3HISTORIA Y LITERATURA ENTRE DISCURSOS Y PRÁCTICAS América Latina en el siglo XIX EDUARDO CAVIERES F. EDITOR HANS - JOACHIM KÖNIG BERNARDO SUBERCASEAUX MIGUEL ALVARADO MARCO ANTONIO LEÓN JAIME VITO MANUEL VICUÑA MAURICIO MOLINA ALEJANDRA GUERRA SILVIA PALOMEQUE MARINA GONZÁLEZ FERNANDO ALIAGA EDICIONES UNIVERSITARIAS DE VALPARAÍSO PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALPARAÍSO VICE RECTORÍA DE INVESTIGACIÓN Y ESTUDIOS AVANZADOS 4 EDUARDO CAVIERES F. © Eduardo Cavieres Figueroa, Editor. 2003 Registro de Propiedad Intelectual Núm. 134.680 ISBN 956-17-0345-9 Tirada de 200 ejemplares Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Calle 12 de Febrero 187 - Casilla 1415 Valparaíso - Chile Fono (56-32) 273087 / Fax (56-32) 273429
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A propósito de América Latina en el siglo XIX” .................................... 9 HANS - JOACHIM KÖNIG “Discursos de identidad, estado nacional y ciudadanía en América Latina: Viejos problemas, nuevos enfoques y dimensiones” ................. 25 TEMAS Y DISCUSIONES BERNARDO SUBERCASEAUX “Pensamiento operante y escenificación del tiempo histórico” ............. 47 MIGUEL ALVARADO “Identidad cultural y cambio social a través de la literatura latinoamericana del siglo XIX” ............................................................ 71 MARCO ANTONIO LEÓN “Ideología y disciplinamiento social: Hacia una historia de las prisiones en América Latina (c. 1830-1940)” ............................ 95 6 EDUARDO CAVIERES F. JAIME VITO “Liberalismo, literatura y discurso económico. América Latina en la segunda mitad del siglo XIX” ........................... 125 MANUEL VICUÑA “Funciones sociales de la oratoria en el Chile republicano” ............... 143 MAURICIO MOLINA “Las representaciones socio-culturales de la enfermedad y la higiene en América Latina. Valparaíso, 1870-1920” .......................... 169 ALEJANDRA GUERRA “Marginales e integrados. Reflexiones en torno al Movimiento Social Milenarista de Los Sertones en Brasil del siglo XIX” ............... 193 SILVIA PALOMEQUE “Ciudadanía y sociedad indígena en el siglo XIX. Gobernaciones de Cuenca y Tucumán. Perspectivas de análisis y retrospectiva histórica” ............................... 219 MARINA GONZÁLEZ “Úrsula Suárez y la emergencia de un canon literario en el siglo XIX” .................................................................... 241 FERNANDO ALIAGA “Ideas y presupuestos de la misionología en América Latina a fines del siglo XIX” ................................................ 265 7 HISTORIA Y LITERATURA PRESENTACIÓN En marzo del año académico 2002, la Dirección General de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso aprobó y dio financiamiento a un Proyecto destinado a realizar un Seminario Interdisciplinario sobre estu- dios de Chile y América Latina, en el cual participaran profesores de los Insti- tutos de Historia, Lengua y Literatura y de Ciencias Religiosas, junto con estudiantes de postgrado de esas mismas Unidades académicas. El Proyecto fue dirigido por el Profesor Eduardo Cavieres, del Instituto de Historia, y por los profesores Eduardo Godoy, del Instituto de Lengua y Literatura, y Kamel Harire, del Instituto de Ciencias Religiosas, que actuaron como co-directores. Miembros estables del Seminario fueron los profesores Eduardo Araya, Jaime Vito, Haydée Ahumada, Miguel Alvarado, Marina González, María Inés Concha. También Alejandra Guerra A., Magíster en Historia y otros estudiantes de postgrado. La discusión y focalización del Se- minario durante el mismo año 2002 se orientó al estudio de problemas histó- ricos del siglo XIX vistos por especialistas participantes en forma permanente del mismo Seminario y, por otros, con carácter de invitados, que permitieron la realización de una actividad académica de alto nivel. Como Seminario, y a objeto de establecer una mayor interrelación entre los participantes, las reuniones del mismo privilegiaron las presentaciones li- bres de los expositores, sin previo trabajo redactado, lo cual permitió asegurar siempre un buen nivel de diálogo y discusión sobre los temas trabajados. A partir de esta situación es que cada una de las presentaciones realizadas fue grabada junto a la discusión de las mismas y, una vez transcritas, fueron revi- 8 EDUARDO CAVIERES F. sadas solamente con el objeto de lograr un cierto estilo común respecto al lenguaje utilizado, más coloquial que ceñido a formas rigurosas, y a su presen- tación en una versión escrita. Fruto de dicho trabajo es la edición de este libro que, en realidad, es la compilación de unas verdaderas Actas del Seminario que no hemos querido intervenir, al no pedir a los autores del trabajo que hubiesen tomado sus apuntes para redactar un trabajo de carácter más formal. Por ello, debemos pedir a los lectores del presente libro considerar el carácter del mismo. Sólo se han agregado algunas cortas y precisas sugerencias biblio- gráficas que no alteran el contenido de los distintos trabajos originales. A este punto, queremos agradecer muy especialmente la participación de los acadé- micos Manuel Vicuña, Marco Antonio León, Silvia Palomeque, Bernardo Subercaseaux y Fernando Aliaga, todos quienes accedieron gustosos a partici- par del mismo y contribuyeron extraordinariamente al desarrollo de este se- minario. El libro se inicia con un trabajo del Profesor Eduardo Cavieres, en que asume la interrelación entre historia y literatura como contribución al carácter interdisciplinario del Seminario y con un muy buen estructurado trabajo del Profesor Hans-Joachim König, de la Universidad Católica de Eichtaat, Ale- mania, trabajo que fue presentado como Conferencia de Inauguración del Año Académico 2003 del Instituto de Historia de esta Universidad y que, por su atingencia, fue solicitado para su publicación. Le siguen, en un orden que he- mos revisado para la presente