Eliseo Verón, Semiosis de lo ideológico y del poder

March 24, 2018 | Author: Diego E. Suárez | Category: Ideologies, Society, Science, Linguistics, Marxism


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ELISEO VERÓNSemiosis de lo ideológico y del poder* Revista Espacios de crítica y producción, Nº 1. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1984, pp. 43-51. 1. Producción del sentido. Materialidad del sentido. Dos “gramáticas”. Se trata aquí de concebir a los fenómenos de sentido como adoptando, por una parte, siempre la forma de investiduras en conglomerados de materias sensibles que, a raíz de eso, llegan a ser materias significantes (investiduras susceptibles de resultar descriptas como conjuntos de procesos discursivos), y como remitiendo, por la otra, al funcionamiento de un sistema productivo. Todo sistema productivo puede considerarse como un conjunto de compulsiones cuya descripción especifica las condiciones bajo las cuales algo es producido, circula, es consumido. Otro tanto podría afirmarse respecto del sentido. Ahora bien, tales compulsiones, en lo que hace al sentido tal como puede localizárselo en las materias significantes que circulan en una sociedad, no constituyen ciertamente un conjunto homogéneo; las mencionadas compulsiones no brotan de una misma fuente, no tienen todas los mismos fundamentos ni remiten al mismo tipo de “leyes”. Dicho de otra manera, hay sistemas diferenciados de funcionamiento de la producción de sentido, cuya descripción exige recurrir a conceptos y modelos diferentes. En este caso, nos interesa aquello que, entre esas múltiples compulsiones en la producción del sentido, remite a los vínculos que mantiene el sentido con los mecanismos de base del funcionamiento social, es decir por lo que respecta al orden de lo ideológico y al orden del poder. Pero esto no quiere decir que vayamos a ubicarnos en un nivel particular del funcionamiento social o que vayamos a tratar un tipo de materia significante. Todo lo contrario: el orden de lo ideológico y el orden del poder atraviesan a una sociedad de uno al otro extremo. Ya volveremos sobre ello. Si se mira el cuadro general de una teoría de la producción de sentido, este último aparece inevitablemente como resultado de un trabajo social (en una terminología ligeramente diferente: como engendrado por diversas prácticas). Por lo tanto, lo que se manifiesta bajo la forma de investiduras de sentido en múltiples materias, es el trabajo social. Sólo hay sentido en tanto incorporado a disposiciones complejas de materias sensibles. Incluso si se quiere hablar de “representaciones” o de “sistemas de representaciones”; éstos, para el análisis de la producción de sentido, no pueden tener otra forma de existencia que la de investiduras significantes en materias. El punto de referencia obligado de toda empresa empírica en este ámbito, son los fenómenos de sentido atestiguados, las disposiciones de materias significantes portadoras de sentido, los conjuntos significantes que han sido extraídos, por las necesidades del análisis, del flujo ininterrumpido de producción-circulación-consumo de sentido, en un contexto social dado. Lo que aquí llamamos “investidura” no es más que la puesta en espacio-tiempo de sentido, bajo la forma de procesos discursivos. Este trabajo se propone como esbozo de una problemática extremadamente vasta y compleja, de ahí que las cuestiones sean presentadas, en el espacio disponible, de una manera muy esquemática. Se invita al lector a completar esta lectura, sobre todo en lo que concierne al problema de lo ideológico, con la de otros artículos: “Remarques sur l'idéologique comme production de sens", Sociologie et Sociétés; Montréal, 5 (2); 45-70, e “Idéologie et Communications de masse: sur la constitution du discoursbourgeois dans la presse hebdomadaire”, Idéologies, littérature et société en Amérique Lattine, Editions de l'Université de Bruxelles, 1975: 187-226. La cuestión de lo ideológico en relación con el “discurso de la ciencia” se desarrolla detalladamente en “Fondations” (en una colección de textos prontos a aparecer). [43] * Se plantea aquí el problema del estatuto de una multiplicidad de conceptos analíticos utilizados en las ciencias sociales para estudiar los funcionamientos concernientes al poder y a las ideologías. Es evidente que tales conceptos (por ejemplo: “instituciones”, “relaciones sociales”, “normas”, “dominación”, “representaciones”, y tantos otros) remiten a “lecturas” hechas por el sociólogo, por el antropólogo, de “paquetes” extraordinariamente complejos de materias significantes de todas clases. Una teoría de la producción de sentido debe interrogarse por los fundamentos de tales “lecturas”. Una teoría de la producción social de sentido no puede dejar de fundar, al mismo tiempo, su propia legitimidad epistemológica, en tanto discurso (con pretensión científica) sobre el sentido socialmente producido. Un abordaje que se proponga aplicar a los fenómenos de sentido el modelo de un sistema productivo debe postular relaciones sistemáticas entre conjuntos significantes dados (atestiguados) por una parte, y los aspectos fundamentales de todo sistema productivo: producción, circulación, consumo. El estudio de tales aspectos impone la descripción de las condiciones bajo las cuales tiene lugar su funcionamiento. Puede hablarse así de condiciones de producción, de circulación, de consumo. A estas última, preferimos llamarlas condiciones de reconocimiento1. Tales condiciones son ciertamente exteriores al conjunto significante, dado (atestiguado) que se haya tomado como objeto de análisis, pero no pueden considerarse extrañas al sentido en general: esta distinción entre sentido productivo y condiciones de producción no debe reproducir la vieja dicotomía infraestructura/superestructura, como si el sentido fuera una “meseta” de la sociedad que tuviera “debajo” alguna realidad ausente de sentido. El fragmento más ínfimo de comportamiento social implica algún tipo de sentido. Hay pues sentido a ambos lados de la distinción conjunto significante/condiciones de producción. La intervención del análisis es la que produce el corte. En el funcionamiento de una sociedad, nada es extraño al sentido; el