo cierto era que para Maca aquel día no era un día de celebración, al menos, no ese tipo de celebración… para ella, ese día estaba marcado en el calendario como uno de los más tristes desde hacía muchos años. Ese tipo de días en los que asaltan los recuerdos más que nunca y no dejas de preguntarte por qué… ¿Por qué se fue todo a la mierda? ¿Por qué lo perdió de aquella manera? ¿Qué sería de su vida? ¿Estaría bien? ¿Sería feliz? Varias preguntas que no dejaban sucederse en su mente, que normalmente mantenía a raya pero que ese día, precisamente ese día, no dejaban de martillearle la cabeza. Entró en cafetería con la necesidad de un café, pidió y sonrió a quien le felicitó por la gran ponencia del día anterior. Escuchó la risa de Paula mientras entraba acompañada de Sara y alguna compañera más y le sonrió de lejos. S: Va, ¿qué quieres para desayunar? – le preguntó Sara una vez se sentaron. P: Un cola-cao y unas tostadas – contestó. S: Bien, pues espera aquí que ahora lo traigo yo – pidió impidiéndole que se moviera. Sara fue a la barra, pidió un café, para ella, un cortado para su compañera y el colacao de Paula, en lugar de tostadas pidió un dulce y le pidió al camarero que pusiera una vela en él – Buenos días Maca – saludó al verla justo a su lado. M: Buenos días, Sara – contestó con amabilidad dando un sorbo a su café. S: Gracias – le dijo al camarero – hasta luego – se despidió de Maca se dio la vuelta y mientras volvía a la mesa comenzó a cantar un “cumpleaños feliz” que hizo que Paula enrojeciera y que Maca dejara el café mirándolas estupefacta. P: Qué vergüenza – dijo tapándose la cara con las manos. S: Venga, ¿En serio pensabas que no íbamos a celebrarlo? – preguntó – venga, sopla la vela – pidió, Paula lo hizo - ¿has pedido un deseo? P: Sí – sonrió - muchas gracias chicas – les dijo a ambas con ilusión, lo cierto era que no lo esperaba y ver lo que habían hecho sus compañeras, aunque pudiera parecer poco, para ella era mucho, porque aquello la hacía sentir integrada – de verdad, muchas gracias… M: Ho… hola – soltó casi sin poder hablar. P: ¡Hola! – saludó contenta. M: ¿Es… es tu cumpleaños? – preguntó sin poder creerlo. P: Sí, doce años – afirmó – las chicas me han invitado a un dulce – se lo enseñó. M: Pero… ¿Hoy es tu cumpleaños? – aún estaba que no se lo creía. P: Sí, hoy – la miró extrañada - ¿Estás bien? – preguntó – te has quedado pálida. M: S… sí – contestó – estoy bien… - forzó una sonrisa – lo siento tengo que… - sin terminar la frase salió casi corriendo de la cafetería, a la misma velocidad lle´go a su despacho – no puede ser – se dijo – vi a su madre, es imposible – se decía mientras buscaba entre sus cosas el informe de Paula – dios mío… Abrió la carpeta buscando solo una cosa, el nombre de los padres, deshechó un par de hojas donde no decía nada y finalmente, ahí estaba, como riéndose de ella… M: Esther García – pronunció sin voz. El informe cayó en la mesa de manera desordenada, algunos papeles cayeron al suelo, no le importó, le dio exactamente igual… temblando, con lágrimas en los ojos y con un nudo en la garganta que a penas la dejaba respirar. Tomó su cartera, buscó aquella antigua fotografía y con ella en las manos se echó a llorar como si fuera una niña… El teléfono sonó, apenas lo escuchó al principio pero cuando el insistente sonido se internó en sus oídos lo descolgó intentando que le sonara la voz. M: ¿Sí? A: ¡Ey! ¿Qué tal te fue la ponencia? – preguntó Ana al otro lado de la línea, Maca no contestó - ¿Maca? – no recibió respuesta, pero escuchó un gemido provocado por el llanto - ¿Maca estás bien? M: Mi hija… - escuchó a duras penas. A: ¿Qué? – apenas la entendió. M: Mi hija… - repitió – Paula es mi hija – terminó de decir rompiendo a llorar con más fuerza. A: ¿Qué estás diciendo? – preguntó sin entender absolutamente nada. M: Paula… es… es mi hija – repitió entre hipidos producidos por el llanto. A: Pero… - dijo contrariada y al escucharla llorar con más intensidad, su preocupación aumentó – Maca, escúchame – siguió – estoy como a una hora de Madrid – le dijo – en cuanto llegue te busco en la facultad ¿vale? M: Vale – consiguió decir. A: Vale, en un rato te veo – dijo colgando el teléfono, sin entender nada pero apretando un poco más el acelerador. Mientras esperaba que llegara Ana, no podía dejar de pensar en todo aquello, era superior a ella… durante once largos años había estado soñando con ese momento y no podía creer que la hubiera tenido delante de ella y no se hubiera dado cuenta. Siempre pensó que la reconocería en cualquier parte y, aunque desde un primer momento hubo algo en Paula que le hizo sentir diferente, no había sabido qué era hasta ese momento. Evocó aquella sonrisa que había visto varias veces y le golpeó el parecido que tenía con Esther, al igual que sus ojos, realmente se parecían… y ella no había sabido verlo… quizás, no había querido verlo porque el dolor era insoportable. Y ahora resultaba que tenía a su hija en su clase… había resultado que su pequeña princesa era tan inteligente que había llegado a la universidad… ese tinte de orgullo que sintió la primera vez, se convirtió en un sentimiento muchísimo más grande… Paula… su pequeña, ese bebé tan hermoso que tuvo entre sus brazos, era toda una jovencita más inteligente que todos los alumnos de esa universidad. Recordó la primera vez que la vio, el día que nació, en la habitación de aquel hospital de Barcelona, recordó lo que sintió al tenerla en sus brazos, la felicidad tan intensa que le provocó verla dormidita, recordó, de igual manera, todo lo que vino después y su llanto volvió sin remedio. En todo ese tiempo había imaginado mil maneras de encontrarse con ella, había soñado con miles de escenarios en los que Paula la llamaba mamá, la tomaba de la mano por la calle y le decía lo mucho que la quería… y sin embargo la realidad era mucho más cruel… porque Paula ni tan siquiera sabía quién era ella, seguramente ni se lo podría llegar a imaginar… ¿qué debía hacer ahora? ¿Cómo debía actuar? A: Maca – escuchó a Ana entrar en el despacho, Maca miró su reloj, ni tan siquiera se dio cuenta de que ya había pasado más de una hora - ¿Qué ha pasado? – preguntó acercándose a ella y al ver su estado se inquietó más, una cosa era escucharla llorar, otra muy diferente era verla tan derrotada. M: Es mi hija – repitió como lo había hecho por teléfono. A: ¿Cómo que tu hija, Maca? – preguntó sin entender nada, incluso pensó que Maca podría estar enferma o desvariando, o borracha o haberse fumado algo que la hacía tener alucinaciones – Tu hija se llama Lucía… ¿cómo va a ser Paula tu hija? Como respuesta, su amiga le enseñó aquella fotografía, una antigua instantánea donde podía verse a una Maca sonriente y emocionada con un bebé en brazos… se quedó parada ante aquella estampa, estaba claro que esa niña no era Lucía y ahora ya, sí que entendía menos todo aquello, porque Maca nunca le habló de una hija que no fuera Lucía, jamás habló de una relación tan seria como para tener un hijo que no fuera la que tenía con Susana. Miró a Maca, quien, aunque había dejado de llorar con intensidad, dejaba escapar de vez en cuando varias lágrimas bastante dolorosas. A: No entiendo nada – afirmó devolviéndole la fotografía. M: Hace doce años tuve una hija – comenzó a decir mirando la fotografía con melancolía y cariño – y es Paula… A: Pero a ver, Maca… ¿Qué me estás diciendo? – quiso saber – nunca me has hablado de esta niña… M: Lo sé… nunca he hablado de ella con nadie, ni siquiera con Susana – dijo removiéndose nerviosa – no… no es algo de lo que me guste hablar. A: No lo entiendo… - decía sin saber cómo era posible aquello - ¿Cómo es que no lo sabías? M: Hace once años que no la veo – contestó bajando la mirada, Ana abrió los ojos como platos. A: ¿Cómo que no la has visto en once años? – seguía diciendo sin entender nada. M: Biológicamente no es mía – afirmó sin dejar de mirar aquella fotografía – pero yo la sentía tan mía… tanto, que era como si yo la hubiera tenido nueve meses dentro de mí – continuó – pero… en esa época a algunos jueces les daba un poco igual lo que yo sintiera – continuó – y me tocó uno un poco retrógrado… - siguió diciendo con dolor al recordar – según su sentencia yo no soy nada para esa niña, ni tampoco tengo derecho alguno sobre ella… ni siquiera a verla… A: Joder – se sentó escuchándola. M: Hice todo lo imposible por verla, durante un tiempo estuve viéndola de lejos, me conformaba con… con espiarla en el parque o… - lloró – pero… era muy duro… cada vez necesitaba más tenerla conmigo… poder tocarla, poder abrazarla y… no pude seguir así – siguió – no pude… Hubo un silencio en el que Maca no dejaba de mirar aquella fotografía, acariciándola con el dedo, y sintiendo que el nudo de la garganta se hacía más grande. M: Intenté estar en su vida, intenté poder tener contacto con ella pero… - tomó aire – no pude y… si no podía estar cerca, entonces necesitaba irme lejos – continuó – así que… me vine a Madrid, dejándola en Barcelona, no podía estar en la misma ciudad que ella sabiendo que en algún momento podría encontrarme con Paula y ni tan siquiera podría darle un beso… - afirmó – Dios… llevo todo este tiempo queriendo besarla – dijo con la voz tomada y los ojos cristalinos. A: Maca… - decía con tristeza al verla así. M: El caso es que… no le dije nada a nadie… quería que fuera algo mío… y… cuando aparec ió Susana no… no fui capaz de contárselo – continuó – no podía hablar de ello, era superior a mí, me sentía y me siento como una mierda cada vez que hablo del tema… Luego llegó Lucía y… mitigó un poco el dolor que sentía en el corazón – afirmó. A: Pero… ¿Cómo es que no te has dado cuenta hasta ahora? – preguntó - ¿No viste su nombre? M: Aprendí a no reaccionar a su nombre con el tiempo – afirmó, en ningún momento soltó la foto – no es la única chica que se llama Paula García y… al principio me echaba a llorar cada vez que veía a una niña de su misma edad o… que alguien se llamaba como ella pero… con el tiempo aprendí a no dejarme llevar por mis sentimientos – sonrió de manera triste – cuando Paula apareció, sentí algo… algo aquí me decía que la conocía, pero me había pasado tantas veces antes que… supongo que quise taparlo… A: Hay… hay muchas cosas que no entiendo de esta historia – continuó. M: Lo sé – afirmó – pero… es mi hija – de nuevo un par de lágrimas salió de sus ojos – es mi hija y es lo único que importa… - Ana la miró, supo que Maca no le contaría el resto de la historia, al menos, no de momento, bastante esfuerzo habría tenido que ser para ella contarle esa parte, quizás la peor parte de toda la historia… La miró y vio a una Maca tan destrozada que no tuvo más que callar y no hurgar en una herida que por lo que parecía, se había abierto de nuevo después de muchos años, una herida que quizás, nunca llegó a cerrarse. A: ¿Qué vas a hacer ahora? – fue lo único que pudo preguntarle. M: No lo sé – contestó, mirándola con los ojos vidriosos y el corazón sangrante – no lo sé… Entró en clase con un nudo en el estómago, casi sin poder respirar, tomó aire y se enfrentó a la clase, inevitablemente su mirada fue a parar a Paula, una Paula que le parecía más guapa que nunca, sintió de nuevo ganas de llorar y se obligó a desviar la vista, al menos hasta que terminara la hora. Y sin embargo, los cincuenta minutos que duró la clase se las pasó desviando la vista hacia ella, ahora que sabía que era su hija y la sentía como tal, era incapaz de dejar de mirarla… sonreía de lado, se sentía tan orgullosa de ella… y todas las ganas que tuvo siempre de tomarle la mano, abrazarla y cuidarla, se hicieron más fuerte en su interior. Cuando al fin terminó la clase, todos los alumnos comenzaron a salir… incapaz de dejarla marchar tan pronto, la llamó pidiéndole que se acercara. P: ¿Sí? – preguntó agarrándose la mochila, Maca no contestó, simplemente se quedó mirándola, hasta que se dio cuenta de que Paula comenzó a sentirse algo incómoda - ¿Estás bien? M: Sí, sí perdona – contestó sin poder evitar sonreír – quería… saber cómo vas con el trabajo – dijo lo primero que se le vino a la cabeza. P: Bu… bueno, he sacado un par de libros de la biblioteca, pero aún no lo he empezado – afirmó un tanto avergonzada. M: Claro, normal – dijo sintiéndose tonta sin saber qué decirle. Sintió una nueva punzada, tenía delante a su hija y no sabía qué decirle… - No pasa nada… lo que sí, es que… si necesitas ayuda o algo pues… aquí estoy. P: Gracias – contestó mirando hacia la puerta con intenciones de marcharse. M: Sí, ehh. Paula – la volvió a llamar, aún necesitaba un poco más de tiempo – que… quería… quería hablar con tu madre… tener una reunión con ella – soltó y no supo por qué lo hizo, la verdad era que no había pensado demasiado en ver a Esther. P: Mamá tiene una reunión con el decano la semana que viene – afirmó – lo pactaron así cuando vinimos, no sé si os llamarán a los profesores – dijo mientras pensaba en ello. M: Ya… claro… - no dejaba de mirarla, simplemente no podía – entonces… esperaré a esa reunión. P: Vale – contestó un tanto contrariada, no solo por aquella conversación sino también por la forma en la que Maca la estaba mirando – Tengo que irme… - dijo con tono de excusa. M: Sí, claro, claro – contestó dándose cuenta que quizás la estaba importunando – Ah y… feliz cumpleaños, Paula – soltó acercándose a ella y besándola en las mejillas, Paula quedó parada ante aquel gesto que no se esperaba para nada y Maca… Maca sintió por primera vez cómo era darle un beso a su hija mayor – que… que lo pases bien – pronunció con la voz tomada aunque disimulada. P: Sí… gracias – dijo dándose la vuelta frunciendo el ceño, aquello era raro, pero raro, raro. Por su parte, Maca tuvo que apoyarse en la mesa, su corazón bombeaba a mil por hora y una sonrisa alegre y triste a la vez apareció en sus labios. Abrió la puerta de casa y sintió como su pequeña, nada más escucharla corría hacia ella. Se arrodilló y la abrazó con más fuerza de lo habitual, la tomó en brazos y la cubrió de besos, Lucía sonreía ante aquella muestra de cariño y ella aun sabiendo que era a Lucía a quien tenía entre sus brazos, soñó con que algún día fuera Paula… L: Mami, ¿Podemos ir al parque? – preguntó una vez dejó de besarla. M: ¿Al parque? – la niña asintió – pues… sí, supongo que sí – afirmó – vamos a ver a mamá y lo hablamos – dicho esto en busca de su mujer, quien se encontraba en la habitación de Lucía recogiendo un poco, dejó a la niña en el suelo y se acercó a ella – hola. S: Hola – contestó dándose la vuelta para darle un beso – llegas temprano. M: Sí, he… he terminado pronto hoy – contestó. S: ¿Estás bien? – le preguntó acariciándole la mejilla – tienes los ojos rojos… M: Sí, estoy bien – desvió la mirada – es solo que se me ha metido una pestaña y no veas lo que me ha costado sacarla… tengo los ojos algo irritados aún. S: Vaya… - sonrió levemente – bueno, anda, ve a cambiarte que termino aquí y comemos. M: Lucia quiere ir al parque después. S: Ya, ya me lo ha comentado – siguió ella – luego salimos si te apetece. M: Vale… voy a cambiarme – susurró huyendo de sus ojos, no era capaz de mirarla después de todo lo que había pasado esa mañana en la facultad. Llegó a su habitación y se sentó en la cama, se cubrió la cara con las manos, no sabía qué hacer, ni cómo decirle todo aquello, no estaba preparada, aún no… necesitaba procesar todo aquello, hacerse a la idea de que tenía a su hija mucho más cerca que nunca, intentar disfrutar de ella sin que nadie le dijera nada al respecto… Y tampoco quería causarle dolor a Susana y mucho menos a Lucía. La semana fue una enorme subida y bajada de emociones, por momentos se sentía increíblemente eufórica al poder ver y hablar con su hija, al instante siguiente se sentía terriblemente triste al saber que para ella, tan solo era una profesora, nada más. Intentó acercarse más a ella, con la excusa de ser su tutora y de ayudarla con aquel trabajo voluntario intentó estar más tiempo junto a su hija, sin percatarse, quizás, de que para Paula aquello estaba siendo un tanto extraño. No era normal que una profesora actuara de ese modo, que la mirara de ese modo, como si quisiera abrazarla y no soltarla… Sin embargo, tampoco dijo nada… no sabía por qué, per o aquel sentimiento le gustaba, quizás porque Maca siempre le pareció una profesora simpática y agradable, siempre se había portado bien con ella y siempre había mostrado cierto cariño hacia ella, desde el primer día que la conoció. Esther entró en la facultad con algo de prisa, había conseguido cambiar el turno del hospital pero el tráfico era imposible, por lo que llegaba con el tiempo justo para aquella reunión con el Decano. Buscó a su hija entre la gente con la que se cruzaba, pero supuso que estaría en clase. Llamó a la puerta del despacho del Doctor Dávila y esperó la invitación para entrar una vez que la secretaria le dijo que podía pasar. Dávila la saludó con amabilidad y la invitó a sentarse. D: ¿Quiere un café? – preguntó. E: No, gracias – contestó – acabo de tomar uno en casa. D: Como quiera – sonrió, acomodándose en su sillón – bien, espero que no le importe, he pedido que esté presente en esta reunión una de las profesoras de su hija – miró el reloj, debe estar a punto de llegar, está terminando su clase ahora mismo – le informó – la asigné como tutora de Paula. E: ¿Tutora? – preguntó – Paula no me dijo nada sobre un tutor… D: No se preocupe – dijo al ver su expresión – no es que lo necesite, ni mucho menos, pero consideré que sería bueno para ella por si necesitaba algún tipo de ayuda tener a quien acudir – sonrió – aunque por lo que sé, no ha necesitado ni la más mínima ayuda. Tiene usted una hija estupenda. E: Lo sé – contestó sonriendo ahora ella con orgullo. D: Tiene a todos los profesores encantado – afirmó – y parece que ya se va adelantando al temario – siguió diciendo – si sigue así, es posible que pueda hacer más asignaturas el año que viene de las que normalmente haría un alumno. E: Bueno… vayamos con tranquilidad – le contestó – no quiero que mi hija se cargue de trabajo y no tenga tiempo para ella… D: Sí, supongo que podremos ir viéndolo conforme pase el tiempo. M: Bien chicos, nos vemos mañana – le dijo Maca a sus alumnos y automáticamente miró a Paula, la niña recogía sus cosas y se marchaba junto con Sara, quiso decirle algo, pararla e intentar volver a pasar algún tiempo con ella, pero tenía una reunión… mejor dicho, tenía la maldita reunión… Y es que, desde que Dávila le dijera que quería que asistiera a la reunión no había podido dejar de pensar en otra cosa. Sabía lo que eso significaba, volver a ver a Esther, después de muchos años, tendrían que volver a encontrarse y aunque desde que se enterara que Paula era su hija, sabía que ese momento tarde o temprano llegaría, no tenía ni la más remota idea de cómo reaccionaría al verla… Estaba nerviosa, aturdida, cansada y bastante frustrada, todo aquello le había hecho revivir cosas que había estado intentando guardar en un cajón en el fondo de su alma, bajo siete llaves y no volver a acordarse, pero ahora… ahora todo volvía con más fuerza. Tomó aire antes de llamar a aquella puerta, una parte de ella, deseó que quien estuviera detrás no fuera Esther sino aquella otra mujer que había ido a recoger a Paula, con un poco de suerte, sería la que había estado ejerciendo de “madre”, quizás la pareja de Esther y no tendría que encontrarse con ella… ojalá no tuviera que encontrarse con ella. D: Aquí está – dijo Dávila levantándose de su asiento cuando escuchó la puerta, Esther también se levantó y cuando se dio la vuelta para ver quien entraba, su mundo cayó bajo sus pies… era imposible… simplemente, no podía ser cierto – Esther García, le presento a la doctora Macarena Fernández Wilson, la tutora de Paula – Y la enfermera se quedó congelada en el sitio… Y Macarena no fue capaz de moverse ni un milímetro. M: Bu… buenas tardes – consiguió articular apartando la mirada de una Esther que no entendía cómo era posible que la tuviera delante. D: Macarena es una de nuestras mejores docentes y la tutora de Paula – afirmó, Esther miró repentinamente a Dávila, luego volvió la vista a Maca – está haciendo un seguimiento de su hija para saber si necesita ayuda y para que no se sienta sola en la universidad. E: Nadie me comunicó nada de un tutor – habló por fin, con la voz ronca, dura, muy seria – y mucho menos se me consultó para la asignación de uno a mi hija. D: Bueno… es algo que hemos querido hacer de manera interna en la facultad – dijo Dávila un tanto extrañado por aquella actitud. E: Interna o externamente me tendrían que haber consultado la decisión y dejar que yo misma me involucrara en el tema, saber quién es la tutora de mi hija – hizo hincapié en el posesivo, Maca tragó saliva - se supone que me iban a informar de todo. D: No… no creí que fuera relevante – contestó – al fin y al cabo, las funciones de Maca no van más allá de darle clases y estar ahí por si necesita algo – siguió diciendo. E: Ya… - se cruzó de brazos – no estoy de acuerdo con que ella sea su tutora. D: Pero… no lo entiendo – continuó – como ya le he dicho es una de nuestras mejores docentes, dudo que exista alguien mejor que ella en este centro para ser tutora de Paula que no sea ella – Miró a Maca, intentando averiguar qué era lo que pasaba allí – estoy convencido de que Paula está de acuerdo… de hecho, según tengo entendido se llevan bastante bien, ¿No es así, Macarena? – preguntó. M: Sí – contestó con seguridad, mirando a Esther, quien cerró los puños al escucharla – tenemos cierta confianza. E: ¿Confianza? – preguntó intentando mantenerse tranquila sin conseguirlo - ¿Desde cuándo un profesor debe tener confianza con un alumno? – siguió diciendo mirando a Dávila, en ningún momento cruzó la mirada con Maca más de un segundo – Se supone que deben guardarse ciertas distancias, más si la alumna en cuestión es una menor. D: ¿Qué está insinuando? – dijo alucinado. M: Sé muy bien cuáles son mis funciones – contestó ella ignorando a Dávila – sé muy bien donde está el límite alumno-docente – continuó – y le aseguro que en ningún momento he pasado ese límite. E: Ya, claro – comenzó a recoger sus cosas – me va a tener que disculpar pero he de irme – dijo dirigiéndose a Dávila – espero que para la siguiente reunión no exista ningún tutor y que podamos hablar sin molestias – dijo haciendo una clara alusión a Maca justo antes de salir de aquel despacho. D: ¿Me puedes explicar qué pasa aquí? – quiso saber al ser testigo de aquella escena. M: Luego hablo contigo – dijo saliendo también del despacho y siguiendo a una Esther que ya se dirigía a la puerta principal - ¡Esther! – elevó la voz, algunos alumnos la miraron, la enfermera se paró un instante para continuar andando sin mirar atrás. La llamó un par de veces más, pero la enfermera ignoró sus llamadas acelerando algo el paso, ella también lo aceleró, salieron ambas del edificio y cruzándose con algunos alumnos Maca consiguió llegar hasta Esther tomándola del brazo y logrando que se diera la vuelta para encararla. E: Suéltame – dijo con la voz enrojecida por la rabia, Maca lo hizo - ¿Qué haces aquí? M: Trabajo aquí – contestó con la misma seriedad – por si no te has dado cuenta. E: No voy a permitir que… M: No vas a hacer que me aleje de ella – la cortó – ya no. E: ¿Quién te crees que eres? – preguntó encarándola. M: Soy su madre – afirmó y Esther respiró profundamente – y me he pasado todos estos años soñando con tenerla conmigo, ahora que puedo estar cerca no vas a alejarme de ella. E: No tienes ningún derecho a… M: ¡Porque tú me quitaste ese derecho! – Exclamó entre dientes cortándola de nuevo y con ganas de gritar pero sin hacerlo. E: Fuiste tú la que… P: ¡Mamá! – escucharon ambas que gritaba Paula llegando hasta ellas. Esther volvió a respirar profundamente y sacó una sonrisa para recibir a su hija - ¿Ya ha terminado la reunión? – Las miró a ambas y se quedó algo parada - ¿Pasa algo? E: Nada, cariño – dijo dándole un beso en la cabeza – Estaba hablando con tu profesora. P: Ya, hola Maca – la saludó. M: Hola – contestó regalándole una sonrisa. E: ¿Has terminado tus clases? – preguntó ignorando a Maca y evitando cualquier comienzo de conversación entre ellas. P: Sí, Salcedo no ha venido hoy, así que no tengo más clases hasta mañana – contestó – ¿vamos a casa? E: Claro – sonrió a su hija una vez más – vamos. P: Vale… hasta mañana Maca. M: Hasta mañana – contestó con cariño y se quedó ahí, viendo cómo se alejaban, viendo como Esther abrazaba a su hija, y cómo antes de meterse en el coche le dedicaba una mirada fría, la misma mirada que le había dedicado la última vez que la vio. En el coche, Paula notaba que su madre conducía con cierta agresividad, aunque ante ella se mostraba sonriente y parecía que tranquila, era evidente que no lo estaba para nada. Se mantuvo callada durante varios minutos hasta que, al ver tamborilear con los dedos sobre el volante en uno de los semáforos no pudo quedarse callada. P: ¿Pasa algo mamá? – preguntó. E: No, cariño, no pasa nada – sonrió de manera algo forzada. P: ¿Seguro? – insistió – pareces… no sé, alterada… ¿Ha ido algo mal en la reunión? E: No, no, para nada – siguió intentando mostrar una sonrisa – oye y… ¿esa tutora tuya qué tal es? P: ¿Maca? – Esther afirmó – bien… no sé, es… es buena gente, se porta muy bien conmigo. E: Ya… - "Genial" pensó para sí - La verdad es que no sé para qué necesitas un tutor – continuó diciendo. P: Bueno… supongo que querrán estar seguros de que estoy bien – se elevó de hombros – tampoco es tan malo. E: Y esa tal… Maca… ¿Te ha dicho algo? P: ¿Algo de qué? – preguntó un tanto confusa. E: No sé, ¿de qué habláis? P: Pues… de la facultad… de libros… de películas… - siguió diciendo – un día estuvimos hablando de su hija. E: ¿Qué tiene una hija? – inquirió sorprendida por aquella nueva información. P: Sí… tiene… cuatro años, creo que me dijo – afirmó. E: Ya…- fue lo unico que dijo concentrándose de nuevo en la carretera. Paula quedó mirando a su madre quien se había quedado callada al escuchar aquello y no volvió a hablar en todo el trayecto. Maca volvió a su despacho, con la cabeza gacha y de nuevo unas ganas de llorar increíbles, tiró todo lo que tenía sobre la mesa, no sabía muy bien cómo enfrentarse a aquello, pero lo que sí tenía claro era que esta vez, no iba a separarse de su hija, no, ahora que la tenía cerca no iba a separarse de ella… Al mirar al suelo, vio una fotografía de Paula, aquel recorte de periódico, con una sonrisa en los labios que consiguió sacar otra de ella. La miró, con lágrimas en los ojos y decidió plantar cara a Esther. Buscó entre los papeles la dirección de Paula, llamó a Susana, le dijo que llegaría tarde y recogió sus cosas, salió del despacho y a pasos rápidos se montó en su moto y puso rumbo al piso de Esther. Cuando llegó no lo pensó, le daba igual si estaba actuando en caliente, si debía hacer las cosas de otra forma, le daba exactamente igual, le daba igual ni tan siquiera saber qué iba a decirle, lo que quería que supiera era que no iba a permitir que volviera a separarla de su hija, así que llamó y esperó con impaciencia a que abrieran la puerta. E: ¿Qué coño haces tú aquí? – dijo nada más abrir. M: He venido a hablar contigo – contestó sin achantarse – creo que debemos tener una conversación. E: Yo no tengo nada que hablar contigo – afirmó cerrando la puerta evitando así que Paula se enterara de lo que hablaran. M: Es mi hija, Esther – continuó diciendo – y quiero formar parte de su vida. E: Tú no eres nadie en su vida y no lo vas a ser – siguió. M: Las dos quisimos tener esa niña ¿o es que ya no te acuerdas? – preguntó – y ni siquiera sabe que existo… E: Eres una hipócrita – soltó – ¿Te has olvidado del resto de la historia? – Preguntó. M: He pasado toda su vida sin poder verla - no contestó a su pregunta - porque a ti no te dio la gana de dejarme verla – afirmó con rencor. E: Ja… no me vengas ahora de víctima – afirmó, cruzándose de brazos con intención de retarla – dijisteis que yo era una mala madre – dijo con rencor – mientras eras tú la que se estuvo tirando a otra – terminó de decir, dejándola callada, mirándola con rencor y después, sin decir palabra, volvió a entrar en casa cerrándole la puerta en sus narices. P: ¿Estás bien, mamá? – preguntó cuándo Esther entró de nuevo en casa. E: Ehh… Sí – dijo casi sin mirarla – un vendedor un poco pesado – dijo señalando la puerta – voy… voy a cambiarme. P: Paula la miró con una ceja alzada, por un momento le pareció que su madre le estaba ocultando algo, no sabía qué, pero le dio esa impresión… sin embargo, Esther y ella siempre habían hablado con confianza y si algo le pasara, se lo diría, negó con la cabeza y continuó con sus cosas. Por su parte, Esther, llegó a su habitación, se sentó en la cama y de una manera silenciosa dejó escapar varias lágrimas… unas lágrimas que hacía mucho tiempo que no surcaban su rostro, unas lágrimas que le hacían ver que aunque lo quisiera, aunque lo intentara, aún no tenía curadas sus heridas… Conducía su moto por Madrid, después de aquella conversación no podía llegar a casa, estaba demasiado alterada, demasiado dolida y sabía que, si aparecía así, posiblemente Susana se preocuparía, haría preguntas y conociéndose a sí misma, pagaría los platos rotos con ella y era lo último que quería… Pero sentía la necesidad de hablar con alguien, de soltarlo todo, de… de buscar algún consejo… así que cuando quiso darse cuenta estaba frente al piso de Ana. Aparcó, se bajó de la moto y llamó al timbre. Ana la recibió algo sorprendida, no solo por su visita sino por el evidente estado de ansiedad y tristeza en el que se encontraba su amiga. La invitó a pasar y le sirvió una copa de licor. M: He… he estado en casa de Esther – soltó comenzando a hablar, Ana la miró con curiosidad – quería… intentar hablar con ella, pero parece que por muchos años que pasen no podremos hablar con calma. A: Ajá – fue lo único que pudo decir pues le faltaban las piezas más importantes para poder hablar sobre ello. M: Sigue odiándome – continuó ella – creí que en estos años todo habría cambiado pero no… sigue odiándome… - bajó la cabeza sintiéndose culpable – Sé que le hice mucho daño – se autoculpó – pero creí que habría pasado página que… que era feliz. A: ¿Cómo puede odiarte después de tantos años? – preguntó pues sabía que se estaba perdiendo bastantes cosas – No lo entiendo. M: Le hice mucho daño – bajó la mirada – mucho… A: Maca… ¿qué paso? – preguntó – cuéntamelo, porque no entiendo nada y así no puedo ayudarte… Maca la miró, sabía que Ana no la juzgaría, que la escucharía y la aconsejaría… pensó que, si hablaba de ello, la culpa que llevaba consigo desde hacía doce años quizás sería menos, pensó que, si le contaba lo que ocurrió quizás ella podría verlo con algo más de lejanía y dejaría de sentirse tan mal… quizás, por una vez, podía abrir su corazón, hablar de aquello que le hacía daño, contarle a alguien lo vivido y desahogar su alma de una vez. M: Me enamoré de Esther la primera vez que la vi – comenzó a decir – sé que es lo que dice mucha gente, o lo que se escribe en las novelas… sé que es un tópico pero fue así – sonrió con lejanía – cuando la vi, estaba echándole una bronca a una enfermera– recordó – yo acababa de llegar a Barcelona, era mi primer día y recuerdo que lo primero que pensé fue que, si aquella enfermera estaba así de preciosa estando enfadada, no quería imaginarme cómo sería sonriendo – Ana la miraba sin decir palabra – y cuando me sonrió… uff… sentí que todo temblaba, desde ese día no pude dejar de pensar en ella – siguió – más tarde me dijo que a ella le había pasado algo parecido – quedó callada un segundo – la quise mucho, muchísimo, es… fue la mujer de mi vida, el amor de mi vida… nunca pensé que ese tipo de amor, ese que aparece en las películas existiera de verdad, siempre decía que eran absurdas invenciones de los guionistas de cine, pero… lo sentí… esa clase de amor que se te mete bajo la pi el, que con tan solo tenerla cerca todo tu cuerpo se estremece, esa clase de amor que hace que te sientas en una nube las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año – decía con la mirada perdida – La verdad es que no te lo puedo explicar, es algo para lo que no tengo palabras… - De pronto tenía la garganta totalmente seca, miró a Ana, que seguía a la espera de que continuara - ¿Me traes un poco de agua? – pidió. A: Claro – contestó levantándose, Maca quedó con la mirada perdida en el salón, hablar de aquello, lejos de parecerle una liberación le estaba resultando bastante duro – toma. M: Gracias – bebió un poco y dejó el vaso sobre la mesa – comenzamos a salir y yo no podía creerme mi suerte – continuó – con ella todo era distinto… hasta la cosa más tonta era diferente – afirmó – no podía separarme de ella más de unas horas, necesitaba estar a su lado, sentirla a mi lado a cada instante… la amaba – concluyó volviendo a callar, una par de lágrimas cayeron de sus ojos – la amaba con toda mi alma… A: Maca… M: Estoy bien – sonrió – estoy bien – repitió, tomó aire y continuó – nos fuimos a vivir juntas, y fue… maravilloso, llegar a casa y saber que ella me esperaba o esperarla yo era… era lo más bonito que me había pasado jamás… - sonrió con algo de tristeza – teníamos nuestras peleas, no te creas, la convivencia no es siempre fácil y como cualquier pareja nos peleábamos… pero… yo no podía discutir con ella – volvió a sonreír – cada vez que discutíamos y la veía enfadada solo tenía ganas de besarla y bueno… ella tampoco podía estar enfadada conmigo más de diez minutos, así que nos mirábamos, nos reíamos de nosotras, nos abrazábamos y solucionábamos el problema con tranquilidad. A: ¿Y entonces qué pasó? – quiso saber pues por lo que contaba Maca no parecía haber nada que pudiera romper esa relación. M: Quisimos tener un hijo – su rostro cambió a uno algo más severo y muchísimo más triste – estábamos muy ilusionadas y cuando nos dijeron que Esther estaba embarazada fue uno de los días más felices de nuestra vida – bajó la cabeza – creíamos que aquel niño nos traería más felicidad a nuestras vidas, no podíamos dejar de sonreír… - la miró con los ojos vidriosos – hasta que… hasta que todo se vino abajo… A: Tranquila – dijo al ver que se azoraba. M: A los tres meses tuvo un amago de aborto – dijo con la voz tomada – le dijeron que el embarazo era de alto riesgo y que necesitaba reposo absoluto… - continuó – apenas se movía de la cama, tan solo para lo más esencial – bebió un poco más de agua – al principio lo llevábamos bien, yo la cuidaba y me encantaba hacerlo… - Ana se dio cuenta de que las manos le comenzaban a temblar, supo que ahora llegaba lo peor de aquella historia – Pero no es fácil pasar tantos meses así – continuó – aunque las dos sabíamos que era lo mejor para el bebé… era lo que teníamos que hacer pero… Esther comenzó a mostrarse cada vez más esquiva… más huraña… y yo… yo comencé a verme sobrepasada… fue algo muy contradictorio… estábamos las dos felices por nuestra niña y al mismo tiempo comenzamos a mostrarnos más irascibles… Ella siempre fue muy activa, no podía quedarse quieta y verse en una cama tanto tiempo fue muy duro... aunque en el fondo lo hacíamos felices porque era por el bien de nuestro bebé, pero todo comenzó a complicarse… quizás no supimos adaptarnos… no lo sé – tomó otro sorbo de agua – Esther comenzó a mostrarse esquiva… no dejaba que la tocara apenas podía acercarme a ella, no volvimos a hacer el amor – dijo algo avergonzada – casi no me dejaba besarla y sé que era lo mejor para el bebé pero… no solo era eso, su humor y el mío comenzaron a resentirse, se tomaba a mal cada cosa que le decía yo saltaba a la mínima… - siguió – Quizás ninguna de las dos nos dimos cuenta de lo que pasaba… - bajó la cabeza de nuevo. Se quedó en silencio unos instantes y siguió – llegó un momento en el que todo lo hacíamos de manera automática, casi sin mirarnos, sin hablarnos… llegó un momento en el que comenzamos a hacer las cosas porque debíamos hacerlas y no porque realmente quisiéramos… - tragó saliva – y entonces la cagué… - afirmó – lo destruí todo… A: ¿Qué pasó Maca? – preguntó al ver que se había quedado parada. M: Me asignaron una estudiante en prácticas en el hospital – recordó – era guapa, joven, sin preocupaciones, sin problemas – siguió – se tomaba la vida con un optimismo y una vitalidad que me daba envidia… era muy divertida, me hacía reír – soltó – y yo hacía tiempo que había dejado de reír con tantas ganas… - le tembló la voz – era como… como un bálsamo, como un soplo de aire fresco… en casa todo eran malas caras y con ella, con ella todo eran risas y juegos – siguió – no sé por qué acepté salir un día con ella, pensé que era algo inocente, tomarnos unas cañas después del trabajo, debí haberme ido a casa con Esther… debía haber vuelto con ella para cuidarla pero no lo hice – negó con la cabeza – nos tomamos varias cervezas y… me sorprendió lo bien que me sentí cuando me besó – afirmó – yo nunca… nunca me había imaginado besando a otra, nunca se me había pasado por la cabeza pero… Vero dio el paso y yo… yo no supe pararla, quizás tampoco quise pararla – continuó. A: Maca… M: Cuando llegué a casa me sentí la peor persona del mundo – dijo con lágrimas recorriendo sus mejillas – me había acostado con otra mientras mi mujer estaba en cama embarazada de nuestra hija… yo era una hija de puta con todas las letras – se dijo a sí misma – me había comportado de la peor manera posible – tomó aire de nuevo – sin embargo, lejos de que aquello fuera como un punto de inflexión, no reaccioné, me sentía demasiado culpable, apenas podía mirarla a la cara y todo siguió complicándose – continuó – no supe enfrentarme a nada de lo que ocurría y Vero seguía estando ahí, me hacía reír, hacía que me olvidara de los problemas y por mucho que me propuse terminar con todo aquello, no lo hice… continué con ella – sintió que el corazón se le rompía cada vez más – El día que nació Paula yo no estaba – continuó diciendo – llegué tarde porque estuve con Vero… pero… cuando, cuando vi a mi hija, cuando la tuve entre mis brazos fue como si todo se olvidara, como si esos meses no hubieran existido fue… dios mío, nunca me había sentido tan intensamente feliz como aquel día – sacó de su cartera aquella vieja fotografía – Esther hizo esta foto – continuó – es lo único que conservo de ella. A: ¿Se lo contaste? – preguntó. M: No – bajó la cabeza de nuevo – no fui capaz… Tras el parto, Esther pasó por una leve depresión… la verdad es que no fue nada demasiado serio, algunos médicos ni siquiera lo calificaron como depresión post parto pero… sí es cierto que no estaba bien y yo no fui capaz de añadirle un nuevo dolor… pero lo averiguó ella sola o tal vez ya lo sabía, no lo sé… – siguió – Un día fue con Paula al hospital a verme y… yo estaba en mi despacho hablando con Vero, estaba terminando con ella, quería volver a estar bien con Esther, era lo que más deseaba, me había dado cuenta de que mi vida sin ella no tenía sentido y me reprochaba a cada instante mi forma de actuar… Vero me besó y Esther entró en ese momento en el despacho. A: Joder… M: Todo fue muy rápido… de la noche a la mañana la había perdido – decía llorando – y fue mi culpa… no voy a justificarme porque no tengo justificación alguna… yo tuve toda la culpa – siguió repitiendo mientras lloraba de manera silenciosa. A: Pero eso no le daba derecho a dejarte sin tu hija – soltó de pronto Ana y Maca levantó la mirada. M: No, no se lo daba – afirmó – y no pensé que Esther solo necesitaba tiempo para calmarse, quizás después de un tiempo se diera cuenta que no podía separarme de mi hija pero no… no lo pensé. Comencé a sentir rabia al no poder ver a Paula, sabía que la culpa había sido mía, lo tenía claro pero ella no tenía ningún derecho a apartarme de mi hija… A: ¿Qué hiciste? – quiso saber. M: Cómo Esther se negó a que la viera, contraté a una abogada para pedir la custodia compartida – afirmó – mi error fue que contraté a la persona equivocada – siguió diciendo – una activista extremista por los derechos de los homosexuales que vio en mi caso un filón para su lucha – continuó – yo estaba demasiado hundida como para ponerme a pensar en otra cosa que no fuera ver a mi hija así que, apenas presté atención a nada de lo que pasaba, solo quería ver a Esther, estar con ella y con Paula… Hizo una pausa, aquello le dolía demasiado, revivir todo lo que ocurrió era muy duro, volver a sentir la culpa, el remordimiento y el dolor que sintió en aquella época era más de lo que podía soportar. Durante unos minutos se quedó en silencio. Ana no dijo nada, no preguntó nada, consciente de que Maca necesitaba tiempo para ordenar sus ideas… M: Por aquella época yo no tenía derecho alguno sobre Paula, de hecho, cuando decidimos tenerla, pensamos en que cuando se pudiera, yo la adoptaría – siguió tras volver a beber algo de agua – A ojos de la ley yo no era nada para esa niña… así que Lorena, mi abogada, comenzó a urdir una estrategia de desprestigio contra Esther – continuó – yo podía haberlo parado, debí haberlo hecho – se lamentó una vez más – pero solo quería ver a mi hija, sabía que a Esther ya a había perdido y aunque me dolía en el alma no poder estar con ella, no quería dejar de estar con mi hija… Me equivoqué… de nuevo me equivoqué – dijo con tristeza – porque Lorena pidió la custodia absoluta – siguió – pidió que se reconocieran mis derechos como madre, incluso dijo que Esther no estaba capacitada para cuidarla… la acusó de no ser una buena madre y… - negó con la cabeza - eso fue lo peor para Esther… cuando me quise dar cuenta, Esther estaba siendo estudiada psicológicamente… no pudieron demostrar nada de lo que decía Lorena, gracias a Dios que no lo demostraron – Hizo una pausa – Si me hubiera tocado otro juez tal vez pudiera haber tenido alguna posibilidad, pero después de todo lo que pasó, con un juez que no aceptaba la homosexualidad y después de todo lo que hizo Lorena en el juicio, el juez dictó que yo no tenía ningún derecho sobre esa niña y que si la única madre de Paula decía que no podía verla, entonces no podía hacerlo – de nuevo silencio – Intenté arreglar las cosas con Esther pero… todo lo que pasó en ese juicio había complicado mucho más las cosas, ella se negó en rotundo a que yo viera a mi hija, de hecho, para ella no existe otra madre que no sea ella… Comencé a verlas de lejos, a seguirlas, quería verlas aunque fuera de ese modo… Intenté mil veces hablar con Esther, le supliqué, el rogué que me dejara estar en la vida de Paula, pero con todo lo que pasó, ni siquiera quiso escucharme… amenazó con ponerme una orden de alejamiento por acoso si seguía espiándolas… le reproché que no me dejara estar con Paula, comencé a sentir rabia por no poder estar con ellas, empecé a… a odiarla… y era Esther la única que tenía derecho a odiarme… A: Joder, Maca – decía con tristeza al ver a su amiga de ese modo. M: Me fui de Barcelona – siguió – no podía seguir en la misma ciudad que ellas… rompí con todo, familia, amigos, trabajo. Quise olvidarlo todo, intenté seguir con mi vida, como ya te dije, si no podía estar con ellas, necesitaba alejarme… - continuó – me vine a Madrid, dejé los hospitales y empecé a dar clases… Durante todos estos años he soñado con ver a mi niña… y he odiado a Esther por alejarme de ella… dejó de hablar y la miró con el rostro bañado en lágrimas – El resto de la historia ya la conoces… finalizó su relato, y ambas quedaron calladas, Maca porque lo único que podía hace era llorar y Ana porque ante semejante historia no sabía qué decirle, no tenía ni idea de qué hacer para que Maca se sintiera mejor… Cuando llegó casa lo hacía con una intención clara, tenía que hablar con Susana para contarlo todo lo que estaba pasando, no podía dejarla al margen por más tiempo y, el hecho de que lo hubiera hablado con Ana previamente le decía que estaba preparada para contárselo a Susana. Respiró profundamente y abrió la puerta. Lo que encontró dentro fue silencio, cosa bastante extraña con Lucía allí, entró en el salón y se encontró que estaba sola. Miró en la entrada y vio una nota en la que decía que habían ido al parque. No quería quedarse sola, no le apetecía nada estar sola y revivir, una vez más, toda aquella época, así que cogiendo de nuevo la chaqueta y el bolso fue en busca de su familia necesitada de un gran abrazo de su hija. Las buscó entre la gente y sonrió ampliamente al escuchar la risa de Paula subida a uno de los columpios. Se acercó a ellas y cuando la niña la vio, comenzó a correr hacia su posición. Maca se acuclilló y esperó la embestida de su pequeña. La abrazó con fuerza, la elevó del suelo y le llenó la cara de besos. L: Has vinido mami – decía Lucía contenta de verla. M: Claro que sí – contestó – en cuanto he visto la nota he venido a buscaros – con la niña en brazos se acercó a una Susana que las miraba sonriente – hola – dijo con un tono menor. S: Hola, cariño – fue Susana la que se acercó para besarla – Perdona que no te esperásemos, pero no llegabas y no había quien la tuviera quieta… M: Lo imagino – contestó con una sonrisa leve. L: Ven mami, vamos al tobogán – pidió la niña haciendo que su madre la dejara en el suelo. M: Sí, ahora vamos – le dijo sin dejar de mirar a su mujer. S: ¿Estás bien? – preguntó al darse cuenta del gesto de su rostro y al notar ciertas marcas que le parecieron provocadas por un llanto. M: Sí… sí – bajó la mirada – Susana… tengo que… que hablar contigo… S: ¿Ocurre algo? – volvió a preguntar preocupándose por su tono. M: Bueno… hay algo importante que tengo que contarte… S: Vale, vamos a sentarnos y hablamos – dijo señalando un banco cercano. P: ¡Mami ven! – gritó Paula desde el tobogán. M: Mejor en casa – contestó – este no es el sitio. S: Como quieras – la miró, la tomó del brazo y clavó la mirada en sus ojos - ¿Me tengo que preocupar? – quiso saber. M: … - se quedó callada, no supo cómo contestarle – en casa hablamos – terminó de decir acercándose a su hija y dejando a una Susana que no supo cómo tomarse aquello. P: ¡Vamos, mamá! – apremiaba Paula a una Esther que a duras penas conseguía ponerse en pie. E: Lo intento, cariño – afirmó, a punto de volver a caer de los patines ante la sonrisa de su hija. P: Pero ponte recta – pidió – si te doblas pierdes el equilibrio – le explicaba junto a ella. E: No sé cómo se me ha ocurrido venir a patinar – bufaba para ella misma, y era cierto, después de la visita de Maca se le había caído la casa encima, necesitaba distraerse y cuando Paula le propuso ir a patinar no se negó… P: ¿Quieres que nos sentemos un rato? – preguntó, viendo que Esther no podía más, su madre sonrió y se acercaron a un banco cercano – qué pato eres mamá – soltó como siempre entre risas. E: Ya… ya sé que soy un poco pato – contestó sentándose y desabrochándose los patines – pero los cachivaches estos me tienen manía. P: Claro, la culpa es de los patines – sonrió, mirando a su alrededor - ¡Anda mira! – exclamó mirando hacia la zona de los columpios – Es Maca. E: ¿Qué? – miró hacia allí, no podía creer su suerte… y mucho menos quería encontrársela junto a Paula. P: Maca, mi profesora – contestó – vamos a saludarla. E: Paula, no creo que… - pero Paula ya no la escuchaba, iba patinando hacia el lugar en el que se encontraba Maca – me cago en la leche – protestó sin moverse de allí. P: Hola – dijo Paula llegando junto a Maca que en ese momento esperaba que Lucía se tirara del tobogán. M: ¡Paula! – contestó sacando una sonrisa tan enorme como la que siempre salía de sus labios cuando veía a su hija – hola… ¿qué haces aquí? P: He venido a patinar con mamá – señaló a su madre quien aún estaba en el banco, su rostro se tornó serio por un momento, hasta que se volvió para mirar a su hija. L: ¡Mami voy! – anunció Lucía, tirándose del tobogán. Maca la cogió desde abajo y una vez más la tomó en brazos. M: Mira, cariño, esta niña tan guapa es Paula – las presentó con un nudo en la garganta al tener a sus dos hijas juntas en el mismo lugar – ella es Lucía – la dejó en el suelo. L: Hola – saludó la pequeña. P: Hola – sonrió - ¿Cuántos años tienes? L: Cuatro – contestó un tanto avergonzada – ¿tas patinando? – le preguntó al ver los patines. P: Sí, he venido con mi madre – le dijo Paula. L: A mí también me gusta patinar, ¿verdad mami? M: Sí, le encanta – afirmó casi sin poder hablar, verlas juntas era… era lo mejor del mundo. E: Paula, anda, es hora de ir a casa – dijo acercándose a su hija, sin mirar a nadie más. P: ¿Ya? Pero si es pronto – dijo mirando el reloj. E: Estoy cansada Paula – continuó. P: Bueno… como quieras – dijo bajando un poco la cabeza, la verdad es que no quería irse a casa tan pronto – Mira, mamá, ella es Lucía, la hija de Maca. Ahora fue Maca la que bajó la cabeza, al volver a subirla se encontró con la mirada seria de Esther quien bajando la mirada se encontró con una pequeña sonriente. No supo qué sintió, ni cómo se sintió en ese momento, la verdad era que eran muchos sentimientos demasiado contradictorios como para poder describirlos. E: Vamos, Paula, estoy cansada – dijo sin hacer alusión alguna ni a Maca ni a Lucía. S: Maca, cariño – se acercó al fin Susana al percatarse de aquel “corrillo” formado y un tanto extrañada al ver las distintas expresiones – hola – saludó – soy Susana, la mujer de Maca – se presentó a una Esther que no daba crédito. P: Yo soy Paula – habló la niña mirando con extrañeza a su madre – y ella es Esther, mi madre. S: Así que tú eres la famosa Paula – sonrió, la enfermera la miró súbitamente y luego volvió la vista a Maca. P: Famosa no, solo Paula – sonrió. S: Bueno, según cuenta Maca, eres una de las mejores alumnas que ha tenido nunca, y eso que solo tienes doce años ¿no? – seguía diciendo con una sonrisa – enhorabuena – dijo mirando ahora a Esther – tengo entendido que tiene usted una hija estupenda. E: Sí, gracias – soltó con brusquedad, miró un segundo a Maca y agregó – y suerte para usted – terminó de decir dejándolas a todas bastante sorprendidas – vamos, Paula, vamos a casa – dijo mientras se alejaba de allí. P: Hasta mañana, Maca – dijo con rapidez antes de ir al encuentro de su madre sin entender qué era lo que pasaba allí. M: Hasta mañana – susurró viendo cómo se alejaba… con el deseo de que volviera, le diera un beso y se despidiera con un “hasta mañana, mamá” con el que tanto soñaba. S: ¿Puedes explicarme qué ha sido eso? – escuchó que decía Susana y al mirarla supo que no podía alargarlo más… debía hablar con ella y contárselo todo. Paula miraba a su madre quien al volante, mantenía una tez seria sin dejar de mirar la carretera. Aquel encuentro había sido más de lo que, por ahora, podía digerir… Se había quedado bastante sorprendida, Maca había formado una nueva familia, con una niña que aunque no lo había expresado, le había parecido muy adorable. P: ¿Por qué estás así? – Preguntó Paula cortando sus pensamientos. E: No estoy de ninguna manera – contestó intentando parecer calmada. P: Sí lo estás – insistió – estás muy seria y… ¿Por qué has actuado así con Maca? E: Paula, no tengo ganas de hablar de ello – dijo intentando concluir la conversación. Sin embargo, Paula no iba a dejarlo pasar, a su parecer había sido una falta de tacto y educación por parte de su madre que no había visto nunca, Esther siempre había sido amable, siempre había tenido una sonrisa para todo el mundo y nunca había soltado un comentario importunado… hoy, sin embargo, la había visto demasiado fría, sería y hasta diría que antipática con ellas. P: No entiendo por qué te cae tan mal – volvió a murmurar. E: Paula, ya está – la cortó con demasiada seriedad – déjalo ya. Pero no estaba dispuesta a dejarlo, simplemente esperó a que llegaran a casa y una vez allí, volvió a la carga, quería saber qué era lo que ocurría y algo le decía que pasaba mucho más de lo que su madre le decía. P: Has estado antipática y tú no eres así, mamá – dijo de nuevo. E: Paula, te he dicho que lo dejes ya – contestó advirtiéndola. P: ¿Pero por qué te has comportado así? – insistió – No te habían dicho nada como para hablarles así – siguió - ¿Y eso de “suerte”? ¿Suerte por qué? ¿A qué venía eso? E: Se acabó – soltó dando un pequeño golpe en la mesa – vete a tu cuarto, Paula, estás castigada. P: ¿Castigada? ¿Por qué? – no daba crédito, era la primera vez que su madre la castigaba y no tenía ningún sentido. E: Ya me has oído, a tu habitación – señaló el pasillo. P: Pero mamá… E: A tu habitación, Paula, ¡Ahora! – la miró tan seriamente que Paula sintió hasta ganas de llorar – y no me repliques. P: … - no dijo nada, simplemente le hizo caso, con los ojos acuosos se marchó a su habitación y cerró la puerta tras de sí. En el salón, Esther respiró mientras temblaba… aquello se le estaba yendo de las manos, ahora no solo arremetía contra Maca, sino que encima castigaba a su hija… todo le estaba sobrepasando, volver a ver a Maca, “conocer” a su mujer y a su hija, sentir que a Paula le caía bien… revivir momentos del pasado con más fuerza, era superior a ella y lo peor, lo peor es que lo estaba pagando con quien menos tenía que hacerlo, con su pequeña… Se sentó en el sofá, se tapó la cara con las manos y dejó salir varias lágrimas cargadas de mil y un sentimientos a los que aún, no era capaz de ponerles nombre. Llegaron a casa en silencio, después de lo ocurrido en el parque y de que Maca le dijera que tenían que hablar, se había creado un clima de incomodidad que a ninguna de las dos les gustaba, de hecho, casi podían decir que era la primera vez en toda su relación que se encontraban en esa tesitura y ninguna de las dos sabía cómo sentirse ante ello. Bañaron, dieron de cenar y acostaron a Lucía en la misma situación. Aunque disimularon su malestar ante Lucía, cuando se quedaron solas se miraron sin saber muy bien qué decirse. Maca se sentó en el sofá y le pidió a Susana que hiciera lo mismo. M: ¿Sabes que te quiero verdad? – preguntó intentando buscar las palabras adecuadas, sin saber cómo comenzar. S: Si, claro que lo sé – contestó ella, no le gustaba esa forma de comenzar una conversación, siempre pensó que habían ciertas formas de comenzar a hablar que no auguraban nada bueno, esta era una de ellas. M: A ver… - bajó la cabeza, tomó una de sus manos y la miró – tengo que… que contarte algo que pasó hace mucho y que jamás te he contado… S: Me estás asustando – susurró mirando sus manos entrelazadas. M: Es algo, complicado y bastante doloroso para mí – continuó – sé que te lo tenía que haber dicho hace mucho pero… no he sido capaz de hablarlo con nadie hasta ahora… S: Maca, por favor, habla claro – le pidió. M: Paula es mi hija – soltó sin ser capaz de mirarla. S: ¿Qué? – No podía creerlo - ¿cómo… cómo que tu hija? ¿qué me estás contando? M: Verás… hace tiempo… Esther y yo tuvimos una relación… Le contó todo, absolutamente todo, no se dejó ni un solo detalle, se lo contó todo como antes se lo había contado a Ana. Le relató cómo decidieron tener una niña, cómo ella la traicionó, cómo Esther se negó a que la viera y cómo, tras un duro y doloroso juicio se había quedado sin oportunidad para ver a su hija. Le contó las veces que intentó acercarse, le relató las veces que le rogó a Esther para que la dejara estar en la vida de su hija, le contó cuántas veces Esther se negó a que la viera, le contó, con lágrimas, con un gran sentido de la culpabilidad y con la voz entrecortada cómo se había ido de Barcelona alejándose de lo que más quería sin ser capaz de estar en la misma ciudad que ellas y no poder acercarse… se lo contó todo, absolutamente todo. M: Sé que te lo tenía que haber contado hace mucho – continuó tras un silencio muy prolongado, en el que Susana ni tan siquiera la miraba – pero… no… no he sido capaz hasta ahora – esperó a que su mujer dijera algo, pero no lo hizo – cariño… - susurró apretando sus manos. Susana soltó sus manos, la miró con lágrimas en los ojos, se levantó, sin decir ni una sola palabra y ante la atenta y angustiada mirada de Maca fue a coger su chaqueta, su bolso y se dirigió a la puerta. M: ¿Dónde… dónde vas? – preguntó con angustia. S: Necesito aire – fue lo único que dijo antes de salir de casa, dejando a una Maca que cayó tumbada en el sofá y se dejó llevar por el llanto. Llamó un par de veces a la puerta y la abrió sin recibir respuesta. La miró, sentada en la cama, con varios libros de medicina abiertos y un montón de apuntes rodeándola, ella, con la vista fija en la pantalla del ordenador abierto y mordiendo un lápiz revisaba algo en la pantalla mientras que releía algún párrafo del folio que tenía en las manos. Sonrió, ¿cómo no hacerlo ante tal imagen? E: ¿Puedo pasar? – preguntó con cautela. Paula simplemente se elevó de hombros mirando aún el ordenador - ¿Qué haces? P: Recopilo más información para un trabajo que nos han manado en la clase de Ramirez – contestó con la voz algo tomada. E: Cariño… - acarició su pelo y Paula se quedó parada – lo siento, mi amor… - se disculpó con sinceridad – lo siento mucho… P: No sé lo que te pasa, mamá – dijo mirándola un segundo y cerrando el ordenador. E: He tenido un mal día en el trabajo y… - se quedó callada un segundo – y luego… no sé, cariño… estoy un poco tonta. P: No parecías estar mal antes de ver a Maca – apuntó y Esther, no pudo más que sonreír algo forzada y angustiada… su niña era tan inteligente… tan lista… E: Quizás me he puesto un poco celosa – dijo para sorpresa de Paula. P: ¿Celosa por qué? – quiso saber. E: Pues… - se sentía mal, bastante mal – desde que la conoces no haces más que hablar de ella y parece que te tiene fascinada… yo… - quedó callada porque algo en su interior le dijo que tenía que contárselo, que no era justo seguir mintiendo sobre aquello, algo le dijo que si no lo hacía ahora, quizás más tarde sería peor - Paula… P: Mamá, ¡En serio estás celosa de una de mis profesoras! – soltó una Paula que se echó a reír – pero mami – la abrazó y Esther, quien no se esperaba ese abrazo no pudo más que devolvérselo y cerrar los ojos con fuerza – me cae bien, se ha portado bien conmigo en la universidad, pero ya está… tú eres mi madre… ella solo es una profesora. E: Sí… - hizo una pausa, tragó saliva, cerró de nuevo los ojos y siguió – solo es tu profesora… P: Pues ya está – dijo separándose de su cuerpo para mirarla – deja de tener celos de ella, es absurdo, mamá, no tiene ningún sentido… E: Lo sé – forzó la sonrisa – lo sé… perdóname por castigarte, cariño – le pidió – me he pasado. P: Vale – sonrió. E: ¿Me das un beso? – Preguntó, Paula se lo dio y ella la abrazó con fuerza – anda… venga, recoge un poco todo esto y vamos a cenar que el chino debe estar por llegar. P: ¿Has pedido chino? – se le iluminaron los ojos, Esther asintió – guay – saltó de la cama comenzando a recogerlo todo ante la mirada de una Esther que negó con la cabeza de una manera algo triste. Acariciaba el pequeño rostro de su pequeña tumbada junto a ella en la cama. El silencio reinante en toda la casa la estaba matando y la ausencia de noticias de su mujer la tenían realmente preocupada… eran cerca de las dos de la mañana y Susana no había llegado. La había llamado al móvil pero se lo había dejado en casa. Había llamado a los hospitales y nadie que fuera ella había entrado esa noche, estuvo a punto de llamar a la policía cunado Lucía se despertó por una pesadilla, entonces, calmándola se había quedado tumbada a su lado velando su sueño sin dejar de pensar en lo ocurrido. Escuchó pasos y al mirar hacia la puerta se encontró con la figura de Susana parada en el umbral del habitación. Respiró con tranquilidad, estaba bien y estaba en casa. Le dio un beso en la cabeza a su hija y se levantó para salir de la habitación cerrando la puerta tras ella. M: Estaba preocupada – susurró acercándose a Susana - ¿Dónde estabas? S: He estado dando una vuelta – contestó comenzando a andar hacia la habitación. M: Susana – la tomó del brazo – yo… - bajó la cabeza – no sé qué piensas de todo esto… S: Yo tampoco sé qué pensar, Maca – contestó entrando ambas en la habitación común – no sé cómo tomarme esto – siguió diciendo – tampoco sé qué tengo que hacer ahora, ni qué esperas que haga… M: Solo espero que estés conmigo… solo eso – dijo sentándose en la cama – y te pido perdón por no habértelo contado, pero entiende que era muy doloroso para mí. S: ¿En qué punto nos deja esto? – Preguntó tras una leve pausa – quiero decir… ¿cómo nos va a afectar a nosotras? M: A nosotras, como pareja no va a afectarnos pero… - negó levemente con la cabeza – quiero formar parte de su vida – le dijo con sinceridad – quiero… quiero ser su madre y… me gustaría que estuvieras conmigo… - sonrió levemente. S: Maca… - la cortó – solo quiero saber algo… - Hizo que Maca la mirara – ¿La sigues queriendo? A Esther… ¿La sigues queriendo? M: Te quiero a ti – contestó, Susana desvió la mirada – no la quiero – le dijo – no la quiero – repitió tomando sus mejillas para que la mirara – te quiero a ti. Durante una de sus clases, Maca no podía evitar que los ojos se fueran hacia Paula. No podía dejar de mirarla, como le venía pasando desde que se supiera que era su hija no era capaz de mantener la compostura y no mirarla con cariño. Daba sus explicaciones al resto de la clase pero sonreía cada vez que Paula hablaba, respondía a alguna pregunta o hacía cualquier otra. Se sentía orgullosa de ella, con facilidad se había adaptado a la universidad, muchos de sus compañeros, por no decir la gran parte del alumnado, la conocían cariñosamente como “la peque”. Había visto cómo más de uno le pedía ayuda y Paula siempre se la daba con una sonrisa. Pero como en todo, no siempre todo eran buenas caras, siempre había algún grupito que por hacerse el gracioso soltaba algún comentario con intención de hacer que Paula se sintiera mal. Ese día, en mitad de su clase ocurrió. - ¡Eh peque! – escuchó que alguien decía mientras ella hablaba con una alumna resolviendo una duda, instintivamente miró a quien hablaba - ¿No te has cansado de jugar a los mayores? Anda y ve a ver pocoyo – soltó y se rió de su comentario. S: No le hagas caso – le dijo Sara a Paula quien encogiéndose sobre sí misma se concentró en sus apuntes. Maca se irguió, miró a Paula, sintió una rabia extrema hacia aquel imbécil que se metía con ella y acto seguido se acercó hasta él. M: ¿Cómo te llamas? – preguntó. - Javier López – contestó irguiéndose y haciéndose el inocente como si no hubiera dicho nada. M: ¿Te parece gracioso meterte con alguien mucho más inteligente que tú? – toda la clase se quedó en silencio atentos a la reacción de Maca. J: No… no… es… M: ¿Qué pasa? ¿Ahora no tienes las agallas de repetir el chiste? – siguió diciendo con seriedad. J: Solo era una broma – dijo de manera inocente. M: Fuera – soltó ante la estupefacta mirada de todos. J: ¿Cómo? – preguntó confuncido. M: He dicho que fuera – señaló la puerta – no le quiero volver a ver por mi clase. J: No puede hacer eso – contestó – he pagado una matrícula y… M: ¡Fuera de mi clase! – espetó con fuerza, todos sus alumnos quedaron callados - No tolero ese tipo de bromas – siguió – No consiento una falta de respeto hacia un alumno que con bastante diferencia es mucho más inteligente que usted, así que márchese de esta clase – siguió diciendo impasible – y no vuelva en lo que le queda de curso. El resto de alumnos no daba crédito a l o que veían… sabía que Maca era una profesora dura, pero hasta donde sabían, jamás había expulsado a nadie de ninguna clase, aquello era desmedido, o al menos muchos pensaron lo mismo. M: Si alguno más de ustedes quiere seguir los pasos de su compañero es el momento – se quedó cruzada de brazos mirándolos de manera seria – como dije el primer día, si no quieren estar en esta clase, tienen total libertad de marcharse a la cafetería o donde quieran, mientras estén aquí, no habrá ningún tipo de bromas y mucho menos ninguna falta de respeto a ningún compañero ¿queda claro? – Ninguno se atrevió a decir ni una sola palabra – bien, prosigamos… S: Joder cómo se ha puesto – murmuró muy bajito Sara hacia una Paula que se había quedado tan flipada como los demás. En cuanto tuvo un hueco, Paula se dirigió al despacho de Maca, lo cierto era que se sentía agradecida por lo que había ocurrido en clase, así que, en cuanto pudo, fue a verla. Llamó un par de veces y cuando obtuvo la invitación abrió la puerta con cautela. M: Pasa – dijo Maca quien en ese momento colgaba el teléfono y se tapaba la cara con las manos – Ah, hola, Paula – su sonrisa apareció de repente. P: Ho… hola – saludó entrando en el despacho. M: ¿Estás bien? – quiso saber. P: Sí, si… esto… yo quería agradecerte lo de hoy – dijo haciendo referencia a lo que había pasado en clase. M: Tranquila, no pasa nada – contestó con cariño, era imposible fingir delante de ella, porque sentía tantas cosas teniéndola cerca que le resultaba absolutamente imposible fingir – he hecho lo que tenía que hacer… ¿Tú cómo estás? P: Bien, bien – dijo queriendo quitarle importancia – no pasa nada, he vivido situaciones como esa alguna vez y… no es tan grave. M: No deberías vivir ese tipo de situaciones – siguió – nadie debería meterse contigo. P: Bueno… supongo que es normal y… de verdad, no me afecta… no todos son como él. M: Ya… de todos modos en mi clase no voy a permitir un comportamiento como ese – afirmó – así que si algún otro compañero te trata de la misma manera, me lo dices y… - se quedó callada, estaba comportándose como una madre histérica y Paula quizás no entendería por qué. Bajó la cabeza un tanto agobiada peus la realidad era que no sabía cómo comportarse delante de su hija. P: ¿Estás bien? – ahora fue Paula la que preguntó. M: Sí, solo un poco cansada – contestó – no he dormido muy bien estas ultimas noches… P: Ah… vale – no supo qué más decirle. M: ¿Cómo… cómo llevan tus padres todo esto? – preguntó intentando disimular. P: Bien, mamá está muy orgullosa de mí – sonrió con orgullo. M: Es normal – sonrió ahora ella – cualquiera estaría orgulloso de ti… y… ¿tu padre? – se atrevió a preguntar aun sabiendo que no había un padre, pero necesitaba saber hasta qué punto sabía Paula sobre el pasado. P: No tengo padre – negó – sólo estamos mamá y yo, y en el caso de que hubiera alguien más, sería otra madre – afirmó, Maca la miró – pero solo somos mamá y yo – repitió. M: Entiendo – afirmó levemente con la cabeza - ¿Siempre ha sido así? – Continuó preguntando con cautela y observando sus reacciones, no quería asustarla – perdona – dijo al ver su rostro extrañado – quizás no tendría que preguntar nada de esto. P: No pasa nada – contestó – y sí, siempre ha sido así – afirmó – mamá quiso tenerme y me tuvo sola – Maca bajó la mirada, sonriendo con tristeza – hubo un tiempo en el que estuvo Eva, pero se terminó… y no sé por qué – se elevó de hombros – mamá siempre dice que solo se ha enamorado una vez en su vida y que nunca volverá a enamorarse, entonces, si estaba tan enamorada de Eva, no sé muy bien qué les llevó a separarse… Maca la miró, ante aquella información se quedó sin habla, sabía con certeza que de quien hablaba Paula no era de Eva sino de ella misma. Esther no había vuelto a enamorarse… P: La echo de menos – siguió diciendo – Eva era genial… casi era como mi otra madre… - Maca la miró súbitamente, ¿Paula consideraba a Eva su otra madre? No podía ser, ella era su madre, no Eva, ni ninguna otra que entrara en la vida de Esther, era ella y solo ella – a veces me gustaría que volvieran a estar juntas… - siguió diciendo Paula. M: ¿Te… te gustaría tener otra madre? – se atrevió a preguntar al escuchar aquellas últimas palabras. P: Bueno… ya tengo a mi madre y es todo lo que necesito – soltó y Maca sintió ganas de llorar – pero me gustaría que ella fuera feliz… se lo merece ¿sabes? – siguió – me ha sacado adelante ella sola, para mí, es mi heroína… - sonrió con amor hacia Esther, Maca la escuchaba con atención – no me hace falta otra madre, no la necesito, siempre hemos sido mamá y yo y… la verdad es que no he echado de menos a otra persona, siempre hemos estado solas mamá y yo, así que supongo que es normal, es lo que he vivido siempre, pero me gustaría que mamá no estuviera sola… M: Cla… claro – dijo tragando saliva. P: Tengo que irme – soltó mirando el reloj – tengo clase en diez minutos. M: Sí, claro, ve – forzó una sonrisa – te veo mañana. P: Sí, hasta mañana – se despidió y salió del despacho con calma. Maca se quedó allí, repasando toda aquella conversación, sintiendo el dolor que le provocaron sus palabras… Paula no sabía ni que existía, ni tan siquiera tenía una mínima pista de su existencia y lo que era peor, como bien había dicho su propia hija, no quería otra madre… no necesitaba otra madre… ¿en qué posición le dejaba eso? