Arteaga, Almudena de - La Vida Privada Del Emperador

March 23, 2018 | Author: babydoisneau | Category: Ottoman Empire, Spain, European Union


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Almudena de ArteagaLa vida privada del emperador ALMUDENA DE ARTEGA DEL ALCÁZAR LA VIDA PRIVADA DEL EMPERADOR PRÓLOGO EN EL TABLERO DE AJEDREZ DE EUROPA Cuando Carlos I, el futuro emperador Carlos V de Alemania, desembarcó en España procedente de su Flandes natal, era un muchacho de tan sólo diecisiete años. La muerte de su abuelo, el re Fernando el Católico, de su padre, Felipe el !ermoso, la locura de su madre, la reina "uana, hab#an depositado sobre sus hombros la responsabilidad de reinar sobre unos territorios $ue desconoc#a cu a lengua le resultaba harto e%traña. Ven#a, como no pod#a esperarse otra cosa, rodeado de conse&eros e%tran&eros $ue hab#an sido sus mentores preceptores hasta entonces. 'ersona&es como Adriano de (trecht $ue luego fue 'apa adoptando el nombre de Adriano VI) *uillermo de Cro , señor de Chi+vres, dem,s nobles borgoñones. -odos fueron mu mal recibidos por los reci.n arenados s/bditos del &oven re 0desde la noble1a hasta la burgues#a0, $uienes ve#an en ellos unos invasores con la /nica intención de acaparar cargos privilegios en detrimento de la noble1a local del respeto a las instituciones castellanas aragonesas. Con Carlos I llegó tambi.n a España una hermana ma or $ue .l2 Leonor. 'recisamente es su vo1 la narradora de esta novela, en la $ue Almudena de Arteaga hace su o el recurso literario del manuscrito encontrado. 3e supone $ue lo $ue vamos leer a continuación es la traducción castellana de una biograf#a del emperador Carlos 4concretamente, de sus primeros años de su reinado5, escrita en franc.s por su hermana Leonor de Austria. (na t.cnica acertada para reincidir en un tratamiento $ue Almudena de Arteaga a hab#a empleado en su anterior novela, La princesa de Éboli2 la historia contada desde dentro a trav.s de la visión de una mu&er de Austria. 6 singular fue, sin duda, la vida de Leonor de Austria. 7acida criada en Flandes, como su hermano, llega a España como integrante de su s.$uito. 8os años m,s tarde comien1an sus peripecias como pie1a del complicado a&edre1 din,stico de la Europa de la .poca, cumpliendo un destino com/n al de tantas mu&eres nobles de la !istoria2 casarse en 1 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador virtud de los intereses familiares de las alian1as pol#ticas. En 9:9;, su hermano la casa con el re don <anuel de 'ortugal, $ue por a$uel entonces pr,cticamente un vie&o para los est,ndares de la .poca 4ten#a := años, >; m,s $ue su nueva esposa5. -an es as# $ue en la corte portuguesa Leonor encontrar, una amiga en la persona de su hi&astra Isabel, sólo cinco años menor $ue ella, $ue era a su ve1 prima su a, fruto del matrimonio de don <anuel con su segunda mu&er, <ar#a, otra de las hi&as de los ?e es Católicos. Leonor enviudar, dos años m,s tarde. 6, cinco años despu.s, la prima@hi&astra@amiga acaba convirti.ndose en su cuñada cuando en 9:>A Carlos I te&e otro la1o de parentesco con la monar$u#a portuguesa, cas,ndose con Isabel de 'ortugal, $ue ser, su /nica 0hecho curioso para la .poca0 amada esposa. Isabel de 'ortugal es, en efecto, la hermosa emperatri1 $ue pintó -i1iano, a$uella cu a temprana muerte, acaecida en 9:B;, provocó la conversión del entonces noble mundano Francisco de Cor&a. -ras enviudar de don <anuel I, Leonor es obligada por su hermano a regresar a Castilla. En ese via&e de vuelta abandona una parte de s# misma2 su hi&a <ar#a, a $uien de&ó en 'ortugal por$ue deb#a ser educada en su tierra como lo $ue era 4una infanta portuguesa5 a $uien no volvió a ver. (na ve1 m,s la ra1ón de Estado los intereses din,sticos se impon#an sobre la voluntad los intereses particulares. 'ero una mu&er noble, viuda todav#a &oven sigue siendo una interesante pie1a para el entramado din,stico pol#tico. 8e ah# $ue se concierte un nuevo matrimonio, esta ve1 con el eterno enemigo de su hermano, el re Francisco I de Francia. Las relaciones entre Carlos V Francisco I son un enrevesado combate, una guerra casi ininterrumpida desde $ue ambos optaran, en 9:9;, al t#tulo de Emperador. En ese enfrentamiento de d.cadas se administran a partes iguales la trapacer#a los espor,dicos rasgos de caballerosidad2 pactos promesas incumplidas por una otra parte alternan con atisbos de generosidad muestras de cortes#a entre enemigos irreconciliables. (no de los recesos en ese prolongado guerrear lo marca el tratado de Cambra , o 'a1 de las 8amas, firmado en 9:>;) en .l Leonor de Austria ad$uiere un avante protagonismo al ser moneda de cambio, puesto $ue la primera de las cl,usulas de ese tratado de pa1 es la consumación de su matrimonio con el re franc.s, $ue se hab#a concertado a en 9:>A. As# llegar, Leonor a ser reina de Francia, haciendo veros#mil la ficción de un manuscrito autobiogr,fico en franc.s $ue se presenta en esta novela. 'ese a ese matrimonio, la guerra entre los dos monarcas continuar,, con intermitencias, no resulta dif#cil imaginarse una Leonor de Austria dividida entre la fidelidad a su esposo a su pa#s de adopción la fidelidad a su hermano. En todo caso, fallecido Francisco I en 9:DE, Leonor se reunir, de nuevo con su hermano Carlos en el retiro de .ste en 6uste. 2 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador La vida privada del emperador se inicia con el recuerdo del nacimiento de Carlos, evocado por Leonor con unos tintes nada ideali1ados. All# se me1clan el dolor, la suciedad la situación degradante de un parto antihigi.nico con el arrebato de celos de la madre parturienta, "uana, ante los devaneos amorosos de Felipe el !ermoso, m,s preocupado por las fiestas cortesanas la con$uista de damas hermosas $ue por su mu&er el hi&o $ue va a nacer. Esos celos acabar,n llevando a "uana a la locura, pero de momento los inocentes F&os de la niña Leonor sólo ven la cruda escena del nacimiento de un hermanito por el $ue siente de inmediato una ternura casi maternal. A lo largo de la novela, la mirada la vo1 de esa hermana 0$ue pasa de tener un gran predicamento sobre Carlos a verse obligada a someterse a su voluntad como monarca &efe de la familia0 van desgranando para el lector algunos de los m,s importantes acontecimientos de la vida del emperador2 su llegada a España, rodeado de cortesanos e%tran&eros el recelo con el $ue es recibido por los naturales) el pat.tico encuentro con una madre ena&enada, tratada todav#a como reina pero apartada del gobierno evadida de la realidad) su peregrina&e de ciudad en ciudad, en largos e incómodos via&es, para &urar ante las Cortes los fueros de los distintos reinos) las tensiones entre la noble1a española la borgoñona $ue acompaña al nuevo monarca) o las gestiones para ser coronado como Emperador. -odo esto en un pla1o de dos años, entre 9:9E 9:9;, conviene recordar $ue $uien tiene $ue enfrentarse a ese c/mulo de tensiones e intrigas es un &oven muchacho, alguien a $uien en la actualidad ser#a considerado como un adolescente. En 9:9; Carlos emprende su via&e a Alemania para ser coronado Emperador. Casi inmediatamente, en Castilla estalla una de las crisis pol#ticas m,s graves de su reinado2 la revuelta de las Comunidades, un levantamiento armado de la burgues#a la pe$ueña aristocracia en defensa de sus intereses pol#ticos económicos, $ue arraigó se apo ó en el campesinado pretendió ampararse en la figura de la todav#a reina, "uana la Loca. 3on los fieles al nuevo re los $ue sofocan la revuelta, $ue finali1a en la batalla de Villalar, evocada con f/nebres im,genes en la novela. 'or$ue, en efecto, la revuelta de las Comunidades de Castilla se ahogó en sangre, con la e&ecución de 'adilla, Cravo <aldonado, sus m,%imos promotores. 'aralelamente, en la Corona de Aragón estalla un movimiento similar $ue recibió el nombre de *uerra de las *erman#as. <ientras tanto, el a Emperador Carlos V emprende en 9:>9 un largo via&e de vuelta a España, pasando por Flandes e Inglaterra, donde hace alg/n intento de concertar su matrimonio con <ar#a -udor. 7o llegar, a las costas de 3antander hasta 9:>>, a partir de ese momento iniciar, una estancia de siete años en España. En esos años se centra precisamente buena parte de la narración2 las guerras con Francisco I, la 3 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador boda con Isabel de 'ortugal, el nacimiento de sus cuatro hi&os singularmente del primog.nito, $ue ser#a el futuro Felipe II, desfilan r,pidamente ante los o&os del lector, a veces sólo apuntados en un esbo1o r,pido o en una alusión. 3in olvidar la mención de un acontecimiento 0mu sucintamente evocado en la narración0, $ue constitu ó el ma or esc,ndalo del reinado de Carlos V2 el llamado saco 4enti.ndase Gsa$ueoH5 de ?oma. El hecho se encuadra, una ve1 m,s, en las luchas entre Carlos V Francisco 9 de Francia por los intereses de sus dos reinos en Italia. 7,poles formaba parte de la corona de Aragón, mientras $ue <il,n estaba ba&o dominio franc.s) desde esas cabe1as de puente, el emperador por un lado los franceses por otro procuraban ampliar sus ,reas de influencia. Francisco I hab#a estado preso en <adrid 4en la famosa torre de los Lu&anes, $ue todav#a se conserva frente al A untamiento de la Villa5 hab#a obtenido su libertad tras la firma del -ratado de <adrid, por el $ue, entre otras cosas, se compromet#a a no conspirar contra los intereses del Emperador en Italia. 7ada m,s volver a Francia, Francisco I rompe con lo pactado constitu e &unto al papa Clemente VII, el re ingl.s varios nobles italianos 4los señores de <il,n, Florencia Venecia5, la Liga de Cognac, con el fin de conspirar contra los intereses españoles en Italia. El Emperador concentra tropas en los alrededores de ?oma, pero no tiene con $u. pagarlas. En 9:>E las tropas imperiales, descontentas, asaltan por su cuenta la Ciudad 3anta de la Cristiandad, masacrando violando a su paso, profanando las iglesias sa$ueando sus tesoros. El 'apa se ve obligado a refugiarse en el castillo de 3antIAngelo para salvar la vida. (n acontecimiento as# no pod#a sino constituir un esc,ndalo en la Europa de la .poca. Carlos V se presentaba a s# sino como el defensor de la Cristiandad frente a la amena1a del mundo musulm,n, concretada en el pu&ante imperio otomano $ue dominaba la actual -ur$u#a, *recia, las s griegas, los Calcanes 'alestina hasta Egipto $ue hac#a continuas incursiones hacia los reinos cristianos por tierra por mar 4el imperio otomano se e%tend#a hasta las mismas puertas de Venecia los turcos llegaron a sitiar Viena en varias ocasiones5. Jue las tropas del defensor de la Cristiandad se dedicase a sa$uear ?oma, profanando iglesias matando sacerdotes, violando mon&as poniendo en peligro la vida del mism#simo representante de Cristo en la tierra, no pod#a sino causar una aut.ntica conmoción. El emperador tuvo $ue acudir a apagar el incendio del esc,ndalo, a apaciguar los ,nimos a reparar en lo posible el desaguisado. 3u imagen de pr#ncipe cristiano estaba en &uego situaba en riesgo de e%comunión papal, con las consecuencias pol#ticas $ue ello pod#a conllevar, a $ue los s/bditos no ten#an obligación de someterse a un monarca e%comulgado. La literatura española nos ha legado una curiosa entra de un escrito propagand#stico del siglo KVI, en el $ue se narra lo sucedido como un castigo divino por la corrupción de la curia 4 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador papal en donde se &ustifica la postura imperial como la de un nuevo mes#as capa1 de emprender una renovación de la Iglesia2 el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma 4o de Lactancio y un arcediano, por los dos persona&es ficticios $ue dialogan5, escrito por Alfonso de Vald.s, un secretario de cartas latinas del propio Carlos V $ue, como el mismo Emperador, estaba empapado de las doctrinas del humanismo cristiano de Erasmo de ?otterdam. 'ero La vida privada de emperador no pretende ser un tratado de !istoria, sino una narración de ficción. 8e ah# $ue a algunos de estos acontecimientos históricos se les preste una atención secundaria, apenas convertidos en una pincelada $ue puede pasar desapercibida para el lector poco ave1ado en el trasfondo de los hechos pol#ticos sociales $ue sacudieron esa .poca. Almudena de Arteaga se ha centrado en la visión sub&etiva de los hechos, por esa ra1ón en la mirada de la ficticia Leonor de Austria ha m,s atención en los aspectos humanos $ue en los pol#ticos. Como la relación de complicidad fraterna entre Carlos Leonor, incluso a pesar de las separaciones $ue les imponen la necesidad o los intereses) la amistad entrañable con Isabel de 'ortugal, m,s amiga $ue hi&astra) la trama de intrigas cortesanas, incluida la estratagema ideada por Leonor para $ue su hermano se case con Isabel de 'ortugal 4un detalle del $ue se desconoce si responde e%actamente a la verdad histórica, pero $ue resulta veros#mil como peripecia de la narración5) los desgarros ocasionados por las responsabilidades históricas en los seres humanos $ue las padecen) las aventuras amorosas de Carlos previas a su matrimonio, fruto de lo cual tuvo varios hi&os naturales, de los $ue sobrevivir, una hi&a, <argarita de 'arma 4otro hi&o natural del Emperador, habido tras su viude1, ha de&ado con fuer1a su impronta huella en la !istoria2 don "uan de Austria5) o los aspectos m,s cotidianos de la vida cortesana) las fiestas, las ceremonias, o la magn#fica recepción 0entre lo histórico lo imaginado0 en el palacio de los 8u$ues del Infantado, parientes, por cierto, la propia autora del libro, Almudena de Arteaga. -ampoco pod#a faltar una historia amorosa, de amor imposible frustrado por las circunstancias, de la propia Leonor. (n amor seguramente ficticio, pero $ue dibu&a un perfil m,s humano del persona&e. Frente a sus dos matrimonios con re es mucho ma ores $ue ella, en la obra Leonor enamorada de Enri$ue de 7asau, un noble de los 'a#ses Ca&os $ue casó con Claudia de Frange. Ftra pie1a fundamental en la !istoria europea, por$ue la familia Frange@7asau, fiel a Carlos V, se distinguió años despu.s por su oposición a la pol#tica de Felipe II de sus ramas descienden los re es de los 'a#ses Ca&os. La narración se interrumpe en un encuentro entre el Emperador, a viudo de Isabel de 'ortugal, Leonor, casada con Francisco I. A partir de ah# sólo resta un campo abierto para la imaginación del lector para la continuación de la !istoria. 6 en la arboleda nocturna apenas clareada 5 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador por la luna, nuestra protagonista entrev. a un adivino centenario $ue $ui1, sea el s#mbolo de la propia marcha de esa !istoria, $ue 1arandea los destinos de los hombres... probablemente mucho m,s los destinos de las mu&eres. 'aloma 8#a1@<as A mi hermano Íñigo y a José Ramón ernánde! de "esa# dos hombres capaces de impedir la !o!obra de cual$uier nave o persona% NOTA DEL EDITOR <ientras investigaba en el archivo de los <endo1a para escribir La princesa de Éboli , Almudena de Arteaga encontró un gran n/mero de folios, escritos en franc.s, dentro del lega&o correspondiente a <enc#a de <endo1a, antepasada cu a contempor,nea del emperador Carlos V Intu endo su valor, los separó con miras a un futuro libro sobre este Austria cu a reali1ación hab#amos convenido con anterioridad. Cu,l no ser#a su asombro cuando, a manos a esta obra, descubrió $ue esos papeles eran nada menos $ue una biograf#a sobre el emperador escrita por su hermana, Leonor e Austria, mu&er de Francisco I de Francia. 8espu.s de una lectura atenta, en vistas a su edición, Arteaga reveló $ue, al menos respecto de un hecho, Leonor se ale&a notablemente de la versión histórica. En su escrito, el rol &ugado por su marido durante su estancia en asa de los Infantado, en *uadala&ara, lo atribu e Leonor de Austria a su hermano, el emperador. 8e&emos a los psicólogos la e%plicación de este LtransfertM. Almudena de Arteaga, como historiadora, cumple con el deber de señalarlo, o con el tr,mite de editarlo. Attilio Locatelli CAPÍTULO UNO Abr# la puerta a$uella escena me impresionó. En medio de la estancia se encontraba mi madre, rodeada de m.dicos damas $ue daban 6 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador vueltas m,s vueltas. !ac#a fr#o) sin embargo las gotas de sudor surcaban su frente. Llevaba el sa o ba&o. Con las piernas abiertas, se hallaba sentada sobre una silla $ue apenas ten#a base para apo ar sus nalgas. 8os m.dicos miraban su entrepierna, rodeados de trapos empapados de sangre, heces otros l#$uidos. El hedor era penetrante. En un instante todo cesó. <i señora madre se rela&ó $uedó resoplando sobre a$uel trono de tortura. ?espiraba con tanta fuer1a abatimiento $ue todos $uedaron a la espera. Entreabrió sus negros o&os. 3u chillido nos ensordeció. 3e tensó e impulsó hacia atr,s, sobre el respaldo fino largo, haciendo fuer1a como si $uisiera partirlo. (na mu&er $ue su&etaba la silla por detr,s para $ue no se volcara le indicó $ue empu&ara, un segundo despu.s vi como si una pelota emergiera de sus partes. El m.dico su&etó a$uella cabe1a tras ella salió por fin el resto de mi hermano. <i madre lo miró, vio $ue era varón pidió $ue se lo entregaran. <e acer$u. a ella. <i a a $uiso ale&arme pero mi madre, con una agotada mirada, me atra&o hacia s#. Fbserv. a Carlos. 8esde luego era un milagro, Ncómo un vientre gordo pod#a transformarse en un reci.n nacidoO Estaba a/n ensangrentado pega&oso. 3us o&os abultados cerrados me parecieron deformes. Le to$u. una me&illa a$uel diminuto ser movió su fr,gil cabe1a. A pesar de $ue a no ser#a o la m,s importante de la familia, le $uise desde el mismo momento en $ue le vi. Jui1, un d#a Carlos fuera mu importante. 'ero no se pod#a decir $ue hab#a sido mu afortunado con sus padres. <i madre, con sus languideces huidas al mundo del silencio. <i padre, provocando las postraciones de mi madre. 8e los defectos de car,cter de mis padres hab#a tenido prueba una hora antes, cuando, escondida detr,s de un cortina&e, buscaba a mi madre con la mirada. Al final la hab#a encontrado al fondo del gran salón del trono. Estaba sentada, pues su vientre, a punto de parir, se hallaba a tan abultado $ue no le permit#a moverse con la agilidad $ue a$uellas dan1as re$uer#an. 7o apartaba la vista de mi padre, $ue bailaba con una bella &oven, voluptuosa poco recatada. A$uella mu&er no se limitaba simplemente a dan1ar, sino, $ue aprovechaba cual$uier cruce obligado en el baile para acerc,rsele en demas#a, tratando de $ue sus e%uberantes pechos ro1aran el torso de su 7 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador pare&a. 8e pronto la melod#a hab#a cesado, para dar paso a otra m,s movida. En ese momento mi padre llamó a uno de sus sirvientes le di&o algo al o#do. El f,mulo se dirigió a mi <adre, distra endo su atención por un segundo. Instante $ue aprovechó mi progenitor para coger de la mano a la dama dirigirse corriendo &usto hacia donde o me encontraba. 3e detuvo a mi lado pero no me descubrió. Jued. perple&a cuando me percat. de $ue soltaba la mano de su acompañante para tomarla de la cintura, luego de besarla, ordenarle $ue le siguiera. !an pasado muchos años desde $ue presenci. a$uella escena pero la recuerdo como si de a er se tratase. Entonces no entend#a del todo la aflicción $ue cada ve1 m,s a menudo embargaba a mi madre. Con el tiempo habr#a de sentir en mis entrañas el hacha1o de la infidelidad sobre mi orgullo entonces me sent# unida a ella no como hi&a sino como mu&er. A$uel peda1o de bella carne con desmesurados atributos femeninos, tan falta de cerebro hab#a de andar como sobrada de .stos. 'ara nada le importaba $ue mi madre en fecha de parir estuviese. -riste vi cómo los amantes se ale&aban. 'or temor a ser descubierta, a pesar de $ue estuve tentada, no les segu#. 'refer# continuar en mi escondite, observando. <i madre al1ó la vista levant,ndose , de inmediato, sus o&os negros ligeramente rasgados comen1aron a buscar de nuevo a mi padre con desesperación. 3u mand#bula se apretó &unto a sus puños. Algo iba a decir, cuando de su boca escapa un grito incontrolado acompañado de una mueca de dolo El silencio se hi1o en torno a ella. -odos la penetraron con la mirada. 3in duda la desaparición de mi padre, $ue tan discreta hab#a resultado, estaba en la mente de todos los presentes) no deb#a de ser la primera ve1 $ue ocurr#a. En cual$uier caso, recuerdo con claridad $ue madre, demudada, se $uedó mirando a los presentes. Luego inclinó, se su&etó el abultado vientre se sentó de nuevo abatida. El dolor de su rostro no era provocado por los celos, sino por a$uella criatura $ue estaba a punto de llegar al mundo. 3us damas se precipitaron sobre ella, llev,ndosela contra su voluntad, mientras llamaba a su marido desesperadamente. En cuanto salió de la sala, la m/sica sonó de nuevo todos los $ue all# $uedaban siguieron impasibles como si nada hubiese ocurrido. A$uellos $ue sólo un momento antes hab#a considerado persona&es de una novela de caballer#a, me parecieron de pronto fr#volos banales. 8 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador La estancia parec#a otra) sin darme cuenta todos los restos del parto hab#an desaparecido. Las sirvientas hab#an fregado el suelo limpiado flu&os sustancias $ue de mi madre hab#an salido. En el pasillo aguardaban muchos cortesanos el murmullo de sus voces llegaba al interior del aposento. Aseada limpia, engalanada con una camisa de noche cua&ada de bordados, el cabello a recogido sobre la nuca, madre preguntó2 0NJui.n aguardaO 0-odos menos $uien supon.is 0respondió una de sus damas0. Figuraos si ha gentes e%trañas atisbando $ue hasta un astrólogo $uiere veros. 0'or favor, decid $ue lo hagan pasar. A los dem,s $ue los despidan. <u mal estar#a $ue viesen al niño antes de $ue los de su sangre lo recono1can. Adem,s, no esto de humor portar cuchicheos. 0Es el m,s ducho en sus artes $ue ha en *ante sin duda os esclarecer, lo $ue le depara el futuro 0di&o la dama, traicionando $ue hab#a sido ella $uien lo mandó llamar. Cuando a$uel hombre entró, madre le indicó $ue no perdiera el tiempo en protocolos comen1ara con el horóscopo del reci.n nacido. 03u Alte1a, no he tenido mucho tiempo para deducir conforme a las estrellas el futuro $ue aguarda a vuestro hi&o. La vo1 resonó en la habitación ante el silencio $ue se hi1o para escucharle. 03in embargo, os puedo asegurar $ue ho , veinticuatro de febrero, los astros est,n mu bien situados. Como todo 'iscis, vuestro hi&o ser, t#mido e introvertido. El temor a la e$uivocación es posible $ue le haga dubitativo e influenciable, pero lo superar,, es seguro $ue se convertir, en un gran luchador. 8efender, sus principios e intereses con la &usticia debida ser, recompensado, pues llegar, a reinar sobre los dominios m,s grandes $ue ning/n otro re ha a pose#do &am,s. 'ero, aun$ue siempre $uerr, ser m,s amado $ue temido, deber, hacer mucho uso de las armas. 6 sufrir, por ello. 8e pronto, las campanas comen1aron a repicar, anunciando el nacimiento. La puerta se abrió e hi1o su entrada m# t#a <argarita. <ientras el astrólogo daba unos pasos atr,s para cederle protagonismo, la hermana de mi padre se acercó a nosotros miró al reci.n nacido con ternura, como si nadie la observase. 0Espero $ue os sint,is orgullosa) es hermoso sin duda hi&o de Felipe 0di&o a su cuñada. <i madre se incorporó. A$uella mirada rastreadora $ue destacaba en su fa1 la noche anterior, despertó de nuevo. <argarita se dio cuenta sin decir nada salió de la estancia. 'oco despu.s volvió a entrar con mi padre, $ue iba a medio vestir 9 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador con los cabellos revueltos. 'adre se acercó al lecho con delicade1a me apartó para $ue le de&ara mi sitio. Con cariño miró a mi señora madre, le dio las gracias por haberle dado un hi&o varón. Ella, $ue hasta hac#a poco estaba serena, cambió totalmente la e%presión, mostr,ndole su desprecio abstra .ndose de todo. <argarita agarró a su hermano del bra1o se lo llevó de la estancia. <ientras desde fuera llegaban los m,s desagradables insultos empec. a acariciar la mano de mi madre, $ue en sólo unos instantes hab#a regresado con nosotros. Aun$ue la alegr#a de sus o&os hab#a desaparecido, empañ,ndose, las l,grimas no llegaron a surgir de ellos. La abstracción en la $ue se sumió entonces $ui1, fue fingida, pero era el preludio de las $ue en un futuro tendr#amos ocasión de ver sentir en nuestros cora1ones. Cuando me $uise dar cuenta los tres nos hab#amos $uedado solos. Los sirvientes las damas se hab#an retirado de la habitación sin hacerse notar. Carlos empe1ó a llorar. 'ero mi madre segu#a tan abstra#da $ue ni se dio cuenta de $ue su hi&o ten#a hambre, cuando le di&e unas palabras no me escuchó. Carlos chillaba ahora como un animalillo indefenso. <e acer$u. a la cuna lo cog# en bra1os. 3u llanto disminu ó. Le to$u. con suavidad los labios eso pareció gustarle. 3in pensarlo, le met# un dedo en la boca. <i hermano empe1ó a apretarlo con sus enc#as, ahora totalmente calmado. CAPÍTULO DOS <uchas veces, durante la infancia los primeros años de adolescencia de mi hermano, pens. $ue era como si las palabras del astrólogo hubieran contado sólo la mitad en lo $ue hac#a a su car,cter. 'or$ue Carlos era de temperamento suave condescendiente... siempre cuando los dem,s hicieran lo $ue .l deseaba. En cuanto a su idealismo, era cierto $ue apenas prendió a leer comen1ó a soñar con torneos de caballeros rescate de damas, como m,s tarde, a emperador, ansió de verdad proteger a toda la Europa cristiana. 'ero hab#a momentos en $ue su sentido pr,ctico de las cosas era tan acusado, $ue hasta t#a <argarita, el persona&e m,s racional metódico de nuestra familia, se $uedaba sorprendida. 3e pod#a decir $ue era una me1cla de opuestos. <elancólico como un germano, por momentos era vital bromista 10 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador como un aut.ntico flamenco. 3in embargo, sus me&ores amigos eran capaces de perdonarle casi todo. 6o misma sucumb#a, con frecuencia, a ese estilo seductor $ue utili1aba para conseguir algo cuando le interesaba. 6 no hablemos de mis hermanas m,s pe$ueñas, Isabel <ar#a, $ue lo adoraban. Los constantes via&es de nuestros padres a España sus correspondientes ausencias hab#an hecho $ue los Austrias $ue viv#amos en Flandes form,semos una piña con .l. La desaparición de un primo meridional, heredero de los reinos del sur, hab#a puesto a mi madre primera en la l#nea de sucesión. Lo cual, a la ve1 $ue hac#a de Carlos el potencial re de a$uellos calurosos dominios, procuraba a mis padres, $ue velaban por su porvenir, continuos largos via&es. 7aturalmente, e%ist#a un inconveniente 4ning/n camino al trono est, libre de ellos5. El problema para $ue el regio destino de Carlos se cumpliera, radicaba en la e%istencia de un hermano nuestro nacido en España $ue parec#a ser el favorito de nuestros abuelos españoles. 