El Apra Cronicas de Una Esperanza

March 28, 2018 | Author: CESAR ACHING GUZMAN | Category: Politics, Politics (General), Government


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Recuerdo A mis padres, que ya n o están, y que me quisieron tanto.Ofrendas A mi cuñado Domingo Orozco, añoso algarrobo, bajo cuya sombra crecí. A mi hermana Amabilia que lucho con toda su alma “sus nos, sus todavías, sus hambres y sus pedazos”, por mi libertad. A mi noble y tierna hermana Ruby, que costeó todos mis estudios universitarios. A mi hermano Edmundo y la buena Edna que siempre me llevaron el plan a las prisiones. A mi hermano Manuel, inteligente, generoso, cabal y gran compañero de todas las horas. A mis hermanos Artemisa, Antonio, Cristina y Elsa, con inagotable amor. A Merry, el menor de todos, que ayer no más se quedó dormido, dejándome solamente con el recuerdo de sus grandes ojos verdes. Dedicatorio A Fany, mi entrañable mujer, compañera inagotable de todas las horas. Sin ella nada hubiera sido posible. A mis hijos y mis nietos pedazos de amor colgados en mi vida. Homenaje A mis coetáneos de Partido, maestros en la lucha, grandes en la adversidad y que lo dieron todo por el Aprismo. Agradecimiento A mi querido amigo Juan Cuadrado, por su aliento y apoyo para la publicación de este libro INTRODUCCION En pleno mandato de Alan García, en 1988 escribí y publiqué unas críticas al gobierno que titulé “Carta de la Esperanza”. Con este motivo recibí adhesiones de muchos compañeros de Partido y de amigos de otras tiendas políticas. Posteriormente, en 1990, publiqué otra carta que titulé “Carta de la Fraternidad” que, aparte de llevar el mensaje de saludo a Haya de la Torre con motivo del 22 de Febrero, también contenía severas críticas al gobierno de Alan García. Una y otra publicación fueron muy bien recibidas por la militancia. Muchos me aconsejaron que me extendiera en las críticas y contara mi experiencia en el Partido. Diría hasta me obligaban a ello. Estas razones, más el diario de confrontar la azarosa vida que vivieron centenares de compañeros durante los duros años de persecución, prisión y destierro, con los tiempos actuales, me animaron a esta tarea, para mi difícil, de contar la historia. No sé si lo he logrado. En todo caso me he ceñido a los hechos que recuerdo. Perdónenme, eso sí, el sentimiento que he puesto en ellos. A manera de prólogo, va mi “Carta de la Esperanza”, pues considero que el relato que sigue, es el desarrollo de esa Carta. Como apéndices van la “Carta de la Fraternidad”, la “Carta a un Terrorista” y algunas notas recordatorias que he publicado en diarios y revistas de Lima. Resumiendo diré que los hechos que se relatan en primera persona son comunes, y acaso de mayor relieve, a decenas de miles de apristas. CARTA DE LA ESPERANZA Lima, 28 de setiembre de 1988 Armando Villanueva Secretario General del Partido Escribo esta carta con profunda pena porque lo que te diré más adelante es duro, pero alguien tiene que hacerlo. He dejado pasar muchas cosas, doliéndome el alma, porque mi aprismo me mandaba callar. Ahora no puedo. Me ahogo y siento que me estoy acercando a la muerte. Te escribo agotado en este oficio de la política, cansado de batallar entre la gente del pueblo por los ideales apristas. En la campaña electoral de 1985 fui de puerta en puerta buscando votos para nuestro candidato. Ahora, después del triunfo, la gente del pueblo me reclama el cumplimiento de la palabra empañada. Ellos no piden puestos de trabajo, no piden prebendas. Piden solamente que el Apra cumpla con su promesa. A mi, Armando, me duele el alma cuando veo la promesa incumplida, porque yo me di íntegro al triunfo aprista y ahora no sé qué decirles. Esa gente se siente traicionada, porque es gente que no da brillo, ni fama. Da sencillez, amor del bueno. En suma dan, sin saberlo, aprismo del mismo que aprendimos cuando nos iniciamos en estas lides. Yo pensé, y así lo sentí siempre, que un gobierno aprista sería distinto a todo cuanto se conocía como ejercicio de gobierno. Y así les dije y les enseñe a mis hijos. Así pedí votos en la campaña. Yo vivía orgulloso de mi aprismo. Y vino la victoria de 1985 y las cosas siguieron igual. La misma fiereza en el trato al ciudadano Desdén por los compañeros apristas de base. El c. Ministro, senador o diputado se ponía ufano e insolente. ¡Ya no querían votos¡ ¡Ya tenían el puesto¡. Qué tristeza comprobar tanta soberbia con tanta pobreza intelectual y moral. He visto como los traidores, exhibiendo una gran destreza para la adulación y el acomodo, han arribado a puestos de confianza. Yo he escuchado a cc. Renegar del Apra y del Jefe. Para muchos de éstos el Apra había terminado. Hoy son Ministros y nos refriegan en el rostro que de nada vale la honradez y la integridad partidarias. Hay mucho dolor en el militante de base, lo han herido y casi lo están obligando a morir. Sería muy largo relatar todo esto en una carta. LO TENGO EN BORADOR PARA PUBLICARLO MAS TARDE. Ahora quiero ser preciso y puntual Por qué se nombró y se mantiene en embajadas a conocidos enemigos del Partido? Por qué se nombra, ahora, como Embajador en Panamá al conocido traidor Castro Arenas?. No recuerdas, acaso, que éste ingresó al Partido en una coyuntura favorable pensando en tu triunfo de 1980 y cuando se contaba el último voto y se sabía nuestra derrota, este hombre, como las ratas, abandonó la nave y después te atacó públicamente. Nombrarlo Embajadores es justo, es honesto, es proceder apristamente; es decir, con limpieza y moralidad.? No. Firmemente no. Es triste para el aprista verdadero comprobar estas liviandades. Es triste para el aprista sentir que se ha perdido en el seno del Partido de la solidaridad. Ver también, como se ha desvanecido ese hermoso cariño que soldó la persecución, la prisión y el destierro. Da pena ver, ahora envanecidos a los jóvenes del gobierno, otrora sencillos y buenos compañeros. Ver como el cargo de diputado, senador o ministro los ha puesto arrogantes y despectivos. Todo lo saben. Y preguntamos llenos de asombro: Y cómo antes no eran así? Armando:¿esto es el Apra?. Por esto luchaste tanto desde tu adolescencia; por esto enfrentaste a la Corte Militar en 1948 y asumiste valientemente la defensa de nuestro Partido?. Acaso por esto te ganaste tiempo?. Por esto Haya de la Torre te otorgó su confianza. Por esto tu le diste la firmeza de tus convicciones. Por esto fuimos al combate, por esto la novia amada sin saber si la noche que quedaba atrás sería la última?. Por esto nos jugábamos la vida en la desigual contienda. Por esto murieron miles de fusilados acribillado a balazos en el camino. Por esto quedó cortada la juvenil figura de Juan Maclean.? No. Rotundamente no. El Aprismo es otra cosa. Es la escuela de la lucha por la felicidad del hombre sobre la base del amor y la justicia. Aprismo es moralizar, es combatir la injusticia social. Es dar al humilde, al trabajador, al campesino un mundo nuevo de seguridad y alegría. Es combatir la desigualdad económica sin lesionar las herramientas del desarrollo. Aprismo es crear riqueza para el que no la tiene sin quitar la riqueza al que la tiene. Aprismo no es arrogancia, no es acomodo, no es traición. Armando: Creo que debemos ser consecuentes con nuestros ideales y con el Jefe y Fundador. Creo con nuestros ideales y con el Jefe y Fundador. Creo que el ejemplo de Víctor Raúl es camino luminoso para cumplir nuestras propuestas. Por tanto, compañero, no permitas que echen lodo y miseria al Partido. Vuelve a calzar las botas de 1948 y echa del gobierno y del Partido a los oportunistas, a los cobardes, a los que huyen, a los traidores y así serás y seremos dignos del recuerdo favorable de la Historia. Orestes Romero Toledo Militante de Base Sct. 8 como se les llamaba. Esta situación marcaba, notablemente, la vida en los pueblos. Los trabajadores expresaban en su rostro, tristeza. Angustia. Comprendían que, de seguir igual, no habría para ellos ni para su familia un futuro promisorio. Los pueblos petroleros por los años treinta, eran pueblos mineros rutinarios daban la impresión de una quietud inacabable. Hasta que en 1931 el pueblo, víctima de tanta injusticia se estremeció. Cambio su rostro de tristeza. Rompió el duro silencio y le grito al “gringo” con toda su fuerza que tenía hambre, que le pagaban poco y que quería cambiar ese fatal destino de vivir para morir, sin un intermedio de paz, alegría y felicidad. Vino la huelga petrolera, los trabajadores salieron a las calles a reclamar sus derechos, decididos a no dar un paso atrás. Zumbaron las balas y el olor a pólvora rivalizaba con el olor a petróleo. Cayeron obreros vencidos por el plomo, con un saldo doloroso de sangre la huelga seguía, seguía…. A la sazón yo era un niño y presencie de cerca las imágenes de tal suceso. Recuerdo que los trabajadores, en la desigual contienda, gritaban: !Viva el Apra!..!viva el Apra!, como un llamado a la lucha y el triunfo. En mi escaso entendimiento de niño yo intuía que ese grito de ¡Viva el Apra! Era la salvación de los obreros. Que iba a romper para siempre con el sometimiento del pueblo al gringo y que un día, no muy lejano, mis padres, mis hermanos, mis amigos, los hombres y mujeres de mi pueblo se acercarían a la alegría y borrarían la tristeza de sus rostros. EL APRA CRONICAS DE UNA ESPERANZA Relato de una militante Los pasos iniciales Al norte del Perú, en la zona petrolera, está Negritos, un pequeño pueblo edificado con casas de madera sobre inocentes cerros que, cadenciosamente, llegan a la playa. Un mar bravo, iracundo, cuyas inmensas olas engendran espumas eternas, baña sus costas. Pueblo de obreros donde la vida transcurría en la mas calma monotonía que solamente rompían los pitos y sirenas que convocaban al trabajo. La international Petroleum Company, subsidiaria de la Standard Oil de EE.UU., era la Explotadora de esos asientos petrolíferos. Ellos habían dividido a los pueblos petroleros en dos sectores, separados por alambradas. Los nacionales de un lado y del otro los gringos, Pasó la huelga y yo terminé mi primaria el 37. De aquel pueblito petrolero, muy metido en mi vida, tuve que salir. Mis padres, que apenas ganaban lo justo para subsistir, lograron, con la ayuda de mis hermanos mayores, realizar la casi homérica proeza de mandarme a estudiar la secundaria a 130 kilómetros del lugar. Por el 38 llegue a Piura, una ciudad muy distinta a mi pueblo, esta tenia arboles, plazuelas, iglesias, colegios clubes, cinemas, automóviles de lujo. También había callecitas transitadas por burritos y por carreteras tiradas por caballos. Un rio serpenteaba la ciudad. Un puente la unía con castilla, pueblito aledaño de típica conformación costeña. Una hermosa Plaza de Armas donde una parvada de adolescentes correteaba alegremente alrededor de su glorieta. Sus retretas, sus vetustos tamarindos. Su estatua de la libertad con los nombres de los precursores. Todo esto le daba el aire singular de una linda ciudad tropical. Para mi esto era totalmente inusitado. Jamás había visto una ciudad o algo parecido. Me llene de asombro. Estaba en una gran ciudad. Sin embargo, me llamó mucho la atención cuando comprobé que en Piura cocinaban con leña o carbón y que compraban el agua que los pintorescos “aguateros” traían del río en dóciles burritos con cuatro latas a cuestas. Esto contrastaba con mi humilde pueblo petrolero donde las calles no eran ruidosas ni extensas ni habían edificios. Pero eran asfaltadas, había agua corriente, luz eléctrica y gas para cocinar. No conocíamos la leña ni el carbón. Yo no distinguía entre civilización y cultura. Por aquellos años había que dar examen para ingresar a secundaria. Me sometí a la prueba e ingrese al Colegio Saleciano de Piura en 1938. Eran los tiempos de pre-guerra mundial. En 1939 el mundo se estremeció con el duro tronar de los cañones en Europa. Los pueblos latinoamericanos sufrieron el rigor de la escasez por motivo de la guerra y nuestra adolescencia caminó por senderos riesgosos de violencia mundial. A pesar de nuestra corta edad vivíamos preocupados por esa conflagración. Gobernaba el Perú, por esos años, don Manuel Prado Ugarteche, hombre perteneciente a esa laya de gente que cobra importancia ora adoptar posturas personales antes que por ideas o posiciones políticas. Prado, en verdad, representaba a los banqueros. Su gobierno fue impopular. Igual que Benavides, persiguió a los apristas. Deje el Colegio Salesiano y fui al Colegio San Miguel por el años 40. Mis recuerdos de niño, cuando la huelga petrolera, carcomían mi pensamiento. Una mañana tibia, pajarina, en uno de los recreos, un compañero de clase me entregó, furtivamente, unas hojas impresas con caracteres diminutos. Mi amigo, cuando me entrego las hojas, estaba demudado. Tenia los ojos desorbitados. Su mirada era de asombro. Sin embargo, parecía feliz. Al recibir las hojas, tuve miedo. Mi cuerpo tembló. Sentía curiosidad por leer los papeles. Me aleje del lugar y fui a leer a solas. Al abrirlo vi que era un periódico. Su titulo: “La Tribuna”. Contenía denuncias contra el gobierno de Prado. Defendía a los obreros y campesinos. Hablaba de Justicia Social. A lo ancho de todo el periódico se leía: EL APRA LUCHA POR LA FELICIDAD DEL PUEBLO. Aquí encontré la respuesta a mi curiosidad de niño. Con esa lectura entendí el porque del grito de los trabajadores petroleros de mi pueblo. Ese grito que era su esperanza. Busque a mi amigo y le dije que estaba de acuerdo, que ese era mi lado en la lucha por la Justicia Social. Y pensar que este compromiso me iba a acompañar por toda la vida. Fue, pues mi viejo Colegio San Miguel de Piura cuando yo tome contacto real con el Apra. Pinté paredes, grité en las calles. Repartí secretamente “La Tribuna” y sentí que era protagonista de la mas hermosa historia de lucha, de solidaridad, de amor y de pueblo de la humillación y el despotismo. Yo no entendía de filosofías ni de doctrinas ni de principios, mis quince años no daban para tanto. En Piura los adolescentes apristas nos juntábamos para planificar nuestras tareas políticas. Destacaban entre el grupo de los hermanos Varillas, Laureano Carnero Checa, Vilela, estudioso y buen agitador, mi gran amigo Ruperto Rodríguez “Callitas” hijo del capitán Rodríguez Manfur, un militar que estuvo en la Revolución de Trujillo al lado de “Búfalo” Barreto y tantos mas muchachos que después continuaron en la misma línea. En el interior del país se vivía un clima de desesperanza, los únicos privilegiados eran los ricos, mientras los pobres vivían olvidados por el gobierno. Era la época del poder de los terratenientes del azúcar cara y el cholo barato. Es decir una sociedad sobajada, con deberes y sin derechos. Contra esta sociedad y contra este estado de cosas el Apra dirigía su prédica revolucionaria. La juventud de mi tiempo iba tras ideales nuevos que echaran por tierra los carcomidos cimientos de la vieja sociedad plutocrática. En lo poco que entendíamos sacábamos en claro que el Apra era el nuevo credo. La propaganda aprista estaba dirigida a difundir sus ideales y contra el gobierno oligárquico de Manuel Prado. Resaltaban los nombres de los fundadores que, para nosotros, se convertirían en héroes. Nos llenamos de mística e hicimos de nuestra conducta política una religión. Nuestro trabajo de la adolescencia consistía en pintar paredes, repartir “La Tribuna” y colaborar con los adultos en todas las campañas. La labor era riesgosa porque la persecución contra los apristas se había convertido en una cacería humana. El gobierno no distinguía edades y la represión era tanto para el adolescente, como para su familia. Corríamos con alegría el riesgo, pues la obra valía la pena. Juventud Aprista 1945 Entre a mi primera juventud al finalizar la segunda guerra mundial entusiasmado por la derrota del nazismo. En el Perú soplaban vientos de fronda que dejaban atrás las sombras del oprobio. Los partidos políticos se unieron y formaron el Frente Democrático Nacional con el objeto de ganar las elecciones e instaurar la democracia. Hasta antes de 1945 el Partido Aprista había vivido en la clandestinidad. Su Jefe perseguido, sus líderes presos o desterrados. Pocos meses antes del 10 de junio, fecha de las elecciones, Manuel Prado permitió la participación legal del Apra. Por esta época, 1945, me inscribí formalmente en el Partido. Once duros años de persecución, de prisión y destierro contra el Apra terminan, pues, en 1945 Víctor Raúl sale a hablar con su pueblo y el 20 de mayo de ese año, Lima es testigo de la más fervorosa y multitudinaria manifestación que recuerda la historia política del Perú. Hombres y mujeres desde tempranas horas salen por las calles vitoreando el nombre del Conductor. Confeti y flores adornan las calles. La plaza San Martin se viste de gala para recibir al pueblo limeño que, convocado por la presencia del Líder, llegará hasta ahí. El ambiente es de fiesta. Los sones de las bandas se escuchan en las calles. Todos van hacia la Plaza San Martin. Al promediar el día termino el desfile que voluntariamente el pueblo se había impuesto. Se colmó la plaza. Aquí, en uno de los balcones de los edificios que la rodean, se ve a un hombre fornido, parado, muy seguro de si mismo, de neto perfil aguileño, o diremos mejor, parecía un águila. Su mirada penetrante dominaba toda la escena. El pueblo rugía. Aplaudía sin cesar. Levantaba muy alto sus pañuelos blancos y el Hombre, tranquilo, brillantes sus ojos, miraba la grandeza de la presencia ciudadana. Cuando la masa se calmaba, el Hombre, atento, para mantenerla alerta, abría los brazos y agitaba su blanco pañuelo. La masa volvía a rugir: ¡Víctor Raúl! ¡Víctor Raúl!. Durante cerca de veinte minutos la plaza fue una algarabía. Se hizo el silencio, Haya de la Torre recorrió con su mirada el gigantesco escenario, saco medio cuerpo del balcón, apunto con su brazo izquierdo al infinito y con voz grave, firme y rotunda dijo: “Compañeros: Este es para nosotros un día jubiloso de reparación y de reencuentro. En esta Plaza, ágora de asambleas inolvidables, volvemos a juntarnos bajo la égida del Protector del Perú, que nos legara con los colores de la Patria la consigna sagrada de que la libertad es entre nosotros, expresión de la voluntad de los pueblos y de la justicia de su causa que Dios defiende”. Tronó la plaza ante tan bello párrafo inicial. El resto del discurso fue una pieza magistral del enjuiciamiento de la realidad peruana, hizo un llamado a la unión nacional y reafirmo la fraternidad aprista como sostén infaltable del gobierno. En 1964, después de tres años de haber terminado mi secundaria, ingrese a la facultad de Letras en la Universidad de Trujillo. Formé parte de la legendaria Juventud Aprista de 1945. Nos tocaba afianzar el Partido, organizarlo en la universidad, catequizar, hacer una labor efectiva de proselitismo. Todo lo hacíamos con entusiasmo, con amor, con alegría porque sabíamos que estábamos construyendo una nueva sociedad libre del dolor y la miseria. Porque de esta manera estábamos cumpliendo con el mandato de nuestras conciencias. Existía entre nosotros un secreto vinculo que nos empujaba a trabajar sin jamás pedir nada. A darlo todo por el Apra que, en esencia, era darlo todo por la patria. Fue la época en que tuvimos que defender rectorado de Antenor Orrego. Allí lo conocí personalmente: bajo de estatura, ralos castaños cabellos desafiando al viento, ojos diminutos y penetrantes como si hablaran, labios apretados insinuando su temperamento. Orrego era un escritor de solida cultura, honesto y decidido. Al maestro Orrego la Universidad de Trujillo le había otorgado el título de Doctor Honoris Causa por sus merecimientos intelectuales. Orrego en su juventud había sido el eje y motor de la cultura en Trujillo. Cuando el Consejo Universitario lo eligió Rector de la Casa de Bolívar, los enemigos del Partido cuestionaron su elección, alegando que Orrego no tenía título académico. Yo escuche de un profesor universitario lo siguiente: “yo soy doctor en Letras, doctor en Derecho, doctor en Filosofía y daría todos mis títulos por algo de la sabiduría del maestro Antenor Orrego”. La Universidad que fundara Bolívar ostento el orgullo de tener a Antenor Orrego como Rector hasta 