(2014) ROSTAIN. MEMORIAS_3EIAA-.pdf
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Portada: Selva amazónica desde el cielo (foto S.Rostain) Contraportada: Detalle del primer mapa del Amazonas, de Quito al Océano Atlántico por el Jesuita Cristóbal de Acuña para el Rey en 1642 AMAZONÍA Memorias de las Conferencias Magistrales del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Stéphen Rostain editor Amazonía. Memorias de las Conferencias Magistrales del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Stéphen Rostain editor Edición: - Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano e IKIAM - Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación - Tercer Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Diseño: Stéphen Rostain Diagramación: Stéphen Rostain ISBN: 978-9942-13-893-4 Impresión: Ekseption Publicidad Impreso en Quito, Ecuador, agosto de 2014 5 Contenido Stéphen Rostain Prefacio: “Codo a codo, somos mucho más que dos” 7 Philippe Descola ¿Existen paisajes amazónicos? 19 Nigel Smith A rainforest cornucopia: the cultural importance of native fruits in Amazonia 31 Denise Schaan Chronology of landscape transformation in Amazonia 51 Heiko Prümers 100 años de arqueología en los Llanos de Mojos 73 Doyle McKey, Mélisse Durécu, Axelle Solibiéda, Christine Raimond, Kisay Lorena Adame Montoya, José Iriarte, Delphine Renard, Luz Elena Suarez Jimenez, Stéphen Rostain & Anne Zangerlé New approaches to pre-Columbian raised-ield agriculture: ecology of seasonally looded savannas, and living raised ields in Africa, as windows on the past and the future 91 Eduardo G. Neves, Vera L. C. Guapindaia, Helena Pinto Lima, Bernardo L. S. Costa & Jaqueline Gomes A tradição Pocó-Açutuba e os primeros sinais visíveis de modiicações de paisagens na calha do Amazonas 137 Stéphen Rostain, Geoffroy de Saulieu & Emmanuel Lézy El alto Pastaza precolombino en el Ecuador: del mito a la arqueología 159 Michael Heckenberger Tropical garden cities of the southern Amazon 187 Dimitri Karadimas Las alas del tigre: acercamiento iconográico a una mitología común entre Los Andes prehispánicos y la Amazonía contemporánea 203 6 Organización del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Presidente: Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito) Comité organizador: Dr. Stéphen Rostain (Instituto Francés de Estudios Andinos, Quito) Dr. Carlos Espinosa (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito) Manuela Troya (Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano, Quito) Stephany Leavy (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Quito) Vincent Lepage (Embajada de Francia en el Ecuador, Quito) Instituciones organizadoras: Instituto Francés de Estudios Andinos Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos Auspiciadores (en orden alfabético): Alianza Francesa Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” Centro Nacional de la Investigación Cientíica (CNRS) Cooperación Regional Francesa para los Países Andinos Embajada de los EEUU Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Fundación Wenner-Gren Fulbright Ecuador Gobierno de la Provincia de Pichincha Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) Instituto Francés de Estudios Andinos Instituto Nacional de Patrimonio Cultural Liceo La Condamine Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano Ministerio de Cultura y Patrimonio Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado Orquesta Sinfónica Nacional Quito Turismo Repsol República del Cacao Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador 7 Prefacio “Codo a codo, somos muchos más que dos” 1 Stéphen Rostain CNRS, Paris/IFEA, Quito Presidente del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica Quién habría podido predecir hace treinta años, los extraordinarios progresos realizados por la arqueología amazónica desde ese momento. En los años 80, son apenas un puñado de investigadores los que se dedicaban al estudio del pasado humano del mayor bosque tropical del mundo. Debido a la escasez de los trabajos, se utilizaba fácilmente y sin previa evaluación crítica, datos de otras disciplinas. Así, el cuadro de la Amazonía amerindia contemporánea (Figura 1) – o por decirlo de otra manera más clara, los prejuicios más sobresalientes – se calcaba simplemente en lo que debía ser el mundo precolombino: tribus limitadas y semi nómadas, estructuras acéfalas, una tecnología agrícola primitiva, una artesanía basta, una demografía limitada de 0,5 habitantes/km 2 , etc. Más que un cliché, se trataba de una herejía cientíica. En efecto, era ignorar por completo el impacto de la conquista y de sus consecuencías devastadores en un mundo inamente elaborado aunque también frágil. Más aún, se imputaba al bosque tropical la razón misma de este subdesarrollo precolombino. Por causa de un medio considerado por los Occidentales como extremadamente desfavorable, ninguna sociedad avanzada habría podido lorecer en este sub continente selvático. Hoy en día sabemos que esto no es así y que por el contrario, civilizaciones sumamente reinadas vieron la luz del día en épocas muy lejanas en Amazonía embelleciéndose en especial por el privilegio de haber inventado la cerámica y domesticado diversas plantas. La arqueología amazónica cambió radicalmente de cara y hoy se cuentan por cientos los investigadores que se dedican a las primeras sociedades de los cerca de 7 millones de km 2 de bosque ecuatorial. Este auge se debe a tres factores principales. En primer lugar, el medio ambiente amazónico, antes considerado como una mina inextinguible de productos destinados a la sociedad industrializada 2 , fue vuelto a evaluar transformándose en un islote de biodiversidad único esencial para la sobrevivencia de la humanidad. Lo que no le impide continuar siendo víctima de exacciones ecológicas dramáticas, pero la sociedad mundial sabe ahora y ha tomado incluso conciencia de las consecuencias deinitivas de sus actos criminales contra la naturaleza. La búsqueda se ha intensiicado entonces para comprender mejor y tal vez, convivir con esta entidad verde tan diversa. 8 El segundo factor deriva parcialmente del primero, puesto que esta multiplicación de las disciplinas cientíicas volcándose en la Amazonía se acompaña por un neto aumento de cooperaciones trans disciplinarias. Debido a la carencia de estudios precursores de larga duración y de modelos pre deinidos adaptados a este medio tropical, el arqueólogo, contando únicamente con su badilejo, se hallaba antes bastante despojado como para revelar un pasado milenario de presencia humana en Amazonía. El nacimiento y la banalización del enfoque pluridisciplinario, Figura 1: El Antisuyo es la parte oriental del imperio Inca Tawantinsuyo poblada por tribus denominadas Antis. Este dibujo de Guamán Poma de Ayala en 1615 es probablemente una de las primeras representaciones que viera Europa de la Amazonía. Hallamos en él, las marcas clásicas del salvajismo: la desnudez de los hombres, el aterrador jaguar y la densidad de la selva 9 luego interdisciplinario, lo sacó del impasse en el cual se encontraba. Después de haber solicitado, en un primer tiempo, simplemente el apoyo y conocimiento de las ciencias naturales y formales, en donde la colaboración tenía que ver más con la prestación de servicio, ciertos arqueólogos comenzaron a asociarse con otros cientíicos a in de elaborar desde el inicio, problemáticas comunes para las cuales cada uno de los partícipes se proponía aportar un elemento de respuesta gracias a su metodología especíica y sus particulares instrumentos. Los resultados del cruce de competencias cientíicas fueron espectaculares que produjeron sobre todo enfoques originales, conceptos innovadores e interrogantes inéditas. Desde ese instante, se vuelve difícil imaginar el concebir un proyecto de investigación en Amazonía, que sea solamente arqueológico sin asociarlo a especialistas de las ciencias de la tierra o a análisis microscópicos inos 3 . Paralelamente a esta proliferación de nuevas colaboraciones, la arqueología ha dado pasos, y hasta saltos de gigante, durante estos últimos decenios. Si les pirámides Mayas o los templos Incas son más visibles mediáticamente, no es forzosamente en esos lugares que se dan los avances cientíicos más notables: “ La belleza del sitio no implica la perfección de la ciencia”. Todo lo contrario, observamos que las innovaciones cientíicas se realizan a menudo en medios considerados como extremos o difíciles. Así, notables progresos fueron hechos en arqueología en Siberia, Sahara o Amazonía. La supuesta pobreza de los sitios obliga generalmente a la arqueología a ainar sus preguntas y a encontrar vías alternativas para su investigación. Durante estos últimos diez años en Amazonía, las disciplinas conexas a la arqueología, incluso han lorecido: arqueobotánica, geoarqueología, antracología, GIS, etc. Hoy en día, hay toda una panoplia de especialistas que contribuyen al conocimiento del pasado de este bosque. El tercer factor deriva lógicamente de los dos primeros puesto que no somos testigos de un reciente incremento considerable de actores en este sector de la investigación. Después de algunos intentos, a menudo brillantes, en el transcurso de la primera mitad del siglo XX, la arqueología amazónica adquiere sus primeros títulos de nobleza justo después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque haya que relativizar ya que es en esencial la pareja norteamericana Betty Meggers y Clifford Evans, acompañados por algunas disciplinas locales de los diferentes países amazónicos, que practicaban entonces esta disciplina. El arqueólogo especializado en Amazonía es aún bien raro (Figura 2). Recordaremos luego, en los años 70, el nacimiento de un movimiento que contradice las teorías de determinismo ecológico y de difusionismo hasta ese momento promulgadas. Sin embargo, a pesar de la vitalidad de esta generación, compuesta por algunos investigadores casi todos norteamericanos, que proponían nuevas alternativas, habrá que llegar a los últimos años del segundo milenio para asistir a la explosión de las investigaciones cientíicas, en todos los sectores, en Amazonía. Debemos señalar aquí, la energía impulsada por el dinamismo brasileño 10 de entonces, país en el cual, los jóvenes investigadores que volvían del hemisferio norte, armados con un PhD, desarrollaron nuevos programas y capacitaron estudiantes locales en arqueología, respaldados por una política cientíica nacional voluntarista. La arqueología de monitoreo emergió en el país y conoció un desarrollo considerable, en especial en Amazonía. Paralelamente, las otras naciones amazónicas como Bolivia, Venezuela, Guayana francesa o Ecuador, veían de igual manera el surgimiento de proyectos de largo plazo y excavaciones preventivas. Es imposible contar hoy en día, el número de investigadores y estudiantes que escogen una especialidad en arqueología amazónica. Pero ¿cuál es el resultado para la ciencia, al cabo de veinte años, de esta vitalidad cientíica? Figura 2: Descubrimiento de un petroglifo en medio de las sabanas de Sipaliwini, al sur de Suriname, en 1969 (fotografía Frans C. Bubberman) 11 Realmente, podemos hablar de revolución en el caso de la arqueología amazónica. Lo que, hace cuarenta años, había comenzado por un simple cuestionamiento a los modelos teóricos impuestos se transformó rápidamente en una revuelta intelectual que fue a desembocar en la revolución de ideas de este nuevo milenio. Este levantamiento permitió deinir paradigmas que se oponían resueltamente a los modelos precedentes. Fundamentalmente, el bosque tropical húmedo no es considerado más como un elemento destructor de la civilización humana, ni siquiera como un freno para la innovación, muy por el contrario 4 . Más aún, se lo considera como el resultado de la acción combinada del hombre y la naturaleza, cumpliendo ya sea uno u otro, un papel más o menos preponderante según las regiones. No nos sorprenderemos entonces al encontrar en este texto una gran mayoría de contribuciones que abordan este tema. En efecto, son no menos de ocho de los nueve artículos presentados, los que se interesan en el origen y el manejo del paisaje precolombino. En la actualidad se habla corrientemente de paisaje “domesticado” en el caso de la Amazonía sin chocar a muchas personas. En todo caso, ya sean los arqueólogos, los antropólogos o los geógrafos que intervienen en este libro, todos concuerdan en la responsabilidad esencial del hombre en la constitución del paisaje amazónico actual. Este último es el resultado de acciones voluntarias e involuntarias, durante milenios, de los primeros habitantes. La composición lorística así como el modelado proceden en parte de la intervención humana. Si este hecho ha sido subrayado por los botanistas desde hace buen tiempo, solo recientemente hemos aprendido a identiicar los montículos y los campos elevados, las plataformas, los caminos elevados o cavados, las fosas, cunetas, canales, huecos de poste y fogones, etc. Una vez más, las técnicas de punta como el LIDAR o los drones ayudan desde hace poco al trabajo del investigador. En poco menos de medio siglo, el arqueólogo ha aprendido a no temerle a la Amazonía, sino más bien a observarla detalladamente con una mirada ingenua para comprender mejor su verdadera naturaleza. Podríamos decir lo mismo de la cerámica, material antrópico considerado largo tiempo como el único objeto de interés y estudio para el investigador, que implica entonces una “arqueología de clasiicación tipológica” un poco austera y a menudo estéril. Aquí también, la mirada ha cambiado mucho y esta selección concluye con “un broche de oro” que revoluciona el enfoque clásico de la tierra cocida amerindia. Basándonos en los mitos milenarios amazónicos fundadores y en una observación minuciosa exenta de presupuestos, la interpretación iconográica del decorado cerámico toma una dimensión totalmente diferente, bastante más convincente y útil para la relexión. Portadores de conceptos simbólicos esenciales, tinajas y ollas precolombinos no serán ya de ahora en adelante, considerados por el investigador de la misma manera. 12 Dos libros resultan de las 80 conferencias del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica. En primer lugar, unos cincuenta textos presentados en los quince simposios fueron reunidos en un grueso volumen de actas: “Antes de Orellana”, publicado concomitantemente con el presente libro. En segundo lugar, los nueve artículos de las conferencias magistrales son objeto de este texto, pero solamente después de haber sido sometidos anónimamente a una crítica realizada por cientíicos de alto nivel. Luego de estas evaluaciones, ocho de los nueve textos fueron retenidos, siendo el último rechazado por no responder a los criterios cientíicos requeridos. En su lugar, se propuso y se evaluó otro artículo. Aprovecho aquí para agradecer calurosamente a los evaluadores de todos los países que aceptaron la tarea cumpliéndola minuciosamente a pesar de los cortos plazos. Agradezco igualmente a Belém Muriel por la traducción de varios textos de esta selección. Finalmente, no puedo dejar de agradecer a mi laboratorio de origen ARCHAM, UMR 8096 del CNRS, por su apoyo para la realización de este volumen. Con cerca de 400 participantes (Figura 3), el 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica de Quito (del 8 al 14 de septiembre de 2013) no desmintió el éxito alcanzado por las dos primeras manifestaciones de Belém-do-Para (2008) y Manaos (2010) en Brasil. Además, el congreso no se limitó a las únicas conferencias dado que se dieron muchos eventos paralelos, los mismo que fueron organizados para la semana del encuentro. Hubo numerosos carteles cientíicos expuestos por congresistas, así como también cinco inauguraciones de exposiciones ligadas a la arqueología amazónica. Los museos arqueológicos de Quito, Cochasquí y de la ciudad de Coca en la Amazonía recibieron a los participantes. El evento fue también la oportunidad de publicar varios artículos y libros sobre la arqueología de la Amazonía ecuatoriana con el in de llenar un importante vacío en este campo. Algunos artículos fueron especialmente escritos para cinco revistas nacionales y ocho libros fueron lanzados. Los dos volúmenes de actas constituyen notables adjuntos a estas publicaciones. En el campo de la difusión, se realizó igualmente un documental de 30 minutos: “Arqueólogos”, incluyendo imágenes tomadas durante los tres últimos años en las excavaciones arqueológicas del proyecto interdisciplinario “Zulay” en el Pastaza así como también imágenes del congreso. Cabe señalar por otro lado, la presencia en el lugar mismo del evento, de artesanos indígenas: ceramistas Kichwa de Puyo, tejedores de cestería Waorani del río Curaray, pintor tradicional sobre piel de cabra del valle andino de Tigua, tejedores tradicionales de lana de la sierra. 13 Se debe recordar que este 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica fue dedicado a personalidades de alto nivel en la antropología que nos dejaron en el curso de estos últimos años: - Jim Petersen (1954-2005) desaparecido trágicamente hace cerca de diez años al iniciar una temporada de excavación en el medio Amazonas. Dejaría así un vacío indeleble en la comunidad. Fue nuestro colega, profesor, ami, hermano y muchos de nosotros le debemos más de un simple recuerdo. - Claude Lévi-Strauss (1908-2009) abrió el camino hacia una antropología moderna de la Amazonía al domesticar un pensamiento hasta ese momento salvaje. Todos, por uno u otro motivo, somos un poco sus herederos espirituales. - Neil Whitehead (1956-2012) desempolvó la etnohistoria de la Amazonía al confrontar un inmenso saber libresco con detalladas encuestas de campo. En el centro de las Guayanas, afrontó así, directamente a los Kanaimá, temidos “dark shamanes” que nos recuerdan un pasado hecho también de violencia. - Betty Meggers (1921-2012) puede ser considerada como la fundadora de la arqueología amazónica. Fue por todas partes de Amazonía, raspando el suelo y formando jóvenes investigadores. Aunque a menudo denigrada y frecuentemente contradicha, sus muy numerosos escritos y las escuelas Figura 3: Una parte de los congresistas del 3 er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica en septiembre de 2013, en una plataforma artiicial de cangahua (roca sedimentaria de origen volcánico) durante la visita del sitio arqueológico de Cochasquí al norte de la ciudad de Quito 14 intelectuales que fundó desde hace más de medio siglo, alimentan aún los apasionados y apasionantes debates. - Alain Testart (1945-2013) dejó trabajos etnográicos que fueron de gran inspiración para los arqueólogos y permanecerán durante largo tiempo como inevitable fuente de relexión. Si bien no fue América del Sur el centro de su investigación, Alain Testart se disponía a publicar un libro esencial sobre el doble continente llamado “De Cahokia a Chanchán”. - Quisiera igualmente dedicar este libro a un sexto investigador recientemente desaparecido. Se trata de Jean Guffroy (1949-2013) a quien le gustaba deinirse como “un espíritu libertario preconizando el amor del alegre saber”. Dedicado más bien a la arqueología de los Andes septentrionales, fue sin embargo igualmente el instigador del proyecto “Zamora Chinchipe” en alta Amazonía ecuatoriana, el mismo que permitiría el descubrimiento del excepcional sitio Formativo de Santa Ana/La Florida y la puesta en evidencia de la gran antigüedad del cacao en la región. Queda solo una última pregunta: ¿Por, qué se escogió a Quito como sede del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica? Desde un punto de vista histórico, Quito fue la ciudad al origen del descubrimiento del mayor río del mundo. En efecto, el Amazonas es el río más grande del mundo con 6437 Km. de largo, pero también es el único río que fue descubierto desde su fuente hasta su desembocadura dado que Gaspar de Carvajal lo exploró desde Quito (Figura 4). En 1541, una expedición dirigida por Gonzalo Pizarro partió de Quito hacia la Amazonía en busca de oro y del “País de la Canela”. La expedición descendió hasta el Napo. Desde allí, un grupo de unos cincuenta hombres, entre los cuales se encontraba Gaspar de Carvajal quién contó esta epopeya en un famoso libro, bajo el mando de Francisco de Orellana, continuaría por el Amazonas hasta su desembocadura. Es por esta razón que el texto del Padre que cuenta este fantástico viaje desde Los Andes hacia el este hasta el océano Atlántico menciona que “Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas”. Desde el momento en que se dio este descubrimiento geográico esencial, la Amazonía ha revelado numerosos secretos insospechados. Hallazgos, algunos de ellos, que son resultado de recientes investigaciones arqueológicas o interdisciplinarias y que han cambiado radicalmente la visión que teníamos del pasado precolombino del bosque tropical más grande del mundo. Muchas de las innovaciones técnicas primordiales, de los fenómenos sociales esenciales y de las creaciones artísticas únicas no provinieron, como se piensa aún con demasiada frecuencia, de Los Andes ni tampoco de la costa del Paciico, sino de las tierras tropicales bajas de la Amazonía. La arqueología ha comprobado recientemente el rol esencial que esta cumpliera en el pasado en el desarrollo humano de América del Sur. 15 Figura 4: Primer mapa del Amazonas, de Quito al Océano Atlántico y que ha sido durante largo tiempo atribuido al Jesuita quiteño Alonso de Rojas. No tiene fecha segura pero coincide con la llegada de los portugueses capitaneados por Pedro de Texei- ra en 1638. Más recientemente, varios investigadores concuerdan en estimar que el mapa fue en realidad trazado por el Jesuita Cristóbal de Acuña para el Rey en 1642, luego de la expedición por el Amazonas (Mis agrade- cimientos van para el historiador Octavio Latorre por sus preci- siones) 16 Este bosque tiene hoy un papel central en la investigación cientíica, en la búsqueda de recursos vitales y en el estudio de futuro de la humanidad. Conocedores de que el conocimiento del pasado es esencial para construir el futuro, esperamos que el 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica haya contribuido de manera efectiva a este esfuerzo. 1 Mario Benedetti “Te quiero” 1956. 2 Uno de los ejemplos más estrafalarios de esta sobre explotación es la leyenda que sostiene que las escamas iridiscentes azul intenso de la mariposa Morpho servían antes para la tinta de los billetes de Dólar para así evitar la falsiicación. Esta historia, probablemente falsa, habría nacido en Guayana francesa en la época en que los prisioneros cazaban abundantemente estas mariposas para venderlas a los coleccionistas. De cualquier manera, es verdad que el año pasado, una empresa canadiense propuso reproducir la red microscópica de nano huecos de escamas que provocan la difracción de la luz y releja ese azul tan particular de la Morpho, volviendo así infalsiicable los billetes de banco. 3 Se debe apuntar que esta reorientación de la arqueología hacia una voluntad resueltamente interdisciplinaria en los años 90 va acompañada por una cierta forma de divorcio de la antropología. La culpa fue verdaderamente compartida. Por una parte, la antropología se orientaba lentamente hacia interrogantes poco compatibles con las problemáticas arqueológicas. Por otra parte, la arqueología había tomado muy fácilmente datos etnológicos sin cuestionarlos a in de utilizarlos según un comparatismo bruto – en todos los sentidos del término. Felizmente, llegó el in de esta separación puesto que, a semejanza de la cooperación con las ciencias de la naturaleza, perspectivas comunes renacen entre la arqueología y la etnología. La presencia notable de antropólogos durante el 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica y en este documento, es la prueba lagrante del resurgimiento de interrogantes compartidas entre las dos disciplinas. 4 Un ejemplo ediicante de esta vuelta a evaluar del rol de la Amazonía en el doblamiento precolombino de América del Sur es el excelente libro de referencia Handbook of South American Archaeology publicado en 2008 y en el cual olos editores Helaine Silverman y William H. Isbell escogieron deliberadamente vestigios de las culturas de las tierras bajas a in de ilustrar la portada del la obra: una vasija antropomorfa Zenú de Colombia, una urna funeraria Aristé de Guayana francesa, un modelado zoomorfo Barrancoide de Venezuela, un adorno labial de concha Arauquinoide de Suriname y, diluido en transparencia, un textil Inca. Se puede imaginar fácilmente que apenas diez años antes, la misma portada habría destacado a las culturas serranas de los Andes con una vista de Machu Picchu o un pendiente de oro Calima. 17 Participante al 3 er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica (fotografía Heiko Prümers) “Hubo un tiempo en el que los historiadores se concentraban en especia- lidad, al igual de los ilósofos o los sociólogos; lo que hoy se da en llamar ciencias diagonales, es invasión e interpenetración de disciplinas que buscan iluminarse recíprocamente, no existían en nuestra realidad intelectual có- moda y agradablemente compartimentada.” (Julio Cortázar “Clases de literatura” 2013: 293) 18 19 ¿Existen acaso paisajes amazónicos? Philippe Descola Collège de France, Paris A los arqueólogos les gusta mucho la palabra “paisaje”. Aún a aquellos que se dedican al estudio de la Amazonía y que conjuntamente con los especialistas de antropología ambiental y de ecología histórica, han puesto en relieve que la selva amazónica, lejos de ser, como se pensaba antes, un enorme pedazo de naturaleza virgen, a la cual las poblaciones nativas a duras penas tuvieron que adaptarse, era en realidad un medio profundamente transformado durante milenios a través de la manipulación de las plantas y de la gestión de la fauna. Este cambio de perspectiva, desde una naturaleza determinista hacia una naturaleza profundamente humanizada, constituye sin dudas, un considerable progreso en la inteligibilidad de las interacciones complejas entre humanos y no-humanos en esa parte del mundo tropical. Sin embargo, cabe preguntarse si la noción de paisaje describe adecuadamente el proceso de antropización sufrido por los ecosistemas amazónicos y si no sería preferible restringir el término ‘paisaje’ a ocurrencias de transformación ambiental, que también existen en la Amazonía indígena, y que tienen como meta hacer representar globalmente a un sitio una realidad distinta de su función inicial. A in de responder a esta interrogante, es necesario volver a aquello que el término “paisaje” conlleva, descartando así ciertas acepciones a nuestro parecer poco productivas. Dos de estas en particular, conducen a un impasse. La primera, a la cual podemos llamar “extensionista” se distingue de la signiicación tradicional del paisaje para abordarlo en un sentido más abarcador y que no tiene ninguna relación con su deinición especializada, la misma que se construyó en Europa a partir del Renacimiento, como una representación pictórica o literaria de un pedazo de pais. Esta universalización puede operarse de diversas maneras. La más común en las ciencias sociales considera al paisaje como resultado del trabajo humano sobre el entorno, un fenómeno objetivo que puede ser estudiado en todo lugar, siguiendo la vía abierta por la geografía humana. Este uso, adoptado por los arqueólogos y los antropólogos, no retiene nada interesante de las denotaciones iniciales del término, imponiendo además, una concepción dualista del medio ambiente – un substrato físico socializado por acciones humanas – que violenta la manera en la cual la mayor parte de las civilizaciones no modernas aprehenden los lugares que habitan. Otra forma de universalización de la noción de paisaje es aquella que toma al término en su acepción más loja, como es la del espacio aprehendido por un sujeto; y, dado que todo humano tiene una aprehensión subjetiva del 20 espacio, resulta que existen tantos paisajes como individuos, de tal manera que no podemos decir gran cosa del paisaje en general. Estas maneras de romper con la acepción del paisaje no son nada productivas, ya sea porque no respetan la originalidad de la noción, tal cual se desarrolló inicialmente en Europa, o al contrario, porque no respetan las particularidades de las sociedades no europeas a las cuales se aplica. La otra acepción del paisaje, que podemos denominar “intencionista” es más iel a la concepción del paisaje inspirada por la historia del arte. Por ende, exige indicios explícitos de presencia de un esquema paisajístico – palabras, enunciados, iguraciones, creaciones o acondicionamientos de sitios – arguyendo, justamente, que no se puede acceder de otra forma a la sensibilidad del otro. Pero, esta actitud razonable tiene como inconveniente, al proponer criterios a priori, el de impedir toda investigación sobre el paisaje. Me parece más interesante privilegiar una tercera vía; la cual se apoya en la idea de que si se busca explotar el rasgo más interesante de aquello a lo cual la noción de paisaje hacía referencia en un inicio, es necesario asociar esta noción, en menor grado a objetos constituidos – cuadros, jardines, medios acondicionados – sino más bien al proceso mismo, por medio del cual estos objetos están constituidos en paisajes, proceso que podemos deinir como “transiguración”. La transiguración es un cambio de apariencia deliberado al inal del cual un sitio se vuelve un signo de otra cosa que lo que es, revelando así lo que potencialmente contenía. Este proceso puede realizarse in situ, cuando se trata del acondicionamiento de un lugar, o in visu, por medio de la elaboración de un esquema visual que organiza la iguración concreta y que sirve de iltro a la mirada. En todos los casos, para que haya paisaje, es necesario que este funcione en su globalidad, y más allá de sus otros usos posibles – utilitarios, recreativos, religiosos –, como una representación icónica de una realidad diferente de aquella de la cual este es la realización material. ¿Cómo identiicar huellas de este proceso, allí en donde no existen ni pintura de paisaje ni jardines de recreo? Para ello, se debe proceder a una doble ampliación: de la transiguración in visu, para así incluir otras formas de representación mimética del mundo además de aquellas reconocibles en la pintura de paisaje convencional; de la transiguración in situ, a in de incluir formas de creación de ecosistemas que se alejan de los cánones del arte de los jardines. En este artículo, trataré únicamente sobre este segundo aspecto. Una pista en particular parece prometedora en lo que tiene que ver con la ampliación de la transiguración in situ: el simbolismo de las huertas. Podemos convenir sin diicultad que los jardines de recreo constituyen una expresión legítima de transiguración in situ que desemboca en formas más o menos extensivas de acondicionamiento del paisaje, mientras que se tendía a considerar a las huertas de subsistencia como carentes de cualquier función que no fuera sino la utilitaria. Ahora bien, dista de ser este el caso y es lo que buscaré mostrar con ejemplos de 21 huertas amazónicas. Como todas las huertas de policultura tropicales, las huertas amazónicas combinan dos rasgos característicos que brindan materia fértil a procesos de transiguración: por una parte se trata de rozas, es decir que vuelven ostensible la relación entre la vegetación cultivada y la capa forestal que ha reemplazado; relación que se presta a juegos de escala y modulaciones complejas de la relación entre lo espontáneo y lo controlado; por otra parte, hacen coexistir en una misma parcela un gran número de especies y variedades, de manera que cada plantón exige un trato individualizado. Examinemos primero este último. En el caso de la policultura de cultígenos multiplicados por vía vegetativa, el trabajo de jardinería se muestra como una empresa de emparejamiento y asociaciones entre individuos vegetales singularizados cuya combinación debe conformar un colectivo armonioso. Al contrario de la imagen heroica del cultivador de cereales, el horticultor es aquí un compositor que junta vegetales buscando su convivencia. Esta relación personalizada toma particular realce en el hecho de que la mayoría de las plantas cultivadas en las rozas de policultura son tubérculos de reproducción vegetativa, es decir clones que se perpetúan gracias a la operación individual de reproducción de plantas con esquejes realizada por el hombre. La descendencia de cada plantón en una línea de organismos genéticamente idénticos se opera entonces por una relación continua con un humano, quien viene de forma periódica para actualizarla. Examinemos ahora el primer rasgo de las huertas tropicales, a sabiendas que a primera vista se presentan como la substitución de una capa vegetal espontánea por una capa vegetal controlada por los humanos. En realidad, la relación entre la selva y la huerta es más compleja que lo que, para un observador no informado, parece reducirse a la conquista de un espacio natural por la civilización agrícola. Tal oposición entre lo salvaje y lo doméstico no tiene ningún sentido en la horticultura de roza tropical, por dos razones complementarias. La primera es que en el curso de los milenios, la selva ombróila ecuatorial fue afectada profundamente por la acción de los humanos, de tal suerte que esta es en parte antropogénica: la horticultura y la silvicultura se completan, tanto en las técnicas empleadas como en los resultados obtenidos. La segunda razón tiene que ver con el hecho de que la huerta reproduce a escala reducida la estructura escalonada de la selva, una estratiicación que disminuye los efectos destructores, en suelos por lo general mediocres, de la insolación y del lavado. La distinción entre la roza de policultura y la selva en la cual se ha desbrozado, es entonces “porosa”, por un lado dado que la selva puede ser vista como una macro-huerta y por otro, ya que la huerta puede ser vista como una micro-selva. No deseo entrar aquí en la discusión técnica de estas dos propuestas que ya han provocado en el transcurso de los últimos años múltiples controversias. Me contentaré con las dos airmaciones siguientes. Primero, a propósito del hecho de que la selva puede ser vista como una macro-huerta: todos 22 los trabajos de etnoecología llevados a cabo en la Amazonía en el curso de los treinta últimos años, incluidos los míos, pusieron en evidencia diferentes tipos, a menudo combinados, de manejos intencionales hechos por Amerindios, de especies silvestres de árboles frutales y palmeras, en las huertas mismas, en un área periférica a una o dos horas de camino alrededor de los sitios de hábitat – la cual forma una especie de vergel disperso en la selva – y en los barbechos y los sitios de hábitat abandonados 1 . Esta coniguración común a toda la Amazonía indígena y bautizada por William Denevan y Christine Padoch 2 como swidden-fallow agroforestry, es admitida por la comunidad cientíica y constituye una alternativa más verosímil para deinir la antropización de las formas vegetales, que la idea a veces sostenida por ciertos investigadores de bosques antropogénicos, que habrían sido plantados y gestionados intencionalmente. Por otra parte, en lo concerniente al hecho de que la huerta es como una imitación de la selva desde un triple punto de vista – sistémico, estructural y funcional –, una idea en un inicio defendida por Clifford Geertz 3 y que fue igualmente criticada, podemos decir dos cosas. Primero que es poco probable que los pueblos cuyas huertas reproducen ciertas características de la selva ombróila hayan buscado deliberadamente copiar un ecosistema generalizado del cual comprendieran los mecanismos y las ventajas, para así trasladarlo a su sistema hortícola. Al in de cuentas, el mismo Geertz nunca pretendió que los horticultores tropicales tuvieran la intención de reproducir en sus huertas las características ecosistémicas de la selva sobre las cuales atrajo la atención – la diversidad especíica, la estructura estratiicada y el reciclado interno de los nutrimientos. Lo único que podemos decir luego de él, es que existe una continuidad estructural entre la huerta y la selva, puesto que tanto la una como la otra funcionan siguiendo principios ecológicos similares. Continuidad que se explica por el hecho de que, en el curso del periodo de varios milenios durante el cual los horticultores domesticaron los principales cultígenos tropicales, paulatinamente perfeccionaron técnicas de manejo del vegetal que no diferían en nada en cuanto a su principio de aquellas que se empleaban en el manejo de los recursos silvestres, especialmente el mantenimiento selectivo de ciertos plantones cuyo crecimiento bajo capa forestal favorecían. Horticultura de quema roza y agroforestería son dos aspectos de un mismo proceso de manejo de las plantas; de ahí que en lugar de preguntarme si la huerta imita a la selva o no, me parece más interesante examinar las relaciones de analogía explícitamente formuladas por los Amerindios entre estos dos ecosistemas. Por falta de tiempo, tomaré pocos ejemplos, empezando por los Achuar de la Amazonía ecuatoriana. En el caso de los Achuar, sin duda alguna se percibe y trata a la selva como a una gran huerta y las huertas son plantadas de tal manera que parezcan, en su disposición, composición y estructura, a selvas en miniatura. Examinemos estos dos puntos. 23 La selva como macro-huerta Si para los Achuar la selva toma la apariencia de una gran plantación, no se debe al hecho de que ellos mismos la cultiven como huerta, sino porque saben bien que sus actividades propiamente hortícolas – sobre todo el trasplante en sus huertas de unas cuarenta especies silvestres – tienen un efecto a largo plazo en la itosociología de la selva en las zonas regularmente rozadas. Los Achuar practican una horticultura pionera, es decir que no abren nuevas rozas en barbechos recientes, pero más bien en los bosques antiguos de rebrote que pudieron haber sido explotados hace tres o cuatro generaciones y que reconocen precisamente por la abundancia de especies silvestres útiles. En vista de la baja densidad humana y del hábitat muy disperso, el dominio de esta antropización de la selva permanece limitado, aunque bastante suiciente como para ser percibido por una población atenta a los caracteres distintivos de la selva que explota, tanto para la alimentación (unas cincuenta especies) como para otros usos (farmacopea, herramientas y armas, leña, madera para ser trabajada, etc.) y en donde se conserva durante algunas décadas la memoria de los lugares de hábitat abandonados. En un radio de una decena de kilómetros desde la casa, la selva es así comparable a un gran vergel que mujeres y niños visitan de tiempo en tiempo para allí hacer paseos de recolección, recoger larvas de palmera o pescar con (barbasco) en los riachuelos y pequeños lagos. Se trata entonces de un una areaárea conocida íntimamente, en la cual cada árbol y palmera que da frutos es periódicamente visitado en estación; durante este período, no existe casa achuar en la que no se coma a diario frutos silvestres. En la medida en que esta antropización, aunque visible, no sea producto de una acción planiicada, es en cierto modo reconocida solo en segundo grado por los Achuar: la selva fue de hecho sembrada de manera intencional, pero por un espíritu que responde al nombre de Shakaim y cuya función principal es aquella de guiar a los hombres en sus actividades de roza. Se representa a Shakaim como el esposo o hermano de Nunkui, espíritu femenino que vela las huertas; mientras que Nunkui rige las plantas cultivadas, Shakaim es el jardinero de las plantas silvestres. En su calidad de tutor de los vegetales de la selva, Shakaim visita a los hombres durante sus sueños y les indica los mejores lugares para abrir nuevas huertas puesto que es él, quien conoce mejor cuáles son las tierras fértiles, en dónde las plantas que cuida brotan con exuberancia. La huerta como micro-selva Al estar sembrada y cuidada por un espíritu, la selva al igual que sus huertas, no es tampoco un espacio salvaje para los Achuar. Es por esto que no les resulta nada difícil mirar esta continuidad ya sea desde uno u otro extremo y considerar igualmente a sus huertas como bosques en miniatura, es decir, como plantaciones análogas a aquellas de Shakaim, pero cuyo cuidado y responsabilidad les corresponde. El parecido es patente: tanto desde 24 el punto de vista de la diversidad y de la mezcla de las especies (unos sesenta cultígenos repartidos en aproximadamente 130 variedades) como de la estructura escalonada de la vegetación, las analogías entre los dos ecosistemas son claras, puesto que plantas de origen silvestre se hallan en las huertas y que plantas, en otro tiempo aclimatadas en las huertas, subsisten en la selva en antiguos barbechos. Sería entonces absurdo hacer del contraste entre huerta y selva como una oposición entre doméstico y salvaje; cuando los Achuar abren una roza, reemplazan plantaciones de un espíritu que imita una huerta por plantaciones humanas que imitan a la selva. Por lo demás, tanto el placer maniiesto que sienten los Achuar al multiplicar en sus huertas el número de cultígenos y cultivares como el deseo de tener en ellos la mayor cantidad posible de especies silvestres es en menor grado el resultado de un imperativo práctico que aquel de un gusto pronunciado por la diversidad vegetal, el mismo que es comparable con una especie de satisfacción estética de la colección de plantas, una disposición común a los jardineros de otras partes del mundo. Resumiendo, la diversidad vegetal de las huertas achuar, sin duda una de las más altas en la cuenca amazónica, no es estrictamente funcional y podemos creer que tiene que ver con el simple deseo de emular a otra escala la diversidad lorística de la selva. La huerta evanescente Los Achuar ven a las plantas cultivadas como personas dotadas de una interioridad a las cuales se pueden dirigir conminaciones y con las cuales se pueden comunicar durante los sueños; personas que viven en familia, cooperan y entran en conlicto, de tal manera que la huerta constituye una microsociedad vegetal en el sentido literal, un colectivo de gente frondosa con el cual los humanos deben convivir en buenos terminostérminos. Las plantas de la huerta están bajo la jurisdicción de un espíritu femenino, Nunkui, que las creó en el pasado, y es solo con su acuerdo, que los humanos pueden ocuparse de ellas y siempre de manera temporal. En efecto, un mito de origen cuenta que al término de una primera creación de las plantas cultivadas, el espíritu Nunkui, descontenta por el comportamiento de los humanos, las hizo desaparecer. Les modalidades de esta desaparición de las plantas divergen según las variantes de este mito en los distinctosdistintos grupos jivaro. En una variante shuar recogida por Michael Harner, las plantas cultivadas son tragadas por la tierra, al mismo tiempo que los senderos abiertos en la selva 4 . En otras variantes shuar y aguaruna, las plantas cultivadas se transforman en plantas salvajes; una variante aguaruna recogida por Brent Berlin es notable desde este punto de vista, pues enumera precisamente las contrapartes silvestres de los veintidós cultígenos mencionados 5 . En las variantes achuar del mito, no hay desaparición sino disminución gradual del tamaño de las plantas cultivadas. Sin embargo, ya sea su destino el de desaparecer completamente, 25 de metamorfosearse en plantas silvestres o volverse minúsculas, las plantas cultivadas por los pueblos jivaros, están siempre bajo la amenaza de la maldición de Nunkui. En efecto, el modo de reaparición de las plantas, luego de la catástrofe inicial, es poco explícito. En las glosas achuar, se hace referencia de forma alusiva a la compasión de Nunkui, quien se decide a devolver a los humanos algunos granos y esquejes a in de que puedan volver a sembrar nuevas huertas. Pero este acto de bondad se combina con un corolario: en adelante, habrá que trabajar duro para mantener esta herencia vegetal transmitida de generación en generación. Conirmado por la mitología, el desvanecimiento de las plantas cultivadas es un escenario que puede volver a repetirse en el presente. La experiencia de la huerta abandonada le da un fundamento empírico que refuerza las enseñanzas del mito. En efecto, los principales cultígenos desaparecen rápidamente en el barbecho, tomados por la vegetación que rebrota y por las especies silvestres trasplantadas, fenómeno bien conocido por los Achuar, que regresan regularmente en los barbechos recientes para recoger frutos. La desaparición de las plantas cultivadas por los humanos y su reemplazo por las plantas cultivadas por Shakaim, son para ellos, experiencias comunes que vienen a conirmar la posibilidad de la catástrofe inaugural relatada en el mito de Nunkui. ¿Cuáles son las consecuencias de esta génesis mítica desde el punto de vista de la huerta como paisaje? Es lícito, en efecto, ver la huerta achuar bajo este aspecto puesto que igura en miniatura una selva análoga de aquella que la rodea, y en este sentido, es verdaderamente una transiguración in situ, no tanto de un pedazo de país sino de un tipo de ecosistema. Pero es un paisaje de un género particular puesto que los componentes de esta selva en miniatura – las plantas cuyo uso Nunkui concedió a los humanos – se encuentran bajo la amenaza constante de volverse silvestres, como en la variante aguaruna del mito, transformándose, a contracorriente del proceso inicial de transiguración, en un doble silvestre. El paisaje está entonces aquí expuesto a desaparecer en todo momento, es decir a volverse nuevamente el referente del cual él es el signo icónico; así, está siempre a punto de perder, con su función de signo, su carácter de paisaje al fundirse con aquello que debe igurar. Lejos de manifestarse como una oposición entre naturaleza y cultura, la relación de la huerta con la selva se presenta como una relación amenazada de confundirse