DESARROLLO DE LA GUERRA DE COREA-1.docx

April 3, 2018 | Author: fran8688 | Category: South Korea, International Politics, Korean War, Douglas Mac Arthur, World War Ii


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La Guerra de Corea (2) - Estalla la guerra El 25 de junio de 1950, el ejército de Corea del Norte cruzaba por sorpresa el paralelo 38.Equipadas con artillería y carros de combate rusos, y dirigidas por asesores de esa nacionalidad, diez divisiones del Ejército de Corea del Norte invadieron el sur. El ataque por sorpresa puso de relieve la situación de caos que reinaba en las relaciones internacionales cinco años después de terminada la II Guerra Mundial. Moscú llegó a afirmar que los fascistas surcoreanos habían agredido a la población del Norte y que ésta se había visto obligada a repeler la agresión. El argumento fue válido para la propaganda de todos los países comunistas del mundo. Pero no resistía el mínimo análisis, ni aún teniendo en cuenta las agresivas declaraciones del presidente surcoreano, Syngman Rhee, quien, para disimular las dificultades internas, políticas y económicas, amenazaba siempre con invadir el Norte. Los soviéticos lograron disimular muy bien sus intenciones ofensivas. A lo largo del paralelo 38 desplegaron varias unidades con unos pocos carros de combate, una fuerza similar a la surcoreana. Pero más atrás tenían concentradas poderosas unidades con armas pesadas, entre ellas los más recientes modelos de carros de combate soviéticos –T34-. En primer lugar, las tropas ligeras cruzaron la línea divisoria y se desplegaron a derecha e izquierda. Luego, por el centro avanzó el grueso de las fuerzas con armas pesadas. Corea del Sur disponía de cuatro divisiones, integradas por hombres valientes, fieles a su Patria. Pero sólo tenían armas ligeras, sin aviación ni barcos de guerra y muy pocos carros de combate. El hecho era, frente al Ejército norcoreano, adiestrado por los soviéticos y dotado de armamento moderno, no se hallaba más que una fuerza de policía –no pasaba de ser eso- instruida por los americanos, con poco más que fusiles. Cuando el presidente norteamericano Harry S.Truman tuvo noticias del ataque en Corea, reunió a su Estado Mayor. La amenaza que representaba para Japón la posibilidad de una Corea dominada por los comunistas hizo que Truman llamara inmediatamente a su Secretario de Estado, Deán Acheson, para que forzase una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU. Compuesto entonces por once miembros, acudieron diez. El undécimo era la URSS, que llevaba media docena de meses boicoteando al organismo internacional por su negativa a reconocer la China comunista. La ausencia del delegado soviético, Jacob Malik, permitió que prosperase una resolución -por 9 votos a 0 y la abstención de Yugoslavia- condenando la invasión norcoreana y pidiendo la retirada de las tropas de Pyongyang (la capital del Norte) a su situación anterior por encima del paralelo 38. Dos días después, el 27 de junio, cuando el Consejo –a petición del delegado americano Warren Austin- aprobó una nueva resolución en la que se invitaba a todos los miembros de la ONU a prestar a la República de Corea toda la ayuda necesaria para rechazar a los asaltantes, Truman ordenó el traslado de la VII Flota, que se encontraba en Japón, al estrecho de Formosa, para evitar la posible extensión del conflicto a la China nacionalista. Los Estados Unidos se movilizaron para la guerra. Todas las reservas fueron llamadas a filas. El general Douglas MacArthur, Comandante Supremo de las Fuerzas del Pacífico en Tokio y héroe de la Segunda Guerra Mundial, fue elegido para liderar las fuerzas de las Naciones Unidas. Al sur del paralelo 38, la situación era desesperada para los surcoreanos, incapaces de contener la invasión de los 150 carros de combate que el Ejército del Norte había situado como punta de lanza. El día 28 de junio –tres días después del inicio de la invasión- los norcoreanos tomaban Seúl. La bravura de la 1ª División del Ejército de Corea del Sur fue insuficiente. Una compañía de Infantería, situada en una colina estratégica, defendió su posición hasta la muerte de su último hombre. Dos divisiones tiraron sus armas y se unieron a las columnas de refugiados que huían del avance comunista. La séptima Flota de los Estados Unidos entró en acción. Volando en círculos, sus aviones trataron de retrasar el avance norcoreano. Los escasos aviones de Corea del Norte fueron abatidos en el curso de las primeras semanas, consolidando la superioridad aérea americana. Por iniciativa de MacArthur, las súper fortalezas B29, estacionadas en Japón, iniciaron las primeras incursiones sobre objetivos al norte del paralelo 38. Aunque lo que realmente retrasó el avance de los norcoreanos fue el constante flujo de refugiados que bloqueaba las carreteras. Mientras Syngman Rhee y su gobierno se trasladaban también hacia el sur, a Taejong, MacArthur solicitó del presidente Truman el envío de fuerzas de infantería para poder reorganizar el desorden observado. Ya en este punto comenzaron los roces entre ambos líderes cuando el general, probablemente por razones de rapidez estratégica, sugirió el envío de 33.000 soldados que el presidente formosano, Chiang Khai-sek, estaba dispuesto a poner a disposición de los norteamericanos. Truman se opuso tajantemente para no introducir un nuevo factor que hubiera perturbado, sin duda, las relaciones internacionales en aquel momento. Tampoco pudo contar MacArthur con fuerzas de Hawái. Y es que el estado del Ejército de tierra norteamericano era por entonces deplorable. Tras la Segunda Guerra Mundial, confiando en sus armas nucleares, Estados Unidos había llevado a cabo su periódica política de abandono de las fuerzas terrestres. El primer contingente que envió a Corea fue la Fuerza de choque Smith, avanzadilla de las cuatro Divisiones del 8º Ejército que se encontraba en Japón: 500 hombres (apenas la mitad de su plantilla), sin reservas ni proyectiles capaces de dañar los blindados de los carros y nada para combatir a los morteros enemigos. Eran tropas que habían vivido muy bien en Japón y no estaban preparadas para entrar en combate. El destacamento enviado a Corea no se