EL VALLE DE MIS QUERERESpor: Eduardo Gallegos Mancera Desde los albores de la conquista, casi desde que el lusitano Bicho Cortés sentara sus reales en las márgenes de un plácido afluente del Guaire, El Valle -el Valle por antonomasia entre los muchos otros valles de la meseta que desciende lentamente de la Cordillera de la Costa para volcarse ‘en Barlovento- constituyó un polo de atracción para los habitantes de Caracas. Y era natural: su río de suave pendiente, a veces sumiso, a ratos turbulento y arrasador, sus verdes cañaverales, su cercanía a la capital, eran otros tantos atractivos para quienes por uno u otro motivo necesitaban sosiego y pasajero aislamiento sin alejarse demasiado de la urbe maternal. Todavía se conserva en el habla popular la recomendación burlona “A llorar al Valle”. Pero no son pocos los que ignoran su significado, que no es otro sino la costumbre de siglos pasados de numerosas familias capitalinas de medianos recursos de trasladarse al tranquilo villorrio para pasarse el período de recatado duelo -seis meses, un año- tras la desaparición de algún ser querido. Temperar en El Valle, por enfermedad o por requerimiento de descanso, era igualmente cosa habitual entre caraqueños de las capas medias. Tranquilidad, aislamiento de “mundanal ruido” y hasta en algunos casos recurso decoroso para sobrellevar discretamente temporales dificultades económicas, era comúnmente lo que se buscaba con el alquiler de una sencilla vivienda en la Calle Real o en la Calle Atrás del pequeño conglomerado que gozaba de las ventajas de la cercanía a la capital y a la vez de todo el encanto de la aldea. Allá vivieron por este o aquel de los motivos mencionados, personalidades destacadas de la política o de las letras del pasado y del presente siglo: Fermín Toro, Luis Manuel Urbaneja Achelpohi, Jesús Semprum. Allá murió —en una habitación del piso alto de la casa de los Mayz en la vía principal que llegué yo a visitar en mi infancia— el Presidente José Tadeo Monagas. Allá en Muñigal, vieron la luz las bellas estrofas, primer tercio del siglo, de Juan España, de índole bucólica muy propia del ambiente de ese tiempo que rodaron de boca a oído por las barriadas capitalinas: “El cucarachero”, “El Mango”, “Los arrieros”, “El alfarero”. Algún día serán rescatadas del injusto olvido. Allá en época más reciente escribieron sus mejores ensayos Ismael Puerta Flores, Fernando Cabrices, Eduardo Arroyo Alvarez. Allá se forjaron personalidades recias que hicieron historia en la pequeña urbe, como el Dr. Leopoldo Manrique Terrero. A Leopoldo, a su persona y obra nos referimos más adelante, cuando hablemos de la Cruz Roja y su huella. Pero es preciso advertir que no me he propuesto hacer una crónica detallada de la ayer parroquia foránea, sino de abrir cauce como me lo pidiera Lovera De-Sola a algunas de mis vivencias vinculadas a aquellos lares, a cuyo acontecer dediqué buena parte de mi existencia, como médico y como trabajador social, como dirigente revolucionario y como hijo adoptivo del suburbio señero. Volvamos por tanto al bosquejo liminar. Antes que se construyese la vía carretera, que partió de El Peaje para atravesar los predios de lo que es hoy La Avenida Nueva Granada pasando por La Bandera y San Antonio, sombreados en esa época por mangos y acacias, mamones y guayabas, flanqueados por acequias fangosas, saturados por el olor penetrante de vaqueras y caballerizas, antes que se iniciara el crecimiento incontrolado que habría de devorar a la aldea apacible de principios de siglo. A El Valle se llegaba por dos desfiladeros viales que constituían entonces la entrada sur de Caracas para el arribo a la capital de frutas y hortalizas procedentes del Tuy, de San Diego y San Antonio de los Altos, por la trocha angosta que orillaba los tablones de caña y de malojo del Prado de María y El Rincón para trepar luego por una escabrosa ladera que corresponde al actual Triángulo, llegar al ventanillo de la cumbre donde el andante se refrescaba con guarapo fresco la 1 MI tía por línea materna. “Escriban. Las haciendas que poseía para los años veinte -Sosa. cómo funcionaba la locomotora gracias al vapor generado por la combustión de la leña. Estuve en mis años primeros muy inmerso dentro de aquel episodio histórico. saltando por Conejo Blanco donde tiene su asiento el Ministerio de Defensa. precisé detalles. Potrerito. relacionada con la inauguración del ferrocarrilito. Mancera adquirió extensas propiedades que. General José Antonio Páez. Y cuando. escriban”. Pero mi infancia. extendiéndose los tablones de caña de azúcar a lo largo del río que tiene sus fuentes en la actual cuenca de La Mariposa: Cutuciapón. Prim. llanto copioso cuando el armatoste bufaba amenazador antes que giraran rechinantes las ruedas: así era la despedida. Veía una y tantas veces el óleo -no