3obre todo del abuelo Fernando, el astuto e inteligente monarca de $uien llevaba el nombre. 'ero tambi.n los grandes señores de a$uellas tierras ve#an con buen o&o al pe$ueño Fernando para el trono. Criado en España, era considerado por su gente como uno de los su os, aun$ue por sangre fuera tan Austria como nosotros Lo peor era $ue, a Carlos, llegar a ser re parec#a traerle sin cuidado. Las /nicas $ue tom,bamos el asunto m,s en serio .ramos t#a <argarita o. <uchas veces hab#amos abordado el argumento, buscando su implicación, con nuestras me&ores artes. 'ero nada. Carlos segu#a encerrado en sus partidas de ca1a en los bos$ues cercanos al nuevo castillo de <alines, $ue t#a <argarita hab#a hecho construir para facilitar su educación) en torneos &ustas cuando no en la salvación de legendarias princesas. !asta $ue al cumplir diecisiete años aconteció algo $ue hi1o $ue el destino anunciado por el astrólogo se manifestara. 6 como en los libros $ue a .l tanto le gustaban, ocurrió debido al comportamiento, no menos caprichoso $ue el de las estrellas, de una mu&er. -res golpes secos apresurados sonaron en mi puerta, $ue se abrió de golpe. Carlos me agarró tiró de m# para $ue lo acompañara. 08aos prisa, $uiero $ue descubr,is admir.is antes $ue nadie la sorpresa $ue a todos he preparado. 11 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Estaba realmente e%citado. 7unca se hab#a preocupado por la puntualidad pero esta ve1 no $uer#a retrasarse ni un solo segundo. <e llevó corriendo por el pasillo. Al llegar frente a un gran repostero frenó en seco para mirar tras .l. El bulto de su figura tras el tapi1 se mov#a con rapide1 en busca de algo. 07o ser.is capa1 de mostrarme pestilentes restos. 0NCómo pod.is ni si$uiera suponer $ue ando buscando estas cosasO 0 di&o, asomando la cabe1a con e%presión burlona0. Fs aseguro $ue mi sorpresa no se aseme&a en nada a lo $ue est,is pensando. 0*uiadme, pues. <e besó en la frente me tapó los o&os. Cuando pude ver de nuevo nos encontr,bamos en medio de Pun inmenso anfiteatro romanoQ Era magn#fico2 suelos, capiteles columnas parec#an tan reales como los de piedra aut.ntica. 8eb# de $uedar bo$uiabierta por$ue Carlos me 1arandeó. 0Leonor, decidme, N$u. os pareceO *ir. sobre m# misma observ,ndolo todo me detuve ante una de las monumentales estatuas $ue nos rodeaban. Ante mi silencio, no pudo resistir. 03. $ue vos t#a <argarita me reproch,is $ue no haga caso a mis maestros de historia, $ue en materia de libros, prefiera La chanson de Roland a la gram,tica latina... o española. 'ero m,s os sorprender, ver la representación $ue a$u# tendr, lugar cuando lleguen mis invitados. M<i h.roe preferido luchar, contra piratas moriscos. Los gigantes los demonios atribuir,n poderes m,gicos a nuestro Caballero lo a udar,n a con$uistar muchos estados le&anos a ganar victorias. P7uestros amigos $uedar,n, encantadosQ 6 as# fue. El espect,culo a todos asombró gustó. <enos a Claudia de Frange, claro, a $uien, si mal no recuerdo, molestó Lla falta de recato del persona&e $ue representaba a VenusM. Claudia era una le&ana prima nuestra, ni demasiado importante como para hacer un buen matrimonio, ni demasiado rica como para solucionar su futuro por v#a del inter.s. 'ero mu guapa. -res elementos $ue la volv#an Lfr,gilM $ue hicieron mella sobre la sensibilidad de Carlos, el cual parec#a sentir una especial debilidad por a$uellas personas puestas en posición Lin&ustaM por la vida, sobre todo cuando la belle1a no faltaba. 'ara m#, en cambio, hab#a algo en ella $ue nunca acababa de convencer. Jui1, la forma en $ue siempre $uer#a estar cerca de los hombres. Como si nosotras, las mu&eres, apest,ramos. As# $ue apenas acabada su cr#tica, le di&e2 03i en lugar de mirar tanto a los italianos escucharas lo $ue cuentan, 12 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador te habr#as enterado de $ue en Florencia en ?oma se permiten estas otras m,s atrevidas sinuosidades, bas,ndose en el estudio del cuerpo. <,s les importan las l#neas de los miembros $ue los pliegues de los te&idos. 0Es verdad 0di&o Carlos, dirigiendo a Claudia una sonrisa $ue me pareció toda una provocación. Inclin,ndose hacia ella ba&ando el tono de vo1, pero no lo suficiente, agregó2 0'or$ue de la piel nadie se puede librar en cambio mu f,cil es desprenderse de m,scaras ropa&es. -odos rieron, menos Enri$ue de 7assau, el chambel,n de mi hermano. Es probable $ue se debiera a $ue era mucho ma or $ue nosotros. Claudia hi1o una reverencia a Carlos dando media vuelta hi1o el gesto de marcharse. -odos la insultaron. (nos en franc.s, otros en castellano, 3for1a lo hi1o en italiano, e incluso o lo hice en lat#n. -ras una mueca de disgusto, Carlos di&o en flamenco2 0Vamos, amigos, s. $ue todos provenimos de distintos lugares, pero en este mi d#a preferir#a $ue olvidarais vuestras ra#ces. 7o pude contenerme repli$u.2 0Cien sab.is $ue las mofas connotan m,s, dependiendo de la lengua en $ue se pronuncien. 3i os preocuparais en aprenderlas todas, en ve1 de en imaginar coronas sobre vuestras sienes victorias en vuestras soñadas batallas, no tendr#ais estos problemas. PJui.n sabe si alg/n d#a necesitar.is del lat#n para hablar con el 3umo 'ont#ficeQ Carlos me miró eno&ado. 3ab#a $ue hab#a herido su orgullo, pero no me importó. Jue corte&ara tan abiertamente a la est/pida Claudia me ten#a sin cuidado. Lo $ue importaba era $ue sus tutores en lenguas, tambi.n los de historia otras materias, se pasaban m,s tiempo busc,ndole $ue enseñ,ndole. Cierto es $ue los maestros españoles $ue el abuelo Fernando hab#a enviado eran unos hombres tremendamente, anticuados, adem,s de cr#ticos sobre la escasa capacidad de mi hermano para ser un buen gobernante. -anto, $ue si no se les hubiese frenado a tiempo habr#an encontrado cómplices en nuestra corte. Abstra#da en estas consideraciones no me di cuenta de $ue las velas $ue iluminaban la estancia se hab#an apagado, hasta $ue un tambor comen1ó a sonar una de las inmensas, esculturas $ue nos rodeaban empe1ó a inclinarse hacia nosotros. En un segundo, un l#$uido espeso pega&oso de color marrón empe1ó a esparcirse en forma de lluvia por toda la sala. Las primeras afectadas fueron Claudia sus compinches. 3us hermosos vestidos de telas de vivos colores se convirtieron en feos oscuros ropa&es, sus cuidados cabellos rubios ennegrecieron como los de las turcas. 'ero o apenas pude sonre#r por$ue enseguida algo comen1ó a cru&ir, 13 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador una lluvia de plumas m,s plumas en forma de inmensa nube empe1ó a caer de la estatua deba&o de la cual nos hab#amos refugiado. Cuando sal# de ese c/mulo de sensaciones $ue de improviso hab#an hecho mella en m#, me encontraba fuertemente aferrada a Enri$ue de 7assau. 8e pronto, la puerta se abrió. -#a <argarita, acompañada de un hombre alto delgado, entró en el salón. 3u e%presión nos de&ó helados. 3in si$uiera pronunciar palabra consiguió el silencio $ue ansiaba. Enri$ue me ale&ó de s# sólo nuestras manos $uedaron unidas, sin advertirlo. -#a <argarita avan1ó lentamente, dirigi.ndose hacia donde estaba Carlos. Al pasar &unto a m# alargó su bra1o de un fuerte mandoble separó mi mano de la de Enri$ue. 03obrino, os di&e $ue podr#ais preparar solo a voluntad estos feste&os, confiando en vuestra madure1. 3in embargo, mirad lo $ue hab.is hecho. 6a no s. si os merec.is mi regalo. 3for1a se adelantó. 03eñora, os lo ruego, no culp.is a 8on Carlos. El /nico responsable de tan gran desbara&uste lo hallar.is en mi persona. 3ólo he $uerido sorprender a mi amigo con el /ltimo halla1go de un pintor florentino, me&or dicho, de VineP, un inventor osado $ue embelesa a toda la corte del du$ue de <il,n, mi augusto t#o. -#a <argarita aceptó las disculpas del italiano con una sonrisa. Luego, acerc,ndose a m#, susurró2 07o os confi.is, pues con vos no he terminado. 3eguida del hombre con el $ue hab#a entrado, se dirigió hacia la puerta. Carlos, completamente cubierto de plumas, le di&o2 0NEs $ue os vais a retirar as#, sin darme el regaloO -#a <argarita dirigió una severa mirada hacia todos nosotros. 8udó un instante. Luego, hi1o un gesto a su acompañante. En un principio pens. $ue se deb#a de tratar de un peregrino, pues portaba un b,culo para apo arse. 8espu.s de saludar con una ceremonial reverencia a mi t#a, el hombre di&o2 03eñora, os agrade1co me teng,is en tan alto aprecio en mis humildes predicciones. A$uel e%traño me resultaba vagamente conocido, pero no lograba saber de $u.. 3e dirigió a Carlos. 0Vuestra t#a me ordenó $ue estudiara la posición de los astros en el mismo minuto en $ue nacisteis , si fuese posible, lo $ue .stos dicen de vuestra vida presente futura. N-engo vuestro permiso para decir tanto lo bueno como lo maloO 14 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Carlos pareció dudarlo un instante. Luego, con vo1 poco segura, di&o2 0Lo ten.is. El astrólogo comen1ó. 0!e podido leer en las estrellas $ue a vuestro natural os gusta asesorarse antes de tomar una determinación escuchar a vuestros conse&eros, aun$ue siempre os guard,is mu mucho de tomar solo la /ltima decisión. 7o os preocupa la responsabilidad) es m,s, luchar.is por lo $ue cre.is vuestro durante toda la vida con valor gran esp#ritu. El orgullo os llevar, a situaciones l#mite, pero vencer.is en todos vuestros propósitos. M3ois hombre de palabra, como tal, si alguien os defrauda o miente no dudar.is en darle escarmiento merecido por mu desmedido $ue pare1ca o por mu notable $ue sea vuestro opositor. Fs digo esto por$ue vuestros sueños de guerra se har,n realidad llegar.is a enfrentaron con personas de tan alta calidad como nadie osó hacerlo antes $ue vos. MLa &usticia os acompañar,, pero cuando gobern.is os sentir.is atado por dos fuertes cuerdas $ue tirar,n de vos de un lado del otro, como si cada uno de sus e%tremos os $uisiera /nicamente para s#. Los murmullos invadieron la sala) a este punto, o a hab#a reconocido al astrólogo. Era el mismo $ue hab#a sido conducido a palacio cuando el nacimiento de Carlos. !asta donde o pod#a recordar, en l#neas generales, cada cosa augurada por .l se hab#a cumplido. El hombre aguardaba callado. Carlos se manten#a de pie en postura altanera. 3e pavoneaba ante todos de su destino. La curiosidad venció mis buenas maneras no pude contener mi lengua2 0Aclaradme, señor, vuestras palabras. !ab.is dicho hace un momento $ue mi hermano se sentir, tirado por dos grandes fuer1as, aparentemente contradictorias. N'odr#a tratarse de los la1os de la sangre los del deberO Fernando era tambi.n mi hermano. 'ero Carlos no sólo era mi preferido, tambi.n era el ma or de los varones. A veces tem#a $ue su aparente debilidad le &ugase una mala pasada. El astrólogo, $ue tambi.n deb#a de saber algo de pol#tica, comprendió el $uid de la cuestión. -anto, $ue con menos osad#a $ue antes respondió2 0Los astros indican rasgos difuminados de lo $ue puede ser una vida. Es una ciencia bastante e%acta, pero mu a mi pesar no hablan de lo $ue vos ped#s. 3iento no poder agradaron en eso. Algo s# he visto mu claro. (n hombre de apariencia insignificante le har, sudar sangre en defensa de nuestra religión, lo m,s curioso es $ue no es moro ni turco. Carlos, pegando un puñeta1o en la mesa, gritó2 0PLe aplastar. con mi e&.rcitoQ 15 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0N6 respecto al amorO 0preguntó Claudia. 'ero apenas dichas estas palabras, sufrió un vah#do. A la hora de la cena toda la corte comentaba $ue la LrecatadaM Frange estaba embara1ada. CAPÍTULO TRES ?ecostada en mi lecho, intentaba hacer acto de contrición. Lo hac#a todos los d#as antes de dormirme, pues me a udaba a me&or conciliar el sueño. 'ero a$uella noche me costaba dormirme. 'or una parte me preocupaba la actitud de t#a <argarita respecto de Enri$ue. 3u prometida represalia no hab#a llegado. 'ero no por falta de voluntad. El supuesto embara1o de Claudia de Frange parec#a haberlo trastrocado todo. El resto de la noche hab#a transcurrido en un crescendo de rumores, malentendidos discusiones. La m,s importante, la de mi t#a Chi+vres, el preceptor de Carlos, al $ue ella reprochó ser demasiado condescendiente con mi hermano. 0PA vos place permitirle salir de cacer#a en lugar de obligarle a ocuparse de sus estudiosQ 0recuerdo $ue le gritó, en una de las pocas ocasiones en $ue vi a mi t#a perder completamente los estribos. En ausencia de nuestros padres, t#a <argarita hab#a procurado educarnos lo me&or posible. 6 hasta hab#a sido dura perseverante en sus castigos, por$ue la falta de inter.s de Carlos la enervaba. 'ero esta ve1 su enfado estaba m,s $ue &ustificado. 0Ragione di stato 0hab#a sido el sibilino comentario de 3for1a a la situación. 7o estaba claro $ue el escandali1ado español $ue hab#a e%tendido el rumor, asegurando adem,s $ue nuestra abuela Isabel Ldorm#a rodeada de cinco damas para dar muestras de su virtudM, lo hubiera entendido. 'ero pod#amos &ugarnos los reinos del sur $ue la propaganda contra Carlos, a favor de Fernando, habr#a hecho correr en España el rumor de $ue mi hermano se educaba en Luna especie de CabiloniaM La puerta se abrió repentinamente t#a <argarita apareció esta ve1 con e%presión apacible. -ras ella ven#a Carlos. Ambos se sentaron a los pies de mi lecho. Jued. sorprendida. A$uella inesperada visita nocturna era de lo m,s inusual. 3in lugar a dudas algo hab#an de decirme, si no se pod#a esperar es $ue era realmente importante. 16 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador -#a <argarita habló primero. 0Leonor, sab.is $ue os he tratado siempre como a los hi&os $ue no consegu# tener. Inconscientemente os adopt., pues tan faltos de afecto os vi desde vuestra infancia $ue no lo pude eludir. MCuando a España partieron vuestros padres, me $uedó m,s libertad para dirigiros a mi anto&o buen arbitrio, si alguna ve1 me hab.is odiado por mi dure1a os puedo asegurar $ue m,s me aflig#a a m# propinaron castigos $ue a vuestras mercedes recibirlos) pero eran necesarios para vuestra correcta instrucción. 3u calmado delicado hablar denotaba la sinceridad m,s absoluta. 7o hac#a ninguna falta $ue me lo di&era, todos la am,bamos filialmente. La noticia de la muerte de nuestro padre apenas nos hab#a afectado. En cuanto a mi <adre, sab#amos $ue viv#a con su /ltima hi&a, tenida en España, de ello nos enter,bamos por medio de despachos diplom,ticos. 'ero si un d#a t#a <argarita desaparec#a, la echar#amos tremendamente en falta. <ir. a Carlos) parec#a sumamente abatido. Cabi1ba&o, &ugaba con los flecos de mi colcha, ausente de la conversación. NF simulaba no $uerer escucharO 3ospech.. Esa actitud en .l indicaba normalmente un problema ineludible $ue en nada le agradaba. 0Acabo de recibir un mensa&ero de España... 0di&o al fin t#a <argarita 0. Vuestro abuelo Fernando ha muerto sin descendencia de su segunda mu&er. (na buena parte de Aragón Castilla implora a gritos la presencia de un sucesor cabal para complementar su gobierno &unto a vuestra madre, $ue, como bien sab.is, lleva años encerrada aislada de este mundo. 0P7o es ciertoQ 0gritó Carlos0. -odos los $ue all# moran desean m,s a nuestro hermano Fernando $ue a m#. Es verdad $ue nuestros emba&adores consiguieron $ue el abuelo Fernando modificara su testamento en mi favor. 'ero a m#, N$ui.n me preguntóO 8ec#dselo vos, Leonor. 'regonad, tanto a Chi+vres como a los dem,s, cu,l es mi parecer al respecto, pues o me enfrento a un muro infran$ueable. Comprend# $ue t#a <argarita me hab#a tra#do en bande&a a mi hermano menor para $ue le hiciese ver con claridad cu,l era su función obligación. 7o s. a/n por $u. $uiso descargar ese peso sobre mi espalda, pero lo acept.. Cog# a Carlos de los hombros con toda la ternura $ue fui capa1 de e%presar, le habl.. 07o os ofus$u.is, bien sab.is $ue es lo debido. Ahora sois re de verdad, sólo os falta $ue os &uren. -odos se rendir,n ante vos, tendr.is grandes e&.rcitos a vuestras órdenes a los m,s inteligentes caballeros. 17 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Los &uegos divertimientos ser,n menores, es cierto, pero no incompatibles con vuestras obligaciones. 6 cuando madur.is, sabr.is cómo gobernar con &usticia e intuición. 07o mint,is vos tambi.n 0respondió Carlos0. !abl,is como una de esas novelas de caballer#a $ue nunca os han gustado. 'ens. $ue me $uer#ais. 'ero me do cuenta de $ue sólo el vie&o Chi+vres me entiende. 6 diciendo esto salió corriendo de mi estancia. A/n le $uedaba mucho por aprender a dominar esos cambios de humor tan acentuados. 8el todo tran$uila, t#a <argarita me miró. 03ab#a $ue no lo conseguir#amos por las buenas, pues es mu to1udo. 'ero as# ha de hacerse. 8eber, marchar. <as, como sab.is, no me f#o de Chi+vres, en cuanto a Cisneros, el regente actual, seguro $ue har, $ue los primeros pasos de mi sobrino sean torcidos. 'or ello he decidido $ue lo acompañ.is. 0PEnri$ueQ 0e%clam.. -#a <argarita frunció el ceño. 0<e sorprend.is, Leonor. El conde es hombre digno pero no de vuestra talla, en absoluto. 'ermaneció un segundo en silencio poni.ndose en pie me lan1ó a$uella flecha envenenada ardiente. 0Adem,s, se desposar, con Claudia de Frange la semana $ue viene. Cuando $ued. sola me promet# $ue nunca m,s soñar#a con imposibles. <e someter#a a Carlos con la misma fuer1a $ue una mon&a de clausura se entrega a las reglas de su congregación a su matrimonio con 8ios. 7o me apegar#a nunca m,s a nadie procurar#a cerrar mi alma abrir mi cerebro, pues la prudencia no suelta las bridas de los sentimientos est, menos desvalida ante el dolor. 'or supuesto, de la promesa de una mu&er mu &oven se trataba, pero aun$ue en el futuro me desvi. muchas veces de ella, en l#neas generales, la cumpl#. Fbligada a los preparativos de nuestra marcha al sur, en los d#as siguientes la desilusión se hab#a ido adormeciendo, hasta $ue, Nal a1arO, un miembro de la corte se encargó de echar sal en la herida. 3eg/n su comentario, la orden de $ue Enri$ue se casara con Claudia de Frange hab#a sido dada por mi hermano. CAPÍTULO CUATRO Las aguas estaban $uietas. !ab#amos salido de Flandes hac#a die1 d#as. 7o faltaba mucho para llegar. NJu. nos esperabaO Estaba cansada a pesar de $ue la mar estaba reposada, me sent#a ligeramente mareada. 18 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Apo ada en la regala mi mirada se perd#a en la oscuridad. 'or un momento mi mente hab#a vuelto de nuevo a Enri$ue. Al principio, su precipitado matrimonio con Claudia de Frange me hab#a dolido menos $ue el creerlo producto de una vengan1a de Carlos por tener $ue marchar a España. -ras escuchar cómo mi hermano argumentaba una serie de ra1ones sustancialmente parecidas a las de t#a <argarita, es decir $ue los miembros de casas reales en especial los Austrias deb#amos unirnos siempre a gente de la m,s alta condición, Carlos logró convencerme de $ue la decisión hab#a sido tomada una hora antes de conocer la muerte de nuestro abuelo Fernando, $ue le obligaba a marchar a España. En cuanto a su LdecisiónM de partir rumbo al sur no hab#a sido nada f,cil convencerlo. Como conde de Flandes hab#a llevado hasta ahora una vida alegre nada sosegada. Los dominios en el norte, por donde hab#a via&ado, le parec#an fabulosos. Los pobladores de a$uellas tierras hablaban su idioma se asimilaban a sus costumbres. 'ero España era algo diferente. A &u1gar por su e%periencia con los preceptores de a$uel pa#s, los castellanos le parec#an seres de otro mundo. Varias veces se hab#a preguntado si la corona de los reinos sureños compensar#a de todos los problemas $ue all# le esperaban. Las rencillas de mi madre en su propia patria no le eran desconocidas. Antes de partir de Flandes, &untos hab#amos recordado su /ltima despedida del mismo puerto en el $ue en ese momento nos encontr,bamos. <adre, e%ultante de felicidad, convencida de $ue por fin nuestro padre ser#a re , aun$ue consorte, pues la abuela Isabel hab#a muerto poco antes. A ella nunca le hab#an interesado los negocios de estado no le habr#a importado ced.rselos a su marido, si los castellanos la hubiesen de&ado. En realidad, lo /nico $ue $uiso, al partir a España, era ale&arlo de las fr#volas flamencas. "u1gando a las españolas no tan atractivas, esperaba $ue la actitud de mi padre respecto a las f.minas de all# no persistiera. -em#a tambi.n $ue el comportamiento de su marido lo pusiera en evidencia ante nuestro abuelo Fernando, $ue lo consideraba peligrosamente insustancial. -odo ello hab#a ocurrido puntualmente. 'ero antes de $ue mi padre decidiera $ue las castellanas eran Lfeas secas de pechoM, hab#a malgastado tanto oro de las cortes para sus devaneos $ue sus maridos comen1aron a odiarle. Fbservando la aparente mansedumbre del mar me di&e $ue Carlos no pod#a repetir los mismos errores. El comportamiento de mi imberbe hermano respecto de las españolas 19 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador no me preocupaba) sólo a una mente calenturienta como la de a$uel cortesano castellano se le habr#a ocurrido relacionarlo con la gravide1 de Claudia de Frange. 'ero sus maneras, a veces un tanto despreciativas, como las de nuestro padre, eran susceptibles de ena&enarle las simpat#as de sus nuevos s/bditos. (nos pasos sonaron a mi espalda. El entablillado de la cubierta ba&o mis pies se levantó ligeramente, en ese momento sent# cómo me pon#an sobre los hombros una capa. 0Est,is loca, hermana 0di&o Carlos0, el relente os har, caer enferma no $uerr.is $ue los españoles os cono1can convaleciente pertrecha. Juiero $ue las hermosas damas $ue encontraremos a nuestra llegada $ueden prendadas de vos. 'ues sin duda, alguna española elegir.is como acompañante. Apo ó su mentón sobre mi hombro se $uedó mirando al oscuro mar. A pesar de la gentile1a de su gesto sus palabras me parecieron un tanto peregrinas. 0Cómo pod.is pensar en hermosas damas, cuando lo $ue se os avecina toca todo tipo de negocios menos los de amores. Carlos sonrió, 1alamero. 0N7i si$uiera los filialesO <e hi1o cos$uillas en la espalda. 0N?ecuerdas esa ve1 $ue nos llamaron para $ue fu.ramos a ver a nuestra madreO 3eg/n tu a a era seguro $ue la sacar#amos del trance. Llevaba d#as sin dormir sin comer, postrada en su estancia con la mirada perdida, la pobre. PCómo no iba a recordarloQ Apenas entramos, los dos intentamos captar su atención cuando Carlos se dirigió a ella o le $uit. la palabra. El guanta1o $ue me propinó motivó $ue comen1,ramos a pelearnos. A los sirvientes no les hab#a $uedado m,s remedio $ue arrastrarnos fuera de la estancia. 0N3ab.is, hermanaO 0continuó0. 7unca podr. olvidar el comportamiento de nuestra madre. Antes de cerrarse la puerta pude verla. 3egu#a en la misma posición en la $ue estaba cuando entramos, ni si$uiera su mirada se hab#a desviado lo m,s m#nimo. 'arec#a uno de esos autómatas $ue gustan al garrulo de 3for1a. 08eber#ais hablar de ella con m,s respeto. 3i via&amos en estos momentos hacia Castilla es precisamente por$ue no $ueriendo o no pudiendo ella reinar, el poder ha reca#do en vos. Lo cual me recuerda $ue es momento de hablar de vuestra actitud ante nuestro hermano Fernando. Carlos, $ue hasta entonces hab#a estado escuch,ndome rela&ado, se irguió me su&etó con fuer1a los hombros. 07o me habl.is de Fernando ahora. 6a os he dicho $ue intentar. llevarme bien con .l, pero ello no implica $ue tenga $ue ignorar lo evidente, esto es, $ue intenta usurparme el trono por$ue nuestro abuelo 20 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador le prefer#a a m# en la sucesión. 0P'ero Carlos, eso a pasóQ Adriano de Lovaina consiguió convencerle de $ue modificara su testamento pusiera de regente a Cisneros. 7o mir.is atr,s, pensad en el futuro. 0El vie&o cardenal es otro al $ue me tendr. $ue enfrentar seguramente 0continuó Carlos haciendo caso omiso de mis palabras0. A pesar de $ue se me ha a dicho $ue es hombre de bien, de buenos deseos sin parientes, me hace desconfiar. La vehemente respuesta de mi hermano me hi1o dar cuenta de $ue pensaba en su nuevo reinado mucho m,s de lo $ue aparentaba. -iempo despu.s llegu. a saber $ue, el d#a de nuestra partida, 3for1a le hab#a regalado un libro sobre el arte de gobernar, escrito por un diplom,tico florentino dedicado en principio, paradó&icamente, a nuestro abuelo Fernando. 8espu.s el tal <a$uiavelo, autor de la obra, cambiar#a de opinión se lo ofrecer#a a C.sar Corgia. 0-endr.is $ue demostrar $ue os esfor1,is por seguir las costumbres del pa#s. ?especto a Cisneros, tomad de sus conse&os lo $ue estim.is necesario 0le di&e despu.s de haber considerado una eventual oposición. Esperaba impaciente su comentario cuando de pronto se empe1aron a escuchar ruidos desesperados. Corrimos hacia estribor. A media milla de distancia pod#amos ver una inmensa antorcha flotando en el mar. Era la nao $ue portaba nuestros animales parte de la servidumbre. Los m,stiles las velas ard#an como si de teas se tratasen. Los ladridos relinchos de las bestias se un#an a los gritos de socorro de los sirvientes. Carlos ordenó $ue arriaran un bote. 3e dispon#a a ba&ar para dirigir el salvamento, cuando Chi+vres le cogió del bra1o. 0NJu. hac.is, señorO 0N7o lo veisO Intento salvar a mis leales servidores. 0'odr#a tratarse de una trampa. La costa española no est, le&ana. 0<,s a mi favor0di&o Carlos, force&eando para desprenderse de los bra1os de los hombres a los $ue Chi+vres hab#a ordenado $ue le detuvieran0. 3i se encuentran en ese trance por mi culpa, es mi deber hacer algo para tratar de socorrerlos. 07o os obce$u.is, mi señor 0continuó Chi+vres0. Aun$ue tuvierais .%ito pensad $ue sólo disponemos de una barca. Cuando se lucha por mantener la vida, el hombre se convierte en animal olvida $ui.n es el señor $ui.n el vasallo. 'or mu pocos $ue sean los sobrevivientes, se echar,n sobre vos , m,s $ue agradecimiento, os dar,n una segura desagradable muerte. Carlos se deshi1o de un tirón de a$uellos bra1os se retiró mu eno&ado a su camarote, mientras o, perple&a e inmóvil, ve#a cómo a$uella hoguera flotante se apagaba hund#a sin remedio, rodeado de 21 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador gritos relinchos de angustia $ue se e%tinguieron tan pronto como el fuego. 7avegamos sin problemas hasta avistar a$uel pe$ueña puerto de Asturias. El verdor de los montes $ue lo rodeaban era parecido al $ue de&amos atr,s sólo eso me bastó para enaltecer el ,nimo. 'ero conforme nos acerc,bamos a la costa, los difuminados tra1os de a$uel diminuto pueblo se iban perfilando. PJu. insignificante, austero pobre era compar,ndolo con el fastuoso puerto en el $ue embarcamosQ Los ba&os arrecifes se hac#an m,s numerosos seg/n acort,bamos la distancia. El calado de nuestro barco era mucho ma or $ue el de a$uellas pe$ueñas chalupas de pescadores $ue, como c,scaras de nue1, estaban atracadas en el puerto. Como a anhelaba sentir la firme1a de la tierra ba&o mis pies, intent. locali1ar las barcas $ue nos recoger#an con un catale&o. 