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a enfrentarse al hecho de que su hija no la necesitaba? Aquel día, Maca se había encerrado en su despacho, desde hacía días no tenía muchas ganas de andar por los pasillos de la universidad, tan solo quería mantener la mente ocupada y no pensar en lo desastrosa que parecía haberse convertido su vida. Ana, había llegado hacía varios minutos y leía algo que tenía entre las manos mientras que su compañera, terminaba de escribir algo en el ordenador. La miraba de reojo, no había dicho casi palabra y lo cierto era que la tenía bastante preocupada. A: ¿Cómo van las cosas en casa? – se atrevió a preguntar. M: Mal – contestó mirándola un segundo y bajando la mirada después – Susana apenas me habla si no es delante de la niña – se la mentó – la entiendo… pero… no sé, todo esto me está superando. A: Dale tiempo, Maca – le dijo – debe ser duro enterarte de que tu mujer tiene una hija de doce años y que en todo este tiempo no te ha contado nada – siguió sin pretender hurgar más en la herida, sino queriendo comprender y hacerle entender a Maca la reacción de Susana. M: Lo sé – afirmó – y… sé que tenía que habérselo contado antes pero… tengo la sensación de que se ha roto algo entre nosotras… algo demasiado importante y… no sé, no sé dónde nos va a llevar todo esto. Paula salió de su tercera clase de la mañana, miró el reloj y viendo que tenía un hueco decidió acercarse al despacho de Maca, quería saber qué le había parecido el trabajo que le entregó días atrás y esperaba encontrarla en el despacho puesto que había visto su coche aparcado en el parking de la facultad. A: Solo te queda esperar, Maca – siguió diciendo su amiga – es lo único que puedes hacer, esperar y demostrarle que la quieres. M: Lo sé, pero… da igual – dijo no queriendo seguir hablando de ese tema que en realidad le afectaba más de lo que se dejaba demostrar - ¿Qué te parece? – preguntó cambiando de tema señalando con la cabeza aquello que Ana tenía entre las manos. A: Es impresionante – alabó echándole una nueva ojeada. M: No, no es impresionante – dijo sacando una orgullosa sonrisa – es brillante – engrandeció – quiero hacer que se lo publiquen. Paula llegó a la puerta del despacho, iba a llamar cuando escuchó voces al otro lado de la puerta entornada, se quedó parada un instante y mirando el reloj una vez más, decidió esperar unos minutos, esperando que terminaran su charla y así no importunar a quien estuviera dentro. A: ¿Es orgullo de madre lo que leo en tus ojos? – preguntó de manera pícara una Ana que miró a Maca con una sonrisa. Paula se extrañó al escuchar aquello. M: Un cincuenta por ciento orgullo y otro cincuenta por ciento objetividad – contestó – no me negarás que es muy, muy bueno. A: Lo es – contestó dejando aquel trabajo sobre la mesa y sentándose frente a ella - ¿Cómo vas con ese asunto? – preguntó con cautela. M: Pues… mal – reconoció – como ves, últimamente todo en mi vida va mal – intentó bromear sin embargo la broma sonó demasiado triste como para hacer reír. A: Vas a tener paciencia también en eso – dijo mostrándole su apoyo – de momento no puedes hacer mucho más de lo que haces. M: Lo sé – afirmó – y también me está matando… ¿sabes lo que es verla cada día, tenerla delante de mí y no poder darle un abrazo o darle un beso como me gustaría? – preguntó sintiendo que los ojos se le humedecían. Paula arrugó el entrecejo. A: No, no lo sé, porque no he tenido hijos y tampoco he estado en esa situación – afirmó – pero tienes que tener paciencia… tienes que… no sé, intentar acercarte a ella poco a poco… M: Eso intento – contestó – es más, en el poco tiempo que puedo acercarme a ella intento que me conozca, conocerla yo a ella… intento que me quiera aunque sea un poquito… - soltó bajando una vez más la mirada – si hasta creo que me paso a veces… el otro día le eché una bronca increíble a un chico porque se metió con ella – Paula abrió los ojos desconcertada – me pasé con el pobre pero… sentí una rabia al ver cómo se reían de ella… debí haberme callado pero no pude… A: Protección maternal que se llama – soltó y Paula se asombró aún más ¿de qué hablaban? – pero sí es cierto que debes tener cuidado Maca – siguió – ella no sabe quién eres… desapareciste de su vida hace once años, no puedes pretender que te conozca y mucho menos que te reconozca como madre… M: Pero soy su madre – rebatió con pesar – y solo quiero estar a su lado… nada más… Paula es muy inteligente… quizás lo entienda y algún día me acepte como su madre… – dijo más soñando que pensando con claridad. Al otro lado de la puerta, Paula se quedó absolutamente helada… ¿su madre? ¿De qué estaba ha blando? ¿Qué significaba todo aquello? ¿Maca era su madre? ¿Cómo podía ser eso cierto? Obviamente debía haber una equivocación porque Maca no… Maca no podía ser su madre… era imposible, su madre era Esther, nada más… De pronto, un montón de imágenes pasaron por su mente, esa animadversión que sentía Esther hacia Maca, sus palabras intentando que no se acercara demasiado a ella, su mirada aquella vez que se encontraron, el dolor y la rabia que destilaban los ojos de su madre… era imposible no podía ser cie rto. “Yo solo me he enamorado una vez en mi vida y creo que… que nunca podré volver a enamorarme de esa manera, ni de nadie” Siempre pensó que su madre se refería a Eva con esas palabras y ahora, después de oírlas… ¿Podría ser que fueran por otra persona? Sin embargo las había escuchado, había escuchado sus palabras y estaba claro que hablaban de ella y Maca… Maca decía que era su madre… ¿Cómo iba a ser su madre? Por primera vez en su vida Paula no lo entendió, por primera vez en su vida, ella que tenía un coeficiente intelectual muy superior a la media no entendía nada de lo que ocurría a su alrededor. Y se sintió pequeña, se sintió, al fin y al cabo, una niña de doce años que se encontraba más perdida que nunca, sin saber qué hacer o cómo reaccionar, sin tener ni una sola respuesta a la maraña de preguntas y sentimientos que sentía dentro de ella. Confusa, aturdida y ofuscada volvió sobre sus pasos con una expresión de desolación en el rostro. Con la mirada huidiza y con ganas de llorar vagaba por los pasillos de la universidad sin tener ni idea de hacia dónde ir. S: Peque, ¿estás bien? – sintió cómo Sara se acercaba a ella y pudo ver la preocupación en sus ojos al verla - ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien? – preguntó. P: No – y la voz apenas le salió y Sara al escuchar ese hilo de voz agudo se preocupó aún más - ¿Puedes llevarme a casa? – preguntó sin apenas mirarla. S: Ehh… claro… - dijo mirando a su alrededor - ¿Quieres que llame a tu madre? P: No – dijo mirándola súbitamente – no… por… por favor… solo… solo quiero ir a casa – dijo a un paso de romper a llorar. S: Vale, vamos – contestó tomándola por el hombro con cariño y llevándola hasta su coche con intención de llevarla a casa. Cuando Sara aparcó el coche frente a la casa de Paula, esta quedó mirando por la ventana sin moverse. Durante todo el trayecto apenas había abierto la boca salvo para darle las indicaciones a su amiga para que llegara sin problemas a su casa. Sara la miró, apagó el motor y con cariño tocó su hombro. S: ¿Seguro que estás bien? – preguntó logrando que Paula la mirara. P: Sí, gracias – contestó intentando parecer serena. S: ¿Está tu madre en casa? – quiso saber tras una pausa. P: ¿Por qué? – la miró. S: Porque no puedo dejarte sola, Paula, si no está en casa me quedaré hasta que llegue – dijo como si fuera la cosa más normal, Paula la miró interrogante – tienes doce años, no puedes quedarte sola. P: Ya… - bajó un poco la mirada – sí está en casa, hoy tenía turno de tarde en el hospital – contestó lo más convincente que pudo. S: ¿Seguro? – inquirió queriendo cerciorarse. P: Sí, claro – se quitó el cinturón y salió del coche – gracias por traerme. S: Paula… P: Estoy bien, gracias – afirmó comenzando a andar hasta el portal, abriendo con su llave y cerrando antes de que a Sara se le ocurriera seguirla. No quería estar con nadie, quería estar sola, totalmente sola. Entró en el piso, cerró la puerta y se internó en el salón. Se sintió mal al haberle mentido a Sara, realmente parecía preocupada, Esther tenía turno de mañana, claro que no estaba en casa, pero no quería estar con nadie, después de lo que había escuchado en aquel despacho no quería ver a nadie, mucho menos a su madre. Seguía sin entender nada de lo que había escuchado, no encontraba ni la lógica ni mucho menos el sentido a todo aquello… era absurdo lo que había escuchado y simplemente no podía ser cierto. Entró en la habitación de su madre, miró todo a su alrededor, se acercó a la cama y miró debajo pero allí no había nada, tras esto, abrió el armario y apartó la ropa colgada a un lado, se acuclilló y buscando en el suelo encontró una vieja caja debajo de varias otras, no supo qué fue pero le llamó la atención. Era demasiado grande para ser una caja de zapatos y demasiado pequeña para contener unas botas, la sacó y la movió sin abrirla, algo se removió dentro. Llegó con ella a la cama, se sentó y con las manos temblorosas la miró sin atreverse a abrirse, no creía encontrar nada en aquella caja, sin embargo, algo le decía que tenía que mirar dentro. Finalmente, tomando aire y con una creciente necesidad de respuestas la abrió. Lo primero que encontró fueron varios cds de grupos antiguos, bajo éstos, unos sobres sin nada escrito y al lado una caja de tela azul cuyas dimensiones delataban que el contenido tuvo que ser el de un anillo. Sin abrirla dejó la cajita a un lado pues aquellos sobres llamaron su atención. Abrió el primero y sacó una veintena de fotografías. En la primera, una Esther muy joven sonreía a la cámara sosteniendo su diploma de enfermera. Comenzó a pasar las fotografías de manera rápida, hasta que quedó parada en una de ellas. Sonrientes, abrazadas por la cintura y sentadas en un parque su madre y Maca miraban a la cámara que sostenía su profesora estirando el brazo. Se quedó de una pieza, así que sí era cierto que se conocían… todo lo demás a su alrededor se hizo denso, sintió frío… y una vez más, sintió que no entendía absolutamente nada. Más fotos, todas de Maca y Esther, en la rambla, en el parque Güell, en el hospital donde trabajaban, en el sofá de una casa que le recordó muchísimo a la que tenían en Barcelona, con otros muebles y otro color de las paredes pero estaba convencida de que era el mismo. No daba crédito a lo que veía y las preguntas se amontonaban mucho más en su mente sin poder contestarlas… ¿por qué nunca le había hablado de ella? ¿Por qué ni tan siquiera sabía que existía? ¿Cómo era posible que aquello fuera verdad? Abrió el siguiente sobre, más fotos de ellas, más preguntas en la cabeza y de pronto una nueva sorpresa. Esther en la cama, tumbada con un abultado vientre, con el rostro sonriente pero claros síntomas de cansancio y la última foto, aquella que la dejó totalmente de piedra: Esther, Maca y ella en el centro de las dos en lo que le pareció la cama de un hospital. Ella era tan solo un bebé, supuso que tan solo tendría días de vida. No podía creerlo… ¿su madre la había estado engañando todo ese tiempo? Finalmente, con lágrimas en los ojos, tomó aquella cajita de piel azul, la abrió y descubrió un anillo dentro, una alianza de oro blanco, bastante sencillo, sin ningún tipo de grabado a su alrededor, lo tomó entre sus manos, lo miró por dentro y descubrió un grabado en su interior. “Maca y Esther. Para siempre” leyó que decía… Aquello era una locura… era absurdo… era imposible y sin embargo tenía ante ella todas las pruebas que necesitaba, porque tras lo escuchado en el despacho de Maca y con aquellos “recuerdos” que su madre guardaba no le quedó ninguna duda de que todo era cierto… y no lo entendía, no sabía cómo enfrentarse a todo aquello y mucho menos sabía qué debía hacer ahora, lo único que tenía claro, era que tan solo tenía ganas de llorar y que no quería ver a su madre. Esther llegó a la facultad después de un turno algo ajetreado, miró hacia la puerta, donde habitualmente la esperaba Paula pero esta vez no estaba. Supuso que se habría retrasado con alguna clase, así que apagó el motor y se dispuso a esperarla. Diez minutos después, Paula no aparecía, comenzó a impacientarse, su hija no era de las que se entretenía demasiado y sí, bien podía ser que estuviera hablando con algún profesor así que tampoco se preocupó demasiado. Cinco minutos más tarde, ya comenzaba a parecerle algo excesivo. ¿Y si estaba con Maca? Aquello no supo cómo le sentó y sin pensarlo más entró en la facultad. Miró a su alrededor en el hall, un montón de estudiantes a su alrededor iban y venían, hablaban entre ellos, reían, compartían apuntes o caminaban con tranquilidad hacia la salida. E: Perdona – dijo parando a uno de los chicos - ¿Sabes quién es Paula García? – el chico la miró sin contestar – tiene doce años y es… - ¡Ah! ¡la peque! Sí, sé quién es – contestó – estoy en una de sus clases. E: Ya, bien… ¿Sabes dónde puedo encontrarla? – preguntó – soy su madre – aclaró. - Pues no… ni idea, hoy no la he visto – dijo a modo de disculpa. E: Vale, gracias – contestó viendo cómo se marchaba. Volvió a mirar a su alrededor, elevó la vista mirando hacia la planta de arriba, iba a subir buscando el despacho de Maca cuando vio a Sara dirigiéndose a la puerta - ¡Sara! – la llamó. S: Hola… - dijo extrañada al verla allí, la había visto varias veces recoger a Paula, incluso había hablado con ella cuando la niña las presentó, así que lo que más le sorprendió fue verla allí. E: ¿Has visto a Paula? – preguntó sin dejarla decir nada más. S: ¿A Paula? – preguntó – sí… la llevé a casa… no se encontraba bien así que… - la miró más extrañada aún – dijo que usted estaría en casa… E: ¿Se encontraba mal? – quiso saber - ¿Cómo mal, estaba enferma? S: Pues… no sé, solo me dijo que quería ir a casa, que no se encontraba bien. E: Vale, gracias, Sara – dijo a modo de despedida y dándose la vuelta comenzó a andar hacia el coche con rapidez, al tiempo que sacaba el móvil y llamaba a casa – vamos cariño, cógeme el teléfono – se dijo para sí misma abrió el coche y cuando iba a meterse en él alguien la paró. M: ¿Está bien Paula? – preguntó Maca – Te he oído hablar con Sara. E: No lo sé – dijo queriendo entrar en el coche - ¿Me dejas entrar por favor? M: Esther… dime si está bien – pidió. E: Te digo que no lo sé, ¿vale? – repitió – ahora déjame entrar – dijo apartándola del coche y entrando en él. Volvió a llamar a Paula y al no recibir respuesta colgó y puso el coche en marcha. Maca, tras ella, preocupada, aceleró el ritmo para ir hasta su coche y arrancándola comenzó a seguirla. Llegaron al piso de Esther con una diferencia de pocos minutos, Maca aparcó en doble fila y salió tras ella, Esther, nerviosa abría la puerta del edificio y sin darse cuenta Maca se coló tras ella. E: ¿Qué coño haces aquí? – quiso saber. M: Sólo quiero saber cómo está Paula, nada más – dijo con la mirada seria – no pienso irme de aquí hasta que sepa que está bien. E: Déjanos en paz, Maca – afirmó subiéndo por las escaleras, sabiendo que Maca la seguía pero sin hacerle el menor caso. Llegaron a la segunda planta y frente a la puerta, la enfermera resopló cuando Maca se quedó a su lado – no vas a entrar. M: No me hace falta, lo único que quiero es saber que está bien – siguió en sus trece. Esther abrió la puerta, y cerró sin dejarla entrar, sin tan siquiera mirarla. Entró en el piso y llamó a Paula elevando la voz. Al no encontrar respuesta fue hasta la habitación de su hija, abrió con cuidado, si estaba mala posiblemente estaría dormida. Asomó la cabeza y abrió del todo la puerta encontrándose con la habitación absolutamente vacía. Fue al baño, donde tampoco la encontró, tras esto fue a su habitación y comenzó a desesperarse más de la cuenta. La volvió a llamar elevando la voz y recorrió toda la casa buscándola sin hallarla. Cogió el teléfono y marcó el número de móvil que le había dado a su hija para emergencias pero el teléfono estaba apagado. Tras esto, llamó a casa de Laura y la madre de ésta le dijo que Paula no estaba allí y que tampoco había llamado a su hija. La angustia crecía sin remedio, no sabía dónde estaba su hija y no tenía ni idea de cómo encontrarla. Tomó su chaqueta, sus llaves y salió de casa de manera nerviosa. M: ¿Cómo está? – preguntó maca quien seguía parada allí. E: No está – dijo con demasiada preocupación. M: ¿Cómo que no está? – se irguió ante aquella noticia. E: Que no está, no está en casa – decía de manera atropellada comenzando a bajar las escaleras – no está en casa… M: ¿Y dónde está? – quiso saber. E: ¡No lo sé, Maca! ¿¡Puedes dejarme en paz!? – gritó saliendo ya a la calle. M: ¿¡Cómo pretendes que te deje en paz si me dices que no sabes dónde está mi hija!? – soltó elevando ella también la voz sintiendo, como Esther, que la angustia crecía dentro de ella. Vio cómo la enfermera miraba hacia todos lados en la calle, agobiada, angustiada y muy nerviosa… Respiró profundamente, se tranquilizó y con cautela se acercó a ella – A ver, Esther… a lo mejor ha ido a comprar o a alquilar una película – le dijo intentando creerlo ella también – vamos a… vamos a buscarla y… verás cómo la encontramos. Esther asintió, ni tan siquiera pensó en la rabia ni en el dolor que podía sentir hacia Maca, simplemente asintió y comenzaron a buscar por las tiendas cercanas, ahora, lo más importante de todo, era encontrar a Paula, lo demás… lo demás no tenía ninguna importancia. Había salido del hospital hacía cerca de media hora. Entró en el portal arrastrando su bicicleta y la dejó el hueco de la escalera donde no molestara a nadie. Subió los escalones mientras iba mirando distraídamente el móvil y sacaba las llaves de la mochila. Cuando llegó a su planta y levantó la cabeza y quedó parada ante lo que se encontró allí. Salían del parque cercano a casa de Esther con la enfermera bañada en lágrimas y la angustia creciendo cada vez más en su interior. Habían hablado con los vecinos, preguntado en varias tiendas de la calle y alguna otra calle colindante y nadie tenía ni la menor idea de dónde podía estar Paula. Maca, tras ella, también sentía la angustia crecer en su interior. Llevaban hora y media buscándola y no tenían noticias de Paula. E: ¿Dónde está? – decía llorando llegando de nuevo a casa, entrando y dejando que Maca entrara tras ella, le importaba un bledo si se quedaba o se iba, lo único que quería era volver a ver a su hija. M: Tal vez ha ido a dar una vuelta y… no sé, quizás se ha olvidado de la hora y… E: Tú no la conoces – soltó – no sabes cómo es, Paula no se iría sin decirme nada, no se iría de esta manera y mucho menos se olvida de la hora o de… M: Vale, lo siento – se disculpó – sólo intentaba… E: ¡Pues no lo intentes Maca! – soltó – no lo intentes porque no… no quiero que lo hagas, yo… solo quiero encontrar a mi niña y… si le pasa algo yo me muero – decía entre lágrimas – me muero… Maca, viéndola de aquel modo, con ese intenso dolor cruzándole el pecho, sintiendo ella misma el mismo dolor que sentía Esther, sin saber muy bien cómo comportarse, ni si hacía o no lo correcto, olvidándose ambas del odio, del dolor causado, del pasado y de los errores dio un par de pasos y la abrazó contra ella estrechándola fuerte contra su pecho. M: No le ha pasado nada – susurró acariciando su pelo con calidez – no le ha pasado nada… E: ¿Y dónde está? – preguntó separándose un poco de ella para mirarla. M: No lo sé – afirmó – pero la vamos a encontrar – terminó de decir. Sus ojos se encontraron, de una manera que ninguna de las dos esperaba, su mirada se unió entre lágrimas e incertidumbre y en ellos, un millón de sentimientos, un millón de palabras no dichas, de miradas perdidas, de sueños olvidados, un millón de recuerdos, buenos y malos, pero recuerdos de una vida en común y de una herida que aún sangraba sin que ninguna de las dos pudiera remediarlo. El teléfono de Maca sonó y el contacto visual se perdió dejándolas a ambas muy desconcertadas. M: ¿Sí? – contestó a la llamada sin mirar la pantalla, mientras veía cómo Esther se sentaba en el sofá intentando frenar sus lágrimas – Susana… lo siento… siento no haberte avisado – miró a Esther de reojo y se separó de ella un segundo – no… es que… ha pasado algo y… estoy en casa de Esther… Paula ha desaparecido – siguió diciendo – no… no sabemos nada y… lo sé, cariño… sí, sí… no lo sé, Susana… pues porque no lo sé… si lo supiera… vale… vale – se llevó la mano a la frente en señal de agobio – en cuanto sepa algo te llamo… yo también… - colgó el teléfono y se quedó con él en las manos, Susana no parecía enfadada pero tampoco muy contenta con todo aquello, supuso que estaría también preocupada así que no quería darle mayor importancia. E: Puedes irte a tu casa – soltó Esther – está claro que te esperan – y aquí… aquí no te quiero. M: Esther… por favor – pidió quedándose parada ante sus palabras – es mi hija… no puedo irme sin saber qué le ha pasado ni… E: Maca ¿Es que no entiendes que…? – la pregunta se cortó al escuchar el teléfono de casa sonar. Esther se olvidó de lo que iba a decirle y se precipitó al aparato sintiendo su corazón bombear a mil por hora. Maca tras ella, también sentía que el pecho le iba a estallar - ¿Paula? Ev: No, Esther, soy Eva – contestó al otro lado de la línea. E: ¿Eva? Hola – dijo bajando el tono intentando parecer algo tranquila – Lo siento es que Paula no… Ev: Paula está a aquí – la cortó, Esther abrió los ojos como platos – No me preguntes cómo, porque no ha querido decírmelo pero la tengo sentada en el sofá de casa… E: Pero… pero… ¿cómo ha llegado a Barcelona? – preguntó sin poder creerlo y Maca se sorprendió al escucharla - ¿Y qué hace allí? Ev: Te digo que no lo sé – contestó – he llegado a casa y me la he encontrado sentada en la escalera y sin dejar de llorar – le relataba – no me ha dicho nada, ni cómo ha llegado aquí ni lo que ha pasado, pero Esther – su voz sonó más seria – creo que lo sabe… E: ¿Cómo que lo sabe? – preguntó histérica. Ev: No hace más que decir que la has mentido, y no deja de preguntarse cómo es posible que Maca sea su madre… E: ¿Qué? – no podía creerlo, no era posible, no era de esa forma cómo debía enterarse Paula, súbitamente miró a Maca y su rostro se tornó serio – déjame que hable con ella – le pidió sin dejar de mirar con dureza a la profesora. Ev: No quiere hablar contigo – contestó con pesar – pero… yo creo que deberías venir… tenéis que hablar y… Esther, tienes que explicárselo, no entiende nada. E: Salgo ahora mismo hacia Barcelona – respondió – gracias Eva… - colgó el teléfono y se volvió hacia Maca - ¿¡Qué coño le has dicho!? – fue lo único que acertó a decir. M: No le he dicho nada – contestó bastante sorprendida después de escuchar toda la conversación. E: ¿Entonces cómo lo sabe? – volvió a preguntar – porque lo sabe todo, Maca y la única que ha podido decírselo eres tú. M: ¿Lo sabe? – preguntó ahora ella un tanto sorprendida y emocionada - ¿Sabe que soy su madre? E: No te hagas la inocente conmigo – dijo mientras iba recogiéndolo todo - ¿Por qué se lo has dicho? ¡No tenías ningún derecho! M: ¡Yo no le he dicho nada! – elevó ahora ella la voz. E: No… claro que no – dijo de manera irónica. M: Esther, no hay cosa que desee más que Paula lo sepa y me acepte – siguió ella – pero no se lo he dicho… no he podido decírselo… E: No sé de qué me sorprendo – decía sin escucharla – eres capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quieres… debí haber sabido que se lo dirías a la primera de cambio, debí haberlo sabido. M: ¡Te digo que no le he dicho nada! – dijo tomándola por los hombros para que la mirara – no le he dicho nada… E: Y yo tengo que creérmelo – contestó. M: Cree lo que te dé la gana – soltó con el mismo tono de seriedad y cansancio – pero yo no se lo he dicho y no por falta de ganas créeme… no se lo dije por no dañarla a ella, no quiero que sufra… E: Un poco tarde, ya lo está haciendo – dijo con intención de hacerle daño. M: También es tu culpa – Esther la miró con rabia – también es culpa tuya que esté sufriendo, tú eres la que la has tenido engañada todo este tiempo, eres la que ha causado toda esta situación al alejarme de ella, al hacer que yo no existiera, no me eches toda la culpa a mí, porque las dos somos culpables. E: Vete a la mierda, Maca – dijo con ira en los ojos, soltándose de ella y abriendo la puerta de casa – vete – le ordenó. M: No, quiero ir contigo – se cruzó de brazos. E: Jajajaja – rió – lo que me faltaba por oír – dijo cortando su risa – no vas a venir conmigo a ningún sitio, esto es algo entre mi hija y yo. M: ¡También es mi hija, a ver si te enteras! – elevó la voz perdiendo un poco los papeles. E: No vas a venir – repitió obviando su comentario – ya has hecho bastante, ahora fuera, tu mujercita te estará esperando en casa. M: Esther… E: ¡Fuera! – gritó y Maca supo que Esther no la dejaría acompañarla, aunque deseara con todas sus fuerzas ir con ella, estar con Paula, explicarle, pedirle perdón y decirle que siempre la había querido, supo que Esther no dejaría que la acompañara. M: Esto no termina aquí, Esther – le dijo en modo de advertencia, cogiendo su bolso – es mi hija y aunque te pese la voy a recuperar. E: Vete – repitió en un tono más bajo pero igual de severo. Cuando Maca pasó por su lado cerró los ojos con fuerza y antes de que pudiera decir nada, cerró de nuevo la puerta quedándose apoyada sobre la madera y tapándose la cara con las manos en señal de agobio. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos… ¿Por qué no se habían quedado en Barcelona? ¿Por qué tenía que haber pasado todo eso? ¿Por qué había tenido Maca que volver a su vida de esa manera? Cuando al fin se tranquilizó, terminó de recoger sus cosas y salió del edificio en dirección a su coche. Se montó y arrancó con el firme propósito de llegar cuanto antes a Barcelona y poder estar con su hija, lo que pasara después, ya lo pensaría, ahora lo que quería era estar con ella, aunque no tenía ni la más remota idea de cómo se enfrentaría a ella… Maca entró en casa con el rostro serio, lágrimas pugnando por salir de sus ojos y el humor por los suelos. Susana, al verla entrar, se quedó parada sin saber qué hacer… la profesora, por su parte, la miró, se elevó de hombros y se acercó a su mujer para dejarle un beso demasiado breve pero que ninguna de las dos protestó. S: ¿Apareció? – preguntó. M: Sí… está en Barcelona, Esther ha salido para allá – dijo con un tono de voz bastante vacío. S: ¿Y cómo ha llegado a Barcelona? – preguntó sorprendida del paradero de la niña. M: No lo sé – contestó yendo a la cocina por un vaso de agua – no tengo ni idea… - bebió el contenido del vaso y se volvió hacia su mujer - ¿Y la peque? – preguntó. S: En su habitación, jugando – le dijo - ¿Estás bien? M: Jum… - bajó la cabeza – voy a ver a Lucía… - dicho esto se internó en el pasillo de casa dejando a Susana sin saber qué hacer – hola, mi amor – dijo alegrando el tono de voz al ver a su pequeña. L: Hola mami – saludó la cría sin dejar sus juegos. M: ¿Qué haces? – preguntó sentándose a su lado y besando su cabeza. L: Juego – contestó como si fuera obvio – ¿juebas conmigo? M: Claro que sí mi amor – respondió acariciando su pelo. Se acercó a ella y besó su pelo con intensidad – te quiero muchísimo, cariño – le dijo abrazándola. L: Y yo a ti mami – sonrió la niña y al mirarla se quedó algo parada al ver a su madre - ¿Por qué lloras mami? – dijo llevando una de sus manitas a la mejilla de su madre para limpiar una de las lágrimas. M: Porque… se me ha metido algo en el ojo – contestó sacando una sonrisa de donde pudo – venga, vamos a jugar… Durante un buen rato estuvo jugando con su hija en la habitación, mientras Susana, en el salón, no era capaz de reaccionar a todo lo que estaba pasando a su alrededor. AL llegar la hora de bañar, dar de cenar y acostar a la niña, se turnaron para hacerlo y fue Maca quien se encargó de acostar a la pequeña, leyéndole un cuento, quedándose mirándola cuando se durmió, llenándose de ella. Salió de nuevo al salón y se encontró con su mujer con una copa de vino sentada en el sofá. La miró, Susana respondió a su mirada y quedaron en silencio durante varios minutos. S: Deberíamos hablar – soltó bajando la mirada. M: No tengo ganas de hablar en este momento, Susana – dijo acercándose a ella. S: Pero tenemos que hacerlo – insistió – todo esto es… más de lo que… M: Shhh – la calló, ya sentada a su lado, tomándola del mentón para que la mirara – ahora no – susurró – por favor, ahora no – y cuando terminó de hablar se acercó a sus labios, atrapándolos entre los suyos en un beso que comenzó lento y en poco tiempo se volvió apasionado. S: Maca… - intentó hablar cuando su mujer llegó a su cuello. M: Te necesito Susana – contestó – te necesito ahora – continuó diciendo perdida en su cuello – quiero hacerte el amor – dijo mirándola un segundo para volver a atrapar su boca. No la paró, ni pensó en el por qué de aquello, simplemente la dejó seguir, se dejó hacer, ella también necesitaba a su mujer, también necesitaba estar con ella, así que dejándose llevar por la pasión, comenzó a quitarle la ropa. Esther llegó a Barcelona ya entrada la noche. Durante todo el trayecto en coche no había dejado de pensar en cómo se enfrentaría a su hija, no sabía qué le diría ni cómo se lo tomaría Paula, pero lo que sí tenía claro, era que no estaba dispuesta a perder a su pequeña, lo que no sabía, era cómo lo lograría pues estaba convencida de que Paula iba a necesitar algo más que unas disculpas y no se sentía con fuerzas de enfrentarse a un pasado que dolía demasiado. Llamó al timbre y Eva le abrió con el rostro serio. La saludó con la voz apagada y recibió el abrazo que había estado pidiendo a gritos desde que llegó a casa y Paula no estaba. Eva no hizo ningún comentario, ni le recriminó ni tampoco le lanzó ningún reproche, simplemente la abrazó y la hizo pasar al salón. Esther miró a su alrededor, buscando a Paula sin hallarla. Ev: Está acostada – informó – se quedó dormida hace un rato. E: Vale – contestó con la voz apagada, dejándose caer en el sofá – no sé qué tengo que hacer ahora – soltó tras una pausa. Ev: Tienes que contarle la verdad, Esther – dijo sentándose a su lado y acariciando su pelo con cariño – está muy perdida, no entiende nada y… necesita escuchar la verdad. E: ¿Y cómo lo hago? – seguía diciendo comenzando a llorar – no puedo perder también a mi hija y… sé que esto… esto es… Ev: Esther – la cortó – tienes que hablarle… tienes que decirle la verdad, ella necesita saber la verdad y… necesita entender qué es lo que pasa. E: Lo sé… lo sé… - contestó – pero… la verdad es demasiado dura Eva – se lamentaba. Ev: Sí… pero ya es hora, Esther – la miró a los ojos – ya es hora – quedaron mirándose durante unos segundos sin decir ni una palabra. Esther, perdida en sus pensamientos, en sus lágrimas no pudo decir nada más y Eva, viéndola así, simplemente quedó callada sabiendo que su amiga, quizás, estaba tan perdida como su hija. E: ¿Cómo ha llegado a Barcelona ella sola? – preguntó tras unos minutos de silencio. Ev: Según me ha contado llorando – contestó – compró por internet un billete de avión con la clave de tu tarjeta de crédito – Esther la miró con los ojos abiertos – y… bueno, falsificó tu firma en una autorización para volar sola. E: ¿cómo? – no podía creerlo - ¿Qué ha hecho qué? Ev: Míralo tú misma – tomó un papel que Paula había dejado en la mesa del comedor y se lo enseñó a Esther. E: No me lo puedo creer – dijo con la voz tomada por el llanto – Paula nunca ha hecho algo así… Ev: Lo que demuestra lo mal que lo está pasando con todo esto – contestó sin intención de herirla, Esther bajó la mirada. E: Siempre he intentado que no sufra – continuó diciendo – durante toda su vida he estado preocupada porque no se sintiera un bicho raro, porque su inteligencia no la hiciera sentirse sola y… ahora… ahora he sido yo misma la que le he causado dolor… Ev: Habla con ella – fue lo único que pudo decir – es lo que ambas necesitáis. Esther asintió, sabía que tenía que hablar con su hija pero no sabía qué o cómo iba a contarle todo lo que ocurría, tenía claro que se iba a enfrentar a preguntas a las que no se sentía con fuerzas de contestar y lo que más miedo le daba era ver odio en la mirada de su pequeña. E: Voy a… a verla – dijo levantándose del sofá y yendo hacia la habitación dónde estaría Paula. La encontró en la cama, profundamente dormida y con el surco de las lágrimas marcadas en sus mejillas. Respiró profundamente, sintiendo cómo ella misma volvía a llorar. Avanzó por la habitación y se sentó en la cama. La contempló dormir y se recriminó a sí misma haber provocado todo aquello. Alargó la mano acarició su pelo. E: Perdóname, cariño – susurró, Paula se removió entre sueños pero no despertó – perdóname, mi amor… - repitió bajando hacia ella para besarla con cuidado. P: ¿Por qué, mamá? – escuchó que preguntaba su hija y ella cerró los ojos parando su llanto. En la cama, desnudas, abrazadas por la pasión, con Maca tumbada en el colchón y Susana, sentada sobre ella uniendo sus sexos, moviéndose con lujuria, con movimientos candentes, hacían el amor de manera desesperada. Susana, arqueando la espalda miraba hacia el techo cerrando los ojos sintiendo como poco a poco iba llegando al climax. Maca, tomándola por las caderas hacía que se moviera más y más rápido mientras al tiempo que una de sus manos llegaba al pecho de su mujer para apretarlo con pasión. Cerró los ojos… cerró los ojos y algo pasó. La imagen de una Esther amándola, besándola, acariciándola, gimiendo sobre ella y susurrándole al oído palabras de amor. La imagen de una Esther haciéndole el amor cruzó su mente haciendo que, asustada, abriera los ojos y se tensara en un segundo. S: ¿Qué… uhmmmfff… Qué pasa? – preguntó al ver que su mujer se había quedado parada. M: Nada – se irguió, echando de su mente aquellas imágenes – no pasa nada, ven aquí – continuó diciendo, perdiéndose en su pecho y obligándola a seguir – Te quiero - susurraba mientras repartía besos enardecidos por su pecho, por su cuello y finalmente fundiéndose en su boca. Llegaron al orgasmo pocos minutos después y, con la respiración agitada, abrazó a Maca quien se abrazaba con desesperación a ella. Fue entonces que se dio cuenta de que su mujer, aferrada a su cuerpo, como si fuese una tabla en mitad de un revuelto mar, lloraba como una niña. Paula miraba a su madre intentando mantener los ojos abiertos, estaba cansada y tenía demasiado sueño, pero necesitaba respuestas, necesitaba saber qué era lo que había pasado, necesitaba, sobre todas las cosas entenderlo. Esther, por su parte, miraba a su hija y supo que necesitaba algo más de tiempo, solo un poco más para hacerse a la idea que tendría que enfrentarse al pasado. E: Estás cansada, cariño – dijo intentando acariciar su pelo, Paula se movió evitando el contacto. P: Quiero que hablemos – soltó con seriedad. E: Hablaremos, te lo prometo – contestó intentando mantener la compostura ante su rechazo – mañana hablaremos… ahora descansa – quiso besarla pero se quedó parada, sabía que Paula la rechazaría y no estaba preparada para eso – te prometo que mañana en cuanto te levantes hablaremos de todo lo que tú quieras. Paula la miró, realmente estaba demasiado cansada y tenía muchísimo sueño para una conversación de ese calibre. Así que simplemente, se dio la vuelta evitando el contacto con Esther y esperó que saliera de la habitación para cerrar los ojos e intentar dormir un poco más. Llegó a la universidad con ojeras claramente marcadas en su rostro. Estaba cansada, cansada y derrotada… había pasado la noche entera llorando al tiempo que intentaba que no se le notara. Susana, tras preguntarle preocupada qué era lo que le ocurría cuando, tras hacer el amor con ella había comenzado a llorar de aquella manera, se había quedado dormida aceptando la explicación del miedo que había sentido por la desaparición de Paula. Era consciente de que Susana necesitaba hablar del tema y ella, a decir verdad también quería hacerlo, pero tenía miedo de lo que esa conversación podría provocar… mucho más ahora, tras aquella imagen que de buenas a primeras, sin razón alguna había llegado a su mente mientras hacía el amor con su mujer… Entró en clase, intentando que sus alumnos no notaran nada sobre su estado, miró hacia los chicos evitando el sitio de Paula, el cual, sabía que estaría vacío. Pidió a una de las chicas que pasara un papel para que fueran firmando la asistencia y preparó todo para comenzar el tema. Suspiró, se dio la vuelta y volvió a encararlos. Comenzó de manera lenta, con un tono de voz que hizo que sus alumnos se preguntaran si le pasaba algo. Ignoró los murmullos y siguió con su clase… No había pasado ni un cuarto de hora cuando sus ojos irremediablemente se posaron en aquel hueco vacío que debería ocupar su hija. Se quedó en silencio a mitad de una explicación, con los ojos clavados en aquel pupitre vacío, con unas intensas ganas de llorar de nuevo. S: Paula está enferma – dijo Sara al ver la mirada de Maca hacia el lugar de su compañera. M: ¿Eh? Ah, sí… gracias – contestó mirándola un segundo y dándose la vuelta se apoyó sobre la mesa y bajó la cabeza intentando mantener la calma. De nuevo murmullo tras ella, sus alumnos estaban bastante sorprendidos con aquella actitud inusual en ella. Sintió que los ojos se le humedecían y supo que no sería capaz de seguir con aquella clase – ehhh… me… me vais a perdonar – dijo dándose la vuelta un segundo – pero… no me encuentro bien y… no voy a poder daros la clase hoy… - de nuevo el murmullo generalizado y miradas de muchos de sus alumnos preguntándose qué sería lo que le pasara… - lo siento, chicos – dijo finalmente recogiendo sus cosas como buenamente pudo y saliendo de la clase para llegar corriendo a su despacho y volver a dejarse llevar por las lágrimas. Paula despertó y miró a su alrededor como ubicándose en aquella habitación. Cuando recordó donde estaba supo que nada de lo ocurrido el día anterior había sido un sueño y la sensación de encontrarse perdida en mitad de un enorme océano volvieron a ella. Se levantó, buscando a su madre, tenía que hablar con ella y no esperaría más tiempo. En la cocina, con una taza de café entre las manos, Esther miraba hacia el vacío, con la mirada perdida y metida en sus pensamientos. Tal y como había pasado toda la noche. No había dormido nada, pensando en qué le iba a decir a su hija y aún, no tenía ni idea de qué le contestaría. P: Buenos días – dijo con un tono de voz serio, sacando a su madre de sus pensamientos. E: Hola – bajó la cabeza, sintiéndose avergonzada ante ella – siéntate, por favor – pidió señalando la silla frente a ella. P: ¿Y Eva? – preguntó mirando a su alrededor. E: Se ha ido a trabajar temprano – contestó. P: Bien… Se quedaron en silencio un instante, quizás estudiándose, queriendo saber hasta donde podían llegar con todo aquello, quizás, buscando las palabras adecuadas para comenzar a hablar, tal vez, rogando no tener que hacerlo… P: ¿Es verdad que Maca es mi madre? – soltó a bocajarro, pues necesitaba de una vez tener todas las repuestas. E: Sí – contestó bajando la mirada hacia su café, con un nudo en la garganta que casi hizo que no le saliera la voz – también es tu madre… De nuevo quedaron calladas, Paula digiriendo aquella información, en algún momento de toda aquella locura había pensado que todo era un tremendo error, una equivocación, que su madre no había podido engañarla de aquella manera, y sin embargo, con aquella respuesta todo se venía abajo de nuevo. P: No lo entiendo – dijo con esa vocecita triste que le decía a Esther lo perdida que se sentía su hija. E: Cariño… hay… hay cosas que… - se calló porque no sabía cómo seguir – que pasaron hace mucho tiempo y… que duelen… aún duelen – declaró. P: Yo necesito saberlo – siguió diciendo – quiero saber qué pasó… porque no entiendo nada… E: Maca y… yo – tragó saliva – Maca y yo nos quisimos mucho – comenzó a decir – muchísimo… cuando te decía que solo me había enamorado una vez en la vida me refería a ella – le dijo buscando su mirada, Paula la rehuía – pero también nos hicimos mucho daño… demasiado daño… - respiró hondo – cuando quisimos tenerte empezaron nuestros problemas – Paula la miró de manera súbita – No, no fue por tu culpa, el echo de que tú llegaras a nuestra vida no fue la causa – le aclaró adivinando sus pensamientos – nosotras te queríamos, pero… el embarazo fue muy complicado, muchísimo… tuve que estar en cama mucho tiempo y… no pude con ello – la miró – sabes que nunca he sido capaz de quedarme quieta mucho tiempo – intentó sonreír pero abortó la sonrisa al ver que Paula seguía sin mirarla – nos distanciamos mucho y… todo empezó a ir de mal en peor… - se quedó callada, sin saber si debía seguir contándole toda la verdad o callarse algunas cosas, no quería hacerle más daño, no quería que sufriera más de lo que ya lo hacía – Nos comportamos muy mal la una con la otra y… cuando naciste la cosa no mejoró, al contrario, empeoró – evitó hablarle de Vero, Paula no estaba preparada para escuchar ciertas cosas, al fin y al cabo, seguía siendo una niña y… ¿quién sabía? Después de todo, en el fondo, muy en el fondo y de manera inconsciente, quizás no quería echar más mierda sobre Maca – no fue una separación amistosa y… yo me negué a que te viera – continuó – hubo un juicio y el juez me dio la razón a mí – siguió – Luego Maca se marchó – atajó su relato. P: ¿Por qué no quisiste que me viera? – cuestionó – era mi madre… tenía derecho a verme y yo tenía derecho a saber de ella. E: Lo sé – bajó la cabeza – sé que tenías todo el derecho a saber que Maca era tu madre, de hecho… de lo único que me arrepiento es de no habértelo contado nunca… tal vez debí hacerlo hacía tiempo pero – la miró – no me sentía con fuerzas, tú eras una niña feliz y… yo tenía miedo de perderte cariño… P: ¿Pero por qué? – insistió, pues seguía sin entenderlo - ¿qué fue eso tan grave que pasó para que decidieras que Maca no podía estar en mi vida? E: Hija, por favor – pidió aguantando sus lágrimas. P: No, mamá… yo… tengo que saberlo… E: Eres muy pequeña para entender algunas cosas y… P: ¡Dime qué pasó, mamá! – insistió elevando el tono. Esther la miró, la miró y supo que, aun siendo tan solo una niña de doce años, era lo suficientemente adulta y madura para necesitar las respuestas que le estaba exigiendo, era lo bastante “adulta” para pedirle las explicaciones que le estaba pidiendo y, aunque le doliera, sabía que tenía que dárselas porque ya había callado demasiado y durante demasiado tiempo y peor aún, había estado engañando a su hija… algo que, posiblemente, nunca se lo perdonaría… Se lo contó todo, le contó cómo se sintió cuando estuvo en cama, le contó lo mal que se sentía al no poder moverse, le contó que de un modo irracional, se sintió una carga para Maca estando en el estado en que se encontraba y comenzó a alejarse y alejarla de ella, cómo la rechazó en varias ocasiones, cómo comenzaron a dejar de comportarse como una pareja, le contó cómo todo se fue poco a poco al garete y cómo ella no hizo nada por solucionarlo, a pesar de amarla como a nadie amó, a pesar de necesitarla a su lado… le contó como se vio sobrepasada por la situación, cómo de la noche a la mañana se sentía la mujer más feliz del planeta al sentir un pequeño ser crecer en su interior pero al mismo tiempo se sentía una carga para la mujer que amaba y cómo se vio incapaz de detener lo que a todas luces era el fracaso más absoluto de su relación. Le relató cómo comenzó a sospechar lo que ocurría, como de buenas a primeras olió un perfume extraño impregnado en su cuerpo, le contó cómo, sospechando lo que pasaba se mostró mucho más irascible y esquiva, cómo la rechazó con más energía cada vez que intentaba acercarse incapaz de besarla mientras sospechaba que había estado con otra. Le relató, sin demasiados detalles lo que ocurrió tras el parto, le dijo que las encontró en el despacho confirmando lo que sospechaba y sintiendo todo su mundo derrumbarse bajo sus pues. Le contó, entre lágrimas, ante la mirada de una Paula que jamás había visto así a su madre, la rabia que sintió, el dolor que se apoderó de su ser y el odio que crecía en su interior hacia Maca, le explicó por qué no dejó que Maca la viera, le contó por qué la alejó de ella… Le habló del juicio y de todo lo ocurrido allí, sin darle más detalles que los necesarios y Paula, poco a poco, fue entendiendo a su madre… a pesar de saber que más que nadie, ella tenía el derecho a saber la existencia de Maca. E: Yo… estaba muy… muy dolida y… - lloraba tapándose la cara – recordarlo era demasiado duro – seguía diciendo con la voz tomada – Tú no te acordabas de ella y yo solo quería que saliera de nuestras vidas… – continuó diciendo – luego, cuando fuiste más mayor… cuando entendías todo lo que ocurría a tu alrededor, simplemente fui incapaz de explicarte nada… fui incapaz de contártelo porque sabía que te haría daño… que te alejaría de mí – terminó de decir entre lágrimas. Durante más de diez minutos quedaron calladas. Esther, derrumbada por la cantidad de sentimientos que volvía a sentir después de tanto tiempo, después de haberlos estado intentando acallar durante tantos años, continuaba llorando en silencio, de una manera más calmada y más dolorosa también. Paula, por su parte, aturdida por todo lo que había escuchado, sin saber muy bien cómo se sentía realmente se mantenía en silencio mientras toda aquella conversación se repetía una y otra vez en su mente… E: Lo siento – lloraba Esther – siento haberte mentido, cariño – seguía diciendo – lo siento mucho… Y Paula, mirándola, llorando con ella no soportó ver a su madre en ese estado, jamás la había visto llorar, nunca en toda su vida había visto a Esther de aquella manera. Siempre había sido una persona alegre, risueña, siempre con una sonrisa para ella, siempre mostrándose fuerte y ahora descubría la faceta más vulnerable de su madre… P: Yo nunca me alejaría de ti, mami – susurró haciendo que Esther la mirara para después acercarse con cautela hasta ella para abrazarla y siendo ahora Paula la que llorara en sus brazos. Al día siguiente de aquella conversación, Esther y Paula llegaba a casa ya entrada la tarde. Poco habían hablado sobre el tema en ese tiempo, parecía que ambas, de una manera tácita habían decidido no hacerlo, tomarse un tiempo para asimilarlo todo y no seguir hurgando en la herida. Paula fue a su habitación y Esther cansada del viaje y sobre todo cansada mentalmente por todo lo ocurrido se sentó en el sofá tapándose la cara con las manos. La incertidumbre de no saber qué pasaría a partir de ese momento empezaba a asemejarse con el dolor que había sentido al revivirlo todo. El silencio entre ellas estaba siendo duro, nunca antes se había visto en una situación similar y aunque entendía que su hija necesitaba tiempo, no sabía muy bien cómo reaccionar ante aquel mutismo de Paula. Hizo algo de cena y poniéndolo en una bandeja fue a la habitación de su hija, encontrándola, como suponía, metida entre apuntes, era la manera de Paula de intentar olvidarse un poco de todo, meterse en sus estudios para mantener la mente ocupada en otra cosa que no fuera todo lo ocurrido. E: Te… te he traído un sándwich – comentó acercándose a la mesa. P: Gracias – fue lo único que contestó. E: ¿Estás bien? – se atrevió a preguntar con cautela acariciando levemente su pelo. P: Yo… - quedó callada sin mirarla durante un segundo – no sé cómo reaccionar – contestó sinceramente – no sé cómo tomarme todo esto… y… - bajó la mirada – no sé cómo enfrentarme a ella ahora. Esther bajó la cabeza, esperaba una reacción como aquella y no tenía las respuestas para sus preguntas porque ni ella misma sabía, aún, cómo actuar ante todo aquello. Era demasiado para todas y tampoco quería decir algo que condicionara sus reacciones. E: Todo estará bien – fue lo único que pudo decirle intentando animarla – todo estará bien… En casa de la pediatra la situación no era muy diferente. Susana y Maca se mantenían en silencio, en un silencio absoluto que tan solo se rompía con la presencia de la pequeña Lucía quien era la que siempre llevaba la voz cantante en la conversación. L: Y me dijo que mi dibu era el más bonito de todos – le contaba la cría a su madre. M: Es que es el más bonito mi amor – contestaba besándola en la mejilla teniéndola sentada en su regazo. L: ¿Podemos ver nemo? – preguntó la niña tras recibir los besos de su madre. M: No, cariño, es muy tarde y tú tienes que ir a dormir – contestó – así que venga, dale un beso a mamá y nos vamos a la cama. L: Pero no teno sueño – dijo mientras se restregaba los ojos. M: Sí que tienes sueño – sonrió mirándola fijamente y viendo como Lucía bostezaba sin poder evitarla ¿Ves? ¿Ves cómo mi bichito tiene sueño? L: Vale – aceptó – pero me contáis un cuento – pidió mirando a Susana que se había mantenido callada todo el tiempo. M: Sí, te contamos un cuento – dijo levantándose con la niña en brazos y mirando a su mujer haciéndole una señal para que las acompañara. Acostaron a la niña y en silencio volvieron al salón. Se sentaron en el sofá y se miraron sin decir nada. Maca suspiró y Susana bajó la mirada sin poder evitarlo. S: No sé si esto nos va a costar el matrimonio, Maca – soltó para sorpresa de su mujer que la miró absolutamente fuera de lugar. M: ¿Cómo? – preguntó aturdida - ¿Por qué dices eso? S: Porque es la verdad – afirmó – no sé si vamos a poder con todo esto… - jugó con sus manos de manera nerviosa. M: Susana… - se acercó quedándose frente a ella – te quiero – declaró. S: Y yo… - sonrió levemente – pero no se trata de eso – continuó – de lo que se trata es de que esto es demasiado… y yo no sé cómo enfrentarme a esto y… tampoco sé si tú… M: Si yo ¿qué? – la cortó asustada. S: Maca – tomó sus manos – te conozco y… sé que no estás bien, sé que todo esto te tiene triste, y yo no sé qué hacer… no hablas conmigo, nunca me contaste lo que pasó y era algo muy importante para ocultármelo… M: No podía… - bajó la mirada – entiéndeme… es algo que siempre me ha hecho mucho daño… y si lo decía en voz alta se hacía más doloroso. S: Puedo entender eso – afirmó – pero Maca… ¿Qué pasará si… si no la recuperas? ¿Qué pasa si es la misma Paula la que no quiere saber de ti? – preguntó aun sabiendo que aquellas palabras le podían hacer más daño aún - ¿Qué va a pasar con nosotras? M: No lo sé – dijo de manera sincera – pero lo que sí sé es que te quiero… - insistió. S: Es que… - suspiró tomando aire – desde que Paula apareció estás… estás extraña… por momentos ausente y… - se quedó callada – somos una familia Maca – siguió – soy tu mujer y Lucía también es tu hija y también te necesita… M: No me he olvidado de eso – dijo un tanto extrañada por aquella salida. S: Lo sé… pero me da miedo que en algún momento te olvides – soltó dejando salir sus miedos. M: Escúchame… Lucía y tú sois fundamental en mi vida – contestó – os quiero muchísimo, pero necesito a Paula… necesito acercarme a ella… también es mi hija – Susana cerró los ojos al escucharla – necesito a mi hija – la miró – pero también sé que te necesito conmigo en esto – apretó sus manos – os necesito a mi lado para enfrentarme a todo esto… - hizo que la mirara – necesito que estés conmigo… que no me dejes sola en esto – repitió con más profundidad. S: Tengo miedo – dejó una lágrima salir de sus ojos, tras una pausa al escuchar esas palabras. M: ¿De qué? S: De… de que al recuperar a Paula te des cuenta de que ese amor que sentías por Esther sigue vivo – soltó al fin. M: Cariño – acarició su rostro – Esther me ha tenido separada de mi hija durante doce años… se negó a que la viera y sí, acepto mi parte de culpa, pero no tenía ningún derecho a hacer algo así – hizo que la mirara – si tuviera que sentir algo por Esther, más que amor sería odio… S: Maca… - bajó la cabeza de manera triste – eso es lo que me preocupa… que sientas odio… hubiera preferido indiferencia o que no sintieras nada… que no te afectara – no la miraba, Maca no sabía qué hacer – la línea que separa el amor del odio y el odio del amor es demasiado fina… a veces se confunden – esto último lo dijo en un susurro que a Maca le costó escuchar. M: Susana… S: Me voy a acostar, estoy cansada – dijo incapaz de seguir con aquella conversación más tiempo, pues no quería seguir escuchando lo que decía y mucho menos, leer entre líneas lo que callaba. M: Cariño… - intentó pararla. S: Te espero en la cama – fue lo último que dijo levantándose del sofá y desapareciendo del salón, dejando a Maca con la mirada perdida en vacío, sin saber qué hacer y haciéndose la misma pregunta que Susana… ¿podrían con todo? Estaba nerviosa, no sabía cómo iba a reaccionar una vez la tuviera delante y mucho menos sabía qué demonios iba a decirle. Lo único que tenía claro era que no podía perder más clases, así que ahí estaba, esperando junto a Sara, sentada en su lugar a que comenzara la clase, con la cabeza metida en los folios que tenía en la mesa y esperando a que “la hueso” hiciera su aparición. M: Buenos días – dijo entrando en clase sin mirar a nadie. Paula levantó un segundo la cabeza, se la veía algo desaliñada en comparación con la última vez que la vio y en su rostro se marcaban claramente las ojeras. Maca no quería mirar a sus alumnos, tenía miedo de hacerlo y volver a encontrarse con ese espacio vacío en el pupitre de Paula. Estaba totalmente preocupada, no sabía nada de ella, había intentado llamar a Esther pero ésta no le había cogido el teléfono. De igual manera también tenía miedo a mirar y verla en su sitio, encontrando rechazo en sus ojos, odio o indiferencia hacia ella. Finalmente, teniendo que hacer frente a la situación levantó la cabeza. M: Vais firmando, por favor – dijo con una voz menos autoritaria de lo normal, mirando de reojo hacia el pupitre de Paula y encontrándola allí sentada. No supo qué corrió por su cuerpo cuando al fi sus ojos se encontraron, tampoco supo leer lo que decía la mirada de Paula y la garganta se le secó de tal modo que tuvo que carraspear un par de veces con el fin de que la voz le llegara de nuevo a la garganta. Sonrió de medio lado sin obtener una respuesta similar, bajó la cabeza, tomando aire y fuerzas para afrontar aquellos cincuenta minutos de clase en los que parecía que Paula no estaba muy dispuesta ni tan siquiera a mirarla. M: Bien… vamos a empezar – dijo queriendo guardar las formas frente al resto del alumnado. Durante esa hora, se centró en el temario, explicó cada uno de los temas programados para ese día y perdió la cuenta de las veces que sus ojos se iban solos hacia aquella niña que no la había mirado en todo el tiempo. De fondo siguió escuchando algunos cuchicheos incluso llegó a sus oídos el comentario que le hizo Sara a Paula y al que prestó especial atención. S: Lleva unos días de lo más rara – le había dicho entre susurros, agudizó el oído queriendo oír la respuesta de su hija. P: Ya… - fue lo único que contestó, como si no le importara y aquello hizo que Maca sintiera como una vez más, su mundo entero se abría bajo sus pies. De ese modo, con una incomodidad que crecía a cada minutos y unas ganas de hablar co su hija que aumentaban en cada segundo que pasaba, la clase terminó y los alumnos comenzaron a salir del aula. Se apresuró a recoger sus cosas y salió tras una Paula que como ella, también se había dado prisa en recogerlo todo y salir de allí. M: Paula… Paula – la llamó, viendo como tanto ella como Sara, se paraban y se daban la vuelta para encararla – qui… quisiera hablar contigo un segundo… P: Tengo… tengo clase en diez minutos – contestó tragando saliva, tenía delante a su madre y era una completa desconocida… no tenía ni idea de cómo comportarse ante ella. M: No te robaré mucho tiempo – insistió – pero necesito comentarte un par de cosas… por favor… añadió a modo de súplica que sorprendió a una Sara que no tenía ni idea de qué era lo que pasaba allí – Estaré en mi despacho, ¿vale? – dicho esto, sin querer obligarla ni agobiarla se dio la vuelta y se encaminó a su despacho con la respiración algo agitada. S: ¿Qué le pasará? – preguntó Sara – está de lo más rara… P: No lo sé – volvió a darse la vuelta con intención de ir a la siguiente clase. S: ¿No vas a ir a hablar con ella? – inquirió su compañera – parecía importante. P: Ya… - pensó en ello, quizás fuera mejor ir, hablar de una vez con ella y dejar las cosas claras entre ambas – ahora iré a clase – terminó de decir, sin darle más explicaciones y siguiendo el camino que previamente había realizado Maca. Llamó a la puerta un par de veces, encontrando la invitación para entrar, se asomó ligeramente y la vio sentada en su escritorio, con las manos tapándose la cara y claramente agobiada por todo aquel tema. M: Hola… - dijo de manera cariñosa, sacando una sonrisa que Paula no supo cómo tomarse – siéntate, por favor – pidió. Paula lo hizo, se sentó, dejó su mochila en el suelo y entrelazó sus manos sin atreverse a encararla. Maca sonrió, aquel gesto la enterneció, veía a una niña frente a ella que no se atrevía a mirarla, como si hubiera cometido una gamberrada y había sido descubierta, solo que en este caso, la que menos culpa tenía era Paula. M: Deberíamos hablar de todo esto – comenzó a decir, Paula se elevó de hombros – yo… no sé qué te habrá contado Esther… supongo que muchas cosas que no te habrán gustado, pero… yo sólo quiero que sepas Paula, que en todos estos años no he dejado de pensar en ti ni un instante… - declaró – siempre he soñado con tenerte frente a mí y… muchas veces imaginé qué te diría – sonrió con tristeza ante el mutismo de Paula – ahora… ahora no sé qué decirte. P: Mamá me contó lo que pasó – soltó en un hilo de voz – y… no sé cómo pudiste hacerlo… M: Entiendo… - bajó la cabeza – Paula muchas veces, los adultos cometemos un montón de grandes errores, yo cometí los peores errores en aquel tiempo y… no voy a buscar excusas absurdas, sé que no las mereces, ni voy a intentar justificar mi comportamiento porque no es justificable, solo te pido que… intentó que la lágrima que amenazaba con salir no lo hiciera – solo te pido que me dejes acercarme a ti… que me dejes conocerte que… soy tu madre Paula – finalizó con la voz tomada. Paula levantó la mirada ante aquella última frase, la verdad era que aún no había asimilado nada de lo ocurrido y escuchar a “La hueso” decir algo como aquello quizás era más de lo que esperaba, más de lo que se había planteado en una hipotética conversación como aquella y por supuesto, más de lo que su increíble mente era capaz de asimilar tan fácilmente. P: Mi madre se llama Esther – continuó – es quien me ha sacado adelante, quien ha estado ahí para cuidarme, quien me curó las heridas que me hice en la rodilla la primera vez que me puse unos patines – siguió – la que estuvo durante tres noches despierta porque tenía varicela, la que sabe cuál es mi película favorita o la comida que odio… Es la que se ha desvelado porque tenía una pesadilla o la que ha dejado su trabajo y su vida en Barcelona para que yo pudiera venir a la universidad en Madrid… Esa es mi madre. No tengo otra – sentenció ante la mirada triste de Maca. M: Si me dejaras yo… P: ¿Por qué nunca viniste a buscarme? – le preguntó cortándola – si de verdad me querías, ¿Por qué nunca te acercaste a mí? M: No sé qué te ha contado tu madre – dijo en un tono algo más serio – pero un juez me lo prohibió y Esther no me dejó verte. P: Según tengo entendido tu abogada no hizo nada por ayudar, al contrario, lo fastidió todo y tú lo permitiste – aquellos reproches por parte de su hija, hacían que Maca comenzara a perder las fuerzas y una lágrima salió de sus ojos, la arrastró rápidamente no queriendo que Paula la viera llorar – mi madre es la mejor madre del mundo… no me hace falta otra. M: Pero yo… P: Usted es solo mi profesora – la volvió a cortar levantándose de la silla – y ahora si… si me disculpa tengo que ir a cla… Se le cortó la voz, se calló sin poder seguir hablando porque al levantarse, al ir a recoger su mochila, vio, colgado en la pared, aquel dibujo realizado por una niña de cuatro años que resultaba ser su hermana pequeña. Tenía una hermana… no solo tenía una madre más, sino que además, tenía una hermana pequeña, una niña de cuatro años que la única vez que la vio le había parecido adorable, alguien a quien sería demasiado fácil querer, alguien con quien jugar, a quien enseñar… tenía una hermana pequeña… mil veces había soñado con tener un hermano y ahora… ahora resultaba que la tenía y ni tan siquiera la conocía. P: Tengo que irme – dijo antes de que Maca dijera nada, antes de que ella misma se echara a llorar allí mismo… ya era bastante duro saber que Maca existía e intentar entenderlo como para que ahora, se diera cuenta, también, de que no solo existía una segunda madre sino que además había una niña pequeña que resultaba ser su hermana. Maca se quedó parada en el sitio. Como bien había dicho había imaginado varias veces aquella conversación y ninguna se asemejaba a la que había tenido con Paula en ese momento. Durante esos días en los que no había sabido nada de ella, había imaginado cómo sería tenerla delante de nuevo. Mil veces sonrió pensando en un posible abrazo pero siendo realistas sabía que iba a ser más difícil obtenerlo que cualquier otra cosa. En el fondo, había albergado la esperanza de que Paula quisiera conocerla, de que quisiera acercarse a ella, de que le diera la oportunidad de estar en su vida y ante aquella huida de su despacho se daba cuenta que nadad de lo que había soñado ocurriría, al menos de momento. Irracionalmente pensó, que quizás Esther había logrado que algo como esto pasara, necesitaba culpar a alguien y lo más fácil era a la enfermera. En el fondo, en su interior, sabía que quizás se equivocaba, pero una rabia comenzaba a cruzar su pecho. Las veces que se había encontrado con la enfermera se había dado de bruces con sus reproches y su odio, no sería demasiado descabellado pensar que, en esos días en los que no había visto a Paula, Esther la había puesto en su contra de alguna manera. Con esos pensamientos, cada vez haciéndose más fuertes en su interior, se levantó, recogió sus cosas y diciéndole a uno de los chicos de su departamento que tenía que salir, fue hasta el parking y metiéndose en su coche arrancó con el propósito de hacerle frente a Esther. Llegó al Hospital Central con la cabeza llena de mil recriminaciones, entró en admisión y preguntó por la enfermera. Una mujer entrada en años y con mirada afable, le dijo que esperara en la sala hasta que la enfermera, quien en ese momento, según le dijo, estaba ocupada con un paciente pudiera ir a recibirla. La espera se le hizo eterna y mil reproches más llegaban a su mente. Su rabia iba creciendo de una manera insensata. Quizás si se hubiera tomado un tiempo para pensarlo en frío se daría cuenta de que la reacción de Paula había sido la más lógica dadas las circunstancias, pero no se paró a pensar en ello, simplemente, vio el rechazo de su hija, recordó las recriminaciones de Esther y las diversas advertencias para que se mantuviera alejada de Paula y una vez más, la idea de que había sido la enfermera quien había sugestionado a su hija para que actuara de aquella manera creció sin remedio en su mente. Esther apareció quince minutos después frente a ella, sorprendiéndose al verla allí y poniéndose terriblemente nerviosa al ver de qué manera la encaraba. Maca, levantándose del banco en el que se había sentado se posicionó a escasos centímetros de su rostro y la miró con ira en los ojos. M: ¿Qué le has dicho a Paula? – fue lo único que preguntó. E: No tengo que darte explicaciones – contestó intentando darse la vuelta, sintiendo cómo Maca la tomaba del brazo evitando su escapada. M: Quiero saber qué le has metido a Paula en la cabeza – dijo con más seriedad, elevando un poco el tono, Esther pudo apreciar como un par de personas que se encontraban en aquella sala de espera levantaban la mirada hacia ellas. E: Te repito que no tengo que darte explicaciones – respondió una vez más. M: No me hagas montar un numerito – soltó algo fuera de sí. Quizás luego se arrepentiría de actuar, una vez más, de la manera equivocada, pero sus impulsos ahora mismo no la dejaban actuar de otra manera. Esther la miró, sabía que muy probablemente montarían allí una escena que no tenía por qué ver nadie. Del mismo modo supo que Maca no se iría sin hablar con ella, así que, mirándola de manera demasiado seria, se dio la vuelta e hizo que la siguiera. Llegaron, en silencio, rígidas y serias hasta la sala de enfermeras que por el momento se encontraba vacía. Esther entró y Maca lo hizo tras ella, cerró la puerta buscando algo más de privacidad y tomando aire la encaró. E: No tienes ningún derecho a venir a mi puesto de trabajo a montarme numeritos – dijo con rabia en la voz. M: ¡Y tú no tenías ningún derecho a quitarme a mi hija! – Soltó del mismo modo - ¿Qué le has dicho? ¿Qué coño le has contado? ¿¡Es que acaso no ha sido ya suficiente!? – siguió – tenías que seguir poniéndola en mi contra ¿No te bastaba con hacerme desaparecer de su vida durante todos estos años? E: ¿¡Quién coño te crees que eres para venir a reprocharme nada!? – le contestó sin responder a ninguna de sus preguntas - ¡Vienes ahora de mártir, de inocente y de victima después de todo lo que pasó! ¿Y pretendes que me apiade de ti? ¿Tuviste tú acaso un ápice de compasión conmigo en aquel momento? M: ¿Y tú? ¿Lo tuviste tú? – le devolvió el dardo – porque no fui yo la que te separó de nuestra hija, no fui yo la que se negó a que la vieras y mucho menos la que la crió sin decirle ni una palabra de su otra madre… La conversación iba subiendo de tono por momentos. Una ir y venir de recriminaciones cruzaban aquella sala y dos mujeres absolutamente fuera de sí, se gritaban mil reproches de un pasado que aun estando ya bastante lejano parecía que hubiera pasado ayer. M: ¡Me alejaste de su vida! – continuó – ¡Ni siquiera me diste la oportunidad de verla crecer! E: ¡Fuiste tú la que nos traicionó! – se defendía como podía – ¡la que se follaba a otra! ¡La que armó todo el jaleo del juicio y la que quiso arrebatarme a… No supo cómo, ni en qué momento, ni por qué pasó. No supo qué la llevó a hacerlo, ni cómo era capaz de hacerlo. No supo qué fue lo que se le pasó por la cabeza, ni por qué, tras doce años de odios volvía aquel deseo tan irrefrenable como ilógico. No supo en qué momento había dado un paso al frente y mucho menos supo qué fue lo que la empujó a ello. Lo único que supo, lo único que sintió, fue que de pronto, tenía a Esther entre sus brazos, como hacía una vida que no la tenía, que la sentía temblar abrazada a ella y que sus labios, de una forma arrebatadora se abrían dejando paso a una lengua ajena en un beso que entre rabia, reproches y miedos, se hacía más profundo por momentos. El beso se hacía cada vez más frenético, sus lenguas batallaban como si estuvieran realmente en una guerra. Sus cuerpos se abrazaban cada vez más fuerte. El deseo crecía sin que ninguna de las dos pudiera ponerle freno. De pronto se separó, alejándola de su cuerpo, volviendo a la realidad, mirándola con una expresión de sorpresa, miedo y desasosiego. Aturdidas, con la respiración agitada, con la sensación de haber hecho algo demasiado malo se miraban a los ojos intentando saber qué les había pasado. Maca se llevó la mano a los labios, con la mirada confusa, con reproches resonando en su cabeza. Esther, por su parte, con la respiración acelerada la miraba con rabia en los ojos, ¿cómo había podido besarla de aquella manera? ¿Cómo había dejado que la besara así? No salió de sus labios ni una sola sílaba. Esther, quedó por un instante parada frente a ella. Mil preguntas en sus miradas, mil sentimientos cruzando su cuerpo y ninguna respuesta que pudiera dar luz a su mente. Llevaba por la ira, por la confusión y por la dolorosa sensación de revivir cosas que debían permanecer ocultas, en cuestión de tres segundos Esther le soltó un tortazo que resonó en toda la sala ante la estupefacta y la imposible reacción de Maca para acto seguido, arrastrada por un deseo que no era capaz de frenar, colgarse de su cuello y volver a besarla. Maca respondió al nuevo beso, era como si no fuera ella, como si otra persona se hubiera adueñado de su cuerpo, de su mente y de sus sentimientos, era como si volviera a ser la mujer de hacía doce años, la