ETNOMETODOLOGIA1John C. Heritage Con la primera edición en 1967 de los Studies in Ethnometodology (1984) de Harold Garfinkel, se presentó al dominio público un enfoque nuevo y distintivo de análisis sociológico, La nueva perspectiva ganó partidarios con rapidez y estimuló una línea de trabajo empírico cada vez más diferenciada e influyente. Sin embargo, a pesar de que se reconoció inmediatamente la importancia de los escritos de Garfinkel2, la etnometodología no encontró una aceptación fácil o carente de reservas en la comunidad sociológica. Puede decirse que a las ideas de Garfinkel, como le ocurriera a Durkheim antes que a él, se les ha rendido “el tributo de la crítica implacable” 3 . Las primeras respuestas a la etnometodología le formulaban múltiples objeciones, muchas de las cuales eran totalmente incompatibles entre sí, y esto tuvo como resultado un período en el que las discusiones de la nueva perspectiva producían mucho ruido y pocas nueces. Diversos factores contribuyeron a producir este resultado. Los escritos de Garfinkel son sumamente densos y, en ocasiones, opacos y crípticos. Aunque subyacen a ellos marcadas continuidades teóricas, estas no se articulan sistemáticamente en función de los puntos de referencia de la sociología clásica. Ha tenido lugar una considerable confusión y mala comprensión tanto entre los partidarios como entre los detractores de la empresa. Además, los Studies in Ethnometodology aparecieron durante una época de caóticos trastornos en las ciencias sociales, en las que el paradigma funcionalista-estructural parsoniano anteriormente dominante había pasado a la historia de la sociología. Como los complejos escritos de Garfinkel se hicieron del dominio público en aquella época de cambio teórico rápido y confuso, su fecunda actividad teórica y sus extraordinarias investigaciones 1 2 Quisiera agradecerle a Tom Wilson sus valiosos comentarios sobre un versión preliminar de este ensayo. La importancia de Studies in Ethnomethodology fue claramente reconocida al dedicársele una reseña en tres partes en la American Sociological Review (vid. Swanson, Wallace y Coleman: 1968). 3 La frase es de Steven Lukes (Lukes: 1973, p. 2). Es sorprendente hasta qué punto llega el paralelismo con la obra de Durkheim. Igual que la sociología durkheimiana, se han atribuido con intención crítica casi todas las ideologías políticas imaginables a la etnometodología; se ha afirmado también que expresaba una inmensa variedad de puntos de vista conceptuales (a menudo diametralmente opuestos), que defendía concepciones tan absurdas como la de la “mente del grupo”, que se achacó a Durkheim a comienzos de siglo (cfr. Lukes: 1973, pp. 2-3, 497 ss.). NOTA DEL TRANSCRIPTOR: La presente transcripción fue realizada para compartir esta obra de difícil acceso y que en muchas ocasiones se encuentra solamente en papel ya bastante dañado. No fue posible recuperar la sección bibliográfica. De la misma manera, se encontró una gran cantidad de errores tipográficos u ortográficos, sin embargo, probablemente no todos hayan sido corregidos. Para comentarios, correcciones, o reclamo de derechos de publicación, favor de enviar un correo a Isaac Ortega (
[email protected]), el cual será atendido prontamente. empíricas fueron, con frecuencia, mal expuestas y trivializadas4 . La desgraciada consecuencia fue que la etnometodología llegó a ser interpretada como “un método sin sustancia” (Coser: 1975) o, aun peor, como vehículo para la negación de la propia organización social, una especie de sociología del “todo vale”. El resultado inevitable fue que las investigaciones de Garfinkel, cuyo impulso inicial derivaba de una crítica al corpus parsoniano emprendida mucho tiempo antes de que las tornas se volvieran en contra del funcionalismo estructural, se perdieron en la confusión de argumentos y contraargumentos. Por tanto, no es extraño que Garfinkel, que desdeñó intervenir en la polémica, declarara tempranamente que el mismo término “etnometodología” se había convertido en una consigna con vida propia (Garfinkel: 1974, p. 18). Los esfuerzos teóricos que Garfinkel realizó a lo largo de toda su vida se centraban en una serie de problemas conceptuales que siempre han sido cuestiones centrales de la sociología. Estas cuestiones —la teoría de la acción social, la naturaleza de la intersubjetividad y la constitución social del conocimiento— son complejas y están estrechamente interrelacionadas. Debido a que la formulación conceptual de dichas cuestiones tiene amplias derivaciones teóricas y metodológicas en la conceptualización de la organización social, representaron un centro de actividad innovadora dentro de esta disciplina. Garfinkel abordó este dominio a través de una serie de tenaces investigaciones sobre las propiedades elementales del razonamiento práctico y de las acciones prácticas. En el curso de estos estudios trató de desligar la teoría de la acción de su tradicional preocupación por los problemas motivacionales, y de recentrarla en el estudio de los modos en que, conscientemente o no5 , los actores sociales utilizan sus conocimientos para reconocer, producir y reproducir las acciones sociales y las estructuras sociales. Esta insistencia en el conocimiento de los actores, sin embargo, reaviva el interés por descubrir las formas en que los actores sociales analizan sus circunstancias y pueden compartir una comprensión intersubjetiva de ellas. En este punto las investigaciones de Garfinkel se centraron en el inevitable carácter contextual del entendimiento ordinario, lo que tuvo como consecuencia 4 Los escritos de Anthony Giddens (Giddens 1976; 1979; 1984) han sido una excepción constante al tono generalmente negativo de la recepción de la etnometodología. Un ensayo de Attewell (1972), aparentemente autorizado pero sumamente confundente, dio expresión concreta a una mala interpretación de la etnometodología muy extendida (vid. Peyrot: 1982; Zimmerman: 1976, para una clara discusión crítica de esta fuente). En el ensayo de Attewell estaban presentes muchos de los malentendidos que más tarde reaparecieron, entre otros, en los artículos de Coser (1975), Mayrl (1973), McSweeney (1973), Menne! (1976) y Phillips (1978). Hacia el final de los años setenta el clima de incomprensión se había hecho tan denso que intervenciones tan elaboradas como la de O¡Keeefe (1979) no consiguieron despejar el ambiente. Entre los esfuerzos de clarificación útiles llevados a cabo por practicantes de la etnometodología cabe citar los de Coulter (1971; 1973; 1974), Maynard y Wilson (1980), Peyrot.11912) Wieder (1977), Wilson y Zimmerman (1979) y Zirnmerman (1976; 1978). Entre los estudios secundarios monográficos sobre la etnometodología se cuentan los de Benson y Hughes (1983), Handel (1982), Heritage (1984a), Leiter (1980), Mehan y Wood (1975) y Sharrock y Anderon (1986). 5 Existen, por supuesto, muchos niveles de “conciencia” en relación con la organización de la vida cotidiana. Además, un actor puede estar cosciéntemente orientado respecto a un fenómeno sin ser capaz de formular el objeto de orientación verbalmente. Garfinkel emplea la expresión “ver algo sin reparar en ello” [seen but unnoticed] para referirse a la orientación según aspectos de la organización social que se produce sin que se repare conscientemente en ella. que se apreciaran las formas extraordinariamente complejas y detalladas en que el contexto de los hechos provee de recursos para la interpretación de estos. El nuevo enfoque requería la plena integración de los análisis de la acción y del conocimiento_ Esta integración se logró sustituyendo el enfoque motivacional del análisis de la acción social por un enfoque metódico [procedural] de este tema, y se resume programáticamente en una de las tesis fundamentales de Garfinkel: “las actividades por medio de las cuales los miembros producen y manejan las situaciones de las actividades cotidianas organizadas son idénticas a los métodos que utilizan para hacer "explicables" [accountable] esos contextos” (Garfinkel: 1984a, p. 1). Con este punto de partida se hizo posible una forma nueva de abordar la praxis y los procesos. de instituciones sociales específicas, y se abrió la posibilidad de adoptar nuevas actitudes frente a los procesos de comunicación linguística, Y, en un sentido aun más amplio, se hizo posible alcanzar una nueva forma de entender la adscripción de los sujetos a las realidades socialmente explicables en las que están inmersos, así como su aprehensión de esas realidades. Los temas mencionados han constituido parte esencial del trabajo llevada a cabo por Garfinkel y sus colaboradores. Los resultados de este trabajo constituyen la más profunda y provocadora reorientación de estos aspectos fundamentales de la teoría sociológica, reorientación que, además, ha tomado cuerpo en un sólido programa de investigación empírica. La finalidad de este capítulo es situar las investigaciones teóricas de Garfinkel mediante referencias al contexto de la teoría social en el que se originaron, discutir en qué sentidos su pensamiento ha llevado a una reconceptualización de la naturaleza de la acción social y la organización social, y presentar algunos de los principales tipos de investigación empírica a que han dado lugar sus iniciativas. Re-pensar la teoría de la acción Entre 1946 y 1952 Garfinkel se formó como sociólogo bajo la dirección de Talcott Parsons. En 1946 Parsons había asumido la dirección del Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad de Harvard, recientemente constituido, y su dirección estimuló un esfuerzo concertado por proseguir el desarrollo de la teoría sociológica sistemática. Se trataba de unir las disciplinas de la psicología, la sociología y la antropología dentro de un único paradigma teórico integrador que había sido esbozado en The Structure of Social Action (Parsons: 1937) como “teoría voluntarista de la acción”. Los resultados de este esfuerzo habrían de ser sumamente influyentes. A pesar de algunas críticas aisladas al edificio teórico parsoniano, éste vino a dominar la teoría sociológica anglosajona a lo largo de las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial En esta tensa atmósfera teórica Garfinkel desarrolló una crítica del nuevo paradigma teórico en el mismo momento en que este surgía del departamento de Harvard. La crítica afectaba a los supuestos más profundos del corpus parsoniano y ha tardado casi treinta años en emerger en las discusiones contemporáneas de la teoría social. La teoría de la acción parsoniana que Garfinkel encontró durante sus años en Harvard era esencialmente una teoría de la motivación de la acción, y estaba dominada por dos intereses fundamentales. La primera es que la vida humana no ha de entenderse simplemente como una mera adaptación pasiva a las presiones ambientales. Por el contrario, una de las características centrales de la sociedad y la historia humanas es que hombres y mujeres corrientes emprenden costosos esfuerzos para realizar fines —a menudo fines no materiales— arrostrando obstáculos poderosos. Este primer interés —la “metafísica voluntarista” de Parsons (Proctor: 1978; Scott; 1963)— enfatiza la dirección subjetiva del esfuerzo por alcanzar fines valorados normativamente. El segundo interés de Parsons derivaba de la famosa discusión hobbesiana del caos en el “estado de naturaleza”. De acuerdo con Parsons; este “problema del orden” hobbesiano consistía en la cuestión de cómo es posible reconciliar entre sí los esfuerzos activos de los actores sociales de modo que las relaciones sociales no se vean dominadas por el ejercicio de la fuerza y el fraude (Parsons: 1937, p. 92). Desde un punto de vista teórico, por tanto, la cuestión motivacional que domina la teoría parsoniana de la acción es cómo dar cuenta de los actores sociales que persiguen activamente una serie de fines al tiempo que se establece un mecanismo que evite el problema del orden planteado por Hobbes. Como es bien sabido, la solución de Parsons, aunque se expresara como resultado de la célebre “convergencia” entre los teóricos sociales europeos, en lo esencial se derivaba de Durkheim. Parsons formuló la propuesta de que los valores morales que se interiorizan durante el curso de la socialización pueden ejercer una poderosa influencia tanto en los fines de la acción como en los medios con que dichos fines se persiguen. En la medida en que estos valores se Institucionalicen dentro de una sociedad —en último término, en forma de un sistema central de valores— se producirá la cohesión social como participación en los objetivos y expectativas comunes que, por tanto, constituirán pautas de actividad coordinada6 . Estas propuestas se estructuraron en posteriores publicaciones del departamento de Harvard 1) en la división analítica tripartita de la organización social en sistemas culturales, sociales y de personalidad, que ahora nos resulta tan familiar; 2) en la concepción de las exigencias institucionales de roles definidos en función de “variables— pautas”; 3) en la idea de la interiorización de los valores como las “disposiciones de necesidad” motivadoras del sistema de personalidad; y 4) en la famosa discusión de la “doble contingencia” de la interacción social con sus “procesos vinculantes dobles”7 . Aunque los críticos hayan manifestado de formas diversas que Parsons tendía a sobrevalorar el grado en que el consenso normativo es una característica empírica de las sociedades (Dahrendorf: 1958; Gouldner: 1970), que la integración social no debe confundirse con la integración en el sistema (Lockwood: 1964) y que debería atribuirse un mayor peso a otros factores motivacionales en el análisis de la acción socia! (Wrong: 1961), es sorprendente que prácticamente no se haya criticado el énfasis básico de la teoría 6 Como Parsons y Shils observaron en 1951, “la propia institucionalización debe considerarse el mecanismo integrador fundamental de los sistemas sociales. Un sistema de interacción social puede estabilizarse gracias a la interiorización de modelos comunes de orientación valorativa” (Parsons y Shils: 1951, p. 150). 7 Parsons resume así su propuesta global: “la integración de un conjunto de pautas valorativas comunes con la estructura interiorizada de disposiciones de necesidad de las personalidades constitutivas es el fenómeno central de la dinámica de los sistemas sociales. Puede decirse que el teorema dinámico fundamental de la sociología es que la estabilidad de cualquier sistema, excepto el proceso de interacción más evanescente, depende en alguna medida de tal integración” (Parsons: 1951, p. 42). parsoniana en los aspectos motivacionales de la acción8 . Sin embargo, Parsons ha insistido en los problemas motivacionales hasta el punto de excluir virtualmente cualquier preocupación por el entendimiento en función del cual los actores sociales coordinan sus acciones, y que les guía en el transcurso de estas. En este punto decisivo Parsons no consiguió construir una teoría de la acción; se limitó a construir una teoría de las disposiciones a actuar. La comprensión del conocimiento mediante el que los actores controlan sus circunstancias es fundamental para cualquier análisis genuino de la acción social9. Para lograr esto, es necesario responder cuestiones relativas a la naturaleza y propiedades del conocimiento que ha de atribuirse a los actores sociales, a cómo utilizan ese conocimiento y a cómo debe tratarse analíticamente dentro de la teoría de la acción. Y fue en las cuestiones cruciales en las que Garfinkel se apartó fundamentalmente del punto de vista parsoniano durante los primeros años de la postguerra. En los escritos de Parsons no suele atribuirse mucha importancia al problema del conocimiento de los actores sociales; sin embargo, esta cuestión ejerce una profunda influencia subyacente en su teoría a través de su discusión de la racionalidad10 . Para Parsons, la racionalidad del actor se determina evaluando en qué medida sus acciones se basan en la aplicación de un conocimiento básico compatible con el conocimiento científico (Parsons: 1937, p. 58). Si se da tal compatibilidad, la acción se juzgará “intrínsecamente racional” y, puesto que es consistente con la explicación científica de dicha acción, es preciso considerar científicamente adecuada la explicación de la acción por parte del actor. Sin embargo, en la mayoría de los casos las explicaciones que dan los actores de sus acciones no coincidirán con las del científico. En estos casos, propone Parsons, debe rechazarse la explicación de los actores. Cuando esto ocurra se formulará una explicación científica de las acciones de los actores en función del papel motivador de las normas y valores interiorizados. Se crea así una escisión radical entre las acciones racionales, con sus razones autosuficientes, y acciones no racionales, en las que se prescinde del razonamiento de los actores en favor de explicaciones normativo-causales de su conducta. Esta escisión se agrava con la idea, tantas veces manifestada por Parsons (por ejemplo, Parsons: 1937, pp. 403-5; 1951, p. 37), de que si los valores morales han de prevenir eficazmente el caos hobbesiano, los miembros de un orden social no podrán tener una orientación instrumental con respecto a los elementos normativos que han interiorizado. Pues tal orientación daría origen a un cálculo maquiavélico que, en caso de generalizarse, socavaría la constitución moral de la sociedad y haría depender el orden social de inestables coaliciones de intereses. El efecto acumulativo de todos estos aspectos de la teoría parsoniana fue marginar el problema del conocimiento de los actores sociales, y que los actores se trataron, en expresión memorable de Garfinkel, corno “idiotas que juzgan” (Garfinkel: 1984, p. 68) cuya 8 Esto se debía en parte a que la teoría integraba algunas de las corrientes más importantes de las tendencias de la teoría sociológica y psicológica que fueron predominantes hasta muy avanzado el período de postguerra. En efecto, Parsons hizo notar muchas veces en defensa de sus afirmaciones la convergencia de Durkheim y Freud en el fenómeno de interiorización. 9 Recientemente, también Giddens ha defendido con energía esta posición (vid. p. ej., Giddens: 1979, pp. 253-4). 