entre una representación y aquello que representa; ciertamente, una relación de transiguración in situ, pero siempre reversible. En este sentido, podemos hablar de un paisaje metamórico, lo que corresponde bien al estatuto de la representación en una ontología anímica como es la de los Achuar. Lo característico de una ontología anímica, es en efecto, que permite la metamorfosis, es decir el vuelco entre el punto de vista de la subjetividad interna y el punto de vista de la forma corporal. La huerta, espacio cultivado por los humanos gracias a las plantas del espíritu Nunkui, es una imagen de la selva, espacio 26 cultivado por el espíritu Shakaim, el mismo que ve la huerta de los humanos como una selva que invade sus plantaciones. La metamorfosis es entonces aquí, un juego de perspectivas: la huerta que vuelve a ser selva para los Achuar, es una selva que vuelve a ser huerta para los espíritus. Pero hay más aún. En principio, la huerta es un espacio de consanguinidad, y esto por tres razones. Primero, porque que se halla en el centro del espacio doméstico de cada casa en donde, por el hecho de ciertas propiedades del sistema de parentesco dravidiano propio de la Amazonía, las relaciones de ainidad son borradas a favor de las relaciones de consanguinidad: la casa y la huerta son lugares idealmente consanguíneos. Luego, porque la huerta es un espacio femenino y que la manipulación de la terminología de parentesco y del sistema de las actitudes desemboca en una asociación entre las mujeres y la sociabilidad consanguínea. Finalmente, porque las plantas cultivadas por las mujeres son vistas como sus hijos y que los Achuar consideran la maternidad como la relación de consanguinidad por excelencia. Y sin embargo, la planta-hijo más común en una huerta, la yuca, es también la más peligrosa, pues tiene la fama de chupar la sangre de los humanos. Ahora, la yuca maniiesta así una actitud predatoria que es característica, no de la esfera de la consanguinidad propia de las mujeres, sino más bien de las relaciones de ainidad ideal que los hombres mantienen en la selva con otros hombres, por razones de guerra, y con animales, por razones de caza. Por lo demás, al chupar la sangre de los niños humanos, los plantones de yuca no hacen sino vengarse del trato que sus madres les dan, puesto que son ellas las que alimentan a sus hijos humanos con el cocido de mandioca. Este devorarse entre ellos de niños humanos y vegetales hace que la consanguinidad de la huerta sea en realidad una paradoja. Es esta paradoja la que expresa la huerta como paisaje, es decir el hecho de que la imagen en miniatura de la selva que propone esté bajo la permanente amenaza de desaparecer y entonces de confundirse con aquello que supone igurar. Dado que, en su calidad de signo, la huerta es en verdad un objeto material cuya creación y perpetuidad se rigen por el cuidado de las mujeres, es decir que atañe a la consanguinidad doméstica, pero está tambientambién, por medio de la mandioca caníbal omnipresente, contaminada por los valores de ainidad predatoria que rigen en el espacio forestal que representa: la huerta es entonces a la vez una representación plenamente icónica de un lugar, la selva, y bajo ciertos aspectos al menos, una actualización real de este lugar. Examinemos ahora más brevemente, el simbolismo de las huertas en las sociedades del noroeste amazónico, más precisamente el caso de los Yukuna, los Makuna y los Miraña 6 . Como en el caso de los Achuar, las plantas cultivadas fueron creadas por héroes míticos y desaparecieron una primera vez antes de estar disponibles nuevamente y de existir en calidad de personas, deinidas como consanguíneas de las mujeres que de ellas se ocupan. Para los Yukuna y los Makuna, la génesis mítica de las plantas 27 cultivadas provee el modelo de su disposición en la huerta, la misma que reproduce además la disposición de lugares en la maloca. Esta se halla organizada siguiendo una serie de contrastes entre masculino y femenino (según el eje este-oeste), aines y consanguíneos y mayores y menores (según diversos grados del eje norte-sur), ceremonial y doméstico (oposición entre centro y periferia). La huerta está estructurada a partir de las mismas categorías: una parte anterior masculina y una parte posterior femenina, un centro ritualizado y una periferia profana. Además, hay mitos que asocian la coca a un hueso, elemento masculino, de manera que se puede ver a la huerta como un cuerpo humano o animal: al centro los plantones de coca forman el esqueleto, rodeado por matorrales de mandioca que simbolizan la carne y la sangre. De tal modo que, en su composición actual, las huertas yukuna y makuna relejan a la vez las operaciones míticas que las constituyeron y la organización de las relaciones sociales en la maloca. También en el caso de los Miraña, la coca está sembrada al centro de la huerta en ilas paralelas, equiparadas a la columna vertebral de la huerta, lo que conirma el simbolismo del esqueleto asociado a la coca. Los Miraña dicen, además, que cada planta cultivada está lanqueada por uno o varios maestros que velan por ella, en su mayoría espíritus ‘castigadores’ – generalmente insectos que pican o dan urticaria – que castigan a los humanos enviándoles enfermedades si se comportan mal en las huertas. En la medida que la huerta miraña es una vasta metamorfosis del cuerpo del demiurgo, comprendemos que este último busque vengarse si se maltrata a las plantas que de él provienen, coniando esta misión a los espíritus maestros de cada especie: el paralelismo es patente entre la huerta vista por los humanos como el cuerpo del héroe creador y el cuerpo humano visto por el héroe creador como una especie de huerta en la cual puede soltar a sus insectos devastadores. Finalmente, para los Miraña como para los Yukuna y los Makuna, es imperativo negociar con los espíritus de la selva el permiso para abrir una roza, tarea que corresponde al shamán del grupo local; dado que todos los elementos del mundo, todos los seres, todos los sitios, tienen un maestro con el que se debe contar al emprender actividad alguna. Abrir un claro para una huerta es invadir el dominio de los espíritus que controlan la lora silvestre, empresa llena de riesgo y que, por ende, no puede hacerse sino con su consentimiento. En cuanto a los Miraña, el paralelo con los Achuar es todavía más patente; como lo escribe Dimitri Karadimas “la selva no es en realidad sino una ‘plantación’ bajo la responsabilidad de un maestro” 7 . De hecho, la selva alejada de la maloca es un espacio peligroso, bajo la jurisdicción de espíritus predatorios que protegen a los animales y a los árboles de los cuales se alimentan y que cazan los humanos; puede ser tomada como la huerta de los animales y algunas especies cultivadas son por otra parte consideradas como variantes humanizadas de plantas silvestres provenientes de la huerta de los animales. Resumiendo, cuando los Miraña abren una roza en la selva profunda, destruyen una parte de 28 la huerta de los animales y para apaciguar su furia se ofrece coca a sus maestros. En conclusión, vemos que en estas cuatros sociedades amazónicas, la huerta es siempre una transiguración: de la selva, del cuerpo de un demiurgo o de una casa microcosmo concebida como un organismo. En todos los casos, la relación entre la huerta y la selva, o entre las plantas cultivadas y las silvestres, no se expresa bajo forma de una oposición entre la naturaleza y la cultura, o entre lo doméstico y lo salvaje, pero bajo las formas de una serie compleja de metamorfosis en las cuales se transforman personas en plantas, cuerpos divinos se transforman en huertas, cuerpos humanos son tratados como plantas, animales se revelan ser vegetales; en in, un movimiento de vaivén permanente entre macrocosmos y microcosmos, entre tipos de ecosistema y entre categorías ontológicas, movimiento que ofrece un vistazo de la riqueza del pensamiento que las poblaciones amazónicas desarrollaron a propósito de los intercambios entre comunidades bióticas. Cuadro n° 1: Transiguraciones de jardines amazónicos ¿Podemos hablar aquí de paisaje? Si entendemos por ello la transiguración de un sitio acondicionado de tal manera que constituya un signo icónico de una realidad distinta de su función ostensible, entonces, no cabe duda que las huertas de estas cuatro poblaciones son paisajes. La idea 29 de transiguración está maniiesta en todos los casos. En el caso de los Achuar como en el de los Miraña, constatamos además una atenuación de la distancia entre el signo y el referente que hace de la huerta un paisaje ambiguo. En lo correspondiente a los Achuar, la plantación de un espíritu que imite una huerta es reemplazada por plantaciones humanas que imitan a la selva, pero estas plantaciones se hallan bajo la amenaza constante de una desaparición si las cultivadoras disgustan al espíritu de la huerta, desaparición que llegará a producirse de todas formas cuando la huerta será abandonada y la distinción entre la imagen y lo que esta representa hayan desaparecido; la huerta habrá entonces perdido su función de paisaje puesto que habrá vuelto a ser una verdadera selva. En el caso miraña, las plantaciones de espíritus que imitan a una huerta están reemplazadas por plantaciones humanas que provienen del cuerpo de otro espíritu, pero aquellos que las siembran están bajo la amenaza constante de ver su cuerpo tratado como una huerta por los delegados de este espíritu, es decir desmembrado y cortado por las enfermedades a semejanza del cuerpo del demiurgo. Aquí también, la ambigüedad domina: la transiguración inicial se paga con el riesgo de ver a los humanos transigurarse ellos mismos en contra de su voluntad, llegando así al hecho de que sean los productores de signos los que se vuelvan signos de aquello que habían representado al ediicar sus huertas. No cabe duda para mí de que esas formas sutiles de paisaje que las poblaciones nativas de la Amazonía han sabido crear con sus huertas resultan más interesantes que lo que nosotros, antropólogos y arqueólogos, llamamos “paisajes” en el sentido general de un ecosistema antropizado. Y como el tipo de transiguración in situ que esas huertas realizan también es común en otras partes del mundo tropical en donde no existe ninguna tradición de representación pictórica de paisajes 8 , el campo de investigación comparativa que esa perspectiva abre es inmenso. Traducción de Belém Muriel Bibliografía Berlin, Brent, 1977. Bases empíricas de la cosmologia aguaruna jibaro, Amazonas, Peru, Berkeley, University of California, Studies in Aguaruna Jivaro Ethnobiology, Report n°3. Geertz, Clifford, 1963. Agricultural Involution: The Process of Ecological Change in Indonesia, Berkeley & Los Angeles, University of California Press. 1 Cf., entre los trabajos pioneros en la Amazonía: Balée, William. 1989. “The Culture of Amazonian Forests”, Darrell A. Posey & Balée William (bajo la dirección de), Resource Management in Amazonia: Indigenous and Folk Strategies. Bronx, 30 New-York, The New York Botanical Garden: 1-21; Descola, Philippe, 1986. La nature domestique. Symbolisme et praxis dans l’écologie des Achuar, Paris, Editions de la Maison des Sciences de l’Homme; Frickel, Protásio. 1978. “Areas de arboricultura pré-agrícola na Amazônia: Notas preliminares”, Revista Antropológica 31(1): 45-52; Harris, David. 1971. “The ecology of swidden cultivation in the Upper Orinoco rainforest, Venezuela”, The Geographical Review vol. 61, n° 4: 475-495; Hödl, Walter, & Jürg Gasché. 1981. “Die Secoya Indianer und deren Landbaumethoden (Rio Yubineto, Peru)”, Sitzungsberichte der Gesellschaft Naturforschender Freunde zu Berlin 20-21: 73-96. 2 Denevan, William M., & Christine Padoch, eds. 1987. Swiden-Fallow Agroforestry in the Peruvian Amazon. Bronx, New York, New York Botanical Garden. 3 Clifford Geertz. 1963. Agricultural Involution: The Process of Ecological Change in Indonesia, Berkeley & Los Angeles, University of California Press. 4 Michael Harner., 1972. The Jivaro: People of the Sacred Waterfalls, University of California Press, 1972: 72-75. 5 Brent Berlin. 1977. Bases empíricas de la cosmologia aguaruna jibaro, Amazonas, Peru, Berkeley, University of California, Studies in Aguaruna Jivaro Ethnobiology, Report n°3. 6 Para los Yukuna, ver van der Hammen, Maria Clara. 1992. El manejo del mundo. Naturaleza y sociedad entre los Yukuna de la Amazonía colombiana. Bogotá, TROPENBOS, Estudios en la Amazonía Colombiana; para los Makuna, ver Cayón, Luis 2002. En las aguas de Yuruparí. Cosmología y chamanismo Makuna. Bogotá, Ediciones Uniandes; para los Miraña, ver Karadimas, Dimitri. 2005. La raison du corps. Idéologie du corps et représentations de l’environnement chez les Miraña d’Amazonoie colombienne. Louvain-Paris, Editions Peeters, Langues et sociétés d’Amérique traditionnelle. 7 Op. cit., p. 341. 8 Solo para la Melanesia, los estudios son numerosos; véase, por ejemplo, Bonnemaison, Joël. Les fondements géographiques d’une identité. L’archipel du Vanuatu. Essai de géographie culturelle. Livre I. Gens de pirogue et gens de la terre, 1996, y Livre II. Les gens des lieux. Histoire et géosymboles d’une société enracinée: Tanna, 1997, Paris, Editions de l’ORSTOM; Malinowski, Bronislaw. 1965 (1935). Coral Gardens and their Magic. Bloomington, University of Indiana Press (1° édition: 1935); Panoff, Françoise. 1969. “Some Facts of Maenge Horticulture”, Oceania XL (1): 20- 31; Panoff, Michel. 1977. “Energie et vertu: le travail et ses représentations en Nouvelle-Bretagne”, L’Homme 17 (23): 7-21. 31 A rainforest cornucopia: the cultural importance of native fruits in Amazonia Nigel Smith Department of Geography, University of Florida, Gainesville When people irst stepped into Amazonia at least 20,000 years ago they found a cornucopia of fruits upon which to feast. The Amazon Basin embraces perhaps the greatest diversity of plants with edible fruits in the world, especially in the western part of the region. In the Pacaya-Samiria wetlands of the Peruvian Amazon alone over 100 wild fruits species are gathered by river dwellers (Smith et al. 2007). For the basin as a whole, perhaps as many as a thousand fruits are gathered in the wild, including forests, second growth, and savannas. A long association between people and plants bearing tasty fruits and nuts has led to a mosaic of anthropogenic forests. When hunters and gatherers roamed the region for thousands of years before ields were cleared for crops they deliberately or inadvertently enriched trails and campsites by tossing seeds on the ground. When people started cutting and burning forest to plant early food crops, such as manioc (Manihot esculenta), sweet potato (Ipomoea batatas) and cocoyam (Xanthosoma sagittifolium), some useful fruit trees were spared, especially palms (Smith et al., 2010). Furthermore, farmers recognized spontaneous seedlings of fruit trees and these were also spared and even encouraged by weeding around them. This process continues today all over the basin, and after the main crops are harvested, people still return to the second growth patches to harvest fruits. The line between wild and domesticated or managed plants in Amazonia is thus often blurred. After a century ago, the Swiss botanist Jacques Huber, who spent much of his career based out of the Museu Goeldi in Belém, Pará, Brazil, noted that it can be hard to designate a fruit tree as truly wild since so many are at various points along a continuum from wild to domesticated (Huber, 1904). Plant explorers and botanists in other parts of the Neotropics have long recognized the anthropogenic nature of forests. Over a century ago, Orator Fuller Cook, a botanist at the U.S. Department of Agriculture (USDA), suggested that the forests of Central America were not pristine (Cook, 1909). Rather they exhibited signs of being in various stages of regeneration following human disturbance. Wilson Popenoe (1920), a plant explorer who also worked for the USDA in the 1920s noted that some of the cultivated fruits had slipped in and out of domestication. Interestingly, one of the most prominent social anthropologists of the 20 th century, Claude Lévi-Strauss, picked up on the cultural dimensions 32 of so many Amazonian fruits because he liked to be in the ield and was attuned to natural history even as he delved into theoretical constructs of human behavior: “It is not always easy to distinguish between wild and cultivated plants in South America, for there are many intermediate stages between the utilization of plants in their wild state and their true cultivation.” (Lévi-Strauss, 1952). Some archaeologists have also suspected that the forests in many parts of tropical South America have been shaped by human hands. In the Sierra Nevada de Santa Marta in northern Colombia, for example, the woods cloaking some of the slopes and ridges of that mountainous region have been characterized as an “archaeological forest” (Oyuela-Caycedo, 2010). Another archaeologist, Michael Heckenberger, who has helped elucidate the prehistory of the Upper Xingu, captures the notion of anthropogenic forests succinctly: “The Xinguano landscape is a fully “saturated” anthropogenic landscape, with virtually no place that is not touched and molded by human hands” (Heckenberger, 2005: 251). A growing number of scholars familiar with the historical ecology of Amazonia consider most if not all landscapes in Amazonia as domesticated (Clement and Junqueira, 2010; Erickson, 2006). Plant domestication A number of different frameworks for analyzing plant domestication have been proposed with varying degrees of complexity (Bye, 1993; Clement, 1999; Clement et al. 2010; Pickersgill, 1969; Rindos, 1984; Ucko and Dimbleby, 1969). Some classiications only consider a crop domesticated when deliberate breeding has occurred, that is altering the genotype as well as the phenotype, whereas others consider a plant domesticated if it is simply cultivated. Furthermore, plant domestication is often seen as a linear progression from a wild plant to a fully domesticated crop with various stages in between. For the purposes of the present discussion, a relatively simple framework is adopted: wild, incipient domestication, incidentally co-evolved, and planted. Incipient domestication involves minor tending to plants that arise spontaneously as a result of human activity, especially seedlings in agricultural ields. Many cultivated fruits, such as several species of Inga, undoubtedly started out as weeds in ields planted to manioc and other crops. It is important to note, however, that when a plant is classiied as incipiently domesticated it does not mean that it will inevitably achieve the status of a crop with selection of varieties over time. In many cases, fruit and nut plants are “arrested” in the incipient domestication phase and do not progress along a path to full domestication. Incidentally co- evolved plants encompass species that exploit areas disturbed by humans, especially slashing and burning forests to create room for crop production. Carl Sauer (1952) was one of the irst scholars to suggest that crop 33 domestication occurred in the tropics earlier than in temperate regions. Fruit trees in the Amazon have been camp followers or deliberately planted for tens of thousands of years. Motives for plant domestication For a long time, people have assumed that the main motive for plant domestication was for food production. More recently, however, this notion has been challenged, especially with respect to domestication of cereals in the Levant, which were more likely cultivated in early times to make beer rather than bread. And the same may apply to at least some of the fruits in Amazonia. Several species with sweet, juicy mesocarps may have been gathered to produce fermented beverages rather than to eat the pulp. Fruit “wines” in Amazonia did not have to wait for the advent of pottery making some 8,000 years or so ago; containers for fermenting pulp mixed with water can be fashioned from wood, including bowls fashioned from the calabash tree (Crescentia spp.) and the bottle gourd (Lagenaria siceraria). Bowl-shaped depressions carved out of rock, usually thought to have formed when indigenous people polished stone axes, might also have been used to ferment beverages. A desire to alleviate one’s mood is universal, and fermented fruit juices were an early part of the diet in Amazonia as well. The fact that few Amazonian fruits today are fermented to make alcoholic beverages does not mean that such activity was uncommon in the past. With the advent of abundant and cheap supplies of sugarcane alcohol (aguardiente, cachaça) in the early colonial period, the convenience of potency of raw rum soon took hold. Today, many rural and urban folk take the potent distilled drink straight, or mix it with fruit juices; it is more convenient than brewing local fruit “wines”. Fruit trees that have slipped in and out of domestication Some fruit trees are repeatedly recruited from the wild, planted in home gardens or ields, and when the inhabitants move on, the forest returns and engulfs the cultivated perennials. In some cases, larger forms have been selected and maintained for a while, and when they are absorbed by the regrowth forest, a cline from small to medium or even large fruited forms are then found in the “wild”. Regrowth forests around former human settlements are thus often orchards. Over a century ago, the German ethnographer Theodor Koch-Grünberg sensed this reshaping of the vegetation while conducting ield work among indigenous groups in the Upper Rio Negro region of the Brazilian Amazon: “Los lugares cultivadas por el hombre presentan una vegetación muy diferente a la del resto de la región y se distinguen claramente entre la tupida selva, 34 aun después de transcurrido mucho tiempo. La frecuencia con que se encuentran estos rastros de poblaciones abandonadas le dan al explorador la sensación fugaz de que en otra época la población haber sido mucho más numerosa” (Koch-Grünberg, 1952: 211). Figure 1. Macambo (Theobroma bicolor) in a street market. Puerto Nanay, Iquitos, Loreto, Peru, 4-13-06 One such tree that has ebbed and lowed between the wild and garden sites is macambo (Theobroma bicolor, Malvaceae). A large-fruited relative of cacao with corrugated pods, macambo is native to the western Amazon in Peru and Ecuador (Ducke, 1946). It has long been cultivated in the Colombian Amazon but is not considered native there (Baker et al. 1953). Yellow when ripe, the pod is cracked open to access the sweet pulp which is eaten as a snack. In the Peruvian Amazon, however, the seeds are the primary reason that some rural families plant the medium sized tree in their backyards (huertas) and ields (chacras). The seeds are toasted and eaten, and are often found for sale in street markets such as Iquitos and Nauta. “Wild” macambo fruits tend to be relatively small like an orange, but selected forms can reach the dimensions and shape of a rugby ball. In the Reserva Nacional Pacaya-Samiria at the conluence of the Ucayali and Marañón Rivers, river dwellers refer to the “wild” form as macambo menudo, whereas medium-sized fruits are referred to as macambo mediano and large ones as macambo grande. Macambo mediano forms are gathered in the forest, and locals recognize that they are descended from cultivated stock. 35 Figure 4. Macambo menudo (Theobroma bicolor) fruit gathered in a home garden. The tree grew from a seed from macambo gathered in the wild, hence its rather diminutive size. Yarina, Yanayacu River, Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 7-24-10 Figure 2. River dweller snacking on macambo pulp. Manco Capac, Rio Puinahua (a branch of the Ucayali), Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 4-14-06 Figure 3. Young boy eating roasted seeds of Theobroma bicolor in his village. Mishana, Rio Nanay, Loreto, Peru, 1-8-06 36 In Napo Province in the Ecuadorian Amazon, where Theobroma bicolor is known as patasi, the Runa consider the tree an indicator of former human occupation when they encounter it in the forest (Irvine, 1989). It is likely that T. bicolor has been brought into domestication multiple times in various parts of western Amazonia. Along the middle Caquetá in the Colombian Amazon, for example, pollen of the fruit tree has been found in archaeological sites (Herrera et al. 1992). In precontact times, cultivated forms of T. bicolor were introduced to western portions of the Brazilian Amazon, where it is known variously as cacao do Perú (Acre), cacaurana (Tefé River), and cacau banana, cacau melão, cacau de índio, or cacau bafu (Lago Amanã, lower Japurá). Indigenous people along the Purus plant T. bicolor as do the Ticuna along the Solimões (Huber, 1906). T. bicolor is cultivated today in backyards in the vicinity of Tefé and by the Tuyuka along the Upper Tiquié, both in Amazonas, Brazil, but it is not found in mature forest. It is also cultivated in Pará, such as in the Bragantina zone near Belém, but it is not common in eastern Amazonia (Huber, 1904). In the Brazilian Amazon, the seeds are apparently not used; just the pulp is eaten. The pods are cut down the middle, however, and used as bowls after drying in some areas. Figure 5. Pod of Theobroma bicolor cut in half for use as a bowl. Lago do Jacu, near Bella Vista do Sapá, Tefé River, Amazonas, Brazil, 9-9-12 Figure 6. Gathering fruits of sachamangua (Grias neuberthii) in a home garden. Buenos Aires, Rio Pucate, Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 1-14-06 37 Sachamangua (Grias neuberthii, Lecythidaceae) is another fruit tree of western Amazonia that has slipped in and out of domestication on numerous occasions. A member of the Brazil nut family, the fruits are radically different from those of the better known Brazil nut (Bertholletia excelsa). In the Peruvian Amazon, Grias neuberthii is known as the “wild mango” and its range extends into lowland Ecuador and Colombia (Prance and Mori, 1979: 205). An understory tree in loodplain forest, the tree is caulilorous; its fruits hang from the trunk and can be easily picked. The skin is peeled and the crunchy orange-yellow pulp that surrounds the large, single seed is eaten raw. The Siona and Secoya of the Ecuadorian Amazon roast the fruits (Vickers, 1994; Vickers and Plowman, 1984). An apt name for this fruit in English would be the Amazon tree carrot on account of the color and texture of the mesocarp. The pulp is rich in vitamin A and has a nutty lavor, similar to almonds. The fruits are gathered in the wild and as well as in home gardens (huertas) and ields (chacras). Densities of sachamangua trees in forests in the Peruvian Amazon reach as high as 2,000 individuals/ha (Peters, 1990). It is possible that some of these anomalous concentrations are vestiges of previous plantings. Fruits of the wild forms do not differ signiicantly from those obtained from planted trees, suggesting there has been little selection for larger forms or for varieties with a greater proportion of pulp. The Amazon tree carrot, then, is an example of a fruit that can be classiied as having undergone “incipient domestication” without necessarily implying that it will progress to a full-blown crop with selection of varieties. Figure 7. Villager eating a sachamangua (Grias neuberthii) fruit. San Carlos, Rio Puina- hua, Reserva Nacional Pacaya- Samiria, Loreto, Peru, 4-17-06 Figure 8. Peeled sachamangua (Theobroma bicolor) fruit in a market. Requena, Rio Ucayali, Loreto, Peru, 4-13-06 38 Sachamangua fruits are rich in Omega 3 oils, which help reduce levels of ‘‘bad’’ cholesterol circulating in the blood (Alva et al., 2002). Fruits appear in regional markets, such as those at Requena along the Ucayali and Iquitos on the Amazon, and because the fruits are irm and travel well they may eventually ind markets in cities outside of the Amazon, such as Lima, Quito, or Bogotá. A recipe for Crocantes de Sachamangua is featured in a cookbook of one of Peru’s leading chefs (Gutsche, 2008), possibly a harbinger of wider acceptance of this “exotic” fruit in extra-regional markets. Pepino da mata (Ambelania acida, Apocynaceae) is another understory tree with fruits that are gathered in the wild as well as from trees planted in home gardens. “Cucumber of the forest” grows in mature and secondary forests throughout upland parts of the Amazon and Guianas (Cavalcante, 2010:207). The small tree also thrives in rocky savannas in the Guianas (Roosmalen, 1985:22). As in the case of macambo (Theobroma bicolor), pepino da mata displays fruits that vary in size. Fruits of yellow pepino do mato vary from relatively small forms under 8 cm long found in forest, such as in the vicinity of Tefé, to medium-sized fruits some 12 cm long encountered in a home garden along Figure 9. Pepino do mato (Ambelania acida) fruit cut in half showing the two parallel chambers containing the seeds. Latex, a characteristic of the Apocynaceae, is exuding from the skin. Sitio do Baiano, Igarapé do Santarém, afluent of Rio Limão, lower Maués, Amazonas, Brazil, 7-9-02 Figure 10. Pepino do mato (Ambelania acida) in fruit in a home garden. The house site has been abandoned for a year, and the trees that have been planted or have arisen spontaneously form discarded seed, will soon be engulfed by secondary forest. Near Seringalzinho, Rio Jaú, Amazonas, Brazil, 10-3-12 39 the Jaú River, an afluent of the Rio Negro, to 15-20 cm long fruits in a home garden near Maués, Amazonas. Evidently, then, some selection has occurred for larger fruits, and these genotypes are periodically re-absorbed into the forest. The trees are widely scattered and nowhere common, so the cylindrical fruits are usually consumed locally. Occasionally, a few fruits make their way to street markets, such as in Rio Preto da Eva along the Manaus-Itacoatiara Highway in Amazonas, Brazil. The skin is removed before eating the pulp to avoid the sticky latex which is characteristic of plants in the Apocynaceae. The mesocarp is tart and crunchy with dark brown seeds. In the mid-19 th century, the British botanist Richard Spruce tried the fruit along the Rio Negro and described it as “very milky, smelling like a ripe apple when cut across, sweet-tasted” (Spruce, 1853). Importance of second growth for edible fruits When considering fruits eaten by people in Amazonia, many people would likely assume that most of them come from mature forest. And that conserving forest without people would therefore be an important way of preserving the genepool of Amazonian fruits for further domestication and crop improvement programs. Of the 220 Amazonian fruits in 48 botanical families that I have witnessed being consumed by locals, over half come from second growth at various stages of succession. Figure 11. Tukano girl and her sister eating cucura (Pourouma cecropiifolia) in their home garden. Serra de Mucura, Tiquié River, Amazonas, Brazil, 11-11-12 Amazon tree grape (Pourouma cecropiifolia, Urticaceae), also called cucura or matapi in Brazil, uva caimarona in Colombia, and uvilla in Peru, is a case in point. This Cecropia-like tree is thought to have been domesticated in the Rio Negro watershed or along the Solimões for its juicy fruits that are 40 similar to purple varieties of the Muscadine grape (Vitis rotundifolia) in the southeastern United States. It may have been domesticated in both watersheds by indigenous groups keen to have a ready supply of the fruits nearby. Wild forms, or feral trees, are only found in light gaps in the forest, such as along the Yanayacu River in the Reserva Nacional Pacaya-Samiria in Peru. The second growth nature of the Amazon tree grape is recognized by Bolivians who call it ambaiba uva (Cecropia grape) or ambaibillo, derived from ambaiba (Cecropia spp.), quintessential trees of early second growth. The fruits are borne in bunches of up to forty and are gathered using a pole with a hook or blade, or by youngsters who clamber among the branches of the medium-sized tree. The skin is broken open using ingers and after ingestion of the slippery pulp the single seed is ejected and may later sprout. Amazon tree grape fruits are found occasionally in markets, such as those at Iquitos in Peru and Tabatinga and Benjamin Constant in Brazil (Falcão and Lleras, 1980). Amazon tree grape is cultivated in home gardens (huertas) as well as ields (chacras) from central Amazonia west into Bolivia, Peru, Ecuador, and Colombia. The Ticuna are particularly fond of the fruit and over time they have selected many varieties (Kerr and Clement, 1980). The fruit is more important in the diet and commerce in the Peruvian part of the Amazon Basin. In Peru, the fruits have long been used to make juice, as noted by Francis de Castelnau (1851), a French naturalist, at Pebas along Figure 13. Uvilla (Pourouma cecropiifolia) fruits in a street market. The vendor’s child is snacking on some of the fruits. Mercado Masusa, Iquitos, Loreto, Peru 6-17-04 Figure 12. Farmer with uvilla (Pourouma cecropiifolia) fruits in his outboard-powered canoe (peque-peque). He will take the fruits to Iquitos where he will hand them over to a middleman. Mishana, Rio Nanay, Loreto, Peru, 1-8-06 41 the Amazon River in the 19 th century. In the Upper Rio Negro region, several indigenous groups, such as the Tukano and Tuyuka, ferment the juice and host festivals in honor of the fruit when it comes into full season (Cabalzar, 2008: 24). Cocona (Solanum sessililorum, Solanaceae) was domesticated in central or western Amazonia, or possibly the Upper Orinoco, where wild and cultivated forms are found (Max et al. 1998; Volpato et al. 2004). Known as cubiu or tupiro in the Brazilian Amazon, wild forms of S. sessililorum bear thorns to discourage herbivores (Salick, 1992). Under cultivation, however, thornless types have been selected. Figure 14. Spontaneous cubiu (Solanum sessililorum) in a ield planted to manioc and banana. Santa Luzia, Lago Amanã, lower Japurá River, Amazonas, Brazil, 9-3-12 Figure 15. Farm boy snacking on cocona (Solanum sessililorum) fruits in a ield planted to a variety of crops. Yarina, Yanayacu River, Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 7-24-10 42 The pubescent fruits range from red to orange or yellow when ripe and also vary in size from the dimensions of a golf ball to a large orange. Solanum sessililorum is the lowland equivalent of Solanum quitoense, which is cultivated extensively in the Andes from Colombia to Peru to make juice. Although S. sessililorum is cultivated in many parts of the Brazilian Amazon, it is more popular in the Peruvian Amazon, where the fruits are eaten fresh or used to make sauces or juice. Cocona likely turned up as a weed in manioc gardens or around villages thousands of years ago and was eventually recruited as a crop. Cocona still arises spontaneously in ields, dispersed by such wild animals as the common opossum (Didelphis marsupialis), according to one farmer who lives in the Reserva Nacional Pacaya-Samiria. Vitamin C-rich cocona fruits reach street markets year-round in the Peruvian Amazon. The fruits allegedly have medicinal properties, especially among indigenous groups in central and northwestern Amazonia (Davis and Yost, 1983; Lima, 2006: 151; Schultes and Raffauf, 1991). Not surprising, then, cubiu fruits are sometimes found in the medicinal section of markets, such as in Portel, Pará. Cocona can also be found in several extra-regional markets, such as in Lima and Chiclayo, and may eventually develop a following abroad, especially for the tangy and refreshing juice. A relative of cocona, called coconilla (Solanum stramonifolium) in the Peruvian Amazon, has cultivated forms that do not have thorns whereas the wild types have recurved spines reminiscent of cats’ claws. The fruits of wild and domesticated forms of “little cocona” are the size of cherry tomatoes. Coconilla (S. stramonifolium) was domesticated in the Peruvian or Ecuadorian Amazon, where several indigenous groups cultivate the annual for its sweet-tasting fruits (Vickers and Plowman, 1984). Today, campesinos carry on that tradition. The small shrub occurs as a weed in pastures and ields in the Brazilian Amazon, where it is known as jurubeba, but it is not cultivated there. However, children snack on jurubeba fruits that they encounter in manioc gardens. As in the case of cocona, coconilla has various medicinal uses, such as a salve to slow bleeding from gums among the Miraña. The Tukano of the Apoporis River prepare a decoction of the leaves to purge intestinal worms (Schultes and Raffauf, 1991). Solanum stramonifolium thrives in poor soils, unlike tomatoes, which require fertilizer and a lot of care in the Amazon, including regular watering and spraying with pesticides and fungicides. One day coconilla may ind its way to vegetable markets in urban centers, especially those catering to organic products. Several vines produce edible fruits or nuts in the forests of Amazonia, including taquari da mata (Pacouria boliviensis, Apocynaceae), a denizen of mature and secondary forest on both uplands and loodplains. Thick-stemmed P. boliviensis occurs in western Amazonia, from Bolivia north through Peru to Ecuador. It also occurs in the watersheds of the Tefé and Madeira rivers. 43 Figure 18. Taquari da mata (Pacouria boliviensis) fruits gathered from the loor of secondary forest. Santo Antonio de Ipapucú, Lago de Tefé, Amazonas, Brazil, 8-27-12 Figure 16. Jurubeba (Solanum stramonifolium), a weed in a cattle pasture. Spineless forms are cultivated in the Peruvian and Ecuadorian Amazon for their fruits. Opposite Caretas, Rio Urubu, Amazonas, Brazil, 10-16-12 Figure 17. A Tuyuka girl rubbing the fruits of Solanum stramonifolium in her palms to remove the hairs before eating them. Near São Pedro, Rio Tiquié, Amazonas, Brazil, 11-8-12 44 Because the vine lowers in the canopy, passersby must wait until the fruits mature and fall to the ground. The grapefruit-shaped fruits, 10-15 cm in diameter, are broken open and the sticky yellow pulp surrounding the seeds is then eaten. Each fruit contains around 8 seeds measuring 3.5 cm by 2.5 cm, too large to swallow so they are spat out. Long after the sweet pulp has been consumed, the mouth feels gummy on account of the sticky latex which is characteristic of plants in this family. Given its growth habit, it is unlikely that P. boliviensis will ever emerge as a crop. Nevertheless, it is one of the many “minor” fruits of the Amazon that is appreciated by rural people. Many wild relatives of the cultivated passionfruit (Passilora edulis) drape second growth throughout the Amazon and beyond, and several of them have edible fruits. Passionfruit was domesticated in southern Brazil and is now widely cultivated in the tropics, including Africa and Asia. One of passionfruit’s relatives, the wing-stemmed passionfruit (Passilora alata) has been domesticated and is grown in several regions, including southern Brazil, where it is called maracujá doce. Many other wild relatives await in the wings. The “rat” passionfruit (Passilora nitida), known as maracujá do rato in the Brazilian Amazon, is so named because rats are allegedly fond of the fruits and may be involved in dispersal of the seeds. Also called maracujá do mato (the passionfruit of waste places) in Brazil and granadilla in Peru, the vine grows in disturbed sites in widely scattered parts of central and western Amazonia. According to inhabitants of the Urubu River in Amazonas, monkeys eat and disperse the seeds of maracujá do mato, a natural history observation conirmed by scientists. In eastern Amazonia, for example, Figure 19. Villager snacking on granadilla (Passilora nitida) fruit. The girl gathered the fruit from a weedy vine in her home garden. San Joaquin de Omaguas, Rio Amazonas, Loreto, Peru, 7-11-10 45 howler monkeys (Alouatta belzebul) have been recorded eating the fruits (Pinto et al. 2003). Monkeys and other animals have been feeding on fruits of P. nitida since long before humans arrived in Amazonia, but humans have greatly expanded the habitat for the vine by clearing land for agriculture and settlements. Fruits of Passilora nitida are sold in urban and roadside markets, such as in Nauta on the lower Marañón and in Manaus and Rio Preto da Eva in Amazonas and in Santarém in Pará. The fruits of P. nitida are easily distinguished from those of the cultivated passionfruit because they are orange instead of yellow when ripe. Passilora nitida has a relatively wide distribution from Colombia and Peru through Venezuela and the Guianas south to Brazil and the southern fringes of the Amazon forest (Killip, 1938). In the Amazon at least, maracujá do mato is a ruderal plant and is not cultivated. Although maracujá do mato lacks passionfruit’s enticing aroma, young and old alike appreciate the sweet, jelly-like lesh. People use their thumbs or teeth to rupture the opaque membrane that surrounds the lesh and numerous gray seeds. The peppercorn-sized seeds are spat out before the jelly-like lesh is swallowed. The lesh of the cultivated passionfruit, in contrast, is tart and therefore mixed with sugar and water to prepare Figure 20. Vendor with granadilla (Passilora nitida) fruits in a roadside market. Matichacra, km 35 Tarma-San Ramón highway, Junin, Peru, 11-4-04 Figure 21. Maracujá da capoeira (Passilora foetida) at the edge of a village square. Ubim, Lago Amanã, Amazonas, Brazil, 9-18-12. 46 juice. Typical of a wild fruit, the edible portion of maracujá do mato is relatively small in comparison to the thick, spongy skin, but the fruits are appreciated because they ripen in the dry season when fewer other wild fruits are available. Maracujá da capoeira (Passilora foetida) is another widespread weedy relative of passionfruit with edible fruits. Children, in particular, scavenge for the fruits. Known as the “second growth passionfruit” in the Brazilian Amazon, P. foetida ranges outside of the Amazon Basin, including coastal Peru, Central America, the Caribbean, and into the southwestern United States. Children in Dominica also look for the yellow fruits, which lose their curious web-like netting (technically leafy sepals that are dissected) after they ripen. Passilora foetida has been introduced into parts of Southeast Asia and the Paciic, where it is considered an invasive weed. In Amazonia, the plum-sized fruits are gathered along paths, the edges of soccer ields, and in manioc gardens that are being invaded by weeds. Indigenous groups, including the Nukak (Maku) of the Colombian Amazon, also consume the fruits (Politis, 1996). Puropuro (Passilora serratodigitata) is a second growth vine on loodplains of sediment-rich rivers in western Amazonia, from Bolivia northwards to Peru, Ecuador, Colombia, and Panama. It also occurs sporadically in disturbed sites in the Orinoco Basin and the Guianas, as well as into parts of the Caribbean (Ulmer et al. 2004). It is possible that P. serratodigitata as well as P. foetida were taken to the Caribbean in precontact times during the diaspora of Aruak and Carib peoples. Figure 22. Young boy eating a puropuro (Passilora serratodigitata) fruit his brother picked in second growth along a trail near his village. San Carlos, Rio Puinahua (a branch of the Ucayali), Reserva Nacional Pacaya-Samiria, Loreto, Peru, 1-12-06 47 The shiny fruits are green when ripe and are borne in the rainy season when locals, especially children, gather the fruits. The round fruits are 4-6 cm in diameter with a spongy skin, about 1.5 cm thick. Children break open the skin with their teeth or ingers to access the sweet, gelatinous pulp. The pale orange pulp is ingested along with the numerous small gray seeds. Children, then, are likely involved in dispersing the seeds in second growth. As with several other species in the genus, Passilora serratodigitata is planted as an ornamental outside of its native range, such as in Europe, where it thrives in glasshouses. Acknowledgments I am grateful to Rodolfo Vasquez, associate curator with the Missouri Botanical Garden, for his help in identifying some of the edible fruits of the Peruvian Amazon in the ield. Rodolfo and his assistant collected voucher specimens of some of the species discussed here. I would also like to thank the following individuals for their help in identifying plants from photographs: Doug Daly, Krukoff Curator of Amazonian Botany, New York Botanical Garden; Peter Jorgensen, Associate Curator, Missouri Botanical Garden (Passiloraceae); and Susanne Renner, Chair of Systematic Botany, Ludwig-Maximilians University, Munich (Melastomataceae). References Alva, A., O. Vásquez, R. Cunibertti, A. Castillo, and W. Guerra. 2002. 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Domestication process of two Solanum section Lasiocarpa species among Amerindians in the Upper Orinoco, Venezuela, with special focus on Piaroa Indians. Economic Botany 58(2): 184-194. 