Eugenia Allier Montaño, “Las voces del pasado”, Fractal, México, enero-marzo de2007, núm. 44, http://www.fractal.com.mx/Fractal44Allier.html [consulta 26 de abril de 2008]. El siglo XX fue testigo de múltiples acontecimientos que conllevaron situaciones límites y una alta violencia (la Shoah, las dictaduras militares en América Latina, el Goulag, la represión política en los países de Europa del Este, las guerras civiles y de exterminación en África, el apartheid). En los últimos 10 años mucho se ha debatido, en historia y filosofía de la historia, acerca de los alcances de la representación histórica para dar cuenta adecuadamente de acontecimientos que exceden los límites de comprensión y experiencia humanas. En este debate no ha sido menor el aporte que, desde el psicoanálisis, han realizado diversos investigadores, sugiriendo que los testimonios podrían ser entendidos como una elaboración del pasado, al igual que el discurso de analizantes en psicoanálisis. ¿Es posible entender “las voces que nos llegan del pasado”, los discursos de testigos y analizantes, de la misma manera? ¿La aproximación que de estos discursos llevan a cabo el psicoanálisis y la historia es similar, puede serlo? ¿Es la verdad histórica la misma que la verdad psicoanalítica? En este texto, quisiera acercarme a algunas posibles respuestas. Recordando que hablo como historiadora, deseo emprender el análisis de las similitudes y diferencias respecto del análisis del pasado en la historia y el psicoanálisis, poniendo énfasis en la utilización de fuentes orales en la historiografía contemporánea. Tres serán los puntos que explicitaré: 1 ) una semblanza de la historia de las fuentes orales; 2 ) una búsqueda de equilibrio: valoración y crítica del testimonio y 3 ) la diferenciación de los discursos: el testimonio histórico, el testimonio psicoanalítico y el testimonio judicial. 1) Semblanza de la historia de las fuentes orales En ocasiones, tenemos tendencia a presuponer que el uso de fuentes orales en historia es una cuestión más o menos novedosa, casi reciente. Como si los años 70 hubiesen innovado en la utilización de nuevas fuentes históricas. Tendemos a olvidar que ya en el siglo V a. C., Herodoto dio primacía a la oralidad, a los sentidos sobre la escritura en la historia. 1.1 ) El testimonio en los orígenes de la historia La historia, en tanto modo de discurso específico, nació de una lenta emergencia y de rupturas sucesivas con el género literario, alrededor de la búsqueda de la verdad. Para Herodoto se trataba de “retardar el borramiento de las trazas de la actividad de los hombres” 2, hacer de tal manera que el pasado no cayera en las aguas del olvido. Para él, el pasado estaba imbricado en el presente: una estructura de espejo entre la narración del pasado y el presente al interior de un texto en tensión entre el marco de la puesta en intriga y el horizonte de espera del lector. Por ello, el “padre de la historia” dio primacía al ojo sobre lo escrito: “el ojo escribe”, decía. Se trataba pues de la centralidad de la percepción y de la oralidad sobre la escritura: “si yo no veo, puedo escuchar (oralidad) a los que sí lo hicieron”. Es el momento en el cual lo escrito estuvo más desvalorizado que nunca: la verdad se situaba del lado de lo oral, del oráculo, de los testigos que vieron y vivieron. 1 Ya en Tucirides se observa un cambio cuando critica a Herodoto por ser quien habla en sus historias. Para Tucirides dos son las reglas en historia: ser testigo ocular y criticar atenta y completamente las informaciones. Él reduce la operación historiográfica a una restitución del tiempo presente resultado de un borramiento del narrador para dejar hablar a los hechos. Como Herodoto, Tucirides privilegia el ojo, la mirada como fuente de la verdad, pero descarta toda fuente indirecta, desechando o prescindiendo así de los testigos. 1.2 ) El siglo XIX: desvalorización de las fuentes orales Sólo hasta el siglo XIX se conoció el nacimiento de la historia como ciencia, a través de la de su profesionalización y de creación de métodos propios. La búsqueda de la verdad seguía siendo imperativa y se reivindicaba la objetividad. Y aun cuando los historiadores de esta época sabían que la historia es construcción, veían la grandeza del historiador en su capacidad de controlar su subjetividad. La historia se entendía como un conocimiento indirecto: el pasado era un vacío que debía colmarse a través de las fuentes, pero ya no de las orales, que fueron condenadas, sino de las escritas (en especial, en ese momento, de aquellas relacionadas con los archivos diplomáticos). Era en los archivos donde se encontraban las fuentes más adecuadas para una historia objetiva, lejana de la literatura. La profesionalización de la historia iba de la mano de la condena de los testimonios orales a favor de los archivos: se partía de que la crítica (interna y externa) necesaria a las fuentes sólo podía llevarse a cabo en los documentos. El documento, considerado como el último estadio de una larga serie de operaciones, no recibía su sentido sino tras el proceso de develamiento de todas las operaciones que habían conducido a su autor a volverlo visible. 