2Dedicado a Constanza. La hija más buena y hermosa que un padre puede tener. 3 © SanLlago 8epeLLo 1odos los derechos reservados Cueda prohlblda la reproducclón de esLa obra sln el consenLlmlenLo expllclLo de su auLor lS8n 978-987-23292-7-7 1. narraLlva ArgenLlna . 2. CuenLos. l. 1lLulo Cuu A863 Ll bebe zomble que llusLra esLa Lapa es obra y corLesla del genlal 8aulo Cáceres hLLp://club.Lelepolls.com/raulocaceres/ Cueda hecho el deposlLo que esLablece la Ley 11.723 4 Piologo ...................................................................... pág. S El juego ..................................................................... pág. 1u El centinela ............................................................. pág. 1S The last foievei ......................................................pág. 1S Segunuas paites .....................................................pág. 2u La llaga .......................................................................pág. 24 Eli, eli, lama sabactani .........................................pág. 27 Caita a Naicela ...................................................... pág. 28 Beiiumbe ..................................................................pág. 29 Secuencia BENTAI .................................................pág. 4u Locuia y mueite .....................................................pág. 4S Chailanuo un iato ..................................................pág. 47 Siempie ......................................................................pág. Su Epilogo ........................................................................pág. S9 Bistoiietas: "Beiiumbe" y "El pozo ue Auiameg" 5 Prólogo Debo confesar que cuando conocí y leí a Santiago Repetto, no creí que poseyese la habilidad literaria necesaria para lograr buenos textos. Mas adelante, una situación extraña me hizo cambiar de opinión: Una tarde de Abril, un sábado creo, caminaba por la calle Arenales sin rumbo establecido, practicando uno de mis pasatiempos favoritos, contar baldosas, esquivando con pericia todas aquellas de color rojo. A metros de la cancha, una voz grave me sobresaltó: -¡Rosso!- Supe quién era, aún antes de darme vuelta. Ricardo Argüello, el afamado guionista y director de cine, asomaba medio cuerpo por una de las ventanas del bar "El Taladro¨, haciendo gestos de convite de lo más extraños con su mano. Me acerqué con recelo, tomando nota mental de la cantidad de baldosas computadas, en pos de no perderme al reanudar la marcha. Me invitó a compartir la mesa que ocupaba. Simulé consultar preocupado mi reloj y ensayé cara de verme atosigado por alguna urgencia. Argüello se dio cuenta de inmediato de la bufonada y no aceptó un no como respuesta. (Argüello estaba loco, pero podía ser bastante persuasivo) Me senté. Pedimos unas cervezas. Argüello me contó que en realidad esperaba al autor de una novela que había leído y que le veía amplias posibilidades de adaptarla para el cine. 6 Temí lo peor. Iba a proponerme que trabajáramos juntos. Mientras ideaba desesperadamente excusas preventivas, un hombre delgado se nos acercó. - Buenas - Dijo. Argüello se levanto de inmediato y le acercó una silla. Condujo las presentaciones de rigor. - Diego Rosso, Diego Haedo... ¡JA! ¡Tocayos! Nos miramos sin dedicarle atención a la observación idiota. Argüello pidió más cerveza y se olvidó por completo de mí. - Mire Diego, "Otra noche en bodycount¨ me encantó, pero la que yo quiero realmente filmar es "Bloodbath¨. Me gustaría que me consiguiera una copia, yo en un par de semanas le tengo un tratamiento, para que usted apruebe, y después el pollo acá- dijo sin siquiera señalarme -se lo garabatea en un mes. Yo le enseñé todo lo que sabe, al pollo. ¿Cómo lo ve a Darín haciendo de Bonham? Haedo terminó un vaso de cerveza antes de responder. - Me parece, Ricardo, - Eructó- que usted se confunde. "Bloodbath¨ es muy especial para mí. Es una novela mas compleja de lo que el común del lector cree. Muy pocos han logrado comprenderla en su totalidad. Considero que una 7 reelaboración fílmica devendría en un verdadero despropósito. Muchos han tratado de tentarme para ceder los derechos. y hablo de jugosas cifras. Nunca los cederé. La cara de Argüello ensombreció. Con un gesto pidió otras cervezas. Esto era una farsa y me sentí tentado de intervenir. - Perdón. -dije. Argüello posó su mano en mi rodilla y apretó fuerte a modo de advertencia. Callé. -Decime una cosa- dijo en tono grave. Cerré los ojos. - ¿Quién carajo te creés que sos? ¿Güiraldes? - Epa- dijo Haedo con una sonrisa en los labios.- Habló Volker Schlondorff. No se olvide, Ricardo, que he visto sus películas y, créame, no le dejaría adaptar ni mi lista de supermercado. Sabiamente, levante mi vaso y corrí mi silla un metro hacia atrás. Allá salió Argüello, disparado como por un resorte, directo al cuello de Haedo. Ambos dieron contra la barra del bar. Empezaron a girar de un lado para el otro, propinándose los más ofensivos improperios. Tal vez envalentonado por las burbujas de la malta, decidí concluir con la payasada. - ¡Quieren terminar de una vez!- hasta a mi me sorprendió el tono de mi voz. Ambos se estaquearon en el lugar y miraron hacia mí, sorprendidos, quizás algo asustados. 8 Vacié mi cerveza y fui hacia ellos, me interpuse entre ambos, de cara a Haedo. - ¿Por qué no deja de hacer papelones?- dije en voz baja para que no oyeran los demás comensales. -Usted y yo sabemos que usted no existe, y vos - le escupí a Argüello - después hablamos. Argüello retrocedió y se sentó, abrió la boca para decir algo, pero calló, atrapado. -¿De qué habla? Si yo.- Intentó Haedo. -Cállese ¿Quiere? Usted es producto de la imaginación de un gran escritor, su novela es producto de ese escritor también. Usted en su mediocridad, no podría haber utilizado la calidad metalingüística que Santiago Repetto utiliza en más de uno de sus relatos. La inteligente manera que tiene de combinar códigos propios de un género, que él asegura ser el Terror, pero yo podría discrepar en algunos, con elementos de humor sutil, con los laberintos y pirámides de lo fantástico, los recovecos de las obsesiones literarias argentinas, deidades esquivas, figuras zodiacales con oscuros resabios de Poe y Lovecraft. La maestría y coherencia narrativa que sostiene a lo largo de los relatos, haciendo encajar los pequeños bloques de conflicto hasta devenir en finales acordes y sorpresivos, cuando menos ajustados y fluidos. Sin darme cuenta había subido la voz y todo el bar me miraba, atentos a mis palabras. 9 -Así que, haga el favor y cállese, no puede sino estar agradecido a Repetto por haberle dado vida. Lentamente, como quien ha ganado un duelo, me encaminé hacia la puerta. Argüello casi no se atrevía a mirarme a los ojos. Salí. Noté que Argüello y Haedo habían salido detrás de mí y observaban alejarme. Sólo cuando estuve a la distancia prudencial de siete veredas, se atrevieron a gritarme a dúo: -¡Delincuente! Así que lector, tal vez este libro que usted lee no exista realmente. Diego Haedo no existe. Ricardo Argüello tampoco. Quizás yo mismo no exista. Acaso nosotros lectores no existamos sino en la mente creativa de un escritor que ideó una historia sobre un libro de relatos apócrifo en el que lectores somos meros personajes que nos perdemos en un espiral de palabras que nos llevan a maravillarnos. Lo que sin lugar a dudas existe, es el enorme, envidiable y certero talento de Santiago Repetto. Diego Rosso Director de Cine, Guionista, Profesor, Amigazo e Hincha de Banfield 10 El juego Debo mi afición por las historias de miedo a mi hermano mayor, Daniel. Mucho antes de que yo supiera leer, él ya se había encargado de instruirme en los mitos de Cthulhu, los entierros prematuros y otras miles de historias en las que desfilaban, bañados en sangre, diversos monstruos, zombies y demonios. En la habitación que compartíamos, la noche nos sorprendía siempre en la misma situación: él contándome cuentos espeluznantes y yo escuchándolo, aterrado, pero feliz. Cuando cumplí nueve años propuse un juego: después de que yo apagara la luz, él tendría que lograr con sus historias que yo me asustara tanto como para prenderla nuevamente. Demás está decir que siempre terminábamos de la misma forma: cuando yo no soportaba más sus relatos de bebés jugando con cristales rotos (y cosas por el estilo), prendía la luz y me pasaba a su cama, buscando protección y el final del cuento. Con el tiempo, perfeccioné las reglas de la competencia. Empecé por dejar a mi albedrío la elección del tema sobre el que versaría el relato de turno. Las cosas más absurdas que se me ocurrían fueron propuestas a mi hermano, pero él siempre se encargaba de transformar tostadores, patos y canastos en pavorosos elementos para sus siempre efectivas historias. Buscando nuevos obstáculos para su tarea, empecé a reducir arbitrariamente el número de palabras que el podría utilizar para su eventual relato. 