51 Cronologia das transformações das paisagens amazônicas Denise P. Schaan Programa de Pós-Graduação em Antropologia, Universidade Federal do Pará, Belém/PA, Brasil Durante aproximadamente quatro décadas, a partir de meados do século XX, a arqueologia amazônica foi dominada por um paradigma ecológico cultural que analisava a região a partir de suas supostas limitações ao crescimento demográico e desenvolvimento de instituições sociopolíticas complexas (Meggers 1954). O modelo para compreensão dos modos de vida no ambiente tropical baseava-se em avaliações ecológicas que desprezavam o fator humano e a capacidade dos grupos sociais de transformar os aspectos físicos do ambiente em que vivem. Para que o modelo fosse operacional em sua aplicação a esta vasta região, necessitava supor condições ecológicas mais ou menos homogêneas dentro de um amplo conceito de “loresta tropical” (Lowie 1948). Assim sendo, mesmo considerando diferenças entre rios de águas brancas e rios de águas pretas, várzea e terra irme, as limitações foram consideradas como preponderantes e todas as evidências arqueológicas de modiicações na paisagem - terras pretas, obras de terra, obras hidráulicas - foram minimizadas ou consideradas como exógenas à região (Meggers 1971, Meggers e Evans 1957). As críticas que acompanharam o desenvolvimento do que foi ultimamente chamado de modelo padrão (Viveiros de Castro 1996) surgiram de diferentes disciplinas (Carneiro 1961, 1985, Smith 1980), mas algumas vezes icaram restritas ao debate teórico baseado em dados secundários (Myers 1973, 1992), tendo em vista que, pelo menos na Amazônia brasileira, o campo foi dominado pelos ecológico-deterministas que impediam que arqueólogos com diferentes perspectivas izessem pesquisas na região (Roosevelt 1991) 1 . A grande exceção foi a Amazônia Boliviana, onde William Denevan, Clark Erikson e outros conseguiram desenvolver investigações de longo termo que se constituem hoje em provas contundentes da falácia ecológica (Denevan 1963, 1966, Erickson 1980, 2000). A partir da década de 1980, começaram a ser produzidos dados arqueológicos e etnográicos que mostraram níveis até então insuspeitados de alteração das paisagens amazônicas em seus diversos compartimentos (Balée 1989a, b, Posey 1985, Posey e Balée 1989). Um novo paradigma, o da ecologia histórica (Balée 2010, Crumley 1994), propõe que os povos amazônicos transformaram as paisagens muito antes do advento da 52 sociedade industrial, em escala maior do que se supunha e ao longo de extensos períodos de tempo. Enquanto um “programa de pesquisa”, como o quer Balée (2006), a ecologia histórica não confere aos seres humanos controle completo sobre a paisagem, uma vez que suas ações podem por vezes produzir efeitos inesperados ou não completamente previstos (Crumley 1994). Em outras palavras, ações intencionais sobre as paisagens podem também produzir efeitos não intencionais. As transformações das paisagens podem ser estudadas e lidas a partir da escavação de suas múltiplas camadas, que vem sofrendo, assim como as camadas no solo, processos de transformação por diversos agentes ao longo do tempo. A arqueologia da paisagem oferece, portanto, o instrumental necessário para a investigação da história de interações entre sociedades humanas e o meio onde vivem (Erickson 1995, Erickson e Balée 2006). As críticas ao modelo ecológico-cultural, assim que surgiram, pretenderam oferecer um modelo contrário. No lugar das supostas limitações, os críticos viram abundância (Roosevelt 1980); em vez de meros sobreviventes em um ambiente inóspito, ofereceu-se a igura do amazônida pleno de intencionalidade. Levada ao extremo oposto, entretanto, a crítica vem obscurecer os complexos processos históricos que caracterizaram o desenvolvimento de sociedades humanas em cada lugar especíico da Amazônia. Mostrar que expressivo crescimento demográico que acompanhou as mais visíveis transformações da paisagem a partir do inal do primeiro milênio AD foi importante em determinado momento, por ser a prova mais cabal da falência da proposta ecológico-cultural. No entanto, mesmo esses processos não podem ser generalizados para toda a região, pois em sua maior parte, antigos modos de vida de horticultores, pescadores e caçadores-coletores conviveram com as grandes sociedades regionais (Gomes 2007, Neves 2007, Schaan 2012a). Além disso, se num primeiro momento, as sociedades da várzea, para as quais há relatos dos séculos XVI e XVII que dão conta da grande demograia e abundância de alimentos (Acuña 1640, Carneiro 2007, Carvajal, Almesto e Rojas 2002), pareciam assinalar um protagonismo das áreas inundáveis sobre as mais vastas regiões do interior, icou claro, com o avanço das pesquisas, que esse não foi o caso e que sociedades demograicamente densas que construíram estruturas monumentais ocorreram na terra irme, e nas savanas da periferia geográica amazônica (Erickson 2006, Heckenberger 2005, Rostain 1999, 2010, Salazar 1998, Spencer e Redmond 1998). Minha intenção, nesse trabalho, é a de desagregar algumas variáveis que tem historicamente andado lado a lado em nossas argumentações. São elas: densidade demográica e monumentalidade, estratiicação e regionalidade, regionalidade cultural e organização social regional. As evidências sugerem que essas variáveis não necessariamente se correlacionam. 53 Isso será demonstrado a partir de dados concretos e da cronologia das transformações das paisagens amazônicas nas áreas onde tenho atuado juntamente com colegas inlandeses, suecos e brasileiros. Figura 1. Sítios com recintos geométricos (geoglifos) 54 Amazônia Ocidental: Monumentalidade, regionalidade e densidade demográica Na Amazônia ocidental, especiicamente no leste do estado do Acre, temos encontrado sítios arqueológicos monumentais que ocorrem por uma vasta região situada entre os formadores do alto rio Purus – rios Acre, Iquiri e Abuña. (Saunaluoma 2010, Saunaluoma e Schaan 2012a, Schaan 2012a, Schaan, Denise P. et al. 2012). Tais sítios são recintos delimitados por valetas que possuem em média 11 metros de largura, junto das quais foi depositado o solo escavado, formando uma mureta externa. As valetas circundam um imenso espaço aberto (entre 0,1 e 10 hectares em área) onde ocasionalmente se encontram outras estruturas de terra, como montículos e muretas (Fig. 1). Montículos e muretas são também encontrados fora do recinto circundado pelas valetas. Em alguns sítios, conjunto de montículos dispostos de forma circular parecem ser vestígios de antigas aldeias (ver Saunaluoma, este volume). Pelo fato dos recintos se tratarem na maioria dos casos de estruturas de formato geométrico, tem sido chamados de geoglifos (Ranzi e Aguiar 2000). Até o momento foram identiicados 416 geoglifos no estado do Acre, metade dos quais ocorrem como estruturas isoladas, e metade em associação de duas ou mais estruturas. Ao todos são 205 sítios compostos de um, dois ou mais recintos. Além disso, 20% dos sítios possuem estradas que os conectam ou se direcionam para os rios (Schaan 2014). Estruturas semelhantes já foram identiicadas no sul do estado do Amazonas (Parssinen, Schaan e Ranzi 2009) e oeste de Rondônia, assim como tem sido estudadas há mais tempo na Bolívia (Fig. 2), onde outras obras de terra como campos de cultivo elevados, caminhos elevados, montículos e canais tem sido estudados desde a década de 1960 (Denevan 1963, 1966, Erickson 1980, 2006, 2010, Saunaluoma 2010). Algumas características dos sítios acreanos, entretanto, são singulares, como sua perfeita geometria, e o fato de se localizarem no interlúvio, na borda de platôs, a distâncias de 2 a 32 Km de rios navegáveis, provavelmente protegidos pelas diiculdades de acesso no passado. É importante destacar que os geoglifos tem sido encontrados graças, infelizmente, ao desmatamento no estado. À medida em que são disponibilizadas novas imagens de satélite na internet, novos sítios são encontrados (Rampanelli et al. 2012, Schaan 2014, Schaan, Ranzi e Barbosa 2010). Na parte sul do estado, onde há maior cobertura vegetal, tem sido encontrados sítios em pequenas aberturas da mata, o que indica que sob a densa cobertura vegetal ainda existem centenas de sítios a serem descobertos. Há muitos círculos e quadrados perfeitamente regulares; quando há duas estruturas, elas se encontram perfeitamente alinhadas. Infere-se que algum instrumento de medida e cálculo matemático era empregado para decidir sobre as dimensões das valetas e das iguras resultantes (Schaan 2010). 55 Figura 2. Localização dos recintos geométricos no Brasil e Bolívia Parece ter havido uma técnica arquitetônica a ser seguida e que foi adotada em diversas localidades espalhadas por um grande território no alto rio Purus, que cobre cerca de 50.000 Km². Esses sítios foram construídos e ocupados ao longo do primeiro milênio da Era comum. A cronologia e os vestígios encontrados não indicam ocupação contínua, mas sugerem períodos de reocupação (Schaan et al. 2012). A grande extensão do território por onde as estruturas encontram- se dispersas levou-nos a assumir, em dado momento, que os diversos sítios compunham sistemas de assentamento regionais (Schaan et al. 2007). A escavação de enormes valetas, provavelmente com objetivos defensivos, instou-nos a comparar os construtores de recintos circundados por valetas com outras sociedades amazônicas do período pré-colombiano tardio, caracterizado pela existência de sociedades estratiicadas na Amazônia central, no alto Xingu e na foz do Amazonas (Heckenberger 2009, Heckenberger e Neves 2009, Neves 2008, Schaan 2009). A existência de assentamentos regionais monumentais no interlúvio dos rios acreanos, além disso, poria deinitivamente por terra o mito de que somente na várzea amazônica teriam se desenvolvido sociedades complexas (Schaan et al. 2007). Mais ainda, a existência de sítios semelhantes nos interlúvios e também na várzea indicaria a inadequação da dicotomia várzea / terra irme, que por muito tempo dominou a arqueologia amazônica (Parssinen, Schaan e Ranzi 2009). 56 À medida que se multiplicavam os sítios conhecidos e mais sítios iam sendo escavados, entretanto, percebeu-se que a enorme população que as áreas dos recintos permitiam antever não estava representada na quantidade de cerâmica encontrada na superfície dos sítios ou em profundidade (Saunaluoma e Schaan 2012). Durante as prospecções, sempre foi difícil coletar mais do que 10 fragmentos em superfície. Em muitos sítios, nada foi encontrado em superfície. As escavações não produziram resultados melhores: poucos artefatos e raras feições culturais (Schaan, D. P., Pärssinen e Saunaluoma 2011). O solo antropogênico de terra preta, característico de sítios amazônicos, que indica grandes densidades populacionais (Lehmann et al. 2003, Woods et al. 2009) também não ocorre nos geoglifos 2 (Pärssinen et al. 2003, Schaan et al. 2012). Estudos geoquímicos em amostras de vários sítios também indicam baixos níveis de fósforo e outros elementos químicos indicadores de atividades humanas (ver Rebellato et al., volume “Antes de Orellana. Actas del 3 EIAA”). Há, portanto, um paradoxo sobre esses sítios: a existência de estruturas de terra monumentais pressupõe uma população considerável, mas a presença tímida de outros vestígios culturais sugere, ao contrário, uma população pequena. Até o momento não tem sido encontrados sítios junto aos rios, com algumas raras exceções. São sítios de mesma coniguração que os sítios dos platôs, recintos circundados com valetas ou sítios cerâmicos com pouca densidade de material arqueológico. A distribuição espacial dos recintos geométricos não indica hierarquia ou nenhum padrão de nucleação. No caso dos geoglifos, trata-se de um fenômeno regional - uma cultura com distribuição regional, mas não necessariamente uma sociedade regional no sentido de que tenha havido uma articulação sociopolítica de caráter hierárquico. Portanto, nesse caso, os dados disponíveis até o momento indicam que regionalidade não se correlaciona com hierarquia ou estratiicação, e monumentalidade não se correlaciona com densidade demográica. A hipótese com que temos trabalhado é de que tratava- se de uma sociedade ainda altamente móvel, que utilizava de espaços monumentais construídos como locais de encontro para cerimônias religiosas (Saunaluoma e Schaan 2012). Baixo Amazonas: os Tapajó Os primeiros viajantes do rio Amazonas indicaram em suas crônicas que ambas as margens do rio Amazonas no trecho delimitado entre os rios Nhamundá e Tapajós eram ocupadas densamente por sociedades indígenas que possuíam, em cada uma das margens, seu governo próprio, mas que se assemelhavam culturalmente (Acuña 1640, Carvajal 1934). Desde o inal do século XIX, quando começaram a ser descobertas as primeiras terras pretas e vestígios de cerâmica na região, os sítios arqueológicos tem 57 sido relacionados às populações do período do contato conhecidas como Konduri, na margem esquerda do Amazonas, e Tapajó, na margem direita (Barbosa-Rodrigues 1875, Hartt 1885) (Fig. 3). Na década de 1920, as prospecções realizadas por Curt Nimuendajú (2004) na região de Santarém e platô de Belterra ampliaram signiicativamente o território ocupado pelos tapajó, uma vez que foi demonstrado que cerâmica semelhante à encontrada na cidade de Santarém estava presente também nos sítios localizados no interior, onde os europeus não haviam penetrado nos séculos XVI e XVII. Figura 3. Distribuição dos sítios arqueológicos relacionados à ocupação dos tapajó no Baixo Amazonas Desde o inal da década de 1930, estudos realizados com coleções de fragmentos coletados na cidade de Santarém tem sido capazes de caracterizar a indústria cerâmica tapajônica no que tange à tecnologia de fabricação, morfologia e estilos decorativos (Barata 1953, Palmatary 1939). Meggers e Evans classiicaram essa cerâmica como fase Santarém de uma Tradição supra-regional chamada de Inciso Ponteada (Meggers e Evans 1961). A mesma tradição estaria presente ao norte do rio Amazonas, na área banhada pelos rios Nhamundá/Trombetas, onde prospecções realizadas por Paul e Peter Hilbert (Hilbert e Hilbert 1980) resultaram na descoberta de dezenas de sítios, na caracterização da indústria cerâmica e no estabelecimento de uma cronologia regional, mais recentemente estudada também por Guapindaia e colegas (Guapindaia e Lopes 2011). 58 A partir dos relatos etnohistóricos, da distribuição dos sítios na paisagem e do estilo cerâmico, pode-se concluir que povos vivendo em ambas as margens do rio Amazonas e dispersos por uma grande área dezenas de quilômetros para o interior compartilhavam um mesmo sistema cultural, ainda que tivessem governos distintos (Schaan 2012a). Ao longo dos rios Trombetas e Tapajós existe um sistema de lagos conectados aos rios que podem ter sido usados para intensiicação da pesca, dada a possibilidade de construírem barragens para controlar o luxo de água e peixes entre lagos e rio. Os canais que ligam estes lagos ao rio são realmente muito estreitos e rasos, o que possibilita que os lagos iquem isolados no período do verão, quando as águas baixam (Schaan 2012a). No entanto, enquanto que ao longo do rio Trombetas os sítios situados junto aos lagos ocupam altas barrancas e são bastante extensos (Guapindaia e Lopes 2011), ao longo do Tapajós os sítios identiicados são pequenos em área e localizam-se em altitudes mais baixas e nas encostas (Stenborg, Schaan e Amaral-Lima 2012). Deve-se lembrar, entretanto, que os sítios pesquisados pelo projeto junto aos rios e lagos tem sido destruídos pela erosão, construções, e estradas de terra que levam aos balneários, o que tem prejudicado uma análise melhor de suas condições originais (Schaan 2013). Além disso, não foi feita prospecção dentro da Floresta Nacional, onde há notícias de uma grande quantidade de sítios arqueológicos de terra preta, ainda não estudados. Mesmo assim, há que se considerar que a formação geológica da região de Belterra é diferenciada e que o platô possibilitava tanto acesso fácil ao rio (no máximo 2 Km) quanto uma visão privilegiada do rio em termos de defesa contra invasores. Os platôs na região do rio Trombetas estão situados a maiores distâncias do rio e lagos, o que se constitui em uma diferença importante ente essas duas regiões. No caso que nos interessa particularmente, que é a região de Santarém/ Belterra 3 , ica claro que a distribuição da cerâmica Inciso Ponteada coincide com uma paisagem diferenciada de platô (ou planalto), serras, encosta, lagos e rio, por onde os sítios se distribuem. Essa característica já havia sido apontada por Stenborg, Schaan e Lima (2011), que indicaram três ambientes principais como platô, serras e rio, que agora ampliamos pra incluir as encostas do platô e os lagos. A maioria dos 111 sítios identiicados localiza-se no platô (64%), seguidos por sítios junto ao rio Tapajós (19%), encostas (6%), serras (6%) e lagos (5%) (Schaan 2013) (Fig. 4). Esses ambientes proporcionaram no passado diferentes oportunidades econômicas, que devem ter sido aproveitadas dentro de um mesmo sistema regional de divisão de trabalho, trocas e relações sociopolíticas. Sítios localizados junto ao rio Tapajós e lagos podem ter funcionado como estações de pesca, sazonais ou não. Sítios localizados na platô provavelmente existiam em função da agricultura. A escavação de poços de diferentes tamanhos nesses sítios - foram identiicados poços em 28 sítios do platô - teria como função proporcionar água para essa população 59 Figura 4 - Localização dos sítios ao longo do rio Tapajós e no platô de Belterra, com destaque para os sítios mencionados no texto afastada dos rios e pode ter servido como reserva para irrigação das lavouras. Sítios localizados nas serras teriam função defensiva e podem ter sido ocupados tardiamente, quando se inicia a invasão portuguesa (Stenborg, Schaan e Amaral-Lima 2012). Uma vez que nenhum sítio localizado nas serras foi escavado ou datado, ainda é cedo para elaborarmos sobre sua função. No entanto há que se salientar que sítios nas serras eram efetivamente sítios de moradia, já que lá se encontrou também espessa camada de terra preta. A integração dos sítios do platô se dava através de um sistema de estradas, algumas das quais foram identiicadas por Nimuendajú (2004). A pesquisa identiicou somente uma dessas estradas, que une as áreas de terras pretas em Lavras, hoje modiicada para a circulação de veículos automotores. Não foi possível fazer um mapeamento completo de todos os sítios, tendo em vista seu avançado estado de destruição. Alguns sítios foram mapeados por Per Stenborg em 2008 e 2010 usando um GPS portátil de alta precisão, orientando-se pela terra preta visível em superfície. Os maiores sítios são Porto (42 ha) e Aldeia (70 ha), localizados na conluência do rio Tapajós com o rio Amazonas, e Lavras (4,41 ha) e Vila Americana (7,8 ha), situados no platô. A maioria dos sítios que possuem mais de um hectare em área está situada no planalto, onde a principal atividade econômica pode ter sido a agricultura (Stenborg, Schaan e Amaral-Lima 2012). Escavações realizadas no sítio Porto, vizinho do sítio Aldeia, em Santarém, resultaram na identiicação de bolsões (buracos cheios de húmus e ricos 60 Quadro - Sítios com área maior do que um hectare em vestígios culturais), interpretados como locais de descarte de restos de festas ou rituais; áreas de enterramentos de vasilhas contendo ossos triturados; áreas de oicinas líticas e impressionantes quantidades de cerâmica quebradas em pedaços muito pequenos. A quantidade e qualidade dos artefatos indica intensa atividade social (Schaan 2012b, Silva, Tallyta Suenny Araujo da 2012). Não há como fugir da conclusão de que a “capital” do sistema regional se localizava na foz do rio, como icou sugerido nas crônicas etnohistóricas (Carvajal 1934). O que o atual estado do conhecimento não deixa muito claro, até o momento, é a natureza da relação sociopolítica entre os diversos assentamentos. Em princípio, a cultura material dos diversos sítios não indica hierarquias, pois as características da cerâmica de todos os sítios são bastante semelhantes. Fragmentos diagnósticos dos vasos de cariátides, gargalo, dos pratos decorados e estatuetas estão presentes em todos os sítios em que as prospecções de superfície e escavações permitiram a coleta de um número considerável de espécimes. O mesmo se pode dizer do material lítico, que ocorre em quase todos os sítios onde se encontra cerâmica, na forma de material lascado e polido, sugerindo a existência de indústrias locais. Aliás, a presença signiicativa de material lítico nos sítios da fase Santarém da Tradição Inciso Ponteada, em especial do lítico lascado, é uma novidade que essa pesquisa vem apontar, uma vez que esse material vinha sendo relegado a segundo plano por outros investigadores. É possível que dentro das comunidades houvesse especialistas dedicados à produção do lítico e outros à produção da cerâmica, tendo em vista que ambas as tarefas 61 exigiam um acúmulo de conhecimentos sobre os gestos técnicos, os materiais, e os produtos a serem manufaturados (Schaan 2012b). O fato de ter sido encontrado um bolsão e um enterramento no sítio Cedro, localizado no planalto (Schaan e Martins 2012), com padrões semelhantes aos encontrados no sítio Porto de Santarém é mais um dado que indica proximidade cultural entre todos esses sítios. Os bolsões em ambos os sítios possuem formato e material cultural semelhante, indicando que práticas culturais de descarte são bastante semelhantes. Pesquisas realizadas por Gomes no sítio Carapanari também apontam semelhanças com o sítio Aldeia (Gomes 2010). Enim, os dados sugerem que um mesmo grupo étnico ocupava toda essa região, com uma organização sociopolítica regional. As datações sugerem que a economia regional começa a se expandir a partir do século XII e que os tapajó ocupavam toda essa grande área indicada pela distribuição espacial dos sítios na época da chegada dos portugueses. Uma data mais antiga obtida no sítio Fé em Deus (Cal AD 690-750) indica a possibilidade de que algumas áreas no planalto fossem ocupadas mesmo antes do crescimento da capital, na foz do rio. A distribuição regional mostra ocupação de diferentes compartimentos paisagísticos, sugerindo diferenças funcionais entre os sítios. Os dados permitem airmar que há integração regional entre os assentamentos, entretanto a reprodução de padrões de ocupação, feições culturais e cultura material semelhante em vários sítios não indica estratiicação; há homogeneidade na cerâmica, mas não nos padrões de assentamento. Sudeste Amazônico: Aldeias relativamente autônomas O sudeste Amazônico, no estado do Pará, engloba paisagens diversas, de terra irme e serras, onde a ação dos povos indígenas lá estabelecidos desde o início do Holoceno não produziu transformações primárias da paisagem, mas cuja ação contribuiu seguramente para a diversiicação biológica da região. As pesquisas ali realizadas tem se dado no âmbito do licenciamento ambiental, portanto a amostragem é prejudicada pelo interesse primário de investigar áreas lineares, principalmente ao longo das rodovias Transamazônica e Cuiabá-Santarém (Schaan 2013) 4 . Na área de estudo foram identiicados 54 sítios arqueológicos (Fig. 5), dos quais seis são sítios de arte rupestre, caracterizados por gravuras sobre blocos rochosos, os quais não foi possível datar, mas que sugerem ocupação por povos indígenas no início do Holoceno (Santos e Schaan 2012). Os demais sítios encontrados em geral representam aldeias de pequeno porte, algumas de terra preta, interligadas por redes de reciprocidade importantes que explicam a semelhança nas indústrias líticas e cerâmicas e o provável escambo de lâminas de machado (Silva, Tallyta Suenny Araújo 62 Figura 5. Localização dos sítios identiicados ao longo da BR-230: Transamazônica, no estado do Pará da 2012). A diversidade na morfologia das vasilhas de cerâmica parece ser maior naquelas amostras maiores, o que sugere que essa diversidade pode ser uma marca das indústrias cerâmicas da região. As vasilhas, contudo, são de porte médio a pequeno, o que sugere aldeias pouco populosas. Não há indícios na cerâmica para a fabricação de bebidas fermentadas e são raros os assadores, o que pode, entretanto, ser também um viés de amostragem. Tortuais de fuso também são raros, como indicadores da produção de tecidos. Quanto à implantação desses sítios lito-cerâmicos na paisagem, ocorrem frequentemente próximos de rios, onde também são encontrados polidores ixos que indicam a produção de lítico polido e sua manutenção. Há ainda preferência por áreas de platôs baixos e, em alguns casos, de serras, com prováveis preocupações defensivas. Afora três datações mais antigas, de Cal AC 5720 a 7600, a maioria das datações obtidas mostram a ocupação durante um período que se estende de 3.020 AP até AD 1.500, não havendo, no registro arqueológico, alterações fundamentais nos padrões de assentamento ao longo desse 63 período (Schaan 2013). Nesse sentido, parece ser válido airmar que na região não houve crescimento demográico e agregação populacional como identiicada, por exemplo, no baixo curso dos rios Tapajós e Nhamundá-Trombetas. Em 65% dos sítios investigados, além da cerâmica constatou-se a presença de lítico lascado, o que indica que nessas aldeias sedentárias a produção de ferramentas líticas permaneceu importante, ou seja, que tecnologias importantes desenvolvidas por grupos caçadores-coletores continuaram a ser usadas por povos ceramistas (Álvaro e Schaan 2013, Bueno e Isnardis 2007:18). Nessa vasta região, apesar dos indícios da existência de um importante sistema de trocas regional, tendo em vista principalmente a circulação dos machados líticos (Silva 2012), não se desenvolveu uma economia política regional e a demograia manteve-se em níveis baixos, com crescimento mais signiicativo a partir do inal do primeiro milênio, como se observa no baixo Amazonas. Conclusão O Formativo na Amazônia tem sido deinido como um período em que surgem assentamentos mais ou menos permanentes, produção e uso da cerâmica, e base agrícola, com menos peso nas atividades de coleta de outras formas de produção silvestre de alimentos (Oliver 2008). Apesar da domesticação de plantas ter ocorrido há vários milênios, a generalização do modo devida agricultor ocorreu bem mais tarde, em torno de 3.000 anos AP, segundo Neves (2007) , o que explicaria a pouca densidade de vestígios, deixados por sociedades altamente móveis. No Peru e na Venezuela, segundo Roosevelt (1993), o aparecimento de cerâmicas mais elaboradas (Tutishcainyo, zona hachurada, 4000-3800 AP; Gruta-Ronquín, Saladoide, 4500-3000AP) estariam associadas ao crescimento demográico e agricultura. No entanto, sítios permanentes de supostos agricultores antes do início da era Cristã parecem ser minoria no registro arqueológico. No baixo Amazonas, há um hiato durante o primeiro milênio, para o qual não se tem quase nenhum registro de sítio arqueológico, que, no entanto, se multiplicam de forma vertiginosa ao inal desse período (Guapindaia e Lopes 2011, Hilbert e Hilbert 1980). Na ilha de Marajó, o hiato ocorre no primeiro milênio AC (Meggers e Danon 1988). O crescimento demográico, em diversas áreas da Amazônia, aparece relacionado a importantes transformações da paisagem que incluem sistemas hidráulicos para irrigação de campos agrícolas e criação de peixes, assim como campos elevados para agricultura, estradas, mounds e outras obras de terra (Erickson 2001, Rostain 2010, Salazar 1998, Schaan 2008). Nos locais onde foi possível a intensiicação das atividades de subsistência, 64 desenvolveram-se estilos cerâmicos com distribuição regional e importantes redes de trocas. Nas demais regiões, pequenas aldeias de horticultores, ainda que com importantes ações sobre a paisagem e também conectadas em redes de troca, não alcançaram densidade demográica que permitisse o desenvolvimento de sistemas regionais. No baixo Amazonas, as sociedades dos Tapajó e Konduri foram encontrados em franca expansão no século XVI, tendo sido exterminadas pelos portugueses no início do período colonial. No Acre, a construção das estruturas de terra não ultrapassou o século XIV, mas continuou importante na vizinha Bolívia até o início da colonização. Nas savanas do Marajó, os sistemas hidráulicos e complexos de tesos habitados por sociedades hierárquicas e regionais por cerca de 900 anos, são abandonados 200 ou 300 anos antes da chegada dos europeus (Roosevelt 1991, Schaan 2008). Talvez um conjunto de fatores tenha contribuído para isso. Meggers e Evans (1957) identiicaram através da cerâmica e de relatos etnohistóricos que povos Arawak vindos do Amapá estariam ocupando as ilhas Caviana e Mexiana, assim como a costa Norte do Marajó por volta do século XIV. Estudos palinológicos realizados em amostras coletadas no Lago Arari, localizado no centro da área de ocorrência dos sítios da fase Marajoara indicam um período árido entre 1.200 e 1.400 AD (Lara e Cohen 2009, Meggers 1994). Uma vez que economia política marajoara estava baseada na pesca intensiva, que dependia do controle de um sistema hidráulico, uma seca prolongada pode ter colocado em risco a habilidade de chefes e xamãs de controlar os sustento daqueles que dependiam da oferta abundante de pescado. Como airmou Lathrap (1985:242), “cosmologies and the ceremonial centers they generate have an absolutely essential role in dissipating the disruptive tensions that human societies generates. A loss of faith in the ceremonial life of the community is as fatal to the polity as a loss of suficent calories to feed its people”. A arqueologia amazônica tem crescido consideravelmente nos últimos anos e um conjunto maior de dados no futuro próximo irá preencher as muitas lacunas que ainda existem para que se possa reletir melhor sobre as questões aqui colocadas. A mim parece claro que um modelo único de desenvolvimento sociocultural não se aplica à região amazônica, tendo em vista sua grande diversidade paisagística e cultural, além dos processos históricos particulares de cada área. No entanto, ainda considero ser necessária e estimulante a relexão sobre os fenômenos de natureza regional que dizem respeito a essa vasta região, tendo em vista, principalmente as grandes semelhanças entre cosmologias e modos de vida que percebemos através do registro arqueológico e a etnologia, além da necessidade de produzir uma história regional que faça justiça às valiosas lições que os povos indígenas deixaram impressas na paisagem. 65 Agradecimentos Gostaria primeiramente de agradecer a Stéphen Rostain pelo convite para proferir a Conferência que deu origem a este artigo. Agradeço também pelos apoios inanceiros recebidos do CNPq - Conselho Nacional de Desenvolvimento Cientíico e Tecnológico, Academia de Ciências da Finlândia, The Bank of Sweden Tercentenary Foundation e DNIT- Departamento Nacional de Infraestrutura de Transportes, que viabilizaram a realização das pesquisas cujos resultados estão aqui relatados. Referências Acuña, C. d. 1640. Relacción del Nuevo Descubrimiento del rio de las Amazonas. Álvaro, H. V. C. e D. P. Schaan. 2013. Ocorrência de lítico lascado em sítios cerâmicos amazônicos, XXIV Seminário de Iniciação Cientíica. Edited by UFPA, Belém: UFPA. Balée, W. 1989a. The culture of Amazonian forests, in Resource management in Amazonia: indigenous and folk strategies. Advances in Economic Botany vol. 7. Editado por D. A. Posey e W. Balée. New York: New York Botanical Garden: 1-21. Balée, W. 1989b. Managed forest succession in Amazonia: the Ka’apor case. Advances in Economic Botany 7: 129-58. Balée, W. 2006. 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Actas del 3 EIAA”. 4 A maior parte dos dados arqueológicos apresentados nessa seção do trabalho são inéditos, obtidos durante quatro anos de pesquisas ao longo da rodovia BR-230, no âmbito de um projeto de salvamento arqueológico, e encontram-se descritos no relatório inal da pesquisa (Schaan 2013). 72 73 Sitios prehispánicos con zanjas en Bella Vista, Provincia Iténez, Bolivia Heiko Prümers Instituto Alemán de Arqueología Sitios prehispánicos con zanjas han aparecido en las últimas décadas en muchas partes de la Amazonía. Los más conocidos probablemente son los del Acre 1 , pero sitios similares son muy frecuentes también en el norte de Bolivia 2 y la región del Alto Xingú 3 . A escala más reducida se hallan también en la Amazonía Central 4 y es probable que con el avance de la investigación se tenga nuevas evidencias en otras partes más de la Amazonía. Una particularidad de los sitios con zanjas geométricas tanto del Acre como en el territorio Boliviano es la baja cantidad de restos arqueológicos que por lo general se encuentran en ellos 5 . En el caso de las zanjas geométricas del Acre, este hecho es “explicado” atribuyéndoles una función ritual 6 . Un punto que debilita a ésta interpretación es el hecho, que los fechados de radiocarbono para los sitios del Acre indican una tradición muy larga de construcción de las zanjas, que duró aproximadamente de 0 - 1300 d.C. 7 La probabilidad, que la función y el uso de los sitios asociados a las zanjas haya cambiado durante este período de más de 1000 años, es muy alta. Tampoco es concluyente el razonamiento que la baja cantidad de restos arqueológicos en los sitios con zanjas geométricas del Acre sea un indicio de su uso ritual. Si fuera así, habría que atribuir la misma función a los sitios con zanjas circulares de la región de Baures ya que en estos también son escasos los restos habitacionales. Sin embargo, estos sitios, que datan de aproximadamente 1200 d.C. hasta el tiempo misional, son descritos a comienzo del siglo XVIII como obras defensivas. Dice por ejemplo Altamirano ([1710] 1979: 118): “lo que más se notó fueron las estacadas como trincheras ó murallas con que deienden sus pueblos contra el ímpetu de los enemigos”. Aunque este tipo de referencias etnohistóricas son bastantes claras, se ha especulado sobre otros usos de las zanjas circulares de la región de Baures (Erickson 2007: 77-90) y es previsible, que esta discusión continúe por buen tiempo. Zanjas en el “bosque virgen” En la primavera del año 1914 el antropólogo sueco Erland von Nordenskiöld zarpó la parte superior del Guaporé, para recoger datos etnográicos. Durante su viaje en el río fronterizo entre Bolivia y Brasil 74 observó, que “cada altura a lo largo del Río Guaporé estaba rodeada por una zanja”. Esto le llevó a las siguientes relexiones: “Por mi parte, estoy convencido de que cuando en el futuro se vuelva a cultivar la región de Mojos a escala grande y aquí se pueda realizar trabajos arqueológicos metódicos y detallados, se llegará a la conclusión de que esta tierra ha sido muy densamente poblada y que todo el terreno ha tenido campos de cultivo, excepto donde se inunda de tiempo en tiempo” (Nordenskiöld 1915: 323). Estas sentencias, que hoy en día parecen visionarias, las escribió Erland von Nordenskiöld mucho antes de que la ciencia desarrollara la teoría, de que era imposible la existencia en la Amazonía de grandes asentamientos y por lo tanto de sociedades complejas. En esencia, esta teoría, que fue formulada a mediados de los años 50 del siglo pasado, se basaba en el supuesto de que los suelos en la Amazonía por lo general eran tan infértiles que impedían cualquier forma de vida sedentaria, fundada en la agricultura. La forma de subsistencia de los grupos de cazadores y recolectores que habían logrado sobrevivir en la Amazonía todavía hasta mediados del siglo XX al margen de las sociedades nacionales fue interpretada como una adaptación a esta realidad y por lo tanto como prueba de la teoría. Las primeras dudas acerca de la validez de esta teoría aparecieron cuando, durante las últimas décadas, se descubrieron en varias regiones de la Amazonía grandes asentamientos prehispánicos (Neves 1999). Además, la gran mayoría de estos asentamientos resultaron estar situados sobre suelos extremadamente fértiles, llamados “terras pretas” o “tierras negras amazónicas”. Estos descubrimientos coincidieron con resultados novedosos de estudios ecológicos sobre el impacto del hombre a lo largo de su presencia en la cuenca del Amazonas. En estos estudios se resalta la presencia de concentraciones de plantas útiles en áreas que habían sido considerados hasta este momento como “selva virgen”. Ya que estas concentraciones solamente pueden ser el resultado de una selección por el hombre, se ha postulado que no existen bosques “vírgenes” en la Amazonía (Balée 1993, 2010; Balée & Erickson 2006; Erickson 2006, 2008). En el caso de la región de Bella Vista (ig. 1), área de estudio del proyecto arqueológico boliviano-alemán en Mojos desde el año 2008, existen además indicios para suponer, que la presencia del bosque tropical, que actualmente caracteriza la zona, es de data relativamente reciente. Según los estudios de Carson et al. (in press) en la región habrían dominado sabanas hasta aproximadamente 1500 d.C. El bosque tropical sería un fenómeno tardío y su dispersión posterior al supuesto momento de abandono de los sitios prehispánicos en la región. 75 Figura 1. Ubicación de la región de estudio. La línea roja en c marca el área mapeado con LIDAR (véase ig. 5) 76 Excavaciones en la zanja circular BV-2 al norte del pueblo de Bella Vista El pueblo de Bella Vista se encuentra en la banda norte del río San Martín a la altura de su conluencia con el río Blanco sobre una estribación del Escudo Brasileño. El terreno es alto, ondulado y cubierto de un monte espeso. No se inunda nunca, con excepción de las partes bajas en las desembocaduras de los arroyos que corren del norte hacia el río San Martín. Hacia el sur y oeste de Bella Vista se extienden las pampas estacionalmente inundadas características para los Llanos de Mojos. En estas pampas la presencia de asentamientos, tanto prehispánicos como actuales, está limitada a colinas de pocos metros de altura, ya que las pampas están bajo agua durante la estación de lluvias de varios meses de duración. Las colinas en su mayoría son remanentes de bancos que se formaron en las riberas de ríos hoy en día inactivos. De lo expuesto anteriormente resulta, que en esta parte de su curso el río San Martín marca la frontera entre dos ecosistemas. Los pobladores prehispánicos asentados en esta frontera podían aprovechar los recursos que ofrecían ambos ecosistemas. No extraña entonces, que en los alrededores de Bella Vista se han descubierto sitios prehispánicos muy grandes, que recién se está comenzando a estudiar. Antes de nuestros estudios solamente había habido dos intervenciones arqueológicos en Bella Vista (Dougherty & Calandra 1984-85 y 1985; Erickson et al. 1997: 10–11, igs. 17–26) y sus contribuciones ya han sido evaluadas en otro lugar (Prümers et al. 2006: 255-256). La existencia de zanjas en el pueblo mismo y en un terreno al norte denominado la “Granja del Padre”, había sido reportado por Erickson et al. (1997: 10–11) y fue a partir de este dato que se eligió a la zanja circular de la “Granja del Padre” para efectuar excavaciones arqueológicas (ig. 2a). En tres temporadas se excavaron en este sitio, que en nuestro registro igura como BV-2, una supericie de aproximadamente 600 m 2 hasta el suelo estéril. En toda el área fue encontrada una capa de ocupación de color marrón grisáceo con un grosor de aproximadamente 20 a 40 cm. Esta capa no mostró ningún tipo de estratiicación interna lo que indica que su formación corresponde a una ocupación única. Encima de la capa de ocupación había una capa delgada de humus en la cual aparecieron algunos fragmentos de cerámica supuestamente trasladados por raíces y animales. Por debajo de la capa de ocupación se encontró la tierra estéril que consistía en un sedimento rojizo muy compacto con inclusiones de cuarzo blanco. En algunos pozos de agua del pueblo de Bella Vista se pudo comprobar, que este sedimento sigue hasta la capa freática en unos 0 a 12 m de profundidad. Con eso se puede descartar la existencia de una ocupación anterior en el sitio. Dentro de la capa de ocupación se encontraron varias concentraciones de tierra quemada cuyo origen quedó poco claro. Por encontrarse siempre 77 Figura 2. Vistas de la excavación en el sitio BV-2 (“Granja del Padre”) 78 en áreas de tamaño reducido no pueden corresponder a antiguos pisos. Tampoco los fragmentos recuperados muestran improntas de maderas o de un aditivo orgánico como se podría esperar en caso de tratarse de restos de un muro tipo bahareque con enlucido de barro. En dos de estos conglomerados de tierra cocida se encontraron algunos fragmentos con supericies alisadas algo curvadas y unos bordes sumamente gruesos del mismo material. Esto hace pensar, que se trataba de restos de vasijas grandes sumamente mal quemadas. Sin embargo, en otros conglomerados de tierra cocida se registró un borde redondeado con una acanaladura central cuidadosamente trabajada. En este caso el conglomerado muy probablemente corresponde a algún tipo de estructura doméstica aunque su uso especíico no pudo ser determinado. La diferencia de color entre la capa cultural y la tierra estéril era fuerte y la frontera entre ambas capas bien visible. Por eso, al llegar a la tierra estéril, los pozos que habían sido excavados desde la capa cultural en el subsuelo estéril se delineaban perfectamente. Extrañamente no se hallaron ni huecos de poste, ni fogones. Todos los pozos correspondían a pozos de basura y a pozos de entierros en urna. No había ninguna separación especial de estos dos tipos de pozos que al contrario más bien se encontraban cerca uno de otro. Por eso no se puede descartar la posibilidad de una relación directa entre las tumbas y los pozos de basura. Los últimos podrían contener, por ejemplo, las pertinencias (quemadas) del difunto y la basura que resultó de los ritos funerarios. Las 16 tumbas en urna encontradas durante nuestras excavaciones, se ubicaron bien cercanas una a la otra (ig. 2b) sin que hubieran sido alteradas. Por eso parece probable que su ubicación estaba marcada de alguna manera en la supericie. En todos los casos se habían utilizado fragmentos de varias vasijas para los entierros (ig. 3 a-c). Los esqueletos se encontraban en un muy mal estado de conservación y en algunos casos solamente se logró rescatar algunos dientes. Sin embargo, la estructura similar de las tumbas permite discernir el patrón funerario: En la mayoría de los casos, el cuerpo del difunto fue depositado en un recipiente globular grande puesto boca abajo en el pozo. Para poder depositar al cuerpo en la vasija globular se removió su base, quebrándola a lo largo de una ranura fresada en la circunferencia de la parte inferior de la vasija. En algunos casos se encontraron en la boca de estas vasijas globulares las chispas de cerámica que habían caído a su interior durante el proceso de retoque del borde de la rotura (ig. 3e). Esto comprueba, que las vasijas globulares fueron acomodadas en el lugar mismo y que se encontraron ya puestas boca abajo en el pozo de entierro cuando se retocó al borde de la rotura. Para cubrir al entierro se utilizaron tanto la base sacada de la vasija grande globular como fragmentos grandes de otras vasijas. En su mayoría los entierros en urna eran relativamente pequeños y correspondían a niños, lo que explica en parte la mala conservación de los 79 huesos. En dos de estos entierros se encontraron ofrendas, que en ambos casos se limitaban a un pendiente de piedra pulida (ig. 3d). Fue la tumba mayor, con una vasija globular de casi 1 m de altura como recipiente central, que dio la mayor cantidad de información acerca de la disposición del difunto y que también destacó por sus ofrendas. Según la disposición de los restos óseos conservados, contenía a un adulto enterrado en cuclillas con la espalda apoyada en el oeste contra la pared de la vasija globular. Su cara por lo tanto estaba mirando hacia el este, en dirección del sol naciente. Sobre el cuerpo se había depositado fragmentos grandes de cerámica y los vacíos en el interior de la vasija globular se habían rellenado con fragmentos de adobes. Frente a los pies del difunto se encontraron tres vasijas pequeñas y una piedra de cuarzo blanco (ig. 3b). Directamente por debajo del individuo, de canto en la boca de la vasija grande, fue encontrada una pequeña escudilla con cuatro pequeñas protuberancias como patitas. El elemento más sorprendente de la tumba recién salió a la luz cuando se recuperó los fragmentos de la vasija globular grande. Sobre el hombro de esta vasija había la igura modelada de un ser antropomorfo sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas. Su cara muestra poco detalle y sobre la cabeza lleva un tocado cónico del cual cae por su hombro una manta triangular. La manta se extiende en relieve sobre la parte superior del cuerpo de la vasija. Lo más remarcable de esta representación antropomorfa es el vestido, ya que las numerosas igurinas encontradas en diferentes regiones de los Llanos de Mojos muestran, sin excepción, hombres y mujeres desnudos. Saliendo del círculo Como ya se mencionó arriba, no había muchos estudios sobre los sitios con zanjas circulares en la región de Baures. Siendo éstos muchas veces el resultado de investigaciones muy limitadas ofrecían datos muy diversos según lo hallado casualmente en el lugar. Sin embargo, todos parecían coincidir, en que las zanjas circulares delimitaban a los sitios. Por eso, al iniciar los trabajos en el sitio BV-2, nosotros partíamos de la idea, que la zanja circular que se veía en el lugar era el límite del sitio prehispánico y que este se encontraba más o menos aislado sobre el terreno de la “Granja del Padre”. Fue recién durante el mapeo del sitio y a base de los datos que proporcionó la prospección en los alrededores, que nos fuimos dando cuenta, de que la zanja circular del sitio BV-2 era parte de un sistema de zanjas mucho más grande y complejo. Este sistema consistía de una zanja, que en forma de media luna encerraba a una supericie de más de 200 ha, que a su vez estaba conectada con tres zanjas circulares. La zanja circular BV-2, que tiene un diámetro de aproximadamente 140 m, está situada en el sur de este sistema. Al ampliar las prospecciones salieron otros sistemas de 80 Figura 3. a Detalle de una vasija con la representación aplicada de un ser antropomorfo (rasgo 307); b Ofrendas encontradas al fondo de un entierro en urna (rasgo 307); c Vista lateral de un entierro en urna durante la excavación (rasgo 508); d pendientes de piedra; e “chispas” de cerámica encontradas en la base de la vasija globular de un entierro en urna (rasgo 208) 81 zanjas similares, que están ubicados sobre las alturas vecinas. Con esto, el área que había que mapear se volvió tan inmenso, que la inviabilidad de un mapeo terrestre del área era evidente tomando en cuenta, que en gran parte estaba cubierto por bosque. Siendo el mapeo exacto de los sitios arqueológicos y la documentación de su posición en la topografía local fundamentales para todo tipo de estudio general (uso de espacio, densidad poblacional, comparaciones en cuanto a distribución y tamaño de los sitios, etc.), se decidió hacer el mapeo mediante LIDAR (“Light detection and ranging”). Esta tecnología ha revolucionado en los últimos 15 años el mapeo de áreas con bosque en muchas partes del mundo 8 . En la Amazonía el LIDAR no había sido utilizado todavía para la investigación arqueológica y cabía la posibilidad, que las mediciones iban a ser afectadas por la espesura de la vegetación y el humo provocado por la quema de las pampas cercanas. Afortunadamente el estreno de esta tecnología en Bella Vista resultó ser un éxito rotundo (ig. 4). Se mapeó un área de casi 200 km 2 . Los vuelos de mapeo se efectuaron en octubre del año 2011, al inal de la estación seca, o sea en un momento cuando muchos de los árboles en la región pierden gran parte de sus hojas. Esto prometía, que más puntos iban a caer sobre la supericie de la tierra y por ende un mejor resultado inal. En el plano total (ig. 5) se puede apreciar la distribución de las zanjas por toda el área mapeado, así como su ubicación en las alturas. En las cuencas que los separan, corren arroyos que mayormente son efímeros. Los complejos de zanjas más grandes se ubican cerca de los ríos grandes y en algunos casos no se cierran en el lado que da a la ribera del río. Sin embargo, este hecho no debilita la probable función defensiva de las zanjas, ya que los taludes de los ríos son muy empinados y llegan a tener hasta 10 m de altura. La interpretación de las zanjas como obras defensivas que sugiere el registro arqueológico es sustentada también por la descripción del padre jesuita Francisco Eder. A comienzos del siglo XVIII él ha visto en la región de Baures estas zanjas en función y dice con respecto a éstas: “Habiendo aterrorizado los Guarayo toda la región, consiguieron que los Baure se comprometieran a entregarles anualmente cierto número de muchachos y muchachas: pero ni siquiera así estaban a salvo de sus frecuentes e inesperados asaltos. Así pues, para solucionar sus problemas de otra forma, decidieron rodear sus islas con fosos (que subsisten hasta hoy y que demuestran la gran población que por entonces debía haber). Conocí islas [de monte] cuya circunferencia llegaba a tres millas y que estaban rodeadas de dos o tres fosos. Estos son tan anchos y profundos, que se pueden comparar con los de Europa. Iban amontonando la tierra excavando en las espaldas del foso, formando una pared de declive muy abrupto y de difícil subida para el hombre. De esta forma hicieron más difíciles al enemigo sus asaltos” (Eder 1985 [ca. 1772]: 106). 