1.3 ) El retorno a los orígenes: relevancia de las fuentes orales a fines del siglo XX Esta búsqueda por profesionalizar y cientifisar la historia clausuró el uso de fuentes orales por más de un siglo y medio. No obstante, hacia mediados de los años 60 una falla hizo acto de presencia: el presente, ya inquieto, se descubrió en búsqueda de raíces y de identidad, preocupado por la memoria y la genealogía. 3 Como si se quisiera preservar, de hecho reconstituir un pasado ya desaparecido o en el punto de borrarse sin regreso. Durante esa década, diversos grupos sociales (especialmente los obreros, los regionalistas, pero también ciertas minorías) cuestionaron las historias hegemónicas. Los propios historiadores escucharon el canto de las sirenas y se volcaron a los estudios orales, dando voz a los que no la tenían. Fue así como surgió la llamada “historia oral”, que se basaba en los testimonios orales para escribir la historia de aquellos que “no tenían voz”: las mujeres, los obreros, los indígenas, los homosexuales, los “vencidos de la historia”. En cierto sentido, era la búsqueda por privilegiar los testimonios orales en la escritura de ciertas historias que no parecían contar con otro tipo de fuentes documentales. De esa manera, se puede decir que la fuente oral remplaza al documento escrito porque éste no existe, o apenas existe, o da un testimonio demasiado unilateral (es evidente que con ello se hace referencia a todos los 2 fenómenos de clandestinidad o de resistencia interna;).4 Abogando por las fuentes orales, el historiador francés Philippe Joutard sugiere: “[...] Lo no dicho jamás se escribe, en cambio, puede aparecer en una encuesta oral bien dirigida y con la distancia temporal.”5 Y más adelante agrega, al discutir la supuesta “no objetividad” de los testimonios orales frente a la primacía de lo escrito: Lo escrito ideologiza también y da a los conflictos de personas o de clanes una coloración que en realidad es completamente secundaria. Todos los que están acostumbrados a investigar en las pequeñas comunidades saben cuán importante es el conocimiento de las redes de influencias para comprender las luchas por el poder [...]. Un documento escrito jamás nos dará una idea de esta microsociología. [...] 6 La historia oral, la utilización de fuentes orales para escribir la historia, ha tenido desde finales de los años 60 un gran eco por todo el mundo. El reconocimiento público ganado por los testigos de la Segunda Guerra Mundial, en especial los referidos a la Shoah, influyó en gran medida en este auge del testimonio. En ese sentido, hacia mediados de los años 80, Primo Levi 7 acuñaba la noción de “deber de memoria” para explicar la necesidad psicológica y moral de hablar en quienes habían compartido una parte de experiencia con los que no habían sobrevivido: los “salvados” debían rendir tributo a los “condenados”,8 “hablan entonces porque otros han muerto y en su lugar”.9 Quienes salieron del campo de exterminio hablaban por dos razones: en primer lugar, porque era imposible no hablar; en segundo lugar, y ése es el objeto del testimonio, porque la verdad del campo era la muerte masiva, y de ella sólo podían hablar los que lograron escapar al destino mortuorio: “el sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido elegido por condiciones extratextuales”.10 Aunque, como Jorge Semprun11, hay a quienes les lleva mucho tiempo tomar la palabra, al sentir que la narración también puede ser la muerte. Es por todo ello que, a finales del siglo XX, Annette Wieviorka12 sugiere que estamos viviendo “la era del testigo”. Mientras el testigo se ha transformado en un “correo de transmisión”, los testimonios son una más de las múltiples muestras de la explosión de memoria que vive el mundo contemporáneo: “El interés por los testimonios ha crecido en el curso de los últimos veinte años, más o menos”.13 No sólo se busca recuperar toda memoria del pasado, evitar que pasado y presente caigan bajo el manto del olvido (se trataría del reino del archivo: “hay que guardar todo” para que nada se pierda),14 sino dar espacio para que toda experiencia pasada, las vivencias de los actores (especialmente cuando se trata de experiencias límites), sean conocidas por el resto de la ciudadanía. La memoria venía, de esa manera, a tomar el lugar que Herodoto le había dado a la historia: “hacer de tal manera que el pasado no caiga en las aguas del olvido”. 2) La búsqueda del equilibrio: valoración y crítica del testimonio Vale la pena pensar cuáles han sido las relaciones que los historiadores han mantenido con las nociones de “testigo” y “testimonio”. ¿Cómo construye el historiador su relación crítica con el testimonio y qué lugar le otorga en la construcción de la narración histórica? ¿Qué modos de selección sobre el pasado realiza? ¿Con qué lógica y con qué prioridades? ¿Qué estatuto otorga el historiador y al testimonio y qué tratamiento le da? Es necesario interesarse en los regímenes de historicidad15 del testimonio, ya que cada época privilegia una forma de narración o de huella que le es propia, al mismo tiempo que ve coexistir 3 distintos procedimientos de escritura del testimonio que solicitan formas retóricas precisas. El testimonio mismo tiene una historia que puede ser rastreada. 