mujer enamorada de esa otra que temblaba entre sus brazos. De nuevo el beso ganaba en profundidad, de nuevo sus lenguas se encontraban en un beso profundo, rápido y certero. Se abrazaron con más fuerza, la excitación volvió a crecer sin remedio y todo comenzó a volverse extraño. Hizo que Esther, en un pequeño brinco rodeara sus caderas con sus piernas elevándola del suelo. No pensaba, no podía hacerlo. La llevó a un costado, poyándola contra las taquillas y haciéndose dueña de sus labios, de su boca, sintiendo el candente cuerpo de Esther aprisionando su cuerpo. Fue la enfermera la que dejó sus labios y bajó al cuello, atacándolo como sabía que a Maca le gustaba. Fue Maca la que soltó el primer gemido, olvidándose de donde estaban, del lugar en el que se encontraban, olvidándose del resto del mundo... olvidándose absolutamente de todo… y de todos… hasta que fue Esther la que soltó un quejido, entonces… entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo… M: No… no puedo – la soltó para sorpresa de Esther – no puedo hacer esto… - dijo con la voz ronca por la excitación. E: ¿Cómo? – preguntó descolocada. M: Esto no está bien – dio un par de pasos hacia atrás, notando fuego en sus labios, viendo cómo los de Esther estaban ligeramente inflamados por la fuerza de sus besos – no puedo hacerlo… estoy casada… quiero… quiero a mi mujer… Aquello fue como clavarle a Esther una estaca en el corazón, porque un montón de recuerdos dañinos se hicieron presentes en su cabeza y golpearon con fuerza su corazón. Aquello levantó ampollas que no terminaban de curar, aquello hizo que su rabia creciera aún más. M: Lo siento – se disculpó ajena a sus pensamientos – no sé qué me ha pasado yo… E: ¿¡Y a mí sí pudiste hacérmelo!? – soltó ignorando sus palabras, los reproches, el dolor, la furia era tal que no podía callar - ¡Yo estaba embarazada y lo hiciste! ¿¡Conmigo no tenías remordimientos!? M: Lo siento – volvió a disculparse – esto… esto no tenía que pasar – fue hasta la puerta con la intención de marcharse de allí sin entender aún qué era lo que había pasado. E: ¡Te odio! – exclamó elevando la voz - ¡Te odio! ¿Me oyes? – siguió diciendo - ¡No sé cómo alguna vez pude llegar a quererte! ¡Te odio! Macarena escuchó aquellas palabras, suspiró, tomó aire y finalmente se marchó de aquella sala y se encaminó a la salida del hospital con pasos rápidos. En su mente, una y otra vez, se repetía aquel beso y se recriminaba haber dejado que ocurriera… se suponía que había aprendido de sus errores, sabía el daño que podía causar algo como aquello y no entendía cómo había sido capaz de tropezarse, una vez más, con la misma piedra. M: No puede ser – se repetía con la respiración acelerada llegando al coche – esto no puede estar pasando… - se lamentaba – no puede estar pasando… En la sala de enfermeras, Esther se había dejado caer sobre el pequeño sofá, las lágrimas habían comenzado a salir de sus ojos con virulencia. El pasado y el presente se mezclaban abriendo todas las cicatrices… El llanto se hizo mucho más fuerte cuando una vocecita en su interior le susurró que, a pesar de todo, a pesar del daño, del odio y de esos años alimentando la rabia… aún la amaba. El resto del turno le había servido para calmarse, metida de lleno en el trabajo había logrado no pensar más de lo estrictamente necesario en lo que había ocurrido en el vestuario. A pesar de que sabía que no podría olvidar aquel beso y todos los sentimientos que se habían desatado con él, logró relajarse lo suficiente para poder ir a recoger a Paula a la facultad con la certeza de que podría disimular lo suficiente ante su hija y que ésta no notara nada. P: Hola – saludó Paula entrando en el coche. E: Hola, cariño – contestó sacando una leve sonrisa y acercándose para darle un beso - ¿Qué tal ha ido? P: Bien… - dijo de manera leve - ¿vamos a casa? E: Claro – arrancó el coche y sin poder evitarlo, antes de acelerar, miró a su alrededor por si la veía, al no hacerlo, volvió a respirar profundamente y por fin, salió de la facultad para ir a casa. El camino lo hicieron en silencio. Cada una metida en sus pensamientos, Esther miraba de reojo y fugazmente a su hija que miraba por la ventana sin decir nada. Suspiró más profundamente, odiaba el silencio entre ellas, nunca se había visto de esa forma con su hija y le parecía demasiado duro. Cuando llegaron a casa, Paula fue directa a su habitación, dejó la mochila a un lado y se sentó en la cama. La conversación con Maca la había dejado tocada, sobre todo, al recordar que existía una niña de cuatro años… Por su parte, Esther se sentó en el sofá agobiada, todo se le estaba yendo de las manos, todo estaba saliéndose del tiesto… Cuando llegaron de Barcelona no esperaba encontrarse con Maca, no esperaba que fuera ella quien le diera clases a Paula y mucho menos esperaba lo que había pasado esa misma mañana en el hospital. Ella había conseguido vivir sin Maca, había logrado olvidar el amor que sentía por ella, sí, cierto era que lo había alimentado y disfrazado de odio pero ahora… ahora no sabía cómo seguir con todo aquello, mucho menos, al ver que su hija, su pequeña Paula sufría con todo eso. Paula salió de su habitación, vio a su madre de aquella manera en el sofá y sin decir una sola palabra se sentó tumbándose sobre ella. Esther, con una leve sonrisa en los labios la atrajo hacia su cuerpo y acarició su cabello con cariño. P: He hablado con Maca – dijo cortando el silencio. Esther tragó saliva. E: Ajá… - no fue capaz de decirle nada más. P: Le he dicho que la única madre que tengo eres tú – continuó, Esther cerró los ojos con fuerza – A Maca no… no la siento mi madre… no la conozco – siguió – pero… tengo una hermana, mamá y… - negó con la cabeza – no sé qué hacer… Esther la miró, la miró y la vio realmente perdida. Se reprochó muchas cosas, se reprochó haber propiciado aquella situación en la que ahora su hija sufría. Era lo que más le dolía, ver sufrir a su hija y sentirse responsable de ese dolor. E: Cariño… - la miró e hizo que se incorporara un poco para hablar con ella cara a cara – yo… he cometido muchos errores y no estoy dispuesta a seguir cometiéndolos – soltó ante la mirada de una Paula que no sabía hacia dónde quería llegar su madre – eres la persona más inteligente que conozco – sonrieron levemente ambas – sé que tienes tu propio criterio y que harás lo mejor para ti… siempre he confiado en tus decisiones, a pesar de tener doce años, a veces me asusta lo adulta que eres – le acarició el rostro – y… por eso sé que sabrás hacer lo correcto, sabrás qué es lo que tienes que hacer… y yo aceptaré tu decisión, sea la que sea… P: Pero es que no sé qué tengo que hacer – repitió algo angustiada por todo lo que le pasaba por la cabeza. E: Shh… tranquila – dijo sonriéndole con amor – solo tienes que hacer lo que te salga de aquí – siguió llevando la mano a su corazón – lo que te diga esto… ya está… Paula asintió, se quedó callada y volvió a abrazarse a su madre. Esther la envolvió entre sus brazos, esperando que dijera algo más, preguntándose qué pasaría a partir de ahora y jurándose a sí misma que esta vez, no volvería a dejarse llevar por el odio o el rencor, esta vez, haría las cosas bien, apoyaría a su hija, tomara la decisión que tomara, porque no estaba dispuesta a verla sufrir. Se quedó pensando en todo lo que había pasado y se dio cuenta que algo había cambiado en ella. Que, tras aquel beso en la sala de enfermeras del hospital, de una manera que aún no entendía, todo había cambiado, no sabía hasta qué punto aquel beso había sido para bien o para mal, pero lo que tenía claro era que ya estaba cansada de tanta guerra interna, de tanta lucha con ella misma y por primera vez en mucho tiempo, quería estar en paz, hacer las cosas bien por una vez y no seguir alimentando la ira. P: ¿Te decepcionaría si te dijera que me gustaría conocer a… a Lucía? – preguntó con algo de miedo por la respuesta de su madre, con un hilo de voz y un nudo en la garganta. E: No… - cerró los ojos un segundo antes de contestar – claro que no… - terminó de decir abrazándola aún más. Para después, dejar caer un par de lágrimas silenciosas pues sabía que ya nada iba a ser igual… que “el cambio” había comenzado y no tenía ni idea de hacia dónde las llevaría. Maca llegó a casa decaída, la conversación con Paula había hecho que su ánimo quedara por los suelos. Si lo pensaba, era normal que reaccionara así, al fin y al cabo ¿quién era ella en su vida? Tan solo una desconocida, hasta hacía unos días ni tan siquiera sabía que existía, era lógico que hubiera dicho lo que había dicho. Además de eso, lo ocurrido en el hospital, tampoco la dejaba tranquila. No podía creer lo que había hecho, no podía dejar de recriminarse sus actos. Había ido al hospital con la intención de encarar a Esther, nunca hubiera imaginado que terminaría besándola de la forma en que la había besado. No sabía lo que le había pasado, ni qué había ocurrido en su cabeza para que apareciera ese impulso irrefrenable de tenerla entre sus brazos. Era absurdo, ella la había olvidado hacía tiempo, tenía una mujer y una hija, no podía hacerles algo como aquello, no podía volver a cometer los mismos errores… pero era cierto que que había sido algo superior a ella, algo que ni tan siquiera había pensado, simplemente, de buenas a primeras se había visto saboreando esos labios que hacía doce años que no probaba… Abrió la puerta con la poca calma que le quedaba, tenía ganas de gritar, de llorar, de olvidarse del mundo entero, y soltar al viento todo lo que llevaba dentro. Forzó una sonrisa cuando Lucía llegó a ella con su sonrisa permanente para saludarla. La tomó en brazos y la abrazó, queriendo llenarse de ella todo cuanto podía y consiguió evitar que las lágrimas surcaran su rostro. Entró con Lucía en brazos al salón, donde Susana las miraba también sonriendo. A Maca casi se le cae el alma a los pies al ver a su familia, ajena a lo que había pasado y… y la culpa se hizo presente… ¿Qué debía hacer ahora? ¿Contarle a Susana lo que había pasado, sabiendo que había sido algo puntual, que no volvería a pasar y con la posibilidad de perderlas? ¿Callar y equivocarse una vez más, como aquella vez? La situación, para ella no era nada fácil, pero lo que sí tenía claro, quizás lo único que tenía claro, era que aquel beso no se volvería a repetir… Nunca. S: ¿Estás bien? – preguntó al ver su expresión. M: S… sí – contestó sacando una nueva sonrisa – claro que sí – se acercó, aún sin soltar a Lucía y besó a su mujer a modo de saludo - ¿Qué le parece a mis chicas si nos vamos al parque? L: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! – soltó lucia saltando en brazos de su madre – ¡parque! ¡parque! M: Pues venga – la dejó en el suelo – ve a por tus patines – le dio un cariñoso cachete en el culo y la pequeña salió corriendo - ¿te apetece? S: Sí, claro – dijo sin mucho entusiasmo “y si no me apetece da igual, últimamente en esta casa no se cuenta con mi opinión” se mordió la lengua para no poner en palabras aquel pensamiento. M: Ey… - la paró al ver su rostro, tomándola de la cadera y acercándola a ella - ¿Qué pasa? S: Nada… M: Cariño – hizo que la mirara - ¿Qué ocurre? – volvió a preguntar. S: Nada, Maca, no pasa nada – se soltó y fue hacia el dormitorio. Maca se sentó en el sofá, sabía que lo estaba haciendo todo mal una vez más y lo peor, era que no sabía hacerlo mejor. Se tapó la cara con las manos sin saber qué hacer. Agobiada y asustada por todo lo que se le venía encima y sintiéndose realmente perdida. Lucía llegó corriendo hasta ella, abrazándola y besándola varias veces, tras ella, una más seria Susana salía con las chaquetas de la niña y la suya propia. La miró un segundo, bajó la mirada y finalmente, tomando la mano de su pequeña salieron de casa en dirección al parque. Allí, Lucía, después de que Susana la ayudara a calzarse, comenzó a patinar, dejándolas a ambas sentadas en uno de los bancos. Miraban a su hija cómo disfrutaba del patinaje y estaban pendientes de que no se alejara demasiado. M: ¿Me vas a decir qué te pasa? – preguntó harta de tanto silencio que no hacía más sino aumentar más su agobio. S: ¿De verdad te importa lo que me pase o me deje de pasar? – preguntó demasiado seria para que Maca lo ignorara. M: ¿Cómo me preguntas eso? – dijo frunciendo el ceño – claro que me importa, eres mi mujer. S: Ya… pues parece que últimamente se te está olvidando – soltó, no sabía qué le había llevado a hablar, lo que sí sabía era que ahora, posiblemente no podría callar y más le valía morderse la lengua de nuevo… M: ¿Me quieres decir de una vez qué es lo que ocurre? – insistió. S: Ocurre que últimamente te olvidas de que tienes una familia – soltó ante el estupor de Maca – ocurre que ya no piensas en nosotras… en mí, ni en lo que pueda sentir o dejar de sentir, ni en lo que me pueda parecer todo esto… - siguió – ocurre que me estoy hartando de toda esta situación. M: ¿¡Qué me estás contando!? – preguntó sorprendida… era lo último que le faltaba, que Susana se mostraba de aquella forma con ella. S: Lo que te estoy contando es que parece que yo no existo en toda esta historia – soltó – estoy callada, intentando apoyarte, intentando que hables conmigo y no me cuentas nada, no me dices nada y parece que ya ni tan siquiera te importa lo que me pase… M: Eso no es cierto… S: ¿Ah no? – la miró ahora ella con el ceño fruncido - ¿Te has parado a pensar en lo que me pueda parecer todo esto a mí? ¿Te has preguntado cómo me puede estar afectando toda esta historia? No, ¿verdad? – siguió – De la noche a la mañana me entero de que mi mujer tuvo una hija con otra, de la que jamás me ha hablado y me doy cuenta de que no tiene la suficiente confianza conmigo como para habérmelo contado antes – siguió. M: ya te dije que sentía no habértelo dicho antes – se excusó. S: Ya no se trata de eso – sonrió con tristeza. M: ¿Entonces de qué se trata? Porque te juro que no sé a dónde quieres llegar… - contestó ella agobiándose aún más. L: ¡Mami mira! – escucharon ambas como Lucía las llamaba, las dos, a la vez, miraron a su hija y sonrieron ara luego volver a quedarse calladas. S: Esto me está superando – siguió – me viene grande Maca… - su mujer la miró – yo… no sé si voy a poder con esto… no haces más que pensar en Paula, parece que te olvidas de que tienes una familia, no paras a pensar en el daño que puede estar haciéndonos esto… En tu cabeza tan solo están Paula y el “odio” que le tienes a Esther – Maca bajó la cabeza – no me has preguntado qué me parece todo esto, ni cómo estoy con todo esto… - bajó la cabeza – Joder, ni siquiera sé cómo reaccionar cuando Paula venga a vernos… M: Ya… - dijo mirándola con seriedad, porque lo último que esperaba era que Susana se mostrara de aquella manera, porque necesitaba su apoyo para seguir con todo aquello y no esa sarta de reproches que no esperaba – pues puedes estar tranquila… Paula no quiere saber nada de mí – Susana la miró súbitamente, Maca no le devolvió la mirada, simplemente se levantó y fue a buscar a su pequeña. S: Mierda… - murmuró Susana, sintiendo que había metido la pata al hablarle como le había hablado, al decirle todo lo que le había dicho, más, después de lo que le había dicho. Cuando llegaron a casa lo hacían en absoluto silencio. La única que daba algo de conversación era una cansada Lucía que sonreía pidiendo volver al día siguiente al parque. Bañaron y dieron de cenar a Lucía, Maca fue a acostarla mientras que Susana se quedaba haciendo algo de cena para ellas. M: Te lo iba a contar – comenzó a decir Maca en el quicio de la puerta de la cocina, mientras que Susana ni tan siquiera la miró – pero antes quería pasar la tarde con vosotras, de manera tranquila… sois mi familia, por supuesto que no me olvido de eso – dijo sin atreverse a acercarse – sé que esto no es fácil para ti, que quizás no estoy haciendo bien las cosas… pero no sé cómo hacerlo mejor… no lo sé… Se quedó callada, esperando que dijera algo, Susana había dejado la cena y la escuchaba sin darse la vuelta. Maca suspiró, se acercó a ella pero no se atrevió a tocarla. Su mujer volvió a la cena, Maca, viendo que Susana no mostraba demasiado retraso, terminó por acercarse, posando la mano en su cintura apagó la vitrocerámica. M: ¿Podemos hablar, por favor? – preguntó. S: Está bien – dijo tras suspirar, cogiendo un trapo para limpiarse la mano y sentándose en la mesa de la cocina. M: Me conoces, Susana – comenzó a decir sentándose frente a ella – sabes cómo soy, sabes cómo me cuesta hablar de mis cosas – continuó – sabes que se necesitan más de mil sacacorchos para que por fin hable de mí… me conociste así – siguió – te enamorarse de mí así… pero eso no significa que no me importéis… claro que lo hacéis y ahora mismo os necesito muchísimo a ti y a Lucia… más ahora… después de lo que ha pasado hoy yo… - bajó la cabeza… S: ¿Qué ha pasado? – preguntó con un hilo de voz. M: Paula lo sabe todo… - continuó diciendo – esta mañana he hablado con ella y básicamente me ha dicho que no quiere verme… ni tan siquiera me dará la oportunidad de conocerla, así que… - se elevó de hombros dejando escapar una lágrima – si te preocupa no saber cómo reaccionarás con paula, supongo que puedes estar tranquila… S: Tampoco es eso – tomó las manos de Maca entre las suyas – no me gusta que estés mal y sé que esto te hace mal… hemos hablado mil veces de esto Maca, no puedes comértelo todo, no puedes tragártelo todo tú sola… necesitas hablar de tus cosas… estoy aquí contigo – dijo tomando su mentón para que la mirara. M: Se me da fatal hablar de mí – contestó – lo sabes… no me gusta, no me gusta agobiar a nadie con mis problemas, mucho menos a ti… S: No se trata de agobiar… - siguió – se trata de que soy tu mujer, de que podemos hablar de cualquier cosa, de que quiero estar a tu lado, apoyarte y escucharte, se trata de confianza… M: Confío en ti – aseguró – de verdad que lo hago… S: Lo sé – afirmó con la cabeza – y también sé que necesitas tus tiempos para hablar, que necesitas procesarlo todo en tu cabeza y quizás yo estoy agobiándote con todo esto… no lo sé, supongo que yo tampoco sé hacerlo mejor – se encogió de hombros. M: Nos estamos cubriendo de gloria ¿eh? – esbozó una leve sonrisa. S: Eso parece – contestó de igual modo. M: ¿Te puedo dar un beso? – preguntó mirándola con ojos cristalinos, Susana, se acercó a ella y como respuesta atrapó los labios de Maca entre los suyos en un beso lento y tranquilo… muy diferente a aquel otro que esa mañana había compartido con Es… - Hay… hay otra cosa que quiero contarte – dijo finalizando de manera suave el beso. S: Dime – acarició sus labios con los dedos. M: Esta mañana… después de hablar con Paula… estaba histérica – afirmó – dolida y muy enfadada… no sabía qué hacer… – continuó. S: Es normal, cariño – acarició ahora su mejilla – ha debido ser muy duro para ti escuchar a tu hija decirte eso. M: Sí… mucho – bajó la cabeza de manera culpable – por eso fui… fui a ver a Esther… - terminó de decir. Susana se quedó en silencio, su rostro cambió radicalmente y lentamente se levantó de su asiento. S: Me voy a acostar… se me ha quitado el hambre – dijo dejando a Maca a cuadros. M: Susana – la llamó – tengo que… S: No – la cortó – hazme un favor – dijo con seriedad – de Paula puedes hablarme lo que quieras, de Esther no me digas absolutamente nada – dijo en un tono serio e incluso amenazante. M: Pero… S: Nada – repitió antes de salir de la cocina, dejando a Maca con un palmo de narices y sorprendida ante aquella reacción. “¡Genial!” Pensó tapándose la cara con las manos, para una vez que quería ser sincera, que incluso estaba dispuesta a contarle lo de aquel beso, intentando no volver a cometer los errores del pasado, sabiendo que quizás eso resintiera aún más su matrimonio, era Susana la que no la dejaba hablar… “Quizás sea mejor así, Maca” se dijo a sí misma “al fin y al cabo ese beso ha sido un error, una estupidez que no volverá a repetirse”. Durante las siguientes semanas, Paula se centró de nuevo en sus estudios, intentando así evadirse de todo aquello que la rodeaba. Sí, quería conocer a Lucía, pero también sabía que eso no lo lograría sin acercarse a Maca, y eso, en ese momento, era algo que no podía hacer. No sabía cómo hacerlo, no tenía ni idea de cómo enfrentarse a ella. Para ella, Maca era una total desconocida y aunque en realidad fuese su madre no la conocía ni podía tratarla como tal… Maca, se pasó las semanas observándola de lejos, mientras daba clases la veía atenta a las explicaciones, metida en sus apuntes y se dio cuenta de que sus participaciones en clase habían bajado considerablemente. Su ánimo se había desinchado con la facilidad de un globo para expulsar el aire y en casa, salvo con lucía, las cosas no iban mejor. Tras aquella conversación con Susana, parecían haberse alejado más que antes. La apoyaba, sí, pero de una manera que distaba mucho de lo que ella había imaginado. En realidad la entendía, había hecho las cosas terriblemente mal y ahora debía seguir pagando sus errores… Esther, por su parte, estuvo esas semanas pendiente de su hija, no volvió a hablar del tema, Paula tampoco lo sacó, pero sí le mostraba que estaría con ella tomara la decisión que tomara, por una vez en mucho tiempo iba a hacer las cosas bien y no sería ella quien cometiera más estupideces. Rememoraba aquel beso en la sala de enfermeras y una parte de ella odiaba a Maca por hacerle sentir tantas cosas al mismo tiempo que la seguía amando como el primer día. Pero pesaba mucho el dolor, el daño causado y toda la rabia como para declararlo abiertamente… de una manera absurda seguía aferrándose al sentimiento de odio que aún mantenía en su interior, queriendo así, no volver a sufrir por una amor que ya, no sería de nuevo correspondido. Ese día, comenzó como otro cualquiera. Se levantó temprano, se dio una ducha, se arregló y preparó el desayuno para ambas. Paula entró en la cocina ya vestida y desayunaron con calma. Tras esto, la llevó a la universidad, la dejó en la puerta, le dio un beso, como todos los días y esperó a que entrara para poner rumbo al hospital. E: Buenos días, Teresa – saludó como cada mañana, sacando una sonrisa a esa mujer que en el poco tiempo que llevaba en el hospital se había ganado su cariño. T: Buenos días, hija – contestó al saludo dándole el parte para que firmara – ¿Qué tal tu hija? E: Pues muy bien – le dijo – la he dejado en la facultad. T: Aún me sigue sorprendiendo eso de que tengas una niña tan pequeña en la universidad – le comentó mientras recogía el parte de entrada que le devolvía Esther. E: Ya… yo a veces también me sigo sorprendiendo por su inteligencia – contestó – bueno, voy para adentro a ver qué tenemos hoy. T: Pues está todo muy tranquilo – afirmó. E: Mejor – contestó para irse después con una sonrisa. Llevaban dos horas de turno y la verdad era que estaba todo demasiado tranquilo. Apenas un par de casos no muy graves habían requerido su presencia. Había hecho el pedido de farmacia, había cambiado el gotero a un par de pacientes e incluso se había tomado tiempo para hacer un crucigrama en la sala de médicos. Al igual que ella, muchos de sus compañeros estaban bastante aburridos, parecía que ese día, nadie quería pasar por urgencias. - Por favor – dijo un hombre entrando en urgencias junto a un chaval de no más de ocho años, en brazos – necesitamos ayuda. T: Un momento – dijo al ver a aquel hombre que parecía desesperado – guille una camilla y avisa al pediatra – le ordenó al celador. E: ¿Qué ha pasado? – preguntó Esther llegando hasta ellos al verlos entrar en rotonda. - Mi hijo tiene una cardiopatía, hoy se encontraba peor y no ha ido al colegio… de pronto se desplomó – contestó aturdido y nervioso. E: Enseguida viene el médico, no se preocupe – dijo comenzando a cogerle vías al chaval y a ponerle los electrodos. Pedi: ¿Qué ha ocurrido? – preguntó el pediatra entrando en el box. E: El padre dice que se ha desplomado en casa – contestó ante el mutismo del padre que no quitaba ojo a su hijo – tiene una cardiopatía. Pred: Vale, analítica completa – miró al padre – Y electro también – le pidió a Esther – y por favor, salga fuera – habló al padre – no puede estar aquí. - Quiero estar con él – rogó. E: Hágale caso – dijo con amabilidad – está en buenas manos… El padre salió del box, quedándose en la misma puerta atento a todos los movimientos de aquel médico y de la enfermera que atendían al pequeño. Dentro, Esther y el pediatra se afanaban en estabilizar a aquel chaval. Varios minutos después, tanto Esther como el médico salían de nuevo al tiempo que un par de celadores se llevaban la camilla. - ¿Dónde lo llevan? – preguntó. Pedi: Lo llevamos a la UCI – afirmó ante el estupor del padre – vamos a hacerle unas pruebas más, pero es muy posible que su hijo necesite un trasplante. - ¿Cómo que un trasplante? – quiso saber. Pedi: Su corazón está muy débil… - siguió – y es posible que una de las válvulas no esté funcionando como debería – mientras hablaba miraba los papeles que tenía entre las manos – de todos modos hasta que no tengamos todas las pruebas no puedo decirle más – firmó algunas órdenes y se las dio a Esther – que le den prioridad – le pidió – Luego le busco – dijo para despedirse del padre y comenzando a alejarse de ellos. E: Venga conmigo – le dijo – le llevaré a ver a su hijo. Más de media hora después, Luis, el pediatra llevó a Pedro, el padre de aquel crío a la sala de médicos, ya con las pruebas en las manos y con algo de prisa pues tenía que coger un avión, comenzó a explicarle la situación del chico. L: Bien… - dejó un par de papeles sobre la mesa – verá, la situación de su hijo es extremadamente delicada – comenzó a decir – como ya le adelantamos, necesita un trasplante cuanto antes – continuó – le hemos puesto el primero de la lista de trasplante. P: Bien… háganle ese trasplante – contestó el hombre aparentando una tranquilidad que no tenía. L: El problema es que no sabemos cuánto tardará el llegar un corazón – soltó, Pedro bajó la cabeza – podríamos intentar poner un corazón mecánico, eso nos daría tiempo para esperar a que l legara… P: Vale, vale, pues háganlo – apremió. L: No es tan fácil – continuó el pediatra – Es una operación muy delicada, en niños apenas tiene un precedente en España, tampoco sabemos si su hijo aguantará la operación – lo miró bajando la cabeza – Además de ser una operación muy costosa que no creo que el hospital pueda permitirse. P: Espere… espere… ¿me está hablando de dinero? – preguntó sorprendido - ¡Me está diciendo que mi hijo puede morir y usted me habla de dinero! – gritó enfurecido. L: Le estoy diciendo que deberíamos esperar un poco más para ver si aparece un corazón para su hijo – contestó manteniendo la calma. P: ¿Y no va a hacer nada? – quiso saber, en el mismo tono - ¿¡Va a dejar que mi hijo muera habiendo una posibilidad!? – siguió diciendo fuera de sí - ¡Dígame hijo de puta! – gritó tomándole por las solapas de la bata. L: Suélteme – contestó con seriedad, logrando soltarse de él – lo lamento mucho, pero ahora mismo lo único que podemos hacer es esperar – terminó de decir, el hombre se dejó caer de nuevo en la silla, el pediatra, recogiendo sus cosas y casi con algo de indiferencia se acercó a la puerta – Tengo que marcharme. Lo lamento. Dicho esto Luís se marchó, dejando a un Pedro absolutamente fuera de sí en el gabinete. Ausente, con la mirada ida, como si fuera un loco, Pedro salió de aquella sala con tan solo un pensamiento en la cabeza: Las palabras de aquel médico que parecía que iba a dejar morir a su hijo… Andando por inercia, con los ojos inyectados en dolor, salió del hospital dejando atrás a su pequeño. Luís, con rpisas recogía sus cosas del despacho, debía acelerar sus movimientos si quería llegar con tiempo al aeropuerto. Tenía una conferencia bastante importante en Londres, algo por lo que había estado trabajando desde hacía casi dos meses y que sabía, le abriría muchas puertas en el extranjero. Terminó de recoger, metió su ordenador en la funda y salió despidiéndose de Teresa quien lo miró con una ceja alzada al ver que se marchaba antes de su hora. E: Teresa, ¿Has visto a Luís? – le preguntó cerca de una hora después – no se ha pasado a ver al chico del trasplante y está peor… T: Se fue hace un rato – la miró con extrañeza – me pareció raro pero creo que Javier sabía que se tenía que marchar. E: Genial… ¿Y el pediatra de guardia? – volvió a preguntar. T: Aún no ha llegado – contestó E: Estupendo… me encanta la profesionalidad de algunos – soltó enfadada con aquel estúpido médico más preocupado en su prestigio que en la vida de un pequeño – voy a buscar a Javier, esto no puede quedarse así. Tal y como lo dijo volvió a urgencias. Encontrándose con Claudia quien la paró pidiéndole un par de pruebas. Tras ponerla al corriente de lo ocurrido, Claudia decidió acompañarla, pues tenía también un par de quejas sobre dicho médico y así, presentarían el problema juntas. En ese mismo momento, un totalmente fuera de sí Pedro, entraba de nuevo en el hospital, miraba hacia todos lados, como buscando a alguien y al mismo tiempo parecía destilar odio por sus ojos. Pasó por recepción sin tan siquiera pararse, Teresa, quien en ese momento estaba entretenida hablando con alguien ni tan siquiera se dio cuenta de que entraba sin ser visto. Deambuló por urgencias, buscando a aquel cabrón que se hacía llamar Pediatra, no lo encontró, tan solo un montón de médicos, enfermeras y pacientes se cruzaban con él, siguió vagando por el hospital, subió un tramo de escalera y se quedó parado al diferenciar a aquella enfermera que había atendido a su hijo. P: ¿Dónde está el pediatra? – preguntó para la sorpresa de Esther y Claudia. E: Pedro… te he estado buscando – contestó acercándose a él. P: ¿Dónde… está… el pediatra? – repitió la pregunta con más lentitud. E: Ha… ha tenido que salir – respondió mirándolo con extrañeza. P: Se ha ido… jajaja – comenzó a reír - ¡Se ha ido! – Bruscamente se puso serio - ¿es usted médico? – Le preguntó a Claudia quien lo miraba algo descolocada - ¿¡Que si es usted médico!? – repitió la pregunta elevando el tono. C: Sí, lo soy – afirmó. P: Bien… - sacó una pistola y las apuntó. Tanto Esther como Claudia se quedaron absolutamente congeladas – pues las dos delante de mí – dijo haciendo un gesto para que comenzaran a anda – vamos a la habitación de mi hijo… y sin hacer ninguna tontería ¿me habéis oído? – preguntó acercándose a Esther, tomándola del brazo, la enfermera se quedó rígida al sentir el cañón de aquella pistola sobre un costado – como lo intentes la mato – le dijo a Claudia que en una fracción de segundo hizo amago de salir corriendo. Cuando llegaron a la habitación, Pedro dio, entre lágrimas un beso a su hijo. Claudia y Esther se miraban con miedo en los ojos, no sabían qué iba a hacer ese hombre pero lo que sí tenían claro era que poco podían hacer ellas por aquel pequeño. P: Vamos a llevarlo a un quirófano – les pidió sin dejar de mirar y acariciar el rostro de su hijo. C: No creo que… P: ¡Que lo llevéis a un quirófano! – gritó encañonando a Claudia - ¡¡Ahora!! Ante aquel alarido tanto Claudia como Esther dieron un bote asustadas. Para después, aún con la pistola apuntándolas alternativamente a ambas comenzar a mover la cama del pequeño. Salieron al pasillo, cruzándose con alguna enfermera y manteniéndose en silencio por orden de Pablo. Algunos las miraban extrañados y justo cuando estaban a punto de llegar al quirófano Guille se cruzó con ellas algo extrañado. G: ¿Dónde lo lleváis? – preguntó – ya podíais haberme avisado. E: No… no hace falta Guille – dijo mirando a Pedro quien con tan solo mirarla le dijo que se deshiciera de él – vamos al quirófano cuatro. G: No hay ninguna operación en ese quirófano, ni siquiera está preparado – contestó más contrariado. C: Ya… es… es una urgencia – afirmó. G: ¿Va todo bien? – preguntó mirándolos a los tres alternativamente. P: A ver niñato – soltó – ya te han dicho dónde vamos, lárgate. G: ¿Qué está pasando aquí? – preguntó ahora ya con la certeza de que algo no iba bien. E: Guille, no pasa nada, vuelve a urgencias – le pidió Esther. G: No, no me voy hasta que no me digáis qué está pasando aquí – dijo envalentonándose. P: ¡¡que te largues imbécil!! – Sacó el arma y Guille se quedó parado – fuera. Guillermo miró a sus compañeras quienes, con la mirada, le rogaban que le hiciera caso, alzó las manos, mirando ahora a Pedro y sin saber muy bien qué hacer, intentó mantener la calma. G: Vale… vale tío, me voy – dijo dándose la vuelta, esperando a que aquel hombre bajara la guardia y en un movimiento rápido se volvió intentando ir hacia él. El disparo sonó en medio hospital, muchas enfermeras, celadores y médicos quedaron un segundo parados por aquel petardazo. En cuestión de segundos, algunos compañeros que se encontraban cerca, corrieron hacia el lugar del disparo y se encontraron con un Guillermo en el suelo mientras que a lo lejos, Esther, Claudia y un hombre armado corrían arrastrando una cama hasta entrar en uno de los quirófanos cerrando la puerta y bloqueando la entrada. Dentro del quirófano, ante con rapidez, Pedro, de la mochila que llevaba colgada al hombro, sacaba algo que hacía que el miedo de Claudia y Esther aumentaran considerablemente. El hombre comenzó a manipular el artefacto, comentando a conectar cables, amasando algo que sin serlo, parecía plastilina. E: ¡Está usted loco! – soltó sin poder remediarlo - ¿Qué es lo que está haciendo? P: Voy a salvar la vida de mi hijo – contestó – algo que ustedes se niegan a hacer. E: ¿Y va a hacerlo matando a todo el mundo? – decía sin poder callarse presa del miedo y los nervios. C: Esther… cállate, por favor – le pidió una aterrada Claudia. E: ¡No! Las cosas no se hacen así, ¿qué pretende? ¿Matar a todo el mundo? P: ¡Hazle caso a la doctora y cállate! – elevó la voz, levantándose para encararla con chulería. E: ¿¡No se da cuenta de lo que está haciendo!? – gritó fuera de sí. P: ¡que te calles! – dijo ido y con la culata de la pistola le dio un golpe a Esther que la hizo caer al suelo, justo al lado de Claudia notando como el sabor metálico de la sangre que emanaba de su labio - Vais a hacer todo lo que yo os diga – siguió diciendo agachándose de nuevo – esto, por si no lo sabéis es una bomba – Tanto Claudia como Esther enmudecieron – sé lo que hago, soy un militar retirado que no tiene nada que perder si mi hijo muere, así que no me toquéis mucho los cojones – terminó de decir en tono amenazante. En la universidad, en su despacho, Maca revisaba varias cosas mientras que preparaba la clase siguiente, cuando una Ana algo nerviosa irrumpió en el despacho sin tan siquiera llamar a la puerta. M: Adelante – dijo un tanto sarcástica – no estaba haciendo nada que me pudieras interrumpir. A: ¿No has escuchado la radio verdad? – le dijo - ¿Ni has leído las noticias en internet? M: Pues no – contestó con calma – yo cuando trabajo suelo hacerlo en silencio no como otras… A: Ya, vale – dijo buscando algo en el ordenador de Maca sin hacer caso a sus protestas – pues mira – pinchó en una noticia de última hora que enlazaba un video. “Hace apenas una media hora, un hombre, armado ha entrado en el Hospital Centra, ha herido a un celador y ha retenido a una doctora y una enfermera. La policía ha acordonado la zona y ha desalojado gran parte del hospital. Aún no sabemos las motivaciones que ha llevado a este hombre a realizar tal cosa y tampoco tenemos constancia de que se haya puesto en co ntacto con la policía” En la cafetería, mientras hacían tiempo para la siguiente hora, Paula le explicaba a alguno de sus compañeros un par de cosas que no terminaban de entender. Sara, a su lado, tomaba un café con tranquilidad, elevó la vista y pudo ver, en la televisión de la cafetería algo que llamó su atención. S: oye… ¿ese no es el hospital en el que trabaja tu madre? – preguntó a Paula quien elevó la cabeza. P: Sí… - dijo quedándose con la mirada fija en la pantalla. S: ¿Qué habrá pasado? – se preguntó. P: No lo sé – contestó comenzando a sentir algo de miedo, al ver tal cantidad de policías cercando el hospital. Se levantó y se acercó a la barra, llamó a un camarero sin quitar ojo a la pantalla y seguida de una Sara que comenzaba también a asustarse - ¿Puedes subir el volumen? – le pidió al chico. “Nos encontramos en el Hospital Central de Madrid donde un hombre mantiene retenidas a una enfermera y una doctora a punta de pistola. La policía está ha comenzado con un operativo con el fin de resolver esta situación lo antes posible. Aunque aún no han conseguido contacto con el secuestrador. Lo único que podemos decirle es lo que ha pasado hasta ahora. Este hombre ha entrado armado, retiene, como ya hemos dicho a dos trabajadoras del hospital y ha herido a un tercero. En cuanto tengamos más información, les informaremos”. S: Seguro que tu madre está bien – le dijo tomándola del hombro. P: Sí… seguro – contestó – voy a… a llamarla – dijo yendo de nuevo hacia su mochila buscando ese teléfono móvil que tan solo usaba para emergencias. M: No, no señorita no vuelva a colgarme – decía con impaciencia al teléfono mientras que Ana la miraba cruzada de brazos justo frente a ella – Solo quiero que me diga si Esther García ha salido del hospital – continuaba diciendo - ¿Cómo que esa no puede darme esa información? – Dio un golpe en la mesa mientras Ana le pedía calma – Solo le pido un sí, o un no, joder que no es tan complicado – decía elevando la voz. En ese momento, unos pequeños golpes sonaron en la puerta, Ana abrió encontrándose con los ojos cristalinos y angustiados de una Paula que con el móvil en la mano miraba a Maca con atención. La profesora, al ver a su hija de aquel modo, colgó el teléfono y se acercó hasta ella. P: Mamá no me coge el teléfono – dijo con un hilo de voz – y en la tele dicen que una de las retenidas es una enfermera… he intentado llamar a Teresa pero tampoco me responde. M: Tranquila – dijo agachándose para estar a su altura – shhh… tranquila – acarició su mejilla – seguro que tu madre está bien. P: ¿Pu… puedes llevarme al hospital? – preguntó sin apenas ser consciente de que la estaba acariciando. M: Paula… no creo que ir al hospital sea lo mejor – dijo con calma y con un tono de voz maternal. P: Por favor… - le pidió – por favor… llévame al hospital… tengo que… tengo que ver a mi madre… - la lágrima que cayó por su mejilla pudo más que cualquier otro pensamiento en Maca, hizo amago de abrazarla pero no creyó que fuera conveniente. M: Está bien… te llevaré – dijo mirando a Ana que asintió con la cabeza. cogió su chaqueta, las llaves del coche y salió junto a Paula con pasos acelerados. En aquel quirófano, muertas de miedo, temblando por momentos, y sentadas a un lateral, Esther y Claudia miraban a un enloquecido Pedro que parecía pensar en lo que estaba ocurriendo al tiempo que no se separaba de su hijo al que le hablaba por momentos con un tono de voz dulce y sereno, muy diferente al que utilizaba cuando hablaba con ellas. C: Pedro… escúcheme – comenzó a decir Claudia intentando mostrarse tranquila – aún está a tiempo de arreglar esto ¿vale? No empeore las cosas… P: Las cosas ya están mal para mi hijo y ninguno de ustedes ha tenido compasión por él – las miró con rabia - ¿Por qué tendría que tenerla yo con ustedes? En ese momento, el teléfono del quirófano comenzó a sonar. Tapándose la cara con las manos esperó a que dejara de hacerlo. Al volver a repetirse la llamada, tomó a Esther del brazo y obligándola a levantarse le tendió el teléfono. P: Habla – ordenó. E: Ho… hola – dijo con la voz temblorosa. - Hola… soy Carlos Granados, psicólogo especialista en negociación de la policía – escuchó que decía ¿Con quien estoy hablando? E: Soy… soy Esther… Esther García – contestó. Ca: Muy bien, Esther – siguió diciendo con calma – no pasa nada, vamos a solucionar todo esto ¿vale? – Esther asintió sin apenas darse cuenta de que no se daría cuenta de ello – dime, ¿quién más está ahí contigo? E: Claudia… Claudia Castillo, Pablo y Pedro… P: Dile que quiero un corazón mecánico en veinte minutos – le dijo. E: Qui… quiere un corazón mecánico – continuó – tiene… tiene una bomba – dijo con la voz angustiada y en un susurro intentando que Pedro no la escuchara. P: ¡En veinte minutos! – repitió gritando. E: ¡En veinte minutos! ¡en veinte minutos! – repitió con miedo. Ca: Vale… veré lo que puedo hacer… E: Di… dice que verá lo que puede hacer – le contó a Pedro. P: ¡Joder! – le arrebató el teléfono – escúcheme bien negociador, como no tenga aquí un corazón mecánico en veinte minutos empiezo a disparar ¿queda claro? Ca: Tendrá que darme algo a cambio – contestó. P: No me tenga por un imbécil que no entiende cómo funciona esto – afirmó – usted no da las órdenes, las doy yo – siguió – veinte minutos. Ni uno más – tal y como dijo esto colgó el teléfono y empujó a Esther para que volviera a sentarse. Maca paró el coche cuando el control policial le impidió continuar circulando. Paula salió del vehículo y echó a correr hacia donde la gente se aglomeraba, apresurándose en coger las cosas y cerrar el coche, salió tras ella. P: ¡Teresa! – gritó al verla – ¡Teresa! – volvió a gritar. T: Paula… - dijo yendo hasta ella – Paula… cariño…. P: ¿Y mi madre? – preguntó - ¿dónde está? T: Pues… - miró a Maca y ésta cerró los ojos sabiendo lo que significaba aquella mirada. P: ¿Está dentro? ¿Es eso? – volvió a preguntar Paula que también interpretó a la perfección aquella mirada. M: Ven, Paula, vamos a… P: ¡No! – contestó cortándola – quiero quedarme aquí… M: Está bien… quédate con Teresa – aceptó – yo iré a hablar con algún policía. Mientras tanto, Claudia y Esther se miraban sin saber qué hacer. El miedo corría por sus cuerpos, ver a aquel hombre apuntándolas directamente a la cabeza y con una bomba junto a ellas era algo que siempre pensaron que tan solo pasaban en las películas pero al verse en aquella situación, era algo que superaba toda tensión cinematográfica. E: No puede hacer esto – murmuró – las cosas no se hacen así… P: Cállate – ordenó. E: ¿Qué clase de vida va a darle después de esto? – siguió preguntando. P: Eso no le incumbe – siguió – lo único que tendría que interesarles es prepararse para operarlo. Cl: ¿Operarlo? ¿Cómo operarlo? – soltó Claudia. P: Usted es médico ¿no? – preguntó retóricamente – Pues en cuanto llegue ese corazón mecánico o como sea que se llame le operará. Cl: yo… Yo no puedo operarle – dijo con miedo – no puedo… no soy pediatra, soy neuróloga no tengo ni idea de cómo se hace ese tipo de operaciones. P: No me mienta – siguió – he visto muchas series de esas de médicos y he visto como todos los médicos operan todo tipo de cosas… Cl: ¡Es… es ficción! – siguió – yo… no tengo ni idea de lo que hay que hacer… P: Pues tiene – miró el reloj – quince minutos para aprender – las miró – y aprenda bien, porque como mi hijo muera os mataré a las dos y volaré este hospital – siguió amenazando. En la calle, Maca hablaba con uno de los policías intentando saber qué era lo que realmente estaba pasando. El chico, apenas un novato se negaba a darle cualquier información, ella comenzaba a perder los nervios, más cuando al volver la vista hacia Paula la encontró llorando abrazada a Teresa. Se alejó un poco de aquel policía con la intención de ir hasta su hija cuando algo llamó su atención. Ca: Escúcheme, señor – le decía Carlos al que parecía estar al mando – ese hombre es inestable, está totalmente fuera de sí y no aceptará otra cosa que no sean sus órdenes – seguía diciendo – está desesperado… no tiene nada más que a su hijo, su mujer murió hace año y medio de un accidente de coche – decía leyendo el informe – dejó el ejército para cuidar a su hijo y es lo único que tiene… no dudará en matar si ve que nadie opera a su hijo… Ja: No dará resultado – Maca se centró en ese otro hombre que con una bata blanca que seguramente aún no se habría quitado al salir del hospital escuchaba con atención todo lo que decían – la que está dentro es Claudia Castillo, neuróloga, no pediatra, no sabrá hacer esa operación, estamos hablando de implantar un corazón mecánico a un chaval de ocho años… No puede hacerlo una neuróloga… Po: ¿Y dónde cojones está el pediatra de su hospital? – preguntó. Ja: He tratado de localizarle, pero salía hacia Londres hoy mismo – continuó. Po: Entonces entraremos – dijo llamando a alguien – y le reduciremos. Ca: Señor, eso podría hacer que matara a alguien o… detonar la bomba… Maca los miraba confundida, no sabía qué tenía que hacer, la situación, realmente era peor de lo que se habría imaginado. Miró de nuevo a su hija, cerró los ojos, como intentando pensar en lo que tenía que hacer y no supo por qué, no supo qué fue lo que la hizo reaccionar pero de pronto se vio acercándose a aquellos hombres. M: Yo puedo operarle – soltó haciendo que todos se quedaran mirándola asombrados – soy Macarena Fernández, cirujana pediátrica. Puedo... puedo operarle – repitió, para asombro de todos y de ella misma. Después de varias negativas por parte del agente al mando, de varios consejos por parte de Carlos y de la aprobación de Javier que lo único que quería era que todo acabara y que sus compañeras salieran sanas y salvas de allí, lograron que el policía diera su consentimiento siempre y cuando uno de sus agentes fuera con ella. Blanca, una agente con conocimientos de enfermería sería la encargada de acompañarla. M: Vale… vale – dijo comenzando a darse cuenta de lo que había hecho – voy a… a necesitar el informe del niño y… necesitamos un anestesista… J: Claudia tiene conocimientos en anestesias – comentó Javier – creo que estuvo haciendo parte de la residencia con ellos. M: Bi… bien, vale – siguió diciendo, alguien le pasaba el informe del chico. J: Yo te voy a acompañar – dijo ante la mirada de los policías, al ver el nerviosismo de aquella mujer a la que acababa de conocer. Po: No creo que tanta gente allí sea necesario – soltó el policía. J: Soy el director de este hospital y si alguien entra yo voy a entrar – dijo con firmeza – además, soy cardiólogo… - afirmó – y aunque no sea cirujano estoy seguro de que ayudaré bastante. M: Sería de gran ayuda – continuó diciendo – eh… discúlpenme… mientras ustedes lo preparan todo yo tengo que… - miró hacia Paula – tengo que hacer una llamada. Se alejó de ellos, con el rostro casi desencajado, no sabía por qué lo había hecho, no había pensado en lo que podía pasar, simplemente había soltado aquello y ahora se daba cuenta de las dimensiones de sus actos. M: Paula… - se agachó frente a ella – escúchame… - le pidió – vas… vas a tener que quedarte con Teresa un rato, ¿vale? P: ¿Y mamá? – preguntó entre lágrimas. M: Te prometo que tu madre estará bien – afirmó – pronto terminará esto ya lo verás… - quiso acercarse, darle un beso y un enorme abrazo pero se contuvo cuando Paula volvió a abrazarse a Teresa – Vale… vale… - dijo levantándose y sacando su móvil. Buscó en la agenda y se llevó el aparato al oído – Ho… hola – dijo una vez Susana contestó. S: Hola, cariño – contestó al otro lado - ¿Qué tal el día? – quiso saber. M: Bien… bien… - cerró los ojos - ¿Está Lucía contigo? – quiso saber. S: Maca… Lucía está en el cole – le recordó – aún queda una hora para ir a recogerla. M: Es… es verdad… tienes razón – dijo llevándose una mano a la frente – Oye… ¿Has visto las noticias? S: Sí, es increíble lo de ese hombre – afirmó – no sé hasta dónde puede llegar la desesperación de las personas. M: Ya… Verás… estoy en el Central – le dijo. S: ¿Tú? ¿Y por qué estás allí? – se puso nerviosa. M: Esther es una de las enfermeras que tiene retenida – soltó y antes de que pudiera decir nada más siguió hablando – Estoy aquí por Paula… S: Ya… por Paula – dijo un tanto seria. M: La cosa es que… necesitan a un cirujano pediátrico que entre a operar al chico – siguió diciendo. S: ¿¡Qué me estás contando!? – se quedó de piedra - ¿No irás a entrar, verdad Maca? – no recibió respuesta - ¡Maca! ¿Vas a entrar? M: Yo… S: ¡No tienes que entrar! – siguió ella – hay miles de pediatras en Madrid – continuó – no tienes que entrar tú, si llevas años sin operar ¡Joder Maca! M: Tengo que… tengo que hacerlo… por Paula ¿Entiendes? S: ¿Por Paula o por Esther? – respondió. M: Susana… por favor… - pidió para que no siguiera por ahí – tengo que hacer esto… ¿vale? – siguió – y… joder… sé que lo hago todo fatal, pero… te prometo que intentaré hacer las cosas mejor… te lo prometo. S: Maca, por favor no entres – ahora fue ella quien rogó – por favor… M: Dale… dale un beso fuerte a Lucía ¿sí? – suspiró profundamente – Os quiero mucho… Colgó antes de que Susana le dijera algo más, porque no podía escucharla, no ahora, no sabía qué pasaría allí pero de lo que sí estaba segura, al volver la vista de nuevo a Paula era de que aquello, aunque fuera la mayor locura de su vida, tenía que hacerlo. M: Vamos, Maca – se animó a sí misma – vamos… Po: Está todo preparado – le informó el policía – quiero que se ponga esto – le tendió lo que le parecía ser un chaleco antibalas – y por favor, tenga mucho cuidado… Ca: No le provoque, hágale caso en todo lo que diga, intente que se calme y no se siga alterando – siguió Carlos – lo único que quiere es salvar a su hijo, todo lo demás le da exactamente igual, limitase a operarlo y no haga nada que pueda hacerle perder el control. M: Vale… - decía de manera automática mirando de nuevo a su hija – cuando queráis… J: El equipo está en la puerta – dijo Javier – está todo preparado. M: Vamos… - tomó aire y comenzó a andar junto a Javier y una policía que junto a ellos, vestida de médico las acompañaba. P: ¡Maca! – escuchó el grito de Paula, se volvió y quedó con la vista fija en su hija, ninguna de las dos dijo nada, ni tampoco se movió, pero para Maca, aquella mirada era mucho más de lo que jamás había soñado. Entraron en el hospital de manera lenta, llevando con ellos todo lo que necesitaban para la operación. Maca temblaba ligeramente, aunque intentaba mantenerse serena. Cuando llegaron por fin a la puerta de aquel quirófano llamaron un par de veces esperando que abrieran. La puerta del quirófano se abrió dejando ver a una Esther que siendo encañonada por una pistola en la cabeza dejaba caer lágrimas y se quedaba absolutamente asombrada al ver a Maca allí. La pediatra, al verla, sintió que algo se rompía dentro de ella. Verla de aquella mirada, tan terriblemente asustada, tan increíblemente vulnerable le llegó tan hondo que casi le costó respirar. P: ¡Eh! – gritó pedro tras ella - ¿Quién coño sois? – preguntó con el detonador en la mano amenazando con apretarlo. M: Tran… tranquilo, ¿vale? – elevó las manos – soy… soy Macarena Fernández… soy Pediatra y… puedo operar a su hijo – afirmó. P: ¿Y ellos? – quiso saber, señalándolos con la pistola. M: Javier… es cardiólogo y me va a ayudar en la operación… ella es… es… Blanca… enfermera… P: Vale… - aceptó, pues todo lo que fuera para ayudar a su hijo, valía la pena – pero ella no entra – señaló a la policía. M: Ella tiene que entrar… necesitamos una enfermera – siguió. P: Ya tenéis una – dijo señalando a Esther – ella es enfermera. M: No – soltó para sorpresa de todos, Esther clavó la mirada en ella. Sus ojos se encontraron y el mundo dejó de existir. Javier la miró sin saber por dónde iba a salir y la policía se quedó sin saber qué hacer – tienes que dejar que ella se vaya – continuó diciendo sin apartar la mirada de una Esther que no sabía qué pensar y mucho menos qué hacer. P: ¡Una mierda! – soltó gritando – nadie va a salir de aquí. M: Entonces yo no operaré a su hijo – siguió diciendo sin achantarse. J: ¿Qué coño estás haciendo? – le murmuró Javier, al ver que Maca lo primero que hacía era saltarse todos los consejos que le había dado Carlos antes de entrar. P: ¡Usted no me amenaza! – Dijo apuntándola a ella con el arma. M: Puedo operar a su hijo – siguió sin hacer caso a nadie – puedo hacerlo y estoy dispuesta a ello – continuó – pero antes tiene que dejar que ella salga. Ese es el trato. Usted decide. M: Lo haré, si ella se va – respondió levemente – es un buen trato… ella por nosotros tres y la vida de su hijo – continuó – no sea tonto… El hombre se llevó las manos a la cabeza, intentando calmarse y pensar en todo aquello. La policía hizo amago de moverse y Javier la paró al darse cuenta de que aún mantenía el detonador en las manos y cualquier movimiento que hiciera podría hacer que lo pulsara. M: Mírela – pidió – está temblando, cansada, asustada y herida – siguió diciendo - ¿de verdad piensa que sería bueno para la operación de su hijo tener a una enfermera en esas condiciones? Pedro la miró, pudo ver que realmente temblaba de miedo, miró a su hijo y finalmente, tomó a Esther por el brazo con algo de brusquedad y la empujó fuera de aquel quirófano. Maca cerró los ojos aliviada, sintiendo que al menos, algo había hecho bien con ella. La enfermera comenzó a correr pasillo abajo y antes de girar la esquina pudo ver como los tres entraban en el quirófano. Salió con pasos dubitativos, asombrándose de la cantidad de policías que había allí, con la respiración agitada y tan solo con un único pensamiento, poder ver a su pequeña y abrazarla con todas sus fuerzas. P: ¡Mamá! – escuchó que gritaba Paula corriendo hacia ella. E: Mi niña – dijo arrodillándose en el suelo y llorando con intensidad – mi pequeña… P: ¡Mami! – exclamó aferrándose a ella. E: Estoy bien cariño – dijo al ver sus lágrimas – estoy bien – sonrió para calmarla – shh… ya está, estoy bien… P: Tenía mucho miedo – contestó arrastrando sus lágrimas. E: Lo sé cariño – continuó ella – estoy bien y estoy aquí contigo… P: Y… ¿Y Maca? – preguntó. E: Está bien… no le va a pasar nada ya verás – dijo con un nudo en la garganta – ya verás… Un policía se acercó a ellas, queriendo tomar declaración a Esther quien, llevando de la mano a su hija se acercó a Teresa con quien se fundió en un abrazo y le pidió que se quedara con Paula. Les relató a los agentes lo ocurrido desde que Pedro entrara en el hospital, les contó cómo había llegado a retenerlas y finalmente, les contó qué era lo que había hecho Maca para lograr que ella saliera, en ningún momento dejó de repetir un “está loca” que parecía hacerse dueño de su cabeza, de su garganta y que la seguía manteniendo en tensión. Dos horas después. El silencio era bastante tenso. Tan solo roto por las indicaciones que Maca iba dando mientras continuaba con aquella operación. Todo había ido demasiado deprisa, aún no comprendía cómo había tenido el valor de hacer lo que había hecho y mucho menos, cómo era capaz de mantenerse en pie y mucho menos operar. Supuso que era cosa de la adrenalina del momento y que, seguramente, cuando todo pasara, sería cuando ella se vendría abajo. El hombre, miraba a los médicos y parecía rezar por la vida de su hijo. En un momento dado, Maca cruzó la vista con él y ambos quedaron mirándose un segundo. En el fondo lo entendía, tan solo era un hombre desesperado por salvar la vida de su pequeño… claro que lo entendía… M: Entiendo por qué hace esto – puso en palabras sus pensamientos sin dejar de presar atención a lo que hacía. P: Usted qué va a entender – dijo con algo de desprecio – Usted no tiene ni idea de lo que estoy dispuesto a hacer por salvarle la vida. M: Sí que lo sé – le contestó – Abre un poco más Javier – le pidió al médico que se mantenía en completo silencio – sino, míreme a mí – continuó hablando con Pedro – me he metido aquí, en un quirófano, con un hombre armado y que amenaza con una bomba para realizar una operación después de llevar años sin entrar en contacto con ningún paciente solo para que la madre de mi hija salga de aquí. P: ¿La madre de su hija? – preguntó algo asombrado. M: La enfermera, Esther – apuntó mirándolo, tanto Javier, como Claudia la miraron sorprendidos – es la madre de mi hija mayor. Sé por qué hace todo esto, créame. De nuevo se hizo el silencio. Maca continuó con la operación como si no hubiese dicho nada, centrándose en cada paso que debía dar, sintiendo la mirada de aquel hombre que acariciaba ahora el pelo de su hijo. P: Debe quererla mucho – afirmó, Maca lo miró un instante – a su mujer… debe quererla mucho. M: No es mi mujer – contestó tras una leve pausa. P: Pero la quiere – aseguro, Maca volvió a clavar la mirada en él. M: Quiero a mis hijas, haría cualquier cosa por ellas – afirmó tras carraspear levemente – Por eso estoy aquí – terminó de decir quedando de nuevo en silencio. J: ¡La tensión está cayendo! – dijo de pronto mientras que el monitor se volvía loco. P: ¿¡Qué pasa!? – se puso histérico - ¿¡Qué coño está pasando!? M: ¿De dónde viene el sangrado? – preguntó nerviosa también, mientras buscaba la razón por la que el pequeño se había desestabilizado. P: ¡Haga algo! – gritó. M: ¿¡Qué coño cree que estoy haciendo!? – le devolvió el grito – ¡Pero no puedo trabajar con usted así! P: ¡Pues aprenda! – dijo con la voz enrojecida – porque como muera usted será la primera – dijo poniendo la pistola sobre su cabeza dispuesta para disparar. Mientras tanto, fuera del hospital, la policía se mantenía pendiente a cualquier movimiento que sucediera dentro del hospital. La tensa espera estaba siendo demasiado dura. Paula, abrazada a Esther no dejaba de mirar a la puerta a la espera de que Maca saliera de una vez de aquella locura y la enfermera, por su parte, intentaba no salir corriendo de nuevo hacia allí para estar con ella. Se reprochaba haber salido corriendo de aquel quirófano y haberla dejado sola, se reprochaba no haberse quedado con ella pero luego, miraba hacia su hija y se daba cuenta de por qué lo había hecho… Cuando Maca entró estaba tan muerta de miedo, tan increíblemente aterrada que lo único que quería era salir de allí cuanto antes y fundirse en un abrazo con su pequeña. No había pensado en ello, no había pensado en lo que eso suponía y ahora, fuera, se daba cuenta que había dejado con aquel loco a una gran amiga y a la que sin querer reconocerlo en voz alta, seguía siendo el amor de su vida. Tan pendiente estaban de aquella puerta y tan inmersa en sus pensamientos que no se dieron cuenta de cuando Susana, llegó al lugar de manera acelerada y totalmente histérica. Solo cuando Paula la miró, cuando se separó de Esther para acercarse a ella fue cuando la enfermera se dio cuenta de su presencia allí. S: ¡Por Dios! ¡Dígame si saben algo! – le pedía a uno de los policías que le contestaba que no podía decirle nada. Miró a su alrededor, con la mirada aturdida y perdida y en un barrido a todo el lugar pudo ver a Esther y Paula varios metros más alejadas de ella. No supo qué le entró por el cuerpo al verla allí, no supo hasta qué punto sus nervios se dispararon… Se suponía que Esther estaba dentro… ¿Qué coño hacía allí? Sin pensarlo, sin atender a nadie, se acercó hasta ellas. E: Ho… hola – saludó levemente. P: Hola – también saludó Paula. S: Creí que estabas dentro – fue lo único que contestó. E: Ya… - miró a su hija luego volvió la vista a Susana y de agachó hacia Paula – Cariño, ve con Teresa anda… - le pidió. P: Pero… E: Venga… ve con Teresa – repitió haciendo que comenzara a andar, una vez Paula se alejó ella se levantó hacia Susana – Maca ha entrado y ha logrado que me dejaran salir. S: Como no… - dijo con seriedad, Esther la miró con una ceja alzada. E: Seguro que todo sale bien – intentó animarla sin querer hacer caso a aquel comentario – dentro de nada saldrán de ahí y… S: Estoy harta – soltó – muy harta de todo esto… ¿Por qué coño tuviste que aparecer? – preguntó para sorpresa de Esther. E: Susana… estamos todas muy nerviosas y creo que estás diciendo cosas sin sentido – continuó – ahora lo importante es que salgan de ahí dentro y que todo volverá a la normalidad S: No… nada va a ser normal – dijo mirando hacia la puerta – A no ser que desaparezcáis de una vez… que nos dejéis en paz. E: No sé de qué estás hablando – continuó. S: Como si no lo supieras – siguió con rabia – desde que habéis aparecido Maca es otra persona… ¡Mira hasta lo que está dispuesta a hacer! – continuó – tiene una familia, ¡Por el amor de Dios! Y se le ha olvidado. ¡Y todo porque de buenas a primeras aparecéis en su vida! E: Susan estás sacando las cosas de quicio… - siguió diciendo con algo de calma – entiendo que estés nerviosa, todas los estamos pero… S: No – la cortó – no me digas que estoy sacando las cosas de quicio – continuó – ya está bien… estoy cansada de todo esto, cansada de verla así, cansada de ver como hace este tipo de locuras por alguien que no merece… P: ¡Mi madre no ha hecho nada! – gritó Paula acercándose a ellas. E: Paula, te dije que fueras con Teresa – le dijo a modo de leve recriminación. P: ¡Pero no es justo! – contestó frustrada. E: Paula, por favor – pidió de nuevo. S: Por favor – dijo tras una pausa intentando no ser demasiado dura, al fin y al cabo Paula era tan solo una niña – alejaos de mi familia – terminó de decir dándose la vuelta para ir de nuevo hasta los policías. Mientras tanto en el quirófano J: Se está estabilizando – dijo respirando un poco más tranquilo. M: Ha dejado de sangrar – afirmó – Vale… vamos a seguir – dijo un poco temblona al sentir aún el cañón en su cabeza. Po: Si quiere que siga con la operación, haga el favor de quitarle la pistola de la cabeza – dijo la policía. P: ¡Perdón! – quitó la pistola – perdón – decía aturdido y agobiado – yo… no quiero hacerles daño – siguió diciendo – no quiero hacerle daño a nadie… lo único que quiero es que mi hijo viva… solo eso… M: Bien… vamos… vamos a prepararnos para realizar el trasplante… - dijo tras mantenerle la mirada un segundo. Dos horas después. Aliviados al ver que el corazón mecánico comenzaba a hacer su función, terminaban de cerrar el tórax del niño con una mezcla de miedo y calma. Miraron al hombre, que con una sonrisa leve acariciaba el cabello de su pequeño mientras le repetía entre murmullos lo valiente y fuerte que era. M: Es… es solo una medida provisional – comenzó a decir – aún hay que esperar un corazón. P: Lo sé… pero al menos no morirá – continuó sin mirarla. J: ¿Y ahora qué? – preguntó Javier quitándose la máscara y el gorro. P: Ahora… - los miró – ahora podéis salir – dijo para sorpresa de todos. J: ¿Podemos irnos? – Pedro asintió - ¿así de fácil? P: Yo solo quería que lo operaran – los miró – de verdad que no quise hacer daño a nadie… - siguió mirándolos - ¿Usted es policía verdad? – le dijo a la mujer que había estado haciendo de enfermera – se le nota demasiado – sacó otra sonrisa – tome – dijo tendiéndole el arma. Con pasos dubitativos la policía se acercó y tomando el arma por la empuñadura se la quitó de las manos. Pedro no se movió, ni puso impedimento alguno, solo se quedó allí, mirando a su hijo y sintiendo la felicidad de saber que viviría… Po: ¿Y la bomba? – preguntó. P: Nunca hubo tal bomba – contestó – no estaba conectada, no había forma de que se detonara – declaró para sorpresa de todos – lo siento… siento todo esto… Po: Ya… eso dígaselo al juez – se acercó a él – queda usted detenido. P: Sí… lo sé, pero habrá merecido la pena... él vivirá – dijo dando un beso a su pequeño, acariciando una vez más su pelo y mirándolos de nuevo se puso de rodillas y llevó las manos a la cabeza – gracias por todo… - terminó de decir antes de que los médicos salieran del quirófano. Fuera del hospital comenzó a haber mucho movimiento. Un montón de policías armados entraron en el edificio, la gente comenzaba a preguntarse qué pasaba y nadie decía nada. Esther abrazó a su hija, con temor por lo que pudiera pasar, rezando porque Maca saliera de allí sana y salva. Miró a su derecha y pudo ver a una Susana tapándose la cara con las manos. Y de pronto, la calma volvió a su cuerpo, su sonrisa apareció en el rostro, la vida se llenó de nuevo de colores cuando con pasos lentos, cansada y la mirada algo perdida, Maca salía del hospital acompañada de un policía. Su primer impulso fue correr hacia ella, correr y abrazarla, besarla y decirle que la amaba. Sin embargo, lo único que hizo fue abrazarse más a su pequeña cuando Susana corrió hacia Maca, siendo ella la que la abrazó, la que la besó y la que seguramente, le estaría diciendo que la quería. S: ¿Estás bien? – Le preguntaba nerviosa sin dejar de acariciar su rostro - ¿Estás bien? M: Sí… sí, estoy bien – contestó sonriendo levemente – estoy bien, cálmate – continuó dándole un leve beso en los labios. S: No vuelvas a hacerme esto – recriminó preocupada – nunca vuelvas a hacerme esto… M: Susana… tranquila – siguió ella – no ha pasado nada… tranquila… - sonrió levemente limpiando sus lágrimas - ¿Y Lucía? S: Está con mi hermana – contestó abrazándola de nuevo – Dios he pasado mucho miedo… Alejadas, tras un montón de policías, Esther abrazaba a su hija mientras veían la escena en silencio. Ninguna de las dos sabía qué hacer ahora, después de la conversación con Susana se habían quedado paradas sin saber cómo reaccionar ahora. E: ¿Quieres… quieres acercarte? – le preguntó a su hija haciendo que la mirara. P: … - miró a su madre, luego volvió la vista a Maca y finalmente volvió a mirar a Esther – no… contestó un tanto decepcionada, Esther supo que si quería acercarse pero que, tras lo ocurrido con Susana, no lo haría – vamos a casa… E: Vale… - terminó de decir abrazándola por el hombro y dándose la vuelta para marcharse. S: Venga, vámonos a casa – dijo con la intención de arrastras a Maca fuera de allí. M: Sí, vamos – contestó queriendo irse de allí y olvidarse de lo ocurrido en aquel quirófano – espera… se paró tras unos pasos - ¿Dónde… - miró a su alrededor - … dónde están Esther y Paula? – terminó de preguntar sin verlas. S: No lo sé – respondió no muy contenta – se habrán marchado a su casa… cosa que deberíamos hacer nosotras – se acercó a ella y suavizó el tono – tendrás ganas de ver a Lucia y… estarás cansada… M: Sí, mucho – le dijo un tanto decepcionada al no encontrarlas – vamos… - abrazó por la cintura a su mujer y tras hablar con un par de policías salieron de allí en camino opuesto a Esther y Paula. Llegaron a casa en silencio. Ninguna de las dos se encontraba con las fuerzas suficientes como para comenzar una conversación. Una porque no sabía a donde la llevaría, otra porque aún estaba con el shok de todo lo ocurrido. S: Voy a ir a por Lucía – anunció una vez entraron en casa - ¿Quieres algo? M: No… yo… iré a darme una ducha mientras tanto – dijo un tanto ida. S: Vale… - la miró, Maca centró la mirada en ella y ninguna dijo absolutamente nada. Tampoco hicieron amago de moverse ni se despidieron con un beso cuando Susana anunció que iría a por Lucía justo antes de marcharse. Cuando se quedó sola, sintió cómo su cuerpo dejaba de tener fuerzas, cómo comenzaba a sentirse terriblemente cansada. Tuvo que dejarse caer en el sofá, sintiendo que si no lo hacía caería al suelo. Durante varios minutos se quedó allí, sentada, sin moverse y sin mirar hacia ningún lugar en concreto. Sus manos comenzaron a temblar y tras ellas el resto del cuerpo. Leves lágrimas cayeron de sus ojos antes de que un fuerte llanto se hiciera dueño de su consciencia. De pronto, el miedo que había estado reprimiendo todo el tiempo estalló dándose cuenta de todo lo que había hecho y de a lo que había estado expuesta. Todo había ido muy rápido y la adrenalina del momento no la había dejado claudicar, ahora que todo había pasado no podía dejar de sentir el miedo atroz que no había sentido en el quirófano. Cuando logró calmarse mínimamente consiguió arrastrarse a la ducha. El agua no calmaba sus lágrimas ni su miedo. Pensó en Esther, en lo asustada que también debía estar, en Paula y lo que habría tenido que pasar… ojalá hubieran esperado, ojalá hubiera podido verlas al salir del hospital… lo había necesitado demasiado… La imagen de Susana y Lucía llegó a su mente y junto al miedo otro tipo de sentimiento diferente se instauró en ella. ¿Remordimientos? ¿Culpa? No estaba segura de qué era lo que le pasaba y pensó, que todo se debía lo ocurrido en el hospital… posiblemente estaba confundiéndolo todo… tenía que centrarse… debía hacerlo. El sonido de las llaves la hizo cerrar el grifo. Salió de la ducha y tras secarse un poco se puso un albornoz para salir al encuentro de su pequeña… necesitaba abrazarla, más que nada necesitaba abrazarla. L: ¡Mami! – corrió Lucía a sus brazos y Maca la estrechó contra su cuerpo elevándola del suelo y llenándola de besos. Fue, justo en ese instante, cuando el miedo desapareció y la calma volvió a instaurarse en su cuerpo. Durante toda la tarde estuvo con su hija. No se separó de ella en todo el tiempo hasta que Lucía mostró signos de querer irse a la cama. La bañó, le dio de cenar y la acostó volviendo a