82 Figura 4. Dos sistemas de zanjas que aparecieron en el mapeo con LIDAR; arriba: BolPra, abajo: California 83 Figura 5. Plano del área mapeado con LIDAR. Se han resaltado los sitios prehispánicos delimitados por zanjas. Nótese las zanjas truncas, no asociadas directamente a los asentamientos prehispánicos En cuanto al período de uso de las zanjas, la descripción arriba citada testimonia su uso todavía en el siglo XVIII. Los vestigios arqueológicos encontrados en nuestras excavaciones en Bella Vista y Jasiaquiri fueron datados a los siglos XIII – XVI (ver tabla 1). El período mínimo para la construcción y el uso de las zanjas resultaría entonces ser de unos 500 años. Sin embargo, es sumamente probable que los inicios de este tipo de sitios se remonte mucho más en el tiempo. Dado que la mayoría de los sitios con zanjas en la región de Bella Vista recién han podido ser reconocidos a partir del mapeo mediante LIDAR, es poco lo que se puede decir acerca de los mismos. Sin embargo, es pertinente resaltar, que la enorme extensión de algunos de estos sitios ha cambiado por completo nuestra percepción respecto a ellos. Si hasta ahora se consideraba a las zanjas circulares con diámetros de entre 100 a 200 m como “los sitios”, ahora queda claro, que estas zanjas circulares solamente son partes diminutas de sitios inesperadamente grandes. Que realmente todo el área delimitado por los sistemas de zanjas corresponden a asentamientos, lo conirman nuestros datos de prospección en el terreno 84 Tabla 1. Fechados de radiocarbono para los sitios de Bella Vista (BV) y Jasiaquiri (JAS)*. * Las tres primeras muestras (KIA 40612, KIA 38829, KIA 38830) provienen de fragmentos grandes de madera carbonizada que fueron encontrados en la tierra estéril por debajo de la capa cultural. Los fechados muy tempranos que se obtuvo de estas muestras comprueban, que no había restos de ninguna ocupación anterior en el sitio. La fecha que dio la muestra Erl 6559 solamente se explica por intrusión de material más antiguo, ya que no lleva relación ninguna con los demás fechados que se tiene para el tiempo de ocupación de los sitios. de la estancia Turingia. En el año 2010 el dueño de la estancia decidió desmontar el centro de este sistema de zanjas con un tractor. En toda el área afectada, de más de un kilómetro de largo, se hallaron fragmentos de cerámica en la tierra fuertemente removida. A lo mismo apuntan también los hallazgos fortuitos que son encontrados al excavar norias, fundamentos para casas, pozos ciegos, etc. en el pueblo de Bella Vista, que ocupa aproximadamente un tercio del área delimitada por un sistema de zanjas prehispánicas. 85 Resumiendo, se tiene que constatar que el mapeo con LIDAR nos ha mostrado la existencia de sistemas de zanjas que encierran áreas enormes. De estos sitios prehispánicos todavía no sabemos mucho más que su mera existencia. Faltan datos para ordenarlos cronológicamente y para poder responder muchas preguntas, que surgen a partir de las nuevas evidencias, como p.ej.: - ¿Son todos del mismo tiempo o existe cierta profundidad temporal? - ¿Cuan densamente estaban poblados los áreas delimitados por los sistemas de zanjas? - ¿Contra quienes se estaban protegiendo los constructores de las zanjas - contra sus vecinos o contra gente que venían de lejos? - ¿Es la presencia de zanjas que “unen” a sistemas vecinos un indicio para alianzas entre los pobladores de dichos sistemas? - ¿A qué momento de la ocupación corresponde la construcción de la(s) zanja(s)? La lista de preguntas posibles es larga y se ira constantemente renovando con el avance de la investigación. Bibliografía Altamirano, Diego Francisco de, 1979 [ca. 1710], Historia de la Mision de los Mójos. Instituto Boliviano de Cultura, Biblioteca “José Agustín Palacios”, Publicación No. 3, La Paz. Arellano López, A. 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Devereux et al. 2005; Doneus et al. 2008; Noble Wilford 2010. 90 91 New approaches to pre-Columbian raised-ield agriculture: ecology of seasonally looded savannas, and living raised ields in Africa, as windows on the past and the future Doyle McKey 1,2 , Delphine Renard 1,3 , Anne Zangerlé 4,5 , José Iriarte 6 , Kisay Lorena Adame Montoya 7 , Luz Elena Suarez Jimenez 7 , Axelle Solibiéda 8 , Mélisse Durécu 1 , Marion Comptour 1 , Stéphen Rostain 9 , Christine Raimond 8 1 Université Montpellier 2, Centre d’Ecologie Fonctionnelle et Evolutive, UMR 5175 CNRS, France 2 Institut Universitaire de France 3 current address: Dept. of Geography, McGill University, Montreal QC, Canada 4 Department of Ecology and Ecosystem Management, Technische Universität München, Freising, Germany 5 Current address: Centre d’EcologieFonctionnelle et Evolutive, UMR 5175 CNRS, France 6 Department of Archaeology, University of Exeter, UK 7 Fundacion Universitaria Internacional del Tropico Americano (Unitropico), Yopal, Colombia 8 Laboratoire de Géographie, Pôle de Recherche pour l’Organisation et la Diffusion d’Information Géographique (PRODIG), UMR 8586, Paris, France 9 Institut Français d’Etudes Andines, Quito, Ecuador/ Archéologie des Amériques, UMR 8096 CNRS, Nanterre, France Introduction Seasonally looded savannas, found in several regions scattered around the rim of Amazonia, today harbor very low human population densities. Over the past few centuries, production systems of people living in these environments have depended largely on the harvesting of wild resources. Today much of their area is devoted to extensive cattle ranching. Archaeological data show, however, that many of these areas have not always been so thinly populated, and that production systems in the past included forms of agriculture that may have been relatively 92 intensive, involving the construction of agricultural raised ields, paths, canals and other structures, with impacts on the landscape that can still be seen. Raised ields can be deined as “any prepared land involving the transfer and elevation of earth in order to improve cultivating conditions” (Denevan and Turner 1974). Drainage is of course not the only way in which elevating earth improves conditions for farming, and wetlands are not the only environments in which raised ields (or “raised beds”, for little-elevated structures) are found. Nonetheless, the largest and most extensive raised ields are found in wetlands. Wetland raised ields were widespread in the Americas before the European conquest (Denevan 2001; Doolittle 2000). In the Neotropics, raised-ield wetland agriculture is today extinct, or present only in relictual form. Its disappearance poses numerous questions: How did it function? Why did it disappear? Could it have any relevance today? The objective of this chapter is to examine the functioning of this ancient type of agriculture. Knowing how it functioned—and in some parts of the world still functions today—is required to assess its value as a potential source of inspiration for the conception and establishment of ecologically intensive agriculture, a goal proclaimed by researchers and decision-makers alike. The chapter is organized in three parts. In the irst, we briely summarize what is known about the functioning of pre-Columbian raised-ield agriculture and identify important open questions. As we will argue below, current approaches to studying raised-ield agriculture in pre-Columbian South America seem to be reaching their limits. New approaches are required to resolve open questions and to suggest new questions and productive lines of investigation. In the second and third parts of the chapter, we describe two new approaches we are pursuing. In the irst, we explore the present- day ecology of seasonally looded tropical savannas. We show that insights into raised-ield agriculture can be gained by a better understanding of the environments in which these agroecosystems are embedded, in particular why these environments so often harbor highly regular mound-ield landscapes of natural origin that resemble some kinds of agricultural raised ields. Archaeologists have commented on this resemblance, but have simply regarded natural mound-ields as a nuisance, a confounding feature that must be distinguished from their “real” objects of study. We suggest that natural mound-ields testify to striking convergence in the adaptations of humans and other organisms to these constraining environments, and that human and natural engineers may often have worked together, producing landscapes that are neither ‘natural’ nor ‘cultural’, but biocultural in origin. Far from being just a confounding nuisance, natural mound-ields may sometimes be an essential part of the story In the second new approach, we show how exploring the ethnoecology of modern raised-ield agriculture in seasonally looded African savannas can lead not only to insights about pre-Columbian raised-ield agriculture in 93 the Neotropics, but might also help us imagine more intensive forms of agriculture in the context of the rapid growth of human populations that is already affecting some seasonally looded tropical wetlands, notably in Africa. Our ecological approach and our studies in Africa thus provide a window not only into the pre-Columbian past, but also into a hoped-for future of intensive but sustainable agriculture. 1. Ecology of pre-Columbian raised-ield agriculture in South America: current state of knowledge and open questions The history of environments and societies in lowland South America in the centuries before the European conquest is hotly contested. Much of this debate focuses on the extent and nature of human modiication of environments in Amazonian forests, where anthropogenic dark earths (Glaser and Birk 2012; Glaser and Woods 2004; Lehmann et al. 2003; Woods et al. 2009; Petersen et al. 2001), evidence for settlements of substantial size (Carneiro 1960; Heckenberger et al. 1999, 2007, 2008) and evidence that humans modiied the composition of forest communities (Balée and Erickson 2006; Junqueira et al. 2010; Levis et al. 2012; Shepard and Ramirez 2011) all suggest an intensiication of agriculture during the late Holocene, leading to surprisingly large pre-Columbian human populations (Denevan 1992). How much of forested Amazonia was affected by this agricultural intensiication is a still unsettled question (Barlow et al. 2012; Bush and Silman 2007; Clement and Junqueira 2010; Erickson 2008; McMichael et al. 2012). In peri-Amazonian savannas, another apparently intensive form of agriculture is suggested by widespread vestiges of raised ields (Denevan 2001). Different forms of raised-ield agriculture were practiced in permanent or seasonally looded wetlands in several regions in Central and South America, both in lowland environments and in the Altiplano, from as early as ca. 3000 yr BP, around Lake Titicaca in Bolivia and Peru (e.g., Erickson 1987; Kolata 1996), and up until the European conquest in several sites. The chronicles of European missionaries left scant anecdotal information on the methods farmers used to construct and manage raised ields (De Las Casas 1986 [1560]; Gondard 2008; Gumilla, 1963 (1791]). 1.1. What was the real extent of raised-ield agriculture? A fundamental, but still debated, question about raised-ield agriculture is how extensive it really was. Various types of mounds of natural origin frequently occur in seasonally looded savannas, and they are often arranged in mound-ield landscapes that show striking spatial regularity (Renard et al. 2012a). These mound-ield landscapes resemble some kinds of agricultural raised ields, and the potential for confusing the two has led to controversy about how extensive pre-Columbian agriculture in neotropical savannas really was. One kind of natural mound-ield landscape, gilgai 94 topography, has been a source of confusion in interpreting raised-ield agriculture in the Mayan lowlands for almost 40 years (Puleston 1978). Baker (2003) reviewed this question, provided new evidence that both gilgai and human-constructed raised ields occur in the area, and clariied the distinction between them. In lowland South America, the kaolinite-rich oxisols of seasonally looded savannas where we have worked in French Guiana and Colombia lack the shrinking-swelling clays necessary for gilgai formation (B. Glaser, University of Halle, pers. comm.). However, other types of mound-ield landscapes exist in these environments. Writing of peri-Amazonian savannas, Meggers (2003) warned of the possibility of confusion between raised ields and spatially regular mound-ield landscapes of natural origin, and presented photographs she considered to represent likely examples of the latter in the Llanos de Mojos in Bolivia. Langstroth (1996, 2011) and Mayle et al. (2007) also drew attention to the possibility of confusing artiicial earth mounds with structures of natural origin, noting that some habitation mounds in the Llanos de Mojos appear to be eroded relics of natural levees and terraces, and that many smaller forest islands appear to have been created by termites, rather than humans. At least some forest islands in the region, however, are of human origin, as they are built on ancient (early Holocene) shell middens (Lombardo et al. 2013). However, aside from the counsel to exercise caution, authors have offered no guidelines on how mound-ield landscapes of natural origin and vestiges of agricultural raised ields might be distinguished. Furthermore, as noted above, no one appears to have asked why various types of earth mounds of natural origin are so frequently found in the same kinds of environments where humans often constructed large complexes of similar mounds. Does the outward similarity of natural mound-ields and certain vestiges of agricultural raised ields relect some deeper connection? 1.2. How did raised-ield agriculture function? A second set of fundamental, still unresolved, questions about raised-ield agriculture revolves around how it worked and how productive it really was. All authors agree that the primary function of constructing raised ields was to provide well-drained soils for looding-intolerant crops. Other potential advantages of raised-ield agriculture have been suggested, such as the recycling and concentration of nutrients, the production of aquatic resources such as ish, and (in altiplano environments) the protection of crops from frost (see Renard et al. 2012b for a review), but the importance of these potential advantages is contested (Baveye 2013; Lombardo et al. 2011). How intensive and productive this kind of agriculture really was, and whether it supported dense populations, are questions as hotly debated as those concerning Amazonian forests (Bandy 2005; Iriarte et al. 2010; Lombardo et al. 2011; Muse and Quintero 1987; Saavedra 2009). 95 An overarching problem in understanding raised-ield agriculture, we believe, is that the artifacts archaeologists can observe mostly document only a single component of subsistence systems that likely included numerous activities (cf. Bruno [2014], who independently reached the same conclusion). A striking exception is the vestiges of earthen ish weirs that document an ancient landscape-scale ishery in the Llanos de Mojos (Erickson 2000). Even where such artifacts are present, it may be dificult to estimate the place that was occupied by raised-ield agriculture in these multi-component systems. Like present-day inhabitants of seasonally looded African savannas (see section 3), perhaps pre-Columbian “raised- ield farmers” considered themselves primarily ishermen, and farmed not only wetlands, but also other habitats over the annual cycle. “Raised-ield agriculture” should be understandable only when it is placed in a broader context of a more complex subsistence system. Given that we do not really understand why raised-ield agriculture was abandoned, there is also uncertainty about how sustainable it was. There is also disagreement about the related question of whether raised-ield agriculture has any relevance as an intensive, ecologically sustainable, form of agriculture today. Based on the sheer extent of raised ields in some areas, archaeologists have argued that they must have supported sizable human populations. Denevan (1982) estimated the total surface of raised ields known at that time in Latin America to be 1000 km 2 (100,000 ha), representing more than a billion cubic meters of earth moved. However, this is surely an underestimate, as Erickson (1992a) estimated 80,000 ha of raised ields in the Lake Titicaca basin alone. Furthermore, some archaeologists consider that raised-ield agriculture was quite productive, supporting high population densities. Erickson and Candler (1989) estimated that raised ields in the Lake Titicaca basin could have supported 37.5 persons per ha. This corresponds to over 3700 persons per km 2 ! Rostain (2008) proposed a igure of 50-100 inhabitants per km 2 (still a high density for agricultural lands) during the period of raised-ield farming in the coastal savannas of the Guianas. As occupancy of many sites appears often to have been continuous over centuries, or in some cases over a millennium or more (e.g., Erickson 1995; Walker 2004), this use of the land appears to have been sustainable. These researchers hold that sustained productivity, in climates and soils that today are widely regarded as quite unsuited to agriculture (Erickson 1994b), must have been based on deft management not only of drainage, but also of nutrients. In this view, aquatic resources such as ish, and nutrient input from sediments and organic matter accumulated in the looded basin in which raised ields are embedded, are key components of these systems, along with other sources of nutrients such as weeds and kitchen scraps. The chinampas of the Valley of Mexico are particularly emblematic, and management practices like those of chinamperos are 96 thought by some to have been widespread in other areas where raised- ield agriculture was practiced. Based on such assessments, geographers, archaeologists and other scientists have advocated raised-ield agriculture as a promising way forward in the search for ecologically sustainable intensiication of agriculture (Denevan 1995, 2001; Erickson 1992a; Morris 2004; Saavedra 2009; Siemens 2004) and as a kind of agriculture that can work with wetlands and their biodiversity, rather than against them (McKey et al. 2010; Renard et al. 2012b). Some of these scientists have attempted to bolster their claims with experiments in reconstructing or rehabilitating raised-ield agriculture (Barba et al. 2003; Erickson 1992a, 1994a, b, 1995; Gomez-Pompa et al. 1982; Morris 2004; Saavedra 2009). Others are highly skeptical of these interpretations (Bandy 2005; Baveye 2013; Lombardo et al. 2011; Swartley 2002). First, whereas the start of raised-ield cultivation in an area can be dated, it is usually impossible to estimate when farmers stopped their activities on raised ields. Thus, the duration, and hence the potential sustainability, of raised-ield farming is often uncertain. Second, the extent of vestiges of raised ields may say little about the size of the human populations they could have supported. If fallow periods were long, for example, then only a small fraction of the total area may have been under cultivation at a particular point in time. Similarly, varying hydrological conditions may have permitted cultivation in only a small part of the landscape at a given time (the ‘shifting lakeshore’ hypothesis [Baveye 2013]). According to this view, if these systems were sustainable, this may have been only because the pressure on resources was held low, by low densities of humans shifting over the mosaic landscape in time. Skeptics are particularly critical of experiments that have attempted to reconstruct or rehabilitate raised-ield agriculture, pointing out methodological shortcomings (Lombardo et al. 2011; Swartley 2002). Skeptics believe that in many systems, the advantage of constructing raised ields is purely drainage (and to a lesser extent, irrigation), and that other potential advantages, such as nutrient management or the use of aquatic resources, have been overestimated (Lombardo et al. 2011). According to this view, apart from the chinampas, to be discussed in section 1.3.1, raised- ield agriculture is an irredeemably failed system with little relevance to agriculture today or in the future (Bandy 2005; Chapin 1988). 1.3. Current approaches to studying the functioning of raised-ield agriculture, and their limits How can these debates be resolved? Inferences about the functioning of raised ields in the past, and their agronomic potential in the present, have been based on three kinds of data. 1.3.1. The chinampas as a model system The only system still extant in the neotropics, the chinampas of the Valley of 97 Mexico (Armillas 1971), has inluenced much of our thinking on how past systems may have worked elsewhere in the Americas (see Lombardo et al. 2011 for review). However, the chinampas have been greatly altered over the past 500 years (Merlin-Uribe et al. 2012; Torres-Lima et al. 1994). Even in their ‘original’ state they probably functioned very differently from other forms of neotropical wetland agriculture. These differences lie partly in the biophysical environment. In contrast to most raised-ield systems, the chinampas are located at mid-elevation, and not in the hot lowlands; and their soils, shaped by both volcanic and alluvial/lacustrine inluences, are richer than the acid, highly weathered Oxisols that characterize many other sites (Renard et al. 2012b). The chinampa system is also characterized by unique agricultural practices, such as the historic stabilization of platforms by the planting of looding-tolerant trees such as willows, and—at least in pre-Conquest times—by the transport of loating beds of seedlings to plant the platforms (Armillas 1971). Chapin (1988), Lombardo et al. (2011) and Baveye (2013) regard the chinampas system as unique and claim that archaeologists have abusively overgeneralized this model. 1.3.2. Data from geoarchaeology Geoarchaeological methods can provide data to support inferences about agricultural practices and how they could have affected the functioning of raised-ield agroecosystems. Coprostanols in archaeological sediments and soils, for example, yield information on fertilization by animal manure (Birk et al. 2011). Micromorphological data suggest animal manuring of raised-ield soils in the Guayas Basin, Ecuador (Wilson et al. 2002). However, while geoarchaeological methods may provide highly suggestive evidence, it is often inconclusive; alternative interpretations are often possible. For example, inding carbonized seeds of wild plants in soils of raised ields could indicate that ields may have been fertilized with llama dung containing these seeds (Erickson 1994a), but it could also be explained by burning of weeds gathered from agricultural ields (Gondard 2006). Furthermore, geoarchaeological methods appear to be silent on many important questions about raised ields. They lack, for example, the resolving power in space and time to enable us to assess whether raised ields were continuously cultivated or subjected to more or less long fallow periods. 1.3.3. Experiments in reconstructing or rehabilitating raised ields Attempts to experimentally reconstruct or rehabilitate raised ields can offer important insights into how raised-ield systems might function. For example, Erickson (1992b) found that during the El Niño drought of 1982-1983 in the Lake Titicaca Basin, there was still enough water in canals to splash irrigate experimental raised ields, whereas nearby non- raised ields completely failed. Similarly, during severe loods in 1985- 98 1986, raised ields yielded well, whereas non-raised ields were looded and produced nothing. However, for many of the experiments conducted so far, methodological limitations affect interpretation of their results. First, their duration may simply be too short to allow conclusions. Changes in soil properties associated with raised-ield construction (e.g., salinity in soils of the Lake Titicaca basin) may have led to initial, but short-lived, beneits in experimental raised ields (Baveye 2013). Second, some experiments had design laws. In Tabasco (Gulf coastal lowlands of Mexico), raised platforms were constructed using earth-moving machinery that brought poorer subsoil to the surface, burying the richer topsoil and compacting the soil (Chapin 1988). However, perhaps the most serious limitation of many experiments is that they attempt to answer simultaneously two questions that in fact require different kinds of experiments (Baveye 2013). All these experiments have as one announced goal to learn how raised- ield agroecosystems functioned, in the past. But another goal, only sometimes explicit, is to demonstrate that they could be agronomically, and economically, interesting today. Because socio-cultural contexts today are different from how we imagine they were in the past, experiments often “fail” for reasons that have nothing to do with their ecological functioning, for example, the absence of provisions for marketing the crop once it is produced (Chapin 1988). In consequence, results of these experiments sometimes tell us little about the agroecology of raised-ield systems. In experiments that attempt to rehabilitate this type of agriculture in regions where knowledge about it has been lost, it is impossible to know how well the experiments replicate the ecological conditions and the plants of these environments, the technical practices employed in constructing and maintaining raised ields (and their costs in terms of labor), and the social organization that characterized pre-Columbian farmers. Overall, experimental raised ields have failed, in the sense that these experiments all appear to have been abandoned, but how much of this failure can be ascribed to agroecological limitations of raised-ield agriculture (Bandy 2005; Baveye 2013) or to social or cultural factors (Erickson 1994b) is unclear. Like other approaches used to study the functioning of raised- ield agriculture up to now, experiments to reconstruct or rehabilitate raised ields seem to have reached at least a temporary limit. It is time for new approaches. 2. Placing raised-ield agriculture in the context of the ecology of seasonally looded savannas The irst new approach we present explores what we can learn by considering raised-ield agriculture within the more general context of the ecology of seasonally looded savannas. Long before the arrival of humans on the scene, plants, animals and microorganisms adapted to 99 these highly constraining environments, and the interplay between the living and non-living parts of the ecosystem shaped the biophysical setting in which raised-ield agriculture became enmeshed. We are just beginning to understand the interactions that resulted. 2.1. Ecology of raised-ield landscapes in the coastal savannas of French Guiana: feedback loops in the vestiges of raised-ield agriculture Our work on this approach began in a multidisciplinary study of the vestiges of raised-ield agriculture in the coastal savannas of French Guiana. Building on the pioneering work of Rostain (1994, 2008, 2010, 2012), our work yielded new information on the history of these environments and the people who inhabited them, providing data on when they were cultivated, what crops were grown on them and how raised- ield landscapes were constructed and managed (Iriarte et al. 2010, 2012; McKey et al. 2010). The earthworks in these savannas were built by groups of the Arauquinoid tradition, who spread progressively from their origin in the Apure–Middle Orinoco region eastward along the Guianese coast beginning around AD 600. Increases in the surface area of raised ields in the lowlands of Venezuela, Guyana, Suriname, and French Guiana marked the eastward advance of Arauquinoid populations. In French Guiana, 14 C dating of organic material extracted from the tops of the paleosols buried under mounds in two complexes west of Kourou gave ages of 760 ± 40 years BP (calibrated, 670–700 years BP) and 1,010 ± 40 years BP (calibrated, 920–950 years BP) respectively (McKey et al. 2010). Other ages are 1,060 ± 30 years BP (calibrated, AD 898–1022) in Bois Diable raised ields and 620 ± 30 years BP (calibrated, AD 1289–1404) in the Matiti savanna raised ields. These dates correspond to those obtained from the sites of Arauquinoid tradition on the west coast of French Guiana and from the eastern coast of Suriname, supporting the attribution of the raised ields to the Arauquinoid groups that inhabited the sand ridges bordering the mound complexes, where huge archaeological sites of this tradition have been found (Rostain 2012). Form and organization of the Arauquinoid raised-ield complexes varied through time and space, in relation to cultural, chronological, and technological differences, and to variation in local hydrological and edaphic factors (Figure 1). The construction of raised ields in the Guianas corresponded to a period of extremely humid climatic conditions (Colinvaux 1989), which may have favored the expansion of raised-ield techniques. In French Guiana alone, almost 3,000 hectares of human-modiied savannas have been mapped. These igures include only areas documented by the ecofacts that are still visible; it is likely that entire complexes have been destroyed by modern land use. Agricultural activities, highways and other construction projects have buried mounds. In Suriname and Guyana, thousands of hectares of 100 colonial polders have completely erased many pre-Columbian structures. Our concern here, however, lies less with the history of these structures than with their ecology. We studied how the vestiges of these ancient agricultural landscapes function as ecosystems today. Our results suggest something about how the raised-ield agroecosystem may have functioned when these sites were under active cultivation. 2.1.1. The ecological legacy of raised-ield agriculture in French Guianan coastal savannas In the best-studied of our sites in French Guiana, the Grand Macoua Savanna, the old raised ields are small earth mounds only about a meter in diameter and 20-30 cm in height. Evidence from phytoliths and from carbon stable isotope composition in soil proiles indicates that before these mounds were built, the area was covered with relatively homogeneous marshland vegetation with relatively lat topography (McKey et al. 2010; Renard et al. 2012a). After raised ields were abandoned by humans, 500 years or more ago, the landscape did not return to that initial condition. Our investigation of the ecological legacy of pre-Columbian raised-ield agriculture began with a simple question: why are the physical vestiges of raised ields still so clearly present today, despite their having been subjected during all this time to the erosive effects of up to 3-4 m of tropical rainfall each year? Our results showed that raised ields, after being abandoned by humans, were re-engineered by soil engineer organisms such as ants, termites, earthworms and plants (McKey et al. 2010; Renard et al. 2013). Soil engineers are a subset of organisms considered by ecologists to be “ecosystem engineers”—organisms that create, maintain, modify or destroy habitats, affecting the conditions of life for themselves and for other organisms (Jones et al. 1994). We found that in the landscapes we studied in French Guiana, activities of soil engineer organisms were concentrated in the well-aerated soils of the abandoned raised ields. In these ancient agricultural landscapes, nests of social insects are restricted to mounds. These central-place foragers continually bring organic matter to their nests. Furthermore, during nest excavation and cleaning, they carry subsoil to the surfaces of mounds. Furthermore, during the rainy season earthworms concentrate in mounds, where they can respire, and thus their casts are also concentrated on mounds (Figure 2). The organic and mineral material all these organisms bring to mounds compensates for losses by erosion. In addition, the biogenic structures—nests, galleries and water-stable aggregates—created by social insects, earthworms and plant roots stabilize the soil of mounds against erosion. The macropores created by these organisms favor the iniltration of rainwater rather than runoff, further reducing the rate of erosion. 101 Figure 1. Pre-Columbian raised ields in a savanna near Sinnamary, coastal French Guiana. Photo © 2005 Stéphen Rostain These organisms thus appear to have preserved the physical legacy of human mound-building activities, long after the human engineers disappeared (McKey et al. 2010; Renard et al. 2013). Once constructed, mounds attracted organisms whose activities maintained these elevated structures. Because all these actions of soil engineers tend to maintain mounds where they already exist, they can be characterized as positive feedback loops. The construction of mounds by humans appears to have pushed the initially topographically homogeneous ecosystem into an alternative stable state, topographically heterogeneous, with mounds maintained by the feedback loops driven by the soil engineers that inhabit them. 2.1.2. Did active raised-ield landscapes incorporate similar positive feedback loops? Did positive feedback loops driven by soil engineer organisms also play a role in the raised-ield agroecosystem itself, when the landscape was still under cultivation? We have argued that in the nutrient-poor soils of the French Guianan coastal savannas, sustained agricultural production would 102 Figure 2. Vestiges of pre-Columbian raised ields in French Guiana and biogenic structures of some of the ecosystem engineers that maintain them. A: Part of the vast complex of abandoned raised ields in the Grand Macoua Savanna in the rainy season (April 2007). Only the abandoned raised ields are above water level. B: Abandoned raised ield in the dry season, totally covered with earthworm casts, absent from the surrounding matrix. Note higher plant density on the abandoned raised ield. C, D: subsoil from nest excavation or cleaning by ants, deposited near nest entrances (on abandoned raised ields). C: Acromyrmex octospinosus; D: Ectatomma brunneum; E: Surface of a typical abandoned raised ield, completely constituted of stable earthworm-produced biogenic structures. F: Material associated with an Acromyrmex octospinosus nest on an abandoned raised ield. Light brown material covering the top of the mound is excavated soil, yellow-brown material at center bottom is plant debris deposited from the ants’ fungal farm. Scale bars are approximate. Photos © 2007 Doyle McKey. Photos A, B, E and F were previously published in McKey et al. (2010) 103 have been possible only through careful management of soil organic matter (SOM). This required fallow periods that allowed the reconstitution of SOM. Geoarchaeological evidence indicates that fallows may have been managed by a slash-and-mulch system (rather than slash-and-burn) that conserved SOM (Iriarte et al. 2012). We postulate that soil engineers maintained topographic heterogeneity and favorable soil structure during fallows, enhancing their eficiency in restoring SOM. In effect, farmers “outsourced” the work of maintaining the land during fallows to soil engineers, reducing the time and labor costs of maintaining raised ields during fallows and of reconstructing them afterwards (McKey et al. 2010). This is probably only a particularly conspicuous example of the multiple roles—often poorly understood, unheralded, but nonetheless essential— that interactions among soil organisms play in reconstituting fertility during fallows in many kinds of agroecosystems. 2.2. Mound-ields of natural origin: when feedback loops lead to spatial self-organization of ecosystems The feedback loops that drive the maintenance of raised ields after their abandonment by humans result from the responses of soil engineer organisms to a strong environmental constraint: the seasonal scarcity of a key resource, namely well-aerated soils. This constraint characterizes all seasonally looded savannas. It is thus not surprising that many organisms other than humans have evolved the capacity to build elevated structures in these environments, concentrating this key resource in patches within an otherwise inundated landscape. Numerous kinds of earthworms and social insects, in particular, build elevated structures in seasonal wetlands and exploit the well-aerated soils thereby produced (Renard et al. 2012a). Interestingly, the landscapes thus created show striking regularity—just as in raised-ield landscapes—in the spatial organization of mounds. However, whereas in the vestiges of raised ields soil engineers simply maintain a pattern created by humans, in natural mound-ields spatial regularity is not planned, but instead emerges from natural processes that incorporate feedback loops, most often the combined actions of individual soil engineers. The mechanisms that produce such emergent regularity can be termed self-organizing. Ecologists have long been fascinated (e.g., Bates 1948) by the “patterned landscapes” produced by self-organizing mechanisms, and recent theoretical and empirical studies have helped us understand how they form. Most of this work has focused on explaining regular spatial patterns in vegetation of semi-arid regions (Meron 2012; Rietkerk et al. 2004). The key principles behind spatial self-organization in these ecosystems, developed by theory and supported by empirical studies, are that (i) the ecosystem is characterized by some key resource in short supply, (ii) engineer organisms 104 modify the distribution of that resource, (iii) concentrating it in patches, with resource-poor areas between these patches. In semi-arid shrublands, the key resource is water, and plants modify its distribution. We will return to this example in section 2.3. Mound-ield landscapes in seasonally looded tropical savannas have never been studied from this point of view. Why is it important for archaeologists interested in raised ields to understand the ecology of natural mound- ield landscapes? They appear to have been built by various soil engineer organisms. If the evolution by soil engineers of the capacity to build such structures has been driven by the same environmental pressures that led humans to construct raised ields, we might also expect to see similarities in the way natural and man-made mound-ield landscapes function. Furthermore, where humans have constructed raised ields, these engineers and their structures are also often present, and a great range of interactions may occur. It thus becomes very important, in the study of raised-ield agriculture, to understand the biology of soil engineers, their effects on ecosystems, and how they might interact with humans. We decided to investigate these questions in the Orinoco Llanos of Colombia, certain parts of which feature enormous expanses of natural mound-ield landscapes termed surales. 2.2.1. Ecological studies in the surales (Colombia) Surales are one of the poorly studied types of mound-ield landscapes found in seasonally looded South American savannas (Renard et al. 2012a). They occur mostly in the alluvial overlow plain of the Orinoco Llanos from the Apure River in Venezuela to the Meta River in Colombia (Sarmiento and Pinillos 2001). Regarding their origin, some ecologists have afirmed, rather matter-of-factly, that the mounds are constructed by earthworms (Chacón-Moreno et al. 2004; Sarmiento and Pinillos 2001), whereas others, equally matter-of-factly, afirm that they are built by termites (Beard 1953). No one has pursued the question of the origin of these mounds in any detail, failing even to identify the kind of earthworm, or termite, held to be the mound-builders. Most surprisingly, no serious attempt has been made to explain the extreme spatial regularity of mounds in surales landscapes. Bates (1948, pages 566 and 568) provides a vivid description of surales: “The surales present a reticulate pattern of deep ditches surrounding mounds a meter or two in diameter; the top of the mound is a meter or more above the bottom of the surrounding ditch. … The reticulate ditching is like the pattern formed by the drying of a gigantic mud lat. … Well-developed sural country is dificult to traverse. If you are on foot, you have to decide whether to follow the endless twistings of the boggy ditches or to jump from mound to mound, both awkward expedients. If you are mounted, the animal has to make the same decision and generally ends up in complete frustration: I have heard stories of man and mule irmly stuck in a narrow, deep ditch between two 105 sural mounds.” To identify potential ield sites, we irst found georeferenced descriptions in the literature and then examined satellite imagery from the region available on Google Earth. Because surales mounds are often only 1-2 m in diameter, they are evident only where images are of very high resolution. Within these rare high-resolution windows, we eventually found a few areas that looked to be both promising and relatively easily accessible by road. We studied surales landscapes in Casanare, Colombia, about 120 km E of the city of Yopal (Figure 3, map). As shown by aerial photographs (Figure 4) taken using the Pixy © drone (http://www.drone-pixy.com/), surales landscapes are truly amazing, not only in their spatial regularity but also in their extent. Although they are currently being lattened, limed and fertilized at a rapid rate to yield large rice ields (pers. observ. of the authors), surales landscapes can still cover several square kilometers at a single stretch. Figure 3. Map showing the location of the Orinoco Llanos eco-region in Colombia and Venezuela. Surales landscapes are found primarily, but not exclusively, in one of the four sub-regions within the Llanos, the alluvial overlow plain. The locations of our ield sites are indicated. Limits of the Orinoco Llanos eco-region are based on a map published by the Freshwater Ecosystems of the World program of WWF and the Nature Conservancy, available at the following URL: http://www.feow.org/ecoregions/details/orinoco_llanos. 106 Limits of the alluvial overlow plain are based on a map published in Sarmiento (1983) Figure 4. Aerial images of surales landscapes, taken using the Pixy© drone. Scale bars are approximate. Photos © 2012 Delphine Renard Our studies of these ecosystems are still in their early days, but a few tentative conclusions can be summarized here. First, in line with most earlier ecological studies of surales landscapes, our observations implicate earthworms as the mound-builders. Fresh earthworm casts literally cover 107 the surface of surales mounds, and mounds seem in fact to consist largely of the accumulated excreta of earthworms. A single large earthworm species appears to be the builder of surales mounds in Colombia. This earthworm, an undescribed species of Andiorrhinus (subgenus Turedrilus; Glossoscolecidae), cannot yet be described scientiically because all individuals collected so far are juveniles (A. Feijoo Martinez, Universidad Tecnológica de Pereira, pers. comm.)