16 Al mismo tiempo, el contenido del testimonio varia entonces en función del género (oral, escrito, memorias), del estatuto institucional, social y cultural del testigo. Si el testimonio mismo puede ser diverso, el uso que de él hace el historiador varía según las funciones de su propio cuestionamiento, así como del momento en que el historiador se inscribe. 2.1 ) Las distintas utilizaciones de fuentes orales en historia Desde los años 60, han existido al menos dos grandes maneras de trabajar en historia con los testigos al entrevistarlos, al momento en que el historiador crea fuentes orales y las convierte en archivos: 17 1) el uso documental: la construcción de archivos orales, tomando el testimonio como dato e información, que surge con la propia conformación de la historia oral; 2 ) la exploración de la memoria: la entrevista y los recuerdos se convierten en el objeto central de interés, más que el dato importa la manera en que el testigo recuerda.18 El primer uso, el documental, apareció al mismo tiempo que comenzaba la utilización de fuentes orales en historia. Como ya se dijo, era una fuente alternativa para construir “historias desde abajo”, de hacer contra-historias, de darle voz a los que no la habían tenido. El segundo uso, el memorial, es más reciente, de los años 80. Y surgió en el momento en que iniciaba el auge mundial de la memoria. Los historiadores ya no sólo se interesaban por el acontecimiento en sí, sino por la manera en que los grupos y sociedades lo recordaban: “[...] nuestro propósito no es primordialmente obtener informaciones factuales sobre el pasado, aunque por añadidura obtenemos una cantidad no despreciable de esos datos. También el historiador se interesa por el análisis del trabajo de la memoria de un grupo. [...]” 19 20 En ese sentido, Philippe Joutard sugiere: Pueden ser señalados cuatro ejes. En primer lugar, la entrevista oral ofrece testimonios de la historia de acontecimientos en el sentido clásico del término, ya sean políticos, económicos o culturales aislados o formando parte de un encadenamiento. En segundo lugar, la entrevista oral aporta su contribución a la etnohistoria o dicho de otro modo: una historia más lenta, sin hechos notables, una historia de la vida cotidiana. También pone de relieve el testimonio indirecto, no el de las personas que han vivido lo que cuentan sino el que trasmite lo que les han dicho otros, es decir la tradición oral. En otro orden de cosas, la entrevista oral nos informa de la manera cómo funciona la memoria de un grupo. 21 2.2 ) ¿Elaboración del pasado violento en los testimonios? Pero un tercer uso de las fuentes orales parece estar ejerciéndose desde hace pocos años. Y éste se inscribe en la problemática de la irrepresentabilidad de acontecimientos límites en la escritura historiográfica. De alguna manera, como se verá, es una vuelta al primer uso, pero ampliando sus funciones. Si para muchos historiadores, la utilización de testimonios en historia se resuelve a través de la crítica que debe imponerse a toda fuente, para otros la cuestión es más compleja. El problema de 4 qué lugar dar a los testimonios en la historia se ha relacionado con la irrepresentabilidad de situaciones límites, algunas veces sugiriendo que sólo la voz de los testigos es capaz de representar y dar cuenta de los acontecimientos. En otras ocasiones, se ha considerado que frente a la irrepresentabilidad, debe surgir la empatía del historiador para tratar de comprender lo que vivió y sufrió el testigo,22 condición que en más de una ocasión ha llevado a los científicos sociales a identificarse con los testigos.23 Así, al primer uso de los testimonios para escribir la historia de los acontecimientos, se agregaría un tercer uso: el “terapéutico”. Según algunos autores, al narrar su experiencia (que sólo se construye a través de la narración, pues el pasado sólo se escribe a través del presente), los testigos de acontecimientos límites estarían elaborando, en el sentido psicoanalítico, su propio pasado. Recordemos que, para Freud,24 la elaboración es un proceso por el cual el análisis integra una interpretación y supera las resistencias que suscita. Se trataría de un trabajo por medio del cual el sujeto puede aceptar ciertos elementos reprimidos y liberarse de la influencia de los mecanismos repetitivos. Pero esta interpretación va más lejos: no es sólo el testigo quien elabora su pasado. Por medio de ese proceso de narración del testigo, afirman algunos historiadores, los escuchas del testigo, historiadores, psicoanalistas o público en general, se transformarían en testigos del testigo, testigos secundarios del acontecimiento. De esa manera, no sólo los testigos elaborarían su pasado al narrarlo, sino que también lo harían sus escuchas, los testigos secundarios. Debe resaltarse que, en este tipo de aproximación, la función clínica o terapéutica y el alcance explicativo o cognitivo del testimonio se confunden: “el