'ero al mirar hacia la costa $ued. perple&a. PA$uel diminuto puerto el pueblo $ue lo rodeaba estaban completamente desiertosQ Carlos, engalanado para la recepción, me $uitó el catale&o miró hacia la costa. 0PCómo osanQ 0gritó0. El re llega a sus dominios nadie le aguarda. PEsto es obra de CisnerosQ El sonido de la gruesa cadena del ancla cesó. El capit,n, a seguro de su maniobra, se dirigió hacia Carlos. 0NJu. os sucede, mi señorO !emos arribado por fin sin m,s desgracias. !ace sólo un instante os mostrabais alegre repentinamente hab.is demudado. Carlos detestaba tartamudear, lo $ue sólo le ocurr#a cuando se pon#a mu nervioso, por lo $ue se limitó a pasar el catale&o al capit,n señalando hacia el puerto. A$uel marino estuvo durante unos largos segundos estudiando el paisa&e. Al separar a$uella lente del o&o, esbo1ó una leve sonrisa. 0Flvid. dec#roslo, la mala mar nos obligó a desembarcar en un puerto en el $ue no nos aguardaban. 'ero no os eno&.is. -odos estar,n a$u# en media hora. Apuntó a las montañas tendió el catale&o a mi hermano. 0Lo veis ahora, señor. -odos corren desaforados a esconderse. 3i os fi&,is bien, las chimeneas del pueblo est,n encendidas. Esas humildes casas de pescadores albergaban a sus habitantes hace tan sólo una hora. MFs tienen miedo, han o#do hablar de Carbarro&a sus piratas. 6 una flota tan grande, seguramente la primera $ue han visto en toda su vida, no puede venir a otra cosa $ue a sa$uearlos matarlos. Carlos o lo escuch,bamos pasmados. 22 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0N-e has fi&adoO 0me di&o mi hermano0. El color de sus pieles es claro no como el de esos esclavos $ue tan de moda se han puesto en todas las cortes. Rbamos camino de Valladolid cuando nos anunciaron la inminente llegada de unos grandes señores. As# $ue decidimos detenernos en un pueblecito, a la espera de ser aprovisionados de nueva caballer#a servidumbre. A ello se unió un leve resfriado de Carlos. La verdad es $ue siempre pens. $ue era fingido, por$ue un mensa&e hab#a llegado esa misma mañana con un apremiante billete del cardenal Cisneros, tanto Carlos como Chi+vres estaban fuera de s#. 0Ese vie&o achacoso parece $uererse agarrar al poder para siempre 0 se descargó entonces mi hermano0. P6 eso $ue, seg/n dicen, est, moribundoQ Aun as#, Carlos no hab#a manifestado el m,s m#nimo inter.s en saber el contenido e%acto del mensa&e. 8espu.s de mirar el sello, se lo entregó a Chi+vres sin si$uiera abrirlo. 03eguro $ue me manda a decir cómo debo gobernar el reino. 'ero esto cansado de $ue gentes $ue apenas cono1co intenten dirigirme la vida, desde cerca o a distancia. 'rimero padre, luego el abuelo <a%imiliano, despu.s el abuelo Fernando. Chi+vres se sent#a tan seguro de la influencia $ue e&erc#a sobre mi hermano $ue se permitió despo&arse de su reciente eno&o con una sonrisa complaciente. 06 ahora un cardenal $ue, en el me&or de los casos, oler, a alcanfor. A propósito, hermana, Nte has dado cuenta de $u. mal huele esta genteO Aun$ue no se caracteri1ara precisamente por desprender un delicado aroma, Chi+vres dedicó otra sonrisa a su señor. Estuve a punto de responder, pero un servidor irrumpió en el lugar donde nos encontr,bamos con otro correo. Carlos, $ue estaba a mi lado, me miró di&o2 0Leonor, os &uro $ue si ese billete procede de donde pienso tomar. duras represalias. !ac#a sólo unos instantes casi bromeaba, pero ahora enfureció en sólo un momento. 0-ran$uili1aos, $ui1, sea sólo la notificación de la muerte de Cisneros 0di&o Chi+vres. Carlos ordenó al mensa&ero $ue se acercara cogió el billete. Esta ve1 lo abrió, sólo $ue nada m,s comen1ar a leer, lo tiró sobre la mesa furioso. 0P8ecid al obispo de Cada&o1 $ue vengaQ -uve miedo. Era verdad $ue Cisneros se estaba e%cediendo. 'ero recurrir al declarado enemigo del cardenal no era prudente. 23 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0Carlos, recuerda $ue ha $ue ser mu sutil a la hora de imponer cual$uier tipo de castigo, sobre todo si se dirige a $uien ha estado e&erciendo la regencia hasta ahora 0me permit# decirle, en un intento de calmar mi ansiedad. 0Juerida hermana, ser.is mu diestra en lat#n, pero m,s os valdr#a haber le#do ese libro $ue 3for1a me regaló. 3u autor dice $ue ha momentos en $ue es necesario cortar el mal de ra#1. <i hermano miró a Chi+vres con complicidad le pidió $ue lo acompañara. Cuando regresó, no me pude contener. SNJu. has hechoO N8ónde est, el obispoO Carlos dudó unos instantes. 0Est, redactando una carta para Cisneros. 7o tem,is 7o he ordenado ning/n mal. 7i si$uiera lo mando al e%ilio. 3implemente le agrade1co sus servicios le autori1o para retirarse a su diócesis. 3obra decir $ue estas palabras no me tran$uili1aron en absoluto. Es m,s, el tono de condescendencia me in$uiet. m,s a/n, pero sab#a perfectamente hasta dónde pod#a llegan con mis indagaciones. Carlos nunca fue mu paciente con los $ue intentaban sonsacarle. <e dedicó una sonrisa. S<e&or ser#a $ue os preparaseis para lo $ue vamos a encontrar en -ordesillas. N7o os corroe la impaciencia por encontrar a nuestra madre, despu.s de die1 años sin verlaO Las /ltimas noticias $ue hemos recibido de ella no son mu alentadoras. N7o ten.is ganas de conocer a CatalinaO P'obre hermanaQ !a vivido recluida desde $ue nació. 3in duda ella ha sido mucho m,s desdichada $ue cual$uiera de nosotros en esta tierra inhóspita. CAPÍTULO CINCO En cual$uier fortale1a de Castilla, a mediod#a, los ruidos de caballeri1os, cocinas, niños &ugando dem,s servidumbre suelen proporcionar vida a la casa fuerte, pero, cuando entramos en a$uel patio, el silencio lo asolaba de tal modo $ue el sonido de los cascos de 7uestros caballos se di&era el de campanas $ue tocaran a muerte. 8esmontamos. (na dama $ue ni se presentó nos condu&o escaleras arriba, abrió una puerta nos de&ó solos ante una mu&er completamente vestida de negro cu a toca de viuda hacia resaltar a/n m,s a$uellos o&os rasgados oscuros. Carlos se acercó a ella, se inclinó respetuosamente le besó la diestra cerrada. <adre se mantuvo un largo rato en silencio. 24 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0PJu. cambiados est,isQ 0di&o abriendo la mano0. N!ab.is ido a ver a vuestro padreO 3i os he reconocido es por esta moneda. N3ab.isO, a acuñan los escudos con nuestras caras enfrentadas. La verdad es $ue no s. por $u. no ponen tambi.n a nuestro lado a Fernando. En su impasibilidad, Carlos no pudo evitar un respingo. 3upongo $ue sus pensamientos eran los m#os. NLa enfermedad de mi madre habr#a sido aprovechada por nuestro hermano para hacerle firmar alg/n papel $ue no conoc#amosO 'or$ue no pod#a referirse a nuestro abuelo Fernando. NF acaso estaba tan recluida en s# misma $ue no sab#a $ue su padre hab#a muerto de lesión cardiaca , despu.s de ser amorta&ado con el h,bito de dominico, hab#a sido enterrado en *ranada, &unto a la abuela IsabelO Carlos metió la mano en el bolsillo. 3ospech. $ue iba a sacar la carta en la $ue Cisneros le daba cuentas del fallecimiento del abuelo. 03in duda lo har.is bien, como lo hi1o vuestro padre 0di&o madre, haciendo innecesaria la prueba0. Eso s#, tened cuidado con traer a m,s gente $ue la de vuestra casa estado por$ue los de a$u# son susceptibles. 7o comet,is el error de vuestro padre. A propósito, id a verlo) seguro $ue se encuentra mu solo en 3anta Clara. MTl me $uiso mucho m,s $ue a otra cual$uiera bien lo demostraba cuando encubr#a mis faltas. 'or eso o lo situ. en la me&or sala del palacio del Cordón, en una cama rica, vestido con ropa de brocado forrado de armiños, tocado con una gorra con &o as una cru1 de piedras sobre su pecho. Espero $ue as# siga, pues fue como lo de&., cuando lo ve,is os ruego $ue me confi.is si as# sigue engalanado. 3in duda la cabe1a de mi madre no andaba bien. NCómo pod#a suponer $ue despu.s de tantos años #bamos a abrir el f.retro para verleO Acerc,ndome a ella, me puse de rodillas, apo . mi mano sobre su rega1o le di&e2 0<adre, olvidaos de a$uello, es algo $ue a pasó no pod.is estar pensando en la muerte constantemente. Carlos reinar, sobre España, con vuestro permiso, dado $ue sois la reina, as# os $uieren todos vuestros s/bditos. Vida mirada al frente es lo $ue debe ocupar vuestros pensamientos. <e miró enfadada. En un instante a$uella e%presión distante sumida en el recuerdo se hab#a tornado enfurecida. Juitando mi mano de su falda con desprecio gritó2 0PCómo os,is hablarme as#Q Vos, $ue arruinasteis mi vida. Aun$ue la corte en Lila fuera libertina fr#vola, el amor de tu padre crec#a d#a a d#a. !asta $ue $ued. encinta de vos. <i esbelta figura se transformó en un saco vuestro padre comen1ó a disiparse. MEl d#a antes de $ue nacieras tuve $ue pegar, señalar la cara cortar el pelo a una mu&er $ue guardaba entre sus pechos un billete en el $ue 25 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador .l le solicitaba sus favores. P-anto miedo le produ&o ser sorprendida $ue se lo comió no pude leerlo, pero igualmente recibió su merecidoQ <adre cada ve1 iba enfureciendo m,s su blanca te1 se enro&ec#a por segundos. 7o pod#a creer lo $ue suced#a menos entenderlo. NA $u. ven#a a$uel ata$ueO 6o sólo $uer#a ser amable cariñosa con ella. E%cepto en raras ocasiones nunca hab#a sido afectuosa con nosotros no lo ser#a ahora $ue le result,bamos m,s e%traños $ue nunca. 8e todos modos, no pude evitar $ue me saltaran las l,grimas cuando gritó2 0PFuera, retiraosQ 0<adre, Leonor sólo ha pensado en vos desde $ue desembarcamos le pag,is as# sus desvelos 0di&o mi hermano. Ella miró fi&amente a Carlos. 0Est,is defendiendo a una mu&er d.bil. (na señora $ue se precie, nunca ha de llorar ni mostrar sus sentimientos ante los dem,s. 6 no s. cómo pod.is intervenir, por$ue si ella fue la causante del inicio de todos mis males, Pvos lo culminasteisQ Con una mirada de fuego, sentenció2 0Carlos, como reina os ordeno $ue dig,is a esta plañidera $ue se retire. Al salir de la estancia, rememor. de golpe las veces $ue la hab#a visto en el mismo estado en Flandes. Estaba m,s enve&ecida, pero la me1cla de e%trañe1a furia en sus o&os segu#a siendo la misma. 7o por ello de&ó de sorprenderme la actitud de Catalina, cuando ba&. me encontr. con ella. 7o estaba ni mucho menos afectada por los gritos, $ue seguramente hab#an llegado hasta all#. Evidentemente, la conoc#a mucho me&or $ue nosotros estaba m,s $ue acostumbrada a verla as#. Carlos se reunió con nosotras. 08espu.s de $ue te marchaste prefer# no alterarme e%plicarle lo $ue pensaba aun$ue me costara 0di&o tragando saliva, como si a/n estuviera frente a nuestra madre0. 3i lo $ue $uiere es $ue reine sin involucrarla, sólo se le rendir,n e%plicaciones de lo $ue $uiera conocer no se le molestar, para nada m,s. Al o#r esto su e%presión cambió de nuevo regresó al estado en $ue la encontramos. A$uellas palabras la sosegaron. Llegó incluso a hacerme prometer $ue no me comportar#a como nuestro padre. Al parecer, poco antes de morir, en momentos en $ue en todo el pa#s hab#a una gran hambruna, .l se paseaba por los campos de Castilla como si nada ocurriese, prosiguiendo con sus cacer#as, ban$uetes, &uegos de cañas a$uellos amor#os $ue tan celosa la pon#an. Carlos me miró a m# directamente refiri.ndose a una conversación tenida en el barco comentó2 0Jui1, est,bamos e$uivocados lo $ue ans#a no es la muerte, sino la 26 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador pa1. Intenta eludir responsabilidades. 6 para ello no encontró me&or remedio $ue el abstraerse de todo. 8e cual$uier modo, debemos e%cusarla, perdonarla comprenderla, como hi&os su os $ue somos. Encubrir sus faltas, como di&o $ue hac#a nuestro padre con ella, ser#a lo me&or. Estas palabras de boca de Carlos acabaron de sacarme de la melancol#a $ue el trato de mi madre me hab#a deparado. Estaba sorprendida por la muestra de madure1 comprensión de mi hermano. Era la primera ve1 $ue le ve#a aceptar una responsabilidad con mesura. 'ero hubo algo $ue me enorgulleció mucho m,s $ue el acto en s#, Phab#a acatado su obligación sin presiones de cora1ónQ Chi+vres no estaba en la estancia lo $ue de su boca salió, fue propio no dictado. 08e todas maneras, no de&a de producirme pena verla en ese estado 0continuó Carlos. 0Entonces, Psi la hubieseis visto antes de la muerte del abuelo FernandoQ 0intervino Catalina0. Estaba mucho peor. Carlos o nos miramos. 3abiendo $ue nuestro abuelo no hab#a estimado nunca a su marido ni ella a su padre, Carlos le preguntó2 0NJuieres decir $ue la desaparición del abuelo la liber. de alguna maneraO 07o, eso no. 'or$ue cuando lo supo tuvo otro de sus ata$ues. A lo $ue me refiero es $ue a partir de la muerte del abuelo, Fernando no ha de&ado de mandarle cartas cada mes. 6 cada ve1 $ue puede, viene a verla. <adre ans#a sus visitas casi tanto como antes el consuelo de la religión. Carlos volvió a mirarme. Imagino $ue por su cabe1a pasó el mismo pensamiento $ue por la m#a. En todo caso, era un hecho $ue mi madre hab#a mantenido un e%traño mutismo acerca de la pugna de nuestro hermano español durante el tiempo en $ue o hab#a estado presente en sus aposentos. 6 dudaba de $ue lo hubiera mencionado en la conversación privada con Carlos, por$ue .l me lo habr#a dicho. CAPÍTULO SEIS !o , a la lu1 de los acontecimientos posteriores, esto segura de $ue Carlos no de&ó de pensar en neutrali1ar las visitas de Fernando a nuestra madre, la cual, por m,s testamento a favor de Carlos $ue e%istiese, segu#a siendo la reina. Con la ma or parte de las personas importantes de esas tierras en su contra, mi hermano pod#a encontrarse en cual$uier momento con $ue su propia madre, incitada por a$u.llas, respaldaba al LAustria españolM. 27 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 8e ah# la prisa de Carlos para $ue cuanto antes le &uraran corno re en Valladolid. As# $ue mucho me sorprendió el $ue, de pronto, Carlos $uisiera retrasar nuestra partida de -ordesillas para tramitar la venida de Catalina con nosotros. Ciertamente, la t.trica rector#a en la $ue viv#a nuestra hermana castellana resultaba cruel, pero casi m,s me lo parec#a de&ar a mi madre completamente al cuidado de servidores, sin nadie cercano de la familia. Chi+vres, por supuesto, era del parecer de Carlos. 'or un momento llegu. a pensar incluso $ue la idea se la hab#a dado .l. NCon $u. ob&etivoO 3ólo el esc,ndalo provocado por mi madre logró disuadirles. 'or$ue la reina, apenas o ó rumores de $ue Catalina partir#a con nosotros, se enfadó primero luego empe1ó a gritar se puso tan fuera de s# $ue hasta se desnudó ba&ó al patio en ese estado deplorable. A$uello disipó de inmediato las intenciones de Carlos cuales$uiera $ue fuesen, teniendo $ue conformarse con encomendar al mar$u.s de 8enia, al cual consideraba fiel su causa, $ue $uedara al LcuidadoM de la reina de Catalina. 'roseguimos via&e. Carlos cabalgaba movi.ndose constantemente entre el s.$uito. Valladolid a se divisaba, cuando avistamos una gran polvareda entre nosotros la ciudad. (n &inete surgió de ella , a todo galope, llegó hasta nuestro grupo, para anunciar la inminente llegada de Fernando, el cual, acompañado de varios du$ues, ven#a a darnos la bienvenida. Carlos frunció el ceño en señal de desconfian1a. 07uestro hermano pretende hacer ostentación ante m#. 'resent,ndose con los caballeros m,s grandes de España intenta demostrarme $ue de su lado cabalgan. 07o os precipit.is, sabe bien a lo $ue ven#s 0le anim.0. -al ve1 sólo $uiere rendiros pleites#a antes $ue nadie. 0Espero $ue est.is en lo cierto, doña Leonor 0di&o Chi+vres, insinuando lo contrario. -odos sab#amos $ue aun$ue Carlos a hab#a sido proclamado re as# se titulaba, le faltaba el reconocimiento formal necesario de las Cortes el &uramento mutuo $ue se acostumbraba en estas tierras. 7osotros estim,bamos la costumbre innecesaria embara1osa, pero en España la veneraban Carlos no pod#a negarse a ella. Claramente, los rostros serios de Fernando sus acompañantes anunciaban $ue la &ura no iba a ser nada f,cil, mi hermano se dio cuenta de ello antes incluso de o#r sus formales saludos de bienvenida. Iba a necesitar de su todav#a escasa capacidad de autocontrol para 28 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador mane&ar la situación. 03eñor, Nos hab.is enterado a de la muerte del cardenalO 0di&o de pronto uno de a$uellos nobles, con un desparpa&o $ue de&ó a Carlos descolocado. 03ab#a $ue estaba mu enfermo 0se limitó a responder mi hermano. El orgulloso castellano insistió. 0N6 tambi.n $ue alguien se encargó de acelerar su tr,nsitoO 7ot. un leve temblor en la mano de Carlos $ue su&etaba las riendas. ?ogu. $ue no empe1ara a tartamudear. Ahora recuerdo $ue cuatro d#as despu.s de a$uello pregunt. a todos si Cisneros hab#a llegado a leer la carta $ue Carlos le hab#a mandado, pero nadie me lo supo decir. Al final prefer# pensar $ue no le llegó a tiempo. Jue no murió del disgusto, sino de senectud. A$uello tran$uili1ó mi conciencia, pero no la de los españoles. 3us mentes calenturientas les llevaron a difundir $ue Carlos ordenó al obispo de Cada&o1, enemigo de Cisneros, el envenenamiento del cardenal durante una cena. Llegaron incluso a decir $ue el fat#dico l#$uido fue vertido dentro de la trucha $ue comió antes de fallecer. 03eguramente 8ios ha escuchado las rogativas para acabar con los sufrimientos de tal dilecto 'r#ncipe de la Iglesia 0di&o Carlos, haciendo uso de un sorprendente casi perfecto castellano, $ue de&ó a todos bo$uiabiertos, a m# la primera. (n murmullo siguió en el s.$uito de Fernando. Carlos se dirigió a Chi+vres , en flamenco, le di&o2 SCuanto antes has de encontrar un alto lugar para mi hermano. (na ve1 m,s, $ued. sorprendida de lo bien $ue hab#a salido del paso. 3i segu#a por esa senda ten#a visos de convertirse en un re sabio prudente. Lamentablemente, tanto para Fernando sus nobles como para los vallisoletanos $ue nos acechaban, .ramos e%tran&eros venidos a usurpar sus privilegios. 6 la tarea para mi idealista pero orgulloso hermano se presentaba #mproba. En primer lugar su castellano ten#a $ue me&orar de verdad no ser sólo producto de un momento brillante, si $uer#a empe1ar a ganar la confian1a de toda esa gente. Algo tremendamente dif#cil, por$ue los informes $ue recibimos en Valladolid estaban llenos de saña envidia, defecto $ue dice ser com/n a todas esas gentes del sur. 7obles plebe os ve#an en Carlos un c/mulo de defectos f#sicos. 3eg/n ellos era ra$u#tico en nada refle&aba la voluntad firme e inteligencia despe&ada de Fernando, al $ue todos parec#an conocer mu bien. Llegaban incluso a decir $ue no val#a la pena seguir discutiendo sus posibilidades, pues pronto morir#a o pasar#a a compartir aposentos con su madre, dado $ue hab#an o#do decir de Lbuena fuenteM $ue hab#a heredado su mal. -ras lo cual, los flamencos venales rapaces $ue le 29 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador segu#an conocer#an el filo de las espadas españolas. -odo a$uello indignaba a Carlos, $ue ve#a en sus nuevos s/bditos, o al menos en los $ue difund#an esas infamias, seres tan ignorantes como maleables. Lo primero resultaba evidente, lo segundo pareció tambi.n $ue s#. 6 digo pareció por$ue, a pesar de $ue en las fiestas torneos $ue tuvieron lugar para agasa&arnos tanto el pueblo como los nobles se mostraron contentos, m,s tarde se demostrar#a lo contrario. CAPÍTULO SIETE (na noche, despu.s de cenar, solicit. $ue Carlos me recibiera en sus aposentos. Acechados como nos sent#amos, ning/n sitio m,s discreto $ue a$u.l para hablar. Cuando entr., estaba recostado intentando leer un libro en castellano. Lo cerró de golpe lo tiró sobre la almohada levant,ndose pregunt,ndome con la mirada el motivo de mi visita. 0E%plicadme $u. es lo $ue pasa 0le di&e0. !ace tres meses $ue estamos en Valladolid para vuestra &ura sin embargo a/n no hab.is &urado. Lo /ltimo $ue o sab#a era $ue en el convento de 3an 'ablo se hallaban todos los procuradores reunidos discutiendo si habr#a $ue al1ar a mi hermano como re viviendo su madre. 8e hecho, Carlos se hab#a enfurecido en varias ocasiones por$ue algunos osaban llamarle Alte1a en ve1 de <a&estad. 3e acercó me tomó de las manos. 0-odo se est, complicando por culpa de un persona&e venido de una ciudad llamada Curgos. Ignor,bamos $ue tuviese tanta fuer1a entre los dem,s. 3eg/n parece se niega a &urarme, si antes no acepto sus condiciones. Como ha dicho Chi+vres, la envidia le corroe como a casi todos a$u#, no soporta ver a los nuestros sentados a su lado en las Cortes. !ace unos d#as no sólo protestó por$ue hubiesen e%tran&eros entre ellos sino $ue adem,s pidió $ue se tomara testimonio de su posición. <olesta por la aparición de Chi+vres en la respuesta, le di&e2 0Est, bien, pero dime, Ncu,les son esas condicionesO Carlos suspiró profundamente. 0LEscuchar lo $ue el reino $uiere desea, para $ue, haci.ndolo observ,ndolo, se eviten contiendas alteraciones. M Tsas, m,s o menos, fueron sus palabras. 0La intención me parece loable. 0P!ermanaQ 0reaccionó Carlos0. PEso ser#a reba&ar mi dignidad a la altura del simple representante de una ciudad $ue ni si$uiera cono1coQ 30 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador (n persona&e mu conflictivo, por otra parte. Imaginaos $ue ha osado enfrentarse al nuevo canciller de Castilla, cargo $ue ocupaba con anterioridad Cisneros $ue todos hab#an pensado fuese para un hi&a bastardo de nuestro abuelo Fernando. 0Lo veo bastante lógico 0sab#a $ue detr,s de la elección del nuevo canciller estaba el conse&o de Chi+vres0. Vos otorgasteis la merced a 3auvage, $ue es flamenco, as# os hab.is puesto a todos en vuestra contra. 03#, pero flamenco o no, 3auvage defiende mi dignidad reale1a. En cambio, el otro osa ponerme en entredicho. Como consecuencia de ello, se han creado dos bandos dif#ciles de contempori1ar. Calló, mir,ndome a los o&os. 3ab#a $ue ansiaba mi opinión, pero era demasiado orgulloso para pedirla. 08ecidles $ue har.is lo $ue se pueda o est. en vuestras manos. Eso los tran$uili1ar, os dar, tiempo para obrar como me&or estim.is. 'ensad $ue no son los /nicos $ue tendr.is en contra. Lo $ue en Valladolid suceda correr, como reguero de pólvora hacia el resto de las villas en donde habr.is de &urar. Juedó pensativo. 3in duda sopesaba el alcance de lo $ue le hab#a dicho. 8ado $ue nadie de los $ue hablaban con .l de los asuntos de estado era imparcial, se encontraba perdido. 6a fuera por efecto de mis palabras o por$ue comprendiera $ue, aun$ue temerario, el representante de Curgos no estar#a solo en su insistencia, sino apo ado por importantes señores, Carlos accedió a sus peticiones) al final llegó el esperado momento de la &ura. Era una mañana e%tremadamente hermosa, al menos para nuestros boreales o&os, por$ue la ma or parte de los asistentes a la ceremonia se $ue&aba de $ue el fr#o traspasaba las paredes se filtraba en los huesos. 3entada cerca de Fernando me di cuenta de $ue mi hermano español, imp,vido sin mostrar emoción alguna, asist#a al acto m,s importante de cuantos hubiesen tenido lugar desde nuestra llegada de Flandes como si de una aburrida representación se tratase. <ientras Carlos, nervioso emocionado, se pon#a de pie para &urar mantener los fueros, usos libertades de Castilla, una vo1 impertinente sonó desde el fondo de la estancia. 0N"ur,is no dar empleos ni oficios a e%tran&erosO La falta de respeto del representante burgal.s, P$ui.n si no pod#a ser tan descaradoQ, era desmedida. 3e hi1o un silencio sepulcral. Carlos se puso p,lido. Al final, con vo1 clara firme, di&o2 0Lo &uro. 8espu.s nos tocó a todos los dem,s &urarle obediencia a .l, como re 31 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador de los españoles. Entonces pude ver $ue Fernando sal#a de su impasibilidad. En su cara se ve#a la misma repugnancia $ue los otros por &urar a un re nacido criado en tierra e%traña adem,s estando a/n viva nuestra madre, la reina. CAPÍTULO OCHO <i deseo m,s ferviente era estar siempre al lado de Carlos, pero algo me dec#a $ue en cual$uier momento un destino diverso se fraguar#a para mi persona. <i ma or preocupación eran las relaciones entre .l Fernando. Cueno ser#a $ue los dos llegaran a congeniar, pues la diferencia de educación de conse&eros, $ue luchaban por defender sus propios intereses, no hab#a de separar a los dos Unicos varones de la familia. Los $ue en Flandes residimos mu unidos est,bamos, pero o me sent#a en la obligación de ampliar esta piña a Fernando Catalina, dado $ue por sus venas corr#a la misma sangre $ue por las nuestras. En una ocasión Carlos me hab#a comentado $ue los distintos reinos españoles, desde hacia generaciones, viv#an, luchaban mor#an por conseguir la unidad de estas tierras) sin embargo, poco hab#an hecho para fomentar la unidad familiar liar $ue entre todos hab#a de e%istir. Con su proverbial idealismo me prometió $ue .sa era una de las tareas $ue m,s le incumb#an. 8e&ada atr,s Valladolid, #bamos, pues, camino de Calata ud, con destino a la siguiente &ura. La primavera ensal1aba los campos sin duda poco deb#a de faltar para $ue los calores de los cuales tanto nos hablaron comen1aran. "unto a m# cabalgaban mis dos hermanos. <i preferencia estaba puesta claramente en Carlos, pero me daba cuenta de $ue Fernando sin duda ser#a m,s apuesto. Aun$ue todav#a le faltaba un hervor para cua&ar2 en algunas de sus actitudes contestaciones era a/n m,s infantil $ue Carlos. El re desmontó del caballo , despu.s de d,rselo a uno de los sirvientes, se pegó a mi silla. Fernando hi1o lo mismo, situ,ndose al otro lado, de&,ndome as# en medio de los dos, $ue caminaban como si formasen mi corte&o particular. 0Le he dicho a Fernando $ue eres mu &uiciosa e imparcial por eso hemos decidido pedirte conse&o 0di&o de pronto Carlos. La verdad es $ue no me molestó en absoluto $ue $uisieran fomentar mi protección hacia ellos, si bien me e%trañ. $ue por primera ve1 estuvieran de acuerdo en algo. 0N8e $u. se trataO Carlos ba&ó el tono de vo1 pero sin llegar al susurro) supongo $ue para 32 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador no levantar demasiadas sospechas sobre nuestra conversación. 0Fernando o hemos decidido conocernos me&or de&ar a un lado todas nuestras rencillas, como vos me aconse&asteis. (nas cosas nos han llevado a otras. Tl me ha contado mucho sobre estas tierras $ue tanto ansi,bamos conocer o le he relatado las vivencias $ue tuvimos en Cruselas. MLa fastuosidad de la corte, la alegr#a de las damas por contentar a los señores el lu&o en el $ue nos movemos gracias al abuelo <a%imiliano, tan le&ano a la austeridad de nuestros abuelos Isabel Fernando. 7o alcan1aba a comprender adónde $uer#a llegar, pero lo $ue s# vi n#tidamente fue $ue sus palabras no eran demasiado ciertas. 