imaginaba que permanecería allí tanto tiempo. En realidad, se les dijo que llevaran consigo sólo el equipo básico y que se olvidaran del resto, porque como mucho estarían en el campo de batalla seis semanas. Pero no iba a resultar tan fácil… En medio del caos, llegaron las primeras tropas de Estados Unidos. Sus órdenes eran unirse a los soldados surcoreanos que esperaban la llegada de los comunistas. El 4 de julio alcanzaron sus posiciones. A la mañana siguiente, una columna de tanques T-34 escoltados por la infantería, se dirigió hacia ellos. Sin ninguna ayuda de las tropas surcoreanas intentaron detener solos al ejército comunista. Fue un desastre. Los tanques les arrollaron. Sus viejas bazookas simplemente resultaron inefectivos y la artillería tenía la munición inadecuada. Los planes de MacArthur respondían a dos objetivos: - Uno, estratégico: evitar como fuera que el NKPA (Ejército Popular de Corea del Norte) partiese en dos el espinazo geográfico de Corea del Sur y llegase a conquistar el puerto de Pusan, en el sudeste. Si esto se producía, la reconquista del Sur hubiera sido imposible y, lo que es peor, desde Pusan los comunistas tenían una base de lanzamiento casi perfecta sobre Japón y Formosa con gravísimo peligro para la defensa del Pacífico. - Dos, psicológico: lo importante, de momento, era una presencia testimonial. Que los norcoreanos –y los soviéticos- vieran que había llegado la ayuda de los norteamericanos sin saber exactamente, a pesar de los evidentes servicios de espionaje, hasta dónde llegaba la cuantía de esa ayuda. Ése fue el primer triunfo de Mac Arthur. La penetración norcoreana se detuvo en el centro de la península temiendo una ofensiva aliada, dando tiempo a los norteamericanos y surcoreanos para reorganizarse a la espera de refuerzos. Retrocedieron hasta Pusan, el principal puerto del sureste de Corea. Bajo la amenaza de ser expulsado de la península, el ejército de la ONU construyó un perímetro defensivo a lo largo del río Natkong. Al cabo de unos días, llegaron otras dos divisiones al mando del general Walton Walker. El tiempo ganado fue muy importante por dos motivos: la organización de la defensa sobre un terreno propicio y el establecimiento del Sistema Buddy o coordinación de los esfuerzos de los combatientes unidos. Se desechó la idea de que los coreanos formasen un cuerpo separado que luchaba con los norteamericanos y se cambió por la integración en unidades combatientes. En cada pelotón estadounidense se incluían cuatro soldados coreanos. Esta táctica dio un extraordinario resultado. Estas fuerzas, desplegadas en la orilla oriental del río, junto con la masiva intervención de la fuerza aérea, lograron detener el avance comunista y contenerlo alrededor de los 220 km de perímetro de Pusan. Soldados y suministros de otros quince países se concentraron en aquel punto y, aunque no lo parecía, llegaron a superar a los efectivos norcoreanos a mediados de agosto. Durante seis semanas, la ONU dirigió una obstinada defensa del perímetro, luchando desde posiciones preparadas, con el apoyo de la artillería y la aviación, consiguieron mejorar su posición respecto al comienzo del asedio. Sin embargo, los norcoreanos no daban muestras de flaqueza. La Guerra de Corea (3) - El desembarco de Inchón La guerra se endureció. En agosto, el ejército norcoreano se había adueñado de las cinco sextas partes del territorio surcoreano. Taejong, la capital provisional, también había caído en sus manos. Dominaban las costas y mantenían a las fuerzas aliadas de Corea y Estados Unidos apenas en una cabeza de puente en torno a Pusan. El general Walker, más por dar ánimos a la tropa que por convencimiento propio, pronunció la famosa frase de arenga: “¡Ya no habrá más retiradas!” La verdad es que la retirada siguiente sólo podía ser el abandono de Corea y la vuelta a casa. En los cuarteles generales la denominación del territorio que correspondía a las fuerzas de la ONU era el perímetro de Pusan. Los bombardeos norteamericanos pulverizaban continuamente puntos estratégicos de los norcoreanos, pero éstos demostraron dos virtudes fundamentales: la capacidad y destreza en la reparación de puentes o material destruido y la versatilidad en el combate. Ya no peleaban como en los inicios de la invasión, en tromba masiva, sino en unidades aisladas de tipo batallón, buscando incluso el cuerpo a cuerpo con ferocidad. A principios de agosto, el ejército norcoreano consiguió romper el perímetro y el comandante Walker ordenó a los marines que contraatacaran. A su llegada a Corea, estas tropas de élite habían aprendido el precio de la derrota temprana. Los rumores de pánico y deserción se sumaron a la humillación de Norteamérica. Los marines constituían una fuerza en sí mismos, con su propia aviación, artillería e infantería, una fuerza altamente disciplinada y efectiva. Muchos de los que lucharon con ellos en Corea se mostraban críticos con su costumbre de atacar sin pensar a qué fuerzas se enfrentaban, considerándolos valientes pero imprudentes. Ello se reflejaba en su gran número de bajas. Como dijo un testigo, “marchaban formando columnas de compañías. Regresaban en pelotones disgregados”. Incluso aquí mantenían su tradición de recoger a sus muertos y heridos, sin importar qué precio debían pagar por ello. Y, al final, obtuvieron resultados. En dos días de contraataque habían obligado a los norcoreanos a retirarse. La ONU controlaba el perímetro otra vez. A principios de septiembre, los marines se retiraron a los muelles de Pusán. Mientras se reponían de la batalla se rumoreaba que la siguiente misión estaría relacionada con el propósito original del cuerpo: un desembarco por mar. Efectivamente, el general MacArthur no podía asistir pasivo a aquel desarrollo de los acontecimientos. Concibió entonces una táctica que ya había utilizado en otras ocasiones y todas ellas con éxito: un desembarco a espaldas de las fuerzas enemigas. El 6 de agosto se había reunido en Tokio con el diplomático Averell Arriman y los generales Ridgway, Almond y Norstad para discutir el tema. Se había elegido un punto que parecía ser el único adecuado: Inchon, el segundo puerto de Corea del Sur, 30 km al sudoeste de Seúl. La propuesta fue trasladada a Washington, a una Junta de mandos militares. El Jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Omar Bradley –otro de los héroes de la II Guerra Mundial- desaconsejó la operación alegando que la lentitud de este tipo de acciones las había convertido en ineficaces. Ofrecía como alternativa una operación aerotransportada. Otros sostenían que transportar a los marines lejos del perímetro de Pusan significaba violar una de las reglas básicas de la guerra, a saber, no dividir un ejército frente a un enemigo con superioridad numérica. De todas formas, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Collins y el comandante supremo de la Flota, almirante Sherman, se trasladaron a Tokio para discutir directamente con MacArthur el plan que éste ofrecía. Las objeciones de Washington se centraban en torno a dos problemas. 