Bert Hellinger nos habla sobre los PensamientosDivinos, sus raíces y sus efectos. 10 de junio de 2014 a la(s) 15:31 Conferencia en Dornbirn, 13 de marzo de 2005 Mi tema hoy es: Pensamientos divinos, sus raíces y sus efectos. Rilke me llevó a un particular pensamiento divino. En su Libro de las horas él pregunta: ¿Quién, entonces, la vive? ¿Tú o Dios? ¿Tú, Dios, vives la vida? La experiencia divina como experiencia de vida Si tomamos estos pensamientos con el corazón entonces experimentaremos a Dios en la vida, a través de nuestra vida, tal como ella es. En ese momento la experiencia de vida se convertirá en una experiencia divina. Tal vez, como corolario, sea incluso posible decir: la experiencia divina es lo mismo que la experiencia de vida. Solamente en nuestra experiencia de vida experimentamos realmente a Dios. Cuando nos entregamos a la vida, a todo lo que vive y sucede en nosotros, entonces percibimos que esa vida viene de algún otro lugar. Ella no viene de nosotros. Tampoco viene de nuestros padres, ella sólo viene a través de los padres. Cuando yo miro la vida como un todo y cuando miro al cosmos hasta donde están las galaxias más lejanas: ¿Dónde es para nosotros lo espiritual, lo creativo más perceptible y concentrado que en la vida? Aquí en la vida nosotros experimentamos, cuando nos abrimos, a Dios. Cuando yo lo tomo con seriedad en toda vida encuentro a Dios. Cuando encuentro a alguien, en mí, en mi vida, Dios lo encuentra a él. Cuando alguien me encuentra a mí, más allá de cómo suceda, por el simple hecho de estar vivo, en su vida me encuentra Dios. Pero no solamente en la vida humana, en toda vida me encuentra Dios. Pues en él vivimos nosotros, nos movemos y somos. Meditación: La experiencia de vida como plegaria ¿Qué sucede cuando concentrados recogemos esos pensamientos en nosotros? Tal vez en una meditación podamos abrirnos a esos efectos. Cierren vuestros ojos si lo desean. Cuando rastreamos dentro de nosotros, en todo lo que en nosotros está vivo, con recogimiento, respecto y humildad vemos a ese movimiento como un movimiento divino. Si nos entregamos hasta poder lograr una profunda sintonía con él, seremos captados por Dios. Entonces dejamos que todo fluya para que en todo sentido y a su modo Dios nos conduzca según su voluntad. Es así como de pronto estamos completamente concentrados y serenos. Esa concentración, ese ponerse bajo la responsabilidad de otra fuerza, es en realidad plegaria. Sin embargo, sin ruego. Es como una plegaria correspondida. De pronto nos encontramos en otra dimensión, en una extensa dimensión. En nuestra alma nos sentimos profundamente uno con todo y unidos. Lo que siempre resulta ser distinto de como queremos que sea, tal vez tan distinto que lo percibimos como opuesto o incluso contrario a nosotros: En esa imagen, en la cual en toda esa vida actúa la misma fuerza creativa, nosotros cambiamos. En ese instante podemos y debemos abandonar nuestros prejuicios. De repente experimentamos que no tenemos a Dios a nuestra disposición, que él nos pone a su servicio en todo lo que dispone sobre nosotros y en la dirección en que nos conduce y lleva. Al margen de lo que suceda con nosotros, sea una enfermedad o un infortunio: es en ese deseo de algo más grande, en ese querer estar al servicio de una meta más elevada que nosotros disponemos de nosotros mismo de un modo profundo. En nuestra alma percibimos exactamente que no nos perdemos. ¿Cómo puedo describir esa experiencia? ¿Debo decir “venerar” o “entregarse a Dios” o “ser devoto”? ¿Puede usarse en este caso? ¿No es la vida tal como ella es, en todos sus aspectos, un simplemente “estar con Dios”? Pero esto ya es suficiente. En realidad nosotros no sabemos si podemos llamar a ese profundo movimiento “Dios”. Sin embargo, cuando también lo divino como tal sigue siendo un misterio para nosotros, experimentamos simplemente por el hecho de vivir una fuerza creadora que está más allá. La vida Yo viví largo tiempo en Africa como misionero con los zulúes. Allí algo me llamó la atención. Cuando un zulú se encuentra con otro