testimonio, en esta lectura de la experiencia traumática, es tanto la palabra del analizado en la sesión terapéutica, como un texto literario, como una fuente oral para la escritura de otra historia”.25 Hace no mucho comenzaron a surgir voces críticas ante este giro subjetivo, ante el boom del testimonio.26 La crítica no cuestiona el uso moral, como contribución a la conformación de una memoria social, sino el uso historiográfico: se critica la sacralización del testimonio, su identificación con la verdad histórica y la centralidad que se le ha otorgado como el recurso más importante para la reconstrucción del pasado.27 En ese sentido, debo decir que si bien estoy de acuerdo en que la palabra puede servir a un testigo, a aquel que vivió un hecho traumático, para elaborar su pasado, en el sentido más psicoanalítico del término, es decir en tanto trabajo elaborativo, no estoy muy segura de que ese trabajo individual pueda colaborar en la elaboración social de un pasado violento y dramático. Tal como sugiere Paul Ricœur,28 el espacio público puede transformarse en el “lugar de psicoanálisis” para las sociedades; es decir, el lugar en el cual, a través de los debates y posibles negociaciones, los distintos actores de una sociedad pueden elaborar un pasado “traumático”. Pero se trata de una cuestión social, no de una individual como en el caso de los testimonios. Excepto cuando los testimonios forman parte de las discusiones en la arena pública, coadyuvando así a la elaboración del pasado. Los relatos históricos de testigos, hayan o no sufrido “fuertes traumas”, proveen al historiador tanto de datos directos sobre acontecimientos externos, como de datos de tipo más “subjetivo” sobre el propio testigo, que el historiador puede utilizar en una teoría acerca de las formas en que la memoria histórica de individuos y grupos es preservada, alterada o perdida. De cualquier manera, la “subjetividad” de este segundo tipo de datos, ofrecidos por el relato del protagonista 5 histórico, no da soporte a la idea de que los testimonios de actores históricos sobre “acontecimientos traumáticos” deban ser entendidos como elaboraciones del pasado en sentido psicoanalítico. Para ello, arguyo varias razones. Quienes proponen esta interpretación de la narración del testigo como elaboración del pasado sugieren que el proceso de elaboración se da ante una audiencia interactiva. Sin embargo, incluso desde la teoría psicoanalítica, la existencia de una audiencia interactiva no es condición suficiente para detonar el mecanismo de elaboración. Ésta requiere de repetidas reconstrucciones de las memorias traumáticas bajo la supervisión del analista, así como de las interpretaciones que pueden surgir, tanto del psicoanalista como del analizante, a través de diversos mecanismos utilizados en psicoanálisis, como la transferencia. El testimonio histórico no es un proceso de reconstrucción repetida y no opera bajo los mecanismos del trabajo psicoanalítico de las sesiones. E incluso en los casos en que el testimonio histórico es revisado y repetido en el curso del tiempo, y a diferencia del discurso del analizante, el testimonio es público, y por lo tanto puede ser sometido a escrutinio por diversos actores, lo que jamás ocurre con el discurso del analizante que se inscribe en el contrato psicoanalítico de confidencialidad. En síntesis, este discurso testimonial ante una audiencia no toma el lugar del análisis, que “integra una interpretación y supera las resistencias que suscita”, pues a través de su testimonio, el sujeto no llega a aceptar elementos reprimidos y a liberarse de la influencia de los mecanismos repetitivos, como sugería Freud que debía funcionar toda elaboración. En cualquier caso, es cierto que queda la pregunta de qué sucedería con los testimonios de protagonistas de acontecimientos dramáticos que han realizado su propio psicoanálisis. 29 ¿El discurso de un testigo analizado sería similar a aquel otro de una persona que no hubiese elaborado individualmente su pasado? 30 sugiere que todo testimonio, narrado a cualquier público interesado, supone ya una elaboración. ¿Un psicoanalista tendría la misma visión? Dejo las preguntas abiertas. En todo caso, es necesario recordar que el testimonio sí es un ejemplo más de la negativa personal de morir: [...] ¿Acaso no hay en la voluntad de hacer historia, de hacer revivir el pasado, algo así como una negativa personal a morir? Aunque para quien consulta únicamente el documento escrito, esa relación con la muerte es más lejana y más abstracta, como la de un espectador. En la encuesta, la relación es inmediata y directa. 31 En el trabajo con testigos de acontecimientos límites, el historiador podría verse tentado de tomar el lugar del psicoanalista, tan fuerte es la carga emocional que transmiten los testimonios de violencias recientes. Pero ése no es su papel, aunque tenga empatía con aquellos a quienes escucha, incluso cuando llega a sentir casi “una amistad” con los actores históricos a quienes entrevista. 