Entrevista a Solzhenitsyn .pdf

March 24, 2018 | Author: raulius | Category: Vladimir Lenin, Russia, International Politics, Soviet Union, Communism


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Entrevista a Solzhenitsyn en Televisión Española el 20 de marzo de 1976.Creo que fue hace unos años, cuando un amigo historiador me comentó algo sobre una entrevista que el periodista Jose María Iñigo realizó al escritor ruso en 1976 en su programa Directísimo, y la dura reacción a ella que tuvo gran parte de la intelligenzia española (creo que me habló, en especial, de Juan Benet y Cela) a sus palabras, hasta el punto de algunos de sus miembros lamentaran públicamente la salída del autor ruso del Gulag. La verdad es que esta fue una historia que cuando la oí me impresionó, pero que ya hacía tiempo había olvidado. Sin embargo -casualidades de la vida- buscando hace unos días en una librería de viejo de Madrid, encontré, un libro (Alerta a Occidente, Ediciones Acerbo, Barcelona, 1978) en el que está incluido gran parte de la mencionada entrevista. Es una transcripción de una grabación magnetofónica hecha por Vladimir Lamsdorff, uno de los traductores de Solzhenitsyn en España. Leyéndola he juzgado que tiene cierto interés para quienes estén interesados en el autor ruso y su relación con España, así que no me ha parecido una mala idea incluirla como entrada. ... vuestros círculos progresistas se complacen en llamar al régimen existente «dictadura». Yo, en cambio, llevo diez días viajando por España, desplazándome de riguroso incógnito. Observo cómo vive la gente, lo miro con mis propios ojos asombrados y pregunto: ¿saben ustedes lo que quiere decir esta palabra, conocen ustedes lo que se esconde tras este término? Voy a proponerles algunos ejemplos. Un español cualquiera no está vinculado a un lugar determinado, a una ciudad o a un pueblo donde tiene forzosamente que residir. Puede desplazarse de un lugar a otro según le plazca. Nuestro ciudadano soviético, en cambio, no lo puede hacer: estamos encadenados a nuestro lugar de residencia por la famosa propiska, el visado de la policía. Las autoridades locales deciden si puedo cambiar de residencia o no. Estoy totalmente en sus manos, pueden hacer conmigo lo que quieran. Luego me entero de que los españoles pueden salir libremente de su país. En la Unión Soviética esto no existe. Desde hace poco, bajo la presión de la opinión pública mundial, y especialmente de los Estados Unidos, se está dejando salir a una pequeña parte de los judíos. Pero la otra parte y todos los demás pueblos que habitan la URSS están privados de este derecho. Nos encontramos en nuestro propio país como en una cárcel. Paseo por Madrid, o por otras ciudades españolas, de las cuales he visitado doce, y veo que en los quioscos se venden los principales periódicos europeos. En cambio, si en mi país apareciera un periódico extranjero a la venta, se alargarían diez manos para agarrarlo. Veo, otro ejemplo, que aquí funcionan libremente las fotocopiadoras, cualquiera por cinco pesetas puede sacar libremente una fotocopia. En nuestro país tal cosa no sólo está prohibida, sino que es delito: toda persona que utilice una copiadora para fines particulares y no para el Estado, para la Administración, será condenado por actividades contrarrevolucionarias. En su país, puede que con algunas limitaciones, están autorizadas y tienen lugar algunas huelgas. En nuestro país, en sesenta años jamás fue autorizada una sola huelga. En los primeros años del régimen, los huelguistas cayeron bajo ráfagas de ametralladora, o fueron encarcelados como contrarrevolucionarios, aunque sólo exigían mejoras de carácter económico. Hoy día, ya a nadie se le ocurre, a nadie se le pasa por la cabeza, la idea de organizar una huelga. Más todavía: publiqué un día en la revista Novi Mir una narración, Por el bien de la causa. En ella, un personaje, un estudiante, pronunciaba la frase «Vamos a hacer huelga». Pues bien, antes de que la narración pasara la censura, ya la propia mesa de redacción de la revista eliminó la palabra «huelga». La palabra «huelga» está prohibida en mi país. No, vuestros progresistas pueden usar la palabra que quieran, pero «dictadura» no. ¡Si nosotros tuviéramos las libertades