1) Técnicos: se reconocía que Inchon era el único punto posible, pero las diferencias de la marea en ese puerto eran de 9 metros en 6 horas. La marea alta se producía dos veces al día: a las 6.59 y a las 19.19. Había que desechar esta última porque dos horas después se ponía el sol. En la marea baja el cieno penetraba dos millas en el puerto y la velocidad de la corriente podía alcanzar hasta tres millas náuticas. Esto produciría el encallamiento de las lanchas anfibias en el lodo y quedarían expuestas al fuego de la defensa. Sólo un día de septiembre, el 15, las mareas estarían lo bastante crecidas para efectuar un desembarco, e incluso entonces, sólo durante tres horas por la mañana y otras tres por la noche. Además, el puerto estaba dominado por el islote fortificado de Wolmi-do, situado en el centro de la bahía y con una altura superior a los 100 metros. Debería ser neutralizado en menos de dos horas y, aún así, habría que esperar a la pleamar de la tarde para la llegada de las tropas de asalto Había otros problemas. Parte del desembarco debía ejecutarse en los muelles y muros de Inchon, no en las playas. Las tropas de desembarco podían ser vistas desde las colinas a ambos lados. A esto se sumaba el peligro adicional de que septiembre correspondía a la estación de los tifones. 2) Estratégicos y logísticos: Inchon estaba muy lejos de las tropas de la ONU en Corea. Quienes desembarcasen quedarían abandonados a sus propios recursos, incluido el avituallamiento. Las fuerzas utilizadas le tenían que ser restadas al general Walker, quien se encontraría más indefenso aún –si esto era posible- en el perímetro de Pusan. Aunque el desembarco fuera un éxito, las tropas de Inchon tendrían sobre sí una misión imposible: cruzar toda Corea del Sur y unirse con las fuerzas de Walker. A estos argumentos respondió MacArthur con los suyos, que se apoyaban en la historia militar y en la política del momento. Invocando la primera recordó que el factor sorpresa había sido siempre decisivo y había derrotado abiertamente al factor dificultad. No era su intención recurrir al VIII Ejército, clavado en el sudeste de Corea, alrededor de Pusan, para emprender un largo, costoso y lento avance por tierra remontando la península, donde podían sufrir un revés debido a la superioridad numérica del enemigo. Era preferible, según MacArthur, golpear en la retaguardia del adversario y obligarlo a combatir en dos frentes simultáneamente. En cuanto a las dificultades de desembarco en Inchon, según el general quedaban compensadas por sus ventajas. En primer lugar, y sobre todo, Inchon distaba sólo 30 km de Seúl, la capital de Corea del Sur, por donde debían pasar todos los pertrechos enemigos en dirección al perímetro de Pusan, en el sur. En segundo lugar, al noreste de Inchon estaba el campo de aterrizaje de Kimpo. Y, finalmente, una vez que Seúl cayera, MacArthur habría ejecutado un movimiento envolvente a gran escala y habría obligado al enemigo a dar la vuelta y retroceder para defenderse. El tema político lo introdujo con tanta habilidad como doble intención y con una fogosidad y elocuencia propias de la mejor escuela dramática: “Sólo tenemos dos posibilidades: desembarcar en Inchon o seguir soportando bajas en Pusan, donde la situación es poco menos que desesperada. ¿Quién aceptará la responsabilidad de la tragedia? Yo no, por supuesto. El prestigio de Occidente se halla en entredicho. Millones de asiáticos contemplan tensos la marcha de esta guerra. Debe quedar claro, sin embargo, que el comunismo internacional se ha lanzado aquí a la conquista de la Tierra; no en Berlín, Viena, Londres o París, sino aquí, en Corea del Sur. Si perdemos la guerra contra el comunismo en Asia, Europa estará en peligro; si vencemos, la libertad de Occidente quedará garantizada. Hemos de actuar, y enseguida o pereceremos”. Las tesis del comandante en jefe fueron aceptadas en Washington. MacArthur se trasladó al acorazado Monte MacKinley para dirigir las operaciones y en la noche del 14 al 15 de septiembre, después de vencer un durísimo tifón, las tropas de desembarco estaban concentradas frente a Inchón. No eran, además, tropas sustraídas al general Walker, sino la 1ª y la 7ª Divisiones de Infantería de Marina que formaron el 10º Cuerpo de Ejército, cuyo mando directo fue confiado –por delegación expresa de MacArthur- al general Almond En total, 40.000 soldados de élite y bien pertrechados, dispuestos a todo. La mayor flota de invasión desde la Segunda Guerra Mundial. Las previsiones se cumplieron de manera casi matemática. Durante los días que precedieron al desembarco se procedió a bombardear intensamente por mar y aire varias localidades, entre ellas, Inchon, con el fin de confundir al enemigo. Y, posteriormente, al amanecer del 15 de septiembre, los primeros barcos de la expedición, compuesta de 230 navíos, se sitúo en posición. La fortaleza de Wolmido, una pequeña isla fortificada en el canal de desembarco, fue arrasada por la aviación, las defensas costeras no reaccionaron a tiempo y a las ocho de la mañana, MacArthur recibía el primer informe positivo. A partir de aquí la ofensiva norteamericana fue frenética. Como siguiente paso tras el exitoso desembarco, se decidió reconquistar Seúl, puesto que ello sería un símbolo, una señal de que los norcoreanos estaban perdiendo la batalla. El 17 de septiembre