3i est,bamos all# era por obligación. 8e no ser por la corona de España, Carlos siempre hubiera preferido vivir en nuestros estados natales. 0Carlos me ha dicho $ue el abuelo <a%imiliano est, mu enfermo cansado, $ue en muchas ocasiones le o ó comentar $ue sent#a el no conocerme 0di&o Fernando, esclareciendo de repente el plan de Carlos. Lo arriesgado del &uego me de&ó pasmada, pues una de las peticiones $ue le hicieron en las Cortes fue $ue no enviara fuera a Fernando. Tl podr#a haber ordenado su salida inmediata sin m,s dilaciones. 'ero para no enemistarse a las Cortes era necesario $ue nuestro hermano cumpliera LvoluntariamenteM los deseos de Carlos. Los favores mercedes de .ste, $ue llegar#a a prometer a Fernando miles de ducados al año para gastos los servicios de un fiel servidor nuestro, Lpara $ue no sientas la confusión $ue nosotros sentimos al arribar a$u#M, se encargar#an de LconvencerM a nuestro impresionable hermano español. 'or el momento, Fernando se limitó a besarme la mano a ale&arse, pensativo. Carlos me miró , encogi.ndose de hombros con aire de superioridad, di&o2 0Espero $ue no os enfad.is. 'ero es necesario $ue las miras de mis s/bditos no se destru an por divisiones entre hermanos. 0Carlos, sólo os pido una cosa 0le di&e0. 'rometedme, $ue, en cuanto pod,is, le dar.is la posición $ue merece. <ir,ndome contestó2 0!ar. lo $ue est. en mi mano. PEra incre#bleQ Acababa de repetirme lo mismo $ue le suger# $ue di&era cuando no pensaba cumplir la petición de las Cortes de Valladolid. Continuó2 0'uestos a &urar, os &uro $ue nunca olvidar. a Fernando en mis mercedes nada me gustar#a m,s $ue sorprenderos en la calidad cantidad $ue pienso otorgarle... cuando las aguas se calmen. Aun$ue se pudiera pensar $ue estaba cambiando, fomentando la seguridad en s# mismo para pisar fuerte, en realidad no creo $ue se 33 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador hubiese detenido a pensar en las consecuencias. 3ólo unos d#as antes, en Valladolid, se hab#a comprometido a muchas cosas. 6 las estaba incumpliendo una tras otra sin el menor recato. En primer lugar, el canciller segu#a siendo el flamenco 3auvage. Luego era evidente $ue hab#a empe1ado a entregar prebendas de estos estados en beneficio de los nuestros, P6 ahora resultaba $ue planeaba deshacerse de FernandoQ En este caso en particular, su capacidad de seducción, unida a los ducados, dio un inmediato resultado. Al d#a siguiente nuestro hermano de&ó el s.$uito para embarcar rumbo a Flandes, con premura, para $ue nadie se enterara de lo dispuesto, e hiciera fracasar lo LacordadoM entre .l Carlos. (n mes m,s tarde, despu.s de nuestra breve parada en Calata ud, entramos en Varago1a con la secreta esperan1a de ser acogidos con ma or entusiasmo de lo $ue lo fuimos antes. !ac#a meses $ue and,bamos por a$uellas tierras, sin embargo, las Cortes, de nuevo, se negaban a &urar a Carlos en vida de nuestra madre. Cada auto se estaba convirtiendo en un nuevo parto, todav#a faltaban Carcelona, Valencia 3antiago. <i hermano miraba al tablero de a&edre1 $ue ten#amos delante sin mover un solo m/sculo, como hiciera mi señora madre. A$uella mirada perdida refle&aba $ue su mente andaba mu le&os. Levantó la cabe1a. 3us me&illas, sonro&adas por el calor de la chimenea, resaltaban m,s su blanca te1 el ro&o de sus gruesos labios. 3e incorporó ladeó la cara, como si se dispusiera a escudriñarme. 0Agrade1co vuestros desvelos por m#, sab.is $ue os $uiero. Con vos me he sentido acompañado durante este largo via&e. El miedo me abordó. As# todo, le di&e2 0<i deseo es estar a vuestro lado el ma or tiempo posible. Al menos hasta $ue teng,is una esposa $ue os comprenda como o. 7o olvid.is $ue en las Cortes de Valladolid &urasteis casaros cuanto antes para asegurar la sucesión, 07o llev.is a otros derroteros lo $ue estamos tratando, En lugar de aconse&arme $ue me case, Nno deber#ais vos pensar tambi.n en hacerloO <e levant. de mi silla me arrodill. &unto a .l, tom,ndole las manos. 07o hag,is eso, Leonor. 3ab.is tambi.n como o $ue Lnoble1a obligaM mucho m,s a vos $ue a cual$uier otra mu&er. Al igual $ue o, vos tendr.is $ue cumplir con lo $ue se espera de nosotros. <uchas, m,s &óvenes $ue vos, a lo hicieron sin rechistar. Intu# $ue pod#a agobiarle. <e&or ser#a no mostrar mis verdaderos sentimientos. <e levant. , tratando de mantener firme la mirada le di&e2 34 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 03iempre he sido consciente de mis obligaciones, aun$ue muchas veces pienso $ue son mermados mis derechos 8e todos modos, como bien sab.is, a renunci. una ve1 a amor sometida esto a cual$uier contrato $ue lo simule. 0PEl amorQ 0estalló Carlos0. N7o os parecen suficientes los estragos $ue causó en nuestra madreO Es curioso. 3o o el $ue ama las novelas de caballer#a vos la $ue cre.is en los ideales $ue en ellas se declaman. Lo $ue est, bien para los re es de los libros no lo est, para los de carne hueso, menos para un !absburgo2 L-/, F.li% Austria, nube...M. S7o me veng,is ahora con esa divisa apócrifa de nuestra familia2 conseguir reinos a trav.s de los matrimonios no de la guerra. 0NFs parece una forma desacertadaO 6o la encuentro m,s cristiana $ue el derramamiento de sangre en batallas. 0NEs por ello $ue ordenasteis el casamiento de Enri$ue con Claudia de FrangeO 03#, pero no sólo por ello. A pesar de la emoción del momento $ued. intrigada, como si de la trama de una de sus novelas de caballer#a se tratara. 8e modo $ue, desvi,ndome del asunto, le pregunt.2 0N'uedo saber ahora el por$u.O Carlos se acercó a m#, puso sus manos sobre las m#as tiernamente di&o2 0'or$ue si ve#ais $ue el hombre $ue vos amabais se un#a a la mu&er $ue detestabais, os habr#a sido m,s f,cil olvidaros de .l. Jued. anonadada. <uchas veces hab#a tenido pruebas de la profundidad de Carlos, $ue se me1claban a sus tambi.n constantes gestos infantiles. 'ero el $ue ese ra1onamiento se hubiera producido en un &oven apenas pasados los diecisiete años era sorprendente. 6 lo $ue era a/n m,s sorprendente es $ue hab#a dado en el blanco. A veces no hab#a podido evitar sentir cierto desprecio por 7assau al saberlo unido a un ser $ue o aborrec#a. Carlos puso las manos sobre mis hombros. Comprend# de pronto $ue la sinceridad de sus intenciones era tan fuerte como su determinación para $ue se cumplieran. 8i&o2 03e trata del re de 'ortugal. 0P'ero si es un vie&o enfermoQ 0grit.. 0<as es nuestro vecino, sab.is $ue en estos casos siempre es conveniente llevarse bien. Adem,s, los portugueses, como nosotros, e%tienden cada ve1 m,s su con$uista en las Indias, alg/n d#a pueden causarnos problemas. 0P6 adem,s viudo de la hermana de nuestra madre, nuestra t#aQ Carlos me escuchaba impert.rrito, como si nada de lo $ue di&ese le importara. 0NCómo pens,is $ue ser. recibida por sus hi&osO P(na prima hermana convertida en madrastraQ 'or otra parte, N$ui.n os asegura $ue desee desposarse 35 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador de nuevoO Carlos se dirigió a m# con vo1 de mando. 0Eso a est, hecho. 8on <anuel se muestra de acuerdo. As# $ue hab.is de casaros no se hable m,s. 3umida en mis pensamientos melancólicos permanec# varios minutos en silencio. <e dol#a profundamente su comportamiento. !asta ahora nunca se hab#a comportado as# conmigo. Los papeles se estaban invirtiendo por$ue, si o siempre, actu. con .l como si de su madre ausente se tratase, .l acababa de hablarme como el padre autoritario $ue nunca tuvimos. 'oco a poco empec. a calmarme. Al fin al cabo, pens., no estar#a desposada durante mucho tiempo, dada la edad estado de salud de mi futuro marido, era seguro $ue tendr#a la oportunidad de unirme de nuevo con alguien m,s placentero. En cuanto a Carlos, abatido por los obst,culos puestos por los 1arago1anos a la &ura, $uedó largo tiempo abstra#do en sus pensamientos, dando mi caso como resuelto. Est,bamos uno frente al otro, sin hablarnos, cuando se abrió la puerta Chi+vres se ocupó de sacarlo de su ensimismamiento2 03eñor, el ar1obispo ha conseguido lo $ue $uer#amos. 3er.is &urado mañana pasado mismo estaremos listos para partir hacia Carcelona. CAPÍTULO NUEVE A amanecer, me despert. Corno si hubiera permanecido en un campo de batalla, el cerebro aprisionado por todos los pensamientos $ue a$uella noche me mantuvieron en vela. Abr# las cortinas de mi dosel. El fr#o reinante me abofeteó. El ruido $ue proven#a del patio era infernal. <e envolv# en una manta me dirig# hacia la ventana. <e asom.. Los caballos en&ae1ados, las sillas de manos literas listas, los carros cargados con mis pertenencias, los sirvientes vestidos de faena) todo estaba preparado a. <is capitulaciones matrimoniales se hab#an hecho en decreto deb#a partir rumbo a 'ortugal de inmediato. En los momentos en $ue la desesperación hab#a hecho presa en m#, intent. convencer a mi hermano de $ue me de&ara $uedarme con .l hasta el d#a de su cumpleaños, argumentando $ue posiblemente ser#a el /ltimo $ue pasar#amos &untos. 'ero tampoco a$uello le hi1o la m,s m#nima mella. 'or mucho $ue me pesara, me hab#a convertido en prescindible para el regio Carlos, el hecho de no encontrarse plenamente acomodado en estos reinos 36 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador parec#a ahora &ugar en mi contra. En realidad, .l no hab#a acabado de resolver completamente su situación en España, pero eso parec#a importarle poco ahora. Era como si sólo se obcecara en $uemar las etapas $ue a le hab#an sido asignadas lo m,s r,pidamente posible, para iniciar otras nuevas de las cuales no hab#a $uerido informarme. Cuando al final no le $uedó m,s remedio $ue darme la noticia, Pnuestro abuelo el emperador <a%imiliano hab#a muertoQ, descubr# $ue Carlos a planeaba de&ar estas tierras para correr a tomar posesión de sus nuevos estados del norte. Aun$ue todav#a no sab#a dónde conseguir el dinero para $ue los pr#ncipes electores lo LconfirmaranM, en lugar de a los otros candidatos m,s LpobresM, como ese m.tome en todo de Francisco I de Francia, mi hermano no dudaba ni un segundo $ue .l ser#a el pró%imo emperador del 3acro Imperio ?omano@ *erm,nico. 7o se trataba sólo de ambición. Con el tiempo o habr#a de entender $ue, por temperamento, Carlos no pod#a apartarse m,s de la b/s$ueda de estabilidad seguridad $ue todo com/n hombre ans#a. La trashumancia le embriagaba pocos lugares le consiguieron embaucar lo necesario, como para asentarse en uno ellos. Entró sin llamar. 0Vuestra antesala parece un muelle de puerto. !e tenido $ue es$uivar a varias damas $ue roncaban en el suelo 0di&o sonriendo. <e masa&e. las sienes cerr. los o&os sin decir palabra. 0!e venido a despedirme. 3algo de ca1a en estos momentos. 6 para no echaros de menos, prefiero no ver vuestra partida. Le mir. un tanto esc.ptica. 0*racias. 'ens. $ue me estabais de&ando de apreciar, pero lo /nico $ue me preocupa a es imaginar cómo ser, a$uel pa#s. Carlos se acercó. 08icen $ue los portugueses no son tan diferentes a los castellanos $ue incluso su lengua es similar. <e $ued. pensativa. Carlos me abra1ó pude sentir sus carnosos calientes labios sobre mi frente. (na mueca de triste1a casi imperceptible se dibu&ó en su boca cuando se ale&ó de m#. La consiguió dominar salió tan r,pido $ue pisó a algunas de mis damas $ue a/n dorm#an en el suelo de la antec,mara. -res horas despu.s me dirig#a hacia la frontera portuguesa con un s.$uito precedido por Rñigo de <endo1a, hi&o del du$ue del Infantado. Encontrar#a a los lusitanos mucho m,s afables $ue a los castellanos, aun$ue eso no mitigaba del todo mi melancol#a. 'or fortuna, all# estaba Isabel, la bella hi&a de mi marido. Al igual $ue o, era la ma or de todos sus hermanos mu pronto las dos nos sentimos mu unidas. !ablaba perfectamente el castellano) era sensata, inteligente, bondadosa protectora. 37 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Cada ve1 $ue la ve#a aconse&ando a su hermano, el futuro re , sobre cuestiones de la vida, me sent#a refle&ada en ella recordaba todos cada uno de los momentos en $ue Carlos o dialog,bamos animadamente en Flandes. -eniendo en cuenta su recha1o a coger la pluma, antes de partir hab#a de&ado el encargo a la mu&er de Chi+vres de darme noticias de mi hermano. 7adie me&or $ue la esposa de su conse&ero para notificarme todo lo $ue a .l le acaec#a. 3in embargo, no ser#a un billete de .sta el primero $ue recibir#a, sino del mismo Carlos. CAPÍTULO DIEZ Estas tierras catalanas me recibieron como esper,bamos, las constantes reiteradas $ue&as las conoc.is no es cuestión ahora de repet#roslas, pues os agotar#a, al igual $ue o lo esto . M'or ello no estaba dispuesto a permanecer cru1ado de bra1os, reconcomi.ndome por dentro durante meses como lo hicimos en Varago1a, a $ue he comprobado $ue al final me &uran igual $ue de nada sirven tantos $uebraderos de cabe1a. M8ecid# entonces convocar a Cap#tulo a los Caballeros del -oisón. MLa fastuosa catedral de Carcelona mu bien albergar#a a todos los $ue acudiesen las preocupaciones se tornar#an en ilusiones de inmediato. M7o sólo ser#a una manera simple de demostrar a todos grandiosidad de nuestra orden, sino $ue adem,s los die1 caballeros m,s ilustres de Aragón Castilla se sentir#an agradecidos por mi demostración de confian1a hacia ellos, , lo m,s importante, pasado el Cap#tulo podr#a cerciorarme su fidelidad. MEn cuanto a los catalanes, no estaba o mu seguro de $ue esta gente, mu seria mu su a, me recibiera como al re $ue estima en mucho su forma de ser. 'ero cuando vi el afecto el calor de los barceloneses, el d#a de la ceremonia, dese. $ue su fervor se transmitiera al resto del condado. MLas calle&as colindantes a la catedral estaban todas engalanadas. Los $ue all# viv#an esperaban atisbando curiosos desde sus ventanas a $ue nuestra procesión pasara. A$uellos $ue no ten#an casas por la 1ona lo hac#an de pie en las calles, convertidas en un hervidero de e%pectantes gentes, aprisionadas por el cordón $ue la guardia real hab#a hecho para facilitarnos el paso. M3alimos de palacio en fila de a dos. MEn la cabecera iban los cuatro oficiales les segu#an los caballeros asistentes perfectamente ataviados con el uniforme obligado. Cerr,bamos la comitiva el vicario o. MA$uello gran cosa fue, por$ue pude con gran ilusión o#r por primera ve1 algunos v#tores hacia mi persona. La verdad es $ue fueron pocos, pero mucho los agradec#. 'rimero por$ue la resistencia agraria era fuerte todos me advert#an de una posible revuelta en mi contra. 6 luego por$ue, dada la sobriedad de gestos de los naturales de este pa#s, contaban el doble. 38 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador MAl paso avan1aban los caballos con mantos a&edre1ados. MLos &inetes luc#an sus capas granas, bordadas en oro con todos sus aditamentos. Eslabones, pedernales, chispas, toisoncillos simboli1ando la mutua unidad entre todos cada uno de ellos. Al cuello llevaban el collar, como estipulan los estatutos, sobre sus cabe1as los bonetes. Las pieles de hadas $ue se atisbaban ba&o los mantos ondeaban al viento. MComo apreciar.is, un espect,culo $ue no desmerece los organi1ados por nuestros parientes flamencos. MCuando llegamos a la catedral, todos, incluidos los caballeros aragoneses catalanes, $ue bien la conoc#an, $uedaron impresionados por el nuevo coro. Cada uno pudo locali1ar perfectamente su sitial debido a $ue en sus respectivos respaldos estaban blasonados sus escudos de armas. MLos principales señores españoles tomaron sitio al lado de los caballeros flamencos borgoñones. 8e los de estas tierras sólo dos sitiales $uedar#an vac#os, mu a nuestro pesar. 8e todos modos, me era grato ver a los nuestros, con mis nuevos s/bditos, todos unidos por una misma causa. M8#as despu.s tuvimos $ue retirar el collar a uno de los españoles, por fr#volo por sus aficiones censurables. 'ero la penitencia $ue le impusimos no fue grande. 3ólo tuvo $ue acudir en peregrinación al santuario de <ontserrat ofrecer a la Virgen una l,mpara de plata del mismo peso $ue el collar, $ue luego recuperó. M<e habr#a gustado $ue a/n estuviesen en vida a$uellos conse&eros de nuestros abuelos los Católicos $ue contribu eron a difundir entre los españoles la creencia de $ue nuestra corte flamenca era fr#vola falta de moral. MCuanto m,s via&o, $uerida hermana, m,s veo $u. parecidos son los hombres en todas partes. M"urado a en Carcelona, decid# partir sin m,s tardar hacia 3antiago, para luego marchar hacia Corgoña a ser nombrado emperador.M El deseo de estar all# con .l hi1o $ue mi cora1ón latiera m,s deprisa. 8obl. la carta entre mis manos pero una vo1 en mi interior me habló2 LLeonor, no os de&.is dominar. Eso a pasó, los dos and,is desposados es algo $ue no ha de acudir nunca m,s a vuestro pensamientoM. A$uello era cabal lógico, pero dif#cil de dominar. 7uestras vidas se unieron una ve1, pero el r#o $ue las dirige flu e condenados est,bamos a cru1arnos, .sta no ser#a la primera ni la /ltima $ue ocurrir#a. 3acud# mi cabe1a como si $uisiera despegar de mi cerebro seme&antes pensamientos abriendo de nuevo el papel prosegu# con su lectura. LComo sabes, Francisco, el re de Francia, tan ansioso de poder ha estado siempre, $ue no dudó en erigirse candidato a emperador. Creo, Leonor, $ue a este enemigo ser, me&or tenerlo a bien, pues andando como el &ueves entre mis estados puede incordiar m,s de lo $ue suponemos .l es consciente de ello. M'or su mente sólo 8ios sabe lo $ue pasa. 3. por un confidente $ue ha comentado $ue me ser, imposible gobernar en todas partes $ue el m,s m#nimo descuido lo aprovechar, para engrandecer su poder en mi contra. M'ero volvamos a España. 39 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador M6a andan preparando la escuadra para mi partida desde La Coruña. <is preocupaciones se acent/an. Los gritos de WViva el re mueran sus conse&erosW se pueden o#r en todas partes. M'ara colmo, como cit. a todos los procuradores en -ordesillas, entre el pueblo corrió el rumor de $ue intentaba sacar a nuestra madre del reino furtivamente, al igual $ue lo hab#a hecho con Fernando. M3eis mil hombres, unos armados otros no, acudieron a la puerta del Campo para impedir mi salida, pero gracias al 3eñor conseguimos tomarles cierta delantera. M!e de reconoceros, Leonor, $ue no me agrada comportarme como un fugitivo $ue m,s me hubiese gustado hacerles frente $ue huir, pero los flamencos andan tan asustados $ue no tengo m,s remedio. MLo $ue m,s me sorprende es $ue entre los instigadores no solamente ha a revolucionarios, como pens., sino cl.rigos, artesanos vecinos honrados. MA tanto llegan los murmullos las alteraciones $ue, a veces, deseo abandonar estas tierras c,lidas regresar para siempre al fr#o cier1o en el $ue nacimos. En muchas ocasiones comprendo a nuestra señora madre, abstra#da totalmente de tanta algarab#a. Esta corona pesa mucho m,s de lo $ue imagin. nunca. M'ronto embarcar. para luego marchar hacia A$uisgr,n, de&ando estos tristes estados cargados de duelos desventuras. 'ero no os preocup.is, me responsabili1o de ellos os prometo $ue regresar. en cuanto me sea posible.M CAPÍTULO ONCE Isabel me miró con afecto. 3in duda era la /nica $ue advert#a mi aburrimiento ante tanta lison&er#a por parte de las damas. 'or suerte all# estaba mi reci.n nacido infante. Cien podr#a haber sido el emperador mi hermano, de parecido a Carlos $ue era. 'ero ni si$uiera el nacimiento de mi primer hi&o me llenaba del todo. En verdad, le echaba mucho de menos. 8esde la carta en $ue anunciaba su marcha a A$uisgr,n no hab#a recibido m,s noticias de su mano. 08ecidme, si no es indiscreción, por dónde and,is con el pensamiento o os seguir. gustosa 0di&o Isabel. 3onre#. A$uella niña grande era sin duda mucho m,s sensible $ue el resto de cuantos nos rodeaban en mu poco tiempo me conoc#a me&or $ue las $ue me criaron. 03., por la mu&er de Chi+vres, $ue Carlos se reunió en Calais con Enri$ue de Inglaterra, el cual mandó montar un inmenso teatro con lien1os pintados para el ban$uete de bienvenida. 'ero seg/n parece, apenas se hubieron sentado, un fuerte aguacero acompañado de un huracanado viento lo destro1ó todo tuvieron $ue correr a guarecerse. Isabel sonrió. 6o me $ued. pensativa. 40 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador <e habr#a gustado estar con mi hermano acompañarle hasta *ante, donde, siempre seg/n la mu&er de Chi+vres, miles de hachones les hab#an recibido con regoci&o. Con tanta intensidad cerr. los o&os $ue cre# verle, con las vestiduras talares de Carlomagno, &urando defender a la Iglesia, la &usticia, los d.biles los desamparados, ungido a sentado en el trono, con el cetro la espada de emperador, armando caballeros. 8e pronto escuch. una conocida vo1 castellana $ue me hi1o volver a la realidad a encontrar delante de m# a la esposa del mar$u.s de 8enia, a cu o cuidado hab#an $uedado mi madre mi hermana en -ordesillas. <e asust., no era lógico $ue la custodia de la reina acudiese a Lisboa sin causa &ustificada. Estaba demacrada m,s parec#a haber via&ado a pie $ue en litera. Levant,ndome del taburete le pregunt. impaciente2 08ecidme, N$u. aconteceO 0Apenas el emperador partió a su coronación, nada m,s 1arpar, comen1aron los disturbios la insurrección 0di&o a$uella mu&er0. -oledo fue la primera en e%plotar. 3egovia la siguió sin dudarlo, pero esta ve1 de forma mucho m,s sangrienta. Los infelices corchetes $ue osaron defender los intereses de vuestro hermano fueron arrastrados con una soga al cuello por todas las calle&as al grito de Lmueran los traidoresM. MLuego el fuego vora1 de la rebelión se propagó al resto de las m,s importantes villas castellanas. MLa Coruña 3antiago siguieron a las anteriores por el norte, E%tremadura Andaluc#a por el sur les imitaron. M'or todos los rincones se o en los a conocidos gritos de PViva el ?e mueran sus conse&erosQ MEn -ordesillas nos manten#amos en espera de noticias a vuestra madre la inform,bamos, a pesar de $ue ella parec#a no $uerer enterarse de nada. 'ero Castilla lo /nico $ue hac#a era reclamarla esto era lo $ue m,s nos preocupaba a todos. M!asta $ue hace dos meses, apenas amanecido, lo esperado sucedió. MLos desórdenes de los $ue os he hablado por fin llegaron hasta nosotros. MVuestra madre, asomada a la ventana, miraba al hori1onte sin mediar palabra alguna. M(na hora despu.s, los capitanes de a$uel movimiento entraban en la estancia donde llevaba $uince años encerrada. M(no de ellos, llamado 'adilla, le e%puso durante largo rato sus $ue&as. Cuando finali1ó, $uedó en espera de respuesta. M7uestra sorpresa fue enorme2 vuestra madre, recobrando la lucide1, contestó no haber tenido &am,s noticia de todo a$uello. MW P3i lo hubiese sabido, hubiera procurado poner remedio a tamaños malesQW, e%clamó. M-erminada la reunión, la reina nombró capit,n general al &efe de los insurrectos , encantada de recibir el respeto tratamiento $ue a$u.llos le 41 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador dieron, confesó a 'adilla $ue a ten#a olvidadas desde hac#a mucho tiempo las prebendas $ue un monarca se merece. M3e organi1aron entonces feste&os torneos en su honor ella se hi1o part#cipe de todo con felicidad. 6 cuando escuchó de los abusos de los mandatarios de don Carlos, llegó incluso a decir $ue, conociendo bien a su pueblo, no comprend#a cómo no se hab#a sublevado antes. M<i señor esposo trató de hacerla entrar en ra1ón, e%plic,ndole $ue con a$uello lo /nico $ue conseguir#a era poner a todos en contra de su hi&o Carlos posiblemente a no le $uerr#an como re . A a$uello, para aumentar m,s nuestra perple&idad, contestó $ue a/n $uedaba Fernando al cual todos amaban de $uien Wel flamencoW nos hab#a privado. M*racias al 3eñor, siento decirlo, vuestra madre perdió el &uicio al d#a siguiente se le borró la idea de llamar a don Fernando. 8e haber sido as#, segura esto de $ue el emperador nunca m,s volver#a a reinar en España. Escuchaba con atención. 3in duda a$uella mu&er estaba en lo cierto. 3e pod#a pensar $ue mi madre hab#a recuperado la cordura, pero lo /nico $ue le hab#a vuelto era el habla la capacidad de comunicarse, seguramente debido a la alegr#a fuga1 $ue le dieron al tratarla como a una aut.ntica reina. (na ve1 aburrida de todo, hab#a regresado a su encierro en s# misma. 3ólo me vino una pregunta a la mente para a$uella mu&er2 08ecidme, Nllegó a firmar alg/n documento de los a$uellos hombres le pusieron delanteO 07o, señora 0respondió0. 8esde $ue regresó a su estado habitual no hubo forma de $ue firmara un solo despacho. Al tend.rselos, permanec#a horas con la vista fi&a en el papel, pero sin si$uiera recorrer con su mirada las l#neas para su lectura. 3u mano permanec#a como muerta, sobre la mesa, sosteniendo entre sus dedos la pluma, $ue no se dignó mo&ar en el tintero. Con esa actitud, $ue o conoc#a mu bien, sin saberlo, mi madre estaba salvando el reinado del emperador. 8e pronto, la mar$uesa de 8enla, hasta entonces triste monótona, recobró el ,nimo para decir2 0'adilla suplicó, lloró hasta se arrodilló frente a vuestra madre, mientras .sta lo atravesaba con la mirada, como si de un fantasma se tratase. 'ero sus ruegos no sirvieron para lograr su propósito. Cien sab.is la frialdad el desprecio $ue nuestra reina suele mostrar ante seme&antes situaciones. 8espu.s de esto, tan perdidos se vieron a$uellos hombres $ue decidieron escribir al emperador, relat,ndole lo sucedido, siempre en contra de sus codiciosos conse&eros, solicit,ndole su regreso inmediato clamando remedio para el pueblo ultra&ado. CAPÍTULO DOCE (n sucederse de acontecimientos tan vertiginosos vino despu.s, $ue poco 42 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador tiempo ganas tuve o de ocuparme de la situación en España, e%cepto para escribir una carta a Carlos en la $ue le contaba mis percances otra en la $ue le comunicaba el resultado de mi parto. La muerte de mi pe$ueño hi&o, luego mi dif#cil segundo embara1o , finalmente, la muerte de mi marido, me de&aron pocas fuer1as para sufrir por otros motivos. 3ólo una cosa ech. de verdad en falta en todo ese tiempo2 una respuesta de mi hermano. Las noticias $ue ten#a sobre .l las hab#a recibido siempre por v#a indirecta. <e ocup. de centrar todo mi cariño en mi reci.n nacida, <ar#a. 6 mu alegre me siento de ello, por$ue m,s tarde la vida no nos permitir#a andar &untas a trav.s de sus caminos. !asta $ue una tarde, me hallaba contemplando las muecas de mi pe$ueña, entró Isabel con una carta. Al ver el sello de mi hermano la abr# r,pidamente. Castante a1arada, mi hi&astra me solicitó si pod#a leerla en vo1 alta. 7o lo dud., nuestra confian1a era tanta $ue nada de lo $ue mi hermano contara podr#a ser secreto para ella. 3abiendo adem,s de su e%$uisita discreción, comenc. a hacerle part#cipe de las nuevas. 