que tienen ustedes, nos quedaríamos boquiabiertos, exclamaríamos que es algo nunca visto! Desde hace sesenta años, no tenemos ninguna libertad. Hace poco en vuestro país se proclamó una amnistía. Algunos dicen que fue una amnistía limitada. Pero sin embargo a los terroristas, que con las armas en la mano luchaban contra el orden establecido, se les rebajó parte de la condena. A nosotros, en cambio, en sesenta años sólo se nos concedió una amnistía, ¡y ésta sí que fue limitada! Nosotros íbamos a la cárcel para morir allí. Muy pocos regresaron para contarlo. Claro, esta experiencia comunista, la hemos padecido en carne propia, y después de estas monstruosas pérdidas, tenemos ya una vacuna contra el comunismo, una vacuna como no la tiene nadie en Europa: actualmente en nuestro país, si alguien en una reunión, en una conversación entre amigos, plantea seriamente el problema del comunismo, nadie querrá escucharlo, lo tornarán por tonto. Espiritualmente nos hemos librado del comunismo, pero antes hemos recorrido la vía del martirio, hemos vivido tiempos terribles. Rusia ha realizado un salto histórico. Rusia, por su experiencia social, se ha colocado muy por delante del mundo entero. No quiero decir con esto que sea un país adelantado: al revés, es un país de esclavos. Pero la experiencia que hemos vivido, las vicisitudes que hemos atravesado, nos colocan en la extraña situación de poder contemplar todo lo que pasa actualmente en Occidente en nuestro propio pasado, y prever el futuro de Occidente en nuestra presente situación actual. Todo cuanto ocurre aquí ya ha ocurrido en Rusia hace tiempo, hace muchos años. Es una perspectiva realmente de ciencia-ficción: estamos viviendo los hechos que están ocurriendo en Occidente hoy, y sin embargo, recordamos que esto mismo ya nos pasó hace muchísimo tiempo a nosotros. En los años sesenta del siglo pasado el Emperador Alejandro II comenzó a llevar a cabo un vasto programa de reformas. Quería reorganizar paulatinamente a Rusia para implantar la libertad y el desarrollo. Pero un puñado de revolucionarios lanzó en 1861 una proclama en la que decían que querían reformas más radicales y más rápidas, que no podían ni querían esperar. Temiendo que el bienestar general pudiera provenir del rey, y no de ellos, proclamaron el terror. En 1861 Alejandro 11 abolió la servidumbre de los campesinos; en 1864 reorganizó completamente la administración de justicia, llevando a cabo la gran reforma judicial. Pues bien, los revolucionarios intensificaron sus actos terroristas. Hubo siete atentados contra el zar, le daban caza como a una fiera. Y al final, en el año 1881, lo mataron. Y después de esto, empezaron a matar primeros ministros, ministros del Interior, gobernadores civiles, gobernantes en general. Así empezó una guerra entre los revolucionarios y los círculos dirigentes del gobierno. Toda la opinión liberal no se oponía a los revolucionarios, antes por el contrario, los alentaba: cualquier asesinato de un estadista, de un ministro, la estusiasmaba, suscitaba su aplauso. A los revolucionarios les ayudaban a esconderse, a escapar, los celebraban como si no fuesen culpables de nada en absoluto. Repito, esto ocurría en nuestro país en el siglo xix, hace cien años, y esto es lo que está ocurriendo en toda Europa, en el mundo entero, hoy. Hemos sido testigos el otoño pasado de cómo la opinión occidental se indignaba mucho más por cinco terroristas españoles que por el aniquilamiento de sesenta millones de víctimas soviéticas. Vemos hoy cómo la opinión progresista exige reformas inmediatas, a toda costa, saluda los actos terroristas y se alegra de ellos. Esto lo tuvimos nosotros hace cien años, y desde vuestro futuro puedo contar cómo acabó la cosa: ambos bandos se endurecieron en sus posturas, los terroristas y los círculos dirigentes cada vez se fueron odiando más, los círculos liberales comenzaron a odiar al gobierno, el cual no podía hacer nada contra ello; las reformas se detuvieron, pues aún lo que el gobierno podía conceder, ya no lo concedía, el odio anidaba en todas las almas, todos querían todo a la vez. Y así tuvimos las revoluciones de 1905 y 1907, y después la de 1917. El resultado fue la aniquilación de ambos bandos: fueron aniquilados