MacArthur reúne sus tropas para asaltar la capital. Conquistan el fundamental aeródromo de Kimpo, pero al entrar en Seúl encuentran una feroz resistencia. Fue una batalla urbana y despiadada, combatiendo calle por calle. Hubo numerosas bajas, civiles y militares, y la ciudad sufrió una destrucción masiva. Pero, al final, tras diez días de combates, Seúl está casi controlado. El general americano sólo ha perdido 536 hombres, mientras que 21.000 norcoreanos han muerto o sido capturados. Los soldados americanos descubrieron grandes fosas comunes, que ponían de manifiesto que los comunistas no habían perdido el tiempo durante su corto dominio, asesinando a todos aquellos que resultaban sospechosos de no simpatizar con el nuevo régimen. Los norcoreanos estaban desconcertados. Una vez conocido el desembarco de Inchon, apenas se ocuparon de él. Pretendían asestar un golpe definitivo en Pusan y volver luego su atención a la aventura de MacArthur. Pero la ruptura del cerco de Pusan por parte del general Walker deshizo todos sus planes. Los norteamericanos habían conseguido formar una gran tenaza que dejaba aisladas, sin avituallamiento y sin esperanza a las tropas del sudoeste. Fue el golpe final para los norcoreanos. En quince días las tropas de Estados Unidos hicieron más de 100.000 prisioneros. El 29 de septiembre de 1950, MacArthur devolvió a Syngman Rhee su puesto en el Parlamento de Seúl. El presidente, lloroso, decía al general: “le admiramos y veneramos con todo nuestro corazón como salvador de nuestro pueblo”. Sin embargo, la asociación del general con el régimen de Rhee, cada vez más despiadado, causó hondas preocupaciones en Washington. Los surcoreanos realizaron una limpieza de “sospechosos” de colaboracionismo que recordaba sospechosamente la de los comunistas. La Guerra de Corea (4) - En casa por Navidad: la guerra se prolonga La situación del ejército norcoreano era ahora desesperada. Los que, unos días antes, cercaban implacables Pusan, huían ahora por la costa, abandonando armas y pertrechos. Otros 30.000 prisioneros se añadieron a los cien mil anteriores. El 30 de septiembre, la 3ª División del Ejército de Corea del Sur cruzaba el paralelo 38 en dirección al Norte. Todos creían que el camino para unificar la península de Corea estaba despejado. Esta decisión de los surcoreanos se había anticipado a la batalla legal planteada en las Naciones Unidas. Jacob Malik, el delegado soviético, se había reintegrado a su puesto en el Consejo de Seguridad dispuesto a echar mano del veto en cuanto se planteasen los temas coreanos. Por eso, los occidentales quisieron desviar el problema hacia la Asamblea General, que carece de poder decisorio. Una vez más, el recurso táctico. Gran Bretaña, Francia, Canadá… y un total de siete países aliados de Estados Unidos promovieron una resolución de la Asamblea afirmando que cuando a causa del veto el Consejo de Seguridad no cumpliera su responsabilidad fundamental, la Asamblea examinaría inmediatamente la cuestión para hacer a sus miembros las recomendaciones apropiadas sobre las medidas colectivas que habría que tomar. Después de durísimos debates, la Asamblea General pasó dos resoluciones: una para cruzar el paralelo 38 (7 de octubre) y otra para aumentar los poderes de la Asamblea (3 noviembre). A ambas se opusieron los soviéticos, claro. Por supuesto, la acción de los norteamericanos en Corea discurría al margen de estos acontecimientos. Truman lo que necesitaba era apoyo moral y eso es lo que era el respaldo obtenido en la ONU, aunque se consiguiera en un órgano distinto del debido. La única sombra en el horizonte era el posible comportamiento de China. Cuando Truman había reiterado a Mac Arthur que no transgrediese límites en los bombardeos o en los avances de la Infantería probablemente pensase más en la Unión Soviética que en China. El desconocimiento sobre las realidades de este país –que sólo tenía un año de existencia oficial- era casi completo. Una vez más, MacArthur dividió sus fuerzas en dos: mientras el 8º Ejército se dirigía hacia el norte de Seúl, hacia Pyongyang, la unidad 10 desembarcó en la costa oeste, en Wonsan, confiando en repetir el éxito de Inchon. Pero esta vez, al avance de las fuerzas terrestres fue tan rápido que llegaron allí antes de que se hubiese producido el desembarco. En octubre, unidades surcoreanas llegaban al río Yalu y el 8ª Ejército tomaba Pyongyang. Era la primera y última vez que Occidente controlaba una capital comunista. Toda Corea parecía estar reunificada y las unidades americanas se preparaban para abandonar la contienda. Apurado, el gobierno de Kim Il Sung hubo de trasladarse a Sinuiju, cerca de la desembocadura del río Yalú. Envió una delegación a entrevistarse con Mao Tse Tung para solicitarle ayuda. Las opiniones de los dirigentes comunistas de Beijing estaban profundamente divididas en lo que la a la intervención se refería. Mao recibió telegramas secretos de Stalin en los que se le instaba a entrar en la guerra para salvar a Corea del Norte. En 1950, el control de Mao sobre la China posrevolucionaria no estaba asegurado. El apoyo militar y político norteamericano a su adversario Chan Khai Chek y a las fuerzas nacionalistas de Formosa eran una amenaza constante y la presencia de fuerzas americanas a lo largo de la frontera con Corea amenazaban su posición. El 2 de octubre, cuando la ONU estaba sumida en los debates sobre el cruce del paralelo 38, el primer ministro de la China, Chu En-lai, convocaba al embajador de la India y le hacía saber –para que lo transmitiese con urgencia- que si fuerzas de la ONU, que no fueran surcoreanos, penetraban en Corea del Norte, China intervendría en el conflicto. La advertencia no fue escuchada. Con todo, y para cerciorarse sobre el terreno, el presidente Truman tomó una decisión insólita: en lugar de llamar a Washington a Douglas MacArthur, acudió él mismo a la isla de Wake, en el centro del Pacífico, para entrevistarse con su comandante en jefe en Corea. Este hecho hablaba por sí mismo de la importancia que la cuestión tenía para las autoridades de Washington. La entrevista se celebró el 15 de octubre. Durante la misma, el general hizo dos afirmaciones tan optimistas como equivocadas: que la guerra estaba tan decidida que podrían estar en casa por el Día de Acción de Gracias; y que los chinos no intervendrían en la guerra. Afirmaciones ambas que los hechos no tardarían en desmentir. En premio a su labor recibió otra medalla, que él interpretó como una autorización para continuar avanzando hacia China. Cuando el presidente le pidió que se quedara a almorzar con él, MacArthur rehusó. A finales de octubre, se iba a producir un giro radical en los acontecimientos, justo cuando la 6ª División del III Cuerpo del ejército surcoreano llegaba al punto máximo de su avance: el inmenso río Yalú, frontera natural de Corea del Norte con China. Chu En-lai había declarado que no tenía objeciones a que los surcoreanos sobrepasasen el paralelo 38 y entrasen en el norte de Corea. Pero, en realidad, desde ese mismo momento, se había empezado a reunir un ejército de voluntarios bien adoctrinados que se preparaban para el combate. Aquella misma tarde del 26 de octubre, fuerzas del 26 regimiento del I Cuerpo del ejército surcoreano hicieron prisioneros a nueve chinos en Sudong. El número, como es lógico, no preocupaba, pero sí la historia que narraron aquellos nueve hombres. Se trataba de soldados de la China nacionalista (Formosa), capturados por el Ejército Rojo chino, obligados a combatir con éste y que veían la ocasión de recuperar su libertad entregándose a los surcoreanos. Los prisioneros contaron algo más de mucha importancia: el Ejército maoísta estaba dispuesto a atacar, con un enorme contingente de hombres y material. Apenas dio tiempo a contrastar si podía darse crédito a la información. El ejército de la ONU, que ignoraba que los chinos se estaban agrupando, hizo un descanso el día 23 de octubre para celebrar el Día de Acción de Gracias, en el que sirvieron pavo asado y salsa de arándanos. MacArthur y sus oficiales seguían pensando que para cuando llegaran las Navidades, la guerra habría terminado. A la mañana siguiente, 20.000 chinos, ligeros de equipo y sin radiocomunicaciones, los atacaron, aniquilando una División surcoreana. Después de dos días de combate se retiraron tan rápidamente como habían aparecido, perdiéndose en las montañas. Solo los prisioneros capturados constituían una prueba de su intervención. La ONU interpretó que la amenaza había pasado. Pero MacArthur ordenó a la aviación que barriera toda la zona entre el frente y el río Yalú, no sólo para destruir las comunicaciones enemigas o sus puntos de reunión, sino como demostración de fuerza deliberada para restablecer su supremacía aérea. Atacaron cada fábrica, cada ciudad y cada pueblo, con las incendiarias bombas de napalm. Pero, de pronto, ellos también sufrieron un revés. La llegada en noviembre de los primeros MIG 15, mejores cazas que los norteamericanos, supuso un duro revés para las fuerzas de la ONU. Los estadounidenses habían disfrutado de supremacía aérea desde el principio, utilizando tácticas de la II Guerra Mundial con aviones a reacción. Cuando los cazas rusos MIG 15, guiados por pilotos rusos bien entrenados, llegaron a la zona de guerra, plantearon un desafío a la supremacía norteamericana. Su misión consistía en formar a los pilotos coreanos, pero al final terminaron tomando parte activa. Aunque el gobierno y los militares exigían estricta confidencialidad en este asunto, la Unión Soviética corría el riesgo de entrar en conflicto directo con los EEUU. Cuando los americanos desplegaron el Sabré F-86, y a pesar de la orden de no perseguirlos hasta sus bases en China, fueron recuperando lentamente el dominio de los cielos, lo que permitió a la flota aérea americana mantener una ofensiva constante sobre los objetivos terrestres. El 2 de noviembre, los soldados chinos atacaban en Unsan al 8º Ejército norteamericano y le forzaban a retirarse cruzando el río Chongchon. Todavía el día 4 el general MacArthur quería quitar importancia a lo sucedido, pero el 5 emprendió la ofensiva verbal y dijo que la intervención de los chinos era uno de los actos más contrarios a la ley internacional. También aquí estuvieron rápidos los chinos porque Mao Tse-Tung respondió inmediatamente que el pueblo chino, “voluntariamente, había decido entregarse a la tarea sagrada de resistir a los Estados Unidos de América, ayudando a Corea y defendiendo sus casas y su país”. El 24 de noviembre, MacArthur decidió lanzar la ofensiva definitiva para acabar con la resistencia. Se trataba de la típica maniobra en doble tenaza que debía llevar a cabo el Octavo Ejército de Walker desde el oeste y el 10ª Cuerpo desde el este. MacArthur ignoraba entonces que, en las vísperas de la primera ofensiva, unos cien mil soldados chinos se habían infiltrado en su retaguardia aprovechando la naturaleza montañosa del país. Las fuerzas chinas cayeron de improviso sobre la retaguardia aliada. El resultado fue un caos monumental. Divisiones enteras fueron destruidas: en los primeros días perdieron 11.000 hombres, muchos de ellos tuvieron que enfrentarse a las duras condiciones de los campos de prisioneros de Corea del Norte. Aquellos que lograron sobrevivir y no ser capturados, tuvieron que emprender una caótica retirada e, incluso, el abandono de Pyongyang, dejando atrás vehículos y equipo. La temperatura era de -25ºC, nada funcionaba como era debido, ni siquiera se podía disparar una bala. Fue una experiencia desmoralizadora para los soldados norteamericanos, que lo llamaron la “Fiebre de la Deserción”, la peor derrota militar americana de todo el siglo. Después de haber dominado, a finales de octubre, las tres cuartas partes del territorio norcoreano, los Ejércitos de Estados Unidos y Corea del Sur se retiraban el 15 de diciembre por debajo del paralelo 38. Para la unidad 10, en las montañas del este, no había donde refugiarse. Una de las peores batallas de la historia la protagonizaron 20.000 marines, rodeados en el pantano de Chosin, donde las temperaturas descendían por debajo de los -30ºC. La vanguardia que presionaba hacia el río Yalú había sido abatida. Los escasos supervivientes que habían conseguido regresar hasta el pantano habían sido evacuados por aire, heridos, congelados o ambas cosas. Los demás tuvieron que enfrentarse con la larga lucha