1948 en que se produjo el golpe militar. En Trujillo conoci compañeros de todas partes del país, ahí estaba Celso Becerra fogoso orador político y principal dirigente de los estudiantes trujillanos, Julio Galarreta González que tuvo una connotada participación en el famoso Grito de Mansiche cuando los estudiantes de la Universidad se pronunciaron contra el Rector Manucci, provocando una gran crisis universitaria. Manucci cayó. También estaba Rumualdo Biaggi con quien trabé íntima amistad que, desgraciadamente, se fue ensombreciendo por las actividades parlamentarias de Biaggi. Rumualdo ha sido parlamentario durante muchos años. A Luis de la Puente Uceda lo trate con mucha frecuencia, pues, con el coordinábamos la estrategia en la Universidad. Lucho era un hombre sereno, cauto, tenaz, insobornable; de ideas definidas y acciones rápidas. Cuando ambos vivíamos fuera del país mantuvimos una ligera correspondencia sobre la vida de los desterrados apristas. Después, a la vuelta del destierro, nos vimos en lima en una circunstancia muy especial. Comandando las guerrillas de 1967 lo mataron las tropas del ejército cuando estaba en su trinchera de combate. De la Puente murió en su ley. Conocí, también, a Alfonso Barrantes, estudiante de años inferiores y que hizo gran amistad con un profesor de sicología arequipeño llamado Rivera Paredes y quien lo llamaba con el diminutivo de “corito” que, al parecer es el modo en que los arequipeños llaman a los chicos. Barrantes, por la época, no tenía ningún cargo ni mayor trascendencia en la militancia. Más tarde, fuera de las filas del Apra, este viejo conocido mío se convertiría en el líder máximo de las agrupaciones de izquierda, llegando a ser Alcalde de Lima. Otros compañeros de la época que recuerdo: Eliecer Gutiérrez, Fernández Gasco, Luis Pita Chávarri, Niceforo Espinoza, Fidel Lamadrid, Pita Díaz, María Julia Luna, Humberto Vera Gutierrez Ilma López, Rosita de la Vega, Carlos Castillo Ríos. Algunos nombres se me quedan en el tintero. Testimonio del paso de los años. Por esa época entre los 45 y el 48, el trabajo partidario fue silencioso y de alerta. El Presidente Bustamente, que había sido elegido en el Frente Democrático con todo el apoyo del Apra, estaba mostrando el cobre torpedeando iniciativas apristas y sirviendo intereses de la oligarquía. Y es que no se podían hacer cambios radicales en un Frente donde los intereses eran diametralmente opuestos. De un lado la derecha, con todo el podre del dinero, dispuesta a no dar un paso atrás en sus privilegios. Del otro, el Partido Aprista que quería, justamente, terminar con esa sociedad caduca. Y es que el Apra aportaba a la vida política peruana ideas nunca antes expuestas. Incitaba a los trabajadores para que luchen por sus derechos hasta la muerte. Les dijo a los campesinos que la tierra les pertenecía. El Apra proponía la Reforma Agraria. Todo esto significaba una Revolución, una pérdida de poder de los ricos. Esta Bustamante que había incluido en su Gabinete tres ministros apristas los saco del Gobierno y nombro un gabinete totalmente contrario al Apra. Bustamante y Rivero dicto un úcase convocando a una Constituyente. Esto provoco un rechazo unánime de la ciudadanía. El país vivía un clima de tensión. Los militares acechaban. Frente a esta actitud del gobierno presidido por Bustamante, el comando del Partido del Pueblo intento tomar el gobierno para impedir que la clase dominante lo hiciera. 3 de Octubre, la Clandestinidad El 3 de octubre de 1948 se levanto la Armada Peruana a las órdenes del comandante Aguila Pardo, valiente y honesto marino que se inmolo por sus ideales. Al fracasar la tentativa se disparo un tiro en la sien. Hay muchas versiones sobre ella. No es mi propósito, en estas páginas, hacer critica alguna, tan solo diré que los apristas nos hicimos responsables de aquel suceso y que la juventud aprista, de una o de otra manera, participo en la tentativa. Como resultado de los hechos, Bustamente y Rivero nos pone fuera de la ley y ordena la persecución contra los apristas. Otra vez la ignominia. Haya de la Torre dirige al partido desde sus bases clandestinas. Los dirigentes perseguidos se asilan en embajadas y son conducidos al destierro. Decenas de compañeros van a prisiones. Persecuciones brutales y despiadadas. El Apra reordena sus cuadros y echa mano a la Juventud Aprista (JAP) para diseñar la oposición a la nueva dictadura. De esta suerte la dirección del Partido acuerda conspirar contra el gobierno. Como primer paso ordena a su militancia universitaria la toma de las universidades. Procurar que los obreros hagan lo propio, para, con el apoyo del ejército, tentar la toma del poder el 27 de octubre. Así las cosas, se decide cerrar las universidades el 25. San Marcos lo hace con lo mejor de su juventud en su interior bajo las ordenes de Carlos Delgado Olivera. Bustamante ordena el sitio de la Universidad. Les corta la luz y el agua. Los sanmarquinos resisten. Se espera el pronunciamiento de los sindicatos, este no vino y el gobierno ordena tomar “la plaza” a como diera lugar. El día 26 una dotación de soldados y tanques de guerra derriban las puertas de la Casona. Los estudiantes estaban desarmados y fueron conducidos presos a la Quinta Comisaria de la calle Cotabambas. En la Universidad de Trujillo, donde fui elegido Presidente del Comité de Huelga, tomamos la vieja Casa de Bolívar el 25 de octubre. Más de cuarenta estudiantes nos quedamos en su interior entre los que se encontraban Luis de la Puente Uceda, Carlos Castillo Ríos, Gonzales Fernández Gasco. Resistimos con valentía el ataque de los pelotones de soldados y policías. Hubo amenazas de muerte y se nos disparo al cuerpo. Nada nos amedrentó. Seguimos en nuestros puestos hasta que la fuerza de los fusiles y las bayonetas nos doblegaron. Los universitarios apristas de una y otra universidad mostraron gran valor y coraje. Jamás dieron paso atrás. Ni los tanques de guerra, ni los fusiles, ni las bayonetas pudieron intimidar tanta gallardía juvenil. A los trujillanos nos trajeron a Lima severamente custodiados y nos repartieron entre el famoso SEXTO y la Quinta Comisaría donde estaban los sanmarquinos. Mientras esto ocurría contra las universidades el 26, el día 27 el General Manuel Odría Ministro de Gobierno del Gabinete de Bustamante, se levantaba en armas en la ciudad de Arequipa y derrocaba el melifluo Bustamante. Odría redobló el ataque. En la “Quinta”, en menos de 40 metros cuadrados estuvimos encerrados más de 120 apristas, dormíamos casi uno encima del otro, pero nunca nos sentimos tristes ni abatidos. Hacíamos planes para el trabajo partidario, nuestro principal propósito era huir e la prisión para combatir a la tiranía. Por ratos cantábamos nuestros himnos, nuestras marchas y en otros momentos conferencias, lecturas y distracciones. Que hermosas nuestras fiestas en la prisión!, como diría el inolvidable Vallejo: “jamás nos falto la tonada.” Algunos compañeros pasaban por el frente de la puerta de la prisión con intención de asaltarla. Jorge Delgado Olivera llevaba la batuta. A la prisión nos vino a ver, más de una vez, nuestro VICERRECTOR Dr. Sergio Bernales, viejo militante, esculpido en sabiduría y valor. La gesta estudiantil de 1948 es una muestra de cómo un hombre portando una fe y una esperanza es capaz de enfrentar las más desiguales contiendas. De cómo se ofrece la vida a cambio de un futuro promisorio para el pueblo. De cómo se defiende un ideal sin más interés que la grandeza de la Patria. Todos los estudiantes nos sentíamos protagonistas de la más hermosa epopeya histórica. Odría, presionado por las fuerzas populares y la opinión internacional, nos dio libertad escalonada, entre noviembre, diciembre de 1984 y enero del 49. Por los primeros días de diciembre, salí en libertad y junto conmigo Juan Maclean Bedoya. Pero antes de ver la luz de la calle, en una especie de patio interior de aquella siniestra prisión, Juan Maclean Bedoya nos decía: “hoy a las 9 de la noche nos vemos en el Parque de la Exposicion” ¡Qué formidable!; no habíamos pisado un centímetro del umbral de la calle y ya Maclean nos citaba para una reunión partidaria y seguir en la pelea. Este era nuestro destino. Nuestra sagrada misión. Los años entre el 48 y el 50 que nos tocó trabajar por el Partido, antes de ir al destierro, fueron años tremendos, durísimos. Se nos había encargado mantener viva la llama de la insurgencia popular porque la mayor parte de nuestros dirigentes adultos, o estaban presos o habían sido desterrados. Haya de la Torre era buscado intensamente, se puso precio a su cabeza. Frente a esto, todos los comandos del Partido acordamos el asilo del Jefe. Este ocurrió rápidamente en la Embajada de Colombia. Pocos días después esta sede colombiana sufre el asedio mas ignominioso que recuerde la historia diplomática del mundo. En el perímetro de la residencia colombiana se cavaron fosas para evitar se construyan túneles y fugue el “peligroso pensador”. La Embajada de Colombia se convirtió en una casa sitiada. La Lucha, La Mística Con el Jefe del Partido asilado, con muchos dirigentes desterrados y otros presos, la juventud aprista tuvo que asumir su responsabilidad. Armamos nuestros comandos, tuvimos que aprender sobre el mismo terreno nuevas tácticas de lucha. La clandestinidad reclamaba otros métodos: hermetismo, sigilo, astucia, total entrega. A pesar de ello caían comandos por ataques policiales; pero ahí estaba el toro para reemplazarlo. Recuerdo haber escrito en uno de los muros de “San Quintín”, siniestra prisión donde éramos hacinados, “que en la lucha por la libertad y la justicia de los pueblos, la persecución, la prisión y el destierro son pequeñeces”. Realmente así lo sintió el militante aprista. Solamente quería la libertad para volver a la lucha. Cada aprista de aquellos tiempos tiene una hermosa historia que contar, íbamos al combate presididos por las hermosas frases de Julius Fusick, aquel formidable combatiente checo cuando marchaba al patíbulo: “por la alegría he vivido, por la alegría he marchado al combate, por la alegría muero, que nunca la tristeza sea unida a mi hombre”. Algunas veces la fiereza de la lucha hacia mella en los combatientes, cansados pedían relevo en el cargo. Pero no había lugar para ellos. Teníamos que cumplir con el deber. Laureano Carnero me refirió que Negreiros Vega, frente a una solicitud de relevo, respondió “...lo que pasa es que en esta contienda todos quieren ser sobrevivientes”. Nunca más hubo solicitud de relevo. El cumplimiento del deber estaba por delante. Luis Negreiros Vega fue uno de los últimos Secretarios Generales del Partido en la clandestinidad que yo traté. Hombres sin palabras escondidas, granítico, trejo, maestro incomparable de la lucha, del valor y la moralidad. Murió en su ley, cuando regresaba de una base de impartir directivas. Lo acribillaron a balazos en la esquina de la Av. 28 de Julio y Petit Thouars. Y cuando estaba caído volvieron a dispararle todas las balas de todas las metrallas del tirano. Fue necesario todo el plomo de todos los fusiles para acallar el alma generosa de ese valiente militante aprista. Pero Negreiros no nos dejo nunca. Su ejemplo presidió todas nuestras reuniones clandestinas. Loor al combatiente. Era la época de dar, de sacrificarnos para mañana cuando el aurora diera su primera claridad, estar ahí para edificar una nueva sociedad basada en la justicia y la libertad, sobre los ideales eternos de la solidaridad, del amor, la honradez, la moralidad y el trabajo. Después del asesinato de Negreiros Vega, la persecución se hizo más dura, los comandos juveniles caen uno tras otro, las prisiones se pueblan de apristas, no nos daban ni dábamos tregua. Nunca sabíamos si la noche que quedaba atrás seria la ultima y si el día siguiente veríamos la aurora. Pero jamás dejamos de estar en nuestra línea de fuego. Las torturas eran la respuesta a nuestra lucha. Por esta época, 1949, es detenido en una base de combate Juan Maclean Bedoya. Ya he dicho que con el había compartido la primera prisión en los sucios calabozos de la “Quinta”. Juan era un compañero excepcional de innata simpatía, inteligente y tenaz. Generoso en la entrega. Daba la impresión que a este compañero de un poco mas de veinte años, la vida partidaria y su amor por la causa lo habían engrandecido. Su sola presencia nos congregaba, nos hacia marchar sonriendo al combate. El no sabía de retrocesos, de dejar las cosas para más tarde. Ahora y ya. Y así se hacía. Los esbirros nos perseguían brutalmente y especialmente a él porque era nuestro organizador. Una mañana pálida, mustia, cuando el invierno limeño asomaba con tímidas garuas, los soplones de Odria, armados hasta los dientes, cayeron en la base donde estaba Juan y Gritaron: ¡…a Maclean,! a Maclean..!. Al oír los compañeros los gritos del a policía buscaron huir llevándose a Juan, pero estaban rodeados, nada se podía hacer. Los soplones se lanzaron sobre Maclean y lo maniataron. Resistió valientemente, les increpo su conducta vitanda pero todo fue inútil. Ellos eran muchos. Esta fue la última prisión de Juan Maclean porque después lo iba a ganar la muerte. Lo llevaron al SEXTO lo sometieron a crueles interrogatorios, lo injuriaron, lo torturaron. Ellos querían saber de toda la organización. No consiguieron nada. Los labios de ese hombre incomparable, héroe civil de la resistencia aprista, no se abrieron nunca para la delación. Así, maltrecho, lo arrojaron al calabozo en el frío de la noche, sin pan ni abrigo. Maclean enfermó, fue conducido al FRONTON, tétrica isla donde pagábamos un alto precio por la libertad de todos los peruanos, y cuando estaba al borde de la muerte, deshecho, llagado, lo condujeron a un camastro del hospital Dos de Mayo con vigilante en la puerta. Al poco tiempo murió acribillado por el terrible mal que contrajo en la isla. Se apago así la vida de un gran militante, de un noble combatiente. De un hermano. Su recuerdo nos llena de tristeza porque ya no esta con nosotros, porque sus claros ojos se han apagado. No importa. Nosotros continuábamos con él como estandarte vital de lucha. Al llevarlo hasta su última morada aquel triste mes de julio, desafiando las balas de los asesinos, le dijimos con nuestra marcha: “Paso… paso a los caídos… que derramaron su sangre y su valor…. Paso… paso a los valientes…” por la Justicia y la libertad. Una legión de militantes con su brazo izquierdo en alto, empuñando sus pañuelos blancos y, jurando seguir su ejemplo, le dio el último adiós. Nos quedó su nombre como faro luminoso para seguir en el combate. Loor al héroe. Así se vivió la vida por esos años. Con entrega, con sacrificio. Hombres y mujeres formando un ejército de valor y coraje. Muchos, como Juan, cayeron en la contienda. Es necesario realzar aquí la presencia de la mujer aprista sin cuya participación ningún acto heroico hubiera sido posible Tengo el recuerdo freso de compañeras como Elena Orozco, Ivonne Young, Ernestina la Torre, Frida Manrique, Zoila Sánchez, Rosita de la Vega, Graciela Martínez Merizalde, Nareida Barahona, Juanita la Torre. Ellas, igual que nosotros, estuvieron en todos los frente, fueron perseguidas, apresadas y desterradas. Pelearon de igual a igual. He aquí el relato apretado de Ivonne Young de Treneman: “Madres, hijas, novias, esposas todas formaban parte de las brigadas de asistencia social en todos los sectores, en todas las casas apristas, las mujeres con ternura y valentía se unían en hermosa fraternidad para apoyar al compañero perseguido que llegaba en busca de refugio y apoyo. Madres heroicas que aun viven impulsadas por la fuerza del ideal por el que vieron partir y morir a sus hijos iluminados de esperanza y fe aprista.” En 1950 se convoca a elecciones estudiantiles en la Universidad de San Marcos y el Comando Universitario me designa candidato a la presidencia de la Federación (FUSM). Ganamos las elecciones y ello representaba mayor trabajo partidario. Teníamos por delante el cuatricentenario de San Marcos. Las elecciones generales, el asilo de Haya de la Torre, la libertad de nuestros compañeros presos. Organizamos la protesta pública para impedir que Odría legalice su dictadura y defendimos la candidatura del General Ernesto Montagne. Odría logro su propósito a sangre y fuego. Más de una vez fuimos a la prisión. Al recobrar la libertad nos propusimos participar con presencia física y aprista en los festejos del cuatricentenario siguiendo las directivas del Partido. Evidentemente que la represión del gobierno se redobló y nos persiguieron a sol y a sombra, vivíamos a salto de mata. La solidaridad aprista se puso de manifiesto. Compañeras y compañeros en todo momento nos dieron protección y apoyo. Gente a la que ni siquiera conocíamos nos abrían las puertas con cariño, con amor, sentían ellos que cumplían con un deber de su conciencia. Y es que para entender esto es necesario comprender cuan hondo es el sentimiento de una mujer o de un hombre que abraza un ideal de justicia. Cómo la lucha por la libertad adquiere caracteres sublimes y como la muerte no es sino un escalón de la vida. La lucha contra el gobierno en 1950 se hacía cada vez más difícil y nuestro propósito de impedir al Rector Pedro Dulanto hacer los festejos en la Universidad de San Marcos tropezaba con situaciones insospechadas. San Marcos se había llenado de “soplones” nos era casi imposible organizamos. Sin embargo hacíamos la pelea, caían compañeros, salían nuevos para reemplazarlos. En mi caso la orden, por el cargo que tenía, era: “a como diera lugar.” Una mañana de diciembre cuando el estío limeño calentaba tímidamente el día y las típicas vendedoras de fresas, con sus canastitas al hombro ofrecían la rica fruta, me dirigí a casa de mi hermano Edmundo, en el barrio de La Victoria. Cuando entré vi un cuadro desolador: todo en desorden, las camas destendidas, los muebles arrinconados, mis sobrinos llenos de miedo. Mi cuñada me miró fijamente, tenía pena, me volvió a mirar y compasivamente me dijo: te ha unido a buscar la policía armada hasta los dientes, han asustado a mis hijos. Nos han amenazado a todos. No han respetado nada, dijeron que volvieran. Y agregó, llorando desesperadamente, ¡Huye, huye. Esta vez no te soltarán.! ¡Qué hacer! Yo tenía por delante el deber de enfrentar a Dulanto, que era el Rector de San Marcos, e impedir que este presentara al mundo una Universidad libre, democrática, feliz. Sabía que mis días estaban contados pero yo quería estar libre para abril del 51 que era el mes de las celebración. Disfrazado de mecánico viajé a Piura a casa de Amabilia, mi hermano mayor, mi gran apoyo fraterno. Cuando llegue ya la policía había estado antes que yo. Felizmente fue así, porque ello me permitió refugiarme en al chacra de unos amigos de mi hermana. !Qué año tan terrible ese de 1951!. Una sequía feroz azotó el Departamento de Piura, ni una gota de agua en el río ni en los pozos. El calor era insoportable. La habitación que estos buenos amigos me dieron en el campo, como es de imaginarse, era muy precaria. Los techos eran de lo que, en Piura, se llamaba “torta”, barro con paja. El piso de tierra. Por las noches las ratas cruzaban a discreción por el cuarto. En el techo, se oía un ruido infernal. Eran las ratas que peleaban. A lo lejos unos tristes pajaritos, muertos de sed, apenas piaban. Todo un cuadro de desolación. Para mí eso era espeluznante. Nada de agua, casi ni para beber imposible tomar una ducha o, siquiera, bañarse a poquitos. Así pasé casi 15 largos días. Recordé a Jean Valjean, aquel personaje extraordinario de “Los Miserables” de Víctor Hugo. Pero estas condiciones para mí eran insoportables. Entonces dije: desde aquí no hago nada y más bien me estoy consumiendo en mugre y desesperación; si logro evadir a la policía en Piura, viajo a Lima y prosigo mis tareas. Casi al morir la tarde un día de enero de 1951, me acerqué a los dueños de casa. Les dije que me iba. Les agradecí con amor todas sus atenciones y emprendí, a pie, el camino de vuelta a la ciudad. Ellos comprendieron. Se quedaron tristes. Ya nos habíamos hecho amigos. Como a las ocho de la noche vi, a lo lejos, las primeras luces. Qué alegría. El paisaje, seco, agreste quedaba atrás. La