32 2.3 ) Testimonios: fidelidad, veracidad y verdad Si bien son ya muchos los historiadores que han abandonado la primera tradición de recolección de datos de la historia oral, para abocarse casi exclusivamente al análisis de las memorias y representaciones de una comunidad, grupo o nación, es necesario señalar algunas diferencias encontradas entre las tres distintas formas de entender el testimonio de las que hemos hablado. No sólo el objetivo al usar el testimonio como fuente del acontecimiento, como fuente de la memoria o como elaboración del pasado es distinto. También es diferente la manera en que se entiende la verdad en cada una de ellas. 6 Veamos en primer término la verdad psicoanalítica. A lo largo de su obra escrita, Lacan desarrolló tres concepciones distintas sobre la verdad.33 Para lo que nos interesa, la última de ellas es la fundamental. En los últimos artículos de los Escritos , Lacan piensa la verdad en su diferencia con el saber.34 Para el psicoanalista francés, siempre se puede saber más: no existe un saber acabado. Es debido a esto que no se puede plantear que saber y verdad sean lo mismo, porque si bien verdad sólo podría haber una, saberes hay muchos. De esa forma, la verdad no puede ser toda dicha, porque el saber se puede acrecentar continuamente. 35 La verdad es lo que le falta al saber para su realización. Según Lacan, la verdad no puede ser dicha porque resulta intolerable. Pero ello no implica que no se pueda construir. Es decir, para el sujeto en psicoanálisis, la “verdad” nunca podrá ser “revivida”; los sucesos de la vida del individuo nunca volverán a encontrarse tal y como éstos existieron, pero ello no implica que no se pueda hacer de ellos una construcción. Ya no como adecuación a los objetos o lo “realmente ocurrido” en el pasado, sino como una manera de reconstruir la historia individual para darle sentido. Si en algún otro momento de mi trabajo,36 consideré que en historia se podía retomar este concepto lacaniano de verdad, en tanto los acontecimientos ocurridos en el pasado pueden ser reconstruidos desde el presente, en una aproximación de su escritura al mismo tiempo que de su análisis y explicación, hoy no creo poder sostener la misma afirmación. Algunas de las diferencias acerca de la verdad en historia y memoria me han conducido a pensarlo de otra manera. No es aquí el lugar para hacer una diferenciación entre ambos términos. Sin embargo, vale la pena señalar que en estos dos campos de relación con el pasado, historia y memoria, en las diferencias que entre ellas existen y en las diferencias entre pasado y narrativa del pasado, hay un punto fundamental: la relación con la verdad. Y es que me parece que el problema de la verdad no es similar para individuos, colectividades o historiadores. Si bien comparto la idea de que es importante construir y debatir el pasado para las sociedades, también creo que no se le puede dar el mismo peso a la idea de que “no importa lo que ocurrió”. Si para Freud que “sus neuróticas” hubiesen sufrido un trauma o no, no era fundamental, pues lo importante era el recuerdo y lo que ello explicaba de la persona, en el caso de una colectividad no creo que este mecanismo opere de la misma manera: ¿no tiene relevancia si desaparecieron 7 mil o 30 mil argentinos durante la última dictadura militar? Justamente el estatuto de verdad en historia, la pregunta por la verdad en esta disciplina, permite entender una de las diferencias con la memoria. La memoria, individual o grupal, no se pregunta por la verdad: “la verdad es lo que yo digo, es lo que yo recuerdo”; el testimonio pide ser creído por sí mismo, porque narra una experiencia que se conoció en primera persona: “yo estuve ahí”. En la historia no ocurre igual. Si bien parto de la idea de que no existe “la verdad” en historia, también creo que siempre hay una búsqueda de objetividad y un objetivo de la verdad en el historiador. Si la memoria está del lado de la fidelidad, la historia tiene su objetivo puesto en la verdad.37 Para la historia de la memoria, no importa si lo que el testigo narra es verdad o si ocurrió de la manera en que lo cuenta. Lo relevante es justamente quién, cómo, qué y cuándo recuerda. En la historia del acontecimiento no es así. Para ésta, la verdad estaría en la recomposición del pasado que tuvo lugar: “La historia es una narración de acontecimientos verdaderos. En términos de esta definición, un hecho debe cumplir una sola condición para tener la dignidad de la historia: haber tenido realmente lugar”.38 Una parte de la verdad en historia será explicar los hechos, volverlos inteligibles. La verdad, entonces, no estará tanto en revivir el pasado tal y como sucedió sino en explicarlo, en construir verdades parciales y en continuo movimiento, en revisión constante. Dice 7 Ricœur: [...] Hay mil razones para negar que el historiador tenga por tarea restituir las cosas ‘tal y como ellas ocurrieron'. La historia no tiene por ambición hacer revivir , sino re-componer, re-constituir, es decir componer, constituir un encadenamiento retrospectivo. La objetividad del historiador consiste precisamente en esa renuncia a coincidir, a revivir, en esta ambición de elaborar encadenamientos de hechos al nivel de una inteligencia histórica. [...] Como cualquier otro científico, el historiador busca las relaciones entre los fenómenos que él ha distinguido. Insistiremos cuanto se necesite a partir de ello en la necesidad de comprender los conjuntos, los lazos orgánicos que exceden toda causalidad analítica; opondremos entonces, tanto como sea necesario, comprender y explicar. [...] 