sentido se encuentra en todas partes. Ahora bien, también lo ideológico y el poder se encuentran en todas partes. Dicho de otra manera: todo fenómeno social puede “leerse” en relación con lo ideológico y en relación con el poder. Decir que lo ideológico, que el poder, se encuentran en todas partes, es afirmar un principio de lectura y no la posibilidad concreta de llevarla a término: estamos muy lejos de poseer los instrumentos para mostrar la ubicuidad del poder y de lo ideológico. Al mismo tiempo, afirmar que lo ideológico, que el poder, se encuentran en todas partes, es radicalmente diferente a decir que todo es ideológico, que todo se reduce a la dinámica del poder. En el universo social del sentido, hay muchas otras cosas además de lo ideológico y del poder. Con esto pretendemos señalar que “ideológico”, “poder”, remiten a dimensiones de análisis de los fenómenos sociales, y no a “cosas” a “instancias” que tendrían un “lugar” en la topografía social. Pero ya volveremos sobre esto. Aunque especifiquemos nuestra empresa focalizándola en el funcionamiento del sentido en relación con los mecanismos de base de una sociedad, y por lo tanto en el orden del poder y el orden de lo ideológico, la ubicuidad de estas dimensiones no facilita las cosas: lo cierto es que tenemos que afrontar toda suerte de materias significantes. Ahora bien, es evidente que las articulaciones del sistema productivo no son de la misma naturaleza en los diferentes niveles del funcionamiento social. Uno puede “leer” lo ideológico en un sistema de comportamientos rituales, del mismo modo que puede hacerlo en la disposición de la gestualidad cotidiana: puede mostrarse cómo un discurso de prensa, una conversación hogareña o un discurso fílmico se acoplan en una dinámica que concierne al poder. En cada caso, las condiciones de producción, de circulación, de reconocimiento, implican mecanismos diferentes, exigen la puesta en juego de análisis específicos. Si tratamos la circulación evanescente de las palabras en situaciones sociales llamadas interpersonales, la producción de sentido no resulta sometida, a las mismas compulsiones que si nos interesamos por una circulación más “extendida” como podría ser la que hace posible el sustento tecnológico para el discurso escrito. Con todo, pueden precisarse algunos elementos conceptuales propios del modelo abstracto del sistema productivo de sentido considerado en general. Son los que permiten definir el proceso de investigación desde el punto de vista metodológico. Describir el trabajo social de investidura de sentido en las materias significantes consiste en analizar ciertas operaciones discursivas de investidura de sentido. Tales operaciones resultan construidas (o postuladas) a partir de las marcas presentes en la materia significante. Dicho de otra manera, esas 1 De los tres términos que designan los tres momentos, conceptualmente distinguibles, de un sistema productivo el de consumo parece el más crudamente económico cuando se lo aplica al ámbito de sentido. Probablemente, esto obedece al hecho de que en los ensayos (muy variados) de transferencia del modelo “económico” a otros ámbitos, la instancia consumo precisamente ha merecido poca atención. Al no haber sido objeto de un trabajo de “metaforización” comparable al que se ha sometido a los otros dos términos, consumo continúa dando la impresión de ser un término “puramente económico”. En la situación actual, me ha parecido preferible reemplazarlo por el de reconocimiento, que por otra parte ha sido utilizado en lingüística para aludir al momento “recepción” del circuito del lenguaje, a pesar de que tengo en cuenta que esto produce cierto desequilibrio. Con todo, en el estado actual de las cosas, cierta vacilación terminológica me parece inevitable; por otra parte, la estabilización sólo podría surgir a partir de una decisión individual. [44] operaciones son siempre operaciones subyacentes, restablecidas a partir de marcas inscriptas en la superficie material. En el modelo de un sistema productivo hemos distinguido tres aspectos: producción, circulación, reconocimiento. Puede hablarse de marcas cuando se trata de propiedades-significantes cuya relación, ya con las condiciones de producción, ya con las condiciones de reconocimiento, no se encuentra especificada. Desde ese punto de vista, por ejemplo, el lingüista trabaja sobre las marcas propias de la materia significante lingüística. Cuando resulta establecida la relación entre una propiedad significante y sus condiciones de producción (o de reconocimiento) esas marcas se convierten en huellas, de la producción o del reconocimiento. En efecto, esos dos conjuntos de condiciones nunca son idénticos: las condiciones de producción de un conjunto significante nunca son las mismas que las condiciones de reconocimiento.2 La separación entre producción y reconocimiento es sumamente variable, de acuerdo con el nivel del funcionamiento de la producción de sentido donde uno se ubique y de acuerdo con el tipo de conjunto significante que uno estudie. En todo caso, siempre tratamos con dos tipos de “gramáticas”: “gramáticas” de producción y “gramáticas” de reconocimiento.3 Por el contrario, no existen hablando con propiedad, huellas de la circulación: el aspecto circulación no puede hacerse “visible” en el análisis sino como separación, precisamente, entre los dos conjuntos de huellas, las de la producción y las del reconocimiento. El concepto de circulación sólo es, de hecho, el nombre de dicha separación. Para ilustrar la importancia de la distinción entre los dos tipos de gramáticas, daremos dos ejemplos situados a niveles completamente diferentes del funcionamiento social, ya que uno remite a los procesos de interacción y el otro concierne a la circulación social del discurso escrito. Hace tiempo, hemos intentado discernir algunas características discursivas que permitieran diferenciar el habla producida por determinados sujetos: habla que otro discurso (el de la psiquiatría y el psicoanálisis) refería a pacientes neuróticos graves: histéricos, fóbicos, obsesivos. Era así posible relacionar ciertas propiedades significantes de su habla con los fundamentos dinámicos de cada tipo de “neurosis”. La