noche, también, quedaba atrás. Por el camino me había cruzado con nobles campesinos que iban de vuelta a su chacra. Saludaban con respeto. Eran otros tiempos. Las luces de la ciudad se multiplicaron. Llegué a casa al promediar las nueve. El guardia que merodeaba se había retirado, pude entrar sin cuidado a casa de mi hermana. Apenas me vio con la barba crecida y la ropa muy sucia, se lanzó sobre mi cuello y me besó eternamente. Lloramos. Sosegados, le pregunte por mamá y papá a quienes hacia mucho que no veía y ella respondió: no saben nada. Inmediatamente me di la ducha más reconfortante de mi vida. A la mañana siguiente, salí a hurtadillas pretendiendo llegar a casa de otra de mis hermanas a quien no veía muchos años; de pronto escuche mi nombre en el camino y vi, en la vereda de enfrente, a un hombre rechoncho, de tez blanca que me hacía señas como que lo esperara. No recordaba para nada ese rostro pero el hombre insistió y vino hacia mi. Me hablo con soltura y confianza y me recordó pasajes de un pasado próximo en San Marcos, sin embrago yo tenía desconfianza, el asunto me olía mal: -Oye, le dije, tengo un asunto urgente que hacer y nos veremos por la tarde -Mira..esté..la verdad es que tengo orden de capturarte. El ladino creyó que me había engañado. Me dio asco su actitud vitanda y le grite con ira: tendrás que llevarme a la fuerza porque te hare tal escándalo que todos en Piura sabrán que eres un odioso soplón. No me importa, respondió. Pediré ayuda y de todas maneras te llevaré. Me di cuenta que estaba perdido y que todo lo que hiciera después me lo “cobrarían” adentro Volví, pues, a la prisión en mi propia tierra natal. La policía tenía orden de detenerme y enviarme a Lima. En Piura estuve treinta días en la cárcel y tan pronto los amigos se enteraron del hecho me fueron a ver. Recibí de ellos calor humano, fraternidad, alegría. ¡ Y tanta falta me hacia todo esto! Por ese mes de febrero cumplí 26 años! Qué lugar, la cárcel, para cumplir años!. La única persona que fue a verme ese día fue mi padre.!Era la primera vez que mi pare iba a una cárcel y, justamente, a ver a un hijo. Lo vi al entrar, caminaba con dificultad porque una vieja infección reumática le había menoscabado el andar. Mano ligeramente puesta en el bolsillo. Amplia frente surcada por el tiempo, su mirada era firme y expresiva. Su cabeza redonda, estaba adornada por finísimos cabellos ligeramente ondulados. Frondoso bigote, retorcido en las puntas a la usanza medieval, blanco ya por el paso de la nieve. El venia hacia mí “con su bendición y su llanto”. Mi padre no era de muchas palabras, me abrazó y me besó tiernamente, sus ojos se enjugaron, pero no lloró. El no lloraba nunca, primó su temple de viejo hachero. Volvió a ponerse la mano en el bolsillo, se dio vuelta y se fue con el mismo andar que cuando entró. No me dijo palabra alguna ni volvió su rostro para mirarme. Mi padre estaba triste. Esa fue la última vez que lo vi antes de ir al destierro. Mi madre, tiernísima, jamás tuvo fuerza para verme en una prisión. Yo siempre vivía con su recuerdo y la luz de sus vivísimos ojos verdes. No la veía desde 1950. Solamente volví a ver a mi vuelta de Buenos Aires a fines de 1956. Los primeros días de marzo fui trasladado a Lima a un “hotel que ya conocía: San Quintín”. Pero antes me incomunicaron durante tres días, de tal manera que mi hermano Edmundo, el único familiar que yo tenía en Lima, no pudo encontrarme. Comí paila. Qué horror. Yo había jurado no comer paila nunca. Pero aquel viejo refrán, que tanto se repite, “para buen hambre no hay pan duro”, se cumplió conmigo. A las seis de la tarde, en la penumbra de un invierno esquivo se apareció, en mi calabozo, acompañado de un guardián, un negro joven, muy sucio y soez. Con amaneramientos que lo retrataban de cuerpo entero gritó: “paila güevones”. Vi de cerca los cilindros en los que traían la comida. Terriblemente sucios con una capa negra de mugre en su interior formada por todo el sebo de alimentos. En uno de los cilindros había arroz hecho un masacote; en el otro, una suerte de frijoles. Nada de carne ni ningún otro acompañamiento. Me estremecí, pero tenía hambre. Como no tenia cacharro para recibir los alimentos atiné a buscar unos periódicos para recibir la comida y con voz estentórea, porque así tenía que hacerlo, le dije al reo:! Ponme un poco de arroz y frijoles!. Entonces aproximé directamente la comida a mis labios sin tocar el papel. De esta manera pude comer un poco. Al día siguiente. Al clarear, me llevaron, junto con otros compañeros, a tomar desayuno. Tuvimos que pasar por “El Buque” siniestro calabozos donde estaba lo peor del hampa: asesinos, ladrones, violadores, casi todos homosexuales. Estos hampones, con gestos perversos, estiraban sus brazos para tocarnos. Nosotros ya estábamos curtidos, pero con todo nos irritaba la situación. El desayuno consistía en un pan de tropa del día anterior y un poco de te con alcanfor. Diz que el alcanfor para contener los deseos sexuales Al tercer día terminó mi incomunicación y me pasaron a “San Quintín”. Cuando cayeron las trancas de la puerta metálica de la tétrica prisión, escuché el grito de los compañeros que decía: “!vapor del norte!”. Esto significaba, en nuestra semántica, que llegaba un nuevo compañero. Ahí encontré a viejos amigos con quienes antes había compartido prisión. También estaban unos chinos opiómanos, un francés “macró”, que es lo mismo que un tratantes de blancas, y un judío estafador. Normalmente los presos políticos estábamos aislados de los presos comunes. Pero esta vez, no sé por qué razón encontré ahí a esa gente. Seguramente, para el gobierno, tenían una situación especial y no eran peligrosos. La vida en la prisión es tremenda para el preso político, porque se está en ese lugar sin haber dañado a la sociedad. Paradójicamente se está ahí pagando alto precio por el amor al hombre y su destino. Porque se vive por ideales. Verse así, hacinado en una lúgubre prisión, es como morir en vida. Sin embargo supimos sobreponernos a todo ello sin odios ni rencores. Tratábamos de hacer las horas placenteras. Leíamos. Jugábamos, nos divertíamos. Y eso que muchos compañeros estaban años en las prisiones. Eran doctores en adversidad y sacrificio. Como diría Haya de la Torre todo esto no es sino “el mudo testimonio del paso brutal de la barbarie”. En San Quintín nos hacíamos el desayuno - “quaquer” con cascara de naranja-en una vieja cocina de querosene que había sido decomisada y arrumada en ese lugar. Compartíamos el almuerzo y la cena con las viandas que nos traían los familiares. !Qué momentos tan hermosos!. Todos querían dar, nunca alguien negó algo. Para mi son gestos inolvidables. Cuantas veces comí de la vianda de los compañeros porque no tenía la mía. San Quintín era una prisión que estaba en el local de la Prefectura de Lima, dando la vuelta al primer bloque de cemento del edificio. No era una prisión especial, sino que había sido acondicionada para esos fines. Por fuera era una puerta ancha de metal trancada con barrotes de hierro. Al abrirse la puerta, un pequeño lugar de no más de dos metros cuadrados servía de vestíbulo para el vigilante este era el jefe interior de la mazmorra, después otra puerta de hierro con rejas que, al abrirse, daba acceso a los calabozos. Había como seis o siete calabozos de 90 centímetros de ancho por dos metros de largo con puertas de rejas de hierro. Entre los calabozos y el límite del local un corredor de no más de un metro de ancho. El largo del presidio no era más de siete metros. Jamás entraba el sol. Tenía un pequeño baño que se comunicaba por una ventanilla, en lo alto, con el de la prisión contigua. Por ahí nos comunicábamos con Fausto Vinces, entrañable compañero y paisano. A Laureano y a mí nos mandaba “cigarritos” y uno que otro bocadillo piurano que preparaba su buena esposa Chela. Fausto nos veía como sus hermanos menores. En esa prisión también estaba César Solís, Juan Bravo Gandulia, que murió en el destierro en Venezuela y Wilfredo Huayta El número de presos siempre estuvo entre doce y catorce, dos por celdas. Teníamos que dormir con las cabezas opuestas para poder entrar en el rectángulo de 0.90 x 2.00 mts. Nos cambiaban de prisión según las conveniencias de la policía, de tal suerte que nunca estuvimos los mismos. Cuando escuchábamos el grito del custodio que decía: “…con todooo”, todos corríamos hacia la puerta grande porque ello significaba dos cosas, o que te cambiaban de mazmorra, o que salías en libertad. Mañana tarde y noche vivíamos con ese grito pegado en los oídos. Otra cosa terrible del a prisión era la cuenta nocturna. Cada cambio de guardia, el policía, linterna en mano, iba de celda en celda contando a los compañeros. Al final decía: conforme. La mercadería estaba bien. Jamás respetaron nuestro sueño. En San Quintín, me encontré con Jorge del Prado, Secretario General del Partido Comunista del Perú. Nos hicimos amigos. Jorge es un hombre inteligente. Un poco nervioso, tenaz y obsesivo, diría, más bien fanático. En la prisión no hizo mayores amigos. Se retraía mucho. Lo volví a ver en el destierro, en Buenos Aires. Los chinos que encontré allí eran de tres “clases sociales” los burgueses, que vestían con sus elegantes batas chinas con dragones, estos eran los consumidores del opio puro en pipa. Otros, diríamos la clase media, fumaba las cenizas de los ricos que quedaba en la pipa. Y los terceros, los proletarios, que se inyectaban el jugo de la ceniza que quedaba de estos últimos. Para evitar los estragos que produce el corte súbito de la droga, por tres o cuatro días, se les suministraba opio en pequeñas cantidades. Pasados estos días los chinos soportaban los efectos de la forzada abstinencia pero ocurrió que uno de ellos, de los que se inyectaban, había llevado escondida la droga en la punta de una frazada de tal suerte que, mientras le duró el opio, la pasó muy bien. Un día, al comenzar la madrugada, escuchamos en la prisión gritos de dolor y desesperación, estos venían de las celdas de los chinos. Nos alarmamos y fuimos a investigar las cosas. Julio, así se llamaba el chino, sentía que la pierna se le desprendía del cuerpo y lloraba de dolor y angustia. Seguidamente le venia vómitos. Daba pena ver a Julio en ese estado. Gritaba a todo pulmón: “shata la pena, yo mele”. La pierna que sentía que saltaba, era la pierna donde se inyectaba el jugo de ceniza. Veía muy cerca al a muerte. Así estuvo tres o cuatro días hasta que pasaron los estragos. Junto con estos chinos de origen, había un peruano de ascendencia china de aspecto respetable, muy bien hablado y que había sido empleado del viejo Estanco del Opio. Hablaba chino o, por lo menos, lo entendía muy bien. Los chinos lo respetaban. Don Pedro, este era su nombre, nos enseño a contar en chino y algunas palabras de ese idioma. Y aprendimos a contar porque cuando jugábamos quina con los chinos, había uno, muy pobre, que era cocinero en la calle Capón, solamente “cosumilol” y no conocía los números. Por esto es que catábamos la quina en chino. Con estos chinos, que resultaron ser gente muy amable y generosa, probamos los mejores manjares de la cocina oriental. No hemos vuelvo a comer chifa tan sabroso porque a ellos les preparaban bocados especiales. El francés, “macro”, era un hombre delgado, buen mozo de fino trato. Estaba ahí por asunto de faldas y porque tenía, como dicen los argentinos, un entripado con Esparza, Director de Gobierno. El judío era un hombre atormentado pero simpático, lo habían detenido porque las autoridades ecuatorianas lo solicitaban por estafa en Guayaquil. El era el dueño de la peletería “El Tigre”. Por las tarde en San Quintín nos asaltaba el tedio, la nostalgia, el recuerdo de la familia. Algunos, estando en prisión, perdieron a los seres más queridos. Para romper este estado de ánimo solíamos reunirnos en torno a una mesita de madera de tres patas para hacer la “cumbiamba”; o sea una suerte de espiritismo. Cuántas cosas ocurrieron al lado de esta mesa. Nos acercábamos a ella con unción, como si esa fuera una tabla de salvación. La sola mesa era casi un templo. La invocación era:. “si hay algún espíritu presente que de un golpe…por favor…por favor”. De repente la mesita se movía y daba un golpe. Nos mirábamos triunfadores, las cosas iban bien. Ya teníamos “espíritu”. Un compañero ansioso se adelantaba en la pregunta al “espíritu”: ¿Cuándo voy a salir en libertad?. Pronto?...un golpe, por favor…, por favor, la mesa daba un golpe de aceptación. El rostro del compañero brillaba de sudor frío, se ponía contento, sonreía. Otro compañero preguntaba lo mismo y el otro también y todos lo mismo. Era la pregunta infaltable para los espíritus y estos, bondadosos, nos engañaban con una pronta libertad. Siempre había lugar para una broma. Recuerdo que mientras el francés dirigía una sesión de espiritismo dijo la invocación de siempre: ..si hay algún espíritu presente que dé un golpe….Todos esperábamos el movimiento de la mesita, cuando se escuchó una voz escondida, socarrona que dijo:… y si no hay que de dos…Reímos. El más entusiasta de las sesiones era el judío. Su gran preocupación era saber si iba o no a ser extraditado. Siempre le salía que sí. El judío se oponía como el diablo de enojado y me preguntaba: “abogado, abogado, me mandaran a Guayaquil”. Yo lo miraba sentenciosamente. Pero en el fondo reía. Al final lo extraditaron a Ecuador. Lo despedimos con cariño. El francés arreglo su asunto de faldas con el Director de Gobierno y viajó a Guayaquil. Los chinos salieron en libertad y quedamos solamente presos políticos. Llegó vapor del norte y se completó la plaza. Julio Aldana Entre los nuevos, llego un compañero de unos cincuenta años. No pertenecía a nuestra generación. Nos dijo que habías sido chofer del jefe y que lo habían detenido muchas veces en su larga vida de aprista. La policía quería saber el escondite del Secretario General porque suponían que este compañero lo movilizaba. Su situación era grave. Una noche fría, lúgubre endiablada de oscuridad, cayeron toscamente los barrotes de hierro de la puerta y una tenue proyección de luz permitía ver el rostro del cancerbero que gritaba: Ese Aldanaaa…! Julio Aldana, nuestro entrañable compañero, era un hombre entrado en años, bajo de estatura, morrudo, rostro firme y curtido como de un viejo mochica, sereno y noble aprista. Cuando escucho su nombre a las 12 de la noche, él sabía para lo que era. Y nosotros también. Lo quisimos retener, pero ellos fueron más fuertes. Se lo llevaron a rastras, lo golpearon duramente, dañaron su cuerpo, pues esos chacales no podían penetrar su alma. Cuando saciaron su hambre de ferocidad, trajeron a Julio, lo tiraron en su celda, inconsciente. Nos acercamos a él y, con amor entrañable, acariciamos su rostro de bronce. No estaba vencido. Estaba herido. Abrió sus ojos y con su voz entera nos dijo: “yo sé manejar a estos soplones, hay que darles sangre para que se aquieten como los chacales. Les he dado sangre por mis heridas, pero mis labios no se abrieron nunca”. Aldana era trejo, valiente, hecho de una sola pieza como buen norteño. Curó sus heridas y el gobierno optó por desterrarlo. Julio mientras hacia sus trámites de deportación era acompañado por un soplón y en esas correrías veía a un hermano zapatero. Una tarde de regreso de esas gestiones me dijo: “le he dejado un par de zapatos a mi hermano y le he pedido que en los tacos me ponga unos papeles que yo le voy a dar. Tú, que eres Presidente de la FUSM, envía un mensaje a los estudiantes chilenos y yo lo entregaré cuando llegue ahí”. Aldana tenía metido el Aprismo hasta lo tuétanos. Escribí el mensaje en el reverso de unas cajetillas de cigarrillos Lucky Strike que habían dejado los chinos opiómanos y se lo entregué. Aldana salió al destierro en junio del 51 rumbo a Chile. Entrego el mensaje a los estudiantes y éstos lo entregaron al diario “El Mercurio” de chile. Se publicó. La diplomacia peruana que para adular es eficiente y rápida, envió el recorte periodístico a Lima el mismo día. Al día siguiente, a las 12 de la noche volvieron a caer las trancas de hierro de San Quintín y volvió a sonar el grito macabro del custodio: “….ese Romeroo”… Se cerró la noche y conté toda la historia del mensaje. Yo era el único responsable y a nadie podía perjudicar de tal suerte que les allane el camino. Firmé mi declaración y los dejé con los crespos hechos. No me torturaron. Volví a ver a Aldana después de muchos años, nos abrazamos con ternura y recordamos, recordamos… Hace algún tiempo que la muerte le gano la partida a este Cholo incomparable. Sobre el mensaje, de cuyo texto no me acuerdo, el compañero Raygada Cauvi, que fue Embajador en Venezuela, me dijo que lo vio en una vitrina en la Universidad de Nicaragua. Qué cosas tiene la vida. El Destierro Alejandro Esparza Zañartu fue el ejecutor de todas las torturas, de todas las iniquidades, de todas las injusticias. Esparza, que había sido vendedor de vinos, era un hombre pequeño, enteco, labios delgados, “apretados como el rencor” simulaban una raya en el rostro, mirada siniestra, acomplejado, sin cultura, macabro, gozaba, se regodeaba cuando perseguía y castigaba. Sentía placer en humillar a los familiares. Porque era usual que nuestros padres, achatándose las narices, imploraran de reja en ceja nuestra libertad. Contra estos desalmados teníamos que batallar. Mi hermano mayor, que siempre cargó con todas mis culpas, gestionó mi libertad golpeando mil puertas. Una vez, mi hermana me contó que este voraz carnicero le dijo: “su hermano no saldrá más en libertad, se pudrirá en la prisión”. Sin embargo ella siguió golpeando puertas y logró que se me deportara a Argentina. Previamente tuve que ver a Esparza. Brevísima entrevista, desagradable y punzante. El habló: “su hermana ha venido con un Senador repetidas veces. Yo le he dicho que para Ud. No hay libertad. Lo deportaremos a Buenos Aires. Pero sepa una cosa, evite hacer declaraciones, nosotros tenemos buena relaciones con Perón y no olvide que aquí quedan sus padre. Puede irse”. Salí de esa oficina lleno de ira por la impotencia de no poder estrellar mis puños contra su repugnante rostro. El gobierno dispuso mi deportación a argentina. Por esa época la compañía Faucett inauguró un vuelo directo a Arica. Pedí que me permitieran tomarlo, pues mi hermano Edmundo trabajaba como ingeniero de vuelo y podía rebajar los pasajes. Me lo permitieron. Los primero días de julio salí a tramitar todo lo concerniente a mi deportación. Para efectuar estos menesteres se nos asignaba un agente de investigaciones-creo se llamaba Beltrán-. Pasé la mar y morena en la Embajada Argentina porque el Rector Dulanto, muy “preocupado” por mí, había llamado al a Embajada haciendo gestiones para que se me otorgue la visa rápidamente. Cuando llegué al consuladomuchacho provinciano y tímido-el cónsul, alto, blanco, engominado y apuesto me dijo: “..porqué tanto interés del Recto de San Marcos para que se le otorgue la visa..” Tartamudeé, al responder. Me puse nervioso y atiné a contestar: quiero estudiar Derecho Penal. En Argentina están los mejores penalistas de América y, para impresionarlo mencioné a don Eusebio Gómez. El Cónsul sonrió, no se tragó la píldora y a reglón seguido me dijo:” ...mire muchacho, sabemos quien es Ud. Y le voy a dar la visa, pero sepa algo, en Argentina cambiamos las cosas los argentinos, revolucionamos los argentinos y si respeta esto no le irá mal. Luego, cariñosamente, agregó: “en la Av. Mayo hay bueno hoteles y baratos, vaya por ahí”. Después me tocó ir al Consulado chileno para mi visa de tránsito, la misma cosa y al final me dieron 15 días para pasar a Buenos Aires. Completé los trámites y se fijó la fecha: 19 de julio. Se quedaban mis amigos, mis viejos y nobles compañeros de todas las horas. La buena y noble mesita de tres patas sin clavos que nos anunciaba la libertad y los espíritus burlones. Se quedaban, también, los barrotes infernales de la prisión. La tenue luz del a ventana, los calabozos y el macabro conteo del a madrugada. El momento de la despedida fue difícil para mí, saber que se quedaban esos valientes hacinados en la prisión ¡quién sabe cuánto tiempo!, Meses, años… Qué duro y tremendo momento. Pensé en todos los apristas de todas las prisiones. En las madres dolidas y dolientes que diariamente aplastaban su nariz en los barrotes. En los que murieron en la contienda. En los que estaban en las calles peleando por la dignidad del hombre, por su libertad, por sus derechos. Caerían unos y otros saldrían en libertad para seguir luchando. Ese era el destino. El Aprista solamente así entendía la historia. Vinieron los abrazos, las miradas llenas de tristeza, el recuerdo de tantos meses juntos, las luchas que libramos en las mismas trincheras. Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y el 19 de julio de 1951 a las seis en punto de la mañana se escuchó el grito: “..ese Romeroo con todo”. Salí al exilio, triste, colmado de pena y no miré hacia atrás. Inmediatamente un miembro de la policía de investigaciones se puso a mi lado y en un auto policial me llevaron al Aeropuerto de Limatambo. El policía me acompaño hasta el propio asiento. Ya estaban todos los pasajeros en sus respectivos lugares. Me miraron con desconfianza y, tal vez, con pena. Desde la ventanilla del avión yo miraba el hermoso rostro de medallón de mi hermana Amabilia. La mayor, casi mi madre. Su rostro estaba bañado en lágrimas. Se iba el hermano menor quien ella más de una vez hizo dormir en su regazo. Se le iba el pequeño halcón herido de ausencia y libertad. Tan pronto el avión surcó los aires, entablé conversación con mi vecino y le dije quien era y por qué me acompañaba la policía. Dos señoras que iban en el asiento posterior escucharon mi conversación con el francés, que era mi vecino, y directamente me preguntaron: usted es aprista?. Respondí, orgullosamente, que sí. ¡Nosotras también, replicaron alegres.! El apellido era Aizcorbe Riós. El viaje se tomó, de esta manera, placentero. Además mi hermano Edmundo, que era el Ingeniero de vuelo, a cada instante venía a verme. Me llevó a la cabina a conocer al capitán. Bajé en el aeropuerto de Arequipa y tan pronto pisé tierra, se acercó un hombre y me mostró un carnet de policía: “debo acompañarlo hasta que vuelva a tomar el avión”. Todo lo tenían controlado. En Tacna no bajé. El descanso fue breve y el avión de Faucett enfiló a tierras chilenas. De Tacna a Arica no más de 10 minutos de vuelo. Bajamos todos, el francés, las compañeras y yo. Me quede parado frente a la puerta del avión y, a mi lado, la humilde maletita de cartón que me había acompañado en todos los años de mi vida estudiantil. Un fuerte ventarrón agitaba mis cabellos negros. Y mi hermano mayor, parado en la puerta, parecía que no quería cerrarla. Tenía estrujado el corazón. Me dejaba solo, en un país extraño, con poco dinero. Cayeron, copiosamente, lágrimas de mis ojos. Entre mi hermano y yo, había más de doce años de diferencia. Mi mente se llenó de recuerdos: él me hacía las cometas, las pelotas de trapo. Afilaba las púas de mis trompos, y más de una vez me quedé dormido en sus brazos. Mi hermano era muy bueno, noble, generoso. El mandaba a sus pequeños hijos, a las prisiones con sabrosa comida piurana para mí. Como olvidarlo, como no quererlo tanto. Cuando mi hermano cerró la puerta del avión sentí que se me iba la vida. Después de muchos años, vuelto ya del destierro, mi hermano murió casi en mis brazos.! En Arica no pude tomar avión a Santiago y hube de viajar en automóvil hasta Iquique. Narraré, aquí, una anécdota simpática. Una mañana, mientras me desayunaba en el hotel, desde otra mesa me miraba un hombre joven de aspecto varonil y agradable. Las personas que atendían a los parroquianos eran mujeres y se les llamaba meseras. La que me atendía era una linda chica de cabellos rubios y ojos claros. Yo la miraba insinuantemente. Antes de terminar el desayuno se acercó a mi mesa el hombre joven y me dijo: - Tu no eres de aquí... - No, le respondí. Soy peruano - Y qué haces aquí, te veo preocupado Le narré toda la historia. Y yo que estaba con ganas de hablar. Me escuchó muy atentamente y cuando le dije mi nombre y apellido, se inquietó y sus ojos se abrieron grandemente y me pregunto: “tu mandaste un mensaje desde la prisión a Chile”, sí, le dije, y cómo lo sabes. Me contó que su hermano, a la sazón, era Presidente de la Federación de Estudiantes y que él había leído el mensaje. ¡Qué pequeño es el mundo! Su apellido era Corvalán era ingeniero sanitario y controlaba la higiene en los hoteles. Me recomendó mucho cuidado. Corvalán me regalo un peso chileno de plata y me dio direcciones en Santiago. Viaje por avión a la capital chilena. Hacía mucho frío y como yo veía caminar a la gente con sobretodo, me decidí a comprar uno. Pregunte donde vendían los más baratos y me mandaron por las inmediaciones del río Mapocho. Compré el primero que me probaron. Era un abrigo largo y ancho que me bailaba en el cuerpo; pero como yo jamás en vida había usado cosa igual, pensé que estaba a la moda. Al final mi abriguito fue fiel, me duró todo el destierro. Después de tres días de estada en Santiago, fui por tren a Buenos Aires. En Mendoza subió un muchacho de más o menos 20 años, era de ascendencia italiana. Rubio de ojos azules y me dijo que venía de hacer el servicio militar. Yo lo miré de pies a cabeza y me pregunté, en silencio, éste haciendo el servicio militar?. Por la noche, cuando nos ganaba el sueño, empezó a llorar un niño en el camarote contiguo que, realmente, no dejaba dormir. Mi compañero de camarote saco la cabeza por la ventanilla y con voz sonora gritó: ¡porque no le apretás el pescuezo al nene!. Reí, de tal ocurrencia, y más tarde comprobé las salidas ingeniosas de los argentinos. El Comité de Buenos Aires Llegue a la estación retiro a las seis de la tarde del 27 de julio y Vinatti, así se llamaba el argentino que me dio la dirección del Hotel Savoy que quedaba en “Callao y Cangallo”. El nombre de las calles me resultaba familiar y decidí ir ahí. Tomé un “mateo”, que es un coche tirado por caballos, y que en otros lugares los llaman Victoria. Orondamente le dije al auriga: Hotel Savoy entre Callao y Cangallo, hablé como si fuera un baquiano. Me cobró lo justo. Es misma noche, la de mi llegada, decidí dar una vuelta para tener una idea de la ciudad. Al salir del hotel caminé hacia la mano derecha y llegue al a calle Sarmiento. Luego vino la otra esquina y la gente en tumulto caminaba rápidamente. Me asombré y estaba por preguntar qué fiesta era, cuando tonta y provincianamente dije: ¡claro, mañana 28 de julio!. Estaba en la calle Corrientes, como dicen los argentinos, la calle que nunca duerme. El Hotel Savoy era muy caro para mi y yo solamente tenía en mi bolsillo 150 dólares. En la última prisión, en “San Quintín”, estuvo Ernesto Pérez León, detenido por ser hijo de un compañero aprista. Salió rápidamente en libertad y viajó a Buenos Aires. Me dejó su teléfono. Lo llamé y en el término de la distancia estuvo en mi hotel. Me ayudó mucho y con cariño. Al día siguiente me instalaba en una pensión, muy barata- y no podía ser de otra manera- por el barrio de Palermo. En esa pensión estaba un compañero, Alcibíades Arce, que estudiaba medicina y era una conocida familia de Huancavelica. Nos hicimos amigos. Pero vivir pobremente en Buenos Aires era muy duro, porque si en verdad la alimentación era buena y barata en esos tiempos, el asunto de la vivienda era tremendo. El cuarto que me tocó en la pensión lo compartía con tres personas de la más diversa procedencia. Mis compañeros de habitación eran: un chileno que le gustaba empinar el codo más de la cuenta, muy sucio; un correntino de la construcción civil y un estudiante boliviano. Todos teníamos diferentes horarios de trabajo y, por supuesto diferentes costumbres. La pieza no tenía roperos. En mi casa, guardaba la ropa en mi humilde maletita de cartón, que todavía me acompañaba como recuerdo de mis años estudiantiles..Pero la cárcel era peor. Rápidamente busqué a mis compañeros de Partido que me habían precedido en el destierro y, a los pocos días de mi llegada, conseguí trabajo en una bodega de vinos, relativamente cerca de mi pensión. El sueldo me alcanzaba, justito, justito para sobrevivir. Pero ya tenia trabajo. Ahora sí, otra vez a la política. En Buenos Aires existía e. Comité de Desterrados Apristas, al que también podían pertenecer otros militantes aunque no fueran desterrados. De esta manera lo hicieron compañeros que cursaban estudios en la Universidad de Buenos Aires. En la capital argentina encontré a muchos compañeros con quienes habíamos trabajado juntos en cosas del Partido. Estaban ya Héctor Cordero Guevara; Víctor Raúl Montesinos, Juan Chang, Manuel Gonzáles, Guillermo Mercado, Víctor Cárdenas, Juan de Dios Merel. Presidía el Comité el egregio c. Enrique Cornejo Koester. El Dr. Enrique Cornejo Koester era el aprista más antiguo en Buenos Aires. Fundador del Partido y amigo personal de Haya de la Torre. Hombre fino de tipo germano con vivísimos ojos azules, cordial, fraterno. Amante fervoroso de la música. Cuando llegaba la primavera su esposa viajaba a Mendoza huyendo del polen de las flores. Cornejo Koester, por el contrario, gozaba la estación. Llamaba a los apristas a su casa y con un viejo cepillo raspaba hielo que nosotros tomábamos recordando nuestra pueblerina y peruana raspadilla. Don Enrique estuvo por Lima en los años sesenta. Murió pobre y olvidado. A Héctor Cordero Guevara solamente lo conocía solamente lo conocía de nombre, pues había tenido una participación notable como dirigente estudiantil en San Marcos y como brillante periodista de La Tribuna. Tan pronto llegué me buscó acompañado de Francisco Campodónico. Nos juntamos en el café Richmond de Florida. Me puso al tanto de la marcha del Comité y apenas crucé dos palabras con ellos me di cuenta de que estaba en frente de dos hombres singulares. Héctor, delgado, muy delgado, de mediana estatura, gruesos lentes sobre inquisidores ojos, voz grave y segura, castaño y leve bigote. Hablaba no muy fluidamente, pero sí con certeza y dominio de lo que decía. Un hombre culto muy enterado del marxismo. Héctor escribió ensayos replicando las teorías de Haya de la Torre. Fueron muy leídos sus ensayos. Paco Campodónico, llego con su “funyi” verde, gastadito, cubriendo una amplia y hermosa calva, ojos expresivos que dominaban una nariz casi perfecta, voz apagada, chillona. Incisivo en el diálogo, diría, más bien, lapidario. Paco es de una simpatía innata, inteligente como pocos. Es otra cosa. No era aprista inscrito. O tal vez, era aprista. O nunca lo fue. Jamás se supo ni se sabe la afiliación de Paco. Lo que si se sabe es que es un hombre de nobles inquietudes. Nunca medró a la sombra de nadie. Como Héctor nos reuníamos frecuentemente y dirigíamos nuestros refuerzos a darle al Comité de Buenos Aires una tónica auténticamente revolucionaria. Cordero, por aquellos tiempos, estaba muy inficionado de marxismo y empujaba el carro por esa dirección. A pesar de las coincidencias a mi me costaba seguir el mismo rumbo. Sin embargo caminamos juntos en el CAP de Baires y formamos un grupo compacto de oposición a la corriente oficial del Comité. La opinión más clara e inteligente en el sector oficial del Comité la representaba Víctor R. Montesinos. Con él nos conocimos en la “Quinta”, era junto con Carlos Delgado, Guillermo Barca y David Tejada los dirigentes más connotados de la juventud aprista limeña. Inteligente, honesto y combativo. Al mes de estar en Buenos Aires llegó, Laureano Carnero Checa en las mismas condiciones que yo. Tuve una alegría impar, porque con él yo venía caminando por el mundo desde 1983. Empezamos la secundaria junta. Por el mismo año ingresamos a la Universidad. Estudiamos la misma carrera. Fuimos repetidas veces juntos a la prisión y, ahora, hermanados en el destierro. Toda una vida. Laureano, poeta y periodista, procedía de una honorable familia piurana, de poetas y escritores: Genaro, Miceno. Su hermano Luis fue poeta laureado en San Marcos. Su hermano Luis fue poeta laureado en San Marcos. Laureano siempre estuvo en las primeras líneas de la militancia por su clara inteligencia y combatividad. El Comité Aprista de Buenos Aires gozaba de un buen predicamento dadas sus actividades y el tipo de proposiciones. En su seno se discutía ideología y se expresaban discrepancias con el Comité de Desterrados, bajo la dirección de Manuel Seosane. Cuando nos integramos oficialmente al Comité, Laureano y yo, nos alineamos en lo que dio en llamarse “el ala izquierda”. Duras y largas batallas por lograr darle un corte marxista a la organización. Los que constituíamos el sector izquierdista estábamos muy influidos por las ideologías socialistas, muy en boga por la época. Por esos mismos tiempos 1952 ó 53 llego Armando Villanueva a Buenos Aires. Ahí lo traté de cerca y nos hicimos amigos. Villanueva gozaba de la simpatía de todos. Era en cierto modo, la esperanza nueva del Apra. Un líder joven, con talento y decisión. Mas las cosas no fueron tan así porque rápidamente fue ganado por el sector del Comité liderado por Cornejo Koester y Montesinos. Los sectores en pugna manteníamos una clara y firme discrepancia dentro del Comité. Pero jamás rompimos la unidad partidaria ni llevamos los asuntos políticos por el lado personal. Primó la gran fraternidad. Así las cosas, se convoca al II Congreso Postal Desterrados Apristas. En ese certamen expresamos nuestras opiniones que resumimos en un folleto que redactó Héctor Cordero y que firmamos Laureano Carnero Checa, Víctor H. Cárdenas y yo, Este folleto lo titulamos “El Apra y la Revolución”. En esencia lo que proponíamos era que el Apra no olvidara sus orígenes del partido Frente Unico en que los trabajadores ocuparan una posición dirigente. En otras palabras no dejamos arrastrar por corrientes pequeñoburguesas. El folleto causó gran revuelo y sacudió el avispero. Propuestas de expulsión, separación, ataques por doquier. A todo eso hicimos frente con altura, disciplina y fraternidad. Pasó el certamen partidario. Fueron rechazadas nuestras propuestas y siguió la batalla en el Comité. Villanueva tomó el comando oficial del grupo de “derecha”. Continuamos con nuestra prédica izquierdista y, entre desterrados y estudiantes, logramos aumentar adherentes. Las fuerzas estaban compartidas y presentamos candidatos a la directiva del Comité. Villanueva presidía una lista y yo la otra. Producido el escrutinio arrojó nuestro triunfo por un voto. Esto significaba los ¡Evangelios en tierra!. Se armó tal bochinche en el Comité que terminó en la rectificación de la votación. Diestros en estos manejos, por arte de magia o algo parecido, aparecieron dos compañeros más. Ganaron por un voto. Nosotros proseguimos dando la pelea durante todo el destierro. En todas estas discusiones fueron notables las intervenciones de Cordero, Urrunaga, Carnero Checa y Víctor Cárdenas. Argentina, por el año 51 celebró elecciones generales. Perón se presentó a la reelección y puso en su plancha presidencial como vicepresidenta a Eva Perón. Todo estaba preparado: Evita renunciaría y luego se nombraría a su sustituto. Pero asistiríamos al más grande acto político que se registrara en la historia argentina: el día del renunciamiento 22 de agosto de 1951. El escenario fue la Av. 9 de Julio, la más ancha del mundo, según dicen los argentinos. Más de dos millones de personas-así lo publicaron los diarios- se dieron cita en la Avenida para testimoniar su admiración y respaldo a la Primera Dama de la Nación. Vibrante y conmovedor acto político, insuperado en la Historia. Muchos de nosotros nos vinculamos con notable teóricos marxistas, como Silvio Frondizi, asistimos a conferencias y fórums. Aprendimos mucho. Silvio Frondizi, hermano de Arturo, Presidente Argentino, era un hombre culto, apasionado de Filosofía y escritor de nota. En la época del terror argentino fue asesinado cobardemente por grupos paramilitares. Por los años de 1951, 52, 53 y 54 que trabajé en Bodegas y Viñedos Giol de las calles Godoy Cruz y Paraguay frecuenté mucho al maestro Alfredo Palacios, singular personaje de la Historia Argentina y Americana. El vivía a dos cuadras de mi trabajo, de tal manera que al salir era mi escala obligada ver al Maestro. Palacios gozaba del respeto de todos los argentinos. Primer diputado socialista de América, infatigable luchador social. Era enemigo acérrimo de Perón. Brillante y fogoso orador político, bajo de estatura, rostro sonrosado marcado por los años. Mostachos mosqueteriles muy negros como su cabello lacio. La figura de don Alfredo era familiar en la política argentina por su gran afición a la esgrima. Más de una vez se batío a duelo. Cuando lo conocí, hablé y discutí con él – acaso ya septuagenario- vivía orgulloso de su pasado. Vivía en una antigua casa de la calle Charcas en cuya sala se apreciaba un hermoso cuadro de Cristo. Desde mi punto de vista su socialismo estaba un poco descolorido. A pesar de todo yo tenía admiración y respeto por el viejo político argentino. Siempre me atendió con cariño y bondad. Entre charla y charla me habló de Heysen, de Townsend. Por Haya de la Torre tenía especial deferencia: “fue mi alumno en 1919 y ahora es un gran estadista”. En 1954 Haya de la torre deja la embajada de Colombia en Lima y es expulsado a Méjico. Después viene a Montevideo en donde se produce una reunión de desterrados a la que concurre Manuel Seoane, Villanueva, algunos exiliados en Buenos Aires, de Chile y otros países. La reunión fue con el objeto de precisar la línea partidaria, pues la tendencia era izquierdizar más al Apra. No se logro nada concluyente y Víctor Raúl, solo, levantó su estandarte de combate al comunismo y lo mantuvo hasta su muerte. El tiempo le dio la razón al más preclaro pensador de la república. En 1955 cae Perón y comienza una era militar en Argentina, dura y difícil. Para los peruanos vivir en Argentina no fue fácil, no teníamos documentación adecuada ni tampoco el trabajo abundaba. Fany estaba conmigo desde 1954, la conocí un año antes en un homenaje a un intelectual paraguayo a donde yo fui, designado por el Comité, para decir la palabra del Partido. En esa ocasión Fany recitó un hermoso poema sobre el Paraguay. Era muy fácil percatarse que tenía escuela. Más tarde lo demostró en los muchos recitales que dio en teatros argentinos. La volví a ver el 21 de febrero de 1954 en el día de la Fraternidad Aprista. Ella había sido invitada por el Comité integrando la comisión de desterrados paraguayos. Recitó excepcionalmente a Vallejo y se ganó la simpatía de la concurrencia. Desde aquel día 21 no volvimos a separarnos más y creo que sin ella no hubiera resistido los largos años de destierro. Hermosa, inteligente, solidaria. Ella proviene de una vieja raza de campesinos rusos que vinieron a América a principios del siglo. Nacida en Paraguay y heredera del tesón y coraje de ese pueblo guaraní. Con ella me encontraba en la mañana de setiembre de 1955, cuando la revolución de Lonardi derrocó a Perón. Los aviones se escuchaban por los aires, las metrallas vomitaban fuego y las esquirlas caían cerca de nosotros en la Avenida de Mayo. Yo quería ir al centro del conflicto y ella me tiraba del brazo para sacarme de ese infierno y tomar el último tranvía que nos llevara a Liniers, muy lejos de los acontecimientos. A fines de 1954 fui elegido delegado sindical de los empleados en mi centro de trabajo. Esto me trajo muchos problemas porque yo tomé muy en serio mi cargo. Además era lo que me gustaba. Bodegas Giol fue vendida al Gobierno peronista y mi gestión sindical caía muy mal a los nuevos empresarios. Me hicieron la vida imposible y me echaron del trabajo, pero me pagaron mis beneficios sociales, por despedida intempestiva. El sindicato era peronista, no me defendió. 