10 Cfr. Garfinkel (1952, pp. 91 y ss.; 1948h) y Heritage (1984a, pp. 22-33) para una discusión de este problema. comprension y razonamiento en situaciones de acción concretas son irrelevantes para el enfoque analítico de la acción social11. Al desarrollar una alternativa al análisis parsoniano de la acción social, Garfinkel utilizo extensamente la obra de Alfred Schutz, quien en una larga serie de escritos teóricos había defendido de forma inapelable la necesidad de tratar el conocimiento del actor en la teoría de la acción. Desde sus primeros escritos, Schutz había insistido en que el mundo social se interpreta en función de categorías y construcciones propias del sentido común cuyo origen es, en gran parte, social. Estas construcciones son los recursos con que los actores sociales interpretan sus situaciones de acción, captan las intenciones y motivaciones de los demás, adquieren un entendimiento intersubjetivo, actúan coordinadamente y, en general, se mueven en el universo social. Es evidente que su contenido y propiedades requieren una investigación sistemática tanto en el nivel teórico como en el nivel empírico. En efecto, Schutz afirmaba que no puede prescindirse del contenido y propiedades de estas construcciones sin perder el fundamento básico de la teoría social: su referencia al universo social de la vida y experiencias cotidianas, que constituye la garantía última de que “el finando de la realidad social no será reemplazado por un inexistente mundo de ficción creado por el observador científico” (Schutz: 1964a, p. 8). Schutz había expuesto en el plano teórico algunas importantes propiedades del conocimiento y la cognición propios del sentido común. En primer lugar, el mundo de la vida cotidiana está impregnado de lo que Schutz denomina la “epoché de la actitud natural” (Schutz: 1962c, p. 229). En la vida ordinaria existe una suspensión de la duda: no se pone en cuestión que las cosas quizá no sean lo que parecen o que la experiencia pasada tal vez no sea una guía fiable para el presente. La objetividad y tipicidad de los objetos y sucesos ordinarios se dan por supuestos. En segundo lugar, Schutz propone que los objetos de acuerdo con los que se orienta el actor se constituyen activamente en la corriente de la experiencia mediante una serie de operaciones subjetivas. En este contexto tiene una importancia singular la idea de que la construcción (o constitución) de los objetos naturales y sociales necesariamente tiene que actualizarse de forma continua mediante una “síntesis de identificación” incesantemente renovada. Los objetos se estabilizan como objetos “idénticos a sí mismos” de esta manera,a pesar de los cambios en las perspectivas físicas desde las que se observan y, en el caso de objetos animados a pesar de sus formas cambiantes y diversas manifestaciones conductuales. 11 La crítica de Garfinkel (1952) al paradigma parsoniano se originó en la teoría del conocimiento en que se basaba, Parsons, sostenía Carfinkel, fundamentaba su análisis en un paradigma epistemologico neokantiano (“realismo analítico” — Parsons: 1937, pp. 730 y ss.) basado en el supuesto de que el conocimiento exacto del mundo externo se logra aplicando los cánones lógico-empíricos de la investigación científica a través de un proceso de aproximación sucesiva. Esta teoría implica que la acción social exitosa está tasada en un conocimiento exacto, y por tanto obliga a sus defensores a explicar la persistencia del conocimiento inadecuado y de la acción no racional en un mundo social en el que, ex hypothesi, los actores obtendrían un mayor éxito si adoptaran un punto de vista científico, La teoría voluntarista, como se sabe, satisface este requisito explicando causalmente las acciones “no racionales”, inter alia, en función de disposiciones normativas. De esta conceptualización neokantiana del conocimiento se derivaron dos consecuencias. En primer lugar, la racionalidad científica se trata como el parámetro fundamental de acuerdo con el que han de evaluarse el conocimiento y los juicios de los actores y, en segundo lugar, las propiedades intrínsecas de los juicios “no racionales” de los actores pueden ignorarse en favor de los intentos de dar explicaciones causales de por qué se llevan a cabo de forma persistente tales acciones “no racionales” a pesar de sus deficiencias. En tercer lugar, Schutz sostenía que todos los objetos del mundo social están construidos dentro de un marco de “familiaridad y preconocimiento” (Schutz: 1962a, p. 7) proporcionado por un “repertorio de conocimientos disponibles” cuyo origen es fundamentalmente social. En cuarto lugar, este repertorio de construcciones sociales se mantiene de forma tipificada (1962a, p. 7). El conocimiento tipificado según el cual los actores analizan el mundo sociales aproximado y revisable, pero dentro la actitud de la vida cotidiana en la que las construcciones sirven como recursos pragmáticos para la organización de la acción, toda duda de tipo general respecto a su validez y utilidad queda suspendida. Finalmente, Schutz propuso que el entendimiento intersubjetivo entre los actores se alcanza mediante un proceso activo en el que los participantes asumen “la tesis general de reciprocidad de perspectivas” (1962a, pp. 11-13), es decir: a pesar de las diferentes perspectivas, biografías y motivaciones a las que se debe que los actores no posean idénticas experiencias del mundo, tienen sin embargo que tratar sus experiencias como “idénticas a todos los efectos prácticos”. A su explicación de las propiedades del conocimiento de sentido común Schutz añadió el importante corolario de que este tipo de conocimiento está organizado como un mosaico de retazos sumamente desiguales en el que las experiencias “claras y distintas se entremezclan con vagas conjeturas; suposiciones y prejuicios se entreveran con evidencias bien probadas; motivos, medios y fines así como causas y efectos, se engarzan sin una clara comprensión de sus conexiones reales”, y afirmó que “no tenemos ninguna garantía de la fiabilidad de todos esos supuestos que nos gobiernan” (Schutz: 1964b, pp. 72-3). Las características del conocimiento científico y del conocimiento de sentido común son difícilmente comparables, sostiene Schutz, y las acciones idealmente racionales no han de buscarse en el mundo del sentido común, en el cual “las acciones son, en el mejor de los casos, parcialmente racionales, y esa racionalidad tiene grados diversos” (1962a, p. 3). Desarrollando explícitamente este análisis, Garfinkel mantuvo que si las acciones sociales ordinarias tuvieran como premisa los rasgos característicos de la racionalidad científica, el resultado no sería una actividad exitosa, sino la inactividad, la desorganización y la anomia (Garfinkel: 1952; 1984, pp. 270-1). Por consiguiente, una orientación científicamente adecuada con relación a os sucesos del mundo social está lejos de constituir una estrategia ideal para tratar el curso de los acontecimientos ordinarios. Por tanto, es algo totalmente gratuito imponer el conocimiento científico como estándar con el que evaluar los juicios de los actores, lo que, como subrayó Garfinkel, es tan innecesario como obstaculizador para análisis de las propiedades de la acción práctica (Garfinkel: 1984, pp. 280-1). Además, si se dejan a un lado las concepciones ideales de la acción racional, queda abierto el camino para iniciar investigaciones basadas en las propiedades del conocimiento que el actor aplica realmente al efectuar elecciones razonables entre alternativas de acción, es decir: “las operaciones de juzgar, elegir, valorar resultados, etc., que emplea de hecho” (Garfinkel: 1952, p. 117). Con esta última propuesta Garfinkel abrió un nuevo terreno al análisis sociológico: el estudio de las propiedades del razonamiento práctico propio del sentido común en las situaciones de acción ordinarias. Además, la propuesta conllevaba un rechazo al uso de la racionalidad científica como punto de referencia para el análisis del razonamiento ordinario. Pero no era en modo alguno evidente qué programa de estudio tenía que originarse de esta propuesta. Desde el utilitarismo, los anteriores modelos de acción social habían empleado rutinariamente las propiedades del conocimiento y la actividad científicos como base desde la cual se establecía en qué medida se apartaba la vida cotidiana de esas propiedades. ¿Cómo se podían analizar las propiedades del conocimiento y la acción propias del sentido común si se carecía de tal criterio comparativo? Garfinkel abordó el problema con una variante del procedimiento de “suspensión” fenomenológica (cfr, Psathas: 1980; Schutz: 1962b). En lugar de tomar como punto de partida una versión privilegiada de la estructura social que supuestamente sirve de punto de referencia de acuerdo con el cual se orientan (con diversos grados de error) los participantes, este procedimiento exige que el analista suspenda enteramente cualquier clase de compromiso ton versiones privilegiadas de la estructura social (incluidas tanto las versiones del analista como las de los participantes), y que estudie cómo “tan, organizan, producen y reproducen las estructuras sociales de odiendo con las cuales se orientan los participantes. Esta es la celebre política de “indiferencia etnometodológica” (Garfinkel y Sacks: 1970), que tantos malentendidos y disputas ha originado. En el fondo, se trata simplemente de estudiar las propiedades sistemáticas de la razón y la acción prácticas evitando emitir juicios que las sancionen o reprueben. Las actividades prácticas y sus propiedades, estudiadas desde esta “suspensión”, se examinan con el menor número de presuposiciones y de la forma más desapasionada posible12 . Las investigaciones concretas expuestas en Studies of Ethnomethodology (1984), que aplican esta suspensión, muestran dos vías principales de acceso al estudio del razonamiento y la acción prácticos. En primer lugar, con los “experimentos de ruptura” [breaching experiments] Garfinkel desarrolló la propuesta de Schutz según la cual los actores sociales han de asumir la “tesis general de la reciprocidad de perspectivas” en una serie de investigaciones sobre cómo se logra y mantiene la inteligibilidad mutua de la actividad ordinaria. En segundo lugar, ideó una serie de demostraciones del papel que desempeña el conocimiento de sentido común en la Comprensión ordinaria de acciones, sucesos y artefactos. Se mostró que este conocimiento era sumamente complejo, que utiliza recursos contextuales que mantienen relaciones muy variadas con las importantes cuestiones que esclarecen, que es un recurso con el que inevitablemente se cuenta y en el que, como tal, se “confía” en alto grado. Por consiguiente, lo que Garfinkel cuestiona empíricamente es el hecho de que los actores saben de algún modo qué es lo que hacen, y comparten ese conocimiento. Las investigaciones de Garfinkel sobre las propiedades de las acciones cotidianas y lacomprensión ordinaria partieron por tanto del mismo núcleo de la acción. Si se da por supuesta la existencia de un orden de Sucesos, se trata de saber “cómo los hombres, aislados pero al mismo tiempo en una extraña comunión, acometen la empresa de construir, probar, mantener, alterar, legitimar, cuestionar, definir un orden juntos” (Garfinkel, 1952, p. 114). Este nuevo “problema cognitivo del orden” interpretado como rasgo constitutivo del análisis de la acción social, inició la inyestigacián de Garfinkel, y es fundamental para el origen de la etnometodología. 12 Si bien esta estrategia constituye la clara exposición de un buen procedimiento científico, quizá no sea tan fácil llevarla a efecto. Puede ser difícil conservar la independencia frente a las creencias y presuposiciones de sentido COMI:IP que los analistas comparten necesariamente con otros integrantes de la sociedad, así como evitar juzgar la racionalidad de los otros actores sociales. Además, las ciencias sociales están llenas de sistemas teóricasaos términos incorporan intrínsecamente tales creencia y juicios, y es en este último contexto en el que se manifiesta el radicalismo del método de Garfinkel. Investigaciones sobre las propiedades de las acciones prácticas: los experimentos de ruptura Al comenzar sus investigaciones sobre las propiedades del conocimiento y la acción de sentido común, Garfinkel sostenía que el actor social responde “no solo a la conducta, sentimientos, motivos y relaciones percibidos y a otros elementos socialmente organizados de la vida en torno a él”, sino también a la “normalidad percibida de estos acontecimientos” (Garfinkel: 1963, p. 188)13. Sin embargo su forma de abordar el estudio de este último fenómeno no parte de un intento de caracterizalos puntos de vista subjetivos de los actores sociales14 . Por el contrario. Garfinkel empezó suponiendo que la “normalidad percibida” de los acontecimientos sociales puede investigarse desde el “exterior” manipulando experimentalmente secuencias de acciones. Es posible utilizar estas manipulaciones para determinar las condiciones en que puede considerarse que los acontecimientos se perciben como normales, ypara encontrar procedimientos que les permiten a los actores sociales intentar “normalizar” las discrepancias entre los acontecimientos esperados y los que se dan de hecho. En la práctica, esto significaba comenzar con un contexto de interacción establecido y observar qué puede hacerse para disrrumpirlo. Más tarde afirmarla Garfinkel, resumiendo la lógica de este procedimiento: las operaciones que habrían de llevarse a cabo pala multiplicar los rasgos absurdos del entorno percibido, para producir y mantener extrañeza, consternación y confusión, para producir los sentimientos socialmente estructurados de ansiedad, vergüenza, culpa e indignación tendrían que mostrarnos algo acerca de cómo se producen y mantienen ordinaria y rutinariamente las estructuras de. las actividades cotidianas. (Garfinkel: 1984b, pp. 371) Este enfoque tuvo corno resultado una larga serie de ingeniosos y variados experimentos de ruptura. (Garfinkel: 1952; 1963; 1984b) En los estudios publicados, Garfinkel comenzó considerando el caso de los juegos. Los juegos, observó, tienen un conjunto de reglas básicas que definen la serie de lances legalmente posibles, Un conjunto de reglas es constitutivo del juego en la medida en que las modificaciones de ese conjunto modifican la identidad del juego que se está desarrollando. 13 Garfinkel definía la “normalidad percibida” de los acontecimientos por referencia a los siguientes elementos: los elementos formales percibidos que los acontecimientos del entorno tienen para quien los percibe como casos de una clase de acontecimientos, es decir, tipicalidad; sus “posibilidades” de ocurrrencia, es decir, probabilidad; su comparabilidad con acontecimientos pasados o futuros; las condiciones de sus ocurrencias, es decir, textura causal; su lugar en un conjunto de relaciones de medios a fines, esto es, su eficacia instrumental; su necesidad de acuerdo con un orden natural o moral, es decir, su requeribilidad moral (Garfinkel: 1963, p. 188). 14 Como observa Garfinkel, “Siguen una preferencia teórica, afirmaré que los acontecimientos significativos son entera y exclusivamente los acontecimientos del entorno conductual de la persona... Por tanto no hay razón alguna para mirar debajo del cráneo, pues nada de interés se encontrará allí, a excepción del cerebro. Se dejará intacta la 'piel' de la persona. Las preguntas se limitarán a las operaciones que pueden efectuarse en acontecimientos pertenecientes al entorno de la persona” (Garfinkel: 1963, p.190). El conocimiento de las reglas y la presunción de su carácter recíprocamente vinculante permiten que cada jugador use las reglas “como un esquema para reconocer e interpretar las manifestaciones conductuales de los otros jugadores y las suyas propias como sucesos propios de la conducta del juego” (Garfinkel: 1963, p. 190). Por consiguiente, en un contexto de “confianza”, en el que los jugadores dan por supuesto que las reglas básicas del juego constituyen una definición de la situación y de su relación con los otros jugadores (1963, pp. 193-4), las reglas básicas proporcionan un sentido de la conducta como acción. Son los términos en los que un jugador decide si ha identificado correctamente o no “lo ocurrido”. El “significado subjetivo” se “vincula” a una conducta en función de estas reglas. (Garfinkel: 1963, p. 195) Dadas estas características, es relativamente fácil disrumpir un juego, y Garfinkel describe un ejercicio en el que el juego de las “tres en raya” era disrumpido por los experimentadores, quienes pedían al sujeto que hiciera el primer movimiento y colocaban la ficha en otra casilla, realizando entonces su primer movimiento sin indicar en modo alguno que se había hecho algo desacostumbrado Efectuadas más de 250 pruebas, el 95 por ciento de los sujetos de experimentación manifestaron algún tipo de reacción frente a este comportamiento, y más de un 75 por ciento lo objetó o exigió que se les explicara. El experimento mostró de forma terminante que las conductas discrepantes motivaban intentos inmediatos de normalizar la situación. Y lo más importante es que también mostraba que quienes trataban de normalizar la discrepancia modificando el paradigma con arreglo al cual se entendían los sucesos (por ejemplo, suponiendo que el experimento era una broma o que daba comienzo a un juego nuevo) eran los que se mostraban menos alterados. A diferencia de estos, quienes trataban de normalizar el suceso manteniendo las reglas originales del juego como orden constitutivo de los sucesos eran los que parecían más alterados. Por lo tanto; los paradigmas interpretativos que se usaban para determinar “qué había.ocurrido” tenían una influencia espectacular en las acciones y sentimientos de los participantes. Sin embargo, si bien es relativamente fácil describir y romper las formas de comprensión constitutivas de los juegos, no es tan fácil trasladar el ejercicio a la esfera de la acción social ordinaria15 . Persiguiendo este objetivo, Garfinkel utilizó extensamente los análisis de las expectativas constitutivas de la vida cotidiana que Schutz llevó a cabo (vid, en especial Garfinkel: 1963, pp. 209-17; 1984b, pp. 53-65). En particular, trató de mostrar que las acciones que disrumpian la presuposición fundamental de la reciprocidad de perspectivas desembocarían en el tipo de sorpresa, irritación y esfuerzos enérgicos por restablecer la situación que se habían encontrado en los experimentos con juegos. El procedimiento que adoptó fue pedirles