manipulación del relato sobre la enfermedad, el empleo de conectores temporales para describir el episodio “originario” de sus problemas, el dispositivo de la enunciación centrado en el sujeto hablante se vuelven así inteligibles, por ejemplo, a la luz de un modelo de la dinámica profunda de los sujetos histéricos. Desde ese punto de vista, se trataba de la reconstrucción de una gramática de la producción del discurso del histérico. Ahora bien, resultaba evidente al mismo tiempo, que las propiedades discursivas de este habla eran, si es posible decirlo, una puesta en acto, en la situación misma de interacción, de las estrategias propias de la histeria: problema entonces del efecto de sentido de este habla sobre un interlocutor, problema de reconocimiento. Y resultaba imposible inferir de manera lineal o directa, a partir de una descripción del habla de un sujeto, desde el punto de vista del sistema de las compulsiones en producción, el efecto de sentido de este habla sobre otro sujeto: era indispensable tener en cuenta los rasgos neuróticos dominantes .en el interlocutor. Dicho de otro modo: un sujeto con dominante fóbica no “reacciona” al discurso histérico de la misma manera que un sujeto obsesivo. Las estrategias interaccionales (y, por ende, la puesta en juego del poder en la situación de interacción) aparecen así como una suerte de acople recíproco entre dos gramáticas, la del locutor productor de una palabra dada, la del interlocutor que, en reconocimiento, “retoma” esta palabra para producir otra.4 Esta distinción ayuda asimismo (y se trata ahora del segundo ejemplo) a comprender la circulación social de los textos, particularmente en lo que hace a las prácticas científicas. Con relación a la materia significante lingüística, y en la medida en que tratamos con compulsiones que brotan de los mecanismos del funcionamiento social, la separación entre producción y reconocimiento nos permite tocar la cuestión de la historia social de los textos, es decir el conjunto de relaciones (sistemáticas pero cambiantes) que definen la distancia entre las condiciones (sociales) bajo las cuales se ha producido un texto y las condiciones (que se “desplazan”, si así puede decirse, a lo largo del tiempo histórico) bajo las cuales ese texto es “reconocido”. En el orden de la producción social de conocimientos, esta distancia puede ser de docenas de años. Como se ve, para un texto dado, se puede intentar reconstituir una gramática para dar cuenta de sus condiciones de producción, pero por el otro lado existirán de hecho una serie de gramáticas de reconocimiento, asociadas a diferentes momentos históricos en los cuales ese texto ha producido efectos (visibles en la práctica discursiva de una ciencia, es decir, visibles bajo la forma de otros textos con respecto a los cuales el primero fue a su vez una condición de producción). En consecuencia todo texto es susceptible de esta doble lectura. He intentado aplicarlo al caso, particularmente significativo, del Curso de lingüística general: a mi juicio son las condiciones de producción de la separación las que explican los fenómenos de emergencia de las prácticas científicas.5 2 La ausencia de esta distinción revela la “ilusión inmanentista” en el análisis de textos, característica de lo que he llamado la “primera semiología”. Ver Remarques sur l'idéologique comme production de sens, op. cit. 3 El término “gramática” debería llevar comillas a lo largo de todo el texto. Para lo que sigue las hemos eliminado, con el propósito de no entorpecer la escritura. 4 E. Verón y C. E. Sluzki, Comunicación y neurosis, Buenos Aires, Editorial del Instituto, 1970. 5 Al respecto véase “Fondations”, op. cit. [45] Por lo tanto se abren dos perspectivas fundamentales en una teoría del sentido en tanto engendrado por sistema productivo: uno concierne a la reconstrucción de gramáticas de producción, la otra está consagrada a la reconstrucción de gramáticas del reconocimiento. Ahora bien, tanto desde el punto de vista sincrónico como desde el diacrónico la producción social de sentido consiste en una red significante que resulta, a todos los efectos prácticos, infinita. En todos los niveles del funcionamiento social, tal red tiene la forma de una estructura de sucesivas intercalaciones. Tomemos un nuevo caso, el de los discursos sociales con soporte lingüístico. En la medida en que otros textos forman siempre parte de las condiciones de producción de un texto o de un conjunto textual dado, todo proceso de producción de un texto es de hecho un fenómeno de reconocimiento. E inversamente: un conjunto de efectos de sentido, expresado como una gramática de reconocimiento, sólo puede atestiguarse bajo la forma de un texto producido. En la red infinita de la producción de sentido, toda gramática de producción puede considerarse como resultado de condiciones de reconocimiento determinadas, y una gramática de reconocimiento no puede sino atestiguarse bajo la forma de un proceso de producción textual determinado: tal la forma de la red de la producción social en la historia. El término “determinado” es aquí decisivo: pues estas gramáticas no expresan propiedades “en sí” de los textos; más bien, ensayan representar las relaciones de un texto o de un conjunto de textos con su “otredad” con su sistema productivo (social). Y este último es necesariamente histórico. Pero debemos subrayar que no se puede inferir, de manera directa y lineal, las reglas de reconocimiento de los “efectos de sentido” a partir de la gramática “de producción”. Esta última define un campo de efectos de sentido posibles, pero a la sola luz de las reglas de producción no es posible saber cuál es concretamente la gramática de reconocimiento que se aplicó a un texto en un momento dado. 2. Lo plural de los textos. La orientación discursiva. “Paquetes” significantes. Lo dicho hasta ahora implica que todo análisis de un conjunto significante, cualquiera sea la (o las) materia(s) significante(s) en juego, es necesariamente heterónomo. El sentido producido sólo llega a ser visible en relación con el sistema productivo que lo ha engendrado, es decir en relación con esa “otredad” constituida por las condiciones de producción, de circulación, de