abrazarla. Ahora que la veía, dormidita, no podía evitar que una nueva lágrima se escapara de sus ojos, podría haber pasado cualquier cosa, podría haber muerto y no volvería a ver esa dulce carita que alumbraba su vida. Cuando volvió al salón se encontró con la seriedad con la que había estado acompañando a Susana durante toda la tarde. Se sentó a su lado, tomó sus manos y las besó con lentitud. M: Estoy bien – pronunció – no ha pasado nada… S: Pero podría haber pasado – contestó sin cambiar su tono – te pedí que no entraras Maca… y lo hiciste… M: Tenía que hacerlo, Susana… - siguió ella – no podía dejar que… S: ¿Qué? ¿No podías dejar qué? ¿No podías dejar que se encargara la policía? – preguntó sin dejarla contestar - ¿O lo que de verdad no podías era dejar que Esther estuviera allí más tiempo? – le recriminó. M: No lo entiendes – dijo levantándose – y no lo entenderás nunca. S: ¡Pues explícamelo! – siguió – explícamelo para que lo entienda porque te juro que me estoy cansando de todo esto. M: No lo hice por Esther – contestó – lo hice por Paula… si no puedes entender eso, entonces no puedo explicarte nada. S: No, claro que no lo entiendo – afirmó – porque hay muchas cosas que no entiendo de todo esto… ¿Es que no lo ves? Ya no eres la misma, desde que llegaron a tu vida has cambiado… casi ni te conozco – dijo mirándola con dolor. M: ¡Deberías apoyarme en esto joder! ¡Estamos hablando de mi hija! – Elevó la voz – eres mi mujer y te quiero, y deberías apoyarme en esto, ayudarme con Paula, deberías… deberías intentar entenderme o al menos ponerte en mi lugar alguna vez – terminó de decir. S: ¿Y tú? – preguntó con recriminación - ¿Te has puesto tú en mi lugar? – preguntó – De buenas a primeras me entero que mi mujer tuvo otra hija, de la que nunca he sabido nada y… ¡joder! ¿Cómo me pides que te entienda y que te apoye si no me cuentas nada? ¿Si cada vez te alejas más de mí? ¡Incluso llegas a meterte en un quirófano con un loco por el amor de Dios! M: Te digo que lo hice por Paula – repitió. Quedándose callada un segundo, agobiada se llevó las manos a la cabeza – estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo… intento que no nos afecte demasiado pero necesito tener a mi hija… necesito conocerla… estar con ella… S: Y yo necesito a mi mujer – la cortó – Necesito que esté conmigo… conmigo y con Lucía… pero parece que tus prioridades han cambiado… - la miró con lágrimas en los ojos – y me estás perdiendo… M: No… - se arrodilló junto a ella – no digas eso ¿vale? Te necesito… mucho… y no quiero perderte, claro que no lo hago. Pero por favor… por favor, entiende que… S: No – la cortó ahora ella – entiende tú que esto es demasiado para cualquiera… entiende que no puedes tenerlo todo, que… M: Espera – soltó sus manos levantándose – espera… ¿No estarás queriendo decir que tengo que elegir verdad? – preguntó bastante sorprendida por aquella salida – porque si tengo que elegir… tal vez no… S: No – contestó cortándola sin querer escuchar el final de aquella frase – claro que no – terminó de decir – no he querido decir eso yo… M: Ya… - bien sabía que ambas habían querido decir exactamente todo lo que habían dicho, lo que no podía entender era cómo Susana podría llegar al extremo de insinuar que tendría que elegir - voy a acostarme… estoy cansada – terminó de decir dejándola en el salón con la mirada perdida y entrando ella a la habitación con lágrimas en los ojos. En su piso, Paula había decidido ir a la cama con su madre, la verdad que después de todo lo ocurrido lo último que querían ambas era estar solas. Esther la abrazaba y acariciaba el cabello, sabía que su pequeña estaba muerta de miedo, que todo lo que había pasado le había hecho pasar el peor momento de su vida. E: ¿Sabes qué podríamos hacer cuando termines los examenes? – preguntó queriendo que dejara de pensar en lo mismo. P: ¿Qué? – la miró. E: Podríamos ir a Barcelona y pasar una semanita con Eva – Paula asintió sonriendo – seguro que puedo conseguir unos días en el hospital. ¿Te parece? P: Sí, es buena idea – continuó quedándose en silencio unos intantes – Mami… - Esther la miró – Pu… puedes contarme… cosas de… - se quedó callada sin saber si estaba haciendo lo correcto. E: ¿De Maca? – adivinó por donde iban los tiros. P: Sí – afirmó – siento si… si te duele pero… no sé, me gustaría saber cosas de ella… E: Está bien – contestó tras un enorme suspiro. Se acomodó y pensó en qué podría contarle sin verse condicionada por el daño que sufrió – Maca era… es… una médico excelente – Paula sonrió – lo ha demostrado hoy… pero… cuando llegó al hospital se metió en el bolsillo a todo el mundo por su profesionalidad… Aunque era raro, porque el carácter borde que tenía podría echar para atrás a mucha gente – Paula vio la mirada llena de nostalgia de su madre y no pudo dejar de pensar que a pesar de todo aún la amaba – Pero cuando dejaba a un lado su bordería, es una mujer increíble… es bromista, cariñosa, atenta… - enumeraba una a una sus virtudes – te hace sentir única en el mundo y eso no todo el mundo lo consigue… - se quedó callada durante unos segundos para al fin mirara a su hija a los ojos – estoy convencida de que es una gran madre – comentó para sorpresa de Paula y de ella misma – no debí alejaros… ahora sé que cometí un gran error… por mucho daño que me hiciera no debí al ejaros – acarició su rostro. Se quedaron calladas un segundo, Paula miraba a su madre, y Esther la miraba a ella intentando saber qué pasaba por esa mente maravillosa en ese momento. Paula se acurrucó entre sus brazos, pensando en lo que había dicho Esther, sintiendo curiosidad por conocer a Maca por… por estar cerca de ella, por hacerle mil preguntas y obtener las respuestas que necesitaba. P: Tal vez… yo podría… - comenzó a decir mordiéndose el labio, Esther se sonrió al ver cómo su hija se reprimía y pensó, que lo hacía precisamente por no hacerle daño. E: Maca se hace querer – continuó – es una mujer excepcional, no importa el daño que nos hiciéramos, cariño – la miró – eres... eres su hija… y tienes todo el derecho a conocerla… así que, si lo que te retiene soy yo – hizo que la mirara – no lo hagas… si quieres conocerla hazlo… pero solo si tú quieres… P: Pero… Susana dijo que… - se quedó callada sin poder reproducir sus palabras. E: Bueno… supongo que se sentirá amenazada – contestó – pero Maca es… es tu madre… supongo que tendrá que aceptarlo. Paula no dijo nada, simplemente se quedó callada, asintió levemente con la cabeza y volvió a acurrucarse entre sus brazos cerrando los ojos ambas intentando dormir algo y dejar atrás ese caótico día en el que la adrenalina, el miedo y la angustia las había tenido a todas en una absoluta tensión como nunca antes habían sentido. Eran las cuatro de la mañana, se dio la vuelta buscando su cuerpo y se extrañó al no encontrarlo. Elevó la cabeza aún con los ojos medio cerrados e intentó buscarla por la habitación. Allí no estaba. Agudizó el oído creyendo que estaba en el baño pero tampoco escuchó sonido alguno. Algo preocupada se levantó arrastrando su cuerpo y aún medio dormida llegó al salón, encontrándolo todo en penumbra y sobre el sofá, tapada con una manta y una taza en las manos Susana se mantenía absolutamente en silencio. M: ¡Ey! – dijo acercándose a ella - ¿Qué haces aquí? – preguntó restregándose los ojos por el sueño. S: No podía dormir – contestó elevándose de hombros. M: Ya… - bajó la cabeza, intentó espabilarse un poco y la miró – siento mucho todo esto, Susana… S: Yo también lo siento – dijo con la voz débil – no he querido hacerte elegir Maca – siguió aún sin mirarla – pero como te he dicho todo esto es bastante difícil para mí… M: Lo sé – intentó acariciar su rostro, pero Susana impidió el contacto – sé que es difícil y sé que no lo estás pasando bien pero… te juro que lo último que quiero es que esto nos afecte como pareja. S: Pero lo está haciendo – la miró al fin a los ojos – está afectándonos… desde que llegaron nos está afectando – siguió – desde que Esther… M: Cariño, por favor – la cortó ya un poco más cansada - ¿Cuántas veces tengo que decirte que esto no tiene nada que ver con Esther? Es por Paula… S: No, ahí te equivocas – afirmó sin mirarla – tiene que ver con Esther, tiene mucho que ver con Esther… con ella y con lo que tú sientes por ella. M: No siento nada por ella – contestó categórica – nada. S: Sí lo haces – rebatió – y lo peor es que no quieres admitirlo. M: Susana… de verdad – se mostró cansada de todo aquello – no sé cómo hacerte entender que no la quiero… que te quiero a ti… S: Nunca he dudado que me quisieras – continuó – pero también la quieres a ella. M: Yo no sé cómo hacerte entender que… S: ¿Quieres saber algo que nunca te he contado? – preguntó cortándola. M: Ehh… Claro – afirmó sin saber por dónde iba a salir. S: Cuando nos conocimos – comenzó a decir tomando algo de aire – las primeras noches que dormimos juntas… la nombrabas en sueños – Maca la miró absolutamente sorprendida – No sé si qué soñabas pero… el nombre de Esther salía de tus labios en varias ocasiones y nunca llegué a olvidarlo… M: ¿Por qué… ejem – carraspeó pues con la sorpresa de aquella declaración se le había secado la garganta, no recordaba haberla nombrado nunca - … por qué nunca me lo dijiste? S: No lo sé – se elevó de hombros – quizás porque esperaba que me contaras quién era ella, que me hablaras de tu pasado… Estábamos empezando y no sabía hasta qué punto podía meterme en tu vida… tomó un sorbo de su taza – luego dejaste de nombrarla, nunca más volviste a hacerlo y supongo que perdió importancia…. Hasta ahora – murmuró. M: ¿Có… como que hasta ahora? – quiso saber con miedo. S: Desde que… desde que apareció… has vuelto a nombrarla en sueños, Maca – dijo con la voz temblorosa y sintiéndose frágil. M: Pero… yo… yo no… - decía confusa. S: Sí… sí que lo haces – afirmó ante su duda – la has nombrado varias veces… por eso estoy así, porque con eso solo me confirmas que aún sientes cosas por ella – Maca bajó la mirada sin saber qué contestar – no sé qué sentirás y creo que ni tú misma lo sabes – continuó – lo único que tengo claro es que yo no puedo seguir así… mucho menos después de todo lo que ha pasado hoy… M: Susana yo… yo… - no sabía qué decirle. S: Lo he pensado mucho – continuó – mañana me iré a casa de mi hermana – anunció ante el estupor de Maca – creo que nos vendrá bien a las dos estar separadas un tiempo… necesitas aclararte y… yo necesito, necesito saber que realmente me quieres a mí… solo a mí… - hizo una pausa y ante el mutismo de Maca continuó ella. – No estoy diciendo que sea el final, solo… solo que nos demos un tiempo… que recuperes a tu hija… - la miró – que aclares tus sentimientos, porque no podré soportar volver a escucharte nombrarla y mucho menos ver cómo te voy perdiendo – terminó de decir con la voz ahogada. M: No… Susana no creo que esa sea la… la solución a esto – decía algo desesperada. S: Tal vez no… - siguió conteniendo las lágrimas – pero ahora mismo… ahora es lo que necesito hacer… quizás me equivoco pero… no puedo seguir así, no quiero que sigamos discutiendo. No quiero que terminemos peor, ni que nos hagamos más daño. No quiero convertirme en alguien que no soy – dijo recordando lo que le había dicho tanto a Esther como a Paula. Se llevó las manos a la cara intentando tomar fuerzas – Lo siento, Maca – dijo antes de levantarse para ir hacia la habitación, dejando en el salón a una Maca que se quedaba absolutamente helada por aquella decisión y aquella determinación mostrada por Susana que no había sabido ver. Sentada en la cocina con una taza de café en las manos, Maca se mantenía con la mirada perdida en la nada. Había pasado la noche en vela y así lo corroboraban sus ojeras. No había logrado pegar ojo después de aquella conversación que aún no terminaba de asimilar. Y es que, su vida, una vez más se estaba yendo al garete y como la vez anterior, gran parte de la culpa era suya. Susana estaba demasiado decidida a irse de casa y sabía, que en esos momentos posiblemente sería imposible hacerla cambiar de opinión. L: Hola, mami – saludó restregándose los ojos su pequeña princesa, acercándose a ella y abrazándola intentando buscar la comodidad de su cuerpo para arañarle unos minutos más al sueño. M: Hola peque – contestó acariciando su pelo y subiéndola sobre sus rodillas - ¿Estamos con sueño eh? – sonrió al ver que se le cerraban los ojitos. L: Sí – respondió contra ella – no quiero cole, quiero dormir. M: Lo sé mi amor – sonrió – pero si no vas al cole, no aprenderás, ni verás a tus amiguitos. L: Pero tengo sueño – protestó. M: Venga… te preparo el desayuno y seguro que ya no tienes más sueño – dijo levantándose - ¿Y mamá? – preguntó mientras preparaba todo. L: En la ducha – afirmó. Maca afirmó con la cabeza, miró hacia el camino que llevaba a la habitación, como si así, consiguiera que apareciera. Al ver que no lo hacía, le preparó el desayuno a la pequeña y tras esto la llevó a su habitación para vestirla. Una vez preparada para ir al cole, en el salón, Lucía se quedó parada un segundo y miró hacia atrás. L: ¿Mamá no viene a darme un beso? – preguntó con inocencia la pequeña. M: Se estará vistiendo, mi amor – contestó – ahora le digo que venga – dicho esto, dejando un segundo el bolso tomó camino hacia la habitación, encontrando a Susana metiendo alguna de sus cosas en una maleta - ¿No podríamos hablarlo con más calma? – preguntó parada en el quicio de la puerta – Deja que lleve a Lucía al colegio, vuelvo y hablamos de esto, por favor – pidió acercándose a ella. S: Maca – paró en lo que hacía mirándola un segundo – de verdad… es lo mejor para todas. M: Pero… cariño… S: Hazme caso – la cortó – de verdad que es lo mejor, si seguimos así será peor… M: Susi – la tomó por las caderas intentando abrazarla – va… hablemos de esto… S: No lo hagas más difícil por favor – pidió de nuevo deshaciéndose de su abrazo – ya… ya hablaremos, dejemos que pase algo de tiempo. Ahora mismo, no puedo – terminó de decir haciéndole saber que no quería hablar de ello en ese momento. M: Como quieras – dejó caer sus brazos derrotada – Voy a llevar a la niña al cole… Me ha preguntado si no vas a salir a darle un beso. S: Ahora mismo voy – afirmó, Maca asintió con la intención de marcharse de allí, con la cabeza gacha e intentando guardarse sus lágrimas – eh… respecto a Lucía… - la paró y Maca cerró los ojos – yo iré a recogerla al cole – anunció – deja que sea yo la que hable con ella. M: Claro… como tú quieras – terminó de decir mordiéndose el labio de forma triste. Se refugió en el trabajo, la verdad que mantenerse entretenida y no pensar en que en ese momento posiblemente Susana estaba llegando a casa de su hermana, dejando la suya atrás era lo mejor que podía hacer en esos momentos, porque si se ponía a pensarlo, estaba segura de que no podría dejar de llorar. A: Menuda cara tienes – le dijo Ana entrando en su despacho sin tan siquiera llamar. M: ¿No te han enseñado a llamar a la puñetera puerta? – le pregunto evidentemente con un tono borde que no era capaz de dejar. A: Buenoooo… Maca de mala leche… no me gustaría ser uno de tus alumnos – intentó bromear y al ver el rostro de Maca se quedó parada – vale… nada de bromas, ¿qué ocurre? M: Susana se ha ido de casa – contestó ante la sorpresa de Ana – dice que no aguanta esta situación y que es mejor que nos demos un tiempo. A: Joder – fue lo único que pudo decir - ¿Eso cuando ha sido? M: Esta mañana – contestó – pero me lo dijo ayer, después de todo lo que pasó en el hospital… A: Ya, ya lo vi en las noticias – la miró – eres la heroína del mes. M: Genial – medio protestó, lo último que quería era que el hecho de haber entrado en aquel quirófano le creara más problemas. A: Maca reconoce que fue una locura. M: Vale, fue una locura, pero… joder lo hice por Paula – siguió diciendo - ¿Qué pasa con ella si a Esther le pasa algo? – siguió diciendo – para Paula, Esther es la única persona que tiene, no podía dejar que… que se quedara sola – dijo con pesar – pero parece que Susana solo ve que lo hice por Esther y yo no sé hacérselo entender… - Ana la miró con una ceja alzada – no la estoy culpando – dijo al imaginar lo que pensaba – yo he sido la primera que he hecho las cosas mal, pero… ¿tanto como para que me deje? A: Vale, vale, a ver – la paró – cuéntame qué ha pasado. Maca se lo contó, le relató la conversación que habían tenido de madrugada, las “sospechas” de Susana en relación a sus sentimientos por Esther y la manera en la que Susana le había dicho que no podía con todo aquello. A: No te deja, Maca… necesitará tiempo, eso es todo… M: El que una pareja se dé un tiempo es la forma bonita de decir que la relación está acabada – dijo sintiendo que una lágrima caía por su mejilla. A: No tiene por qué – intentó animar – es… es una manera de tomar aire, de que os echáis de menos de… - la miró con cierta precaución – de que aclares tus sentimientos. M: Es que no tengo que aclararlos – protestó con rapidez. A: Maca… mírame – dijo haciendo que la mirase - ¿De verdad no sientes absolutamente nada por Esther o es lo que quieres creerte? Maca la miró, se quedó callada un segundo. Bajó la cabeza, sintió otra lágrima rodar por su rostro y finalmente volvió a levantar la vista con intención de contestar a aquella pregunta. Justo cuando iba a abrir la boca, unos golpes en la puerta les hizo saber que la respuesta tendría que esperar. M: Adelante – elevó la voz limpiándose la cara. P: Ho… hola – dijo un tanto avergonzada la ver allí también a Ana y algo extrañada por la rareza del ambiente - ¿Interrumpo algo? M: No, claro que no, Paula – contestó sacando por primera vez una sonrisa aquel día. A: Yo ya me iba – dijo mirando por ultima vez a Maca haciéndole saber que tenían una conversación pendiente – adiós peque – soltó de manera cariñosa acariciando su pelo, Paula se quedó algo parada ante aquello. M: Bien… dime cari… Paula – se corrigió - ¿Pasa algo? P: No… bueno yo… - cogió las asas de su mochila tirando de ella – tengo una hora libre y… quería saber si… si no estás muy ocupada quizás… podríamos ir a desayunar – continuó diciendo moviendo nerviosamente el pie y mirando al suelo. M: ¿De verdad? – preguntó tras unos segundos dada la sorpresa que sintió y con el corazón bombeando a mil por hora. P: S… sí – la miró y sacó una media sonrisa que fue respondida al instante por otra de Maca. M: Me encantaría – afirmó, dejando a un lado todo lo que estaba haciendo y levantándose para no perder más tiempo. A pesar del desastre que estaba ocurriendo en su matrimonio, se sintió intensamente feliz pues, por fin llegaba una gran y buenísima noticia. Su propia hija le pedía pasar tiempo con ella. Decidieron pedir algo en cafetería y salir a los jardines que rodeaban la facultad. Hacía buen tiempo, lo que hacía más apetecible salir del edificio. Maca sonreía sin poder evitarlo mientras que Paula se mostraba algo nerviosa. Se sentaron y Maca dio un primer sorbo a su café al tiempo que Paula le daba un pequeño mordisco a la palmera que se había comprado. M: ¿Qué… que tal van las clases? – preguntó para romper el hielo. P: Bien… - se elevó de hombros – bueno… la verdad es… M: ¿Qué? – preguntó algo preocupada - ¿Estás mal? ¿Necesitas ayuda? P: No, no es eso – negó con la cabeza – es que… me da algo de vergüenza… - bajó la cabeza un segundo y a Maca le pareció terriblemente tierno. M: Conmigo no tienes que avergonzarte de nada ¿eh? – siguió – puedes decirme lo que quieras. P: Es que estoy empezando a aburrirme un poco – dijo en voz baja. M: ¿Aburrirte? – preguntó sorprendida – pero… ¿No te gusta la carrera? P: Sí, claro que me gusta – afirmó – es solo que… los profesores vais un poco lentos – soltó finalmente. M: ¿Te parece que vamos lentos? P: No sé, lo mismo no – volvió a elevarse de hombros – pero… es que… yo ya he estudiado cosas que no habéis dado y… puff… a veces es aburrido. M: Espera… - alucinaba - ¿Me estás diciendo que vas mucho más adelantada que nosotros? P: Ehh… - la verdad era que no sabía qué decir – no… sí… bueno, no en todas las asignaturas… M: Ajá… - la miró - ¿Y en cuántas vas adelantada? P: En… en cinco – de nuevo bajó la cabeza algo avergonzada – de… de seís que tengo este cuatrimestre… M: Uau… - alucinó – pues… eso es… ¡joder! – no supo qué más decir, Paula se sonrió al escucharla hablar así - ¿Y… vas muy adelantada? – preguntó finalmente. P: Bueno… creo que podría examinarme de los finales – afirmó convencida. M: Ya… pues… - siguió alucinando – tal… tal vez podríamos hablar con el Decano y buscar una solución… no sé, adelantarte los exámenes y si quieres ampliar tu matrícula… P: Sí… estaría bien – continuó diciendo. M: Vale… - la miró – de todos modos tendríamos que hablar también con tu madre – afirmó – así que esperaremos a la reunión de la semana que viene y ya lo veríamos, ¿te parece? P: Sí – soltó el monosílabo sin dejar de mirarla – Yo… quería darte las gracias – continuó tras una pausa – por… por lo que hiciste ayer en el hospital. M: Tenía que hacerlo – afirmó sin añadir nada más, sintiendo ganas de abrazarla y conteniéndose. La verdad que, hasta ahora, la conversación que habían mantenido no dejaba de ser como cualquier otra de alumna/profesora. Se quedaron calladas de nuevo. Apenas mirándose de vez en cuando, sin saber muy bien qué decirse o cómo sacar algún tema de conversación. Paula jugueteaba con algunas briznas de hierba y ella, ella no podía apartar la mirada de su hija. Era tan bonita… tanto… M: Paula yo… - comenzó a decir – siento mucho todo esto… todo lo que ha pasado – siguió sabiendo que a ella también le debía una disculpa – que te enteraras de aquella forma… - Paula la miró – Lo siento – volvió a decir – de verdad que siento todo esto… - bajó la cabeza. P: La verdad es que fue algo bastante complicado de digerir – contestó Paula con calma. M: Lo entiendo – afirmó – y entiendo también que aún te cueste y no sabes lo mucho que me alegro de que estemos aquí, juntas – sonrió emocionada – como te dije aquella vez, sólo si tú quieres, me gustaría mucho conocerte… acercarme a ti… estar cerca… y… bueno, con el tiempo lograr que… que me quieras un poco – esto último lo dijo con un hilo de voz. P: Me… me gustaría conocerte – contestó para dicha de Maca – y… también conocer a Lucía. M: Seguro que os caeréis muy bien – no podía dejar de sonreír emocionada – Lucía es una niña maravillosa… y siempre anda diciendo que quiere tener una hermana. P: Yo también he querido siempre una hermana – contestó quedándose callada un segundo - ¿Puedo hacerte una pregunta? M: Las que quieras – respondió sin pensar en nada más que en estar con ella. P: ¿Por qué nunca volviste a buscarme? – cuestionó finalmente logrando que Maca se quedara en silencio sin saber cómo contestar a esa pregunta. M: Uhmm… - quedó callada un segundo – es… una pregunta difícil… - intentando buscar las palabras adecuadas. P: No es un reproche – apuntó con calma – solo quiero entenderlo. M: Lo sé – sonrió de medio lado – vale… - suspiró – supongo que podría resumirse a una palabra – dijo sin apenas mirarla – miedo… tenía miedo… cuando pasó todo aquello, yo estaba mal, muy mal, el no poder verte, todo lo que pasó con Esther, me dejó como en shok y… lo único que hice fue irme – continuó – me fui de Barcelona, porque si no podía verte, si no podía estar contigo lo único que sentía en esos momentos que podía hacer era irme lejos… poner tierra de por medio – siguió ante la muda mirada de Paula – sé que me equivoqué, pero en ese momento era lo único que supe hacer… tampoco quería seguir haciéndole daño a tu madre… bastante le había hecho ya – se esforzó por sacar una levísima sonrisa – lo dejé todo atrás, mi trabajo, mis amigos y por supuesto a vosotras… - bajó la cabeza ahora sintiéndose culpable de nuevo – al principio lo llevé relativamente bien dentro de lo mal que estaba – siguió – y… poco a poco volví a hacer mi vida – ahora fue Paula la que bajó la cabeza – pero nunca dejé de pensar en ti… jamás. Cada día me despertaba preguntándome cómo estarías o cuánto habrías crecido… - dejó escapar una lágrima - y siempre me decía que tenía que ir a verte pero siempre dejaba pasar el tiempo… para mí no era fácil pensar que tan solo podría verte de lejos… así que, siempre me quedaba a las puertas de ir a verte… Luego, me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo, que ya entenderías lo que había pasado o que sabrías lo ocurrido y me metí en la cabeza la idea de que me odiarías – bajó la mirada – y el miedo siguió creciendo, muchas veces imaginé cómo sería ir a Barcelona y siempre me lo imaginaba igual… tú me odiarías o no me conocerías y yo… yo no podría soportarlo – hizo una pausa para borrar una lágrima que volvió a caer por sus mejillas – sé que tal vez te parece una excusa pobre y seguramente lo sea, pero no tengo otra, no voy a inventarme una historia para excusar mi comportamiento… sé que lo hice mal, acepto mis culpas y las estoy pagando… - la miró y vio como Paula continuaba con la mirada bajada – por si sirve de algo… jamás te he olvidado, siempre has estado muy dentro de mí y… no he dejado de pensarte en toda mi vida – Paula seguía con la mirada bajada – yo… lo siento – dijo con otra lágrima resbalando por su rostro – te juro que… si pudiera dar marcha atrás, haría las cosas de otra manera… dejaría el miedo a un lado y jamás me alejaría de ti… porque te aseguro que eso siempre me ha perseguido y siempre me perseguirá… no sé cómo he podido sobrevivir sabiendo que me he estado perdiendo tu vida… Durante un espeso y denso silencio, Maca se mantuvo con la congoja del llanto, mirándola esperando que dijera algo, quizás un reproche, una palabra hiriente, le daba lo mismo lo que le dijera pero quería que dijese algo, el silencio y no saber qué era lo que su hija pensaba le pesaba más que cualquier otra cosa. P: Dicen que… el miedo y la rabia logran sacar lo peor de las personas – soltó Paula y Maca la miró con intensidad. M: Sí… supongo que tienen razón – afirmó. De nuevo un silencio, esta vez algo menos incómodo, pero aun así, no conseguían estar tranquilas. Paula dio un nuevo bocado a su palmera. Maca se terminó su café. Volvieron a mirarse, una pidiendo perdón con el alma, la otra sin saber muy bien qué hacer ahora. P: Mamá dice que cuando tenía dos años ya leía los carteles de las tiendas – comenzó a decir tras aquel silencio, Maca la miró con orgullo – dice que esa fue la pista para saber que era más inteligente que el resto – continuó – y a los cuatro años me caí de los patines y aunque me curó mamá, yo no dejaba de decir que quería hacerlo yo – siguió con una sonrisa – con seis años gané un premio de física, supongo que ya habrás visto el recorte del periódico, y mi expediente – Maca asintió incapaz de decirle nada, tan solo quería escucharla, escucharla y llenarse de ella – a los siete años le pedí a mamá que me comprara un telescopio por mi cumpleaños – continuó – me pasaba horas mirando las estrellas, mamá tenía que obligarme a que me metiera en la cama – siguió con una sonrisa. M: Te… te gustan las estrellas – afirmó emocionada. P: Sí – contestó – y los libros de fantasía… y las películas de dibujos aunque hay muchas que no son para niños – siguió – y… no me gustan las judías verdes, ni las alcachofas – Maca sonreía al escucharla, Paula le estaba contando cosas de ella para que la conociera – no me gusta sentirme rechazada – continuó – ni que se metan conmigo por ser más lista y no me siento mejor que nadie por eso… hablaba mirando la césped – me da vergüenza que me adulen – se sonrió algo avergonzada – me gusta que mamá me haga cosquillas en el pelo antes de dormir – la miró y vio cómo Maca dejaba caer varias lágrimas de emoción – y odio ver llorar a la gente que me importa – y la pediatra sintió que el mundo se paraba a su alrededor y cómo se le cortaba la respiración. Durante un rato más estuvieron allí, sentadas en el césped y hablando con calma de ellas. De sus vidas, de sus gustos, sus aficiones… Maca no cabía en sí misma de la felicidad que sentía, Paula parecía cada vez más cómoda con ella, se mostraba relajada y risueña, hablaba con fluidez y reía con alguna de las cosas que decían. M: Bueno – dijo mirando el reloj, sin querer separarse de ella pero sabiendo que debía hacerlo – me parece que tienes clase. P: Jo, sí – contestó levantándose con rapidez pues se había olvidado de la hora – voy a llegar tarde – siguió diciendo mientras recogía sus cosas – hasta luego, Maca – se despidió cuando ya echaba a correr. M: Hasta luego – dijo con una sonrisa sin que pudiera escucharla debido a que ya se alejaba y con una sonrisa en los labios. Sentía una gran euforia, ganas de saltar, de gritar y de reír, ni tan siquiera se acordaba de lo que había ocurrido en casa la mañana antes, lo único que sentía era una enorme felicidad al haber pasado ese tiempo con su hija. Sin borrar su sonrisa y destilando amabilidad y buen humor a cada paso que daba llegó a su despacho, necesitaba hablar con ella y contarle lo que había ocurrido. Tomó el teléfono y comenzó a marcar los dígitos. Esperó a que contestaran pero no recibió respuesta. Sin pensarlo volvió a llamar. S: Dime – escuchó la voz algo cansada. M: No te vas a creer lo que acaba de ocurrir – dijo con toda la felicidad e ilusión que sentía marcando su voz. S: Maca… estoy a punto de entrar en una reunión – contestó de manera cortante – lo siento, ya hablamos… M: Cla… claro – y fue ahí donde se acordó y se dio cuenta de cómo habían cambiado las cosas, fue cuando Susana colgó sin escuchar lo que quería decirle que recordó que su matrimonio pendía de un hilo – mierda – dijo colgando el teléfono y toda la ilusión que había sentido se vio ensombrecida por su situación matrimonial. Se tapó la cara con las manos, parecía que, como siempre, no sabía hacer las cosas bien y cuando algo comenzaba a ir bien en su vida otra cosa hacía que no pudiera alcanzar la felicidad completa. De nuevo el agobio y los remordimientos hicieron acto de presencia en su mente haciéndole ver que hiciera lo que hiciera, perdería algo una vez más. Tras aquella llamada su día se volvió un poco grisáceo, sí, estaba feliz por lo ocurrido por su hija, pero aquella llamada “rechazada” por parte de Susana la había dejado bastante jodida. Sabía que aquello de la reunión había sido una mala excusa, Susana siempre había podido hablar con ella, incluso antes de entrar a una reunión sacaba un par de minutos para mantener una conversación con su mujer. Además, estaba claro, por su tono de voz serio y cortante que hubiera o no hubiese reunión, lo que quería nada más descolgar era volver a colgarle el teléfono. Salía de la facultad sin ganas ninguna de irse a casa, no le gustaba la idea de llegar y no encontrarla, de no poder contarle lo que había pasado, de no poder recibir el abrazo que necesitaba que le dieran… P: Hasta mañana, Maca – escuchó que decía Paula a su lado, regalándole una sonrisa y curando un poco su corazón. La vio andar hacia el coche que la esperaba y tras un par de pasos volvió a darse la vuelta acercándose a ella - ¿Podemos desayunar mañana juntas también? – preguntó, haciendo la pregunta que ella no se había atrevido a hacer por no agobiar a su hija. M: Claro que sí – contestó sonriendo – cuando tú quieras. P: Vale… adiós – terminó de decir despidiéndose con la mano. Miró un segundo al coche que la esperaba, viendo cómo, dentro de él, Esther la miraba con las manos al volante. Sus ojos se cruzaron un segundo y sintió un pellizco en el estómago. Bajó la cabeza y comenzó a caminar hacia su coche. P: Hola, mamá – saludó Paula entrando en el vehículo. E: Hola, cariño – respondió al saludo - ¿qué tal el día? – preguntó al tiempo que sus ojos buscaban a Maca, encontrándola ya de espaldas a ella, con la cabeza gacha y andando de manera un poco pesada. P: Bien – afirmó – He… he desayunado con Maca – le dijo esperando su reacción. E: Ajá – la miró un segundo - ¿Y qué tal? P: Bien – se elevó de hombros – es… agradable. E: Sí que lo es – volvió la vista de nuevo a la susodicha, quien en ese instante tiraba con algo de rabia su maletín dentro de su coche – Y… ¿sabes si le pasa algo? – preguntó a su pequeña. P: No… yo la he visto bien… E: Ya… - se quitó el cinturón – espérame aquí un segundo – le dijo de manera algo atropellada para salir después del coche y andar a pasos rápidos hacia ella – ¡Maca! – dijo antes de que cerrara la puerta del vehículo. M: ¿Eh? – miró hacia ella – ah… hola, Esther – salió de nuevo del coche. E: Hola… - quedó parada sin saber muy bien qué decir – yo… quería… darte las gracias por… por lo de ayer. M: De nada – contestó de manera rápida, con ganas de salir de allí. E: Maca – la volvió a parar – lo… lo siento – continuó – siento si te estoy entreteniendo pero… ¿Estás bien? M: Sí, sí, estoy bien… E: Paula me ha dicho que habéis desayunado juntas – continuó diciendo. M: ¿Te molesta? – se cruzó de brazos. E: Eh… no es eso yo… - comenzó a ponerse nerviosa y a sentirse realmente incómoda, quería ser amable con ella, intentar un acercamiento y todo lo que estaba recibiendo a cambio eran un montón de respuestas casi monosilábicas y hasta diría que un poco malhumoradas – solo quería darte las gracias, eso es todo – terminó de decir cambiando de tema. M: De nada – repitió como la vez anterior – tengo algo de prisa, lo siento. E: Sí, claro, claro – elevó las manos como haciéndole saber que no la entretendría más – adiós. M: Adiós – contestó entrando ya en el coche y arrancando. Volvió al coche con su hija quien la miraba esperando a que dijera algo sobre lo que había ido a hablar con Maca. Esther no habló, se mantuvo callada mientras se ponía el cinturón y arrancaba el coche P: ¿Está todo bien? – preguntó al ver que su madre no decía nada. E: Sí, claro, perfectamente – contestó – vamos a casa, debes tener hambre – terminó de decir, internándose ya en el tráfico. Cuando llegó a casa, la soledad la golpeó con rudeza. Ni siquiera el recuerdo de la mañana que había pasado con Paula la reconfortó lo bastante como para que sus lágrimas no dejaran de brotar en un buen rato. Y el encuentro con Esther en el aparcamiento no había ayudado en nada. No esperaba verla, mucho menos que se mostrara tan amable con ella. Su reacción no había sido adecuada, lo tenía claro, pero estaba realmente agobiada y lo único que quería era irse a casa e intentar olvidarse del mundo. Se metió en la ducha, queriendo ahuyentar sus frustraciones, pero el agua no se llevó ni una sola de sus frustraciones. Mientras se vestía, más de lo mismo, recuerdos que venían a la mente sin llamarlos y la sensación de haberlo hecho, de nuevo, absolutamente todo mal. Estaba terminando de recoger el baño cuando la puerta sonó. Se dio prisa en llegar a la puerta mientras se atusaba el pelo y al abrir se encontró con su aún mujer y su hija pequeña quien entraba en casa con el rostro serio. M: Hola – saludó a Susana. S: Hola – contestó huyendo de su mirada – la he llevado a comer, espero que no te importe. M: No, claro que no – contestó – es tu hija… puedes llevarla a comer cuando quieras, o mejor – la miró – puedes quedarte aquí. S: Maca… por favor – pidió. M: Está bien… - dejó de insistir sabiendo que nada podría hacer al verla tan decidida en ese momento – pero quiero que sepas que… S: Maca, de verdad, ahora no – la cortó una vez más – no quiero hablar de esto ahora. M: Como quieras – volvió a darse por vencida. S: Mañana he pensado en llevarla al parque así que… la recogeré después del cole y la traeré a la hora de cenar si te parece bien – informó. M: Vale, me parece bien – asintió. S: Y… creo que deberíamos pensar en un régimen de visita y… M: Eso suena a divorcio – soltó con sorpresa al escucharle decir aquello. S: … Tengo que irme – miró el reloj – ya hablaremos. M: Pero… S: Ya hablaremos – la volvió a cortar dándose la vuelta y marchándose de allí. M: Joder – protestó cerrando la puerta. Cuando llegó al salón, encontró a Lucía sentada en el sillón y de brazos cruzados – princesa… ¿no me das un beso? L: Sí – contestó acercándose a dárselo. M: A ver, mi amor – la sentó en sus rodillas - ¿Qué ocurre uhm? – preguntó al darse cuenta de su tono de voz. L: Mamá dice que ya no vivirá aquí – dijo en un murmullo. M: Ya… verás cariño, mamá y yo estamos pasando por una mala época y… - la miró – y nos hemos dado cuenta que de momento es mejor así – comenzó a decir sin saber si la pequeña entendería lo que ocurría. L: Pero tú quieres a mamá ¿no? – preguntó. M: Claro, claro que la quiero. L: Y mamá te quiere a ti, me lo ha dicho – siguió – entonces… ¿por qué no vivimos en la misma casa como siempre? – preguntó. M: Pues… ¿Sabes qué pasa? – dijo intentando buscar las palabras, Lucía negó con la cabeza – que aunque mamá y yo nos queremos, ahora mismo tenemos unos problemillas que no somos capaces de solucionar – continuó, sin poder decirle otra cosa, pues no sabía qué decirle – así que, por el momento es mejor así. L: Eso dice mamá – siguió – pero no me gusta… M: Lo sé, mi amor – contestó, quedándose callada un segundo – mírame – hizo que la mirase – mamá y yo te queremos mucho, mucho, mucho – le dijo – y lo más importante para nosotras es que tú estés bien… y no te preocupes, ¿vale? Porque nos vas a ver a las dos igual que antes… L: Bueno… - terminó de decir la cría y Maca la miró con tristeza, aquello iba a ser más duro de lo que podría haber pensado en un principio… mucho más. Durante el siguiente mes, Paula y Maca desayunaron con regularidad todos los días, pasaban el tiempo que tenían entre clases juntas, hablaban, reían, se contaban mil cosas de sus vidas. Maca no podía creerlo, cada día que pasaba veía a su hija más cómoda con ella, más abierta a contarle cosas, más cercana. La felicidad por recuperar poco a poco a su hija era tan inmensa como triste al no poder compartirla con nadie. Y es que, las cosas con Susana no habían mejorado y tampoco parecía que fueran a hacerlo. Durante ese mes había intentado hablar con ella, su mujer, simplemente cortaba la conversación. Ambas sabían que tenían que hablar del tema, buscar una solución o finalizarlo todo para siempre, sin embargo, no se atrevían a hacerlo, por miedo a lo que pudiera pasar, por miedo a lo que vendría después. La relación con Esther, prácticamente era inexistente. La enfermera no había vuelto a acercarse a ella por muchas ganas que hubiera sentido al saber, por Paula, que el matrimonio de Maca no pasaba por un buen momento. Sí era cierto que cada vez que iba a recoger a Paula de la universidad, la veía salir, cruzar un par de palabras con su hija y caminar hacia su coche. A veces, la mirada gacha de Maca provocaba en ella un enorme sentimiento de protección… a veces, tenía que agarrarse fuerte al volante para no ir tras ella. Por su parte, Lucía, poco a poco se iba acostumbrando a la nueva situación. Tácitamente y sin necesidad de ningún abogado, Susana y Maca habían creado un acuerdo para pasar el mismo tiempo con la pequeña. Ninguna de las dos ponía pega cuando la otra quería llevarla a algún sitio y eso, provocaba, que Lucía no se resintiera por la situación sentimental de sus madres. Aquel día, sin saber por qué, se había levantado más nerviosa de lo habitual. Cuando fue a la habitación de Lucía para despertarla tuvo ganas de tumbarse a su lado y no levantarse nunca más de aquella cama. Una vez arreglada la niña y dejándola desayunando se arregló ella de una manera algo torpe, incluso tuvo que volver a la habitación cuando Lucía, riéndose, señaló sus zapatos, se había puesto uno de cada par. Llevó a Lucía al cole, y se despidió de ella hasta la noche pues Susana pasaría por ella para recogerla y pasar la tarde juntas. Puso rumbo a la facultad y a medida que se acercaba sus nervios se incrementaban. No lo entendía, no sabía por qué se mostraba tan nerviosa. No fue hasta que por fin entró en el edificio que no recordó lo que tenía programado para ese día: La reunión de Paula. Esther estaría allí… La enfermera se mostraba con aparente tranquilidad y sin embargo estaba realmente histérica. Era la primera vez en semanas que iba a estar en la misma habitación que Maca. Lo cierto era que tenía muchas ganas de verla. Quizás intentar hablar con ella de todo lo que estaba ocurriendo… de Paula, de su pasado… de ese pasado que no quería recordar pero que sentía que comenzaba a olvidar. Aunque algo le decía que Maca no querría hablar de ello. M: Buenos días, Dávila – saludó entrando en el despacho del decano. D: Buenos días – le respondió al saludo - ¿Tienes listo el informe de Paula? – preguntó, pues para todas las reuniones le había pedido a Maca que escribiera un informe de seguimiento de Paula y así, hacerlo todo algo más fácil. M: Sí… lo tengo en el despacho – contestó - ¿A qué hora viene la madre? D: Pues… - miró el reloj – debe estar al llegar. M: Vale, pues voy a por el informe – dijo saliendo del despacho y respirando profundamente. Aparcó el coche, se miró por el espejo retrovisor, se atusó el pelo y salió del vehículo entrando en la facultad. Sonrió mirando a su alrededor por si veía a Paula, pero a esas horas debía estar en clase así que continuó andando hasta el despacho del decano. Se paró en la puerta, tras esa madera estaría Maca y sus nervios, una vez más aumentaron hasta casi hacerla temblar. Cuando estuvo a punto de llamar a la puerta, una voz tras ella la dejó parada. M: Buenos días – dijo Maca a su espalda, parada como ella y mirándola fijamente. E: Hola… - contestó e instintivamente buscó sus ojos, Maca los rehuyó. M: Dávila nos espera – pronunció tras un leve silencio, llamando a la puerta y abriendo al recibir invitación. Esther suspiró lentamente y tras tomar aire entró tras ella. La reunión comenzó con Dávila alabando los avances de Paula. Esther lo escuchaba con atención, sintiéndose orgullosa de su hija. Según el decano, la niña se había integrado a la perfección en la universidad, cosa que desde siempre le había preocupado y no solo eso, sino que muchos de sus compañeros le pedían ayuda y a modo de broma, dijo que en más de una ocasión se la habían “rifado” para hacer algún trabajo con ella. Maca se mantenía en un segundo plano, escuchando las palabras de Dávila y preparándose para cuando tuviera que intervenir. La enfermera, de vez en cuando buscaba su mirada sin hallarla, la pediatra ni siquiera de reojo la miraba, cosa que comenzaba a poner nerviosa a Esther. Finalmente, cuándo Dávila concluyó con su monólogo fue el turno de Maca. M: Bien… - carraspeó un poco aclarándose la voz – he estado hablando con Paula y tras consultarlo con Dávila creemos que sería bueno que la niña se matriculara en varias asignaturas del próximo curso para el siguiente cuatrimestre. E: Espera… espera – contestó un tanto sorprendida por aquello - ¿Cómo que matricularla en más asignaturas? Si ni siquiera ha terminado este cuatrimestre, ¡cómo pensáis en matricularla en más! M: Paula empieza a aburrirse en clase – contestó – cómo ya te ha dicho Dávila, va muy adelantada, se ha terminado el temario de casi todas las asignaturas que tiene mucho antes que nosotros – dijo refiriéndose al profesorado. E: Bien, pero no por ello tenéis que cargarla a asignaturas – continuó ella de manera seria – es una niña… no podrá con todo. M: Podrá – afirmó rotunda – claro que podrá – siguió diciendo sin apenas mirarla no más de un par de veces, como llevaba haciendo durante toda la conversación. E: No, si le ponéis más asignaturas, no tendrá tiempo para nada más que no sea estudiar – siguió diciendo, comenzando a enfadarse pues le ponía de los nervios estar hablando con alguien que no la miraba – y os recuerdo que es una niña y que como tal, debe tener tiempo para jugar, para sus cosas. M: Es lo mejor para ella – afirmó. E: Yo sé lo que es mejor para ella – contestó – Y no pienso permitir que mi hija se pierda su infancia porque vosotros queráis cargarla de trabajo – dijo poniéndose cada vez más nerviosa - ¡Y mírame cuando te hablo, coño! – soltó finalmente ante la atónita mirada de un Dávila. D: Eh… creo que… M: Como siempre Esther sabe lo que es mejor para todo el mundo – soltó ahora sí, mirándola, ignorando completamente a Dávila y sin entender por qué había dicho aquello y tampoco supo cómo era posible que no se mantuviera callada – Es mejor que Paula se aburra en clase, que termine por dejar de estudiar, como también fue mejor alejarla de su madre… ¿Y todo por qué? Porque Esther así lo quiere. Esther se quedó de piedra ante lo que escuchaba, estaba claro que aún quedaban entre ellas un montón de reproches, que había miles de momentos en sus espaldas que aún no habían superado, pero escuchar aquellas palabras, una vez más, la había dejado de piedra y lo que era peor, le había recordado lo mal que lo hizo todo, lo cruel que fue al separarla de su hija por muy enfadada que estuviera… y Escuchárselo decir, con tanta rabia en los ojos, le dolió… le dolió demasiado como para seguir en aquella sala, porque no podía soportar permanecer más en aquel lugar, con ella mirándola de esa forma tan diferente a como una vez la miró… E: Vete a la mierda, Maca – soltó levantándose de donde estaba y saliendo de allí dando un portazo. La pediatra se quedó parada al verla salir, no sabía por qué había dicho todo aquello, ni siquiera sabía cómo había sido capaz de decirlo delante del Decano. No había querido hacerlo, no quería seguir con aquella guerra, quería terminar con todo y seguir con su vida o al menos, con lo que quedaba de ella. Tampoco quería seguir haciendo daño a la gente y sabía que con sus palabras lo había hecho. D: No sé qué es lo que pasa aquí – dijo Dávila absolutamente frío ante todo lo que había escuchado – pero sea lo que sea, lo resuelves fuera de esta facultad – advirtió - ¿Y qué es eso de una hija? M: Luego te lo cuento – contestó saliendo también del despacho, sabía que se había pasado, lo tenía muy claro – Esther… espera – dijo tomándola del brazo ya en la salida de la universidad, y se sintió que algo se rompía al verla llorar. E: ¿Qué quieres? – preguntó tras un silencio denso. M: Lo… lo siento – por primera vez fue ella quien buscó su mirada y esta vez fue Esther quien la rehuía – no debí decir eso… E: No… si es verdad – continuó limpiándose las lágrimas – hice todo eso y sé que lo hice mal… sé que estuvo mal. M: Me he pasado – admitió bajando la mirada – de verdad que lo siento. E: Da igual, Maca… ya está – dijo algo derrotada – ya está… no quiero seguir teniendo esta lucha… ya está – se soltó de ella comenzando a andar hacia la salida de nuevo. M: Yo tampoco quiero - la paró – de verdad que no… también yo estoy cansada de todo esto – afirmó mirándola, Esther sacó una levísima sonrisa, Maca hizo amago de sacar otra - ¿Nos tomamos un café? Creo que tenemos que hablar de Paula. Decidieron ir a una cafetería fuera de la universidad, evitando así interrupciones innecesarias, queriendo hablar con un poco de tranquilidad, si es que eso era posible entre ellas. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana. Permanecían en silencio, quizás buscando las palabras con las que comenzar a hablar, o tal vez, buscando alego en el gesto de la otra que les dijera que la guerra había acabado. E: No estoy nada convencida de lo que decís de Paula – dijo una vez pidieron un par de cafés al camarero queriendo comenzar con lo que les había llevado hasta allí. M: Mira, entiendo lo que dices – continuó ella – sé que te preocupa que Paula no tenga tiempo para otra cosa, y a mí también me preocupa – afirmó – pero te aseguro que es lo mejor para ella – siguió – no haría nada que pudiera perjudicarla. E: Lo sé – dijo bajando la mirada – pero no deja de parecerme algo excesivo. M: Solo será un par de asignaturas, lo suficiente para que no se aburra – siguió – es muy inteligente, sabes que lo es y también sabes que con tan solo leerse las cosas una vez ya las aprende… no le quitará tiempo y podrá tener tiempo para ella… si no fuera así, no te estaría diciendo esto. E: No sé… - negó la cabeza – no me convence. M: Vale… haz una cosa – pidió dándole un sorbo a su café – piénsatelo, háblalo con Paula y… no sé, tomaos unos días para pensarlo – la miró – yo te aseguro que haré un seguimiento y si veo que… no sé, si veo que esto repercute en su vida yo misma me encargaré de hacer lo posible para que no pase nada. E: Ya… - sopesó lo que había dicho – pero si la matriculamos – Maca sonrió para sí misma al escuchar el plural – luego no podremos hacer nada. M: Sí, se podría anular la matrícula – contestó – no es algo muy ortodoxo pero… el caso de Paula es excepcional, seguro que se puede hacer alguna excepción. E: Hablaré con Paula – dijo tras una pausa prolongada, Maca asintió con la cabeza. M: Gracias. E: Pero con una condición – pidió – si en algún momento veo que Paula se pierde algo de su infancia, o la veo muy agobiada, si en algún momento veo que no puede tener tiempo para jugar o para cualquier otra cosa… M: Yo misma haré que se anule la matrícula – afirmó con convicción. E: Bien… entonces vale – terminó de decir no muy convencida aún. M: Es mi hija, Esther – soltó haciendo que la mirara – al igual que tú no quiero que se pase el día metida entre libros, haré lo que esté en mi mano para que eso no pase – continuó – no te preocupes por eso. E: Lo sé – la miró y quedaron mirándose unos segundos en silencio – Pa… Paula me ha contado que tú y tu mujer… - comenzó a decir con cautela sin saber si debía hablar del tema o no. M: Eso no, Esther – la cortó dándole respuesta a sus pensamientos – no voy a hablar contigo de eso. E: Vale… yo… - bajó la cabeza – solo quería saber si estabas bien… M: … - no contestó, no quería hablar con Esther de eso, no, no quería hacerlo, porque no eran amigas, no eran confidentes, no eran nada… absolutamente nada. E: Bueno… será mejor que me vaya – comenzó a decir tras un silencio prolongado mientras cogía sus cosas y llamaba al camarero para pedir la cuenta – se me hace tarde y… tengo cosas que hacer. M: Sí, claro – la observó sacar el dinero de la cartera, dejársela al camarero con una sonrisa que muchas veces vio en el pasado. La observó guardar de nuevo la cartera y la miró mientras se levantaba – Esther – la paró, la enfermera se volvió hacia ella – quería… quería pedirte algo – dijo haciendo que se quedara mirándola una vez más – verás… me gustaría que Lucía y Paula se conocieran y… y pasaran un tiempo juntas – le dijo un tanto dubitativa – había pensado que… mañana voy a llevar a Lucía al parque a patinar… había pensado que… que podría llevar también a Paula si ella quiere y… y a ti te parece bien – finalizó bajando la mirada. E: Hablaré con Paula – le dijo buscando sus ojos – si ella quiere ir, yo misma la llevaré para que pase la tarde con vosotras – la vio sonreír con sinceridad por primera vez en todo el tiempo que llevaban hablando y se contagió de su sonrisa. Maca asintió conforme con lo que decía y finalmente Esther comenzó a andar para marcharse, al pasar junto a ella, posó la mano en su hombro apretando con cariño, la pediatra sintió un escalofrío, elevó la vista para clavar sus ojos en los suyos y por primera vez en todo aquellos años, por primera vez desde que volvieron a verse, ninguno de ellos destilaba rencor. Arrodillada y sonriendo por las cosas que su hija le iba diciendo, Maca terminaba de colocarle los patines a la pequeña. Lucía impaciente, miraba hacia la zona habilitada para el patinaje mientras que comía una piruleta. M: Muy bien – dijo levantándose – ya está mi niña con sus patines puestos – sonrió dándole un beso. L: ¿Vamos ya? – preguntó queriendo correr. M: No, cariño – la paró – antes tengo que ponerme yo los míos – explicó mirando el reloj y a su alrededor esperando impaciente. L: Venga mami – protestó al ver que Maca no se ponía los patines. M: Ya voy… ya voy… - sonrió por su insistencia, miró de nuevo el reloj y terminó por ponerse los patines. En otro punto del parque, Esther andaba junto a una nerviosa Paula que portaba una mochila a su espalda. Había tenido la enorme suerte de encontrar un sitio para aparcar y decidió acompañar a Paula hasta que dieran encuentro a Maca. No iba a quedarse, pero al menos quería verla aunque fueran cinco minutos. P: ¿Y qué le digo? – preguntó de pronto su hija dejándola a ella bastante sorprendida, Paula siempre sabía lo que tenía que decir. E: Cualquier cosa, Paula – contestó – es una niña. P: Ya… pero no sé qué decirle – dijo mordiéndose las uñas, señal inequívoca de que Paula estaba más nerviosa que nunca. E: A ver, mi amor – se agachó junto a ella - ¿Qué pasa? P: Pues… que… es que no sé si le voy a gustar – Esther bajó la cabeza con una sonrisa enternecida - ¿Y si le caigo mal? E: Cariño, tú no podrías caerle mal a nadie – afirmó – y relájate, nunca has sido tímida, al contrario, simplemente tienes que ser tú misma, cariño. P: Ya pero… E: Pero nada, Paula – la cortó con cariño – además, Maca también estará allí, así que si en algún momento ves que la cosa no va bien, apóyate en ella – acarició su rostro – estoy convencida de que te facilitará las cosas todo lo que pueda. P: Vale – contestó tras respirar hondo – vamos, ya llego tarde – continuó andando. Cuando por fin llegaron a la zona de patinaje, Paula comenzó a mirar hacia todos lados sin hallar a Maca, seguía nerviosa y la gente que allí había no ayudaba nada a encontrarla. Sin embargo, Esther la había visto nada más llegar, a un costado de la pista Maca reía mientras que se deslizaba tirando de las manos de su hija. Una sonrisa apareció en su rostro cuando la pediatra, entre risas alzó a Lucía en brazos y ambas rieron con más ganas cuando comenzaron a dar vueltas. E: Están allí – le dijo a Paula que en seguida volvió la vista hacia donde le señalaba su madre. P: Es muy guapa – pronunció Paula tras una pausa sin dejar de mirar a su hermana. E: Mucho – contestó Esther mirando directamente a Maca. L: Jajaja – reía con ganas Lucía – jajaja más mami, más – pidió al ver que paraba. En uno de los giros, Maca divisó a Paula junto a Esther y se quedó parada, aún con su hija en brazos y no pudo apartar la mirada de ellas. Paula parecía nerviosa, al menos así se lo dijo el gesto que hizo al llevarse las manos a la boca para comenzar a morderse las uñas. L: ¿Mami? – preguntó la cría mirándola extrañada. M: A ver, cariño – la dejó en el suelo – vamos a ir a que conozcas a una niña muy, muy especial – acarició su mejilla – tienes que portarte bien ¿vale? Porque es importante para mí. L: Vale – asintió convencida y sin poner impedimento alguno - ¿Pero vamos a siguir patinando? M: Claro que sí, cariño – sonrió tomándola de la mano y llevándola fuera de la pista – Bien… vamos allá – dijo tras respirar profundamente y acercarse hasta ellas de la mano de Lucía – hola. P: Hola – saludó mirándolas a ambas. E: Hola – repitió el saludo. M: A ver mi vida – dijo a su hija pequeña se había escondido en sus piernas – cariño que tú no eres nada vergonzosa – exclamó sacándola de su escondite – venga Lucía… Paula, sonriendo al ver así a su hermana pequeña miró a su madre, Esther sonrió también y después volvió la vista hacia Maca quien intentaba que su hija saliera de sus piernas. P: Hola – dijo agachándose junto a ella - ¿No te acuerdas de mí? – preguntó, Lucía la miró un segundo y negó con la cabeza. L: No – contestó en un murmullo. P: Bueno, no pasa nada – miró a Maca quien la miraba sonriente – Me llamo Paula - ¿Quieres venir a patinar? – preguntó de nuevo a Lucía, quien miró a su madre antes de contestar. L: ¿Puedo mami? – preguntó. M: Claro que sí – sonrió a Paula y luego a Lucía – pero, me tienes que prometer que no te vas a soltar de su mano – la niña asintió – y que no te vas a alejar – volvió a asentir – pues venga, id a patinar – dijo dándole un pequeño golpe en el culo. Lucía extendió la mano hacia Paula quien con una sonrisa se la devolvió, fueron una caminando y la otra dando pequeñas deslizadas hasta la pista, donde pararon para que Paula se pusiera sus patines. Desde su posición, Maca no dejaba de sonreír abiertamente, ver a sus hijas juntas era algo maravilloso. Esther también sonreía, sabía lo importante que era para Paula esa tarde, desde que se lo había comentado no había podido dejar de pensar en otra cosa, ni tan siquiera se había podido concentrar para estudiar, así que verla así, con aquella pequeña de cuatro años era simplemente, asombroso. M: Gra… gracias por traerla – dijo mirando a Esther. E: Ella quería venir – contestó – y te dije que si ella quería yo la traería. M: Aun así, gracias – volvió a decir mirándola durante un segundo para volver la vista hacia sus hijas que en esos momentos reían entre ellas mientras jugaban en la pista. E: Tienes una hija muy guapa - pronunció mirándolas - y parece un encando de niña - afirmó. M: Es maravillosa - afirmó Maca llevando la vista hacia ellas, sin apenas mirar a Esther, quien bajó la mirada al suelo. E: Bueno… yo… voy a irme – dijo señalando a su espalda - ¿A qué hora vengo a recogerla? – preguntó. M: Pues… - miró el reloj - en un par de horas Lucía querrá merendar – miraba a sus hija - ¿Te parece si viene con nosotras y luego la llevo yo a tu casa? ¿A eso de las ocho? E: Claro – sonrió – me parece bien. M: Vale… E: Pues… - buscó su mirada sin encontrarla – hasta luego. M: Sí, hasta luego – contestó sonriendo cuando vio cómo Lucía caía sobre el cuerpo de Paula al suelo y ambas reían a carcajadas. Esther se dio la vuelta y comenzó a andar. Estaba claro que Maca no sentía absolutamente nada por ella, ya no, y tendría que vivir con ello. Estaba claro que el pasado aún pesaba, a ambas les pesaba pues aunque la amaba, aún no había podido olvidar aquella imagen de Maca y Vero en el despacho de la pediatra. Estaba claro que sus vidas, desde hacía mucho tiempo se habían separado, que sus caminos eran distintos y que tan solo había una cosa que las unía. Paula. Lo único por lo que Maca se acercaba a ella. Lo único realmente importante para ambas. Maca seguía mirando a sus hijas y sentía una intensa felicidad al verlas juntas, sonreía cuando ellas reían y tenía ganas de llorar de alegría cuando las veía jugar. Sintió ganas de abrazar a alguien, sintió unas terribles ganas de compartir su felicidad. Miró a su lado, buscando su cuerpo y encontrándose con que estaba sola. Se dio la vuelta, ni siquiera se había dado cuenta de que se había marchado y suspiró cuando se encontró con su espalda alejándose de ella. Volvió la vista al frente, sonrió una vez más para finalmente unirse a ellas. L: Jajaja – reía Lucía escuchando lo que Paula contaba mientras esperaban a que Maca volviera de la barra donde estaba pidiéndoles la merienda - ¿Y qué pasó? P: Pues que el gato, cuando se cayó al agua empezó a maullar y maullar y mi madre gritaba porque la estaba poniendo perdida – seguía contando – hasta que manolito pegó un salto enorme y se colgó de las cortinas. L: ¿De las cortinas? – preguntó totalmente metida en la historia. P: Sí y se rajaron enteras – ahora era ella también la que reía – y mamá no dejaba de gritar. M: Aquí están los colacaos – dijo poniéndolos en la mesa – y ahora vienen las napolitanas. L: Gracias mami – sonrió Lucía dándole ya un sorbo a la taza. P: Gracias, Maca – repitió la acción Paula mirándola un poco más vergonzosa. M: De nada – contestó sin poder creer cómo no se había echado a llorar de felicidad aún – ¿De qué habláis? L: De manolito, mami – dijo entusiasmada Lucía – se cayó en la bañera y saltó a las cortinas y lo rompió todo, todo, todo. M: Ahm… - miró a Paula. P: Manolito era un gato que tuvimos – le explicó. M: ¿Te gustan los gatos? – preguntó queriendo saber muchas más cosas de ella. P: Bueno… - se elevó de hombros – me gustan más los perros pero Eva nos regaló a Manolito y era muy mono – sonreía. L: A mí también me gustan los perros – miró a su madre - ¿podemos tener un perro, mami? M: Ya veremos cariño – sonrió a la camarera que les llevaba el resto del pedido – gracias – le dijo a la camarera - y ahora… vamos a tomarnos esto que está muy rico – siguióo con la pequeña - ¿Cómo van las clases Paula? Bueno – sonrió – no sé para qué te pregunto si sé que estupendamente. P: Sí, bueno, bien- se elevó de hombros. M: ¿Hablaste con tu madre de lo que le propusimos en la reunión? – preguntó. P: Eh… no – la miró interrogante – aún no… ¿de qué? M: De nada – negó con la cabeza – de nada, ya… ya te lo dirá ella. P: Pero ¿qué era? – insistió con curiosidad. M: Es… es que supongo que Esther querría hablar contigo de todo esto… creo que es mejor esperar a que lo haga ella. P: Maca… no pasa nada, puedes decírmelo – insistió y Maca sabía que no podría negarle nada. M: Vale pues… - la miró – hemos pensado que cómo vas tan avanzada podríamos matricularte en alguna asignatura del segundo curso – Paula abrió los ojos sorprendida – siempre y cuando tengas tiempo para tus cosas y no te suponga un esfuerzo extra. P: Eso es… ¿Se puede hacer? – preguntó alucinada. M: Sí, se puede hacer – afirmó – pero de todos modos háblalo con tu madre y ya veremos cómo lo hacemos. P: Vale – la miró, sonrió y la pediatra correspondió – gracias. M: Gracias a ti, por estar aquí hoy – elevó la mano para acariciar su rostro y sin embargo se quedó parada a mitad de camino, aunque deseaba abrazarla y acariciarla como hacía con Lucía, sabía que para Paula podría resultar un tanto incómodo. L: ¿Vas al cole de mayores de mami? – preguntó Lucía de pronto. P: Sí, y Maca me da clases – contestó tras bajar la mirada consciente de lo que había pasado. L: Yo también quiero ir – pronunció – pero mamá dice que tengo que ser más mayor. M: Claro, cariño – acarició su pelo, con ternura, como quería hacer con Paula – verás cómo dentro de unos años tú también vienes conmigo a la universidad. L: Sí – contestó convencida de ello al tiempo que volvía a su colacao. Pasaron una tarde excelente, hablaron, rieron y sobre todo y más importante, Paula y Lucía no pararon de charlar entre ellas. Parecía que se formaba entre ellas una conexión especial, la pequeña estaba encantada con Paula y a esta, literalmente se le caía la baba con su hermana. Maca aún no terminaba de créerselo, había pasado toda la tarde con sus dos hijas y había sido mejor de lo que algún día pudo llegar a imaginar. M: Bueno… pues ya hemos llegado – dijo parando el coche ya en la puerta de casa de Esther – mañana nos vemos. P: Sí – abrió la puerta – muchas gracias, Maca, lo he pasado muy bien. M: Nosotras también – decía emocionada – ¿que… querrías repetirlo algún día? P: Claro – soltó sin pensarlo si quiera – podríamos ir al cine. M: Eso sería genial – contestó con la voz tomada – venga… que Esther debe estar esperándote. P: Sí… Adiós Luci – se despidió de su hermana que sentada en su sillita le decía adiós con la mano. Maca esperó, con el coche en marcha a que Paula entrara en el bloque, sonrió una vez más cuando su hija, antes de cerrar la puerta del portal se volvió hacia ellas para despedirse con una sonrisa alzando la mano. Finalmente, aunque le hubiese gustado no separarse de ella nunca más, puso el coche en marcha para volver a casa. L: ¿Vamos a volver a ver a Paula, mami? – preguntó mientras iban ya de camino a su piso. M: Claro que sí – afirmó con convicción – la vas a ver muchas veces. L: Vale – contestó la cría. M: ¿Te ha gustado Paula? L: Sí, mucho – afirmó sin añadir nada más, pendiente ahora de su muñeca. M: Me alegro, mi amor – sonrió mirándola un segundo por el retrovisor para volver la vista al frente. Habían pasado una tarde maravillosa, las tres se habían divertido y para ella, había sido una de las mejores tardes que había tenido en mucho tiempo, tras cumplir el sueño de reunir a sus dos hijas en el mismo lugar. Un par de días después, cuando fue a recoger a Lucía, decidió que ya iba siendo hora de tener una conversación con su mujer. No podían estar así por más tiempo, era absurdo, estúpido y tremendamente difícil permanecer más con la incertidumbre de no saber en qué situación estaban. Cuando llamó al timbre sonrió al escuchar a su pequeña correr hacia la puerta. Ensanchó más la sonrisa cuando la puerta se abrió dejando ver a la niña que saltó sobre ella con la intención de que la alzara en brazos, como así hizo Maca al instante llenándola de besos, cualquiera diría que llevaban tiempo sin verse al ver aquella escena. L: Tamos juegando a las casitas, ¿vienes? – preguntó la cría una vez Maca la dejó en el suelo. M: Ahora voy – le contestó – pero antes tengo que hablar con mamá – terminó de decir elevando la mirada y encontrándose con Susana esperándola apoyada en la pared. L: Vale, pero luego juegas – insistió. M: Luego juego – sonrió – anda, ve con tus primas – dijo entrando del todo y dándole un cachete en el culo a su hija para que fuera a jugar. L: Mamá, mamá – se paró frente a Susana – mami juega luego conmigo. S: Ya lo he oído, cariño – sonrió – anda, ve a jugar – instó también quedándose ya a solas frente a su mujer. M: Tenemos que hablar, Susana, esto no puede seguir así – dijo parándose frente a ella, viendo cómo Susana suspiraba, asentía levemente con la cabeza y finalmente la invitaba a acompañarla hasta el salón – Hola – saludó a su cuñada. C: Hola, Maca – se levantó para darle dos educados pero algo fríos besos – bueno… os dejaré solas. S: Gracias – le dijo a su hermana antes de marcharse – pues tú dirás – se cruzó de brazos y se sentó en el sillón. M: ¿Cuánto tiempo vamos a seguir en esta situación? – preguntó sin pretender sonar dura. S: Yo… no lo sé, Maca, todo lo que ha pasado es demasiado fuerte y… yo ya no estoy segura de nada. M: ¿Pero de qué es de lo que no estás segura? – preguntó – porque sinceramente no entiendo tu actitud… S: Mi actitud… - rió de medio lado algo irónica – tú no entiendes mi actitud y yo sin embargo tengo que entender todo lo que ha pasado, todo lo que me has estado ocultando y encima tengo que aceptarlo. M: No… no es eso – bajó la cabeza – pero… te he pedido perdón por no contártelo mil veces y… joder he intentado que estés conmigo, te he pedido muchas veces que estés conmigo que… que comprendas que quiero estar con mi hija y… lo único que me dices es que te marchas y en este mes apenas he sabido nada de ti. S: Necesito tiempo – contestó. M: Pero tiempo ¿para qué? S: Pues… tiempo para… para saber lo que siento – soltó – para saber qué tengo que hacer, cómo tengo que reaccionar a esto, tiempo para aclararme y sobre todo tiempo para saber qué es lo que sientes tú. M: ¿Es que no te ha quedado claro lo que siento? – preguntó – porque no sé cómo hacértelo entender, de verdad – decía pasándose las manos por la cabeza un tanto agobiada. S: Ya… - sonrió para sí misma – creo que ni tú misma lo sabes – Maca la miró con una ceja alzada – no, no me mires así, estoy convencida de que no sabes qué sientes y mucho menos lo que quieres… y sinceramente, no estoy dispuesta a volver contigo para ver cómo te pierdo. M: Por favor – se acercó a ella – ¿Es que no te das cuenta de que la única manera de perderme, de que nos perdamos la una a la otra es precisamente haciendo lo que tú estás haciendo? ¿No te das cuenta de que estar separadas no es la solución? S: No lo sé – sintió ganas de llorar – te juro que no lo sé – la miró – pero entiéndeme tú a mí… no puedo arriesgarme a sufrir más… no puedo estar contigo después de todo lo que ha pasado… - negaba con la cabeza – no… no puedo hacerlo si no sé en qué piensas o si alguna vez piensas en ella en lugar de en mí. M: Susana… - tomó su mentón haciendo que la mirara - ¿Cómo lo hago? – preguntó un tanto perdida ¿qué es lo que tengo que hacer para que no pienses eso? S: No se trata de lo que hagas o lo que dejes de hacer – contestó tras una pausa alargada – se trata de lo que siento yo, lo que realmente sientes tú y… de… de lo que aún puedes sentir – Maca iba a decir algo y ella la paró – no, espera… déjame que te lo explique… - la profesora asintió – quizás aún no te des cuenta, o no quieras reconocerlo, pero en este mes he tenido mucho tiempo para pensar, y el hecho de que no me lo contaras, de que te lo guardaras para ti sola, dice mucho de todo lo que sientes, o al menos de lo que sentiste por ella – siguió – Si me lo hubieras contado todo habría sido diferente pero has estado todos estos años guardándote algo tan grande como que antes de mí, hubo una persona que fue lo suficientemente importante y a la que quisiste tanto como para querer tener una hija con ella – la miró – si la hubieras olvidado totalmente, no te lo habrías guardado para ti… al hacerlo… es… es como si quisieras tenerla oculta del resto del mundo en tu corazón, en algún sitio donde nadie más entre. M: No tiene nada que ver con eso – consiguió decir tras escucharla pues eso, era lo último que