a los experimentadores que insistieran en que sus co-interactuantes aclararan el sentido de sus observaciones triviales sin indicar de ninguna manera que ocurría algo inusual. Los resultados de este procedimiento fueron espectaculares, y ahora se conocen tan ampliamente que un único protocolo servirá para ilustrar el tipo de resultados que arrojó: El sujeto le estaba contando al experimentador, quien habitualmente viajaba con ella al trabajo, que el día anterior había tenido un pinchazo camino del trabajo. S: “Se me pinchó una rueda” 15 Garfinkel describe varias diferencias importantes entre las situaciones del juego y las de la “vida real” (Garfinkel: 1963, pp. 206-9). E: “¿Qué quiere decir que se te pinchó una rueda?” Durante un momento quedó atónita. Al cabo contestó, irritada: “¿Qué es eso de ‘qué quiere decir’ ? Una rueda pinchada es una rueda pinchada. Eso es lo que quiero decir. Nada en especial. ¡Qué pregunta más tonta!” (Garfinkel: 1984b, p.42) En muchos otros casos los sujetos respondían a los actos de ruptura con este tipo de irritación, o, alternativamente, pidiéndole al experimentador que explicara su conducta, con intentos de interpretar los actos de ruptura como bromas y, en uno de los protocolos reproducidos, con pasividad. Tanto en los experimentos con juegos como los llevados a cabo en situaciones reales, la “normatividad percibida” de los acontecimientos se hacía seriamente problemática y, en ambos casos, esto se conseguía socavando “un conjunto de presuposiciones 'más fundamentales' en función de las cuales los actores tratan los casos de conducta como ejemplos de acciones intencionales que un miembro del grupo asume como “evidentes'', (Garfinkel: 1963, p. 198). Por tanto, las observaciones sobre los juegos pueden generalizarse en un grado considerable: Cuando comenzamos a trabajar con los juegos, dimos por supuesto que la omnirrelevancia de la regulación normativa era un rasgo peculiar de los juegos... Sin embargo, cuando aplicamos los procedimientos de inducción de incongruencia a las situaciones de la 'vida real', fue desalentador descubrir la variedad de acontecimientos, aparentemente infinita, que se prestan a producir sorpresas en verdad desagradables. Estos acontecimientos van desde aquellos que, de acuerdo con el sentido común sociológico, serían “críticos”, como estar muy cerca de una persona cuando se mantiene una conversación anodina por lo demás, hasta los que de acuerdo con el sentido común sociológico serían “triviales”, como decir “hola” al final de una conversación... Conjeturamos por consiguiente que todas las acciones en tanto que sucesos percibidos pueden poseer Una estructura constitutiva, y que quizá la variable decisiva para causar la indignación es la amenaza al orden normativo de los acontecimientos en cuanto tal. (Garfinkel: 1963, p. 198) Las implicaciones de estas observaciones son enormes. Si todas las acciones pueden analizarse en función de sus estructuras constitutivas y estas últimas son visibles —incluso aunque “sean vistas sin que se repare en ellas”— en la organización de la propia, acción, entonces queda abierto el camino al análisis estructural detallado de esa organización. Y este análisis no se centrará en las motivaciones de las acciones sociales sino en los principios metódicos [procedural] mediante los que esas acciones se producen y se entienden: los modos en los que las mismas acciones revelan su propia analizabilidad. Y, en tal contexto, las motivaciones y otros factores “subjetivos” que generalmente se consideran subyacentes a las acciones pueden entenderse, si se analizan desde una perspectiva sociológica, como accesibles a los actores en virtud de una combinación del conocimiento contextual y su aprehensión tácita de la estructura metódica de sus propias actividades16 . 16 Desde este punto de vista la “intuición” del actor puede considerarse la capacidad de realizar inferencias coordinadas basadas en una aprehensión del detalle conductual y el trasfondo contextual. Investigaciones sobre la analizabilidad de la acción A pesar de la serie de discusiones del “contexto” que ocupan las páginas de Studies in Ethnomethodology, sigue siendo fácil perder de vista hasta qué punto la contextualidad de las acciones ordinarias ha demostrado ser un recurso fundamental para su comprensión. Por ejemplo, indicando cómo un matrimonio dio sentido a una conversación, Garfinkel señalaba que cada uno interpretaba las palabras del otro por referencia a su lugar en un orden serial y basándose en unos antecedentes cuyo conocimiento se suponía compartido (Garfinkel pp. 38-42). En un experimento en que se pedía a los estudiantes que observaran los sucesos que se desarrollaban en su casa desde la perspectiva de un huésped, Garfinkel relataba que, siguiendo sus instrucciones, los estudiantes suprimían los supuestos familiares y biográficos de acuerdo con los que suele describirse a los miembros de la familia y sus actividades. En consecuencia casi todos los estudiantes “conductualizaron” sus descripciones de las situaciones familiares17 . Practicando esta nueva forma de observación se hicieron incómodamente conscientes de los detalles precisos de comportamiento y también de los “altercados, disputas y motivaciones hostiles” que, como solían afirmar, no representaban una imagen “auténtica” de su familia. Muchos de los estudiantes manifestaron que sintieron alivio al volver a interpretar los acontecimientos situándolos en el contexto normal de mutua inteligencia (Garfinkel: 1984b, pp. 44-9). En este caso, la supresión de un conjunto de supuestos contextuales alteró radicalmente la forma en que se percibían y describían los sucesos. En otras situaciones, la importancia del “conocimiento de fondo” era igual de decisiva al interpretar la naturaleza de los sucesos y las acciones. En un estudio basado en informes clínicos especiales ideados con el fin de desarrollar un modelo de procedimiento para el tratamiento de los pacientes externos de una clínica psiquiátrica, Garfinkel descubrió que los codificadores de los datos asumían un conocimiento contextual de los procedimientos de la clínica con el fin de facilitar el proceso de codificación; en este caso, el “conocimiento contextual” al que se recurría incluía supuestos sobre los procedimientos de la clínica: el mismo fenómeno que pretendía determinar el estudio. Como subraya Garfinkel, no se recurría a estos supuestos para resolver ambigüedades de los datos, sino que este conocimiento presupuesto parecía necesario, y se recurria a el con la mayor deliberación siempre que, por cualquier razón, los codificadores necesitarán convencerse de que habían codificado “lo que de verdad ocurrió”. Esto sucedía así con independencia de si habían encontrado o no datos “ambiguos”. (Garfinkel: 19842, p. 20) En estas y en otras investigaciones que describe Garfinkel la contextualidad de las acciones y sucesos es siempre una contextualidad imputada, y esta imputación es, a su vez, un elemento clave para la comprensión de las acciones, es decir, un elemento clave de su 17 Es decir, que los estudiantes tendían a excederse en su tarea eliminando aspectos de su conocimiento de sentido común relativo a las estructuras sociales, y no solo los detalles biográficos familiares. explicabilidad. Pero si el recurso a elementos contextuales es, inevitablemente, parte fundamental de la intelección de los acontecimientos, ¿cómo se aplican esos elementos contextuales? En su ensayo “Commonsense Knowledge of Social Structures” (Garfinkel: 1984c) Garfinkel expuso un importante proceso que, según afirma, determina muchos aspectos de la interpretación de la acción. Siguiendo a Mannheim (1952), denominó este proceso “método de documental interpretación”, y observó que el método consiste en tratar un fenómeno real como “documento de”, como si “apuntara a”, como si “estuviera en lugar de” un modelo subyacente presupuesto. Dicho modelo subyacente no solo se deriva de sus pruebas documentales individuales, sino que estas, a su vez, se interpretan según “lo que se sabe” del modelo subyacente. Cada uno es usado para elaborar el otro. (Garfinkel: 1984c, p. 78) Este proceso, cuyo modo de funcionamiento se evidencia, por ejemplo, en la interpretación de las figuras gestálticas, también se da, observa Garfinkel, en “el reconocimiento de acontecimientos y objetos tan comunes como carteros, gestos amables y promesas” (1984c, p. 78). Garfinkel desarrolló su discusión del método documental en el contexto de un estudio que había sido ideado para exagerar sus características. Se invitó a los estudiantes a que participaran en una nueva forma de tutoría, en la que el estudiante y su tutor quedaban separados en habitaciones adyacentes conectadas por un sistema de intercomunicación. Se le pedía al estudiante que expresara a grandes rasgos los antecedentes del problema para el que buscaba consejo, y que planteara a continuación una serie de de preguntas que pudieran responderse con “sí” o “no”. En el intervalo entre preguntas se le pedía al estudiante que desconectara el sistema de intercomunicación y que grabara en un magnetófono sus reflexiones sobre la respuesta que se le había dado. Al final de la sesión se solicitaba de los estudiantes que refirieran sus impresiones sobre ella, y posteriormente eran entrevistados. Los sujetos no sabían que las respuestas de los “tutores” se determinaban por una tabla de números elegidos al azar, y que el experimento había sido pensado para observar cómo habían entendido respuestas que, como es obvio, eran puramente aleatorias18 . En su discusión de los resultados del estudio, Garfinkel subraya el grado hasta el cual los estudiantes eran capaces de completar el intercambio y resumir y evaluar el “consejo que se les había dado” (Garfinkel: 1984c, pp. 89-94). A pesar del carácter casual de las respuestas de los consejeros, los estudiantes no las trataban corno aleatorias. En lugar de ello, consideraron que las respuestas estaban motivadas por las cuestiones, y pensaron que podían entender “que era lo que quería decir el consejero”. Los sujetos situaron el contenido del “consejo” que recibían examinando aspectos concretos de sus propias preguntas, y elaborando estos aspectos a lo largo de una serie de intercambios, como si quisieran asegurar y mantener, en la medida de lo posible, un modelo consistente de “consejo”, interpretaron el sentido del “consejo” por referencia a su propio conocimiento de sentido 18 Vid. Garfinkel (1984e, pp. 80-8); McHugh (1968) para protocolos detallados de los resultados de este experimento. común de diversos aspectos normativamente valorados de la pertenencia a la colectividad, conocimiento que, según presuponían, compartían con el consejero. Además, juzgaban el consejo “razonable” o “irrazonable” siguiendo el procedimiento de asignar “valores que se percibían como normales” (vid. nota 13) a las propuestas de los consejeros. Sobre todo, los sujetos dedicaron considerables esfuerzos a mantener un tipo de interacción basada en un modelo de “tutoría”. Con este fin, acomodaban repetidamente a cada respuesta dada el “modelo de consejo” y el “problema subyacente al que se dirigía ese consejo” como “para mantener el curso del consejo, para elaborar lo que realmente se había aconsejado previamente y para motivar las nuevas posibilidades como elementos emergentes del problema (1984c, pp. 89-94). Al enfrentarse con respuestas incompletas, inapropiadas o contradictorias, los sujetos frecuentemente decidían esperar para ver si posteriores respuestas clarificaban la situación, o si “encontraban una razón” que “diera sentido” a la respuesta, o concluían que el consejero había “cambiado de opinión” o “aprendido algo nuevo” entre respuesta y respuesta, o que no estaba suficientemente familiarizado con los detalles del problema o que la pregunta estaba mal planteada, etc. En resumen, los sujetos empleaban ad hoc todos los medios a su disposición de manera me pudieran mantener su compromiso con la interacción en tanto que proceso de tutoría en el que toman parte consejeros dignos de confianza y debidamente motivados. De este estudio pueden sacarse con facilidad varias conclusiones. La primera es simplemente el reconocimiento de la enorme variedad de presuposiciones, elementos del conocimiento, inferencias y rasgos contextuales Que se emplearon como recursos para mantener la coherencia de los sucesos centrales de la interacción. Aunque el termino “método documental de interpretación” se refiere a un proceso de comprensión general es conveniente recomer que existe un número indefinidamente elevado de elementos que son agua para su molino procesual. En relación con esto, es claro que en todas las fases del experimento los sujetos tenían una comprensión provisional de lo que estaba ocurriendo, una comprensión “vaga” y sujeta a revisión. Aunque estaban basadas tanto en la aplicación de un conocimiento detallado como en el uso de inferencias que operan en detalle” sobre tos aspectos particulares de las interacciones, las inferencias de los sujetos no pueden interpretarse como productos de reglas claras o de algoritmos aplicados sin ambigüedad. Garfinkel ha mostrado en repetidas ocasiones que la aplicación de reglas implica invariablemente el uso de recursos ad hoc, tales como las cláusulas “a menos que”, “etcétera” y “dejémoslo así”19 . No cabe duda de que estos recursos se utilizaron en la interpretación que los sujetos hicieron de sus sesiones de “tutoría”. Finalmente, tenemos que observar una vez más hasta qué punto se les concedía repetida y ex tensamente el beneficio de la duda a estos “modelos subyacentes” presupuestos (es decir: la interacción implicaba una “relación de tutoría” inteligible como tal) a pesar de que existían indicios que apuntaban en sentido contrario. De acuerdo con la descripción de Schutz de la “actitud natural”, los participantes en el experimento suspendieron efectivamente durante tanto tiempo como fue posible cualquier duda que pudieran haber comenzado a albergar sobre el carácter de la interacción. Hechas estas observaciones, sin embargo, he de observar que en un importante aspecto los resultados del experimento de “tutoría” se encuentran en un relación sorprendentemente 19 Vid. internalia, Garfinkel (1984a, pp. 2-4, 18-24) y Garfinkel (1984c). paradójica con los resultados de los “experimentos de ruptura” discutidos en la sección anterior. Los sujetos del experimento de “tutoría” persistían en la creencia de que se encontraban en una verdadera situación de “tutoría”, y se mostraron excepcionalmente ingeniosos recurriendo a consideraciones ad hoc para mantener este sentido de los acontecimientos. Por el contrario, los sujetos de los experimentos de ruptura abandonaban con suma rapidez cualquier intento de comprender lo que estaba ocurriendo, respondiendo inmediatamente con irritación y hostilidad a las acciones de los experimentadores. Parece que la clave de estas dos respuestas alternativas reside en el grado en que los sujetos del experimento podían interpretar la conducta del experimentador como inteligible y, razonable. En la medida en que los experimentadores mostraran formas de comportamiento que pudieran ser metódicamente [procedurally] ajustadas20 al contexto en el que se producían, los sujetos estaban dispuestos a responder sobre la base de la “confianza”, y a aplicar una interpretación que “hiciera inteligibles” los acontecimientos. Sin embargo, cuando los experimentadores mostraban una conducta que no pudiera ajustarse de esa manera, dicho comportamiento era inmediatamente sancionado. A pesar de que los sujetos a menudo quedaban desconcertados y extrañados durante estos experimentos, es significativo que no analizaran la conducta de los experimentadores “disruptivos” como carente de sentido, casual o inmotivada. Los experimentos de disrupción de Garfinkel estaban originalmente ideados, en efecto, para paralizar el método documental de interpretación y crear situaciones de total pasividad y anomia. Lo cierto es, sin embargo, que rara vez ocurrió esto. El “método documental” continuó funcionando, y los sujetos fueron capaces de reaccionar a lo que les estaba sucediendo. En efecto, el hecho de que un sujeto respondiera de forma predominantemente hostil mostraba que su análisis de la conducta de los experimentadores le indicaba que las 20 Garfinkel subraya que todo conocimiento tiene una base metódica. Observa que “Por lo que se refiere a su conducta en los asuntos cotidianos, las personas dan por supuesto que lo dicho se entenderá de acuerdo con los métodos que las partes usan para entender lo que dicen para que resulte claro, consistente, coherente, comprensible o deliberado, es decir, como sujeto a la jurisdicción de ciertas reglas: en una palabra, como racional. Ver el “sentido” de lo que se dice es atribuir un carácter “normal” a lo que se dice. «El «acuerdo compartido» se refiere a diversos métodos sociales para lograr que los participantes reconozcan que algo se dijo “de acuerdo con una norma”, y no a La concordancia demostrable de cuestiones sustantivas. Por consiguiente, debemos concebir el entendimiento común como una operación más que como una intersección común de conjuntos que se solapan, (Garfinkel: 1984a, p. 30). motivaciones de tal conducta, aunque de momento eran desconocidas, probablemente eran hostiles21 . Por tanto, es esencial para la analizabilidad de la acción el fenómeno de la confianza metódica [procedural trust]. Los participantes abordan cualquier situación con un conjunto de procedimientos interpretativos que usarán, en gran parte inconscientemente, para determinar el sentido específico de las acciones sociales concretas, situadas. Pero cuando no puede definirse ese sentido, los participantes no tienen que abandonar necesariamente los métodos que sirven de base a su comprensión. Más bien usarán esos mismos métodos básicos como fundamento para juzgar las acciones sociales como desviaciones de la conducta “normal y razonable”, como negativamente motivadas y moralmente reprobables. De este modo, los métodos mediante los que se interpreta la acción son doblemente constitutivos de las actividades que organizan. Por un lado, hacen inteligible la conducta que se percibe como normal; por otro, ponen en evidencia la conducta que se desvía de esta. Los métodos interpretativos tienen por tanto ciertas propiedades sorprendentes. No solo es posible aplicarlos de forma flexible, de modo que permitan que conductas diversas puedan asimilarse a un modelo subyacente dado, sino que también pueden emplearse para evidenciar la motivación o “deliberación” (y por tanto el significado) de las acciones que se desvían de los dictados de ese modelo. Esto significa a su vez que el conjunto de métodos interpretativos mediante los que se hace inteligible una acción tienen la notable propiedad de “cubrir” totalmente el campo de acción. No hay, por consiguiente, ninguna acción no categorizable; incluso aunque, en los límites de la discusión, algunas de las desviaciones más drásticas de la conducta “percibida como normal” se sitúan en la categoría residual de conductas “insanas”. La doble constitución característica de los procedimientos interpretativos tiene una importancia inmensa para el análisis de la acción social ordinaria, que trataremos a continuación. 