reconocimiento. Los análisis que se quieren “inmanentes” se colocan en las prolongaciones de la lingüística tal como ha sido generalmente practicada hasta ahora: tomar un texto como una serie de enunciados que remiten a “la lengua”. Ahora bien, y para permanecer todavía en el marco de los fenómenos relativos al lenguaje, una teoría de la producción social de sentido se propone desarrollar un proceso de investigación totalmente distinto. Pues un texto, como lugar de manifestación de las compulsiones sociales de la producción de sentido, está lejos de ser un objeto homogéneo. Todo texto es susceptible de una multiplicidad de lecturas, es un objeto plural, es el punto de pasaje de varios sistemas diferentes, heterogéneos, de determinación. En un texto, dicho de otra manera, hay diferentes tipos de huellas. Y una misma marca lingüística puede “leerse” como huella que muestra diferentes sistemas de determinación según el tipo de lectura que uno pretende hacer del texto. En un texto están, eventualmente, las huellas del autor, que remiten a un sistema histórico-biográfico y al universo de su “obra”. Están asimismo las huellas vinculadas al trabajo de lo inconsciente. Están las huellas de los vínculos que mantiene el texto con las condiciones sociales bajó las cuales ha sido producido, y también las huellas de operaciones que permiten el acople del texto a una situación de poder, en una red de relaciones sociales determinadas. Y así sucesivamente. Por eso considero un grave error intentar trabajar sobre los fenómenos discursivos transfiriendo cierto proceso de investigación lingüística fundado sobre la noción de “lengua”. Tal transferencia caracteriza la “primera semiología”.6 Desde una perspectiva de esa índole, se trataría de hacer “el análisis del discurso”, de constituir una suerte de teoría universal de lo discursivo, dependiente y complementaria de la teoría de la lengua. Cuando uno se coloca en el nivel del funcionamiento discursivo, se encuentra en el plano social, la producción discursiva de sentido (y nada hay que no sea discursivo) es enteramente social: uno trata con discursos y no con el discurso. No se trata de decir que cuando se pasa al orden de lo discursivo, se pasa a lo social: de hecho, la lingüística como ciencia de la lengua, como ciencia extraña a lo social, sólo pudo constituirse sobre la base de un dispositivo metodológico destinado a expulsar lo social del lenguaje, reduciendo la actividad relativa al lenguaje (siempre discursiva y siempre social) al modelo de la producción de oraciones por un “hablante-oyente ideal”.7 Puede entonces verse por qué el discurso me parece un objeto ilusorio. Por el contrario, puede ensayarse constituir poco a poco una teoría de la producción social de los discursos (pequeño capítulo de una teoría de la producción social del sentido en general). Y para cada tipo de análisis hay que especificar el nivel de pertinencia de la lectura, el modelo del sistema productivo, en cuyo marco se ubicará un conjunto textual dado para ordenar en él ciertas operaciones. 6 7 “Remarques sur l'idéologique…”, loc. cit. No se pretende ciertamente negar la importancia histórica de tal dispositivo. [46] Es necesario entonces transformar, el objeto empírico del punto de partida (el o los textos) por medio de una investigación que se oriente al orden de la discursividad. Definamos dicho orden de la discursividad al menos por la negativa: no hay que tratar los textos como si consistieran en series (necesariamente lineales) de enunciados, obtenidos por “normalización” del corpus (obtenidos, en otras palabras, por la destrucción de lo discursivo). Desde este punto de vista, el orden de lo discursivo remite a dos cuestiones importantes. La primera concierne a lo que he llamado la materialidad del sentido. En efecto, la discursividad es un proceso de espaciotemporalización de la materia lingüística: exhibición espacial y puesta en secuencia temporal, inextricablemente ligadas una a la otra. Contrariamente a la opinión de Saussure, el orden del discurso no es lineal. La segunda cuestión concierne al hecho de que, si se está interesado en el estudio del sentido socialmente producido de conjuntos significantes atestiguados, no se trata prácticamente nunca con objetos significantes homogéneos: en los discursos sociales, hay siempre diversas materias y por lo tanto diversos niveles de codificación que operan simultáneamente: imagen-texto, imagen-palabra-texto-sonido, palabra-comportamiento-gestualidad, etc. Esos “paquetes” significantes complejos son los que recorren las redes sociales del sentido. 3. Lo ideológico, el poder (I): la travesía de lo social (obstáculo marxista). Aunque sea cierto qué ninguna otra teoría ha sido tan decisiva en este dominio como la teoría marxista, hay que reconocer que, actualmente, es ella la que constituye el mayor obstáculo para el desenvolvimiento de una reflexión sobre el funcionamiento de lo ideológico (o, al menos, cierta versión de dicha teoría). Agregaríamos asimismo que la tendencia a la reificación de los conceptos se ha acentuado particularmente en la teoría marxista contemporánea, en comparación con los textos “clásicos”. La misplaced concreteness ha hecho estragos. Se ha retomado la dicotomía infraestructura superestructura, esta concepción geológica o más bien piramidal de la sociedad, que querría que esta última estuviera constituida por “mesetas” superpuestas.8 Se trata, ciertamente, de una metáfora, pero mucho es lo que dice sobre las otras propiedades de la teoría donde ella aparece: la “base” (extraña, como es obvio, a lo ideológico, que se encontraría en otra parte) es “determinante en última instancia”; la superestructura, más o menos desligada, “sigue” a dicha base. O bien: la superestructura puede llegar a ser relativamente autónoma de la “base”, pero es cierto que lo político se encuentra más “próximo” a la “base” que lo ideológico. El mismo espíritu de reificación ha producido el curioso concepto de “práctica ideológica”, como si lo ideológico fuera algo que se encuentra “en alguna parte”, como si lo ideológico, dentro de una misma serie homogénea, estuviera “al lado” de lo económico y lo político. Ahora bien, como ya hemos dicho, hablar de lo