se esperaba – Susana, no tiene nada que ver con eso – repitió – el hecho de que no te dijera nada, no tenía nada que ver con Esther, era por Paula, porque me hacía daño hablar de ella, me hacía daño recordarla sabiendo que no la tendría conmigo… S: Ya… - bajó la cabeza – No creo que solo fuera por Paula – continuó – no me lo trago, Maca, no puede ser solo por Paula, algo así no se guarda de esa manera durante tantos años, al contrario, podrías habérmelo contado y yo habría sido la primera en ayudarte a recuperar a tu hija, pero no creo que fuera solo por Paula. M: No voy a decirte lo que quieres oír – se levantó comenzando a enfadarse por todo aquello que estaba diciendo – tú eres la que se ha ido de casa, la que parece que quiere terminar con nuestro matrimonio, no voy a decirte nada de lo que quieres que te diga para que me eches a mí la culpa – soltó con bastante dolor y algo de rabia. S: Mírame – pidió mucho más seria que al comienzo de la conversación - ¿La quieres? – preguntó finalmente lo que había querido preguntarle desde hacía bastante tiempo. M: Esa es una pregunta estúpida – contestó dándose la vuelta cruzándose de brazos. S: ¿Te parece estúpida? – se levantó también. M: Muy estúpida. S: No lo será tanto si no me contestas – continuó diciendo. M: Y no pienso hacerlo – la encaró – no voy a responderte a una pregunta que no deberías hacer, porque no te he dado ningún motivo para pensar tal cosa – decía bastante enfadada. S: Que no me hayas dado motivos no significa que no sientas nada – insistió. M: ¡Quieres dejar de decir tonterías! – elevó el tono de voz. S: ¡Pues contéstame! – igualó el tono. M: Esto es absurdo – pronunció dejando escapar el aire de sus pulmones – Estás comportándote como una cría. S: Cría o no aún espero una respuesta – la encaró cruzándose de brazos. M: Si de verdad necesitas esa respuesta, entonces es que no me conoces nada – contestó a modo de reproche. S: Sí, tal vez sea eso – no se achantó – tal vez es que nunca te he conocido, tal vez tú no me has dejado conocerte, con la de cosas que ocultabas, normal que no te conociera. M: Muy bien Susana… - dijo cabreada – lo estás haciendo de puta madre. S: No mejor de lo que lo has hecho tú todos estos años – reprochó. M: Si tan mal lo he hecho no sé por qué sigues casada conmigo – soltó en un arranque de rabia por todo lo que estaba pasando, en un momento de agobio extremo. S: Pues quizás deberíamos divorciarnos – contestó Susana fuera de sí. Se quedaron ambas calladas, como si de pronto hubieran dicho algo prohibido, algo que nunca hubiera imaginado. Se miraron, con la rabia del momento y el dolor causado por sus palabras. Y ninguna dijo nada para arreglarlo, ninguna pronunció palabra alguna para borrar lo dicho. Susana se dio la vuelta con lágrimas en los ojos y Maca solo atinó a salir de aquella casa, preguntándose en qué momento se había jodido todo. No podía creer lo que había pasado. No podía entender cómo habían llegado a esa situación, en ningún momento había querido llegar a esos extremos, al contrario, había ido para intentar solucionar las cosas y había salido peor de lo que había entrado. Divorcio… estaban hablando de divorcio… ¿Por qué no había sido capaz de decir nada al respecto? ¿Por qué no había contestado a la estúpida pregunta? Tenía muy clara la respuesta, entonces… ¿Por qué no le había respondido? Durante el resto de la tarde la pasó dando vueltas por Madrid sin saber dónde ir, sin querer ir a ninguna parte en concreto, tan solo quería aislarse del mundo, como siempre cada vez que veía que las cosas se le iban de las manos. Sí, quizás era una cobarde, siempre lo había sido pero cuando algo le superaba, cuando se le presentaba algo que no podía controlar, entonces su agobio era tal, que no atinaba a hacer nada a derechas… siempre terminaba empeorándolo y sabía que la única manera de intentar hacer algo bien, era alejarse de todo, de todos e intentar calmarse, mirar las cosas con perspectiva y tomar algo de aire. Cuando llegó a casa, escuchó ruido tras la puerta. Abrió con algo de miedo y suspiró tranquila al escuchar la voz de Lucía en la cocina. Supuso que Susana había ido a llevarla y al no encontrarla allí, había usado su llave. Llegó a su encuentro y se quedó viéndolas desde el quicio de la puerta. Lucía cenaba ya mientras Susana le acomodaba los platos, pendiente de que se lo tomara todo. M: Hola – saludó bajando la cabeza, sabiendo que se había pasado. S: Hola – contestó de manera seria. L: Hola, mami – fue la única de las tres que sonrió - ¿Dónde tabas? M: Pues… estaba dando una vuelta, cariño – se acercó, le dejó un beso en el pelo a su hija y miró a Susana – voy a cambiarme – su mujer ni tan siquiera la miró – cómetelo todo ¿eh? L: Sí – contestó la cría llevándose un nuevo trocito a la boca. Llegó a la habitación y comenzó a cambiarse, se sentó en la cama y se tapó la cara con las manos, de nuevo, el agobio y las culpas flecharon su cabeza, lo único que tenía claro era que no quería hacer daño a nadie más y que aquello, de la manera en que fuera, debía terminar ya. Susana se quedó hasta que acostó a Lucía, la niña le pidió que esa noche fuera ella quien le contara un cuento, así que no pudo negárselo a su hija. En el salón, a oscuras, Maca esperaba a que su mujer saliera de la habitación. Cuando Susana llegó, se quedó parada un segundo en la puerta del salón. La pediatra elevó la cabeza encontrándose con su mirada y finalmente se sentó al otro extremo del sofá, dejando entre ellas un gran hueco de separación. M: Nos hemos pasado esta tarde – fue lo primero que comentó Maca incapaz de mantener por más tiempo aquel silencio. S: Sí… supongo que ambas hemos dicho cosas que… que no sentíamos o… - se quedó callada pues realmente no sabía si lo sentían así o no. M: No la quiero – le dijo tras una pausa, Susana la miró como si le quitaran un pequeño peso de encima – pero no sé qué es lo que me pasa – siguió diciendo queriendo ser completamente sincera con ella, ya era hora de ser sinceras – no sé por qué me siento tan perdida… yo lo único que quería era recuperar a mi hija, pero… - negó con la cabeza, Susana tragó saliva – Esther revuelve todo mi mundo, de una manera que no consigo entender, de un modo que no soy capaz de parar… - la miró con tristeza – sé que no la quiero y que no quiero perderte a ti, pero… ella ha vuelto sin que la esperara, sin haber cerrado aquel capítulo… Yo la odiaba y supongo que ella me odiaba a mí – continuó con la voz tomada – y… ni siquiera puedo hablar con ella, no quiero hacerlo, no sé por qué me siento de esta manera, es… es como si me estuvieran arrancando las entrañas… como si de pronto alguien le hubiera dado una patada a mi vida y todo hubiera salido volando – volvió a mirarla – Perdóname, Susana si te he hecho daño, te juro que lo último que quiero es eso. S: Yo no… no sé qué decirte – y era cierto, porque ante aquella extraña declaración de lo que fuera que estaba declarando no sabía qué decir. M: No quiero mentirte – siguió – no quiero ocultarte más cosas – bajó la cabeza incapaz de mirarla, llenó sus pulmones de todo el aire que pudo tomar antes de seguir hablando – La besé… - Susana la miró súbitamente – yo… estaba fuera de mí… Paula acababa de decirme que no quería saber nada de mí y fui a recriminarle y… no sé qué me pasó, se me cruzaron los cables… fue más la rabia que sentía que otra cosa, pero la besé. S: La besaste – fue lo único que pudo decir. M: Sí… - soltó en un hilo de voz – lo siento mucho… muchísimo… Pero te juro que no sign… S: No… - la cortó – no me sueltes el tópico de que no significó nada – dijo con la voz tomada – no me tomes por tonta, haz el favor. M: Cariño… lo siento – se acercó a ella, Susana no se movió – lo siento muchísimo… siento mucho todo esto yo… S: Más lo siento yo – dijo tras respirar profundamente, con una frialdad y una entereza que le hizo saber a Maca que ya nada más podría hacer – Ahora sí que quiero el divorcio, Maca – terminó de decir levantándose para mirarla, al cruzarse con sus ojos vio en ellos el dolor que todo aquello también le causaba a su mujer – ya no tiene sentido que sigamos con esto… Ya no… M: Susana… - hizo el intento de pararla, su mujer abortó su intención. S: Mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo – continuó diciendo – solo te pido que hagamos esto de una manera civilizada por el bien de Lucía… no quiero que sufra por nuestra culpa. M: Yo no… yo… - se levantó – no la quiero, Susana – repitió en un intento por retenerla aun sabiendo que no lo lograría – no la quiero… S: Ya... - sonrió de medio lado de manera triste - lo siento mucho – se alejó de ella, no quería seguir con eso, ya no – tengo que irme… M: Susana… por favor… S: Adiós, Maca – terminó de decir ahora sí, saliendo de aquel piso que hasta hacía poco había sido su hogar. Maca se quedó allí, de pie en mitad del salón, con la mirada perdida e intentando no caer. Lo había vuelto a hacer, había vuelto a cometer los mismos errores y había vuelto a dañar a la gente que quería… y aquello, no sabía si podría soportarlo. Los días comenzaron a pasar de una manera demasiado lenta para una Maca que no había conseguido levantar cabeza. Tan solo con Lucía y las ocasiones en las que estaba con Paula era cuando se mostraba algo más alegre. El divorcio de Susana era un hecho y no era capaz de reaccionar ante él. Esos días se convirtieron en semanas y las semanas pasaron a ser tres largos, lentos y duros meses en los que los únicos momentos de sonrisas era cuando estaba con sus hijas. La relación con Paula no podía ir mejor, cada vez eran más las veces que se habían visto, habían ido al cine, desayunaban diariamente en la facultad y por lo que parecía, era la misma Paula la que tenía ganas de pasar tiempo con ella. Maca no había querido agobiarla así que había dejado que fuera la niña la que marcara el ritmo. Y Paula parecía que no tenía ningún problema en pasar tiempo con ella y Lucía. Las niñas se llevaban a las mil maravillas, cada vez que estaban juntas no dejaban de reír, jugar y “charlar”, a Lucía le encantaba estar con Paula, sabía ya quién era, Maca se había encargado de explicarle que aquella niña tan lista era su hermana mayor y Lucía se mostró encantada cuando lo supo, incluso, según le contó la profesora, fue presumiendo de hermana en el cole. Paula tampoco se quedaba atrás, le encantaba estar con su hermana, era algo nadie podía negar, le ayudaba con los deberes del cole cuando pasaban alguna tarde juntas y le contaba algunas historias que Lucía escuchaba con atención. Durante esos momentos, Maca se quedaba embelesada mirándolas y muchas veces soltó alguna que otra lágrima de felicidad. Esther, por su parte, consciente de toda la situación por la que estaba pasando Maca y a pesar de que una parte de ella quería ir a verla, se había mantenido en un discretísimo segundo plano. No había intentado hablar con ella, tampoco se había acercado lo suficiente a ella y mucho menos había insinuado nada que pudiera alterarla. Para ella tampoco era fácil… pero intentaba llevarlo de la mejor manera, sobre todo por Paula quien muchas veces le había contado lo mucho que le gustaba estar con Lucía y Maca. Ese día, estaba teniendo una guardia bastante tranquila, paseaba por los pasillos mirando a los médicos que se cruzaban con ella para ver si alguno le pedía ayuda en algo, lo cierto era que se estaba aburriendo bastante. Nadie parecía necesitarla, lo cierto era que pocos eran los pacientes que habían llegado a urgencias, así que, sin más nada que hacer, decidió ir a la cafetería encontrándose con una aburrida Claudia que intentaba terminar un crucigrama del periódico del día anterior. E: Puff… menudo muermo de día – comentó sentándose a su lado. Cl: Ya te digo – contestó mirándola un segundo – mierda de crucigrama… - dejó el periódico en la mesa. E: A ver – lo recogió con una sonrisa en los labios - joder Claudia – dijo al ver tantos huecos aún en blanco – no tiene que ser tan difícil… C: Ya a ver – se lo arrebató de nuevo – en marinería, Cabo grueso que, asegurado por un extremo en la cabeza de un palo o verga y provisto en el otro de un aparejo, sirve para resistir grandes esfuerzos – leyó el enunciado de la palabra en cuestión. E: Uhmmm… ¿Cuántas letras? – quiso saber. C: Pues… - contaba – Seis letras – contestó – empieza por “AM” y finaliza con una E – siguió diciéndole pistas… E: Pues no sé – se elevó de hombros en el momento en que su móvil comenzó a sonar, lo sacó del bolsillo, miró la pantalla y se encontró con un número que no conocía – miró de nuevo a Claudia, le dio a responder y mientras se lo llevaba al oído soltó - ¿Amante? Maca se quedó a cuadros al escucharla. Lo cierto era que aquella pregunta era lo último que se había esperado al llamar a Esther y sinceramente se le secó la garganta. Cuando lo pensara se daría cuenta de lo absurdo de su reacción pero en ese momento, cuando nada más descolgar le escuchaba decir algo como aquello se había quedado muda. E: ¿Sí? – preguntó al ver que nadie respondía - ¿Hola? M: Ho… - se aclaró la garganta – hola Esther. E: Ah, hola, Maca – Claudia la miró con una ceja alzada, ella se puso nerviosa - ¿Qué tal? M: Ehh… bien, bien – contestó aún chocada por lo de “amante” – esto… escucha, te llamaba por… porque quería saber si podría recoger a Paula esta tarde, había pensado en… en ir al parque con Lucia y, quizás querría venir… si tú no tenías pensado nada, claro. E: Pues lo cierto es que quería llevarla al cine – contestó – íbamos a ir de tiendas y luego pretendía llevarla a ver una película que lleva días queriendo ver. M: Sí… la de Lorax, también me ha comentado que quería ir a verla… - contestó algo desilusionada – Lucía también quiere ir – suspiró – en fin… otro día será. E: También podéis veniros con nosotras – sugirió sin tan siquiera pensárselo ni una sola vez, simplemente salió de sus labios de una manera que no pudo controlar. Al salir del cine y siendo aún temprano, las niñas, sin dejar que sus madres se negaran, decidieron ir, por decisión más que nada de Lucía, a la tienda de juguetes. Esther sonreía pues sin saberlo, la pequeña le daba la oportunidad de estar unos minutos a solas con Maca cuando ya aceleraban el paso entrando en la tienda. Por su parte, Maca, quien había intentado persuadirla diciéndole que ya era un poco tarde, tuvo que aceptar al ver las ganas que tenían ambas de estar juntas. Sonrió levemente al ver cómo Paula tomaba de la mano a su hermana internándose en la juguetería. E: Ha estado bien la película – comentó mirando al frente. M: Jum… - asintió – sí, entretenida más bien – contestó levemente. E: A las niñas les ha encantado – continuó – bueno, a mí también… M: Sí, no ha estado mal – dijo de manera lejana, Esther suspiró, estaba claro que Maca no parecía estar nada cómoda. E: Vale… - bajó la cabeza. Se quedó callada un segundo, sin saber qué decirle sin recibir más que un monosílabo o una respuesta con cierto tono cortante – ¿Sabes? Al menos podrías disimular lo poco que te gusta estar aquí conmigo – soltó sin poder decirle otra cosa, un tanto dolida por su actitud y dejando a Maca plantada en el sitio. Durante un buen rato estuvieron dando vueltas por aquella juguetería. Las niñas iban de un lado a otro mirando juguetes mientras que sus madres, sin hablar, mirando cada una hacia otro lado y metidas en sus propios pensamientos caminaban algunos metros tras ellas. Sin saber cómo, ni tampoco por qué ninguna de las dos se habían negado, se encontraron sentadas en una de las cafeterías, con un par de batidos para las niñas y un par de cafés para ellas. Atentas ambas a las pequeñas casi no se miraron para nada y se dedicaron a disfrutar de sus hijas. Como no podía ser de otra manera, las niñas se internaron en su particular conversación quedando ajenas a lo que pasaba a su alrededor. La pediatra, consciente de que quizás se había comportado de una manera que podrían calificar de desagradable con Esther sintió la necesidad de disculparse con ella. M: Lo siento – comenzó a decir llamando la atención de una Esther que en esos instantes miraba hacia su alrededor. E: ¿Cómo? M: Que lo siento – repitió – supongo que… me he estado comportando toda la tarde como una estúpida – siguió – esto es raro… tú y yo aquí… - las señaló a ambas – como… como si fuéramos amigas y… E: Y no lo somos, ya – la atajó al ver que Maca no terminaba. M: No, no lo somos – afirmó – pero eso no me da derecho a comportarme de la forma en que me he comportado esta tarde – siguió en tono bajo, para que ninguna de las niñas las escuchara – últimamente estoy más irascible de lo normal – continuó hablando sin mirarla – en tres días es la firma del divorcio y… supongo que no es un buen momento para esto – terminó de decir sacando una sonrisa al ver cómo su pequeña la miraba - ¿Estás cansada, cariño? – preguntó a la cría, dejando a Esther callada, sin poder contestar, tal vez es que no quería que contestara. L: Sí – contestó Lucía con su adorable vocecita. M: Ahora nos vamos, mi amor – le dijo peinando su pelo y mirando con amor a una Paula que sonreía a su hermana - ¿Tú también estas cansada, verdad? – le preguntó a su hija mayor acariciando ahora su rostro. P: Sí, un poco – le contestó regalándole una sonrisa. Viendo que ambas niñas estaban cansadas, pagaron la cuenta, esta vez a medias y se levantaron para marcharse. Tras despedirse de su hermana, Lucía extendió los brazos para que su madre la cogiera como así hizo Maca al instante y la pequeña, apoyada en su hombro comenzó a mostrar el sueño que tenía. Esther la miró disimuladamente, y sintió un pinchazo en el corazón… ¿Cuántas veces había hecho ella lo mismo con Paula y cuántas veces le había negado a Maca que lo hiciera? Su rostro bajó al suelo sin poder evitarlo y cuando volvió a alzarlo se encontró con la mirada de la pediatra sobre ella. E: Despídete de tu madre, Paula – le dijo a su hija sin dejar de mirar a una Maca que hizo amago de sonreír al escucharla, pero tan solo quedó en eso, un amago. P: Adiós, Maca – se despidió y como le pasara desde hacía algún tiempo, no sabía muy bien cómo despedirse. M: Descansa, cariño – contestó mirándola un segundo, quizás esperando algo más sabiendo que no llegaría – Adiós – le dijo a Esther antes de darse la vuelta para marcharse. Paula y Esther quedaron allí, viéndolas se marchar. Vieron a Maca agarrar con más fuerza a su hija y besar su pelo, la vieron esconder el rostro en el cuello de la pequeña, y ambas se dieron cuenta que Maca parecía necesitar mucho más que un “adiós”. P: Mamá… - comenzó a decir mirando a Esther. E: Ve – sonrió sabiendo qué iba a decirle – le hará mucha ilusión – terminó de decir sonriéndole para animarla. P: Sí – en una carrera, Paula llegó hacia Maca, la llamó y desde su posición, Esther pudo ver cómo su hija hacía que Maca se agachara, cómo le dejaba un beso en la mejilla que pillaba desprevenida a la pediatra, cómo ésta tenía que hacer un esfuerzo por sujetar a Lucía y cómo en sus ojos se leía claramente la felicidad que sintió al recibir el primer beso de su hija. Seria, con gafas de sol y acompañada de su abogado, Maca llegaba al despacho de la abogada de su mujer. El leve temblor de sus manos hacía ver que la apariencia tranquila era tan solo eso, apariencia, pues en su interior todo un volcán rugía con furia. Una parte de ella le gritaba que parara todo aquello, que de nuevo se estaba equivocando, que no tenía sentido un divorcio de esa manera. Otra parte, quizás la parte responsable, la que sabía que no le haría más que daño, repetía una y otra vez, que era lo mejor que podía pasar, que si no lo hacía ahora, terminaría cagándola en otro momento y el daño causado sería el doble. Entraron y su cuerpo se irguió al verla, elegante como siempre y al igual que ella algo nerviosa, se miraron un instante, el suficiente para saber que no había vuelta atrás, que Susana estaba totalmente convencida de dar aquel paso. Alguien más llegó junto a su, aún, mujer, diciéndole algo al oído, ella asintió, la miró y volvió la vista de nuevo a Maca quien miró a la que supuso sería la abogada de Susana, una mujer alta, castaña, con los ojos verdes, o al menos eso le pareció desde su lugar y bastante atractiva. Ab: Vamos – le dijo su abogado – nos están esperando. M: Sí – contestó Maca andando tras él – Hola, Susana – saludó al quedar a su lado. S: hola, Maca – le devolvió el saludo – Ella es Nuria, mi abogada – las presentó. M: Encantada – tendió la mano a modo de saludo – él es Fernando. N: Hola – los saludó a ambos, Fernando también contestó al saludo y los cuatro entraron en el despacho de Nuria. Comenzaron la reunión de la manera más profesional y adulta que las condiciones permitían. Hablaron del reparto de bienes, Maca permanecería en el inmueble junto con Lucía, el coche se lo quedaría Susana, la cuenta conjunta se repartiría a partes iguales y cada una de ellas ingresaría en una cuenta a nombre de Lucía una asignación mensual para la niña. Los gastos extraordinarios en el cuidado de la pequeña irían aparte. Fijaron un régimen de visitas conforme a la custodia compartida que ambas, habían decidido de mutuo acuerdo. Todo se llevó a cabo sin levantar la voz, sin que ninguna de las dos pusiera ni una sola traba, sin que ninguna protestara. Durante todo el proceso, Maca buscó la mirada de su mujer, Susana sin embargo, la rehuía sin ningún pudor. En un momento dado, la pediatra se removió en su asiento cuando, la abogada, con disimulo y de una forma que le pareció demasiado natural e incluso diría que cotidiano se acercó más a Susana para decirle algo al oído la tiempo que, inconscientemente, una de sus manos buscaba la de Susana y dejaba una mínima caricia. Maca miró con el ceño fruncido, algo le dijo que había más que tan solo una relación profesional. Sintió cómo se le cerraba la boca del estómago, sin embargo, no dijo nada, ni hizo ningún comentario, tan solo esperó a que Susana la mirase para así, poder confirmar o no aquella sospecha que de alguna manera se había creado en su mente. N: Bien, pues si ambas partes están de acuerdo – dijo mostrando los documentos – debéis firmar aquí – les señaló el lugar indicado. S: Vale – tomó el bolígrafo, miró a Maca quien le devolvió una mirada triste y firmó la primera de las varias hojas que debía firmar. Maca suspiró, ya estaba hecho, ya no había vuelta atrás. Cuando terminó Susana, le pasó el bolígrafo y sin poder hacer nada más, dejó su rúbrica en aquellos papeles que le decían que ya, no existía ninguna relación que las uniera sentimentalmente. La reunión terminó con la tensión propia de las circunstancias, aunque había sido, en cierta manera, lo que los abogados llaman un divorcio amistoso, había sido y seguiría siendo bastante duro. Acompañada de nuevo de su abogado, Maca salió de aquel despacho sabiendo que había dejado atrás lo que podía haber sido un matrimonio para toda la vida y que no había conseguido cuidar, muy por el contrario la había dañado y había destrozado, una vez más, su relación. Cuando estaban a punto de salir de aquellas oficinas se dio cuenta que sobre la mesa de aquella sala se había olvidado algo. M: Me he dejado el móvil – dijo con una voz monótona y seria a Fernando. F: Voy yo si quieres – sugirió al saber que no había sido nada fácil para ella. M: No importa – contestó – la verdad es que me gustaría hablar con ella. F: Como quieras – asintió con la cabeza – voy buscando el coche. M: Vale – le dijo tomando de nuevo rumbo hacia el despacho donde había firmado su divorcio. Sin llamar, pensando que Susana y Nuria ya se habían marchado, abrió la puerta y se quedó absolutamente a cuadros, parada y helada al encontrarlas abrazadas – per… perdón – dijo con un hilo de voz, ellas se separaron, Susana la miró con sorpresa y bajó la cabeza, aquello le confirmó lo que pensaba… No era un abrazo normal, no era un abrazo de alguien que no mantiene ningún tipo de relación más allá de lo meramente profesional. Ese abrazo decía mucho más, la forma en la que Nuria le acariciaba la espalda, la manera en la que Susana se aferraba a sus caderas… y la sorpresa de ambas al verla entrar de nuevo, le confirmó que entre ellas, existía algún tipo de relación sentimental – se me ha olvidado el móvil, lo siento – fue lo único que dijo en un tono bastante serio, en una zancada tomó el móvil para, inmediatamente, salir de allí como alma que lleva al diablo. Con el paso de los días, el humor de Maca fue diluyéndose como un azucarillo en un café, tan solo con sus hijas mostraba algún tipo de alegría y aún así, por momentos, Paula la veía ausente y triste. Se encerró en su trabajo y apenas salía de casa, lo hacía únicamente para llevar a Lucía al parque o cuando había quedado con Paula. Ana, después de que le explicara lo ocurrido había puesto el grito en el cielo, tanto por su comportamiento como por el de Susana, para ella, su exmujer no había sido nada justa con Maca y según pensaba ella, no terminaba de cuadrarle ese “enamoramiento” repentino de su abogada, según le había dicho a Maca una de dos, o lo había dicho para hacerle daño o eso venía de antes. Maca había contestado tajante, no iba a dejar que hablaran mal de Susana, para ella, la única culpable de toda aquella situación había sido exclusivamente ella y además, según decía, no era capaz de hacer feliz a nadie, siempre, de una forma u otra, la cagaba de una manera haciendo daño a quien estaba a su lado. De ese modo, las semanas fueron pasando, los días iban cayendo en el calendario de manera pesada, las ganas de hacer cosas fueron desapareciendo y todos sus allegados se dieron cuenta del bajo estado de ánimo en que se encontraban. La relación con Esther, era simplemente, cordial. Se veían de vez en cuando, en algunos momentos en los que la enfermera tenía que llevar a Paula o cuando era Maca quien la llevaba de nuevo a casa. Apenas hablaban y si lo hacían era exclusivamente para hablar de Paula, Esther no había intentado tocar ningún tema del que Maca no quisiera hablar y la pediatra no daba pie a ello. Paula se vio inmersa de lleno en los exámenes finales, lo que hizo que sus salidas con Maca se vieran casi drásticamente disminuidas. Seguían desayunando juntas en la universidad, pero las tardes, Paula se metía en su habitación y más de una vez Esther tuvo que entrar y sacarla a rastras para que hiciera un descanso. Esa tardes, después de pedirle varias veces que saliera de su habitación, Esther finalmente entró para que hiciera un descanso. La encontró en su escritorio con el ordenador encendido un montón de papeles a su alrededor y totalmente concentrada en lo que hacía. Sonrió apoyada en el marco de la puerta, estaba claro que a Paula le gustaba estudiar, pero también era cierto que necesitaba momentos de relax. E: Paula, cariño – se acercó a ella – déjalo un rato anda… P: Ahora, en cuanto termine este tema- le dijo sin levantar la cabeza. E: Llevas toda la tarde aquí metida – afirmó – anda, vamos a dar una vuelta o… no sé, llama a Maca y salís. P: No puedo mamá, tengo que acabar esto – siguió diciendo. E: Pero cariño – siguió, acercándose más y descubriendo una taza de café a un lado de la mesa - ¿Y esto? – tomó la taza – Paula ¿Estás bebiendo café? – preguntó poniéndose seria. P: Es… yo… - la miró. E: Paula, tienes doce años – le dijo con seriedad – no tienes edad para beber esto y no me gusta que lo hagas. P: Pero mamá… E: Ni mamá ni nada – continuó – no quiero que bebas café – siguió tomando la taza – eres una niña, no tienes edad para estar bebiendo café y si estar en la universidad y tener asignaturas de otros años lo vas a hacer así, mejor que lo pensemos. P: Pero mamá – intentó intervenir Paula. E: Pero nada, Paula – continuó con la regañina – y deja de estudiar un rato – dijo tomando la taza – y que sea la última vez que te bebes esto – terminó de decir saliendo de la habitación – lo que le faltaba, que la niña con doce años esté ya bebiendo café – siguió diciendo llevando la taza a la cocina – y encima solo… no sí… - la dejó en el fregadero, negó con la cabeza y finalmente volvió al salón, cogió el teléfono y marcó los dígitos que ya se sabía de memoria. En casa, tumbada en el sofá, después de haber llevado a lucía con Susana, Maca intentaba recuperar las pocas horas de sueño con las que llevaba conviviendo desde hacía ya algún tiempo. Farfulló cuando el teléfono comenzó a sonar y alargando la mano lo cogió para contestar sin tan siquiera mirar quién llamaba. M: Uhmm… ¿diga? – preguntó medio adormilada. E: Café – fue lo único que contestó – la niña bebe café. M: ¿Qué? – se incorporó desubicada ¿de qué hablaba? E: ¿Te parece normal que con doce años ya esté bebiendo café? – preguntó de mal humor. M: Esther, cálmate porque no sé de qué me hablas – siguió intentando despejarse. E: No, no me calmo – contestó – me dijiste que el hecho de que tuviera más asignaturas no le afectaría y ahora resulta que aparte de no salir de su cuarto, me la encuentro bebiendo café y por su fuera poco, encima solo – terminó de decir - ¿te parece normal? Porque yo no lo veo para nada normal, ¿o es que la niña ya bebe café como algo habitual con esto de estar en la universidad? M: Yo no la he visto bebiendo café nunca – continuó – y me resulta raro que lo haga, Paula es muy responsable y sabe lo que hace y lo que no puede hacer. E: Pues te aseguro que lo que yo he encontrado en su cuarto es un café en toda regla – continuó diciendo. M: ¿Has hablado con ella? – preguntó – lo mismo tiene alguna explicación. E: Sí, claro que la tiene – se cruzó de brazos – que está hasta arriba de cosas y no puede con todo – continuó – si ya decía yo que esto de ponerle más asignaturas no era bueno… al final mírala, no sale de su cuarto, no descansa y encima resulta que bebe café. M: Esther, cálmate ¿Quieres? – pidió una vez más – habla con ella… o mejor, hablemos las dos con ella – dijo sin pensar demasiado. E: Vale, te espero aquí – terminó de decir colgando el teléfono y sin darle opción a réplica. M: Pe… - se dio cuenta de que había colgado - ¿Ahora? – se preguntó a sí misma – ¡joder! – protestó levantándose. En su casa, Esther tras colgar el teléfono fue a ver de nuevo a su hija, a medio camino quedó parada, ¿Le había dicho a Maca que fuera a su casa ahora? Ni siquiera se había dado cuenta de lo que había hecho. Se miró, miró a su alrededor y sacando una leve sonrisa tomó rumbo a su habitación donde decidió ponerse algo más presentable para cuando llegara Maca. Cuando el timbre de la puerta sonó, Esther desde su habitación le pidió, en un grito, que fuera Paula quien abriera. La niña, farfullando por la interrupción se acercó a la puerta, miró por la mirilla y frunció el ceño al ver a su otra madre esperando tras la madera. P: Hola, Maca – dijo una vez abrió la puerta invitándola a pasar. M: Hola, cariño – contestó con voz monótona, entrando y agachándose para darle un beso. P: ¿Qué haces aquí? – preguntó una vez cerró la puerta entrando ambas en el salón. M: Me ha llamado tu madre – contestó mirando a su alrededor buscando a Esther sin hallarla – queremos hablar contigo. P: Jo – protestó - ¿Es por lo del café? Porque no me lo iba a tomar… se lo serví a Sara que vino a que le prestara unos apuntes pero no se lo tomó – se excusó sin dejarla que hablara – luego se me olvidó volver a llevarlo a la cocina. M: Ya… - sonrió de lado - ¿Se lo has dicho a tu madre? P: Es que no me ha dejado – protestó de nuevo – se ha puesto histérica en cuanto lo ha visto y ni siquiera me ha dejado hablar. M: Sí – volvió a sonreír – cuando se enfada no escucha a nadie – dijo recordando algunas cosas – de todos modos tenemos que hablar ¿eh? – Paula asintió bajando la cabeza - ¿Dónde está Esther? P: Vistiéndose – señaló la habitación – ha dicho que salía en un momento. Y justamente en ese instante Esther hizo su entrada. Maca la miró, estaba claro que acababa de salir de la ducha y el pelo aún mojado comenzaba a rizarse, llevaba puesta ropa cómoda, unos vaqueros y una camiseta algo ancha que caía de un hombro de manera despreocupada. La pediatra bajó la mirada y Esther, en un ataque de orgullo por sí misma, se sonrió para sus adentros. E: Hola, Maca – saludó de lejos acercándose a ellas – gracias por venir. M: Paula me ha explicado lo del café – contestó – y deberías dejarla hablar cuando intenta explicarte las cosas – Esther miró a su hija – por lo visto se lo sirvió a Sara cuando vino a recoger unos apuntes, se le olvidó llevarlo a la cocina – le contó lo mismo que le había contado Paula hacía un momento. E: ¿Y por qué no me lo dijiste? – quiso saber mirando a su hija. P: No me has dejado hablar – se excusó. E: Tienes razón, lo siento – se disculpó al darse cuenta de que había metido la pata – de todas maneras, creo que deberíamos hablar – les dijo a ambas y las invitó a sentarse con un gesto. P: Tengo que estudiar – repuso la niña. M: Creo que es de eso precisamente de lo que tenemos que hablar – contestó Maca mirando a Esther un segundo quien asentía con la cabeza – a ver, Paula… dijimos que el hecho de que tuvieras más asignaturas no te quitaría tiempo para hacer otras cosas – comenzó – entiendo que pronto comienzan los exámenes finales y que quieras estudiar más, pero no puedes tirarte todo el día estudiando. P: No estoy todo el día – rebatió de manera leve. E: Paula… - la regañó con cariño – no sales de tu cuarto para nada, no quieres que vayamos a dar una vuelta y tampoco has querido quedar con Maca y Lucía desde hace un par de días – siguió – y ambas sabemos que no tienes que estudiar tanto, ya te lo sabes de memoria. M: Eres la mejor estudiante de la universidad, con diferencia – siguió ella – no vas a tener problema ninguno en aprobar, así que no creo que debas estar tanto tiempo metida en tu habitación. P: Sí que tengo que hacerlo – contestó la cría con algo de seriedad y aquello hizo que sus madres la miraran sin entender qué le pasaba. E: Paula… ¿qué pasa? – quiso saber – nunca has sido así, te basta con leerte las cosas una vez para aprendértelas – siguió – siempre has sabido sacar tiempo para estudiar y tiempo para distraerte y desde hace un tiempo parece que solo vives para estudiar… P: Es que… - bajó la cabeza – no quiero que piensen que tengo favoritismos – siguió un tanto avergonzada. M: ¿Y eso de donde te lo sacas? – preguntó algo descolocada – Paula, te aseguro que no te hace falta ningún tipo de favoritismo en la facultad. P: Me pusiste un sobresaliente – murmuró levemente. M: ¿Qué? – preguntó al no escucharla bien. P: Que me pusiste un sobresaliente – repitió – y… el otro día escuché que un chico le decía a otro que… se quedó callada un segundo. E: ¿Qué decía, cariño? – preguntó animándola a seguir tras mirar un segundo a Maca. P: Pues… que… que tú nunca habías puesto un sobresaliente a nadie y… decían que lo hiciste por… porque tenías preferencia. M: Ya – la miró un segundo – Paula, mírame – dijo tras unos momentos en los que buscó las palabras adecuadas – es cierto que nunca antes había puesto un sobresaliente a alguien, pero soy una profesora bastante exigente – continuó – y nunca antes un alumno había hecho un examen tan perfecto – siguió – y no es por que seas tú, si quieres puedes pedir a cualquier otro profesor que corrija tu examen, no tengo ningún problema. P: ¿De verdad? – la miró - ¿No tiene nada que ver con que yo sea tu… tu hija? – preguntó. M: Absolutamente nada que ver – contestó con una sonrisa – si así fuera te habría puesto matrícula de honor y no lo he hecho. E: Paula – intervino Esther – no tienes que demostrarle nada a nadie – afirmó. M: Tu madre tiene razón – continuó ella – no tienes que demostrar nada, mucho menos a los alumnos – la miró – seguro que es alguno que suspendió y está algo celoso, hay gente así en la universidad, tan solo tienes que pasar de ellos. P: Vale – contestó algo más tranquila después de escucharlas a ambas. M: Bien – sonrió – pues ahora ve a vestirte, vamos a ir tú y yo a patinar un rato – dijo convencida de ello. P: ¿Puedo? – miró a Esther. E: Claro que sí – sonrió – venga, ve – señaló el camino con la mirada – no hagas esperar a tu madre. P: Voy – dijo levantándose, mucho más animada, y corriendo hacia su habitación. Cuando quedaron solas, el silencio se hizo presente en la habitación, ambas miraban el camino por donde se había marchado Paula. Maca suspiró, Esther la miró y finalmente decidió hablar. E: ¿Quieres tomar algo? – preguntó para intentar comenzar la conversación. M: No, gracias – contestó de manera leve. E: ¿Estás bien? – se atrevió a preguntar – no tienes muy buen aspecto. M: Ya… - negó con la cabeza – no es que esté pasando por mi mejor momento. E: Yo… si quieres hablar o… - no sabía muy bien qué decirle – quiero decir que yo… estoy aq… M: Esther… - cortó a modo de protesta. E: Vale… vale – bajó la cabeza – perdona, no quería incomodarte. Maca no contestó, tan solo desvió la mirada a la espera de que Paula apareciera de nuevo entre ellas. Tardó varios minutos en los que se mantuvieron totalmente en silencio, un silencio que extrañamente dada la situación de ambas, les resultó más cómodo de lo que hubieran pensado. P: ¿Vamos? – preguntó entrando al salón con la bolsa de patines a la espalda. M: Claro vamos – se levantó, Esther también lo hizo – primero tenemos que pasar por mi casa a por mis patines – le comentó. E: Pásalo bien, cariño – dijo dándole un beso en la cabeza. M: Te la traeré para cenar – le comunicó colgandose el bolso al hombro. E: Vale – respondió mordiéndose la lengua y tragándose las ganas de darle un beso cómo había hecho con Paula – pasadlo bien. P: Hasta luego, mami – se despidió Paula saliendo ya al rellano para llamar al ascensor. M: Esther – se paró en la puerta a punto de salir – gracias… E: ¿Por? – preguntó un tanto descolocada. M: Por… - bajó la mirada, una vez más, sacó una levísima sonrisa, negó con la cabeza y volvió a mirarla – por nada – contestó antes de salir por fin del piso. Esther se quedó ahí, esperando a que llegara al ascensor, sin apartar la mirada de una Maca que le rehuía la suya… sonrió algo más ampliamente de lo que lo había hecho Maca… aquel “gracias” escond ía más de lo que había intentado hacer ver la pediatra. Quizás fuera poco, tal vez nada, pero aquello, le dijo, tal vez, las cosas comenzaban a cambiar, o al menos, eso quiso pensar. Aquel día, en el hospital, todo estaba extrañamente tranquilo. Después de unos días de trabajo a destajo, todos agradecieron un día de poco trabajo. Con la llegada inminente del verano la gente parecía no querer ponerse enfermo, lo que hacía que las urgencias del Central, dejaran de colapsarse, al menos, por el momento. Esther descansaba en la sala de enfermeras, leía un libro mientras se tomaba un café, no sabía qué le pasaba ese día pero prefería la soledad de la sala que la cafetería. No tenía ni idea de por qué se había levantado con ese humor alicaído y solitario. Quizás fuera que la situación con Maca comenzaba a pasarle factura y es que las cosas seguían igual con ella, es decir, no hacía ningún avance… tampoco iba a ser ella la que diera un paso al frente pero pensaba que, con el tiempo, podrían llegar a tener cierta comunicación, incluso podrían llegar a ser amigas… Sin embargo, las cosas no eran para nada cómo hubiese querido, no habían cambiado nada, no como pensó días atrás después de ese “gracias” que inconscientemente alimentó sus esperanzas. La pediatra continuaba manteniéndose a gran distancia de ella, no se abría, no hablaba para nada que no fuera algo relacionado con Paula y las pocas veces que habían estado juntas, había buscado excusas para marcharse cuanto antes. Así que, quizás, ese día se había levantado con menos fuerzas, con menos ganas de seguir intentándolo, con menos ganas de continuar manteniéndose a tanta distancia, con menos ganas de nada… C: ¡Eh! Estás aquí – dijo Claudia entrando en la sala de enfermeras – llevo como quince minutos buscándote como una idiota. E: ¿Te hago falta para algo? – quiso saber. C: No, tranquila – continuó – solo quería hablar contigo… - se sentó a su lado – te he visto un pelín baja esta mañana. E: Ya… tengo el día tonto, supongo – contestó tras darle un nuevo sorbo a su café. C: ?Maca? – preguntó mirándola y viendo como había dado en el clavo cuando Esther bajó la mirada – ya… Maca - afirmó contestándose a sí misma. E: Es que… - dejó la taza en la mesita – no sé cómo hacerlo, ¿sabes? Intento acercarme a ella y me doy de bruces contra un muro forjado… y sé que le hice muchísimo daño al separarla de Paula… quizás no me lo perdone nunca pero… - negó con la cabeza – yo… C: Tú… a pesar de todo, sigues enamorada de ella – afirmó comprensiva. E: ¿Es absurdo no? – Rió levemente – después de tantos años, de tanto daño que siga como una quinceañera a la que le tiembla todo cuando la ve. C: Hay personas que entregan su corazón una vez en su vida y es para siempre… - se elevó de hombros – supongo que también habrá quien se tire tantos años enamorada de otra persona… por mucho daño que se hicieran. E: Lo peor no es que yo esté más o menos enamorada de ella – siguió – lo peor es… ver que no provoco en ella nada, absolutamente nada… y eso me está matando… - bajó de nuevo la mirada – cada vez que la veo… es como… como si le diera igual que sea yo o miss universo… ni siquiera se inmuta. C: Quizás es que ya va siendo hora de que te olvides de ella – continuó. E: ¿Y cómo lo hago? – la miró gritándole que la ayudara – me he pasado años odiándola, alimentando el dolor que me hizo para lograr olvidarla… para lograr dejar de pensar en ella… ¡y mira lo que he conseguido! Sigo tan muerta por ella como el primer día – la miró – ni siquiera pude darle a Eva todo lo que se merecía… - hizo una pausa larga - soy patética… - terminó pronunciando. C: No, no lo eres – siguió – pero quizás tu error fue seguir alimentando el odio como tú dices, tal vez, debiste dejar el pasado en el pasado y seguir con tu vida… quizás si hubieras dejado de pensar en eso, habrías conseguido olvidarla. E: Puede ser… no lo sé – miró sus manos – y ya tampoco lo sabré. C: ¿Sabes qué vamos a hacer? – preguntó tras unos segundos de silencio – nos vamos a ir de marcha – Esther la miró con una ceja alzada – sí, porque creo que te hace falta… a ver, ¿Cuánto hace que no sales a divertirte? E: Puf… ni lo recuerdo – dijo con una leve sonrisa – desde que tengo a Paula… C: Pues ya está – continuó convencida – necesitas evadirte de todo, divertirte, soltarte la melena y ¿Quién sabe? Ligar con alguien – Esther volvió a mirarla con una ceja alzada – no me mires así, que un buen meneo a veces hace milagros… E: Mira que eres bruta – rió con ganas. C: Sí, puede, pero he conseguido que te rías – contestó – decidido, nos vamos de marcha. E: ¿Y qué hago con Paula? – preguntó intentando buscar una excusa. C: Pues se la dejas a Maca – respondió con total tranquilidad - ¿No es su madre? Pues que se quede con ella… seguro que está encantada. E: Y… C: Ni una excusa más – la paró – nos vamos de marcha. E: Vale, iremos – contestó sabiendo que no podría decir nada para persuadirla de lo contrario, tampoco es que quisiera, realmente le apetecía pasar una noche loca y olvidarse de todo lo demás. C: Genial – se levantó – ya verás qué bien lo vamos a pasar – decía animada – y ahora, a trabajar señorita que ya se ha escondido usted bastante – dijo con ese tono gracioso que hizo sonreír a Esther quién levantándose con ella salió de la sala de enfermeras para continuar con su trabajo. Colgó el teléfono con una mezcla de alegría y desconcierto en la mirada. Alegría al saber que Paula iba a pasar la noche con ella, desconcierto por… el desconcierto no sabía muy bien a qué se debía. Se centró en la alegría, en la dicha que le causó saber que su hija mayor pasaría con ella por primera vez la noche, sonrió, dejó el teléfono en su lugar y comenzó a caminar nerviosa por casa. Quería tenerlo todo preparado para cuando llegara. Fue a la que hasta hacía poco tiempo había sido la habitación de invitados y que una tarde, animada por Lucía, ambas habían redecorado para convertirla en la habitación de Paula, se aseguró de que todo estuviera en orden y la miró desde la puerta haciendo un barrido general. Era una habitación que sin ser seria tampoco era el típico cuarto decorado con motivos infantiles acorde con la edad de Paula, tenía tintes infantiles a la par que un toque algo más adulto. Tras salir de la habitación de su hija fue a buscar a su pequeña, como no podía ser de otra manera la encontró en la suya, entre juegos y juguetes y entretenida con lo primero que tomara entre sus manos. Se acercó a ella, se sentó a su lado en el suelo y la abrazó por la espalda dejándole un beso en el pelo. L: ¿Juegamos? – preguntó la cría haciendo que Maca tomara entre las manos una de sus muñecas. M: Claro – sonrió - ¿Sabes quién viene hoy a dormir? – le preguntó, Lucía negó con la cabeza – Paula. L: ¿De verdad? – dijo con ojos ilusionados. M: Sí, de verdad – contestó. L: Que guay mami – gritó la pequeña haciendo que Maca sonriera más ampliamente - ¿Y puedo dormir con ella? M: Cariño, tú ya tienes tu cama – respondió. L: Pero podemos dormir juntas, cabemos – siguió la niña. M: Hacemos una cosa – continuó sabiendo que Lucía no pararía si no obtenía la respuesta que quería – cuando llegue se lo preguntas a ver si ella quiere, ¿vale? L Vale – se levantó, y ante la mirada de su madre, fue hasta su cama, cogiendo su peluche favorito, uno que no había soltado desde que se lo compraron cuando apenas tenía dos meses y con él en la mano salió de la habitación, Maca la esperó con la mirada curiosa y cuando regresó, sin el muñeco en la mano la miró aún más expectante. M: ¿Dónde está el señor oso? – preguntó. L: En la cama de Paula – contestó. M: ¿Y por qué lo has dejado allí? – siguió – si nunca te separas de él. L: Es que quiero que se quede allí, porque seguro que le gusta tanto, tanto, tanto que va a querer vinir a dormir aquí más veces – contestó con su inocencia. M: Yo creo que si Paula quiere venir, no hace falta que le des a tu señor oso ¿eh? Que ella vendrá aunque no se lo prestes – siguió diciendo Maca poniéndola entre sus piernas. L: ¿Y si va a vinir más veces por qué no vive aquí con nosotras? – preguntó la niña – yo quiero que viva aquí y poder verla más veces. M: Ya, cariño, pero entonces su otra madre se pondría muy triste si no está con ella… - contestó – porque Paula siempre ha vivido con su otra madre… L: Ya, ¿cómo tú o mamá cuando te pones triste porque yo me voy a la otra casa? – preguntó. M: Sí, mi amor, como cuando yo o mamá nos ponemos tristes – terminó de decir con voz lejana. Durante un buen rato estuvieron jugando, Lucía no paraba de manifestar las ganas que tenía porque Paula llegara y jugara con ellas, estaba bastante nerviosa por su llegada y contagiaba sus nervios a una Maca que lo estaba más que ella. Cuando por fin el timbre de casa sonó, Lucía corrió a la puerta seguida de Maca que intentaba mantener algo de calma. L: ¡Hola Paula! – gritó al verla tras abrir ella misma la puerta. P: Hola peque – contestó dejándose abrazar por su hermana pequeña y sonriendo por ello. M: Lucía, te he dicho mil veces que no abras la puerta sin preguntar quién es – le riñó su madre sin dejar de sonreír a Paula. L: Pero era Paula, mami, mira – dijo como si fuera obvio. M: Aun así, tienes que preguntar – contestó - ¿verdad? P: Sí, siempre hay que preguntar – corroboró su hija mayor. L: Vale… - bajó la cabeza. M: No pasa nada, mi amor – sonrió – hola cariño – saludó ahora sí a su hija mayor acercándose para darle un beso. P: Hola, Maca – devolvió el saludo entrando algo tímida en casa. M: ¿Y tu madre? – preguntó mirando que nadie más llegaba con ella. P: Me ha dejado abajo, decía que tenía prisa – contestó – se le ha hecho tarde y como la puerta de abajo estaba abierta… así no tenía que aparcar. M: ¿Y… y dónde iba? - ¿qué coño hacía ella preguntando eso? – no me lo ha dicho – terminó de decir cerrando la puerta y entrando ya en el salón. P: No sé – se encogió de hombros – a cenar y luego a no sé dónde. M: Ajá… pues nada – zanjó la conversación ahí. – Ven, vamos a que dejes esto en tu habitación, a ver si te gusta – tomó su mochila. L: Verás que sí – dijo la pequeña – es muy bonita y tiene una cama grande. P: Vamos – llegaron a la habitación y la cara de Paula delataba lo mucho que le había gustado, era muy de su estilo, ni muy adulta, ni demasiado infantil, definitivamente Maca la conocía más de lo que pensaba – me encanta. M: ¿De verdad? – preguntó contenta de haber acertado. P: Sí, es perfecta – siguió acercándose a la cama descubriendo el oso de peluche - ¿Y esto? – quiso saber con una sonrisa. L: Es mi señor oso – dijo Lucía sentándose en la cama - ¿a que es bonito? P: Sí, es muy bonito – afirmó. L: ¿Y a que vas a venir más veces a dormir aquí? – siguió preguntando. P: Pu… pues… - miró a Maca quien se había quedado callada ante la pregunta – supongo que sí… si me invitáis… L: ¿Ves mami? – volvió la vista a su madre. M: Puedes venir cuando quieras – contestó a Paula – no te hace falta invitación. P: Gracias – fue lo único que pudo decir sin saber qué más añadir. M: De nada – sonrió y tras acomodarlo todo las miró, sus hijas habían comenzado a hablar entre ellas y reían encantadas de estar juntas, sin duda, esa era una de las imágenes más bonitas que había visto jamás – Bueno… ¿quién quiere pizza para cenar? LyP: ¡Yo! – dijeron las dos a la vez estallando después en una carcajada. Mientras tanto en un bar de tapas del centro, Esther y Claudia charlaban animadamente mientras que un par de cervezas y varias raciones de distintos platos de la carta. Estaban animadas y se les notaba, reían con cualquier cosa e incluso mantuvieron una breve pero entretenida charla con el camarero que hasta intentó ligar con ellas. Habían comenzado hablando sobre algunas de las situaciones más absurda que cada una de ellas había vivido en el hospital y como siempre ocurre cuando estas a gusto hablando con alguien, los temas fueron pasando de uno a otro hasta que, finalmente llegaron al tema estrella: El amor. Claudia comentó que, tras su relación con Aimé hacía ya algún tiempo, no tenía demasiadas ganas de volver a mantener una relación seria pero que Gimeno, el médico más estrambótico del hospital le hacía gracia y que incluso estaba empezando a gustarle. Esther reía, simplemente porque no la veía con él, para ella, harían la pareja más extraña que habría visto pero no podía negar que sería todo un “chiste” verlos. E: Bueno, lo que está claro es que con él no te vas a aburrir – decía entre risas – porque tiene cada cosa que… C: Ya, ya, dímelo a mí – continuó – el otro día me regaló un pez de plástico – reía – aquella vez que se fue a Cádiz, cuando volvió me lo trajo y me suelta que es un avance de lo que degustaré cuando me lleve con él… Degustar, Esther – seguía riendo – degustar, que me quedé que no sabía si quería que me lo comiera o qué… E: No si… desde luego que los detalles de Gimeno… - reía ella también. C: Pues para él como si fuera el regalo más romántico del mundo en serio. E: Jajaja… ayss… - respiró un poco tomándo un sorbo de su cerveza y volvió a reír. C: ¿Y ahora de qué te ríes? – quiso saber contagiada por su risa. E: Es que… jajaja… estoy pensando… jajajaja – no podía parar - ¿Para todo será igual? – preguntó con doble intención y Claudia la miró sorprendida – porque como sea igual en la cama de lo que es en el hospital… más que hacer el amor parecerá que estás en una sesión de los monólogos estos de risa jajaja jajaja C: Jajaja pues no lo había pensado pero… jajaja – reía ella también - ¡mira, no quiero ni pensarlo! – soltó estallando de nuevo en una carcajada al imaginarse la situación – bueno… ¿y tú qué? – preguntó dejando ya de reír. E: ¿Yo? Yo a dos velas, hija – dijo divertida – que no sé ya el tiempo que llevo sin… C: jajaja no iba por ahí… - rió - ¿pero tanto tiempo? E: A ti te lo voy a decir – contestó tomando otro trago - ¿quieres otra? – preguntó al ver que también se había terminado su cerveza C: Sí, venga – llamó al camarero y le pidió otra ronda – ahora en serio… ¿qué tal vas? E: Pues ahí, voy – contestó - ¿qué quieres que te diga? Si ya te conté el otro día. C: Ya… - tomó las cervezas que dejó el camarero - ¿y la has visto hoy? E: ¿Hoy? – preguntó - ¿por qué tendría que verla hoy? C: Pues porque hoy estás muy guapa – contestó – porque hoy le dejas a la niña porque vas a salir… porque hoy, precisamente podría haber sido el día para ver qué reacción tenía al verte y ver si le hace o no le hace gracia que te vayas de marcha o a ligar o algo – terminó de decir. E: Pues… - bajó la mirada un segundo – no lo había pensado, aunque no sé, no creo que le hubiera movido ni un pelo verme. C: ¿Y eso cómo lo sabes? – siguió preguntando. E: Pues porque no parece que se inmute cuando me ve… ¿por qué hoy tenía que ser diferente? C: Porque cuando te ve, no hay nada externo que pueda cambiar algo la situación – afirmó – hoy te has arreglado para salir, lo que conlleva que puedas encontrar a un posible ligue, y eso podría alentar algunos celos… E: ¿Celos? ¿qué celos Claudia? – preguntó con sorpresa por aquella salida – a ver… hablemos claro, Maca pasó página, lo que pasó entre nosotras pasó hace doce años… y sí, fue fuerte y fue muy duro para las dos, ambas nos hicimos daño, muchísimo daño, ella por engañarme y yo por no dejarla ver a su hija – siguió – ¿pero que ahora sienta celos? Lo dudo… rehízo su vida, por si no te ac uerdas – continuó intentando que no le afectara – se casó y sí, ahora se ha divorciado, pero por lógica, si tiene que sentir celos por alguien será por su exmujer, de la que se acaba de separar… no de mí, que ni tan siquiera me mira… C: bueno… algo te mirará cuando te besó ¿no? – soltó intentando darle algún tipo de esperanza. E: Sí, me besó – contestó – pero por un arrebato de rabia, por un arrebato de ira, supongo que… yo que sé, me besó como si quisiera castigarme, no porque me quisiera. C: Jum… pues qué quieres que te diga, pero yo por arrebatos de rabia no beso a nadie… y si quiero castigar a otra persona lo último que hago es besarla… y si lo hizo – la miró fijamente – es que algo de base hay. E: Ays… déjate de tonterías – dijo tras pensar un segundo en ello – no hay nada, absolutamente nada, así que no intentes hacer que me haga ilusiones. C: Yo solo digo, que nadie besa a nadie sin sentir como mínimo atracción – siguió apuntando. E: Claudia de verdad… C: Hagamos la prueba – soltó terminándose una nueva cerveza y pidiendo otra ronda – va, hagamos la prueba. E: ¿Qué pruebas, de qué hablas? – rió más de manera nerviosa que otra cosa. C: Sí, mira, llámala – sugirió – y hagamos como que soy un ligue tuyo, a ver cómo reacciona. E: ¿¡Tú estás loca!? – preguntó entre risas más nerviosas aún. C: No, venga, hagámoslo – siguió embalada – yo soltaré algún comentario picantón lo suficientemente algo como para que me escuche – siguió – solo tendrás que estar pendiente de la reacción que tiene… veremos si siente o no siente celos. E: Anda ya, déjate de chorradas – contestó parándola – no voy a hacer eso… C: Venga Esther… llámala – insistió. E: Sí, voy a llamar – Claudia sonrió encantada – pero para darle las buenas noches a mi hija – miró el reloj - debe estar a punto de acostarse – Claudia se sonrió – y no quiero tonterías – apuntó amenazante. En casa, Lucía se había quedado dormida tras la cena y los juegos con Paula y esta, aunque se mantenía despierta, también mostraba el cansancio en el rostro. Maca sonrió una vez volvió de la cocina y acercándose al sofá donde estaban sus hijas tomó a Lucía en brazos. M: Voy a llevarla a la cama – le dijo a Paula – y tú también deberías acostarte. P: Sí – dijo restregándose los ojos – estoy cansada. M: Pues venga… a dormir – le dijo señalándole el camino con la cabeza. Llevó a Lucía a su habitación y la acostó, tras arroparla y darle un beso salió dejando la puerta entornada, iba directa al cuarto de su hija mayor cuando el teléfono resonó en todo el piso. Miró el reloj, aunque era temprano, no eran horas de llamar a una casa con niñas pequeñas, así que aceleró el paso para tomar el teléfono entre y contestar con rapidez evitando que el ruido despertara a Lucía. M: ¿Diga? – contestó. E: Ho… hola Maca – dijo ante la sonrisa de Claudia, Esther le hizo un gesto amenazante – quería… darle las buenas noches a Paula, no sé si se ha dormido ya… M: A punto está – respondió – es algo tarde… E: Sí, lo siento… no he podido llamar antes – se disculpó - ¿Me la pasas? M: Sí, claro – entró en la habitación de Paula quien ya estaba en la cama – es tu madre, quiere darte las buenas noches. P: Hola, mamá – saludó Paula cuando Maca le tendió el teléofno. E: Hola, cariño… ¿ya te has acostado? – preguntó. P: Sí, estoy cansada… Hemos estado un buen rato Luci y yo jugando – le explicó. E: ¿Y te lo estás pasando bien? – quiso saber aun sabiendo la respuesta. P: Sí, muy bien, mamá – Maca sonrió al escucharla. E: Bueno… pues ahora a dormir, mi amor – le dijo – descansa, mañana nos vemos. P: Sí… hasta mañana – respondió – Espera mamá, que Maca quiere decirte algo – dijo al ver cómo Maca se lo indicaba. E: Vale… un besito – terminó de decir – Que se pone Maca – le dijo a Claudia tapando el auricular ante la insistencia de su amiga por saber lo que le estaba diciendo. M: Esther – habló al otro lado de la línea y a este lado, Esther se irguió al escucharla – que no sé si quieres que mañana te lleve a la niña antes de ir a la universidad o – decía saliendo un segundo de la habitación de Paula. E: Eh… pues… no lo había pensado – contestó – aunque mejor llévala tú a la universidad, si no te importa, no sé a qué hora volveré a casa… C: Cariño… seguramente no vuelvas, mi casa está aquí al lado – soltó una Claudia divertida y en voz alta… Esther por todos los medios intentó tapar el auricular. M: Vaya… - fue lo único que atinó a decir. E: Esto… Maca, es… - recriminó con la mirada a Claudia quien bebía de su cerveza con una sonrisa pícara. M: No tienes que darme explicaciones de nada, Esther – dijo y a Esther le pareció que algo más seria o quizás fueron sus ganas de que lo pareciera – mañana la llevo yo… que te diviertas – terminó de decir. E: Ehh… vale… hasta… hasta luego – no sabía muy bien qué más decir. M: Sí, hasta luego – terminó de decir colgando el teléfono. Se quedó con él en la mano… mirando hacia ninguna parte y con la sensación de que algo no iba bien. Cuando regresó a la habitación de Paula se quedó parada en el quicio de la puerta, la niña parecía ya dormida, sintió algo de pesar al no haberle dado las buenas noches y al mismo tiempo sonrió con ternura, sentía una intensa paz al verla así, tranquila, en calma… dormida. Se acercó con cuidado a ella, le colocó bien la sábana y se agachó para dejar un beso en su cabeza. M: Buenas noches, cariño – susurró en su oído. P: ¿Maca? – dijo Paula medio dormida. Ella se quedó parada a mitad de camino hacia la puerta – siento haberte causado problemas… M: ¿por qué dices eso? – preguntó acercándose de nuevo a ella – tu no me has causado ningún problema, cariño, al contrario… P: Pero… Susana se fue porque yo… - siguió diciendo algo triste. M: No, no, no – corrió a decir – Susana no se ha ido por tu culpa. Tú no tienes culpa de nada, quítate eso de la cabeza – se sentó a su lado – al contario, Paula… que estés aquí es lo mejor que me ha pasado en muchísimo tiempo – acarició lentamente su pelo. P: Pero estás triste – apuntó. M: Bueno… no es fácil – le dijo con cariño – pero tanto tú como Lucía me hacéis muy feliz… te lo prometo. P: ¿De verdad? – se restregó los ojos algo cansada, moviéndose mientras se acomodaba en la cama. M: De verdad, mi amor – contestó con una sonrisa – venga… ahora a dormir, que es tarde. P: Sí – se acomodó de nuevo. M: Que descanses cariño – dijo levantándose de la cama para por fin, dejarla descansar. P: Buenas noches, mami – escuchó que decía Paula y se dio la vuelta de manera súbita, descubriéndola ya vencida por el sueño… quizás no se lo decía a ella, quizás sí, y su corazón, su alma entera quiso sentir que era a ella a quien llamaba mami. Su respiración se cortó por la emoción y una lágrima corrió por su mejilla, sonrió ampliamente y por fin, tras unos segundos observándola, salió de la habitación con el corazón encogido y unas intentas ganas de llorar de la felicidad que había sentido. Cerca de las tres de la mañana, sin poder parar de reír debido a la cantidad de alcohol que ambas habían ingerido, caminaban por la calle tras haber salido de un bar donde habían estado tomando algo más fuerte que las cervezas. C. Para jajaja para ya jajaja en serio jajaja – no podía dejar de reír. E: jajaja es que me lo imagino ahí jajaja y no puedo parar ajajaj – continuaba Esther. De pronto paraban de reír, andaban un par de pasos, una de las dos, no importaba cual, perdía levemente el equilibrio y de nuevo estallaban en una enorme carcajada que duraba varios minutos. C: Shhhh…. Shhhhh – decía instándola a callar al pasar darse levemente cuenta del escándalo que estaban formando – shhh… somos unas chicas serias y responsables. E: Puffff jajajajajajaja – volvía a reír por lo que había dicho – jajaja ¿serias y responsables? Jajaja anda que… C: Sí… serias y responsables a las que les hace falta un buen polvo, Esther – dijo seria para volver a reír por la cara de su amiga – en serio… nos hace falta… mira… yo pillaba ahora a Gimeno y… E: Jaaaa te gusta Gimeno – cantaba sin parar de reír – te gusta Gimeno jajaja que fuerte jajaja – seguía riendo – va… ahora verás – sacó el móvil y con algo de dificultad buscó en la agenda. C: ¿Qué vas a hacer? – preguntó sin dejar de reír. E: Devolvértela jejeje – seguía riendo – por cabrona… - Claudia intentó pararla – quita – le dio un manotazo - ¡Gimeno! Oye que… tío que le pones a Claudia un huevo y que a ver si le das un buen repaso – soltó de sopetón dejando a la neuróloga sin saber qué decir – jajajaja jajajaja ¡Está tartamudando! – gritó – jajaja toma, ponte – soltó dándole su teléfono mientras continuaba andando sin esperarla. C: Cabrona – dijo colgando sin tan siquiera contestar, dejando al pobre Gimeno al otro lado de la línea sin saber qué había pasado, automáticamente buscó el número de Maca y llamó por teléfono sin importarle la hora. La pediatra, sentada en la cama, con un libro entre sus manos no había sido capaz de quedarse dormida, quizás por la emoción que sintió al escuchar a Paula decir aquello, quizás por el día completo repleto de emociones, la cuestión era que eran ya pasadas las tres y aún se mantenía sin un ápice de somnolencia. Se asustó cuando su móvil comenzó a vibrar sobre la mesita de noche. Se irguió para cogerlo y la preocupación aumentó hasta límites insospechados al ver el nombre de Esther en la pantalla. M: ¿Esther? – preguntó descolgando - ¿Ocurre algo? – repitió, al otro lado escuchaba ruidos pero nada concreto. C: ¡Esther! – la llamó corriendo para ponerse a su altura – es… jajaja es para tíiiii jajaja – cantó pasándole el móvil. E: ¿Para mí? – lo tomó en sus manos - ¿Diga? M: ¿Esther? – preguntó de nuevo. E: ¿Maca? – ahora fue ella la que preguntó – ¿pa que m’as llamao? M: ¿Yo? Me has llamado tú y no creo que a las tres de la mañana sean horas de llamar a nadie – recriminó de manera seria. E: Anda ya… yo no te he llamao jajaja – reía por alguna estupidez que decía Claudia – tas tonta… M: ¿Estás borracha? E: ¿Yo? Sí… jajaja M: ¿Sí? – alucinó. E: Ehhh…. ¿No? – preguntó al no saber cuál era la respuesta correcta - ¿un poquito? Jajaja M: Vale, Esther, pues sigue pasándotelo en grande – terminó de decir colgando el teléfono bastante molesta por aquella llamada. E: Ma colgado – le dijo a Claudia con el móvil en la mano. C: ¿Por qué? – cuestionó poniéndose frente a ella. E: Yo que sé – se encogió de hombros. C: Pos llámala otra vez y que te lo explique – dijo a modo de idea. E: Pos sí – contestó con decisión, volviendo a marcar y esperando a que contestara. M: ¿Ahora qué quieres, Esther? – dijo nada más descolgar el teléfono. E: saber por qué me has colgao – soltó. M: Porque es tarde y me voy a dormir ya… - dijo tras suspirar intentando mantener la calma. E: ¿Ya? Buah… qué aburría… - rió ella y rió Claudia – antes no eras así ¿eh? – Soltó para sorpresa de Maca – no, no… te recordaba yo a ti… no sé, más marchosa jajaja M: Deja de decir tonterías, anda… y píllate un taxi que te lleve a casa – contestó de manera seria. E: ¡Es verdad! – insisitó Esther – si había veces que no venías ni a dormir a casa… o llegabas a las tantas ¿no te acuerdas? – soltó para alucine de Maca y posiblemente cuando se le pasara la borrachera lo primero que haría sería arrepentirse de sus palabras. M: Creo que esta conversación va a terminar ya… E: Ayss… qué sosa eres cuando quieres… M: Lo que tú digas, Esther – terminó de decir para volver a colgar. E: Ma vuelto a colgar – protestó mirando a Claudia. C: Jajajaja se te cae la baba de una maneraaaa – dijo mirándola y enfatizando con gestos sus palabras. E: Eso no es verdad – protestó. C: Sí que lo es – rió – tas total y locamente enamorada de ellaaaa… E: No y ahora verás como no – volvió a marcar el número de Maca. M: ¿Quieres dejar de llamarme? – soltó nada más descolgar. E: Pa que lo sepas, no te quiero, no estoy enamorada de ti y no quiero na contigo y ahora me voy a ver si echo un polvo, ea – y ahora fue ella la que colgó el teléfono, dejando a una Maca con el aparato en la mano, sin poder creer lo que había escuchado y sin reaccionar ante toda aquella absurda conversación, y sobre todo, sin saber cómo reaccionar a sus ultimas palabras. Nada más abrir los ojos supo que aquella resaca superaba o como mínimo igualaba aquellas de sus años de universidad. La sequedad y sobre todo el ligero mareo y el tremendo dolor de cabeza se lo demostró. Se movió incómoda en la cama, sintiendo su cuerpo flácido, como si una apisonadora hubiese pasado sobre ella. Agradeció no tener que trabajar, al menos una cosa hicieron bien, salir sin tener que trabajar al día siguiente. Se tapó la cara con el antebrazo, intentando que el mareo no aumentara y cuando tomó algo de fuerzas consiguió levantarse para arrastrarse hasta la cocina con la intención de tomarse una aspirina. Se quedó parada en el quicio de la puerta del salón. En el sofá, con una pierna colgando, un brazo sobre el respaldo y la cara metida bajo un par de cojines, Claudia roncaba sumida en su sueño. Fue a la cocina, preparó café y buscó una aspirina en el armario de las medicinas. Tomó una botella de agua y sin tan siquiera preocuparse de buscar un vaso se tragó la pastilla y se bebió media botella de un tirón. Cerró los ojos un momento, intentando el mareo pasara, cosa que sabía, no sería tan fácil. C: ¡Café! – escuchó la voz gutural de Claudia desde el salón, sonrió en la cocina. Desde luego… menuda nochecita habían pasado. E: ¡Voy! – contestó elevando la voz y se arrepintió al instante. Cuando le café terminó de hacerse, sirvió un par de tazas y con una aspirina más para la neuróloga la llevó al salón. Claudia, ya sentada esperaba con la mirada fija en un punto de la habitación. E: Toma, anda – se sentó a su lado – menuda noche… C: Ya te digo – fue lo único que contestó antes de tomarse la pastilla. E: ¿Cómo coño llegamos a casa? – preguntó tras unos instantes de silencio. C: Puff… yo que sé – contestó – en taxi, creo… a partir del pub ese de metaleros todo está un tanto confuso. E: ¿Estuvimos en un pub de metaleros? – preguntó sorprendida. C: Sí… aunque creo que solo fue para colarnos en su baño – se peinó el pelo - ¿No te acuerdas? E: Tengo unas lagunas que ni en la facultad – contestó tomando un trago de café y haciendo un gesto de desagrado. C: Pues… - la miró de lado – va a ser mejor que intentes recordar… no sé si te va a gustar lo que pasó… E: ¿Qué pasó? ¿Qué hice? – preguntó asustada – Claudia, ¿Hice algo malo? C: jum… Llamaste a Gimeno para decirle que me ponía y que… - se quedó parada – espera ¿cómo era? – intentó recordar – ¡ah! Sí, que me diera un buen repaso… E: ¡No fastidies! – se asombró - ¿En serio? C: Ujum – afirmó – y… te apuesto lo que quieras a que aún anda tartamudeando – dijo con una media sonrisa. E: Lo siento, Claudia – se disculpó avergonzada – de verdad que lo siento… no sé cómo he… C: Tranquila – la cortó – que yo también la cagué… - Esther la miró interrogante – yo… llamé a Maca… E: ¿Llamaste a Maca? – preguntó sorprendida - ¿Y qué le dijiste? C: Nada… te pasé a ti el teléfono – tomó un poco de café – pero si no la hubiera llamado, ni te hubiera alentado a hablar con ella… tal vez no le hubieras dicho lo que dijiste… E: ¿Qué dije? Claudia, ¿qué dije? – preguntó