recuerdo de quién. la vieja casona de anchos corredores. la misma de Rómulo Gallegos. habría hecho de la suya una de las más sólidas fortunas del país. Abrazos. miren que quedamos muy angustiadas”. Santo Domingo y Coche. mi adolescencia. a la cruenta Guerra Federal que tantas vidas e ilusiones de ingenuos campesinos truncara para que los caudillos viejos y nuevos siguieran acaparando la tierra. el Pozo de los Pájaros. Intentaré aclarar en cortas líneas las razones de esa relación tan estrecha. lo único que no entiendo es cómo esta máquina camina sin caballos — fue la pronta respuesta. de no haber fallecido en plena sazón aún. la Quebrada Figueroa y Turmerito. Aclaré dudas. que para un capitalino de ahora resultaría inconcebible si se toma en cuenta que El Valle es hoy una populosa barriada de centenares de miles de habitantes plenamente incorporada a la metrópoli y a diez minutos de la Plaza Bolívar por la autopista de Coche si el tránsito está suave. Dentro de esta enorme propiedad erizada ahora de altos edificios que llegan hasta el Mercado Central. hermosas barandas. patios interiores. mi juventud y madurez han estado muy ligadas a El Valle.que puso fin. a través de la clásica componenda final entre grandes terratenientes. en el seno de una familia de raíz también caraqueña.era alma y alegría para la colectividad vallera. ávida de emociones que rompieran la rutina. Abarcaron esos fundos. la Escuela de Oficiales. “Cualquier novedad. acontecimiento que conmocioné a Caracas.tiene sabrosa historia: el trencito que desde Puente Hierro se adentraba en el caserío hasta perderse en él. No resisto la tentación de traer a colación una anécdota verídica de aquellos tiempos. se hallaba.iban desde lo que es actualmente el Paseo de los Próceres hasta el Hipódromo. se halla aún. “No se olviden de escribirnos. a las puertas del casco urbano. preguntó a un presuntamente inteligente oligarca que se hallaba en primera fila: — ¿Entendió usted? —Todo está claro. parque y trapiche para el papelón y alto torreón aledaños en cuyo salón frontal se firmó el famoso Tratado de Coche -suscrito por Antonio Guzmán Blanco en nombre del Mariscal Falcón y por Pedro José Rojas en representación del ya en decadencia.garganta y bajar un tanto abruptamente por Cañicito hasta la Calle Baruta y por ella o por la Cajigal hasta la Calle Real. “Recuerden que Ceferino el arriero viene todos los sábados”. avisen”. el General Eduardo G. persuadido de que su faena pedagógica había culminado exitosamente. desde el Circulo Militar de ahora. el Fuerte Tiuna.que intentó revivir la escena de la traición histórica: Guzmán 2 . El ingeniero extranjero que había armado el tren se esmeraba en explicar a la “Alta Sociedad”. congregada a tal fin en la estación. La otra vía -o ferrovía. hasta los Jardines y el Coche de esos tiempos. Pero la sonrisa se tornaría en hilaridad incontenible si se advirtiese que en la Caracas de fines de centuria la Estación de Puente Hierro que mencionamos se convirtió en lugar de cita de numerosas familias de la pequeña burguesía urbana que iban a despedir llorosamente a sus familiares para el “viaje” hacia El Valle por motivos de luto o ansias de reposo. los numerosos manantiales que brotan del flanco Norte de El Naranjal. Al evocar todo esto. Nací en la Parroquia Candelaria. Una sonrisa piadosa saldría a flor de labios si recordáramos que el viaje en ese “ferrocarril” -una locomotora y apenas dos vagones que se habría de trocar en vulgar tranvía. al que trepaba yo con mucha frecuencia para esconderme en el solipsismo punzante de la adolescencia que me arrastraba irresistiblemente a leer vorazmente a Julio Verne y Salgan. otros personajes. frente a la nariz perfilada. Y no vacilé un instante. En los primeros terrenos contiguos a la Rinconada. Azar. tiñendo la gleba que nunca poseyeron con sus glóbulos. una de las cuales yo ocupé como adjudicatario del Banco Obrero. Ello me ocasionó no pocas contrariedades familiares. Pero antes me tocó organizar junto con mis compañeros de partido a los campesinos de la zona en un sindicato que marcó hito en la historia de las luchas agrarias en el centro del país. Pedro José Rojas. sus brillantes entorchados y resplandecientes condecoraciones. al borde de una acequia. el Matadero -ubicado en esa época en lo que luego fuera el primer conjunto de bloques de la urbanización Coche. mirada imperiosa. en las cercanías de la finca de los Bañuls. sacrificando esterilmente sus vidas en aras de las ansias de poder de los gamonales. barba imponente. pasión que me ha acompañado desde que asimilé el trasfondo de clase de todo proceso histórico. en el entorno de la quinta de Henri Pittier. Fue grande mi sorpresa cuando. Cúa. vía hacia La Mariposa. La Casa Grande. Y tal vez de aquellas cavilaciones han venido esta mi pasión por redimir al trabajador humillado y ofendido. lanceados a la vera de los mil caminos de la ensangrentada tierra. en Bermúdez. las incidencias de la Guerra Larga: campesinos emaciados por la malaria. Paracotos. partiendo de los vivos relatos de mi abuela. 