todis los círculos dirigentes de Rusia, la nobleza, el empresariado, la intelectualidad liberal. Lo que sobrevivió de la intelectualidad se fue al extranjero, y en el país comenzó lo que describo en el libro Archipiélago Gulag, que costó al país sesenta v seis millones de muertos. Yo lo cuento ahora aquí, pero no sé yo mismo sí en general es posible transmitir la experiencia de hombre a hombre, de país a país. Hace poco todavía pensaba que sí, y así lo dije en mi discurso de Premio Nobel: creía que a través de la literatura de creación sí era posible transmitir experiencia a otras personas. Pero ahora ya lo dudo, y pienso que cada país, cada sociedad, cada hombre, debe repetir todos los errores cometidos por otro país, otra sociedad, otro hombre, y sólo aprenderá cuándo ya sea tarde. Observo ahora vuestra juventud, la he estado observando en toda España, y tengo la impresión de que en mi cabeza, en mis oídos, en mis ojos, se ha mantenido más la imagen de vuestra guerra civil que en esta juventud. Hoy, naturalmente, la idea de vuestros círculos progresistas es obtener cuanta más libertad, colocar cuanto antes a vuestra sociedad al nivel de los demás países occidentales europeos. Pero yo quisiera recordarles que en el mundo de hoy, en nuestro planeta, los países democráticos ocupan una islita, una parte muy reducida. La mayor parte del mundo se encuentra bajo el totalitarismo y la tiranía: toda la Europa oriental, la URSS, toda Asia (ahora ya también la India), ya está cayendo bajo el totalitarismo; Africa, que hace tan poco alcanzó la libertad y que ahora se afana, se apresura, un país tras otro, a entregarse también a la tiranía. Y por esto, aquellos de ustedes que desean cuanto antes una España democrática, ¿tienen la suficiente clarividencia como para prever no sólo el mañana, sino también el pasado mañana? Supongamos que mañana España se vuelva un país tan democrático como el resto de Europa. Pero pasado mañana, ¿conservará las suficientes fuerzas como para defenderse del totalitarismo que amenaza a todo Occidente? El que tenga perspicacia, el que además de la libertad, ame también a España, debe pensar en el pasado mañana. Y vemos que el mundo occidental está debilitado, ha perdido su voluntad de resistencia, cada año entrega sin combate más países al totalitarismo... No hay voluntad de resistencia, no hay responsabilidad en el uso de la libertad. La civilización occidental contemporánea puede definirse no sólo como sociedad democrática, sino también como sociedad de consumo, es decir, como una sociedad en la cual el sentido principal de la vida está en recibir más, en enriquecerse más, y en pensar lo menos posible en defender lo obtenido. Desde luego, ni la estructura social ni el disfrute de bienes materiales son la clave principal de la vida humana, pero el Oriente totalitario contemporáneo y el actual Occidente democrático, al parecer sistemas opuestos, sin embargo están en realidad emparentados, reposan sobre una base común, que es el materialismo. Esta base común viene durando ya trescientos años. El mundo occidental está en crisis, que no consigue superar, pero no es una crisis del siglo xx. La humanidad lleva ya una larga crisis, desde que la gente se apartó de la religión, se apartó de la fe en Dios, dejó de reconocer ningún poder superior a sí misma, adquirió una filosofía pragmática, esto es, hacer sólo lo que resulte útil, beneficioso, guiarse sólo por intereses materiales y no por consideraciones de moralidad superior. Este espíritu se ha ido desarrollando paulatinamente y ha desembocado en una crisis que, insisto, no es política, sino moral. Se manifiesta no en la oposición entre comunismo y capitalismo, sino en algo mucho más profundo: es precisamente esta crisis la que ha traído el comunismo, y en Occidente, la sociedad consumista y pragmática. Es la crisis del materialismo, que ha desechado el concepto de algo superior a nosotros. Pero está claro que cada país ha de aportar algo de su parte para superar esta crisis. Y tal. vez España, con su gran originalidad nacional que ha marcado toda su historia, pueda aportar algo peculiar que permita vencer esta espantosa crisis de la humanidad, que abarca a todos los países de un modo u otro, y a todos nos