21 Significativamente, la extraña conducta del experimentador solía motivar intentos de explicación en función de motivos e intenciones. Garfinkel refiere numerosos casos. Por ejemplo, (1) en una partida de ajedrez en la que, antes de realizar una jugada, Garfinkel intercambió las posiciones de dos piezas idénticas —p. ej., dos peones— sin que esto creara ningún cambio efectivo en el estado de la partida, los sujetos, no obstante, «hablaban de lo misterioso de mis motivos. (Garfinkel: 1963, p. 199). (2) De forma parecida, después de muchos de los experimentos de ruptura, tanto los sujetos corno los experimentadores encontraban dificultades para volver a normalizar sus expectativas habituales incluso cuando se les revelaba el carácter experimental de la prueba (vid. Garfinkel: 1984b, pp. 48-9, 52-3). Continuaban preguntándole al experimentador sus motivos, a menudo quejándose: “Muy bien, era un experimento, pero ¿por qué ha tenido que elegirme a mí?” Es característico que el sujeto y el experimentador no quedaran satisfechos con las explicaciones que se les daban, y que desearan alguna aclaración más, aunque no supieran muy bien en qué podría o debería consistir” (1984b, pp. 72-3). (3) También en el experimento de la tutoría Garfinkel observó que los estudiantes no podían dejar de buscar una motivación que explicara el comportamiento del experimentador: “Los sujetos tenían muchas dificultades para captar las implicaciones propias del carácter casual de las respuestas. Consideraban que una respuesta predeterminada era un engaño, no una respuesta decidida de antemano e independiente de las preguntas e intereses del sujeto” (1984c, p. 91). El tratamiento (elaborativo secundario) del comportamiento desviado como comportamiento con motivos especiales es un factor central en el mantenimiento de las expectativas normativas en tanto que recursos interpretativos en contextos de acción ordinarios. Normas y acción: determinación normativa versus explicabillidad moral Entre las principales perspectivas sociológicas que se ocupan del análisis de la acción social, ha sido tradicional considerar que las acciones ordinarias están gobernadas por reglas (Wilson: 1971) o determinadas por normas morales y, de este modo, especificar el mecanismo fundamental mediante el cual las colectividades configuran y limitan las actividades de sus miembros22 . En la influyente explicación parsoniana de este proceso, las normas morales se interiorizan para constituir las disposiciones de necesidad de los individuos en un proceso de socialización que, en lo esencial, consiste en un condicionamiento mediante la administración de premios y castigos. En este análisis se omite cualquier estudio fundamentado del razonamiento que llevan a cabo los actores ordinarios en situaciones de acción. Se trata al actor social como a un “idiota que juzga”, es decir, como al: “hombre-de-la-sociedad-del-sociólogo”, que produce las características estables de la sociedad actuando de conformidad con las alternativas de acción preestablecidas y legítimas. Y por tanto, el uso que hacen las personas del conocimiento de sentido común de las estructuras sociales a lo largo de la “sucesión” temporal de situaciones concretas se trata como epifenoménico. (Garfinkel: 1984b, p. 68) En esta formulación del “idiota que juzga” no hay una concepción del actor social que usa sus recursos interpretativos para entender el carácter de las circunstancias en las que se encuentra y que, como parte de este proceso, determina qué posibles alternativas se evaluarán con relación al orden normativo de los acontecimientos en que se halla envuelto. No hay, en suma, un análisis de la acción social construido en función de lo que es esencial para los participantes en esa acción: la inteligibilidad mutua y la explicabilidad moral de la acción. Tal tratamiento implica una reconceptualización fundamental de las concepciones tradicionales de la función de las normas en la actividad social. Sin embargo, una vez que estos elementos se sitúan en el centro del análisis, aparece un método para el análisis de la acción radicalmente distinto, aunque teóricamente coherente y empíricamente fructífero. 1. La situación de la acción Una reconceptualización inicial de la teoría de la acción que viene exigida por los resultados de las investigaciones de Garfinkel se refiere a la misma situación de la acción. En el análisis parsoniano y, en general, en el “paradigma normativo” (Wilson: 1971), las nor mas compartidas funcionan como nexos estables entre las situaciones y las acciones que determinadas condiciones situacionales dadas exigen. Fundamentalmente, se considera que las “situaciones dadas” que en principio son reconocidas por los participantes con independencia de consideraciones normativas— evocan expectativas y disposiciones 22 Como Wilson (1971, p. 66) ha observado, tanto las teorías del conflicto como las teorías del consenso han compartido este supuesto, y su desacuerdo se refiere, sobre todo, a la cuestión de hasta qué punto existe un consenso normativo y en qué medida el consenso origina la integración social. normativas específicas que se manifiestan en una determinada conducta. Por tanto, el modelo normativo de acción concertada no solo requiere que los actores hayan tenido una formación normativa similar, sino también que compartan percepciones comunes de las situaciones empíricas en que se encuentran. Si se cumple esta última condición, puede considerarse que los actores están situados en contextos que, mediante normas apropiadas, determinan sus acciones conjuntas. En este análisis, cada situación se trata corno discreta y anterior a la acción, y se considera que determina la acción en una relación del tipo “continente-contenido” 23 . En este paradigma se ignora la función constitutiva del tiempo en la organización de la actividad corno secuencia temporal. Aquí no existe ninguna posibilidad de que las perspectivas temporales retrospectivo-prospectivas desempeñen su función interpretativa; función que, como muestra Garlankel, es esencial para comprender incluso una conversación elemental (Garfinkel: 1984b, pp. 38-42). Y, en general, la teoría tiende a tratar la relación temporal entre una situación y las acciones que genera como algo que ocurre dentro de los límites de un único y breve momento (Garfinkel; 1952, p. 147). Pero esta concepción de la relación entre una acción y su contexto no es consistente con los descubrimientos de Garfinkel acerca del modo de operar del método documental de interpretación en situaciones ordinarias de acción. Como recordaremos, Garfinkel descubrió que el contexto de la acción no solo influye en lo que se piensa que constituye la acción, sino que las acciones componentes también contribuyen a que la situación de la acción adquiera progresivamente un sentido24 . La “acción” y el “contexto” son elementos que se elaboran y determinan mutuamente en una ecuación simultánea que los actores están continuamente resolviendo y volviendo a resolver para determinar la naturaleza de los acontecimientos en los que están situados. Por tanto, no es correcto afirmar que las. “circunstancias” de una acción son simplemente anteriores a un conjunto subsiguiente de acciones que ellas “envuelven”. Cómo presupuestos (no inalterables) de la acción y de la interpretación de la acción, las “circunstancias” han de interpretarse como los productos en evolución y modificables de las acciones que las constituyen. 2. El nexo entre norma y situación Al análisis de la acción se le plantea un problema conexo al considerar la relación entre las normas mediante las cuales se “determinan” las acciones y las situaciones a las que se aplican esas normas. El problema central es que toda situación de acción difiere —en mayor o menor medida— de cualquier otra, y que en principio, por consiguiente, el mundo social consiste en número indefinidamente amplio de situaciones de acción diferenciables25 . Pero aunque el paradigma normativo parte del supuesto de que existe un dominio de situaciones discretas a partir de las cuales se generarán las acciones mediante la 23 24 Esta imagen se ha tomado de Burke (1945). Vid. en particular los análisis de Gafinkel del proceso mediante el cual se entiende una simple conversación (Garfinkel: 1984b, pp. ,38-42) y de las características de los procesos de comprensión en el experimento de tutoría (1984c, pp. 89-94). 25 Como ha observado Sacks (1965), cada situación de acción es única e indefinidamente descriptible. intervención de las normas, el modelo se encuentra amenazado por la perspectiva de una serie indefinidamente larga de contextos de acción únicos26 . Esta claro que no existen prescripciones normativas para cada situación de acción; si existieran, cada prescripción quedaría fuera de uso después de una sola aplicación. Tal resultado, si fuera concebible, socavaría el mismo concepto de norma de conducta, y haría inimaginable que pudieran compartirse tales reglas. Pero si las normas o reglas interiorizadas han de determinar la acción a través de situaciones diversas, será necesario que el método que permita identificar el dominio al que son aplicables esas reglas forme parte integrante de la teoría normativista. Sin embargo, en la filosofía de la acción post-wittgensteiniana es un lugar común la idea de que los límites de tales categorías son negociables y revisables a través de los usos de los actores, cuyo carácter es a su vez negociable y no determinista27 . En resumen, como ha observado el teórico del derecho H. L. A. Hart, “las situaciones de hecho concretas no nos salen al paso ya diferenciadas unas de otras y etiquetadas como casos de una regla general cuya aplicación es lo que está en cuestión; ni la misma regla puede tampoco adelantarse a exigir sus propios casos” (Hart: 1961, p. 123). Los participantes deciden en qué casos deben aplicarse las reglas a la luz de los detalles de la situación en que se encuentran. Además, dado que las situaciones en que puede aplicarse una regla variarán en los detalles específicos, el sentido característico de la aplicación de la regla también diferirá en cada conjunto de circunstancias. Garfinkel se refiere a este problema, inter alia, cuando recomienda la táctica de rechazar el considerar seriamente la idea predominante de que... las propiedades racionales de las actividades prácticas se evalúan, reconocen, categorizan y describen empleando una norma o un estándar obtenidos fuera de las propias situaciones en las que los participantes en dicha situación reconocen, usan, producen y comentan las mencionadas propiedades. (Garfinkel; 1984a, 33) Por tanto, si estas dos áreas de problemas —el dominio de acciones al que se aplican las normas dadas y la aplicación concreta de normas a contextos situacionales específicos— hay deficiencias lo bastante importantes para desacreditar irremediablemente el modelo de acción del determinismo normativo. Esto no quiere decir que las expectativas normativas sean irrelevantes en la organización de la acción. Lo que indica es que ha de reconsiderarse su función. A diferencia del modelo de acción normativo-determinista descrito arriba, las investigaciones de Garfinkel sugieren un análisis normativo fundado en la noción de explicabilidad normativa de la acción. De acuerdo con este punto de vista, las expectativas normativas de los actores no se tratan como reguladoras o determinantes de las. acciones que pueden reconocerse con independencia de las normas, sino como elementos que desempeñan una función constitutiva en el proceso mediante el cual los actores reconocen en qué consiste una acción. Así, las sucesiones temporales de acciones se captan 26 Para el paradigma normativo, la problemática relación entre normas morales generales y un conjunto diverso de situaciones de acción únicas se manifiesta como una variante del problema de los universales. 27 Vid. Barnes (1984a, 1984b) para una discusión lúcida de alguno de los problemas implicados. y describen como mutuamente relacionadas por referencia, sobre todo, a conjuntos de expectativas normativas. Es así como una secuencia de acciones -tal como una serie de respuestas y preguntas— puede hacerse observable/descriptible o explicable, por ejemplo, como una lección escolar. Sin embargo, para que una lección se produzca de forma observable/descriptible, es preciso que se dé un conjunto de acciones que puedan reconocerse como sus “actividades integrantes” en órdenes o secuencias concretos y configurados de determinada manera. Solo si se cumple esta condición el suceso puede ser continuamente estructurado como una “lección” reconocible como tal durante el lapso de tiempo en que transcurre su producción. Dentro del propio suceso, las acciones integrantes serán producidas por participantes que inevitablemente captarán, siquiera tácitamente, los momentos contextuales específicos en los que deben actuar, y de qué forma satisfarán o defraudarán las expectactivas constitutivas vinculadas a esos momentos las diversas alternativas de acción posibles. De este modo cada acción sucesiva se evidencia —mediante las normas que son colectivamente constitutivas de “aquello en lo que consiste una lección escolar”— Como mantenimiento o desviación de las expectativas constitutivas de las lecciones escolares. Por tanto, la forma más correcta de considerar la “situación de acción” —la lección— es concibiéndola como la presuposición, el proyecto y el producto de sus propias acciones constitutivas. Como Garfinkel observa, “recomendamos la estrategia de considerar cualquier acción social como auto-organizativa con respecto al carácter inteligible de sus propias apariencias” (1984a, p. 33). Además, cada acción constitutiva ha de ser analizada como determinación, ajuste, restauración, alteración o ruptura del “contexto de la clase”, y se hallará que así se ha analizado en y por su propia producción o, como señala Garfinkel, “reflexivamente” o “inherentemente” [incarnately]28 . De esto se sigue que, incluso en una situación como una clase, en la que la función reguladora de normas o principios de conducta pueda parecer obvia, existe una función constitutiva mucho más importante de las normas de la actividad propia de la clase. Esta función constitutiva es particularmente obvia cuando se infringen las normas; y de dos maneras. 1. Es evidente que las normas de la conducta en la clase son constitutivas (mediante la propiedad de “doble constitución”) de la conciencia que tienen los actores de las actividades que se desvían de ellas. Las normas de conducta en la clase son por tanto, inevitablemente, los vehículos mediante los que puede producirse una conducta que, por ejemplo, desafíe, desacredite o ponga en ridículo el papel del profesor. Tal conducta es manifiesta para todos quienes sean conscientes de las normas, y sus autores pueden considerarse moralmente responsables de ella en la medida en que sean conscientes de las normas29 . 2. El carácter preciso de tales desviaciones de la norma puede entenderse en detalle partiendo de un análisis de sus contextos, que necesariamente constituirán su sentido en cuanto acciones. Y mediante este análisis detallado pueden explicarse las 28 Por ejemplo, no puede llamarse «insolente» la respuesta a la pregunta de un profesor antes de poder reconocer su carácter; al contrario, ha de reconocerse su carácter antes de que pueda dársele ese nombre. 29 Peter French ha ilustrado elegantemente este punto con la siguiente observación acerca de una clase infantil, El profesor le preguntó a un niño,que estaba mirando por un microscopio qué era lo que veía. Levantando la vista, el niño replicó: “Mira”. French hizo notar que todos los niños de la clase que había observado aprendieron a evitar respuestas semejantes en la tercera semana de su primer semestre escolar. desviaciones como voluntarias o involuntarias, como constructivas o sancionables, etc. 3. El carácter vinculante de las normas Uno de los dogmas fundamentales del análisis parsoniano de las compulsiones normativas es que sería difícil o imposible para los actores sociales actuar de forma calculadora con respecto a las normas que han interiorizado. Una vez interiorizadas, las normas se convierten en disposiciones necesarias de la personalidad que conducen la acción de manera (en gran medida) irracional y prescrita, y es esto lo que establece su carácter vinculante. Para Garfinkel, por el contrario, las convenciones normativas han de entenderse fundamentalmente como recursos para establecer y mantener la inteligibilidad de un campo de acción. Como mostraron los experimentos de ruptura, con independencia de qué acciones tengan lugar los actores tratarán de entenderlas por referencia a las normas; y en aquellos casos en los que no pueda considerarse que la acción obedezca a una convención normativa, será tratada como una desviación de esa convención. Es posible dar a su vez tratamientos “elaborativos secundarios” a estas desviaciones, tratamientos en los que puede apelarse a motivos (a menudo negativos) e intenciones concretas para Interpretarlas30 . Además de las convenciones normativas pueden, en caso de ruptura, constituir recursos para transformar situaciones de acción, redefiniendo las identidades sociales en juego, etc. Estas interpretaciones, sin embargo, generalmente dan por supuesto que (contra Parsons) las convenciones normativas aplicables a una situación de acción son cognoscitivamente accesibles a todos los implicados, y que por consiguiente el “desviado” es por lo general alguien que “debía habérselo pensado mejor” o que “podía haber actuado de otra manera”. Las nociones convencionales de la responsabilidad de una acción (y de la sancionabilidad de una acción) descansan en este supuesto. Todas estas interpretaciones dependen de la capacidad del actor para adoptar una orientación reflexiva (y en ocasiones calculadora) con respecto a convenciones normativas. Por consiguiente, en la explicación de Garfinkel que no otorga una particular importancia a la historia de premios y castigos como garantía de que los integrantes de la sociedad serán guiados por convenciones normativas, es posible admitir que la anticipación reflexiva de la analizabilidad y explicabilidad moral de la desviación de las normas es lo que inhibe la producción de tales desviaciones (Garfinkel: 1984c, pp. 64-70). En los análisis cognoscitivos de normas desarrollados por Garfinkel (normas que consisten en marcos de referencia públicos para el análisis de la conducta) ocurre lo contrario de lo que afirmaba Parsons: el hecho de que el actor anticipe las posibles interpretaciones de su conducta desviada no debilitará su disposición a obedecer 30 Vid. nota 21 y Heritage: 1984a, pp, 115-20, 209-12. las normas, sino que puede darle “buenas razones” para llevar una conducta normativamente apropiada31 . 