edición, los trabajos discutidos en el transcurso del año. En algunos casos, se trata de reflexiones de los autores sobre estudios ya realizados; en otros, se refieren a los inicios de futuras investigaciones; en todos ellos, se denota el entusiasmo y el deseo de compartir una experiencia académica en común. Queremos agradecer al Profesor Eduardo Godoy por su deferencia de haber participado en esta etapa del Seminario; a Daniela Orellana, del Progra- ma de Magíster en Historia de la misma Universidad, que realizó el lento trabajo de transcripción de las grabaciones y que prestó su entusiasmo y dedi- cación a todo el desarrollo del Seminario en su etapa 2002. A Ediciones Uni- versitarias de Valparaíso y, muy especialmente, a don Manuel Cuevas, Direc- tor de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, por su constante apoyo a nuestro trabajo académico. EDUARDO CAVIERES – KAMEL HARIRE Valparaíso, otoño de 2003 9 HISTORIA Y LITERATURA HISTORIA Y LITERATURA. Lo que sucede y lo que no sucede. A propósito de América Latina en el siglo XIX EDUARDO CAVIERES F. 1 En agosto de 1995, al recibir el Premio Rómulo Gallegos, el escritor espa- ñol Javier Marías comenzó su discurso señalando que quizás no fuese sen- sato, por parte de alguien que hacía novelas, confesar que cada vez le pare- cía más raro no ya el hecho de escribirlas, sino incluso el de leerlas. Cono- cemos de este discurso por su inclusión como epílogo en la novela del mis- mo autor Mañana en la batalla piensa en mí (Alfaguara, Madrid, 1998) con un subtítulo además muy interesante: Lo que no sucede y sucede. Según Marías, desde la aparición de la primera parte del Quijote, en 1605, nos hemos acostumbrado a considerar como un acto enteramente normal el abrir un libro y comenzar a leer lo que no se nos oculta como ficción, algo que no ha sucedido ni ha tenido lugar en la realidad. ¿Porqué, se preguntaba, seguimos leyendo novelas, apreciándolas y tomándolas en serio?Se respondía diciendo que parece ser cierto que se tiene necesidad de algunas dosis de ficción, que se necesita de lo imaginario además de lo acaecido y real. Se necesita conocer lo posible además de lo cierto, lo que pudo ser además de lo que fue. Tenemos la tendencia de irnos viendo en las diferentes etapas de nuestras vidas como el resultado y el compendio de lo que nos ha ocurrido, pero Olvidamoscasi siemprequelasvidasdelaspersonasno son sólo eso: cada trayectoria secomponetambién denuestraspérdidasy nuestrosdesperdi- 1 Profesor Titular del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Académico del Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. 10 EDUARDO CAVIERES F. cios, denuestrasomisionesy nuestrosdeseosincumplidos, delo queuna vez dejamosdelado o no elejimoso no alcanzamos, delasnumerosasposibili- dadesqueen su mayoría no llegaron a realizarse –todasmenosuna, a la postre–, denuestrasvacilacionesy nuestrasensoñaciones, delosproyectos frustrados y losanhelosfalsoso tibios, delosmiedosquenosparalizaron, delo queabandonamoso nosabandonó a nosotros. Marías reflexionaba sobre la situación de que aún la más completa biogra- fía no está hecha sino de fragmentos irregulares, de que está poblada de zonas de sombra. Enumeraba ciertos componentes: episodios inexplicados y quizás inexplicables; opciones no tomadas, oportunidades desaprovecha- das, elementos que ignoramos porque atañen a los otros. Entre otras afir- maciones deslizaba que el pasado es inestable y movedizo, que lo que fue también está integrado por lo que no fue y que lo que no fue aún puede ser. ¿Cuánto podríamos reflexionar nosotros acerca de estas ideas de Javier Marías?No me refiero a ejercicios del pensamiento respecto a la literatura, sino más en concreto a ejercicios del pensamiento respecto a la historia. Las analogías serían muchas. ¿Por qué seguimos escribiendo y leyendo historia cuando a menudo ella nos presenta algo que pasó, pero que no necesaria- mente vemos sus reflejos en la actualidad?En general, la historia es también literatura del pasado. No estoy pensando en literatura como género literario, sino como construcción de una forma de ver lo que ha sucedido. Aquí po- dríamos repetir lo dicho por Marías: el pasado es inestable y movedizo. En realidad lo que conocemos de ese pasado no es necesariamente lo que sus contemporáneos pensaban de sí mismos, sino los fragmentos que nos han quedado y que reconocemos disciplinadamente como los de mayor valor por responder más fundadamente a lo que calificamos como pensamiento claro. No obstante, aún así, ese pasado es inestable. Lo vamos re-conociendo y lo vamos significando de diversas maneras a medida que con el transcurrir del tiempo se nos va alejando y nos va dejando diferentes mensajes según como los queramos escuchar en cada uno de nuestros presentes. El pasado es también movedizo. Nos permite verlo según seamos capaces de ir develándolo. Si nos corremos de la posición en que estamos parados en un momento, nos ofrecerá otras imágenes de sí mismo y nos esconderá lo que recién habíamos visto. Difícilmente podemos llegar a dominarlo a través de visiones globales y si lo hacemos es debido a nuestras propias construcciones y no a que final- mente lo hayamos descubierto completamente. 