insistente y poco a poco, sin necesidad de que la neuróloga le dijera nada, las palabras dichas y las imágenes de la noche anterior fueron llegando a su mente: La había llamado varias veces y había soltado demasiadas estupideces. Su rostro cambió, el agobio comenzó a aumentar y lo único que supo hacer fue, taparse la cara con las manos y negar con la cabeza – joder, joder, joder – repetía una y otra vez – soy imbécil… soy imbécil… C: Estábamos borrachas, Esther – intentó excusarse. E: Ya… como si fuera una buena excusa – la miró mordiéndose el labio en señal de culpa – ¿debería ir a disculparme? – cuestionó sin saber qué hacer. C: Pues… yo que sé, Esther – ella tampoco sabía qué hacer – supongo que sí – terminó por decir tras pensarlo un poco. E: Sí… yo… yo también lo creo – contestó quedándose callada un segundo - ¿y tú qué vas a hacer? Con lo de Gimeno – le aclaró al ver que no sabía por donde iba. C: Supongo que también iré a disculparme y… bueno, a calmarlo un poco, conociéndolo, habrá pas ado toda la noche andando de un lado a otro sin parar… E: Pues sí… seguro – afirmó Esther, ambas se miraron, se sonrieron de manera nerviosa y finalmente se levantaron emitiendo quejidos con la intención de arreglarse un poco antes de salir. Nerviosa, aún en el coche y frente a las puertas de la universidad, no tenía ni idea de qué iba a decirle y mucho menos con qué humor iba a encontrarla, aunque algo le decía que no iba a ser bueno, aquellas llamadas habían sido una auténtica estupidez, se arrepentía de haberlas hecho y lo único que quería era disculparse y volver a casa con su vergüenza. Tomó aire y salió del vehículo, cerró con el mando mientras andaba y sentía como los nervios se iban incrementando conforme se acercaba al despacho. Mientras andaba, iba mirando alrededor, no quería encontrarse con Paula, suficiente tenía con darle explicaciones a Maca como para que su hija la viera en ese estado. Llegó por fin frente a la puerta del despacho de Maca. Se paró frente a la madera, sintió temblar todo su cuerpo. Inspiró profundamente y finalmente llamó un par de veces de manera algo leve. M: Adelante – escuchó la voz de Maca en el interior. Abrió la puerta con cuidado, asomó primero la cabeza y finalmente entró. La pediatra no la miró, ni siquiera levantó la cabeza de los papeles que estaba revisando. No fue hasta que cerró la puerta del todo y carraspeó para hacer notar su presencia que Maca no levantó la vista. El silencio duró unos segundos que se hicieron eternos. Maca la miró, repasándola por completo, Esther bajó la cabeza, sabiendo que había metido la pata hasta el fondo. La profesora dejó el bolígrafo que llevaba en la mano sobre los papeles que tan entretenida la tenían. Se cruzó de brazos, sin dejar de mirarla con seriedad. M: Tienes un aspecto lamentable – dijo con voz seca y bastante seria. E: Ya, sí… bueno… – bajó la cabeza – la verdad es que he pasado una noche… M: ¿Movidita? – terminó por ella. E: Sí… podría decirse así – contestó avergonzada. M: Ya… ya… no hace falta que me lo jures… - tomó el bolígrafo de nuevo para bajar la mirada hacia los papeles. E: Sí… bueno, pre… precisamente por eso he venido – dijo intentando llamar su atención – quería disculparme por lo que pasó anoche – Maca afirmó con la cabeza sin mirarla – No debí llamarte y… dije muchas tonterías. M: Sí, tienes razón, no debiste llamarme – contestó con la misma seriedad. E: Estoy intentando disculparme – continuó tras una pausa – al menos podrías mirarme. M: Ya… muy bien, ya te has disculpado – la miró – tengo trabajo. E: Maca… M: ¿Qué, Esther, qué? – preguntó algo cansada - ¿Qué quieres que te diga? E: No lo sé… - negó con la cabeza – quiero que dejemos de comportarnos como crías… M: ¡Ja! – de nuevo dejó el boli de una manera un tanto agresiva – comportarnos como crías… - repitió – eres tú la que llama a las tres de la mañana borracha como una cuba y solo para soltarme un montón de reproches. E: lo siento – volvió a bajar la cabeza – no sé qué me pasó… ya te he dicho que fue una estupidez y… M: Dime una cosa – la cortó – ¿Esto va a ser siempre así? – Esther no dijo nada, esperando a que continuase – Quiero decir, buenas intenciones y bonitas palabras ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que te emborraches y te dé por reprocharme cosas? Porque te recuerdo que yo también podría reprocharte otras tantas – siguió con extrema seriedad. E: Ya lo sé… tienes razón – bajó la mirada – no volverá a pasar… puedes estar tranquila – afirmó – te dije que estaba cansada de esta lucha y es cierto… me gustaría que intentáramos llevarnos bien, poder… yo que sé, intentar ser amigas… - Maca la miró – y… por eso quería disculparme, lo de ayer fue una auténtica gilipollez. M: Pues sí, lo fue – contestó mirándola. E: Vale… veo que… que no quieres tenerme aquí – dijo intentando adivinar sus pensamientos – será mejor que me marche – Esperó que Maca le dijera algo pero la profesora no dijo absolutamente nada – ya hablaremos en otro momento… si quieres – terminó de decir dándose la vuelta para marcharse. M: Espero que al menos el polvo fuera bueno – soltó cuando Esther estaba a punto de marcharse, arrepintiéndose al instante… ¿por qué coño había tenido que decir eso? E: No… no hubo nada de eso – contestó volviéndose ligeramente – no me acosté con nadie. M: No es que me importe mucho tu vida sexual – intentó arreglar su metedura de pata. E: Pero es que en serio que no pasó nada de eso – repitió – lo que dije fueron estupideces, nada más… estaba borracha y quería… quería… M: ¿Hacerme daño? – terminó por ella. E: No, claro que no – contestó. M: ¿Entonces qué coño querías? – se levantó para encararla, harta ya de todo aquello – porque lo que dijiste no fue precisamente amable, ¿Si no querías hacerme daño que cojones querías hacer? E: No lo sé… estaba borracha… M: No es excusa y tú lo sabes – dio un paso al frente – está claro lo que querías, Esther – siguió cada vez más nerviosa – querías reprocharme cosas que pasaron hace mucho tiempo, querías hacerme daño, no lo niegues… y luego vienes aquí, pidiendo disculpas y diciendo que quieres que seamos amigas… ¡ja! – dio otro paso al frente - ¿amigas para qué? ¿Para qué a las primeras de cambio vuelvas a reprocharme lo que pasó? Porque te recuerdo que yo también puedo reprocharte cosas - terminó de decir. E: No – contestó de manera dubitativa – dije muchas estupideces pero no quería hacerte daño… M: ¿¡Entonces qué coño querías Esther!? ¿Qué querías? – inquirió a escasos centímetros de su cuerpo, Esther sintió que se le cortaba la respiración al sentirla tan cerca de ella - ¿Qué coño querías? E: ¡Quería ponerte celosa! – soltó dejándola totalmente parada – quería ponerte celosa – repitió de una manera más suave, más lenta, bajando la mirada. M: Ce… ¿Celosa? ¿Celosa por qué? – preguntó sin entender nada de aquello, sin saber qué decirle y mucho menos cómo tomarse lo escuchado. E: Por… porque soy una imbécil, por eso – contestó bastante abatida, suspiró, la miró, quizás esperando una contestación, una mirada, una señal que le dijera que Maca aún podría sentir algo por ella… pero nada de eso ocurrió, no hubo mirada, ni palabras, ni la más mínima señal de nada, así que bajando de nuevo la cabeza, con la sensación de derrota en todo el cuerpo, se dio la vuelta y finalmente se marchó del despacho dejando escapar un par de lágrimas silenciosas. Maca se movió de manera lenta, llegó hasta su mesa de nuevo, se sentó en el sillón, tomó el bolígrafo que había dejado olvidado, intentó volver a su trabajo, intentó olvidar aquellas palabras, intentó seguir con su vida… y lo que consiguió fue lanzar el bolígrafo al otro lado de la puerta, darle un golpe a la mesa, y tirar las carpetas la suelo mientras se dejaba llevar por no sabía qué… M: Esto es absurdo – murmuró tapándose la cara con las manos, en una clara señal de agobio. Daba vueltas de un lado a otro, mientras hablaba y bufaba con una verborrea que no cesaba. Ni siquiera miraba a quien la escuchaba. Estaba nerviosa, la conversación de aquella mañana la había dejado en un estado de histeria que hacía mucho tiempo que no sentía. Agradecía que ese día Lucía estuviera con Susana, no quería que su hija la viera así, estaba claro que no era el mejor día para pasarlo con la pequeña, seguramente, le contagiaría sus nervios y todo sería peor. En el sofá, perdida ante tantas palabras a veces incoherentes, Ana intentaba seguir la conversación a duras penas. No sabía en qué momento había dejado de entender lo que decía, lo que sí tenía claro era que algo importante debía haber pasado para que su amiga se encontrara en aquella situación. M: Y me suelta eso tan pancha – seguía diciendo – como si fuera lo más normal del mundo… ¿te lo puedes creer? – la miró al fin dejando de hablar. A: No – contestó tras un segundo. M: Yo tampoco – siguió – y no sé a qué viene, te juro que no lo sé. A: Maca, espera – la paró cuando comenzó a hablar de nuevo – te digo que no me lo puedo creer, porque simplemente no me estoy enterando de nada. M: ¡Ah! Genial – la miró molesta – es decir, que llevo aquí un rato intentando contarte lo que pasa y tú ni te enteras de lo que te hablo. A: Conmigo no la pagues – le dijo en un tono levemente amenazante – te digo que no me entero, porque te estás explicando como un libro cerrado, así que hazme el favor de sentarte y contarme qué es lo que ha pasado. M: Vale… ayer, Esther se fue de marcha – comenzó a decir – y no se le ocurrió otra cosa que llamarme a las tres de la mañana, borracha y diciendo estupideces – comenzó a decir – me dijo que… yo que sé, desvariaba – siguió – que si yo antes era más divertida, que muchas veces llegaba a casa a las tantas y que algunas ni siquiera llegaba – decía con rabia – se suponía que era ella la que quería dejar de hablar del puñetero pasado y me suelta esas idioteces. A: Bueno… si estaba borracha… M: Ni borracha ni hostias – la calló – que no puede seguir de ese modo… ¿O qué? ¿Yo tengo que estar a expensas de que en cualquier momento ella me salga con esas? Porque no estoy dispuesta a aguantarlo… joder, ella me quitó a mi hija durante doce años, y no he v uelto a reprochárselo – seguía protestando. A: No… sí… en eso pues… M: Pero espera que aún no ha sido todo – la cortó – no contenta con eso, me suelta que si ya no me quiere que si no quiere nada conmigo y que se va a echar un polvo – recordaba las palabras de Esther – como si a mí me importara algo lo que hiciera con su vida. A: Ya… - fue lo único que dijo al ver que no era momento de intervenir. M: Total, que apagué el móvil – continuó – vamos, que pasé de que me volviera a llamar, bastante había tenido… ¡y que no eran horas, coño! A: Sí, claro… M: Pues resulta que esta mañana, se ha presentado en la universidad, con una resaca monumental – continuó. A: Normal si iba tan borracha anoche… M: Pues eso – ni siquiera la escuchó – y me dice que quería disculparse, que estaba muy mal y que dijo un montón de estupideces. A: Bueno… al menos se disculpó, Maca – ahora sí intervino – sabe que se pasó y… M: Me da igual – la cortó de nuevo – lo que tenía que haber hecho era no llamarme, no decirme esas cosas, de ese modo no tendría que disculparse. A: Creo que estás siendo algo dura… M: Ja, dura… de dura nada, joder, que ya está bien – seguía diciendo visiblemente enfadada – encima va y me dice que quiere que seamos amigas… pero no solo eso, no, no, que ella no podía quedarse contenta, no, ella tenía que soltarme que dijo esa estupidez del polvo para ponerme celosa – la miró ¡para ponerme celosa! ¿te lo puedes creer? Lo que me importará a mí con quien se acuesta… como si quiere tirarse a todas las tías de Madrid… - la miró, Ana se mantenía en silencio – ponerme celosa jaja – comenzó a reír – es que me da hasta risa, fíjate lo que te digo… A: Pues… para no ponerte celosa, bien cabreada que estás – se mordió el labio al darse cuenta de que había hecho palabras sus pensamientos y por la mirada de Maca, supo, que no había estado para nada acertada. M: ¿Y cómo quieres que esté? – la miró - ¿O es que a ti te parece normal todo esto? Porque a mí no… y por supuesto que no estoy celosa, Esther puede hacer con su vida lo que le dé la gana, a mí, no me importa – terminó de decir cruzándose de brazos. A: Maca – dijo tras una pausa prolongada - ¿De verdad que no te has dado cuenta de lo que pasa realmente? – preguntó un tanto alucinada porque no hubiera caído en ello. M: Pues claro que me he dado cuenta – soltó – pasa que Esther pretende hacerme daño, eso pasa. A: No, Maca, no – habló con calma – dudo mucho, muchísimo que lo que quiera sea dañarte…. Todo lo contrario. M: Ya, claro – miró hacia otro lado. A: Maca – llamó su atención – Esther sigue enamorada de ti – le soltó, la pediatra la miró estupefacta. M: No digas tonterías – dijo cuando se recuperó de la impresión. A: Joder, Maca que a veces pareces tonta – siguió ella – te lo ha dejado muy claro, borracha y sobria… vamos que para mí es una declaración en toda regla. M: Deja de decir tonterías – repitió con la voz más débil que antes. A: Te suelta que no te quiere así porque sí y cuando va a disculparse dice que quería darte celos… Ma ca – la miró – una persona no quiere dar celos a otra por la que no siente nada… M: No tiene sentido lo que dices Ana – contestó con la mente algo ida – han pasado muchos años… no tiene sentido. A: ¿Y? El amor es un sinsentido – continuó. M: No te pongas filosófica – le dijo fuera de juego – estoy hablando en serio, no tiene ningún sentido que esté sienta algo por mí… A: Pues… yo lo veo muy claro, Maca – siguió diciendo – Esther aún te quiere… por eso reacciona de esa manera… si no fuera así, entonces sí que no tendría sentido – terminó de decir con convicción. Y el silencio se hizo protagonista en la habitación. Ana miraba a una Maca que parecía estar muy, muy lejos de allí… como si estuviera pensando en lo que Ana acababa de decir, pero en su mirada, la incredulidad y la sorpresa le dijeron a su amiga que quizás, esa conclusión no le pareciera tan descabellada, por mucho que siguiera diciendo que eran insensateces. Y es que para Maca lo era… era una auténtica insensatez, una auténtica locura que Esther aún, después de doce años, albergara ese tipo de sentimientos hacia ella… no podía ser, no tenía sentido, después de todo lo que habían vivido, después de todo el daño que se habían hecho, después de lograr olvidarla, de creer que ambas se olvidaron de la otra… no tenía ningún sentido que Esther aún la quisiera… porque ella… ella… ella no… A: Maca – la sacó de sus pensamientos – te voy a hacer la misma pregunta que te hice hace algún tiempo – continuó, Maca la miraba pero no parecía escucharla demasiado – Maca – la volvió a llamar, las pupilas de la pediatra se movieron mínimamente, como si volviera a estar allí, en su piso - ¿Tu sientes algo por Esther? E: Vale… allí estaré – se quedó con el teléfono en la mano, aunque al otro lado de la línea ya no había nadie. En la sala de médicos del hospital, Esther se quedaba sorprendida, aquella llamada, totalmente inesperada, absolutamente sorpresiva la había dejado tan perpleja que no sabía qué pensar. C: ¿Has visto un fantasma? – preguntó Claudia entrando en la sala y encontrándola de aquella manera. E: Ehh… pu… pues casi – contestó volviendo allí, dejando el teléfono a su lado en el sofá – acabo de hablar con Maca – le comunicó – que quiere que hablemos… hemos quedado esta tarde en la cafetería que hay al lado de mi casa. C: Ah, eso es genial ¿no? – le dijo con una sonrisa. E: Pues… no lo sé – contestó – después de todo lo que pasó a semana pasada… ¿No te parece raro que ahora quiera hablar conmigo? – quiso saber. C: Yo que sé Esther – siguió ella – puff… es que… después de lo de la borrachera y eso… E: Pues eso – continuó – que no sé a qué viene ahora este cambio… se suponía que no quería saber nada de mí, o al menos es la impresión que me dio – seguía diciendo algo confusa por todo aquello. C: Pues yo que sé, Esther – afirmó – ve y habla con ella… a ver qué quiere – Esther la miró dubitativa – ¿o es que no quieres ir? E: Claro que quiero ir – afirmó – pero… yo que sé, me da miedo lo que pueda decirme… C: Pues hija… no te quedan muchas más opciones – contestó – o vas y te enteras de lo que quiere o no vas y te quedas con la duda… E: Ya… - se quedó pensando en ello durante un segundo – mira… me voy a trabajar, ya veré lo que hago – terminó de decir levantándose y marchándose con gesto dudoso. Cuando llegó a la cafetería estaba realmente histérica, no sabía qué se encontraría, ni qué era lo que Maca quería contarle, solo sabía que la menos, pasarían un rato juntas y lo que era más importante, a solas… Entró y la vio ya sentada con un café delante de ella. Miraba distraídamente por la ventana, parecía ausente y eso le gustó, hacía mucho tiempo que no podía mirarla con calma, sin que se diera cuenta, sin que se notara… y poder tener esos escasos minutos para ella fueron como un bálsamo que calmó todos sus nervios. Sonrió de lado cuando vio cómo miraba el reloj, cómo se quitaba un mechón de pelo rebelde y amplió su sonrisa cuando negó con la cabeza por su tardanza. Finalmente, y no queriendo hacerla esperar más caminó hacia ella antes de que Maca mirara hacia su posición. E: Hola – saludó con la mano ya al lado de la mesa. M: Hola – se levantó para saludarla y ninguna de las dos supo cómo saludarse, si con dos besos, con uno, con una palmadita… finalmente optaron por lo fácil, movieron la cabeza al unísono y sonrieron levemente – siéntate, por favor – invitó tras aquel extraño saludo. E: Vale – se sentó, dejó el bolso a un lado y miró a su alrededor. M: ¿Qué quieres tomar? – preguntó llamando a la camarera. E: Café con leche – contestó viendo como movía nerviosamente una de sus manos. M: Vale – miró a la camarera que llegaba en ese instante – un café con leche y otro para mí, por favor – le pidió - ¿Con quién has dejado a Paula? – quiso saber. E: Con… con Luisa, nuestra vecina – sonrió – aunque no sé quién se queda con quien… Luisa está terminando ingeniería química… imagínatelo… M: Ya… terminará Paula dándole clases – sonrió también. E: Pues casi – afirmó. M: Es una chica estupenda – dijo orgullosa. E: Sí que lo es – contestó con el mismo orgullo – aunque… no sé… tengo la impresión de que no has venido aquí para hablar de Paula. M: Siempre fuiste bastante perspicaz – dijo dejando espacio cuando llegó la camarera con los cafés – gracias – le dijo con una sonrisa antes de que se marchara – bien… verás quería hablar contigo de lo que pasó el otro día. E: Ya te dije que fue una estupidez por mi parte y que lo siento – repitió. M: Lo sé, lo sé – la cortó suavemente – es… es de eso pero no es de eso de lo que quiero hablar. E: No te entiendo… - dijo perdida. M: Ya… eh… verás, Esther… yo… - bajó la cabeza – no quiero hacerte daño. E: Maca ¿qué… M: Espera – la volvió a cortar – como dijiste hay que terminar con esta guerra, con los reproches y con el pasado… hay que dejarlo atrás, Esther y… si… si queremos que esto funcione, si queremos, al menos, llevarnos bien, entonces hay que… E: No sé qué quieres decir – la cortó. M: Yo tampoco, la verdad – se sonrió algo avergonzada – verás, la cuestión es que… hablando con Ana de lo que pasó… ella… ella cree que sigues enamorada de mí – Esther la miró con los ojos abiertos al escucharla – ya… supongo que será una idiotez por su parte – continuó Maca – la cosa es que… no quiero volver a herirte… ni que nadie más sufra por mi culpa y… si eso es cierto yo… Esther yo no… no…bajó la cabeza – de verdad que no quiero hacerte daño – repitió – pero… es que yo… no… no est… E: Ana se equivoca – la atajó antes de que terminara de hablar – no estoy enamorada de ti – rió un tanto dolida, mintiendo como una bellaca y no sabía por qué. M: ¿No? – preguntó un tanto sorprendida. E: No… - repitió poniéndole toda la veracidad que pudo a sus palabras – Ha pasado mucho tiempo… ¿cómo voy a seguir enamorada de ti? – preguntó intentando reír – es… jaja es absurdo. M: Sí jajaja… claro – rió con ella – es… es absurdo – Puff - dijo ya más seria – me quitas un peso de encima… - Esther la miró de manera triste – no sé si podría con esto, no sé si… si podría seguir viéndote si sé que te hace daño, si sé que sigues enamorada de mí… como ya te he dicho, no quiero que sufras por mi culpa – terminó de decir. E: Ya… pues… quédate tranquila, Maca – contestó ella – tu amiga Ana se equivoca… no estoy enamorada de ti y si… si esa es la impresión que pudo dar, no fue mi intención – contestó – no siento nada por ti – repitió una vez más, porque si lo repetía como un trillón de veces, quizás hasta ella misma se lo llegaría a creer. M: Vale… E: Sí… Se quedaron en silencio, un silencio algo incómodo que las hizo removerse levemente en sus sillas. Esther bebió de su taza, mirándola de reojo, intentando que su mirada no rebelara la verdad… sí, había mentido, porque tenía la certeza de que si le decía la verdad, Maca se alejaría de ella más de lo que ya estaba y si ya era duro para ella verla tan lejana, peor sería si la pediatra decidía alejarse aún más… Por su parte, Maca, miró por la ventana, estaba confusa, no sabía muy bien qué pensar y mucho menos sabía qué sentía, tampoco quería pensarlo, no quería analizarlo, era mejor así, era mejor no pensar, ni analizar nada, se creyó y le aliviaron las palabras de Esther porque no podría soportar seguir haciéndole daño a la gente, bastante había hecho ya a las personas que quería, no podía ni quería seguir haciéndolo… así que, cuando Esther le dijo que no estaba enamorada de ella sintió cierto alivio… E: Bueno… - dijo tras unos minutos sin pronunciar palabra – será mejor que me marche… voy a ir con Paula al centro comercial… a ver si compramos algo de ropa… M: Ah, genial – fue lo único que contestó. E: Si… si quieres puedes venir – invitó intentando que la incomodidad que ambas sentían desapareciera. M: ¿No te importa? E: Claro que no… eres su madre y… como ya te dije, nosotras podríamos intentar ser amigas – afirmó sacando una sonrisa esta vez más sincera. M: Sí, podríamos intentarlo, para variar – contestó a su sonrisa. E: ¿Entonces vienes? – preguntó cuando llegó la camarera para cobrar sus pedidos. M: Sí, claro – se levantó tras pagar - ¿vamos? – Esther no contestó, simplemente se levantó y sonrió levemente a Maca. Pagaron la cuenta y salieron una detrás de otra intentando aparentar una normalidad que, siendo sinceras, ninguna de las dos sentía. UN MES DESPUÉS. Con el final de los exámenes, el comienzo del verano y sin tener ninguna asignatura suspendida, Paula, Lucía y Maca comenzaron a pasar mucho más tiempo juntas. Durante los turnos de Esther en el hospital, quien había comenzado con rotaciones de turnos y la cual no tendría vacaciones hasta finales de agosto, Paula pasaba las mañanas o tardes, según se diera con su otra madre, lo cual hizo que su relación se estrechara muchísimo más y que poco a poco, las muestras de cariño y la complicidad entre ellas fueran mucho más seguidas. Por su parte, la relación Maca-Esther, había pasado a ser una mucho más cordial, algo más amistosa. No habían vuelto a reprocharse cosas del pasado y pasaban algo más de tiempo juntas aunque no solas. Para Esther a pesar de lo dicifil de la situación, al menos era un adelanto… se conformaba con eso sabiendo que no obtendría más, Maca no estaba enamorada de ella, como así le había dicho en aquella ocasión y aprendió a vivir con ello y sobre todo a sobrellevarlo de la mejor manera. Se acomodó a la situación, se conformó con lo que tenía y se prometió que no pediría nada más… si eso era todo lo que Maca podía ofrecerle, entonces lo aceptaba y disfrutaba de los momentos con ella. Para Maca, la situación era bastante extraña. Comenzaba a sentirse demasiado bien con Esther. En los momentos en los que estaban juntas el tiempo pasaba volando, podían mantener una conversación serena y adulta sin sentirse incómodas, sin pensar que le haría daño. Y es que, para la pediatra, lo peor que podría pasar era volver a causarle daño… ya habían sufrido todas demasiado y ella había tenido gran parte de la culpa. Se había autoconvencido de que no podría hacer feliz a nadie… los antecedentes le daban la razón, en el pasado destruyó su relación con Esther acostándose con otra y causándole una herida demasiado grande, en el presente había roto el corazón de su exmujer… ella y solo ella, había causado el mayor daño a las mujeres de su vida. Ella lo sabía, así lo sentía y Susana se lo escupió a la cara. Y era por eso, que mantenía una distancia con Esther… que intentaba medir sus actos, sus palabras, sus momentos a solas (que no eran demasiado) Porque en el fondo, sabía que podría volver a enamorarse de ella… en el fondo, tenía claro que lo que la enamoró un día de Esther, podría fácilmente volver a enamorarla… y se alejaba cuando se acercaba demasiado a ella, porque Esther no merecía a una mujer como ella, no merecía volver a sufrir, bastante habían sufrido todas… Ese día, con Esther con un turno de tarde que la tendría en el hospital hasta cerca de las once de la noche, Paula se había quedado en casa de Maca, aprovechando para quedarse a dormir. Lucía había llegado de casa de Susana como loca por pasar la tarde con su hermana… era increíble la relación que tenían, directamente se adoraban y cada vez que estaban juntas se sentía el cariño intenso que se tenían. Maca disfrutaba viendo a sus hijas juntas. Era quizás, en esos momentos donde más feliz se sentía, donde sonreía abiertamente, donde reía y disfrutaba olvidándose un poco de todo lo demás. Terminaba de hacer la cena para las tres y con un trapo en las manos fue a avisar a las niñas que encerradas en la habitación de Paula jugaban con una consola que había consentido comprarles hacía un par de días. Se paró en la puerta escuchando sus risas, entreabrió la madera y las miró metidas en sus juegos. P: Eso no vale – decía una Paula que como algo extraordinario, las consolas se le daban de pena – ese truco no me lo sé – protestaba ante la sonrisa de su hermana. L: Es fácil, mira – contestó enseñándola – dos veces a la X una a la A, saltas y aprietas en la R, pero los peces esos no te pueden tocar – decía mientras la pantalla reproducía el truco que le acababa de mostrar. P: Puag… este juego es un rollo – dijo al no conseguir hacer el dichoso truco. L: Jajaja – reía al ver su frustración, en el quicio de la puerta, Maca también sonreía – Oye Paula – dijo llamando su atención dejando el mando sobre su regazo - ¿Por qué no llamas a mami, mami? – preguntó inocente la cría, Maca miró a sus hijas y enmudeció. P: Ehh… pu… pues no sé – se elevó de hombros - ¿Por qué me preguntas eso? L: Porque es raro – contestó la cría volviendo a coger el mando de la consola – yo a mis mamis las llamo mamá – continuó – pero tú solo llamas mamá a Esther… y mami también es tu mamá… ¿Por qué no la llamas mamá? ¿No la quieres? – Maca prestó atención a la respuesta de su hija y es que, en todo ese tiempo, Paula no la había llamado “mamá”, tan solo una noche, ya casi rendida al sueño, lo dijo, pero nunca supo si se lo había dicho a ella o la confundió con Esther… nunca se lo había preguntado y nunca había hablado con ella de eso, quería, deseaba con todas sus fuerzas que fuera Paula quien lo dijera cuando quisiera y que lo hiciera de corazón, no porque ella le dijera algo al respecto. P: Sí la quiero – contestó, Maca sintió un vuelco en el corazón – pero no sé… no lo había pensado… terminó de decir quedándose parada mientras que su hermana pequeña volvía a meterse en el juego. L: ¡Gane! – gritó tras unos segundos de silencio, olvidándose ya de la conversación anterior – te gané, te gané – repetía contenta. P: Sí, me has ganado – contestó sonriéndole a su hermana. M: Chicas – intervino Maca cuando consiguió recuperar el habla – la cena está lista, así que vamos, a poner la mesa – les dijo a ambas. L: ¡He ganado, mami, he ganado! – dijo contenta llegando hasta su madre. M: Sí, ya lo he visto – sonrió dándole un beso – anda, ve a poner la mesa – le dio un golpe en el culo, y la pequeña salió corriendo mientras que su hermana comenzaba a recogerlo todo – anda, cariño, deja eso, que vamos a cenar – le dijo ayudándola a recoger. P: Voy – desconectaba la consola – eh… Maca… yo… M: Sh, sh – la calló con cariño – no tienes que decirme nada ¿vale? – dijo adivinando hacia dónde iban – no me importa cómo me llames… te voy a querer igual – sonrió dulcemente. P: Ya… - se acercó con una sonrisa y la abrazó, Maca estrechó el abrazo y besó su cabello – te quiero, mami – dijo abrazada a ella. El corazón de Maca bombeó más rápido de lo habitual, sus ojos se cristalizaron y tembló ligeramente. Paula sonrió, lo cierto era que llevaba tiempo teniendo la necesidad de llamarla de ese modo y había sido Lucía quien le había dado el último empujón y cuando sintió como su madre temblaba, se dio cuenta de cuanto lo había necesitado Maca también. M: Ven – se agachó para quedar a su altura, con la voz tomada – mírame – le pidió acariciando su rostro – te quiero muchísimo, Paula… siempre, siempre te he querido y nunca, jamás, dejé de pensar en ti… sintió una lágrima recorrer su rostro. P: No llores, mami – y Maca sonrió por la emoción de volver a escucharla – no me gusta que llores. M: Vale… ya… ya no lloro – contestó limpiándose las lágrimas – anda… vamos a cenar, tu hermana debe estar esperando. P: Sí, vamos – dijo dándole un beso en la mejilla y tras sonreír de nuevo, salió de la habitación con la intención de ir a ayudar a su hermana y dejando a Maca recuperándose y sintiendo la mayor felicidad que había sentido en muchísimo tiempo. Tumbadas, desnudas, bajo las sábanas, acariciándose de manera lenta, se miraban a los ojos mientras las manos buscaban lugares recónditos que acariciar. Sus respiraciones, entrecortadas, les decían que estaban disfrutando. El calor subía por sus cuerpos, incendiándolas, queriendo más, pidiendo más… En un movimiento rápido, cambiaron posiciones, quedando de lado, sin dejar de mirarse, besando la parte del cuerpo que tenían a su alcance, mordiendo, lamiendo todo cuando se ponía a su disposición. Escuchó un quejido y sonrió, bajando por aquel cuello que tan loca la tenía, para continuar hacia el pecho. Atrapó el pezón izquierdo y se sonrió aún más al sentir su mano sobre su cabeza obligándola a fundirse más contra su piel. Un suspiro hondo y sordo hizo que con su mano colmara de atenciones el otro pecho. Se mordió le labio al sentir el leve movimiento de sus caderas, como queriendo buscar un contacto mayor y se movió para colocar su pierna en su centro. Su respiración se cortó cuando sintió aquellas ardientes manos en su trasero haciendo que se moviera sobre ella. Casi perdió la respiración cuando las manos se internaron más allá, buscando su sexo, encontrándolo húmedo y dispuesto a recibir todo lo que iba a darle. Dejó sus pechos, para morder el labio inferior, estirándolo y dejando sentir un quejido cuando aquellos dedos traviesos juguetearon entre sus piernas. Internó la lengua en su boca, provocando una batalla de saliva, que se cortó por la falta de oxígeno. De nuevo se movieron y quedaron sentadas, más alta que ella, llevó la cabeza hacia atrás, cuando ahora fue su amante quien decidió que necesitaba llevarse sus pechos a la boca. Y fue ella misma quien moviendo sus caderas le dijo que quería más, que necesitaba más, que ansiaba mucho más que eso. Aumentando el ritmo, sintiendo cómo la excitación era cada vez mayor tomó su pelo, la separó e hizo que la mirara. Lo que vio en sus ojos era puro fuego, pura ardiente pasión y sintió que sería capaz de correrse en ese mismo momento, tan solo al sentir aquella mirada que le describía lo que quería hacerle. Se desató, con la necesidad intensa de llegar, con la locura de sus movimientos, con el calor que su cuerpo destilaba. Se desató, la tortura tenía que terminar, quería llegar ya, quería llevarla directa a un orgasmo demasiado ansiado. Mordió de nuevo su labio inferior, mientras que se movía uniendo sus sexos. M: Ahhh – gimió al contacto – uhmmm – se mordió su propio labio. Llevó una de las manos a su hombro, separándose lo justo para que la unión de sus centros fuera aún mayor, la miró, era una diosa, una completa diosa ante ella. Con el pelo alborotado, los labios rojos por la pasión de sus besos, el pecho alzado y estimulado el derecho por una de sus manos mientras que la otra le servía de apoyo sobre el colchón, el vientre plano contrayéndose en cada movimiento de sus caderas… M: Agghh – volvió a gemir aumentando el ritmo – más… más… - ¿Más… uhmm más qué? – consiguió preguntar entre quejidos de placer. M: Más rápido… más fuerte… oghh Joder… más todo – pronunció al tiempo que sus caderas, sincronizadas, tomaban una velocidad mayor – así… así… sigue… sigue… - Ahh.. ahh… ahhh – gemía por la inminente llegada de un orgasmo que ambas estaban deseando. Y llegó, con una pasión devastadora, con una fuerza imparable que las recorrió con una diferencia escasa de segundos. Llegó dejándolas tendidas sobre el colchón, dejándose caer ambas hacia el lado opuesto, aún con sus sexos unidos, llegó haciendo que en sus rostros se instalara una sonrisa mientras iban recuperando la respiración… llegó haciendo que su corazón bombeara a mil revoluciones. Quiso decirle mil cosas, quiso preguntarle mil otras, pero cuando sintió que se movía para abrazarse a ella, cuando la sintió pegada a su cuerpo como hacía mucho que no la sentía, cuando, con los ojos aún cerrados, escuchó el ritmo de su corazón acelerado, solo fue capaz de pronunciar dos palabras. M: Te quiero… Y sus ojos se abrieron súbitamente. No había dormido en lo que restó de noche. Aquel sueño, tan real como excitante la había dejado en un estado de desvelo que no había logrado vencer en toda la noche, así que ahí estaba, en la cocina, con un café entre las manos y sin poder dejar de pensar en aquel sueño y su significado. Se ponía nerviosa solo de recordarlo, lo más increíble de todo era que, ella, que muy pocas veces recordaba lo que soñaba, era capaz de rememorar aquel sueño con todo lujo de detalles. Aquello la trastocaba aún más, porque solo de recordarlo se le erizaba el bello, sus nervios se disparaban y su temperatura subía… No había terminado el café cuando escuchó el timbre de la puerta, miró el reloj, no era demasiado temprano pero tampoco demasiado tarde. Dejó la taza en el fregadero y se dirigió a la puerta. Al mirar por la mirilla se quedó parada… no estaba preparada para verla, mucho menos después de aquel bendito sueño. El timbre volvió a sonar y tras suspirar hondamente finalmente abrió. M: Hola – saludó mirándola un segundo para desviar la mirada al instante. E: Hola – contestó con una sonrisa. M: ¿Qué haces aquí? – preguntó un tanto descolocada. E: He venido a recoger a Paula – dijo como algo obvio. M: ah… sí, claro – afirmó cayendo en la cuenta – aún está dormida… aunque no debe tardar en despertar… E: Pensé que era más tarde – miró el reloj – siento molestarte. M: Tú no me molestas – soltó mirándola y Esther creyó, o más bien quiso creer que la miraba de otra manera - ¿Te apetece un café? – preguntó para romper el silencio que se creó. E: Claro… - aceptó encantada. Maca la invitó a entrar y ambas llegaron en silencio a la cocina. La pediatra comenzó a servir el café intentando no pensar en la noche anterior. Esther, por su parte, sonreía levemente, aquella invitación le había alegrado en demasía. M: ¿Qué tal tu guardia? – preguntó sin darse la vuelta. E: Bien… larga, pero bastante bien – contestó – por cierto… Javier quiere hablar contigo… se jubila uno de los pediatras y con toda aquella historia del chaval y el secuestro… creo que está ansioso porque trabajes en el Central – siguió diciendo mirando sus piernas… y es que Maca no se había dado cuenta, pero llevaba un pantaloncito que hacía las delicias de Esther. M: Ah… pues… no sé si… - se cortó la darse la vuelta y ver la mirada de Esther, una mirada bastante sugerente. M: Agghh – volvió a gemir aumentando el ritmo – más… más… E: ¿Más… uhmm más qué? – consiguió preguntar entre quejidos de placer. M: Más rápido… más fuerte… oghh Joder… más todo – pronunció al tiempo que sus caderas, sincronizadas, tomaban una velocidad mayor – así… así… sigue… sigue… E: Maca… ¿Maca? – la sacó de su ensimismamiento pasando su mano varias veces delante de sus ojos. M: ¿Eh? ¿Qué? – dijo algo nerviosa – per… perdona… - se movió casi girando sobre sí misma – voy… voy a ir a… a cambiarme… Salió de la cocina como alma que lleva al diablo, queriendo escapar de su mirada, de su aroma, de su cuerpo… de todo lo que le provocaba y que le estaba estallando en la cara sin aviso previo. Llegó a la habitación, cogió un pantalón vaquero y la primera camiseta que encontró, se vistió rápido, y antes de volver a la cocina se tomó un momento para calmarse… M: Bien… ¿Qué me decías? – preguntó llegando de nuevo a la cocina intentando fingir una normalidad que para nada sentía. E: Que Javier quiere hacerte una propuesta de trabajo – continuó mirándola algo extrañada. M: Ya… estoy muy bien en la universidad – contestó, pues lo que le faltaba era trabajar con ella… E: Lo suponía – dio un sorbo a su café – uhmmm… - soltó con el primer sorbo Esther E: Uhmmm… M: Ahhh – gimió al contacto – uhmmm – se mordió su propio labio. E: Ahh.. ahh… ahhh – gemía por la inminente llegada de un orgasmo que ambas estaban deseando. M: Agg mierda – protestó al sentir cómo se derramaba el líquido de su taza. E: ¿Te has quemado? – saltó de la silla - ¿Estás bien? M: Ehh… sí… sí, estoy… estoy bien – contestó intentando mantenerse alejada – estoy bien… E: ¿Has dormido bien? – le preguntó cerca de ella – pareces cansada. M: He dormido perfectamente – respondió un tanto cortante, la tiempo que tomaba un trapo para limpiar el café derramado. E: Deja que te ayude – dijo acercándose a ella. M: No – la paró – no… no hace falta… E: Maca… - hizo que parara, quedándose muy cerca de ella, sintió como la pediatra tembló cuando tomó una de sus manos, sintió como sus ojos conectaban de un modo que no lo habían hecho en mucho tiempo… Cuando Esther tomó su mano, su cuerpo, de manera involuntaria tembló. Cuando elevó la mirada para verla y la encontró tan cerca, su corazón se disparó. Pero cuando Esther se mordió el labio inferior… cuando lo hizo… fue cuándo la locura pareció adueñarse de su cuerpo, cuando quiso abalanzarse hacia ella y que fueran sus dientes quienes mordieran sus labios… P: Mamá, ya has llegado – escucharon que decía una Paula aún somnolienta que se restregaba los ojos por el sueño. Automáticamente, Maca se separó de Esther para seguir recogiendo el café al tiempo que su cabeza iba a mil por hora, confundiéndola, torturándola. Cuando Esther y Paula se fueron y tras una ducha, bien fría, Maca llevó a Lucía con Susana, después, necesitando despejarse y sobre todo dejar de pensar en aquel sueño y lo que podría significar, se dio una vuelta por el centro de Madrid. Deambulaba por las calles sin mirar apenas nada, intentaba olvidarse de todo aquel asunto aunque estaba claro que era bastante imposible hacerlo. Cuando se cansó de dar vueltas por las calles y de seguir dándole vueltas al tema, cuando se dio cuenta de que necesitaba hablar con alguien de todo aquello, puso rumbo a casa de la única persona con la que podía hablar con total sinceridad y que sabía que no tendría pelos en la lengua a la hora de contestarle lo que pensaba, tal y como lo pensaba. A: ¿Sí? – contestó Ana al otro lado del telefonillo. M: Soy Maca – le dijo - ¿Puedo subir? Tengo que hablar contigo. Como respuesta, el sonido de la puerta desbloqueándose y tras eso, entró y subió con rapidez. La encontró apoyada en la puerta ya abierta y con la mirada un tanto descolocada por aquella visita inesperada. A: ¿A qué debo el honor? – preguntó invitándola a entrar. M: Necesito hablar contigo, es importante – le dijo entrando y dejando el bolso a un lado al tiempo que se sentaba en el sofá. A: Presupongo que tiene que ver con Esther o con Susana – soltó ella sentándose frente a su amiga, Maca elevó las cejas – no pongas esa cara… eres mi amiga y te quiero, pero últimamente estás un pelín monotemática con ellas dos. M: Vaya… gracias – dijo bajando la mirada. A: Va, no te enfades – pidió – reconoce que es verdad – Maca asintió – así que… ¿de quién estamos hablando? ¿Esther o Susana? M: Esther – afirmó – se trata de Esther. A: Sí… tenía más posibilidades – soltó con gracia, Maca sonrió - ¿Qué ha pasado ahora? ¿Habéis vuelto a discutir? M: No, no, para nada – contestó – si de hecho… parece que ahora nos llevamos bien. A: Genial, entonces… ¿Cuál es el problema? M: El problema soy yo… - afirmó – que no sé qué cojones me pasa – Ana se acomodó para escucharla – ayer tuve un… un sueño con ella… A: Ujum… - la miró y no pudo evitar disimular una sonrisa, Maca estaba ruborizada - ¿Qué tipo de sueño? M: De “ese” tipo de sueño – dijo haciéndose saber de qué hablaba. A: ¿Erótico? – insistió. M: Muy erótico – contestó sintiendo cierta vergüenza. A: Bueno… no sé qué tiene de malo… yo tengo un montón de sueños eróticos – contestó con calma – de hecho, son absolutamente naturales, es más, hace poco leí, que durante los días de ovulación, ese tipo de sueños se pueden llegar a triplicar en las mujeres. M: Ya sé que los sueños eróticos son normales – la cortó – pero este no era normal, te lo aseguro – se removió inquieta – era… demasiado real… demasiado intenso… vamos que… que… - de nuevo bajó la cabeza medio avergonzada – que llegué dentro del sueño y… y luego tuve que… que… A: Que te masturbaste – la atajó al ver que no terminaba. M: Sí – agradeció que lo dijera ella – la cosa es que después vino a recoger a Paula y… joder cada vez que la miraba me venían a la mente las imágenes del sueño y… A: Y te pusiste caliente – la volvió a atajar sin ningún tipo de pudor. M: Me he tenido que meter en la ducha con el agua muy fría. A: jajaja Ayss… Maca, si es que los calentones son muy malos – rió con ganas. M: No he venido para que te rías de mí – dijo de manera seria – sino para que me aconsejes – continuó. A: ¿Y qué quieres que te diga? – preguntó – si es que más claro no puede estar, Maca, eres tú la que no quieres verlo – la miró – Esther te pone… y te pone mucho. M: Creo que no solo me pone – dijo entre dientes – creo que… que hay algo más… A: ¡Hasta que por fin comienzas a ser sincera contigo misma! – soltó elevando la voz – ya era hora… M: No, espera – la paró – no te embales, porque ni yo misma sé lo que pasa – continuó parándola – sé que hay algo más, pero no sé hasta dónde llega eso… yo… estuve muy enamorada de Esther, y… yo que sé, no sé si lo que siento ahora es el reflejo de lo que sentí antes o algo nuevo… A: No te sigo – negó con la cabeza. M: No sé hasta qué punto me gusta esta Esther o tal vez me gusta la Esther que fue – continuó – quizás es que me estoy acordando demasiado de los buenos momentos, de lo bonito que fue lo que vivimos antes de que todo se fuera a la mierda… no lo sé – negó con la cabeza – solo sé que no somos las mismas y… joder ya le hice daño, ya nos hicimos mucho daño hace muchos años… no quiero volver a pasarlo mal, ni que ella lo pase mal de nuevo. A: Ya… - dijo ya más seria – Maca, tú misma lo has dicho… no sois las mismas, no tenéis que actuar de la misma manera y dudo mucho que lo hagáis. Ambas, de una manera u otra habéis aprendido de los errores, quizás a base de palos, yo que sé – la miró – pero no puedes seguir haciéndote la mártir ropecorazones y rompe almas… M: No me hago la mártir – afirmó – es solo que… que no quiero volver a hacerle daño a nadie… ¿mira lo que he hecho con Susana? – le preguntó sobre lo evidente. A: Hay miles de matrimonios que no funcionan, millones de historias que se van al carajo, que la tuya con Susana no haya funcionado no es algo excepcional. M: Pero fue mi culpa – se lamentó. A: ¿Tú crees? – Maca afirmó con la cabeza – pues yo no… - La pediatra la miró súbitamente – no, no creo que fuera solo tu culpa, le repetiste mil veces que no querías a Esther, le dijiste mil otras que la querías a ella y ella se obcecó con lo contrario… joder si me apuras, parecía que estaba buscando una excusa. M: Sabes que no es así – dijo con algo más de seriedad – no la juzgues de esa manera porque no lo merece. A: Vale, perdona – afirmó – lo que quiero decir es que un matrimonio no se va a la mierda por culpa de uno solo… todas las rupturas son cosa de dos, no solo tú tuviste la culpa, así que deja de obcecarte en el daño que le haces a los demás y empieza a pensar en el que te haces a ti misma. M: Yo no me hago daño – dijo poco convencida. A: ¿Ah no? Mírate – la señaló – te estas cerrando a todo lo que pasa a tu alrededor, estás dejando de lado tu felicidad… apenas ríes ya, Maca… solo con tus hijas, pero no por ti misma – le dijo con sinceridad – y… me gustaba mi amiga bromista, chulesca y coqueta que hacía bromas o se mostraba borde, me gustaba mi amiga que tenía los ojos iluminados, la que amaba sin reservas y déjame decirte que no queda nada de ella en ti. M: Joder – protestó con los ojos cristalizados – si querías hacerme sentir peor… lo estás consiguiendo. A: A lo que me vengo a referir, Maca es que te estás negando la posibilidad de volver a ser esa mujer, te niegas a la posibilidad de ser feliz con quien te hace feliz, solo porque te empeñas en autoconvencerte de que solo serás capaz de dañar a quien te quiera cuando ambas sabemos que no es así – siguió diciendo – eres muy capaz de hacer feliz a la gente… sabes cómo hacerlo… que hayas cometido errores no significa que no sepas hacerlo. M: Yo ya no sé cómo soy… ni quién soy – dijo lamentándose por todo lo ocurrido. A: Pues empieza por encontrarte – continuó – empieza por buscar dentro de ti lo que realmente quieres en tu vida, comienza por aclarar todos tus sentimientos y luego actúa en consecuencia… pero por favor, no te cierres – tomó sus manos con cariño – y no te niegues la posibilidad de ser feliz, porque eso es lo que estás haciendo… deja de castigarte, Maca… ya has tenido suficiente… Maca no dijo nada, simplemente apretó sus manos, agradeciéndole sus palabras y Ana, sonrió con dulzura. Quizás no era eso lo que había ido a buscar a su casa, quizás no esperaba esas palabras pero creyó, al verla de aquel modo, que era lo que necesitaba, porque estaba harta de verla flagelándose, autocompadeciéndose y negándose toda posibilidad de amar. Estaba harta de ver como su amiga se consumía… Y no sabía si sus palabras harían efecto, pero lo que sí tenía claro era que Maca necesitaba desbloquearse, necesitaba sacar la cabeza del agua y enfrentarse a sus verdaderos sentimientos. A: Y echa un polvo – dijo con sorna tras un tiempo de silencio – después de ese sueño, creo que lo necesitas bastante. M: Jajajaja – rió por primera vez en toda la conversación – eres un caso. Pero te quiero – dijo mirándola con dulzura. A: Y yo a ti, tonta – contestó abrazándola con el cariño que le habían dado los años de amistad. Durante los siguientes dos días no dejó de pensar en lo que había hablado con Ana. Tenía un montón de sentimientos enfrentados, porque por mucho que lo pensara, por mucho que lo analizara, siempre llegaba al mismo punto: No quería hacer daño a nadie más. Del mismo modo, por otro lado, sentía la necesidad de estar cerca de Esther, era algo que no podía controlar. El sueño no había vuelto a repetirse pero aún lo recordaba con absoluta claridad. Llegó a la conclusión de que, como bien había dicho Ana, no podía continuar de ese modo, debía tomar las riendas de su vida y sobre todo saber qué era realmente lo que sentía. Así que había decidido que, si quería esclarecer sus sentimientos, tenía que conocer a la nueva Esther y no centrarse en aquella que fue. Porque si una cosa tenía clara era que ambas, en esos años, habían cambiado. Ese día, después de llevar al cine a Paula, esperaba algo impaciente a que Esther viniera a por ella. Lo cierto era que no sabía muy bien cómo o qué iba a decirle, lo que tenía claro era que no hablaría de esos “sentimientos” que la tenían tan confusa, simplemente, se mostraría amistosa y quizás podría propiciar un acercamiento en el que comenzar a “reconocerse”. El timbre de la puerta sonó haciéndole saber que ya estaba allí. Se miró al espejo de la entrada y tras atusarse un poco el pelo, sintiéndose algo tonta por aquel acto, abrió la puerta encontrando la sonrisa de Esther al otro lado. E: Hola – saludó. M: Hola, pasa – la invitó a entrar – Paula está en la habitación con Lucía. E: Ah, vale – pasó dentro - ¿Qué tal la película? M: Bastante divertida – continuó – hemos pasado un buen rato. E: Me alegro – sonrió mirándola un instante. M: ¿Quieres algo de beber? – preguntó tras un segundo de silencio. E: Pues… no – miró el reloj – es un poco tarde y tengo que prepararle la cena a Paula – afirmó. M: Sí, yo… también tendría que preparar la cena para Lucía – contestó. E: Vale pues… - miró hacia la habitación. M: Ya voy yo – contestó a la pregunta no hecha, comenzó a caminar hacia la habitación de Lucía y antes de llegar se quedó parada. Sopesó un poco sus opciones y tras esto volvió sobre sus pasos, encontrando a Esther mirando las fotos que había ido poniendo en el salón – Esa es de hace unos días – le comentó al ver que miraba una en la que ella, Lucía y Paula sonreían a la cámara. E: Estáis muy guapas las tres – contestó dándose la vuelta y dejando la fotografía donde estaba. M: Gracias – bajó la cabeza – Quería comentarte una cosa – Esther asintió dándole pie a que continuara – el fin de semana que viene, Lucía está con Susana así que… para el siguiente, había pensado, si te parece bien, llevar a las niñas de acampada. E: ¿De acampada? M: Sí… bueno, Paula me dijo un día que le encantan las estrellas y… hay una zona de acampada cerca de Navacerrada, sin ningún tipo de iluminación donde seguramente se vean con mucha claridad… además, al ser verano no creo que haga frío ni nieve y… E: Seguro que estará encantada – sonrió – eso sí, prepárate para pelearte con ella para que duerma, sería capaz de pasarse la noche entera mirando estrellitas – sonrió aún más ampliamente. M: Ya… - bajó la cabeza, sonrió de lado y elevó de nuevo la mirada – también podrías venirte – soltó haciendo que Esther la mirara sorprendida – para que me ayudaras a que se acostara y eso – dijo a modo de excusa barata. E: Me encantaría – contestó mirándola a los ojos, intentando disimular la emoción e ilusión que sintió al escucharla. M: Vale… voy a… a llamar a Paula – terminó de decir para finalmente ir hacia la habitación de su hija. E: Uffff – respiró hondamente Esther – bien, bien, bien… - murmuró para sí mientras iba pensando en quién podría cambiarle la guardia que tenía ese fin de semana. El famoso viernes de la acampada llegó tras varios malabarismos para poder cambiar la guardia del sábado que tenía. Finalmente, tras prometer una guardia en el próximo puente consiguió que una de las enfermeras hiciera su turno, por lo que, bastante contenta y algo nerviosa terminaba de hacer la bolsa para el fin de semana. Paula, desde hacía rato ya tenía todo preparado y esperaba paciente en el salón a que su madre terminara y que Maca llegara por ellas. Salió al salón para ir hasta la cocina y abrir el botiquín, Paula, mirándola extrañada se acercó a ella con curiosidad. P: ¿Qué haces mamá? – preguntó al ver que había sacado casi la totalidad del botiquín. E: Buscar el repelente de mosquitos, agua oxigenada, vetadine, vendas, tiritas, analgésicos… P: ¿Para qué? – la cortó, pues estaba segura que iba a enumerar todo lo que había en el botiquón. E: Pues para llevarlo, por si pasa algo – dijo con total naturalidad. Paula la miró de soslayo, la verdad es que hacía muchísimo tiempo que no veía a su madre tan nerviosa, por no decir que nunca la había visto así. La siguió hasta su habitación y se quedó asombrada al ver todo lo que había encima de la cama. P: Mamá, vamos un par de días y al campo – le dijo - ¿Para qué llevas todo eso? E: Es lo necesario – afirmó. P: ¿El abrigo es necesario en pleno verano? E: Por las noches refresca – contestó como si nada. P: ¡Mamá! – exclamó – ¡No hace falta que te lleves mantas! – rió. E: Me estoy pasando ¿no? – dijo tras pensarlo un segundo y mirando a su hija. P: Pues un poco – afirmó. E: Sí, tienes razón – dijo sacando cosas inservibles de la bolsa. P: ¿Por qué estás nerviosa? – se sentó en el borde de la cama. E: No estoy nerviosa – continuó – es solo que… la relación con tu madre no ha sido muy… buena que digamos – Paula asintió bajando un poco la mirada – quiero que sea un buen fin de semana y… quizás eso me altera un poco. P: Ya… pues no te preocupes – afirmó – estoy segura de que será un gran fin de semana – sentenció la cría y Esther no pudo más que sonreírle con orgullo, era tan inteligente y tan sensata… Poco más tardaron en llegar Maca y Lucía, la pequeña portando una mochilita que había querido llevar ella misma con alguna de sus cosas fue corriendo hacia su hermana y tanto Maca como Esther supieron, que sería imposible separarlas. Se saludaron con un “hola” a distancia y unas leves sonrisas cordiales. Esther terminó de prepararlo todo y pusieron rumbo a la sierra. Durante todo el viaje, fueron Lucía y Paula las que monopolizaron la conversación. Maca pendiente de la carretera y Esther pendiente de sus nervios no cruzaron más de un par de palabras. Se les mostraba tensas, poco relajadas pero no incómodas. Ambas, de un modo y otro eran conscientes de que aquel fin de semana sería una prueba para ellas. Sería la manera de demostrarse si su guerra, realmente, había acabado y podrían, al menos llegar a ser amigas o si, por el contrario aún había cosas que reprocharse… Para las dos, de alguna manera, era la prueba de fuego ante todas sus dudas. Una hora y media después, Maca aparcaba el coche frente a la parcela reservada para su acampada. Salieron estirando las piernas y admiraron el paisaje que se presentaba frente a ellas. Lo cierto era que aquello era realmente un paraje de lo más romántico, el verde del campo contrastaba con el soleado azul del cielo. El murmullo de los árboles junto con el rugido de un riachuelo cercano creaban una melodía de lo más relajante y la temperatura, ni demasiado calurosa ni tampoco fría le daba el toque de perfección a aquel lugar. Le hubiera encantado que por detrás, la abrazara mientras ambas admiraban el paisaje pero se conformó con una mirada de reojo y una sonrisa a medias, para luego ayudarla a sacar las cosas del coche. Como no podía ser de otra manera y ante el total y absoluto desconocimiento de Maca y Esther, fue Paula la que se encargó de montar las tiendas de campaña. La niña, con tan solo mirar una vez las instrucciones se puso manos a la obra levantándolas en un “plis plas”. Tanto Maca como Esther se sintieron algo avergonzadas ante su desastrosa destreza. La tarde estuvo llena de juegos junto a las niñas, quienes no paraban quietas ni un momento, yendo de un lado a otro, explorando el lugar y corriendo sin parar. Cuando comenzó a caer la noche fue el momento de montar el telescopio, y, para variar, la encargada de hacerlo fue Paula. Tras cenar unos bocadillos que prepararon al momento, Paula se metió de lleno en aquello que tanto le gustaba. Mirar las estrellas. Lucía, quien quería imitar todo lo que su hermana hacía se puso a su lado para que le enseñara y le explicara lo que veía. Maca y Esther absortas en sus hijas, sonreían al verlas de aquella manera. Maca, orgullosa de ellas, las miraba emocionada, era increíble lo mucho que se querían y aquello la colmaba de felicidad. La enfermera, por su parte, las miraba con cierto remordimiento… no solo había privado a Maca de su hija durante demasiados años, sino que les había quitado la oportunidad de ser hermanas desde el principio. Aquello, hizo que sintiera un nuevo pellizco en su corazón. M: ¿Estás bien? – le preguntó Maca – te has puesto seria de repente… E: Sí, estoy bien – contestó – solo pensaba en… en lo bien que se llevan. M: Sí – sonrió volviendo la vista a sus hijas – son estupendas… P: Mami, ven que quiero enseñarte esto – dijo Paula mirando hacia ellas. M, E: Voy – dijeron ambas a la vez, se miraron y se sonrieron. E: Ve tú – le instó – te lo estaba diciendo a ti – afirmó. M: Espero que no te moleste que… E: Para nada – la cortó – al contrario, me gusta que te diga así – sonrió – ve, que se impacienta – dijo mirando a su hija que las miraba esperando que Maca se acercara de una vez. Durante un buen rato estuvieron mirando las estrellas, Lucía, pronto acusó el cansancio y acurrucada en los brazos de su madre se quedó dormida, Esther las miraba llena de ternura, una vez más, como tantas otras se reprochó las veces que le había negado a Maca estar así con Paula. M: Voy a acostarla – anunció a Esther levantándose con algo de dificultad. E: Yo voy a ver si esa señorita consiente en acostarse también – se levantó a la vez. M: Vale… - terminó de decir yendo hacia una de las tiendas de campaña. E: Paula, cariño – se acercó a ella, quien seguía metida en aquel telescopio – venga, a dormir, que es tarde… P: Espera un poco mamá, que estoy buscando… - seguía sin dejar de mirar. E: Mañana lo buscas – hizo que se despegara del dichoso aparato – ahora a dormir. P: Jo… vale – medio protestó con sueño – hasta mañana mamá – le dio un beso en la mejilla. E: Hasta mañana, cariño – contestó acompañándola a la tienda. Maca salió tras dejar a la pequeña y fue en busca de Paula al ver que ya no estaba fuera para darle las buenas noches. Cuando salió de nuevo, encontró a Esther con una cerveza en la mano y bicheando con el telescopio. No supo muy bien qué hacer, si volver con su hija o quedarse allí y comenzar una conversación. E: ¿Quieres una? – preguntó dándose la vuelta y viéndola allí plantada. M: Eh… sí, claro – aceptó, quizás era mejor hablar ahora y no dejarlo pasar más tiempo. Tomó la cerveza, la abrió, le dio un trago y se sentó en el mismo lugar que había estado sentada antes. Esther, tras mirar una vez más por el telescopio, se sentó a su lado. Ambas, en silencio, sin saber muy bien como comenzar una conversación que no sabían muy bien ni a dónde las llevaría, ni qué consecuencias traería. E: Eres una madre estupenda – comenzó a decir en un susurro. M: Gracias – contestó tras darle un trago – aunque el mérito también es de Susana – afirmó, se quedó callada un segundo y finalmente la miró – tú también eres una gran madre… quizás incluso mejor que yo – afirmó – al fin y al cabo tú la has criado sola y… no sé, no ha debido ser fácil con una niña superdotada. E: Bueno… tenía sus momentos – le dijo – aunque a veces sí era algo difícil, eso de que la niña sepa más que tú… que incluso sea ella quien te explique algunas cosas… - sonrió – pero es una niña estupenda. M: Sí que lo es – fue lo único que dijo dándole un nuevo sorbo a su cerveza. E: Siento muchísimo todo lo que pasó – comenzó a decir tras una pausa prolongada. M: ¿De verdad quieres hablar de esto ahora? – preguntó un tanto dubitativa, no sabía si era el mejor momento, no con la tensión que parecía haber en el ambiente. E: En algún momento tendremos que hacerlo – se elevó de hombros – y este es como cualquier otro… M: Vale… hablemos – dejó la lata a un lado y se acomodó para encararla. E: Siento mucho, muchísimo haberte separado de Paula durante todos estos años – siguió con sus disculpas – no debí hacerlo y… sé que no voy a devolverte esos años, pero… quiero que sepas que a partir de ahora voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que pases todo el tiempo que quieras con ella. M: Yo… yo también siento todo lo que pasó – continuó – y… gran parte de todo esto fue mi culpa, no tenía que haber dejado con las cosas con Vero llegaran tan lejos y mucho menos contratar a esa estúpida abogada que… - se calló por el nudo que se le formó en la garganta – lo siento… E: ¿Puedo preguntarte algo? – dijo con un hilo de voz, Maca la miró un segundo, como queriendo adivinar la pregunta, algo le dijo que sabía cual sería, así que tomando aire, asintió con la cabeza - ¿Qué nos pasó? ¿Qué te llevó a… a estar con Vero? – le preguntó sin querer que sonara a reproche. M: No lo sé – contestó bajando la cabeza – supongo que… fue un cúmulo de cosas… recuerda cómo estaba nuestra relación en ese tiempo… apenas hablábamos cuando se suponía que debía ser el momento más feliz de nuestras vidas – siguió – sin embargo, lo hicimos todo mal, yo… no supe cuidarte y quizás tú no supiste dejarte cuidar… - la miró un segundo – Vero era… no lo sé, creo que fue un desahogo… sé que no es excusa, pero a estas alturas no creo que necesitemos excusas. E: Yo… no quería ser una carga – siguió – me sentía una inútil, no podía moverme y te veía tan agobiada que solo quería que dejaras de encargarte de mí… quería que no te sintieras tan mal… Yo también hice todas las cosas mal, Maca, no fue solo culpa tuya… M: Pero no ayudó nada todo el tema del juicio – la cortó – te aseguro que jamás quise hacerte daño… no sabía que hacer, solo quería ver a la niña… estaba muy dolida por eso y además me sentía muy mal por todo lo que había pasado… pero cuando la abogada dijo que no eras buena madre… cuando te hicieron ese examen psicológico… dios, creo que nunca podré perdonármelo – se lamentó – menos ahora, que veo cómo has criado a Paula… dios eres una madre estupenda – repitió – no sé cómo pude dejar que insinuaran lo contrario – dijo con los ojos cristalinos. E: Y yo no sé cómo permití que no vieras a tu hija – se lamentó ella también – todo fue… demasiado duro… demasiado doloroso, Maca – bajó la cabeza negando – estaba muy dolida, todo lo de Vero… no me lo esperaba y lo peor era saberlo y que siguieras mintiendo… - decía recordando con dolor aquella época – quería hacerte daño – Maca la miró – lo reconozco, quería hacerte daño y lo conseguí… porque quitarte a Paula sé que fue más de lo que nadie podría soportar… pero… te odiaba, Maca – la miró con lágrimas saltadas – te odiaba… y después de ese juicio… te odié mucho más, te odié durante muchos años… lo siento… lo siento mucho… M: Yo también lo siento – contestó alargando la mano de manera leve y acariciándole el cabello mirándola a los ojos – yo también lo siento… siento todo lo que pasó, todo lo que te hice… Vero fue uno de los mayores errores de mi vida – afirmó – y esa abogada fue el otro gran error… E: ¿Me odiaste? – preguntó mirándola. M: Mucho – afirmó sincera, Esther asintió con la cabeza, era lógico – te odié mucho… aunque sabía que gran parte de la culpa fue mía, te odié por no dejarme ver a Paula, por separarme de nuestra hija… era nuestra hija, Esther… E: Lo siento muchísimo – repitió una vez más – muchísimo. M: Yo también – contestó – no sabes hasta qué punto lo siento… Quizás aquella conversación, después de todo, ya no tenía sentido, pero ambas, de una manera u otra necesitaban tenerla. Las dos, mirándose a los ojos, dijeron lo que durante muchísimo tiempo habían querido decir y ambas, tácitamente, se perdonaron. Después de doce años, eran capaces de hablar de lo que pasó y lo más importante, eran capaces de perdonarse por aquello… porque las dos tenían claro que era hora de perdonar y seguir adelante con sus vidas, que ahora, lo importante, no eran ellas, sino Paula, quien necesitaba a sus dos madres y las necesitaba sin odios ni rencores. E: ¿Puedo hacerte otra pregunta? – dijo tras un buen rato en silencio – no tienes que contestar, es… la verdad es que no sé si debo hacerla. M: Jum… - sonrió levemente – veo que hay cosas que no cambian y cuando quieres preguntar algo un tanto “comprometido” te andas por las ramas – dijo a modo de broma. E: Ya… es que… sinceramente no sé si… M: Venga, pregunta – instó – yo veré si contesto. E: Vale – desvió la mirada – aquella vez… en el hospital… cuando… cuando nos besamos… M: Sí – bajó la cabeza – estaba… joder estaba tan enfadada contigo… E: ¿Quisiste seguir? – preguntó cortándola, porque no quería saber por qué la besó, sino qué podría haber llegado a pasar. Maca la miró súbitamente, esperaba que le preguntara el porqué de aquel beso, pero no eso, porque la verdad es que muchas veces lo había pensado y nunca lo había dicho en voz alta, ahora, que Esther se lo preguntara… no sabía si quería contestar. E: Déjalo – dijo al ver su rostro – creo que no debí pregun… M: Sí – la miró – sí quise seguir… - contestó con sinceridad – joder, en ese momento te deseaba de una manera que… - se cortó – no lo sé… fue una mezcla de rabia y deseo… E: ¿Por qué no seguiste? – preguntó arrepintiéndose al instante de aquella pregunta – perdona… perdona no… no he debido preguntar eso – se retractó. M: Ya… - bajó la mirada, se terminó la cerveza y volvió a mirarla – No podía hacerle eso a Susana… Esther asintió – no podía volver a cometer el mismo error – se levantó con la intención de marcharse – estoy cansada – anunció – voy a dormir un poco. E: Vale – dijo sin mirarla, negando con la cabeza, sintiendo que tendría que haberse mordido la lengua. M: Esther – la llamó, la enfermera giró la cabeza para mirarla – No quise… no quise convertirte en… en Vero… tú nunca podrías ser la otra - terminó de decir entrando en la tienda y tumbándose junto a su hija pequeña a quien abrazó como si necesitara de su protección… Esther siguió con la mirada clavada en esa tienda por donde Maca había desaparecido. Sin saber muy bien cómo tomarse aquello y sin saber demasiado bien, a qué atenerse después de aquella conversación. El día comenzó temprano, más que nada porque las niñas, quienes parecían tener pilas recargadas, se despertaron e hicieron que sus madres las acompañaran. Pasaron gran parte de la mañana con diferentes juegos y decidieron ir de excursión por los alrededores. Pasearon atentas a las niñas, apenas hablaron demasiado, ambas, mirándose de reojo aún estaban asimilando la conversación de la noche anterior. Sonrieron cuando Lucía, queriendo saber todo lo que había a su alrededor, le preguntaba a Paula quien contestaba sin dificultad alguna. E: A veces le gusta impresionar – le dijo Esther a Maca bajando la voz. M: Pues impresiona – afirmó sonriente. E: Se aprendió un libro entero de plantas con seis años – siguió diciendo, como queriendo que Maca fuera más partícipe aún de la vida de Paula – era y es muy curiosa, siempre quiere aprender de todo y la verdad es que no le hace falta mucho para hacerlo. M: Ya lo veo – dijo orgullosa de su hija - ¿Hay algo que aún no sepa y que pueda enseñarle yo? – quiso saber. E: A ser la gran médico que es su madre – contestó Esther mirándola y Maca le devolvió la mirada. M: Gracias – sonrió. Sonrieron ambas, con cierta nostalgia y sin tensión ninguna. Las niñas llamaron su atención y no pudieron más que ir con ellas y disfrutar de aquel día. Cualquiera que las viera desde lejos, bien podían pensar que eran una familia. Jugaban, reían y se hacían bromas con las niñas. La verdad era que el tiempo estaba pasando volando y cuando ya volvían al campamento después de todo un día de juegos, ya anochecía. Paula ni tan siquiera se acercó al telescopio, entre conversaciones y juegos con su hermana se metieron las dos en una de las casetas a seguir con el “encadenado” con el que estaban jugando. Cuando media hora más tarde, Maca fue a llamarlas para la cena, se las encontró dormidas una junto a la otra. M: Se han dormido – le anunció a Esther – así que hoy no cenan… E: Pues no – dijo guardando lo que había sacado – aunque mejor, que poco les hace falta para darles cuerda y les darían las tantas… M: Sí… - miró hacia la caseta, luego hacia Esther y una vez más hacia la caseta – voy a llevar a Lucía a la otra – dijo haciendo amago de entrar. E: Déjala ahí – soltó parando su movimiento – vamos si… si no te importa dormir conmigo… M: Ehh… si a ti no te importa… - dijo sin saber qué más decir. E: No – contestó sin saber por qué había dicho aquello – además, seguro que están encantadas… M: Sí… eso… eso parece – logro decir sin poder creer que hubiera aceptado – esto… voy… a… a acostarme ya. E: Sí, yo la verdad es que también – la siguió – cogeré mis cosas y me cambiaré ahí – señaló la caseta donde estaban las niñas. M: Vale – la miró un segundo, Esther la miró a ella, ninguna de las dos dijo nada pese a que ninguna estaba muy convencida con eso de dormir juntas – voy a… a… - señaló la caseta y sin terminar la frase se metió dentro. Esther, algo aturdida con la idea de dormir junto a ella, de manera autómata, se metió donde las niñas dormían y con algo de torpeza sin llegar a despertarlas se cambió, se puso un pijama que ahora le parecía demasiado