11 100 palabras. 80. 50. Invariablemente, 2 ó 3 palabras antes del final, la habitación se iluminaba. Llegué al extremo absurdo de reglamentar que sólo podría usar una palabra: el susurro que cruzó esa noche aún me hace erizar la piel y jamás podré pronunciar esas 7 letras de nuevo. Mi última opción fue, a la noche siguiente, censurarlo por completo: su historia no podría tener ninguna palabra. Antes de apagar la luz lo miré, buscando en su cara algún vestigio de desesperanza, pero no pude ver ninguna emoción en su inescrutable rostro. Una vez a oscuras, me recosté en mi cama, dándole la espalda. Satisfecho por mi segura victoria ante su obvio silencio, empecé a cruzar el umbral del sueño, pero bajo el marco efímero fui detenido por una serie de imágenes: Mi mamá rezando a mi lado, dándome el beso de las buenas noches y siempre marchándose sin besar a Daniel. El viejo árbol de navidad, los zapatos para los reyes, y un solo regalo. Ya totalmente despierto, traté de recordar a mi hermano en otro escenario que no fuera la habitación. No pude. Con la adrenalina corriendo desbocada por mi cuerpo, intenté tragar saliva, pero sentí mi boca como si estuviera llena de cabellos. 12 Me di vuelta para sentarme en la cama y busqué el interruptor de la única lámpara que había en la habitación. La luz trajo la ignominiosa verdad de una pared desnuda y una ridícula alfombra de lana. Con un alarido inhumano cruzado en mi garganta, descubrí que Daniel no existía... y que me había ganado. 13 El centinela Encaramado en las murallas de la Ciudad vencida, el ejército conquistador arroja desde lo alto a los hijos de su enemigo. Más allá de esas paredes, decenas de filas formadas por aquellos prisioneros que todavía pueden portar un saco, recorren las tierras de siembra regándolas con sal. Cada uno de estos hombres es liquidado metódicamente cuando su saco se vacía. En el palacio real, los cadáveres del Monarca y su esposa están colocados burlonamente en sus tronos. El General, su asesino, les hace una reverencia socarrona y les da la espalda para felicitar a sus hombres e iniciar los festejos haciendo un brindis en el pequeño cráneo del Príncipe heredero. La ovación de sus soldados es estrepitosa y ahoga en parte los gemidos agónicos de las mujeres ultrajadas. Ejerciendo mi dudoso privilegio, soy testigo de todas estas acciones, sentado en la cabecera de la mesa de oficiales. Tras su discurso, el General pide silencio y se acerca hasta mí para ofrecerme el horroroso cáliz. Todos están atentos a la escena. En mis labios se apoya el borde irregular de los huesos y puedo adivinar entre los restos de piel dos rizos morenos de quien en vida fuera el niño más amado de mi urbe. La boca se me contrae en un rictus de espanto y las lágrimas caen. 14 Ante un guiño del General, el Oficial que está a mi derecha me golpea la mano y quedo bañado en sangre y vino. Las risas llenan el recinto y, como si fuera una señal, los músicos empiezan a tocar el himno del victorioso. Los respaldos de las sillas azotan el piso y la delicada vajilla se quiebra mientras las tropas se ponen de pie para aullar su gloria. Ya he dejado de existir para ellos. Salgo del palacio entre la indiferencia y vuelvo a mi condena. Soy el fallido centinela que todas las noches es vencido por el sueño y que en cada despertar ve devastado un nuevo Reino. 15 The last Forever Seguir esperando después del Final... ¿Es esperanza? M-I-A-N La madera soportaba una vez más el ultraje. - ... cree que los Vikings fueron los primeros extranjeros que llegaron a América. Los accidentes naturales de su tierra, Los Fiordos, les... Á El acento en la vocal fue una puñalada perfecta. - les-s... les dieron una pericia única en la navegación. Las penínsulas, Bahías... El cuchillo clavado en el pupitre seguía temblando. Toda la clase se había sobresaltado con el ruido, pero nadie había mirado a Damián. DAMIÁN dAMIÁN DaMiÁn D d d Satisfecho ante su última obra, repasó una vez más las múltiples inscripciones en la bancada, puliendo algunas de las más viejas y retocando algunos detalles que se le habían escapado. Luego de un rato, se aburrió y levantó la vista para mirar las otras marcas que había dejado en el aula: el brazo en cabestrillo de Sarita y su rostro de malestar 16 indicaba que la diaria luxación que él le provocaba seguía surtiendo el efecto deseado. Una línea de puntos de sutura en la mejilla de Nico se superponía a otras cinco cicatrices. Parches tapando cuencas vacías, vendas, yesos, algunos asientos libres. Todos estos eran signos que en su conjunto regocijaron a Damián. El timbre del recreo interrumpió su momento de dicha. No hay descanso para los perversos. Vaya que lo sabía. La salida de los alumnos era un cuadro devastador: los pequeños pies se arrastraban hacia la puerta y los más enteros ayudaban a los mutilados en la búsqueda del patio. Se agolpaban bajo el marco como ganado. Damián esperó, paciente. Cuando vio quién era el último, se incorporó y en dos zancadas estuvo encima del desafortunado. Mientras lo apretaba contra la pared, buscó al azar en su delantal el arma de turno. Tijera de plástico. Chico con suerte. Con apenas seis cortes, el elemento se rompió. La maestra y los alumnos acudieron ante los gritos y se llevaron al herido. Tampoco en ese momento alguien fijó su vista en el monstruo. (Impune) A los 7 años, Damián empezó a sospechar que era el dueño del perdón absoluto. Su mente infantil se abrió a la revelación de que todas las personas hacían caso omiso de las travesuras que llevaba a cabo. No existían los retos de los adultos y los demás niños sólo lloraban como respuesta a sus malas acciones. 17 Dejó de correr. Prescindió de esconderse. Era mucho mejor quedarse en el lugar del hecho, mirando las consecuencias. Los vidrios rotos y los tirones de pelo dieron paso a nuevas formas de maldad. Se aburrió enseguida de robar juguetes y romperlos. Las mascotas eran mejores. Todos los animales chillaban frente a la impotencia de sus dueños. Pero finalmente dio el salto. Una tarde, mientras atormentaba un gato, decidió ampliar el espectro de su odio e incluyó a la dueña en los gritos y la sangre. A partir de ahí, todo fue oscuridad. (Invisible - Inmortal) Nadie socorría a los martirizados mientras él estaba trabajando en ellos. La gente miraba y sólo atinaban a prestar auxilio cuando Damián terminaba. El tiempo también parecía indultarlo. Los días transcurrían en forma normal, pero su cuerpo quedó detenido en los 9 años, la edad que no quería perder. A pesar de las infinitas posibilidades que tenía, optó por seguir concurriendo a la misma escuela y al mismo grado. Era lógico: ahí tenía el coto de caza de sus presas favoritas. Había algo impuro en el acto de apagar esas vidas que no encontraba en la gente mayor. 