11 HISTORIA Y LITERATURA Pero quedan todavía un par de esas afirmaciones. En primer lugar, lo que fue también está integrado por lo que no fue. ¿Es necesario discutir tal situación?Para el siglo XIX latinoamericano el que no prevalecieran las ideas de Bolívar respecto a la formación de una sola gran Nación, independiente- mente de su factibilidad o de sus posibles favorables logros o desfavorables efectos, no es una cuestión menor. Ha sido una historia que, pese a proble- mas sociales y culturales comunes, se ha presentado llena de grandes conflic- tos y desencuentros entre sus partes. Creemos que fueron los naturales sacri- ficios del nacionalismo, pero la verdad es que frecuentemente estuvieron y están presentes otros intereses. En realidad, mirando hacia el pasado, a pesar que no siempre podemos distinguir los claroscuros de los procesos (el nega- tivo de las fotografías e imágenes que hemos revelado), ni apreciar conve- nientemente los contenidos de los discursos que nos encaminan, lo cierto es que los No son demasiados numerosos. Son demasiados los NO FUE que caracterizan lo que ha sido. Son muchas las generaciones que no pudieron estar presentes, muchos los sueños que no se hicieron realidad, muchos los proyectos abortados, muchos los esfuerzos colectivos no reconocidos, mu- chas las capacidades truncadas, las potencialidades malogradas. Cada cierto tiempo, cada generación que pasa y recuerda colectivamente su propia expe- riencia, se pregunta por qué en lo que vio y en lo que pensó nunca pudo plasmarse también lo que soñó. En esas frustraciones individuales y sociales lo que no fue pasa no sólo a formar parte de actos heroicos o románticos sino también de una realidad dura y violenta. En todo caso, pareciera ser que esa operación siempre se da en forma retrospectiva. Descubrimos lo que no fue, cuando ya las cosas han pasado. Cada cierto tiempo también, y así vuelve a ocurrir en nuestra actualidad, se habla de tiempos perdidos. Así calificaba la CEPAL a la década de los 1980 y así califican los organismos internacionales a la década de los 1990. No es que no hayan existido, sino que estarían marcadas por lo no-ocurrido. En una visión pesimista de la historia, podría pensarse en el siglo XIX como un largo tiempo perdido, y así también po- dríamos hacerlo sucesivamente con los tiempos siguientes. Cuando las personas hacen individualmente estos balances se aferran naturalmente a lo que todavía podrían hacer. Es el contenido de la afirma- ción que nos faltaba: lo que no fue aún puede ser. Esta es una buena res- puesta al porqué seguimos estudiando y escribiendo historia y al porqué también muchas personas (por cierto muchas menos que las asiduas a la 12 EDUARDO CAVIERES F. literatura) sigue escuchando y leyendo historia. Es la visión positiva de la historia, pero también la respuesta a esta parte ficticia de la historia que busca encontrarse con un buen final, sólo que aquí los historiadores no gozan de los mismos privilegios que los literatos ni tampoco con las mismas posibilidades de parte importante de las ciencias sociales capaces de proyec- tar realidades o, hoy en día, de jugar con simulaciones de realidades. Esta situación, llevada hacia atrás, es también común. Los historiadores conde- nados a buscar lo que no fue y los cientistas sociales a seguir proclamando lo que puede ser. Entre ambos, el mundo de la literatura, sus escenarios, sus personajes, sus mezclas de constataciones y frustraciones, el complejo entrecruce entre la conciencia clara y todas sus difusas capas que le rodean. La historia es, en definitiva, la colectivización del mundo de lo individual. Entre estas realidades–no realidades está también el problema del tiem- po. No sólo se trata del tiempo en su sentido ordenado y lineal, sino tam- bién en términos de sus contenidos. En la historia concreta, propiamente tal, en las realidades de la vida cotidiana, o en las profundas complejidades de la vida histórica de mayor trascendencia, el orden y los lineamientos temporales corresponden fundamentalmente a necesidades colectivas o a decisiones metodológicas. En la vida misma, por sus contenidos, el tiempo no es ni ordenado ni lineal. La literatura actual (así como las imágenes del cine) ha roto con estas ataduras mentales y mueve a sus personajes sin una necesaria relación a las secuencias del calendario. Y no por ello las cosas que suceden parecen ilógicas. Es algo que la historiografía aún no alcanza a madurar ni a manejar. Entre este juego de conceptos y de tiempos surgen las necesidades de redefinir categorías importantes en el pensar y escribir la historia. ¿Quién podría negar que las sociedades latinoamericanas, las del pasado y las actua- les, son sociedades profundamente fragmentadas, no sólo con agudos desfases socio-temporales respecto a sociedades externas, sino también con referen- cia a sus propios componentes?Lo que algunos literatos importantes gus- tan de seguir llamando la América mágica, responde en gran medida a la diversidad de tiempos que subsisten, coexistiendo entre ellos mismos y con otros que reproducen en algunos sectores sociales la modernidad de otros espacios, pero también las dramáticas condiciones de vida de los más. Las dinámicas de los tiempos que avanzan más rápidamente se suporponen a las lentitudes y a las carencias de los otros tiempos, los tiempos sociales de 13 HISTORIA Y LITERATURA las grandes mayorías. Es necesario igualmente redefinir los significados y los conceptos. Es necesario distinguir los falsos dilemas creados a través de discursos que, si bien es cierto, responden a las problemáticas de sus pro- pios tiempos generales, no siempre supieron o pudieron comprender lo que sucedía al interior de sus propias realidades. En medio de este dialéctico juego de realidades sólo pensadas, pero no siempre ejecutadas, y de estos tiempos que más bien son confusiones antes que uniformidades, es que es posible mirar la historia de América Latina del siglo XIX desde otras perspectivas. La mirada sobre las identificaciones y sobre las integraciones sociales, permiten diferenciar más claramente las grietas y vacíos existentes entre lo que los discursos oficiales o de los grupos dirigen- tes –política, social o intelectualmente– han construido sobre realidades inexistentes o sobre proyectos nunca concluidos. Lo importante es advertir cómo ese discurso ha terminado construyendo irrealidades reales, pensamien- tos que han terminado por configurar instituciones que se han desarrollado, con gran fuerza, en el borde mismo entre lo abstracto y lo concreto. Obviamente, desde los niveles