3 . ayudamos a los “marginales” de entonces a levantar ranchos miserables para ellos techo indispensable.los Lander Gallegos: “La Rinconada”. se extendían dos haciendas de mis primos -éstos por la línea paterna. maduro ya y en la vicepresidencia de la Municipalidad en virtud del voto popular. el aparente capitulador. Estremecimientos precursores de una pasión por las letrasya las aventuras. de un lado. se superponían exactamente en el papel.la Antigua Hacienda La Beatriz. Tazón donde hay instalaciones militares y de servicios públicos. Canuto García. en Las Mayas. en Turmerito. a un también posible príncipe azul. el vencedor. “La Quinta”. guerrera bien ajustada. pero coincidencia que me sacudió hondamente. debo confesarlo que por fin a nadie interesan. al borde de la carretera que conducía al Tuy a través de la Cortada del Guayabo mi imaginación aún imberbe pero ya muy activa me hacía revivir. comprobé que árbol y hogar estaban en el mismo sitio. pero a los que está vinculado ese árbol. sin propiedades intermedias. simple azar. No podía comprender en esos tiempos la esencia de la tragedia. eran tierras de alto precio que fueron vendidas en decenas de millones en los años cincuenta a Eugenio Mendoza -Tazón. Stevenson. muy cerca de un rancho desde cuyo patio delantero me miraba quizás una niña campesina que posiblemente veía en el “señorito” sobrino del General. Al fondo.al Estado venezolano. pero primero estaba mi deber de luchador revolucionario. Cuando durante las vacaciones escolares colocaban mi camita en el salón de marras en la Casa Grande -así la llamábamos para diferenciarla de la otra mansión de los Mancera. entre ellos el hermano de mi abuela. Recordé entonces el lugar mismo donde se erguía en el pasado. Charallave. polainas de cuero fino. pantalones blancos. Daniel De Foe y el infaltable Cervantes. donde se alzan el fastuoso Hipódromo y El Poliedro. negros y mestizos en su mayoría. la Quinta. pero intuía algo injusto y siniestro tras la pantalla bordada de aquella hecatombe.Blanco. surcada más tarde por centenares de las llamadas veredas a cuyos costados se alzan en el presente miliares de casitas de uno o dos pisos. también de los Mancera. con elegante paltolevita invisiblemente manchado de la sangre de los trabajadores del agro inútilmente derramada por unos y otros. Tácata. con sus charreteras doradas. comparando el plano de la antigua finca La Beatriz con el de la ya moderna urbanización. un gigantesco mango de ramas altas. el para esos días joven abogado Dr. Más allá de los límites del latifundio de mi tío. donde ejercían magisterio Alicia Mendoza. verduras. la tienda del viejo López. La Cruz Roja. desde harina y pescado hasta telas. en lo político. entre otrospara adquirir en la tienda del isleño las más variadas mercancías. educadoras consustanciadas con la comunidad. el negocio de Camilo Fumero. del inolvidable Botiquín de los chinos atendido por sufridos y siempre humillados nacidos en la lejana Catay. con la valorización de las áreas urbanas. una suerte de cadena que ataba a los campesinos o el conuquero le quedaba debiendo a José. otra cuesta abajo hacia la calle Atrás.que conducía a la Escuela Militar. memoria me sobra. el “Morfeo” célebre de los hermanos Curvelo. la Escuela Elías Toro y la Padre Mendoza. y su antítesis ética el respetado Monseñor Alejandro Rodríguez. la urbanización Longaray que se acunaba a la derecha. el de José González. en lo cultural. Luego venía la encrucijada más concurrida denominada Cruz Verde. el molino de Felipe Bello. Y pare usted de nombrar negocios y viviendas que sería cosa de no terminar nunca. un solar donde se instaló el Mercado Libre. Con el crecer incesante de la Capital. tolerante y comprensivo como pocos. el club Bolívar a cuyos salones espaciosos acudía la “aristocracia” de la parroquia y en cuya sede se celebraban rumbosos saraos y suntuosos bailes de carnaval. aves y huevos. del Bar La Crema donde todos los mentideros hallaban su asiento. en lo sindical y reivindicativo. busqueda incesante de una Justicia social que ha tardado pero que llegará inevitablemente. Frenética actividad mía. entre cuyas construcciones surgió con Manuel Taborda al frente y nuestro concurso entusiasta.. amigo mío a pesar de las diferencias ideológicas. Más adelante. La Calle Real proseguía su marcha con el tranvía en la margen izquierda deteniéndose —era la cómoda práctica— para que subieran o bajaran a su capricho o interés los pasajeros: la Jefatura Civil. Antes eran dos calles largas: la Calle Real y la llamada Calle Atrás. pero los lectores protestarían. español