18 Todos estos factores lo llevaron inexorablemente hacia el Fin de los Tiempos. Los años pasaron y llegaron los mil días de la Bestia. La Marca Maligna se veía en todas partes, pero los demonios que la hacían tampoco lo vieron. Durante el período en el que La Muerte quedó atada, tuvo que conformarse con la tortura, añorando el asesinato. El Día del Juicio Final, todas las almas se encaminaron hacia el veredicto. Damián no sentía miedo. El dueño del Perdón no podía sentirlo ante un Dios que le había otorgado tamaño poder. Muchos de los que integraban la larga fila eran fruto de su impiedad y esa improvisada galería de recuerdos le sirvió para amenizar la espera. Cuando terminó de regodearse, se sentó cómodo y pudo ver como 4 ángeles arrojaban al Diablo y sus secuaces hacia el lago de fuego. Luego de esto, las almas siguieron su marcha, elevándose o cayendo de acuerdo al peso de sus pecados. Después de un largo rato, Damián se puso al final de la fila. Caminó hacia la luz y las llamas silbando despreocupado "Ad Astra" de Arcturus. La penúltima persona de la Tierra desapareció en un borbotear de azufre. Pero cuando le llegó el turno a Damián, ambos portales se cerraron. Su cabeza enloquecida miraba hacia arriba y abajo sin entender. 19 Nadie pudo observar sus saltitos ridículos y los manotazos que lanzaba hacia las nubes. Tampoco hubo testigos cuando más tarde se aplastó contra el suelo y llenó su boca de tierra en un grito. La locura y el desmayo no se hicieron presentes y tuvo la conciencia necesaria para entender que durante toda su vida sólo había sido ignorado. No había perdón para él. Tampoco castigo. Sólo la indiferencia total. Ahora tenía la eternidad para preguntarse que habría pasado si en vez de hacer el mal hubiera elegido hacer el bien. (¿El Dios terrible lo había incluido en el libre albedrío?) El viento cesó y llegó la asfixia, una de sus nuevas y perpetuas compañías. El sol empezó a morirse en un lento decrecer rojo, preanunciando la ceguera. Con pasos lentos, se encaminó hacia la escuela. En su aula lo esperaba el rincón que tantas veces había esquivado. Seguir esperando después del Final. es desesperación. 20 Segundas partes Para un escritor de terror, lograr que un idiota como yo compre su obra no es una tarea muy difícil. Le basta y le sobra con poner en la tapa la dosis justa de sangre y sombras. Si, sumado a eso, el color predominante en la presentación es el negro, y el título promete, la compra es un hecho. Por culpa de esta debilidad han caído en mis manos decenas de libros bochornosos y decepcionantes, a los que he terminado de leer por pura inercia. Consciente de mi problema, pero ajeno a resolverlo, sigo desordenando bibliotecas de amigos y mesas de saldo, en la continua búsqueda de nuevos espantos. Hace unos seis meses atrás mientras revolvía una pila de libros en un compra-venta de la calle Gascón, una cruz invertida entró en mi visión periférica. Inmediatamente me sumergí en la vorágine de tapas; hasta dar finalmente con el objeto en cuestión. Para mi paroxismo, la cruz conformaba la parte superior de un altar bañado en sangre, donde una joven muy hermosa, y muy desnuda, recibía la estocada mortal por parte de un macho cabrío. "Otra noche en Bodycount¨ era el título y Diego Haedo era su ignoto autor. Como hago siempre, sin leer la contratapa, pagué el precio y me lo llevé a mi casa, junto a un ajado "Ladrón de días¨ de Barker, por cuyo mal estado logré una buena rebaja. "Otra noche...¨ tuvo un comienzo poco original y escasamente prometedor: un clásico asesinato ritual, lleno 21 de detalles cabalísticos y con el consabido mensaje críptico para los investigadores. Un poco decepcionado, seguí pasando las hojas. Peor me sentí más adelante, cuando una nota al pie de página (Ver "Bloodbath¨ del mismo autor) me informó que había una precuela de la obra. Odio leer continuaciones de libros cuando no he leído la primera parte. Es como mirar películas empezadas. Dudé entre leer "Ladrón de días" y después tratar de conseguir "Bloodbath¨, pero finalmente me decidí a seguir leyendo. En el final del mensaje a los investigadores, empecé a intuir que ese primer libro era superior al que yo tenía en mis manos: "Deténganme. ELLOS siguen evolucionando¨ Esa pequeña frase me hizo imaginar a una serie de entidades poseyendo un cuerpo para sus demoníacas intenciones. La palabra ELLOS trajo a mi cabeza la música del "Them¨ de King Diamond y esa fue la banda de sonido que quedó instaurada en la lectura. A medida que desandaba el texto, las referencias que motivaban los pies de página me hicieron construir un poco más de "Bloodbath¨. Jhon Bonham, el investigador del primer libro había muerto en él, pero su imagen de anti héroe total y sus enfermizas deducciones no podían ser superadas por los que lo relevaron. El demonio del primer libro había matado a la hija de Bonham. En el escrito que este último le dedicó a ella, las primeras líneas eran una pista que los nuevos investigadores jamás usarían: "Al poco tiempo de tu muerte, la casa se llenó de obsesiones. Las paredes se retorcieron en perspectivas imposibles¨ La testarudez de 22 Bonham por atrapar al Ente, me hizo vislumbrar lo que seguramente debe haber sido una lucha impresionante, o un potencial desdoblamiento. El asesino era el mismo que en "Bloodbath¨, pero su momento de furia máxima ya había pasado. La simple mención de un empalamiento invertido realizado en la precuela, empalideció los crímenes que ahora perpetraba. Pasando la mitad del libro, empecé a notar que, cada vez con más ansias, esperaba una nueva referencia, una nueva pista sobre ese primer libro. Mi vista recorría con desgano la trama absurdamente predecible de "Otra noche...¨ y solamente me detenía cuando se filtraba otro guiño del autor, que llenaba un nuevo renglón de esa obra inicial. Unas veinte páginas antes del final, una duda sombría nubló mi cabeza: ¿Estos mediocres policías iban a descubrir al temible asesino que Bonham no había podido vencer? ¿Unos simples mortales derrotarían al peor de los demonios? La respuesta llegó enseguida, y fue acorde a la mediocridad imperante en todas las hojas: Haedo no se animó a poner de manifiesto al verdadero engendro y le endilgó las muertes a un simple empleado de limpieza de la Estación de Policía. Después de ese final absurdo, cerré el libro, extrañamente, con la satisfacción que queda después de una gran lectura. La historia de "Bloodbath¨ se había desarrollado en mi cabeza y me descubrí feliz de saber que el demonio había quedado impune y Bonham había muerto siendo su mejor rival. 23 Fue en ese instante de relax que me di cuenta del engaño: sin necesidad de consultar en Internet o Editoriales, tuve la absoluta certeza de que Diego Haedo jamás había escrito "Bloodbath¨. Esa obra no tenía una existencia concreta. Haedo simplemente la insinuaba en una continuación apócrifa y dejaba que sus lectores admiraran a una obra intangible. Era muy comprensible. El gran maestro Bernini golpeaba un trozo de mármol y lograba un ángel perfecto. Para un escultor mediocre, la única forma de superarlo es mostrar al público un bloque de piedra y sugerir que dentro de éste hay un ángel más hermoso que el de Bernini. De este modo logra convencer a gran parte de su público; el cual, al imaginar un ángel, por una razón egoísta, lo concibe y lo considera superior a cualquier otro. Una idea análoga utilizó Haedo para su escrito, con un indulto tácito: El mediocre que se considera un genio, comete un pecado doble. En cambio, el mediocre que es consciente de su limitación, pero que logra insinuar genialidad desde un bloque de mármol o una simple hoja de papel, merece toda la gloria que anda sobrando en este mundo. 