! We have not yet measured the density of these worms, nor the amount of earth that each worm can move daily, but this amount is certainly much greater than for the unspecialized worms we found in French Guianan abandoned raised ields. Secondly, our work reveals geomorphological diversity among surales landscapes, and suggests that this diversity represents an ecological succession, across which there is change not only in the communities of organisms, but also dramatic change in the development and functioning of the ecosystem. In ditches lining an airstrip constructed 10 years before our work began, we observed the probable very irst step in this successional process: worm towers and small mounds constructed in this recently created lood-prone area. In other areas where mounds appeared to be relatively young, they were small in diameter (< 1 m), lat-topped, barely protruding above the rainy-season high-water level, and bearing only grass and other herbaceous vegetation (Figure 5A, C). Clusters of these small mounds coalesce to form larger mounds, still low in stature but with multiple tops. Other areas bear what appears to be the next step in succession, with round-topped mounds bearing perennial bunchgrasses and a few shrubs and small trees (Figure 5B, D). The coalescence and growth in height of mounds appear to continue, for in yet other areas we have observed mounds up to 4.5 m in diameter, covered with trees, and with up to 2 m difference in elevation from the top of mounds to the bottom of the intervening basin. Our observations suggest why natural mound-ield landscapes are frequent in seasonally looded savannas. Many kinds of organisms—in South American examples, particularly earthworms and termites—have hit upon a similar adaptive solution as humans to the principal constraint of these ecosystems, the scarcity of well-aerated soils. These organisms build towers, and eventually mounds, to enable them to live in habitats lacking this crucial resource. In the case of the surales, in areas where rainy- season water depth is suficiently shallow, earthworms feed in looded soil and construct towers where they can gain air to breathe. Each worm appears to forage over a limited radius in the looded soil, continually returning to the tower to deposit its excreta and to breathe. As more and more soil from the surrounding looded area is carried to the tower, it grows to become a mound, and small mounds grow and coalesce into larger ones (Figure 5B, D). Throughout the entire process, as the mounds get taller, the basin appears to get deeper, for the larger the mounds, the deeper the water is in the basin. 108 Figure 5. Surales landscapes appear to develop and change over time. These photographs show part of the sequence. A, B: aerial images taken using the Pixy© drone, photos © 2012 Delphine Renard. C, D: images at ground level. Photos © 2012 Doyle McKey. A, C: small, lat-topped, grass-covered surales, in the process of coalescing to form larger mounds. B, D: larger, rounder surales, bearing a mix of herbaceous and shrubby vegetation. Scale bars are approximate Our observations thus also suggest an explanation for the great spatial regularity of surales mounds, one that its with the theory on spatial self- organization in semi-arid shrublands (Meron 2012; Rietkerk et al. 2004). Well-drained soil is a key critical resource, and earthworms modify its distribution, concentrating it in the mounds, and thereby creating deeper water levels in the space between mounds. When the depth of the water surrounding the mound exceeds the maximum depth from which a worm can initiate a mound, this creates a minimum distance between mounds. As earthworms are abundant, this minimum distance produces regular spacing of mounds. The feedback loops driven by these soil engineers thus produce spatially self-organized landscapes. Although the speciic mechanisms are different, this hypothesis is quite analogous to those 109 that explain spatial self-organization in semi-arid shrublands (e.g., Meron 2012; Rietkerk et al. 2004) and “mima” mound-ields created by burrowing mammals (Gabet et al. 2013). Our observations in the surales also suggest a further question: Given the great advantage conferred by mound-building in these environments, why are mound-ields of natural origin not present in all seasonally looded savannas? For example, in the coastal savannas of French Guiana there is no evidence for extensive mound-ields of natural origin. This is in strong contrast to the Orinoco Llanos, where surales are frequent, and to the Llanos de Mojos in Bolivia, where termites and earthworms have constructed distinct kinds of mound-ield landscapes as spectacular as the surales (Haase and Beck 1989). Why is it that soil engineers in French Guianan coastal savannas have not created natural mound-ield landscapes, but appear to have required an initial boost from humans, whose abandoned mounds they now maintain? We hypothesize that such differences between regions can be explained by history. Seasonally looded savannas have probably existed in the Llanos de Mojos and the Orinoco Llanos since their origin as subsidence basins to the east of the uplifting Andes about 20 million years ago (Iriondo 2004; Sarmiento and Pinillos 2001). These large, geologically older savannas harbor organisms with specialized adaptations to seasonal looding. The mound-building earthworm of the surales may be an example. Earthworms usually avoid waterlogged soil (Edwards and Bohlen 1996), and “aquatic” earthworms inhabiting marshes or swamps tend to be highly specialized (e.g., Maina et al. 1998). We postulate that in the coastal savannas of French Guiana—small, of recent (Holocene) origin and distant from other similar environments— there has simply not been enough time and space for organisms to evolve specialized adaptations to seasonal looding. The earthworms and termites present there move soil at lower rates. Incapable of building large mounds in looded landscapes, they require an initial boost. They can only maintain mounds that were constructed by humans, and can do this only where conditions favor their activity. 2.2.2. Natural mound-ield landscapes: a nuisance or an opportunity? Up to now, students of raised-ield agriculture have treated natural mound-ield landscapes in seasonally looded savannas as simply a source of confusion to be avoided. Our investigation of natural mound-ield landscapes suggests that they have in fact, as Meggers (2003) suspected, sometimes been confused with vestiges of raised ields. However, instances of such confusion go in both directions. Vestiges of raised ields in French Guiana were long supposed by ecologists to be natural mound- ield landscapes, and this slowed their recognition and their study. On the other hand, Reichel-Dolmatoff and Reichel-Dolmatoff (1974) appear to 110 have mistaken surales in the Colombian Llanos for vestiges of raised ields, apparently basing their conclusion solely on the assumption that their spatial regularity indicated their artiicial character. As we have seen, this assumption must be questioned. However, such instances are exceptional and so far have not greatly (or at least, not durably) affected estimates of how extensive pre-Columbian raised-ield agriculture was. Many vestiges of raised ields include structures such as long, parallel rectilinear or curvilinear ridges, features for which there still appear to be no plausible explanation (at least in the essentially lat landscapes of seasonally looded savannas) other than a man-made origin. Confusion is only likely with the vestiges of one kind of raised ields, those that were built as round mounds (Figure 1). Even in these cases, and even in the absence of direct archaeological, geoarchaeological or archaeobotanical evidence, there are often differences (discussed in Renard et al. 2012a) indicative of human or natural origin of mounds. Rather than a nuisance, natural mound-ields may be a great opportunity. Their frequent presence in seasonally looded ecosystems, sometimes in close proximity to pre-Columbian raised ields, raises a host of interesting new questions about the functional similarities between natural and man- made mound-ields (whether cultivated, in fallow, or abandoned), and about how natural engineers may interact with raised-ield agriculture. 2.3. Interactions between natural engineers and raised-ield farmers: new perspectives Just as soil engineers appear to have maintained human-created mounds during fallows (McKey et al. 2010), they may have had other effects on raised-ield agriculture, both in fallows and in active ields. Natural soil engineers have had millions of years to produce adaptive solutions to ecological constraints that are also faced by farmers in these environments. Mound-building may be only the most conspicuous of such adaptations. If micro-organisms of these habitats, for example, are particularly adapted to waterlogged, anaerobic soils, or to soils that are frequently moved between waterlogged and aerobic conditions, then their actions may have contributed in unsuspected ways to the functioning of raised- ield agriculture. We argue that soil engineers in geologically older savannas have evolved particularly specialized adaptations to seasonal looding. If this is so, then the effects they have on raised-ield agriculture may also be greater than in younger savannas such as those of coastal French Guiana. In environments such as the Llanos de Mojos, specialized soil engineers may have driven even greater synergies between natural and cultural processes than we postulate occurred in French Guiana. For example, soil engineers such as termites in the Llanos de Mojos not only construct their own mounds, they also—like soil engineers in French Guiana—proit from human-made elevated structures, building their nests preferentially on 111 abandoned raised ields (see Plate 14b in Denevan [1966]). Because the rates at which specialized engineers move earth is likely to be much greater than in French Guiana, their effect on maintaining abandoned ields against erosion will be greater. Synergies between soil organisms and human engineers may not have been restricted to effects on topography, but may also have touched less conspicuous domains such as the physical or chemical traits of soil environments. Once we recognize that raised-ield farmers and mound-building natural soil engineers sometimes coexisted in seasonally looded savannas, other kinds of relationships between them become imaginable. In constructing raised ields, did humans attempt to imitate self-organized landscapes of natural origin? Are humans aware of the ecological mechanisms acting in these landscapes? Does the establishment of engineered landscapes in wetlands, marked by raised ields and other engineered structures, as well as the incorporation of natural structures, correspond to a deliberate project of societies (cf. Kolata 1993)? Or, alternatively, is the organization of the landscape an emergent property resulting from the actions— not explicitly coordinated—of individuals or groups of individuals (cf. Erickson 1992a)? What strategies, explicit or otherwise, are adopted by the people inhabiting these environments to modify them to their ends? Are raised-ield agroecosystems an example of biomimicry, conscious or otherwise, at the ecosystem level? Semi-arid ecosystems in the Sahel of West Africa offer an example of such biomimicry. This region features various types of spatially self- organized shrubland vegetation. Here, water is the key resource, and engineer organisms (here, plant roots) modify its distribution. Soil bare of vegetation is often encrusted and impermeable to water, but where plants are present, their roots create porous, permeable soil. Rain falling on bare soil runs along the encrusted surface until it reaches a plant, where it iniltrates into the soil. Plants thus concentrate rainfall in the sites where they already occur, creating patches of vegetation (spots [“leopard bush”] on lat ground, stripes [“tiger bush”] on slopes) separated by regular distances (determined by competitive interactions) from other patches (see Meron [2012] for a detailed explanation). In this region, local farmers have developed a type of agroecosystem, the zaï system, that integrates these same self-organizing mechanisms. Zaï was devised to rehabilitate areas that had become devegetated and were thus covered with crusted, impermeable soils. Whereas many rehabilitation efforts focused on destroying soil crusts, the zaï system uses crusted soil to concentrate rainfall (Roose et al. 1999), as does the region’s natural shrubland vegetation. In the zaï system, regularly spaced holes (or, on sloping soil, regularly spaced strips along the contour) are dug and illed with organic matter-rich material, and then planted. Key to the functioning of the system is that the soil between the holes is not plowed or hoed, 112 but left in its encrusted state. Thus, rainwater falling on it lows over the surface until it reaches the porous soil of the holes bearing plants, exactly as occurs in the “leopard bush” and “tiger bush” patterned landscapes of the region. Whether raised ields function in ways similar to natural mound-ield landscapes in looded savannas cannot be known until we know much more about how each of these kinds of ecosystems works. For both raised ields and natural mound-ields, what we know about how they function boils down to little more than how their topography is produced and maintained, and even about this basic aspect little is known with certainty. Our studies of patterned mound-ield landscapes of natural origin are in their infancy. In drawing them to the attention of archaeologists, we emphasize the necessity to examine the different features of each landscape before concluding on their natural or human origin. However, we believe our most important message lies elsewhere: natural mound-ield landscapes are not just a deceptive nuisance that archaeologists must avoid, they are an important, and in some cases perhaps essential, part of the story. Understanding how they function can help us understand agriculture in these environments. The soil engineers that construct them may have enhanced the functioning of raised-ield agroecosystems. In ways that we are just beginning to realize, these agroecosystems may have been truly co-constructed by human and non-human soil engineers. 3. Present-day systems of raised-ield agriculture as living analogues of pre-Columbian systems A second new approach we are following is to study systems that are analogous to pre-Columbian raised-ield agriculture but still extant today. Archaeologists have frequently studied modern analogues to gain insight into the past (Carneiro and Kramer 1979; Hurtado and Hill 1989; Politis 2009). Societies living in environments that share similar strong constraints often develop similar adaptive solutions. Caution must be exercised, because environment inluences, but does not determine, cultural adaptations. However, even imperfect analogies can be instructive. Studying modern analogues can help us understand how pre-Columbian raised-ield agriculture may have functioned, as well as how and why most such systems disappeared and why others (e.g., the chinampas) were maintained. Studying how real, living systems of raised-ield agriculture work today is particularly important for accomplishing our second objective, i.e., assessing the potential role of raised-ield agriculture in today’s world. Forty years ago, the pioneers in the study of pre-Columbian raised-ield agriculture recognized the insights that could be gained by investigating 113 modern raised-ield systems in the Old World (Denevan and Turner 1974). Since then, however, few have followed their lead. We have begun ield studies of contemporary raised ields in Africa. As in peri-Amazonian savannas, there is considerable ecological diversity among sites where raised-ield agriculture is practiced, with broad overlap between the two continents in environmental features such as rainfall and looding regimes and soil properties. Like the Llanos de Mojos and the Orinoco Llanos, the subsidence basins in which raised-ield agriculture has developed in central Africa are geologically old (Kadima et al. 2011), and expanses of seasonally looded savannas have probably long been available as habitats. Not surprisingly, therefore, as in South America, natural mound-ield landscapes are frequent in the sites where raised ields occur. Interestingly, our observations indicate that the features of natural mound-ields are often integrated into raised-ield agroecosystems. 3.1. The two study sites in Africa 3.1.1. Seasonally looded grasslands and forests of the cuvette of the Congo Basin The central part of the Congo Basin is occupied by the “cuvette”, an area over 1 million km 2 (Bwangoy et al. 2010), covered by swamp and loodplain forest and loodable grassland; after the Pantanal, it is the world’s second largest wetland (Mayaux et al. 2007). Our study sites are in the Cuvette province of the Congo Republic (Figure 6). The region is characterized by a subequatorial rainfall regime, with two rainfall peaks and two dry seasons each year. The long dry season, the timing of which varies in different parts of the region, is usually marked by two to three months with rainfall less than 100 mm (Laraque et al. 1998a). Water level luctuates according to rainfall and river low, and in different parts of the basin the seasonal difference in water level can vary from one to four meters (Laraque et al. 1998b). Working in the Cuvette province 50 years ago, Sautter (1962, 1966), Vennetier (1965) and Auger (1967) wrote of landscapes featuring raised mounds and ridges, and described the practices and techniques of the people who farmed them, farming and ishing folk of the Likouba, Likouala and Kouyou ethnic groups. Other groups in the region, the Mbochi and the Makoua, were not reported by these authors to construct raised ields. From the writings of these and other authors, from satellite imagery available under Google Earth, and from published aerial photographs as well as a set of aerial photographs graciously supplied by Yann Arthus- Bertrand following a mission to the region, active or abandoned raised ields are known from a number of sites (all in the Congo Republic) spread from near Oyo in the west to Mossaka in the east, and north along the Likouala-Mossaka and Kouyou rivers (Figure 6). 114 Figure 6. Raised-ield agriculture in the Cuvette Province of the Congo Republic. Field sites mentioned in the text appear in boldface type Aerial photographs also show areas of raised ields on the river Likouala- aux-Herbes further north and east (R. Oslisly, pers. comm.). These images illustrate a remarkable example of a landscape conquered from water, with large mounds, ridges and platforms, sometimes connected by networks of paths, as well as borrow pits that appear to have been deepened to make ponds (Figure 7). Field observations (see below) showed that the large mounds are all occupied by large termite colonies, and appear to be termitaria that were incorporated as nodes in a network connected by ridges. The total extent of raised ields in the region is unknown, but they are likely to account for only a small proportion of the total area, as they appear to be mostly restricted to near waterways. The proportion of ields that are still under cultivation or in fallow or, alternatively, abandoned vestiges, is also unknown. The region’s isolation—in many areas only boat transport is practicable—greatly limits any commercialization of agriculture, which is thus practiced mostly as a subsistence activity. Population density is generally low in the area (estimated at one person per km 2 for the entire Cuvette province [Laraque et al. 1998b]), but unevenly distributed. At least in some areas, populations were likely denser in the past (Sautter 1962; Vennetier 1963). Depopulation is continuing today, as chances of employment in the nearby town of Oyo, and in Brazzaville and other cities, continue to fuel an exodus of rural populations. 115 Figure 7. Aerial views of raised-ield landscapes near Oyo, in the Cuvette region of the Congo Republic. Many of the large mounds appear to be termite mounds, modiied by humans. The images also show linear ridges (paths?) between mounds, and ponds (darker areas) that may be derived from borrow pits. A. Image available through Google Earth V7.1.2.2041; 1° 2’21.39”S, 15°54’6.49”E; January 22, 2006; © 2014 DigitalGlobe; B, C: Aerial photographs taken during a mission by Yann Arthus-Bertrand. © 2011 Yann Arthus-Bertrand / Altitude-Paris, used by permission. In January-April 2013 we visited parts of this area, from Oyo and points downstream along the Alima River to Mossaka on the Congo River. Over a distance of 200 km along these rivers, we observed strongly contrasting situations, from landscapes near Oyo abandoned for an unknown number of years to landscapes near Mossaka where area under cultivation is expanding, and where raised-ield agriculture is associated with lood recession agriculture on islands in the Congo River. Present-day dynamics seem tied to population shifts (for example, a rural exodus most pronounced near the growing town of Oyo) and changes in practices, but 116 also to variation in subsistence strategies. Raised-ield agriculture (Figure 8) is part of a production system comprising several complementary activities, conducted in different parts of the landscape, and its importance differs among villages. A detailed study integrating historical, demographic and ethnoecological data will be required to understand why raised-ield agriculture has been abandoned in some areas and persists in others. 3.1.2. The Bangweulu wetlands in Zambi Surrounded by vast expanses of the miombo woodlands that cover much of southeastern Africa, the Bangweulu basin occupies almost a million hectares of lake, permanent Papyrus marsh and seasonal wetlands (see Figure 8. Raised ields in the Cuvette Province of the Congo Republic. A. Small round atshoro mounds, Obélé. B: Long ridge raised ield, Tchikapika. C: Raised ields (maanga) in lood-prone savanna near Mossaka, showing a ishnet found in the seasonally looded basin. D: A mindzenke raised platform, planted with manioc, on an island in the Congo River near Mossaka. This mindzenke was in its second year of use. Mounds in all photos are approximately 1 m high. Photos © 2013 Doyle McKey 117 map, Figure 9). Fed by the Chambeshi River and 16 other rivers from the east, draining through the Luapula River to the southwest, the basin is shallow and oligotrophic. The region is characterized by a tropical climate with a single long rainy season from November to April (Brelsford 1946). The consequent strong seasonal water luctuations (mean difference in water level of 1.2 m between the rainy-season peak and the dry-season minimum), with relatively low inter-annual variations, create vast areas (about 7100 km 2 ) of seasonally looded savannas (Kolding et al. 2003). As in other shallow lakes and lat basins in savanna and Sahel regions of Africa, production systems combine several complementary activities (farming, ishing, hunting), each of them moving over the landscape in response to seasonal variation. A great diversity of natural and human- made features coexist in these seasonal wetlands. As in our site in the Congo, and in other seasonally looded African savannas (Mosepele et al. 2009), termite mounds are frequent and these insects play diverse important roles in loodplain ecosystems. Large, tree- and shrub-covered termite mounds are frequent in the Bangweulu wetlands, accompanied Figure 9. Distribution of raised-ield agriculture in the Bangweulu basin of Zambia. Sites where raised ields were observed (in satellite imagery or during ield study) are indicated by black squares. Names of sites are given for those sites where raised ields were observed during the ield study 118 by even more frequent smaller and lower termite mounds. These latter structures appear similar to those observed by Soyer (1983) in seasonally looded savannas 200 km to the west in the Democratic Republic of the Congo. The most striking human-made features in the looded Bangweulu wetlands are large numbers of raised ields. These vary in shape, from round mounds (usually about 1.5-2 m in diameter) to ridges that vary in length from 4 to 20 m (exceptionally 40 m) (Figure 10). Parcels of ields also vary in organization, from groups of round mounds in a more or less square grid, to ridges in parallel or in checkerboard patterns (Figure 10B). After extensive preliminary bibliographical research and work with satellite imagery of the region available on Google Earth, we conducted a four-day mission in the Bangweulu wetlands in September 2013, visiting the ields cultivated by people of the Unga ethnic group, whose principal activities are ishing and farming in these wetlands. We observed raised ields (round mounds and short ridges, up to 1 m tall) in seasonally looded savannas (termed dambos) in two sites near the western and southwestern rim of the basin, Mpanta and Yongolo. A third site, Kanta, is located on Lunga Bank, in the central part of the basin’s vast papyrus marshes (see map, Figure 9). In this lower-lying area, farmers construct raised ields (round mounds) up to 1.6 m in height. In all sites we visited, we observed both active raised ields and others that were in fallow or abandoned. 3.2. What can present-day African systems tell us about contentious questions on raised-ield agriculture? 3.2.1. How much of the raised-ield landscape is cultivated at a given point in time? This question is at the heart of contrasting contentions about how productive pre-Columbian raised-ield systems were and how many people they could have supported (Erickson 1992b; Lombardo et al. 2011). Chinampas platforms are cultivated continuously, a situation permitted, in large part, by the recycling of nutrients accumulated in sediments in the looded basin. When canals between the platforms are periodically cleaned, the sediments are added to the platforms (Armillas 1971). Archaeologists have sometimes assumed that South American raised ields were also continuously cultivated (Erickson and Candler 1989; Kolata 1991). Geoarchaeological data are silent on this point, because they lack the temporal resolution necessary to distinguish continuous cultivation from alternative hypotheses, such as periodic fallows (Bandy 2005; Renard et al. 2012b), crop rotation (Bandy 2005) or the cultivation of only restricted portions of landscape at a given period as hydrological conditions varied over time (e.g., the “shifting-lakeshore model” [Baveye 2013]). In modern African raised-ield agroecosystems, are ields cultivated continuously, or are there fallow periods? Our irst observations provide insight into this contentious question. In both Congo and Zambia, raised ields are usually not cultivated 119 Figure 10. Raised ields in the Bangweulu basin, Zambia. A. Plot of small round mounds (2-3 m diameter) on Ncheta island. Source: Google Earth V7.1.2.2041; 11°40’41.95’’S, 30°04’26.69’’E; April 9, 2012; © 2013 DigitalGlobe; B. Landscape comprising small round mounds and long ridges, near Yongolo. Source: Google Earth V7.1.2.2041; 12°10’41.46’’S, 29°41’04.11’’E; March 13, 2010; © 2013 DigitalGlobe; C. A large round mound (2.7 m diameter, 1.5 m high) planted with manioc, Kanta village, September 2013; D. A plot of rectangular raised ields, planted with manioc, near Yongolo, September 2013. C, D (scale bars are approximate): Photos © 2013 Mélisse Durécu continuously, but intermittently, with intervening fallow periods. However, the duration of fallow periods relative to the period of cultivation varies with soil fertility, and in the most fertile soils cultivation can be virtually continuous. In general, in the Cuvette province of Congo Republic, ields may be cultivated for up to three successive years, depending on yield, and are then left to fallow, usually for ive years or less, but sometimes up to 10 years (Sautter 1968). At Boyoko, where recently abandoned large raised mounds (ombaâ) were present in the sandy soils of seasonally looded savanna just behind the village, Mbochi villagers reported that after a single year of cultivation, each mound was left fallow for a period of around ive years. At Mossaka, Likouba villagers construct large platforms termed 120 maanga, in seasonally looded savanna near the village. The mounds are over 1 meter tall and vary from round (4-5 meters in diameter) to oblong (up to 20 meters long). The mounds we observed in Mossaka were on loamy soils, richer than the sandy soils of Boyoko. Villagers in Mossaka reported that each mound is cultivated for two to three years and then left in fallow for only one-two years. However, poor sandy soils also occur in Mossaka and fallow periods on these soils are longer than the periods of cultivation (Sautter 1962). Farmers at Mossaka also farm the very fertile soil of islands in the Congo River, growing manioc and a few other crops over the six-month period that the island ields are above lood level. The island ields are mostly small, hoed-up mounds (mitsaba), but scattered among these are also large raised platforms (mindzenke), constructed in a manner similar to the maanga. Those we saw were over one meter tall, about two meters broad and 20 meters long. According to the villagers, crops planted on the platforms beneit from about two weeks’ additional time until looding forces their harvest. In the rich soils of the islands, ields (both mitsaba and mindzenke) are often cultivated many years successively. However, even there, some farmers prefer to leave ields fallow for two to three years after ive years of cultivation. Management of raised ields in the Bangweulu wetlands also usually features intermittent fallow periods. In this region as well, the duration of fallows relative to periods of cultivation varies with soil fertility. In two sites we visited, Mpanta and Yongolo, villagers construct raised ields in the dambos. The soils of these seasonally looded savannas on the western and southwestern rim of the basin are sandy and infertile. In these sites, farmers reported that ields were usually cultivated for one to two years, then left in fallow, usually for periods of one to three years. In contrast, at Kanta on Lunga Bank in the center of the basin, where soils are loamy and organic matter-rich, farmers reported that they cultivate ields every year, with no intervening fallow other than the six-month period when the ields are entirely looded. To summarize, except in the most fertile soils, fallow periods appear to be essential for sustainable production in both Congo and Zambia. Another criticism of archaeologists’ estimates of the size of human populations that could have been supported by pre-Columbian raised ields is embodied by what Baveye (2013) has termed the “shifting-lakeshore” hypothesis: because hydrological conditions in a basin varied over time, at any given time only a small portion of the modiied landscape may have been under cultivation. Because most authors have not taken such luctuation into account, they have produced, according to this hypothesis, inlated estimates of area under cultivation and population density. Our observations cast a different light on this hypothesis. At sites in the Congo, we did in fact ind that hydrological conditions varied greatly among sites occupied by raised ields (active or inactive). However, in contrast 121 to an implicit assumption of the shifting-lakeshore model, cultivation was not limited to a restricted set of hydrological conditions. Instead, farmers exploited gradients of elevation and drainage to plant a diversity of crops, ranging from manioc and sweet potatoes in the most humid sites to dryland crops such as Bambara groundnut (Vigna subterranea) in raised ields on the driest, sandiest savannas we observed (for example, at Boyoko). Furthermore, at one site, Obélé, we observed a single farm that covered a drainage gradient from raised mounds surrounded by thigh- deep water up to smaller mounds that were never looded, even during the peak of the rains. The farmer used this gradient to extend the ield’s period of production, notably staggering the planting (and harvesting) of maize over a period of several months from the bottom to the top of the drainage gradient. Observations in both African sites underline our contention (see section 1.2) that raised-ield agriculture can only be understood in the context of the complex subsistence systems of which it constitutes a part. As in other tropical wetlands characterized by lat basins (e.g., Lake Chad [Raymond et al. 2014]), hydrological conditions vary greatly from place to place and over the annual cycle. As a function of this heterogeneity, subsistence activities are diverse and often highly mobile. Even when we consider only one kind of subsistence activity, agriculture, “raised-ield farmers” also conduct various types of lood-recession agriculture; and the same people farm not only in wetlands but also conduct other kinds of agriculture in the uplands. For example, at Yongolo in Zambia, some individual farmers cultivated not only raised ields in the dambos but also slash-and-burn ields in miombo woodlands 40 km distant. In addition to considering raised-ield farming as only one of many subsistence activities, analysis of these systems must also take into account the challenges identiied for agriculture in sub-Saharan Africa in a context of demographic growth (Losch et al. 2013; Morris et al. 2009). 3.2.2. How are fallows managed? On the basis of geoarchaeological data—the much lower abundance of charcoal in sediments during the period of raised-ield cultivation than after raised ields were abandoned—Iriarte et al. (2012) postulated that raised-ield farmers in the coastal savannas of French Guiana suppressed ire, practicing a “slash-and-mulch” management of fallows that favored the maintenance of vegetation and its incorporation into soil organic matter that would sustain the next cycle of cultivation. How are fallows managed in modern African raised-ield systems? Is burning (of fallow vegetation, of crop residues) frequently employed, or is organic matter incorporated into soil organic matter? In both Congo and Zambia, farmers we interviewed considered it important to conserve the biomass from fallow vegetation and crop 122 residues and incorporate this organic matter into raised ields. In no site, however, did this attitude lead to completely “ire-free” management of raised ields. In Congo, ire seemed to be most discouraged in farmers’ discourse, and least frequent in farmers’ practice, at Mossaka. It was in this site where we observed the largest and most elaborate raised ields, the maanga in seasonally looded savanna behind the village and the morphologically similar mindzenke platforms on islands in the Congo River. Both these types of raised ields are constructed using huge quantities of unburned vegetation, primarily large grasses. These are dug up using a hoe, along with supericial roots and the soil clinging to them. The hoed- up vegetation is left to dry for a few days, then piled up into platforms of the desired size and shape, usually a meter or more in height. Soil, vegetation and crop residues are added to the platform. After the fallow period, platforms are rehabilitated, and new biomass and soil are added to them. In preparing the small mitsaba mounds on islands in the Congo River, farmers are less dependent on the incorporation of large amounts of organic matter, and fallow vegetation is sometimes burnt. Even in this case, however, some farmers at Mossaka prefer not to burn. At Boyoko, in contrast, where the soils of savannas behind the village are much sandier and vegetation much less lush than the sites we observed at Mossaka, the mounds farmers construct consist mostly of the sandy mineral soil. According to farmers, the savanna usually burns in both dry seasons each year (reasons for burning were not explored). Farmers reported that when building mounds or reclaiming them after a fallow period, they incorporate ash, unburned vegetation and sediment-containing mud to enhance fertility. Interestingly, the small atshoro mounds observed at Tchikapika and Obélé appear to have been constructed not in seasonally looded savanna, but in swamp forest. In this vegetation type, with a high proportion of woody biomass that decomposes much more slowly than the herbaceous biomass of savannas, ire may be essential for mineralizing the nutrients present in biomass and rendering them available to crops. We have not yet investigated ield-fallow cycles in atshoro landscapes. It would be interesting to know what kind of vegetation appears in fallows and whether fallow parcels are burned before the next cycle of cultivation. In Zambia, as in the savanna sites in Congo, farmers incorporate unburned vegetation into mounds and consider it essential to maintain fertility, but dry-season ires do regularly occur, particularly in the dambos. We have not explored attitudes to ire, nor the reasons for burning. According to local residents, ire is frequently used to facilitate hunting; whether it is ascribed a positive or negative role in agriculture is not yet clear. 3.2.3. How important is the aquatic component of the system? In the chinampas of Mexico, the aquatic component of the landscape makes 123 several key contributions to agriculture and to other subsistence activities. Water in canals permits bucket irrigation of the raised platforms during dry periods. Sediments eroded from the platforms, or from elsewhere in the watershed, are trapped in the muck of canals and recycled back onto the platforms. Aquatic macrophytes further contribute to organic matter production. Water lilies, water hyacinth, and other tender non-graminoid aquatic herbs produce organic matter with higher quality for decomposers (e.g., lower C/N ratios) than that of tough grasses and sedges. Finally, ish are harvested from the canals. Some authors have postulated that the aquatic component played similar roles in pre-Columbian raised-ield systems in South America (Erickson 1995, 1999; Kolata and Ortloff 1989). For example, Erickson (2000) built a convincing case that zigzag lines in seasonally looded savannas of the Llanos de Mojos, often somewhat distant from complexes of raised ields in the same landscapes, are the vestiges of ish weirs that supported an extensive ishery, contributing to the protein supply of the raised-ield farmers. Biesboer et al. (1999) found that in experimentally reconstructed raised ields and canals around Lake Titicaca, aquatic vegetation included plants with symbiotic associations with nitrogen-ixing microorganisms, contributing to the stocks of this important nutrient in raised-ield ecosystems. In experimentally reconstructed raised ields in the Llanos de Mojos, tender aquatic macrophytes such as Eichhornia (water hyacinth) are abundant (Barba et al. 2003; Saavedra 2009), and use of organic matter derived from them as mulch could have contributed to nutrient recycling within the system. Other authors, however, believe that these demonstrated beneits of the aquatic component of the chinampas have been over-estimated in other raised-ield systems (Baveye 2013; Chapin 1988; Lombardo et al. 2011). In both Congo and Zambia, resources from the aquatic component are of primordial importance in the functioning of subsistence systems. In both sites, vegetation in the seasonally looded basin supplies organic matter that is used in mound construction. In most areas in these sites, however, the basin is probably dry for too long a part of each year for tender aquatic macrophytes to be abundant and play any substantial role in nutrient supply to raised ields. The biomass and organic matter added to mounds is primarily from graminoids. However, in some of the Congo sites (e.g., atshoro mounds in swamp forest at Tchikapika and Obélé), tender aquatic plants are abundant, and their organic matter is regularly moved from the looded basin onto the raised ields. To summarize, organic mulch is everywhere regarded as important, but the role of aquatic vegetation as a source varies with looding regime, and is probably rarely as important as in the chinampas system. In both Congo and Zambia, ish are an important food resource supplied by the raised-ield landscape, and “agricultural mounds” are often intentionally constructed to serve also as ish-trapping devices (Sautter 124 1962; Vennetier 1965) or are integrated into ish weirs. In both regions, many different ish species are harvested, using a diversity of techniques and gear (Congo: Sautter, 1962; Vennetier 1965; Zambia: Brelsford, 1946; Huchzermeyer n.d.; Imai, 1985, 1998; Kolding et al. 2003). In both regions, seasonally looded areas are connected to permanent watercourses. Seasonal water luctuations create large areas of looded habitat and provide ish with dispersal pathways into this seasonal habitat. In Mossaka, Congo, during the rainy season, farmers deploy gill nets in the looded basin between raised ields and ish during their rainy- season visits to their ields. The ish we most commonly encountered in Congo, both in villages and in the market at Oyo, was the African lungish (Protopterus dolloi). Capable of estivating in dried mud and an obligate air- breather (Greenwood 1986), this ish is superbly adapted to the seasonally looded wetlands of the Cuvette. A number of other species are also restricted to, or most abundant in, this habitat type (Shumway et al. 2003). In Zambia, in addition to ishing conducted in the main watercourses and channels, a vast network of ish weirs (Figure 11) is used to capture the large number of mostly small ish species that migrate into the huge area of dambos looded during the rainy season. Extending over long distances, these weirs run from one large tree-covered termite mound to another. Figure 11. Fish weirs in the Bangweulu basin near Yongolo, Zambia, September 2013. A. A ish weir showing one of the numerous V-shaped ishways at which nets or baskets are placed. Weirs run between large tree- and shrub-covered termite mounds, one of which is seen in the photo; B. Fish weir running between termite mounds. Photos © 2013 Mélisse Durécu 3.2.4. Productivity, demography and the social and economic conditions favoring raised- ield agriculture One clear conclusion of our work in Africa so far is that raised-ield agriculture is just one part of subsistence systems that integrate multiple activities, among which ishing appears to play a particularly important 125 role. Erickson (2000) has presented evidence that this was also true in pre- Columbian systems in the Llanos de Mojos. Although many other authors on pre-Columbian raised-ield agriculture mention the likely importance of ish, this resource has usually not been taken into account in estimates of productivity, which focus on products of agriculture. Our observations of contemporary African systems show that failure to account for this crucial protein source in estimates of productivity and carrying capacity would be a serious error. The vestiges of pre-Columbian ish weirs found by Erickson (2000) in the Llanos de Mojos, Bolivia—comparable in their morphology and likely functioning to those that are widespread in the Bangweulu loodplains—support the contention that pre-Columbian systems were similarly reliant on ish. In this respect the chinampas appear not to be unique. Detailed study of these contemporary African systems could provide many other insights into raised-ield agriculture, not only its past in South America, but its potential contributions to sustainable use of seasonal tropical wetlands today and in the future. How much labor is required to build and maintain raised ields? How is this work organized socially, and how do economic conditions (for example, complementarity of other activities, markets for agricultural production, rural exodus to cities, etc.) affect the maintenance or the decline of raised-ield agriculture? Having answers to these questions would help us assess whether raised-ield agriculture has developed out of necessity, as easier ways to subsist become impossible owing to population pressure (Boserup 1965), or whether multi-activity subsistence systems incorporating this kind of agriculture are adopted because of advantages they confer, such as risk reduction. 