de origen. carne de cerdo. al borde derecho de la estrecha carretera que viene de Caracas. la fábrica de Chocolates Savoy. canarios avaros que cobraban dos bolívares a cada forastero que se viera obligado a pernoctar en sus inmundos cuartuchos. hortalizas. fuente de salud de la cual hablaré más adelante. café. el Cine Roxy. la primera industria vallera en la que numerosos obreros de uno y otro sexo conocieron la explotación de su fuerza de trabajo. la esquina de La Cruz hacia donde confluía en airosa curva la Calle Cajigal desde las alturas de San Andrés y Canicito. en lo médico. frutas. delator de cofrades suyos desafectos al gobierno. el trecho largo -ya mediados los 40. un Sindicato que libró durante el Gobierno de Medina Angarita una huelga victoriosa. se hallaba el expendio de víveres más prestigioso de la parroquia. Me limitaré por consiguiente a decir que entre mis recuerdos de niño de esa Calle Real de la Parroquia tutelada por San 4 . Alicia Graife y Ana Teresa Hernández —para no mencionar otras abnegadas pedagogas. con el desarrollo que conoció la economía venezolana tras la muerte de Juan Vicente Gómez y el incremento a ritmo veloz de los ingresos petroleros El Valle sufrió una transformación sorprendente. Siguiendo sus pasos hacia Los Jardines a cuyo comienzo vivía yo. a partir del Cine Chapellín. Era una especie de trueque que se repetía con cada labriego cada semana. y expiraba junto con la linda placita y la antigua iglesia donde oficiaron en distintas épocas un párroco servil al régimen gomecista. La Calle Real arranca del Cementerio viejo. el Padre Aranaga. kerosén y velas. en cuyo caso volvía el sábado siguiente para saldar en lo posible su deuda o dejaba en depósito pequeñas sumas que igualmente lo llevaban de nuevo al almacén.. un ramal hacia el denominado Estado Zamora donde vivió y escribió el poeta y periodista caroreño Domingo Amado ‘ Rojas.Ocumare del Tuy. arreos de mulas y burros con los rubros más solicitados -caraotas. a cuyo almacén de compra y venta llegaban diariamente por centenas desde las comarcas agrícolas más productivas. A los fines de los treinta. Algún que otro lance personal. y una vía 5 . humilde y no tan humilde. la Calle Real. no pocos barloventeños. estaba una casa donde se veneraba al “Gran Poder de Dios”. cosas de faldas o de tragos.Roque están las coleadas de toros a las que acudían briosos jinetes de Charallave y Pitahaya. concedía favores. se escanciaba aguardiente lavagallos en gran escala. hacía milagros. entre otras. asesinada en su residencia de dos pisos de tablas. Otro cine ya en la plaza. sin que nadie. El párroco condenó el absurdo culto. de Valle Morín. donde algún enfermo me necesitase. de San Casimiro y San Sebastián. detrás de la iglesia. llovían las promesas y las dádivas en efectivo. alguna ratería y. en hora de angustia volcaban sus miradas hacia el talismán. sólo una vez. existía.. la mansión de los Boccardo y los Oyarzábal. y con eso bastaba. los de Ocumare se mudaban a Charallave y los de Charallave se residenciaban en El Valle sin atreverse aún a internarse en la Capital: isleños muchos. Expoliación y mucha. colega de toda probidad y de todo mi afecto. como también otra cosa era Muñingal con su Escuela Abigail González. pero los moradores. con desvío hacia “Los Reina” de donde partía una senda trepadora que entre colinas tupidas de chamizales nos llevaba a Baruta y Sartenejas. de llaneza extrema. al decir del vulgo. Años de huida lucha por el mejoramiento colectivo que hubimos de adelantar. de nacionalidad desconocida. la casa de Federico Lessman el cronista fotográfico de la vieja Caracas. tuyeros en aplastante mayoría. las de Antonio Rendón y María Morales. sin embargo. listo para llevarme. mi ateísmo burlón e intransigente se cebó sobre ara tan singular. se encendían de beldades las ventanas. Aún operaba la ley demográfica de la contigüidad -vigente hasta que las redes viales se extendieron y el transporte cobró velocidad y cupo. donde vivió luego mi querido camarada Carlos Farrera. en forma de una piedra tosca que. La gente crédula. pensara en robarlo. los Lemoine. un crimen muy sonado. de “buenas costumbres”. acudía a encender lamparitas de aceite y a hacer donativos de los cuales se beneficiaba sin escrúpulos la familia que tenía bajo su custodia el guijarro. Todavía Caracas no se había aproximado tanto y El Valle continuaba siendo un pequeño oasis.permaneció al frente de mi casa toda la noche. Allí moraban el poeta de “El Cucarachero” y sus hijos. el de una madama usurera y medio bruja. Tiempos de penuria generalizada y. Menudeaban los dolientes de cuerpo y espíritu. La ruta desfilaba entre casas muy parecidas —las viviendas de los Pimentel y los García Maldonado. una docena de prostitutas en todo el pueblo. Años serenos de soterrados conflictos. entre los cuales