dice “sakubona”. Esto quiere decir: “yo te he visto”. El otro contesta con las mismas palabras: “sakubona”. “Yo también te he visto”. Ahora, sinosotros en una situación como esa proseguimos con la conversación por lo general preguntamos: ¿Cómo estás tú? Los zulúes en cambio preguntan algo completamente diferente. Ellos preguntan: ¿usaphila? “¿Estás todavía vivo?” Y el otro responde: “ngiyakhona”, “todavía estoy aquí”. ¡Cuánta veneración por la vida! ¿Qué experiencia divina cuando permanentemente se tiene a la vida frente a los ojos como algo valioso y así se la vive? A veces los zulúes permanecen sentados durante horas. Están simplemente sentados y miran a su alrededor, sin hacer absolutamente nada. Entonces vengo yo y le pregunto a uno: “¿no te aburres?” Y él me contesta: “¡todavía estoy vivo”! El está pleno de vida y –podemos decirlo así- pleno de Dios. Esto que dije hasta ahora sería el final de mi conferencia, hacia donde todo confluye. El inicio Yo voy ahora al inicio, al inicio de nuestros pensamientos divinos, nuevamente con una frase del Rainer Maria Rilke. En su Libro de las horas él dice: Vivo mi vida en círculos crecientes, que se dibujan sobre las cosas. Quizás no complete el último, pero lo quiero intentar. ¿Qué significa para Rilke “Vivir en círculos crecientes”? En la estrofa siguiente él agrega: Doy vueltas a la torre añeja de mi Dios, y doy vueltas por milenios; sin saber aún si viento soy, halcón, o acaso una enorme canción. Crecer significa para Rilke: Crecer en la cognición de Dios, crecer en la comprensión de Dios siempre en círculos crecientes y pensamientos más grandes. Niños y Dios Mirémoslo ahora en la práctica. Cuando éramos niños también nosotros tuvimos pensamientos divinos. Ellos surgieron dentro de la experiencia que como niños nos era posible y a la que teníamos acceso. Pues bien ¿cómo pensamos a Dios siendo niños? Con la experiencia que teníamos como niños nos lo imaginábamos como padre o madre. Un poco más grande que el padre físico o la madre física, pero en el sentimiento tan entregados a él como a nuestra madre y nuestro padre. Así como nosotros esperábamos algo de nuestro padre y nuestra madre, alimento, protección y ayuda en todo sentido, también de la misma manera lo esperábamos de Dios. Cuando le rezábamos a él estábamos pidiendo las mismas cosas que necesitábamos cuando éramos niños. Nosotros teníamos una profunda relación con Dios como padre o madre – y frente a él seguimos siendo niños. Muchos de nosotros todavía hoy en día lo somos. También yo con mucha frecuencia lo soy. En relación con Dios tenemos un sentimiento similar al que tenemos con el padre o la madre. Como niños vivimos como pueden vivir los niños. La experiencia de vida que hicimos siendo niños fue también una experiencia divina – pero una experiencia divina para niños. La madre y Dios Aquí surge ahora una dificultad. Yo tengo mucha relación con familias y con niños, niños mayores. Cuando los niños mayores hablan sobre sus padres hablan, por lo general, sobre la madre. Muchos están desilusionados de su madre y su padre. Les hacen reproches y se imaginan todo lo que sus padres deberían haber hecho de otra manera. En un momento yo me di cuenta: Aquellos que hablan de sus padres de esa manera y esperan algo de ellos, esperan lo que en realidad sólo puede dar Dios. Esto es: han colocado a la madre al costado de Dios y esperan de ella que sea como él. “¡Pobre madre!” Y tal vez –y lo digo con cierta frivolidad- “¡Pobre Dios!” ¿Qué hemos hecho con nuestra madre? ¿Qué hemos hecho con esos pensamientos y expectativas de Dios? Meditación: Gracias, querida madre, gracias, querido padre Tal vez nos sea posible limpiar interiormente nuestra imagen de Dios y limpiar nuestra imagen de la madre. Hago una breve meditación con ustedes. Si lo desean pueden volver a cerrar los ojos. Ocurre que yo también tenía ciertas expectativas con mi madre. A veces interiormente le hice reproches. A veces yo la lastimé y ella lo sintió. Entonces hace poco le escribí una carta en mi mente – ella ha fallecido hace ya mucho tiempo. En