ideológico y del poder es hablar de dos dimensiones en el análisis del funcionamiento de una sociedad. Tratamos entonces con una doble orientación que puede conducir a cualquier fenómeno social, a cualquier nivel del funcionamiento de una sociedad, cuando se trata de comprender a la vez su producción y su reproducción.9 Son pues dimensiones que atraviesan de lado a lado a una sociedad. Se trata de comprender la semiosis necesariamente investida en toda forma de organización social (aunque se la designe, cuando se la describe independientemente, desde su dimensión significante, o desde el orden de lo “económico”, de lo “político”, de lo “cultural”, de lo “ritual”, etc.). Sin esta semiosis, no puede concebirse ninguna forma de organización social. Lo que no quiere decir que esta semiosis que atraviesa a la sociedad sea, en su conjunto, susceptible de describirse a partir de un principio simple de coherencia interna, sino todo lo contrario. Ya volveremos sobre esto. Marc Auge señaló el problema con claridad: “Se trata (…) de repensar las consecuencias de una verdad evidente, demasiado evidente acaso como para que uno la perciba siempre con claridad. Las grandes líneas de la organización económica, social o política son el objeto de representaciones al mismo título que la organización religiosa; más exactamente, organización y representación se dan siempre juntas; una organización no existe antes de ser representada; tampoco hay razón para pensar que una organización represente otra, y que la verdad de un “nivel”, en el lenguaje de las metáforas verticales, se encuentre situada en otro nivel”10. Se plantea aquí un problema importante: el de determinar (siempre dentro del contexto de sociedades concretas) la naturaleza particular y las modalidades de funcionamiento de esta semiosis en el interior de las relaciones sociales que el sociólogo o el antropólogo describen como dependientes de lo económico, lo social, lo político. Yo mismo utilizaba aún esta terminología en “Vers une logique naturelle des mondes sociaux”, Comunications, 20: 246-278. No es azaroso que en el contexto de este pensamiento marxista “reificante” sólo haya lugar para una concepción puramente reproductiva de lo ideológico. 10 Marc Auge, Théorie des pouvoirs et Idéologie, Taris, Hermann, 1975, p. XIX. Con todo pensamos que la noción de representación debe remitir a la semiosis, y por ende a la producción de sentido y a los procesos de investidura de materias significantes, si por una parte ese término aspira a ser algo más que un término cómodo para designar un problema sin resolverlo, y si por la otra se quiere evitar reintroducir la dicotomía infraestructura/superestructura bajo una nueva forma. 9 8 [47] Intentemos ahora caracterizar de una manera más precisa estos dos conceptos de lo “ideológico" y deducción de sentido, con la semiosis de una sociedad. Ya estamos en posesión de las referencias necesarias: tales conceptos remiten a los dos tipos de gramáticas ya mencionados. Lo ideológico es el nombre del sistema de relaciones entre un conjunto significante dado y sus condiciones sociales de producción. En las sociedades industriales capitalistas, tales condiciones hacen a la manera en que la red de la semiosis social se dinamiza en virtud de los conflictos de clase. Dicho esto, me parece imposible captar la complejidad de este sistema de relaciones por medio de nociones simplificadoras como la de “interés de clase” (aunque se intente definirlo “objetivamente”). La construcción de gramáticas de producción de discursos sociales puede, con facilidad, prescindir de tales nociones que implican, además, una teoría ingenua del sujeto. Suponiendo que un día tengamos los instrumentos para reconstituir el conjunto de las condiciones de producción de un tipo específico de sentido producido, se podrá decir que una ideología, históricamente determinada (en el sentido en que se habla de “fascismo”, de “socialismo”, de “stalinismo”) no es más que una gramática de producción. O más bien: una familia de gramáticas, pues habrá que explicar cómo una ideología históricamente determinada puede investir a muy diferentes materias significantes (el discurso escrito, el comportamiento social, los filmes, el espacio –no se ha hablado acaso de la “arquitectura fascista”, etc.). Ahora bien, las condiciones de tal investidura (el proceso de producción) no son las mismas para las diferentes materias. Cada materia define ciertas compulsiones específicas impuestas a las operaciones discursivas de investidura de sentido.11 Cuando se trata de dar cuenta, en el interior de un proceso determinado de circulación, de los efectos de sentido de un conjunto significante dado, es decir cuando se mira del lado del reconocimiento, enfrentamos la cuestión del poder, ha noción de “poder” de un discurso sólo puede designar los efectos de ese discurso en el interior de un tejido determinado de relaciones sociales. Ahora bien, tales efectos sólo pueden tener la forma de otra producción de sentido. Ya lo hemos dicho: todo reconocimiento engendra una producción, toda producción resulta de un sistema de reconocimientos. Si, por ejemplo, tal tipo de “mensaje” de los medios masivos tiene efectivamente un poder sobre los “receptores”, ese poder sólo puede interesarnos en la forma del sentido producido: comportamientos, palabras, gestos, que definen a su vez las relaciones sociales determinadas mantenidas por los mencionados “receptores”, y que se entrelazan así en la red infinita de la semiosis social. Esta manera de concebir los conceptos de lo “ideológico” y del “poder” implica algunas consecuencias. Me limitaré aquí a recordarlas rápidamente.12 “Ideológico” no es el nombre de un tipo de conjunto significante, por ejemplo un tipo de discurso que sería “el discurso ideológico”. “Discurso ideológico”: he aquí otro animal que forma parte de la fauna extravagante de cierto marxismo reificante. Una vez más: lo ideológico es una dimensión susceptible de indicarse en todo discurso marcado por sus condiciones sociales de producción, cualquiera sea el “tipo”. Una ideología no es un repertorio de contenidos (“opiniones”, “actitudes”, o incluso “representaciones”), es una gramática de generación de