hasta la costa, a través de seis divisiones chinas en una auténtica lucha por la supervivencia. Pero, a pesar de ello, recogieron el equipo pesado y, como siempre, a sus muertos. Los aviones servían de enlace; secciones enteras de puentes fueron lanzadas en un solo punto para poder cruzar una garganta que amenazaba con detener la épica marcha. “No nos retiramos”, dijo el comandante de los marines, “avanzamos en una dirección diferente”. Aquel “avance” se prolongó más de 30 km por senderos de montaña. Los chinos atacaban continuamente la columna. Para ellos, la ruta de Chosin también era un tormento: ni siquiera podían encender fuego por miedo a atraer sobre ellos una lluvia de napalm. Como resultado, la mayoría de sus bajas fueron por congelación. Finalmente, el 10 de diciembre, la unidad 10 desfiló hacia el puerto de Hungnam. Algunos pensaban que podrían haber conservado el perímetro alrededor de su base más importante en el norte, pero a esas alturas ya nadie quería correr ningún riesgo. El volumen de material y suministros era demasiado grande para transportarlo en la evacuación por mar, y Hungnam se convirtió en un auténtico infierno con la proliferación de enfrentamientos entre coreanos para conseguir las preciosas reservas de alimento. Se desencadenó una ola de destrucción a medida que los ingenieros acababan con todo aquello que pudiera resultar útil a los chinos: fábricas, trenes, instalaciones… Mientras, la flota bombardeaba Hungnam en una muestra de odio y poder antes de dirigirse hacia Pusan, al sur del país, abandonando a su suerte a la población civil. Dos desgracias más se sumaban al ya muy oscuro panorama: el día 23 de diciembre moría en accidente el general Walton Walker; su jeep patinó sobre el hielo y sus ocupantes se estrellaron contra la carretera. Enseguida se procedió al nombramiento del general Matthew B. Ridgway para sustituirle. Ridgway era un carismático paracaidista que había sido condecorado en la II Guerra Mundial y que exigió a MacArthur el mando de todas las fuerzas desplegadas en el teatro de operaciones. MacArthur, abrumado por el desastre, aceptó. El segundo infortunio fue la llegada de noticias confirmadas por los Servicios de Inteligencia de Tokio: los chinos, tenían 100.000 soldados en territorio coreano; en el Yalú, en Manchuria, estaban preparadas para intervenir 56 Divisiones -500.000 hombres- a los que había que añadir 370.000 soldados más de organizaciones regionales especiales. Un total de 970.000 combatientes, bien entrenados y dotados de armamento chino y soviético, que en cualquier ocasión podían causar desaliento, pero mucho más después de haberse realizado las dos primeras ofensivas. El 5 de enero ponían en marcha la tercera a la que, naturalmente, calificaron de Ofensiva del Año Nuevo. Las tropas de las Naciones Unidas intentaron frenar el avance chino. Con la llegada del general Ridgway, el derrotismo, la “Fiebre de la Deserción” y todos los problemas que habían aquejado al 8º Ejército fueron erradicados. Pero ya era tarde para salvar la capital: el día 3, las tropas del sur se habían visto obligadas a abandonar Seúl que, una vez más, cambiaba de manos. La Guerra de Corea (5) - El largo ¿final? La magnitud de la derrota indignó a la opinión pública americana y la Casa Blanca consideró seriamente la adopción de medidas extremas. Durante una rueda de prensa que tuvo lugar en Washington, varios periodistas interrogaron repetidamente a Truman sobre la posibilidad de utilizar la bomba atómica. Los boletines de las ruedas de prensa del presidente daban la vuelta al mundo y este asunto hizo sonar las alarmas. El primer ministro británico, Clement Atlee estaba tan asustado que se desplazó inmediatamente a Washington para participar en una reunión que intentara solucionar la crisis. Al día siguiente, Truman aseguró a Atlee que no tenía intención de utilizar armas atómicas. Sabía que podría haber represalias, puesto que China y Rusia tenían firmado un acuerdo de amistad. El importante revés sufrido por MacArthur había hecho temer la posibilidad de que el conflicto se extendiera a escala mundial. Se intensificó entonces la acción diplomática destinada a apaciguar a China, respecto a que las intenciones de la ONU en modo alguno trataban de lesionar sus intereses. Pero entonces, una iniciativa personal de MacArthur, puso nuevamente las cosas al rojo vivo. Douglas MacArthur, que demostró sobradamente ser un gran militar, había vivido 37 años fuera de los Estados Unidos, los últimos consagrados a ser una especie de virrey de Asia, una figura legendaria y heroica. Ignoraba o quería ignorar la política. Incluso la de su propio país. Su popularidad entre el pueblo americano, su ego y sus propuestas de atacar las principales ciudades chinas le enfrentaron con Truman, quien quería a toda costa limitar el conflicto a la península de Corea. Cuando se produjo la primera ofensiva china, MacArthur siguió pensando en repetir lo que había realizado en Inchon. Sólo que ahora la operación era de una envergadura inimaginable: centenares de miles de chinos quedarían atrapados en Corea después de que los norteamericanos bombardearan los puentes del Yalú. El 6 de noviembre, sin consulta previa, había ordenado que 90 fortalezas volantes destruyesen los puentes. Pero el secretario de Defensa, general Marshall, se enteró a tiempo y prohibió personalmente la operación tres horas antes de que se iniciara. Dos días más tarde se autorizó, pero con dos condiciones: no se bombardearía la orilla coreana y no se atacarían los embalses que suministraban la corriente eléctrica a Manchuria. Evidentemente, no era esa la operación que deseaba el general MacArthur, quien empezó a vivir en sus carnes la teoría de los “santuarios” de tan desgraciado recuerdo en la posterior guerra de Vietnam. El enfrentamiento presidente-general, centrado sobre la estrategia en el Yalú, se agudizó cuando MacArthur presentó la solución alternativa de lanzar entre 30 y 50 bombas atómicas sobre Manchuria. Y mientras el general rumiaba la impotencia en que le colocaban los políticos, Truman quería ganar la batalla diplomática en la ONU. Aparentemente lo consiguió, puesto que una resolución de la Asamblea General condenaba, el 