superiores de las estructuras político- culturales existentes, la relación Nación-Estado, Estado-ciudadanía, se fun- damenta más en una aspiración que en una constatación. República-De- mocracia-Ciudadanía es una relación siempre ofrecida, pero nunca con- cluida. En cierta medida, porque el peso de algunas instituciones coloniales de Poder, especialmente relacionadas con pensamiento ilustrado, con Esta- do Patrimonial, con patronato eclesiástico, con subordinación de los gru- pos no representados en los influyentes pero al mismo tiempo reducidos grupos de poder, han mantenido su presencia más allá de los límites ofreci- dos por los mismos discursos. Mientras en sociedades que pudieron orga- nizar su aparato estatal con cierta eficiencia y rapidez se pensaron unas formas de democracia a partir de un concepto móvil que se desplaza per- manentemente en el tiempo haciéndola siempre inalcanzable, en otras, in- cluso, se llegó a aprobar Constituciones que nunca se pusieron en vigencia. Lo cierto es que en nombre de esas aspiraciones e incluso con la fuerza del concepto Democracia y del peso constitucional, se posibilitó una historia de frágiles caudillismos o de gobiernos fuertes y centralizados, de regíme- nes liberales o de dictaduras modernas que pese a sus éxitos en algunas acciones, no posibilitaron las transformaciones sociales a propósito de las cuales ejercieron el poder. 14 EDUARDO CAVIERES F. Desde un punto de vista de las formalidades del mercado se entiende hoy en día que económicamente la organización de las finanzas fiscales y nacionales se haya orientado naturalmente hacia la integración comercial de estos espacios regionales a las economías europeas más desarrolladas de la época, en particular hacia Inglaterra. Acá se nos presenta una relación inver- sa a la que tratábamos anteriormente. Estábamos reflexionando acerca de lo que no llegó a ser, pero que ha explicado en gran parte lo que ha sucedido. En este otro caso, económicamente, la experiencia latinoamericana del siglo XIX es bastante cierta y concreta. Se trató de un ingreso bastante definido a los circuitos más avanzados de la expansión capitalista de la época; se realizó bajo las doctrinas del libre cambio; se construyó una economía de exporta- ción a cambio de las importaciones destinadas a proveer de casi todo lo necesario para la vida de entonces. Como resultado de todo ello hubo fuer- tes procesos de modernización en la vida material y en las infraestructuras. Hubo crecimiento económico. Los nuevos estados latinoamericanos suscri- bieron cientos de tratados de libre comercio, pero siguieron vendiendo los únicos productos que eran capaces de producir de acuerdo a sus recursos naturales y de acuerdo a las posibilidades que les entregaba la siempre actua- lizada versión de la división internacional del trabajo. A fines del siglo, a pesar de los logros, el balance no era alentador. Las transformaciones socia- les no se producían. Surgió el nuevo paradigma de la industrialización. Hoy en día, cuando se vuelve a la insistencia del libre comercio y a la necesidad de integrarse a los bloques económicos más desarrollados, reiterando los beneficios y conveniencias de suscribir otros cientos de tratados de libre comercio, se vuelven a reiterar experiencias en lo esencial ya conocidas, pero se ejecutan a partir de un desconocimiento de esa historia anterior. Es como si ella nunca hubiese ocurrido y que recién hoy descubrimos que si exporta- mos todo lo que tenemos podemos también comprar todo lo que necesita- mos. También podemos lograr crecimiento económico. También se pueden postergar las transformaciones sociales. En definitiva, tanto hoy como en el siglo XIX, la integración es desde la periferia. Si en vez de historiar, tuviésemos la capacidad y la pluma de un literato para convertir la historia en una narración literaria que nos permitiera jugar con los tiempos y las realidades lineales y concretas, nuestro gran personaje, la sociedad latinoamericana, estaría siempre dando un par de grandes zan- cadas hacia adelante y enseguida varias más hacia atrás o hacia el lado. Al 15 HISTORIA Y LITERATURA final avanzaría poco, lenta y tortuosamente, andando y desandando. Per- manentemente imaginaría estar recorriendo paisajes ya conocidos, se con- fundiría y debería constantemente reordenar sus pensamientos para volver a tomar el camino hacia delante. Ante sus dificultades se desalentaría, pero al mismo tiempo recuperaría valor para seguir avanzando. No obstante todo ello, habría algo mucho más importante, sus propios esfuerzos mentales para explicarse e identificarse a sí mismo. Para sentirse en uno y en varios tiempos a la vez. Sus problemas existenciales serían el estar siempre supo- niendo que estaba construyendo un proyecto compartido y haciendo una historia en el recto camino para que cada cierto tiempo le dijesen que ello no correspondía o que en verdad esa historia nunca había existido. Aquí podemos volver a recoger el texto de Javier Marías antes señalado: Y cuando descubrimosquealgo no era como lo vivimos–un amor o una amistad, una situación política o una expectativa común y aún nacional–, senosapareceen la vida real esedilema quetanto puedeatormentarnosy queen gran medida esel territorio dela ficción: ya no sabemoscómo fue verdaderamentelo queparecía seguro, ya no sabemoscómo vivíamoslo quevivimos, si fuelo quecreíamosmientrasestábamosengañadoso si debemosechar eso al saco sin fondo delo imaginario y tratar dereconstruir nuestrospasosa la luz dela revelación actual y del desengaño. Volvamos a la realidad. Aun cuando todo lo anterior es parte inevita- ble de las construcciones históricas, lo cierto es que también podemos pen- sar dichas construcciones desde posiciones un poco más concretas y generalizables. Lo podemos hacer desde la historia política, la historia de las instituciones, la historia social, económica, etc. En todas ellas vamos