sentido, investidura de sentido en materias significantes. Una ideología no puede entonces resultar definida a nivel de los “contenidos”. Una ideología puede (siempre de manera fragmentaria) manifestarse también bajo la forma de contenidos (tal como aparece acaso en lo que corrientemente se llama “discurso político”). Pero el concepto de ideología (una ideología) no puede definirse en este nivel. De hecho, la relación de una ideología (históricamente determinada) con la producción de sentido que engendra es del mismo tipo que la relación entre la Lengua y la producción de habla, tal como ha sido formulada por ejemplo por Chomsky: es necesario darse los medios para describir un sistema finito (enumerable) de reglas de generación para dar cuenta de una producción de sentido que es infinita. Pues a partir de una ideología .se puede hablar de la totalidad del universo, “real”, e “imaginario”, y pueden utilizarse todas las materias significantes. El concepto dé “ideológico” nada tiene que ver con una noción de “deformación” u “ocultamiento” de un “real” supuesto. Se toca así la vieja cuestión “ciencia/ideología”. Digamos además que esta cuestión concierne a un pequeño fragmento del universo de la producción social de sentido: el orden del discurso escrito con pretensión referencial, siendo el discurso escrito la forma que siempre adopta el “conocimiento científico”. Algunas observaciones, pues, referidas a este dominio restringido. El discurso “científico” es típicamente un producto social. Para los discursos sociales, no hay sentido que pueda ser “no-ideológico”: tal cosa querría decir que uno podría producir algún sentido fuera de toda compulsión a engendrar, lo que sería absurdo. Todo discurso social está sometido a condiciones de producción determinadas. Es posible, por el contrario, establecer una distinción a nivel de los efectos de sentido, entre el “efecto cientificidad”, por una parte, y el “efecto ideológico”, por la otra. Esta distinción es una cuestión de reconocimiento y no de producción. Dicho de otra manera: la Ver mi artículo “pour une sémiologie des opérations trans-lingüistiques", Cuaderni di Studi Semiotici, 4: 81-100, 1973, para una tipología de las reglas constitutivas de las materias significantes. 12 Se encontrará una discusión más detallada en “Fondations”, op. cit. [48] 11 diferencia entre el efecto de sentido discursivo llamado “conocimiento” y el efecto “ideológico” concierne al poder de los discursos. Esta última observación requiere algunos comentarios. El fundamento de la distinción entre las dos gramáticas de reconocimiento (aquella en la que opera el “efecto de cientificidad” y aquella donde se produce el “efecto ideológico”) puede formularse de la manera siguiente: el “efecto de cientificidad” reposa sobre una suerte de desdoblamiento: se reconoce al discurso como instaurador de una referencia a su referencia a lo “real” que él describe. Esa referencia doble puede obtenerse cuando un discurso que, como todo discurso, se encuentra sometido a condiciones de producción determinadas, se muestra precisamente como estando sometido a condiciones de producción determinadas. Dicho de otro modo: la referencia del discurso a su referente está marcada por la referencia del discurso a sus condiciones de generación. El “efecto ideológico” es por el contrario, el del discurso absoluto: discurso que se muestra como el único discurso posible sobre aquello de lo que habla. Pero uno y otro efecto de reconocimiento tienen necesariamente lugar en el interior de discursos que son ideológicos en producción.1313 Puede verse cómo esta distinción se vincula con el poder de los discursos: para que un discurso tenga poder, debe poner en marcha una creencia. Las creencias implicadas por el “efecto ideológico” y el “efecto de cientificidad” son muy distintas. El paradigma del “efecto ideológico” es el discurso absoluto, el discurso de la religión. Inversamente el modelo mismo del discurso del “conocimiento” es el de un discurso que no reclama la creencia absoluta, el de un discurso relativo. Acaso no sea inútil insistir en el hecho de que este problema (en una vieja fórmula: la cuestión “ciencia/ideología”) es un aspecto extremadamente parcial del dominio de lo ideológico: la tendencia a reducir ese dominio a la mencionada cuestión se encuentra, desgraciadamente, muy difundida. El dominio de lo ideológico concierne en realidad a todo sentido producido sobre el cual hayan dejado huellas las condiciones sociales de su producción. Esa es, entre las lecciones de Marx, una que no hay que abandonar: él nos ha enseñado que si se sabe mirar, todo producto lleva las huellas del sistema productivo que lo ha engendrado. Esas huellas, están allí, pero no se las ve: son “invisibles”. Cierto análisis puede hacerlas visibles: se trata del análisis consistente en postular que la naturaleza de un producto sólo es inteligible en relación con las reglas sociales de su generación. Por el contrario, si se aplica sistemáticamente ese postulado al estudio de la semiosis social, hay otro aspecto de la teoría marxista que no es posible retener. Las divisiones se derrumban, los compartimentos estallan: lo ideológico no es una superestructura, pues sin ideología, es decir, sin producción social de sentido, no habría ni mercancía, ni capital, ni plusvalía. 