0L<e enorgulle1co de vos. 3ois la primera de nuestros hermanos $ue hab.is perpetuado nuestra sangre. La muerte de vuestro hi&o Carlos $uedó atr,s Wal frente ha $ue mirarW, como vos dec#s, pues seguro es $ue esta nueva niña $ue ten.is recompensar, en parte la p.rdida de su hermano tiempo ten.is de tener varones. MLe# vuestra primera carta con detenimiento preocupación me detuve en el punto donde me hablabais de los disturbios causados por los insurrectos en España. M?egresar. en cuanto me sea posible, pero he de reconoceros $ue estas batallas de las $ue me habl,is me resultan le&anas, pues a una mucho m,s importante me enfrento en estos momentos. MPEl catolicismo en estas tierras peligra, hermanaQ M(n fraile agustino anda de un lado a otro negando la preeminencia del 'ont#fice, la e%istencia del purgatorio, el culto a la Virgen los santos, la autoridad de la Iglesia para interpretar las sagradas escrituras la confesión. MAlem,n hab#a de ser por lo completo meticuloso. M8iscute ante todos la acción de la divina gracia para a udar al hombre a conseguir la salvación. 6 lo peor es $ue a muchos est, consiguiendo convencer de sus here&#as. M3u nombre es <art#n Lutero. MAl principio no le $uise dar mucha importancia por creerlo caso aislado, pero luego supe $ue indudablemente tiene sus cómplices. <uchos m,s de los $ue nunca pude imaginar. Entre sus filas corren estudiantes, humanistas e incluso grandes señores. MEl 3anto 'adre le ha e%comulgado, pero .l ha $uemado la bula de e%comunión en p/blico. 43 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador M<uchos le vitorearon al cometer seme&ante sacrilegio. M3u e%pulsión de la 3anta Iglesia Católica sólo ha servido para darle m,s fuer1a. MEst, retenido en Xorms, donde me reunir. con .l a principios del año venidero. 'rocurar. $ue entre en ra1ón, pues corre el rumor de $ue el diablo anda detr,s. MJui1, tengamos $ue recurrir al e%orcismo. M'ero no $uiero in$uietaron m,s con mis desasosiegos. Ahora deseo daros una buena noticia. M7uestro hermano Fernando me es cada ve1 m,s fiel. 7o pod.is imaginar cómo ha cambiado. La adolescente figura $ue record,is ha desaparecido a es un hombre bien proporcionado. M3u ansia de con$uistas casi supera a la m#a. M'or ello le he nombrado mi lugarteniente vicario general. 6 mu al contrario de lo $ue se piensa en sus estados natales, el tiempo no nos separa sino $ue nos une. A$uel ansia de correr mundo $ue ten#a ha desaparecido. M-anto es as# $ue hemos decidido $ue en hora est, de casarse. -ambi.n se ha dispuesto $ue nuestra hermana <ar#a se despose con el re de Cohemia !ungr#a, con lo cual conseguiremos los de nuestra sangre $ue una hermana m,s sea reina. 'ara me&or asegurar esta alian1a, Fernando se casar, con la hermana de su nuevo cuñado. Imaginaba la nula libertad $ue tanto Fernando como <ar#a habr#an tenido para elegir sus respectivos cón uges. La pol#tica de Lt/, F.li% Austria, nube...M parec#a ser e&ercida a ra&atabla por mi hermano. <e hab#a acostumbrado tanto a ello $ue casi no me afectaba. 'ero cuando, apenas enterado de mi viude1, el emperador me envió otra carta en la $ue me ordenaba $ue de&ara 'ortugal me trasladara otra ve1 a España, pues seg/n dec#a en ella ten#a LplanesM para m#, me sent# profundamente ofendida en el orgullo. NEra posible $ue estuviera pensando en casarme otra ve1O Fue entonces cuando e%periment. un inusual deseo de rebelarme contra esas consignas $ue hacen de nosotros, persona&es de sangre real, parte de un a&edre1 din,stico cu a ma or tragedia consiste en ser, a la ve1, tanto pie1as como &ugadores. Al final, la fuer1a de esta costumbre ancestral el indisoluble afecto $ue o sent#a por mi hermano, me hi1o, una ve1 m,s, obedecerle, fuera para lo $ue fuese, abandon. 'ortugal. CAPÍTULO TRECE El discontinuo tra$ueteo de mi silla de manos no me permit#a encontrar 44 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador la posición m,s cómoda. El tiempo transcurr#a lentamente. Aburrida, me puse a recordar los primeros via&es $ue Carlos o hab#amos hecho en estas tierras del sur. <is cinco sentidos estaban puestos en los campos $ue recorr#a la comitiva. El romero, el espliego, el tomillo, el laurel el cipr.s inundaban mi olfato. -odas a$uellas plantas eran casi desconocidas para m# entonces, o iba señal,ndoselas a mi hermano, llena de e%citación, como el niño $ue recibe &uguetes maravillosos no esperados. A pesar de los riesgos $ue nos aguardaban todo me parec#a estimulante. En cambio ahora, mientras marchaba otra ve1 por esos meridionales caminos, me sent#a cansada casi vencida. 8e pronto la melancol#a me invadió. A mi memoria acudieron los bos$ues de <alinas, la ciudad en la $ue Carlos o nos criamos. La frondosidad de a$u.llos no era comparable con lo $ue ahora ve#an mis o&os. 'ara consolarme pens. $ue esas h/medas tierras, donde los arro os son bra1os de mar el ganado engorda sin problemas, nunca ser#an capaces de dar frutos tan apetitosos como los higos melones $ue regalaban las tierras $ue ahora me rodeaban. Ech. de menos a mi hi&a. <i pe$ueña <ar#a hab#a $uedado atr,s. As# hab#a de ser, pues 'ortugal la ligaba. Como infanta de a$uellos lugares, all# deb#a ser educada. Jui1,s en un futuro conseguir#a $ue acudiera a España, adonde Carlos estaba a punto de regresar. La duda sobre sus LplanesM respecto a m# no debilitaba en nada el la1o $ue nos un#a. <u al contrario .ste se tornaba en una fuerte sólida cadena. Era necesario $ue as# fuese, de otro modo la pe$ueña <ar#a habr#a sido sacrificada en vano. 7os encontr,bamos a unas dos leguas de -ordesillas cuando los caballos $ue tiraban de los carros se asustaron. (n ruido mucho ma or $ue el de un trueno nos ensordeció por un momento. La servidumbre comen1ó a correr de un lado a otro asustada gritando. <e ba&. de la silla llam. al orden bastante eno&ada, pues si bien acepto la estupide1 humana, me enerva la cobard#a. A lo le&os se divisaba una columna de humo. -em# por mi madre por Catalina. Los insurrectos estaban a/n en la ciudad) los imperiales deb#an de estar intentando retomarla. 8e pronto, algo desconocido en mi persona me empu&ó hacia la contienda. Los gritos $uedaron atr,s cuando espole. mi corcel a la cabe1a de los soldados de la guardia comenc. a galopar hacia la ciudad asediada. NJu. me impulsó a elloO NEra realmente el estado de mi madre mi hermana lo $ue me preocupabaO La verdad es $ue o apenas si las 45 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador conoc#a. NJuer#a defender los derechos reales de mi hermanoO 3in embargo, o acababa de de&ar una posición real sin $ue ello me importara demasiado. <edia legua antes de llegar encontramos a un soldado imperial herido de ballesta. La sangre escapaba del lado de su estómago a raudales. A$uel hombre gem#a nos solicitaba agua desesperadamente. 8esmont. le di de beber. -osió, una mueca retorcida acompañó al vómito de sangre $ue de su seca boca surgió. Lo incorpor. sobre mi falda un poco m,s para $ue no muriese ahogado en ese instante $uedó inerte. 3u bra1o $ue hasta a$uel momento se as#a a mi hombro, resbaló un c,li1 de plata $ue se hallaba escondido ba&o su manga rodó por el suelo. <i sorpresa fue rota por el tañido de las campanas de una iglesia. Levant. la vista. 3obre una de las almenas de la ciudad ondeó el estandarte imperial. <ontando, orden. el galope hacia ella. Cuando entramos las calles andaban sembradas de cad,veres. <u&eres niños lloraban sobre cuerpos de hombres &óvenes adultos. El hedor a sangre madera chamuscada mareaba. La desolación el sa$ueo se respiraban por todas partes. Los nuestros debieron de cometer tantas in&usticias como los insurrectos. NCu,l ser#a la reacción de mi hermanoO <i señora madre segu#a en la misma actitud de indiferencia hacia m# $ue antes de $ue o marchara a 'ortugal. 8e todas maneras, me $ued. &unto a ella esperando $ue llegase Carlos. <ientras tanto, casi sin darme cuenta, empec. a echar de menos a Isabel a pensar en la posibilidad de $ue estuvi.ramos &untas de nuevo. Aun$ue lo hab#a imaginado otras veces, .sa fue la primera $ue me permit# e%presar verbalmente el deseo de $ue se casara con mi hermano, pues era claro $ue la infanta portuguesa andaba enamorada a de .l. Catalina me miró mu sorprendida cuando se lo di&e. La verdad es $ue no acababa de entender su reacción. 0'or mu separados $ue andemos, sigo siendo su hermana, la $ue lo crió, alg/n derecho tengo 0le advert#. Catalina me observó con e%presión incr.dula. Le rogu. $ue de&ara de ser tan parca, tan castellana, hablara de una ve1. 0NAcaso ignor,is $ue tenemos una nueva bastarda en la familiaO 0 di&o al fin0. Carlos ha tenido una hi&a llamada <argarita, como nuestra t#a. Jued. perple&a, no sab#a nada, nadie me hab#a advertido de ello. En mi imaginación, Carlos se estaba ocupando de terminar con los conflictos en el norte para poder venir lo antes posible a nuestro lado. 46 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0NEst,is segura de lo $ue dec#sO NCómo es posible $ue vos, casi enclaustrada, sep,is m,s $ue oO -ras unos instantes de duda, mi hermana agregó2 03i $uer.is $ue no siga siendo LcastellanaM puedo deciros tambi.n $ue, seg/n cuentan, la muchacha es hi&a de un rico tapicero mu hermosa. 6 $ue Carlos ha reconocido a la pe$ueña le ha prometido a la madre $ue velar, por ella toda su vida. 8e todos modos, no os preocup.is. Llegado el momento Carlos no faltar, a su obligación como emperador , como vos, se desposar, con la persona adecuada. Era incre#ble. N-an olvidada me ten#a $ue ni eso me comentabaO (na angustia desaforada me invadió. Levant,ndome enfurecida grit.2 0PVos lo $uer.isQ, pues sordo, huidi1o desagradecido os mostr,is. Catalina me miró la preocupación acudió r,pida a sus o&os. 0P7o, Leonor, os lo ruegoQ 7o mostr.is locura ante m#, pues mu sobrados de ella andamos a. <e hab#a de&ado llevar. 6o, la mu&er m,s cabal de estas tierras, perd# la cordura todo debido a los desatinos de mi hermano. Inclin,ndome hacia Catalina el sosiego retornó a m#. 0-ran$uili1aos perdonadme, os lo ruego. 3ab.is $ue me preocupo por .l m,s $ue por m# misma simplemente me he sentido agraviada al conocer sus andan1as amorosas. <i preocupación por Carlos r,pido amainó, por la tensión guerrera $ue a/n nos rodeaba. Las huestes imperiales acababan de vencer en los campos de Villalar, cuando la llegada de un despacho urgente de mi hermano llevó mi pensamiento por derroteros familiares todav#a peores. CAPÍTULO CATORCE Cuando acab.is de leer esta carta, s. $ue $uedar.is sorprendida. 'ero os ruego $ue no tem,is sino $ue me invo$u.is sólo en vuestros re1os. 3e trata de un sueño. 8e una pesadilla $ue tuve anoche $ue ho $uiero relataron. MApenas hab#a aclarado. Con la guardia me dirig#a hacia un campo plano. 8os mil soldados imperiales me aguardaban, los estandartes de las m,s nobles casas españolas ondeando al viento. 8e pronto, uno de mis hombres, con el ma or de los respetos, me ordenó $ue me $uedara en la retaguardia. A m#, vuestro hermano Carlos, el emperador, el amante de las batallas. M3in embargo, obedec#. M8esde mi posición protegida escuchaba el chocar de lan1as con estribos, armaduras con elmos balas de hierro con cañones, mientras los soldados aguardaban la orden de ata$ue. 47 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador MA$uellos fastuosos caballeros esperaban enfrentarse a la muerte con la solemnidad la valent#a dibu&ada en sus rostros, mientras o, sencillamente, los observaba. MLas trompetas sonaron la ansiada vo1 se escuchó al fin2 M0P3anta <ar#a CarlosQ M0P3antiago libertadQ 0se o ó en la lontanan1a. MEl enemigo avan1ó, lentamente al principio, a galope despu.s. La lluvia ca#a con fuer1a, pero a pesar de $ue algunos caballos se hund#an en el barro haciendo caer a sus &inetes, los dem,s no se intimidaban segu#an adelante. M6 as# hasta $ue, vi.ndose perdidos, comen1aron a desertar. MCon el barro hasta las rodillas su huida se hac#a lenta mientras ca#an como hormigas pisoteadas. Los soldados adversarios se arrancaban sus divisas se pon#an las blancas de los imperiales. M(n frailecillo de los nuestros gritaba2 M0P<atad a esos malvados, destro1ad a esos imp#os disolutosQ P7o ha a perdón eterno ni descansoQ PCien go1ar, en el cielo el $ue destru a esa ra1a malditaQ P7o repar.is en herir de frente o por la espalda a los perturbadores del sosiegoQ MAl poco tiempo todo se calmó) el campo, sembrado de cad,veres moribundos, iba siendo despe&ado por mis huestes. MLos muertos $uedaban en carnes. M8e repente me encontr. ocupando el sitial de honor frente a un cadalso. M-res hombres aparecieron. MIban en camisa. La longitud de las cadenas de sus grillos no llegaban a un palmo) sus pasos eran torpes trope1ados MEl pregonero habló2 M0Tsta es la &usticia $ue manda 3u <a&estad. El gobernador, en su nombre, ordenó degollarlos por traidores. M8e pronto, uno de a$uellos tres condenados gritó altivo2 M0<ientes t/ $uien te lo mandó decir. 'ues somos m,s celosos del bien p/blico defensores de la libertad del reino $ue traidores. MFtro de ellos se adelantó di&o2 M08egY.llame a m# primero. 'ara no ver la muerte del me&or caballero $ue $ueda en Castilla. MEl verdugo no lo dudó. M7o pasó ni un instante el segundo se arrodilló. 'ero de pronto se incorporó miró hacia donde est,bamos, como si buscara a alguien. M3u mirada rastreadora se detuvo en vos. 'ues ah# estabais vos, compañera en los momentos dif#ciles. M03eñora, tomad esto. Fs ruego $ue se lo entregu.is a mi esposa 0 os di&o. M3e $uitó un relicario $ue de su cuello pend#a os lo entregó. M-ras lo cual le fue cortada el habla la vida.M 48 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador *uando acab. de leer la carta sent# escalofr#os. 8#as antes, despu.s de la batalla $ue hab#a acabado con la insurrección, pasando por la pla1a del mercado, hab#a visto tres cabe1as putrefactas clavadas en escarpias. Eran las de <aldonado, 'adilla Cravo, los tres hombres $ue hab#an organi1ado la revuelta. Capítulo u!"#$ A$uel enca&e estaba $uedando perfecto. 7o era f,cil, pero al fin lo consegu#. Los hilos, invisibles en su recorrido, se desli1aban r,pidamente entre mis dedos. Catalina atisbaba desde la ventana. La calma hab#a regresado a los reinos pero no as# Carlos. Intu#amos $ue de un momento a otro pisar#a estas tierras, aun$ue no nos hab#a comunicado nada sobre su venida a -ordesillas. La esperan1a me embargaba, desaparecida la preocupación desatada por su /ltima carta. A ello hab#a contribuido mi confesor, un &erónimo italiano $ue me acompañaba desde 'ortugal. A .l acab. comentando el temor $ue el macabro relato de mi hermano me desató. Estuvo de acuerdo en $ue, claramente, la visión de Carlos se refer#a a la batalla $ue decidió la suerte de sus reinos españoles. 'ero donde o vi un temible signo de la herencia de nuestra madre, mi confesor di&o entrever la mano de 8ios. El poder $ue la divinidad confiere a re es emperadores no sólo se manifiesta en su potestas, su posibilidad de dar órdenes $ue sean obedecidas, me e%plicó el buen padre. 8ios, a veces por medio de visiones, a veces de LrevelacionesM, les permite a los re es conocer a$uello $ue a los simples comunes les es vetado. 'ara nada Carlos mostró s#ntomas de heredar las anomal#as mentales de nuestra madre en su pesadilla. 3implemente, LamorosamenteM, fue la palabra del bueno de mi confesor, el 3eñor $uiso mostrarle un camino a seguir a trav.s de una advertencia, con la crueldad de a$uellas im,genes para refor1arla. 3in duda 8ios estaba cerca de la misión de mi hermano pues LnuestroM Adriano de Lovaina, el sabio hombre de iglesia $ue hab#a tenido siempre a su lado como maestro conse&ero, /ltimamente como regente, acababa de ser nombrado 'apa. Lo cual, en cierto modo, obligaba a Carlos a volver a la reinos del sur, pues, estando Lovaina camino de ?oma, su vacante en España no pod#a mantenerse por s# sola. 7uestro regente, a pesar de ser odiado por el pueblo romano, 49 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador marchaba a su tarea con la austeridad, sencille1 humildad $ue indicaban en su car,cter una clara repugnancia hacia el boato, la opulencia la ostentación, tan caracter#sticas en sus antecesores. Era de esperar, pues, $ue su antaño disc#pulo se decidiera a hacer otro tanto con estos estados $ue mucho lo necesitaban, aun$ue en nada fuera comparable su situación con la de Adriano. 'or$ue, mientras en a$uella corrupta corte romana a nadie pareció acertada su elección lo aguardaban desganados, era evidente $ue los españoles ansiaban cada ve1 m,s la llegada de Carlos. En cuanto a m#, la monoton#a me embargaba. 7uestras cotidianas costumbres en nada diferenciaban ho del mañana. 3in embargo, algo en mi interior me dec#a cada noche, antes de apagar la vela $ue a$uella uniforme vida cambiar#a de un momento a otro. Carlos no me habr#a hecho de&ar la corte portuguesa para convertirme en celadora de mi madre de mi hermana. Concentrada en mi labor al igual $ue Catalina me encontraba, cuando o# $ue alguien sub#a por las escaleras. Esperaba percibir el ruido $ue los sirvientes hac#an habilitando la sala contigua para el almuer1o, cuando alc. la vista vi a mi madre mirando a la puerta. All# estaba el emperador, galante sonriente, delante de nosotras. <e levant. de inmediato corr# a abra1arle. Catalina, m,s recatada $ue o, hi1o una pe$ueña reverencia, tras lo cual se retiró. Carlos acudió entonces al lecho de mi madre la besó vil la frente. 'ero ni eso sacó a la perpetua enferma de su obnubilación. 7o pude resistirlo. Era m,s fuerte $ue o. <i intención de reprocharle su larga ausencia pasó. 0Fs veo igual de tran$uila $ue siempre Ssonrió .l, acerc,ndose. Como otras tantas veces no alcanc. a distinguir si hablaba en serio o se burlaba cariñosamente de m#. 0La $ue se ve tran$uila por primera ve1 en mucho tiempo es vuestra corona 0le di&e, e, en cual$uier caso0. 'ero pendió de un hilo a vos no pareció importaron demasiado. 0Advierto $ue os hab.is castellani1ado m,s de lo $ue supon#a comprend.is me&or $ue o a los s/bditos $ue de m# desconfiar 0 sentenció Carlos, siempre con e%presión sonriente. La imagen de la batalla de Villalar acudió a mi mente de nuevo. <i indignación resurgió del escondite al $ue se hab#a visto relegada no pude disimular mis sentimientos ni si$uiera en el tono de mi vo1. 03obrevivo dignamente, a pesar de $ue me olvidasteis en estas tierras revueltas. 'ronto comprobar.is $ue vuestra servidora ha intentado suplir con el celo debido vuestra falta. M*racias a vuestros fieles seguidores, muchos de ellos nobles 50 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador castellanos aragoneses, no lo ignor.is, las aguas regresaron a su cauce. <ientras vos me hac#ais t#a, ellos luchaban heroicamente ho os encontr,is la guerra terminada. 3ólo Francisco de Francia sigue molestando en el norte. Al mentar a su m,s fuerte adversario Carlos me reprochó2 0Esas tocas de viuda os han agriado el car,cter. 'ens. $ue me&or ser#a callarme. <i hermano prosiguió. 08e todo estuve enterado grandes $uebraderos de cabe1a me produ&eron estos negocios, os lo aseguro. 'ero en vuestra vo1 encuentro cierto rencor hacia m#, $uerida hermana. 3i lo $ue os altera es no haber sido informada de los pasos $ue os han llevado a ser t#a, fue debido a $ue vuestra rectitud no admite devaneos. 3u mirada se desvió hacia el lecho de mi madre. 0P'ero LeonorQ, deber#ais comprender $ue, adem,s de emperador, pertene1co al reino de los hombres se da el caso de $ue las debilidades de .stos me agradan. 8e pronto vi cu,nto hab#a cambiado. 3e mostraba m,s seguro, sólo a en su decir se apreciaba. La verdad era $ue a pesar de sus reproches estaba encantada de tenerlo de nuevo a mi lado. 3abiendo $u. malo ser#a romper a$uel esperado momento con amonestaciones, cambi. mi tono. 08e acuerdo, Carlos, os puedo entender. 'ero sólo os ruego $ue la pró%ima ve1 $ue teng,is un hi&o sea el de vuestra reina. 3u rostro se mudó de inmediato. 0Leonor, dispensadme un favor, por mu arduo $ue os resulte. 8eb.is entender $ue Chi+vres murió mi tutor $uerido maestro, Lovaina, tampoco est, a a mi lado. 'or tanto de&adme tran$uilo respecto a estos asuntos. <i señora madre, sin pronunciar palabra, me dirigió una mirada de reproche, a la cual no hice demasiado caso. 'or mucho $ue le pesara, nunca nos hab#a proporcionado el cariño $ue necesit,bamos en ese momento a no me atemori1aba en absoluto. Carlos continuó, indign,ndose un poco m,s con cada palabra $ue pronunciaba. 07o me intent.is dirigir en la moral, a no ser $ue pida vuestro conse&o. -odos me habl,is de lo mismo. !asta ese culto nada moralista piamont.s al $ue he nombrado canciller, me habló a er de ello. 'ero siento deciros $ue en mi deseo no est, el tomar estado todav#a. Lo har., os lo prometo, pues es mi obligación) pero os pido $ue no me agobi.is. Asent#, sumisa. (na sonrisa burlona surgió de su fa1. 0!asta ese d#a, tendr.is $ue complacerme con un pe$ueño servicio $ue sólo vos pod.is cumplir. Intu# por su mirada una broma de mal gusto. 51 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 0'ero ten.is $ue &urarme $ue har.is $ue todos cuanto os rodean sean tan discretos como vos, Nlo &ur,isO 3in dudar, aun$ue remisa, contest.2 0Lo &uro. 0Entonces, ba&ad conmigo. Jued. estupefacta. Al lado de la chimenea, Catalina mec#a a una niña de pocos meses en los bra1os. (na rolli1a a a flamenca la miraba. 7o pod#a ser <argarita, Pa$uella niña tendr#a a $ue andarQ NJui.n era entoncesO 0A$u# tienes a "uana, como se llama esta criatura de 8ios, mi segunda hi&a 0di&o Carlos, sac,ndome de dudas de inmediato. Lo primero $ue pens. era $ue estaba &ugando conmigo. 'ara apaciguar mis ,nimos unos minutos antes me hab#a hablado de su obligación de tomar estado ahora aparec#a con otro hi&o bastardo. 8if#cil ser#a sofocar mi alteración. PEso no era nada propio del emperador $ue vi partir años atr,sQ 0PCarlos, vuestro cora1ón me asombraQ 8e todos modos, esta reci.n nacida deber#a regresar a los bra1os de su madre, de donde nunca debió ser arrancada. 6 os ruego $ue borr.is esa sonrisa de vuestro rostro. <is palabras van en serio. Como si no me escuchara, Carlos se acercó a la niña le hi1o una carantoña. Catalina estaba entusiasmada, probablemente nunca hab#a visto a un ser tan diminuto entre los oscuros muros donde se crió. 0NA $ue es e%trañoO 0le di&o mi hermano0. 7o habla, ni si$uiera centra su mirada en nuestros rostros. 7o conoce, ni desconoce. 3e limita a comer a dormir) sin embargo, cautiva a todos los $ue a su lado se acercan... E%cepto a los gruñones $ue se obstinan en no admitir su e%istencia. Catalina se limitó a asentir con la cabe1a mientras esperaba $ue mi hermano continuara su discurso. 0NJu. culpa puede tener esta niña de $ue 8ios $uisiera llamar a su madre en el mismo momento en $ue ella ve#a la lu1O 'ero al menos "uana tiene suerte. Leonor me ha prometido hace unos instantes hacerse cargo de ella. <,s suerte $ue las $ue acabaron enterradas en cual$uier campo perdido o sirviendo a alg/n campesino deseoso de tener una esclava. El cargo de conciencia me asaltó. Carlos se volvió hacia m# la s/plica acudió a su mirada. 03ab.is $ue nunca per&urar#a o faltar#a a mi palabra 0le di&e0. 'ero a mi hi&a de&. en 'ortugal para seguiros. ?enunci. a ella por vos. 7o podr#a sostener a vuestra hi&a entre mis bra1os sin pensar en la m#a eso me har#a sufrir d#a tras d#a. Carlos me acarició , mostrando a$uel cariño $ue tanto le costaba 52 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador e%teriori1ar, mati1ó2 07o os pido $ue cri.is a "uana. 3ólo os la entrego para $ue bus$u.is un lugar donde pueda crecer segura &unto a alguien $ue le d. cariño. 'areció satisfecho cuando le habl. de un convento de agustinas en el $ue las mon&as se sentir#an orgullosas de tamaño honor. 3er#a la /ltima ve1 $ue ver#amos a "uana. A a niña partieron a la mañana siguiente hacia su destino. A decir verdad, me sorprendió la ligere1a frialdad con $ue Carlos se despidió de una hi&a a la $ue todo hac#a prever $ue nunca m,s ver#a. Aun$ue el transcurso de la vida me demostrar#a $ue a veces esos sacrificios eran necesarios, no puedo negar $ue esa actitud de mi hermano siempre me molestar#a. El pecado carnal estaba admitido aun$ue no consentido pero sus huellas deb#an ser borradas. <uchos consegu#an legitimar a sus bastardos acudiendo a los 3umos 'ont#fices a los re es, si alguien pod#a lograr eso sin esfuer1o era Carlos. <as en ese momento en el $ue su preceptor Lovaina ocupaba a$uel puesto, sin embargo renunció a ello. El haberse deshecho tan fr#amente de algunos de sus hi&os sólo le $uitar#a el sueño muchos años despu.s, cuando la muerte el arrepentimiento le re$uer#an. 'ero la suerte de "uana no fue tanta como la $ue mi hermano proclamara. 'ues a pesar de los cuidados de las mon&as, a$uella niña $ue soportó el duro via&e de Flandes a España tuvo una infancia sobrada de enfermedades , despu.s de proporcionar a a$uellas santas mu&eres mil $uebraderos de cabe1a, su vida se truncó cuando sólo contaba ocho años. CAPÍTULO DIECIS%IS Como bien gustaba a mi hermano, ten#a *attinara a$uellas caracter#sticas $ue sólo suelen darse en los prelados de la noble1a italiana. Con ellos se pod#a hablar tanto de pol#tica como de religión, de arte como de guerra o de e%$uisita reposter#a. 'ero a diferencia de la ma or parte de a$u.llos, el cardenal *attinara no era c#nico. <u bien lo hab#a demostrado aconse&ando a mi hermano sabiamente desde su puesto de canciller, ocup,ndose de $ue la otra hi&a de Carlos, <argarita, llegara un d#a a ser una mu&er prudente culta. 3in embargo, al marcharse la comitiva $ue llevaba a la pe$ueña "uana al convento, pocas ganas ten#a de hablar con alguien, ni si$uiera con .l. La imagen de mi niña sola en 'ortugal me atormentaba. <e sorprendió la aparente falta de relación con lo acontecido de su comentario. 0Es soberbia, ver el detalle con el $ue la cincelaron. 'odr#a pasar 53 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador horas mir,ndola sin aburrirme 0di&o el piamont.s, refiri.ndose a una armadura $ue se encontraba en la sala en la $ue, buscando un poco de $uietud, me hab#a refugiado. <e par. lo mir. mientras tocaba a$uella pie1a con tanta delicade1a, $ue m,s parec#a estar acariciando las plumas de alg/n tocado. 8ado $ue no se dio la vuelta, me cercior. de $ue a m# se dirig#a. (na ve1 segura de $ue nadie m,s hab#a en la sala, contest. con desgana2 0Lo es, señor, deseando est, 3u <a&estad estrenarla. 0N-an claro ten.is $ue el emperador $uiere combatir &unto a sus huestes no asentarse como vos $uer#aisO <e molestó a$uella arrogancia con la $ue me hablaba, sin si$uiera mirarme, mientras me dirig#a la palabra. 03i permit#s a Vuestra Alte1a $ue se retire. *attinara pegó un respingo , separ,ndose de la armadura, se inclinó ante m#. 