debo mencionar a José María. El Valle tenía una columna vertebral. La esquina donde estaba enclavada la “capilla” tomó de esa leyenda su nombre: esquina del Gran Poder de Dios. los Palumbo. en una calle lateral a cuadra y media de la iglesia. de Paracotos y Cúa. Mi Ford rojo -conocido de todos. con las puertas sin cerrar y. Ocumare y Quiripitae. perseguido. Se colocaban talanqueras en las bocacalles. con la llave en el suiche. sin faltar guariquenses del norte que entraban por la estratégica cortada de nuestras guerras civiles. Vaya intercalada una estampa del folklore vallense asaz olvidada. Eran tiempos de alegría sana. muy próximas ellas al tan mentado zanjón de los perros. encarcelado y exiliado por la dictadura perezjimenista. asómbrese. Camatagua y San Francisco de Macaira y hasta caraqueños de alcurnia que no desdeñaban recibir cintas de colores de las más lindas muchachas valieras. Los toros rodaban una y diez veces por tierra y los vítores y alaridos colmaban la calzada. más era menos compleja la trama no había drogas y los hampones eran escasos. Yo me pregunto a veces qué se hizo aquel pedrusco. La Calle Atrás era otra cosa. rumbo resuelto al río por Santa Rosa y Punta Brava. de que los males sociales no se curan con cucharaditas. dedicados a un poco productivo comercio en las pocas empresas industriales que existían para la época. la tuberculosis llamada “peste blanca”. pero mantenido en lo esencial intacto por los gobiernos sucesivos con las inevitables variantes de fachada y portal. jornaleros de más remota procedencia que acudían a la ciudad en busca de una minúscula migaja del banquete petrolero que les alcanzarían apenas para un sobrevivir de duros perfiles. mucho antes de que —médico ya—. la parturienta pariendo sobre colchas mugrientas extendidas en alguna mesa desvencijada. y revolucionario enraizado hondamente en la comunidad vallera. “lombricientos” como se decía entonces. Algún lugar le cederé en mis Memorias a esas realidades con las cuales estuve en rudo contacto durante largos años y que ayudaron a reafirmar mi convicción. amebiasis. San Andrés Municipal. décadas de ausencia casi total de servicios públicos. Años. para demorar un tanto las muertes prematuras. en la zona llana o en las alturas a primera vista inaccesibles. sólo o eventualmente secundado por alguna persona que desinteresadamente se convertía en enfermera improvisada. He hablado de cucharaditas y a su propósito he de caer inevitablemente en mi ejercicio profesional y en el trasfondo médico-social sobre el cual hubo de desenvolverse. algunas con grandes zaguanes. Ni el espacio previsto ni el esquema adoptado me permiten extenderme sobre las peculiaridades de ese contexto. Abundaba la parasitosis intestinal por falta de instalaciones sanitarias. día. se pareaban con casitas humildes pintadas de variados colores que iban bordeando las colinas de cotas muy combadas y sobre cuyas laderas abruptas fueron alzándose El Calvario. Panorama que dejaba indiferentes a muchos y que a mí me impactara tempranamente. cuando no la miseria extrema. Pero estas barriadas miserables crecían aterradoramente: campesinos de las regiones vecinas desalojados por los latifundistas. Los Aguacates. de desatención a los problemas populares por parte de las autoridades cuyos personeros se ocupaban primordialmente de succionar el tesoro público para beneficio propio. vale decir. de frente a la Cajigal. partían las veredas que se perdían entre chozas de bahareque o de simples tabla. la mayoría de los cuales no llegaba a la adolescencia a causa de la elevada mortalidad infantil: gastroenteritis. haciendo largas colas desde la madrugada para llenar latas y vasijas y luego llevarlas sobre la cabeza mientras trepaban fatigosamente por los senderos escarpados. Los cerros valleros —cangilón a cangilón.tenían que buscar agua en las escasas pilas de la ruta principal. escenas que jalonaron mi incesante peregrinaje: noche. rancho a rancho -fueron mi cotidiano itinerarioEl niño o el anciano moribundos. modelara para siempre mis concepciones acerca de las causas de estas calamidades sociales. mientras sus compañeros de vida y vicisitudes buscaban el sustento familiar muy lejos de la vivienda: en alguna obra vial. de color terroso por la anemia provocada por la anquilostomiasis. Las casonas de patios floridos y soleados. bajo la lluvia o a pleno sol. realmente revolucionarias. 