4. Lo ideológico, el poder (II): la red Múltiple (el obstáculo izquierdista). Pero, en resumidas cuentas, ¿qué es el poder? No podría decírselo mejor de lo que lo hace Foucault: “(…) el poder, no es una institución, ni una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre dado a una situación estratégica compleja, en una sociedad determinada”.14 Ahora bien, esas estrategias no existen fuera de los paquetes significantes que las contienen, no existen sin el acople, en las relaciones sociales, de los innumerables discursos que atraviesan la sociedad, no existen sin la intercalación de producciones de sentido y de reconocimento de sentido, en una semiosis que Pierce describió con justeza como infinita. Imaginemos ahora una sociedad donde, por hipótesis, un mismo y único conjunto de reglas productivas permitiera explicar la producción de sentidos (a) en todos los niveles del funcionamiento social; (b) en el interior de todos los tipos de “paquetes” significantes; (c) en todas las redes de circulación de sentido; (d) tanto en producción como en reconocimiento. Se trataría del modelo de una sociedad enteramente dominada por una sola gramática. Tal sociedad permanecería eternamente inmodificada: pasaría su tiempo histórico reproduciéndose apaciblemente, siempre idéntica a sí misma. Es sumamente dudoso que semejante sociedad haya existido alguna vez; es asimismo dudoso que alguna sociedad “primitiva” se parezca en algo a esta imagen. En todo caso, nada hay más alejado de este modelo que nuestras sociedades industriales capitalistas. Ahora bien, cierto pensamiento de izquierda intenta, desde hace algún tiempo, consumar la tarea imposible de explicarnos que vivimos en una sociedad de esa índole. Anunciando con estrépito sea “el fin de la 13 Considero que allí reside el fundamento de la distinción entre esas dos gramáticas del reconocimiento, la de la “cientificidad”, y la del “efecto ideológico”. No se trata ciertamente del único elemento. Habría que agregar que el concepto de un efecto de sentido y aquellos conceptos concernientes a los tipos de discurso deben mantenerse, a mi juicio, perfectamente separados. Dicho de otra manera no hay que imaginarse que todo discurso producido por las instituciones llamadas “científicas” es un discurso en el que se produce, necesariamente, el efecto de “cientificidad”. Nada de eso. Nos encontramos ante una cuestión que no depende solamente de las propiedades de los discursos considerados en “sí mismos” sino de las relaciones entre los discursos y las condiciones de producción, circulación y reconocimiento. 14 Michel Foucault, Histoire de la sexualité, I. La Volonté de savoir,Paríí, Gallimard, 1976, p. 123. [49] producción”15, sea “el estadio cibernético”,16 tal discurso nos muestra cómo una misma y única lógica está obrando en todas partes: la de la forma/objeto, la de la forma/signo, la del “principio de simulación”, en Baudrillard; la del discurso del poder (no en tanto dimensión analítica, sino en tanto el poder concreto, único, que de arriba abajo domina todo) en Franklin. Curiosa paradoja en este pensamiento, que por otra parte muestra a las claras la complejidad de la producción-reconocimiento de sentido en nuestras sociedades capitalistas. Hace ya tiempo el funcionalismo sociológico proclamaba alegremente “el fin de las ideologías”.17 Un poco más tarde McLuhan, el profeta de la era electrónica, disfrutaba al explicarnos que nos estábamos convirtiendo, de nuevo, en una “tribu” integrada por el poder de los medios masivos.18 Cierto pensamiento de izquierda ha invertido, pura y simplemente, el signo de estos temas, retomándolos en su totalidad y dejándolos intactos. Todo esto arrojó como resultado un discurso apocalíptico sobre la unificación absoluta de la dominación, que ya no tiene necesidad, según parece, de ser ejercida: el sistema se reproduce automáticamente. He aquí la paradoja: es evidente que para comprender las condiciones de producción de este discurso, hay que referirse inevitablemente al discurso del poder: no a cualquier discurso, no a todo discurso, sino a un discurso bien preciso: el del poder tal como se plantea dentro de las sociedades capitalistas. Se diría que ese discurso ha tenido un resonante éxito en la izquierda: algunos se han convencido de la homogeneidad y la coherencia total de nuestras sociedades. Por otra parte, este efecto paradojal, en la izquierda, del discurso (o más bien de los discursos) de la clase dominante no es nuevo. Un autor como Marcuse ya había recorrido todo este círculo: partiendo de un radicalismo marcado aún por el pensamiento marxista, ha concluido con la proclamación de un “socialismo biológico”. Eclosión de lo irracional puro en el interior de un discurso de izquierda: se trata del retorno de lo reprimido. Los síntomas abundan: el buen tiempo de antaño, era el de las sociedades “primitivas”; los “primitivos” sólo conocen el “intercambio simbólico”, ni siquiera conocen el Inconsciente.19 Un discurso terrorista-apocalíptico asociado a la nostalgia de un pasado imaginario, perdido para siempre: esto debe decirles sin duda alguna, algo. Cuanto más compleja es una sociedad, más complejas es la semiosis que la atraviesan. Lo ideológico y el poder están en todas partes, en tanto “grillas de inteligibilidad del campo social”, para retomar la expresión de Foucault. Esta ubicuidad no remite pues a la homogeneidad de una coherencia global que produciría la unificación significante de una sociedad en su conjunto. “Omnipresencia del poder: no en tanto tendría el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino en cuanto se produce a cada instante, en todo lugar, o más bien en toda relación entre un lugar y otro”.20 Cualquiera sea el nivel de la producción de sentido en el que nos ubiquemos, cualquiera sea la longitud de tiempo histórico que recortemos, nunca, como hemos dicho, coinciden exactamente las gramáticas de producción y las gramáticas de reconocimiento. Lo ideológico y el poder son estas redes de la producción social de sentido perpetuamente sacudidas por los mecanismos dinámicos de la sociedad; y por lo tanto, siempre más o menos desfasadas una en relación con la otra: producción y reconocimiento sociales del sentido están, en cada nivel, en cada momento del tiempo histórico, en cada zona del funcionamiento social, sometidos a un proceso perpetuo de desorden y reajuste. En la medida en que el tejido de la semiosis social no es más que la dimensión significante de la organización social, resulta necesariamente dinamizado por los conflictos sociales; en nuestras sociedades industriales capitalistas, ante todo y sobre todo por los conflictos que brotan de la lucha de clases. 