corto y fue hacia la otra caseta. Maca ya dentro de su saco de dormir, miraba al techo. E: Ya estoy aquí – se metió en el otro saco. M: Sí – dijo sin dejar de mirar el techo – buenas noches… - se dio la vuelta dándole la espalda. E: Buenas noches – contestó mirándola. Pero ninguna de las dos parecía dormir, Esther se movía cada pocos segundos, y Maca con los ojos abiertos no quería hacer ningún movimiento. Pero que Esther no parara quieta comenzaba a ponerla nerviosa. M: ¿Qué te pasa? – preguntó encarándola. E: Que no pillo la postura – medio protestó. M: Ya… pues como sigas así te desvelarás – afirmó y a Esther, sus palabras le recordaron a otros tiempos, lejanos, demasiado lejanos ya. E: No… si ya me he desvelado – se quedó bocarriba – puff… ahora no habrá quién me duerma – protestó – Pero tú estás cansada, duérmete. M: Si sigues moviéndote así, no podré dormir – afirmó – así que… E: Cuéntame algo – pidió mirándola. M: ¿Qué quieres que te cuente? – preguntó algo sorprendida por aquella salida y más por la familiaridad de la escena. E: Yo que sé – contestó - ¿Cómo conociste a Susana? – soltó. M: ¿Eh? – se quedó flipada - ¿Cómo me preguntas eso? E: ¿Y por qué no? – preguntó. M: Pues… yo que sé, Esther – afirmó – no creo que… que… yo que sé – no sabía qué contestar. E: Puedes contármelo… además, siento curiosidad – se acomodó más mirándola. M: Está bien… como quieras – se puso de nuevo bocarriba – pues… la conocí de casualidad, estaba en un centro comercial, quería comprar un libro y ella fue a comprar el mismo, no lo encontró en los estantes así que cuando le pregunté a la chica ella vino y le preguntó exactamente lo mismo – recordaba la escena – mientras la chica buscaba el libro nos pusimos a hablar del escritor – la miró – no me preguntes cuál era el libro porque la verdad es que no me acuerdo – apuntó, Esther sonrió – del escritor pasamos a otro, me recomendó un par, yo le recomendé otros y… me invitó a un café. E: ¿Y a partir de ahí ella y tu…? – dejó en el aire el final de la pregunta, porque ahora que estaba escuchando la respuesta, fue cuando se dio cuenta de lo uqe podría llegar a afectarle. M: Sí… bueno, más o menos – sonrió recordando – la verdad es que… todo fue algo rápido… quedamos un par de veces más y luego nos besamos… hablamos mucho de todo y decidimos intentarlo – afirmó – no sé, digamos que ambas nos lanzamos a la piscina a probar su tenía que agua y vimos que estaba llena… - se quedó callada, como anclada a aquellos recuerdos, Esther sintió un pellizco en el corazón. E: ¿Estabas muy enamorada de ella verdad? – quiso saber con un nudo en la garganta que intentaba disimular. M: Me casé con ella – afirmó – claro que estaba enamorada. E: ¿Más de lo que lo estuviste de mí? – y se mordió la lengua al hacer aquella pregunta arrepintiéndose de hacerla al instante. M: No voy a contestarte a eso, Esther – dijo tras una pausa en la que la miró durante un segundo – no sería justo… ni para ti – Esther bajó la mirada – ni para ella. E: Sí… sí, perdona – negó con la cabeza – perdona no debí haber preguntado – desvió la mirada hacia el techo – y tampoco sé porque he empezado a hablar de esto, la verdad… perdóname… no quería meterme en… en tus cosas. M: No pasa nada – fue lo único que contestó. De nuevo se hizo el silencio en aquella tienda de campaña. De nuevo, ninguna de las dos sabía qué decir. Maca no entendía muy bien el porqué de aquellas preguntas, no sabía a qué venía querer saber tanto sobre su relación con Susana… supuso, con una mezcla de alivio y pesar que Esther no sentía absolutamente nada por ella, en contra de lo que le había dicho Ana en su momento y eso, la verdad, era que no sabía muy bien cómo tomárselo. Por su parte, Esther se maldecía a sí misma por haber comenzado con esa conversación que de lejos le hacía más mal que bien, ni tan siquiera sabía por qué había comenzado a hablar de ello… quizás la necesidad de saber hasta qué punto había estado o estaba enamorada Maca de Susana, tal vez queriendo saber si aún, en el fondo de su corazón había alguna esperanza para ella. E: ¿Volverías con ella? – preguntó sin apenas pensarlo – joder,… soy idiota – se lamentó – te digo que no quiero meterme en tus cosas y te suelto esto… perdóname – la miró avergonzada – de verdad que no quiero que pienses que… M: Esther – la calló, mirándola y sus ojos una vez más se cruzaron. Esta vez, a diferencia del resto, mantuvieron la mirada. Intentaron leer en ellos, intentaron descubrir lo que sus almas decían… buscaron respuestas en sus ojos y se perdieron en sus miradas, durante lo que les parecieron unos eternos segundos no dejaron de mirarse. El bello de Esther se erizó, las manos de Maca comenzaron a sudar… un ruido fuera de la tienda las hizo perder el contacto visual, la magia que comenzaba a crearse se perdió en un instante. Esther bajó de nuevo la mirada, Maca suspiró para sus adentros – será mejor que durmamos – susurró – buenas noches, Esther… E: Buenas noches… - contestó viendo cómo se daba la vuelta y negando con la cabeza algo derrumbada, se acomodó para intentar encontrar el sueño. Era bien entrada la madrugada. El silencio tan solo era roto por el murmullo de las hojas de los árboles y el siseo del leve viento que soplaba. Las niñas dormían a pierna suelta, parecía que ni una bomba las despertaría. En la otra tienda, dos mujeres también dormían. Una de manera tranquila, la otra parecía moverse algo inquieta. Se movió de nuevo, inmersa en su sueño, hasta que este se rompió y abrió los ojos. Sus pupilas se dilataron acostumbrándose a la oscuridad, sentía su respiración pausada tras ella. Se movió, encarándola y encontrándola frente a frente, tan cerca que no le bastaba más que estirar un poco el brazo para tocarla. La miró, como mil veces años antes había hecho, recordando lo mucho que le gustaba verla dormir. Su rostro relajado, su respiración pausada y acompasada, su leve sonrisa… el pelo algo alborotado por el movimiento del sueño… Una sonrisa salió de sus labios, era preciosa, así, de esa manera, estaba preciosa, siempre le pareció lo más bonito al despertar… sacó un brazo del saco y lentamente llegó hasta su rostro… no la tocó, se veía incapaz de hacerlo pero sí delineó sus facciones, llegó a ese mechón de pelo rebelde que le tapaba parte de la cara y con cuidado de no importunar su sueño lo llevó tras su oreja. La contempló de nuevo, una lágrima salió de sus ojos… M: Tengo muchísimo miedo, Esther – susurró rozando su pelo en una caricia tan leve que la enfermera jamás se daría cuenta – me da miedo hacernos daño de nuevo… no hago más que hacerle daño a la gente que quiero – dijo con culpabilidad recordando las palabras que Susana había dejado grabadas en su mente – es mi especialidad… - su dedo índice repasó su mejilla – no quiero volver a enamorarme de ti… no me lo pongas tan difícil, por favor – una nueva lágrima salió de sus labios – no lo hagas porque no puedo… - se acercó, lo suficiente para que su aroma la embriagara, lo justo para no cometer una locura – no puedo – susurró cerca de su oído. Esther se movió entre sueños, ella, asustada, se alejó de su cuerpo y sintiéndose incapaz de permanecer por más tiempo allí, se levantó para salir de la tienda… y allí, en aquel paraje alejado de la ciudad, con las estrellas como testigos, se abrazó a sí misma y dejó que el llanto silencioso la envolviera. Ev: Pues no lo entiendo – decía Eva al teléfono a una Esther que terminaba de contarle lo que había pasado en aquella acampada - ¿Eres masoquista o algo así? Porque la verdad es que lo parece – siguió – porque irte de acampada con ella, dormir con ella y encima que te hable de su ex… Joder, Esther, que parece que te gusta pasarlo mal. E: ¿Y qué querías que hiciera? – preguntó – quería estar con ella, pasar un tiempo con ella y… yo que sé, quería saber si aún siente algo por su ex, no se me ocurrió otra cosa que esa. Ev: Ya… ¿Y qué conclusión sacaste? E: Pues… yo que sé – afirmó – pero hablaba de ella con… con melancolía, como si la echara de menos. Ev: Bueno, normal – contestó – no hace mucho que se han separado, es normal que la eche de menos, vamos digo yo. E: Sí… lo sé – afirmó – pero… no sé, esperaba otra cosa. Ev: Ya… ya sé yo lo que tú esperabas – afirmó – esperabas que te dijera que aún te quiere y que no siente nada por Susana y las cosas, Esther no son así, tienes que aceptarlo y seguir con tu vida, porque si sigues por ese camino vas a volver a pasarlo mal. E: ¿Te crees que no lo sé? – preguntó – claro que tengo que seguir con mi vida pero… me gustaría tanto seguir con mi vida junto a ella – dijo soñando despierta – sabes todo lo… lo que nos pasó, todo el daño que nos hicimos… tanto tiempo queriendo odiarla y… y lo único que he conseguido es seguir qu eriéndola, y no lo entiendo – negó con la cabeza – te juro que no lo entiendo, ¿Cómo puedo seguir queriéndola después de tanto tiempo, después de todo lo que nos hicimos? Ev: Bueno, cualquier romántico empedernido te diría que el amor verdadero no se olvida jamás – continuó – por muchas cosas que ocurran, por muchas personas que pasen por tu vida – dijo y Esther se sintió algo culpable. E: A ti también te quise – corrió a decir – y te quiero. Ev: Lo sé Esther – sonrió – relájate, no lo he dicho para que pienses eso, sé que me quisiste y también sabía lo que había cuando comenzamos lo nuestro – afirmó – y comencé lo nuestro sabiendo lo que había… y sinceramente, nos va mejor de amigas que de pareja ¿eh? E: jaja, sí – sonrió – gracias Eva… Ev: Buah, nada de gracias – dijo con tono cómico – somos amigas ya está… E: Eres una tía increíble – aduló. Ev: Lo sé – dijo con chulería – es algo innato en mí – ambas rieron – ¿Y mi cerebrito qué tal está? – cambió de tema. E: Pues con Maca y Lucía – afirmó – que las ha llevado al zoo, te apuesto lo que quieras a que se está aprendiendo cada característica de cada animal. Ev: Seguro – dijo con contundencia – verás cuando vuelva y te lo cuente todo… E: ¿Y tú qué tal estás? – quiso saber. Ev: ¿Yo? ¡Genial! – dijo con entusiasmo – Nos han dado la subvención – anunció - ¿No es genial? E: Claro que lo es – afirmó – es estupendo… Ev: Sí… así que ahora toca ponerse a trabajar para que todo salga adelante… - siguió diciendo con alegría y comenzó a contarle a Esther todos sus proyectos. A: ¿Entonces qué? – decía Ana al lado de Maca mientras esta vigilaba a las niñas que andaban un poco más adelante – Lo que hablamos te entró por un oído y te salió por el otro ¿no? M: No es eso, Ana – contestó – es solo que… A: No me vengas con excusas – la cortó. M: No son excusas Ana – protestó – es solo que tengo miedo ¿vale? – le declaró – tengo mucho miedo… me… me da miedo volver a cagarla, volver a hacerle daño y hacerme daño yo misma… A: Bla, bla, bla, bla – se burló - tonterías – afirmó ante la estupefacta mirada de Maca – te lo dije la última vez, tú no eres la única culpable y… coño, que ya todas habéis aprendido de los errores, seguro que no os volvéis a hacer daño… M: ¿Y si no lo hicimos? – preguntó - ¿Y si no aprendimos y… y terminamos peor de lo que terminamos aquella vez? A: ¿Y si me mañana te tiras por un puente? – contestó – Joder, Maca que no se puede vivir con los “Y si…” porque si todos viviéramos así, nadie arriesgaría en su vida – afirmó - ¿O qué? ¿Vas a dejar pasar tu vida y puede que tu felicidad por un “y si”? Porque si vas a vivir así, entonces ya puedes meterte en tu casa y no salir de allí… - siguió diciendo – eso sí, cuando tus hijas sean mayores, se casen y formen sus familias, no te quejes si te sientes sola, porque tú solita te lo estás buscando. M: Joder – dijo tras una pausa – menos mal que eres mi amiga y me quieres… sino… pensaría que solo quieres hacerme daño. A: Lo que quiero es que reacciones – afirmó – con Esther, con Susana o con quien quieras, pero que no te cierres… M: Ya… - bajó la cabeza, sin saber qué decirle, porque sinceramente no tenía nada que decirle. L: Mami, quiero ver lo monos – llegó Lucía llamando a atención de su madre - ¿Podemos ir? M: Sí, vamos – dijo dando por zanjada la conversación con Ana, quien negó con la cabeza ante la cabezonería de su amiga. Varios días después, algunas salidas más junto con Esther y las niñas, Maca llegaba a casa con un cacao mental más acentuado de lo normal y después de dejar a Paula en casa de la enfermera. Lo cierto era que cada vez le costaba más alejarse de ellas, en plural, porque cada vez que veía a Esther tenía la necesidad de pasar con ella más tiempo. Cuando estaba a solas, se negaba los sentimientos que comenzaba a sentir de nuevo por ella, cabezota como ella sola, seguía pensando que terminarían haciéndose daño, pero cuando estaba con ella, entonces simplemente, no quería marcharse. Cuando llegó a casa se encontró con la sorpresa de ver a Lucía, a quien le tocaba ese fin de semana con su madre, esperando junto a Susana en la puerta de entrada, frunció el ceño al no saber si pasaba algo y aceleró sus pasos para llegar hasta ellas. M: Hola, cariño – saludó con un beso a Lucía y con cierto recelo a Susana con dos besos – Hola. S: hola – contestó devolviéndole los dos besos - ¿Qué tal? M: Bien… bien – sonrió - ¿tú que tal? S: Pues bien… - respondió bajando la mirada – venía a pedirte si te puedes quedar con la niña esta semana aunque me toque a mí. M: ¿Ha pasado algo? – quiso saber. S: No… bueno sí – afirmó – que se ha roto una tubería del piso – comenzó a explicar – se ha inundado el baño… un follón – dijo haciendo un gesto con la mano – total que me tengo que ir a un hotel y… no es sitio para la niña. M: Ah… - miró a Lucía y luego a Susana – claro que puede quedarse conmigo… - afirmó – y… - se mordió la lengua, volvió a mirar a su exmujer y finalmente siguió hablando – también puedes quedarte tú, si quieres. S: Ehh… no te quiero molestar, Maca – contestó tras levantar la mirada un tanto sorprendida por aquella sugerencia. M: No me molestas – respondió – y no sé… así te ahorras el dinero del hotel. S: Pues… me harías un favor, la verdad – dijo tras sopesar la posibilidad, pese a que sabía que era una total locura. M: Vale – afirmó con la cabeza ¿qué estaba haciendo? - ¿Tienes que ir a por tus cosas o las tienes aquí? S: Bueno, tengo una maleta en el coche – contestó – aunque tendría que ir a por algunas más. M: Bien… vamos a subir esto y… luego irás a por lo demás – dijo haciéndole un gesto con la cabeza para que entraran. S: Sí, claro – la siguió algo avergonzada. Subieron en silencio, tan solo roto por las palabras de la niña que parecía de lo más contenta. Ellas se miraban de reojo, ninguna de las dos tenía muy claro aquello y ninguna de las dos dijo nada con respecto a eso. Entraron en casa por fin, Lucía fue directa a su cuarto mientras que Susana se quedaba algo rezagada, entrando de nuevo en aquella casa en la que tantas cosas había compartido con Maca. S: No has cambiado nada – dijo mirando el salón, era cierto, estaba tal y como lo dejó, tan solo había un par de cosas nuevas, unas fotografías de Paula. M: No, todo sigue igual – afirmó – bueno, solo que hay algunas fotos de Paula, como puedes ver – dijo al ver que Susana se paraba frente a una de ellas. S: Ya veo – contestó – me alegro de que la recuperaras. M: Sí, yo también – tomó la foto, sonrió y la volvió a dejar en su sitio – bueno… vamos a dejar tus cosas – con un gesto hizo que la siguiera – la habitación de invitados es ahora la de Paula, eso sí lo he cambiado… - dijo con cierto tono de disculpa – puedes dormir aquí… o, no sé, con Lucía… como tú quieras. S: Quizás sea más cómodo con Lucía, no sé si tu hija vendrá a dormir o… no quiero incomodaros, de verdad – la miró, Maca bajó la mirada – quizás sea mejor que me vaya al hotel… de hecho tengo la reserva y… M: Susana – tomó su mano e hizo que la mirara – no pasa nada, de verdad. S: Vale… pues dormiré con Lucía – afirmó. M: Bien… - dejaron la maleta en la habitación de la niña quien ya se había enfrascado en sus juegos, volvieron al salón y se sentaron cada una en un sofá. Estaban incómodas y se les notaba. Durante ese tiempo pocas veces habían estado solas, y tampoco es que hubieran pasado demasiado tiempo juntas como para tener que buscar temas de conversación - ¿Puedo preguntarte algo? – Susana asintió – no quiero meterme en tu vida ni nada de eso – apuntó – pero… no sé… ¿Por qué irte a un hotel y no con tu abogada? – preguntó – pensé que estabais juntas – terminó de decir aún sin saberlo en realidad, pues desde que firmaron los papeles del divorcio no habían hablado más de lo necesario en cuanto a Lucía y tampoco le había preguntado a la niña, no quería convertirla en una “espía”. S: No estamos juntas – continuó tras una pausa sin mirarla a la cara – de hecho… la verdad es que no puede decirse que lo estuvimos nunca. M: Creí que querías intentarlo – siguió ella un tanto descolocada por la nueva información – tus palabras exactas fueron: que te hacía sentir una persona especial… algo que hacía mucho tiempo que no sentías – recordó sus palabras – Y que merecías a alguien que te hiciera feliz, que te quisiera por encima de todo para variar – y aunque quizás no lo pretendía, sonó a reproche. M: Creí que querías intentarlo – siguió ella un tanto descolocada por la nueva información – tus palabras exactas fueron: que te hacía sentir una persona especial… algo que hacía mucho tiempo que no sentías – recordó sus palabras – Y que merecías a alguien que te hiciera feliz, que te quisiera por encima de todo para variar – y aunque quizás no lo pretendía, sonó a reproche. S: Merezco el reproche – afirmó – me pasé en lo que dije. M: Era lo que pensabas – se elevó de hombros – así que no tienes que disculparte. S: Estaba dolida, entiéndeme – pidió bajando la mirada – quería que sintieras celos de ella quería que… yo que sé – negó con la cabeza – estaba muy dolida - repitió M: No, sí, si yo te entiendo – afirmó – no soy capaz de hacer feliz a nadie así que… S: Agghh Maca – protestó – deja de decir tonterías – soltó haciendo que Maca la mirara de manera súbita – claro que haces feliz a la gente, lo que dije lo hice porque estaba lastimada, estaba celosa y… M: Pero ¿celosa de qué? – siguió. S: Celosa de ti, de Esther… yo que sé, Maca – negó con la cabeza – me creé la idea de que me dejarías por ella, de… de que en cuanto nos divorciáramos irías a recuperarla y… M: Pues ya ves que no – afirmó – mil veces te dije que te quería, que quería estar contigo y te empeñaste en lo contrario… sé que me equivoqué al no contarte lo de Paula, pero creo que me he disculpado demasiadas veces para volver a hacerlo una vez más – la miró – pero bueno… ya no tiene sentido. S: ¿De verdad me querías? – preguntó con tristeza. M: Claro que sí – afirmó enganchándose a su mirada – claro que te quería… pero parece que sigues sin creerlo si aún tienes que preguntármelo. S: No es que no te crea… es que… - bajó la cabeza – no sé, desde que apareció Esther cambiaste… eras otra persona Maca. M: No era por Esther – dijo en un tono algo cansado – era por Paula, Susana, no sé cuántas veces voy a tener que decírtelo. S: Sí, perdona – se disculpó – perdona… M: No pasa nada – negó con la cabeza – a estas alturas ya da igual – repitió. Se quedaron en silencio un segundo. Susana con la mirada bajada no sabía qué hacer o qué decir, miraba a Maca, dolida, cansada de todo aquello y se reprochó no haberla apoyado más en su momento en lugar de obcecarse en pensar cosas que su exmujer mil veces le negó. S: Y… ¿Qué tal van las cosas con ella? – quiso saber tras una pausa bastante prolongada. M: ¿Con quién? – la miró. S: Con… con Esther – afirmó – Lucía dice que a veces os veis. M: Claro, claro que nos vemos – afirmó – igual que te veo a ti – continuó – tenemos una hija en común, claro que nos vemos. S: ¿Sientes algo por ella? – no pudo evitar la pregunta. M: Susana, por favor – comenzó a agobiarse, no quería esa conversación, no quería hablar de sus sentimientos porque la verdad era que no los tenía nada claros. S: Necesito saberlo – insistió acercándose un poco a ella. M: Para qué… - no evitó su acercamiento. S: Porque… - se volvió a acercar – porque… - elevó la mano llegando a su mejilla – te echo de menos. M: Susana… - pronunció en un hilo de voz. S: Podríamos volver a intentarlo – susurró cerca de sus labios. M: Susa – pero su ex mujer no la dejó continuar. S: ¿No me has echado de menos? – preguntó dejándole un leve beso en los labios - ¿Ni un poquito? M: Claro que te he echado de menos pero yo no… Y de nuevo Susana la cortó, sentándose a horcajadas sobre ella, clavando sus rodillas a cada lado del sofá, y tomando su rostro se fundió con ella en un beso que Maca no rechazó. Sentía sus labios contra los suyos, aquella lengua ajena enredándose con la suya, las manos buscando su piel, su cuerpo moviéndose sobre ella, la temperatura subiendo y la pasión fluyendo por ambos cuerpos. Susana estaba lanzada, sabía lo que quería y también era consciente de los puntos que debía tocar para conseguirlo. Maca, por el contrario, estaba aturdida, aquello no lo esperaba, no entraba en sus planes, pero tampoco había hecho nada para pararlo. Cuando su exmujer dejó sus labios y pasó a su cuello, Maca abrió los ojos un segundo para volver a cerrarlos con intensidad al sentir que llegaba al lóbulo de su oreja. Sí, Susana sabía qué puntos tocar para encenderla y ese era uno de ellos. Pero le bastó solo evocar una sonrisa del pasado, una mirada del presente para que su cuerpo se tensara, para que de pronto se convirtiera en una tabla rígida que no sentía nada, le basó tan solo cerrar los ojos y recordar su voz para darse cuenta del error que estaba a punto de cometer… y ya había cometido suficientes errores para añadir uno más a su lista. M: Su… Susana… Susana espera – la paró, intentando separarla de su cuerpo – lo siento… lo siento, no puedo. S: ¿Qué pasa? – quiso saber separándose de ella pero sin levantarse de sus rodillas. M: No puedo hacer esto – afirmó, logrando que se moviera para levantarse – lo siento de verdad, pero no puedo. S: ¿Por qué? – la miró con el pelo revuelto - ¿Por qué no puedes? ¿Qué pasa? M: Que esto no está bien – afirmó – es un error y no quiero que sigamos cometiéndolos – dijo andando de un lado para otro – no puedo hacerlo… no quiero hacerte daño… S: ¿Es por ella? – preguntó cruzándose de brazos - ¿Es por Esther? M: ¿Qué tiene que ver Esther? – preguntó poniéndose aún más nerviosa - ¿A qué viene ahora hablar de Esther? S: La quieres – dijo riéndose con algo de tristeza – joder, claro que la quieres… M: No sé lo que siento ¿vale? – contestó intentando no alterarse más – no tengo ni puñetera idea de lo que siento – decía agobiada – solo sé que… que no podemos hacer esto, que… cada vez que cierro los ojos yo… S: ¿Tú qué? – instó - ¿Tú qué? M: Nada… - bajó la cabeza “cobarde, cobarde, cobarde” se dijo a sí misma – voy a… acostar a Lucía y a darme una ducha – dijo saliendo de allí con la mirada perdida, con un agobio monumental y con ganas de llorar por la frustración que sentía. S: Mierda – dijo dejándose caer en el sofá, dándose cuenta de que esta vez sí, esta vez había perdido a Maca y que nunca supo mantenerla a su lado. La noche la pasó en un duermevela constante. Estuvo dando vueltas hasta altas horas de la madrugada, se había levantado de la cama un par de veces, se había preparado una tila, había comenzado a leer aquel soporífero libro que normalmente lograba que se durmiera del aburrimiento y ni aun así logró quedarse dormida. No supo a qué hora se durmió, pero la última vez que miró el reloj, las agujas marcaban las 4:47 de la madrugada. Como siempre que tenía que irse a trabajar por la mañana, se levantó, se duchó, se arregló, preparó algo de desayunar y con algo de pesar por no poder dejarla dormir un poco más, fue a la habitación de Paula, la despertó con cariño y entre protestas la niña se vistió y salió a desayunar con su madre. P: Quiero seguir durmiendo – protestaba la niña – aún tengo sueño. E: Lo sé, cariño – afirmó – pero tengo turno de mañana y no te puedes quedar sola aquí, así que ahora cuando llegues a casa de tu madre te vuelves a acostar. P: Jum… - afirmó – sí… eso haré. E: Pues venga – sonrió – termina de desayunar que voy a llegar tarde. Una vez terminaron y dejaron medio recogida la cocina, salieron rumbo a casa de Maca, desde que las vacaciones de verano llegaran, habían decidido que las veces que Esther tuviera turno de mañana, cuando Paula no se quedara a dormir en casa de Maca, la llevaría antes de ir al hospital y así, Paula no se quedaría sola y además pasaría más tiempo con la pediatra, a pesar de la temprana hora a la que solían aparecer. Paula no tardó en quedarse dormida en el coche, Esther, sonriendo con dulzura al verla por el retrovisor, paró un momento en una cafetería 24 horas para comprar un par de cafés y poder tomárselo con Maca antes de marcharse al hospital, tenía que reconocer que le encantaba esos minutos que pasaba con ella, le parecía increíble poder desayunar con ella, aunque tan solo fuera un café y poder verla de la manera tan tierna en la que se encontraba cuando se acababa de despertar. Con el café en las manos y una sonrisa en los labios, Esther llamó al timbre a la espera de que Maca abriera la puerta y le sonriera como lo hacía cada vez que la veía a esas horas, con una mezcla de “me alegro de verte” y “Joder qué temprano es” que le encantaba. Sin embargo, su sonrisa se borró en el instante en que la puerta se abrió y descubrió no a Maca sino a Susana tras ella. S: Hola, buenos días – dijo mirándolas a ambas. E: ho… hola – saludó descolocada – Esto… ¿Está Maca? – preguntó aun en shock al encontrarla allí. S: Sí… pero está dormida – contestó con la puerta a medio abrir – no ha dormido mucho esta noche, por eso no he querido despertarla. E: Ah – fue lo único que pudo decir, demasiada información para ella y un profundo nudo en la boca del estómago como para añadir algo más. S: ¿Queréis pasar? – Preguntó mostrándose amable cosa que hizo que Esther sintiera cómo el nudo formado comenzaba a no dejarla respirar – yo tengo que irme a trabajar… llegaré tarde. E: Eh… no, no – contestó – solo… he venido a… a dejar a Paula – dijo a duras penas, mirando a su hija que apoyada en su cadera parecía dormitar – yo también tengo que ir a trabajar – comunicó. S: Ah, bien pues… - miró a la niña – Hola, Paula – saludó con una sonrisa – está dormida aún… - elevó la mirada hacia Esther. E: S… sí – afirmó – es temprano para ella. S: Sí – miró el reloj –ohg, mierda voy a llegar tarde – dijo apartándose de la puerta para coger su chaqueta y a Esther no se le pasó desapercibido como cogía también las llaves – lo siento, tengo que irme. E: Cla… claro – dijo dejándola pasar, Susana salió del piso y llamó al ascensor – Perdona… ¿Has… has dormido aquí? – preguntó aun sabiendo la respuesta y mordiéndose el labio al arrepentirse. S: Sí, claro – sonrió mientras abría la puerta del ascensor – hasta luego – se despidió sin añadir nada más saliendo ya de su campo de visión. Esther se quedó allí, con la mirada fija en aquel ascensor, con la única imagen en la cabeza de Susana abriendo la puerta. Aquello era una estúpida broma… no, la estúpida era ella, por hacerse ilusiones con todo aquello, por alimentar sus ganas de estar con Maca, por… por ser tan increíblemente imbécil por creer que Maca aún podía sentir algo por ella y aferrarse al deseo de volver a estar juntas algún día. Estaba claro que no sucedería, estaba claro que Maca no sentía nada por ella… habían tenido muchas oportunidades de que pasara algo entre ellas en ese tiempo… creía haber notado ciertos gestos en la pediatra que le decía que habría una oportunidad para ellas y sin embargo, todo se había ido al traste en un segundo… todo, absolutamente todo se había ido a la mierda en el momento en que Susana y no Maca abrió aquella puerta… porque habían pasado la noche juntas, habían dormido juntas, habían… habían vuelto a estar juntas y ella… ella estaba claro que sobraba. P: Mamá tengo sueño – protestó Paula sacándola de sus pensamientos. E: Sí… perdona – volvió allí – anda… ve a acostarte un rato, vendré por ti en cuanto acabe de trabajar. P: Vale – afirmó sin notar, a causa del sueño, el tono de voz derrotista de Esther – hasta luego, mamá – le dio un beso y entró en le piso. E: Adiós, cariño – dijo ida aún con sus pensamientos puestos en esa mujer que se acababa de marchar. Salió del edificio con unas terribles ganas de llorar, porque de un plumazo, todas y cada una de sus esperanzas se habían ido al carajo… había sido tan estúpida, tan imbécil que no entendía como había podido ser capaz de crearse nuevas ilusiones… porque estaba claro que con Maca, no podía hacerse ilusiones. Quizás fue que simplemente ella había querido ver más allá de lo que realmente había, quizás ella sola se había creado falsas expectativas, tal vez simplemente, tenía que dejar de intentarlo, tenía que dejar de ilusionarse… simplemente debía olvidarse de todo aquello de una vez por todas. En el coche, con la mirada perdida y un par de lágrimas corriendo por sus mejillas, sacó el móvil del bolso y buscó en la agenda para luego llevárselo a la oreja esperando a que contestaran. Ev: Ya puede ser grave – contestó una Eva dormida al otro lado de la línea – he tenido turno de noche, ya puede estar empezando el apocalipsis para que me llames a esta hora. E: Eva… - dijo entre sollozos. Ev: Joder – dio un bote en la cama al escucharla - ¿qué pasa, cielo? – preguntó con cariño. E: ¿Sigue en pie tu oferta? – preguntó con la voz tomada y Eva despertó del todo. Mas despierta y con un café entre las manos, Eva escuchaba lo que su amiga le iba contando al otro lado del teléfono. Debía reconocer que estaba encantada con la decisión que había tomado, pero sin embargo otra parte de ella le decía que no era demasiado bueno para Esther. Ev: ¿Estás segura de esto? – le había preguntado en un momento de la conversación. E: Sí, Eva – contestó con el mismo tono de voz derrotado que había estado usando durante todo el tiempo – estoy cansada de todo esto, cansada de esta situación y… sinceramente, creo que es lo mejor. Ev: No sé, Esther – siguió ella – tal vez estás sacando conclusiones precipitadas y… lo mismo no es nada. E: Puede – se encogió de hombros – pero es que ya me da igual… haya o no haya nada entre ellas yo necesito hacer esto – siguió diciendo – ya no puedo más con toda esta situación, de verdad que no. Ev: ¿Y Paula? – quiso saber logrando el silencio de Esther. El turno se le hizo extremadamente eterno. Parecía que las horas no pasaban dentro del hospital. No dejó de pensar en su decisión ni en lo que entrañaba en todo el tiempo que estuvo trabajando. Ni tan siquiera logró dejar de pensar en ello durante la única operación a la que tuvo que asistir durante sus horas de trabajo. Cada vez que lo pensaba tenía más claro que era la decisión adecuada, necesitaba hacerlo, simple y llanamente necesitaba hacerlo… quizás, debió haberlo hecho antes. Aparentó tranquilidad pero estaba realmente nerviosa cuando fue a recoger a Paula a casa de Maca. La idea de que fuera Susana quien le abriera de nuevo le aterraba, y que fuera la pediatra quien lo hiciera la aterraba aún más. No sabía cómo iba a reaccionar, así que tomando aire, intentando disimular lo que sentía llamó al timbre temblando por saber quién le abriría. M: ¡Hola! – saludó con una leve sonrisa - ¿Qué tal el turno? E: Demasiado tranquilo – contestó con voz monótona – aburrido hasta la saciedad. M: Lo siento – abrió un poco más la puerta - ¿quieres pasar y tomar algo? – invitó, Esther miró hacia adentro disimuladamente y después volvió la vista a Maca. E: No… tengo algo de prisa – se disculpó - ¿Puedes llamar a Paula? M: Ehh… claro – dijo algo descolocada – por cierto… esta mañana ni os escuché… estaba totalmente dormida. E: Ya nos lo dijo Susana – contestó intentando imprimirle a sus palabras indiferencia. M: Sí, Paula me lo ha dicho – respondió Maca bajando la cabeza – Está aquí por… E: No tienes que darme explicaciones – la cortó – es tu vida, puedes hacer lo que quieras. M: Pero es que… E: No me interesa, Maca – la cortó y ahora, al igual que antes, la pediatra sintió que realmente le daba igual - ¿Puedes llamar a Paula, por favor? – le pidió antes de que volviera a hablar, porque había hecho amago de decir algo y no quería oírlo, no quería escuchar que volvían a estar juntas, Susana ya se había encargado de insinuárselo, no podría soportar escucharlo de sus labios. M: Claro – contestó bajando la mirada con cierta desilusión – ahora le digo que salga. E: Gracias – se dio la vuelta y jugó con el móvil intentando parecer despreocupada. Maca la miró un segundo con la ceja alzada y finalmente, desapareció para avisar a su hija. Tras despedirse de Maca y de su hermana, Paula salió y saludó a Esther con un beso, se extrañó un poco de que ni Esther entrara en casa, ni Maca saliera a despedirse. Frunció el ceño y sin decir nada por el momento, siguió a su madre hasta el coche. Esther aparcó en el primer sitio que encontró en el centro, ahora sí se le notaba mucho más nerviosa que antes y Paula la miró aún más extrañada al verla de aquel modo. Cuando su madre entró en uno de sus restaurantes favoritos, la niña supo que pasaba algo. E: ¿Qué quieres comer? – preguntó sacando una enorme sonrisa dedicada a su pequeña. P: ¿Qué pasa, mamá? – le devolvió la pregunta dejando la carta a un lado. E: Nada – disimuló - ¿Por qué tendría que pasar algo? P: Porque estás rara… y me has traído a comer al burguer. E: ¿Y? – sonrió como pudo - ¿Cariño acaso no puedo traerte al burguer? Te encanta. P: Mamá… - Esther bajó la mirada – sé que pasa algo… siempre que quieres hablar de algo importante conmigo me llevas a comer a mi sitio favorito – afirmó – y te muerdes las uñas, te tocas mucho el pelo y no dejas de mover la pierna derecha – Esther no pudo más que sonreír ante todo lo que había dicho su hija, además de inteligente, era extremadamente observadora - ¿Qué pasa? E: Está bien – la miró – tienes razón, tengo que hablar contigo de algo. P: Vale, dime – la invitó a seguir. E: ¿Te acuerdas de que Eva estaba intentando junto con varios amigos más, montar una clínica privada? – preguntó a su hija. P: Sí – afirmó con una sonrisa – me dijo que en cuanto me titulara, si todo salía bien, me daría trabajo – siguió – pero creo que tenían problemas con algún permiso o subvención o algo… E: Sí, lo tenían – siguió con cierto nerviosismo y un ligero temblor en las manos – se la concedieron hace unos días. P: ¡Eso es genial! – cantó alegre – debe estar entusiasmada. E: Lo está – bajó la cabeza un segundo, Paula se quedó algo seria – me… me ha ofrecido ser la jefa de enfermeras de la clínica – dijo al fin, haciendo que Paula la mirara sorprendida… y se quedara en silencio mientras digería la nueva información. P: ¿Vamos a volver a Barcelona? – preguntó con miedo, no quería volver a Barcelona, ahora no. Esther bajó la cabeza, desde que aquella oferta había llegado, sabía que Paula no estaría de acuerdo. Su hija no quería volver a Barcelona, al menos no ahora, Esther lo sabía, esperaba esa reacción de su hija y sabía, que lo que vendría a continuación le dolería más que cualquier otra cosa. P: Pero yo no quiero volver a Barcelona – dijo Paula tras el silencio que se creó en la mesa, Esther cerró los ojos, sabía que Paula diría aquello, lo sabía – no quiero, mamá… - repitió – aquí está Lucía y… y Maca – bajó la cabeza al decir aquello, no quería hacer daño a su madre pero tampoco quería volver a Barcelona – y la universidad y… E: Lo sé – la cortó – lo sé, cariño – afirmó, Paula la miró un tanto descolocada – por eso he pensado que… - tomó aire, era muy difícil para ella decir lo que iba a decir – he pensado que te quedes aquí. P: Pero… - sus ojos se movieron de un lado a otro sin entender muy bien lo que quería decir su madre ¿quedarme aquí? E: Mi amor – dijo con cautela – no quiero volver a separarte de tu madre, ni de tu hermana… ni tampoco quiero que dejes la universidad, porque sé cuánto querías estar aquí… lo… lo he pensado mucho y – suspiró – lo mejor para ti es que, que t quedes con Maca y… yo – sintió que se le cortaba un poco la voz, porque separarse de su hija era peor de lo que esperaba – yo vendré todos los fines de semana a verte o puedes ir tú a Barcelona. P: Yo tampoco quiero separarme de ti – afirmó con los ojos cristalinos - ¿Por qué tienes que irte mamá? No quiero que te vayas. E: Es… es una gran oportunidad para mí, cariño – contestó con un nudo en la garganta – es un puesto muy bueno y ganaría el doble de lo que gano ahora… P: Pero no quiero que te vayas – repitió, mostrándose como lo que era, una niña que le daba miedo separarse de su madre – quiero que te quedes conmigo, quiero que estemos juntas… E: Paula, por favor – le pidió con lágrimas en los ojos – es lo mejor. P: ¿Lo mejor para quién? – preguntó comenzando a enfadarse – no es lo mejor, me vas a dejar sola. E: No, no te voy a dejar sola – siguió tratando de hacerla entrar en razón – vas a estar con tu madre, con tu hermana… y yo vendré siempre que pueda. Paula quedó en silencio de nuevo. Intentando entender el or qué de aquello, no quería irse a Barcelona pero tampoco quería separarse de su madre… sentía ganas de llorar, había dejado de comer pues el hambre había desaparecido y se enfadaba más cada vez que lo pensaba. P: Llévame a casa de mi madre – le pidió de manera seria. E: Paula… cariño, por favor… P: Llévame a casa de Maca – repitió cruzándose de brazos – quiero ir con ella, no quiero estar contigo ahora. E: Cariño… - dijo dejando salir una lágrima de sus ojos – entiende que… P: Si no me llevas tú, iré yo sola – la cortó levantándose de la mesa. E: Espera – la paró – te… te llevaré… Durante el trayecto, no hablaron absolutamente de nada. Esther se mantenía mirando la carretera, inmersa en sus pensamientos, en sus sentimientos y con unas ganas de llorar que no la dejaban casi respirar. Paula no dejaba de mirar por la ventana, dejando escapar algunas lágrimas, porque no quería separarse de su madre y tampoco quería irse de Madrid… E: Mi amor… - le dijo una vez paró el coche frente a la puerta del bloque de Maca. Paula no pronunció palabra, tan solo abrió la puerta y salió para dirigirse al piso. Esther la miró entrar y buscó un hueco para aparcar, no quería dejarla así y además, tenía que hablar con Maca y contarle su decisión. M: Cariño, ¿qué haces aquí? – preguntó una vez abrió la puerta y se encontró con su madre – Paula, ¿qué ocurre? – dijo al verla entrar con lágrimas e ir directa a su cuarto cerrando la puerta tras ella – pero… Paula – fue hasta la puerta de su habitación – Paula ábreme, anda… - llamó varias veces pero no recibió respuesta. Preocupada ante el mutismo de su hija, fue en busca de su teléfono con la intención de llamar a Esther y enterarse de una vez qué era lo que había pasado, justo antes de poder marcar, sonó de nuevo el timbre y al abrir se encontró con una Esther con claros síntomas de llanto y agobio. M: Te iba a llamar – comenzó a decir – Paula se ha encerrado en la habitación… ¿qué ha pasado? E: ¿Podemos hablar? – preguntó bajando la mirada. M: Claro… pasa – la invitó abriendo más la puerta. Entraron en el salón, donde Maca la invitó a que se sentara, cosa que hizo Esther mirando a su alrededor. Bajó la vista hacia sus manos que temblorosas se entrelazaron. M: ¿Qué pasa, Esther? – preguntó. La enfermera bajó la mirada, si ya había sido difícil hablarlo con su hija, hacerlo con Maca no iba a ser más fácil. Negó con la cabeza mínimamente, Maca se temió lo peor, no supo por qué, pero se dio cuenta de que lo que iba a decirle Esther, no era nada bueno. E: He decidido volver a Barcelona – le comunicó sin querer darle demasiadas vueltas. M: ¿Cómo? – preguntó tras asimilar lo que acababa de escuchar. E: Me han ofrecido un puesto como jefa de enfermeras en una clínica – explicó – voy a aceptarlo. M: Pero… - la miró - ¿Cómo vais a iros? ¡No podéis iros! – siguió – no puedes… no puedes separarme de Paula. E: Maca – la paró – no pretendo separarte de Paula – dijo con cierta calma, una que no tenía pero que disimulaba – A Barcelona me voy yo sola – anunció ante la mirada sorpresiva de una Maca que aún no terminaba de asimilar aquello – De eso quería hablar contigo… Paula puede quedarse aquí, si tú quieres… M: Espera – dijo levantándose de su asiento – espera – siguió diciendo mientras pensaba en ello – Esther, no puedes irte – afirmó tras unos instantes – no puedes irte… E: He pensado que vendré todos los fines de semana para pasarlos con Paula – seguía diciendo sin escuchar cómo Maca, una vez tras otra repetía que no se podía ir – es una gran oportunidad para mí y… Paula también podría venir a Barcelona. M: No – negó con la cabeza – Esther no puedes irte… es… yo… E: Está decidido – continuó – Eva tiene un gran proyecto – dijo para sorpresa de Maca la escuchar ese nombre – me ha ofrecido un buen puesto… y… quiere que esté presente en todo el proceso… - la miró, esperando quizás que le gritara que no se fuera, deseando que le pidiera que se quedara con ella – me voy en un mes – terminó de decir bajando la mirada. M: Esther… no puedes irte – afirmó – no puedes yo… - se quedó callada – Esther yo... yo no… S: ¿Sabes a quién me encontré el otro día, Maca? – venía preguntando Susana desde el pasillo y cuando llegó al salón, Esther pudo verla, ataviada con un pantalón corto, una camisa que le pareció habérsela visto puesta a Maca y el pelo envuelto en una toalla – eh… perdón… no sabía que estabas aquí... – dijo al ver a Esther sentada en el salón. E: Hola – respondió al saludo, bajó la cabeza y se convenció de que había tomado la mejor decisión, pues estaba claro que Maca y Susana habían vuelto y ella… ella no pintaba nada allí. Con el teléfono en manos libres y un montón de cajas a su alrededor, Esther continuaba con la mudanza, poco a poco iba ordenando cada cosa en su lugar ordenándolos por prioridades y según su delicadeza, al otro lado de la línea Eva continuaba explicándole cuáles serían sus funciones. Querían que estuviera en todo el proceso, querían que fuera ella, personalmente, quien escogiera al equipo de enfermeras que trabajarían en la clínica, le estaban dando una confianza en su trabajo que en pocos lugares le concederían. Se sentía, por un lado, afortunada por la oportunidad que se presentaba ante ella. Ser la jefa de las enfermeras de toda una clínica era, a todas luces, un puestazo, si además se le añadía el sueldo que cobraría y la responsabilidad que habían puesto en ella, era el puesto de su vida. Por otro lado, sin embargo, dejando a un lado la parte profesional, todo era una mierda… en el fondo de su corazón había deseado que Maca le pidiera que se quedara, que no se fuera, sin embargo, la pediatra no había dicho absolutamente nada al respecto, aunque quiso creer que en cierto momento interrumpido por Susana había hecho el amago de decir algo, sus ilusiones se fueron al traste cuando escuchó de sus labios un escueto “enhorabuena” que terminó la conversación. Ev: ¿Y mi pequeña cerebrito que dice? – escuchó que le preguntaba Eva. E: Pues Paula… - suspiró, quedándose con unos CDs a medio organizar, sentándose en la cama y mirando al infinito – Paula no dice nada… directamente no me habla. Ev: Vaya… pensé que le alegraría – continuó Eva – es un gran puesto, Esther, debería estar contenta. E: Supongo que será cuestión de tiempo – o al menos eso se repetía una y otra vez – Paula es inteligente y muy lista… creo que piensa que… yo que sé, que la voy a abandonar o algo así – siguió con pesar – en cuanto vea como son las cosas en realidad, supongo que se alegrará. Ev: Esther… - dijo tras una pausa al escuchar su tono de voz – aún estás a tiempo de rechazar el puesto… para nosotros sería una putada perderte, pero lo entenería, de verdad. E: No – continuó – necesito hacer esto – siguió diciendo – necesito marcharme… tomar distancia… Paula terminará por aceptarlo, estoy segura – se animó – pero… necesito alejarme de ella. Ev: ¿¡De Paula!? – preguntó totalmente sorprendida. E: ¡Dios, No! – corrió a decir - ¿Cómo piensas eso? Claro que no… ojalá Paula quisiera venir conmigo, pero entiendo que para ella lo mejor es quedarse aquí… de la que necesito alejarme es de Maca… Ev: Ya… - se quedó callada un segundo – finalmente tiras la toalla. E: No se trata de tirar la toalla, Eva – contestó agobiada – se trata de… de que Maca no me quiere en su vida, está más que claro – dejó de manera algo brusca los CDs que antes había dejado a medio ordenar – han pasado dos semanas desde que hablamos, me quedan pocos días para irme a Barcelona… no ha dicho absolutamente nada al respecto… si… si me quisiera… ¡Joder! Si sintiera algo por mí, por mínimo que fuera, diría algo ¿no? Ev: Pues no lo sé – contestó tras pensar en lo que decir – tampoco es que tú le hayas dicho lo que sientes… quizás ella actúa según lo que tú le dejas ver… E: ¿Y qué quieres que haga? – preguntó frustrada – ¿Le digo que la quiero para que me suelte que ella no siente algo por mí? Ya me lo dejó claro, por eso yo le negué lo que sentía – le recordó – y por si no lo recuerdas, Susana sigue en su casa… algo tendrán si sigue allí, digo yo, por mucho que diga Paula que tiene obras en su casa… si sigue allí es por algo – repitió obcecada en ello. Ev: Esther… E: Déjalo, Eva, por favor – pidió con las lágrimas a punto de salir de sus ojos – cuéntame más sobre la clínica… por favor, haz que deje de pensar en esto – le rogó, y Eva, sabiendo que nada más podría decir, simplemente le hizo caso y comenzó a hablarle sobre el proyecto que cada vez estaba más cerca de hacerse realidad. Paula, junto a Lucía, encerradas en la habitación de la primera jugaban con la consola, mientras que Maca saludaba e invitaba a entrar en casa a una Ana quien miraba todo a su alrededor esperando ver aparecer a Susana, sin que esta diera señales de vida. A: ¿Y Susana? – preguntó por fin al ver que no parecía estar por allí. M: Ha vuelto a su casa – continuó – por fin terminaron la dichosa obra – dijo con cierto hastío. A: ¿Ese tono es porque no querías que se fuera o porque te alegras de que se haya ido? – Maca la miró con una ceja alzada – hija, es que eres tan increíblemente confusa que ya no sé qué sientes. M: Genial… desde luego, menos mal que eres mi amiga – continuó diciendo – y… no es alegría porque se haya ido es… no sé, creo que siento cierta liberación – siguió diciendo – estos días… me he sentido – suspiró – agobiada, observada con cada cosa que hacía, no sé, te juro que nunca pensé que podría sentirme así con ella, era como estar pasando un examen cada vez – siguió – por no hablar de sus insinuaciones… joder, le he tenido que parar los pies mínimo tres veces, y no ha sido nada agradable, créeme. A: Jum… - asintió – en algún momento pensé que tanto estar aquí, haría que volvieras con ella. M: Pues no – continuó – no quiero volver con ella… no la quiero, Ana. A: ¿Y a Esther? – elevó las cejas, Maca la miró con sorpresa. M: Esther se va a Barcelona – contestó – fin de la historia. A: Ya… es decir, que vas a dejar que se vaya – le sonrió de lado. M: No voy a dejar que se vaya – continuó – simplemente se va, lo ha decidido y yo no tengo nada que decir en eso. A: Algo podrías hacer… si la quisieras, claro – siguió, Maca negó con la cabeza – vale, ven, siéntate – le pidió dando unos pequeños golpes en el sofá, ella la miró, negó otra vez con la cabeza y ante su insistencia simplemente se sentó – a ver… vamos a suponer que la quieres… M: Ana… A: Es una suposición, ¿vale? – la cortó – solo una suposición – repitió, aunque algo le decía que era algo más que una conjetura – Vale… supongamos que la quieres – continuó ante el silencio de Maca – si dejas que se vaya, si dejas que vuelva a Barcelona sin ni tan siquiera intentarlo, te arrepentirás toda tu vida – siguió, Maca bajó la mirada – Ella se irá, tendrá un gran trabajo, quizás conozca a alguien y se enamore de ella, se casará, tal vez tenga más hijos, y alguien que no serás tú, la hará feliz – continuó mientras Maca, en su mente, reproducía con imágenes las palabras dichas – mientras que tú, Maca, por esa estúpida idea de que no harías feliz ni a una mosca, con esa absurda idea de que solo causas dolor, pasarás tu vida sola… - la pediatra negó con la cabeza – Sí, sola, porque Maca, cuando tus hijas se hagan mayores, se irán, formarán sus propias familias y tú, habrás perdido la única oportunidad de ser feliz que tienes ahora y que por imbécil – esto último lo dijo con cierta rabia, logrando con ello que Maca volviera a mirarla – vas a perder. M: No puedo hacer nada – susurró – ella ha decidido marcharse… A: ¡Pídele que se quede! – soltó con énfasis - ¡pídele que no te deje! M: Eso no… no sería justo – logró decir – además de ser un cliché… - dijo intentando desdramatizar la situación. A: ¡Pues conviértete en un puto cliché! – siguió – conviértete en el protagonista de una absurda y estúpida película americana en la que en el último minuto corre media ciudad para decirle al amor de su vida que no se vaya… Sé un cliché, Maca – dijo rebajando el tono – o nunca serás feliz… porque por mucho que me lo niegues, por mucho que te lo niegues a ti misma, estás enamorada de Esther – afirmó rotunda – y si la pierdes ahora… si lo haces, te vas a arrepentir… - finalizó esperando que su amiga reaccionara de una puñetera vez. Saltando un par de cajas llegó a la puerta y al abrirla no pudo más que sacar una sonrisa a su hija, que seria, simplemente saludó con un “hola” seco y entró en casa metiéndose en su habitación. Maca miró a Esther con una ceja alzada, la enfermera negó con la cabeza y la invitó a entrar. Esquivando bolsas y alguna caja llegaron al salón. Maca lo miraba todo con seriedad, porque verlo, hacía real el hecho de que Esther se fuera, ya no era algo tan lejano, ya no era algo que pasaría en semanas, se acababa de hacer real ante sus ojos al ver tantas cajas desperdigadas por el salón, se acababa de dar cuenta de que Esther se iba y que se marcharía más pronto de lo que le gustaría. E: Perdona el desorden – le dijo – pero esto de la mudanza es… - suspiró – llevo aquí solo un año, no sé cómo he podido acumular tantas cosas. M: Ya – fue lo único que pudo contestar – finalmente te marchas. E: Sí, claro – contestó mirándola un segundo – ya queda poco – dijo sin apenas mirarla, mientras metía algo más en cajas. M: ¿Has hablado con Paula? – le preguntó, haciendo que Esther se quedara parada. E: No me habla – continuó – no sé qué decirle. M: ¿Y qué vas a hacer? – preguntó de nuevo - ¿Vas a irte y dejar que piense que la abandonas? E: No la abandono – se defendió – por supuesto que no la abandono, vendré cada fin de semana, ella irá a Barcelona – la miró algo seria – no vuelvas a decir que abandono a mi hija. M: Pues habla con ella, Esther porque es lo que cree. E: Es una niña inteligente, lo entenderá – afirmó – y el hablar o no hablar con ella, es cosa mía, no hace falta que nadie me diga nada, sé cómo tratar a mi hija. M: No estoy diciendo lo contrario – dijo levantando la mano – pero… reconoce qué… E: ¿Qué? – la cortó, dejando lo que estaba haciendo para mirarla. M: Que todo ha ido muy rápido – contestó - ¿no crees que te estás precipitando? E: Es un gran puesto – siguió ella – casi el puesto de mi vida – la miró – lo he pensado y es mi decisión. M: Creo que estás siendo egoísta – soltó para sorpresa de Esther. E: ¿Egoísta? – no daba crédito. M: Sí… es tu decisión, la has tomado sin contar con nadie, ni siquiera has sopesado otras opciones, simplemente has dicho que sí a ese puesto y ahora te vas a Barcelona… no has pensado en nadie más que en ti. Estás actuando de manera egoísta. E: Ja – rió – lo que me faltaba por oír – se cruzó de brazos – Toda mi vida he vivido por y para mi hija, durante todos estos años, todo lo que he hecho ha sido por ella, y no ha sido fácil, te lo aseguro - la miraba – pero siempre he antepuesto su felicidad a la mía, no me llames egoísta porque no lo soy, he criado a una hija sola y… M: Sola porque quisiste – le soltó, Esther se quedó callada, ella se mordió el labio arrepintiéndose. E: No voy a volver a lo mismo, Maca – dijo negando con la cabeza – no voy a volver a ese tema, estoy cansada de ese tema. M: Tienes razón – bajó la cabeza – perdona… El silencio inundó la habitación, Esther, ahora mucho más seria, no dejaba de meter cosas en cajas mientras que Maca, aturdida, algo confusa, veía como lo hacía, de nuevo la realidad la desbordó, Esther se marchaba, era un hecho, y lo haría en pocos días… M: Lo hicimos todo mal – comenzó a hablar sin pensar, Esther la miró interrogante – la jodimos, nos hicimos daño, fastidiamos nuestra relación y lo hicimos las dos – continuó sin apenas mirarla. E: ¿Qué…? M: Se supone que un embarazo debe ser algo alegre, se supone que yo tenía que cuidarte y tú dejarte cuidar – continuó – pero no me dejaste hacerlo ni yo lo hice… la jodimos, ambas lo hicimos… E: No quiero hablar de… M: No debí tener nada con Vero, es de lo que más me arrepiento y de lo que más me arrepentiré toda mi vida – seguía sin mirarla y sin escucharla, Esther se había quedado sin habla, ¿a qué venía hablar de esto ahora? – Pero del mismo modo tu no debiste separarme de mi hija – y aunque pudiera parecerlo, no sonó a reproche – la jodimos las dos, las dos rompimos nuestra relación, las dos lo hicimos – decía bajando la mirada y negando con la cabeza. E: Maca – suspiró hondo – tengo muchas cosas que hacer y… M: Te olvidé – la cortó y la enfermera enmudeció – curé mis heridas, me puse una tirita y dejaron de sangrar… me enamoré de Susana, me casé con ella y tuve una hija con ella – seguía diciendo – Te olvidé – seguía diciendo – me recompuse, rehíce mi vida, era feliz de nuevo – no la miraba y Esther no podía decir ni una sola palabra – tenía una mujer que me quería y a la que yo quería – siguió – había rehecho mi vida – repitió negando con la cabeza – quería a Susana… E: … - no dijo nada en su pausa, porque simplemente no supo que decirle. M: Y de pronto apareces – la miró, con los ojos vidriosos – apareces y… y me quitas la tirita, apareces y todo vuelve a sangrar… a doler – decía con la mirada seria – de la noche a la mañana vienes a Madrid y pones todo mi puto mundo del revés – afirmó y Esther la miró sorprendida – y vuelvo a joderlo todo – siguió – de pronto apareces y todo lo que había conseguido, todo lo que había logrado se va a la mierda – siguió – Mi vida vuelve a derrumbarse, mi relación se va a la mierda… - hizo una larga pausa como si pensara por primera vez en lo que estaba diciendo. E: Maca… M: Te odiaba – afirmó – te odiaba por separarme de mi hija, por no dejarme estar con mi pequeña, te odiaba por… por volver a aparecer en mi vida, por reabrir las heridas, te odiaba… te odiaba… - repitió con dolor en la voz – y sin embargo tú me ayudas con Paula, me ayudas a recuperarla y… y hacemos las dos las cosas bien por una vez… y cada vez que te veo sonrío – Esther la miró con sorpresa – cada vez que te vas te echo de menos – la enfermera no daba crédito a lo que escuchaba y su corazón comenzó a bombear con más intensidad – y el odio desaparece… Esther dio un paso hacia adelante, Maca se defendió dando uno hacia atrás. Se miraron, durante lo que pareció una eternidad, hasta que la pediatra desvió su mirada y bajó la cabeza. La enfermera no podía creer lo que escuchaba y no sabía qué hacer o decir. M: Y ahora decides volver a irte – dijo de nuevo seria – después de volver mi vida del revés, después de abrir mis heridas de nuevo vuelves a irte… y… y… E: ¿Y qué, Maca, qué? – preguntó insistente, porque no podía creer lo que estaba diciendo, porque era demasiado. M: Soy un puñetero cliché – soltó para sorpresa de Esther, al tiempo que Maca levantaba de nuevo la mirada para clavarla en sus ojos – soy un cliché – repitió perdida en su mirada – No te vayas – susurró, tan bajito que apenas se le escuchó. Esther la miró, sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando. No podía creer lo que había oído, si es que lo había oído bien… Ella ya se había hecho a la idea de irse, se había convencido de que Maca no sentía absolutamente nada por ella, había dicho que sí a un proyecto que podría ser el trabajo de su vida, había adquirido un compromiso con la clínica de Eva… E: ¿Qué? – consiguió articular tras los primeros minutos de silencio. M: Que… que… que… - de pronto no le salían las palabras – que… - tomó aire – que no te vayas – la miró a los ojos – no te vayas… quédate. E: Pero… - aún no lo asimilaba - ¿Cómo… cómo me pides que… que…? M: Quédate – pidió de nuevo ante el aturdimiento de Esther – solo… quédate – sacó una sonrisa ladeada. E: Maca – bajó la cabeza, aunque mil veces había querido que Maca le dijera algo como aquello, ahora que lo escuchaba, no sabía ni qué decir, ni cómo reaccionar. M: Sé que… que las cosas entre nosotras están raras – afirmó – que, que todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos dicho o hecho no ha servido para… para unirnos… - siguió – pero… no te vayas. E: Les he… les he dicho que voy – contestó confusa. M: Puedes… rechazarlo – siguió – puedes arrepentirte y… estoy segura de que encontrarán a alguien que te sustituya y… E: ¿Por qué, Maca? – preguntó - ¿Para qué? M: Pu… pues para… para que nosotras – hizo una pausa – para que podamos intentarlo… yo... quiero intentarlo… E: ¿Qué es lo que quieres intentar, Maca? – la miró – Háblame claro. M: No… no lo sé – la miró – quizás… ser… ser amigas – dijo sintiendo como se hacía pequeña ante ella. Esther la miró, sonrió de manera algo irónica y volvió a meter varias cosas en cajas - ¿Qué…? E: Ya tengo amigas, Maca – dijo poniéndose de nuevo seria. M: Pero… yo… creí que… E: ¿Qué? – dejó lo que estaba haciendo de manera algo brusca - ¿Qué creías? ¿Qué con venir aquí y diciéndome que me quedara, me quedaría? – la encaró como si la retara – ¿Qué voy a dejar el trabajo de mi vida porque tú quieres que me quede para… “ser amigas”? – Maca bajó la cabeza - ¿De verdad pensabas que lo dejaría todo para ser tu amiga? M: Pensaba que… E: Pues deja de pensar, Maca – la cortó – ¡deja de pensar de una puñetera vez y di lo que realmente sientes, deja de hablar con la cabeza! M: Me da miedo ¿¡Vale!? – contestó elevando la voz – me da miedo ofrecer algo más que una amistad, me da miedo volver a hacerte daño, me entra el pánico solo con imaginar que podemos volver a hacerlo todo mal y volver a jodernos la vida – siguió – pero me da más miedo aún que te marches… porque… yo… - Esther la miraba esperando que siguiera – Joder, no sé qué haces o como lo haces pero… no dejo de pensar en ti, Esther… no dejo de verte a cada sitio en que miro y no… no dejo de tener sueños eróticos contigo – la enfermera la miró absolutamente sorprendida por lo último dicho – no dejo de imaginarme contigo, de… de desear estar a tu lado… no dejo de… - miraba sus manos, sin querer mirarla y revelar sus lágrimas – no dejo de pensar que si te vas, si te marchas no volveré a verte y… no… no me dejaré de reprochar no haberlo intentado… quiero intentarlo – dijo más contundente – quiero que… que volvamos a estar juntas pero… tienes que ayudarme – pidió – no voy a poder hacerlo sola… Y se quedó callada, como callada se había quedado Esther, porque aquello, junto con todo lo anterior, era una declaración… La enfermera temblaba ante sus palabras, Maca la quería, no se lo había dicho de manera clara, era cierto, pero sus palabras, su ligero temblor en la voz, las lágrimas que intentaban salir de sus ojos y la manera en que la miraba le decían que, pese a la lucha de Maca por no sentir, sí sentía algo y ese algo, era demasiado fuerte como para ganarle la batalla. E: Llévame mañana al cine – dijo sacando una sonrisa, la pediatra elevó la mirada ante sus palabras, con emoción – quiero ver Blancanieves – afirmó – y luego iremos a cenar – siguió, Maca suspiró hondo al ver cómo Esther comenzaba a sacar cosas de las cajas – hay un restaurante muy bueno a unas pocas calles de aquí – terminó de decir, mirándola a los ojos, sonriendo ahora ampliamente, se que daba… claro que se quedaba. Salían del cine comentando, como todos lo que habían asistido a la proyección, la película. Andaban con cierta distancia pero ambas, sabían, que se sentían muy cómodas con la otra. Sonreían de lado y se miraban de reojo, como si les diera cierta vergüenza mirarse directamente. M: Pues qué quieres que te diga – decía Maca – no sé a qué productor se le ocurrió que Kristen Stewart era más guapa que Charlize Theron… E: Ya… pero se supone que hablan de una belleza interior – siguió ella – no de una belleza superficial. M: Jum… si me lo pones así… pues puede – continuó – de todos modos, la película no es para niños, vamos que yo no traería a las niñas a verla. E: Está claro que no es para niños, demasiado oscura para ellos – continuó – pero bueno… es una nueva versión del cuento… no está tan mal. M: No, la verdad es que no lo está – corroboró ella dando por finalizada la conversación sobre la película – He… he reservado mesa en un restaurante aquí cerca. E: Pues vamos – sonrió – que tengo hambre… M: No sé como puedes tener hambre después del cubo de palomitas que te has tomado… E: Pues tengo hambre – afirmó – además, sé de una que disimuladamente se ha comido más de la mitad. M: ¿Yo? – preguntó haciéndose la ofendida. E: No, la chica de la fila de atrás, no te fastidia ajjaja – rió ella encantada de bromear de nuevo con Maca. M: Vale, reconozco que he comido algunas… - le sonrió – pero nada en comparación contigo. E: Mal vamos si me llamas comilona de manera tan descarada, te lo advierto – fingió amenaza. M: Anda, tonta, vamos a cenar – concluyó y Esther sonrió aún más al escucharla llamarla de aquel modo. Llegaron al restaurante, el camarero les indicó su mesa y las dejó con la carta para que eligieran el menú. De pronto se vieron en silencio, sin saber qué decirse, sin saber cómo empezar una conversación. Se miraban nerviosas, no podía ser que, después de todo, no tuvieran nada que decirse… Optaron por romper el hielo con una conversación en la que se sintieran seguras y como no podía ser de otra manera, comenzaron a hablar de Paula. Esther le contó varias anécdotas de cuando era pequeña, Maca la miraba con una sonrisa feliz aunque con algún tinte de tristeza, se había perdido demasiadas cosas, pero bien sabía que nunca volvería a perderse ninguna otra. La charla, centrada en la niña las llevó a hablar del nuevo curso escolar. Esther miraba con cierto recelo el hecho de que Paula, volviera a matricularse de dos cursos en un solo año. Sabía que podía hacerlo, no era esa la cuestión, sino que, no quería ver a su hija muy cargada de trabajo. M: Te digo que puede hacerlo – siguió ella - ¿Acaso me equivoqué el año pasado? E: No, claro que no – contestó – y sé que puede hacerlo, es… no sé, Maca, todo esto me da un poco de miedo… - la pediatra la miró con una ceja alzada – va a terminar una carrera de seis años en tres como siga a este paso y… ¿Qué va a hacer cuando la acabe? M: Pues, conociéndola – sonrió – tengo tres opciones, o hace todo cuanto esté en su mano para ponerse a trabajar, o se mete en un laboratorio para investigar alguna enfermedad incurable o se pone a estudiar otra carrera. E: A eso es a lo que me refiero – continuó – está comportándose como una adulta y no es más que una niña… no sé, a veces pienso que nos estamos equivocando, que no debería haber empezado la universidad… M: Esther – la enfermera la miró – Paula sabe tomar muy bien sus decisiones, nunca se ha equivocado en ellas y… sí, puede que parezca difícil pero prefiero una hija con una carrera de medicina a los 15 años que una hija que se deprima por no poder hacer lo que le gusta… E: Ya… en eso tienes razón – la miró – pero prométeme que no dejarás que deje de hacer cosas propias de su edad. M: Te lo prometo – contestó mirándola a los ojos. Y quedaron calladas durante un minuto, quizás menos, pero aunque tan solo hubieran sido escasos segundos a ellas les hubieran parecido la vida entera al volver a perderse en los ojos de la otra como hacía demasiado tiempo que no se perdían. M: Creo que deberíamos dejar de hablar de Paula – pronunció en un susurro. E: ¿De qué quieres hablar? – quiso saber sin desviar su mirada. M: De nosotras – continuó contundente – de lo que esperamos cada una de esta noche… de tu decisión de marcharte o quedarte… de… de la posibilidad de que tú y yo… E: He hablado con Eva esta tarde – la cortó – he renunciado al puesto. M: ¿En serio? – aún le costaba creerlo. E: De verdad – confirmó, suspiró silenciosamente y volvió a mirarla – quiero que lo intentemos… quiero ver si podemos volver a recuperar lo que tuvimos… quiero que estemos juntas, Maca… Estoy enamorada de ti – declaró para dicha de la pediatra – estoy enamorada de ti. M: Yo… - bajó la cabeza un segundo – creo que… - negó con la cabeza – no, no lo creo, sé que me estoy enamorando de ti de nuevo – sonrió, Esther también lo hizo – y a pasos agigantados además… Declarados los sentimientos ya solo les faltaba terminar de dar el paso, con calma, tomándose las cosas con tranquilidad, yendo poco a poco para pisar sobre seguro. Sin tomar decisiones precipitadas y queriendo, de todo corazón, que todo saliera bien esta vez; Porque si algo tenían claro las dos, era que querían estar juntas, pero no querían precipitar las cosas. Camarero: ¿Les tomo nota? – preguntó llegando hasta ellas y cortando el contacto visual. Pidieron y durante lo que tardó el chico en apuntar el pedido, se tomaron unos momentos para analizarlo un poco todo. Para intentar destensar la situación, para relajarse más de lo que habían conseguido relajarse. E: Así que… - tomó su copa y bebió un poco de agua, mientras el camarero se marchaba - ¿sueños eróticos? – soltó de sopetón y logró con ello que Maca se pusiera absolutamente colorada y ella no pudo más que soltar una carcajada, obteniendo lo que quería… relajar y distender totalmente el ambiente. La cena continuó de manera más distendida. Hablaron de todo un poco, de sus trabajos, de sus vidas durante ese tiempo, de anécdotas de sus hijas y de ellas mismas, de cómo se habían sentido, de cómo se sentían ahora. Se pidieron perdón tácita y mutuamente, dejando, al fin, aparcado y olvidado el tema que las llevó a aquella dolorosa separación. Bromearon, rieron, coquetearon y jugaron con palabras algo más insinuantes, estaba claro que estaban disfrutando la una de la otra, se sentían realmente cómodas juntas y aquello no hizo más sino hacer de esa noche una que sin ser nada extraordinario, para ambas se convirtió en especial. Terminada la cena, decidieron, con cierto pesar, terminar la velada, a ambas le hubiera gustado sugerir una copa, ninguna de las dos lo hizo por miedo a que fuera demasiado para una “primera cita”. Maca se empeñó en llevarla a casa, Esther no rechazó el viaje. Ya en la puerta, con el coche en doble fila se mantenían en silencio, como esperando que la otra fuera quien diera el paso y sin atreverse ninguna a darlo. E: Lo he pasado bien – afirmó mirando con una sonrisa a Maca. M: Yo también – le contestó fijando la mirada en ella. E: Habrá que repetirlo ¿no? – sonrió. M: Claro – imitó su sonrisa – podríamos ir al parque de atracciones con las niñas el fin de semana – sugirió – a Lucía le toca conmigo. E: Paula estará encantada – afirmó – le encanta estar con Lucía y contigo… M: ¿Y a ti? – preguntó con coquetería. E: A mí también me encanta estar contigo – afirmó sin dudarlo ni un segundo. Se quedaron calladas por un segundo, mirándose, mordiéndose el labio Esther y removiéndose levemente Maca en su asiento. Un coche pitó tras ellas importunado por la obstrucción de la calzada. La enfermera suspiró y la profesora bufó sin ser oída. E: Será mejor que me vaya – le dijo sin querer salir del coche – o este se pondrá histérico – terminó de decir al escuchar una segunda pitada. M: Sí, será mejor – contestó sin ganas – Te llamo… o me llamas… - dijo algo dudosa. E: Nos llamamos – acordó Esther – que pases buena noche, Maca – terminó de decir para despedirse. M: Tú también – dijo acercándose a ella, dejándole un beso en la mejilla que a ambas les supo a poco. Esther salió del coche y se despidió antes de entrar en el edificio, ambas, un tanto contrariadas por aquella despedida tan Light, quizás habrían esperado un beso en los labios, sin embargo, las dos se dieron por satisfechas por aquel tímido beso en la mejilla. Cuando la enfermera entró en casa y se despidió de la canguro, sin borrar la sonrisa de los labios y sin dejar de rememorar aquella noche, entró en su habitación y comenzó