39 Tal y como hace Ricœur, es necesario recordar una de las máximas de Marc Bloch: “comprender no es juzgar”,40 pero recordar tampoco es conocer. Y es que si la memoria está por el recuerdo, la historia, como disciplina, está por el conocimiento. Conocer y recordar son dos procesos muy distintos. La historia busca conocer, interpretar o explicar el pasado, y actúa bajo la búsqueda de la objetividad; la memoria pretende legitimar, rehabilitar, honrar o condenar y actúa de manera selectiva y subjetiva. La memoria está íntimamente ligada al presente, pues es en este tiempo donde se narra una experiencia.41 En ese sentido, la memoria es siempre anacrónica, pues se escribe en presente retomando otro presente que hoy es pasado: la memoria es “un revelador del presente”, sugería Halbwachs.42 También señalaba que, justamente porque se habla desde el presente, el pasado es distorsionado para darle coherencia. 2.4 ) Creer o no en los testimonios Creer o no creer en los testimonios, ¿esa es la cuestión? En un trabajo anterior sobre la memoria y el olvido de la dictadura militar en Uruguay,43 se me cuestionó la excesiva credibilidad que mostraba frente a los discursos de los actores que había entrevistado. No sólo respecto a los acontecimientos que narraban, sino frente a sus hipótesis e interpretaciones históricas. Por ello, “[...] Es importante reconocer que el historiador o cualquier otro académico, por atento y empático que sea, no puede asumir la voz de la víctima. Además, en su calidad de tal, el académico no es un terapeuta que trabaja en estrecha relación con los sobrevivientes u otras víctimas del trauma y no tiene derecho a identificarse con ellos.” 44 No es desdeñable pensar que esos cuestionamientos me hayan llevado a reflexionar más profundamente en el lugar que tienen las fuentes orales en la escritura-representación de la historia: una cosa es dar voz a los testigos y otra creer y asumir sus hipótesis. No obstante, tal y como nos recuerda Paul Ricœur, el valor del testimonio es fundamental: Sin embargo, no habrá que olvidar que no todo comienza en los archivos, sino con el testimonio, y que, cualquiera que sea la falta originaria de fiabilidad del testimonio, no tenemos, en última instancia, nada mejor que el testimonio para asegurarnos de que algo ocurrió, algo sobre lo que alguien atestigua haber conocido en persona, y que el principal, si no el único recurso a veces, aparte de otras clases de documentos, sigue siendo la confrontación entre testimonios. 45 Quizás el verdadero problema no resida en creer o no creer en los testimonios orales, pues frente a la duda siempre se puede hacer uso de la crítica metodológica de la historia. Como ya dije, 8 dependiendo de cómo se utilice el testimonio, la relación con la verdad, con “lo que ocurrió”, será diferente, y, en cualquier caso, para el uso historiográfico siempre debe estar presente la crítica realizada a toda fuente. Es posible que el problema se ubique en otra esfera epistemológica: no la verdad, sino el fin de los testimonios. 3) Diferenciación de los discursos: el testimonio histórico, el testimonio psicoanalítico y el testimonio judicial Y así pasamos al último punto que quisiera discutir, el de la confusión entre los distintos registros de los discursos testimoniales. Carlos Pereda señalaba recientemente, en un trabajo en publicación: “Tal vez en algunas ocasiones no interesa si un recuerdo es verdadero o falso, sino cómo la persona o los grupos sociales han ido reelaborando, y testimonian sobre el pasado”. A partir de esta frase, ¿no habría que preguntarse para qué queremos el recuerdo? ¿Para qué a los testigos? Es decir, ¿tienen el mismo estatuto los testigos para la justicia, para la historia, para el psicoanálisis, para la memoria pública de una sociedad, o para un grupo que funciona como motor de memoria? 46 Quizás el boom de la memoria, la primacía de lo oral, la sacralización del testigo, han conllevado a una confusión de los discursos testimoniales que, considero, tienen distintos objetivos. El trabajo de historiadores y psicoanalistas que buscan coadyuvar en la elaboración del pasado de una sociedad, que se enfrentan a la irrepresentabilidad de situaciones límites, los ha llevado a afirmar que existen muchos paralelos entre la entrevista testimonial y la escucha clínica. No insistiré en ello. Sólo habría que señalar que algo que llama la atención en ciertas reflexiones sobre la memoria como trauma o en la idea de experiencias no instanciadas es la fusión y confusión de los diferentes usos del testimonio y de sus distintos escenarios.47 Un ejemplo para aclarar: los testimonios orales en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas en Argentina. La conadep se dedicó a entrevistar a víctimas de la dictadura argentina