1955 fue año muy difícil para mi, no tenía trabajo seguro, andaba de tumbo en tumbo. Un tiempo trabajé en una casa de remates de un amigo mío. Trabajaba de “grupín”, lo que aquí se le llama “gancho”; es decir la persona a la cual se le adjudicaba todo lo que no había alcanzado el precio del cliente ¡Qué iba a hacer!. No contaba con documentos buenos para trabajar y tenía que aceptar lo que hubiera. A la distancia me acuerdo risueñamente de aquel trabajo. Las cosas no iban tan bien en Argentina desde que tomaron el poder los militares. Mucha inseguridad social, inestabilidad económica, represión y cierto temor en la población. La casa de remates quebró a fines de ese año y me quedé sin trabajo. Algo me defendí con el dinero que había cobrado con la despedida intempestiva. Al poco tiempo conseguí trabajo como vendedor de libros en una editorial de mi amigo Saleño, un argentino muy inteligente y culto, amigo de los apristas del “ala izquierda”. Jamás, en mi vida, había vendido algo ni había portado maletín de ventas. Me moría de vergüenza. Me daba la impresión que apenas pisara el umbral, el dueño me gritaría “fuera, fuera!. Pero había que afrontar la vida. Hablé con Fany y le conté mi temor. Rió a carcajadas y me dijo: vamos, yo te acompaño. Fuimos, ella entró primero y el dueño nos recibió atentamente: “qué títulos nuevos tiene”. Le mostré lo que tenía. Deme dos de estos, dos de estos e iba separando los libros. Le hice la guía, temblándome las manos, y salí de la librería alegre, abrazando tiernamente a Fany. Debo decir, de paso, que los libreros en Argentina son gente muy entendida a quienes no hay que convencer de nada. Ellos saben lo que compran. La vida en el Comité aprista no cesaba era, para nosotros, como el agua para el pez. A fines de 1955 pasó por Buenos Aires Manuel Seoane, lo había hecho en otras ocasiones pero esta vez traía cosas más delicadas. Se acercaban las elecciones generales en 1956. Manuel Seoane tenía, para mi, un atractivo especial. Yo lo recordaba cuando en 1945 apareció por mi pueblo haciendo la campaña electoral. Habló en el estadio. No me perdí una palabra de su discurso; elegante, sonoro, vibrante, poético, inigualable. De ahí venía mi recuerdo y ahora lo tenía a mi alcance. Fui a verlo al hotel Claridge, donde se hospedaba. Esa mañana Seoane estuvo muy cordial. Me hizo recordar cierto compromiso revolucionario que tuvimos con él, Guillermo Carnero Hoke, Luis de la Puente, Laureano Carnero y yo. Yo escuché a Manolo. Hablaba fluidamente y traía una propuesta para las elecciones de 1956. Buscaba respaldo. A mi me convenció y mi posición en el Comité fue de apoyo a la proposición de Seoane. Esta consistía en apoyar a Prado porque éste garantizaba la amnistía política. La Amnistía, el Retorno Así llegamos al 1956 época en que el gobierno de Manuel Odría estaba llegando a su fin. Por Buenos Aires se respiraba un clima de esperanza y todos los desterrados abrigábamos la seguridad que el retorno estaba cerca. Algunos compañeros, como Héctor Cordero, se animaron a volver por finales del 55 y él y lo hizo por Bolivia donde recibió la ayuda de muchos compatriotas que lo hicieron pasar la frontera clandestinamente. En el Perú sucedió lo que esperábamos los desterrados: Prado y el Apra llegaron al acuerdo del apoyo del Partido a cambio de una amnistía general. El triunfo de Prado fue abrumador y apenas tomó el comando del poder dictó la ley de amnistía el 28 de julio de ese año. Sea como fuere el retorno se nos hacia duro o, tal vez, triste. Ahí teníamos ya una forma de vida, amigos, familia. Pero también sentíamos la necesidad de volver porque queríamos demostrar que nuestra estada en Argentina había sido originada por un cobarde y vil acto de un tirano. Decidí volver. Alisté maletas. Arregle cuentas, me quedaba algo de la indemnización mas una buena comisión que gané al vender un departamento. Esto era suficiente para mí y para Fany. Nos pusimos de acuerdo y ella dijo: Ve tu primero, mira como están las cosas y luego me llamas. Había ya una hija de por medio. Fijé el retorno para agosto del 56 y lo haría por tren vía Bolivia. Comuniqué mi decisión al Comité y a mis amigos. Y ahora el retorno. Creo que fui el primer desterrado en volver de Buenos Aires con visa al Perú, porque por aquellos tiempos se necesitaba visa para regresar a su propia tierra. El 20 de agosto subía las escalinatas del tren para venir al Perú. Volvía con más años y alguna experiencia. El año anterior había cumplido 30 años y recordaba la celebración que se hizo en casa de mi cuñado Jaime cuando recitó: “30 años, quién diría que al cabo de ellos, tuviera sino blancos mis cabellos el alma conturbada y fría…” Quedaban, por un tiempo mi mujer y mi hija. Fueron a despedirme todos, parecía una fiesta y yo estaba triste. En el andén, mi mujer, Jaime y su mujer, mis compañeros, mis amigos. Buenos Aires se había metido bastante en mi vida. Sentía que la iba a extrañar. Hay una hermosa frase que se repite mucho, pero que aquel día de agosto, al atardecer, me exprimía las entrañas: “Partir es como morir un poco”. Así me había sucedido cuando mi hermana agitaba tiernamente su brazo para decirme adiós en Limatambo. Lo mismo cuando mi hermano Edmundo se quedó parado en el avión en el aeropuerto de Arica siendo yo apenas un jovencito. Partió el tren y me parece que escuchaba las notas de ese hermoso tango: “ya parte el tren… el humo pinta el cielo… y el andén…se agitan los pañuelos… ruedas que rechinan…con la angustia de un adiós…”. Volví triste, “con la angustia del adiós”, pero esperanzado. Paso a paso, rodando, rodando por las hermosas llanuras argentinas, llegué a La Paz donde el Ilimani, hermoso picacho andino cubierto de nieve, parece abrazar a la ciudad. Tres días en La Paz, ansioso ya de llegar a casa, tomé un transporte terrestre que bordeando el bello Titicaca me llevó hasta Copacabana, una hermosa península en pleno lago. Ahí me desayune frente a un espejo brillante, de color azul intenso. Paisaje incomparable. Una débil barcaza transportó por el estrecho al ómnibus en que yo viajaba. A la otra orilla, ¡tierra peruana! Al quebrarse la tarde e insinuante una bella noche serrana, llegamos a Yunguyo, primer suelo patrio que pisaba. Hicimos los trámites de aduana y seguimos caminando rumbo a Puno a donde llegamos vencida la noche. Mientras tanto, desde que subí al ómnibus en La Paz, hablaba conmigo mismo, no se si estaba triste o ansioso de llegar. Recordaba a mi mujer, mi hija, mis amigos y, mirando hacia adelante, recordaba a toda mi larga familia a los otros amigos que había dejado antes de partir al destierro. Así se me fue la noche y al amanecer llegamos a Arequipa. Aquí descansamos y esto me permitió dar una vuelta por esta hermosa ciudad sureña. El Misti, coronado de blanca espuma, parece un celoso vigilante de la hermosa amada. Los demás volcanes: bellos, la ciudad limpia y generosa. Llegue a Lima cuando languidecía una tarde de agosto. Y no había pisado la vereda de la calle cuando vi extendidos, cariñosos, abiertos los brazos de mi amigo Aníbal Quijano. Cómo si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Nos abrazamos con ternura y todo me parecía mentira, un cuento. Otra vez en Lima. Me hospedé en el Hotel Colmena, a unos pasos de la agencia de transporte y casi frente a mi viejo San Marcos. Tan pronto desempaqué no se cómo y por qué llegó a mi habitación Guillermo Varillas Castro, queridísimo amigo de la infancia, compañero de Partido, de correrías juveniles, de prisión, de inolvidables partidos de basquetbol. Éramos, como con Laureano, inseparables.! Que hermosa vista!. Yo traía unos discos de música paraguaya que Fany me había dado como recuerdo. Por esa época casi no se conocía esa música. Conseguimos un tocadiscos y escuchamos las bellas guaranias. Guillermo, que es un enamorado de la música, gozó con la música paraguaya y revivimos nuestros viejos tiempos juveniles. Al día siguiente busqué a mi hermano Edmundo, aquel que me había dejado en Arica cuando partí. Lo encontré. Era el primer contacto con mi sangre después de muchos años. Lloramos de alegría. Se me aja el alma al recordar aquel encuentro. Después busqué a Paco Campodónico y a Héctor Cordero. Con ellos me había comunicado desde Buenos Aires. Al vernos nuevamente repetimos el abrazo y el cariño. Otra vez juntos, pero en el Perú. Paco conducía una de las imprentas más prósperas de Lima y Cordero trabajaba con él. Como era de esperarse, conociendo a Campodónico, me ofreció trabajo para el día siguiente. Todo mi problema resuelto por este gran amigo. Aliviado de la preocupación del trabajo viajé a Piura para ver a los míos. Viaje toda la noche y llegué a mi tierra al promediar la mañana. Llamé por teléfono a mi hermana Amabilia, la mayor, la que siempre había andado tras de mi y logró mi destierro. No termine de hablarle y colgó el teléfono y partió a buscarme a la agencia. La vi venir como rompiendo el viento, sus brazos se abrían como queriendo abarcar el mundo. Corría desesperada, parecía que no llegaba a mis brazos. Corría más y yo hacia ella y juntamos nuestros abrazos interminable, eterno. Me besaba, me apretaba, me volvía a besar. Yo me sentía un niño premiado con el más grande cariño. Entre mi hermana y yo más de 16 años de diferencia. Ella podía ser mi madre. Y así lo fue siempre. Llegué a casa y mi madre cayó en mis brazos casi desvanecida. Le parecía mentira tener otra vez en sus brazos el cachorrito perdido. Cuando sentí el cuerpo de mi madre a mi lado y cuando la besé con ternura inigualable, creí que vivía un sueño, me parecía mentira volver a ver su limpio rostro de noble campesina ecuatoriana. Muchas veces en mis noches de desterrado yo lloré porque ella no estaba conmigo, porque la sentía lejos, porque me parecía que la perdía. Junto a mi madre estaba mi padre con sus grandes bigotes totalmente blancos como cubiertos de nieve, testimoniado el paso imperturbable de los años. Me abrazó y, seguramente, en ese momento recordó cuando nos vimos por última vez en la cárcel de Piura. Nos miramos fijamente a los ojos y nos dijimos todo, todo lo que nos queríamos. Ahí estaban casi todos mis hermanos: Manuel, Artemisa, Antonio, Elsa y Merry, mi entrañable hermano menor. Para ver a dos hermanas que faltaban: Hortensia y Cristina viajé unas horas y las encontré. Indescriptible alegría el reencuentro con mis hermanos. Nosotros, los 10 hermanos, siempre hemos constituido un núcleo familiar íntimamente unido. Sin fisuras. Siempre con entrañable cariño. La mayor fue el símbolo y nos dio la mano a todos. Solamente tres días permanecí con mi familia y volví a Lima para hacerme cargo del trabajo. El sueldo era bueno y me permitía vivir decentemente. Escribí a Fany y se reunió conmigo por le mes de noviembre de 1956. Convivencia y Coalición La situación política del Perú era buena. Había paz social, entendimiento político y se instauró el régimen de la Convivencia, que no era otra cosa que la alianza del Apra con el Pradismo. Desde 1956 época en que comienza la Convivencia hasta 1980 yo no tuve ninguna participación política. Durante este período, más bien, nos dedicamos a trabajar duramente para mejorar nuestra magra economía, Fany, aparte de sus inquietudes intelectuales, había realizado cursos de corte y confección. Con estos conocimientos y la firme decisión de salir adelante comenzamos los trabajos de lo que más tarde sería una fábrica de confecciones a la que le pusimos el nombre paraguayo de “Anahi” y que hasta ahora continúa en el campo industrail. Esta fabrica nos dio holgura económica, permitiéndonos hacer un patrimonio respetable. Por mi parte deje la imprenta en que trabajé con Campodónico, porque él, también salió de ahí. Entonces fui a trabajar con mi entrañable amigo Manuel Scorza en los Festivales del Libro que él había ideado. Scorza solía decir que había hecho leer a todos los peruanos. Y eso era absolutamente cierto. Con Paco Campodónico fuimos testigos de excepción cuando propuso la idea de los Festivales del Libro. Editó libros baratísimos y los vendió en los kioscos, almacenes, farmacias, supermercados y todo aquel que quisiera venderlos. La idea era que el libro fuera fácilmente adquirido por el pueblo. Y así fue. La convivencia política duró todo el gobierno de Prado. Hubo representantes apristas en el Parlamento. Igualmente embajadores y funcionarios. Los oportunistas y logreros, que nunca faltan, gozaron mucho de este régimen. En 1962 se convoca a elecciones generales y el Apra inicia su campaña con la fórmula electoral: Haya de la Torre-presidente; Manuel Seoane y Arca Parró vicepresidentes. La convivencia había hecho mella en la popularidad aprista, pues mucha gente no había visto, con bueno ojos, aquel pacto. Es que antaño Prado fue un adversario muy duro. Además, siempre sirvió intereses contrarios a los del Partido. Los resultados de dicho proceso fueron insospechados. Odría gano las elecciones en Lima, Belaunde en segundo lugar y el Apra tercero. Los resultados en provincia cambiaron ligeramente ese orden y el resultado final fue un magro triunfo aprista con no más de 18 mil votos de diferencia. El antiaprismo, con Belaunde a la cabeza, difunde la idea de fraude electoral y el hombre de la lampa, pintorescamente, se va a Arequipa, saca unos cuantos ladrillos de las calles y proclama una sublevación. Realmente esto fue risueño pero tuvo sus consecuencias porque los militares tuvieron, en ello, la oportunidad para impedir que el Apra asuma el gobierno. Antes del 28 de julio de 1962 arrojaban a empellones a Prado del Palacio de Pizarro. Otra vez los militares en el gobierno. Duraron poco y prepararon un clima electoral adverso al Apra para 1963. Las elecciones de ese año dieron amplio triunfo a los partidos de derecha unidos en un frente que llevo como candidato a Belaunde Terry. Con el triunfo de la alianza electoral Bedoya-Belaunde se inicia una etapa de desorden político ya que estos no alcanzaron la mayoría parlamentaria. Frente al Poder Ejecutivo dirigido por Belaunde se opuso un Parlamento mayoritario conformado por apristas y odriístas. A este pacto político se le llamó la COALICION. En el interior del Partido Aprista este pacto con los odriístas cayó como un acto de traición o, por lo menos, como un pacto infame. La dirección partidaria lo hizo sin consultar a las bases. Es probable que todo esto tuviese una explicación política, pero todavía no habían sido restañadas las heridas del gobierno de Odría. Y si a esto se agrega la campaña abierta contra ese pacto por parte de la izquierda comunista se tiene claro el panorama de la inquietud de la militancia. Como quien quiere limpiar todo y ofrecer cierta libertad para elegir, la dirección aprista optó por un jubileo. Convocó a una reinscripción. Previamente, un número considerable de militantes y dirigentes publicaron un documento en que expresaban su desacuerdo con la Coalición. La reinscripción se produjo. Muchos dirigentes y militantes lo hicieron. LA COALICION daño la imagen del Partido. Este perdió el respeto ciudadano y la simpatía del pueblo se iba inclinando hacia la izquierda marxista. El gobierno de Belaunde fue desastroso. La representación parlamentaria compuesta por apristas y odriistas fue mediocre. El país vivía en un caos político. Contra ese caos tuvo lugar la primera insurgencia guerrillera dirigida por Luis de la Puente Uceda. En 1967 fuerzas del ejército y la policía aniquilaron, despiadadamente a las guerrillas. Luis de la Puente murió acribillado a balazos en su puesto de combate. Los otros jefes guerrilleros fueron abatidos. Entre 1963 y 1968 el Apra había experimentado una cierta recuperación a raíz del mal gobierno de Belaunde y todo parecía indicar que ganaría las próximas elecciones. Estas nunca se realizaron porque el ejército decidió tomar el poder. El 3 de octubre de 1968 el general Juan Velasco Alvarado depone a Belaunde. Con el gobierno militar de Velasco Alvarado se inicia en el Perú una etapa de reformas sociales que levantan gran polvareda. Se hablo de llevar a la práctica las ideas apristas. De esta manera se recorrió el camino de la reforma Agraria y de las nacionalizaciones. La primera etapa del gobierno del general Velasco estaba más a tono con mi manera de pensar de esa época. Pero no participé, a pesar de las múltiples invitaciones que me hizo mi entrañable amigo Carlos Delgado Olivera, verdadero motor intelectual de ese gobierno. Delgado fue un gran dirigente de la juventud aprista y con no más de veinte años fue miembro del Comité Ejecutivo Nacional. Dueño de una apreciable cultura. Imaginativo. Sincero en sus actos, apasionado en sus afectos. Fue secretario privado de Haya de la Torre. Se hizo y fogueó dirigente al lado del Maestro. Dejó de ser aprista- o acaso nunca dejó de serlo- por discrepancias formales o de táctica. Carlos nunca tuvo discrepancias ideológicas con el Apra ni con Haya de la Torre. El Gobierno de la primera fase de Velasco llevó o tuvo un sello de ideología aprista con palabras de Carlos Delgado. A raíz de su muerte escribí un artículo que se publico en una revista y que ahora incluyo al final de este relato. Asamblea Constituyente Una grave dolencia postro al jefe del gobierno militar y su posterior incapacidad física lo hicieron perder el poder, siendo reemplazado por el general Morales Bermúdez; éste, menos radical que su antecesor, concluye su mandato en 1979, convocando antes a una asamblea constituyente. Haya de la Torre conduce la campaña para las elecciones a la Constituyente y el Apra logra la primera mayoría. De esta suerte Víctor Raúl es elegido Presidente de la Asamblea Constituyente. De alguna manera se hacía justicia con el Fundador del Apra. El siglo veinte, políticamente hablando, esta signado por la presencia de Haya de la Torre. El movió la conciencia ciudadana enseñando al peruano cuáles eran sus derechos. Víctor Raúl presento en su verdadera dimensión el problema del indio y del campesino. El enfrentó, desde sus años mozos, al marxismo teóricamente y planteó para el Perú y América Latina, una teoría continentalista revolucionaria cuyos alcances explican, claramente, lo que sucede hoy en el mundo. Haya de la Torre planteó, con claridad, la política internacional basada en un “interamericanismo Democrático sin Imperio”. El dijo que la manera de avanzar y lograr grandes cambios en el ámbito nacional era a través del postulado aprista de “no quitar la riqueza al que la tiene, sino crear riqueza para el que no la tiene”. El mundo camina hoy por estos lados y que le pensamiento avizor del Jefe Aprista previó. Esto indica el pensamiento moderno del Gran Líder. Acaso por aquí habría que buscar un poco el origen de los grandes cambios sociales y políticos que han ocurrido en el mundo. Hoy, estas ideas, son monedas corrientes en el lenguaje de las naciones del mundo que buscan la paz y el progreso. En agosto de 1979 se apaga la vida de Víctor Raúl. El pueblo peruano tributo al Fundador del Apra su más grande homenaje. Con la muerte de Haya de la Torre el Partido recibe un fuerte golpe y comienza, lo que podríamos llamar, la lucha por el poder. De un lado Armando Villanueva y del otro lados Andrés Townsend. La Convención Aprista de octubre de 1979 designa como candidato a la Presidencia de la República Armando Villanueva. Townsend Ezcurra fue aclamado primer vicepresidente. El Apra, los hombres, el Gobierno Por esta época, pocos meses antes de las elecciones de 1980, casi al anochecer, vino a casa una compañera del sector octavo, portando en sus manos un folleto “Apra y la Revolución”, que fue la ponencia que presentamos al II Congreso de Desterrados Apristas de 1952. Conocía el tema y me proponía volver a la militancia. Es, pues, en 1980 que me reintegro al Partido. O sea en los tiempos de dar, no de recibir. Armando Villanueva había sido proclamado por le Apra candidato a la Presidencia de la República. Desde el gobierno del General Velasco yo tenía discrepancias con la conducción del Partido y, al anunciarse la candidatura de Villanueva, las borré. Jamás me ha gustado trabajar a medio corazón. Sin embargo, yo opinaba que Armando era un mal candidato. Del Villanueva que yo había conocido en 1953 en Buenos Aires sólo quedaban sombras. Nada le importaba las severas críticas que se le hizo dentro del partido. Tampoco la pertinaz campaña-injusta, pero certera- que la oposición presento contra sus expectativas. Le falto grandeza. Parecía que había llegado a su máxima aspiración: ser candidato a la Presidencia de la República. Los resultados de esas elecciones llevaron a la Presidencia a Belaúnde, por segunda vez. El golpe político contra el Apra fue muy duro. Desapareció el mito de la gran mayoría nacional. Con Villanueva el Apra no obtuvo más del 20% del electorado. Y si a esto agregamos que