0'erdonadme, os lo ruego, pero en ocasiones pienso en muchas cosas a la ve1 eso me pierdo... pierde. PAh, estos verbos castellanos, tienen tantas formasQ Vos a lo habl,is maravillosamente. Admiro vuestra capacidad para no confundirlo con el portugu.s. A$uella me1cla de humildad, iron#a galanter#a de a$uel hombre, en un principio soberbio, me hi1o recordar todo lo $ue estaba haciendo por <argarita , pensando en mi hi&a, le tend# el libro $ue llevaba en la mano. Estaba desgastado pero la edición era /nica, pues la imprenta hac#a mu poco $ue funcionaba bien en España. SEst, escrito en castellano. Cada l#nea de la Divina &omedia es inimitable en italiano. 'ero esta versión me ha sido mu /til para aprender el idioma. *attinara observó la obra con o&os e%pertos. 0Es un honor. Lo aprecio m,s $ue si hubiesen sido emas de 3anta Clara. 3ab.is llegar r,pido a descubrir lo $ue interesa al hombre. 7o pude contener una sonrisa. 8erribada la puerta del castillo, el habil#simo diplom,tico $ue se escond#a detr,s del aut.ntico goloso atacó2 06 si, como hab.is dicho al comien1o, vuestro hermano tiene prisa por usar cuanto antes esta armadura, su voluntad de guerrear fallida se ver, sin los medios suficientes. E&.rcito tiene, pero anda escaso de recursos para mantenerlo la dote de una princesa bien servir#a a esta causa. Jued. asombrada de su capacidad para reconducir el discurso al tema $ue le interesaba. !asta llegu. a pensar $ue todo hab#a sido un monta&e preparado h,bilmente. 8ecid# $ue, para rendirle honores, lo me&or era ir directa al grano. 07o s. si sabr.is... todav#a $ue &usto a er habl. con el emperador sobre la posibilidad de un r,pido desposorio. (n tema $ue prefiere eludir constantemente. 0'er bacco se lo so Q P7o imagin,is cu,nto lo s.Q Cuando Enri$ue de 54 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Inglaterra mandó emba&adores para tratar la boda de su hi&a <ar#a, os puedo asegurar $ue la dote era cuantiosa estimable, vuestro hermano apenas los recibió, todav#a no se ha decidido a responder, ni si$uiera de palabra. La boca de *attinara segregaba saliva hablaba de dinero como si se refiriera a uno de esos dulces $ue tanto le entusiasmaban. 3in duda la avaricia le tentaba, a pesar de $ue a$uellos ducados no fuesen para .l. 8e todos modos, su e%presión me resultó divertida decid# rebatirlo con el mismo argumento utili1ado con Catalina. 0-odo lo $ue me cont,is lo s., con detalle. 'ero nuestra prima <ar#a es a/n mu niña tendr, $ue esperar para ver reali1ados sus sueños. Carlos no es paciente creo sinceramente $ue no esperar,. Lo siento m,s por nuestra Catalina $ue por Enri$ue -udor, pero os aseguro $ue nuestra alian1a con a$uel estado tendr, $ue aguardar. *attinara me escuchaba con aire de contradicción, pero o segu#a pensando $ue no conven#a volver a lan1ar el nombre de mi candidata por$ue cuando lo hiciera, en el momento oportuno, todos, incluido Carlos, se mostrar#an de acuerdo. Al fin al cabo Isabel de 'ortugal era rica su dote podr#a ser m,s cuantiosa $ue la de <ar#a, pues, como a nosotros, a los portugueses tambi.n les llegaban las ri$ue1as de las Indias a espuertas. 8e todas maneras, algo r,pido ten#a $ue hacer o para $ue Carlos no siguiera escud,ndose en la poca edad de <ar#a manteni.ndose $ui.n sabe cu,ntos años m,s soltero, sin dar heredero a estos reinos $ue tanto lo necesitaban. CAPÍTULO DIECISIETE Ju. d.biles se muestran los caballeros cuando est,n enfermosQ Lo $ue la mu&er sufre en silencio, el hombre lo grita el mundo. (n simple resfriado los asusta como si de la visita de la muerte se tratase. <,s temor demuestran ante la falta de salud $ue ante un e&.rcito bien formado dispuesto a machacarlos. 6 precisamente all# es donde a Carlos le hubiese gustado encontrarse, no encarcelado en la pe$ueña villa de <adrid, tumbado en su lecho, abotargados los o&os, encarnada la nari1 con un p.simo humor $ue me empu&aba a de&arla estancia a menudo. Estornudó me pidió un pañuelo con el $ue sonarse. 03iempre velando por m#, Pcomo mi ,ngel custodioQ 0<e&or un ser alado $ue esas repugnantes secreciones $ue no parecen $uerer abandonarte. -ras mi respuesta le mir. despectivamente, cuando a estaba pensando otra ve1 en marcharme, un acceso de tos se apoderó de su pecho dificult,ndole la respiración. 55 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador <e asust., pues las calenturas hab#an arreciado toda la noche. Con los o&os plagados de venas encarnadas por el esfuer1o, me miró arrepentido. 0'erdonadme, Leonor, la dolencia me nubla el &uicio. <e acer$u., le puse otro almohadón $ue lo incorporase m,s tom. asiento. 0PL,stima $ue todav#a no est. en hora de pensar en el matrimonioQ Vuestro lugar lo deber#a ocupar otra dama. !abr#a de ser cauta como vos, super,ndoos, eso s#, en dul1ura. Jue no tenga nada $ue ver con todas las $ue me ofrecieron anteriormente. <e sorprendió, como cada d#a. Los insultos los cambió por halagos, pero Npor $u. sacaba el tema ahoraO N3ospechaba algo de mi entrevista con el emba&ador ingl.sO Antes de decidirme a dar ese paso intent. en muchas ocasiones sacar a$uel asunto a colación, pero siempre lo evitaba alteraba el rumbo de la conversación con gran habilidad. 3u preocupación principal estaba anclada en la guerra $ue se hab#a de librar contra Francisco de Francia, sin embargo, ahora acomet#a con un negocio mu diferente al $ue habitualmente trat,bamos. Jui1, sólo $uer#a retenerme a su lado conversando de algo $ue me interesara. 0Es e%traño $ue dig,is eso. 7o os deb.is de encontrar tan mal si pens,is en ello &usto ahora $ue la enfermedad os tiene encadenado al lecho 0respond# por tanto. 0'recisamente, por$ue todav#a falta tiempo para la decisión es posible evitar e$uivocaciones. !asta $ue la ra1ón de estado me obligue a unirme a alguna fea prima, seducid mis o#dos con las cualidades $ue vuestro ideal deber#a tener. Fs advierto $ue han de ser mucho m,s profundas $ue las usuales os ruego $ue no me aburr,is con sermones moralistas, obligados cabales, $ue sólo logran cerrar mi entendimiento. 'ues en mi mente est,n a borrados de tan repetidos. Lo mir. indecisa. -om. aire, merec#a la pena intentarlo. 07o me lo pon.is f,cil, mas imagino $ue deber#a ser pura bella, educada, hablar el idioma de esta tierra perfectamente , lo m,s importante, $ue os $uiera respete. 'ero no sólo eso, su cora1ón ha de ser tan grande $ue por amar, ame a Vuestra <a&estad. Carlos abrió los o&os sonrió. 0N<e tom,is el peloO <e admirar,, me respetar, o me desear,, pero NamarmeO Adem,s, olvidasteis lo fundamental, eso $ue os he dicho $ue no se,is moralista. 7o has mencionado nada de la dote. <e malhumor.. 0A veces os mostr,is cerril corto de entendimiento. 3i me obstino en esta empresa es por$ue creo $ue, sin olvidar los deseos, deber#ais pensar en las posibilidades sentimentales. PCasta $ue le deis una 56 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador oportunidad al cora1ónQ Carlos sonrió estirando el bra1o tomó mi mano. 07o supon#a $ue estuvierais todav#a tan apegada a esas cosas. Alegrad esa cara angustiada por$ue a casi acab,is de convencerme de $ue debo casarme. Ahora sólo falta encontrar a la candidata. 'ero pasadas las fiebres Carlos de&ó de lado otra ve1 el tema de sus desposorios volvió al centro de sus preocupaciones. Francisco de Francia hab#a logrado, como era su deseo convertirse en su peor pesadilla. -anto odio guardaba hacia mi hermano $ue buscaba se aliaba con todos sus enemigos sin medir las consecuencias. 3u m,s reciente triunfo en estos acuerdos nos de&ó sorprendidos. 7uestro papa Adriano hab#a fallecido, no sin antes concretar conseguir la unidad de todos los reinos católicos frente al turco. 3in embargo, su sucesor Clemente, el s.ptimo de este nombre en el pontificado, no mostraba ning/n afecto hacia Carlos no tardó en demostrarlo, pactando con Francisco. N'or $u. los grandes gobernantes, $ue alcan1an el poder por elección no por herencia, tienden a destruir los pro ectos de su antecesorO N?ivalidad, miedo al fracaso o ansia de protagonismoO 7unca lo he sabido, pero as# ha ocurrido siempre as# continuar,. Inteligente ser#a aprender tomar del anterior sus aciertos, mas supongo $ue la vanidad ciega en esto 8ios nada puede hacer. -odos sab#an $ue Francisco deseaba el norte de Italia, al cual no ten#a derecho. 6 mu cerca estar#a de conseguirlo si mi hermano no lo imped#a. 'ero para ello necesitaba dinero. <ientras tanto se apo aba en su aliado, Enri$ue de Inglaterra. Cuando, de pronto, ocurrió algo terrible. El re ingl.s, $ue se encontraba preparado para atacar a los franceses, se $uedó sin medios para pagar a sus hombres. PA unas pocas leguas de su competidor en vanidad lu&uria tener $ue esperarQ Carlos no se amilanó. Es m,s, como en todos los momentos de gran dificultad se creció. 6 llegó a cua&ar en palabras lo $ue desde hac#a tiempo rumiaba su pensamiento. El Lgran planM. (na Europa unida ba&o la autoridad del emperador del 'apa, la tan cara Luniversitas christianaM de los teólogos. 'ero la parado&a, en ello se calcaban las palabras del astrólogo, era $ue para lograr esa L pa( christianaM hac#a falta la guerra. 6 dineros, siempre dineros 4como frecuentemente le ocurr#a a Carlos, el hombre m,s poderoso de Europa el m,s necesitado de los ban$ueros, de los Fugger, los genoveses5. Ante la imposibilidad de recurrir de nuevo a ellos 57 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador no le $uedó m,s remedio $ue apelar a las Cortes. 8ado $ue hac#a tiempo $ue .stas no otorgaban fondos, Carlos cre ó $ue ahora s# lo har#an, con tal de $ue admitiese no conceder m,s hidalgu#as 0bien sabido es $ue estos hidalgos andan e%entos de pagar tributos, lo $ue contribu e a menguar las arcas0, $ue no vendiesen m,s cargos p/blicos $ue se prohibiera el vagabundeo a los pobres. 'ero no se los concedieron. 8el cielo en el $ue se encontraba planificando la L pa( christianaM, mi cambiante hermano ca ó en la m,s profunda de las postraciones. 3us generales pod#an convencer a los guerreros españoles de servir a la patria al emperador sin prebenda a cambio, pero hab#a $ue movili1arlos alimentarlos. 6 para ello se necesitaba siempre dinero. Es verdad $ue pod#a, a lo sumo, empeñar sus alha&as con el propósito de reclutar soldados alemanes, cosa $ue los m,s importantes &efes de sus tropas tambi.n hac#an, pero sab#a $ue a$uello no saciar#a ni si$uiera un poco el hambre de sus hombres. !ab#a llegado mi momento de actuar. CAPÍTULO DIECIOCHO 8e acuerdo con *attinara hice llegar un mensa&e al emba&ador de Inglaterra para $ue viniera a verme de nuevo. Entre ema ema 0el emba&ador era otro de los diplom,ticos $ue compart#a el gusto por los dulces españoles del canciller0 me cercior. de $ue la dote de <ar#a -udor fuese tremendamente suculenta, como se dec#a. El emba&ador me confirmó $ue era la misma $ue nuestros abuelos católicos le hab#an dado a Enri$ue con motivo de su matrimonio con nuestra t#a Catalina de Aragón, dote $ue se hab#a acrecentado merced a los buenos oficios de los ban$ueros florentinos. <as entraba dentro de la lógica, el emba&ador as# me lo insinuó, $ue Enri$ue, necesitado de dinero como estaba, pudiera recurrir a ese preciado fondo para hacer frente al pago de sus tropas en cual$uier momento. Antes de $ue se marchara, di a entender al emba&ador $ue, dada la susceptibilidad de mi hermano respecto al tema, se esmerara en $ue esa información no trascendiera. <e dirig# hacia la sala de armas en busca de mi hermano. Frgullosa casi segura de lograr mi Lpe$ueño planM estaba, cuando la visión $ue en ese momento tuve de .l me e%asperó al punto de pensar $ue no se merec#a tanto esfuer1o de mi parte. Carlos hab#a ordenado reproducir con una ma$ueta el asedio de 'av#a. 0Es el regalo $ue me he hecho por mi pasado cumpleaños 0di&o0. 58 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 8ado $ue el emperador no puede reunirse con los su os en esta contienda, he acercado la batalla a mi regia persona. As#, he logrado sosegar mi ,nimo me siento m,s cercano a ellos. <ir. a$uella monumental ma$ueta, sorprendida. !ab#a hecho reproducir tambi.n los pueblos circundantes, los molinos e incluso nieve artificial cubr#a los picachos vecinos. Envanecido por su creación, con una fina vara de plata, m,s como un adolescente $ue como un du% inspirado por un plan divino, empe1ó a e%plicarme. 0Veis, en vanguardia va la caballer#a ligera. Le sigue Carlos de Lanno con sus armas doradas blancas. Inspiró levantando la nari1 continuó. 0Corbón con setecientas lan1as, sigue al anterior. -ras .l va 'escara, armado con una celada borgoñona sobre su caballo tordillo. <antuano, creo $ue se apoda. Lo acompañan seis mil infantes españoles. 0P3ab.is hasta el nombre de los caballosQ 0e%clam. irónica. Abrió los o&os sorprendido. 0Cono1co m,s detalles $ue los $ue all# luchan. Al señalarlos con la vara, tres de ellos ca eron sin remedio. 3e impacientó. <e recordó a$uella le&ana fiesta de cumpleaños en la cual demostró su gran capacidad dram,tica. 'ero con una diferencia clara. Los protagonistas no eran persona&es ficticios con los $ue el autor &uega a su anto&o, sino seres humanos reales $ue a punto de mostrar todas sus cualidades b.licas sin el menor reparo estaban. <uchos de ellos desaparecer#an de la ma$ueta Carlos no parec#a plantearse $ue tambi.n lo har#an de esta tierra. Fbserv. a mi hermano con otros o&os. Ante a$uella escena se cre#a un 8ios, dirigiendo el inundo el destino de todos. 0'erdonad $ue os arruine la fiesta 0le di&e0. 7ecesitado de dineros como est,is, cuando la escase1 de v#veres acose a los soldados, Nsab.is dónde hallar,n panO 3u ira iba a estallar, cuando un correo irrumpió en la sala. Carlos cambió de inmediato su absurda actitud con una sobriedad absoluta ba&ó de su nube para recibir la carta. La alegr#a el #mpetu anteriores desaparecieron sin decir palabra salió de la sala entró en la capilla lateral. <e $ued. en mi lugar mir,ndolo. En su reclinatorio, en absoluto silencio, oraba fervientemente. En breves minutos salió se dirigió al correo, $ue a/n aguardaba. 0NCu,ndo acontecióO 0El d#a de san <at#as vuestro aniversario, señor. 03alid aguardad, pues una r.plica hab.is de portar. Juedamos solos en la estancia. 59 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Carlos me miró, contempló serio la ma$ueta, cogió la vara plateada arro&ó a un lado la figura $ue representaba a Francisco de Francia, tirando al suelo a todas sus huestes. 3onriendo, lo de&ó todo sobre la mesa agarr,ndome de la cintura me levantó en el aire. 0P!emos arrasado al enemigoQ Cuando por fin me de&ó en el suelo soltó una carca&ada. La verdad es $ue hab#a olvidado lo bien $ue se siente el esp#ritu cuando se libera de composturas. 0-an alegre esto $ue no pienso eno&arme por lo $ue hab.is dicho. 3e sentó, cansado por el esfuer1o. Lanc. mi esto$ue. 07o os habr#a dicho algo preocupante sin haber pensado antes en su posible solución. NEst,is de acuerdo en $ue, ahora m,s $ue nunca, necesitar.is dinero para continuar con vuestro Lgran planMO 03#. 3abe 8ios $ue para luchar contra el infiel necesito antes $ue reine la pa1 en Europa. 0Entonces, Nno cre.is $ue va siendo hora de $ue vuestro futuro suegro, el padre de <ar#a -udor, os adelante la doteO 8#as m,s tarde toda la noble1a, los emba&adores alto estamento, se encontraban en la sala de la audiencia, deseosos de felicitar a Carlos. 'ero .ste rogó $ue se dieran gracias a 8ios por el triunfo, prohibiendo cual$uier regoci&o p/blico por la detención del re Francisco de Francia, su m,s encarni1ado adversario. Llegado el prisionero al puerto de ?osas, Carlos ordenó $ue fuese trasladado de inmediato a <adrid. 6 haciendo honor a su caballerosidad, rogó a los nobles $ue a su paso por sus casas palacios durante su via&e, lo recibieran como la real persona $ue era no como a un simple villano. Jue la fuer1a de un gran señor m,s se demostraba agasa&ando $ue maltratando. 'ues gran castigo llevaba a el re franc.s sobre sus espaldas. Luego se celebró una misa en Atocha pese a todos los $ue se mor#an por un feste&o, no se conmemoró la victoria de ninguna otra manera. 'ero ello no &ustificaba el apesadumbrado semblante de Carlos. 0NJu. os ocurreO 0le pregunt. al salir de la iglesia. 0(n problema nuevo nos acosa, el poder supremo ten#a $ue enfrentarnos alguna ve1 con nuestros aliados. La envidia es un defecto achacado a los pobladores de estos lares por todos los estados vecinos. 3in embargo, a$uellos $ue m,s les acusan son los $ue m,s la padecen. 0'or favor, Npod.is ser menos cr#pticoO 0El emba&ador ingl.s me ha dicho $ue Enri$ue no puede adelantarme un solo ducado de la dote de <ar#a. 8ice $ue los necesita para pagar a sus soldados consolidar su parte en la victoria. -rat. de contener mi alegr#a con la vo1 m,s apesadumbrada $ue me 60 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador fue posible, sentenci.2 3iendo as#, no pod.is hacer otra cosa $ue romper vuestro compromiso con ella. 0<u en lo cierto est,is, hermana. Lo siento por$ue su dote era enorme me habr#a sido mu /til en estos momentos. 'ero me alegro en parte, por$ue cuando la vi en Inglaterra, aun$ue todav#a niña era, no presagiaba ser una belle1a. !a reunido los defectos f#sicos del lado ingl.s con los españoles de nuestra t#a Catalina, la pobre. 'or un momento estuve a punto de recordarle $ue hab#a una princesa casadera m,s rica $ue <ar#a -udor m,s bella noble, pero le de&. continuar. 06 hablando de ducados. Juiero $ue se,is testigo de la forma en $ue son capaces de gastarlos en estas tierras. MEl du$ue del Infantado, para feste&ar el triunfo de 'av#a, ha decidido ofrecerme una fiesta en su palacio de *uadala&ara. 8esear#a $ue os adelantaseis. Adem,s, all# os encontrar.is con una sorpresa $ue os tengo preparada. CAPÍTULO DIECINUEVE En las calle&as $ue conduc#an al palacio hab#a una enorme actividad. 8amas alcarreñas colgaban en sus balcones gualdrapas banderines con las armas ducales para recibir a los caballeros. Los m,s humildes engalanaban sus casas con colgaduras desempolvaban los m,s ricos paños seg/n su condición. <aestresalas ma ordomos tra&inaban lo ordenaban todo sin omitir detalle. 'racticaban sus oficios desde pa&es a a1afatas. Los dan1arines ensa aban en el patio al igual $ue los trompeteros. Estos /ltimos ameni1aban con su m/sica el costoso traba&o de los dem,s. El servicio bruñ#a con empeño el oro la plata, de las nogaleñas arcas se sacaban soberbios tapices para decorar las galer#as estancias en el palacio. Al fondo ba&o palio salió el du$ue, $ue intentó levantarse. 7o pudo dos de los $ue supervisaban esa labor le a udaron. Los nobles <endo1a gobernaban dominaban tierras en todo el Imperio. (nos, despu.s de navegar hacia tierras desconocidas, fundaban ciudades en las Indias. Ftros, cuidaban con sus huestes las italianas, otros lo hac#an en estos mismos estados. En ese momento me encontraba ante el cabe1a de todos ellos. Consciente era de $ue mu a nuestro pesar los necesit,bamos. Tstos lo sab#an aun$ue nos aceptasen &urasen como s/bditos. Al estar frente al du$ue, ped# asiento, orden,ndole $ue me imitara. La gota le produc#a fuertes dolores en ocasiones le mostraba destemplado 61 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador agrio. Esa enfermedad no era desconocida para m#. La tuve $ue tratar en algunos miembros de nuestra familia, incluido Carlos, durante la ma or parte de mi vida. A$uello hi1o al &efe de los <endo1a un poco m,s humano a mis o&os. El emperador llegar#a poco despu.s, acompañado de los infantes de *uadala&ara, $ue regresaban &unto a sus familias despu.s de la gran victoria. La curiosidad, el alboro1o el entusiasmo ard#an en el ,nimo de todos. El du$ue no pudo salir a recibir al corte&o a causa de su estado. 'ero cuidando el protocolo debido al acto mandó a su hi&o ma or, conde de 3aldaña, a cumplir con a$uella importante empresa. 'odr#a haber ido con .l pero opt. por esperar &unto al anciano, $ue con los pies vendados aguardaba la llegada de la comitiva. Vestidos con las me&ores galas en silencio esper,bamos, como muñecos inanimados, la aparición de Carlos. <u&eres niños en realidad soñaban con ver a sus maridos, padres hermanos guerreros regresar con vida. El du$ue, aun$ue fuese agosto, portaba un vestido de terciopelo bordado en oro plata por deba&o del collar del -oisón un gab,n corto forrado de martas. Cuando era niña, una de mis a as me e%plicó $ue la edad enfr#a el cuerpo de nuestros ma ores. 'or$ue la muerte se regodea con una lenta tortura $ue congela nuestros cuerpos poco a poco, hasta $ue .stos un d#a se enfr#an para no calentarse &am,s. A$uellas palabras me marcaron algo de cierto habr#a en ellas, pues al vie&o du$ue el calor no le afectaba. Los cañones a las afueras atronaban con sus salvas. Las trompetas atabales comen1aron a sonar las campanas de varias iglesias tañ#an sin cesar tocando a gloria. El patio del palacio estaba atestado de gente. Las galer#as superiores se encontraban repletas a$uello me indu&o a pensar $ue las caprichosas columnas en espiral $ui1, no pudiesen sostener el peso. -odo andaba abigarrado la muchedumbre &unto a los muros sólo respetaba la mullida alfombra $ue guiar#a al emperador hasta donde est,bamos. La comitiva apareció subió las escaleras. V#tores de bienvenida, dirigidos a sus hombres, ausentes desde hac#a muchos meses, acallaban, gracias al 3eñor, los pocos abucheos. Al frente don Rñigo, hi&o del du$ue, acompañaba a mi hermano. Jued. impresionada al verlo. Era como si la victoria de 'av#a hubiera no sólo acrecentado su poder#o sino operado en .l una transformación f#sica desde $ue lo de&.. 7unca a mis o&os hab#a sido guapo, pero en ese momento lo encontr. seductor. 'ens. $ue Isabel &am,s me agradecer#a lo suficiente el favor $ue le estaba haciendo. 62 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador <i hermano se acercó saludó sin descubrirse. El du$ue intentó corresponder al saludo, pero sus deformados huesos se lo impidieron. (n pa&e hubo de destocarlo. El pantagru.lico ban$uete comen1ó el baile $ue le siguió se dio en &ardines iluminados decorados a la veneciana. El perfume de sus flores el calor de a$uella noche embriagó a muchos la rectitud del comportamiento empe1ó a doblegarse. Carlos, despu.s de flirtear con muchas de las melindrosas damas $ue hab#a por all#, se me acercó. <is ideas estaban claras, pero mi labor de celestina no deb#a de pasar tan inadvertida) por$ue .l acababa de descubrirme observ,ndolo detenidamente a pesar de $ue disimul. mi proceder. 0Vuestra compañ#a me honra m,s $ue ninguna otra dama en este palacio 0sonrió. 07o se,is tan embaucador decidme la verdad. NJu. os parecen estas damasO <e contestó de inmediato. 0Las preferir#a m,s desenvueltas, pero es lo $ue ha . En, cambio, vos no hab.is acabado de ver a todos los presentes. (na mano se posó en mi hombro. 0N<e conced.is el siguiente baileO P7o pod#a serQ El dueño de a$uella vo1 estaba le&os. Jued. petrificada mirando al frente. Cuando consegu# reaccionar me di la vuelta mi cora1ón se aceleró no pude evitar abra1ar a Enri$ue de 7assau, pues de .l se trataba. 08ado $ue os veo mu alegre con esta nueva compañ#a, me vo en pos de otra hermosa dama 0di&o Carlos. Acarici. el rostro de Enri$ue, olvidando dónde nos hall,bamos. 3upongo $ue mi amor por .l resurgió. 7assau, con gran delicade1a, apartó mi mano de su cara habló en susurros empu&,ndome hacia la realidad. 0Comportaos, os lo ruego) mi esposa no ha de encontrarse le&os sois uno de sus puntos de mira. 8i un paso atr,s. 0NVuestra esposaO 0pregunt. sorprendida, pues sab#a $ue hab#a enviudado de la insoportable Claudia. Enri$ue apartó disimuladamente uno de los mechones $ue de mi toca se escapaban. 0Claudia murió har, dos años. Vi claro $ue algo arrastraba a nuestro emperador hacia estas sureñas tierras. 7unca sabr. por $u.. La España le&ana $ue antes vuestro hermano parec#a abominar, lo atra#a sin remedio eso es algo $ue cada ve1 percibimos m,s. 3us tierras natales, cua&adas de problemas, ensombrecen su ,nimo los asuntos de a$u# pa@ 63 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador rec#an a solucionados. M8e modo $ue me acer$u. a estos estados antes de $ue me mandara a otro lugar apartado de su vasto imperio. La forma m,s f,cil era buscar a una dama de mi condición para casarme de nuevo. La encontr. gracias a la a uda de vuestro !ermano. 'or su tono, Enri$ue parec#a mu feli1. 3ent# $ue el mundo se derrumbaba ante mis ef#meras esperan1as. 8urante un instante mis vanas ilusiones me engañaron haci.ndome pensar $ue por fin coincid#amos en el mismo estado. !abiendo enviudado ambos podr#amos haber contra#do matrimonio sin ning/n tipo de reproche, puesto $ue o a hab#a cumplido con mi cometido en 'ortugal. (na &oven de unos diecis.is años se presentó ante m#, cortando de ra#1 a$uella dolorosa conversación. 03o <enc#a de <endo1a, sobrina de nuestro anfitrión. Vuestra Alte1a no me conoce, pero bien veo $ue admir,is, mi esposo eso me enorgullece. 3onre# falsamente. 3u &uventud hermosura ensombrec#an mis casi treinta años. A$uella niña, sin ning/n tacto, continuó2 SVuestro hermano anda enamorando a todas las damas. 'ero la $ue ha $uedado m,s impresionada es mi prima doña Crianda. -an prendada est, de .l, $ue asegura $ue a su partida se enclaustrar, como mon&a si no consigue su propósito. La necia confidencia fue acompañada de una risita &uvenil est/pida. <e retir. con la cabe1a llena de p,&aros dif#ciles de acallar. 'ensaba en Enri$ue al instante comprend#a $ue mi misión ineludible era casar a Carlos. Era claro $ue por m,s nobles ricos $ue fueran los <endo1a, mi hermano no olvidar#a nunca $ue su destino estaba en buscar esposa entre las casas reales. 'ero un amor#o, seguramente un hi&o, con doña Crianda, $ui.n sabe si no har#an m,s lentas las bodas imperiales. <e di cuenta de $ue deb#a &ugarme el todo por el todo. Fui hasta donde estaba Carlos le di&e $ue tal ve1 doña Crianda fuese m,s bella $ue mi candidata, aun$ue no mucho, pero seguramente no era tan rica. 0N-ienes algo m,s $ue decirO 0me preguntó mi hermano con ese tono de vo1 fr#o $ue sab#a usar para herirme. Los feste&os continuaron. 3e lidiaron toros &arapeños por caballeros montados. Al finali1ar .stos, el du$ue sacó de las leoneras a sus a conocidos animales. (n gran espect,culo se fraguó en pocos instantes. A pesar de $ue mis preocupaciones me llevaban a tener a mi hermano ba&o control $ued. impresionada, pues nunca mis o&os hab#an visto antes seme&antes felinos. 64 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador <,s armados fieros $ue los &abal#es $ue Carlos mataba en sus cacer#as, pues de garra dientes andaban sobrados. 8e pronto una empali1ada se rompió, una de las fieras escapó. !ombres mu&eres hu#an despavoridos escondi.ndose en las pie1as m,s secretas del palacio. Corr# &unto a ellos entre tanto alboroto sub# a una de las estancias. Los rugidos del animal se o#an en el centro del patio, pero mu amortiguados por los gritos de las aterradas damas. Cuando asom. la cabe1a vi a mi hermano besar a doña Crianda para luego de&arla inmediatamente, como una p.trea figura $ue, con los o&os cerrados, intentara retener a$uel momento fuga1 en su memoria. 