con el fin de crear un reporte sobre la suerte de los desaparecidos políticos. En un primer sentido, se trataba de conformar una “memoria colectiva” sobre el pasado reciente que pudiera ser compartida y discutida en el espacio público; posteriormente se entendió ese testimonio individual como un lugar de elaboración psicoanalítico para los propios protagonistas. Por otro lado, dichos testimonios han sido utilizados por historiadores para escribir la historia de la predictadura y la dictadura. En un tercer momento, los mismos testimonios han servido como base para los juicios iniciados contra los militares.48 Como se puede observar, tres muy distintas utilizaciones del testimonio se mezclaron: 1) el uso psicoanalítico individual y colectivo, para que los protagonistas y los grupos de una sociedad elaboren el pasado traumático; 2) el uso histórico, para poder escribir y representar (con todas las dificultades que conlleva narrar acontecimientos traumáticos) la historia del pasado reciente; y 3) el uso judicial, para enjuiciar y condenar a los perpetradores de delitos. Las críticas ante el giro subjetivo, de las que hemos hablado anteriormente, retoman la vieja oposición entre historia y memoria, entre recordar y comprender/explicar. “Pero también 9 incorporan una crítica al devenir público del ámbito intimo, o en otras palabras a la relación de inmediatez que el auge testimonial parece asignar a la relación entre experiencia y relato”. 49 En ese sentido, se cuestiona la no diferenciación entre el uso o contexto judicial (que somete al testimonio a las reglas de la prueba), el terapéutico (donde el método crítico de la historia sería absurdo, pues las cuestiones de la verdad y del referente no están en juego), y el histórico (donde sustraerse a las reglas de relación con la veracidad es imposible). Quizás lo que debe cuestionarse no es la aplicación de conceptos y métodos psicoanalíticos en la historia,50 sino la confusión de registros entre el uso de testimonios, que debe ser claramente diferenciado para evitar la superposición de esferas epistemológicas y de fines u objetivos. El testimonio judicial, el testimonio psicoanalítico y el testimonio histórico deben ser entendidos, trabajados y analizados en esferas diferentes y bajo miradas distintas. Así como se han analizado y distinguido los papeles del historiador y del juez, 51 deberían también diferenciarse los roles del historiador y el psicoanalista. Por último, deberían también distinguirse las distintas contribuciones que cada uno de estos testimonios (judicial, psicoanalítico e histórico) tiene en la reparación de identidades dañadas, en la puesta en práctica de una justicia legal respecto del pasado, en el aporte a la inteligibilidad y la representación del pasado. 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Notas 1 Este artículo es resultado de los proyectos de investigación “Memoria y política: de la discusión teórica a una aproximación al estudio de la memoria política en México” (CONACYT CB-2005-01-49295) y “Memoria y política: los discursos sobre la memoria en los espacios públicos” (PAPIIT IN401805-3), de los cuales soy investigadora asociada, y que son dirigidos por la Dra. Nora Rabotnikof. También fue resultado de mi Estancia Posdoctoral (financiada por la Coordinación de Humanidades) en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la unam. En ese sentido, deseo expresar mi especial agradecimiento a la Coordinación de Humanidades por el financiamiento económico. Amplio el agradecimiento a Mario Gómez Torrente por sus lecturas y críticas a este manuscrito. 2 Francois Dosse, L' histoire , París, Armand Colin, 2000. 3 Pier Nora, “Entre Memoire et Histoire”, en P. Nora (ed.), Les lieux de mémoire , t. 1, La Republique Parìs Gallimard, 2001, pp. 23-43. 4 Philippe Joutard, Esas voces que nos llegan del pasado , México, Fondo de Cultura Económica, 1999. 5 Ibid ., p. 212. 6 Ibid., p. 213 7 Primo Levi, Le devoir de mémoire , Entrevista con A. Bravo y F. Cereja, París, Editions Mille et Une Nuits, 1994. 8 P. Levi, Los hundidos y los salvados , España, Muchnik, 2002. 9 Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión , Buenos Aires, Siglo xxi Editores, 2005, p. 43. 10 Idem . 11 Jorge Semprun, Viviré con su nombre, morirá con el mío , Barcelona, Tusquets 2001, y La escritura o la vida , Barcelona, Tusquets, 1995. 12 Annette Wieviorka, L'ère du témoin , Paris, Plon, 1998. 13 13 Dominique LaCapra, Escribir la historia, escribir el trauma , Buenos Aires, Nueva visión, 2005, p. 105. 14 P. Nora, op.cit ., 2001. 15 Francois Hartog, Régimes d' historicité. Présentisme et expériences du temps, París, Le Seuil, 2003. 16 M. Pollak, N. Heinich, “Le témoignage”, Actes de la recherche en science sociales, núms. 62/63, junio de 1986, pp. 3-29. 17 Paul Ricœur, La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004. 18 N. Wachtel, “Introduction”, en M-N. Bourguet, L. Valensi, N. Wachtel (eds.), Between Memory and History , London , Harwood Academia Publishers, 1990. 19 P. Joutard, op. cit., 1999, p. 177. 