la magra representación aprista solamente hizo labor obstruccionista, tenemos el cuadro de un partido político en decadencia. El Congreso Nacional de agosto de 1980 fue turbulento y marco los primeros síntomas de la pequeña escisión: pero gracias a la presencia del viejo y carismático líder Fernando Townsend quedó afuera Luis Alberto Sánchez y Ramiro Prialé, al poco tiempo se reincorporo al Ejecutivo Nacional. Las llamadas izquierdas marxistas tomaron cuerpo. Un desconocido profesor universitario, formó un movimiento que, por el camino del terror, comenzó su historia sanguinaria. Nada hizo el Apra para contener esa siniestra organización. Vegetó en el Parlamento. Todo este comportamiento de la dirección del Apra, así como la inoperancia parlamentaria iban mellando al viejo León de la política peruana. El snobismo juvenil político se orientaba por el lado del izquierdismo. Estos alcanzaron un cuerpo. Visto así el panorama, era fácil colegir que el país ya no cifraba sus esperanzas en el partido de Haya de la Torre. No creía en sus dirigentes. Estos, con Luis Negreiros Criado a la cabeza, hijo de aquel inconmensurable luchador social, jamás estuvieron a la altura de su responsabilidad histórica. Este Negreiros Criado, hombre de poca monta, congeló las actividades apristas. Esta comprobación era dolorosa para el viejo militante pero era realidad. Los que habíamos constituido la Juventud Aprista de 1945 quisimos, en esa oportunidad, intervenir para retomar viejos caminos que nos llevaran a la recuperación histórica de nuestro movimiento. Nada fue posible. Se había enquistado en la dirección partidaria un grupo de compañeros sin visión creadora que, solamente, apuntaban a un porcentaje de las bancas parlamentarias. Esto se había convertido en una profesión de algunos apristas. Por eso era corriente escuchar: “mi gran experiencia parlamentaria” como si ello fuera, en esencia, la razón de ser del Partido. Todo esto nos fue colocando al margen de la contienda política. Sin embargo, la política presenta, a veces, situaciones insondable, inexplicable, que escapan a un juicio racional. Entre los años 80 y 85 aparece públicamente, en las manifestaciones del Partido, un hombre joven, con un poco más de treinta años, dinámico, inteligente, culto. De radiante simpatía, apuesto y vital. Su nombre, Alan García Pérez. Oscar Wilde habría dicho de él “…los Dioses se lo han dado todo..” Este hombre joven, con las condiciones excepcionales de un líder sabía lo que quería. Comenzó su trabajo con tesón e hizo valer los años que, cuando adolescente, estuvo al lado de Haya de la Torre. Rápidamente se ganó la confianza de la militancia. Buscó polemizar con izquierdas y derechas. Siempre salió airoso. En el interior del Apra fue escalando posiciones, primero Secretario de Organización, después Secretario General. En el escenario de la política nacional Belaunde no daba pie en bola. Día que pasaba de su gobierno, era un día de alivio para los pobres. La delincuencia terrorista avanzaba ante la irresponsable conducta del mandatario. El llamó a esos asesinos “simples abigeo”. La inflación alcanzo límites terribles. La desocupación y el hambre eran el cuadro de nuestra sociedad. Este mal gobierno de Belaunde Terry preparo el terreno para la insurgencia de Alan García. Frente a un país asolado por el hambre, sumido en el miedo por el terrorismo; frente a la indolencia del gobierno accionpopulista, el hombre peruano buscaba una tabal de salvación que dejase atrás ese pasado ignominioso y planteara soluciones favorables para el Perú. La campaña electoral del Apra dirigida por Alan García, ofrecía todo aquello que el país reclamaba. Por lo demás, si la vieja dirección, había desilusionado, la presencia juvenil de Alan presagiaba un Perú diferente. Entonces los peruanos vuelven los ojos al viejo partido de Haya de la Torre. Recuerdan la pureza del Fundador del Apra y depositan su confianza en el joven líder. Alan García fue candidato aprista a la Presidencia de la República en 1985. Los resultados de esas elecciones fueron contundentes. García ganó abrumadoramente. El pueblo aprista y no aprista le dio su confianza abrigando la esperanza que este joven Presidente haría realidad los viejos y certeros ideales del movimiento. Que con un gobierno del Partido del Pueblo el Perú se enrumbaría por el sendero del progreso. Igualmente el hombre peruano pensó que un partido, como el Apra, enfrentaría con ventaja al terrorismo y lo exterminaría en breve plazo. En fin confió el pueblo que la inmoralidad y el vicio quedarían atrás y para siempre. Sesenta años de predica aprista eran la garantía. Cuando Alan García asume la Presidencia de la República el 28 de julio de 1985, el Perú vive, acaso, el instante mas fervoroso de sus últimos años. América, esperanzada, aplaude la presencia de un pueblo ávido de Justicia Social. El nuevo Presidente peruano sorprendió a los centro de poder cuando apenas iniciado su discurso inaugural dijo “que no pagara más del 10% del monto de las exportaciones como amortización de la deuda externa”. Y luego agregó: tenemos que cumplir primero con pagar nuestra dolorosa deuda interna que carcome los cimientos de nuestra sociedad. Esto halagó a los peruanos, pero espantó el avispero de los acreedores. Nadie, antes, se había expresado en esta forma. Los peruanos nos sentíamos orgullosos de nuestro Presidente. El inauguro una forma de gobierno popular: caminaba por las calles de Lima sin escolta, dialogaba con el transeúnte, tomaba café al paso. Era agradable verlo en la televisión u oírlo por radio. O en los balcones de Palacio. Sus dos primeros años de gobierno fueron excepcionales. La industria peruana se recuperó. El producto bruto interno creció. En el orden administrativo se dictó normas de simplificación. Todo parecía una nueva vida. Sin embargo, en el interior del partido Alan cojeaba. No cumplía con nuestros ideales. Daba rienda suelta al fulgor de la fama. Menospreciaba al militante de base, procuraba eludir nuestros himnos y nuestros símbolos. Olvidaba nuestra fraternidad. Poco a poco se fue rodeando de un círculo de áulicos que, al final, lo embaucaron. Formó sus gabinetes con gente que él llamaba mis “secretarios”. Eligió, entre los apristas, a algunos sin nombre ni predicamento. Solamente adictos a él. De esta manera se explica la falta de vuelo e iniciativa de muchos ministros. Tengo la experiencia de dos Ministerios en los que estuve colaborando ad – honorem y que, seguramente, muestran la línea de lo que pudo ocurrir en los otros. Yo lo contaré. Una mañana de setiembre de 1985, mientras departía con m hermano Manuel y unos amigos, recibí una llamada del Ministerio del Interior Abel Salinas. Por razones generacionales y haber vivido muchos años en el destierro, yo no conocía mayormente a Salinas. Lo había visto y tratado en dos o tres oportunidades. Me extraño la llamada, pues mi vida política no era notoria en los cuadros partidarios. Algún amigo, seguramente, le sugirió mi nombre. Fui a verlo. Me trato con cordialidad y afecto. Me pidió que lo ayudara en el trabajo. ¡Qué gran oportunidad, dije yo, para servir a mi Partido y justo en el puesto que yo hubiera escogido para trabajar!. Me vino como anillo al dedo. Sin embargo, no conversamos sobre temas políticos relacionados con el terrorismo. No me dio chance para hacerlo. A pesar que el sabía que yo había escrito una carta abierta al terrorismo en 1981, en la Revista “Equis”. Daba impresión que el se consideraba un experto. Casi, casi dejo las cosas en su lugar, pero, al volver a casa, mi mujer me dijo: si eso es, justamente, lo que te gusta. Hazlo a pesar de él. Así fue y le puse mis condiciones: mi trabajo es totalmente ad-honorem, no quiero automóvil, ni gasolina ni nada remunerado. El aceptó. Así quedaron claras las cosas. El VICEMINISTRO era Agustín Mantilla, vale decir la voz cantante del Presidente. Aparentemente un buen hombre, a pesar que conmigo no tenía gran trato. El se encargaba del aspecto estrictamente policial. Abel Salinas era un compañero correcto, sin grandes luces políticas. El mismo lo admitía, muy pegado a sus amigos y colegas. Salinas es ingeniero electricista. A mi me prodigaba mucho afecto, pero no me daba poder. Yo me lo procure solo y me quede porque sentí, interiormente, que faltaba en ese ministerio hacer aprismo. Es decir comunicar confianza y trato cordial al ciudadano. Cuando llegué encontré unos compañeros jóvenes, que colaboraban con Mantilla armados con revólveres o pistolas. Tenían el estereotipo de las películas policiales. Me propuse cambiar eso. Y lo logré. Otra cosa que hice fue tratar con todo aquello que salinas no quería ver. Atendí a alcaldes de pequeños distritos de nuestra serranía, tenientes gobernadores con ojotas, humildes ciudadanos que venían preguntando por su ministro y que no eran atendidos por nadie. Yo partía de la consideración que el gobierno se inicia en esos pequeños caseríos y que ese humilde alcalde o teniente gobernador tiene, en su momento, una gran responsabilidad histórica. Ni idea tenía el ministro de cuanto sirve al país oír la voz de los pequeños pueblos. En cuanto a la llamada Reorganización de la policía pude comprobar que se hizo sin convicción ni racionalidad. Los jefes de cada cuerpo o estamento policial presentaban una lista de los candidatos a la “purga”. Esta lista era confeccionada con buenas dosis de odio y de envidia. Cuando un jefe policial era joven, instruido y con amor al uniforme, se convertía en un enemigo de los mediocres. Esto explica el porqué de muchas injusticias. El caso del coronel Antonio Ketín Vidal, que conocí de cerca porque tuve todos sus datos personales y de trabajo en mis manos, fue una clamorosa injusticia. Este policía que no tenía ni siquiera una llegada tarde en toda su carrera. Que había obtenido grados en el exterior, era el más joven coronel a la sazón y patrocinaba la idea de que en la Policía peruana había muchos generales y que era necesario adoptar una política para evitar este crecimiento anormal. Es decir, iba contra sus propios intereses en aras de conformar un cuero policial eficaz. El Coronel Vidal fue pasado al retiro por reorganización. Abogué por él ante Salinas y Barsallo. No tuve suerte. Casi en las postrimerías del gobierno de Mantilla fue reincorporado al servicio. Se hizo justicia. Coomo el caso de Ketín Vidal, muchos, el General Teófilo Aliaga de la entonces PIP, el coronel Ames de la Republicana. Me extraño mucho en Abel Salinas ver que su gran consejero era un ingeniero en minas sin convicción política, pero amigo de él. Igualmente tenía como consejero de primera línea a un veterano periodista, que trabajó en “Jornada” periódico antiaprista. Pero lo peor fue encontrar allí a un siniestro sujeto llamado Augusto Rázuri Seminario. Este gozaba de toda la confianza del Ministro. El manejaba teléfonos de tres cifras, vale decir teléfonos especiales. Este indeseable sirvió a todos los gobiernos como soplón. Fungió de periodista en “La Crónica”. Recuerdo una vez cuando los sanmarquinos protestábamos en las calles contra el dictador y corríamos por le jirón Carabaya, donde estaba “La Crónica”, este Rázuri nos señalaba a la policía para que nos capturen. Y este malvado estaba en primer plano en el Ministerio y en Palacio de Gobierno. Su muletilla era: “Yo seré aprista cuando lleguen al gobierno.” Y así fue. De esta laya de gente se rodeó el gobierno de Alan García. Cuando Salinas fue removido del cargo de Ministro del Interior, llego al ministerio, nombrado Ministro, un hombre con quien yo había compartido una vieja amistad. De por medio había destierro y prisiones. Pensé que este era el momento de hacer realidad mis ilusiones, las ilusiones del Partido. Pocos días antes de su nombramiento él había conversado conmigo sobre el gran tema de la pacificación del país y me había expresado su acuerdo. A mi no me importaba el cargo. Lo importante era hacer las cosas. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. Me dio la espalda, no planifico nada con respecto a la lucha antisubversiva, no entendió que la grandeza espiritual es una forma bella de gobierno. Llegó al Ministerio después de haber servido como Presidente del Seguro Social. Por ahí paso sin pena ni gloria. Se hablaba de inmoralidad en el Seguro. De burocratismo. De incapacidad. Lo cierto es que mientras él estuvo dirigiendo la Seguridad Social, las cosas no cambiaron en lo sustantivo. José Barsallo Burga pasó por el Ministerio del Interior de la misma manera que lo hizo en el IPSS., sin pena ni gloria. Demás está decir que yo deje de colaborar en ese Ministerio, pues no tenía ningún vínculo laboral con el gobierno. Cuando yo había cerrado valijas políticas, una noche de octubre de 1987, una llamada telefónica me despertó. Era Alan García. La conversación fue cordial y simpática. Hizo uso de términos procaces para referirse a la Hombría porque, según él, para lo que me llamaba se necesitaba mucho genio y decisión. Yo respondí con el mismo vocabulario. Mi experiencia política me ha enseñado que no hay que dar ni un solo paso atrás con hombre como García. Debo decir que entre Alan García y yo nunca hubo una estrecha amistad. Solamente nos tratamos en pocas oportunidades. Pero él conocía mi historial partidario. Y esto es explicable por razones generacionales y por mi terca e indeclinable actitud de no andar tras los faldones de nadie. Menos de los que tienen poder. Ahora recuerdo lo que me dijo José Barsallo, segundo Ministro del Interior de gobierno de García: “ tu no serás nombrado nunca Ministro porque no soportarías ni un minuto al lado de Alan. Y él lo sabe.” Le respondí al Ministro, aquella vez, que me interesaba más la realización de los ideales apristas que un cargo de Ministro de Estado y que defendiendo mis ideales yo no daba nunca un paso atrás. La llamada de Alan García fue para pedirme lo ayudara en el asunto de la nacionalización de la Banca. Me agarró en un momento sentimental y la manera como me lo pidió me hizo morder el anzuelo. Fui como interventor en el Banco de Crédito. La gestión fue un fracaso. Su planificación muy mala. Los otros interventores, gente cordial, amable, generosa, pero sin ningún criterio político. La siguiente anécdota pinta las cosas de cuerpo entero: La transferencia de las acciones a los trabajadores se había hecho mediante un cheque bancario que todavía no había sido cobrado, de tal suerte que si ese cheque no era cobrado la transferencia no se realizaba y el proceso de nacionalización tenía las puertas abiertas. El cheque cayó en nuestras manos ¡Qué mejor oportunidad que ésa para anular el cheque e impedir su circulación!. Mi opinión, solitaria, fue de anular el cheque y cursar una nota a la Bolsa manifestando las razones de nulidad. Con esto se terminaba el problema. Todos los interventores se levantaron como leche hervida. Calificaron mi solicitud como una locura. El asesor legal del a Comisión, llego a hablar de delito de apropiación ilícita. Qué barbaridad!. Total el cheque fue devuelto a la Bolsa, con una burocrática nota. Qué pasó?. El cheque llego a manos de los banqueros e hicieron la transferencia de las acciones. Por consiguiente era imposible hacer la nacionalización. Menudo problema para el gobierno. Todo producto de la improvisación. Al poco tiempo renuncié a la Comisión de la nacionalización, no sin antes haber tenido duros cambios de opinión con el Presidente. A la par que colaboraba con el Ministerio del Interior, también lo hacía, como Director, en la Beneficencia Pública de Lima. Lo hice mientras fueron presidente Floro Barreto e Ivonne Young de Treneman. En la época de Barreto fui encargado de la Dirección de Patrimonio. Qué tristeza comprobar como se había llevado al garete el patrimonio de los pobres y los humildes. En los regímenes anteriores se tomo el cargo como algo decorativo y de usufructo personal. Encontré alquileres irrisorios. Era evidente que las cosas se habían manejado según el interés de las personas y no según los fines de la Sociedad de Beneficencia. Hasta ahora no puede volver al país, porque tiene pelitos pendientes con el gobierno, el que fue el último Presidente de la Beneficencia Pública de Lima en el gobierno de Belaunde Terry. De otro lado esta institución se había convertido en el asilo de los puestos de favor. Reventaba de empleados. Floro Barreto es un compañero de gran tradición aprista. Honesto y sincero. Pero no tenía experiencia empresarial. Ni carácter para poner las cosas en su sitio. En mis conversaciones los con los compañeros yo siempre había expresado que el Perú es un enfermo tan grave que cualquier remedio le hace bien. En este cargo tomé al toro por las astas. Manu militari revisé los contratos de alquiler. Los inquilinos saltaron hasta el cielo. Estaban acostumbrados a vivir del dolor humano. Recuerdo que un conocido café-restaurant, frente a la catedral, pagaba una suma increíblemente baja. Los llamé. Eran unos árabes, los mismos dueños de la antigua Casa Ode. También de la Beneficencia. Loes dije: se acabo la ganga, a partir de este mes pagaran cien veces más. Los árabes hablaron en todos los idiomas, vociferaron, imploraron; pero al final pagaron. Cómo sería de bajo el alquiler que pagaron la nueva suma. No usé para nada el Reglamento ni leí los Estatutos. De haberlo hecho, nada se hubiera logrado. Como este caso, muchos. Pero en general el problema de la Beneficencia debe ser encarado de otra manera. Con autonomía y libertad. Y esto no se puede hacer porque la Beneficencia depende del Ministerio de Salud y con cada cambio de ministro, también hay cambio de Directorio. Mi labor en esta época recibió aplausos, aplausos, aplausos. No se hizo ningún plan de trabajo para el futuro. En la época de Ivonne Young de Treneman fui elegido Presidente del Comité Ejecutivo de la Caja de Ahorros de Lima. Con Ivonne tenemos una hermosa amistad bañada con cariño y admiración. Ella es una mujer de temple, cuajada en viejas luchas partidarias, inteligentes y cultas. Noble y generosa. Su experiencia como ejecutiva en Naciones Unidas y en el Banco Mundial hicieron de ella una Presidenta eficaz. Por estas razones acepté, otra vez, colaborar en la Beneficencia. Ivonne le ponía al cargo, además de conocimientos, corazón, mística, desde de triunfo. El primer Directorio de la Caja, estuvo formado por compañeras y compañeros capaces y honestos. En la primera sesión del Director renuncié a mi sueldo como Presidente de la Caja de Ahorros y pedí que ese importe fuera donado a los niños abandonados o instituciones de ayuda social. Así se aprobó. La labor en el Comité Ejecutivo de la Caja de Ahorros no era fácil. Había que afrontar solicitudes de “líderes”, tarjetazos, amenazas. Todos querían préstamos. Esto, a nosotros nos resbalaba. Ivonne Treneman seguramente conservará, como prueba histórica, la retahíla de tarjetas que llegaban. Para mi complacencia integraba el primer Directorio Ernestina la Torre de Fowks, compañera estupenda, valiente, inteligente, capaz e inflexible. Con ella no había ni hay medias tintas. Abandono sus empresas para colaborar ad-honorem con el gobierno aprista. Jamás se impuso un horario de trabajo. Lo dio todo a cambio de conseguir limpieza, moralidad, justicia. Creo que sin su presencia en el Directorio, más de una vez hubiéramos caído por error. De mi experiencia en la Caja de Ahorros dos casos para relatar como nuestra: Vino al Directorio una solicitud de crédito de un diputado aprista de apellido Herrera por UN MILLON DE DOLARES. El diputado de marras aprovechando que el Directorio estaba totalmente integrado por apristas presiono a su íntimo amigo y compañero de Cámara el Ministro de Salud Paúl Caro Gamarra para aligerar trámites. El Director rechazó el crédito del Diputado porque no ofrecía ninguna garantía de devolución y porque, además, las garantías reales que ofrecía eran insuficientes: propiedades tugurizadas e hipotecadas. Este hombre quería hacer el negocio del siglo en complicidad con el Ministerio Caro Gamarra. Cuando Yvonne Treneman y Tina Fowks pusieron al descubierto la estafa y se denegó la solicitud de crédito, se presentó, irritado, el Ministro Caro Gamarra en los salones de la Beneficencia y exclamó: “o este crédito se aprueba o se van”. No termino el Ministro de gritar, cuando en la misma forma se escucho, por parte de Ernestina Fowks, el grito sonoro! NOS VAMOS!. El Ministro dio pasó atrás. Cogido en culpa no tomó, por ese momento, las medidas pertinentes. Realmente jamás nos explicamos de donde saco Alan García este Ministro. Su avidez por controlar los créditos en la Caja de Ahorros en lugar de preocuparse por los problemas de salud lo retratan de cuerpo entero. El otro caso fue un crédito también por un millón de dólares que solicitaba una empresa que ni siquiera tenía Escritura de Constitución. Presentaba como garantía los mismos ómnibus que iba a importar de Brasil. Curiosa operación de crédito. Detrás de ésta estaba el hermano del Presidente García. En honor a la verdad el Presidente García jamás hizo una gestión sobre este préstamo. Por el contrario sabíamos que Alan se oponía a toda gestión de su único hermano. Pero mientras esto hacia el Presidente, sus epígonos, como Luis Nava y Caro Gamarra, usaban su nombre para cometer inmoralidades. Cuando rechazamos el crédito me llamo por teléfono Luis Nava, a quién jamás en mi vida había visto y me dijo: “Dr., el Presidente esta como un pichín (sic) de caliente por lo sucedido y quiere que se apruebe la operación”. Respondí, enérgicamente, delante de Yvonne Young y Ernestina Fowks,! Eso a mi no me importa y el crédito no saldrá!”