a encontrar la historia de los acontecimientos y si hurgamos en todos esos acontecimientos nos vamos a sumergir en cada uno de los problemas antes anotados. Tenemos también la historia de la vida material y la historia de las ideas, esta última, a veces, confundida con las ideologías. En todo caso, para el siglo XIX, el concepto de liberalismo y todas las cargas que éste esconde, resume las relaciones y las contradicciones existentes entre el mundo material y el mundo de las ideas. Se trata de una relación riquísima en realidades, imágenes, contenidos, aspiraciones, proyectos. Por sobre las per- manentes alusiones a los conflictos entre conservadurismos y liberalismos, que sí existieron, el siglo XIX siempre marchó tendencialmente hacia el 16 EDUARDO CAVIERES F. liberalismo. El liberalismo fue la idea fuerza del siglo. Por cierto, no es tarea fácil el caracterizar de una vez lo que fue el libera- lismo decimonónico y menos aún lo que fue el liberalismo latinoamericano decimonónico. David Bushnell, de la Universidad de Florida, especialista en temas de Argentina y Colombia, escribió sobre el legado del liberalismo del siglo XIX como una especie de capítulo y síntesis del libro Liberals, Politics and Power, editado en 1996 por Vincent C. Peloso y Barbara A. Tenembaum (The University of Georgia Press). Haciendo el recuento histórico e historiográfico del período, dividió su análisis en el Liberalismo como ideo- logía, el liberalismo como acción política y las políticas económicas liberales. En todos estos aspectos, un número excepcionalmente importante de inte- lectuales, pensadores, políticos de la época se presentaron a sí mismos como liberales o defensores del liberalismo. Por igual razón, casi todos ellos fueron al mismo tiempo los propagandistas y los hacedores de políticas. No viene al caso identificar acá los rasgos concretos de esos aspectos liberales ni hacer un recuento detallado de sus principales cartas de presen- tación. Por el momento, importa más destacar la construcción del discurso a través del cual el liberalismo se fue haciendo realidad, enfatizando que no sólo se trata del liberalismo en sí mismo, como doctrina, sino también de una sociedad que comenzaba a sentirse y a actuar en lo que entendía por ser liberal. De hecho, debemos reconocer que en la historia aparecen de vez en vez ciertos períodos de fuerte invención de la historia y, dentro de ellos, momentos muy dinámicos que reorientan las tensiones acumuladas a par- tir de lo ya existente. Lógicamente, como ocurre igualmente en la vida de las personas, no siempre se asumen las decisiones en forma correcta y, a veces, los conflictos aumentan o alcanzan otras formas que no superan lo esencial. De alguna manera, el liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX latinoamericano ejemplifica esos períodos. En momentos de transi- ción entre el peso de lo existente y la capacidad de imaginar un futuro diferente, ese liberalismo terminó construyendo su propia historia. Fue, por lo demás, tremendamente eficaz en poner estucos nuevos a las viejas paredes del pasado colonial, sin necesariamente cambiar sus estructuras, y también en utilizar los nuevos colores de la modernidad de la época sin renovar totalmente las pinturas ya desgastadas. Ese liberalismo fue capaz de tomar historias prestadas e imaginarse 17 HISTORIA Y LITERATURA formando parte activa de un mundo moderno, racional y en pleno progre- so. Las habilidades de imitación no sólo son imputables a los sectores más subordinados de una sociedad, sino forman parte de las actitudes de sus sectores más pudientes. La aristocracia en su momento, la oligarquía en su propio tiempo, fueron hábiles y ávidos en la imitación. La aristocracia co- lonial quería sentirse ennoblecida y necesitaba mantener un orden para ello; la oligarquía quería ser moderna y, a su vez, requería de su propio orden. El liberalismo reescribió la historia del pasado colonial y cambió algunos de los contenidos que le era necesario eliminar. Primero imaginó y enseguida creó escenarios históricos más adecuados a su medida. ¿Cuánto de realidad y de irrealidad hubo en esos nuevos escenarios?Se dieron ambas situaciones, pero sin las calificaciones que nosotros podemos hacer desde el presente. La lectura de El ParisAmericano de Manuel Vicuña Urrutia nos permite visualizar esta doble condición y aun cuando sus per- sonajes pertenecen a Santiago de Chile, los podemos proyectar a lo largo y ancho de Latinoamérica. Benjamín Vicuña Mackenna, el intelectual y el político; Pedro Balmaceda Toro, el escritor y el romántico, son expresiones distintas de una misma época. El primero transformó parte de sus ideas en proyectos concretos; el segundo imaginó mucho más de lo que realizó, pero en ambos casos lo que no fue historia, explicó profundamente el sen- tido de sus respectivas vidas. Quizás sea esa una de las causas por las cuales personalidades como éstas se presten indistintamente, pero con igual fuer- za, tanto para el relato histórico como para el relato literario. Nunca están bien definidos los márgenes que separan ambas condiciones y en muchos casos este tipo de figuras terminan convirtiéndose en leyenda. En todo caso, como lo señala el mismo Vicuña, y especialmente aplicable al caso de Vicu- ña Mackenna, no hay que olvidar uno de los principios básicos del credo liberal: la estrecha conexión entre el desarrollo personal y el progreso social. Esto es sumamente importante, por los efectos que tiene sobre el imagina- rio social que se construye acerca de cómo pensar la realidad. Rolando Mellafe hablaba acerca de la formación del ego colectivo. Aquí agregamos el rol jugado por las elites en la construcción de ese ego y de ese imaginario. Precisamente, en relación con lo anterior, es indudable que el liberalis- mo fue también capaz de crear una historia social de la Nación. Le propuso contenidos, le entregó símbolos, aportó nuevos