5. Del lado del sujeto. Entre el sentido investido y las condiciones de esta investidura, entre las materias significantes y las compulsiones que definen la naturaleza del trabajo de investidura, se encuentran los agentes de los procesos de producción y de reconocimiento: los sujetos. El concepto de “sujeto” designa pues, desde esta perspectiva, la mediación necesaria entre condiciones de producción y proceso de producción, entre condiciones de reconocimiento y proceso de reconocimiento. El sujeto es pues para nosotros punto de pasaje de las reglas operatorias de la producción y del reconocimiento, dicho de otra manera, es el lugar de manifestación de una legalidad que sobrepasa toda “conciencia” que el sujeto pueda tener del sentido. Ahora bien, el sujeto no constituye, ciertamente, un “medio transparente”, todo lo contrario. Dicho sujeto es a su vez fuente de compulsiones que definen su funcionamiento en tanto “sujeto”. Considero que aquí encuentra el psicoanálisis su punto de articulación con una teoría de la producción social del sentido. Pero el término 15 16 Jean Baudrillard. L’Echange Symbolique et la Mort, París, Gallimard, 1976. Jean Franklin, Le Discours du Pouvoir, París, col. “10/18”, 1975. 17 Daniel Bell, en su clásico libro The End of Ideology, N. Y., 1960. 18 Marshall McLuhan, Understanding media: the extensions of man, N. Y., McGrawhill, 1964. 19 Jean Baudrillard. L’Echange Symbolique et la Mort, op. cit., p. 210. 20 M. Foucault, La Volonté de savoir, op. cit., pág. 122. [50] “articulación” puede también engañarnos: con el psicoanálisis, lo mismo que con lo ideológico y con el poder, nos encontramos en presencia de un nivel de lectura. Pues lo inconsciente también está en todas partes. Ciertamente, no existe discurso que no esté tejido al orden simbólico: es una trivialidad decirlo. Pero una trivialidad que encierra también un peligro, el de pronunciarla propósito de cualquier cuestión, un mismo discurso universalizante; un discurso que se contentaría con encontrar a cada momento, la castración, el padre, el falo. La “contribución” del psicoanálisis se convertiría entonces en esa “nueva retórica” denunciada por Michel de Certeau con referencia a la historia: “El recurso a la muerte del padre, al Edipo o a la transferencia, sirve para cualquier cosa. Al considerar que esos conceptos freudianos son útiles para todo fin, no es difícil hincarlos en las regiones obscuras de la Historia (…). Se los acomoda allí donde una explicación económica o sociológica deja un resto. Literatura de la elipsis, arte de presentar los desechos, o vago sentimiento de un enigma, sí; pero análisis freudiano, no”.21 No se trata pues, en relación con un conjunto significante dado, de recoger alegremente, de aquí y de allá, las huellas del orden simbólico y de sus relaciones con lo imaginario para recomponer un modelo, que permanecería siempre igual en la disposición fundamental de sus elementos. Aún suponiendo que las “reglas de juego” para alcanzar dicha recomposición fueran explícitas (lo que raramente ocurre) y no adaptadas ad hoc según las necesidades circunstanciales del análisis (lo que ocurre con frecuencia), tal empresa no podría satisfacernos. La puesta en relación del orden de lo ideológico, del poder y de lo inconsciente implica representarse una trama tejida a la vez por esas tres economías. Ya hemos intentado sugerir por qué el orden de lo ideológico y del poder no son idénticos, por qué remiten a problemáticas estrechamente ligadas pero distintas. Estos dos órdenes tampoco podrían reducirse a la cuestión del sujeto. Ahora bien, el “encuentro” entre estas tres economías es un fenómeno histórico, y la trama que producen revela, en momentos diferentes, en “lugares” diferentes de la sociedad, trazados diferentes. Lo interesante es la señal de esas configuraciones diferenciales. Cada disposición de materias significantes (“normalizadas” en los medios masivos, por ejemplo), implica una posición del sujeto que le es específica (pensemos en el cine en comparación con la imagen televisiva).22 En la diacronía, toda separación significativa entre producción y reconocimiento de conjuntos textuales determinados implica un cambio en la posición del sujeto.” En relación con dicho “encuentro” de una teoría del sujeto con una teoría de la producción social del sentido, hay que subrayar la importancia decisiva de un estudio que viene progresando durante estos últimos años: el de los dispositivos de la enunciación. Considerarlos en general plantea enormes problemas pues si algo sabemos sobre su funcionamiento en el interior de la materia lingüística, la teoría de esos dispositivos tal como toman forma en otras materias distintas de la del lenguaje está enteramente por hacer. A esto se agrega que lo discursivo, la combinatoria particular propia de los “paquetes” significantes, afecta el dispositivo de enunciación en el interior de cada materia. Es evidente que este dispositivo, tal como funciona en la materia lingüística que puede tomar parte en el discurso fílmico, por ejemplo, ya no es más el mismo que caracteriza a la enunciación en la actividad relativa al lenguaje propiamente dicha, sea oral o escrita. Aún permaneciendo dentro de los límites del discurso lingüístico, la importancia del análisis de la enunciación es decisiva, con la condición de comprender que, en última instancia, este análisis no concierne a un “aspecto” del discurso; no se refiere a un “nivel” de funcionamiento de la discursividad sino, por el contrario, entraña (o en todo caso, debería entrañar) una transformación global y profunda de la concepción de la actividad relativa al lenguaje. Entrelazado por doquier a las operaciones discursivas, afectando continuamente, por ese hecho, al material lexical, el dispositivo de la enunciación es esa red de huellas por la cual lo imaginario de la historia se inserta (siempre de manera fragmentaria, siempre de manera parcial, en cada proceso de producción o de reconocimiento) en estructuraciones determinadas del orden simbólico. 21 22 Michel de Certeau, L'Ecriture de l'Histoire, París, Guillimard, 1975, pág. 292. Subrayemos, desde ese punto de vista, la importancia de los pasos realizados en la búsqueda de una configuración específica del sujeto en el interior de la institución cinematográfica (aunque no se toque allí explícitamente la cuestión de lo ideológico) en el reciente número de Communications sobre Psicoanálisis y Cine (23). Nota: (Este trabajo ha sido traducido por Juan Carlos Gorlier y revisado por Mariana Podetti; publicado originalmente en la revista Communications Nº 28, 1978). [51]
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