. Vino después, el Ministro Caro Gamarra, como refuerzo y mi respuesta fue la misma. El crédito no se aprobó por nosotros. Al día siguiente el diario oficial El Peruano publica mi cese como director de la Beneficencia y, por lo tanto, de la Caja de Ahorros. Se cuido de darme las gracias por los servicios prestados. Yvonne de treneman y Tina Fowks presentaron sus renuncias irrevocables, en solidaridad conmigo. Antes de terminar el relato de mi tangencial y corta colaboración en el gobierno de Alan García, debo decir que como miembro de la Beneficencia Pública de Lima, me nombraron delegado ante la Fundación Canevaro. Nunca antes había oído el nombre de esta Institución, ni sabía a que se dedicaba. A instancias de mi amigo Juan Torres García, que lo habían nombrado Presidente, fui. Encontramos un vetusto local con muebles raídos, pisos deteriorados y con olor a petróleo crudo y trabajadores impagos. El gerente era un respetable señor Eduardo Miranda Souza, que había sido ministro en tiempos del General Odría. A manera de información le pregunté al Ing. Miranda Sousa, cuánto se recaudaba para cumplir con los fines en la Fundación. La cantidad resultó irrisoria por lo que no pude menos que hacerle una punzante broma: ¡ Esto no sirve ni como propina en un restaurante!. Después le pregunté por el patrimonio de la fundación y me dio una relación de propiedades cuyo valor era impresionante. Recordé a Shakespeare: algo se pudre aquí. Me gusto el desafío y con Juan Torres García nos dividimos el trabajo. Juan Torres García, ex-juez Supremo y eminente abogado dirigió la Fundación con acierto y limpieza. El se ocupo de la parte administrativa, legal y financiera. De mi parte tomé, como en la Beneficencia, el asunto de los alquileres. De paso diré que la Fundación Canevaro fue instituida por la viuda del General Canevaro, héroe de la guerra con Chile, para ayudar a los ancianos incapacitados, a los niños sordomudos, a los ciegos, a unas iglesias y, también colaborar con la Beneficencia. Sus propiedades son muy importantes. Edificios en el centro de Lima, casas en los barrios y terrenos eriazos. A que se debía, entonces, la magra vida de la Fundación?. Indudablemente que a desidia o sabe Dios a qué contingencias personales de los anteriores directores. Asumí el cargo como lo más importante de mi vida y con la estrecha colaboración de Torres García llamamos a los inquilinos de los inmuebles de la Fundación. Los inquilinos, en su mayoría, eran abogados, notarios, médicos, comerciantes, etc. La renta que pagaban era casi insignificante y no alcanzaba ni para pagar a los empleados. ¡Increíble, pero cierto!. Yo tenía la experiencia de la Beneficencia. Con éstos hice exactamente lo mismo. Aumente cien veces los alquileres, pero como estos eran abogados y notarios se encabritaron. Me amenazaron con juicios y figurones. Tarjetas venían e iban al canasto y a esos les aumentaba más. Yo me sentía invencible porque lo que defendíamos era tan hermoso, tan justo, tan noble que gozaba con el trabajo y no había horario para nosotros. A las amenazas de juicios respondí con una frase que resulto lapidaria: “Me ganaron todos los juicios ante los tribunales de justicia, pero el juicio histórico, cuando los denuncie, ante el pueblo, por haber vivido del dolor y la miseria de los niños inválidos, ese juicio no me lo ganaran.” Aumentamos los alquileres, sin ley ni decreto, con pura “muñeca”. Los orfelinatos, los niños ciegos, los sordomudos, los ancianos y los religiosos recibieron sus cuotas aumentadas. Los empleados cobraron sus sueldos y fueron mejorados. Juan Torres García siempre se preocupó porque esto se cumpliera al milímetro. El otro asunto que quiere narrar es sobre un edificio de propiedad de la Fundación y que está ubicado en la Av. Javier Prado lado este. Encontramos esta propiedad casi terminada, pero que la indolencia, o no se sabe qué intereses, la habían abandonado. Esta “negligencia” le mermaba, notablemente, los ingresos a la Fundación. De otro lado al Consejo de Fundación vivía una burocracia finisecular. Rompimos amarras y decidimos terminar, contra viento y marea, el famoso edificio. En poco tiempo lo conseguimos hoy la Fundación recibe más de veinte mil dólares mensuales de renta por ese lujoso edificio. Gran satisfacción. No sé, ahora, cómo marcha la Fundación en 1989. Cuando Torres García y yo dejamos la Fundación en 1989, esta era una institución muy rica con cuentas en centenares de miles de dólares y de nuevos soles. He relatado a grandes rasgos mi experiencia personal en trabajos, casi sin importancia, durante el gobierno de Alan García. Pero no solamente mi participación en el gobierno, sino mi observación cercana de la política. Vi como los ideales de mi generación se desvanecían. Como más de sesenta años de promesas espolvoreadas por el Apra en el Perú se hacían añicos en los actos de gobierno. Vale la pena recordar el Perú antes de las elecciones de 1985. Se vivía n clima de alegría ciudadana. La juventud y presencia del candidato aprista, aseguraban un país de cambios. La noche del desgobierno, de la inmoralidad, de los oportunistas, nos parecía que quedaba atrás. Los hombres y mujeres de mi generación aprista, sentíamos que estaba cerca la hora de la realización de nuestras esperanzas. Que lustros de luchas y sacrificios entregados con amor por la felicidad de nuestro pueblo, no habían sido en vano. Imaginábamos y deseábamos un gobierno aprista limpio de alma, equitativo en la justicia, generoso en la entrega, solidario, fraterno, riguroso en el manejo de los dineros del Estado. Severo con los inmorales. El las reuniones partidarias dijimos que el Apra sería un nuevo estilo de vida para el peruano. Todos los apristas nos sentíamos gobierno, tomado esto como el deseo de entregar, nuestras vidas, si fuera preciso, para lograr una sociedad con Justicia Social. Pero según avanzaba el gobierno de Alan García Pérez los apristas de base mirábamos con celosa expectativa la conducta del presidente. Se advertían signos de megalomanía y prepotencia, olvido de nuestra fraternidad. Desde el punto de vista partidario notamos en el flamante hombre de Estado una renuncia a usar los símbolos partidarios. Se entregaban con facilidad a amigos y pudientes. No entendía que, como movimiento social, tenía que revitalizar nuestra mística para soldar con fe nuestras ideas de cambio. La dirección partidaria jamás estuvo a la altura de las circunstancias. No supo ser Partido de Gobierno y, por tanto, responsable de los resultados del régimen de 1985 a 1990. Inexplicable resulta la participación de viejos líderes apristas en el gobierno de Alan García. Hablemos, por ejemplo, de Armando Villanueva, hombre formado al lado de Víctor Raúl. Tuvo actuaciones honrosas en las luchas clandestinas de 1934 y 1948. Su tesón, su valentía, su integridad aprista, lo convirtieron en un líder histórico. A pesar de su fracaso electoral en 1980, Villanueva tenía cierto predicamento. Las bases partidarias abrigábamos la esperanza de que Villanueva fuera el otro platillo de la balanza. Pero las cosas no fueron así, sino totalmente al contrario. Como parlamentario resultó uno más del montón. Como ministro de Estado fue un desastre total. Pasó sin dejar huella. Jamás planteó una política antisubversiva. Las Universidades y las cárceles parecían locales de Sendero Luminoso. Un hombre incoloro, disperso, frívolo. Se nos iba de las manos el Villanueva de 1948. Porque un hombre con esas características no podía ser el freno para un potro desbocado. Alan García no tenía ningún control partidario. El era el Partido. El era el gobierno. La dirección partidaria siempre fue incapaz de controlar las acciones de García Pérez y, por el contrario, fueron comparsa del Presidente. Por todo esto la militancia aprista se sentía traicionada y veía que todas sus ilusiones se esfumaban. En resumen a mediados de 1988 al Perú vivía en un estado caótico. En el plano económico Alan García optó por el crecimiento sobre la base del consumo, sin enmendar rumbos oportunamente. El resultado de esta política económica genero la inflación más alta que registra la Historia Peruana. Por este camino García nos llevaba al despeñadero. El país repudiaba al gobierno y esperaba ansioso las elecciones de 1990. Sin embargo, la dirección aprista, miope en política, abrigaba esperanzas de triunfo. El gobierno de Alan García Pérez no fue, desde mi punto de vista, un gobierno aprista porque puso de lado a la dirección y a la militancia, porque acabo con la mística partidaria, porque llevó al Perú por el camino de la vegetación política sin siquiera esbozar lineamientos para un cambio sustantivo en la vida de los peruanos. Nada cambio valederamente en el país. El Presidente García en su discurso inaugural hizo promesas esperanzadoras y en el transcurso de su gobierno las fue olvidando paulatinamente. Todo esto contribuyo a desarticular al Partido Aprista. Todo esto contribuyo a que el peruano sin partido político se hiciera la firme promesa de no acompañar más al Apra en una elección. Se Perdió la fe, se perdieron las esperanzas. El Apra atraviesa, ahora, una tremenda crisis política, sus líderes históricos están vencidos por el tiempo. Una cúpula cerrada impide todo esclarecimiento. La juventud aguarda impaciente su turno a la espera de un líder. La realidad peruana presenta un esquema distinto que no puede resolverse con métodos tradicionales. Un pragmatismo veloz esta supliendo filosofías y principios. El hambre y la miseria no aceptan el discurso ni el verbalismo inútil. Sin embargo, no pensamos que resultados inmediatistas y locales sean la solución a la crisis peruana. El gobierno de Alan García es responsable políticamente de la actual situación del Perú. Alan García debe dar cuentas de sus actos de gobierno y presentarse ante el Partido. Quiero, eso si, dejar claramente establecido no comparto las acusaciones del gobierno del Sr. Fujimori a Alan García y al Apra sobre supuestos delitos. Ninguno de los cargos formulados por los funcionarios de gobierno o sus seguidores ha sido probados. Una ola de odio contra el Apra se esparce por el ámbito nacional. Todos quieren hacer leña del árbol caído. Con ese pretexto y, desviando la atención de los graves problemas económicos, el gobierno del Sr. Fujimori mantiene una campaña costosa contra el Apra. Un Poder Judicial designado por el gobierno, amañado, que no respeta la Cosa Juzgada no debe jamás administrar justicia. El revanchismo político es la filosofía del gobierno del señor Fujimori. A casi cuatro años de gobierno antiaprista, ningún representante del gabinete de Alan García ha sido sentenciado. Esto en honor a la verdad histórica. Hasta aquí, a grandes rasgos, el relato del a vida de una generación que creció bajo las banderas de la ideología aprista. Que soñó, junto con Haya de la Torre, con una Patria grande, libre, solidaria, justa y feliz. Que lo dio todo sin pedir nada. Que no medró a la sombra del Presidente ni de los dirigentes; porque creyó que era natural que un gobierno basado sobre ideal de justicia, encontraría en su militancia el asidero suficiente para conseguir sus metas. Vivimos, pues, por ideales. Nos entregamos a la lucha por ideales. Jamás no salto la ambición desesperada. Nuestra esperanza era de triunfo para el Perú, de amor, de alegría de paz. Centenares de miles de apristas y millones de peruanos vivimos una esperanza. Al hacer el recuerdo y columbra el pasado nos sentimos, a pesar de errores y fallas humanas, tranquilos y orgullosos de nuestra militancia. Evocamos el ejemplo incomparable de los compañeros de lucha y abrigamos la esperanza de un porvenir mejor para el Partido. Serán nuevas generaciones que levantado y llevando a la práctica los ideales de Haya de la Torre fortifiquen el movimiento. Le inyecten nueva mística y, asimilando errores, proyecten un programa de gobierno de acuerdo al a nueva realidad nacional. Al terminar este relato me asalta una duda como aguijón punzante clavado en las entrañas: Todo lo acontecido, las señeras luchas juveniles, la sangre derramada en el camino, la inmolación de Maclean, Arévalo, “Búfalo” Barreto y los miles fusilados en Chan-Chan, habrá sido el sueño de una Gran Ilusión.? COLOFON Atrás he relatado la historia de un Gran Partido político que, en mucho es la historia moderna del Perú. Víctor Raúl Haya de la Torre, el ideólogo y fundador del Apra, a diferencia de los seguidores del marxismo-leninismo, diseño, para esta parte del mundo una doctrina americanista y revolucionaria. Siguiendo su estandarte centenares de miles de hombres y mujeres se agruparon bajo las banderas del aprismo. Los tiempos modernos le dan la razón al gran pensador peruano. Corresponde a las nuevas generaciones echar mano a su ideario, revisarlo, limpiarlo de malezas, resembrar la mística partidaria y asimilar con ventaja las experiencias de gobierno. Haya de la Torre enseño con el ejemplo de su vida que, además de la claridad de una doctrina, la Justicia Social se puede alcanzar con amor, con honradez, con patriotismo, con esfuerzo creador, con grandeza y sin ambiciones protervas. Solamente así es posible que el Perú llegue a un futuro promisorio de paz y felicidad. ESQUELA FRATERNA* Lima, 10 de enero de 1994 Amigo, hermano: Me has punzado, me has conmovido, mejor un poco me has desgarrado al leer tu escrito puro corazón, inteligencia y valor. Y es que como el tango-tantas veces lo escuchamos juntos-leerte es volver…Cuarenta y tanto años nuestros no son nada para los viejos amigos verdaderos. El tiempo tal vez nos ha marchitado un poco, pero es verde, siempre verde y fresca nuestra amistad. ¡Qué gusto me da decírtelo!. *Mi amigo Héctor Cordero Guevara me envió esta carta después de leer los originales. Nos separaron varias veces distintos enfoques, diferentes apreciaciones; pero siempre se ha mantenido incólume y fortalecido, precisamente por eso, el mutuo aprecio personal nutrido en el fondo por los mismo ideales: querer la patria, nuestro país, la revolución es decir la reivindicación del hombre, el vallejiano hombre: nuestros padres, nuestros hijos, nuestros nietos. Diario “La República” 22-02-1990 esencia, era darlo todo por la Patria. De todo esto tu das fe. También le dan nuestros mártires que cayeron en la contienda, así como los viejos militantes curtidos en la lucha y sin nombre en las marquesinas, pero con un corazón tan grande como e mundo. Yo quiero decirte c. Jefe que en este gobierno hay hombres muy cuestionados a quienes es difícil probarles todo. Pero son tantos los indicios, es tan angustioso el rumor popular, que todo hace pensar que hay podredumbre. La voz del pueblo lo señala, se habla de latrocinios, de frivolidades, de lujuria. Nuestra fraternidad esta resquebrajada. CARTA DE LA FRATERNIDAD Víctor Raúl: Te escribo desde el plano inacabable de los recuerdos, te traigo el saludo esperanzado del militante de base. La voz de aliento que viene desde el silencio físico de nuestros muertos. También te traigo la mirada triste de nuestra campesina que, allende la cordillera, vive con el eco de tu voz que le prometió un Perú diferente. Recuerda compañero jefe, Hermano, Maestro y Guía que contigo abrimos una nueva etapa de la vida política en el Perú y América. Trajiste el lenguaje nuevo de la revolución, le insuflaste amor a la lucha y le diste color a la esperanza. En torno a esto vivimos y conformamos un partido político en doctrina popular y nacionalista que se convirtió en el instrumento de la revolución peruana. Contigo, maestro, vivimos con alegría y fe. Lo dimos todo sin pedir nada y con deseo de dar más por el Apra que, en De aquel movimiento glorioso que en 1945, después de once duros años de lucha clandestina surgió como la esperanza del pueblo, ahora tenemos un Partido infiltrado de aventureros y cortesanos ávidos del poder. Han olvidado tu sencillez, tu humildad, tu grandeza. Aquí estamos, ahora, sin tu gigantesca presencia, sin tu voz metálica, sin tu arenga fraterna, sin tu risa interminable. Estamos con un gobierno dirigido por un joven Presidente aprista que prometió seguir tu ejemplo pero cuyos colaboradores conforman un entorno borroso ayuno de capacidad creadora. Estamos con una militancia desesperada y triste porque las promesas parecen nubes cargadas de ilusión porque el militante ha sido puesto de lado. Porque son los oportunistas y los felones los que ascendiendo por la escalera de la adulación han hecho del Presupuesto Nacional su fuente de riqueza. Atrás, Víctor Raúl, queda una calle llena de recuerdos que los apristas leales podemos transitar con los ojos cerrados sin temor a tropezar. Podemos ver el pasado con la frente alta. Podemos señalar a los culpables, a los tímidos, a los oportunistas, que manchando tu nombre realizan un seudo aprismo. El 22 de febrero, Día de la Fraternidad Aprista, saldremos de nuestros hogares cantando nuestros himnos y llegaremos hasta la Av. Alfonso Ugarte o hasta Villa Mercedes. Izaremos nuestros pañuelos blancos, oraremos por ti, por la esperanza y juraremos seguir en la lucha hasta lograr nuestros ideales: un Perú libre del dolor y la miseria. Es decir un Perú con Justicia Social. Estas son las palabras finales de recuerdo. De lo que fue el partido contigo, de lo que gozamos en la lucha dejando la sangre en el camino. Morir por el Apra y por ti, Viejo Amigo, es como morir por la alegría, por el amor y por la felicidad del Pueblo. Vendrán otros Febrero para recordar tu nombre y centenares de miles de apristas; de los leales, de los que te abrazaron en los más lejanos pueblos de la Patria, de los que, en verdad te quieren y te extrañan, iremos por las calles de todos los pueblos vitoreando tu nombre. Y así lo haremos, como dijera nuestro entrañable compañero Manuel Seoane, hasta cuando seamos polvo en viaje a las estrellas. Orestes Romero Toledo Militante de Base-Sector.8 REVISTA “EQUIS” X-1980 Carlos Delgado Olivera El primer conocimiento que tuve de Carlos fue en 1946. En ese año ingrese a la Facultad de letras de la Universidad de Trujillo. El había pasado, fugazmente, por ahí en 1945. Fue Teresa Guerra, lo recuerdo muy bien, quien conociendo mi afiliación me pregunto: “Conoces a Carlos Delgado?. Me hacía la pregunta como si estuviese obligado a conocerlo. Como si se tratara de alguien importante. Pero como el nombre no me decía nada, respondí con un expresivo ademán que no. Teresa Guerra repuso: “Procura conocerlo, es un muchacho muy inteligente y un gran aprista”. Me sorprendió el hecho de que un paso tan fugaz, hubiera dejado tanta estela. La ardua vida política del 45 al 48 mantenía conectada a toda la juventud aprista. Por estas razones siempre tenía noticias de la actividad de Carlos Delgado. Ora en el trabajo con la Juventud Universitaria, ora con la J.A.P. o en la secretaria privada de Haya de la