esa carta yo le pedía perdón. Ahora les cuento lo que escribí en esa carta. Tal vez interiormente ustedes puedan comprenderla. La carta decía más o menos lo siguiente. “Querida madre, Tú eres una mujer común y corriente como tantos millones de mujeres. Y así yo te amo, como una mujer corriente. Como una mujer corriente conociste a mi padre, también él una persona común y corriente. Ustedes se amaron y decidieron pasar toda una vida juntos. Y se casaron, también de un modo común y corriente, y se amaron profundamente como hombre y mujer. De ese profundo amor surgí yo. Yo soy un fruto de vuestro amor. Yo vivo porque ustedes se amaron, de un modo corriente. Ustedes esperaron por mí, nueve meses, con esperanza y también con la preocupación de que todo saliese bien, para ustedes y para mí. Sí, querida madre, entonces me pariste con dolor y con miedo, del mismo modo que otras madres parieron a sus hijos. Luego llegué yo. Ustedes me miraron. Ustedes se miraron entre sí y se sorprendieron: ¿es éste nuestro hijo? Y entonces me dijeron “Sí”. Sí, tú eres nuestro hijo y nosotros somos tus padres. Te aceptamos como nuestro hijo. Entonces me dieron un nombre con el cual me llaman. Y me dieron sus nombres y dijeron a los cuatro vientos: Este es nuestro hijo. El nos pertenece. Luego ustedes, durante muchos años, me alimentaron y protegieron y educaron. Constantemente ustedes pensaron en mí. Se preocuparon y se preguntaron lo que yo necesitaba. Y ustedes me dieron tanto. Otras personas dijeron, y también yo a veces lo dije, que ustedes se equivocaron, que ustedes no fueron totalmente perfectos y de que otra manera ustedes deberían haber sido. Pero así como ustedes fueron, fueron perfectos para mí. Solamente porque ustedes fueron como fueron es que yo soy lo que soy. Para mí todo fue perfecto. Gracias, querida madre, gracias, querido padre”. Ahora viene lo importante. “Yo te libero, querida madre, de todas mis expectativas y pretensiones que van mucho más allá de lo que se le puede pedir a una mujer común y corriente. Yo recibí lo suficiente, y eso alcanza. Gracias”. Ahora miramos por sobre nuestra madre y por sobre padre hacia Dios. Cualquiera sea el significado de Dios, seguirá siendo un misterio. No obstante, nosotros vemos a nuestros padres a su servicio. Es Dios quien vive la vida de mis padres, no son ellos. Así como yo vivo su vida, no la mía. La vida de mis padres y la mía vienen de muy lejos, de algún otro lugar. Así la tomo yo y de esa manera estoy unido profundamente tanto a mis padres como a Dios. Por ahora esto es suficiente para acercarnos al primer anillo de las experiencias y las imágenes y los pensamientos divinos. Yo destejí algunos pensamientos y los puse juntos: los padres y nuestras expectativas de ellos, lejos de Dios y en la vida cotidiana, y dejé a Dios con su distancia y su estatura. Por lo menos, así me lo imagino yo. El Dios justo Entonces crecimos. Algo más ha sucedido con nosotros. Aquello que hemos vivido se ha incorporado a las ideas que nosotros nos hicimos de Dios y que tal vez todavía ahora nos hacemos. Si alguien nos ha hecho algo exigimos justicia. Exigimos que esa persona sea castigada por lo que nos ha causado. Con frecuencia hubiésemos preferido hacer nosotros mismos algo en venganza y compensación. Pero lo tenemos a Dios. El tiene que hacerlo por nosotros. El tiene que castigar a los malos. Nosotros tenemos una idea de justicia según la cual todo lo malo debe ser castigado. Luego trasladamos esa idea a Dios. Nosotros queremos un Dios justo. ¿Qué significa aquí justo? El tiene que castigar a aquellos que nos hicieron algo. El debe ser nuestro vengador. Entonces nos imaginamos que Dios creó un cielo para los buenos, obviamente nosotros, y un infierno para los malos, es decir los otros. ¿No es esta una imagen horrenda? Más allá de la justicia Les cuento un pequeño suceso que me impactó profundamente. En octubre del año pasado estuve con indígenas en Canadá y tuve una conversación con un cacique de la tribu de los Algonquin, William Commanda, de más de 90 años. En la charla él me