24 La llaga La vida es una divina comedia, por eso sólo Dios la entiende. Desnudo. Flagelado. En un rincón de su mazmorra subterránea, Javier inspeccionaba el gran corte en su antebrazo izquierdo. Con el dedo índice recorrió la carne, encontró las astillas de hueso que lo molestaban y empezó a quitarlas metódicamente. Tiempo atrás, se hubiera desmayado de sólo pensar en esta tarea, pero ahora lo hacía con una actitud casi indiferente. En estas últimas semanas, revisar sus heridas se había convertido en un triste hábito. En esa labor se encontraba hasta que un sonido a pasos en la parte superior del pozo lo hizo contraer un poco más el ovillo de su cuerpo. Los dos hombres sinónimos del dolor aparecieron ante su vista. El más alto de ellos hizo un movimiento y una sombra empezó a caer en su dirección, hasta terminar depositándose en el piso de metal. Era la túnica escarlata. ¡Todo había terminado! Abrazó la ropa que significaba el fin del rito iniciático como si esa áspera tela fuera el satén más fino. Ya vestido y liberado fue conducido por sus torturadores frente a los siete Ancianos. Sus guías lo dejaron solo en la habitación. 25 Después de un rato de incomodo silencio, el mayor de los Ancianos se incorporó trabajosamente y le habló, con una voz grandilocuente: - Javier, ya eres uno de nosotros. La Comunidad de Karlan te da la bienvenida. El resto de los Ancianos inclinó un poco la cabeza como respaldando las palabras del líder. Javier reprimió, a duras penas, el deseo de arrodillarse y agradecer, y sólo imitó el moderado gesto de los demás. - Ya has ganado el derecho y el deber de adorar a Karlan por el resto de tu vida. - Continuó el Líder - Ahora sólo te resta conocer el gran secreto; el que te va a convertir en un verdadero Karlanita. El iniciado, tragó saliva y esperó. Su locutor extendió dolorosamente la espera, hasta que la revelación salió finalmente de sus labios. Con una voz carente de toda afectación, le dijo: - Karlan no existe. Javier sintió un mazazo en las sienes y las heridas le empezaron a latir. Todas las preguntas que le nacieron fueron cortadas en seco por el Anciano. - Si alguna vez intentas hablar de este secreto con alguien, morirás. Al igual que en el caso de querer desertar 26 de nuestra Secta. Somos un culto tan absurdo como peligroso. Javier entendió, pero entendió demasiado rápido: Los sublimes ritos iniciáticos habían sido puro sadismo. El ayuno, hambre inútil. Los sacrificios, simples homicidios de poca monta en nombre de una divinidad inexistente. Ahora ya ha pasado el tiempo. El decepcionado Karlanita todas las noches, durante dos horas, hace los obligatorios rituales para su inexistente Señor, sintiéndose, simultáneamente, paranoico e idiota. Pero algo extraño le sucede: cuando termina y se acuesta, siempre tiene que apoyarse sobre su costado izquierdo para poder dormir. Hay una pequeña llaga en su omóplato derecho que lo tortura. Él no sabe que es un anticipado centímetro de su piel, que ya arde en el Infierno. La vida es una divina comedia... por eso sólo Dios le encuentra la gracia. 27 Eli, eli, lama sabactani - Cáncer de alma. - Me arrojó el Dr. Futhod desde su cómodo sillón. - Irrecuperable. - Añadió, sin necesidad. El diagnóstico me conmovió, pero no me sorprendió. Era lo que esperaba. Sólo el recordar las salidas nocturnas con la banda de David traía a mi mente la imagen inquietante de una araña caminando sobre la panza de un bebé. Como si no hubiera escuchado su última palabra, le pregunté con una desesperación mal disimulada: - ¿Alguna esperanza? - Sólo un milagro. Respondió. - ¿Cuál, cual? Le grité, dejando de lado mi remedo de calma. - Que Dios no exista. Esa noche, antes de dormir, intenté borrarme la señal de la cruz. 28 Carta a Marcela Marcela: El desierto existe. Tal cual lo soñé esa noche en Mar del Plata. Sé que estoy acrecentando tu certeza acerca de mi locura con esta carta, pero tengo un fundamento irrefutable: leí en un tratado de metafísica (ciencia a la que sé que mirás de reojo) que hay una cantidad de mundos infinita, lo que me llevó a pensar que, entonces, cualquier combinación de mundo es posible. Siendo así, en alguna parte hay un mundo en el que mi desierto crece y se puebla de personajes a medida que imagino todo. Yo creo, de creer. Entonces creo, de crear. Solamente te escribo para contarte esto, mis buenos augurios hacia tu persona vendrán después. Estoy ocupado. Santiago. P.D.: Apenas terminé de escribir, me di cuenta de una cosa: si todo mundo es posible, también hay un mundo en el que esta teoría es falsa y, conociendo mi suerte, lo más probable es que sea éste en el que estamos. Derrotado una vez más, me retiro. Ni siquiera tengo el valor de imitar a aquel hombre que no quiso mentir un último desierto. 29 Derrumbe Estimado lector: Sé que esta historia va a causar en usted esa gracia que sólo provoca la vergüenza ajena. No se sienta culpable por ello. Incluso yo, mientras esbozo estas líneas, no puedo reprimir una sonrisa al evocar estos absurdos recuerdos. En otras épocas hubiera querido llevar este escrito por los carriles del terror, pero ya he prescindido de esa idea. Además, la sucesión de situaciones incómodas que voy a relatar estaría mejor enmarcada en el drama costumbrista. Todo comenzó con la primera cena que compartí con mis suegros. Mi novia, Verónica, al igual que las otras chicas con las que había salido, se sentía un poco avergonzada de mi condición de escritor y estaba nerviosa con el tema de esa reunión. Era comprensible. ¿Cómo decirles a los padres que mi única entrada de dinero eran los $400 que recibía por publicar artículos y conseguir publicidad para una revista de videoclub? A pesar de ese cuadro desesperanzador, cualquiera que me hubiera visto en aquellos tiempos habría presenciado a un ser fatuo, enamorado del sonido de su propia voz. Dos o tres comentarios elogiosos y la inclusión de algunos de mis cuentos en antologías sospechosas me habían hecho creer que era el nuevo rey del terror, la esperanza del género. El baño de humildad que recibí esa noche fue devastador. Mi suegro, Reinaldo Materazzi, era un Prefecto Mayor retirado. En la guerra de Malvinas había servido como Subprefecto y mi novia me había advertido hasta el 30 hartazgo que no mencionara dicha guerra, salvo que Materazzi hiciera expresa referencia a ella. Su esposa, Valentina, era el estereotipo de la mujer de un militar: sumisa, callada y siempre esperando nerviosa la orden de su marido. El aplomo que mostré desde el momento en el que llegue a la casa de mis suegros nos dejó satisfechos a todos. El apretón de manos que le di al Prefecto fue firme, pero sin exagerar. La mano de Valentina, en su turno, me dio la impresión de estar reteniendo un pájaro asustado, asi que fue un contacto muy fugaz. Mis ahorros de esa semana se me habían ido en la botella de López tinto cosecha 97 que llevaba bajo mi brazo izquierdo. Fue un detalle que no había comentado con Verónica y no solo fue sinceramente bien recibido por Materazzi, sino que también me sirvió para solucionar el dilema de cómo saludar a mi novia: en vez de un beso que nos habría hecho sentir mal a todos o un apretón de manos totalmente demodé, sólo usé un "buenas noches¨, acompañado de una sonrisa, y deposité la botella en sus manos. Salvado el primer obstáculo, el Mayor me invitó a pasar al living, mientras que las mujeres se dirigieron a la cocina. Lejos del interrogatorio que imaginé, cuando nos quedamos solos, Materazzi y yo comenzamos una conversación muy animada sobre temas triviales. Sólo tuvimos una mínima desavenencia en nuestros gustos futbolísticos, pero no fue significativa. Es más, cuando llegó el primer plato, el Mayor y yo estábamos muy entretenidos criticando a Bucay, un excelente enemigo en común con muchos flancos débiles que servían para nuestro solaz. 