6 . como una vez le dijera en su despacho al Presidente López Contreras. Muy cerca del Callejón El Loro. ésta menos trajinada y bulliciosa. sino con transformaciones radicales del medio económico y cultural. Un panorama de filosas aristas y de franco desamparo social. Niños panzudos. latón y techos de tejas. gruesos portones con o sin postigos y aldabones herrumbrosos. En ellos reinaba la penuria. pues no se había iniciado aún la campaña por la construcción de letrinas que masivamente adelantamos los comunistas a partir de 1944.alterna: la Calle Atrás. no por bien nutridos sino exactamente por todo lo contrario. Las mujeres -entonces limitadas a los oficios del hogar y al cuido de los niños. heredado de la dictadura gomecista. zinc o asbesto. en edificaciones. cárcel. biensanar. Absurdo sería que hablase de mi quehacer asistencial sin consignar en justicia que ciertamente no estuve solo en lo de llevar alivio —solamente alivio para nuestra desdicha— a los pobladores de cerros y llanadas. hijo del poeta Juan. de hombre sembrado en los barrios. vallero legítimo. un cirujano listo a toda hora para operar hábilmente no obstante la precaria infraestructura —un “quirófano” improvisado en lo que parecía más un calabozo— y un presupuesto evanescente que ni presupuesto podía llamarse. teórico de nuestra revolución. Y finalmente. sin costo alguno pan el paciente. parques. el “Marquitos” de todo nuestro cariño. talento extraordinario y modestia sin igual. Médico de familia fui en aquella pequeña urbe de mis afectos y azares: hostigamiento. Pero.Décadas. trato afable y muy familiar. La Cruz Roja se convirtió pronto en un ejemplo para todas las instituciones de su tipo: tratamiento a quienes lo necesitaban de excelente calidad. de prisión y de andanzas subterráneas. de reiteración incesante del designio de estimular la rebeldía popular frente al orden de cosas existentes dentro del cual unos pocos poseen inmensas riquezas y derrochan lujo. especialista cardiovascular de alta jerarquía a quien llevé adolescente aún al pequeño laboratorio de Leopoldo para ascender con celeridad tramo a tramo en el escalafón de la experiencia. profesional honesto a carta llena. hoy cifra destacadísima de la salud pública en Venezuela. mientras las mayorías carecen de lo más elemental para la subsistencia: tierras suavemente onduladas y dotadas de excelentes servicios públicos y toda suerte de comodidades —plazas. 7 . Rafael Galarraga. sí. y Marcos Piñango. los trabajadores. de Concejal una y varias veces llevado al Ayuntamiento por el voto mayoritario. y las nuevas promociones: Manuel Adrianza. décadas de íntima satisfacción por el deber cumplido y por la gratitud desbordante de los habitantes de la parroquia de la cual me sentía solamente receptor intermediario. carentes con frecuencia hasta de un medio galón del agua potable que se despilfarra en las piscinas de abajo. Martin Valdivieso. con Leopoldo. Vestalia Terrero de Manrique. bisturí siempre presto para. Alcides Rodríguez. fundó la Cruz Roja de El Valle. Su madre. casi unánime. Intacto ha quedado mi compromiso con la comunidad. mientras pendiente arriba se apretujan las cabañas donde malviven. a costa de poca efusión de sangre. Humberto Arroyo Parejo. Al afirmarlo. avenidas bien asfaltadas—. amigo entrañable. eso sí. comunista como yo. apelando al concurso de los vecinos y de su propio hijo entonces estudiante conmigo en el Hospital Vargas. promotor de loables campañas contra la contaminación ambiental y el hábito de fumar. médico de todas las horas. el mejor clínico —oigase bien. de los valleros. de todos los barrios. clandestinidades. no fui el precursor. yo mismo. matrona de gran calidad humana. jardines. Es más. risa ancha. a pesar de la escasez de recursos. Eduardo Chapellin. pero desde luego que no en el último lugar. condiscípulo mío. compañero de tortura. el mejor— que yo haya conocido jamás. habitante el mismo de un rancho destartalado como todos los demás. afamado otorrinolaringólogo que bajo la dirección de Leo adquirió destreza singular. canchas. corazón ancho que se quebró demasiado pronto para desventura de la parroquia. para mi patria y la humanidad entera. José María España. persecución prolongada. hacinados casi siempre. como alguien dijera por ahí en lo de atender en El Valle enfermos copiosa y gratuitamente. surge la figura generosa de Leopoldo Manrique Terrero. con un equipo de galenos que trabajábamos esmeradamente sin retribución alguna: al principio. compromiso revolucionario. clínico y cirujano eminente. décadas de constante acercamiento de mi fe en un futuro mejor para mi parroquia adoptiva y adoptante. en patrimonio moral y en cariño popular. has topado”. maligno huésped del Schistosoma Mansoni. me había advertido el célebre sanitarista Armando Castillo Plaza. en cualquier lugar donde se requiriesen. los intestinos. el primer Dispensario Anti-Bilharziano de Venezuela. la muerte tras largo y doloroso proceso. muy mal tolerado generalmente. Con la bilharzja hube de entendérmelas desde los inicios de mi labor profesional: emético.sin dinero en el bolsillo pero rico. el Dr. abnegación impar. cuando fundé con la ayuda de Castillo y Risquez. sencilla. siempre la mano hacendosa tendida para el bien. en las