contó que su tribu no tiene ninguna palabra para justicia. ¿Pueden ustedes imaginárselo, no tienen palabra para justicia? Yo le pregunté: ¿Cuando alguien asesinó a otro, qué hacen ustedes con él? El me contestó: Nosotros nos pusimos a pensar ¿por qué lo hizo? O bien él necesita una reprimenda o necesita una sanación. Así lo trataron. Entonces –y ahí viene lo realmente increíble- la familia de la víctima adoptó al asesino. Esos indígenas también tienen una imagen de Dios, pero una completamente distinta de la nuestra. ¡Qué humana! Yo podría decir: ¡Qué divina! Justicia a través de la expiación Por mi trabajo constantemente estoy en contacto con personas que de distintas maneras buscan reparar algo. Algunos, por ejemplo, quieren justicia a través de la expiación. Ellos piensan que eso también es justicia. Ahora imagínense ustedes a alguien que por negligencia provoca un accidente de tránsito en el cual mueren otras personas. Esta persona se siente culpable y quiere expiar por ello. Tal vez para expiar él quiera quitarse la vida. Cuando alguien tiene estos pensamientos ¿a quién mira él? ¿Mira a las víctimas? De ninguna manera. El no es humano con ellas. El se mira a sí mismo pues piensa, si me suicido me sentiré mejor. Entonces habré hecho algo por la justicia. ¿No es esto terrible? Con frecuencia trasladamos a Dios la idea de que la justicia exige expiación. Esta es una extraña idea de Dios. ¿No es perverso imaginarse a Dios de esa manera? Sin embargo, religiones enteras se construyen sobre esta idea de justicia. El destino Hace poco ocurrió esa terrible catástrofe en el océano Pacífico donde murieron cientos de personas. Muchos dijeron: “¿cómo pudo Dios dejar que sucediera? Unos fueron salvados y otros no. El no fue bueno con aquellos que perecieron y si lo fue con los que se salvaron”. Aquí está actuando la idea de que Dios debe ser como un padre –para mí obviamente, especialmente para mí, como si yo tuviese una relación particular con él, como la que tiene un niño con sus padres, y él conmigo, como si yo fuese su hijo. Aquí nosotros estamos ignorando la estatura de Dios quien todo observa y frente a quien finalmente a nadie le puede ir mal. ¿Puede ser Dios injusto en esta situación? La vida que tenemos y la que permanentemente vivimos es la vida de Dios. En todo lo que hacemos nosotros vivimos nuestra vida. Esa vida utiliza los materiales y con ellos construye el cuerpo, le da un alma y al final lo abandona para que éste se deshaga. ¿Se deshace también la vida? ¿Puede deshacerse? ¿Puede desaparecer lo divino en nosotros? Cuando alguien muere ¿ha perdido algo? ¿Le va peor? ¿Ha sido él abandonado por Dios? ¿O será captado por Dios de un modo distinto y en otra dimensión? ¿Puede además en esa dimensión existir una diferenciación entre bueno y malo, entre mejor o peor, o entre buen destino y mal destino? ¿No está también el malo animado por Dios y no actúa a través de él el mismo Dios que a través mío? ¿Podemos nosotros encontrar esas diferenciaciones entre bueno y malo? ¿Para qué sirven en realidad esas diferenciaciones? ¿Están ellas permitidas? El otro amor Dondequiera que nosotros hagamos esas diferenciaciones le decimos sí a uno y no a otro. Decimos: esto puede vivir y lo otro no. En ese instante nos comportamos como si fuésemos Dios. Pero no el Dios, sino algún Dios verdaderamente malo. ¿Podemos atribuirle al Dios al que todo debe servir, sea lo que fuese, diferenciaciones de esta naturaleza? Jesús no conocía ese tipo de diferenciaciones. El lo resumió en una frase, una frase muy hermosa, simple y sencilla, pero con repercusiones de muy largo alcance. La frase dice: “Se misericordioso como mi padre en el cielo. El hace que el sol brille sobre buenos y malos de la misma manera, y él hace que la lluvia caiga sobre justos y pecadores, de la misma manera”. Si Dios vive nuestra vida, entonces él está dedicado a todo tal como es. Nada puede estar contra él, sin él, sin su voluntad, sin su accionar. Qué distinto será entonces nuestro amor. Lo que esto significa para nuestro amor lo resumí en un breve