31 Interrumpimos nuestra charla y nos sentamos a la mesa. Después de una corta oración del patriarca, empezamos a comer. Disfruté en silencio del primer plato, una sopa de finas hierbas, y percibí satisfecho como la familia Materazzi se turnaba para observarme con miradas de aprobación ante mis cuidados modales. Incluso pude disfrutar de una fugaz sonrisa de Verónica, en la que adiviné sus largos, estrechos, blanquísimos dientes. En el ínterin en el que mi novia retiraba los platos, Valentina me hizo su primera pregunta en la noche: - Nos ha contado Verónica que muy pronto saldrá a la venta su primer libro, Santiago. ¿Acerca de qué exactamente escribe usted? Sin tan siquiera un rictus, dije la respuesta que todos conocían: - Terror, Señora. Modestamente, se me dan muy bien las historias de miedo. La confianza que exudaba era increíble. Después de esas palabras, hice una estudiada pausa para explayarme a gusto sobre mis logros en el área, pero Valentina me cortó en seco con una revelación inesperada: - ¿Verónica le ha contado que mi marido también escribe historias de terror? 32 Parpadeé un segundo y con mi discurso desbaratado, dije que no sabía nada acerca de eso y que era una grata sorpresa. El Mayor Materazzi hizo unos gestos como quitándole importancia a la cosa, pero se notaba que era algo muy relevante para él. En ese momento llegó Verónica con la fuente del plato principal y, como si todo hubiera estado perfectamente ensayado, se metió en la conversación: - Tendrías que mostrarle tu cuento a Santiago, Papá. ¿Querés que suba a buscarlo? - No. Por favor. ¿Para que molestar al pobre muchacho con mis tristes esbozos? Ante tan melodramática actuación, decidí cortar todo en seco con una respuesta acorde al ambiente cursi imperante: - Discúlpeme, Señor Materazzi, pero si no me muestra ese cuento me sentiré terriblemente ofendido. El mohín que hizo el viejo militar ante mis palabras fue realmente un show aparte. Con la sonrisa de un colegial, prometió mostrarme su obra apenas termináramos la cena. Agregó que no me garantizaba la calidad de la misma, pero que su extensión era muy exigua. Comí el plato principal, una jugosa carne al horno con papas chilenas, y el postre, Tiramisú, con la preocupación de cómo sobrellevar este factor inesperado en mi visita. 33 ¿Cuál debería ser mi reacción ante el dichoso cuento? Si era bueno, con un elogio bastaría. Ahora, si como yo esperaba, la obra fuera algo desastroso, tendría que reprimir mi ego crítico. Lo cual era algo muy difícil en esa época de mi vida. Una vez finalizada la comida, nos dirigimos a la sala de estar. Valentina sirvió café para todos y Verónica subió las escaleras. La atmósfera parecía la de un juicio y yo no me sentía muy bien en mi rol de fiscal. Verónica llegó con una carpeta marrón, sin inscripciones y la depositó en mis manos con cuidado. En el interior encontré 12 hojas A4 escritas con letra Arial 12. El cuento se llamaba "Derrumbe¨. No era un título muy prometedor, pero los primeros renglones me dejaron sin aliento: "Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso.." . Me metí en la historia, ajeno a los rostros expectantes que me rodeaban. Era increíble, mesmérica. Leí las doce hojas de corrido y llegué al final con la terrible seguridad de estar frente al cuento perfecto. Terminé de leer y mi mente empezó a repasar todos los relatos que integraban mi obra: "La llaga¨, "Nocturno¨, "El juego¨, todos eran descubiertos en su naturaleza mediocre y decadente. (Santiago) (Santiago) 12 hojas, unas 6000 palabras habían bastado para demostrarme que yo no estaba ni cerca de lograr algo así. 34 - ¡¡Santiago!! ¿Te gustó o no? Miré a mi novia sorprendido. Me había olvidado por completo de dónde estaba. Busqué con mi apaleada vista a Materazzi y creo que balbuceé algo así como "Señor, esto es sublime¨. Cerré la carpeta y se la entregué. - Bueno, Repetto. - Dijo, tomándola. - Usted es la primera persona que lee esto. Tanto mi mujer como Verónica siempre me han dicho que este tipo de historias no les gusta. Ahí comprendí que la adversión de mi novia hacia el horror en todas sus formas era hereditaria. - La verdad es que si llegaran alguna vez a leer esto no dormirían nunca más. - Agregué y todos sonreímos, aunque debo admitir que mi gesto fue muy forzado. No mucho después, llegó la hora de la despedida. Los padres de Verónica me saludaron en el hall de entrada, con la aprobación implícita que significaba el hecho de que se me permitiera ser acompañado hasta la calle por mi novia. Me quedé en la vereda con ella, esperando mi taxi. - ¿Mi amor, la pasaste bien? - Me preguntó mientras me abrazaba. - Muy bien, Vero. Tus Padres son unas personas buenísimas. Me sentí más que cómodo. 35 - Gracias. Vos estuviste encantador, como siempre. - Dijo y me besó. - Pero... - ¿Pero qué? - Inquirí. - Nada, nada. Por un momento me pareció que el cuento de Papá te había puesto mal. (¿Mal? ¿Por qué? ¿Porque ahora toda mi obra parece un balde de mierda?) - Para nada, mi amor. Simplemente me sorprendió lo bien que escribe tu Papá. - ¿En serio? - En serio. - Bueno, entonces me quedo tranquila. Se sintió un bocinazo a mis espaldas. - Llegó tu taxi, vida. Me despedí y subí al vehículo. Una vez en mi casa, seguí dándole vueltas al asunto. ¿Qué nuevo curso tomaría mi vida después de la terrible revelación de esa noche? Al día siguiente tenía que llevar en un disquete toda mi obra a la editorial, pero ya no le veía sentido. 36 Ya llevaba unas cuantas horas pensando en eso cuando de pronto sentí que golpeaban mi puerta. La noche bizarra continuaba. Por la mirilla pude observar la imagen más inesperada: el Prefecto Mayor Materazzi se tambaleaba, evidentemente borracho, frente a mi domicilio. Abrí inmediatamente y tras farfullar un "Permiso¨, Materazzi ingresó casi cayéndose. Llevaba en sus manos la maldita carpeta marrón. Tres horas más tarde, yo seguía conmocionado por todo lo que había pasado. Apenas tomó asiento, Materazzi me refirió la verdadera historia de "Derrumbe¨ No era suya. El Coronel Wilson, piloto de un helicóptero inglés que aterrizó en Malvinas por un problema mecánico había quedado bajo la custodia de su compañía. Como Materazzi era el único que hablaba inglés fluidamente, y ya que en todas las guerras los pilotos tienen un trato preferencial, se fue formando una relación digna de dos oficiales instruidos. En los tiempos libres, Materazzi y William, tal era su nombre de pila, hablaban horas acerca de miles de temas ajenos a la guerra. Un día antes de la rendición argentina, Materazzi encontró a Wilson escribiendo en su celda improvisada. Respetuosamente esperó a que terminara, pensando que se trataba de una carta privada, pero se sorprendió cuando el inglés le acercó las hojas y le preguntó que le parecía lo que había escrito. Entre lágrimas e hipos, Materazzi me confesó que la muerte de Wilson no había tenido nada que ver con la tristeza de la derrota. Todo el odio del mayor, que se 37 plasmó en 8 disparos hacía el inglés, había nacido en la envidia ante la increíble narración. Se le abrió un sumario administrativo al entonces Subprefecto pero en aquellos tiempos sombríos todo quedó olvidado y no tuvo problemas con los ascensos. Después de contarme esto, el Mayor se recostó en mi sofá y se quedó completamente dormido. Sus dedos todavía seguían aferrados a la carpeta. En ese momento descubrí cómo nacen la mayoría de los crímenes. Sin pensarlo, pero también sin dudarlo, apoyé un almohadón sobre el rostro de mi suegro. Me sentí como el filatelista que quemó uno de los dos ejemplares de la estampilla más rara del mundo sólo para ser dueño del único ejemplar. Las manos del mayor se levantaron un poco, pero enseguida cayeron. Tomé la carpeta de entre sus dedos y la dejé sobre la mesa. Pensé enseguida en enterrar a mi suegro en el patio trasero, pero me pareció mejor usar el sótano. Nadie conocía su existencia y la alfombra tapaba la entrada. Apenas terminé de esconder el cadáver, me aboqué a la tarea de transcribir "Derrumbe¨ en mi PC y agregarla a los cuentos que en pocas horas entregaría. Cuando llegué a la editorial, le entregué el disquete a Daniel, el diagramador. Con un guiño, le dije que leyera con atención el último cuento de la serie. De vuelta en mi casa, levanté los mensajes del contestador automático. Todos eran de Verónica informándome de la desaparición de su padre. 