estribaciones de las colinas. derribada por la piqueta de un progreso cuestionable. sombra y ángel custodio de Leopoldo hasta el momento mismo de su muerte. provocando diarreas sanginolentas. republicano español venido a nuestras tierras tras la criminal insurgencia franquista. en cada casa de la parroquia a la que tanto amaron. los pulmones. toda ella vocación de bien hacer. al bazo. pero los nombres de los pioneros que comenzaron la lucha contra la terrible endemia: el sabio 8 . medicamento de terribles efectos secundarios. lo tomó a su cargo. ¿cómo concluir esta semblanza sin hacer mención de Josefina Guevara?. Hasta aquí la Cruz Roja. me dijo luego mi compañero de infancia. las venas. Y más allá aún porque sigue tuteando a sus hijas. azote tradicional de una comarca cruzada por riachuelos y acequias donde el caracol. Y lo hago con pesar. Valga esta mención tangencial al esfuerzo tesonero de una hija del mundo del trabajo que todavía mantiene viva su fe proletaria y con quien mantengo nexos de amistad que nacieron y persistieron en los instantes gozosos y en el suceder aciago. Presentes estarán entre nosotros hasta que el último de quienes los conocieron se haya extinguido. Eduardo amigo”. la enfermera incansable de la institución junto con Crucita. desaparecido cuando más necesitábamos de su presencia y acción. Sus nombres están sembrados allá en cada barrio. no importa la hora. el académico de hoy Rafael Risquez Iribarren: a combatir de lleno el flagelo me di luego. sus servicios desinteresados. en cada esquina. hipertrofia hepática. en la calle 8-9 de Los Jardines. único recurso entonces para neutralizar el parásito. várices esofágicas. que es homenaje para que todos los viejos valleros le rindan en el frecuente recuerdo emocionado. “Con la bilharzia toparás en El Valle. Casi todos los moradores de la Parroquia —lo comprobé como médico— sufrían de la terrible afección que invadía al hígado. tenía ancho habitat al adosarse al fondo y márgenes de las corrientes de agua donde nos sumergíamos todos por rochela o por disfrute del baño. atendido y sostenido por nosotros los comunistas hasta que la primera Unidad Sanitaria de la zona. Debo detenerme aquí. Jesús Sahagún Torres. “Con la bilharzia. Pero. En este pálido diseño del acontecer vallero no puede faltar mención de un personaje sui generis: la bilharzia. en la casa de los esposos Martinez Collado. María Luisa Chiquín de Martínez. sustituida por el Seguro Social y por otras entidades estatales de dudoso hacer social. y en su labrar modesta como ninguna. Ahora no existe en El Valle el caracol. Como homenaje de este su hermano. porque he demorado más de lo previsto en esto de describir y comentar. en cada calle. mi camarada de mil horas de labor conjunta en los hondones de las quebradas. Hasta ese momento el pilar fundamental de la pequeña institución privada lo fue una meritoria mujer del pueblo. silenciosa en su querer. y de frente. Leopoldo y Alcides merecen sendos bosquejos biográficos que algún día he de trazar. ascitis y en no baja proporción. basten las palabras que vertí a la vera de sus tumbas en la hora luctuosa. dirigida por una excelente persona. muy rico. no encuentran asiento allí los parásitos. sobre los antiguos cañamelares de las extensas fincas de mis mayores. 9 . ya en los linderos del Hipódromo. sin saltar ninguna. desbordándonos en otras sin orden ni concierto. el concejal a la cabeza. Sahagún y esa maestra María Luisa —canas en las sienes pero no en el corazón— quedaron arraigados en la memoria popular. Los bulldozers arrastrando las arenas finas del río. de la Junta ProMejoras de la calle 9. elevándose penosamente. Allí en los archivos del Ayuntamiento capitalino. o a lo peor extraviados. el escritor. El cemento sepultando las antiguas vegas. Comenzamos temprano a echar raíces en todos los cerros y en todas las cañadas. en los folios empolillados. bloques y más bloques en las partes planas. de trabajo organizativo. el barrio “Estado Bruzual” devorando lenta pero seguramente el Cementerio Nuevo en la prolongación de la calle Baruta. En ensayo aparte. araguaneyes y apamates. el notable científico Félix Pifano. de El Calvario y del Estado Zamora. la presa de La Mariposa. Ernesto Martínez Collado. quien murió heroicamente en España defendiendo a la República contra los fascistas viles. Clemente Rodríguez. el adensamiento. aceras. ambos de mi más claro cariño. Aún conservo el Decálogo que elaboré para divulgar los efectos de la bilharzia y evitar la infestación. Noches. el querido veterano Casimiro Estrada. de las actas de la Junta Comunal. alcantarillas. desde San Antonio hasta la calle 7. Queden estas líneas como tributo sentido a todos aquellos que he mencionado. La Rinconada. Cerro Grande. no el otro camarada. las recias caobas. Y después la Urbanización “Los