4. El mantenimiento de marcos de referencia normativos Finalmente, otro de los ámbitos principales en los que la perspectiva de Garfinkel implica una revisión del enfoque normativo-determinista de la teoría de la acción aparece al considerar la reproducción o persistencia de expectativas normativas. A pesar de la fuerza de la discusión parsoniana de la “doble contingencia” de la interacción y de la “doble vinculación” de las expectativas normativas, existen lagunas sorprendentes en su explicación de la persistencia de las normas en tanto que fuentes de conducta. Pues las normas representan estándares ideales de conducta, y es natural que los actores pueden desviarse de ellas o no estar a su altura. La teoría de Parsons supone que la interiorización y un incesante proceso de sanción son la base en que se sustentan las normas, pero no menciona ningún otro proceso elemental que pueda asegurar la persistencia de las normas. Esta es una debilidad importante, pues dado el carácter ideal de las normas y las facultades de racionalización de los actores sociales, las desviaciones y negligencias con frecuencia pueden quedar sin sanción por parte de la propia conciencia o de las reacciones de los demás. Y si esto ocurre con frecuencia, cabe esperar que las expectativas normativas sufran un proceso de degeneración entrópica. En suma, se plantea la cuestión de cómo los principios normativos se mantienen como tales principios en circunstancias en las que podrían ser infringidos con relativa frecuencia y sin sanción. El análisis de la acción basado en la explicabilidad normativa ofrece una solución económica a esta cuestión. Ya se ha mencionado anteriormente que, gracias a su propiedad de “doble constitución”, se recurre a las normas para reconocer tanto las acciones que se conforman a ellas como las que se desvían de ellas. Se hizo notar, además, que para los actores sociales las acciones que se ajustan a la norma rara vez se hacen objeto de explicación adicional, aunque las acciones desviadas suelen aclararse mediante diversas explicaciones “elaborativas secundarias”, que hacen referencia a las circunstancias de la acción o al carácter y motivos o intenciones del que las ha llevado a cabo. Por tanto, en el caso de las expectativas normativas sólo hay dos posibilidades. O se obedece la norma, o la desviación respecto a ella desencadena y exige una explicación en función de algún motivo o contexto “especiales”. En el primer caso la norma ofrece una explicación suficiente de la acción. En el segundo, la norma motiva la búsqueda de las condiciones especiales que pueden explicar por qué no se cumplió. En ambos casos, la norma se mantiene cognoscitivamente como la base interpretativa primaria en función de la cual se entiende la 31 El modo en que el actor anticipe la interpretación que se dará a su conducta es una consideración importante que influye en su elección de alternativas de acción; esta idea se remonta al clásico estudio de C. Wright Mills “Situated Actions and Vocabularles of Motive” (Mills: 1940). Garfinkel describe así el problema subyacente en su tesis doctoral: “el gran problema no es si los actores se entienden unos a otros o no. El hecho es que sí se entienden unos a otros y que quieren entenderse entre sí, pero el problema es que se entenderán independientemente de cómo deberían ser entendidos”. (Garfinkel: 1952, p. 367). acción, tanto si se ajusta a ella como si se desvía de ella32. Por tanto las normas no pueden encontrarse fuera del desarrollo de los acontecimientos, y de este modo hallarse a salvo de la erosión de las acciones que no están a la altura de sus dictados o se desvían de ellos. Captar esta función presuposicional y constitutiva de las normas en la producción y reconocimiento de las acciones es identificar una de las fuentes esenciales de estabilidad en el mantenimiento y reproducción de las instituciones sociales. Supone también reconocer la interdependencia crónica entre el orden factual y el orden moral que existe desde el punto de vista de los actores ordinarios. Estos últimos producen rutinariamente la constitución moral de los acontecimientos sociales mediante un marco de expectativas normativas que mantienen inalterable de modos que están a la vista aunque no se repare en ellos. En suma, la concepción de la acción de Garfinkel, que pone de relieve su explicabilidad moral mediante convenciones normativas, se aparta del punto de vista normativodeterminista en todos los puntos fundamentales enumerados a continuación: 1. No reifica la situación de la acción en un contexto de actividad estandarizado y determinista. Como observa Garfinkel, Los teóricos sociales... han empleado el hecho de la estandarización para concebir el carácter y las consecuencias de las acciones que satisfacen expectativas estandarizadas. Suelen reconocer, aunque luego no lo tengan en cuenta, el hecho de que mediante estas mismas acciones las personas descubren, crean y mantienen esta estandarización. (Garfinkel: 1984b, p. 67) Por el contrario, la situación de la acción se considera un contexto de actividad esencialmente transformable que, de forma inevitable, se mantiene, altera o restaura en y mediante las acciones que, por convención, afirmamos que ocurren “dentro de él”, pero que, con mayor exactitud, podríamos decir que lo constituyen y reconstituyen en un continuo proceso de renovación. 2. Las normas que permiten reconocer las situaciones y las acciones que las componen no se entienden como un patrón rígido, sino como recursos elásticos y revisables que se ajustan y alteran mientras se aplican a contextos concretos. En este sentido, el carácter específico de las acciones ordinarias se capta mediante un “trabajo de acomodación” (Garfinkel, 1963: p. 187), y, como en otro momento señala Garfinkel, siempre se reconoce “de nuevo por vez primera” (1984a, p. 9). 3. Garfinkel no trata las convenciones normativas como guías de la conducta, sino como una de las fuentes esenciales de los recursos cognoscitivos mediante los cuales se hacen inteligibles y moralmente explicables los contextos de acción, En particular, ponen en evidencia la conducta apropiada y la conducta desviada: hacen posible la analizabilidad secundaria de la conducta desviada en función del significado y los motivos; y la conciencia reflexiva de la posible Interpretación de la conducta desviada puede motivar una conducta normativamente correcta. Cuando los miembros de la sociedad consideran la conducta inteligible y moralmente explicable sin tener en cuenta si dicha conducta se ajusta o se desvía de las normas, se supone que existe una conciencia cognoscitiva de los marcos de referencia normativos. La analizabilidad secundaria de las desviaciones con respecto a las convenciones 32 Este problema es esencial para el análisis del razonamiento cotidiando de Pollner (1974a; [en preparación]) y para los análisis de la explicación en el error en el discurso científico científico que han llevado a cabo Mulkay y Gilbert (vid. Gilbert y Mulkay: 1984, capítulo 4; Mulkay y Gilbert: 1982). Vid. también Heritage (1984a, pp. 209 y ss.) para una discusión más elaborada. normativas puede que, sin embargo, tienda en general a motivar una conducta ajustada a esas convenciones. 4. Se considera que las convenciones normativas constituyen una presuposición de los ámbitos de acción que hacen inteligibles y explicables. El que se mantengan es, a la vez, la presuposición, el proceso y el producto de su uso para interpretar las situaciones ordinarias de actividad social (cfr. Pollner: 1974a). Este status es el que les otorga una inmensa estabilidad en cuanto fundamentos institucionales de la acción. Como tales fundamentos institucionales, tienen un carácter, simultáneamente, cognitivo y moral. En conjunto, estas consideraciones representan una reorientación esencial de la concepción parsoniana de la acción, concepción predominante a lo largo del período de la postguerra. El nuevo carácter central otorgado a los fundamentos metódicos de la acción, al modo en que los actores captan las circunstancias en las que están situados, y a las propiedades reflexivas de la acción ha suscitado una gran cantidad de trabajo experimental que se ha empleado para arrojar nueva luz sobre problemas antiguos. Quizá lo más importante sea que la concepción de la explicabilidad normativa de la acción humana ha demostrado ser una fuente abierta y fructífera para la acumulación de conocimiento sobre la naturaleza de la organización social. Ha sido esencial para las nuevas formas de entender la función del lenguaje en la acción social, la naturaleza de la intersubjetividad en la conducta humana, los fundamentos institucionales de la generación y aplicación del conocimiento; además, se ha convertido en una explicación cada vez más detallada de la naturaleza de la interacción social. Nos ocuparemos a continuación de estos temas. Lenguaje y explicabilidad La propuesta de Garfinkel según la cual “las actividades mediante las que los miembros de una colectividad producen y controlan situaciones de actividades cotidianas organizadas son idénticas a los procedimientos que dichos miembros utilizan para hacer estos contextos explicables [accountable]”, (1984a, p. 1) no ha de entenderse, por supuesto, como sí sugiriera que las explicaciones descriptivas ordinarias permiten acceder de forma aproblemática a la naturaleza de las actividades que describen. Ni ha de entenderse tampoco como afirmación de que el análisis de las explicaciones verbales de la acción pueda de algún modo sustituir al análisis de la propia acción. Por el contrario, su uso del término “explicable” como sinónimo de “observabledescriptible” (1984a, p. 1; 1974, p. 17) significa que su observación se refiere al modo en que cualquier situación de actividad puede captarse como configurada en y mediante el desenvolvimiento de sus acciones constitutivas, con independencia de si se da (o puede darse) una formulación lingüística a esta configuración. No es necesario bautizar lingüísticamente las acciones sociales para que sean inteligibles a los participantes, ni para que estos entiendan su carácter vinculante. Garfinkel usa con frecuencia el ejemplo de la espera en una cola para ilustrar la forma en que un grupo de personas, simplemente manteniendo entre sí una particular relación espacial, constituyen sin palabras una institución social a pequeña escala y establecen expectativas y obligaciones morales mutuas. Supuesta esta inteligibilidad inherente de la actividad social, ¿cuál es entonces la relación entre los acontecimientos y las explicaciones verbales que los describen? En su tratamiento de las explicaciones, la intención de Garfinkel era abandonar la idea de que las explicaciones descriptivas son transparentes, y que por consiguiente no alteran la comprensión ordinaria de los objetos y acontecimientos que describen por el hecho mismo de que los describan. Trató también de restar crédito a la idea de que la descripción y otras formas de habla son, como si dijéramos, “inertes” con respecto a los contextos en los que se dan. Tal noción de la descripción es explícita en teorías que enfatizan la función representativa del lenguaje y las correspondencias entre las palabras, y las cosas, e implícita en formas de investigación sociológica práctica que tratan las descripciones de los actores sociales como datos que apuntan aproblemáticamente a las realidades sociales subyacentes. En contra de estas dos posiciones, Garfinkel pone de relieve hasta qué punto las explicaciones ordinarias se ajustan “laxamente” a las circunstancias que describen. La naturaleza del ajuste entre explicaciones y sus circunstancias se establece mediante un trabajo interpretativo activo. Los elementos racionales de las explicaciones, afirma, “consisten en lo que los miembros hacen con, en la opinión que se ‘hacen de’ las explicaciones en las ocasiones socialmente organizadas en que se usan” (1984a, pp. 3-4). Las explicaciones son por tanto expresiones indéxicas. No deben considerarse externas a los contextos en que se emplean ni independientes de ellos. El término “expresión indéxica” ha causado considerables malentendidos en las discusiones sobre la etnometodología. El término deriva de la literatura lógica y lingüística, donde se usa para describir expresiones (tales como “él”, “esto”, “hoy”, etc.) que requieren un conocimiento del contexto para saber cuáles son sus referentes (vid. Levinson: 1983, pp. 45-96). Por dos motivos, este origen ha dado lugar a una gran confusión en las respuestas de la sociología propuestas de Garfinkel. En primer lugar, es evidente que en su uso lógicolingüístico el término tiene un significado técnico y relativamente restringido. Garfinkel, por el contrario, amplió enormemente el sentido del término. Garfinkel sugiere que todo uso del lenguaje sin excepción está marcado por dependencias contextuales. Así, incluso cuando se formula una frase que únicamente describe un estado de cosas, será preciso recurrir a los rasgos contextuales de la proposición para constatar que, en efecto, se trataba de una descripción y no, por ejemplo, de una ironía, una broma o una metáfora. La segunda fuente de confusión está estrechamente relacionada con la primera. En la literatura lógico-lingüística las expresiones indéxicas han despertado el interés porque, como observa Garfinkel (1984a, pp. 4-7), constituyen un obstáculo para el uso de técnicas enteramente formalizadas en diversas disciplinas. Esta circunstancia está presente en la errónea concepción de que las acciones ordinarias se ocupan del problema de “corregir” las expresiones indéxicas (Attewell: 1972; Phillips: 1978), lo que ha motivado una interpretación incorrecta de la función del lenguaje en las relaciones sociales, pues en los contextos de uso ordinario del lenguaje los miembros de la sociedad explotan claramente las características indéxicas de la conversación de formas muy diversas (vid., entre otros, Heritage: 1984a, pp. 142-57; Schegloff: 1984). Las propiedades indéxicas de las explicaciones son, por tanto, un recurso más que un obstáculo para el entendimiento en los contextos sociales ordinarios. Las propiedades indéxicas de las explicaciones se derivan, en último término, de su carácter de acciones. Las explicaciones se hallan inextricablemente ligadas a las ocasiones de su uso, afirma Garfinkel, porque las explicaciones son “elementos de sus ocasiones de uso socialmente organizadas” (Garfinkel: 1984a, pp. 4-7). Por consiguiente, las explicaciones ordinarias no son algo “aparte” de las acciones. No existen momentos en los que la acción se detiene y el comentario de la acción toma su lugar. Y las explicaciones tampoco son sucesos desencamados que se encuentran fuera de las actividades en las que se bailan temporalmente inscritas. Antes bien, son acciones por detecho propio; corno otras acciones, contribuyen inevitablemente a la situación de la que forman parte y, también como otras acciones, son interpretadas y entendidas metódicamente. Además, las explicaciones se interpretan contextualmente mediante los procedimientos elaborativos reflexivos del método documental de interpretación. Garfinkel y Sacks resumen así esta posición: “una descripción, por ejemplo, en el modo en que puede ser una parte constituyente de las circunstancias que describe, es decir, de innumerables formas e inevitablemente, elabora esas circunstancias y es elaborada por ellas” (Garifinkel y Sacks: 1970, p. 338). Las explicaciones, por tanto están sujetas a las mismas contingencias circunstanciales e interpretativas que las acciones con respecto a las cuales se orientan. Pues, repitámoslo, las explicaciones son acciones, y lo importantes es, que se emplean de maneras enormemente variadas para organizar situaciones de actividad cotidianas. Las explicaciones, por consiguiente, no representan el término de la investigación sociológica, sino que son un punto de partida. De este modo, la concepción del lenguaje y de las relaciones sociales de Garfinkel abre campos de investigación enteramente nuevos a la vez que suscita profundas y complejas cuestiones relativas a la naturaleza del discurso, de la conversación y de otras formas de comunicación. Es inevitable que este tratamiento genere más problemas de los que resuelve, cosa que es totalmente positiva. Las concepciones anteriores del lenguaje lo presentaban como una entidad transparente e ininvestigable. Las observaciones de Garfinkel “naturalizan” el lenguaje y sitúan el análisis de las explicaciones y prácticas explicativas al mismo nivel que el análisis de otras formas de acción práctica. Garfinkel entiende el lenguaje como un recurso mediante el que los integrantes de la sociedad intervienen en situaciones de acción, pero los “marcos de referencia” y “mecanismos” mediante los que las palabras se estructuran en explicaciones y estas se “vinculan” a las situaciones reales quedan abiertos al estudio empírico. Como análisis valiosos de los diversos modos en que se recurre a las explicaciones ordinarias en el mantenimiento de los universos sociales, se le