38 La llamé para calmarla y le dije que en media hora estaría en su casa. Me estaba vistiendo para salir, cuando sonó el teléfono. Atendí pensando que era mi novia, pero me sorprendió la voz de Daniel: - ¿Santiago? Daniel de la editorial. Te llamo porque estaba haciendo el diagrama de tu libro y cuando llegué al último cuento "Derrumbe¨ me di cuenta de una cosa: Mirá, si es un chiste, todo bien, pero igual tengo que avisarte que "La caída de la Casa Usher¨ es un cuento muy famoso de Poe. No puede salir publicado con tu nombre. El auricular cayó de mis manos. Mi cuerpo empezó a llenarse de un sudor frío. ¿Poe? ¿Había matado a mi suegro por un cuento de Edgar Allan Poe? En la secundaria había estudiado "El escarabajo de oro¨, y ese era mi único acercamiento a él hasta ese día. Empecé a reírme y a gritar. El demonio de la perversidad me hizo aullar mi crimen hasta que alguien, quizás un vecino, llamó a la policía. Cuando arribó la ley tuvieron que tirar la puerta abajo porque yo seguía con convulsiones en el piso al momento de su llegada. Me sentaron a la fuerza en una silla y se quedaron mirándome extrañados. Harto de su cinismo les espeté: Basta ya de fingir, malvados! ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡ 39 Ahora escribo esto tras los barrotes de mi cárcel. Es lo primero que me atrevo a escribir en mucho tiempo. En esta prisión estoy pagando las dos grandes deudas que tengo: por un lado, purgo la condena que me impuso la sociedad por matar a uno de sus integrantes, y por otro lado, utilizo todo mi tiempo libre para leer a Lord Dusany, Machen, Lovecraft y otros, como forma de enmendar el peor de mis errores: haber creído que se podía transitar la senda del Terror ignorando a los grandes maestros. ¨y hubo un largo y tumultuoso clamor como la voz de mil torrentes, y a mis pies el profundo y corrompido estanque se cerró sombrío, silencioso, sobre los restos de la Casa Usher.¨ 40 Secuencia HENTAI Grito. Súplica. Gemidos. Gemidos. Gemidos/Súplica. Gemidos. Gemidos/Llanto. Gemido. Grito. Éxtasis/Llanto/Ruego. No es tan difícil. (Asuka - Habitación) Por más que lo intenta, Sebastián no puede terminar de entender a Asuka Langley. En ningún momento ha dejado de alimentarla con los que sabe son sus platos preferidos. La cama Queen Size donde ella reposa tiene las sábanas negras de seda que tanto alabó en el OVA 15. El MP3 llena constantemente la habitación con melodías de Keitaro. Hasta las cuerdas con las que la ata en los ensayos, y cuando él se ausenta, son las más suaves que se pueden conseguir en todo el mercado del Bondage. Lo único que tiene que hacer Asuka a cambio de todos estos cuidados, es aprender correctamente la secuencia. 41 Sólo tiene que posar sus inmensos ojos de chica ánime en las 6 fotocopias del Dojinshi que él ha pegado en la pared. En la vida PRE-Sebastián, Asuka era una estudiante universitaria, así que resulta poco creíble que no pueda memorizar tan pocas escenas. Los ensayos hasta el momento han sido un fracaso, pero Sebastián espera. El cuerpo loli-con de Asuka es perfecto y merece la paciencia. (Asuka- Baño) Su pene brilla de gel íntimo. Las manos son unas máquinas perfectas que trabajan en forma intachablemente coordinada. La izquierda va pasando con intervalos exactos las páginas de "EvagenSex ¨. La labor de la derecha es más prodigiosa; mientras sus dedos índice y pulgar forman un aro que estimula el glande, los otros tres van apretando en cortos lapsos el tronco. La misión de ambas es la misma: su dueño tiene que acabar con la vista posada en la imagen exacta. Si hubiera un testigo de todo este accionar, su posterior declaración dejaría asentado que Sebastián estaba movido por un frenesí sin control, pero su concepto sería erróneo: todo lo que hace Sebastián conlleva un método. Un método que no admite errores. 42 (Asuka - Habitación) Una noche lamentable. Hasta el momento, todos los ensayos habían sido un fracaso, pero el de hoy fue algo. El Grito estuvo bien, muy bien, para ser justos. Parecía realmente aterrorizada cuando lo vio entrar a la pieza. La Súplica cuando empezó a atarla fue correcta (hubo un "¡No!¨ de más, pero nada que él no pudiera perdonar). Pero todo se terminó de arruinar con los Gemidos en el momento de la penetración. Ni con la mejor de las voluntades se los podía dejar de identificar como sollozos. El llanto sacudía el cuerpo de Asuka. Un llanto perfecto, convincente, pero fuera de secuencia. Como bonus track de la decepción, ella empezó a intercalar entre su llanto, pedidos de auxilio a Dios y a sus padres. (¿Cuál de ellos más lejano?) La erección de Sebastián empezó a remitir, hasta que finalmente se salió de Asuka completamente fláccido. Las venas latían en su frente, y tuvo que gritarle a la mujer atada: - ¡¡Tenés que gemir!! ¡¡No puede ser tan complicado decir Ahhh o uhhhh!! El llanto de Asuka se detuvo. El miedo de verlo tan fuera de sí la paralizó, condenándola. El silencio no estaba en la secuencia. Todas las viñetas tenían letras. La frágil tregua entre la locura y la sensatez se quebró. 43 Los golpes arreciaron sobre Asuka. Una sola palabra, cualquiera, la hubiera salvado, pero únicamente podía mirar a Sebastián con unos ojos cada vez más parecidos a los del Manga. El brillo empezó a remitir en esa mirada, hasta que finalmente se apagó. La sangre que salía de la boca de Asuka no sorprendió a Sebastián. No sintió ni asco, ni placer. Sólo fue otro elemento de la desilusión general. No era del color exacto. Ella había fallado en todos los conceptos. (Asuka - Baño) La derecha empezó a sentir el latido que anunciaba el orgasmo y aceleró sus movimientos. La izquierda se preparó para dar vuelta la hoja en el momento exacto. Sus ojos se cerraron por un instante para poder abrirlos luego sobre la imagen perfecta, irrepetible, de Asuka pidiendo que la maten de placer. Todo el show estaba listo, pero hubo un factor que escapó al control de Sebastián: la ajetreada revista decidió que ya era hora de dar las hurras, y cuando la mano izquierda dio vuelta la hoja, ésta se desgarró, rompiendo el grito de Asuka. En ese momento, Sebastián abrió los ojos y se encontró con su bochornosa verdad 2D. El orgasmo, esa fracción de segundo que justificaba sus días, no fue liberador. Sólo un temblor de placer, unas miserables cosquillas en la punta del glande; sensaciones muy distintas de ese oleaje que lo hacía vibrar. Sin el placer, llegó la revelación: sólo era un hombre de 30 años, desnudo, sentado en el inodoro, con una revista rota. 44 Asuka estaba destrozada en todos los mundos. Y en todos ellos el culpable era él. Las lágrimas empezaron a caer y quiso tomarse el rostro con ambas manos, pero la izquierda seguía aferrada a la revista, pesada como un mundo de pulpa. La derecha, devota a su amo hasta el final, acudió presta en su auxilio, pero solo sirvió para unirse a su cara con una telaraña de semen. Grito. Llanto. Llanto. Llanto. Llanto. Llanto. ¿Llanto? ¿Risa? ... 45 Locura y muerte Las sillas están dadas vuelta sobre el resto de las mesas. El piso se está secando en grietas, excepto en las seis baldosas que ocupo. Soy el último cliente del bar, y estoy bañado con el odio del personal. En otras épocas, alguno de ellos se hubiera acercado para invitarme gentilmente a que me retire... y yo le habría hecho caso. Pero ahora, en cambio, su instinto primario no los engaña: Huelen mi cambio, mi evolución y están alejados. La única estrategia que se han atrevido a usar para echarme es muy débil: Han apagado la música. No saben que en mi cabeza resuenan sonidos mucho más interesantes. Disfruto en silencio la borra fría del café y recuerdo todas las noches que he pasado en esta misma mesa analizando finales. Finales de partidas de ajedrez, finales de amores, libros, películas. Miles de horas perdidas. Lo que sucede es que yo nunca me he resignado a un final que no me gusta. Siempre he sido el último que se retira en el cine. Siempre me he quedado mirando las páginas en blanco de los libros que no me gustaron, con la inútil esperanza de ver mi idea plasmada ahí. Las jugadas correctas, las respuestas que ya no podría insertar en conversaciones pasadas, me torturaban. Incontables las noches que me desperté gritando el insulto perfecto. 