héroes y fundamentó el 18 EDUARDO CAVIERES F. discurso de una historia que nunca terminó de construirse definitivamen- te. Al menos no como la habían pensado y propuesto. Esto es precisamente el nudo de la historia de las antiguas colonias convertidas en repúblicas y lo que ilustra el carácter de una historia siempre pensada como realidad exis- tente, o por-venir, pero no siempre ejecutada. Además de los contenidos, cada tiempo de cambio intenta revestir a la sociedad con nuevas formas y en ello indudablemente este liberalismo no se quedó atrás. Octavio Paz, en “Máscaras Mexicanas”, capítulo de El Laberinto dela Soledad, primero pu- blicado en 1950, se refiere a la experiencia de México y al cómo los liberales de la época intentaron vanamente someter la realidad del país a una especie de camisa de fuerza visible en la Constitución de 1857. Sus resultados no fueron lo que esperaban: la dictadura de Porfirio Díaz y la Revolución de 1910. A ello se refería Paz diciendo: En cierto sentido la historia deMéxico, como la decada mexicano, consiste en una lucha entrelasformasy fórmulasen quesepretendeencerrar a nuestro ser y lasexplosionescon quenuestra espontaneidad sevenga. Pocas vecesla Forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado no a expensassino graciasa la expresión denuestrosinstintosy quereres. Nues- trasformasjurídicasy morales, por el contrario, mutilan con frecuencia a nuestro ser, nosimpiden expresarnosy niegan satisfacción a nuestrosapeti- tosvitales. Páginas más adelante, en la misma obra, pero en otro capítulo, “De la Inde- pendencia a la Revolución”, Octavio Paz realiza un análisis un poco más extenso de los significados de estas realidades parciales o prestadas. Cuando se piensa a Porfirio Díaz, nos dice, generalmente se lo hace como el signo de la modernidad de la época y, por lo tanto, inaugurando una época ilustrada y de progreso. Según Paz, el dictador hizo lo contrario. La dictadura habría sido un regreso al pasado. En apariencias, Díaz y sus intelectuales creen en el progreso, en la ciencia, en los milagros de la industria y del libre comer- cio. Sus ideales serían los de la burguesía europea. La aristocracia mexicana se presenta como una clase urbana y civilizada. En realidad, o en la realidad, las cosas serían diferentes. Esos hombres amantes del progreso y de la cien- cia no eran industriales ni de empresa, eran terratenientes enriquecidos por la compra de los bienes de la Iglesia o en los negocios públicos del régimen. Enmascarado, nos dice Octavio Paz, ataviado con ropajes del progreso, de 19 HISTORIA Y LITERATURA la ciencia y la legalidad republicana, era el pasado que volvía, pero despro- visto de fecundidad. Conceptualmente, el porfirismo se podría catalogar como acto de imitación extralógica, innecesario, superfluo y contrario a quien imita. Lo importante es la imagen que proyecta. Y de esa proyección, las falsas imágenes que se pueden construir. Nuestro ensayista agrega: Entreel sistema y el quelo adopta seabreasí un abismo, muy sutil si se quiere, pero quehaceimposibletoda relación auténtica con lasideas, que seconvierten a vecesen máscaras. El porfirismo, en efecto, esun período de inautenticidad histórica. Santa Anna cambia alegrementededisfraces: es el actor queno creeen lo quedice. El porfirismo seesfuerza por creer, se esfuerza por hacer suyaslasideasadoptadas. Simula, en todoslossentidos dela palabra. En tantos sentidos, en tantos procesos y en tantos personajes, podríamos igualmente ver ejemplificadas las mismas situaciones. No se trata de poner en duda que hay una historia concreta, de situaciones fácticas indesmentibles, de hechos y sucesos, de fechas y de lugares, de personas individuales y de grupos sociales. Más bien, se trata de pensar no sólo en torno a las caras visibles de la historia, sino también en torno a sus caras invisibles; de obser- var lo que sucede, pero también aquello que no sucede. Si volvemos al comienzo de estas líneas, debemos enfatizar en las ideas centrales que han guiado el trabajo, esto es, la relación entre literatura e historia y la relación entre ficciones y realidades. Agreguemos otros ele- mentos provenientes desde la literatura. En La Utopía Arcaica (FCE, 1996), obra referida a José María Arguedas y a las ficciones del indigenismo, tema que indudablemente sería un caso excepcional para aplicar más de algunas de las reflexiones señaladas hasta acá, Mario Vargas Llosa recuerda de paso a Ciro Alegría y su El mundo esancho y ajeno. Nos interesa particularmente la relación que hace Vargas Llosas respecto a una obra escrita en 1941, pero según su opinión, siguiendo las características centrales de las letras del siglo XIX. Lo que vemos aquí es que, así como las figuras del liberalismo imaginaron una sociedad en primera persona tras lo cual, en los casos exitosos, pudieron imponer sus ideas independientemente de sus alcances o realidades, parte importante de los escritores decimonónicos igualmente asumieron un relato que partía, según el mismo Vargas Llosas, de un narra- dor intruso, egolátrico que hablaba en plural mayestático o que interfería 20 EDUARDO CAVIERES F. constantemente en el relato, tal como lo hacían los narradores de las nove- las de Victor Hugo o de Alejandro Dumas, exhibiéndose a sí mismos y jactándose de sus omnímodos poderes. El detener frecuentemente la ac- ción, posibilitaba al narrador el contarse a sí mismo y recordar que tenía en sus manos todos los hilos de la historia. Aun cuando para Vargas Llosa esa manera de contar sea perfectamente válida y que a pesar que las grandes novelas clásicas se hayan escrito así, cuando una novela adopta esa estructura, el lector sesienteretrocedido a los tiemposen quela historia secontaba así, como un dobleespectáculo, en el quela peripecia iba pespuntada por lasperiódicasaparicionesdeun supre- mo narrador quecomparecía anteel lector para recordarlequeél estaba también