4. Conclusion As in the neotropics (Renard et al. 2012b), the biophysical and cultural contexts in which raised-ield agriculture is found in Africa show great diversity. Hasty overgeneralizations must be avoided. However, several conclusions appear to be justiied. First, in both African sites, landscapes and subsistence systems have emerged from the coevolutionary interplay of ecological dynamics and social practices. In both sites, self-organized structures of natural origin are incorporated into biocultural landscapes. In Zambia, termite-mound islands in the dambos and loodplains are the most favored sites for constructing ields, as they are already elevated and well-drained, and are islands of fertility. Termite-mound islands also constitute the nodes of the extensive networks of ish weirs in the dambos. Similarly, in the abandoned agricultural landscapes near Oyo, Congo, large termite mounds termed ingondo, usually around 6 m in diameter, appear to have been integrated into a network of human-made structures, including more or less 126 rectilinear paths between the mounds, linear or curvilinear raised ridges, and borrow pits deepened into ponds. Thus, as in South America, natural soil engineers appear to be an integral part of the origin and functioning of raised-ield landscapes. The biology of soil engineers in the African landscapes, and whether they play important roles in maintaining fertility of active ields or the ecological legacy of abandoned ields, are subjects for future enquiry. Whether people are aware of their interactions with soil engineers, and whether human-constructed parts of the landscape correspond to a deliberate social project or emerge from a succession of individual projects realized over a long period of time, are also open questions. Like the biological components, the cultural parts of these biocultural landscapes may also result from self-organized processes, albeit by quite different mechanisms. As part of the interplay of ecological dynamics and social practices, human-made structures may, as in South America, feed back on ecological processes, creating an ecological legacy of human actions. Feedbacks may sometimes occur in unexpected ways. For example, by retaining water for varying periods, ish weirs in loodplains of the Bangweulu Basin may affect the hydrology of different parts of the basin, and thereby vegetation and the animals that depend on it. However, their most conspicuous impact may be their action as dry-season irebreaks, contributing to the mosaic nature of ire in the basin (C. Huchzermeyer, South African Institute of Aquatic Biodiversity, pers. comm.). The complex interplay of ecological dynamics and social practices suggests that understanding the functioning of contemporary systems in African wetlands will require input from the same broad range of disciplines as was brought to bear to understand the history and ecology of raised-ield landscapes in South America (Iriarte et al. 2012; McKey et al. 2010; Renard et al. 2013). Second, as we have emphasized at several points in this chapter, raised- ield agriculture in both African sites is only one part of a multi-functional subsistence system, and cannot be understood outside this more inclusive context. Fish appear to play a particularly important role in the system. As in rice-ish co-culture systems in tropical Asia (Xie et al. 2011), ish and crops may interact in multiple and intriguing ways. Only when we take into account the ecological, cultural and economic aspects of all parts of the system can we address the role of raised-ield agriculture in a hoped- for sustainable future. The two present-day examples we have begun to document suggest that this role may be far from negligible. Acknowledgments The irst author of this paper would like to thank Stéphen Rostain and the organizing committee for the invitation to present a plenary talk at the EIAA symposium in Quito in September 2013 and for inancial support 127 to attend the meeting. The ieldwork behind this chapter was supported by two interdisciplinary programs of the Institut d’Ecologie et Environnement (INEE, CNRS), “Amazonie” and “Ingénierie Ecologique” (French Guiana); by the Institut Universitaire de France (Colombia, Congo) and by the GDR Mosaïque (INEE, CNRS), coordinated by Yildiz-Aumeeruddy-Thomas (Zambia). Work in Colombia was supported by a grant from the program ECOS/ COLCIENCIAS to Anne Zangerlé. We also thank Yann Arthus-Bertrand and his team for permission to use their magniicient aerial photographs of raised-ield landscapes in the Cuvette Province of the Congo Republic. Finally, Eric Garine (Université Paris 10-Nanterre) critically read the entire manuscript and helped us tighten the text. References Armillas, P. 1971. Gardens on swamps. Archaeological research veriies historical data on Aztec land reclamation in the valley of Mexico. Science 174: 653-661. Auger, A. 1967. Loboko : exemple de terrain conquis sur l’eau. 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Guapindaia 2 , Helena Pinto Lima 2 , Bernardo L. S. Costa 1 , Jaqueline Gomes 1 1 Laboratório de Arqueologia dos Trópicos, Museu de Arqueologia e Etnologia da Universidade de São Paulo 2 Museu Paraense Emilio Goeldi, Belém 1. Introdução Grande parte dos arqueólogos que trabalham hoje na bacia amazônica aceita a hipótese de que as populações indígenas antigas da região realizaram modiicações marcantes e duradouras nas condições naturais dos biomas desta vasta área das terras baixas da América do Sul. Tal hipótese, alinhada aos princípios teóricos da ecologia histórica (Balée 2006), vem sendo amparada por dados produzidos em diferentes contextos da Amazônia, seja em áreas adjacentes a planícies aluviais de rios de água branca, clara ou negra, seja em áreas de interlúvio. No entanto, se a ecologia histórica é hoje o paradigma dominante na arqueologia amazônica, resta ainda aos arqueólogos estabelecer quais foram os contextos – culturais, demográicos e sociais – nos quais ocorreram tais modiicações da natureza, ou criações de paisagens, já que a ocupação humana da Amazônia não foi cumulativa, mas sim marcada pela alternância de longos períodos de estabilidade entremeados por rápidos episódios de mudança (Moraes & Neves 2012, Neves 2011). Paisagens têm história: são tempo, espaço e forma plasmados. Na Amazônia antiga, ninguém melhor que arqueólogos para deinir tais histórias. Igualmente, em uma região com tanta diversidade cultural como a Amazônia, é de se esperar que tais modiicações tenham ocorrido de acordo com padrões culturais especíicos, gerando por sua vez paisagens com autorias culturais distintas. Neste trabalho, apresentaremos dados provenientes de pesquisas que temos realizado em diferentes partes da Amazônia, desde a bacia do rio Trombetas até o baixo rio Japurá, bem como resultados de publicações recentes, que permitem identiicar, no primeiro milênio antes da era cristã, um processo de ocupação associado à produção de cerâmicas com características peculiares e distintas das cerâmicas produzidas anteriormente nessas áreas e também à formação inicial de solos antrópicos do tipo terras pretas de índio ao longo das 138 margens do Amazonas e dos baixos cursos de seus tributários (Figura 2). A tais conjuntos cerâmicos padronizados propomos a denominação tradição Pocó-Açutuba. Se correta tal hipótese, mais que a deinição de um novo componente cerâmico para a arqueologia amazônica, ocupações Pocó-Açutuba seriam os marcadores visíveis mais antigos e disseminados de formas de antropização da natureza e formação de paisagens ao longo da Amazônia. O argumento será desenvolvido da seguinte maneira. Inicialmente apresentaremos um breve histórico das pesquisas que revelaram a ocorrência de materiais associados à Tradição Pocó-Açutuba. Posteriormente traremos alguns estudos de caso onde contextos com tais materiais foram por nós identiicados. Ao inal, discutiremos esses contextos no âmbito mais amplo da ocupação da Amazônia no primeiro milênio antes da era Cristã. Figura 1: Sítios Arqueológicos onde se identiicaram cerâmicas com características da Tradição Pocó-Açutuba (mapa desenhado por J. Gomes e B. Costa) 2. Histórico das Pesquisas com contextos Pocó e Açutuba A primeira identiicação de contextos e cerâmicas associados à tradição Pocó-Açutuba vem da pesquisa realizada nos sítio Pocó, às margens do rio homônimo, na bacia do rio Nhamudá, e Boa Vista, às margens do rio Trombetas, por Peter e Klaus Hilbert em1975 (Hilbert & Hilbert 1980). Na escavação desses sítios, os autores identiicaram cerâmicas enterradas, com profusa decoração pintada e modelada sobre tigelas e vasos carenados, temperadas com caraipé e cauixi, com semelhança a 139 cerâmicas Barrancóides do sítio El Palito, do litoral da Venezuela e da fase Japurá, do rio homônimo, na Amazônia centro-ocidental (Hilbert & Hilbert 1980: 8). As seis datas obtidas para os contextos escavados nos sítios Pocó e Boa Vista situaram tais ocupações no início da era Cristã: 65 ± 95 AC, 110 ± 90 DC. e 205 ± 115 DC. Duas outras datas - 1330 ± 45 AC. e 1000 ± 130 AC - foram rejeitadas pelos autores, com base no que parecia à época ser uma antiguidade aberrante com as outras datas obtidas (Hilbert & Hilbert 1980:9). As características diferenciadas das cerâmicas e a cronologia obtidas levaram Peter e Klaus Hilbert a denominar tais complexos como fase Pocó (Figura 2). Figura 2: Fragmentos de cerâmica da Fase Pocó na deinição inicial de Peter Hilbert e Klaus Hilbert (1980) Quase trinta anos depois, trabalhando na área de conluência dos rios Negro e Solimões, Helena Lima, Eduardo Neves e James Petersen (Lima et al. 2006) identiicaramcerâmicas semelhantes às da fase Pocó, às quais vieram classiicar como “fase Açutuba”. Ocupações da fase Açutuba foram identiicadas e datadas nos sítios Açutuba, Hatahara, Lago Grande e Jacuruxi, este o único caso de ocupação Açutuba unicomponencial associada com uma camada de terra preta (Lima 2008, Neves 2010: 301- 312). Na sequência crono-tipológica da Amazônia central, ocupações da fase Açutuba estão sempre localizadas na base das espessas camadas características dos sítios multicomponenciais da área e podem, ao contrário do que proposto inicialmente por estes autores, estar ou não associadas a solos antrópicos de terras pretas (Lima 2008, Neves 2013). Na mesma época, Vera Guapindaia (2008) trabalhando na bacia do rio Trombetas em sítios localizados em áreas ribeirinhas, identiicou outros contextos Pocó enterrados. No sítio Boa Vista, mesmo sítio escavado por Peter e Klaus Hilbert em 1975, camadas de ocupação Pocó-Açutuba sob uma ocupação Konduri foram mais caracterizadas e datadas entre 360 AC e 410 DC. Neste momento foi sugerida uma associação entre ocupações Pocó e habitação de áreas ao longo dos grandes rios ou lagos da região. Posteriormente, o sítio Cipoal do Araticum localizado em área 140 de interlúvio, foi identiicado apresentando características semelhantes aos sítios ribeirinhos, isto é, ocupação multicomponencial (Pocó e Konduri), profundas e extensas áreas de terra preta e presença de bolsões com cerâmica decorada (Figura 3B). Este sítio apresentou forma elipsoidal medindo 400 metros no sentido Norte-Sul e 500 metros no Leste-Oeste com a profundidade da camada de ocupação alcançando em algumas áreas até 200 cm. Foram realizadas trinta e sete escavações variando entre 1m² a 10m² alcançando profundidades entre 80 e 250 cm e 648 sondagens. Figura 3: Contextos de depósitos de cerâmicas Pocó-Açutuba nos sítios: a) Açutuba (foto E. Neves), b) Cipoal do Araticum (foto V. Guapindaia) e c) Boa Esperança (foto. B. Costa) As escavações abrangeram 115m² de área total enquanto as tradagens cobriram toda área total. O levantamento topográico associado com os resultados das sondagens demonstrou que há coincidência entre a distribuição do solo de terra preta, a distribuição do material arqueológico e as feições topográicas, e mais foi possível deinir preliminarmente a área provável de uma praça central, as vias de acesso/circulação/trânsito e as áreas de lixeiras (Guapindaia & Aires da Fonseca 2012, Schmidt, 2013). Embora os sítios Cipoal do Araticum e Boa Vista possam ser caracterizados como sítios multicomponenciais, já que apresentam 141 cerâmica Pocó e Konduri, no primeiro sítio a ocorrência de cerâmica Pocó ocorre desde os níveis iniciais contrastando com o que ocorreu no sítio Boa Vista onde a cerâmica Pocó estava restrita às camadas inferiores da estratigraia. Datações radiocarbônicas foram obtidas em uma feição com concentrações de carvão e cerâmica com motivos decorativos como incisões, apliques zoomorfos e pintados, características da cerâmica Pocó. Também nos últimos anos, pesquisas conduzidas por Helena Lima na região do lago de Silves, na foz dos rios Urubu e Uatumã, a meio caminho entre o rio Nhamundá e o rio Negro identiicaram contextos Pocó-Açutuba. Nessa mesma região, trabalhando na década de 1970, Mário Simões havia escavado cerâmicas datadas do século II DC, que, por causa da exuberante decoração pintada, interpretou à época como materiais antigos da tradição Polícroma (Simões & Machado 1987), uma informação reproduzida por Meggers e Evans no que foi provavelmente seu último trabalho de síntese sobre a arqueologia da Amazônia (Meggers & Evans 1983). De fato, como discutiremos a seguir, há uma série de elementos decorativos em comum entre a tradição Pocó-Açutuba e a tradição Polícroma, principalmente na fase Marajoara, mas é provável que Simões tenha confundido a presença de policromia em cerâmicas Pocó-Açutuba com materiais da tradição Polícroma, um erro justiicável , já que o uso da pintura não é exclusivo desta última tradição. O próprio Simões já havia reconhecido certa antiguidade das ocupações ceramistas locais, bem como a semelhança de alguns desses contextos (por ele denominado fase Sucuriju) com as cerâmicas Pocó identiicadas por Hilbert & Hilbert (1980) nos rios Nhamundá e Trombetas (Simões e Machado 1984: 134). Ao descrever as cerâmicas, os autores ressaltam a presença de técnicas como pintura vermelha e/ ou preta sobre branco, exciso e acanalado, razão pela qual aglutinaram as cerâmicas Pocó-Açutuba existentes na região à fase Guarita da tradição Polícroma. Tal semelhança entre materiais Açutuba e Guarita foi notada também na Amazônia central (Lima 2008), e ainda carece de explicações. É sabido, no entanto, que as datas consistentes para a tradição Polícroma na foz do rio Madeira e região do lago de Silves são muito mais recentes, do inal do primeiro milênio DC (Simões & Machado 1987, Moraes & Neves 2012), portanto, a idade recuada das datas, sugere que os materiais escavados por Simões são provavelmente Pocó-Açutuba. Isso é reforçado pelos os contextos Pocó-Açutuba recentemente escavados por Lima nos sítios Mucajatuba e Pontão com datas entre o início do século VII e o inal do século VIII DC, as mais recentes identiicadas até o momento (Tabela 1). É possível que esse padrão seja explicado pela localização do lago de Silves, que recebe dois aluentes da margem norte do rio Amazonas, os rios Urubu e Uautumã, e está situado na margem oposta ao maior aluente do Amazonas, o rio Madeira. Tal convergência de distintos cursos d’água, além do próprio Amazonas, do qual o lago é também tributário, podem ter criado condições para a cronologia particular ali veriicada. 142 Tabela 1: Relação de todas as datas dos contextos Pocó-Açutuba 143 Trabalhos recentes conduzidos por Bernardo Costa e Jaqueline Gomes na região do lago Amanã, situado próximo à foz do rio Japurá, na Amazônia centro-ocidental, permitiram a identiicação de outros contextos Pocó- Açutuba, desta vez com uma localização mais a oeste do que as dos contextos anteriormente descritos para os rios Nhamundá-Trombetas, lago de Silves e área de conluência dos rios Negro e Solimões. O sítio Boa Esperança, localizado na margem direita da parte superior do lago, escavado por Costa (2012), tem formato elipsoide e é composto por mais de uma ocupação, em uma área de aproximadamente 15 hectares. Na sua porção central concentra-se o pacote arqueológico em uma grande mancha de terra preta que atinge mais de um metro de profundidade. Os peris estratigráicos evidenciados no sítio elucidam dois contextos básicos. O primeiro formado por um pacote de terra preta de 30 a 40 cm, onde se concentra a maior quantidade de material cerâmico de três componentes culturais, com ocupações Pocó-Açutuba e das fases Caiambé e Tefé. O segundo contexto foi observado em dois depósitos que variaram entre 1,60 a 1,80 metros de profundidade, cuja camada mais antiga é formada por feições/bolsões. Nelas foi identiicado mais um conjunto distinto de cerâmicas que denominamos fase Amanã e que não será aqui discutido, Uma unidade-teste em particular (Figura 3C) apresentou duas feições com características muito semelhantes relacionadas à densidade de material cerâmico, coloração e textura do solo. Observações de campo sugeriam a contemporaneidade dessas estruturas, o que foi corroborado após o tratamento das cerâmicas em laboratório. Essas cerâmicas encontradas exclusivamente no interior das feições possuem maior antiguidade e apresentam como principal antiplástico o caraipé, mas diferente das cerâmicas Pocó-Açutuba, de forma abundante e com um processamento grosseiro. As principais técnicas decorativas consistem na realização de inas incisões pré e pós-queima e o uso de pintura monocrômica com destaque para aplicação de inas camadas de engobo nas cores laranja, branca e vermelha e rara presença de bicromia. Desse contexto foram obtidas datas a partir de dois fragmentos cerâmicos da fase Amanã (3580±30 BP e 2950±45 BP), um fragmento tipicamente Pocó-Açutuba (2790±30 BP), e ainda, duas amostras de carvão coletadas na base e no topo das feições (Tabela 1). A partir dessas informações, interpretamos que as feições foram realizadas na ocupação Pocó-Açutuba para a deposição do material cerâmico anterior a ela. Contextos Pocó-Açutuba foram também identiicados na cidade de Santarém, em escavações realizadas no sítio Aldeia por Denise Gomes (2011: 289) e na área do Porto por Denise Schaan e Daiane Alves (Alves 2013). Nesses dois casos, as datas mais antigas obtidas – entre 1200 e 900 AC -foram compatíveis com algumas das datas inicialmente descartadas por Peter e Klaus Hilbert (Tabela 1), o que nos leva a propor que tais datas descartadas sejam reconsideradas. 144 Finalmente, em 2011, o Museu de Arqueologia e Etnologia recebeu uma pequena coleção de cerâmicas coletadas por João Maria Franco de Camargo, entomólogo, professor da USP, especialista em abelhas, que fazia trabalho de campo na região do baixo rio Branco, em Roraima, na área de transição entre os campos e a loresta, a jusante de Bela Vista, já no sul do estado. Esses materiais não foram datados, nem tampouco há sobre eles informações contextuais, mas as características das cerâmicas são típicas do conjunto Pocó-Açutuba (Figura 4). Figura 4: Fragmentos de cerâmicas Pocó-Açutuba identiicadas no baixo rio Branco, Roraima, por João Maria Franco de Camargo 3. Características formais e aspectos contextuais das cerâmicas da Tradição Pocó-Açutuba Quando Hilbert e Hilbert (1980) deiniram a fase Pocó destacaram a grande variabilidade estilística das cerâmicas, listando pelo menos 14 tipos decorativos, cujas técnicas ocorreriam sozinhas ou combinadas, sendo a pintura em diferentes tons de vermelho, incisões e modelados as técnicas mais comuns. Em termos tecnológicos de produção da pasta cerâmica, essa variabilidade também foi observada, por exemplo, pelo uso variado dos antiplásticos cauxi e caraipé. Nos aspectos morfológicos os autores descrevem algumas formas que parecem ser recorrentes em todos os sítios com ocupações Pocó-Açutuba: vasilhames carenados, vasos com gargalos, bordas fortemente extrovertidas (langes labiais), expansões de carenas (langes mesiais) e apliques modelados. Os materiais por nós estudados reforçam e ampliam esse quadro de 145 variabilidade (Figura 5). Apesar das particularidades locais, de modo geral, as cerâmicas da tradição Pocó-Açutuba são marcadas pelo uso diversiicado de antiplásticos incluindo caraipé e cauixi, frequentemente com uso combinado no mesmo vaso. As formas dos vasos são complexas, sendo às vezes difícil fazer a reconstituição a partir de fragmentos de borda, porque alguns dos vasos não têm secção transversal circular. No sítio Boa Vista a reconstituição de duas formas destacam as bordas cambadas e pescoço constrito, com bojos esféricos e elípticos (Guapindaia e Lopes 2011). No sítio Boa Esperança, destacam-se bordas irregulares ou lobuladas (Costa, 2012). Flanges são elementos morfológicos importantes. Os labiais são os mais comuns e recebem rebuscadas decorações plásticas e apendices. Flanges mesiais, considerados verdadeiros “fósseis-guia” da fase Guarita pelos arqueólogos que trabalham na região, também ocorrem nas cerâmicas Pocó-Açutuba, mas geralmente recebem outro tratamento decorativo com ênfase nas pinturas. Entre as características decorativas mais marcantes está o uso abundante da policromia, cujo repertório cromático é único em todo o contexto da arqueologia amazônica, com o uso do preto, amarelo, laranja, vermelho, cor-de-vinho e o branco, geralmente usado como engobo, embora o engobo vermelho seja também freqüente. Os motivos geométricos como retângulos, quadrados, círculos, faixas e linhas são recorrentes, e sugerem a formação de padrões gráicos complexos (Guapindaia e Lopes 2012). A decoração plástica enfatiza as incisões, modelados, excisões, ponteados e escovados, além de outras técnicas menos frequentes como a raspagem, tracejado e o corrugado. Alguns motivos das incisões são linhas retas e curvas, com destaque para as volutas, muitas vezes associadas às bordas lobuladas. O modelado zoomorfo consiste geralmente em apliques adicionados aos langes labiais, mas também pode ocorrer diretamente nas paredes dos vasos (Figura 5). No sítio Cipoal do Araticum os modelados zoomorfos variaram entre representações mais naturalistas como onças, morcegos, jabutis, sapos, bem como iguras duais. Ainda neste sítio, observações preliminares apontam que os fragmentos cerâmicos com pasta de cauixi abundante parecem concentra-se nos níveis mais supericiais, enquanto o material pintado é mais frequente nas camadas inferiores. Esta mesma situação é veriicada nos contextos Açutuba na Amazônia central (Lima 2008). Do ponto de vista contextual, com exceção do sítio Boa Esperança, todas as ocupações Pocó-Açutuba por nós estudadas representam a base das sequências cronológicas e estratigráicas nos sítios aqui apresentados. Trata-se de um fato interessante, uma vez que alguns desses sítios estão localizados em áreas próximas de centros antigos de produção cerâmica, como é o caso do sambaqui de Taperinha, a jusante de Santarém (Roosevelt et al. 1991). Tais contextos deposicionais, somados ao fato de que cerâmicas Pocó-Açutuba parecem não ter semelhanças formais ou estilísticas com complexos mais antigos encontrados em outras partes da Amazônia, 146 Figura 5: Fragmentos cerâmicos da Tradição Pocó-Açutuba provenientes dos seguintes sítios ou contextos: a-f sítio Boa Esperança, baixo Japurá; g-j sítio Açutuba, baixo rio Negro; l-n Sítio Jauary, rio Urubu; o-p sítio Cipoal do Araticum, rio Trombetas; q-s sítio Boa Vista, rio Trombetas 147 parecem indicar que ocupações Pocó-Açutuba representam o correlato arqueológico de populações com origem externa que começaram a se estabelecer em diferentes partes da bacia Amazônia na transição do segundo para o primeiro milênio AC. O contexto paisagístico de tais ocupações é ainda pouco claro, mas já é possível se associar a elas o início da formação de solos de terras pretas ao longo do rio Amazonas e dos baixos cursos de seus aluentes. Há mais de dez anos, James Petersen (Petersen et al. 2001, Neves et al. 2003) já havia notado como os solos de terras pretas escavados ao longo do rio Amazonas não tinham antiguidade superior a dois mil anos. Para Petersen e outros autores, essa cronologia seria compatível com um processo de mudança social associado ao estabelecimento de modos de vida sedentários nessa época na região. É sabido, no entanto, desde os trabalhos de Miller (Miller et al. 1992), que há terras pretas com cerca de 5.500 anos de idade na bacia do alto rio Madeira, neste caso associadas a ocupações pré-cerâmicas da fase Massangana. Pesquisas mais recentes na mesma região têm conirmado tal cronologia (Almeida 2013). Ao norte da Amazônia, na atual República da Guiana, pesquisas também recentes, de Heckenberger e Whitehead (2011), produziram do mesmo modo datas equivalentes às de Miller para o alto Madeira. Há, aparentemente, um quadro que começa a se esboçar e que indica datas mais antigas para terras pretas nas periferias norte e sul da Amazônia e datas mais recentes, associadas à tradição Pocó-Açutuba, ao longo do Amazonas e dos baixos cursos de alguns de seus tributários. No caso dos sítios discutidos neste artigo, a associação estratigráica entre terras pretas e ocupações Pocó-Açutuba varia de contexto a contexto. Na área de conluência dos rios Negro e Solimões, as ocupações nos sítios Açutuba, Hatahara e Lago Grande, datadas de 360 AC a 10 DC, são associadas aos latossolos amarelados ou solos arenosos não antropizados típicos da região (Figura 3A). Apenas no sítio Jacuruxi, que tem as datas mais recentes para ocupações Pocó-Açutuba na área, há uma associação com terras pretas, com data inicial para o século VI DC (Lima et al. 2006, Lima 2008, Neves 2010). Em Boa Esperança, no lago Amanã, há associação entre ocupações Pocó- Açutuba e terras pretas em algumas das áreas do sítio, mas em outras, onde se escavaram feições preenchidas com fragmentos cerâmicos datados de 800 AC, tal associação não é tão clara. Na região do rio Trombetas, nos sítios Boa Vista e Cipoal do Araticum, parece haver um contexto semelhante ao de Boa Esperança, caracterizado pela presença de feições - sempre escavadas no solo da base da sequência estratigráica e abaixo da terra preta, preenchidas por uma grande quantidade de fragmentos Pocó-Açutuba ricamente decorados. A escavação de uma dessas feições em Boa Esperança (Figura 3C), e a datação dos fragmentos de cerâmica e lentes de carvão ali depositados, mostrou uma clara inversão cronológica, com datas mais recentes na base e mais antigas na superfície da feição. 148 Essa inversão indica que os fragmentos foram colocados de maneira ordenada: os mais recentes antes, os mais antigos depois. A escavação de tais estruturas pelos antigos habitantes desses sítios parece indicar a constituição de marcadores simbólicos para início das ocupações Pocó- Açutuba em locais previamente inabitados ou ocupados por grupos que produziram cerâmicas diferentes, como no caso de Boa Esperança. Em 2006 quando foram descritas as cerâmicas e o contexto das ocupações da fase Açutuba na área de conluência dos rios Negro e Solimões foi também proposta a ausência de associação entre terras pretas e tais ocupações (Lima et al. 2006). Os dados aqui apresentados permitem que se falsiique esta hipótese, uma vez que há casos - nos quais tal associação foi documentada. No mais, onde tais casos ocorreram, as evidências mostram que a formação mais antiga de terras pretas estava associada às ocupações Pocó-Açutuba. Da discussão acima, alguns pontos merecem destaque. Primeiramente, o fato de que cerâmicas Pocó-Açutuba não têm qualquer semelhança formal ou estilística com complexos mais antigos da Amazônia, ou seja, datados de antes de 1200 BC. Em segundo lugar, o fato de muitas dessas ocupações representarem a base das sequências estratigráicas dos sítios aqui apresentados. Finalmente, a associação que parece haver entre ocupações Pocó-Açutuba e a formação inicial de terras pretas ao longo de uma ampla área do rio Amazonas-Solimões, desde pelo menos a foz do Japurá até Santarém, já no primeiro milênio DC. Esse conjunto de variáveis nos dá condições de discutir o signiicado desses padrões no quadro mais amplo da história indígena da Amazônia antiga. 4. Discussão No livro “The UpperAmazon” de Donald Lathrap, há uma prancha (Figura 6) com fragmentos cerâmicos encontrados em diferentes locais na Amazônia, Guianas e baixo Orinoco (Lathrap 1970: 115). Os componentes amazônicos da prancha foram inicialmente deinidos como parte da chamada “Tradição Borda Incisa” da Amazônia, deinida por Evans & Meggers (1961). Para Lathrap, a “Tradição Borda Incisa” teria sido uma manifestação local, amazônica, da chamada série Barrancóide da bacia do Orinoco e Guianas (Lathrap 1970: 113). Ainda para Lathrap, tal fenômeno amplo de distribuição de sítios com cerâmicas Barrancóides ou Borda-Incisa seria o correlato arqueológico do processo de expansão de falantes de línguas Arawak pela Amazônia e norte da América do Sul. O debate sobre as diferenças e semelhanças entre as tradições Borda Incisa e Barrancóide já tem mais de quarenta anos e não foi ainda solucionado (Lima et al. 2006). É interessante, no entanto, notar que os fragmentos cerâmicos amazônicos que compõem a prancha do livro de Lathrap, e que, de fato, têm mesmo grandes semelhanças com as cerâmicas Barrancóides 149 do baixo Orinoco, seriam, se a hipótese aqui apresentada estiver correta, por nós classiicados como componentes da tralha característica da tradição Pocó-Açutuba. Materiais da tradição Borda Incisa têm uma decoração plástica menos exuberante, um uso muito mais restrito da pintura – sem, por exemplo, o amarelo, o laranja e o cor-de-vinho típicos das cerâmicas Pocó-Açutuba - e um uso mais comedido dos apêndices modelados, apesar de ter uma pasta normalmente mais compacta (Lima & Neves 2011). Assim, se Lathrap estava correto em buscar correlações entre complexos cerâmicos da Amazônia e do Orinoco, tais correlações devem ser buscadas entre cerâmicas Pocó-Açutuba e cerâmicas Barrancóides e Saladoides do baixo Orinoco e Caribe insular (Boomert 2001) e não entre as cerâmicas da tradição Borda Incisa. Figura 6: Exemplos de cerâmicas da série Barrancóide do Norte da América do Sul e Amazônia (Lathrap 1970: 115). 150 Os dados aqui apresentados, ainda preliminares, mostram que os materiais Pocó-Açutuba têm uma ampla distribuição pela Amazônia, se espalhando, de oeste para leste, ao longo de uma linha reta de cerca de 1300 km, desde a foz do Japurá até Santarém, e, de norte a sul, de mais de 700 km, desde o baixo rio Branco até a região de Manaus. Tal padrão amplo permite que essas ocupações sejam tratadas como uma tradição distinta, diferente da tradição Borda Incisa. O objetivo, nunca é demais repetir, é menos o de complicar o já confuso quadro crono-tipológico das terras baixas sul- americanas e mais o de ressaltar para a singularidade das ocupações Pocó- Açutuba, dentre as quais se destacam: 1) Sua amplitude geográica, que sem dúvida aumentará à medida que novas regiões sejam pesquisadas, 2) O fato de que os sítios com esses materiais representam em muitos casos os primeiros sinais de ocupação humana após longos hiatos no Holoceno médio, 3) A associação entre algumas dessas ocupações e o início da produção de terras pretas, um indicador do estabelecimento de modos de vida sedentários, ao longo da calha do Amazonas, 4) A associação, já notada por Guapindaia (2008) entre as ocupações Pocó-Açutuba e a habitação de áreas ao longo dos grandes rios ou lagos da região, como o Caquetá/Japurá, Solimões, Branco, Negro, Trombetas e Tapajós (Costa 2012, Morcote-Rios 2011, Gomes 2011, Guapindaia 2008, 2011). No entanto, o sítio Cipoal do Araticum,localizado em uma área de interlúvio junto à bacia do Trombetas, tem uma ampla ocupação Pocó-Açutuba apresentando terra preta profunda, feições com cerâmica decorada e datas que vão de 410 AC a 670 DC. Isso sugere que ocupações em áreas de terra irme deverão ser identiicadas à medida que novas pesquisas se realizem, 5) A própria singularidade dessas cerâmicas, que sem dúvida têm o mais amplo repertório decorativo entre todas as tradições ou complexos amazônicos, comparado apenas à fase Marajoara, o que provavelmente não é uma coincidência, conforme se discutirá a seguir, 6) Ainda sobre as características formais e decorativas, a absoluta diferença entre as cerâmicas Pocó e as cerâmicas mais antigas conhecidas na Amazônia (Taperinha, Mina, Parauá, cerâmicas do rio Uaupés, fase Bacabal), 7) A presença constante de feições com concentrações de cerâmicas, presentes em sítios como Boa Vista e Cipoal do Araticum (Guapindaia 2008, Guapindaia et al. 2010, Guapindaia, Aires da Fonseca 2012), Aldeia (Gomes 2011), Hatahara (Neves 2003) e Boa Esperança (Costa 2012). Tais características permitem que se tratem as ocupações Pocó-Açutuba como uma “cultura arqueológica”, conforme a já velha deinição de Childe (1957) recentemente reciclada por Anthony (2007). Esses elementos indicam também que as ocupações Pocó-Açutuba tiveram um caráter 151 histórico distinto, cuja principal marca foi iniciar o período de antropização mais intensa da Amazônia. Se correta, esta é uma informação importante, que contribui para o desenvolvimento dos estudos de Ecologia Histórica, porque mostra que os processos de antropização e criação de paisagens na Amazônia não foram constantes e tampouco regulares ao longo do tempo (Neves & Petersen 2006, Neves 2011). Baseado nessas considerações pode-se vislumbrar hipoteticamente o contexto do início das ocupações Pocó-Açutuba. Em primeiro lugar, a grande diferença entre essas cerâmicas e as cerâmicas amazônicas mais antigas, ou mesmo da mesma idade - como o caso da fase Ananatuba, na ilha de Marajó (Meggers & Evans 1957), - indica duas possibilidades: introdução externa, a partir de um centro de origem no norte do continente, ou então o desenvolvimento local. O padrão de distribuição de datas, nesse caso, tampouco é elucidativo: embora as datas do primeiro milênio AC na bacia do Caquetá-Japurá, sugiram uma origem no noroeste da Amazônia, as datas publicadas por Gomes (2011), bem como as datas rejeitadas por Hilbert & Hilbert (1980) indicam ocupações no inal do segundo milênio AC na região do Tapajós-Trombetas. Uma comparação com os complexos cerâmicos do baixo Orinoco - que mostram a presença de iguras incisas e modeladas e decoração pintada associadas às séries Barrancóide e Saladóide - é uma possibilidade, mas tampouco estão claras as relações entre esses complexos e sua cronologia. Enquanto não se resolvem os problemas cronológicos e tipológicos relativos à origem das cerâmicas Pocó-Açutuba, pode-se, por outro lado, destacar as inovações notáveis no registro arqueológico da Amazônia resultantes dessas ocupações. A primeira inovação diz respeito à introdução do modelado como recurso decorativo nas cerâmicas Amazônicas. Embora a decoração plástica, exercida através de incisões, já seja notável em complexos mais antigos, como a fase Bacabal do rio Guaporé, datada em 1800 AC (Miller 2009) e a fase Ananatuba, na ilha de Marajó (Meggers & Evans 1957), datada em 1400 AC, é a partir do aparecimento das cerâmicas Pocó-Açutuba que o uso de apêndices zoomorfos e antropomorfos modelados se tornará comum até se disseminar completamente por diferentes tradições, fases ou estilos – incluindo, por exemplo, Marajoara, Guarita, Santarém, Konduri e, é claro, Borda Incisa - da Amazônia no inal do primeiro milênio DC. Pode-se, portanto, airmar que há uma inluência simbólica, religiosa ou ideológica associada ao estabelecimento de grupos que produziam cerâmicas Pocó-Açutuba sobre as populações. Em uma resposta às críticas elaboradas à hipótese que correlaciona a expansão dos grupos falantes de línguas indo-europeias à expansão da agricultura e pastoreio pela Europa no início do Holoceno, Colin Renfrew (2000) elaborou um argumento que justiica o uso de correlações entre padrões no registro arqueológico e outros padrões culturais, como por exemplo, agrupamentos de línguas. Para Renfrew, tais correlações são mais 152 fortes nos casos de colonização inicial de áreas previamente desabitadas, como a Polinésia anterior à ocupação de falantes de línguas austronesianas, caracterizada pelo complexo arqueológico Lapita (Kirch 1997), ou então nos casos onde um grupo com uma tecnologia diferente ocupa uma área previamente ocupada por grupos com modos de vida totalmente distintos, como é o caso dos falantes de línguas Arawak e os sítios com cerâmica da série Saladóide no Caribe (Rouse 1992). Nesse sentido, é possível se postular que os grupos que produziam cerâmicas Pocó-Açutuba eram provavelmente falantes de línguas geneticamente próximas entre si, mais ou menos como os grupos falantes de línguas da família Tupi-Guarani no litoral Atlântico no início do segundo milênio DC. Se essa hipótese estiver correta, é provável que esses grupos falassem línguas da família Arawak, de acordo com a velha hipótese de Nordenskiold (1930). A hipótese de correlação entre falantes de línguas Arawak e grupos produtores de cerâmicas incisas e modeladas, como é o caso de Pocó- Açutuba, vem desde o início do século XX. O fato de Pocó-Açutuba ser o conjunto de cerâmicas incisas e modeladas mais antigas encontradas até o momento na Amazônia confere apoio a esta hipótese, embora não a prove. É certo, no entanto, que as línguas Arawak foram as que tiveram a dispersão mais ampla pelas terras baixas da América do Sul, já que, à época da conquista, eram faladas desde as Bahamas até o Paraguai e desde o sopé dos Andes até o litoral do Atlântico (Urban 1992). Os mecanismos subjacentes à expansão dos grupos falantes de língua Arawak é ainda controverso, mas muitos autores (Arroyo-Kalin 2008, Ericksen 2011, Lathrap 1970. Heckenberger 2002, Hornborg 2005) associam tal processo à adoção da agricultura de mandioca. De fato, a hipótese de Lathrap tem em muitos aspectos a mesma base dos argumentos propostos por Renfrew (1987) para explicar a expansão indo-europeia: que a adoção da agricultura provocou crescimento demográico e consequente expansão geográica – ou “difusão dêmica” – de populações especíicas, no caso da Amazônia os falantes de língua da família Arawak. Para Lathrap (1970) os correlatos materiais dessa expansão seriam vistos nos sítios com cerâmicas com decoração incisa e modelada (ou da série Barrancóide e da tradição Borda Incisa) distribuídos pela Amazônia e norte da América do Sul. Heckenberger (2002) reinou ainda mais a hipótese de Lathrap e acrescentou, aos correlatos arqueológicos anteriormente propostos, também a ocupação de aldeias de formato circular, um padrão claramente associado à ocupação das primeiras aldeias dos grupos falantes de línguas Arawak no Caribe insular (Petersen et al. 1996). Os dados atualmente disponíveis não permitem que se estabeleça qual era a forma dos assentamentos com cerâmicas Pocó-Açutuba. Na região de Trombetas, no sítio Cipoal do Araticum, foram encontradas evidências de disposição circular associada a ocupação Pocó (Guapindaia e Aires da Fonseca, 2012). Na área de conluência dos rios Negro e Solimões foi 153 detectado um claro padrão de ocupação de aldeias de formato circular ou de ferradura associadas a ocupações das fases Manacapuru e Paredão, que são mais tardias que Pocó, mas que também têm cerâmicas com decoração incisa em modelada e são classiicadas na tradição Borda Incisa (Lima 2008, Moraes & Neves 2012). É plausível assim, que o formato circular ou semi-circular típico das ocupações da tradição Borda Incisa tenham seus antecedentes históricos no primeiro milênio AC associados às ocupações Pocó-Açutuba. A classiicação ilogenética das línguas da família Arawak recentemente publicada por Walker & Amarante (2010), traz também uma contribuição para essa discussão ao mostrar que a distribuição das línguas Arawak, em temos de semelhanças de cognatos, se parece muito mais com um arbusto que com o modelo clássico de árvore. Tal coniguração é por sua vez compatível com uma hipótese que postule que a expansão antiga dos grupos falantes de línguas Arawak foi rápida e levou à colonização quase simultânea de áreas distantes entre si, o que por sua vez é também compatível com o padrão de distribuição ampla e aparentemente simultânea – em termos arqueológicos – de sítios com materiais Pocó- Açutuba no primeiro milênio AC. 5. Conclusão: o desaparecimento das ocupações Pocó-Açutuba A partir do século IX DC não há mais sítios, camadas ou contextos associados a cerâmicas Pocó-Açutuba. Antes mesmo dessa época é notável, em algumas áreas, com o lago Amanã e a conluência dos rios Negro e Solimões, um processo de mudança lento, mas cumulativo, que tem a ver com a inserção na área de ocupações associadas às fases Caiambé, Manacapuru e Paredão. No momento, a data mais antiga disponível para a fase Manacapuru é do início do século V DC (Hilbert 1968). A partir do século VII ocupações Manacapuru vão icando cada vez mais visíveis e maiores, até atingir proporções realmente grandes no inal do primeiro milênio. As semelhanças entre as cerâmicas Pocó-Açutuba e as cerâmicas da fase Manacapuru da Tradição Borda Incisa são grandes o suiciente para que se postule uma relação histórica entre elas (Lima & Neves 2011). Dentre os elementos decorativos, formais e tecnológicos em comum há: a construção de langes labiais como suporte para a decoração plástica modelada e o uso da incisão como elemento decorativo primordial. Notável, no entanto, nas cerâmica Caiambé, Manacapuru e Paredão da Tradição Borda Incisa é a diminuição drástica do uso da policromia – embora a pintura continue presente -, com uma redução signiicativa da palheta cromática, uma redução que parece ser verdadeira quando se compara as cerâmicas das séries Saladóide e Barrancóide. Em geral, vasos Manacapuru são mais sóbrios que os vasos Açutuba, em contrapartida a um esmero maior na 154 produção da pasta, que é menos friável, e na queima, que produziu vasos com maior dureza. Se, de fato, houve um processo de transição entre as ocupações Pocó- Açutuba e as ocupações Caiambé, Manacapuru e Paredão na Amazônia central, esta deve ter sido a manifestação local de uma história de longo prazo, sem rupturas marcantes nas formas de ocupação e nas cerâmicas. Com efeito, as poucas evidências até o momento disponíveis apontam para algo do tipo, uma história de quase dois mil anos de duração, que se iniciou ao redor de de1000 AC a quase 1000 DC, com, exceto a formação de terras pretas, poucas mudanças visíveis nas formas de vida, típica de sociedades frias, conforme a deinição de Lévi-Strauss em “O Pensamento Selvagem” (1962). Nas regiões do rio Trombetas e Santarém uma outra história parece ter se desenvolvido, já que não há ali evidências de ocupações relacionadas à Tradição Borda Incisa e sim reocupações da tradição Incisa e Ponteada (incluindo cerâmicas Konduri e Santarém) sobre ocupações Pocó-Açutuba enterradas. Vale registrar que Hilbert e Hilbert (1980) descreveram materiais com essas características (Borda Incisa?), por eles denominados ‘estilo Globular’. Este conjunto tem baixa representatividade nos contextos onde aparece e ainda é pouco conhecido, mas pode-se sugerir que este represente um aspecto periférico nessa substituição dos conjuntos Pocó- Açutuba pela Tradição Borda Incisa nesta região. Os indígenas que produziram cerâmicas Pocó-Açutuba eram grupos que exploravam e manejavam a Amazônia com uma tecnologia aparentemente nova para a época que deveria incluir uma ênfase maior no cultivo de plantas domesticadas, embora não seja possível airmar que tenham sido agricultores. Essa tecnologia permitiu que se espalhassem por uma grande área, ocupando locais anteriormente vazios ou previamente habitados por populações culturalmente distintas. Não há até o momento evidências que mostrem a associação entre conlitos e as ocupações Pocó-Açutuba, o que pode sugerir o estabelecimento, nos casos de grupos que já habitavam anteriormente essas áreas, algum tipo de relação horizontal que permitisse a incorporação desses povos por relações de comércio ou casamento como se vê atualmente em áreas que têm inluência de grupos Arawak em sua ocupação, como é o caso do alto rio Negro e o alto Xingu. Essa história se modiicou profundamente ao redor do ano 1000 DC (Moraes & Neves 2012). Na Amazônia central e rio Solimões acima, é notável a reocupação dos sítios com camadas Pocó-Açutuba enterradas por grupos que faziam uma cerâmica totalmente distinta, associada à Tradição Polícroma da Amazônia. Na região do rio Trombetas e Santarém, ocorreu a já mencionada reocupação desses sítios por grupos que produziam cerâmicas Tapajônicas e Konduri. A transição do primeiro ao segundo milênio DC foi uma época de profundas mudanças sociais por toda a Amazônia, dentre as quais destaca- 155 se a reocupação, por outros grupos, das áreas anteriormente associadas à ocupação de produtores de cerâmicas da tradição Pocó-Açutuba e seus descendentes (Moraes & Neves 2012, Neves 2013). Apesar dessas mudanças, as inovações conceituais e tecnológicas trazidas por esses antigos grupos colonizadores, com destaque para o uso da decoração modelada nos vasos cerâmicos, permaneceram, embora certamente re- signiicados em alguns dos complexos cerâmicos ainda produzidos à época do início da colonização europeia e até hoje, de certo modo, nas cerâmicas com apêndices modelados produzidas pelos grupos Arawak do alto Xingu, em uma história de três milênios, mais longa que o próprio tempo. Agradecimentos À Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP), Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Amazonas (FAPEAM), Conselho Nacional de Desenvolvimento Cientíico e tecnológico (CNPq), Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (CAPES), Instituto de Desenvolvimento Sustentável Mamirauá (IDSM), moradores da comunidade de Boa Esperança, família do Prof. João Maria Franco de Camargo, Mineração Rio do Norte, Fundação de Amparo e Desenvolvimento a Pesquisa, as associações de moradores COOPERBOA e COOPERMOURA do rio Trombetas. Bibliograia Alves, D. 2012, Ocupação Indígena na Foz do rio Tapajós (3260-960 AP): estudo do sítio Porto de Santarém, Baixo Amazonas. Dissertação de Mestrado. Universidade Federal do Pará. Belém. Anthony, D. 2007, The Horse, The Wheel, and Language: how bronze age riders from Eurasian Steppes Shaped the Modern World. Princeton. Princeton University Press. 