46 En los últimos tiempos, empecé a confundir todo. Me veía a mí mismo hablando con los actores en la pantalla. Mi rival en el tablero era el personaje de un libro de Barker. Mis parejas escribían los epílogos sin compartir la autoría. Era la locura o la muerte. y yo elegí enloquecer. Ahora camino entre oscuridades que no son sombras. Ya no leo. No juego. No miro. Sólo escribo. Ante el alivio de los empleados, finalmente pago y me voy. Meto las manos en los bolsillos y empiezo a caminar hasta mi casa. Ella está ahí, esperándome. Sus manos ya deben estar insensibles. Su boca se habrá resignado al trapo sucio que sofoca los gritos. Me imagino cómo su mirada intenta esquivar la vista de los elementos que hay en la mesa. También sé que sus ojos vuelven una y otra vez a posarse sobre ellos, como la lengua que busca la carie a cada rato. Éste es mi primer capítulo, y mis pasos tiemblan de euforia, pero camino lento. Disfruto como un amante experto estos minutos en los que todavía no soy asesino. 47 Charlando un rato - ¿Qué querés que te diga, Jorge? No sé si hice bien o mal. - Mirá, Rubén, vos sabés que sos mi mejor amigo. No te voy a juzgar. Lo que importa es cómo te sentís vos ahora. - Y. yo estoy bien. La verdad es que me gustó, je. - ¿Hacía rato que no te mandabas una de las tuyas, no? - Uhhh, ¡¡ya casi no me acordaba cómo se hacía!! - Jajaaa. ¡Qué hijo de puta! - Es que en serio, Jorge, uno va olvidando todas las sensaciones que vivió de pendejo. Te vas como oxidando, ¿viste? - Te entiendo, negro. - Y te juro que no lo hice porque estoy mal con la Luisa. Nada que ver. Si estamos re bien. - Aparte tu mujer es una mina bárbara. Te bancó todas las cagadas que te mandaste de guacho. - Sí. Tiene un aguante. - Bueno, che, contame cómo fue todo. - El sábado me escapé. Le dije a la jabru que me iba al club a jugar a las cartas y a mirar el partido de Racing. Me puse la campera negra. - ¿La de cuero? - Sí. La que me regaló el gordo Villar. - Me acuerdo. La que tiene la cruz de Motorhead en el bolsillo. - ¡Exacto! ¡Qué memoria que tenés! Bah, siempre fuiste así. - Bueno, dale. Seguí. 48 - Bueno. Empecé a caminar por la costanera. No andaba nadie. Hacía un frío bastante cojudo. Dos o tres parejitas se estaban matando en los autos, pero por la calle no se veía un alma. Entonces subí por Rivadavia como para volver más tarde. Justo que estoy subiendo, la veo. Venía caminando, solita, con los brazos cruzados en el pecho por el ofri. - ¿Cómo era? - Linda. Morochita. Veintialgo. - ¿Y? - Justo venía por mi vereda. Me hice el boludo, carpeteé que no viniera nadie y cuando se me cruzó la manoteé de un brazo y la aplasté contra la pared de la facultad. No pataleó. Se quedó quietita mientras la estrangulaba. - ¿La dejaste ahí? - No. La tiré al lado del alambrado de la cancha de rugby. - Ni te gastaste en cortarla un poco. - No, no daba. Aparte estaba medio cagado. La falta de práctica, ¿viste? - Y, sí. ¿Qué hiciste después? - Me fui tranquilito para casa. Por el camino le pregunté a unos pibes como había salido la academia por si la Luisa me preguntaba. Lo que estuvo bueno fue que la minita tenía una cadenita de oro. Fina, delicada. Se ve que la familia o el novio son gente de guita. - ¿Se la afanaste? - Pasa que me viene bien para la nena. Ahora en febrero cumple los quince. - ¡¡15 años cumple Lourdes!! 49 - Sí, boludo. ¿Cuántos querés que cumpla? Si es del 97. - ¡¡Pero qué viejos nos estamos poniendo, loco!! - Y. vos no te das cuenta, pero el tiempo pasa. - Ajá. - Dame un pucho, che. - Tomá. - No, dejá. Te queda uno solo. - Agarrá, agarrá. Yo ahora voy y compro. 50 Siempre Alejandro amaba a Daniela. No es un comienzo muy original para una historia, lo sé, pero tarde o temprano todas las historias terminan transformándose en un relato de Amor, así que. Como corresponde para que esta obra tenga más de 20 líneas, dicho amor no era correspondido por Daniela. Para seguir en este marco de falta de originalidad, Alejandro utilizó el método más común para revertir esa situación. ¿Enviarle flores con un poema? No, idiota: Hacer un pacto con el Diablo. En eso se encuentra nuestro personaje en este momento. Está parado sobre el pentáculo y tiene en sus labios las últimas palabras de la invocación. Veamos qué pasa. Toc, toc. Se escucharon los golpes en la puerta. (Nadie usa el timbre en los cuentos.) Alejandro se acercó, aterrorizado. - ¿Q-Qui.? ¿Quién es? - Preguntó. - Es muy irónico que una persona que está esperando al Diablo tenga miedo de que un ladrón irrumpa en su casa. ¿No te parece? - Fue la respuesta. Ante un razonamiento tan lógico, Alejandro se apresuró a abrir la puerta y dejó entrar a su visitante. Intentó 51 balbucear un "buenas noches¨, pero se sintió ridículo y prefirió quedar como un mal educado. El Diablo tomó asiento en la mesa, luego de hacer una mirada crítica al pentáculo. - Te escucho, Alejandro. Alejandro respiró hondo. Estaba por entregar su alma a cambio del Amor de Daniela. ¿Estaba seguro? Sí, lo estaba. - Quiero que Daniela me ame para siempre. - Bueno. Concedido. - Dicho esto, el Diablo se paró y se encaminó a la puerta. - ¿Pero.? ¿Pero.? Tartamudeó Alejandro, que se había aferrado a la mesa y cuyos nudillos estaban blancos. - ¿Qué pasa? - Preguntó el Diablo - Ah, cierto. - Se apresuró a agregar. - ¿No puede ser tan fácil, no? Ay, ay, Hollywood está aniquilando la humanidad. A ver. - Alejandro miró sorprendido cómo el Diablo rebuscaba en los bolsillos de su jean hasta encontrar un petardo doble mecha. - ¿Tenés encendedor? - Alejandro abrió su paquete de cigarros y le convidó fuego. al Diablo. - Bueno. ¿Listo? ¡¡¡¡TU DESEO, SIMPLE MORTAL, HA SIDO CONCEDIDO!!! - Dicho esto, el Diablo arrojó el petardo en un rincón lejano y se tapó los oídos. 52 Después de la modesta explosión, el Diablo saludó con una inclinación de cabeza y se fue. Alejandro tuvo el impulso de espiarlo en su partida y se asomó a la ventana. Desde ahí pudo verlo a Satanás, parado en la esquina de enfrente, esperando el colectivo. A pesar de que en ese momento no había líneas disponibles, un 41 pasó por ahí y lo recogió. El ángel caído se paró detrás del chofer y se fueron, hablando entre risas. Cap. II ¿Qué tenía que sentir? Terminaba de hacer un pacto con el Diablo y nada parecía fuera de lo normal. ¿Habría pasado todo eso realmente? La grotesca escena de hacía unos minutos atrás se le aparecía cada vez más imposible. En esas modestas cavilaciones se encontraba cuando sintió un golpe en la puerta ("Nota mental. Comprar pilas para el timbre¨ Agendó). Daniela vivía a unas 40 cuadras de su casa. Según sus cálculos, ella había recorrido ese camino en 10 minutos. Su cuerpo estaba transpirado por completo en el momento que Alejandro le abrió la puerta. Sin mediar palabras, se arrojó sobre él y se fundieron en un beso telenovelesco. Alejandro trató de arrastrarse hasta la cama, pero terminaron haciendo el amor en el suelo. Esa primera noche fue algo.bastante bueno. Ella se durmió en sus brazos y él pudo por fin verla tranquilo. Completamente suya, para siempre. 53 Al día siguiente, Alejandro despertó con el olor del desayuno. Daniela estaba radiante. Le acercó la bandeja a la cama y se quedó mirándolo en silencio mientras comía. Cuando Alejandro levantaba la cabeza para mirarla ella le decía "Te amo, te adoro.