texto. El está en mi nuevo libro “La verdad en movimiento”. Se los voy a leer ahora. Se trata de un texto sencillo y breve. Todo Todo solamente puede ser todo si está unido a todo. Por eso todo está unido a todo. Por eso nada puede existir por separado, apartado del resto. Es individual porque al mismo tiempo está unido a todo, porque en él también está presente todo lo demás. Por esa razón también yo soy al mismo tiempo todo. Todo no puede existir sin mí y yo no puedo existir sin todo. ¿Qué significa esto para el modo y la manera en que vivo, el modo y la manera como siento, el modo y la manera como soy? Yo veo en cada persona a todas las personas y así en el otro también me veo a mí. Yo siento en mí a todas las personas, a cada uno como es. En cada persona me encuentro con todas las personas y en ellos también me encuentro a mí. ¿Cómo podría entonces rechazar algo en ellos sin que en ellos también me rechace a mí mismo? ¿Cómo puedo alegrarme de su existencia sin que en ellos también me alegre de la mía? Y yo agrego: ¿también de la existencia de Dios en mí? ¿Cómo puedo desearle algo bueno a otra persona sin que al mismo tiempo me le desee a mí y a todos los demás? ¿Cómo puedo amarme sin también amar a todas las otras personas? Quien en todo ve a todos, también se ve a sí mismo en ellos, en ellos se encuentra a sí mismo, en todos también se encuentra a sí mismo. Por lo tanto, quien a otros lastima también se lastima a sí mismo. Quien a otros daña, también se daña a sí mismo. Quien a otros incentiva también se incentiva a sí mismo. Quien oculta algo a los demás también se lo oculta a sí mismo, y quien a otros empequeñece también se empequeñece a sí mismo. Quien realmente ama a otros, ama a todos. El amor al prójimo es al mismo tiempo amor a todo, incluido el amor a sí mismo. El amor al prójimo es amor puro y amor pleno porque en todos tiene todo, sobre todo se tiene a sí mismo. Los pensamientos divinos son humanos, y lo humano, si lo tomamos en serio, es divino. Hombre y mujer Avanzo un poco más dando vueltas a la torre añeja y miro al hombre y la mujer. En el amor del hombre y la mujer, en su profunda fusión el amor alcanza su plenitud, su mayor concentración, su punto más alto y la totalidad de su fuerza. Esa consumación es divina. Cuando esa consumación es deseada como divina y actuada como tal se convierte en el encuentro humano de mayor profundidad. Es también el encuentro más espiritual, el encuentro religioso de mayor profundidad. Con todo lo que le pertenece, especialmente su pasión, este encuentro es divino. Pues esa pasión ha dejado de estar en nuestras manos y es justamente lo que muestra que ella viene de otro lado – a saber, de Dios. Este es para nosotros un bello pensamiento divino. Pero yo le agrego algo más. Muchas personas tienen con su pareja una expectativa como si se tratase de Dios, parecida a la que nosotros teníamos con nuestra madre cuando éramos niños. “¡Pobre pareja!” Y también aquí puedo decir: “¡Pobre Dios!”. ¿Qué deberíamos hacer para honrar a Dios y a nuestra pareja? Dejamos a nuestra pareja en la tierra y le permitimos ser común y corriente. Justamente porque él es común y corriente, con sus errores y su propio origen y su propio destino es quien está más cerca de Dios y de nosotros. En ese momento el amor entre el hombre y la mujer tiene otra oportunidad. Ese amor será sereno e indulgente. En esa indulgente tranquilidad ambos se alegran mutuamente. ¿De qué se alegra uno? En el otro también nos alegramos de Dios, de forma común y corriente encarnado en otra persona. Este es también un bello pensamiento divino. Como ustedes ven, estos pensamientos divinos tienen una buena influencia. Ellos no afectan a Dios, de ninguna manera lo ofenden. Pero sí son buenos para nosotros. Okay, esta fue mi conferencia. Yo tendría mucho más para decir. Pero creo que ahora se hace necesaria una pausa. Después podrán hacer preguntas, yo tomaré algunos de esos temas y los desarrollaré para que esta velada sea para todos nosotros redonda y plena.
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