a cambiarse. Su móvil vibró sobre la mesita de noche, lo cogió con cuidado de no importunar el sueño de su hija y con una sonrisa leyó el mensaje recibido. “Tengo una duda… ¿cómo de lento quieres ir? Porque me he quedado con unas ganas locas de besarte” Sonrió, porque ella también se había quedado igual, se mordió el labio y se dispuso a contestar. “Lo suficientemente lento para que todo salga bien. Yo también me he quedado con las ganas” Esperó impaciente a que el móvil le mostrara la segunda confirmación e impaciente aguardó para recibir respuesta. “Entonces la próxima vez que te vea, te besaré. Y te juro que todo va a salir bien, esta vez no te vas a escapar. Descansa.” “Tú tampoco te vas a escapar. Descansa tú también… y cuidado con lo que sueñas jajaja” contestó sonriendo ampliamente ante aquella respuesta. Estaba ya a punto de meterse en la cama cuando Paula, adormecida llegó restregándose los ojos junto a ella. E: Ey… ¿qué haces despierta? – preguntó cruzándose de brazos. P: Te escuché y me desperté – afirmó - ¿puedo dormir contigo? E: Claro – sonrió haciéndole señas para que se acostara, pocos minutos después lo hizo Esther – ahora a dormir – le dijo contenta de ver cómo su hija volvía a hablarle. P: Me gusta que no te marches – dijo con los ojos cerrados – no quería separarme de ti. E: Ni yo tampoco mi amor – contestó. P: Mama – la llamó, Esther la miró con atención - ¿Mami y tú vais a estar juntas? – preguntó para sorpresa de Esther. E: Pues… poco a poco – sonrió acariciando su pelo – pero… sí, es más que probable que estemos juntas. P: Bien – contestó casi dormida – me gusta que estéis juntas… E: Y a mí – susurró sintiendo como la respiración de su hija delataba que ya se había dormido. Sonrió ampliamente, hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto bien le hacía a Paula su relación con Maca y se reprochó, una vez más haberlas separado, del mismo modo, se juró que nunca, por mucho que pasara, dejaría escapar a la pediatra de nuevo. El despertador sonó insistente a la hora indicada. Se movió lentamente, bufando por la incomodidad de aquel sonido, alargó la mano y lo apagó sintiendo cómo el cuerpo de su hija se movía acomodándose a la nueva postura. Sonrió, la miró y finalmente trató de despertarse del todo. Debía ir al hospital, anular la excedencia que había pedido y recuperar su plaza, era el último trámite que le quedaba para hacer firme su propósito de no marcharse de Madrid. Se levantó aún somnolienta y fue hasta la cocina para hacer café. Cuando estaba a punto de servirlo escuchó cómo su teléfono sonaba en la habitación. Aceleró sus pasos para que el sonido no despertara a Paula aún y al ver la pantalla no pudo más que sonreír. E: ¿Qué haces ya despierta? – preguntó nada más descolgar. M: Buenos días para ti también – contestó Maca al otro lado de la línea. E: Buenos días – dijo con una sonrisa en los labios - ¿qué haces ya despierta? M: Tenía ganas de hablar contigo – afirmó – sabía que tenías que ir temprano al hospital así que… me he dicho, llámala para invitarla a desayunar. E: Voy con el tiempo justo, Maca – dijo con cierto pesar – además, tengo que llevarte a Paula antes de irme, no me va a dar tiempo a desayunar. M: Lo sé – volvió a sonreír – he pensado en todo – Esther elevó una ceja – así que… ¿Por qué no me abres la puerta? E: ¿Estás aquí? – preguntó sorprendida y acercándose hasta la puerta de entrada. M: Hola – saludó con una sonrisa enorme una vez Esther abrió, aún con el teléfono en la oreja. E: Estás loca – le devolvió la sonrisa – menudo madrugón te has pegado si aún tenías una hora más de sueño. M: Ya… - guardó el teléfono – pero además quería… hacer algo… y no podía aguantarme más las ganas… - se mordió el labio. E: ¿Qué? M: Esto – contestó antes de dar un paso al frente y tomándola de la cintura la miró un segundo, le sonrió, como pidiéndole permiso y esperó a que fuera la misma Esther quien terminara por acercarse. El beso llegó lento, tierno y suave. Aunque ambas tenían demasiadas ganas de ese beso ninguna de las dos lo aceleró, muy por el contrario, querían disfrutarlo despacio, querían saborear de nuevo sus labios. Se abrazaron con más fuerza, sintiendo la piel erizarse bajo la ropa. Sonrieron contra sus labios, ahora que volvían probar el sabor de sus besos supieron cuánto los habían echado de menos. Se separaron, sonrieron ampliamente, y volvieron a besarse una vez más, esta vez, el beso ganó en profundidad en cuestión de segundos y sus lenguas pidieron paso de manera un tanto tímida. Cuando sus lenguas se encontraron un leve gemido salió de los labios de Maca y Esther apretó aún más el abrazo si era posible. Se olvidaron de la puerta abierta, de que Paula dormía, de que el café ya estaba hecho; se olvidaron de todo lo que no fuera sus labios unidos y sus lenguas jugando a reconocerse. M: Uhmm – suspiró Maca aún con los ojos cerrados cuando el beso tocó a su fin – qué ganas tenía de besarte – susurró pegada a ella. E: Y yo – contestó sin separarse ni un milímetro. M: Ayer no me atreví – siguió diciendo, ninguna de las dos tenía intención de separarse – pero me moría por hacerlo – le robó un nuevo beso, Esther cerró la puerta de un puntapié – Y creo… - sonrió mordiéndole el labio – que tú también – terminó de decir perdiéndose de nuevo en su boca y obligándola a andar para llegar con ella la salón - ¿verdad? – volvió a sonreír contra sus labios. E: Desde – recibió otro beso – hace – hablaba entre besos – más tiempo que tú – ahora fue ella quien atacó hundiéndose en su boca. M: ¿Ah sí? – Preguntó mientras que lograba tumbarse en el sofá sobre una Esther que no dejaba de sonreír - ¿desde cuándo? – quiso saber medio jugando. E: Jum… - sintió el cuerpo de Maca sobre ella y tembló, al tiempo que ahora era ella quien le robaba un beso – desde… desde aquel beso en el hospital. M: ¿Sí? – sonrió besando su mentón - ¿tanto? – jugaba mientras bajaba por el cuello. E: Sí… - se acomodó más en el sofá - ¿Y tú? Maca la miró con coquetería, para volver de nuevo a su cuello, sintiendo cómo Esther iba respirando cada vez con más dificultad. Se movió sobre su cuerpo, logrando que la enfermera soltara un quejido sordo y tras esto llegó a su oído. M: Desde que sueño contigo – le susurró antes de atrapar el lóbulo de su oreja. Esther cerró los ojos ante la oleada de calor que le recorrió de los pies a la cabeza. Ninguna de las dos pensó en lo rápido o lento que iban, ninguna de las dos se paró a pensar en lo que tenían que hacer esa mañana, ninguna de las dos parecía estar dispuesta a parar. Estaban a punto de abandonarse a la pasión que comenzaban a sentir, estaban a punto de cruzar el límite de no retorno cuando escucharon cómo Paula se levantaba de la cama e iba al baño. Quedaron paradas en la misma posición en la que estaban. Suspiraron, sabían que si su hija no hubiera estado en casa aquello habría acabado de otra manera. No sabían si agradecían la “interrupción”, no sabían si querían seguir o tomarse las cosas con algo más de clama, de lo que estaban seguras era de que ambas tenían claro lo mucho que la tora lo deseaba. P: Mamá vamos a… - se quedó callada al encontrar a sus madres en el sofá, quienes se incorporaban con rapidez, por mucho que lo disimularan, no pudieron dejar en evidencia lo que estaban haciendo – esto… bueno… voy a vestirme – salió de allí con rapidez. Maca y Esther se quedaron mirando la puerta por la que había desaparecido su hija, luego se miraron entre ellas y finalmente rieron con ganas, quizás para relajar “tensiones” o simplemente por el nerviosismo causado, lo importante era que, por una cosa u otra, se reían, juntas e ilusionadas, después de mucho tiempo. Durante los siguientes días, pasaron todo el tiempo que pudieron juntas, salieron con las niñas al cine, fueron al parque de atracciones. Cuando Lucía estaba con su madre, Maca pasaba gran parte del día en casa de Esther y Paula. Estaban cada vez más unidas, cada momento juntas se hacía inolvidable y cada vez que tenían que separarse lo hacían con más dificultad. Para Paula, la situación, si bien al principio le pareció algo extraña, poco tiempo después se convirtió en lo que siempre había querido. Veía a sus madres felices, Esther sonreía como pocas veces la había visto sonreír hasta ese entonces y Maca, Maca casi podría decirse que más que andar, volaba. Pese a ello, a pesar de la felicidad que sentían estando juntas había algo que comenzaba a molestarlas… y es que, la tensión sexual no resuelta que se respiraba entre ellas comenzaba a ser algo más que insoportable. Ninguna de las dos quería precipitar las cosas pero para las dos, cada vez era sumamente difícil separarse cuando sus labios se tocaban y por una o por otra cosa, siempre terminaban siendo interrumpidas, cuando no era Paula, era Lucía y cuando no eran las niñas era una inoportuna llamada telefónica o cualquier otra cosa que las hacía bufar y reír a la vez algo frustrada por la interrupción. Llegaban a casa después de pasar un buen raro en el parque. Paula y Lucía hablaban entre ellas mientras que unos pasos más atrás, Esther sonreía con picardía por algo que Maca le iba diciendo al oído. Estaban a punto de llegar al edificio cuando Paula elevó la mirada y sacó una enorme sonrisa al ver quién las esperaba. P: ¡Eva! – exclamó contenta y comenzando a correr hacia ella. Maca dejó de decirle cosas a Esther y fijó la mirada en aquella chica a la que solo había visto de lejos una vez y que a punto había estado de llevarse de nuevo a Esther a Barcelona. Ev: ¡Ey! ¡Cerebrito! – saludó abrazándola con cariño - ¿Cómo estás? P: ¡Muy bien! – decía contenta - ¿Qué haces aquí? – quiso saber mirando a sus madres y su hermana que llegaban algo rezagadas - ¿Cuándo has llegado? Ev: Hace un ratito – contestó – tenía que venir a hacer unas gestiones a Madrid y no podía pasar sin venir a veros – elevó la mirada encontrándose con la mirada expectante de Maca, la curiosa de Lucía y la sonrisa de Esther – Hola – saludó de manera general. E: Hola, loca – saludó con cariño acercándose a ella y fundiéndose en un enorme abrazo, demasiado largo para el gusto de la pediatra – me alegro de verte… podrías haber avisado de que venías. Ev: Nah – contestó con gracia – sabes que me gusta sorprenderos. E: Lo sé – se la veía contenta… muy contenta de verla – mira, os presento, Maca, ella es Eva y Eva, ella es Maca – dijo al tiempo que las señalaba a una y a otra. Ev: Encantada – se acercó a ella con la intención de darle un par de besos. M: Igualmente – abortó su acercamiento extendiendo la mano. Ev: ¿Y esta pequeña quién es? – preguntó mirándo a Lucia. P: Es Luci – dijo con orgullo – mi hermana. Ev: Encantada Luci – le hizo un gesto cariñoso en el pelo, Lucía miró a su madre y se escondió tras sus piernas. M: Es un poco vergonzosa… - la excusó. Ev: No importa – le restó importancia – es normal, es pequeña aún. E: ¿Cuánto te quedas? – preguntó tras un silencio algo extraño. Ev: Me voy pasado mañana – contestó con tranquilidad – tengo que hacer un par de entrevistas aquí y seguir con el proyecto allí – le explicó. E: Estupendo – afirmó - ¿Te quedas en casa verdad? – preguntó ante la mirada sorprendida de Maca. Ev: Pu… pues, había reservado un hotel – afirmó mirando por un segundo a Maca. E: De eso nada, te quedas en casa – contestó sin darle opción a nadie a más réplica - ¿subimos? – dijo de manera general abriendo la puerta. P: Sí – contestó – te tengo que enseñar un montón de cosas tía Eva – comenzó a decir la niña tomándola del brazo – ya tengo la matrícula del nuevo curso y te vas a quedar alucinada cuando la veas – seguía diciendo llamando al ascensor. Ev: A mí de ti, ya nada me sorprende, cariño – afirmó con gracia – pero ahora me cuentas lo que sea. M: Id subiendo vosotras – les dijo una vez llegó el ascensor – todas no cabemos. E: Ehh… - miró un segundo a Maca y después a Eva – me espero contigo – terminó de decir al ver cómo las niñas entraban junto a Eva y la maleta de esta - ¿Te has enfadado? – preguntó una vez el ascensor se fue. M: No, ¿por? – se cruzó de brazos. E: No sé… cómo de pronto te has puesto tan seria – afirmó acercándose a ella de manera coqueta - ¿qué pasa? M: No me gusta que la llame cerebrito – soltó un tanto seria. E: jajaja, Maca, es con cariño – soltó quitándole importancia – lo hace desde siempre y a Paula no le importa, sabe que no es despectivo. M: Tampoco me gusta que la hayas invitado a quedarse en tu casa – afirmó queriendo ser totalmente sincera con ella. E: No iba a dejar que se quedara en un hotel – contestó algo más seria que antes. M: ¿Por qué? – preguntó – tenía una reserva… E: No voy a dejar que una de las personas más importantes en mi vida se gaste dinero en un hotel teniendo yo sitio en mi casa – afirmó seriamente. M: Ya sé que es importante en tu vida, no hace falta que me lo recuerdes – contestó cruzándose de brazos. E: Maca qué pasa – la encaró - ¿Estás celosa? M: No digas tonterías – intentó sonar convincente – y vamos, el ascensor ya ha llegado. E: Me da igual que haya llegado el ascensor o el rey de España – contestó impidiendo que abriera la puerta – ¿Me vas a decir a qué viene esta tontería? M: No viene a nada – intentó zanjar el tema – ha sido una estupidez. E: Sí, sí que ha sido una estupidez – afirmó – lo que no entiendo es a qué ha venido. M: No ha venido a nada – repitió – ¿Podemos subir, por favor? Las niñas estarán esperándonos. E: Paula tiene llaves – contestó cruzándose de brazos - ¿No vas a decirme nada? M: No tengo nada que decirte – soltó enfadándola aún más – voy para arriba, si quieres subir, subes – dijo entrando ya en el ascensor y esperando a que Esther hiciera lo mismo. E: Te estás comportando como una niña pequeña – le recriminó mientras subían – lo peor es que no sé a qué coño viene todo esto. M: Dejemos el tema – fue lo único que dijo antes de salir del ascensor e intentar poner buena cara al entrar en el piso. E: Genial, Maca, genial – murmuró sin entender nada de lo que había ocurrido allí, pero bastante enfadada por cómo se estaba comportando Maca. Entraron en el piso, Maca fue hacia la cocina a beber un poco de agua, sabía que se estaba comportando de manera irracional e infantil pero no había podido contenerse. Se le habían venido un montón de imágenes a la cabeza de Eva y Esther juntas y una intensa rabia había subido desde su estómago haciendo que no pudiera más que decir idioteces. Por su parte, Esther, enfadada por la actitud de Maca decidió entablar una conversación con Eva en la que comenzaron a reír y a gastarse bromas, ignorando casi totalmente a la pediatra quien, no podía más que mirar hacia cualquier otro lado. P: Mira Eva – llegó Paula con el resguardo de su matrícula y se lo mostró. Ev: Joder – exclamó al verlo, Maca carraspeó - ¿Esto es en serio? P: Sí – decía contenta. Ev: ¿Vas a hacer dos cursos en uno? – preguntó – Puff… a este paso, ratón de biblioteca – Maca la miró con seriedad – terminas la carrera en tres años. P: Sí, lo sé – decía orgullosa de ella misma. Ev: Jajaja, ven aquí, tragalibros y dame un beso – decía orgullosa de la niña. Maca no aguantó más aquella situación, en la que prácticamente Esther la ignoraba y encima tenía que aguantar los adjetivos con los que Eva “cariñosamente” se refería a su hija. M: Lucía, despídete, nos tenemos que ir – le dijo a su hija de manera seria. L: No, mami me quiero quedar – protestó la niña. M: No podemos – afirmó – así que venga, dale un beso a Paula – la instó mirando de reojo a una Esther que le devolvía la mirada seria. La pequeña, algo enfurruñada se despidió de Esther y de Paula, le dio un tímido beso a Eva y finalmente fue hacia la puerta. Maca se despidió de su hija con cariño, educadamente de Eva y de manera algo más seria de Esther. Estaban ya en la puerta, esperando de nuevo el ascensor cuando la enfermera apareció tras ella. E: Vale, te vas… - se cruzó de brazos – te vas a ir enfadada por no sé qué y sin ni tan siquiera querer arreglarlo. M: Esther, no tengo ganas de discutir – señaló con los ojos a su hija. E: Ese es uno de tus grandes problemas, que nunca – enfatizó el temporal – has tenido ganas de discutir… M: Mira – dijo encarándola, quedándose callada al instante y mordiéndose la lengua – déjame en paz – terminó de decir para subirse al ascensor y abandonar el edificio dejando a Esther con un palmo de narices. Tras haber dejado a Lucía en casa de Susana, pues esa noche le tocaba con ella, Maca llegó a su piso. El silencio reinante le hizo sentir demasiado sola, pero su enfado, sus celos, no le permitían volver a casa de Esther… estaba realmente rabiosa por la presencia de Eva. Sabía que no había nada entre ellas y que estaba comportándose de una manera más que irracional, pero no era capaz de calmarse. Bajo la ducha, el agua intentaba llevarse sus frustraciones, dio un par de golpes en la pared y emitió una leve protesta en forma de ahogado quejido. Salió, se puso ropa cómoda y sin tener ganas de cenar, encendió el televisor y se dispuso a entretenerse intentando olvidarse de aquella tarde. Por su parte, Esther y Eva, conversaban sobre lo ocurrido tras cenar algo ligero. La enfermera se mostraba bastante enfadada con la actitud infantil de Maca y Eva, quien intentaba calmarla, no sabía muy bien qué hacer. E: Es que no lo entiendo – seguía protestando – el ataque de celos más tonto que lleva y no me lo dice – bufaba – por no hablar de lo absurdo que es que tenga celos de ti… ja ¡es que es absurdo! Ev: En cierta manera yo la entiendo – intervino para sorpresa de Esther – sí, no me mires así… ponte en su lugar… he sido yo la que ha vivido con vosotras todo el tiempo que ella ha estado ausente… tú y yo hemos vivido muchas cosas juntas y admitámoslo, tenemos mucha suerte al ser amigas, pero muy pocas parejas consiguen eso tras romper, y siempre crea cierta inseguridad en una tercera persona. E: Pero es que no sé por qué está insegura – contestó – creo que ya le he demostrado que quiero estar con ella, que lo único que quiero es eso… pero parece que no le entra en la cabeza – se quedó un segundo callada – además, que ella metió en su casa a Susana y yo no le dije ni hice nada – protestó. Ev: Es diferente – apuntó convencida – para empezar, no estabais juntas y para seguir… en cuanto viste que estaba en su casa quisiste dejarlo todo y venirte a Barcelona conmigo… creo que eso no es precisamente no hacer nada. E: Vale, pero aun así, me parece que se ha comportado fatal contigo – siguió en sus trece – sabe que eres muy importante para mí, al menos podría haber hecho el intento de conocerte – dijo cruzada de brazos. Ev: ¿Por qué no la llamas? – quiso saber – intenta hablar con ella y… E: Porque no soy yo la que se ha cabreado sin motivo, ni la que ha dado el numerito – le dijo – Vamos hombre, que encima tenga que ser yo al que llame para disculparse – siguió cabezota como nadie – pues va lista si piensa que voy a llamarla, vamos ni de coña. Ev: Desde luego… mira que eres cabezona ¿eh? – medio sonrió. Mientras tanto, Maca, tumbada en el sofá, con la tele de fondo no había podido quitarse de la cabeza aquella absurda discusión. Cada vez que lo pensaba se sentía más idiota por cómo se había comportado pero al mismo tiempo, sentía que la sangre le hervía sin remedio fruto de los celos que tenía. Se irguió en el sofá, apagó la televisión con cierto malestar y fue hasta su habitación. Se tumbó sobre la cama, mirando al techo, negando con la cabeza y entonces recordó la promesa que se hicieron hacía pocos días. En una de las largas charlas que tenían acerca de su relación y de los errores que no querían volver a cometer, se habían prometido de manera sincera, que nunca más se permitirían irse a la cama sin resolver cualquier problema que hubieran tenido antes, que hablarían y solucionarían las cosas antes de dormir, que no volverían a cometer los errores del pasado que les llevó a terminar de aquella manera tan dolorosa su relación. Con aquellos pensamientos en la cabeza, tomó el móvil, buscó su número en la agenda y quedó parada, tomando aire antes de llamarla por fin. Eva seguía intentando calmar a Esther que había pasado del enfado a la frustración y de ahí a la tristeza, no le gustaba discutir con Maca y aquella discusión, tan absurda la había dejado con mal cuerpo. En esas estaba cuando el móvil de Esther comenzó a sonar. E: Es Maca – le dijo a Eva quien sonrió satisfecha de que alguna de las dos llamara a la otra. Ev: Cógelo – instó – y no seas burra. E: Ya… ahora vuelvo – dijo antes de desaparecer por el salón para ir hacia su cuarto y tener algo más de intimidad - ¿Se te ha pasado el enfado? – fue lo primero que contestó. M: Más o menos – respondió Maca al otro lado - ¿Y a ti? E: Pues no – dijo sincera – aún estoy enfadada contigo. M: Vale… me he pasado, lo siento – se disculpó. E: Pues sí, sí que te has pasado, Maca, tres pueblos como poco – contestó con seriedad. M: Ya te he dicho que lo siento, Esther, ¿qué más quieres que te diga? E: Quiero que me digas a qué ha venido eso – afirmó – porque no entiendo todo el numerito que has montado. M: Me he puesto algo celosa – afirmó por fin. E: ¿Solo algo? – preguntó irónica – yo diría que bastante y sin motivos. M: No te pases Esther que estoy intentando disculparme – afirmó también seria – y creo que sí tengo motivos. E: ¡Ah! ¡Que encima piensas que tienes motivos! – no daba crédito. M: Pues sí… los tengo – contestó sin achantarse. E: Genial… ¿Y me vas a decir cuáles son? M: ¿Sigue ahí? – preguntó dejando un tanto fuera de juego a Esther – ¿Sigue Eva ahí? E: Pues claro que sigue aquí – contestó – se queda aquí hasta que se marche ya lo sabes. M: Pues ese es el motivo – continuó ella. E: ¿Vas a seguir con eso? – preguntó sin dejarla continuar – porque es una gilipollez como una catedral y me parece hasta ofensivo hacia mí que pienses lo que sea que estás pensando – soltó más enfadada aún – y si querías arreglarlo, lo estás haciendo pero bien – finalizó sarcástica. M: ¿Sabes qué? Mejor vamos a dejarlo – se dio por vencida al ver que no solucionarían nada – está claro que ahora mismo no podemos hablar – se tapó la cara con las manos – y para que lo sepas, lo que me fastidia no es que Eva se quede en tu casa. Lo que de verdad me jode es que a mí aún no me hayas invitado – terminó de decir colgando el teléfono y tirándolo con brusquedad en la cama. Esther quien se había quedado sin palabras tras lo que había escuchado salió de la habitación dándole encuentro de nuevo a Eva, quien con una copa de vino en la mano, esperaba paciente a que su amiga volviera. Ev: ¿Y? ¿Qué ha pasado? E: Me ha colgado – contestó sentándose a su lado - ¡me ha colgado el teléfono! Ev: ¿Pero qué te ha dicho? – insistió sin saber qué pasaba entre ellas. Esther le contó la conversación a una Eva que mientras iba escuchando iba ensanchando aún más la sonrisa, para cuando la enfermera terminó su relato, Eva no podía dejar de reír. E: ¿Qué te hace tanta gracia? – preguntó – porque no tiene ninguna. Ev: Sí que la tiene – seguía diciendo mientras reía - ¿Aún no os habéis acostado verdad? E: ¿Y eso a qué viene? – quiso saber. Ev: Pues que… jajaja,– comenzó a decir entre risotadas – lo que le pasa a Maca es que le fastidia que yo me quede mientras ella está solita en su casa deseando querer estar aquí y no precisamente para jugar al parchís – Le dijo a una Esther que no terminaba de entender nada. E: Se ha ido porque ha querido – se defendió – más bien porque se ha enfadado como una niña pequeña. Ev: Ya… a ver… Esther – dejó de reír – a ver cómo te digo esto sin que suene muy mal – dijo pensando en lo que decirle - ¿Cuántos coitos interruptus habéis tenido? – preguntó aguantándose la risa. E: ¡Eva! – la miró escandalizada. Ev: Te lo pregunto en serio – afirmó – ¿cuantas veces habéis estado a punto de hacerlo y al final nada de nada? E: Pues yo que sé – bajó la mirada – unas cuantas… Ev: ¿Y por qué ha sido? – siguió preguntando. E: Pues… por las niñas o… trabajo o… o yo que sé porque se tenía que ir a casa… Ev: Ajá – dijo de modo teatral – ahí lo tienes. E: ¿Qué? Ev: Pues que por lo que me has contado en este tiempo de tu relación con Maca, ella está esperando a que seas tú la que des el paso – afirmó – no quiere precipitarse, quiere ir a tu ritmo y claro, quizás no quería irse a casa, como tú dices, pero tampoco tú hiciste mucho porque no se fuera…y ahora llego yo y a la primera de cambio me dices que me quede en tu casa cuando a ella no se lo has dicho, siendo yo además, una ex tuya… pues… E: ¿En serio crees que es eso? – preguntó algo aturdida. Ev: Ujum – afirmó – así que… yo de ti, iría a su casa a “liberar tensiones” – soltó – estáis muy tensas las dos… deberíais relajaros – seguía diciendo con segundas, vio cómo Esther miraba hacia el interior del piso, posiblemente pensando en su hija, quien desde hacía un rato ya dormía – Yo me quedo con Paula… ve – señaló la puerta. E: Pero… Ev: Esther, en serio – ahora sí dejó de reírse – dejaros de comportaros como dos crías de quince años y ve a su casa, lo necesitáis, las dos – finalizó sin darle opción a una respuesta. Llamó a la puerta repetidamente para después, de manera seria, cruzarse de brazos a la espera de que Maca le abriera de una vez. Miró a su alrededor, intentando calmarse un poco, la conversación con Eva, si bien le había “abierto los ojos” en cierta manera, también le había causado cierta incomodidad… “¿de verdad tenía, a estas alturas, que invitar a Maca a que se quedara en su casa?” No pudo contestarse a esa pregunta cuando la pediatra ya había abierto. M: Esther – dijo sorprendida de verla allí. E: Eres tonta – fue lo primero que dijo entrando sin esperar invitación. M: Lo sé – contestó mientras cerraba. E: No, en serio – siguió sin escucharla, dejando el bolso de mala manera en el sofá – eres tonta, más que tonta, eres idiota. M: Lo sé – repitió sin poder evitar sonreír ante su enfado, estaba preciosa de ese modo. E: ¿Qué? – preguntó al ver que le daba la razón. M: Que soy tonta, lo sé – se cruzó de brazos. E: Bien… - dijo sin saber que decirle – al menos estamos de acuerdo en algo. M: Lo siento ¿vale? – comenzó a decir acercándose a ella y invitándola a sentarse – me he comportado como una cría… he estado pensando en ello y me he dado cuenta de que he sido una idiota. E: Pues sí – corroboró – Maca – relajó un poco el tono – no tienes que tener celos de Eva… M: Ya lo sé – contestó ella – es solo que… que no los puedo evitar… siento celos de toda persona que esté cerca de ti – sonrió levemente – y… no es que piense que va a pasar algo entre tú y Eva, es solo que… me fastidia que… que ella se quede en tu casa y yo… E: ¿De verdad crees que necesitas invitación para quedarte en mi casa? – la cortó algo más relajada sabiendo por donde iba. Maca bajó la mirada – cariño… tengo tantas ganas como tú de dormir contigo… pero no pensé que tendría que pedírtelo – ahora fue ella quien bajó la cabeza – pensé que eras tú la que no querías. M: ¿Qué no quería? – se sorprendió por aquella suposición de Esther – mi amor, llevo deseándolo mucho tiempo y cada vez me cuesta más… - declaró sincera – y… yo que sé, se me han venido un montón de imágenes a la cabeza cuando le has dicho a Eva que se quedara en tu casa – siguió diciendo, Esther la miró – sé que es una estupidez, ahora lo sé, pero no lo he podido evitar. E: Pues quítate esas ideas de la cabeza – dijo algo más seria – porque la única mujer con la que quiero estar, la única que quiero que me toque eres tú – dijo con convicción. M: Perdóname anda – dijo de manera algo más cariñosa – de verdad que lo siento, he sido una idiota redomada… E: Yo tampoco es que me haya comportado demasiado bien – aceptó su parte de culpa – me he puesto demasiado histérica cuando te he visto así y… también me he pasado. M: Tenías motivos – afirmó acercándose un poco más a ella. E: Dejémoslo ya anda… - le dijo tras una pausa – estoy harta de disculpas, Maca, llevamos pidiéndonos perdón desde que hemos vuelto a vernos… quiero que dejemos de disculparnos por todo… M: Yo también – contestó – estoy cansada de pedir perdón, quiero que sigamos adelante, que estemos bien… - se acercó más – quiero dejar de sentir que voy a perderte en cualquier momento – esto ultimo sorprendió a Esther. E: Maca no vas a perderme – dijo encarándola y acariciando su mejilla – no voy a dejarte, no voy a permitir que eso pase… M: Tengo un poco de miedo – declaró con sinceridad. E: Yo también cariño – contestó – pero… estamos juntas, estaremos juntas – repitió – y juntas dejaremos de tener miedo… M: ¿Lo prometes? E: Te lo prometo – contestó sonriendo, acercándose a ella y dejándole un leve beso en los labios – te quiero – dijo sin separarse demasiado de ella. M: Y yo a ti – contestó robándole un nuevo beso – te quiero mucho – repitió pegada a su boca y sonriendo emocionada. E: Oye y… - habló tras un nuevo beso - ¿Tantas ganas tienes de…? M: No sabes cuántas – afirmó acercándola a ella un poco más. E: Eva me ha dicho que se queda con Paula – la abrazó – tenemos toda la noche para nosotras – sonrió besando su cuello. M: Jum jum – sonrió sintiendo sus besos - ¿Y… qué vas a hacer? – bajó las manos acariciando su espalda, llegando al borde de la camiseta e internando las manos para tocar su piel. E: Pues… - se separó de ella mirándola con una sonrisa – había pensado que… - le robó un beso – podría empezar, por… no sé – sonrió cuando sintió que Maca la besaba de nuevo – por quitarte esto – dijo elevando la camiseta de Maca – y luego… - la tiró a un lado – algo se nos ocurrirá… M: Sí, claro que se nos ocurrirá – terminó de decir besándola ahora ya con mucha más profundidad, internando la lengua en su boca para jugar con su homónima, haciendo presión sobre su cuerpo para tumbarla sobre el sofá y sabiendo que, esa noche, no habría vuelta atrás. Suspiraba recuperando la respiración que hasta hacía escasos segundos había sido más bien escasa. Las contracciones de su sexo le hacían saber lo excitada que aún estaba. Sobre ella, sentada sobre sus caderas, con la cabeza echada hacia atrás y su pecho subiendo y bajando producto de la fuerte respiración, Esther se presentaba ante ella como una auténtica diosa. Se elevó, dejando besos suaves y cortos por aquella piel que tanto deseaba y que más al alcance tenía. Sonrió cuando Esther la miró y tomando su rostro se fundió en su boca, creando un beso lento, dulce y tierno, provocando la justa presión para volver a quedar tumbadas. Los besos se repetían ahora de manera más ligera. Atrapando el labio inferior y soltándolo para volver a hacerlo. Se quedaron así, mirándose, regalándose lentas caricias, algún que otro beso y sonriendo como hacía mucho tiempo que no lo hacían. Recuperándose, lentamente, de un orgasmo que las había llevado directamente al cielo. M: Estás preciosa ahora mismo – le susurró peinando su pelo. E: Uhmm… - respiró placenteramente al sentir caricias en su espalda – tú estás maravillosa – contestó besándola una vez más. M: No, espera – dijo cuándo Esther intentó moverse – quédate así un poco más – le pidió abortando su movimiento, llevando sus manos hasta su trasero. E: No siga por ahí – pidió cerrando los ojos con una sonrisa. M: ¿Por qué? – preguntó juguetona. E: Porque no vamos a acabar bien – sonrió. M: ¿No? – Siguió jugando – yo creo que sí – y apretó su trasero provocando que sus sexos volvieran a rozarse – uhmm – gimió – me encanta cuando me rozas – pronunció provocándola y repitiendo la acción. E: Maca… - suspiró – ufff… - volvió a suspirar al sentir cómo Maca provocaba una nueva fricción de sus sexos – sí que tenías ganas… - sonrió. M: No tantas – la besó – como tú – mordió su labio – ahhmm – gimió cuando ahora era Esther la que movía sus caderas sin necesidad de guía. E: Mi amor… - pronunció perdiéndose de nuevo en la pasión. M: Te quiero – le susurró al oído antes de morder el lóbulo de su oreja, desatando aún más la excitación de ambas. De manera lenta y candente, sus caderas se movían al unísono provocando que sus sexos excitados se rozaran cada vez con más intensidad. De nuevo las respiraciones se agitaban, de nuevo el deseo crecía y la temperatura aumentaba de manera considerable. Se miraban a los ojos, perdiéndose en ellos, sin querer perderse ni un instante de lo que sentía la otra. M: Ahh… - gemía cuando Esther aumentaba el vaivén de sus caderas imprimiéndoles un movimiento circular que le estaba haciendo perder la razón – uhhmmm… E: ¿Te… uff… gusta? – preguntó con la voz entrecortada. M: Me… uhmm me encanta – contestó como pudo – sigue… sigue – pidió al ver que Esther dejaba de moverse - ¿qué…? – preguntó algo confusa. E: Shhh – silenció con una sonrisa canalla – quiero que me cuentes – llevo una de sus manos hasta el sexo de Maca, internándose en él y excitándose mucho más al ver cómo se mordía el labio – qué soñabas – terminó de decir deslizando sus dedos por toda su humedad. M: Esther… - imploró, intentando que esa mano inquieta profundizara más en sus caricias. E: Cuéntamelo – y su voz sonó casi como una orden. Maca la miró. La enfermera sonreía con deseo al tiempo que se mordía el labio inferior. Elevó el cuello, atrapó sus labios y profundizó creando un beso más fiero que los anteriores. Esther respondió con la misma intensidad y sonrió cuando, Maca, haciendo fuerza les dio la vuelta quedando ahora ella sobre Esther. E: Va… cuéntamelo – pidió sin dejar de mirarla deseosa. M: No – contestó acomodándose sobre su cuerpo, llevando una mano al pecho y torturando su pezón, viendo como Esther cerraba los ojos ante sus caricias – mejor te lo muestro – terminó de decir en un susurro apasionado en su oído, para después, mirarla con intensidad y comenzar a besar su cuello, bajando por su cuerpo dejando un rastro de besos apasionados y algún mordisco en su piel… E: Ogghh – gimió con fuerza una vez Maca llegó a su centro y lo invadió con su boca sin ningún tipo de miramientos… Abrió los ojos con algo de esfuerzo. Estaba realmente cansada, sonrió al recordar la causa de su cansancio y se movió para quedar de cara a ella. La miró durante varios minutos, en silencio, sin dejar de sonreír y con la mirada enamorada. Elevó la mano acariciando sus facciones y cuando ya no aguantaba más, se movió lentamente para besarla con suavidad. Maca se movió ligeramente, ella ensanchó su sonrisa y volvió a besarla, la pediatra soltó un leve bufido sonriendo después. E: Buenos días – dijo susurrante y cantarina. M: Uhhmm buenos días – contestó adormilada. E: ¿Cómo estás? – preguntó sin dejar de sonreír. M: Muerta… me has dejado muerta… E: Jeje… yo no estoy mejor que tú ¿eh? – le dijo cariñosa. M: Ven aquí – se movió para que Esther se acomodara entre sus brazos - ¿Qué haces despierta? E: Es tarde – dijo echándole un vistazo al reloj – tenemos que movernos… M: Nooo… - la apretó – yo no quiero moverme de aquí – cerró los ojos – durmamos un poquito más… E: Cariño… Paula estará a punto de levantarse, si no lo ha hecho ya – siguió sin borrar la sonrisa – y no quiero dejar a Eva todo el día sola… M: ggggrrr Está bien – dijo tras protestar aún manteniendo la sonrisa – voy a darme una ducha – terminó de decir levantándose y yendo hacia el baño exhibiéndose ante Esther. E: Será cabrona – protestó desde la cama, sin quitarle ojo a aquel cuerpo que la traía loca, para después de un salto, seguirla hasta el baño donde se metió con ella en la ducha. Llegaban al piso de la enfermera tonteando sin parar. Maca abrazándola desde atrás, empujaba el cuerpo de una Esther que no dejaba de sonreír ante las cosas que la pediatra iba susurrándole en su oído. E: Maca… para – pidió sin dejar de reír intentando abrir la puerta. M: Es verdad – contestó – no sé cómo voy a hacer para que no se me vayan las manos – declaró atrapando el lóbulo de su oreja y sonriendo ante el escalofrío que sintió su chica. E: Maca – protestó encantada de la vida. M: Uhmm… me encantas – siguió ahora en su cuello. E: Cariño… va, compórtate – le dijo una vez abrió la puerta y se separó ligeramente de ella. M: Me comportaré… - prometió – ¿Te vienes a casa esta noche? – preguntó sin dejarla avanzar. E: No, mi amor – negó – tienes a Lucía y no puedo dejar a Eva otra vez sola… M: Pues menuda mierda – dijo como una niña enrabietada, para después, pensarlo un poco y sonreír tomándola de nuevo por las caderas – A Lucía seguro que le encanta dormir con su hermana – Esther soltó una risotada – Así que me autoinvito a dormir aquí y no puedes decir nada de nada – decía robándole un par de besos. E: Ni se me había ocurrido negarme, tonta – le respondió al beso. Ev: Hay menores en esta casa – soltó Eva parándose frente a ellas – Buenos días – dijo con picardía – qué relajaditas que se os ve… E: Buenos días, Eva – contestó separándose de Maca un tanto colorada – sí que estamos relajadas, sí – sonrió ante el rostro de una Maca que aún no terminaba de entender lo que decían. Ev: Me alegro – le guiñó un ojo a Esther. E: ¿Se ha despertado Paula ya? – le preguntó entrando juntas al salón. Ev: En ello está – afirmó – iba a preparar el desayuno. E: Ya lo hago yo – miró a su chica - ¿Café? M: Sí, por favor, cariño – contestó sonriéndole antes de volver la mirada a una Eva que terminaba de meter algunas cosas en un maletín. E: Ahora lo traigo – dijo escabulléndose a la cocina, sin saber qué esperar al dejarlas a solas. M: Esto… Eva – llamó su atención, Eva dejó lo que estaba haciendo y la encaró con calma – quería pedirte disculpas – comenzó – ayer… digamos que ayer estuve muy antipática contigo. Ev: Ya… bueno, no es que fueras demasiado cordial, es cierto – afirmó – pero tampoco es reprochable… me viste como una amenaza… y no lo soy Maca te lo aseguro. M: Lo sé, ahora lo sé – afirmó sentándose – pero… ayer… no sé, verte fue como… como pensar que te las llevarías – bajó la cabeza – eres demasiado importante para ellas, incluso… joder, es la primera vez que veo que Paula se ríe sin ningún tipo de malestar cuando la llaman cerebrito – terminó de decir algo fastidiada. Ev: Llevo toda la vida hablándole así, Maca – continuó sentándose a su lado – y ella sabe que es de cariño, jamás diría algo que pudiera dañarla – le dijo con seriedad – y tampoco permito que nadie más la llame de ese modo – Maca la miró, realmente, Eva quería muchísimo a su hija – bueno, con nadie, me refiero a nadie de su familia, claro. M: Lo he entendido – afirmó con la cabeza. Ev: No tienes que sentirte amenazada por mí, Maca – siguió – ellas te adoran… Para Esther eres el amor de su vida, nadie nunca ha ocupado ni podrá ocupar ese lugar – continuó diciendo – y Paula… en poco tiempo te has convertido en alguien esencial en la vida en su vida, no sabes lo mucho que habla de ti – Maca la miró emocionada – cada vez que hablamos por teléfono no deja de contarme mil cosas sobre ti – siguió diciendo – te considera un ídolo – Maca no podía casi frenar sus lágrimas – quiere ser como tú, quiere seguir tus pasos en medicina… Te adora Maca, eres su madre y te quiere muchísimo – terminó de decir dejándola casi sin habla. M: Gracias – dijo cuándo recuperó el habla, sonrió y la miró a los ojos – ahora sé lo que vio en ti – afirmó – eres una tía estupenda… Ev: Y también estoy estupenda – dijo queriendo quitarle hierro al asunto, ambas rieron por aquella salida – cuídalas ¿eh? – le dijo tras unos segundos – o conocerás mi ira… M: Lo haré – contestó con una enorme sonrisa. E: Ya está aquí el café – dijo llegando al fin y sentándose al lado de Maca - ¿De qué hablais? Ev: De nada… de lo muy relajadita que se te ve – volvió al tono cómico, Maca entendiendo, ahora sí, a qué se refería soltó una carcajada. E: Evaaa… vale ya – dijo sintiendo como se sonrojaban sus mejillas. Ev: Si es que eres adorable cuando te pones así – la señaló - ¿O no, Maca? M: Mucho – tomó su mentón para que la mirara – muy adorable – sonrió besándola lentamente… P: Soy una menor – escucharon que decía ahora Paula – no quiero ver esto – dijo restregándose los ojos y tanto sus madres como Eva, soltaron una nueva carcajada que dejó a Paula un tanto fuera de juego. Los días fueron cayendo en el calendario, pasando con ellos las semanas y el comienzo del nuevo curso llegaba para una feliz Paula que parecía muchísimo más entusiasmada y feliz desde que sus madres comenzaron su relación. Desde el primer momento que las vio en una actitud cariñosa supo lo que pasaba entre ellas y con naturalidad pero sobre todo con felicidad aceptó y se entusiasmó con el hecho de ver a Maca pasar muchísimo tiempo junto a ellas. Esther revocó su excedencia volviendo de nuevo al hospital, con turnos algo ajetreados al principio pero con la tranquilidad de saber que, si alguna vez le tocaba una guardia de noche Paula no se quedaría sola en casa. Maca por su parte, los días que no tenía a Lucía los pasaba íntegramente en casa de Esther y no eran pocas las veces que lo hacía junto con Lucía quien se mostraba encantada de pasar la noche con Paula. Aquel día, primer día de curso, Maca se despertó con la melodía del despertador. Con algo de dificultad al tener a Esther tendida sobre su cuerpo, estiró el brazo para apagarlo y salir de la cama para ir directa a la ducha y despertar del todo. Se vistió en silencio, echó un vistazo a la enfermera quien, notando su ausencia había protestado y ocupado toda la cama abrazándose a la almohada que antes le servía a ella de apoyo. Sonrió, se acercó con sigilo, le dejó un beso en el hombro desnudo y una caricia en la espalda, para después, con una sonrisa, salir de la habitación encontrándose con Paula y vestida y preparando el desayuno. M: Hola, cariño – la saludó dejando un beso en su pelo. P: Hola, mami – contestó una inquieta Paula que no paraba de revisar su mochila - ¿Nos vamos ya? M: Aún tenemos veinte minutos para llegar – le contestó tranquila, sentándose para tomarse un café ¿qué haces? – preguntó al ver que volvía a revisar sus cosas. P: Pues que no sé si se me olvida algo – dijo rebuscando. M: Paula – sonrió – tranquila… ni que fuera la primera vez que vas a la universidad. P: Siempre me pongo nerviosa – se sentó con una sonrisa – el año pasado desperté a mamá a las cinco de la mañana… casi me mata… M: No me extraña – contestó sonriéndole también – con el mal despertar que tiene a veces… - terminó su café – anda… vámonos ya que si no te pondrás más histérica. P: Sí, vamos – contestó. En el coche, Maca puso la radio a un volumen más bajo de lo normal, miraba a su hija que movía sus manos de manera nerviosa. Sonrió, la verdad era que le recordaba mucho a Esther, eran iguales en ese sentido, cuando se ponían nerviosas no había quien las calmara…. P: Mami – llamó su atención mientras Maca paraba en un semáforo. M: Dime. P: ¿Cuándo vamos a vivir todas juntas? – preguntó a bocajarro y dejando a Maca sorprendida, bastante sorprendida. No es que no lo hubiera pensado, últimamente lo hacía con bastante frecuencia, pero no había dicho nada, se mordía la lengua esperando un mejor momento para hablar del tema. M: Pues… pronto… espero – esto ultimo lo dijo en voz baja – no sé, cariño… tu madre y yo aún estamos en fase… ¿Cómo lo diría? – se preguntó a sí misma – digamos que estamos recomponiéndonos como pareja. P: Pero es una tontería – insistió Paula – Estáis juntas, os queréis, y casi vives con nosotras… ¿Por qué no lo hacéis oficial? – siguió – me gustaría que viviéramos todas juntas, que tus cartas llegaran a casa y que en el buzón también pusiera tu nombre… M: No quiero precipitar nada Paula y no he hablado de esto con tu madre… P: Mamá también quiere – afirmó con decisión. M: ¿Cómo lo sabes? – quiso saber mirándola con ilusión. P: Me lo dijo el otro día – contestó – estuvimos hablando de esto. M: ¿Te dijo que quería que viviéramos juntas? P: Dijo que lo estaba deseando – continuó – pero que no se atrevía a decírtelo porque pensaba que era demasiado pronto – se quedó pensando un segundo, Maca reanudó la marcha - ¿Por qué los adultos os complicáis tanto la vida? – preguntó – ya es bastante complicada como para hacerla aún más… y sinceramente, no veo por qué no vivimos juntas desde el primer momento, es una manera de perder el tiempo, sabéis que va a funcionar, habéis aprendido de los errores, no vais a volver a cometerlo, deseáis estar juntas todo el día… ¿A qué estáis esperando? – terminó de decir mostrándose mucho más madura ella que sus propias madres. Maca sonrió con dulzura, le encantaba cuando su hija hablaba de esa manera, cuando decía las cosas tal y como las sentía, cuando veía la vida tan fácil que lograba que ella la viera de igual manera… y se hizo exactamente la misma pregunta… ¿A qué estaban esperando? De pronto vio tan claro lo que decía Paula, tan estúpida la actitud que tanto ella y Esther estaban tomando al querer ser tan extremadamente cautelosas en su relación que se rió de sí misma y se prometió que ese mismo día, en cuanto la viera, le propondría que fuerana vivir juntas. M: ¿Por qué tengo la hija más lista del mundo? – le dijo con ternura - ¿Cómo es que he tenido tanta suerte? P: No sé – se encogió de hombros como avergonzada – te ha tocado así. M: Ven aquí y dame un beso – dijo una vez llegaron a la universidad y Maca aparcó el coche. P: ¡Mamá que nos van a ver! – soltó alejándose un poco de ella y la pediatra la miró con sorpresa. M: ¿Te da vergüenza que te vean besando a tu madre? – le dijo con asombro. P: Estoy entrando en la edad del pavo – le contestó con una sonrisa – se supone que ahora las muestras de cariño en público tienen que avergonzarme – soltó. M: Jajajaja – se rió – anda, vamos, al final se nos hará tarde – terminó de decir saliendo del coche y se quedó parada cuando Paula haciendo gala de que eso de la “edad del pavo” no iba con ella, se abrazó a su madre quien le correspondió al instante. Los siguientes dos meses pasaron entre buscar una casa y adaptarse de nuevo a vivir juntas después de tantísimo tiempo. Encontraron una casita a las afueras de la ciudad que, si bien estaba algo lejos de sus respectivos trabajos y del colegio de Lucía, les pareció perfecta para comenzar su vida de juntas. Con los pocos pero típicos problemas de convivencia comenzaron a pasar los días envueltas en una felicidad que muchos envidiarían. Las niñas estaban encantadas con la nueva situación y aunque en un principio, para la pequeña Lucía fue algo extraño, terminó por adaptarse ayudada siempre por su hermana mayor. El curso avanzaba y las clases de Paula cada vez se hacían algo más duras, sin embargo, la niña, lo llevaba todo al día e incluso en alguna ocasión se había atrevido a corregir a algún profesor que se confundía en alguna explicación. Todos los profesores que le daban clase estaban no solo asombrados sino también encantados con aquella alumna que bien podría dar ella mismas las clases si se lo proponía. El orgullo de madre de Maca fue en aumento con el paso de las semanas, escuchando de boca de sus colegas innumerables halagos a su hija, y compartiéndolos con Esther quien se sentía igual de orgullosa que Maca. Aquel día, como muchos desde que comenzara el curso, Maca debía quedarse en la facultad, pues el horario de tutorías y una reunión del departamento le hacía tener que quedarse a comer allí, así que, como solía pasar cuando eso ocurría, era Esther quien iba a recoger a Paula a la universidad y después, si coincidía con la semana que Lucía pasaba con ellas, irían a recoger a la pequeña al colegio antes de volver a casa. P: Hola, mamá – saludó Paula entrando en el coche. E: Hola cariño – contestó dándole un beso - ¿Qué tal tu día? P: Bien, mañana empezamos unas nuevas prácticas – le comentó – necesito una bata… E: Creo que tu madre tiene algunas en casa – sonrió – veremos si podemos arreglar alguna que te venga bien, sino, nos pasamos a comprar una – le contestó mirando hacia la puerta, esperando que Maca saliera para al menos regalarle un beso y una sonrisa, como solía hacer cuando debía quedarse ¿No sale hoy tu madre? P: No sé – se elevó de hombros – hace rato que no la veo – le dijo y aunque no era lo habitual, sí era cierto que había días en los que Maca y Paula no coincidían en la facultad. E: Pues… - se mordió el labio – espérame aquí – le dijo aparcando mejor el coche – voy a ver si la veo, que además quiero comentarle algo. Paula asintió, sacó de su mochila una carpeta y comenzó a sacar varios apuntes mientras esperaba. Esther negó con la cabeza sonriendo, su hija buscaba cualquier excusa o momento para repasar lo aprendido en clase. Entró en el edificio, mirando a su alrededor por ver si veía a su chica por allí, al darse cuenta de que no la encontraría quedándose parada en el sitio, anduvo hacia la cafetería, buscándola con la mirada sin hallarla decidió, finalmente, ir a su despacho, era más que probable que Maca estuviera encerrada en él metida de lleno en preparar una de sus clases. Subió las escaleras que la llevarían a los distintos departamentos y enfiló el pasillo que la conduciría directamente al despacho de Maca. Cuando estaba a punto de doblar la esquina que la dejaría frente a la puerta, escuchó esa risa inconfundible que reconocería en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, cuando quiso dar un paso más, se quedó parada, congelada y una inquietud de sobras conocida pero que hacía mucho tiempo que no sentía se instauró en su corazón como si una daga lo cruzara sin compasión alguna. Apoyada en el quicio de la puerta de su despacho, con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios, Maca miraba a una chica, bastante joven, claramente estudiante por la manera en la que abrazaba su carpeta. Rubia, alta, delgada y muy atractiva, demasiado atractiva… Intentó dar un paso pero no pudo, imágenes difuminadas por el paso del tiempo comenzaron a plagar su mente como el peor de los virus y un vuelco en el estómago le hizo saber que se sentía celosa. La chica, aquella rubia despampanante, estaba demasiado cerca de Maca, más de lo políticamente correcto entre una profesora y su alumna, más de lo que su corazón le dijo que era necesario… Maca se movió ligeramente y sonrió aún más ante algo que le dijo la estudiante quien ahora, claramente coqueteando se tocaba el pelo de manera seductora al tiempo que reía con algo más de entusiasmo que su profesora. El colofón llegó cuando, al despedirse, Maca tocó su brazo y los ojos de Esther quisieron ver una caricia… Con la respiración entrecortada y sintiendo ganas de vomitar, rememorando tiempos pasados y bastante dolorosos para ella, Esther se dio media vuelta y deseando escapar de allí, salió con prisas del edificio llegando al coche, sorprendiendo a una Paula que se quedó algo confusa al ver el rostro pálido de su madre. P: ¿Te pasa algo mamá? – preguntó al ver que se ponía el cinturón y arrancaba el coche sin hablar. E: No, nada – contestó – tengo ganas de llegar a casa, estoy muerta de hambre – dijo a modo de excusa que no supo cómo su hija sería capaz de creérsela. P: ¿Has hablado con mami? – volvió a preguntar Paula que la miró extrañada. E: No – dijo con seriedad – ni siquiera la he visto – terminó de decir zanjando la conversación y sin añadir nada más, aceleró para marcharse de allí con mil imágenes martilleando su mente y la terrible y dolorosamente punzante sensación de haber vivido aquella situación en otro lugar, en otro momento… pero igual de horrible… Maca llegó a casa con unas ganas enormes de estar con su familia. Encontró a las niñas en el salón, Paula sentada en la mesa del comedor con un montón de apuntes a su alrededor y la pequeña Lucía entretenida dibujando en la mesa baja junto al sofá. Sonrió, le encantaba la imagen que se mostraba ante ella, era increíblemente maravilloso tener a sus dos hijas con ella en la misma casa y más, sabiendo que no se separarían nunca más. Se acercó a Paula, dejó un beso en su cabeza y le echó un vistazo a lo que estaba escribiendo, el orgullo volvió a hacerse patente al verla tan concentrada. Paula sonrió a modo de saludo tras el beso y siguió con lo suyo. M: ¿Cuánto llevas ahí? – le preguntó acariciándole el pelo. P: Un ratito… - dijo con cierta culpabilidad. M: ¿Cuánto es un ratito? – quiso saber. P: No sé, desde las cuatro – afirmó bajando la cabeza. M: Vale, pues déjalo un rato – le pidió – luego si quieres sigues, pero haz un descanso – le dijo haciéndole ver que no había opción a réplica - ¿Y mi peque qué hace? – preguntó sonriendo llegando hasta su hija pequeña. L: Dibu – contestó imitando a su hermana, casi sin mirar a su madre. M: Dame un beso anda, bicho – Bajó hasta ella para elevarla en sus brazos y besarla repetidas veces – anda, ve con tu hermana y dile que quieres jugar. L: Está tudiando – contestó como seguramente le había dicho Paula en algún momento. M: Seguro que si le dices que quieres jugar con ella, lo deja – terminó de decir, dejándola en el suelo y viendo cómo se acercaba hasta ella. L: Paula – la llamó - ¿Jugamos, por fi? – preguntó poniendo una carita de ratona con la que era imposible negarle nada. P: Sí, peque – dijo tras sonreír – jugamos – terminó de decir recogiendo sus apuntes y dejándolos a un lado. M: ¿Y Mamá? – le preguntó a Paula cuando se levantó. P: En su cuarto – contestó sentándose junto con Lucía de nuevo en la mesita baja – lleva un buen rato allí… - la miró – iba a ducharse creo. M: Vale… voy a verla – les dijo desapareciendo por el pasillo y algo extrañada porque Esther no hubiera salido a recibirla. Cuando entró en la habitación, se la encontró en albornoz; el pelo mojado le dejaba claro que, como bien había dicho Paula, acababa de salir de la ducha. Sonriendo de lado y mordiéndose levemente el labio, se acercó a ella para abrazarla con ternura – Hola, mi amor… E: Hola – contestó, Maca notó su tono apagado y cuando quiso mirarla, Esther se lo impidió abrazándola más fuerte… Aquello hizo saltar todas las alarmas de la pediatra. M: ¿Qué pasa mi amor? – preguntó, Esther no contestó – Eyy… mi vida, me estás preocupando… ¿Qué ocurre? E: Hoy te he visto – consiguió decir Esther, y Maca se extrañó – con una chica rubia… una alumna… M: ¿Qué? – no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. E: Maca… - se separó de ella, mirándola con intensidad, a Maca le partió el corazón ver la tristeza en sus ojos – prométeme que no me vas a dejar nunca… M: Cariño, ¿qué pasa? – preguntó sentándose en la cama y logrando que Esther lo hiciera a su lado. E: Cuando he ido a recoger a Paula, quería verte – comenzó a decirle – así que fui a tu despacho y… estabas con una chica… muy guapa, rubia y que supongo que era una alumna – Maca recordó la tutoría que había tenido esa mañana y supo a quién se refería Esther, del mismo modo, que, al ver su rostro y escuchar sus palabras, supo, casi a ciencia cierta qué era lo que pasaba en ese instante por la cabeza de Esther. M: Era una tutoría, mi amor – corrió a decir queriendo quitarle todos los miedos – es una de mis alumnas que no se entera de nada – continuó – pero Esther no… yo no… E: Lo sé – la cortó viendo su azoramiento – lo sé… - repitió – confío en ti, de verdad que lo hago – siguió diciendo con sinceridad, pues sabía que después de todo lo pasado, ninguna de las dos volvería a cometer los errores del ayer – es solo que… por un momento… - se cortó, la pediatra intuyó por qué lo hizo – Maca me da mucho miedo volver a perderte – y se le cristalizaron los ojos – no quiero volver a vivir sin ti… M: No me vas a perder – tomó su rostro mirándola directamente a los ojos – te quiero… no vas a perderme… E: En aquel tiempo también nos queríamos – continuó llena de miedos y dudas – y mira como terminamos… M: En aquel tiempo dejamos que los problemas, los miedos, las dudas y la falta de comunicación minaran nuestra confianza y todo se fuera a la mierda – contestó intentando calmarla – te prometo que no voy a volver a dejar que eso vuelva a ocurrir… yo tampoco quiero perderte, mi amor… ¡Te quiero! – declaró – y tampoco quiero volver a vivir sin ti… E: Tengo miedo, Maca – se abrazó a ella dejando salir un par de lágrimas – y me asaltan los fantasmas y me siento perdida… M: Dime qué tengo que hacer para ahuyentarlos – le dijo sintiendo como se le partía el alma al sentirla llorar – dime qué tengo que hacer para que no vuelvan… E: No lo sé – contestó en su cuello – no lo sé… - repitió – abrázame – pidió tras unos segundos – solo abrázame y dime que no me vas a dejar… M: No te voy a dejar mi amor – le dijo estrechándola fuertemente contra su cuerpo – eres el amor de mi vida, Esther – afirmó – no te voy a dejar nunca… E: Perdóname – continuó diciendo entre sus brazos – perdóname por ser tan tonta… por… M: Shhh – la calló haciendo que al fin saliera de su cuello para mirarla – shh… no pasa nada… no pasa nada – repitió – te quiero… te quiero – la besó – te quiero – la volvió a besar – E: Yo también te quiero – contestó devolviéndole el beso. M: Mírame – pidió una vez consiguió dejar sus labios – juntas vamos a alejar a esos fantasmas ¿sí? – Esther afirmó – y sé cómo empezar a hacerlo – la enfermera la miró con una ceja alzada – esto es algo que llevo unas semanas pensando… no quiero que pienses que es por lo que ha pasado hoy – le puntualizó – y tampoco es que sea el modo más romántico del mundo pero… te quiero – repitió sacando una sonrisa – así que… - bajó la cabeza, tomó aire, la estrechó contra sí, besó sus labios de manera dulce y leve y finalmente clavó la mirada en la de la enfermera perdiéndose en la profundidad de sus ojos… - Dios cómo te quiero… - susurró, Esther sonrió mucho más tranquila, mucho más entera y menos perdida – cásate conmigo – murmuró al oído, haciendo que un escalofrío recorriera todo el cuerpo de la enfermera. Esther la miró, entre sorprendida e intensamente feliz por aquellas dos palabras que significaban más para ella de lo que siempre se había imaginado. Sus ojos volvieron a mostrarse felices y la sonrisa se ensanchó. El corazón bombeó con rapidez e incapaz de decir ni una sola palabra, tomó el rostro de Maca entre sus manos, asintió con la cabeza profundamente emocionada y a modo de respuesta y promesa eterna, la besó. El auditorio estaba repleto de gente, se escuchaban murmullos y los flases de las cámaras saltaban a cada segundo. Esther entraba en la sala tomando de la mano a la pequeña Lucía quien miraba con curiosidad a su alrededor buscando a su hermana. Ya sentadas en la tercera fila, la enfermera miraba emocionada a una Maca que sentada a la espera de que el decano diera su discurso se acariciaba su abultada barriga al tiempo que le devolvía la mirada guiándole un ojo y sonriéndole enamorada. El momento de entregar los diplomas comenzó y entre fotografías y aplausos la pediatra se abrazó con su hija sin poder esconder su orgullo. Paula, sonriente, le devolvió el abrazo y besó la barriga de Maca para darse la vuelta, quedarse frente al público y sonreír abiertamente a su madre y a su hermana quienes gritaban alegres. Uno a uno todos los alumnos fueron recogiendo sus diplomas y finalmente Maca se levantó, ayudada por un compañero y se acercó al atril. M: Enhorabuena a los, desde ahora, Médicos – les dijo sin dejar de mirar a su hija quien le correspondía sonriente – llega el momento de crecer como especialistas en medicina pero sobre todo, como personas. Ahora comienza vuestra vida de verdad, así que, aprended de ella, aprovechad el momento y sobre todo, no cometáis el error de perder algo que no debáis perder. Ser vosotros mismos, hablad con sinceridad y sobre todo, vivid vuestra vida como queráis y con quien más queráis – desvió la mirada hacia una Esther que le envió un beso, ella sonrió – sois médicos. Salvad vidas – terminó de decir volviendo a mirar a aquellos chicos que la miraban con la ilusión de saber que a partir de ahora, comenzaba de verdad su sueño. Tras el aplauso generalizado que se escuchó tras las palabras de Maca, el decano anunció el comienzo de los discursos de los alumnos. Paula, algo inquieta y nerviosa se levantó de nuevo llegando al atril. Miró a sus compañeros y todos se quedaron a la espera de que dijera algo. Volvió la vista hacia su madre, Maca asintió con la cabeza orgullosa de su hija y finalmente, miró a Esther quien en ese momento la cegaba con el flash. P: Ehh… - se acercó al micrófono – mamá… hay bastante luz, no hace falta que me dejes ciega – soltó con desparpajo arrancando de todos una pequeña sonrisa – Bueno eh… muchos de vosotros me habéis pedido que diera este discurso… no sé si tomármelo como un halago o como una… pu… ejem – silenció la palabrota – no me gusta demasiado hablar en público así que… intentaré ser breve – hizo una nueva pausa – somos médicos – dijo elevando la mirada de nuevo – y no ha sido fácil… - ¡Para ti sí, peque! - se escuchó gritar a uno de sus compañeros con un tono cariñoso en la voz. P: Bueno… sí – afirmó un tanto avergonzada – es cierto, para mí ha sido fácil – todos sonrieron – pero no me refería a las horas de estudios o a los suspensos o a las interminables horas en la biblioteca – siguió – cuando digo que no ha sido fácil, lo digo porque no es fácil llegar al mundo de los adultos con doce años – continuó – no es fácil intentar integrarse en un mundo que no te corresponde y tampoco es fácil saber que soy médico y no puedo ejercer – siguió – pero no seré yo quien cambie la ley… - miró con cierta comicidad a su madre – lo mismo estudio derecho y consigo cambiarla – todos rieron – ahora en serio – habéis sido todos increíblemente amables conmigo, siendo una niña me habéis tratado como una más, me habéis ayudado a integrarme… también me he sentido necesaria para vosotros – miró a uno de sus compañeros en concreto - ¿Esas clases particulares te sirvieron eh? – el chico sonrió haciéndole una reverencia – Gracias a todos por estos años, por haberos convertido en parte de mi familia – siguió de un modo más emocionado – gracias a la universidad por darme el apoyo para ingresar en ella, gracias al profesorado por convertirme en médico – los profesores la miraron – gracias a mis compañeros por el apoyo y sobre todo – suspiró con profundidad – gracias a mamá por estar siempre ahí, por convertirme en la persona que soy, por creer en mi desde siempre y por mostrarme el camino cuando estaba a punto de perderme – Esther le envió un beso emocionada – gracias mami – se giró para mirar a una Maca que dejaba escapar una lágrima – ¡ey, chicos, he hecho llorar a la hueso! – soltó con desparpajo hacia sus compañeros que de nuevo, soltaron una risotada – Perdona mami, me lo has puesto muy fácil – se disculpó ante la sonrisa de Maca – gracias mami por aparecer en mi vida, por enseñarme no solo de medicina sino de otras muchas cosas… por, por enseñarme que el amor no es cosa de las películas, que realmente existe y que no importa el tiempo ni la distancia, si de verdad sois almas gemelas, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra entre dos personas que se aman, al final, todo acabará como debe acabar – de nuevo volvió la vista a sus compañeros – no es tan hueso como os hace creer – sonrió – Gracias por darme a la hermana más maravillosa del planeta – miró ahora a Lucía – la que me recuerda que, a pesar de todo sigo siendo una niña y me ayuda a comportarme como tal – Lucía que no entendía demasiado, sonreía al ver que su hermana la miraba – gracias a todos por ser como sois y no dejéis que nada os cambie – hizo un barrido por la sala - ¡Somos médicos! – gritó finalmente dejando paso a una ovación que hizo que todo el auditorio se levantara de sus asientos, provocando que Paula se enrojeciera y sonriera con cierta timidez. Tras celebrar la graduación de Paula habían vuelto a casa con Lucía ya medio dormida en brazos de Esther. Después de acostarlas y dejarlas descansando se habían sentado un ratito en el sofá. Se acariciaban de manera lenta, pausada y tranquila. El silencio, cómo y cómplice les daba una calma que tan solo sentían cuando estaban juntas. M: Cariño, ¿En qué piensas? – le preguntó Maca, sonriendo ante las caricias lentas que Esther dejaba en su barriga. E: En que te quiero – contestó besando su pelo – te quiero muchísimo. M: Y yo a ti – sonrió moviendo la cabeza para recibir un beso en los labios - ¿Y sabes qué? E: ¿Qué? – le robó un nuevo beso. M: Que cada día que pasa me enamoro mucho más de ti – afirmó sacando una sonrisa de su mujer. E: Y yo de ti – contestó mirándola con devoción – y más ahora… que estás tremendamente irresistible embarazada – sonrió con picardía. M: Ya… claro – dijo haciendo una mueca – estoy gorda y fea. E: Estás hermosa – afirmó sin darle opción a réplica – y me encantas – la besó con algo más de profundidad. M: ¿Sabes qué? – Esther negó con la cabeza – creo que Pablo está inquieto – sonrió – no deja de moverse. E: Ya lo he notado – contestó a su sonrisa sabiendo por donde saldría su mujer - ¿Te molesta mucho? M: No – dijo mimosa moviéndose para quedar más cómoda – pero… podríamos intentar relajarlo… - la miró con picardía. E: Mi amor – sonrió acercándose a su cuerpo con cuidado de no hacerle daño – no creo que lo que estás pensando le relaje, precisamente – besó su mentón. M: A él no… - cerró los ojos al sentir las caricias que los labios de Esther dejaban ahora en su cuello – pero a mí sí… - se mordió el labio al sentir la mano de su mujer buscando su pecho – y si yo me relajo, él también – terminó de decir tomando su rostro para mirarla a los ojos. E: Te quiero – declaró pérdida en su mirada. M: Te quiero – contestó con intensidad antes volver a besarla. Hay heridas, tan profundas, que por mucho que se tapen y se curen siguen sangrando sin que se pueda cortar la hemorragia. Hay heridas, que cicatrizan mal y cada roce, cada pequeño golpe, hace que vuelvan a abrirse. Hay heridas que, simplemente, cuestan tanto curar, que a veces nunca terminarán de sanar. Dicen los médicos que si una lesión no sana bien, a la larga, a corto, medio o largo plazo, siempre dará problemas. Y quizás, las heridas físicas puedan curarse, con un poco de pomada, algo de reposo o simplemente una tirita, al final, terminan por sanar y ni tan siquiera queda una sola cicatriz de ellas… Sin emba rgo, cuando se trata de las heridas del alma, cuando son heridas del corazón, entonces, ya puedes ponerle mil tiritas, puedes mimarla, puedes vendarlas, que si no se curan, siempre estarán ahí. Y puede que parezcan sanadas, puede que dejen de sangran, creerás fervientemente que el dolor ha pasado, que la herida ha cicatrizado, incluso puedes olvidarlas, pero están ahí, de un modo u otro están ahí, latentes, a la espera, ocultas… y en algún momento, sin que puedas evitarlo, sin que lo veas venir, volverán a abrirse para mostrarte que no las curaste, que simplemente las solapaste, las tapaste, le pusiste una venda y miraste para otro lado… Hay heridas, tan profundas, tan dolorosas, que por mucho tiempo que pase, por muchos años que luches por sanarlas, volverán a abrirse recordándote, el vacío, las lágrimas, la lucha, los insultos, la rabia, en definitiva, el dolor volverá con más virulencia que la primera vez… porque las heridas del corazón, las que son producidas por el amor, son las más difíciles de curar y en ocasiones, nunca terminan de cicatrizar. Sí, hay heridas que son tan extremadamente difíciles de curar, que podrás pasarte media vida intentando sanarlas y no lo lograrás. Sin embargo, todas las heridas, antes o después curan… con reposo, cariño, cuidados, al final, más tarde o más temprano se cierran. Y quizás solo hace falta volver a enfrentarse a quien abrió la brecha, tal vez, tan solo es necesario aceptar que lo que provocaba la herida sigue tan vivo como el primer día. Porque el dolor del corazón con amor se cura y solo te hace falta encontrar a esa persona, esa alma gemela, que curará el dolor. En ocasiones, la única persona que puede curarte es la misma que “provocó” el daño… y a veces, cuando te enfrentas a los miedos, cuando reconoces los errores, cuando perdonas y te perdonan, entonces y solo entonces, el dolor deja de destrozarte el corazón, la herida deja de sangrar y la cicatriz se cierra sin que jamás vuelva a abrirse. Porque las heridas, por mucho que tarden, terminan curándose regalándote de nuevo la felicidad que un día, creíste perder para siempre. Y valoras más lo que tienes, sonríes más a quien amas y cuidas más el amor que sientes. Y es que, para bien o para mal, las heridas son necesarias, nos hacen madurar, nos dan la fuerza y el valor necesario para saber lo que realmente queremos y lo que no deseamos tener. Y al final, tarden más o tarden menos, las heridas abiertas terminan cerrando y una vez lo hacen, solo queda disfrutar de la felicidad inmensa de un corazón entero y repleto de un amor por regalar. FIN
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