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Lugar de origen, los piedemontes representan también el caos y la noche que amenazan constantemente con poner in a la civilización de las altas tierras. Para resumir el admirable estudio de Françoise-Marie Renard- Casevitz, Thierry Saignes y Anne-Christine Taylor (1986), diremos que esta región del Anti Suyu 1 representa, vista desde el Cuzco, el caos de los márgenes (pasados o futuros) frente al orden central. La noche del pasado, pero igualmente el nacimiento del sol (el este). Ella es la causante de la disgregación del mundo físico en el cual descansa el imperio inca: la pendiente frena a la llama como, más adelante, bloqueará al caballo y luego a la ruta o a la vía del tren; la altura provoca la embolia de los organismos adaptados a las tierras altas; el clima trae consigo terribles enfermedades tal como la malaria o la leishmaniasis. Pero, esta región es también el origen de las lluvias y de las plantas amazónicas, de los ariscos guerreros, del shamanismo y de las plantas sagradas. Es una temible antítesis aunque necesaria para el imperio Inca, al igual que la noche del día y la luna del sol. Desconocida arqueológicamente, hasta hace poco, la región del Pastaza en el piedemonte oriental de los Andes ecuatorianos fue objeto de una investigación arqueológica e interdisciplinaria entre 2011 y 2014 2 . Esta constituye un lugar particularmente interesante desde el punto de vista arqueológico dada la presencia de numerosos sitios descubiertos durante la investigación y por el cañón del río, acceso directo entre la montaña y las tierras bajas (Figura 1). La ubicación de los sitios aledaños de Puyo ilustra de forma particular el papel ambiguo de lugar de encuentro o de separación entre dos mundos de esta área: se encuentran al pie de los Andes centrales de Ecuador, a la salida del cañón del Pastaza (Figura 2), siendo así una vía de acceso mayor hacia las altas tierras andinas, y más allá, hacia la costa del Pacíico. Río abajo, estos sitios están ubicados en la puerta de entrada a la Amazonía propiamente dicha, accesible por el río 160 Pastaza y su aluente, el Bobonanza. Hacia el norte, un valle secundario conduce hacia el río Napo, otro aluente mayor del Amazonas, mientras que hacia el sur, los caminos de piedemonte llevan al valle del Upano, ya conocido por sus brillantes desarrollos de civilizaciones (Figura 3). Figura 1. Cañón del alto Pastaza al nivel del pueblo de Baños (fotografía S. Rostain) Además, el alto Pastaza está dominado por el caprichoso Tungurahua, volcán de intensa actividad y poderosas erupciones desde hace quince años (Figura 4). Se suma, por otro lado, el barranco del río que baja de los Andes a la Amazonía y es bastante peligroso. A pesar de todo, los hombres siempre se han sentido atraídos por este entorno particular. Hasta hoy en día, los estudios se han conducido ya sea en las zonas aledañas al volcán o en las tierras bajas. 161 Figura 2. Barranco del Pastaza hacia el este desde la entrada de la Amazonía al nivel del sitio arqueológico de Colina Moravia y del pueblo de Mera (fotografías S. Rostain) La originalidad del proyecto “Alto Pastaza” radica en el cruce de competencias, gracias a un análisis transversal del medio y de la integración del hombre a este paisaje. Desde esta óptica, la cooperación de geógrafos, antropólogos y vulcanólogos es entonces un punto de importancia. La concepción de problemáticas comunes debía así llevar a campos cientíicos hasta ahora no explorados. 162 Figura 3. Mapa del Alto Pastaza con la ubicación de los sitios arqueológicos citados (dibujo L. Billault) Uno de los objetivos del programa “Alto Pastaza” era aquel de veriicar la supuesta naturaleza antrópica de pequeñas elevaciones irregulares en cuya cima se hallaba a veces material arqueológico. A pesar de la casi inexistencia de trabajo arqueológico, en el pasado muchos sostenían, que se trataba de una ciudad de montículos artiiciales organizados según un patrón anular preciso, y que albergaba a una numerosa población (Porras, 1987; Vásquez Pazmiño, 2010). Es importante señalar que la monumentalidad está presente en Amazonía desde el inicio de las sociedades agro-cerámicas, en el Formativo (equivalente local del Neolítico), en su fase antigua entre 3000 y 2000 a.C. En esta época, un fenómeno ya maduro se observa en el sitio de Santa Ana-La Florida en la vertiente oriental de los Andes del sur del Ecuador, el mismo que se caracteriza por una cerámica de élite y a veces una arquitectura monumental de piedra extremadamente compleja tal como lo muestran los descubrimientos en el sitio de la vertiente oriental 163 de los Andes del sur del Ecuador (Valdez et al., 2005; Valdez, 2007), datos que demuestran el lugar de primer orden a nivel regional que ocupa la Amazonía ecuatorianal desde entonces. Algunos siglos más tarde, otra civilización amazónica brillante se desarrolló ligeramente más al norte, en el valle del Upano, con sitios monumentales constituidos por plataformas piramidales de tierra, concentradas por decenas y que siguen modelos precisos cuyo plano base consiste en montículos dispuestos en cuadrado alrededor de una plaza baja ligeramente más al norte, en el valle del Upano (Rostain, 1999a, 1999b, 2006, 2008, 2010, 2012a). Esta cultura Upano, con fecha entre 700 a.C. y 400 d.C., es uno de los raros casos estudiados de fenómeno de arquitectura monumental de tierra en la región amazónica, igual a aquellos de la isla de Marajó en Brasil (Schaan, 2011), de los Llanos de Mojos en Bolivia (Walker, 2004), de la costa occidental del Suriname (Rostain, 2012b) y de otras regiones de la Amazonía, todos netamente posteriores. En el caso del alto Pastaza, nuestros estudios mostraron una realidad totalmente distinta (Rostain & Saulieu, 2013). Figura 4. El Tungurahua (fotografía J.-L. Le Pennec) 164 1. La marcha del alto Pastaza: un espacio geo-cultural especíico Los incas denominaban “Antis”, a la región que ocupan los jíbaros en los Andes 3 . Antes de designar los estratos quechua de las altas tierras (entre 2500 y 3400 m de altura), el término caliicó entonces a la vertiente oriental de la cordillera. Los españoles la designaron a continuación como la “montaña” 4 , considerando que la pendiente constituía un argumento superior a la altura y al clima para describir la barrera que representa entre la Amazonía y las tierras altas. A diferencia de las planicies altas o de la llanura amazónica, la unidad de la región no se debe a una altura común como tampoco a un clima homogéneo, sino a la pendiente, es decir a un criterio dinámico. El piedemonte oriental de la cordillera de los Andes se divide en dos estratos principales. Entre 3000 y 1800 m, la ceja de montaña es un universo fresco y húmedo, cubierto de poblaciones monolíticas de bambú, salpicada en ciertos sitios, por algunos árboles gigantes. Esta pared casi vertical, impropia para el hábitat y el cultivo es casi impenetrable y totalmente desprovista de hombres. Más abajo, entre 1000 y 300 m, la pendiente se suaviza ligeramente. Es aquí en donde los jíbaros construyen sus casas y cultivan sus rozas. El punto común entre las colinas y las mesetas del piedemonte se debe a la potencia de los movimientos contradictorios que los modelan y transforman constantemente. Hacia el este, la mirada se detiene en los grandes volcanes que marcan la línea de horizonte: Tungurahua (5016 m), El Altar (5319 m), Sangay (5320 m). Las cascadas, vertiginosas, rayan verticalmente la opaca cortina que sumerge al piedemonte en la noche apenas el sol sobrepasa el cénit. Hacia el oeste, los torrenciales cursos de agua 5 acarrean con estrépito de trueno 6 bloques de granito y de basalto hacia el Tigre y el Marañón, contribuyendo a la vez, en la construcción de uno de estos grandes conos de deyecciones que la erosión de los Andes y los esparcimientos volcánicos han acumulado en su vertiente oriental. La actualidad y la violencia del movimiento tectónico se vuelven palpables por las grietas muy abiertas cuyas fallas tectónicas laceran las rutas, condenadas a seguir el trazado meridiano. Este medio cerrado (cerrado), cortado, picado por la verticalidad de los troncos o por aquella de la lluvia, oculto por la bruma de la mañana y privado tempranamente de luz solar, es un espacio nocturno, sombrío y difícil, en el cual andar se vuelve penoso y navegar peligroso. Las aberturas son raras en el paisaje, pero aún más valiosas, ofreciendo de repente, a la vuelta de un meandro o al abrir un claro, la contemplación atónita de la cuenca amazónica que se extiende por cientos de kilómetros o la rítmica línea de los humeantes volcanes andinos. En ningún otro lugar, pueden abarcarse en un único giro de cabeza, puntos de vista tan contrastados del mundo sudamericano. Ciertos geofísicos, tales como André Rousseau (2005), identiican hoy en día una fuente común a esta energía que literalmente, alza montañas, 165 verticaliza terrenos y cursos de agua, bloquea nubes y riega campos. Es la energía propia de la tierra, la tensión eléctrica entre el polo norte y el polo sur, la que aquí encuentra su máxima intensidad y uno de sus cruces mayores a escala del continente. Para André Rousseau, “las variaciones del campo magnético son la consecuencia directa de las variaciones de la velocidad angular del manto en relación con aquella del núcleo interno. En una palabra, las evoluciones biológicas y tectónicas durante las eras geológicas se deben a este fenómeno” (Rousseau, 2005: 1). Para él, la atracción de las placas (notas de corteza según él y no tectónicas) pacíica y sudamericanas, responsable del formidable alzamiento de los Andes, es resultado del paso del eje de circulación de energía y de materia más rápido del globo, desde la extrema profundidad del núcleo interno hasta los límites de la magnetopausa: el meridiano magnético (declinación cero). Ya un siglo y medio antes, Élisée Reclus (1861) fue el primer geógrafo en señalar cartográicamente el nexo entre las orientaciones magnéticas y las construcciones amerindias, en particular en el valle de Ohio. Al norte del Tawantinsuyu inca, el cotejo del meridiano magnético con el ecuador geográico no deja tampoco de tener consecuencias. Como lo recuerda Francis Hallé (1993), el ecuador es en primer lugar, una realidad energética. Es la zona de rotación más rápida de la tierra y entonces de gravitación más débil, como lo saben todos aquellos que lanzan cohetes. “En promedio el ser humano pierde 600 gr. al estar en el Ecuador”. Esta situación que ocupa a la ciudad de Quito es única en combinar el empuje propio del meridiano magnético con aquel del Ecuador, que ocupa a la ciudad de Quito. Pero, como ya lo dijimos, las marcas del empuje tectónico son más visibles en los márgenes andinos orientales: volcanismo, fallas activas, brutal erosión, lujos torrenciales. Todo el paisaje es testimonio de una formidable dinámica a una escala geológica tan rápida que el hombre es capaz de captarla. La época en que Élisée Reclus redactó su Geografía Universal (1982 [1905]) constituyó sin duda un summum en el conocimiento geográico de las sociedades amerindias. Antes de él, las informaciones eran dispersas e incompletas. Después, el interés de los geógrafos por los pueblos amerindios decreció al ritmo de una decadencia demográica considerada como ineluctable. Al reemplazar en un mismo mapa topográico los etnónimos recogidos por la Geografía Universal, se constata primero la diversidad de los pueblos instalados entre 300 y 1500 m de altura, en especial en los piedemontes andinos. Unos cincuenta nombres se hallan concernidos. Estos grupos ocupan una posición de interfaz en varios niveles. Topográicamente, se sitúan entre las zonas altas y las zonas bajas. En el plano cultural, forman el nexo entre las grandes civilizaciones urbanas de las altas mesetas y las zonas inundables, litorales o luviales, conocidas hoy en día por ser cuna antigua de una agricultura intensiva (Rostain, 2012b). Políticamente, controlan las zonas fronterizas de los 166 grandes imperios precolombinos, luego coloniales. Hoy en día, la mayor parte de estas zonas y de estos pueblos están en situación transfronteriza. A pesar de esto, la diicultad de acceso, a menudo invocada por los exploradores y luego por los investigadores, al margen de las grandes rutas precolombinas como también de las vías luviales de penetración, hacen de estas regiones transfronterizas, espacios poco conocidos. Como resultado, la leyenda y el misterio se han vuelto el material principal de los pocos relatos que les conciernen. El franqueamiento de la barrera montañosa andina sigue siendo un limitante mayor para el establecimiento de relaciones tan luidas como en las altas mesetas (Renard-Casevitz et al., 1986), pero sería muy exagerado hacer de estas áreas “ines de mundo inaccesibles”, tanto por vía de agua, a partir del Amazonas, como por ruta, a partir de Cuzco, Loja, Quito y Ambato. Es indudable que se trata de una zona de ruptura de carga, cuya difícil penetración se traduce por el vacío demográico, pero que permite también, en los raros sitios franqueables, la fértil relación entre poblaciones amazónicas y andinas. 2. Un pasado humano entre mitos y para-ciencia La Amazonía ecuatoriana permanece aún fuera de las grandes corrientes de la arqueología amazónica. En verdad, no todos los investigadores deinen una problemática precisa que estructure sus investigaciones, poseen una visión clara de la metodología y proponen interpretaciones arqueológicas sólidas. Pese a los millones de dólares destinados para la arqueología de rescate en los campos petroleros amazónicos, y también para algunos programas inanciados por el estado ecuatoriano, muy poco se ha publicado, y los escasos datos divulgados no siempre satisfacen todas la garantías académicas que se podría esperar. Desafortunadamente y a pesar de ser poco explotada por los mineros, la provincia del Pastaza no escapa totalmente a esta situación. Los trabajos arqueológicos fueron muy escasos en el lugar (Duche Hidalgo & Saulieu, 2009). Por el contrario, tal vez debido a esta escasez de investigaciones, pseudo-arqueólogos multiplicaron sus intervenciones en esta parte de la Amazonía. La más famosa concierne la Cueva de los Tayos 7 descubierta en 1969 cerca de la frontera con el Perú en el Morona-Santiago por el húngaro-argentino Juan Moricz. Este descubrimiento fue ampliamente difundido en esa época, volviéndose muy famoso especialmente con el libro sensacionalista y delirante de Erich von Däniken (1974). Según Juan Moricz, seres especiales habrían esculpido la roca. Se trataba de una Ciudad subterránea y abandonada. En el mismo año, Juan Moricz escribía: “He descubierto en la región Oriental, provincia de Morona Santiago, dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos de gran valor cultural e histórico para la humanidad, que consisten en láminas metálicas elaboradas 167 Figura 5. El Comercio del 1ero de Agosto de 1976 informa sobre la llegada del astro- nauta Neil Ams- trong en busca de extra-terrestres en la Cueva de los Tayos en la Amazonía 168 por el hombre que contienen la relación histórica de toda una civilización perdida de la cual el género humano no tiene memoria ni indicio todavía. Tales objetos se encuentran agrupados dentro de variadas y distintas cuevas, siendo de diversas clases en cada una de ellas” (citado por Peña Matheus, 2011: 22). Estas piezas que nunca nadie vio, recuerdan al parecer la colección del Padre Crespi en Cuenca 8 . Juan Moricz concluye señalando que solamente los extra-terrestres podían ser capaces de haberlos hecho, con el in de registrar la historia de los últimos 250,000 años de la humanidad. Ahora bien, si solo los seres de otros mundos podían ser sus autores, ¿quién era entonces el especialista capaz de explicar tamaño descubrimiento? La respuesta era obvia: Neil Amstrong, el único astronauta que había caminado en la Luna, seguro debía saber sobre este asunto. Lo increíble de esta historia radica en la aceptación por parte de Neil Amstrong de venir a averiguar sobre esta gigantesca estafa. Fue así que en 1976 se organizó una expedición inglesa para visitar la cueva (Figura 5). Gran ruido mediático acompañó a esta visita, concluyéndose que se trataba de una formación absolutamente natural, de tipo comparable a los órganos de piedra, mas no construida por un misterioso pueblo. En 1995, nuevamente varias embajadas europeas en Ecuador solicitaron al primer autor de este artículo, evaluar el pedido de un aventurero que requería fondos para ir a una gruta llena de libros de roca, piedras y metales preciosos en la misma Amazonía ecuatoriana. A la historia le gusta repetirse… Veinte años después, en 2013, nuevos cazadores de extra-terrestres volvieron a la provincia del Pastaza, interesados esta vez en otra formación geológica geométrica ubicada en la selva del piedemonte al norte de Mera. Se trata de una pendiente de roca que parece haber sido regularmente esculpida por la arroyada, la misma que ha formado una pared inclinada con pequeños canales horizontales y verticales. El resultado da la impresión de enormes bloques tallados acumulados al igual que los muros incas. Sin embargo, una observación atenta conirma el hecho de que la roca fue pulida de manera natural. Descubierto en 2012 por cazadores de la región, el sitio fue visitado el año siguiente por un “especialista” de nombre Bruce Fenton, “investigador de lo oculto y lo paranormal” 9 quien concluiría que se trataba de una enorme pirámide parcialmente enterrada, perteneciente a la “Ciudad de los Gigantes” y que guardaba el tesoro perdido de Atahualpa en los Llanganates… Por supuesto, una historia tan exótica fascinó a los periodistas que la publicaron en Ecuador como también en Inglaterra y otros países lejanos. Parece que en Ecuador los mitos arqueológicos vuelven regularmente al primer plano de la escena. ¿Acaso la historia se repite? A pesar de la atención de varios arqueólogos, el caso del sitio de Zulay, localizado entre la ciudad de Puyo y el pueblo de Shell, es también víctima de prejuicios pseudo-cientíicos. El sitio fue mencionado por primera vez por Pedro Porras (1987: 333) quien publicó sus “Investigaciones arqueológicas 169 en las faldas del Sangay. Tradición Upano” en 1987, dando a conocer de esta manera al público en general, la existencia de una civilización amazónica situada en el valle del Upano, caracterizada por una cerámica polícroma e incisa de formas diversas y reinadas como también por una arquitectura de tierra monumental. En esa publicación, Pedro Porras muestra algunas fotos de la hacienda de té Zulay. En la leyenda de la lámina 5 podemos leer lo siguiente: “Tolas en una plantación de té muy cerca de la pista Shell-Mera (Base Pastaza)”. En la página 66, el autor precisa: “En Pastaza, a la altura de Shell Mera o base Pastaza (tolas) que son claramente visibles desde el aire, en las plantaciones de té, algunas extremadamente regulares, otras alargadas, con material cultural en su supericie. No se ha determinado un patrón en lo que a su ubicación se reiere”. Desde la publicación de Pedro Porras, muchos autores solían repetir este hecho: “Hay tolas”, es decir montículos artiiciales de tierra, en la hacienda de té Zulay y también en las zonas adyacentes. Sin embargo, la zona fue estudiada solo recientemente. Alrededor del 2005, la hacienda fue cerrada por la AGD y desde ese momento, la vegetación volvió a cubrir el área. En 2007 y antes de que se realizara un verdadero estudio de la zona, el sitio fue declarado patrimonio nacional. En 2010, un informe hecho para el INPC por una estudiante y después de un proyecto de tan solo un mes de campo, concluyó que “el complejo arqueológico del Té Zulay se puede resumir como un asentamiento de tipo aldeano nucleado con 9775 habitantes, quizá rodeado por una zona agrícola anegadiza que no ha dejado la presencia de estructuras arquitectónicas de tipo monticular” (Vásquez Pazmiño, 2010: 112). A partir de observaciones muy supericiales, la autora airma que las colinas fueron ediicadas por los hombres, a pesar de que todas tienen tamaños y formas diferentes, que están distribuidas sin patrón regular y, sobretodo no existe evidencia de construcción. La conclusión de una densidad alta de habitantes precolombinos nos parece extremadamente exótica dada la baja cantidad de material hallado (un total de solamente 1548 tiestos en 86 cateos y 540 pruebas de pala) y la inexistencia de basurales. Como sucede frecuentemente, la realidad es ligeramente más compleja y matizada que esto. Al contrario de lo sostenido, los datos regionales concuerdan poco con la hipótesis de una población alta. Al sobrevolar la zona en avión, no se observa ninguna disposición particular de montículos, a diferencia de lo que se puede ver en el caso del Upano. Los supuestos montículos son redondeados, ovalados y a veces de forma irregular. Un paseo por los senderos de la hacienda de té, así como un vistazo a la elevación truncada de Colina Balandino, localizada a pocos metros de la carretera, al oeste de Zulay, donde había material arqueológico, muestra lo que se debe matizar. El sitio está constituido por una formación geológica natural donde emergen colinas absolutamente naturales. El corte del sitio de la Colina Balandino determina muy claramente que el “montículo” posee un sustrato rocoso natural (Figura 6). 170 Figura 6. Sección del hummock del sitio arqueológico de Colina Balandino donde se nota perfectamente la base rocosa en gris y substrato rocoso en 2 m de profundidad de la excavación del sitio arqueológico de Colina Moravia (fotografías M. Arroyo-Kalin y G. de Saulieu) Sin embargo, es evidente que ciertas colinas fueron acondicionadas por los hombres. La mayoría de las cimas fueron aplanadas o expandidas para acoger asentamientos humanos de los cuales empezamos recientemente 171 a obtener información. Estas colinas constituyen curiosas elevaciones que salpican la planicie de conglomerados, areniscas y shale tufáceo que caracteriza a la formación Mera del piedemonte oriental (DGGM & NIGS, 1982). Las colinas no han sido descritas en la literatura geomorfológica disponible para el área de estudio. Tomando como base la literatura especializada sobre la geomorfología y el vulcanismo en la región, así como también observaciones realizadas en dos colinas cuyos periles habían sido expuestos por el trabajo de maquinaria pesada, se las puede considerar como montículos de tipo hummock. Figura 7. Formación de hummocks volcánicos (extraído de Roldán-Quintana et al., 2011: 128) Un hummock es un relieve natural que mide desde algunos centímetros hasta varios metros de altura. En su mayoría están ligados al hielo y formados por variaciones climáticas en el banco o por la congelación del suelo. Otros, de origen volcánico, provienen de la avalancha de pedazos durante fuertes erupciones; pueden ser diferentes elementos del volcán y hasta una parte del desmoronamiento del cono (Figura 7). Estos montículos están conformados por sedimentos clásticos heterogéneos y mal clasiicados (Siebert, 1984), y constituyen un paisaje irregular de decenas o centenas de elevaciones variadas. Los hummocks del Pastaza derivan probablemente de una antigua avalancha de derrubios asociada a una erupción del volcán Tungurahua. Una avalancha de tales características podría haberse originado a partir de un evento de colapso de lanco del 172 Antiguo Tungurahua (Hall et al., 1999), sin ser del todo descartable el papel complementario de dinámicas de lujos de derrubios asociadas al retroceso glacial (Clapperton, 1993). Aún cuando el actual cono del Tungurahua se encuentra a 37 Km. lineales del local del área de nuestras investigaciones, estudios de situaciones comparables en otras regiones del Ecuador (Alcaraz et al., 2005) permiten defender que dicha avalancha de derrubios habría sido canalizada a través el cañón del río Pastaza hasta depositarse sobre áreas del piedemonte oriental (Figura 8). Figura 8. Hummocks del sitio de Zulay donde las hileras de té acentúan la impresión de regularidad y hummock del aeropuerto de Shell, este último acondicionado para construir la torre de control (fotografías G. de Saulieu y S. Rostain) 173 Figura 9. Sitio arqueológico de Colina Moravia (topografía Ditacad; fotografía S. Rostain) 174 Las colinas que identiicamos como hummocks son frecuentes en las cuencas del Pastaza, del Palora y del Upano. Este tipo de formación se describe además al pie del Cotopaxi (Jácome Mestanza, 2009). En conclusión, las formaciones con substrato rocoso a poca profundidad observadas en las terrazas que bordean el alto Pastaza son de origen natural (Figura 6). Se trataría de hummocks surgidos de erupciones y avalanchas de partes del Tungurahua. Sin embargo, el hombre también modiicó algunos de ellos, aplanando particularmente su cima para poder habitarlos (Figura 8). En el caso del sitio de Colina Moravia, elevación aislada situada en la terraza izquierda del barranco de Pastaza y excavada recientemente por los autores, los restos de una larga ocupación terminaron conformando un cordón periférico (Figura 9). Las poblaciones precolombinas utilizaron este lugar dos o tres veces durante el Formativo, el Desarrollo Regional ey Integración. 3. Primeros datos sobre una ocupación precolombina particular El sitio de Colina Moravia (Lat. 01 28 57.7 S, Long. 78 05 05.8 W, WGS84), descubierto durante las prospecciones arqueológicas del proyecto “Alto Pastaza”, fue primeramente seleccionado por nosotros por presentar los mejores criterios deseados (Figura 9): - es la elevación la más occidental del valle, justo antes de la entrada del barranco en las montañas. - está aislado y no asociado a decenas de otras colinas como en el caso de Zulay. Se podía esperar entonces una unidad coherente. - no estaba cultivado de manera dañina como en Zulay donde zanjas de drenaje profundas fueron cavadas a distancia regular en toda la supericie de la hacienda. - el propietario estaba de acuerdo, mientras que en Zulay la presencia de colonos ilegales volvía el trabajo más complejo. - presenta grandes dimensiones, bien adaptado a un decapado en áreas. - tenía la particularidad de un talud periférico en la cima, como una rosquilla, por así decirlo. - los primeros sondeos habían revelado cerámica corrugada conocida en otros lugares pero igualmente de los tipos cerámicos totalmente nuevos. El sitio se halla a la salida occidental del lugar denominado Moravia, entre los pequeños ríos Verde y Machay, ambos aluentes izquierdos del Pastaza. Colina Moravia está implantado a unos 300 m de la vía entre Mera y Shell, a 500 m del borde del barranco que lleva al Pastaza. Los suelos de esta terraza muy plana son por un lado arcillosos, oscuros y profundos, ligeros y de bajo pH, y por otro lado, están conformados por sedimentos aluviales cuaternarios (Vallejo & Maldonado, 1986). Colina Moravia es una colina vagamente trapezoidal redondeada, de alrededor de 85 x 80 m en la base y cerca de 7 m de altura. 175 Figura 10. Excavaciones arqueológicas en Colina Moravia (fotografías S. Rostain) El decapado permitió poner en evidencia diferentes episodios. A 20/25 cm de profundidad promedio, bajo la capa de tierra húmica y bajo su transición hacia formaciones más arcillosas, se halla un nivel de suelos quemados, compactos, de color rojo anaranjado, con regueros cenicientos (Figura 11). Este horizonte dispuesto en grandes supericies parece asociado a un material cerámico bastante basto en el cual elementos 176 Figura 11. Suelo quemado a 20/25 cm de profundidad en la parte central de Colina Moravia. Las partes café y rojizas son quemadas y el ovalado gris es una fosa (dibujo L. Billault; fotografía S. Rostain) característicos de la Sierra (por ejemplo formas de vasijas globulares con cuellos rectos y estrechos que conducen a pensar en la cultura Cosanga) parecen mezclarse con aquellos de la Amazonía (por ejemplo la modalidad decorativa corrugada). Más abajo, hacia 35/40 cm de profundidad aparecen numerosos huecos de poste de color marrón, que forman líneas hundidas en una tierra amarillenta (Figura 12). El tamaño de los postes 177 parece estándar: alrededor de 25 cm de diámetro para series de postes que forman arcos de círculos o rectas seguidas por ángulos. En cambio, ciertas fosas situadas hacia el centro de la colina, al interior del espacio dibujado por los postes, sugieren la existencia de postes de sostén de al menos 40 cm de diámetro. Es probable que diversos episodios de ocupación se hayan registrado en el mismo nivel estratigráico. Al oeste del decapado principal, se observa la presencia entre dos conjuntos separados de postes, de una zona probablemente en fosa, que servía de drenaje de la zona de hábitat que desde esa época estaba confrontada al problema de acumulación de agua a causa de la coniguración de la cima de la colina. Figura 12. Huecos de poste a 30/35 cm de profundidad en la parte central de Colina Moravia. Los diferentes colores indican los huecos de poste asociados, probablemente de una misma estructura (fotografía S. Rostain; dibujo G. De Saulieu) 178 En efecto, recordemos que la cima presenta un talud periférico. Podemos lanzar la hipótesis que durante las primeras fases de ocupación, este comenzó a depositarse con el barrido de las casas situadas en el centro de la colina. Y solo más adelante, cuando la evacuación del agua se hizo realmente problemática, estas zonas se volvieron el lugar de implantación de las casas. Se excavaron en diversos niveles, fosas ovoides de menos de un metro de largo, generalmente orientadas norte-sur, y de unos 25 cm de profundidad. Una de ellas dio una fecha formativa. En el talud periférico, la capa antrópica negra es mucho más espesa que en el centro, alcanzando hasta 120 cm de profundidad. Se ve claramente en el peril de la pared que este relleno descansa sobre el nivel estéril de tierra ya que sigue exactamente la pendiente natural. Se trata entonces de una acumulación de desecho de material cerámico mezclado con la matriz de tierra, pero de composición diferente del suelo orgánico negro presente a unos veinte centímetros de profundidad. La roca madre del hummock aparece al fondo de las excavaciones, hacia los 2 m de profundidad en periferia y 120 cm al centro (Figura 6). En conclusión, tres ocupaciones fueron claramente individualizadas (Figura 13): - una ocupación Formativa, la cultura Pambay, que aparece en diversos sectores alrededor de 3500 a.P. 10 , y especialmente con una caja de llipta 11 depositada en una fosa en la parte oeste del anillo. Esto corresponde al in del Formativo ecuatoriano, un período marcado por las últimas fases de Valdivia ante del aparecimiento de las culturas Machalilla en la costa y Cotocollao en la región de Quito. Se debe igualmente observar que esta fecha muestra la anterioridad de la presencia humana en esta región amazónica, a la erupción catastróica del Tungurahua de 1200 a.C. Esta fecha indica igualmente una contemporaneidad relativa con el complejo Mayo-Chinchipe descubierto en la provincia de Zamora-Chinchipe y la tradición Catamayo A de la provincia de Loja. - Una ocupación con fecha de 1500 a.P., la cultura Moravia, con hogueras y un material diversiicado que hace pensar en el material del valle del Upano durante el Desarrollo Regional, pero con mucho menos decoraciones y formas más sencillas y menos diversiicadas. Los contextos más antiguos se parecen más a la cultura Upano (Rostain, 1999), mientras que los más recientes permiten pensar en las cerámicas de la cultura Kilamope (Rostain, 2010), aunque también en los tipos cerámicos del Pastaza Achurado (Athens, 1986), y del Pastaza-Kamihun (Duche & Saulieu, 2009; Saulieu, 2006). - Una ocupación tardía, la cultura Putuimi, con tiestos entre los cuales se reconoce la modalidad corrugada, con fecha de 1000 a.P. 12 Fecha que corresponde al período ecuatoriano llamado Desarrollo Regional, marcado por la expansión de la cerámica corrugada en gran parte de la Amazonía ecuatoriana. Debemos señalar que esta edad cabe perfectamente en la 179 Figura 13. Marco cronológico de la Alta Amazonía (Rostain & Saulieu, 2013: 28) 180 cronología de la cultura Huapula de la cuenca del Upano, caracterizada sobre todo por la cerámica corrugada. Esta fecha indica entonces la existencia de una ocupación relativamente reciente. En la época Formativa, parece ser que hubo uno o viarios episodios de hábitat al centro de la plaza y, más recientemente, pudieron haber existido cuatro ediicios alrededor de esta plaza, ahora baja por la acumulación de los desechos en periferia que acabaron por crear un talud anular (Figura 14). Sin embargo, el intenso fuego que rubiicó el suelo intermedio en el centro de la plaza no ha sido plenamente interpretado. ¿Se tratan acaso de los restos de un incendio que habría destruido un hábitat? Finalmente, el estudio de restos microbotánicos llevado a cabo por Jaime R. Pagán Jiménez sobre muestras de cerámica y de herramientas de piedra de Colina Moravia ha revelado almidones de varias plantas como el maíz (Zea mays), la yuca (Manihot esculenta), el fréjol (Phaseolus sp.) y otras leguminosas (Fabaceae), pero también el cacao (Theobroma sp.). Además, la presencia del melloco (Ullucus tuberosus), planta de las tierras altas, comprueba los intercambios entre la sierra y esta región del piedemonte en la época precolombina reciente Puitumi (Pagán Jiménez & Rostain, 2014). Conclusión Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en los sitios de cima de colina del alto Pastaza, en el piedemonte oriental andino, Colina Moravia, pero igualmente Colina Balandino, aclararon la naturaleza real de estas elevaciones y la cronología de los establecimientos precolombinos. En los dos casos que nos conciernen, la ocupación humana, y radica en ello probablemente la verdadera originalidad de la región, está localizada en la cima de las colinas naturales, de los hummocks cuyo sustrato rocoso, de apariencia compuesta, es en realidad de origen volcánico y en ningún caso, construido por los Amerindios, como se suponía anteriormente. Durante generaciones, los hombres acondicionaron sus cimas, modiicándolas más o menos de forma voluntaria. Nuestros estudios revelaron entonces la medida de las excavaciones precolombinas del Pastaza y la importancia del poblamiento antiguo, los estilos cerámicos desconocidos, llenando así el vacío arqueológico existente hasta hace poco. La Amazonía fue la cuna de grandes civilizaciones, con una fuerte densidad demográica y desarrollos a menudo precoces. Las teorías de la ecología cultural defendidas por ciertos investigadores en los años 1950-1970, y en especial por Betty J. Meggers, que hacían de la Amazonía una zona de subdesarrollo crónico, han sido hoy en día fuertemente cuestionadas. Numerosos descubrimientos sostienen el cambio conceptual que conoce la antropología amazónica, tanto en el bajo y medio Amazonas, como en las altas cuencas que alimentan a los principales aluentes del primer río 181 del mundo. Los desarrollos sociales fueron allí, tan antiguos y originales como en otros lugares de América del sur, dando lugar a realizaciones a veces monumentales e inventos tecnológicos esenciales. Sin embargo, lo que es sorprendente en Amazonía es la gran disparidad entre regiones de desarrollos brillantes, y otras en donde las producciones culturales parecen más humildes. Es entonces necesario recordar estas desigualdades regionales como uno de los caracteres signiicativos de la Amazonía precolombina y no buscar llenar vacíos, inventando ciudades y pirámides, allí en donde no las hay. Figura 14. Reconstitución del hábitat precolombino de Colina Moravia (acuarela S. Rostain) La impenetrabilidad del medio amazónico de piedemonte de Ecuador, asociado con la potencia guerrera de sus habitantes, permitió creer durante largo tiempo en un aislamiento absoluto de la región, sinónimo de atraso cultural y técnico. Las dos hipótesis han sido ampliamente contradichas en la actualidad por la importante conexión de la montaña con sus vecinos, de abajo como de arriba, así como también por su papel de barquero, ver de productor de materiales, de técnicas y plantas cultivadas empleadas luego en el conjunto de la cuenca amazónica o en las altas tierras andinas. A 182 partir de este momento, la región se ubica en el centro de una circulación continental entre el Orinoco, la costa pacíica y los Andes centrales. No obstante, queda que para estos dos universos tan diferentes, la vertiente oriental de los Andes constituía otro mundo obscuro y terroríico, “hundido en el seno de las montañas, (…) en una noche profunda y sin horizonte” (Rilke, 1992 [1903]). Traducción de Belém Muriel Bibliografía Alcaraz, S., B. Bernard, J.-P. Eissen, H. Leyrit, C. Robin, P. Samaniego, J.-L. Le Pennec & D. 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Pagán Jiménez) y boliviana (Carla Jaime Betancourt), fue inanciado por el Ministerio francés de Relaciones Exteriores, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo, el fondo ECOS-Sur y el Museo Etnoarqueológico de Puyo. 3 Los Aymara hablan de Yungas “valles cerrados y calientes” (Renard-Casevitz et al., 1986: 42). 4 Al sur de Cuzco, se halla más a menudo el término de “monte” (Renard-Casevitz et al., 1986: 42). 5 De norte a sur, el Corrientes, el Bobonanza, el Colpayacu, el Huasaga, el Makuma, el Upano, el Paute, el Zamora, el Morona y el Nieva. 6 “Los ríos que atraviesan la región de las mesetas tienen una diferencia de nivel de 300 metros en un recorrido de apenas 100 kilómetros; esto es el equivalente de la desnivelación que volverán a sufrir a lo largo de cerca de 5000 Km. antes de alcanzar el Atlántico” (Descola, 1986: 56). 7 Los tayos (o guácharos, Steatornis caripensis) son aves nocturnas que viven generalmente en las grutas. 8 Este pretendía que sus objetos de oro habían sido descubiertos por los Indígenas 185 en la Amazonía, aunque su “famosa” biblioteca metálica presentara diseños de todo tipo: desde el dibujo de niño hasta los dioses sumerios o egipcios. 9 http://actualidad.rt.com/cultura/view/110582-encontrar-ecuador-ciudad- perdida-gigante http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/video-en-las-selvas-de-ecuador- encuentran-la-ciudad-perdida-de-los-gigantes-594392.html http://www.youtube.com/watch?v=u6O8JFXUdJA ht t p: //www. t e l e g r a ph. c o. uk/ne ws /wor l dne ws /s out ha me r i c a / ecuador/10517904/Explorers-hot-on-the-trail-of-Atahualpa-and-the-Treasure- of-the-Llanganates.html http://www.youtube.com/watch?v=-lMsojIaHBc 10 Edad convencional de 3460 ± 30 años AP, en fecha calibrada a 2 sigmas entre 1880 y 1690 a.C. 11 Pequeña cerámica globular destinada a contener la cal para la coca. 12 Edad convencional de 1100 ± 30 años AP, es decir una fecha calibrada a 2 sigmas entre 890 y 1020 d.C. 186 187 Tropical garden cities of the southern Amazon Michael Heckenberger University of Florida, Gainesville Amazonia holds a special place in the Western imagination. The lowland tropical forests were long seen as a region inhabited by small, mobile societies that had little impact on the natural environment. Long seen as pristine tropical forest little impacted by human groups, recent studies of the Amazon’s archaeology and history have revealed an equally rich and varied cultural heritage, including diverse pre-Columbian complex societies, domesticated and the historical legacies of colonialism and capitalist expansion. As elsewhere across the globe, the record of human civilizations in the Amazon region – a critical chapter in our global heritage - is vanishing at an alarming rate. New perspectives on Amazonia highlight the great cultural diversity, ranging from small-scale, low impact systems to fairly large-scale systems, and dynamic histories of the region, especially noting long-term and large-scale transformations of the natural environment. During the Late Holocene, particularly after ca. 2000-1500 BP, plural regional societies emerged, including small- to medium-sized integrated polities in several areas. These devised complex, semi-intensive systems of forest and wetland management (Neves et al., this volume). Environments became more socially heterogeneous and ecologically patchy, creating unique “islands” of bio-historical diversity (Balée 2013; Balée and Erickson 2006; Heckenberger and Neves 2009; Neves 2006; Rostain 2012; Schaan 2011). These indings are part of a growing realization that pre-modern peoples in many parts of the world had major impacts on plant and animal communities, hydrology, and even climate (Dull et al. 2010; Mason 2004; Ruddiman 2003, 2013; Willis et al. 2004). The recognition of societies larger and more complex than small-scale 20 th century groups, begs the questions: how do Amazonian semi- intensive systems compare with those from other world areas and what are the implications for the contemporary composition of the area? Cultural landscapes in Amazonia built up over many millennia, but the last millennium of the Holocene – the Anthropocene – in Amazonia is characterized by increasing transformations of the natural environment. They differ in important ways from classic settings of the origins and development of settled, agricultural societies, such as the focus on root- crop agriculture and arboriculture in palm and fruit trees, including an immense inventory of plants in some stage of domestication, and the 188 focus on wetland resources and management and ish farming (Balée and Erickson 2006; Clement 1999; Clement et al. 2010; Schaan 2011). Recent research in the southern headwaters, the southern Amazonian periphery, reveal important new details regarding the internal dynamics and variability of these genuinely Amazonian complex societies, as well as how they compare with other world regions. The Southern Amazon The forested peripheries of the southern Amazon basin extend from the Tocantins River headwaters (Rio dos Mortes and Araguaia) in the east to the upper Purus River and adjacent Madeira River headwaters. Most of this region is dominated by semi-deciduous forests transitional between the high forests of lowland Amazonia and the low and scrub forests of the highland central Brazilian plateau. The overall topography can be characterized by pockets of lat, low-lying and forested areas, corresponding to the headwater basins of the major rivers that eroded out along the northern and western lanks of the Brazilian highlands (300-500 meters above sea level), historically dominated by settled agriculturalists, commonly speaking languages of the Arawak family. These basins, which represent highly domesticated (anthropogenic) landscapes of densely, settled complex societies constructed over the past two millennia, are interspersed by rolling topography and more open forests in highland interluves between the headwater basins and more dispersed and mobile social formations. Increasing supra-regional interaction between large, settled regional polities in late pre-Columbian times including far-lung prestige goods systems, which provides not only the substance but the language of interaction between hierarchical polities and other societies in regional systems, as well as relations between entire regions. Ethnogenesis of regional social systems involved complex phylogenetic and reticulate processes culminating in a great diversity of plural societies in these ethnically and linguistically complex regions (Heckenberger 2005; Hornborg and Hill 2012). The post-Columbian period witnessed the decline of these native systems and the ethnogenesis of new indigenous identities in the milieu of colonial expansion and the dynamics of the emerging World System, notably the post-Industrial globalization, the time when anthropological (ethnographic) and ecological understandings of Amazonia took on a scientiic outlook. In the southern Amazon, early ethno-historic accounts (1600-1750) describe the Bauré peoples of the middle Guaporé, the Pareci of the Tapajós River headwaters, and the Terena/Guana peoples (upper Paraguay River) all as large, densely settled populations, complicated settlement and agricultural works, and regional socio-political organization. In the 189 Llanos de Mojos, archaeological complexes associated with these groups, including sophisticated agricultural, settlement, and road earthworks, have long been known from the eastern lowlands of Bolivia (Denevan 2001; Erickson 2000, 2006, 2008; Walker 2008). Erickson notes that: “Rather than domesticate the species that they exploited, the people of Baure domesticated the landscape” (2000:193). Features of these domesticated landscapes in the Llanos de Mojos and adjacent forested areas to the east and north include a variety of constructions, including a complex of palisades, ring villages, major causeways, and wetland ish-farming complexes (Baurés) and mounds and major raised ield complexes in the central Mojos. In the western edge of the southern Amazon transitional forest, along the Bolivian border of the Brazilian state of Rondônia, the Baurés archaeological and ethnohistoric record shows one of the clearest example of the settlement pattern and regional landscape constructions, focused on the palisaded “ring villages, of Baurés and the half-circle, peripheral ditches mapped along the Guaporé (Miller 1983). Figure 1. (A) Location of major anthropogenic forest areas, including southern Amazonian Upper Xingu (1), Upper Tapajós and (3) Guaporé and várzea area, such as Central Amazon (4), Santarém (5) and Marajó Island (6); (B) satellite image of southern Amazon showing Arawakan speaking enclaves and areas of major earthworks, including: Upper Xingu (1), Upper Tapajós/Pareci (2), Upper Paraguay/Terêna-Guana (3), Chiriguano/ Chané (4), middle Guaporé/Baurés (5), central Mojos (6), Madre de Dios (7), Acre/ Apurina-Piro (8-9); note the correlation with forested low-lying areas 190 To the west, in southwestern Amazonia, recent discoveries and preliminary investigation of a complex of related monumental sites, “geoglyphs,” in the upper Purus River (Schaan 2011; Schaan et al. 2007) and adjacent portions of Bolivia (Madre de Dios River) also documents highly constructed nature of local forested landscapes, and area also historically dominated by Arawak-speaking peoples. The over-determined nature of some of these excavated features, up to 7 m deep, circles within squares, U-shaped features, and long linear processionals, up to 50 m wide and nearly 1 km in length, bespeak the ceremonial nature of these sites, and their monumentality. Some are clearly overlapping (sequential) features, but were no doubt obvious and possibly maintained elements of the built environment of later groups. Regardless of function, several hundred geoglyph sites from the Brazilian Amazon document a vast distribution of integrated settlements, perhaps less than 20% of the total number (Mann 2008). It is clear that relational features, including basic orientation, are similar and that sites were likely planned as elements of a broad regional social network. In addition to the polities of eastern Bolivia, areas farther east in central Brazil also gave rise to complex social formations, particularly in the Upper Paraguai, Tapajós, and Xingu rivers, all dominated by settled Arawak- speaking societies. In the upper Tapajós River headwaters, Antonio Pires de Campos, an early frontiersman, made reference to the settlement pattern of the Arawak-speaking Pareci nation: “These people exist in such vast quantity, that it is not possible to count their settlements or villages, [and] many times in one day’s march one passes ten or twelve villages, and in each one there are from ten to thirty houses … even their roads they make very straight and wide, and they keep them so clean that one will ind not even a fallen leaf” (Pires de Campos, 1862[1720]:443-444, authors’ translation). The Upper Xingu The Upper Xingu basin is the easternmost of the southern Arawak groups and recent archaeological work shows a settlement pattern very similar to but even more developed and elaborated than that described for the historic Pareci nation. In many areas, continuity with ethnographic societies is dificult to document and the development of “mission” or other colonial “mixed blood” peoples, often involving signiicant geographic compression of indigenous territories related to colonialism, often obscures continuity in the practices of pre-Columbian and recent societies. The Upper Xingu region is somewhat unique in this regard, as a region whose pre- Columbian heritage is well documented and clearly documents historical continuity with relatively unacculturated ethnographic Xinguano peoples (Heckenberger 2005, 2009; Heckenberger et al. 2003, 2008). 