3in poder remediarlo, sal# de mi escondite me dirig# a ella. Al intuir mi presencia abrió los o&os el miedo de haber sido descubierta en su m,%imo pecado la aterró. Juedó muda, suplic,ndome con la mirada la complicidad de su secreto. *ritos de alga1ara sonaron en el patio las dos nos asomamos a ver lo $ue ocurr#a. Apo adas en la ornamentada barandilla del piso superior vimos cómo Enri$ue se dirig#a hacia la bestia, con un hachón encendido en la mano i1$uierda la espada desenvainada en la otra. Atemori1ó al león con el fuego , una ve1 acorralado, lo agarró de la melena. As# lo llevó a trav.s del patio las calle&as hasta la leonera, donde lo encerró de nuevo. 7unca hab#a visto en 7assau tant#simo valor. N'or $u. no lo usó cuando se enamoró de m#O Con triste1a pens. $ue, a veces, los varones m,s valientes se convierten en corderos cuando piensan en sus intereses. Eso me hi1o volver a la realidad. <ir. a doña Crianda, $ue segu#a soñando despierta. Le di&e2 0Flvidadlo, señora, pues s. $ue en el fondo sois consciente de la imposibilidad de este negocio. 3i os empeñ,is en .l, sufrir.is como o lo he hecho durante años. 7o me contestó. 3implemente se fue caminando con pasos lentos ausente de todo lo $ue a su alrededor ocurr#a. 7o la volv# a ver. 'ero pasado el tiempo supe $ue se enclaustró como Clarisa, fundó un c.lebre convento llamado de la 'iedad, mu cerca del palacio de *uadala&ara. En cuanto a Carlos, no pronunció m,s palabra hasta $ue llegamos a <adrid. Como le not. impaciente pens. $ue arder#a en deseos de encontrarse con Francisco, $ue hab#a sido encerrado en prisión, apenas llegado de 'av#a, pero me e$uivo$u.. Lo primero $ue hi1o fue llamar a *attinara para $ue se aceleraran los tr,mites en vista a su casamiento con Isabel de 'ortugal. CAPÍTULO VEINTE 65 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 'or cortes#a, se le permitió al re de Francia salir unas horas de prisión Carlos me pidió $ue lo acompañara. Francisco hab#a desmontado en las cercan#as de <an1anares para dar un paseo a pie. 03eñora, decid a vuestro hermano $ue acepto de buen grado estos paseos por el campo rodeado de escolta, pero $ue ha algo $ue me pesa sorprende m,s $ue los grillos es el desaire recibido al no ser visitado por .l. Carlos me trata como a un vulgar preso. 7o pod#a confesarle $ue mi hermano no hab#a podido ir a verlo por encontrarse en las Cortes de -oledo, tratando el asunto de su matrimonio con Isabel. Era seguro $ue el franc.s guardaba como ba1a el ofrecer a Carlos una de sus hi&as en matrimonio. 8e hecho, se hab#a parlamentado sobre ello en alguna ocasión. 'ero a$uella candidata hab#a sido arrinconada en el mismo lugar donde lo fue <ar#a de Inglaterra, al conocerse $ue su dote tambi.n estaba medio empeñada por las guerras de su padre. Al final, la triunfadora hab#a sido mi antigua hi&astra. 7o sólo me sent#a orgullosa por$ue mi Lpe$ueño planM hab#a dado resultado, sino tambi.n satisfecha, pues a pesar de $ue no conoc#a a las otras candidatas, estaba convencida de $ue a$uella &ovencita $ue de&. tras de m# en 'ortugal superaba con creces a todas. 07o olvid.is $ue preso est,is 0di&e a Francisco saliendo de mis elucubraciones0. -endr.is $ue comprar vuestra libertad por mucho $ue os cueste creerlo, todav#a vuestra madre no se ha dignado contestar el re$uerimiento. Jued. silenciosa atisbando un nido sobre una encina dudando si revelar lo $ue a continuación dir#a. 'rosegu#2 0'ara ser sincera, rectifico lo anterior. Vuestra madre replicó nuestras pretensiones. <u desacertadamente. 'ues olvida sin duda la situación de desventa&a en la $ue os encontr,is. 7o pretendemos conseguir un simple tratado. Lo $ue se pide es de cumplimiento obligado no se ha de someter a di,logo o pacto. El re franc.s fue a contestar, pero en un segundo perdió el sentido. Intent. su&etarlo, pero en vano. -endido sobre la hierba temblaba sudoroso, mientras llamamos a la guardia, $ue presta acudió. 3u hermana o permanec#amos en la antec,mara de la prisión esperando el veredicto de los m.dicos. Ella por amor fraterno, o para comunicarlo a Carlos. La princesa me miró con furia gimió de nuevo. A$uella mu&er vestida de luto por la reciente muerte de su marido a manos de nuestros soldados en la batalla de 'av#a, estaba llena de rencor hacia nuestra 66 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador corte. En ese momento la puerta se abrió de golpe mi hermano apareció. 3in hablar le dirig# a la estancia del enfermo, al $ue tres m.dicos sangraban. -antas sangui&uelas ten#a colocadas $ue repugnaban algunas 1onas de su cuerpo, repletas de viscosos bultos oscuros. Carlos ordenó $ue se las $uitasen lo abra1ó. Francisco se incorporó , casi inaudiblemente, susurró2 0Veis, a$u# postrado ace vuestro esclavo prisionero. Carlos replicó2 07o prisionero sino libre. <i buen hermano compañero, lo $ue m,s deseo es vuestra salud. 6 bien pod.is ver $ue .sta se atiende. En lo dem,s, se har, como vos dispong,is. Francisco contestó sumiso2 0Juerr.is decir como vos mand.is. Lo $ue os ruego suplico es $ue entre los dos no ha a un tercero. 8io un fuerte suspiro. N!ab#a muertoO A la llamada de Carlos, la hermana del re entró corriendo desde la antec,mara, se abalan1ó sobre Francisco, le besó le santiguó. Carlos se encogió de hombros. En su rostro no hab#a pesadumbre, pero s# un claro respeto hacia el difunto me1clado de desa1ón, por$ue esa muerte parec#a contrariar sus planes. La princesa ordenó a sus damas el inicio de los re1os. Tstas se dispon#an a abandonar la celda cuando las parali1ó un grito, solicitando silencio. Era uno de los m.dicos. -odos $uedamos $uietos. A$uel hombre miraba el cad,ver, e%pectante. La s,bana pareció moverse el sanador sacó de su bolsillo un pe$ueño espe&o. Lo pegó a la nari1 de Francisco milagrosamente se empañó. Cuando salimos, no pude contener una pregunta. 0Carlos, aclaradme lo $ue le di&isteis. N'ens,is acaso de&arlo en libertadO 7o me contestó. 0'or 8ios, dec#dmelo. 3in mirarme, siguió andando. 0<,s vale vivo $ue muerto, Leonor. 3i le do la libertad sana en sus estados, nos mostrar, m,s agradecimiento $ue rencor. Aun$ue, si os so franco, no esto mu seguro de de&arlo partir. 0NFaltar#ais a vuestra palabraO Carlos se enfadó por$ue sab#a $ue no estaba actuando seg/n los códigos del honor en los $ue dec#a creen. A$uellos estipulados desde tiempo inmemorial por la costumbre para los $ue la palabra dada ten#a valor. <e contestó indignado. 67 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 07o $uiero hablar m,s de ello. 8e todos modos, Francisco incumple sus promesas con frecuencia. El $ue o caiga en esta falta una sola ve1, no es relevante. Lo importante es $ue sane, sea como sea. 'or$ue un prisionero muerto pierde su valor de cambio. CAPÍTULO VEINTIUNO 'ocos d#as despu.s la hermana del re franc.s solicitó ir a ver al emperador, $ue se hallaba en -oledo, pues tratar de la libertad de Francisco $uer#a. A pesar de $ue se mostraba desagradable distante conmigo decid# acompañarla. Apenas llegamos la princesa se entrevistó con Carlos. La conversación para m# fue vedada pero la curiosidad me invad#a. 3obre todo por$ue en una pe$ueña discusión $ue a$uella señora o tuvimos durante el via&e, me insinuó $ue o hab#a de tratarle con m,s respeto en vistas al futuro. 8ie1 d#as pasaron sin $ue pudiese hablar con Carlos sin $ue me aclarara $u. era lo $ue acontec#a. El acuerdo con 'ortugal estaba casi cerrado Carlos a estaba pensando en cómo utili1ar la dote de Isabel para la guerra. 3entados en su antec,mara del Alc,1ar, o bordaba mi !ermano le#a. 7o andaba de buen humor pues una de sus monter#as se hab#a cancelado debido a las inclemencias del tiempo. 3in levantar la mirada de mi labor, romp# el silencio. 0Cuando vine durante el tra ecto la princesa <argarita di&o $ue hab#a de guardarme de ella. N3ab.is a $u. se refer#aO Carlos me miró sonriente. 0Lo $ue ellos $uieren es la Corgoña, como bien sabe $ue nunca la recibir,n de mis manos estar,n pensando en la fórmula de siempre. 3i Francisco se casara con vos, la Corgoña ser#a vuestra dote. Jued. estupefacta sólo pude balbucear2 0'ero Npor $u. siempre so o la $ue ha de servir de moneda de cambioO Carlos soltó el libro, se levantó, me acarició la mano. (n gesto de afecto tan poco usual en .l $ue terminó por pincharse con la agu&a. 07o os preocup.is. <argarita nunca podr, hacer $ue su voluntad pase por encima de la del emperador. Ellos saben cu,nto os aprecio. A$uel comentario de Carlos pareció un elogio. 3in embargo, conociendo su manera de actuar, no me tran$uili1ó. <editaba sobre mi probable destino cuando una de mis damas solicitó permiso para comunicarnos algo urgente. 0-engo noticias de $ue el re franc.s est, planeando escapar. Carlos soltó una sonora carca&ada. Estuve a punto de echar a a$uella mu&er $ue con tan absurda e%cusa 68 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador interrump#a nuestro descanso. 'ero Carlos divertido, me lo impidió dirigi.ndose a ella preguntó2 08ecidme, señora, cómo puede ser eso. 8if#cil veo $ue el prisionero hu a impunemente de tan robusta -orre de los Lu&anes. La mu&er inspiró. 0'iensan hacerlo pasar por un esclavo negro, $ue a su servicio est,. Tste llegar, mañana por la noche con un ha1 de leña. La guardia lo de&ar, entrar, como siempre. 7ada m,s cerrarse la puerta el re saldr, de su lecho caliente, para brind,rselo al esclavo a cambio de sus ropas. 3e ti1nar, todo el rostro saldr, por el mismo lugar por el $ue accedió el sub ugado. Carlos $uedó pensativo para luego decir2 0<enosprecian a los carceleros. 8e todos modos, las medidas de seguridad nunca est,n de m,s, sobre todo ahora $ue. Francisco empie1a a desesperarse, m,s lo har, en cuanto ordene su siguiente traslado. 3u pró%ima morada no ser, tan cómoda2 la torre m,s alta olvidada del Alc,1ar. 'ero a pesar de las palabras de mi hermano, el franc.s intentó el plan. 3ólo $ue el esclavo fue apresado antes de conseguir su propósito la intención de Francisco se vio frustrada. Ante todo a$uello, la desesperación del re se acentuó. -anto, $ue amena1ó con firmar un acta en la cual abdicar#a en favor de su hi&o. Esto hi1o $ue Carlos decidiera abandonar -oledo saliera hacia <adrid. 3i Francisco abdicaba, a sólo tendr#a a un simple caballero en los calabo1os su precio no ser#a nunca tan alto como el $ue .l $uer#a. El primero en romper el silencio fue Francisco. 0<e sorprende $ue os tom.is seme&ante molestia present,ndoos ante m# &usto ahora $ue somos desiguales. 3i est,is bien informado, sabr.is $ue en pocos d#as el regio morador de este lugar se habr, convertido en un simple re destronado 0 diciendo esto se inclinó ante Carlos. <i hermano le levantó con gesto amistoso le pasó el bra1o por el hombro, ordenando a todos los presentes $ue abandonaran la estancia. 6o me re1agu.. Carlos me miró con reproche. 0Vuestra hermosa hermana vela por vos en todo momento. 6 su discreción conocida es 0di&o el re franc.s. 3igilosamente me retir. a un rincón donde hab#a una silla me sent.. 0Francisco, Nhab.is pensado $u. consecuencias puede acarrear vuestra abdicaciónO 0di&o mi hermano como aceptando el hecho consumado0. 'or la simple satisfacción de ver mis deseos frustrados, pon.is a vuestro estado en peligro. El hasta a$uel momento re de Francia se mantuvo en silencio, sopesando sus verdaderas fuer1as. Finalmente di&o2 0-odav#a ha una solución para $ue no abdi$ue. <i cerebro andaba 69 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador embotado, pero antes de firmar mi renuncia, la claridad se hi1o he ideado otro posible can&e. Carlos escuchaba atentamente. 0Aceptar. todas vuestras peticiones, e%cepto la restitución de la Corgoña, a cambio de mi libertad. Carlos frunció el ceño con seguridad censuró2 07o ha pacto. <e enfad. con mi hermano. PCómo pod#a precipitarse tantoQ Cuando se obstinaba en algo, no hab#a $uien le sacara de su empeño. Est,bamos entre la espada la pared. -en#amos el riesgo de perderlo todo si Francisco abdicaba ahora $ue hab#a un ra o de esperan1a, .l lo tapaba con ter$uedad. Francisco comen1ó tambi.n a irritarse. 0P7o me de&,is finali1arQ 3e dir#a $ue no dese,is llegar a ning/n acuerdo. 'erdonad, pero me e%aspera tanta divagación. 3uspiró, en susurros, como si para s# mismo hablase, di&o2 0A la Corgoña podr#a renunciar... Jued. perple&a. <i desconfian1a hacia a$uellas palabras era clara. 'ero Npensaba Carlos como oO <i hermano contestó2 0'a1 amistad perpetua entre los dos, libre trato comercio entre nuestros estados... Francisco miró hacia el lugar donde o me encontraba. 7o parec#a tan humillado apaleado como seguro deb#a estar. <u al contrario, me sonre#a. 0'ara asegurar nuestra pa1 solidificar la amistad ser, necesario un enlace 0di&o. <i cora1ón menguó de inmediato. Carlos, entendiendo la solicitud, se limitó a responder2 0As# sea. Fs la entrego como s#mbolo de nuestra reciente pa1. Francisco me miró con deseo. <i hermano ni si$uiera me miró. <e levant. corriendo vol. escaleras aba&o. P<aldito el momento en el $ue decid# estar presente en a$uella conversaciónQ P7ada pod#a hacer contra mi destino sino abandonar el lugar donde mi futuro marido se encontrabaQ Celebrado en -oledo por poderes mi desposorio con el re de Francia, le di&e a Carlos $ue no me importaba regresar a <adrid para cumplir con el acto f#sico de la unión. 'ero mi hermano se negó argumentando $ue no $uer#a $ue .sta se consumara hasta $ue el acta de ratificación viniese de mi nuevo reino. Era como si mi hermano tuviese la esperan1a de $ue a$uel desposorio no siguiera adelante. 70 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador As#, a pesar de la insistencia de Francisco de $ue a se me llamaba reina de Francia, no consum. mi unión con .l. Carlos me dec#a $ue me mostrara amistosa confiada, pero al mismo tiempo no de&aba de alertarme sobre la posibilidad de $ue mi esposo mintiera. 0<,s $ue a .l 0di&o0 te debes a tu emperador. Al final se despidieron los dos re es. <i hermano de&ó partir a Francisco, $uien mandar#a a sus hi&os como rehenes hasta cumplir con su cometido. Carlos $uiso enviarme inmediatamente a Francia. 'ero a diferencia de la ve1 en $ue no me permitió acompañarle a Carcelona, pues o deb#a ir al encuentro de mi marido portugu.s, ahora logr. convencerle de $ue me de&ara ser testigo de su boda en 3evilla. Al fin al cabo, si la unión con Isabel hab#a fraguado, hab#a sido en gran parte gracias a mis servicios. CAPÍTULO VEINTIDÓS <ar1o era mes fr#o en Castilla , sin embargo, en 3evilla el olor a &a1m#n a1ahar a embriagaba. La lu1 m,s n#tida nunca vista se refle&aba sobre el *uadal$uivir cuando lo cru1amos. 3us gentes, volcadas en las calles asomadas a los balcones, nos acogieron con v#tores bienvenidas, mucho m,s fervientes alegres $ue los pobladores de cual$uier villa castellana, conocidos por su sobriedad austeridad. El clima primaveral $ue se respiraba sin duda enaltec#a alegraba el ,nimo de los andaluces. Carlos no pod#a haber elegido una ciudad me&or para este paso $ue tanto le hab#a costado dar. Isabel a hac#a una semana $ue hab#a llegado estaba entusiasmada. A$uella misma noche, a las doce, el ar1obispo de -oledo esperaba a los regios novios para desposarlos. Era e%traña la llora escogida, pero mi hermano lo $uiso as#, dado $ue nuestros padres tambi.n lo hicieron hac#a a muchos años en una intempestiva noche. 'or otro lado, la intimidad $ue la oscuridad otorga de despe&ar#a las calle&as de fisgones. -odo estar#a menos abigarrado de curiosos a udar#a a Carlos a conservar la calma. 'ues a pesar de andar convencido de su matrimonio .ste le angustiaba. 7o tuvo reparo en demostr,rnoslo a todos los $ue a su lado est,bamos) a fuera con cambios de humor bruscos tendentes a la furia o comiendo desaforadamente. 3u nerviosismo mal comer le llevar#an a padecer enfermedad, le 71 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador dec#amos, pero a$uello le agradaba fue dif#cil convencerle de lo contrario. 'or fortuna, Isabel no $uiso verle hasta el momento de cumplir con el sacramento del matrimonio. Carlos respetó el deseo de su prometida no insistió. 3in embargo, o no lo pude remediar corr# a visitarla unas horas antes. PJu. diferenciaQ El malestar $ue transmit#a el nerviosismo de mi hermano desapareció en cuanto divis., apenas traspasado el portón, a la futura emperatri1. <u al contrario $ue a su futuro esposo, a Isabel la rodeaba una aureola de pa1, entere1a ma&estuosidad. 3entada en el borde del po1o $ue en el centro de a$uel patio hab#a, contemplaba pensativa el fondo. La lu1 del sol se filtraba por entre las ho&as de los naran&os de su alrededor, top,ndose con sus brillantes cabellos cobri1os. El albero parec#a haberse tornado oro contrastaba con su vestido grana. (na multitud de gorriones escondidos entre el &a1m#n la buganvilla acallaban con sus trinos cual$uier sonido perturbador de la $uietud $ue all# se respiraba. Cuando el portón se cerró, levantó la vista descubrió mi presencia. Corrió a abra1arme entusiasmada, mudando la e%presión de su rostro. 3us perfilados labios me dedicaron una sonrisa cargada de bondad encanto, me di&eron $ue mucho le regoci&ó el saber $ue acompañaba a Carlos en .sta mi empresa. 06 digo vuestra empresa pues so consciente de los esfuer1os $ue hab.is dedicado para $ue llegara a buen fin. 7unca lo olvidar.. Cogi.ndola de las dos manos las alc. para observarla sin recato de arriba aba&o. 3u rostro era m,s anguloso elegante $ue antes. 'ens. $ue bien val#a su dote, pues ning/n precio era el &usto para tan adorable criatura. !ab#a cambiado de p,rvula a dama. <as un conse&o le di. Jue &ugara con una otra condición para me&or con$uistar a Carlos. Isabel dio un pe$ueño brinco para soltarse de una mano de la otra tiró para llevarme hasta el po1o. Inclin,ndose de nuevo sobre .ste, me empu&ó con delicade1a para $ue mirara tendi.ndome un maraved# me pidió $ue deseara algo fervientemente lo arro&ara en su interior. -ir. la moneda mi /nico deseo fue para Isabel. 'luguiera a 8ios darle a Carlos hi&os fuertes sanos, $ue continuaran en España la obra de los Austrias $ue nosotros comen1amos. 6a atardec#a cuando puse final a la visita, pues la novia ten#a $ue arreglarse para el evento. 8esganada, part# hacia el Alc,1ar, donde Carlos deb#a de estar hecho 72 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador un mano&o de nervios. A las doce $uedar#a tran$uilo e%tasiado al ver a Isabel. Antes de desposarse una mirada de gratitud me dedicó. A la mañana siguiente, orgullosa, la reina me mostró las s,banas manchadas de sangre me pidió $ue fuese o $uien las llevara al balcón donde habr#a de colgarlas. E%poniendo al pueblo el ro&o de su virginidad, se pod#a decir $ue mi misión estaba cumplida. Carlos ten#a a su lado a una mu&er digna de ser emperatri1. Estas tierras del sur pod#an contar con una dama preparada para ser reina. Cre#a llegado a el momento de partir hacia Francia cuando el emperador ordenó nuestra mudan1a a *ranada, pues, al saber del amor de su esposa por la Alhambra, all# hab#a decidido construir un palacio. 3entadas en un fresco patio de a$uel m,gico lugar est,bamos, inspirando profundamente el aire $ue nos rodeaba como si $uisi.ramos retener su perfume. Isabel se levantó para me&or poder ver lo $ue nos rodeaba. 0Estos para&es me embriagan, me $uedar#a siempre a$u#. -odos los d#as le pido a 8ios $ue en este lugar podamos residir en nuestra ve&e1. !e pensado $ue el me&or sitio para el palacio $ue Carlos desea construir ser#a frente a la pla1a de los al&ibes. NJu. opin,isO !ac#a mu poco tiempo $ue viv#a a nuestro lado su felicidad sosiego nos colmaba, al e%tremo $ue Carlos parec#a haberse desentendido de todos los problemas $ue a$ue&aban fuera de *ranada. 03eguro $ue hab.is dedicado horas con Carlos a decidirlo 0le di&e, sin ,nimo alguno de enturbiar con a$uella $ue&a su alegr#a. 3egundos despu.s o#mos unos pasos apresurados. Isabel me miró sorprendida. En sólo un instante aparecieron los dos emisarios $ue Carlos hab#a enviado a Francia para recordar a Francisco $ue cumpliera lo pactado, pues mucho hab#a de perder si no lo hac#a. Albergu. la esperan1a de $ue las noticias $ue portaban fuesen buenas, pues nuestros ,nimos andaban en declive. 3obre todo desde $ue nos comunicaron $ue nuestro cuñado, el re de !ungr#a, hab#a sido ahogado en Cuda por los turcos. Al o#r voces preguntando por .l, Carlos ba&ó de sus aposentos. Los dos caballeros se acercaron al emperador le entregaron una carta. Carlos la le ó con suma atención para luego e%clamar2 0PVilQ PCellacoQ 3i me permito esta licencia no atento al honor la caballerosidad, pues .l me la otorgó si faltaba a su palabra. A mi mirada preocupada respondió2 0<u seguro se muestra ese mentecato de vuestro marido con las alian1as $ue con mis enemigos firmó. 'ues bien, si eso es lo $ue desean, 73 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador conced,mosles tanto a ese soberano sin fe honor como al ambicioso <edici $ue ciñe la tiara sus anhelos sin m,s dilaciones. Isabel se agarró a mi bra1o. Cuanto m,s se alteraba Carlos ella m,s apretaba. <e susurró2 0Carlos no sabe lo $ue dice. P3i se enfrenta al papa Clemente corre el riesgo de ser e%comulgadoQ Le ped# silencio en un tono m,s ba&o le contest. $ue poco sentido ten#a contradecir a su esposo, pues si Carlos se obstinaba en algo al final acababa no sólo por intentarlo sino tambi.n por conseguirlo. Acalladas las d.biles sumisas protestas de sus enviados $ue e$u#vocas me parecieron, Carlos habló de nuevo con #mpetu2 0'artir.is de inmediato a 7,poles con siete mil hombres os encontrar.is en ?oma con <oncada. Tste convencer, al cardenal Colonna para $ue nos a ude. 7o lo dudar, a $ue aspiró a la tiara se siente pretendiente burlado por el dinero de los ban$ueros florentinos. *uarda resentimiento hacia Clemente est, deseoso de destronarlo. M<andad tambi.n aviso al condestable 0prosiguió0) es seguro $ue a udar, gustoso, pues creo $ue sus hombres andan desesperados hambrientos en Lombard#a, han de estar deseando partir hacia otras comarcas m,s ricas. A pesar de lo peligrosas, esas órdenes mostraban al me&or Carlos, activo emprendedor. 'ero apenas los emisarios se marcharon, mi hermano boste1ó con los o&os cerrados, r apo ado en el murete del mirador, los abrió de nuevo para comentar sus ideas sobre el palacio $ue en poco tiempo comen1ar#a a construir. Estaba claro $ue no deseaba marchar $uer#a permanecer al lado de su esposa, por lo menos hasta $ue Isabel $uedara preñada. A pesar de su habitual discreción comprend# enseguida $ue a$uello no gustaba en absoluto a la reina, sumamente preocupada por el curso $ue estaban tomando los acontecimientos. P<,s $ue dif#cil era todoQ 6 $u. falta de recursos me encontraba o para actuar en este caso. 'ues era evidente $ue Carlos, siempre resbaladi1o ante mis discursos sobre el amor, con una visión eminentemente pol#tica del matrimonio entre personas de sangre real, se hab#a enamorado de Isabel con la fuer1a de los conversos, los asuntos de gobierno sólo le produc#an ligeros enfados. CAPÍTULO VEINTITR%S La reina era consciente de $ue sus deseos no eran compatibles con las obligaciones de Carlos. 8espu.s de m,s de medio año en *ranada, a 74 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador andaba preñada de unos cuatro meses consideraba $ue era deber del emperador ocuparse directamente de las luchas de su imperio, sobre todo en Italia, desde donde las noticias llegaban a raudales. 'ero Carlos se limitaba a relatarnos durante las cenas lo $ue a su ve1 hab#a escuchado en los almuer1os de boca de sus secretarios. 6o a estaba del todo acostumbrada a o#rle hablar como si en el frente se hallara. 'ero a Isabel le molestaba el tono con $ue su esposo se regodeaba de las victorias de otros en privado. 7unca podr. olvidar el tono con el $ue nos refirió $ue <oncada estaba por entrar en ?oma con un e&.rcito tan grande, $ue Clemente <edici sólo encontrar#a tran$uilidad si se refugiaba en el castillo 3antI Angelo. Carlos detallaba los preparativos sin mirar si$uiera a Isabel, convirtiendo la cena en un monólogo $ue nadie osaba interrumpir. 'ero el descontento de la reina era evidente. <uchas veces le hab#a dicho $ue ella no estaba en condiciones de opinar, pero cre#a $ue el atentar contra el 3umo 'ont#fice no podr#a ser bueno para nuestra salvación. Carlos prosiguió2 0!e solicitado en las Cortes a uda para esta empresa. 'ero, como siempre, los nobles se han mostrado sumamente reticentes a menguar sus arcas. <e contestaron $ue si estuviera all# presente todos volcar#an sus haciendas en mi favor, pero como no era as#, me rogaban $ue no osase pedirlo si$uiera. PJu. sinsentidoQ NAcaso no saben $ue el estar frente a mi e&.rcito es lo $ue m,s ans#oO 3i no esto all#, es precisamente por afian1ar mi reinado en estas tierras. El tono de Carlos era orgulloso soberbio, como si $uisiese herir a algunos de los aludidos, $ue con nosotros compart#an la cena. N8ónde estaba oculta a$uella sensibilidad $ue muchas veces me demostróO N'ara $u. serv#a el amor por Isabel si sus aparentes ansias de poder le estaban licuando el cerebroO 3ent#a vergYen1a a&ena. Comprend# $ue o no era la /nica $ue se sent#a as# cuando vi aparecer l,grimas de furia en el rostro de Isabel. A$uella dul1ura $ue la envolv#a asiduamente desapareció para dar paso a una rabia por pocos notada antes en su rostro. El temor $ue sent#a ante la partida de Carlos se un#a al terror $ue le produc#a ver a su marido enfrentado a la Iglesia, como si .sta fuera un enemigo vulgar al $ue ha $ue allanar someter sin respeto alguno. 3in poder resistirlo m,s, Isabel se levantó, arrastrando con su crecida barriga plato mantel. La /nica en España $ue conoc#a ese lado escondido de Isabel era o. 3u genio pod#a permanecer aletargado durante meses, pero si algo cre#a in&usto se sent#a impotente ante ello, reaccionaba sin contención. -odos los asistentes palidecieron Carlos enmudeció. -emblando enro&ecida, despu.s de tragar saliva, Isabel !abló2 75 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 03i no os $uieren financiar la empresa ser, por miedo, pues luch,is en contra de nuestra Iglesia su ma or representante en esta tierra. NF es $ue acaso no veis $ue el e&.rcito de Corbón, deseoso de fortuna, e%polia, roba $uema todo lo $ue a su paso encuentraO 8e ro&a $ue estaba, Isabel palideció. 0<,s parecen fugitivos de la &usticia $ue soldados 0prosiguió0. 3ólo una cosa les e%cusa de su hacer, son las penurias $ue pasaron. A$u.llas les convirtieron en lo $ue son ho . PVagabundos, ladrones asesinos dif#ciles de contenerQ 8e repente un vah#do la envolvió ca ó sobre su silla. 3entada mu cerca de ella pude ver cómo su vientre se mov#a. 