amenaza con el aniquilamiento. J. M. Iñigo: El señor Solzhenitsyn actualmente reside en Suiza, país en que suelen refugiarse los grandes millonarios del capitalismo. ¿No piensa el señor Solzhesnitsyn que esto puede ser mal interpretado por sus lectores? ¿Sabe? Precisamente acabo de decir que Occidente es una sociedad de consumo. Nuestra juventud, en cambio, ha transcurrido en la miseria. Una vez, de estudiante, tuve el descuido de sentarme en una silla en que había una mancha de tinta (entonces se usaba tintero y pluma). Me hice una mancha grandísima en el pantalón. Pues bien, estuve llevando cinco años ese mismo pantalón, porque no tenía con qué comprarme otro. Así vivíamos. Hasta lo llevamos grabado: todas las personas soviéticas que salimos al extranjero, incluso a un país no especialmente rico, incluso a los países que aquí se consideran pobres, tenemos una sensación como de ahogo, nos resulta penoso ver cómo se desperdicia la comida, cómo no se acaban los platos, cómo se echan las migas al suelo. Así percibimos los soviéticos esta sociedad. Pues bien, a su pregunta sobre Suiza sólo le puedo contestar que en los prósperos países occidentales vivimos como prisioneros. Si mañana tuviéramos la posibilidad de regresar a la miseria de nuestro país, a pasar hambre, regresaríamos todos. La prensa socialista, y sobre todo la comunista, gusta mucho de invocar el hecho de que Solzhenitsyn ha salido a Occidente y se ha hecho millonario, (cuando yo pasaba hambre allí, nadie prestaba particular atención a que yo pasara hambre. Cuando allí pasaban hambre todos, y la siguen pasando, sólo se miente que allí no falta de nada). Ciertamente, cobro derechos elevados. Pero la mayor parte de estos ingresos ha pasado constituir un fondo social ruso de ayuda a los perseguidos y sus familias, y por distintos caminos dirigimos esta ayuda a la Unión Soviética. Ayudamos a los detenidos, a sus familias, a los que van a visitarlos, a los que les envían paquetes de víveres, a los recién liberados que carecen de medios de existencia, a los despedidos por razón de sus convicciones que se quedan sin ingresos (para una mente occidental esto es difícil de concebir: aquí a uno lo pueden meter en la cárcel, pero no lo pueden echar de su trabajo por sus convicciones. Si es que lo despiden, se busca trabajo en otro sitio. Pero nosotros tenemos un solo patrono, el Estado, y si el Estado-patrono decide no darle trabajo a uno, no se lo dará nadie más. Uno no está en la cárcel, pero su familia se queda sin medios de vida). En cuanto a mi residencia concretamente en Zurich, se debe a que estaba entonces escribiendo el libro Lenin en Zurich, recientemente aparecido, y sólo allí podía encontrar el material de archivo que necesitaba. ………… La última entrevista de Alexandr Solzhenitsyn Adiós al Nobel ruso Rebelde, prisionero, poeta y héroe: medio siglo después de haber sido publicados, los virulentos recuentos de Solzhenitsyn sobre los campos de trabajos forzados de Stalin aún se cuentan entre las más profundas obras de la literatura. El 22 de agosto de 2007, el premio Nobel reflexionó sobre su vida. Por: Christian Neef y Matthias Schepp Publicado el: 2010-03-15 Alexandr Isievich, al entrar, lo encontramos trabajando. Eso indica que, a pesar de sus 88 años, aún siente la necesidad de trabajar aunque su salud ya le impide incluso caminar por su casa. ¿De dónde saca la fuerza? Siempre he tenido ese empuje interior, desde que nací. Y siempre me he entregado de muy buena gana a mi trabajo… a trabajar y a luchar. En su libro, My American Years [Mis años americanos], rememora que solía escribir incluso mientras caminaba por el bosque. Es más, en los gulags algunas veces escribí hasta en los muros. Solía escribir en pedacitos de papel, memorizaba el contenido y luego destruía los pedazos. ¿Y su empuje, su fuerza, nunca lo abandonó, ni siquiera en los momentos de desesperación? Sí…, o mejor dicho no. Con frecuencia pensaba: no importa el resultado, que sea lo que sea. Luego las cosas salían bien… En fin, algo bueno salió de todo, por lo menos eso parece. No estoy muy seguro de que opinara lo mismo cuando, en febrero de 1945, lo arrestaron los servicios secretos del ejército soviético en Prusia Oriental. En sus cartas desde el