recomienda al lector que consulte el clásico estudio de Wieder (1974) sobre el uso del “código carcelario” como sistema explicativo en un establecimiento para drogadictos en libertad condicional, y el estudio de Gilbert y Mulkay (1984) sobre la forma en que los científicos describen un campo contemporáneo de investigación bioquímica. Todos estos estudios, que no pueden resumirse en un ensayo breve, revelan claramente las ventajas que puede reportarle al conocimiento sociológico el abandono de la tradicional concepción representativa del lenguaje al investigar las formas de organización social. Dimensiones de la investigación empírica en la etnometodología 1. Las estructuras sociales como “contextos normales” Una de las primeras y más importantes líneas de desarrollo derivada de las iniciativas de Garfinkel se centraba en la tipificación o normalización como característica del razonamiento y el juicio propios del sentido común. Esto era, en parte, herencia de los escritos fenomenológicos de Schutz, que había subrayado el papel de la Conciencia como actividad tipificadora, y caracterizado el lenguaje cotidiano como “el instrumento tipificador par excellence” y como el “almacén de los tipos ya preconstituidos” (Schutz: 1962a, p. 14). Cicourel recogió y puso de relieve este tema en su discusión de la “tipificación de la forma normal” como problema metodológico (Cicourel: 1972, pp. 254-6), y, naturalmente, está temáticamente incorporado a las discusiones de Garfinkel de la “normalidad percibida” como propiedad de los objetos y acontecimientos culturales, así como a sus discusiones de la explicabilidad ordinaria y el método documental, En los análisis empíricos que derivaron del tema de la tipificación, el énfasis principal de la investigación recaía en los supuestos y presuposiciones de paradigmas de tipificación particulares, en los procedimientos y consideraciones concretos que regulan la asimilación de objetos y acontecimientos a categorías, y en las funciones de dichas categorías en entornos sociales particulares. Gran parte de esta labor empírica se hizo en el ámbito de la desviación o se refiere a los procedimientos burocráticos de toma de decisiones aplicados en el “procesamiento de personas”. La afinidad superficial, con la “teoría del etiquetado” [labelling theory] (Becker: 1963) era considerable, y no en último término a causa del importante solapamiento sustantivo entre los dos enfoques. Sin embargo, ambas perspectivas diferían en dos cuestiones relacionadas y decisivas. En primer lugar, los estudios etnometodologicos evitaban la premisa nominalista sostenida por la “teoría del etiquetado”, según la cual la desviación estaba constituida por reacciones sociales tout court (cfr. Pollner: 1974b); en segundo lugar, tacharon de excesivamente simplista la concentración de los teóricos del etiquetado en la distinción entre lo correcta y lo incorrectamente etiquetado. En lugar de esto, los estudios etnometodológicos se centraron de forma directa en las prácticas organizativas y en las contingencias del proceso de definición; aceptaron, además, que las expectativas normalizadoras eran un elemento inevitable del funcionamiento de dicho proceso33 . Un ejemplo temprano de este método es el célebre estudio de David Sudnow “Normal Crimes” (1965). En esta obra, Sudnow mostró con considerable detalle que las concepciones de sentido común sobre los delincuentes típicos y los modelos de delitos que tenían los abogados públicos californianos conformaban el modo en que planteaban la negociación 33 Vid. Pollner (1974b) para una crítica de la “teoría del etiquetado” desde un punto de vista etnometodológico. La conclusión etnometodologica de que todos los procedimientos para localizar la desviación son en último término elementos constituyentes de la desviación que explican fue el punto de partida inmediato para la radical crítica moral totalizante de las relaciones sociales que Alan Blum y Peter McHugh y sus colaboradores derivaron de la etnometodologla. Vid. McHugh et al. (1974) para una recopilación de ensayos y Heritage (1975) para un intento de valoración. para reducir la pena del reo a cambio de que este se declarara culpable, y por tanto aspectos sustanciales de la administración de justicia34 . En particular mostró que esas concepciones se usaban para determinar si era apropiado iniciar las negociaciones para la reducción de la pena. En las entrevistas con los acusados se empleaban dichas concepciones para categorizar a los acusados como “casos”, dando por supuesta su culpa. Y esas mismas concepciones influían poderosamente en el tipo de cargos que terminaban por presentarse contra el acusado a cambio de que éste se declarara culpable, cargos que, como mostró Sudnow, solo estaban sujetos a una consideración posterior: el problema de qué sentencia debía aplicarse “en justicia” a este tipo de delito “normal”. Las categorías de delito empleadas por los representantes legales estaban, como mínimo, subdeterminadas por el código legal. Como observa Sudnow: tal como se usan en realidad, las categorías delictivas... son... los términos de referencia simplificados de ese conocimiento de la estructura social y de los casos delictivos que se presentan en ella, conocimiento en el que se basa la tarea de organizar prácticamente la labor de “representación”. Este conocimiento incluye, incorporado a lo que en realidad significa allanamiento de morada, hurto, infracciones a la ley de narcóticos, abusos deshonestos con niños, etc., el conocimiento de los modos de actividad delictiva, características ecológicas de la comunidad, modalidades de la vida cotidiana en los barrios bajos, biografías psicológicas y sociales de los delincuentes, historias y perspectivas de estos. (Sudnow: 1965, p. 275) Mediante el uso de este conocimiento, con su rutinarización y tipificación de los “crímenes normales”, sostenía Sudnow, la administración de justicia se ha visto sometida a un proceso de burocratización informal que no estaba descrito en el código penal californiano. Paralelamente al estudio de Sudnow, un número sustancial de investigaciones etnometodológicas llevadas a cabo durante los años sesenta mostró que podía recurrirse a una gran (y anteriormente insospechada) variedad de consideraciones circunstanciales al adoptar o modificar las acciones o decisiones burocráticas normales. Estrechamente ligado a esto estaba el reconocimiento de que los miembros de las burocracias no solo pueden, sino que están positivamente obligados a aplicar e interpretar las normas y procedimientos burocráticos de modo ad hoc y que esto, a su vez, es una importante fuente de poder discrecional. La necesidad de establecer interpretaciones ad hoc incluso en el caso de reglas de procedimiento muy claras fue elegantemente demostrada por Zimmerman (1969a) en un estudio de las actividades de los recepcionistas en una oficina de asistencia social. Los recepcionistas, que utilizaban un procedimiento sumamente específico para regular la afluencia de peticionarios a los asistentes sociales, en determinados casos se veían obligados a desviarse del reglamento. En tales casos, las acciones de los recepcionistas podían defenderse y se defendían aduciendo que los objetivos del reglamento se cumplían de forma más efectiva apartándose de él que siguiéndolo. Como observa Zimmerman, “la noción de 'acción de acuerdo con una norma' no es cuestión de que la norma se cumpla o no per se, sino de las distintas formas en que las personas se satisfacen a sí mismas y a otras con 34 Vid. Maynard (1984) para un valioso estudio de los detalles del propio proceso de negociación de la sentencia. respecto a lo que es el cumplimiento 'razonable' de la norma en situaciones concretas” (1970, p. 23). En otros ensayos relacionados con este y que surgieron del mismo proyecto de investigación, Zimmerman mostró de diversas formas que las demandas escritas y las explicaciones verbales se interpretaban mediante procedimientos muy parecidos a los de los codificadores de Garfinkel (vid. p. 236). Igual que los codificadores, los asistentes sociales generalmente podían “hacerse una idea” echando un vistazo a los documentos que constituían la base de las demandas. Cuando los documentos parecían problemáticos, determinadas ideas acerca del “modo en que pudieron elaborarse los documentos” (Zimmerman: 1969a) proveían de un conjunto abierto de recursos que les permitían a los asistentes llegar a decisiones definidas y justificables. Otros estudios demostraron hasta qué punto el “procesamiento de las personas” está sujeto a prácticas interpretativas en las que la aplicación discrecional de elementos contextuales puede desempeñar una función crucial. En el campo de la educación, el estudio del trabajo de consejeros escolares (Cicourel y Kitsuse: 1963) y de la aplicación de tests y otros sistemas de tratamiento (Cicourel et al.: 1974; Leiter: 1976) han documentado estos procesos de forma sustancial, y la obra de Bittner (vid. en especial Bittner: 1967a) ilustra procesos paralelos en el trabajo práctico de la policía35 . Mientras que los estudios arriba mencionados muestran hasta qué punto y de qué diversas maneras la información contextual se suele incorporar a la toma de decisiones burocráticas ordinarias, el famoso estudio de Garfinkel “Goods Organizational Reasons for 'Bad' Clinic Records” (1984f) lleva el razonamiento un paso más allá. El punto de partida de este estudio fue el hecho de que una investigación preliminar de los informes médicos de una clínica psiquiátrica mostró que, si bien los datos,se habían recogido de forma correcta, no eran lo suficientemente detallados ni siquiera a efectos de aplicaciones sociológicas bastante elementales, Esto motivó la pregunta de por qué era necesario conservar informes tan incompletos, vagos y elípticos. La conclusión de Garfinkel fue que si los informes se conservaban, era porque podían utilizarse como recurso para describir las relaciones entre los pacientes y el personal de la clínica como debido cumplimiento de un “contrato terapéutico”. La ausencia de detalles, propuso, funcionaba como recurso defensivo, pues garantizaba que solo el personal autorizado podría leerlos competentemente, personal que los interpretaría desde su propio conocimiento de los procedimientos clínicos típicos. Los informes consistían en “un único campo libre de elementos” cuya inevitable contextualización servir necesariamente para justificar las prácticas y procedimientos llevados a cabo (Garfinkel: 1984f, p. 201). Por tanto, la información contextual “normalizada” no es solo un rasgo constitutivo de la toma de decisiones burocrática, sino que, así mismo, las burocracias pueden defenderse de diversas dificultades futuras desconocidas produciendo informes que, casi inevitablemente, serán explotados con fines defensivos por ese mismo hecho. 35 La demostración de procesos afines en todo tipo de procedimientos sociológicos ha sido un proyecto a largo plazo de los escritos de Cicourel desde su publicación de 1964 en adelante. Como Handel (vid. 1982, pp. 112 y ss.) ha observado, este proyecto se expresa en el doble carácter de gran parte de la obra empírica de Cicourel que, simultáneamente, se ocupa de cuestiones sustantivas y del razonamiento subyacente a las conclusiones sustantivas de la ciencia social práctica. Quizá los más famosos de todos los estudios etnometodológicos que se ocupan de los procesos organizativos sean aquellos que ponen en tela de juicio el valor de las estadísticas oficiales como guía de la investigación sociológica. Los más destacados entre estos son el estudio de Cicourel (1968) sobre el procesamiento de delincuentes juveniles y la obra de Douglas (1967) y Atkinson (1978) sobre la investigación del suicidio. Estos autores pusieron de manifiesto hasta qué punto el conocimiento contextual forma parte de los juicios que constituyen las estadísticas oficiales, y sostuvo que era probable que estos estudios basados en estadísticas oficiales recogieran los supuestos que las instituciones legales habían incorporado al proceso de definición, pero que era improbable que recogieran factores causales que no hubieran guiado activa o pasivamente a las propias instituciones. En su famoso estudio sobre la administración de justicia para la juventud, Cicourel mostró que los funcionarios relacionaban la delincuencia juvenil con el fracaso matrimonial en el hogar de los delincuentes. Se suponía que era probable que los delincuentes procedentes de matrimonios divorciados, faltos de guía y corrección paternas, cometieran delitos más graves en el futuro. De acuerdo con este supuesto los delitos juveniles cometidos por los hijos de estos matrimonios se trataban con mayor rigor que delitos similares realizados por hijos de “matrimonios completos”: Era evidente este tratamiento diferenciado en diversas estadísticas sobre las distintas fases del proceso de aplicación de la ley. Los delitos cometidos por hijos de los matrimonios aparecen más veces en los informes oficiales, se tratan con mayor frecuencia en los tribunales, y es más común aplicarles sentencias de custodia. Es claro que si el tratamiento de los casos juveniles se halla fuertemente influido por las mismas presunciones que quedan incorporadas a las estadísticas sobre delitos, las estadísticas sobre la “delincuencia juvenil” no pueden ser válidas para los objetivos de la ciencia social. Pues las estadísticas no ofrecen una descripción representativa de la incidencia de la delincuencia juvenil, y no pueden usarse para evaluar la función de las características sociales (tales como el divorcio) como factores causales en la generación del crimen. Cicourel afirmó que los informes policiales internos tienen también un dudoso valor sociológico. Habiendo estudiado los procedimientos mediante los que los funcionarios elaboraban sus informes sobre los sujetos juveniles, Cicourel mantuvo, basándose en los estudios de Shibutani (1966) sobre el rumor, que tales informes incorporaban un procedimiento de tipificación progresiva en el que los pormenores del caso se hacían más concisos, selectivos y consistentes con los supuestos y objetivos de las instituciones policiales y las autoridades legales. En el caso de ambos tipos de información —las estadísticas y los historiales policiales— Cicourel concluyó que se daba un proceso circular en el que supuestos fundamentales acerca de los jóvenes se incorporaban a los informes que, a su vez, se utilizaban para defender la validez de los supuestos. Douglas (1967) y Atkinson (1978) alcanzaron una conclusión bastante parecida respecto a la interpretación de las estadísticas sobre el suicidio. Douglas mantuvo que los tipos de factores sociológicos normalmente empleados para explicar las variaciones en las tasas de suicidio pueden influir en los procesos sociales mediante los que las muertes pasan a ser registradas como suicidios (Douglas: 1967, pp. 163-231). En particular, sostuvo la integración social estaría positivamente asociada a los intentos de ocultar el suicidio, intentos que, en la medida en que tuvieran éxito, influenciarían a su vez la medición de las tasas de suicidio. El estudio de Atkinson se centró en el papel de los jueves de primera instancia británicos y sus ayudantes en el proceso de investigación. Descubrió que los funcionarios que se ocupaban de extender el certificado de defunción tenían ideas relativamente claras respecto a los conceptos de “suicidios típicos” o “biografías típicamente suicidas”, y que factores tales como el tipo de muerte y las circunstancias vitales inmediatas del muerto constituían el material a partir del cual se construía el “conocimiento estereotipado” referente a a los diversos tipos de suicidio. Estas concepciones, que en ocasiones incluían hipótesis sociológicas sobre las causas del suicidio y que, en algunos casos, guardan una estrecha semejanza con ellas, se incorporan posteriormente a las estadísticas sobre el suicidio a través de los procedimientos de investigación de los jueces y sus oficiales. Por consiguiente, Atkinson sostiene que los estudios de las estadísticas oficiales del suicidio inevitablemente —aunque inconscientemente— decodifican las teorías de sentido común sobre el suicidio, teorías que forman parte constitutiva del reconocimiento de los casos individuales y por tanto, acumulativamente, de las estadísticas en su conjunto. Todos los trabajos descritos en esta sección se han centrado en los procesos de normalización y tipificación característicos de la actividad organizativa en toda su variedad. A pesar de que los estudios mencionados en último término están sujetos a controversia, sería equivocado concluir, como han hecho algunos, que los trabajos aquí descritos solo tienen relevancia metodológica, y de carácter negativo. Los trabajos sobre la normalización se emprendieron a raíz de la afirmación de Garfinkel de que la “normalidad percibida” de los sucesos sociales es producto de una labor activa, la aplicación de esta idea a los procesos organizativos no solo ha confirmado la intuición original; también ha dado origen a nuevas planos de comprensión que han inspirado positivamente una gran variedad de investigaciones sociológicas, entre las que se cuentan algunas que no son etnometodológicas. Por otra parte, los estudios de los procesos organizativos descritos han mostrado hasta qué punto los procedimientos de normalización están integrados en lo que podríamos denominar “exigencias organizativas”. Los estudios muestran una y otra vez conexiones sumamente precisas entre las actividades normalizadoras rutinarias que constituyen la actividad diaria de las organizaciones, de un lado, y las disposiciones sociales de las organizaciones, con sus obligaciones y “consideraciones”, de otro. Los estudios muestran hasta qué punto las actividades normativas se encuentran ligadas a los términos de empleo, las diversas cadenas internas y externas de información, supervisión y revisión, y a diversas “relevancias prioritarias” organizativas con respecto a la evaluación de lo que “realista”, “práctica”, o “razonablemente” había de hacerse o podía hacerse, con qué rapidez, con qué recursos, viendo a quién, hablando de qué, durante cuánto tiempo, etc. (Garfinkel: 1984a, p. 13). A lo largo de este proceso, estos estudios han comenzado a establecer una nueva sociología del conocimiento libre de las trabas de la racionalidad prescriptiva y en la que se les da todo su peso en cuanto fenómenos sociológicos a los vínculos reflexivos entre la constitución social del conocimiento y los contextos institucionales en los que se genera y mantiene ese conocimiento. 