allí, árbitro supremo delo queocurría, único ser verdaderamente libredeesa ficción dondetodoslosdemáspersonajeseran susesclavos. No hay que olvidar que los personajes que pensaban la nueva sociedad liberal, estaban también escribiendo el relato histórico real. En más de algún momento, el más importante e impresionante perso- naje de nuestra historia, el Estado, no sólo ha narrado la historia que ha gustado sino que además la ha prefigurado. En este sentido, es importante seguir la narración de un trabajo muy particular de Eric Hobsbawm. Cuando escribió “La fabricación en serie de tradiciones: Europa, 1870-1914”, pu- blicada en La Invención dela Tradición, una obra editada junto a Terence Ranger en 1983 y recién conocida en español en el año 2002, observaba cómo en los 40 años precedentes a la Primera Guerra Mundial se podía advertir un período especialmente significativo en cuanto a la invención de tradiciones, una situación seguida con mucho entusiasmo en numerosos países y destinada a variados fines, a veces ejecutada en forma oficial, espe- cialmente por motivos políticos, otras veces, extraoficialmente, por objeti- vos fundamentalmente sociales. En todo caso, se trataba de alcanzar nue- vos mecanismos tendientes a asegurar o expresar cohesión e identidades para estructurar las relaciones sociales. De todas maneras, el gran gestor de estas invenciones habría sido el Estado. Según el mismo Hobsbawm, las nuevas fiestas y ceremonias públicas, así como los nuevos héroes o símbo- los oficiales, que atraían tanto a los crecientes miembros de la burocracia estatal como al numeroso contingente implicado en el sistema educacio- nal, requerían también obtener una auténtica resonancia popular. En este 21 HISTORIA Y LITERATURA último sentido, el Estado habría sido fundamental. El Estado vinculó la invención detradicionesformaleseinformales, ofi- cialesy oficiosas, políticasy sociales, al menosen lospaísesdondesurgía esta necesidad. Visto desdeabajo, el estado definía cada vez másel mayor escenario en el queseinterpretaban lasactividadesdesuma importancia quedeterminaban lasvidashumanascomo súbditosy ciudadanos... Este trabajo de Hobsbawm es sumamente interesante y no está lejos de nuestros problemas y preocupaciones. Si se trata de capacidad de creación y de inventiva, el Estado europeo de fines del siglo XIX, aun cuando viese en retirada al viejo liberalismo clásico que, al mismo tiempo, vivía días de gloria en Latinoamérica, seguía siendo fructífero en transformar las ideas y las imágenes de la sociedad. Particularmente, después de 1870, en relación con el surgimiento de las políticas de masas, se redescubrió la importancia que tienen los elementos irracionalespara mantener los tejidos y el orden social. Según Hobsbawm, la invención de nuevas tradiciones, que signifi- caba la acción de manejar dichos elementos y de transformarlos en mensa- jes concretos, se orientó hacia tres aspectos esenciales. Lo primero, la crea- ción de un equivalente laico de la Iglesia, la educación primaria; lo segun- do, la invención de ceremonias públicas, en Francia, el día de la Bastilla a partir de 1880. Ellas combinaron adecuadamente las manifestaciones ofi- ciales y los festejos populares con fuegos artificiales y bailes callejeros. Lo tercero fue la producción en serie de monumentos o edificios públicos. El caso francés difundió, al mismo tiempo, dos tipos de monumentos: la ima- gen de la República misma, la forma de Marianne, y las figuras civiles re- presentantes de la historia local. Sería largo enumerar aquí toda la nueva simbología propagada, las banderas y los significados de los colores. A ello habría que agregar las imágenes y las ideas. Hobsbawm lo hace. Lo que sí interesa recalcar es que detrás de todo aquello se estaba produciendo (como invención) una nueva historia, un nuevo imaginario, unas nuevas sensibili- dades, un nuevo set de expectativas y proyectos. En definitiva, nuevamente se estaba inventando la historia. Los hombres, las mujeres y los niños, de acuerdo a sus propias realidades, pero igualmente receptores de todo aque- llo, pensaron sus vidas como no la habían pensado sus antepasados, ni sus padres ni abuelos, fueron capaces, a su vez, de imaginarse sus vidas como nuevos equilibrios entre sus permanentes frustraciones y sus nuevas espe- 22 EDUARDO CAVIERES F. ranzas. De la literatura de la época, Charles Dickens y Victor Hugo, por sobre las imágenes dramáticas de las realidades sociales de la época, tenían la esperanza de que había un futuro sin dudas mejor. El liberalismo europeo tuvo influencias fuertes y claras sobre el relato latinoamericano del siglo XIX. En la nota preliminar a su Antología decuentos hispanoamericanos(17ª edic., Santiago, 1996), Mario Rodríguez Fernández nos señala que dicha literatura, en todos sus géneros, se inscribió en un verdadero proyecto emancipatorio. Para los románticos, la literatura debía ayudar a la superación de la ignorancia, la pobreza, la barbarie, la irraciona- lidad y para ello debía difundir las luces de la civilización europea en todos los espacios ocupados por la primitividad. Allí se inscribe, por cierto, Sar- miento y su civilización cosmopolita y la barbarie americanista. En defini- tiva, dos mundos imaginarios y dos realidades históricas ocupando los mis- mos espacios y los mismos tiempos. Si volvemos al comienzo, el encuentro entre historia y literatura en esta dualidad realidad–ficción, lo que no sucede y sucede, es en definitiva el puente en donde se congregan y se combinan todos los tiempos. Alejo Carpentier fue capaz de traducir esta complejidad en el prólogo de su rela- to El reino deestemundo cuando comenzó a hablar de lo real maravilloso. Decía: “siempremeha parecido significativo el hecho deque, en 1780, unos cuerdosespañoles, salidosdeAngostura, selanzaran todavía a la búsqueda de El Dorado, y que, en díasdela Revolución Francesa -¡vivan la Razón y el Ser Supremo!-, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada delosCésares”. Concluía afirman- do interrogativamente (otra combinación de opuestos), “¿pero quéesla his- toria deAmérica sino toda una crónica delo real-maravilloso?” El desarrollo de estas imágenes está también en su novela Lospasosperdidos. Confusión de realidades, confusión de tiempos. Algunas ideas finales. Pareciera ser que más que el problema simplifi- cado de oponer la ficción a la realidad, se trata de precisar el sentido dela realidad, título por lo demás de uno de los libros de Isaiah Berlin (1996). Allí, él mismo nos señala que todos los constructores de sistemas expresan e influyen en las actitudes humanas frente al mundo –“la luz bajo la quese contemplan losacontecimientos”– modificando el reparto del énfasis, el sen- tido de lo que es importante, significativo o admirable, o lo que es remoto, 23 HISTORIA Y LITERATURA bárbaro o trivial, pero sin revelar nuevos hechos, ni aumentar nuestra can- tidad de información, ni develar acontecimientos insospechados: Nuestra creencia dequelosacontecimientos, laspersonasy lascosasperte- necen deforma inevitable, inexorable, y per contra a nuestro sentido dela utopía y el anacronismo, al lugar quelescorresponde, perdura con mayor fuerza quenunca; pero nuestra feen leyesespecíficasdela historia, cuya ciencia podemosformular, no esdemasiado sólida –incluso entrela mino- ría deaquellosquesededican a talesmaterias. Dicho de otro modo, lo que en parte importante nos hace visualizar las cosas y las realidades de un modo determinado, no es necesariamente la realidad sino la construcción que hacemos de ella, y esta situación, nueva- mente, tiene que ver con nuestro sentido lineal del tiempo y con nuestra aceptación de que la realidad tiene un solo sentido: lo que nos rodea en cada momento. El discurso ideológico que construye nuevas realidades no sale de estas premisas, a lo más borra tiempos y construye otros basándose en la capacidad de esperanza de cada individuo y de cada sociedad. En estos términos, debemos reconocer que, por el manejo de las imáge- nes, la literatura, y muy particularmente el cine, son capaces de transformar esos presupuestos. Visualmente mueven los tiempos y sus acaeceres, pero, además, son capaces de provocar sensibilidades o comprensiones que no siem- pre surgen de la experiencia directa con la cual pensamos las realidades his- tóricas. Robert Rosenstone, en su artículo “A history of What has not yet Happened” (Rethinking History, 4:2, 2000) recordaba lo escrito por David Herlihy en 1988: “lo quevesen la pantalla eslo queobtienesy lo queobtienes eslo quecrees”. Podemos entender esa afirmación considerando que mientras mayor sea el grado de identificación con aquello que allí sucede, mayor es la abstracción que se hace de las diferencias existentes entre lo que efectiva- mente ha sucedido y lo que se le ha agregado o restado. Por lo demás, eso es lo que nos sucede cotidianamente. Lo que creemos y lo que dudamos no es necesariamente la línea divisoria entre lo real y lo no real. A propósito de la película El pianista, Román Polanski, su director, comentaba que cuando estaban preparando el decorado, de pronto se sintieron transportados hacia los tiempos tratados en el film y que, el efecto de impresión de realidad era tremendo (El Paíssemanal, 1 diciembre 2002). Agregaba que cuando se ven las imágenes documentales de la época, es que se sabe que quienes estaban 24 EDUARDO CAVIERES F. detrás de la cámara eran los nazis y no se puede evitar una sensación extraña: La mayoría dela gentedel equipo, cuando lesmostraba esematerial de archivo, no parecía sorprendida dequealguien lo hubiesefilmado. Yo aún no logro comprender quéclasedepersona hay queser para filmar esa mi- seria indescriptibley no perder la cabeza. Sin desmerecer ni alivianar el dramatismo de la experiencia del ghetto ju- dío de Varsovia, ni tampoco volver a la vieja discusión de porqué hoy en día se logra conciencia acerca de lo que pasó, pero no en el tiempo en que estaba pasando, porque muchos pensaban que eso no pasaba, lo importan- te es volver a poner las cosas en el lugar que nos interesa. Con la literatura, finalmente, siempre nos encontramos con un tiempo ya finalizado y res- pecto del cual hubo una storyque contar. Incluso en los finales abiertos existe un número determinado de posibilidades sobre las cuales el lector puede intervenir. Con la historia, en cambio, los tiempos juegan diferentes roles en la medida que las cosas ya pasaron, están pasando o van a pasar. No obstante, en cada presente, no sólo no se sabe lo que efectivamente está sucediendo, sino además no siempre se tiene efectivamente claro qué es lo real y qué es lo simplemente imaginado. En cada presente, la ficción enga- ña a sus propios personajes y éstos terminan por perder o ceder sus capaci- dades para posesionarse de los roles que hubiesen querido interpretar. A menudo, la literatura (o ahora el cine) les permite verse representados. La historia y la historiografía siguen teniendo plena validéz, solo que muchas generaciones que ya pasaron por la historia, seguramente no se verían muy fielmente representadas en los relatos historiográficos de los procesos de los cuales formaron parte. No porque la historiografía esté alte- rando premeditadamente lo sucedido, sino porque lo que ellos pensaron que estaba sucediendo no lo era o porque para que lo entendieran correcta- mente se tendría que volver a reproducirlo, situación que sabemos es im- pensable. A lo menos en la historia, pero no en la literatura. No se trata acá de proponer otras formas de hacer y pensar la historia. Tampoco de pensar en términos de la historia contrafactual. Sólo de consi- derar la conveniencia de no olvidar que la historia es básicamente experien- cia humana común y que allí la ficción también existe. Es una forma de no perder el verdadero sentido de la realidad.