frente se mostraba muy poco elogioso de Joseph Stalin y eso le costó ocho años de prisión en los campos del gulag. Ocurrió al sur de Wormditt. Acabábamos de romper un cerco alemán y marchábamos en dirección a Königsberg [hoy Kaliningrado] cuando me arrestaron. Pero siempre fui optimista. Y no solo me mantuve firme en mis opiniones, sino que ellas me guiaron. Toda su vida les ha pedido a las autoridades pertinentes que se arrepientan por los millones de víctimas del gulag y del terror comunista. ¿Han atendido su llamado? Creo que llegué a aceptar el hecho de que la contrición pública es la más inadmisible de las opciones para un político contemporáneo. Putin [entonces Presidente] dice que el colapso de la Unión Soviética fue el desastre geopolítico más grande del siglo XX y que ya es hora de dejar de lamentarse por el pasado, de manera muy particular ahora que hay intereses “foráneos” empeñados en promover un injustificado remordimiento entre los rusos. ¿No le conviene esto a la gente que quiere que se olvide todo lo que ocurrió durante el pasado soviético del país? Pues mire, también hay una creciente preocupación en el mundo entero respecto a cómo va a manejar Estados Unidos su nuevo papel como única superpotencia del mundo, cosa que fue resultado, justamente, de cambios geopolíticos. Ahora, en cuanto aquello de “lamentarse por el pasado”, maldita sea, esa fusión de lo “soviético” y lo “ruso” en contra de la cual tanto hablé durante la década de los 70, aún no ha desaparecido en Occidente ni en los países ex socialistas, ni en las antiguas repúblicas soviéticas. Quienes constituían la vieja generación política en los países comunistas no estaban preparados para la retractación ni el arrepentimiento, mientras que las nuevas andan muy contentas ventilando agravios y haciendo acusaciones… Claro, con Moscú en mente, hoy en día un blanco muy cómodo y conveniente. Se comportan como si ellos mismos hubieran sido artífices heroicos de su propia liberación y como si ahora vivieran una nueva vida mientras que Moscú sigue siendo comunista. Sea lo que sea, me atrevo a esperar que esta etapa poco saludable termine pronto y que toda la gente que ha sobrevivido el comunismo entienda que sí, que el comunismo es responsable de páginas muy amargas de su historia. Incluyendo a los rusos... Mire, si fuéramos capaces de evaluar con sobriedad nuestra historia, no veríamos todavía esa actitud nostálgica por el pasado soviético que hoy predomina entre los sectores menos afectados de nuestra sociedad. Y los países de Europa Oriental, así como las antiguas repúblicas de la urss, tampoco sentirían la necesidad de ver en la Rusia histórica la fuente de todas sus desgracias. No debemos atribuir las iniquidades de dirigentes o regímenes políticos particulares a un defecto innato del pueblo ruso y a su país. No debemos imputar tal cosa a la “psicología enfermiza” de los rusos como con frecuencia se hace en Occidente. Recuerde que todos esos regímenes en Rusia solo lograron sobrevivir imponiendo un terror sangriento. Debemos entender, de manera clara y distinta, que solo la voluntaria y concienzuda aceptación de la culpa por parte de un pueblo puede garantizar el restablecimiento de la salud de una nación. Pero los reproches sin tregua provenientes de fuera son contraproducentes. Pero aceptar la propia culpa presupone información suficiente sobre el pasado en cuestión. Sin embargo, los historiadores se quejan de que los archivos de Moscú hoy no son tan accesibles como lo fueron en los años 90. Es un asunto complicado. Con todo, no cabe duda de que, durante los últimos 20 años, en Rusia ocurrió una revolución respecto a los archivos. Miles de archivadores, archivos y legajos se han abierto; hoy los investigadores pueden acceder a miles de documentos que antes estaban reservados. Cientos de monografías que hablan sobre esto han sido publicadas o están en proceso. Además, al lado de los documentos a los que oficialmente se dio acceso en la década del 90, se publicaron muchos otros que no habían recibido el visto bueno oficial. Dmitri Volkogonov, el historiador militar, y Alexandr Yakovlev, ex miembro del Politburó, contaron ambos con suficiente influencia y autoridad como para acceder a cualquier archivo o