2. Análisis de la conversación El análisis de la conversación36 es un aspecto vigoroso Y distintivo de la etnometodologla desarrollado a lo largo de los últimos quince años. Durante este tiempo, esa perspectiva ha originado una literatura de investigación muy importante, sorprendentemente acumulativa y trabada. De todas las líneas de investigación etnometodológicas, el análisis de la conversación es quizá la que más se ocupa del análisis directo de la acción social. Este enfoque ha sido claramente empírico desde el principio. En lugar de especular acerca de características idealizadas de la acción social, los analistas de la conversación han dirigido sus investigaciones teóricas hacia “acciones sociales reales particulares y secuencias organizadas de estas acciones” (Schegloff: 1980, p, 151). El resultado ha sido notable. Se ha desarrollado una gran literatura Que contiene resultados de gran alcance y poder acumulativo, y que ha tenido una considerable influencia en las disciplinas afines de la psicología social, la lingüística y la ciencia del conocimiento. La postura básica de la investigación del análisis de la conversación se ha desarrollado en una serie de ensayos producto de la colaboración de Sacks, Schegloff y Jefferson. Sus análisis, igual que otros estudios etnometodológicos, se centraban en los métodos o procedimientos mediante los cuáles los miembros ordinarios de una sociedad conducen sus asuntos interaccionales37 . Toda prueba de que los individuos emplean estos procedimientos o se orientan de acuerdo con ellos tenía que derivarse exclusivamente del comportamiento de esos individuos en las circunstancias ordinarias de su vida. Shegloff y Sacks resumen así esta orientación: Hemos partido de la hipótesis... de que el orden que mostraban los materiales que hemos trabajado no era un carácter que se nos mostraba únicamente a nosotros, ni siquiera en primer término a nosotros, sino a quienes los habían producido. Si los materiales tenían tal carácter... era porque se habían producido de forma metódica por unos miembros de la sociedad para otros. (Schegloff y Sacks: 1973, p. 290). Esta postura implica, es evidente, el uso de métodos de estudio naturalistas, pero en un principio la elección del objeto de estudio no estaba particularmente preestablecida. Como recuerda Sacks, la motivación inicial para estudiar la conversación ordinaria fue de tipo 36 Preferimos el término “análisis de la conversación” al de “análisis conversacional”, usado en ocasiones; en este campo, la conversación es el objeto de la investigación. El análisis de la conversación se inició a finales de los altos sesenta con la publicación de Schegloff (1968) y la amplía circulación de las lecciones inéditas de Sacks (Sacks: 1964-72). Aunque no existen introducciones de carácter monográfico, hay resúmenes en Atkinson y Drew (1979, pp. 34-S1), Heritage (1984a, pp. 233-92), Levinson (1983, pp. 284-370) y West y Zimmerman (1982). Entre las colecciones de estudios publicadas mencionaremos las de Atkinson y Heritage: 1984; Psathas: 1979; Schenkein: 1978; Sociology: 1978; Zimmerman y West; 1980. Vid, Heritage (1985) para una extensa bibliografía. 37 Sacks y Schegloff hicieron estudios de postgraduación con Goffman, y su enfoque del estudio del razonamiento de sentido común que subyace a las acciones ordinarias puede reflejar influencias convergentes de Goffman y Garfinkel. Cabe afirmar que ambas han seguido a Goffman en la medida en que han abandonado estilos de análisis y descripción etnográficos en favor de ensayos progresivamente sistemáticos para explicitar a razonamiento lógico y práctico que determina la interacción conversacional. metodológico, y reflejaba el deseo de observar si los detalles organizativos de la interacción natural podían someterse a descripción formal (Sacks: 1984a, p. 26). El éxito de esta empresa aumentó el interés por los detalles de la interacción. A pesar de que Sacks y sus colaboradores comenzaron estudiando la conversación ordinaria casi accidentalmente, los analistas de la conversación han concentrado su investigación en la interacción ordinaria y cotidiana más que, por ejemplo, en la intencción “institucionalizada” de los tribunales o la organización empresarial. Existen buenas razones en favor de este enfoque. La “conversación ordinaria” no es solo el medio de interacción predominante en el mundo social, sino que es también, con las simplificaciones que se quiera, la forma de interacción primaria a la que el niño es expuesto por primera vez y mediante la que actúa la socialización. Existen por tanto muchas razones para suponer que las formas básicas de conversación cotidiana constituyen una especie de punto de referencia que sirve pata reconocer y experimentar otros tipos de interacción más formales o “institucionales”. Y, en efecto, estudios más recientes de la interacción “institucional” muestran variaciones y restricciones sistemáticas en formas de acción relativas a la conversación ordinaria (vid., por ejemplo, Atkinson: 1982; Atkinson y Drew: 1979; Drew: 1984; Heritage: 198413; Maynard: 1984; Mehan: 1979). Por tanto, la conversación ordinaria representa un amplio y flexible dominio de prácticas interactivas primarias. Al abordarlo, los analistas de la conversación se han centrado, cuando ha sido posible, en la interacción entre iguales con una estrategia de investigación implícita consistente en descubrir los aspectos sistemáticos de la interacción social en el espectro más amplio de contextos de interacción “no marcados”. A su vez, este enfoque ofrece las mejores perspectivas para determinar los rasgos distintivos de las interacciones en las que se dan, por ejemplo, las características especiales de la escuela o el hospital o las asimetrías de rango, sexo, etnicidad, etc38 . Como ya hemos mencionado, el análisis de la conversación se desarrolló como un programa de investigación naturalista. Al perseguir sus objetivos no omite esfuerzo para centrar el estudio en casos específicos de interacción natural e incontaminada por la intervención del investigador39 . Esta estrategia de investigación se mantiene con firmeza, y está relacionada con la idea (vid. pp. 241-2) de que las acciones sociales y las situaciones sociales respecto a las cuales guardan éstas una relación reflexiva se establecen en y mediante los detalles de la interacción. Por tal motivo han de evitarse, en la medida de lo posible, los procedimientos de investigación que conlleven la pérdida o la contaminación de detalles, El objetivo central del análisis de la conversación es descubrir las competencias sociales que subyacen a la interacción social, es decir, los procedimientos y expectativas mediante los que se produce 38 Vid., por ejemplo, en Bruner (1983), Ocs y Schieffelin (1979) y en Snow y Ferguson (1977) descripciones de algunos aspectos de las simplificaciones que acompañan el lenguaje de las madres cuando hablan con niños pequeños. 39 Por lo tanto, los investigadores del análisis de la conversación evitan los siguientes procedimientos, que implican una injustificada desviación del uso de los datos naturales: 1) experimentos en los que el observador tiene que dirigir o manipular la conducta; 2) el uso de programas precodificados para categorizar directamente la conducta en el estudio de campo o en las grabaciones; 3) el uso de las entrevistas en sustitución de la observación natural; y 4) la creación de datos mediante “vignettes” inventadas o imaginadas. y entiende la interacción40 . Persiguiendo esta finalidad se ha establecido cierto número de hipótesis. En primer lugar, se supone que la interacción se organiza por referencia a procedimientos institucionalizados que, a efectos del análisis, pueden tratarse como estructuras por derecho propio (cfr. Schegloff: 1986). En segundo lugar, se supone que las participaciones en la interacción 1) están configuradas por el contexto, en tanto que no pueden entenderse adecuadamente las acciones sin referencia al contexto de acciones precedentes al cual generalmente se entiende que responden y 2) renuevan el contexto, en la medida en que toda acción en curso propondrá una definición circunstancial de la situación con respecto a la cual se orientará la conversación subsiguiente. Finalmente, como hemos observado arriba, se supone que las acciones sociales operan en detalle y, por tanto, que no pueden ignorarse sin más los detalles específicos de la interacción, considerándolos insignificantes, sin que disminuyan las posibilidades de llevar a cabo, un análisis coherente y efectivo. En sus inicios, el análisis de la conversación se desarrolló en dos dimensiones principales. En primer lugar, partiendo de la preocupación de Garfinkel y Sacks por la explicación descriptiva (Garfinkel: 1984; Garfinkel y Sacks: 1970; Sacks: 1963), fueron publicados cierto número de estudios sobre formulaciones léxicas particulares y expresiones referenciales (p. ej. Sacks: 1973; 1975; Sacks y Schegloff: 1979; Schegloff: 1972), de los cuales los más influyentes derivaban de la investigación de Sacks sobre comunicaciones a un centro de prevención del suicidio y de su obra sobre los instrumentos de categorización de la pertenencia a un grupo (Sacks; 1972a; I972b). La segunda dimensión de la investigación del análisis de la conversación, que surgió simultáneamente, se centraba en la organización secuencial de la interacción y fue esta sumada dimensión la que vino a adquirir una creciente predominancia en las publicaciones relativas al análisis de la conversación posteriores a 1972. Las más famosas de estas últimas publicaciones se centraban en la organización de las intervenciones en la conversación (Sacks, Schegloff y Jefferson: 1974) y en problemas afines: así, Schegloff (1968) estudiaba como se logra que los participantes en la conversación accedan a ella de modo coordinado, Schegloff y Sacks (1973) cómo se abandona la conversación, y Sacks (1974) la suspensión de los procedimientos mediante los que se interviene en la conversación. Estos estudios fueron los primeros en mostrar un conjunto detallado y sistemático de procedimientos para organizar los turnos de intervención en las conversaciones coherente con una gran variedad de hechos básicos de la interacción. Establecieron de este modo estándares enteramente nuevos de rigor y comprehensividad en el estudio de la interacción social y, en consecuencia, alcanzaron una gran influencia. Además, estos estudios introdujeron nuevos conceptos analíticos para el estudio de la interacción, conceptos cuya importancia no se limitaba únicamente al estudio dé la organización de la intervención en la conversación per se. El más importante de estos conceptos era el de par de adyacencia: ciertos tipos de actividades (tales corno fórmulas de saludo y despedida, preguntas y respuestas, etc.) se 40 Como en otras áreas de la etnometodología, el punto de partida del análisis de la conversación es la propuesta de Garfinkel según la cual la producción y el reconocimiento de acciones están configuradas por un conjunto común de métodos o procedimientos. Como señala Garfinkel: “las actividades mediante las que los miembros de una sociedad producen y ordenan situaciones cotidianas organizadas son las mismas en virtud de las cuales hacen explicables esas situaciones” (1984a, p.1). organizan convencionalmente como pares tales que la producción de Un primer miembro del par anticipa y exige que se produzca “a continuación” una segunda acción complementaria por parte del receptor. Dicho concep to resolvió determinados aspectos de los métodos de razonamiento aplicados a la interacción, y señalaba de qué manera los miembros de la sociedad pueden considerar que las acciones que se esperan “a continuación” se encuentran ausentes de forma perceptible o no trivial (Sacks: 1972b; Schegloff: 1972). También indicaba cómo podían interpretarse como fuera de lugar o equivocadas las segundas acciones que no guardaban relación con una primera acción. Y (quizá sea esto lo más importante) mostraba que los interlocutores que intervenían en segundo lugar podían considerarse normativamente responsables de omisiones de respuesta, respuestas deficientes y otras anomalías de la interacdón, indicando de esta forma una motivación inherente de la realización competente de la conversación (vid. tambien Sacks et al.: 1974, pp. 727-8). Aunque la noción del par de adyacencia se desarrolló en el contexto de parejas de acciones (tales como saludos y despedidas) claramente conexas con contingencias de organización de intervenciones en la conversación, es evidente que el concepto tenía una aplicabilidad más amplia. En un nivel superior, el concepto indicaba un mecanismo de gran importancia para el mantenimiento de la interacción del entendimiento intersubjetivo; en la medida en que las acciones que siguen “a continuación” se ajusten a la acción anterior que forma la primera parte del par, puede considerarse que manifiestan un entendimiento de la primera parte del par adecuado al ajuste. Por consiguiente, la segunda parte del par no sólo cumple (o deja de cumplir) la siguiente acción relevante, sino que al hacerlo manifiesta también un entendimiento público de la expresión anterior a la que se dirige, expresión que quien ha producido la primera parte del par puede utilizar para un “tercer” comentario, confirmación, corrección, etc. Por tanto, la situación de “adyacencia” permite actualizar continuamente el entendimiento intersubjetivo. Como observaron Schegloff y Sacks (1973), la “situación de adyacencia” también hace posible reconocer diversas situaciones de error, intentar llevar a cabo apreciaciones y correcciones, etc. En suma, la elaboración del concepto de par de adyacencia desarrolló y concretó considerablemente ciertos elementos importantes de lo que Garfinkel había denominado la “explicabilidad inherente” de la acción. El modelo general de razonamiento analítico esbozado en estos estudios se ha aplicado posteriormente a un número cada vez mayor de actividades interactivas. Entre estas se cuenta la conducta no verbal, como la organización de una serie de características de la mirada y del movimiento corporal (Goodwin: 1981; Heat: 1986), la organización “preferencial” de alternativas de conducta (Davidson: 1984; Pomerantz: 1978; 1984; Schegloff, Jefferson y Sacks: 1977), y una amplia gama de áreas temáticas más concretas (vid. detalles en Heritage: 1985). En los últimos cinco años, aproximadamente, el análisis de la conversación ha comenzado a ramificarse a partir de su “línea central”, el estudio de la actividad conversacional ordinaria, dando lugar a estudios de la interacción en una serie de situaciones institucionales en las que se dan roles sociales claramente definidos, situaciones tales como aulas, tribunales, entrevistas periodísticas, consultas médicas y otras formas de interacción institucionalmente reguladas41 . Estos trabajos manifiestan cintas diferencias con respecto a los trabajos fundacionales originales sobre la conversación. Si bien se ha mostrado que la interacción conversacional “pura” está organizada en función de principios formales que permiten efectuar descubrimientos acumulativos de considerable abstracción y alcance, los estudios de la interacción en entornas institucionales muestran por el momento un aspecto más “fragmentario”. Como hemos indicado, la interacción institucional parece implicar limitaciones específicas y re-definiciones de la gama de opciones que se dan en la interacción conversacional. Y lo que es más importante, el carácter de estas limitaciones y re-definiciones es convencional: estas son culturalmente variables, en ocasiones se encuentran sujetas a restricciones legales, y pueden justificarse y Se justifican discursivamente por referencia a consideraciones de, inter alia, función, equidad y eficiencia; es evidente que esto no se da del mismo modo en las prácticas conversacionales ordinarias. En relación con estas convenciones hay marcos de participación discriminatorios (Goffman: 1981), con sus derechos y obligaciones asociados, distintas posiciones relativas y modelos de oportunidad y poder diferenciales. El examen comparativo de distintos sistemas de intervención en la conversación (Sacks, Schegloff, y Jefferson: 1974: pp. 729-30) es el punto de partida de algunos de los estudios más recientes sobre la interacción institucional. Desde entonces, los análisis de McHoul (19781, Mehan (1979), Atkinson y Drew (1979) y Greatbatch (1985) han detallado las formas de intervención en la conversación carísticas de las interacciones desarrolladas en las aulas, en los tribunales y en las entrevistas periodísticas. Estos estudios coinciden en señalar que los modelos de conducta relativamente restringidos característicos de estas situaciones son el resultado de la preordenación del sistema de intervención (Atkinson y Drew: 1979), y que esta forma de ordenación de la intervención tiene una omnímoda influencia; tanto en el tipo y estilo de actividades interactivas que realizan rutinariamente las diferentes partes interesadas como en la organización detallada de tales encuentros (vid. también Schegloff: [en preparación]). Otros estudios de la interacción institucional se ocupan de investigar la organización de actividades concretas en una serie de situaciones42 y de establecer un modelo de los desequilibrios de poder en la conducta interactiva43 . Dado que la interacción institucional se ha convencionalizado y es culturalmente variable, los estudios que tratan de ella están menos interrelacionados que las investigaciones que se ocupan del análisis de la conversación “pura”, de las que derivan. Sin embargo, existe una coherencia subyacente dentro de esta perspectiva, coherencia que se debe tanto a los puntos de vista etnometodológicos como al modo en que se concreta dicho punto de vista 41 Vid McHoul (1978) y Mehan (1979) sobre la intetraccia en las aulas; Atkinson y Drew (1979) Drew 0984) y Pomerantz y Atkinson (1984) para tratamientos de los datos de tribunales:. Maynard (1984) para estudios de la interaccién en el proceso de negociación de la sentencia, y Eglin y Wideman [en preparación], Sharrock y Turner (1978), Watson [en preparación] y Whalen y Zimmerman [en preparación] y Zimmerman (s. f.) para una serie de estudios de interacciones en las que interviene la policía. Respecto a la interacción entre médicos y pacientes, mencionaremos, entre una extensa literatura, West (1984) y las contribuciones de Fisher y Todd (1983) Los principios d de la conversación se han extendido también al analisis de los discursos políticos; cfr., por ejemplo, Atkinson (1978) y Heritage y Greatbach (1986). 