20 Ya antes había señalado: “Durante mucho tiempo no me preocupé por saber si esta memoria colectiva me daba una información sobre la realidad histórica que contaba; no era mi propósito. Recogía un testimonio sobre otra ‘realidad', tan importante como las representaciones mentales de las sensibilidades. [...] Mi encuesta oral me permitió finalmente reinterpretar documentos escritos que yo había leído rápidamente y que de hecho eran relatos de tradición oral de los cuales tenía una última versión [...]. De esta manera, rápidamente puse en duda la pertinencia de la oposición entre fuentes escritas y fuentes orales y de la incomunicabilidad del mundo de la cultura escrita y de la cultura oral. [...]”(P. Joutard, ibid ., 1999, p. 157). 21 Joutard, ibid , 1999, p. 210. 22 D. LaCapra, op cit ., 2005. 23 Ver S Felman, D. Laub, Testimony: Crises of Witnessing in Literatura, Psicoanálisis and History , New York , Routledge, 1992. 24 Sigmund Freud, (1914), “Recordar, repetir y reelaborar”, en Obras completas , t. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, pp. 145-158. 25 Nora Rabotnikof, “El retorno del testimonio”, ponencia para el II Congreso Internacional de Filosofía de la Historia “Rescrituras de la memoria social”, Universidad de Buenos Aires, 11-13 de octubre de 2006. 26 Idem . 27 B. Sarlo, op. cit ., 2005. 28 P. Ricoeur, op.cit. , 2004. 29 Pienso especialmente en Bruno Bettelheim (1983), quien fue no sólo psicoanalista, sino testigo de los campos de concentración, pues estuvo detenido en Dachau y de Buchenwald entre 1938 y 1939. Su propio análisis lo llevó a cabo con el psicoanalista Richard Sterba. 30 D. La Capra, op. cit ., 2005. 31 P. Joutard, op. cit ., 1999, p. 201. 14 32 P. Joutard, ibid , 1999. 33 Eugenia Allier Montaño, “El concepto de verdad en Lacan. Los escritos: 1946-1966”, Tramas, núm. 17, diciembre 2001, pp. 137-155. 34 Es sobre todo en dos artículos que Lacan trabaja el problema de la verdad en este sentido: “La ciencia y la verdad” y “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos, Tomo 2 , Siglo XXI, México, 1984, pp.773-807. 35 La frontera entre la verdad y el saber es muy endeble. Debido a esto, Lacan propone entender ambos conceptos a través de la banda de Moebius. Cuestión topológica en donde encontraríamos la verdad en un lado de la banda y el saber en la otra. Ambos lados de la banda se tocan, pero no son el mismo. 36 Eugenia Allier Montaño, “Sara y Simón o la reconstrucción del pasado: el problema de la verdad en la escritura de la historia del tiempo presente”, Cuicuilco Revista de la Escuela Nacional d e Antropología e Historia, núm 11 (30), enero-abril 2004, pp. 9-45. 37 P. Ricœur, op. cit ., 2004. 38 Paul Veyne, Comment on écrit l' histoire , París, Seuil, 1971, p. 23; tda. 39 P. Ricœur, Histoire et vérité , París, Seuil, 1955, p. 26; tda. 40 M. Bloch, Apología para la historia “o” El oficio de historiador, México inah . Fondo de Cultura Económica, 1996. 41 B. Sarlo, op. cit ., 2005 42 M. Halbwachs [1951], La memoria colectiva , Zaragoza, Ediciones Universitarias de Zaragoza, 2005. 43 E. Allier Montaño, Une histoire des luttes autour de la mémoire sur le passé récent en Uruguay, 1985-2003 , Tesis de doctorado en la Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales, presentada en diciembre 2004. 44 D. LaCapra, op. cit ., 2005, p. 115. 45 P. Ricœur, op. cit ., 2004, p. 190. 46 Me refiero, con este concepto, a los grupos que buscan que la memoria del pasado perviva en la sociedad. Vale la pena decir que existen diversos conceptos relacionados que buscan dar cuenta de esta situación. Marie-Claire Lavabre (2001) habla de “emprendedores” ( entrepreneurs ). Así lo hace también Elizabeth Jelin (2002), diferenciándose del término “empresario”, que podría relacionarse, incorrectamente, con la noción de “empresa” y lucro privado. Emprendedor, para Jelin, haría referencia a aquellos que se involucran personalmente en un proyecto, al mismo tiempo que compromete a otros, generando una tarea organizada de carácter colectivo. Aquel que genera nuevos proyectos, ideas y expresiones, quien crea más que repetir. Nosotros estamos de acuerdo con lo señalado con Jelin, pero nos parece más pertinente llamarlos “motores”, pues son engendradores y propagadores de la memoria; es decir, verdaderos “motores” de memorias. 47 Rabotnikof, “El retorno del testimonio”, ponencia para el II Congreso Internacional de Filosofía de la Historia “ Reescrituras de la memoria social ”, Universidad de Buenos Aires, 11-13 de octubre de 2006. 48 Véase: N. Rabotnikof, “Memoria y política a treinta años del golpe”, en C. Lida, H. Crespo, P. Yankelevich (comps.), Argentina, 1976. Estudios en torno al golpe de Estado , México, El Colegio de México, 2007. 15 49 Rabotnikof, op. cit., 2006. 50 Sobre algunos cuestionamientos del uso del psicoanálisis en historia, ver María Inés Mudrovcic, “Alcances y límites de perspectivas psicoanalíticas en historia”, Diánoia (México) XLVIII (50), mayo de 2003, pp. 111-127. 51 C. Ginzburg, El juez y el historiador, Madrid, Anaya/M. Muchnick, 1993; O. Dumoulin, Le rôle social de l'historien. De la chaire au prétoire , París, Albin Michel, 2003.; Ricœur, op. cit., 2004. 16