documento que quisieron… y la sociedad agradece sus valiosas publicaciones. Hace cerca de 90 años Rusia fue sacudida, primero, por la Revolución de Febrero, y luego, por la Revolución de Octubre. Ambos sucesos constituyen un leitmotiv en su obra. Hace pocos meses usted reiteró su tesis: el comunismo no fue resultado del previo régimen político ruso; la Revolución Bolchevique fue posible solo gracias al mal gobierno de Kerenski en 1917. ¿Lenin no fue más que un accidente, una persona que pudo venir a Rusia y tomarse el poder solo gracias al apoyo alemán? No. Solo un ser extraordinario puede convertir una mera oportunidad en una realidad. Lenin y Trotski fueron políticos sumamente hábiles y vigorosos capaces, en muy poco tiempo, de aprovechar las debilidades del gobierno de Kerenski. Pero permítame corregirlo: la Revolución de Octubre es un mito que crearon los vencedores, es decir, los bolcheviques, mito que se tragaron entero los círculos progresistas de Occidente. El 25 de octubre de 1917, un violento golpe de Estado de 24 horas de duración tuvo lugar en Petrogrado. Y fue brillante y minuciosamente planeado por León Trotski. Lenin estaba cubierto para evitar ser juzgado por traición. Lo que llamamos la “Revolución Rusa de 1917” fue la Revolución de Febrero. Ahora, las razones que impulsaron esta revolución se originan en la situación de la Rusia prerrevolucionaria y jamás he dicho lo contrario. La Revolución de Febrero tiene raíces muy profundas… como intento mostrar en La rueda roja. En primer lugar, estaba la vieja y prolongada desconfianza mutua que se tenían, por un lado, quienes detentaban el poder y, por el otro, los sectores más cultos y mejor educados de la sociedad, una amarga desconfianza que hacía imposible cualquier tipo de solución constructiva para el estado. En este caso, la mayor parte de la responsabilidad recae sobre las autoridades competentes: ¿quién sino el capitán es responsable de un naufragio? La Revolución de Febrero “fue resultado del régimen político ruso anterior”. Pero esto no significa en modo alguno que Lenin fuera “un accidente”; o que la participación financiera del emperador Guillermo II de Alemania no tuviera importancia. Nada de lo que ocurrió en la Revolución de Octubre fue natural para Rusia… más bien al contrario: esa revolución fue lo peor que le pudo pasar a Rusia: el terror rojo que desataron sus líderes, su disposición a bañarla en sangre, son prueba contundente de ello. Alguna vez usted dijo lo siguiente: Rusia tuvo que padecer la historia oscura del siglo xx para bien de la humanidad. ¿Aprendieron los rusos las lecciones? Están empezando a hacerlo. Un buen número de publicaciones y películas sobre la historia del siglo XX son prueba de una creciente demanda. Hace poco, el canal estatal de televisión Rusia transmitió una serie basada en la obra de Varlam Shamalov donde se mostraba la terrible y cruel verdad sobre los campos de trabajo de Stalin… y le aseguro que no la aguaron. Para terminar, ¿cuál es, en su opinión, el estado actual de la literatura rusa? Los períodos de rápidos y fundamentales cambios nunca han favorecido a la literatura. Las obras importantes casi siempre y en todas partes han sido creadas en tiempos estables, para bien o para mal, buenas o malas. La literatura rusa contemporánea no es la excepción. El lector educado hoy en día quizá prefiera leer obras de no ficción. Con todo, estoy convencido de que la justicia y la conciencia no serán desperdigadas a los cuatro vientos sino que prevalecerán en los cimientos de la literatura rusa para iluminar nuestro espíritu y ampliar nuestro entendimiento. ¿Qué significa la fe para usted? Para mí la fe es el fundamento de la vida. ¿Le teme a la muerte? No. Cuando joven, la temprana muerte de mi padre me ensombreció… y tuve miedo de morir antes de que mis ilusiones literarias se hubieran convertido en realidad. Pero cuando llegué a los 30 o 40 años, mi actitud frente a la muerte se hizo más amable y equilibrada. Siento la muerte como una cosa natural, pero por ningún motivo como el último y definitivo mojón de nuestra existencia. Sea lo que sea, le deseamos muchos más años de vida creativa. No, por favor, no. Ya basta.
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