1 de febrero, a China como agresora. El continuo martilleo que sufrían las líneas de comunicaciones chinas por parte de la fuerza aérea norteamericana, unido al excesivo alargamiento de las mismas, los obligó a detenerse a principios de enero. Las tropas de la ONU desarrollaron nuevos procedimientos para aprovechar su potencia de fuego superior frente a los chinos y lograron algunos éxitos. Ridgway cambió las tácticas, decidido a maximizar la ventaja armamentística de las unidades aliadas. Lo llamaban “la picadora de carne”: las columnas chinas eran derrotadas mediante una acción combinada de artillería y aviación a una escala sin precedentes. Funcionó. Las fuerzas de la ONU comenzaron a recuperar terreno hacia el norte, avanzando con seguridad campo a través, bien protegidos por la aviación y la artillería. En un momento determinado, su avance y el deshielo, desvelaron el destino de algunos de sus camaradas capturados por la guerrilla: las manos y los pies atados revelaban que habían sido asesinados después de su captura. Una atrocidad más en una guerra especialmente salvaje. En abril volvieron a cruzar el paralelo 38. Seúl cambió de manos por cuarta vez en un año, esta vez permaneciendo de forma definitiva en poder de los surcoreanos. Esta dinámica de avances y retrocesos estabilizó la guerra y, primero en la ONU, después en las cancillerías internacionales, se bosquejó la posibilidad de una salida negociada. Ante el elevado coste en vidas humanas, el presidente Truman decidió que ampliar la duración del conflicto resultaba insostenible y dio por bueno el consejo de sus asesores de que la negociación debería intentarse sobre la base de la vuelta al statu quo anterior a la guerra. El enfrentamiento del general MacArthur con el presidente, ya virulento, llega al colmo, al hacerse pública, el 5 de abril de 1951 una carta que el militar había enviado al representante republicano Joseph Martin el 20 de marzo. El general insiste en que deben utilizarse tropas de la China nacionalista y denuncia a los que se niegan a comprender que “es en Asia en donde los conspiradores comunistas han decidido jugarse el todo por el todo para la conquista del mundo. Ningún acuerdo puede reemplazar a la victoria”. El 11 de abril de 1951, el presidente Truman destituía al general Douglas MacArthur y le sustituía en el mando supremo por el general Matthew B. Ridgway. MacArthur fue recibido en San Francisco y, sobre todo, en Nueva York, como un héroe legendario. Para muchos, el vencedor del Pacífico no podía estar equivocado y sus tesis de guerra total y utilización del armamento nuclear ganaron muchos adeptos. Cuando llegó a Washington y el fervor popular le dedicó un tercer homenaje, el presidente Truman se fue al cine a ver una película. Por extraño que parezca, la realidad es que la guerra terminó aquí. O, si se quiere, los presupuestos o ideas que la habían puesto en marcha. Es cierto que los combates, la destrucción, la muerte, todos los horrores que lleva consigo un enfrentamiento bélico, continuaron hasta julio de 1953, es decir, dos años y tres meses más, Pero este residuo de violencia resultó casi absurdo y estúpido. El intento de los chinos para aprovechar la posible influencia psicológica de la destitución de MacArthur, lanzando una nueva ofensiva el 22 de abril, fue frenado en seco por las tropas de las Naciones Unidas, muy sólidamente asentadas en una línea de contención trazada sobre el paralelo 38. Las noticias de los frentes de combate eran reiterativas y muy locales. Se había entrado en la guerra de las cotas y de las colinas. Un muy reducido espacio geográfico, conquistado por un bando al amanecer, era reconquistado por el enemigo poco antes del ocaso para volver a repetirse la historia en las 24 o 48 horas siguientes. Una de esas batallas sangrientas y olvidadas fue la de El Hook, librada entre el 12 y el 19 de mayo de 1953. Casi cada mes había que lamentar unas 2.000 bajas en las filas de las Naciones Unidas. El 29 de junio de 1951, el presidente Truman cursaba una orden al general Ridgway para que transmitiese al comandante en jefe de las fuerzas chinas la oferta de negociaciones, y el lugar elegido: un buque hospital danés sito en el puerto de Wosan. Los chinos aceptaron negociar, pero sugirieron otro lugar: un pueblecito llamado Panmunjon, muy cerca de Kaesong, justamente sobre el tantas veces recordado paralelo 38. Las conversaciones se iniciaron el 10 de julio. Fueron largas y difíciles, muchas veces interrumpidas y reanudadas. Mientras los combatientes –pretendiendo mejorar sus posiciones- lanzaban oleadas de hombres a la lucha, caso de los chinos, o bombardeaban sin descanso puntos estratégicos, caso de los norteamericanos y tropas de la ONU. Tres fueron –entre otros mucho más pequeños- los escollos fundamentales de la negociación: 1) La condición de China de que las fuerzas extranjeras abandonaran el territorio coreano antes de firmar el armisticio; la que se negaron en redondo los norteamericanos, desconfiando abiertamente del comportamiento de los chinos una vez que se hubiera producido la retirada de la ONU. 2) La inoportuna intervención de Syngman Rhee, que quería introducir como condición la promesa formal de la unificación coreana. 3) El asunto de los prisioneros de guerra. Tanto Corea del Norte como del sur maltrataban a sus prisioneros. Uno de cada tres prisioneros estadounidenses capturado por los norcoreanos no sobrevivía al primer invierno. Muchos morían de disentería, de palizas o malnutrición. Preocupados por lo que ocurría, los chinos asumieron el control de los prisioneros, organizando charlas periódicas para adoctrinarles. Mientras tanto, en Estados Unidos a poca gente le interesaba la guerra. En la Segunda Guerra Mundial todos estaban pendientes del cuso de los acontecimientos, pero durante la Guerra de Corea, el interés fue escaso. Los periódicos escribieron muy poco sobre ella y sólo había titulares cuando se perdía alguna colina o se producía una escaramuza. También los 130.000 prisioneros de guerra hechos a los comunistas fueron un problema en las negociaciones. A todos se les preguntó si deseaban volver a Corea del Norte o permanecer en el Sur. Los comunistas montaron