Torre. Con no más de veinte años de su vida fue elegido Secretario Nacional de la Juventud y, por tanto, miembro del Comité Ejecutivo del Apra. Cuentan los compañeros que estuvieron cerca de él por esa época, que el Jefe del Partido le tenía gran cariño y admiración. Un húmedo amanecer de octubre de 1948 cuando se abrieron para mí las rejas del calabozo de la Quinta Comisaria de la calle Cotabambas, encontré en su interior a lo mejor y más valiente de la juventud sanmarquina. Allí estaba Carlos Delgado, alto, ligeramente encorvado, tez blanca, cabellos muy ensortijados y castaños, ojos claros, amplia frente, casi desafiante, voz pastosa, jovial, muy alegre. Al verlo, al abrazarlo, reconociéndonos en ese instante, sentí la presencia de un hombre cabal, diáfano, muy inteligente. Transmitía cariño. Su imagen era la de un líder. Carlos Delgado supo dirigir a la juventud de su tiempo, fue su líder natural, por consiguiente el exponente más alto de nuestra generación. Hermosos, por singulares, tiempos aquellos cuando la juventud sanmarquina, con Delgado al frente, pus oe lpecho a ls tanques de guerra que envió el gobierno de Bustamente. Igual lo hizo el estudiantado de la Universidad de Trujillo, valiente y ejemplar, que fue desalojado a punta de bala y gases lacrimógenos. Recuerdo que la “Quinta” que, a pesar de dormir en el suelo, con frío en ese sucio calabozo, jamás nos falto la risa. Nunca nos desesperamos. Al caer la tarde cuando la tristeza asomaba los compañeros animaban una fiesta con dos cucharas en la mano. También estuvieron en ese hacinamiento Juan Maclean a quien la muerte le gano la batalla en la prisión, David Tejada de Rivero, Víctor Raúl Montesinos, Leonardo Pérez Saco, el inteligente y circunspecto Guillermo Baca Aguinaga con Wagner como compañero, Rogelio León, Eduardo de la Flor, Manuel Achante, aquel pintoresco compañero Rengifo de la Amazonía, Guillermo Varillas Castro que le regalo una chalina que Carlos conservo toda su vida. Estaban, también, otros compañeros que todavía permanecen en las trincheras. De esa cárcel Carlos fue trasladado al “Frontón” en donde permaneció hasta 1950. Consiguió su libertad con la condición de abandonar el país. Rara libertad. Fue a Estados Unidos y volvió en 1956. Se reincorpora a la lucha partidaria. Colabora en “La Tribuna” con el seudónimo de Juan Diego-en recuerdo de Juan Maclean- su entrañable amigo- y que más tarde le pondrá por nombre al mayor de sus hijos. Publica trabajos de su especialidad y desarrolla gran actividad política. Por esta época es elegido Presidente de la Organización Mundial de Estudiantes y, más tarde, lora una beca para la Universidad de Cornell en EE.UU. En esa Universidad, con excelentes calificaciones recibe el título de Antropólogo Social. Viene 1962 y los militares en complicidad con los belaundistas anulan el triunfo de Haya de la Torre y el Apra. Carlos trabajó con denuedo en esa campaña. En 1963 se produce el entendimiento parlamentario entre el Apra y Odría. Carlos se pronuncia públicamente en contra y no se reinscribe cuando el Partido lo ordena, quedando, por tanto, desde aquel momento fuera del Apra. Más tarde la Fundación Ford le ofrece trabajo en Chile. Allí permanece hasta 1969 en que el gobierno del General Juan Velasco lo invita a participar en el proceso. Carlos ve en los militare s conducidos por Velasco, la fuerza capaz de realizar los cambios estructurales para sacar a nuestro país del subdesarrollo. En otras palabras, hacer el autentico aprismo. Acepta la invitación y luego se convertirá en el motor ideológico de ese proceso. A la caída de Velasco en 1975, Carlos renuncia a continuar en el Gobierno Militar. Después es contratado por la UNICEF para trabajar en África. Ahí se queda hasta comienzos de este año en que se traslado a Nueva York. Aquí lo encontró mi hija y pasó unos días con él, en su departamento. Cuando mi hija volvió de Nueva York me contó que Carlos estaba enfermo. Un terrible mal pulmonar lo estaba carcomiendo. Sin embargo, Carlos tenía la esperanza de volver a Lima. Me dijo que hablaron con Calín de muchas cosas, que recordó, con cariño el año 74 que vivió con nosotros. No olvido nunca nuestra vida familiar. Pregunto por la vieja higuera que tanto celaba y pidió que le guardáramos sus sabrosos higos blancos. Preguntó por Teodora que le preparaba sus potajes favoritos a la chiclayana. Pidió chifles, que tanto le gustaban. Evidentemente Carlos, por lo que mi hija me contó, estaba al borde de la muerte. Aliste maletas para ir a Nueva York y cuando terminaba los tramites, para el viaje, sonó el teléfono y escuche la trémula voz de Paco Delgado que me comunicaba la triste noticia. No supe que hacer. Vinieron a mi mente tantos recuerdos que me sentí vencido. Triste, desolado. Terminaba físicamente la vida de un hombre con quien yo había compartido más de treinta años de amistad y cariño. Se apagaba, pues, la vida de un pensador, de un ideólogo, de un líder. Moría una esperanza. Yo dejo, en estas líneas mi homenaje y mi ternura. Abrigo la esperanza que mañana la Historia lo coloque en el sitial que le corresponde. Lima, 20 de noviembre de 1980. Revista “EQUIS” X Enero de 1975 LUIS ALBERTO SANCHEZ Hombre, Escritor, Maestro Es muy común siempre, o casi siempre, escribir sobre personas que han recibido un homenaje reciente, o que ostentan una forma de poder o que los ha ganado la muerte. Esta nota resulta, por tanto, un poco desusada, acaso insólita o fuera de lugar. Corro, con agrado, el riesgo: escribo estas cuartillas sobre Luis Alberto Sánchez, hombre cabal, escritor y maestro. Lo conocí cuando yo apenas bordeaba los veinte y él los cuarenticinco, un poco menos de lo que calzo yo ahora. Era la época del retorno del destierro. Luis Alberto venia de chile de pagar alto tributo por su amor a la libertad y la justicia. Venia como un maestro, como lo que realmente es. Lo conocí en público, hablándole al pueblo en el humilde estadio de mi tierra, en la campaña electoral de 1945. Lo conocí yo a él más no LAS a mi. El era un líder. Con el maestro Sánchez volvieron Seoane, Cox, Heysen, Orrego, Muñiz y toda esa pléyade del treinta que fundaron el Partido Aprista y que pagaron muy caro su constancia en la lucha y su lealtad partidaria. Sánchez tiene una oratoria seca, precisa, magnética, punzante. No es retorico, pero es conceptuoso. El pueblo lo escucha, lo entiende con facilidad. Luis Alberto Sánchez fue, con justicia, elegido Rector de la Universidad Mayor de San Marcos. Y lo fue tres veces. Creo que San Marcos es su gran amor. Jamás la Universidad Peruana estuvo mejor dirigida, porque Sánchez es un hombre culto, escritor de renombre y un maestro cabal. Cuando cayó la noche en el Perú en 1948. Luis Alberto Sánchez fue desterrado del país por ser aprista y amar la libertad. Otra vez, el maestro erraba por los caminos de América, llevando su mensaje y su lección. Los desterrados apristas, en Buenos Aires, lo fuimos a ver-1953-al City Hotel en la Av. Sáenz Peña para hablar de cosas del Partido. Por aquel entonces yo estaba un poco teñido de rojo. Lo bombardeamos con preguntas y objeciones. LAS, como un diestro espadachín, y con gran dominio del tema, salió ileso y airoso del bombardeo. Volvimos grupas y recogimos una gran experiencia. Después lo vi en el salón gris de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Dictaba una conferencia sobre política latinoamericana. La juventud argentina, politizada hasta los dientes, lo sometió a un fuego cruzado de peguntas. LAS respondió con tranquilidad y certeza. Volvían las preguntas hasta llevarlas al campo personal. Sánchez, viejo zorro, encontró con inteligencia la salida: “Mire Ud.-le dijo a un estudiante- la confesión en público me paree que la practican los bautistas. Y yo no pertenezco a la secta.” Cerró la conferencia y un mar de aplausos coronó su intervención. El año 56 volvimos todos a casa por la amnistía política. Solamente, hoy, en 1975 lo he visto y he hablado con él. Acepto almorzar conmigo. Escuchar a un escritor, como el maestro Sánchez, extraordinariamente culto lleno de humor-del bueno-, sin rencores, sin odios, sin pena y con una amplia risa que dice mucho de cuánto sabe, y de cuánto es capaz; es para un peruano de nuestro tiempo motivo de satisfacción y orgullo. Todavía el Perú oficial le regatea su homenaje, pero la juventud y el pueblo ya lo hicieron en su oportunidad. La juventud lo hizo Rector de la más vieja Universidad de América. El pueblo lo llevó a la más alta función pública. Una mañana caminando con el Maestro por el centro de Lima vi como la gente lo saludaba con unción y cariño. Vi como un viejo cobrador de servicios públicos se acerco a él y casi con lagrimas en los ojos le dijo: “Dr., hace mucho que no lo veo. Déjeme abrazarlo”. Después de hacerlo le dijo, emocionado: “Gracias Dr…Gracias”. Yo me sentí conmovido al ver como el pueblo, el común de los peruanos le rinde homenaje a este ciudadano ilustre que ahora no es Rector, ni Ministro, ni Senador, ni Diputado, ni Consejero, ni Alcalde. Y sin embargo, su solo nombre es más que todo eso. IN MEMORIAM “ULTIMA HORA” 18-10-1974 RECUERDO DE FERNANDO DRINOT Hace diez años que una bala disparada a quemarropa destrozo la aorta de Fernando Drinot, provocándole la muerte. Cuando me entere de la triste noticia, no supe que hacer. Porque hay cosas que uno no imagina nunca. No espera jamás con Drinot moría un gran compañero, se tronchaba una esperanza. Había venido a verme la misma tarde del día de su muerte, como presagiando el fin porque, en verdad, hacia días que no nos veíamos. Como siempre, Fernando estaba alegre, jovial. El era de esa laya de hombres que no se da siempre. Sabía juntar en su espíritu creador e inteligente, toda la simpatía de la tierra. Tenía un imán personalísimo para hacer amigos. Al lado de Drinot no se concebía la tristeza. Lo conocí por los años 49-50 cuando el Perú padecía una siniestra tiranía. Estudiaba Ingeniería Civil en la vieja Escuela de ingenieros. A los estudiantes apristas de esa escuela se les llamaba “los ingenieros”. Junto con César Solís, Lucho Olivera y Juan Bravo Gandulia, que murió en el destierro solían caer, de tarde en tarde, por el vetusto patio de la Facultad de Derecho de San Marcos y, bordeando la histórica Pila, esperaban las directivas para seguir la lucha. Por aquellos años la lucha contra Odría era dura, desigual y sin tregua. Toda una generación en estado de guerra. Ellos con todo el poder de la oligarquía coronados de atropellos y muertes. Nosotros, una juventud enardecida, valiente, inerme pero cargada de emoción de mística y de fe. Nunca dimos paso atrás. Duro los años del 49 al 51. Muchos compañeros cayeron en la contienda, Juan Maclean, el primero, el mejor. Otros perseguidos, golpeados, vejados eran conducidos a las prisiones. Campeaba el poder del vil Alejando Esparza Zañartu y su brigada de soplones. Fernando estuvo entre esa pléyade memorable que entrelazó generaciones, entre los que estuvieron Luis de las Casas, Fausto Vinces, Miguel Guervara Morán, Carlos Manrique, Guillermo Carnero Hoke, Gustavo Valcárcel, Luis Carnero Checa. Y los más cercanos Carlos Delgado Olivera, Zoila Sánchez, Luis Bernales Sánchez, Frida Manrique, Laureano Carnero Checa, Nareida Barahona, Elena Orozco, Ismael Frías, David Tejada de Rivero, Ernestina y Juanita La Torre, Víctor Raúl Montesinos, Aníbal Quijano, Luis de la Puente Uceda, Héctor Cordero Guevara, Virgilio Roel, Juan Chang, Que murió en las guerrillas bolivianas junto al che Guervara. A la vuelta de mi forzado viaje a Argentina, por el 56, volvimos a juntarnos como mandato irrenunciable para seguir trabajando por el Apra. A la sazón-56-57-58, Fernando desempeñaba un cargo en el Comité Ejecutivo del Partido. Su trabajo fue brillante. Fue en 1962 que nos acercamos más. Nos habíamos propuesto, junto con otros compañeros, analizar las causas del fracaso electoral. Remozar la línea política y replantear la problemática peruana desde un nuevo ángulo de acción. Dirigía este grupo Manuel Seoane. En este batallar lo encontró la muerte en arte circunstancia. Esta recordación, querible por todos sus amigos, tiene el sentido de un homenaje al compañero caído, al noble amigo. Desde aquí le respondo a su buena madre, doña Marcela Drinot, cuando me dijo: “No lo olviden..fue un buen hijo, un buen padre, y mejor amigo”, diciéndole que la vida de un hombre cabal, inteligente y digno no se olvida nunca y más bien es llama viva de ejemplo y de recuerdo. REVISTA “EQUIS X” 29-10-1981 CARTA A UN TERRORISTA* Hermano: Ya han muerto muchos. Ya ha corrido mucha sangre por las calles. Ya hay demasiado dolor en la tierra. No contribuyas, con tu ceguera, a que todo ello se acreciente. Presumo que buscas, como todos, que encuentras este mundo injusto y desigual. Que te duele por todos tus costados la miseria en que están abatidos los trabajadores, los pobres. Estoy contigo en que este mundo debe cambiar que hay soberbia, lujuria y vicio. Que el capitalismo encierra injusticia y crueldad; que por todo esto, hay que cambiar el sistema. Que hay que dar paso a una autentica salida revolucionaria que incorpore al trabajador-eje fundamental en la producción- al sitial de justicia y dignidad que le corresponde. Todo esto comparto contigo. Pero lo que no comparto es el método de lucha, el camino, la actitud criminal de matar a ciegas. Tu piensas que derramando sangre generosa de inocentes; destruyendo puentes y servicios de luz y agua, logras resultados positivos. Sin embargo, yo pienso lo contrario. Creo que así degeneras los principios de la revolución y consigues un clima de rechazo total. Creo que así enlutas familias humildes y haces correr, con dolor, la sangre de los niños por las calles. ¡Y qué triste y doloroso, es ver correr la sangre de los niños por las calles!. ¡No compañero. No! La actitud cobarde de atacar por la espalda y sobre seguro, no es conducta revolucionaria. Militante terrorista: da la cara, di tu verdad y defiéndela. Con ejemplos de entereza y valor, lograras formar legiones de hombres que vayan detrás de ti cantando la batalla.- *Esta carta se encontró en el archivo personal de Abimael Guzmán, días después de su apresamiento.- EL “OBSERVADOR” 14-04-1983 LUIS CARNERO CHECA Cando adolescente- entre los 13 y los 16- solía juguetear bajo la sombra cariñosa de los frondosos tamarindos de la añosa y bella plaza de Armas de Piura. Todos los muchachos concurríamos ahí y constituíamos una parvada de inquietud. En esa plaza planeábamos las “guerras de los barrios”; hablábamos de la última película, discutíamos sobre la Segunda Guerra Mundial y preparábamos nuestros partidos de futbol. Una vez entre los años de 39 y 40 uno de los muchachos del barrio se acerco sigilosamente al grupo de la Plaza de Armas. Estaba medio perdido, asustado y convocándonos, nos dijo quedamente al oído: “Ha llegado Lucho”. Todos nos miramos fijamente. Sabíamos de quien se trataba. Lucho, hermano de Laureano, uno de los nuestros, a la sazón era un joven de menos de 25 años, venia de la prisión en donde lo había recluido la mano tenebrosa de la tiranía. Ese hombre era fogueado en persecuciones y en prisiones; era, para nosotros, como un héroe. Verlo aunque sea de lejos y por breve rato, nos parecía una gran aventura. Nos sentíamos orgullosos como si formáramos parte de su lucha. De su inquietud y también de su fama. Corridos los años entendí el porqué de ese misterio: Luis Carnero Checa, para nosotros Lucho, era un militante aprista, un luchador, un combatiente. Los muchachos de mi tiempo, sabíamos que el Apra era el partido del pueblo, que luchaba por la Justicia Social. Que ser aprista representaba un peligro para el gobierno y, por tanto, había que perseguir a los apristas. Así de simple entendíamos las cosas y, por ese, cuando escuchábamos hablar de un aprista o del Apra, nos sentíamos como partícipes de ese misterio. ¡Qué hermoso resutla ahora haber participado de ese misterio! Ganada mi juventud compartí con Lucho las mismas banderas, las mismas trincheras y los mismo ideales. Luis Carnero Checa era de esa laya de hombres nacidos para la lucha política. Formó parte de una generación aprista vibrante y combativa a la cual pertenecieron compañeros como el poeta Gustavo Valcárcel, Fausto Vinces Zevallos, Miguel Guevara Morán, Ricardo Tello, Carlos Manrique, Guillermo Carnero Hoke y tantos más que jamás dieron tregua al Dictador. A la par que militante aprista oriundo de Piura, Lucho fue poeta. O acaso primero fue poeta. Escritor costumbrista, hombre de Derecho, orador político y gran conversador. Ya no está con nosotros, ya no habrá más esos sábados inolvidables en su casa junto a su querida Marta. Ya no habrá historia ni anécdota. Ya no están ni mi hermano Manuel, ni Alfredo ni Felipe al lado de ese compañero inagotable para la tertulia. Lo ha ganado la muerte y nos ha dejado llenos de tristeza. Esta nota es mi homenaje al amigo, al compañero, al leal y gran aprista, al que fue nuestro héroe en la juventud. Lucho: mañana gritaremos tu nombre para que las montañas nos devuelvan el eco sonoro de tu ejemplo y recuerdo. REVISTA “EQUIS X” 19-08-1980 CARTA ABIERTA A LUIS ALBERTO SÁNCHEZ* Voy buscando en Ud., compañero Luis Alberto, al hombre que durante largos años vimos, blanca su cabellera, izar muy al tope la bandera de la lealtad. Voy buscando al maestro que, en los viejos salones sanmarquinos, nos dio lecciones de respetos a la libertad y a la democracia. Voy buscando al escritor inteligente, culto y valiente para que nos diga el porque de su actitud en el XIII Congreso Nacional del Apra. Para que nos diga dónde está la unidad, que cosa es la disciplina y como se respeta la autoridad. Voy buscando, en fin, Maestro, la fraternidad perdida. Ud., compañero Sánchez, asistió al XIII Congreso de Trujillo; Ud. fue ovacionado con amor y alegría por los asistentes, Ud. levanto el brazo izquierdo y agradeció a los congresales. Ud. cantó la “Marsellesa Aprista” y juró jamás desertar Ud. pidió un voto de confianza para la Comisión Organizadora del Congreso. Ud. logró la Mesa Directiva de su preferencia. Ud. fundamento su punto de vista sobre *Esta carta fue dirigida a LAS después del XIII Congreso de Trujillo. Sánchez y Prialé se reintegraron al C.E.N. Si la secretaria del Partido debería ser COLEGIADA o UNICA. En fin Ud. discutió en el Congreso, tomó bando. En otras palabras Ud. participó activamente en ese certamen. Pero cuando sus puntos de vista son discutidos y rechazados por abrumadora mayoría, se produce lo inaudito: Ud. abandona el recinto para decir después que se trata de un Congreso fraudulento, con agrupaciones inventadas. Realmente, querido compañero, lo que Ud. ha hecho democrática, es disciplinado, es fraterno, va buscando la unidad partidaria?. Si Ud. pensara así, ahora, quiere decir que todo lo que nos enseño en la Universidad fue falso?. Ud. desde la cátedra siempre dijo que en la democracia mandan las mayorías, sin que esto signifique ciego sometido. Recusar el Congreso después de haber participado activamente en él es poco serio. Pregunto: si los resultados hubieran sido distintos y Villanueva hubiera abandonado el recinto, Ud. lo habría felicitado?. O le habría parecido esa actitud por lo menos insólita y antidemocrática.? Pienso que Ud. recapacitará sobre lo acontecido y que valientemente se presentara en el local del Partido y con el pañuelo blanco en alto, nos llamará para seguir juntos el camino que todavía falta por recorrer. Yo quiero seguir creyendo en Ud. y centenares de miles de apristas esperan su retorno. Venga con nosotros hermano mayor. Venga con nosotros compañero, aquí lo esperamos con los brazos abiertos. Venga, Maestro, con su pañuelo blanco en alto que aquí están los corazones apristas para aclamarlos. Los que no van detrás del nombre de ningún caudillo. Nosotros somos consecuentes con los ideales y la conducta que su entrañable amigo y compañero Víctor Raúl nos enseñara. Nosotros somos capaces de analizar nuestra conducta, de ver nuestros errores y, corrigiéndolos, trazar un nuevo camino hacia el porvenir. Y en este compromiso Ud., compañero nos ayudará porque no se borra en un día lo que tanto se amó.
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