Jardines” alzada. arrastrando las iras de los aparatos policiales o los atropellos del partido gobernante. vivos o muertos. San Andrés y El Tamarindo en los terrenos antes boscosos donde tenía su taller el escultor Pedro Basalo. muerto recientemente tras insigne labor de siembra ideológica y de batallas reivindicativas y sindicales. Es testimonio de un empeño indecible de apelar a las grandes reservas que existen en las masas populares. Casas y más casas. los florecidos bucares. fundadores en 1939 de la Liga de Colonos de Bruzual. Napoleón Granados. tantos y tantos hombres-pueblo que no vacilaban en dedicar a diario lo mejor de sí mismos al servicio comunal. Cleofe García. están los millares de pliegos reivindicativos. tugurios y más tugurios en las zonas empinadas. Ellos fueron los edificadores de El Valle. el incansable. José Parra. respetando el arbitrario plan regulador a veces. agua. Oscar Pantoja Velásquez. Héctor Mujica —el agrónomo—. escalinatas construidas sobre los caminitos de chivos en “convites” organizados los domingos por hombres como Aníbal Ballester. a nivel de Tazón y en aras de la avidez de lucro. al diario abastecimiento de agua. a base de moralizaciones. Pilas y más pilas conseguidas tras dura lucha. para conquistar el derecho al techo propio. de solicitudes de luz. el tractor derrumbando los mangos y cujíes. escribiré sobre el crecimiento tumultuoso de esta mi querencia: aparición de Cañicito a lo largo de la ruta procera. Jesús Gómez. de pavimentación y de construcción de parques como aquel que levantamos en “cayapa” durante meses entre las calles 9 y 10 de Los Jardines y al cual le pusimos el nombre de un joven vallero. miles de noches de actividad comunal. Y nosotros a la pata del caballo. mi amigo admirado.Meyer. tenaz de defensa contra vientos a los dueños de los intereses de la colectividad. cloacas. ya que el amigo Lovera De-Sola me ha empujado por estas veredas. como Coche. de tantas y más agrupaciones reivindicativas cuyo historial merece hacerse con más detenimiento. bajo cuyo fondo lodoso deben reposar las ruinas del caserío del mismo nombre donde atendí enfermos y asistí partos. Mucho más allá. San Andrés Municipal un poco más tarde. mis hermanos Andrés y Nieves Graffe. escalinatas. Y han dejado de veras memoria buena que los honra a pesar del temporal desconocimiento. Soten López. Carlos Farrera. me doy a evocar la afirmación sagaz de Federico Engels. Del libro. Al progreso -me digo a menudo para calmar desasosiegos. Podría llenar libros enteros con recuerdos que se mantienen nítidos y abundosos. gracias a una lucha que sostuve en el seno del Ayuntamiento. a la vivienda. de la labor edilicia que me fuera encomendada a través del voto popular. Pero cuando comparo el ayer sereno de la aldea de Semprum y Urbaneja Achelpoh con ese monstruo del presente. de mi accionar reivindicativo al lado y dentro de mi partido. Tal vez haré pronto un nuevo esfuerzo por ampliar estas visiones retrospectivas y dar a conocer las innumerables experiencias de mi ejercicio profesional. las características del proceso de rauda explosión demográfica que sufrió esta aldea de apenas cinco mil habitantes que albergó mi infancia hasta convertirse en la populosa comunidad de hoy. de que se ufanara la dictadura perezjimenista: “En el capitalismo.no se le pueden erigir diques. El Valle de ayer y El Valle de ahora: la injusta distribución del suelo y de la riaueza siempre. en “El problema de la vivienda” que yo tomé en 1954 como punto de partida para un estudio. a la educación. FUNDARTE. Es hora ya de dar fin para mi breve esbozo de las vivencias que se agolpan en mi memoria y conservan su frescura a pesar de los lustros idos. sino que se trasladan” . He vertido sólo algunos de ellos en estas páginas. dejando fluir las emociones. el derecho al trabajo. de la lucha menuda y de la gran batalla contra las dictaduras declaradas o vergonzantes que niegan a las grandes masas lo que en su letra la Constitución consagra: la soberanía frente a las imposiciones extranjeras. “EL VALLE Y SUS CERCANÍAS” 1986. que reuní para refutar la pretendida erradicación de los ranchos en la zona metropolitana. Y ello para garantizar ingentes beneficios a monopolios crjollos y foráneos. parte integrante de la metrópoli: la Calle Real fue sustituida. adminiculado con datos estadísticos pormenorizados. a la salud. los barrios pobres no desaparecen. 10 . Y al contemplar desde la autopista las colinas coronadas de chozas insalubres. no puedo menos de sentirme un tanto involuntario cómplice de ese ecocidio brutal que se ha cometido con El Valle de mis quereres. Eduardo Gallegos Mancera. por esa siempre embotellada Avenida Intercomunal. no historiada pero que merece ser rescatada de una omisión deliberada en El Valle de inolvidables jornadas.Faena larga. a vuelo de pluma.