42 43 Vid, detalles en Heritage (1985). Vid., en particular, los trabajos de West y Zimmerman (West: 1979; West y Zimmerman: 1977; 1983; Zimmerman y West 1980). mediante el uso de las técnicas de análisis de la conversación. Basada en el reconocimiento de que las funciones institucionales se crean y mantienen gracias a modelos de interacción específicos, estos trabajos ofrecen posibilidades considerables para el estudio del ámbito político, posibilidades que no eran en modo alguno evidentes en los inicios del análisis de la conversación. Tomado en su conjunto, el análisis de la conversación se ha convertido en un campo de estudio poderoso y productivo que ha alcanzado amplia influencia dentro y fuera de su disciplina originaria, la sociología. Su contribución a la ciencia social ha sido ya sustancial, no sólo por lo que respecta al análisis de la acción y al desarrollo de nuevas técnicas metodológicas, sino también al aumento del nivel general de sensibilidad sociológica y a la toma de conciencia de la detallada organización de la conducta social. Existen fundadas razones para suponer que su crecimiento y desarrollo continuarán en los años venideros. 3. Estudios sobre el trabajo En la sección final de este ensayo consideraremos brevemente una fase reciente de la investigación de Garfinkel y sus colaboradores que se denomina genéricamente “estudios sobre el trabajo”. Aunque en un principio el término se acuñó para referirse a la gama de actividades ordinarias naturalmente organizadas en su sentido más amplio, los estudios que se han publicado se ocupan sobre todo del “trabajo” en el sentido más restringido de actividad ocupacional. En particular, estos estudios se han centrado en las actividades de los físicos y matemáticos (p. ej., Garfinkel, Lynch y Livingston: 1981; Livingston: 1986; Lynch: 1982; 1985a; 1985b; Lynch, Livingston y Garfinkel: 1983), aunque está previsto publicar en breve investigaciones sobre una serie más amplia de actividades laborales (Garfinkel: [en preparación]). Prefigurados por investigaciones etnometodológicas de actividades laborales en una serie de contextos concretos (p. ej. Garfinkel: 1967; Wieder: 1974; Zimmerman: 1969a; 1969b), los nuevos estudios sobre el trabajo se apartan de sus predecesores en su interés preferente por las competencias específicas que constituyen las actividades ocupacionales ordinarias. Su finalidad es examinar en qué consiste una actividad ocupacional, y responden a esta cuestión partiendo de una compleja base analítica y empírica. Garfinkel introdujo el programa de los “estudios sobre el trabajo” observando que muchos estudios sociológicos solían tratar “acerca de” las ocupaciones más que “de” las propias ocupaciones (Garfinkel et al.: 1981, pp. 132-3). Con ello llamaba la atención sobre el hecho de que a pesar de que numerosos estudios sobre las ocupaciones tienen mucho que decir sobre características sociales sociológicamente formuladas (tales como los ingresos, etnicidad, clase, relaciones entre los “roles”, etc.) de quienes toman parte en esas ocupaciones, esos estudios no informaban acerca de las actividades fundamentales que dan sentido en primer término a las ocupaciones. En las ocupaciones se crean diversos productos valiosos; frecuentemente requieren una gran cualificación, y muchas veces es necesario aplicar complejos cuerpos de conocimiento: sin embargo, es poco lo que se sabe acercad de lo que ocurre en ellas. Por tanto, en el programa de los “estudios sobre el trabajo” se reconoce la existencia de un vacío descriptivo en el núcleo de los análisis sociológicos de las ocupaciones. Garfinkel suele citar una discusión entre Fred Strodtbeck y Edward Shils para poner de manifiesto este problema. Strodtbeck deseaba utilizar el “Análisis del Proceso de Interacción” de Bales para estudiar las deliberaciones de los jurados, pero Shils objetó que si bien el análisis serviría para entender cómo funcionaba un jurado en cuanto grupo pequeño, no podría emplearse para entender cómo funcionaba el jurado en cuanto jurado (Garfinkel et al.: 1981, p. 133). La observación de Shils plantea un problema fundamental. Los científicos sociales tendrían que estar en condiciones de describir las prácticas distintivas y relevantes de una ocupación o actividad. Y esto, a su vez, plantea la cuestión de lo que Garfinkel denomina la “quididad” o “el qué” de las practicas sociales: ¿en qué consiste trabajar competentemente en biología (cfr. Lynch: 1985a), qué es demostrar un teorema matemático (Livingston: 1986), o tocar algo que sea reconocible como música de jazz (Sudnow: 1978)? Es importante tener presente que cualquier intento de abordar esta cuestión implica actividades de investigación muy diversas. Algunas de estas tendrían un marcado componente “deconstructivo”: no hay razón alguna para esperar que ni las afirmaciones de quienes practican u ocupación ni las filosofías normativas de las ocupaciones proporcionen los recursos a partir de los anales se pueda configurar un análisis adecuado a su objeto, pues tales descripciones habitualmente encubren u ocultan la labor práctica propia del cumplimiento de los objetivos ocupacionales o científicos44 . Al mismo tiempo, el “trabajo” de las ocupaciones (y, sin duda, de otras actividades sociales) incorpora inherentemente conceptual/raciones de “consideraciones relevantes” relativa al “trabajo” en cuestión, consideraciones intrínsecas a las prácticas concretas y reales de quienes practican esa actividad. Por tanto, en última instancia solo es posible abordar este objeto de estudio —que incluye el análisis de prácticas laborales sometidas naturalmente a consideración teórica y procesos de organización— mediante análisis basados en materiales empíricos. La tarea de análisis se inicia definiendo qué es lo que quienes practican una ocupación entienden que pertenece al dominio de actividades y competencias laborales. Estas actividades se tratan asimilando rasgos concretos de las prácticas ocupacionales, normalmente utilizando grabaciones o informes documentales. Por tanto, las competencias se tratan exclusivamente desde dentro, es decir, en tanto que los implicados las reconocen y operan con ellas en las situaciones ordinarias de la actividad laboral. Dentro de este paradigma, como Lynch et al. señalan, el análisis se centra en el modo en que el carácter lógico y razonado de las acciones ocupacionales se hace públicamente accesible mediante las órdenes de detalles intersubjetivamente explicables; el orden de expresiones dichas por los diferentes participantes en una conversación, el orden de composición de los materiales manipulados en el banco de laboratorio, o el orden transitivo de los materiales escritos en la página de un texto. (Lynch et al.: 1983, p. 206) 44 Vid, la discusión de este problema en Garfinkel et al. (1981) y en la respuesta de Holton (1981). En Garfinkel (1985) y Livingston (1986) pueden encontrarse más detalles sobre la discusión del modo en que la formulaciones de los descubrimientos científicos dependen de y encubren las competencias laborales subyacentes. La compleja interconexión de la organización temporal en las prácticas sustantivas de los miembros competentes de una ocupación ha constituido una vía de acenso al estudio de sus propiedades particularmente valiosa. Se trata aquí de una desviación sustancial respecto a la praxis sociológica existente, mucho más compleja de lo que pudiera parecer a primera vista. Los problemas metodológicos que rodean al programa de los “estadios del trabajo” —tales como determinar el alcance y dimensiones de las acciones ocupacionales, establecer criterios de adecuación en la descripción de sus compromisos teóricos naturales, etc.— son considerablemente más espinosos y complicados que, por ejemplo, los que conlleva el análisis de la conversación. Y los estudios sobre el trabajo han implicado e uso de diversos métodos de investigación, entre los que podemos mencionar técnicas etnográficas, formas de análisis textual, procedimientos de análisis de las conversaciones y otros; Este pluralismo metodológico es la respuesta al hecho de que los dominios ocupacionales pueden manifestarse de formas muy diversas: por ejemplo, en actividades conversacionales y corporales en las que el mejor medio de acceso analítico puede ser una grabación de vídeo, pero también en informes documentales de diversos tipos que requieren diferentes todos de enfoque. Con independencia de los procedimientos concretos empleados, Garfinkel sostiene que los estudios sobre el trabajo deberían someterse al control de lo que denomina “requisito único de adecuación”. Este requisito viene exigido por el hecho de que las técnicas ocupacionales y el conocimiento científico han avanzado mediante el desarrollo de prácticas y técnicas que, por lo común, son sumamente específicas de determinadas tareas u objetivos. Esta especificidad impone considerables exigencias a todo el que desee investigarlas. Por ejemplo, será improbable que un análisis de la correspondencia de un bufete de abogados que no tenga en cuenta que muchos elementos de la fraseología legal tienen un status legal determinado confirmado en los tribunales consiga captar la naturaleza de este aspecto del trabajo legal. De modo similar, es poco probable que un estudio etnográfico de un laboratorio científico llevado a cabo por quien no sea competente en el campo científico relevante aporte datos de interés sobre la organización de su praxis científica. En suma, gran parte de las actividades de una ocupación —que, desde el punto de vista del que las practica, pueden ir desde los familiar e inmediatamente reconocible a lo esotérico— le resultarán opacas a un observador ajeno a ella. Por consiguiente, Garfinkel defiende que todo tipo de investigación ha de realizarse atendiendo al “requisito único de adecuación”: el requisito de que el investigador ha de ser competente en el dominio de las actividades que se están investigando. Dicho requisito, afirma, optimiza las posibilidades de que se cumpla el objetivo fundamental de la investigación del programa de los “estudios sobre el trabajo”, esto es, que se describan con tanta especificidad y precisión como sea posible los detalles constitutivos de las actividades ocupacionales en cuestión. Los nuevos estudios sobre el trabajo representan una ampliación sustancial de las preocupaciones en las que se ha centrado la obra de Garfinkel durante los últimos veinte años. Todos estos estudios implican el mantenimiento de la indiferencia etnometodológica: las actividades de los neurólogos, matemáticos o pianistas de jazz se tratan sin elogios ni ironía, sin relativizadas ni transformar sus rasgos técnicos o subestimar sus logros. Igualmente, los nuevos estudios manifiestan también una importante continuidad en el programa sociológico de Garfinkel. Desde sus primeros escritos, Garfinkel había rechazado cualquier enfoque del análisis sociológico que se basan en una distinción entre acciones racionales y no racionales, y que aplican diferentes tratamientos explicativos a cada tipo de acción. Como hemos visto, tal enfoque era esencial a la teoría parsoniana. La idea de que las acciones racionales se explican por si solas, mientras que las acciones no racionales pueden explicarse por referencia a la influencia determinista de las normas morales, traía consigo una pérdida de la capacidad para analizar los rasgos explicables y racionales de las actividades ordinarias. Del mismo modo, sin embargo, llevaba a la conclusión de que las actividades científicas, sumamente racionalizadas, quedaban fuera de la investigación sociológica45 . La perspectiva teórica de Garfinkel defiende que ambos dominios han de reincorporarse al estudio sociológico serio, y él y sus colaboradores han abordado con el máximo rigor el segundo de estos dominios en el programa de los “estudios sobre el trabajo”. Tales estudios se han centrado en las praxis específicas observables y materiales que constituyen dichas actividades, por lo que es imposible resumirlos con brevedad. Si, objetivo, pues, es describir en detalle las prácticas sociales naturalmente organizadas que, igual que las observaciones de las ciencias naturales, pueden reproducirse, contrastarse y valorarse, y que constituyen la base de estudios y conjeturas de tipo naturalista. Su carácter revolucionario estriba en el hecho de que antes de que Garfinkel formulara el problema nadie se había propuesto describir en profundidad los rasgos constitutivos de las actividades laborales ordinarias. Los estudios publicados hasta el momento tienen un gran interés intrínseco, y si el desarrollo de campos afines (como el del análisis de la conversación) puede servir de orientación, prometen alcanzar una relevancia teórica y práctica no menos esencial. Conclusión Es inevitable que toda valoración de la contribución de la etnometodología al estado actual de la sociología comience mencionando la total transformación de la teoría de la acción que se inició con las investigaciones de Garfinkel. Los aspectos esenciales de este proceso fueron, en primer lugar, la decisión de estudiar las características del razonamiento y de las razones que, en cualquier nivel de orientación consciente, forman parte de la elección entre acciones alternativas, En segundo lugar, esta decisión fue incondicional en el sentido de que el razonamiento tenía que estudiarse sin tener en cuenta hasta qué punto parecía racional cuando se contemplaba desde fuera. Estudiar el razonamiento práctico de este modo significa, en tercer lugar, observar las razones de la acción desde dentro de los contextos en que se utilizan. Y, como hemos visto, esto supone dejar a un lado las cuestiones relativas a su validez o eficacia últimas a fin de estudiar simplemente cómo actúan en la práctica. En cuarto lugar, esa decisión conllevó un estudio de los estudios sociales tan naturalista como 45 Bloor (1976), que acuñó el término «sociología del error» para caracterizar las perspectivas sociológicas que excluían a la ciencia como objeto de investigación por razones epistemológicas, adoptó una posición paralela. Vid. en las contribuciones a Collins (1981) y a Knorr-Cetina y Mulkay (1983) una serie de posiciones afines en la sociología de la ciencia. El estudio de la ciencia de laboratorio de Latour y Woolgar (1979) tiene un estilo similar al del programa de los «estudios sobre el trabajo», aunque sus orientaciones específicas son distintas. es posible, pues si las razones se emplean (y son inteligibles de forma específica) sólo en circunstancias determinadas, su articulación con los contextos en que se emplean solo puede investigarse de forma naturalista. A ciertos críticos les ha parecido que estas propuestas eran menos un enfoque del análisis de la acción que investigaciones de la conciencia subjetiva o, en el mejor de los casos, caminos hacia el estudio del conocimiento social. Esta no es una interpretación adecuada de la iniciativa de Garfinkel. Todo su enfoque del análisis de la acción y las razones de la acción se basa en la explicabilidad pública de la acción. Toda acción social es una intervención reconocible en el contexto de actividad en que sucede, así como un comentario reconocible sobre dicho contexto. Su carácter específico de comentario e intervención (es decir, su explicabilidad pública) tiene una base metódica. Es producto de procedimientos o métodos compartidos y empleados socialmente; tales métodos son numerosos, están reticulados, y tienen una compleja interrelación. Sin embargo, como conforman el marco fundamental mediante el que se interpretará la acción, inevitablemente determinan la proyección y la producción de la acción, así como su interpretación. Por tanto, la base metódica de la acción tiende un puente a través de la escisión entre conocimiento y acción, tanto en el aspecto práctico —por lo que se refiere a los actores— como en el teórico —por lo que se refiere al científico social—. Considerados en este contexto, los escritos teóricos de Garfinkel representan un logro extraordinario; en ellos se integran los fundamentos de la acción social, el entendimiento intersubjetivo y la organización social en un único fenómeno esencial: el carácter metódicamente explicable de la actividad social ordinaria. Desde sus años en Harvard, Garfinkel ha ocupado una posición analítica enteramente original con relación a los ternas de la acción social y el orden social. En los años que han transcurrido desde entonces ha tratado de dar a esta intuición una demostración práctica, coherencia y profundidad. Su intuición ha demostrado ser fecunda, y ha inspirado los cientos de estudios de análisis de la conversación y afines que han aparecido a lo largo de la última década. Estos estudios han confirmado la concepción de Garfinkel. Como correlato dialéctico de este análisis de la acción basado en el conocimiento metódico, Garfinkel ha insistido también en que, no importa lo especializado o técnico que sea, el conocimiento que se emplea en las situaciones cotidianas no puede ser analizado independientemente de las acciones mediante las que es elaborado, que lo mantienen y dan validez. Este tema se plantea con especial fuerza en los estudios de la actividad organizativa que Garfinkel ha emprendido o inspirado, y con mayor fuerza aún en los estudios sobre el trabajo, mas recientes. Los estudios de la acción y los estudios de las praxis del conocimiento representan, por consiguiente, aspectos complementarios del mismo programa de investigación. Por encima de todo, estos estudios, en todas sus facetas, han tratado de centrar el trabajo de los investigadores en los fenómenos empíricos de la actividad social en toda su riqueza y diversidad, apanando su atención de la elaboración prematura de teorías del mundo social. En este sentido expresan la oposición de Garfinkel a “todos los intentos, no importa cuán elaborados, de especificar una práctica examinable detallando una generalidad”.