'arec#a $ue la criatura de sus entrañas salir $uisiera. <i mente no pudo eludir el recuerdo de los gritos de mi madre, debidos al comportamiento de mi padre, la noche en $ue Carlos vino al mundo. CAPÍTULO VEINTICUATRO El repicar del agua contra los cristales marcaba el paso de los segundos en la noche de Valladolid. Carlos hab#a estado desgastando la alfombra de la c,mara de Isabel frente a su lecho desde la mañana. Cada ve1 $ue el dolor la pinchaba, se le acercaba, retiraba el fino paño blanco $ue cubr#a su rostro la besaba en la frente. Cuando cesaba, regresaba a sus paseos de&ando a las parteras a las damas portuguesas con su a&etreado $uehacer. PJu. diferencia con su propio nacimientoQ 3u solicitud para con Isabel era digna de admiración, refle&o de un amor profundo, sorprendente en un hombre del com/n, no digamos a en un emperador. P6 pensar $ue hac#a unos meses, en *ranada, hab#a estado a punto de provocarle un aborto con sus alardesQ Era esta unión de contradicciones lo $ue hac#a entrañable a Carlos, cu as grandes virtudes estaban a la altura de sus nada pe$ueños defectos. Ftra diferencia con su nacimiento2 el reci.n nacido vino a lu1 fuerte. Carlos, orgulloso, le tomó en bra1os como hac#an los romanos al reconocer a sus hi&os di&o2 08ios nuestro 3eñor te haga un buen cristiano, te d. su gracia te ilumine para el buen gobierno del reino $ue has de heredar. Fue la /nica ve1 $ue le vi llorar de felicidad. 'rometió luego $ue los d#as sucesivos ser#an fastuosos por$ue su mente comen1aba a tramar uno otro divertimento como si de un adolescente se tratara, en Flandes, para feste&ar el nacimiento de su 76 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador heredero. 6 con una energ#a incre#ble, se puso manos a la obra. Los m,s #ntimos de su corte aprovechamos su ocupación para tomarnos un pe$ueño descanso, despu.s de la tensión $ue hab#a significado el dif#cil parto de la reina. Francisco de Cor&a miraba a Isabel demostrando a todos cu,nto la apreciaba admiraba) *arcilaso de la Vega recitaba sus /ltimos poemas, acompañado por las notas de un la/d. Carlos entró de repente en el salón. Con los o&os enro&ecidos se dirigió a los presentes. 0Con mi m,s profundo pesar he de comunicaros la noticia m,s denigrante $ue nunca ha recibido mi reino. Como pidiendo perdón por anticipado, mirando a su mu&er, continuó2 0-en#as ra1ón, los soldados de Corbón sólo ansiaban saciar su sed resarcirse de la escase1 sufrida. 'ara ello no han encontrado me&or forma $ue entrar a saco en ?oma. Isabel, sobrecogida, se puso de pie se acercó a su marido, $uien, tom,ndola de la mano, prosiguió2 0Los lans$uetes alemanes, sin &efe, libertinos, feroces codiciosos, han degollado, violado, robado sa$ueado sin importarles lo m,s m#nimo edad, se%o, estado o clase, casi siete mil romanos acen muertos por todos los rincones de la ciudad. <i hermano pareció a punto de desplomarse, v#ctima de una congo&a nada propia de su imperial persona. 0El 'apa se ha refugiado en el castillo 3antIAngelo con algunos de sus cardenales. Las hordas m,s salva&es devastan los restos de vida $ue $uedan, ensangrentando espadas sin descanso. Isabel hi1o el gesto de invitarlo a apo arse en ella, pero .l, con una sonrisa triste, se negó siguió hablando. 0Los soldados, montados en &umentos, corren por las calle&as haciendo mo&igangas bufonadas, vestidos con las ropas encarnadas del clero, hasta $ue hartos a de lascivia, lu&uria vino, duermen en conventos hechos serrallos, pues incluso a sus moradoras e%pulsaron despu.s de torturarlas. Las l,grimas comen1aron a resbalar por las me&illas de Carlos. Isabel lo guió hacia su c,mara, de&,ndonos a todos su insondable amargura. 'ero, a pesar de su sincero dolor, el emperador aprovechó la ocasión en beneficio propio, obligando al 'apa a cumplir con lo $ue .l deseaba, antes de liberarlo, aun a riesgo de $ue toda la cristiandad se pusiera en su contra. Al fin al cabo, hab#a conseguido indirectamente otra victoria en contra del re de Francia, al cual demostraba $ue si incumpl#a su parte 77 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador del trato esta ve1 se ver#a privado de la presencia de sus hi&os, $ue segu#an prisioneros en <adrid. Incluso llegó a pensar en anular mi matrimonio, hasta asegurarse de $ue segu#a valiendo como moneda de cambio. En la situación en $ue me encontraba, esposa del ma or enemigo de mi hermano, con un matrimonio no consumado madrastra de unos hi&os prisioneros de su propio t#o, poco pod#a hacer o para aclarar mi situación. 8e nada serv#a apelar a Carlos, $ue ahora atravesaba uno de los momentos de ma or conflicto interior sufridos &am,s. Juien lo conociera poco pod#a llegar a pensar $ue dentro de s# moraban dos hombres. (no escrib#a al pont#fice, d,ndole el p.same ofreci.ndole su amistad, , a petición de Isabel, suspend#a los feste&os por el nacimiento de Felipe, ordenaba el luto general, $ue en todas las iglesias de sus dominios se hicieran rogativas hasta conseguir la libertad del 'astor. El otro, se negaba a hablar si$uiera de poner en libertad al 3umo 'ont#fice de&aba $ue .ste se pudriera de rabia en su prisión ang.lica. CAPÍTULO VEINTICINCO Carlos sosten#a en bra1os a Felipe. Con tanto despacho apenas dispon#a de tiempo para disfrutar de su heredero era lógico $ue no le gustara $ue le molestaran en momentos como .sos. 'ero las noticias eran demasiado importantes para esperar. Isabel ni si$uiera notó mi presencia, atenta como estaba observando a los dos varones $ue m,s $uer#a de esta tierra. 3ab#a tan bien como su marido $ue .ste, tarde o temprano, tendr#a $ue partir, $ue tanto padre como hi&o no podr#an compartir a$uellos afectos. Embara1ada de nuevo afrontaba el destino con una fortale1a admirable, pero la melancol#a $ue cual$uier madre siente al pensar en sus hi&os carentes de padre a se notaba en su rostro. En cambio Carlos, al verme, de&ó a su hi&o en el suelo le dio un cariñoso a1ote en el trasero) Felipe, pati1ambo, corrió en dirección a las caballeri1as. 0NJu. ocurreO 0preguntó mi hermano, algo disgustado pero al mismo tiempo agradecido, pues la vitalidad del niño a le estaba cansando. 0El deseo de $ue <adrid se convierta en la prisión de todos vuestros enemigos se ha visto frustrado. 3i pensabais traer tambi.n a Clemente, a pod.is olvidarlo. 0-en.is la rara habilidad de transmitirme cual$uier cosa haciendo un reproche. P7o abus.is de vuestra condiciónQ 0se enfadó Carlos. Apenas le hice caso. 78 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador La verdad es $ue a no toleraba con la mansedumbre habitual la falta de respeto con la $ue mi hermano se dirig#a a m# en algunas ocasiones. Antes, aguantaba resignada la de cal esperando recibir, encantada, la de arena. Ahora $ue sab#a $ue definitivamente nos separar#amos, mi ,nimo estaba viciado de angustia a$uello se refle&aba en mi humor. Llevaba m,s de un año casada, me sent#a sola sobre todo desconcertada. <is hi&astros segu#an presos. Emba&adores ingleses franceses se hallaban en <adrid negociando su ansiada libertad, sin llegar a ninguna decisión. Francisco continuaba haciendo de las su as) la /ltima hab#a sido pactar con Enri$ue de Inglaterra, antiguo aliado de Carlos. Con frialdad no e%enta de cierto regusto de placer 0.l me lo hab#a enseñado0, le di&e a Carlos2 0Clemente escapó del castillo de 3antI Angelo disfra1ado de mercader, aprovechando la oscuridad de la noche. 3eg/n he o#do decir fue a udado por uno de sus carceleros, cru1ó tran$uilamente a pie los &ardines salió por las puertas del Vaticano sin ning/n esfuer1o. Carlos no se mostró sorprendido como o esperaba. Imp,vido, preguntó2 0N6 has o#do decir tambi.n adónde fueO 0A Frvieto, al campo de los aliados de Francisco, a $uien solicitó la retirada de sus e&.rcitos de las tierras pertenecientes a la Iglesia, con la esperan1a de $ue vos actu.is del mismo modo la pa1 retorne. <i hermano $uedó pensativo por fin contestó2 03i el problema $ue impulsa todo esto es el cautiverio de los hi&os de Francisco acceder., con tal de $ue paguen el rescate restitu an todos los territorios $ue en Italia nos han arrebatado /ltimamente. Francisco no podr, negarse a ello si $uiere verlos pronto. 6 as# vos tambi.n podr.is partir de una ve1. La frialdad de sus /ltimas palabras a no me dolieron. Cus$u. una mirada c,lida en Isabel, pero me pareció $ue ella estaba de acuerdo con la decisión de su esposo, por lo $ue me retir. de la sala no volv# a ver a mi hermano hasta $ue comen1aron los tr,mites. 3i se llegaba por fin a un acuerdo, me di&o .l entonces, partir#a en la misma comitiva $ue los pr#ncipes franceses. <e sent#a confusa, dividida interiormente. Fdiaba a Francisco por ser el enemigo constante de Carlos, pero al mismo tiempo me atra#a la idea de ale&arme del emperador, para $uien o parec#a haber perdido cual$uier importancia $ue no fuera la de una simple pie1a en su a&edre1 din,stico. A$uellos sentimientos se convirtieron en mi ma or secreto. 7i si$uiera a Isabel pod#a confi,rselos, pues, de enterarse, Carlos no hubiese cabido en s# del eno&o. <e encontraba in/til en mi propia corte. 79 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Casada como estaba segu#a viviendo como viuda, mientras mi a escasa &uventud se ahogaba en el r#o de los treinta años. (na noche despert. entre sudores vi claramente $ue mi /nica salida era consumar mi matrimonio. 'refer#a ser una esposa condenada al espiona&e, por$ue a eso me mandaba Carlos a Francia, $ue seguir manteniendo a$uel eterno novia1go. En un rapto de realismo comprend# $ue la amistad entre Carlos Francisco nunca e%istir#a. Los soberanos m,s grandes de los dos estados m,s importantes de Europa nacieron enfrentados as# morir#an. 3ub ugada por el sentimiento hacia uno por la le de 8ios hacia otro, a m#, humilde servidora, me tocar#a luchar el resto de mis d#as para mantener el di,logo la pa1 entre ambos. CAPÍTULO VEINTIS%IS Empe1aba a aceptar mi destino con resignación cuando me tocó ser testigo de una sobrecogedora discusión entre Isabel Carlos. La ra1ón2 haber decidido .ste de improviso marchar a Italia. Como le faltaba poco para parir, Isabel no $uer#a $uedarse sola. 8e pronto, era ella la primera sorprendida de $ue el in$uieto ,nimo de Carlos hubiese aguantado tanto tiempo anclado en España. 0'rometedme al menos $ue regresar.is en cuanto os sea posible 0le rogó. Carlos la miró sorprendido. 3in llegar a intuir la verdadera congo&a en la $ue Isabel estaba inmersa, a mi hermano le disgustó su actitud, aparentemente sumisa d.bil. 8e ser as#, una mentira caritativa de las su as hubiese evitado el trance. 'refirió ser sincero a su manera. 03ab.is $ue he de pactar con Clemente eso nos llevar, cierto tiempo. 'ara $ue acept.is con resignación mi partida os dir. $ue, despu.s de mucho pensarlo, he decidido restituirle todas sus tierras, pues no $uiero $ue la cristiandad est. en mi contra. Carlos omitió decirle $ue tambi.n marchaba a Italia a pactar el casamiento de <argarita, su hi&a natural, con un sobrino del 'apa, el cual, nacido de los ri$u#simos ban$ueros <edici, no solo garanti1aba a la descendencia una importante alian1a pol#tica sino tambi.n económica. 0E%plicadme algo $ue no alcan1o a entender 0di&o Isabel0. Casi siempre hab.is conseguido vuestras ma ores victorias sin encontraron en el lugar de donde proven#an. -en.is los me&ores diplom,ticos, conse&eros generales. N'or $u. &usto ahora no pueden actuar en vuestro nombre si lo hicieron bien en momentos mucho m,s crucialesO 80 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador Carlos observaba a su mu&er como desde dentro de una de sus armaduras, con elmo incluido, su compasión mermada por la fuer1a de sus resoluciones. Como a m# me sucediera antes, a Isabel le costaba comprender $ue cuando .l estaba decidido a cumplir con un pro ecto, era mu dif#cil $ue lo desechara sin una ra1ón de peso. 0NJuer.is $ue me acaloreO 0di&o, tal ve1 tomando lo de sus Lvictorias a distanciaM como un reproche0. Valencia me espera para &urarme la fidelidad consabida. Llevan años aguard,ndome no pienso defraudarles en esta ocasión. En hora estamos de $ue cono1can a su emperador. 'arpadeó. Jui1, decidió entonces $ue los valencianos se $uedar#an con las ganas, pues a hab#a dado orden de $ue desde Carcelona no de Alicante marchar#a a Italia, aun$ue calló. Isabel, cabi1ba&a, me miró de reo&o. 0<e parece $ue no ha nada $ue hacer 0le respond# con un gesto. 8espu.s de presenciar cómo &uraban en <adrid a Felipe, reconocido como 'r#ncipe de Asturias sucesor a la corona, Carlos partió. 8urante su ausencia, puesto $ue nuestra madre permanec#a recluida en su soledad, Isabel se convertir#a en regente. La emperatri1 dio a lu1 una niña pocos d#as antes de $ue el emperador iniciase su largo via&e a Italia desde Carcelona. 'ero Carlos, ocupado en los preparativos, no pudo darle el aliento de la primera ve1. A$uello sin duda repercutió en la salud de la reina, por$ue las fiebres de los d#as $ue siguieron nos hicieron temer por su vida. Isabel deliraba llamando a su marido, convencida de $ue la muerte negra asolaba *.nova, donde Carlos desembarcar#a. 3oñaba con inmensas ratas transmitiendo a$uella fatal enfermedad a diestro siniestro, asegurando al despertar $ue el emperador estaba enfermo. Cuando las calenturas comen1aron a remitir finalmente se repuso, Isabel albergaba a/n la esperan1a de $ue Carlos regresar#a a conocer a su hi&a desde la Ciudad Condal. En cambio o estaba segura de lo contrario. "unto a la emperatri1 me mantuve en todo momento, entristecida al sospechar $ue ni si$uiera antes de partir Carlos tomar#a alguna decisión sobre mi persona. <e tocar#a $uedar relegada a la eterna espera de un acuerdo, para cumplir con mi deber de esposa. Carlos, apenas recibida la noticia del nacimiento de su hi&a, se hi1o a la mar desde el puerto de Carcelona, con su fastuosa armada, compuesta de treinta una galeras otras treinta naves menores, ocho mil soldados con otros tantos grandes caballeros a la cabe1a, servidumbre, impedimenta vi,ticos cu os costes mucho menguaron las arcas. En ning/n mensa&e o carta hi1o alusión de mi traslado a Francia, resuelto como estaba a desempolvar su espada por primera ve1 desde 81 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador $ue regresó a España. A$uellos sueños de batalla $ue tanto le alteraban en su &uventud hab#an regresado. 6a no tendr#a $ue enterarse por medio de mensa&eros cronistas de sus .%itos. Los vivir#a en l#nea no necesitar#a de ma$uetas para poder sentir el ardor la furia $ue de la lucha verdadera emanan. CAPÍTULO VEINTISIETE <i destino al fin esclarecido, a$uel temor $ue sent# la ve1 $ue me desposaron con el de 'ortugal no me afligió. 3ab#a a lo $ue me enfrentaba ni la m,s leve incertidumbre asomó en mi semblante. E&ercer como una simple dama de la emperatri1 a no me llenaba en absoluto. 6 casi no me importó partir como lo hacen las reses al matadero. <ientras mi comitiva se ale&aba, numerosos pensamientos recuerdos se agolpaban en mi mente. Estaba segura de ser innecesaria en Castilla. Isabel sab#a cómo gobernar all# se encontraba gracias a m#. Carlos a ten#a heredero. 8efensor de sus convicciones, pod#a &ugar su papel solo sin necesidad de apo o o directri1. A$uella inseguridad miedo a la toma de resoluciones $ue tantos años le asustaron, hab#a sido definitivamente superada. Al pasar por -ordesillas $uise despedirme de mi madre. Igual $ue las veces anteriores, sent# como si el tiempo no hubiese transcurrido en a$uella estancia. 7i si$uiera la ausencia de Catalina, casada con mi antiguo hi&astro, el nuevo re de 'ortugal, parec#a haber perturbado a mi madre en demas#a. "unto a ella me $ued. toda una tarde hasta el crep/sculo para reemprender la marcha a la mañana siguiente. 'or el camino, unos miembros del s.$uito se pusieron comentar en vo1 alta las aventuras amorosas de Francisco incluidas las enfermedades $ue de ellas derivaban. 'ero a$uello no me afectó. 6a sab#a cómo era, no pretend#a $ue el re me guardara la misma fidelidad $ue Carlo, guardaba a Isabel. 7uestro desposorio no se hab#a hecho por amor sino por servir al emperador. 'or ello Francisco era libre de galanteos) lo /nico $ue le pedir#a ser#a el respeto debido a mi persona. A la distancia, como mu&er, no pod#a de&ar de sentir admiración por mi hermano en cuanto marido. A pesar de sus contradicciones moment,neas frialdades, $ue o sepa nunca hab#a tenido ning/n tipo de desli1 amoroso desde $ue se casara. 82 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 7os encontr,bamos a die1 leguas de nuestro destino fronteri1o, cuando los soldados tuvieron $ue desprenderse de sus armas. La desconfian1a entre las dos partes era tanta $ue acordaron hacer lo mismo los franceses as# avan1amos hacia el r#o. 8os gabarras e%actas aguardaban en cada orilla. La de !enda a portaba el dinero la de Fuenterrab#a nuestro) cansados cuerpos. Al1,ndome el sa o sub# pausadamente, como si $uisiere parar el tiempo. Cogando al comp,s con el mismo n/mero de remeros $ue la barca cargada de ducados, nos dirig#amos hacia el portón $ue en medio del r#o hab#a donde se har#a el can&e. Los hi&os de Francisco por las cuantiosas monedas. Al volver mi mirada hacia atr,s, vi al representante del emperador. Apostado en un asiento a la orilla segu#a la operación con atención para $ue no se produ&era ning/n inconveniente. 3er#a el /ltimo caballero castellano $ue ver#a en mucho tiempo. <e sent# triste vac#a. 7o se pagaba por m# precio alguno, pero el can&e me inclu#a. Al pasar el portón de !enda a salvas trompetas comen1aron a sonar d,ndonos la bienvenida. (na ve1 en tierras francesas partimos hacia Curdeos, donde Francisco me esperaba. 'oco despu.s de nuestra llegada a 'ar#s recib# una breve nota de mi hermano. Estaba fechada en Colonia. LEstimada Leonor, s. de vuestra partida orgulloso esto de vuestro desvelo. <irad por lo positivo eludid lo $ue m,s pueda alterar vuestro ,nimo, por$ue nadie osar, haceros mal alguno ahora $ue esto en la cumbre, al haber sido coronado emperador por el mism#simo 'apa. MEl recibimiento fue fastuoso, a pesar de $ue todos me esperaban con recelo. Aguardaban al hombre soberbio cruel $ue mandó asolar sus tierras. NCómo demostrarles $ue no so as#O P<e gustar#a $ue estuvierais a$u# para decirles como realmente so Q M'ero 8ios me a uda. Es la primera ve1 en mi vida $ue el acceder restituir me serena, sin codicia temor a mirar lo perdido.M <e alegr. en mi cora1ón e imagin. $ue, despu.s de haber, besado humildemente el pie del mismo pont#fice $ue mantuvo encarcelado, subido al trono desde lo m,s alto, debió de sentirse Lcomo un 8iosM lleno de fuer1a para luchar a favor de la LEuropa cristianaM, $ue $uedaba unida ba&o su cetro. Esto segura de $ue su fuerte idealismo debió de hacerle creer, por unos instantes, $ue mi esposo, la here&#a luterana el infiel hab#an de 83 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador ceder sub ugados por la noble1a espiritual de su gran empresa. CAPÍTULO VEINTIOCHO 7uestro s.$uito cru1aba los bos$ues cua&ados de vegetación. <i mirada buscaba desesperadamente un claro en el camino. Los hi&os de Francisco cabalgaban a mi lado a paso ligero el tra$ueteo de las ruedas al chocar con las piedras del camino se hac#a insoportable. 7o pude evitar el recordar un via&e parecido pero en dirección contraria. Esta ve1, al menos, la labor a la $ue encomend. mi vida por fin rend#a los frutos ansiados2 sellar la pa1 entre mi hermano mi marido. Como Francisco reca#a continuamente a causa de su enfermedad, o dispondr#a del tiempo necesario para e%presar a Carlos mi p.same, sin interrupciones. As# le otorgar#a el cariño afecto del $ue se vio privado debido a la muerte de Isabel. Los ,rboles por fin se abrieron permitiendo $ue el sol nos iluminase. A lo le&os, mi hermano posaba el pie derecho sobre territorio franc.s sin titubear. Ca&. de mi carrua&e mont. un corcel, para acudir galopando a su encuentro. El delf#n me siguió &unto a su hermano de&ando atr,s a la guardia. A&enos al sentimiento $ue me embargaba, se adelantaron a estaban hablando con Carlos cuando llegu. a su lado. <i hermano sonrió al verme. 'or fin se apartaron los pr#ncipes franceses Carlos se dirigió hacia m#. Cogi.ndome de la cintura me a udó a desmontar, pero trope1ó torpemente a punto estuvimos de caer los dos. 3us fornidos bra1os a no eran los mismos. 3us o&os eran incapaces de e%presar la alegr#a $ue mostraron en otros reencuentros. Estaba demacrado. 3u prominente mand#bula parec#a haberse for&ado con un peda1o de bronce sobrante de alguna de sus armaduras. La herencia española era evidente en sus rasgos. A$uel reino tan le&ano $ue en nuestra niñe1 imagin,bamos a medio camino entre las tierras cristianas la de los moros, sin duda lo hab#a transformado en lo $ue era. Lo segu# hasta su tienda. Acarreaba su pesadumbre en silencio. La gota sin duda era infle%ible en su avance, pero en nada superaba a la triste1a $ue se adher#a a su piel como la uña al dedo. 7ada m,s entrar, me aferr. a .l. Apart,ndose, por fin me habló. 84 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador 07o dig,is nada. 3. $ue os hubiese gustado estar a su lado, al igual $ue a m#. 'ero nuestros deberes nos lo impidieron ella con seguridad lo comprendió. 3e dirigió hacia una mesa de campaña. Escanció vino, lo bebió de un trago sin saborearlo ni go1arlo, llenó de nuevo la copa, cogió otra para m# me la tendió. Intent. contener las l,grimas. Carlos me levantó la barbilla en&ugó mis me&illas. 3onre#. 0Lo siento. 3i nuestra madre me viera la reprimenda ser#a sonada. Cre# haber aprendido a controlar la emoción, pero supongo $ue la edad abre una gran ventana a este defecto las fuer1as fallan. 0En mi caso sólo ha una cosa $ue no logro controlar. Ver en sueños la cara de Carbarro&a. A$uel pirata no fue nunca merecedor del sacrificio $ue el combatirlo me ocasionó2 PEstar le&os de mi amada Isabel en su /ltimo momentoQ 0di&o Carlos. 6 luego continuó02 P7unca m,s me des@ posar. con otra mu&erQ Como muchas veces a lo largo de nuestra &uventud, me sent. a su lado acarici. su cabe1a, ahora canosa ligeramente despoblada. 3ólo fui capa1 de balbucear2 0Lo $ue 8ios ha unido en el cielo, $ue no lo separe el hombre en la tierra. 'ues en nuestros pensamientos $uedó anclada a$uella gentil mu&er $ue consiguió transformaron en un verdadero emperador, d,ndoos la felicidad. Con la mirada fi&a en el techo de su tienda, Carlos contestó2 0-en.is ra1ón, mi $uerida Leonor. Vos me la presentasteis una ve1 como la me&or candidata para un gobernante ella se encargó de demostrar $ue no os e$uivocasteis. 'ero si he de ser sincero creo $ue fui necio, pues sólo cuando la perd# supe valorarla. MLa imagen $ue guardo de ella es la de *ranada. Aun$ue su ma&estuosidad belle1a superaban con creces a la Alhambra $ue tanto amaba. Carlos empe1aba a recuperarse $uise animarlo dici.ndole $ue deb#a transmitir a sus hi&os el gran amor $ue sent#a por ella. 0P'ero es precisamente Felipe el $ue me preocupaQ 0e%clamó entonces0. A los doce años su frialdad es tal $ue sorprende, mucho m,s ahora $ue su madre anda a la vera de 8ios. Calló un instante me dio la impresión de $ue no le gustaba rememorar, pero luego continuó. 0Cuando murió Isabel, me faltaron las fuer1as para seguirla hasta su enterramiento en *ranada. 3iempre hab#a pensado $ue la enfermedad de nuestra madre se deb#a en gran parte al hecho de haber prolongado su sufrimiento durante tantos d#as &unto al f.retro de nuestro padre. As# $ue me retir. al monasterio de los "erónimos orden. a Francisco de Cor&a $ue se ocupase del entierro. Felipe acompañó al corte&o f/nebre sin 85 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador titubeos. Carlos se detuvo un instante. 7o alcan1aba a comprender $u. hab#a de malo en lo $ue mi hermano acababa de decir. 0El via&e fue largo la calurosa primavera los asaltó 0prosiguió0. -anto calor hac#a $ue, llegados al panteón, destapado el f.retro, Cor&a no pudo asegurar $ue la $ue all# ac#a fuera Isabel, aun$ue .l fuese $uien la colocara en a$uel lugar. Carlos pasó de la triste1a al eno&o. 0'ues bien, a pesar del estado del cuerpo de su madre, vuestro sobrino, imp,vido sin pestañear, Pno derramó una sola l,grimaQ 0Jui1, se debió a $ue era consciente de $ue all# a no moraba su alma. !ace bien en no demostrar la debilidad ante otros orgulloso hab.is de estar de ello, pues vuestro sucesor parece haber aprendido con rapide1 a esconder lo $ue siente en realidad. 08ime, hermana, Npara $u. sirve ser emperador dueño de tantas tierras si no podemos mostrarnos tal como somosO Juise cambiar de conversación, pues no soportaba ver a mi hermano derrotado. 'ero no pude evitar pensar cómo pretend#a, en ese estado, $ue se mantuviera la unión de la cristiandad. 'ara animarlo le di&e $ue, a pesar de todos los problemas en el norte, Francisco le era fiel. 0!a desechado a los ganteses los ofrecimientos $ue le hicieron, a cambio de la lucha en vuestra contra 0agregu., para confirmar mis palabras. Carlos no pareció sorprendido. 8e la triste1a pasó a la lucide1. 0Lo s.. 6a hace d#as $ue me envió las cartas originales de proposición. 'ero no os de&.is cegar, pues es posible $ue prefiera <il,n a Flandes. 0N3e lo entregar,sO 0di&e, m,s como hermana $ue como reina de Francia. 06a se ver,. "ugaba con su anillo. A$uel gesto demostraba una negativa segura. 'ero no se lo reprochar#a, pues no era ni la primera ni la /ltima ve1 $ue ofrec#a algo sin intención de otorgar. El anillo ca ó. <e agach., lo recog# se lo tend#. 0Vuestro es Leonor. Con una leve reverencia, lo agradec#. Esa noche rogu. a 8ios $ue mantuviese la pa1 entre Carlos Francisco, entre el Imperio Francia. 7o $ueriendo retirarme a dormir inmediatamente, sal# a dar un paseo en compañ#a de una de mis damas. 8e repente, mi mirada se centró en una sombra cercana a un ,rbol $ue la luna iluminaba. La persona $ue la produc#a llevaba un cuello de piel sobre el abrigado sa o, $ue le tapaba medio rostro, pero aun as# la 86 Almudena de Arteaga La vida privada del emperador reconoc#. 3in poder evitarlo cont. con los dedos. A$uel hombre superaba Pla centenaQ El $ue nos deleitara con sus predicciones astrológicas, ahora casi #ntegramente cumplidas, advirtió la atención $ue puse en .l. 6 despu.s de una breve solemne inclinación de cabe1a, desapareció. Empe1aba a arreciar el fr#o. !ice una señal a mi dama para $ue me tra&era la capa. <e hubiese gustado preguntar al hombre de las estrellas sobre el futuro. NCu,ndo se romper#a de nuevo la pa1O Jui1, nadie lo sab#a, pero de lo $ue estaba segura era de $ue mi marido mi hermano eran diferentes en todo menos en una cosa. Ambos necesitaban un eterno contrincante con $uien medir fuer1a poder. 6 entre los dos, siempre habr#a una mu&er $ue disipara sus diferencias. 87
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