en cólera cuando casi la mitad de los prisioneros de guerra decidieron no volver a sus hogares comunistas. Violentas protestas sacudieron los campos. Al estancarse las negociaciones, volvieron a producirse incesantes bombardeos. Los aviones estadounidenses lanzaron sobre Corea del Norte casi tantos explosivos como sobre Alemania durante toda la Segunda Guerra Mundial. Hubo un sinnúmero de muertos, el país quedó arrasado, la capital quedó sin una sola casa en pie. Se estima que en el Norte la cifra de civiles muertos superó los dos millones. Las atrocidades ocurrieron en ambos bandos. Los norcoreanos asesinaron a compatriotas a quienes acusaban de simpatizar con el enemigo. Los partidarios de Rhee masacraron a los sospechosos de ser comunistas. Los civiles eran siempre las víctimas de esta violencia interminable. Y, entre todo este sufrimiento, en Panmunjong las conversaciones continuaban. En dos años hubo cientos de reuniones sin llegar a nada. Mientras tanto, hubo quien se benefició de la guerra. Siempre pasa. En Japón la guerra de Corea impulsó la economía y generó 3.500 millones de dólares en inversiones. El antiguo enemigo de Corea se convirtió en un bastión del capitalismo en la lucha contra el comunismo en Asia, el centro de operaciones para la guerra de Corea: sus astilleros y arsenales navales se utilizaron para reparar los barcos; la electrónica japonesa tuvo sus verdaderos comienzos en la Guerra de Corea. En 1952 se celebraron elecciones en Estados Unidos. Truman, tras dos años de guerra, decidió no seguir al frente de los demócratas. Los republicanos eligieron a Dwight Eisenhower. Su eslogan: “iré a Corea”. Mucha gente estaba desilusionada con Truman y por ello Eisenhower derrotó a los demócratas con una victoria aplastante. En el este también habían cambiado las cosas. En marzo de 1953, el mundo comunista lloraba la muerte de Stalin. Éste había mantenido la guerra en marcha; sus sucesores querían que acabara. Un armisticio era inevitable. Al fin, el 10 de julio de 1953 se llegó a un acuerdo. Se firmó el Tratado de Armisticio a las 10 horas del 27 de julio y entró en vigor al mediodía del 28. El presidente surcoreano Sygman Rhee se opuso al acuerdo y no firmó. Había terminado una guerra feroz y sinsentido, con unos datos que no llevan a parte alguna. La guerra de Corea fue una de las primeras contiendas localizadas y controladas de todo el rosario de enfrentamientos entre el bloque occidental y los países socialistas que surgió a lo largo de la Guerra Fría. La repercusión internacional que alcanzó esta confrontación radica, en primer lugar, en su carácter de válvula de escape de la tensión acumulada entre ambos bloques desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar y relacionado con lo anterior, como escenario preparado por la Unión Soviética para un ensayo general de la confrontación bipolar de la Guerra Fría, pretendiendo conocer la capacidad de respuesta de Occidente, para saber a qué atenerse. La coordinación de los comunismos soviético y chino –no expresada, pero demostrada- funcionó perfectamente. A los chinos les correspondió la tarea de desgaste, pues los soviéticos todavía estaban restañando sus heridas de la II Guerra Mundial. Desde el punto de vista militar, la guerra de Corea fue un éxito occidental en cuanto al freno puesto a la expansión comunista. Pero al mismo tiempo fue una grave humillación para los ejércitos occidentales, que se habían visto batidos por un enemigo integrado casi exclusivamente por tropas ligeras que se movían de noche y se infiltraban buscando la retaguardia. Las fuerzas de la ONU confiaron en la superioridad técnica de su armamento para controlar las bajas, bombardeando a los mal equipados soldados comunistas, que estaban dispuestos a sacrificar miles de vidas en sus ataques masivos. Los expertos pensaban que el enorme poder de la aviación de la ONU les daría la victoria. Los modernos jets como el Panther F-9, con base en los portaaviones, sumaron su peso a los aviones de la Segunda Guerra Mundial, utilizando cohetes, bombas y napalm. Este último fue un arma estrella durante la guerra. Aunque militarmente eficaz, su uso indiscriminado causó horribles sufrimientos en la población civil. Por otra parte, la campaña norteamericana de bombardeo masivo que pulverizaba las ciudades al norte del país, sólo resultó decisiva para conducir la guerra a un punto muerto, devastando el país en el proceso. Nadie ganó aquella guerra, y los vencidos estaban por todas partes. Un mar de refugiados vagaba constantemente a la deriva según los giros del conflicto. Los resultados de la guerra de Corea son estremecedores. Combatieron 970.000 hombres del lado de Corea del Sur -15 países de la ONU prestaron su apoyo, a veces testimonial- y algo más de 1.000.000 del lado de Corea del Norte. Los muertos fueron 580.000 soldados y se estima que de dos a tres millones de civiles perdieron la vida. Las estructuras de Corea quedaron arrasadas. Cinco millones de personas se quedaron sin hogar. Tan espeluznantes como puedan resultar esas cifras, lo cierto es que la Guerra de Corea demostró que, a pesar de mantenerse con firmeza las respectivas posiciones, ningún bloque deseaba apurar al límite las perspectivas de mutua destrucción. Estados Unidos, cuyos soldados pelearon con extraordinaria decisión y bravura, se encontraron con una experiencia nueva: la de participar en una guerra a cuyo final no podían denominarse claramente vencedores. No habían ganado, pero los países occidentales consiguieron que la línea fronteriza siguiera en pie. El comunismo había sido contenido en Corea. En líneas generales fue una derrota para el socialismo, ya que su objetivo, imponer el sistema comunista en Corea del Sur, no fue conseguido. Hoy, casi sesenta años después, la frontera entre las dos Coreas, sigue estando en el mismo punto. Al norte, el régimen coreano se ha convertido en una pesadilla belicista tanto para sus propios habitantes como para el mundo, enrocado sobre sí mismo, de una ideología radical y una tiranía opresiva. Al sur, sus compatriotas han construido un país próspero que juega un importante papel económico en la región.
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