¨ Ninguna otra palabra salía de su boca. Las manos de ella empezaron a acariciarlo sobre las sábanas apenas vio que él había terminado de comer. Alejandro se dejó acariciar, pero antes que ella se acomodara sobre él se excusó para ir al baño. Ella lo abrazó y lo acompañó hasta ahí. "Te extraño. No tardes¨ Le susurró antes de que él cerrara la puerta. Alejandro se miró en el espejo después de orinar. En la puerta se sentía la respiración agitada de Daniela. ¿Lo estaría espiando? Incómodo se apartó del posible campo visual de la rendija. ¿Cuál era el problema? Tenía a la mujer de su vida completamente entregada, esperándolo allá afuera para hacer el amor. ("La letra chica¨). ¿Por qué desconfiar? Quizás Satanás tenía razón: Hollywood está aniquilando la Humanidad. Más tranquilo, abrió la puerta y se preparó para recibir las atenciones de su chica. Cap. III Insoportable. No había otra palabra. 54 Todo el día encima de él. Te amo, te necesito. Bla bla bla Era un perrito que lo seguía a todos lados. Al principio en el trabajo sus compañeros lo felicitaban cuando la veían esperándolo, pero ahora ya miraban esa obsesión de soslayo y se ahorraban el comentario. Daniela estaba ciega. Sólo existía para él. Después de considerarlo y reconsiderarlo, decidió engañarla. Su alma ya estaba condenada, por lo menos viviría el resto de su existencia en una forma más intensa que haciendo el amor con un terrón de azúcar mojado. No fue fácil. Nunca había tenido suerte con las mujeres, pero encima ahora la tenía encima a ella todo el tiempo. La solución fue cruel. Llamó a una prostituta y la citó a su casa. La cara de Daniela cuando abrió la puerta y vio a una flaca mal teñida fue uno de los gestos más dolorosos que la humanidad ha podido reflejar. La prosti preguntó si ella también participaría, ya que si era así, la tarifa era distinta. - Ella sólo va a mirar. - Fue la impía respuesta de Alejandro. Y así fue. Él le ordenó que se sentara a los pies de la cama y que mirara bien. Entre risas, Alejandro y la flaca se desvistieron y le tiraron la ropa encima a Daniela. Ella sólo pudo llorar cuando vio que realmente estaba sucediendo: su amado, su dios estaba teniendo sexo con otra. 55 Cada vez que en el medio del éxtasis, Alejandro la miraba, ella sorbía un poco su llanto y formaba con sus labios temblorosos un "Te extraño¨. No fue la última vez. La escena se repitió en muchas oportunidades. Llegó a acostarse con dos mujeres a la vez sólo para ver cómo aumentaba la desazón de Daniela. Pero siempre, siempre, al otro día ella le alcanzaba a la cama el desayuno y lo besaba y le decía que lo amaba y lo acariciaba y lo idolatraba y. Y tenía que matarla. Era el paso siguiente y obligatorio. Cap. IV - Sentate. Daniela obedeció. Como siempre. Alejandro temblaba de excitación. Al principio consideró la idea de atarla, pero sabía que ella no se iba a mover. Cuando levantó el cuchillo, ella sólo se permitió una sonrisa nerviosa, como la de un perro asustado ante su amo. No había pensado cómo hacerlo. En su cabeza había llegado hasta el momento de tenerla enfrente, pero después todo se tornaba borroso. Gritó su impotencia y clavó el cuchillo en la rodilla izquierda de Daniela. 56 El alarido de ella, la sangre mojando su mano, el calambre ante la resistencia del hueso, todo había estado dentro de su plan; pero no contaba con la caricia que estaba recibiendo en su rostro enajenado. La miró y vio que ella ni siquiera miraba su herida. Sus ojos eran sólo para él. Con la boca torcida del dolor insoportable, Daniela balbuceó un "Te amo". Y siguió acariciando al hombre que la estaba matando. Alejandro tomó esa mano y la apoyó en la mesa. Dos golpes del pesado cuchillo en la muñeca hicieron que se desprenda de su dueña. Entre gemidos y respiraciones entrecortadas, Daniela siguió gritando su amor toda la noche. Cuando las primeras luces de la madrugada llegaron a la habitación, Alejandro descubrió que en algún momento de la matanza se había desmayado. Estaba tirado en el suelo, rodeado por la sangre y los restos de Daniela. Y cuando digo rodeado, quiero decir que esos restos lo estaban abrazando, cuidándolo en su sueño. Él había pedido que ella lo amara para siempre y eso equivalía a pedir que los dos fueran inmortales. Comprendió todo esto cuando vio que la mano de ella lo acariciaba como hacía todas las mañanas. Cap. V El fuego. El fuego era el castigo que lo esperaba supuestamente, así que bien podía ser la solución. Había un poco de justicia poética en el hecho. 57 Iba a empezar a juntar todos los restos de ella en una bolsa cuando se dio cuenta que no era necesario: lo seguirían adonde fuera. Caminó hasta el baño sin mirar el bizarro desfile que lo precedía. El ruido a sus espaldas era asqueroso: La sangre coagulaba y se desprendía del suelo en cada "paso¨. Las puntas astilladas de los huesos parecían uñas contra un pizarrón. Cuando llegó frente a la bañera empezó a poner todo ahí. Dos botellas de alcohol y todas las revistas que encontró no fueron suficientes para incinerarla por completo, pero algunas partes se empezaron a deshacer. Cerró la puerta y fue a comprar nafta. Algunos vecinos curiosos lo consultaron por ese olor dulzón que salía de su casa, pero evadió el interrogatorio afirmando que se trataba de una comida fallida, nada más. Volvió con el combustible y siguió con la tarea de hacerla desaparecer. Unas cuantas horas después el resultado era aceptable. Después del fuego, había usado también unas cuantas botellas de ácido para colaborar con el método. Daniela no existía más. Agotado, embotada su mente por los efluvios del baño, se desnudó, se pasó una toalla por el cuerpo, y se acostó. Despertó al poco rato. Su piel se sentía molesta. Se dio cuenta que hasta que no se bañara bien no iba a poder dormir. Obviamente, no se dirigió al baño. Fue a la pileta de la cocina y empezó a arrojarse agua con un vaso. Ni consideró 58 la idea de ir a buscar el Shampoo y usó el detergente como sucedáneo. Refregaba su cuerpo desesperado. Parecía no poder terminar más. No notó, hasta unos cuantos minutos después, que la ceniza que se le desprendía volvía a trepar por su piel.amándolo. Para siempre me parece mucho tiempo. (Héroes del silencio) 59 Epílogo El reloj de carne se detuvo. Las sombras abarcaron el mundo. Reclamándolo. Asfixiándolo. Detrás del espejo, otro reflejo, multiplicando lo monstruoso. Unos ojos ciegos intuyeron mi presencia...y temí. El brazo mutilado acarició mi rostro...y me entregué al goce de lo prohibido. Recorrí el sendero, bajo el calor de un sol ceniciento. Vislumbré las formas y comulgué con lo profano temiendo su sentencia. Me invadió el vértigo. La omnipresencia de lo extraño me acercó al borde. Los dedos cálidos jugueteaban sobre mi pecho. Abrí los ojos. La pesadilla había pasado. En su lado de la cama, mi mujer me sonreía. Yo estaba a salvo. Los números enloquecidos formaron el anagrama sobre su mundo esférico. Dentro de la esfera carnosa, los demonios abrieron sus ojos muertos. La Revelación había comenzado. El tiempo de los dioses estaba claudicando. Sebastián García. Escritor Argentino. Mi Amigo, Maestro y Mentor. 60 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72 73 74 75 76 77 78 79 80 Agradecimientos: En este caso en particular tengo que agradecer a la gente que ha confiado en mí sin conocerme. A los que ya me conocen, gracias por seguir engañados. Párrafo aparte para el Señor GUSTAVO LUCERO, responsable de haber transformado mis pobres líneas en unas historietas majestuosas, demostrando a las claras que una imagen vale más que mil palabras. (Pueden disfrutar su obra en http://www.facebook.com/Chiquiteenes) A mis amigos, por soportarme en mi forma tan particular de ser. A mis hermanos de FM Genoma (www.fmgenoma.com.ar): Sergio Leonardo Unrein, Javier Galeano e Ismael Pino Cominguez por darme este refugio, esta casa, esta vida. A mi novia, Bárbara, por soportarme todavía más tiempo que mis amigos. Y a mi hija, Constanza, por decirme que escribo feo y que tengo que dedicarme a las princesas. Ya tengo una princesa en la realidad, y sos vos, mi pequeña infinidad. Santiago Repetto
[email protected] 81