191 The headwater basin of the Xingu River, the Upper Xingu region, is the best known example of settlement patterns, and the implications of built environment for socio-political organization. The pattern at local and regional levels is remarkable, not because of the scale of the monuments themselves, in terms of labor or height, but the massive area scope and organization of public structures, which are planned at local and regional scales, with orientations documenting sophisticated knowledge systems related to astronomical, mathematical, and engineering, which can be seen as extensions of corporeal, social, and ritual dispositions. In the area, well deined wetlands take on four forms: major channeled meandering rivers, with associated levees and oxbow lakes, major braided rivers, with marshy wetlands, dominated by buriti palm (Mauritia lexuosa) and with deep “holes” that are likely anthropogenic to some degree, smaller seasonal streams and ponds, and large permanent lakes and ponds and seasonal lakes and small reservoirs, and large, deep lakes. In terms of wetland management, few ish or other wetland fauna escaped exploitation in local resource management systems that incorporate all these areas and include, specialized ishing baskets, nets, pole-and-thatch weirs, and associated dams and bridges, bow and arrow, and leister ishing, although hook-and-line appears to be a recent addition. The ecology is characterized by a wide diversity of forested areas and wetlands, but it lacks the fertile loodplain soils or agricultural ADE (terra mulata) soils of the Amazon River societies. Like other areas described above, many areas of wetlands and forests were modiied over generations of near continuous occupation, and overtime well deined land-use “zones,” consisting of areas of continual management (roads, settlements, bridges), and areas of active but occasional management (gardens, ish weirs, orchards, and grass ields for thatch), and areas that are utilized but not actively managed (forest “preserves”). Earthen causeways are present were roads pass over maintained wetlands, and are an important component of wetland management system. Archaeological studies (1992-2005) were conducted in the traditional territory of the Kuikuro Amerindian community, whose three villages form part of the larger Xinguano society (composed of nine sub-groups, living in 14 villages, and almost 2500 people, conined today to the PIX). The Kuikuro territory expands over an area of some 1200-1500 km² (the regional society was minimally spread over an area ten times this size or more in late prehistory based on known archaeological distributions). Over 30 residential sites have been identiied in the Kuikuro territory. Most or all of these were occupied and inter-connected in late prehistoric times (1250-1650) and were organized into two or three integrated and ranked clusters of between 8-12 villages. 192 Figure 2. (A) Area of acutely anthropogenic forest marked by forest alteration in the southern cluster; (B) Location of dGPS-mapped settlements, including major ditch walls (black line) and road-edge curbs (red lines); d-GPS walls (red) and road and plaza curbs (black) in the northern cluster The cultural sequence can be divided into four major periods: (1) early occupations by Arawak and, perhaps, Carib-speaking peoples, ca. 500 CE or before, until 1250 CE; (2) a galactic period, from ca. 1250 to 1650 CE, or soon thereafter, marked by the integrated clusters of towns (20-50 ha) and villages (<20 ha); (3) a historical period, dominated by adaptation to the indirect and direct effects of Western expansion, from ca. 1650 to 1950 CE; and (4) the modern period, from 1950 to now. The irst known occupations were agriculturalists (proto-Xinguano tradition), were historically related to other Arawak-speaking groups to the west. After AD 1250 there was a major reconstitution of the overall regional settlement system, whereby settlements are reconstructed and formally linked into galactic patterns of nodes and roads across the area through the construction and/or elaboration of linear village earthworks. 193 The colonization of the Xingu and early Xinguano tradition were established by 500 to 800 CE, or before, but occupations related to this period are poorly understood, due to reworking of residential sites in occupations associated with middle Xinguano or “galactic” period, 1250 to 1650 CE, is characterized by the integration of regional social clusters into tightly integrated small polities, organized and planned within small, well deined territories, and within a regional peer-polity that encompasses the majority of the forested upper Xingu basin (Figure 2). Early late Xinguano or “historic” period (1550-1750) occupations are only vaguely remembered in oral traditions, which describe walled communities, but do not situate galactic clusters or the major walled towns in local histories, except as very ancient settlements viewed as components of “dawn time” villages, before or at about the same time as human groups, including Xinguano peoples, were born. The galactic clusters of the late pre-Columbian period are particularly noteworthy in regional ethnology. Xinguano (1250-1650) settlements were densely distributed across nuclear areas of the Upper Xingu basin (Figure 3). These settlements were organized into small territorial polities composed of a core residential areas, deined by ive primary sites, included a walled or un-walled central settlement and four walled residential nodes, all of large size (25-50 ha), situated according to cardinal directions in relation to the center. The core area, roughly 50 km² in size, was largely agricultural countryside and areas dominated by settlement and other artiicial constructions, although this area was no doubt characterized by patches of secondary forest. Major residential settlements were structurally elaborated with plaza and road mounds, forming a radial pattern emanating from the circular central plaza, as well as peripheral ditches and bridges associated with them. In non-core areas, smaller plaza (<10 ha) satellite communities were distributed in a peripheral zone, which was a mosaic landscape of forest and agricultural areas. Areas between the galactic clusters formed a “green belt” of dense forest located between independent clusters (polities). The domesticated landscapes of the Upper Xingu basin in late prehistoric times reveal critical dimensions and perspectives on the built environment, as a form of cultural memory that relects unique principles of symbolic and social self-organization in cultural systems through time. In particular, the orientation of human bodies and their movements through structured space in domestic and public settings and across the broader landscapes, and how these practices become inscribed or “sedimented” in built environments. One aspect of the landscape that is only partially understood in many areas is the actual social-political partitioning of the land, including internal settlement divisions, regional distributions and integration, and the more ixed patterns of near settlement agriculture, distant countryside, and more remote wilderness. In pre-Columbian times, 194 Figure 3. (A) Site locations and d-GPS-mapped settlements and roads in study area; inset: dGPS mapped road/plaza curbs ar X13; (B) cluster distributions, including core walled settlement (white); core hub sites (white star) and smaller plaza and non-plaza residential sites (black); note: open circles denote predicted locations based on indigenous knowledge of earthworks and ADE (egepe) and partially mapped hub site (X35) landscapes were more densely packed and land-use was more intensive. Settlements and countryside features (ields, orchards, and wetlands) were laid out and administrated according to more rigidly deined divisions. Where today there are three villages of about 500 people (one of 350 in 1993), there were over 20 settlements, in at least two clusters, with the larger irst-order settlements ranging well over ten times the residential area of the Kuikuro. These settlement hierarchies were both centric and multi-centric, but unquestionably integrated territories of about 250-400 km². In the context of multiple contemporary villages, such as typical in the past, a lattice-like pattern was created by roads and plaza villages and adjacent communities would have overlapping orbits of cultivated and managed lands. This raises the question of whether European depopulation actually curbed deforestation, which may have degraded local lands by the 16 th century but more likely not given the remarkably sophisticated system of land management that was sensitive and well- adjusted to ecological variation. Certainly in the past there was a greater 195 proportion of non-forested to forested areas, but evidence suggests that sustainable levels of land-use were being maintained. In fact, it seems that economic productivity and landscape coniguration had co-evolved over many centuries, and intensiication was carried out by ine-tuning the diverse and patchy orchard, ield, and garden agricultural areas, as well as ampliication of wetland isheries. It is often hard to say what the exact scale of communities or regional populations was, but the coniguration of villages is quite clear. Plaza villages, like today, were critical social nodes and tied into elaborate socio- political networks. Primary roads and bridges are oriented to plazas, or more accurately, are ordered by the same spatial principles, which also orders domestic and public space, creating a landscape that was highly partitioned and rigidly organized according to the layouts of settlements and roads. These plaza villages and, by extension, galactic clusters are easily detectable across the region, but detailed regional survey has only been conducted in one area, the Kuikuro territory. The actual planning that went into these regional constructions is well known from the Xingu. Large walled towns, 15-50 ha, small non-walled villages (<15 ha), as well as short-term hamlets and ADE farming plots, and large agricultural countryside of mosaic production areas. In galactic clusters, both internal and external relations were hierarchical. Internally, the plaza ritual complex is a nested hierarchy of plazas and, by extension, the living descendents of elite ancestor). This is a variation of the complex of political ritual characteristics that led to the deinition of a theocratic chiefdom, the deinitional “temple-idol-priest” complex (Steward and Faron 1959). In other word, the ancestors buried at small (non-walled) communities were encompassed by medium and large communities, and all were subordinate to the ritual political centers of each cluster, the “theater capitals” of these small polities. In prehistoric times, polity rather than society may be the appropriate term, since it was not a confederation of peer-villages, but instead a confederation of peer-clusters, with communities that extended over an area some 200 x 100 km, or more (or about 20,000 km²). In this area, there may have been up to 50 clusters, given 400 km² as a territory in the past, but this, like precise population estimates, is premature. My educated guess is that clusters ranged from under 1,000 to over 2,500, and perhaps as much as 5,000; that there were at least 25 of them in the Xinguano peer polity or nation in 1492; and, the overall populations is estimated to range from 50,000-100,000. Xinguano agricultural patterns can also be reconstructed over the long run, as well through analysis of functionally speciic utilitarian ceramics through time, which show continuity in forms used to cook manioc and ish. Xinguano diet is dominated by ish and manioc (>80%), supplemented by turtle, turtle eggs, monkey and bird, several insects, 196 pequi fruit, several palm fruits and several other fruit trees (Carneiro 1983, Basso 1973). Agricultural landscapes are composed of clusters of manioc plots, some of which are turned into successional pequi (Caryocar sp.) fruit tree orchards, and large areas of sapé grass (Imperata sp.), “hay-ields,” and scrub forest (tehugu in Kuikuro Xinguano). These areas grade into high forest itsuni, which in the ancient galactic clusters formed large wilderness areas between polities. Diverse palms and other useful trees and plants are concentrated in abandoned settlement areas, and particularly dense in ancient sites. Anthropogenic dark earths (ADE) form an integral part of the landscape. Today, ADE comes in two primary forms, house trash middens (tsulo) and the soil and vegetation characteristics of forested archaeological sites, called egepe. Egepe sites are characterized by a mosaic soil patterns, including soils, also called egepe, which is also the name of corn plots (Carneiro 1983), resulting from the distributed in overlapping and sometimes mixed refuse disposal middens (composts), domestic contexts and work areas, and public areas, such as the plaza and it’s ritual house, or the roads leading away from it (Schmidt 2010). In contemporary villages a pattern of ringing tsulo, enclosed by an area of non-egepe soils, modiied by burning farther from villages, which is likely similar to practice in agricultural countryside associated with pre-Columbian settlements. In these sites, ADE soils that are concentrated in settlement core areas and form macro-strata that cover areas of about 6 to 8 hectares (within larger residential sites, 20-50 ha). In other areas, trash middens and domestic areas show restricted soil darkening and alterations, like in contemporary villages. This distribution of ADE deposits, like vegetation and wetland habitats, is the historical outcome of Xinguano settled agricultural lifeways, including village permanence, as well as sustained demographic decline during the past ive centuries. Many technologies, such as subterranean manioc storage, and water-storage features in seasonal ponds (wells, or forming of existing channel, in place since late Pleistocene), turtle pens have largely been abandoned, although ish weirs are still widely in use. Late pre-Columbian networked polities extended over an area larger than Wales, which established a grid-like pattern of settlements across the region (Figure 4). Core areas of integrated (galactic) polities, estimated at roughly 50 km² were largely deforested agricultural countryside, surrounded by more mosaic forest and converted land-use areas across the roughly 250- 400 km² territorial area of each polity (Figure 4). The over a dozen known polities extend over an area of minimally 20,000 km², and given that much of the area is un-surveyed and likely had numerous additional polities may have covered an area of 50,000 km² (Heckenberger 2005; Heckenberger et al. 2008). The extent of anthropogenic landscapes in the Upper Xingu headwater basin is likewise characteristic of other headwater basins in the southern Amazon transitional forests. The implications for biodiversity are 197 clear: rather than pristine tropical forest, biodiversity across the area, both in terms of broad regional distributions and the speciic composition of local settings, must be understood as the result of complex socio-cultural and historical factors, as well as local and regional ecologies. A further implication is that the semi-intensive resource management and land-use strategies of the pre-Columbian past have important clues not only to the composition of tropical nature in these areas, but also appropriate strategies for conservation and sustainable development, including the recognition of indigenous rights and the importance of indigenous knowledge systems in contemporary environmental discourse and policy. Figure 4. (A) Putative minimal (orange=20,000 km²) and maximal (red=50,000 km²) core area of pre-Columbian peer polity based on known distribution of major walled towns (white circle) and suspected clusters, based on indigenous knowledge of possible earthwork sites (red circle); three major sacred sites noted with black dots; note: study area is black box; ecological transition between forested headwater basin and upland open woodland and scrub forest marked by yellow hatched line; (B) site locations and putative roads in Kuikuro area extrapolated from d-GPS-mapped settlements (closed red dot) and road curbs (putative clusters = white circle; study area = black box) (from Heckenberger et al. 2008) 198 Considering the scale of pre-Columbian social formations, including large settlements, which just in terms of timber use for major palisade walls (2 km long) and other structures in major villages and thatch for houses, harvested from vast areas of anthropogenic sape (Imperata sp.) grass ields, was a large scale industrial economy in pre-modern terms. This was supported by large agricultural countryside, focused on manioc and tree crop agriculture, within broad patchy mosaics of gardens, orchards, grass ields and low- and medium-height secondary forest in complex long- term rotational cycles. Likewise, wetlands were extensively managed and anthropogenically altered, which like the forest areas included a complex network of greater and lesser human paces. But, critically, these past systems reined a management system that, unlike current development strategies, worked with rather than against nature. Regional ethnohistory shows diverse migrations and episodes of ethnogenesis, in response to Western frontier expansion over ive centuries, which helped illed the gap of declining population, but by 1950 the regional population was a mere 500, perhaps less than 5% of its pre-Columbian size (Heckenberger 2005). Proto-historic occupations are poorly known, but can be considered transitional between the well- established galactic clusters and the reconstituted Xinguano society known from 1884 onward, which had lost the tightly integrated and highly planned aspects of earlier regional clusters and entered a period of major depopulation, geographic compression, and ethnogenesis. Population compression continued through the mid-20 th century, but more recent subgroups, which moved into the area after 1800. Overall, population collapse resulted in a process of landscape “fallowing,” as settlement after settlement was merged and areas whole areas abandoned. The Upper Xingu is an unparalleled example of what a large, settled pre-Columbian polity looks like after ive centuries of decline, including the resilience of basic cultural, such as circular plaza village form, land-use and landscape orientations and resource management. Archaeology & Science Friction There are few places on earth where “nature” looms as large in the Western imagination as the Amazon. Early European explorers were awed by its vast natural resources, today coveted by developers and environmentalists alike. The Amazon is often viewed as a vast wilderness, only lightly occupied and unused – “owned” – by native peoples, the setting, par excellence, of pristine nature and primitive tribes – the alter-egos of Western civilization and built environment. Portrayed as small-scale or “simple” societies, indigenous peoples possess scant means to transform or “domesticate” nature. And, as wilderness, terra nullius, “empty” or “undeveloped” land, the region is open to development or conservation as outsiders see it. The 199 discourse of backwardness further implies that indigenous peoples are unlikely to provide forward thinking solutions to contemporary problems, incapable of knowledgeably “developing” or “conserving” the land, and even an impediment to social advancement more generally: “why so much land for so few people.” As Alcida Ramos (1998:157) notes, under successive government agencies: “Indians were turned into hopeless children, lost in ignorance, living under the wing of the state, which … kept them in a sort of civil suspended animation…”. This willful ignorance of indigenous histories and voices pervades many broader discussions on sustainable development and the environment (Brondizio, Ostrom and Young 2009). Recent discussions about the resilience of tropical forest ecosystems rarely attends to anthropogenic landscapes, which differ from non-altered forest areas, such as their ability to withstand or recover from shock, in this case from climate luctuation and land cover change. Many scientists still maintain views of pristine nature (McMichael et al. 2012), based on small, decontextualized samples. These studies not only woefully underrepresent existing archaeological, ethnohistoric and ethnographic evidence but ignore the epistemological and political implications of the conclusion that the region was terra nullius, which disempowers indigenous groups and other small-scale rural communities, precisely the groups most responsible for the stewardship of the region. Recognition of late prehistoric and historic period complex societies in the Brazilian Amazon refutes traditional views that portrayed the region’s environment as inimical to the development of such societies. Early portrayals of the deep history of the region in the mid-20 th century, typically focused less on what lowland people were, but instead what they were not or, more precisely what they lack – the harbingers of classical civilization, such as stone architecture, cities, domesticated animals, writing, surplus, among other things. New approaches to Amazonian deep history attempt to rewrite the rules and trait-lists of human civilizations to include the obviously large, densely settled, and socio-politically complex societies in several areas, and thus avoid evolutionary caricatures from other areas that truncate contemporary Amazonian peoples from their deep history. Oddly enough, one enticing model of how to conceive of these Amazonia systems was provided from industrial era England. In Garden Cities of Tomorrow (1902), Ebenezer Howard, one of the forefathers of the urban green movement, proposed an alternative model of sustainable urban development, “garden cities,” as an alternative to industrial urbanism. The model proposed tightly integrated networks of towns, each gravitating around a central public park, orbiting around a core town. Towns were linked by well-developed transportation and communication networks and the multi-centric form produced a more subtle gradient between urban and rural areas and coupled with well-developed transportation networks. 200 Recent archaeology and indigenous history conducted in the Upper Xingu area has revealed small galactic clusters of settlements, composed of a central plaza settlement and four satellite plaza settlements, cardinally oriented in relation to the exemplary plaza hub, which were tightly integrated by major roads and surrounded by mosaic countryside of ields, orchards, gardens, and forest. Far from stereotypical models of small tropical forest tribes, these patterns were carefully engineered to work with the forest and wetland ecologies in complex urbanized networks. Similar systems may have been quite common, if not typical, of Amazonian pre-modern complex societies, as well as those in many parts of the pre-Industrial world, particularly major forest regions at the onset of the Anthropocene, ca. 1000-1500. If Howard had been aware of them, such multi-centric, networked forms, with sophisticated systems of planning and socio-ecological connectivity, may have merited a chapter – garden cities of yesterday. Moreover, in the face of serious choices indigenous peoples must make in the contemporary world, local “home grown” solutions – restricting past land management strategies – offers viable alternatives for sustainable development in their lands, as their populations rebound in the 21 st century. Suddenly, one of the best answers provided to the vexing question of how to “Save the Amazon” in terms of conservation and development, is provided by its indigenous peoples, who constructed forest and wetland technologies that worked with the natural environment not against it. References Balée, W. (Ed.), 2010, Long-term Anthropic Inluences on the Diversity of Amazonian Landscapes and Biota. Special Issue, Diversity, 2010. Balée, W., Erickson, C., 2006, Time and Complexity in Historical Ecology: Studies from the Neotropics. Columbia University Press, New York. Basso, E., 1973, The Kalapalo Indians of Central Brazil. Holt, Rinehart, and Winston, New York. Brondizio, E., Ostrom, E., Young, O., 2009, Connectivity and the Governance of Multilevel Social-Ecological Systems: The Role of Social Capital. Annual Review of Environmental Resources, 34: 253-278. Carneiro, R., 1983, The Cultivation of Manioc among the Kuikuro Indians of the Upper Xingu. 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En este breve estudio, proponemos exponer como lo que aparece una expresión aislada de representaciones de monos y rayas, de personajes solares alados, pareciendo ser elementos propios de cosmovisiones locales, pueden ser identiicados a modelos difundidos en varias áreas culturales de distintas épocas. Estos, aparentemente, se basan sobre una trama mitológica común. El acercamiento iconográico que proponemos parte de una mirada antropológica, mas exactamente etnológica, con un entendimiento del mito de las sociedades actuales de la Amazonia. Esta mirada se dirige hacia la iconografía prehispánica con el propósito de analizarla de la misma manera que se analiza el mito y el ritual en las sociedades contemporáneas. Hemos utilizados este tipo de atención iconográica en varios trabajos anteriores (Karadimas 1999; 2000-2001; 2003a…) para mostrar como existe una cierta regularidad temática que se basa tanto en la estabilidad de los referentes del entorno como en la modalidad antropomórica y de la proyección analogista propias a la percepción humana. Esta perspectiva comparatista entre etnología, iconografía y arqueología permite establecer puentes entre las sociedades actuales que habitan la Amazonía y las sociedades prehispánicas de los Andes. Con esto no queremos establecer una preexistencia de las unas sobre las otras, sino más bien señalar que la continuidad cultural entre Tierras Bajas y Altas es mas probable que una nítida discontinuidad. De este modo esperemos hacer una evaluación mas clara de las formas cosmológicas adoptadas por algunas sociedades amerindias en el transcurso de los siglos. Presentaremos brevemente el problema de la variación de los modos igurativos: Que tipos de modalidades igurativas están adoptando las 204 sociedades indígenas del Sub-continente cuando, por ejemplo, presentan a un jaguar con alas, llevando entre sus garras lo que parece ser, en primera vista, una serpiente? El ser hibrido tiene que ser analizado de forma novedosa a las que han sido hechas hasta hoy. Seguiremos por una breve presentación de los logros de este aproche acerca de la iconografía de la región Pasto/Nariño en su relación probable con la mitología encontrada hoy en el medio Caquetá colombiano, pero también con Yurupari, un personaje central que cumula varios papeles entre las poblaciones del Noroeste amazónico tanto entre Tukano-hablantes que entre Arawako-hablantes donde se conoce como Kuwai. Nuestro trabajo se presenta como una perspectiva comparativa entre iconografía, etnología y arqueología en la cual se plantea la problemática de las iguraciones de tipo naturalista vs. analogista. Se tomara como postulado de análisis al punto de vista analogista (así deinido por Descola 2005, 2010) en el cual la realidad se presenta no bajo un retrato de lo existente, sino mas bien de lo que evoca para cada sistema cultural. Un pez-gato por ejemplo, no tiene que ser igurado bajo un retrato naturalista, sino por lo que esta evocando, es decir, por sus “bigotes” que recuerdan a los de un gato; representarlo con una imagen en la cual se le agrego una cabeza de gato a un cuerpo de pez —un hibrido, entonces, para nuestra ontología naturalista. Esta manera de actuar no es representar un ser fantástico, sino igurar a un ser existente bajo un aspecto de lo que constituye su nombre. La imagen presenta entonces una evocación y no un retrato naturalista. Acercamiento iconográico Cuando la arqueología se ve enfrentada con temáticas iconográicas, no tiene otra opción que proponer unas interpretaciones generales que parten del hecho que las escenas dibujadas o pintadas encima de varios soportes son una transcripción mas o menos iel de lo percibido en el entrono o en rituales. Emite la hipótesis que las escenas son una iguración de lo percibido, un poco al modo de lo que hoy nos presentan imágenes de tipo naturalista como la fotografías o los retratos. Existe, evidentemente, unas tantas imágenes que no encajan en este modelo interpretativo: tanto los seres híbridos como las iguras abstractas no pueden ser vistos como un retrato de algo existente. Es entonces a este momento de la interpretación que intervienen unas hipótesis acerca de la identidad de los seres representados y, si están interactuando en escenas mas complejas, de la supuesta representación que se esta viendo. A cambio de las escenas de la mitología griega, por ejemplo, no existe para el continente suramericano un sistema de escritura que hubiera permitido, como en el caso mediterráneo o mesopotámico, de mantener en el tiempo a historias y mitos hasta el presente y dar así una guía interpretativa de las escenas pintadas en las vasijas. 205 Resulta de estos hechos muy básicos que las interpretaciones de las iconografías prehispánicas no deberían tener otra opción que la de mirar hacia datos etnohistóricos u etnológicos si no existen entre ellos elementos de comparación posible para dar un mejor entendimiento a lo que se esta viendo en escenas como por ejemplo en la escenas llamadas de “navegación” o de “entierro” de los Moche de la costa peruana. Nuestros relexiones y propósitos hacen mas bien el contrario. No empezamos por las piezas arqueológicas producidas por los pueblos amerindios pasados, sino que nos enfrentamos con una seria de mitos contemporáneos recogidos o por nosotros mismos o por colegas etnólogos acercas de sociedades contemporáneas. El primer trabajo fue entonces de entender a los mitos e a los ritos —un trabajo de tipo etnológico— y solamente en un secundo tiempo hemos tratado de tener hacia las piezas arqueológicas una mirada interpretativa enriquecida de los resultados de la interpretación mitológica y ritual. Miramos entonces a las piezas arqueológicas teniendo en la mente a una mitología de la cual los indígenas han podido informarnos sobre sus múltiples implicaciones y signiicados. La mitología de los Cuatros Monos entre el Noroeste Amazónico y los Andes Recolectada por nosotros en los años 90 entre los Miraña del Caquetá por la boca un sabedor de este grupo, “Flor de Achiote”, la mitología de los cuatro monos cuenta el origen del chontaduro (Bactris gasipaes) y el antagonismo entre los seres celestes. En tiempos primordiales, un hombre denominado Luna tenia relaciones sexuales con una mujer llamada Kinkajú (o Perro de Monte: Potos lavus, un pequeño mamífero nocturno), la cual esta representada hoy por el lucero de la mañana (Venus: i.e. el encuentro nocturno de Luna con Venus). Antes de encontrar a Luna, esta misma mujer tenia relaciones incestuosas con sus propios hermanos, los tutamonos o monos nocturnos (Aotus sp.), quienes, en numero de cuatro, están representado hoy por las estrellas periféricas de la constelación de Orión que forman un trapecio (Betelgeuse, Rigel, Bellatrix y Saiph). Luna pelea con sus cuñados a propósito de esta mujer y los persigue toda la noche hasta la mañanita donde se esconden en un tronco hueco como lo hacen estos monos en la selva. Luna pasa la cabeza por el hueco donde huyeron sus cuñados-enemigos y estos, desde adentro del tronco, lo decapitan jalándole la cabeza (desaparición equinoccial de la Luna al Oeste precedido por Orión). Esta cae en el inframundo de los peces donde se transforma en un racimo de chontaduro. Sol, hijo de Luna, nace sin saber que tuvo padre; de la relación incestuosa entre la mujer Kinkajú y sus hermanos los tutamonos se había desarrollado un ser que se volvió la placenta de Sol y que, una vez botado al rio después 206 del parto, se transformo la raya de agua dulce (Orión como doble nocturno de Sol al Este). Una vez que aprende que tenia padre, Sol retoma el nombre de su genitor “Soplador-de-Cerbatana” (que es también el nombre que se da a una avispa, cf. infra). Para vengarlo, mata a sus tíos maternos lechándolos con la cerbatana de su padre, los come, pinta las calaveras de bandas negras (el origen de la marcas negras que se encuentran sobre las caras de estos monos : mas que todo en la variedad trivirgatus de Aotus sp.) y las pone encima de cada uno de los cuatro estantillos centrales de la maloca donde usaban vivir. Aprendiendo el hecho, la mujer Kinkajú se transforma en verdadero kinkajú y se deja matar por su hijo quien, cuando come al animal, se da cuenta que mato y comió a su propia madre. El mito se termina cuando el héroe cultural decide irse en el mundo de los peces para recuperar la carne de su padre —el chontaduro—, y enfrentarse con su medio-hermano la Raya, hijo incestuoso de sus tíos maternos los tutamonos. Antes de esto, Sol había robado la mujer-pescado a su medio- hermano. Después de haber derrumbado al racimo de chontaduro, traga a una semilla, la lleva hasta la tierra y termina matando a la Raya que le había chuzando su agujón para tratar de vengarse por el robo de la mujer- pescado. He analizando este mito en varios artículos para mostrar la fuerte énfasis que llevaba en términos de relaciones astronómicas en las cuales Orión estaba, el la primera parte del mito, identiicado a los monos y interactuando con la Luna (Karadimas 1999), a cambio de la secunda parte, donde se identiica a la Raya cuando esta relacionado al Sol (Karadimas 2003a). Cada una de esta fase esta presentada en el mito de manera que padres e Figura 1 a, b: Variación combinatoria entre cuatro monos y estrellas en la iconografía Carchi- Nariño (a: Museo del Banco central, Quito, foto del autor; b: Lavallée & Lumbreras 1985: 130, foto 121) 207 hijos se completa a cada horizonte: los Monos nocturnos como padre de la Raya (Orión al Oeste y al Este), Luna como padre de Sol pero que tiene que compartir una sola mujer (Venus) que se vuelve una sola madre para los dos enemigos de la secunda generación, Sol y Raya quienes, a su torno, les toca competir por una Mujer-pez. He también presentado el hecho que Sol y Luna, entre los Miraña, se identiican a una avispa parasitoide (Karadimas 2003b) y que esta misma avispa se encuentra entre los grupos del Vaupés bajo el nombre del héroe cultural Yurupari (Tukano) o Kuwai (Arawak) (Karadimas 2007, 2008, 2012). El Carchi/Nariño Una de la primera expresión graica de este mito se encuentra en la región del Carchi-Pasto, donde las culturas prehispánicas Capulí y Tuza usan de iguras de monos asociados a estrellas (Figura 1). Hemos mostrado que tanto la temática de los monos, como la de la estrellas pueden ser ligadas a la constelación de Orión. Además, en la orfebrería de la misma zona, los monos están ligados a imágenes de racimo de chontaduro y no solamente a estrellas o representaciones de cuerpos celestes como Sol, Luna o Venus (cf. Karadimas 2005). Aunque ha sido analizado como mazorca de maíz, aparece mas como un racimo de frutas de palmas —las pepas, separadas por huecos, están amaradas por arriba por el peciolo—: es así una referencia a especias de tierras bajas y no a plantas andinas (cf. Figura 2). Figura 2: Asociación de monos con un racimo de palma (Museo del Banco Central, Quito, foto del autor) 208 Mas que Andina entonces, la mitología que acompaña esta iconografía de monos y estrellas, resultaría mas bien de un intercambio en Tierras Altas y Bajas, o de une dispersión de un mitema en una zona mas amplia y que involucra otras áreas culturales u otras épocas. “Soplador-de-cerbatana”, el nombre dado en la mitología Miraña a Luna y después a Sol, lo es también a una avispa parasitoide. Esta se reproduce paralizando a unas arañas o unos gusanos para que sirven de receptáculo y de comida para su cría. El nombre de los monos nocturnos, temü, es también el de unas arañas de casa entre las cuales se encuentran las de la familia de los Heteropodidae y, mas que todo, de los Licópside. Estas ultimas son arañas cazadoras que tienen en la parte frontal unos ojos con repartición en forma de trapecio, como la estrellas periféricas de Orión. De noche, los ojos brillan como los de los monos nocturnos cuando están en presencia de una fuente luminosa. La relación de enemistad entre Sol y sus tíos maternos los cuatros monos nocturnos se la pueda aplicar también a la avispa parasitoide y sus presas las arañas. Estas son como unos enemigos paralizados que usa el himenóptero para servir de comida para su cría. En el ritual donde estos seres entran bajo forma de mascaras, la avispa es representada como un ser antropomorfo teniendo un largo pene que representa al abdomen y al aguijón de la avispa. Yurupari En la mitología del Noroeste amazónico, principalmente entre los grupos de hablo Tukano oriental, pero también de hablo Arawak (Tariano, Baniwa, etc.), existe un ser creador visto simultáneamente como negativo y positivo. Llamado Yurupari en la literatura etnográica desde el siglo XIX, aparece entre estos grupos como Wayaberoa, Kuwai o Uarli. En las dos familias de lenguas, estos nombres aluden a “abejas”, siendo esta ultima denominación una referencia a una clase, los himenópteros alados (aunque no involucra a las hormigas). Representa a estas avispas, siendo su modo de reproducción parasita a costo de otro ser que se mantiene vivo aun devorado por la cría, interpretado como una conducta negativa por la cual fue quemado en los tiempos originales (Karadimas 2007, 2008, 2012). La principal cualidad que los grupos de la región escogieron de este himenóptero es su capacidad depredadora acerca de sus presas, no con el in de nutrirse de estas, sino de servir al mismo tiempo de receptáculo y de comida para sus crías (comportamiento visto también como positivo). En términos antropomorfos, los enemigos-presas sirven de “mujer-madre” a las larvas que los comen desde el interior y, así, se transforman en avispas adultas (Karadimas 2003b; 2012). Este personaje mitológico de primera importancia para los grupos del Vaupés participa en varios ritos de iniciación donde puede aparecer como mascara, lauta o como trompa (Karadimas 2008). 209 Es el modo de reproducción que sirve de modelo conceptual a los ritos de iniciación de los jóvenes adultos masculinos a quienes se les presentan unas lautas que son prohibidas a la visión de los no-iniciados. Ellos tienen que “salir” de las lautas, que representan unas crisálidas, o unas “casas de piedra” como aparecen las estructuras de baro construidas por las avispas adultas para encerar a sus presas. Las lautas reproducen tanto el sonido del héroe cultural —un fuerte zumbido— que dan una imagen de los nidos —tubulares, en forma de vasija, o en crisálida— donde las “presas”, es decir los adolescentes, van a ser transformados en hombres adultos que representan los ancestros primordiales (avispas; cf. Karadimas 2008). Mostramos en un articulo de 2007 que este personaje mitológico fue representado en la iconografía de culturas prehispánicas de los Andes centrales de Perú, en especial en unas telas funerarias de origen Chimu, pero también Huari. En estas telas pintadas, la avispa antropomorfa es acompañada por una iguración de cuatro monos, dispuestos de la misma manera que las estrellas de la constelación de Orión, cuando se presenta al Oeste, ligado a la luna. El propósito aparente de la presencia de este mitema en material funerario se basa en la relación que tiene la desaparición occidental de los astros y con su reaparición al Este después de haber transcurrido un camino subterráneo equivalente al de los difuntos. Orión juega aquí el papel de psicopompo o acompañante de los muertos y, al mismo tiempo, su condición de constelación llevando el alma del difunto en el cielo nocturno donde quedara como estrella. Las escena de “navegación” entre los Moche Figura 3: Escenas de “navegación” Moche sobre las cuales aparecen asociadas iguras de rayas paradas, de seres con alas de insectos, el motivo del atado de armas (según Donnan & McClelland 1999, ig. 6.163) 210 Las escenas de “navegación” Moche, para regresar a ellas, presentan dos seres parecidos, puestos cada uno en un balsa de totoro con pies, sobrevolando así corriendo un mar materializado por unas olas diseñadas al nivel mas bajo de la vasija (cf. Figura 3). Escoger a las iconografías de estas escenas no fue hecho con el propósito de explicar su iconografía fuera de toda comparación y así quedarse en el rumbo bien delimitado de los estudios de la iconografía Moche. Las escogimos después de haber hecho un trabajo interpretativo acerca de la mitología del noroeste amazónico, de haber estudiado sus implicaciones tanto etnoastronómicas como rituales. Nuestra mirada hacia estas escenas esta así cargada de unos tantos conocimientos que nos permite entonces Figura 4: escena de navegación Moche en la cual el remero esta rodeado por una multitud de atados de armas dirigidas contra él (Fowler Museum, UCLA: X86.3807) 211 tener una grilla de lectura mas o menos ainada acerca de lo que estas escenas deberían representar. Así, representar a rayas paradas entre las dos embarcaciones por ejemplo, fue muchas veces interpretado como una evocación de los seres marinos y, de este modo, una evocación redundante del mar (puesto que este ya fue representado una primera vez gracias a los olas que aparecen en el dibujo). La razón de su presencia en la iconografía debería por lo tanto tener otro propósito que una mera evocación de los ser marinos. En numero de cuatro, la formas de escudos y de armas dispuestas alrededor del remero de la primera embarcación se encuentran también dibujadas en las ansas de algunas vasijas de esta tradición. Si aparecen en un numero mas grande alrededor del remero en otras representaciones de la misma escena, guardan siempre una orientación de la punta de la masa de arma hacia él (Figura 4). Donnan (1978) las analiza como representaciones de un atado de armas atrás de un escudo circular con una maza de arma o porra, la cual esta habitualmente igurada parada, es decir vertical, las lanzas y las sogas dispuestas de manera a formar una disposición radiante alrededor del escudo central. Cuando no aparece simétricamente de parte y otra de las ansas de las vasijas, los artesanos Moches agregaron unos monos en vez de las dos formas de atados de armas ausentas. Como las vasijas mas ancianas tienen comúnmente cuatro monos igurados en relieve en las ansas (cf. Figura 5a), y que por lo menos una vasija tiene la forma intermediaria de los dos monos con los atados de armas, podemos emitir la hipótesis que las iguras de monos y las del atado de armas son variantes las unas de las otras. La pregunta que se tiene que hacer es entones de entender cual es el sentido de poner un mono como la variante combinatoria de un escudo con armas? El solo análisis iconográico seria aquí incompleto para dar entendimiento de una tal variación. Una opción interpretativa seria de proponer que las dos formas graicas —el mono, las armas— son iguraciones de una tercer realidad a la cual ambas aluden, pero de manera distinta. Los datos etnográicos de Noroeste amazónico nos dan una primera pista interpretativa en el hecho que los monos nocturnos, en numero de cuatro, representan a las estrellas periféricas de la constelación de Orión. Los cuatro monos de las ansas de las vasijas Moches podrían entonces representar a estrellas y, en este caso, parece mas evidente el hecho de haber recurrido a la forma radiante del atado de armas como variación de los monos. Se les dio a este conjunto de armas una forma voluntariamente estelar de manera a representar analógicamente al brillo de una estrella. Monos y atado de armas serian así representaciones de estrellas, los primeros bajo la forma de su nombre (“Estrella-mono”, i.e. Orión), la segunda bajo su forma de iguración analógica (un elemente graico radiante). 212 Figura 5: Variación del motivo de los cuatro monos con él de los atados de armas como inscripción mutualmente equivalente de una referencia astral (a: Arteprimitivo.com, pieza n°110590-265, venta #29 de diciembre 2004; b: Museo Chileno de Arte Prehispánico n°278; c: X88.800 Fowler Museum, UCLA) 213 Sobre las escenas de navegación, estos atados de armas tienen una repartición particular: además de tomar una disposición en trapecio, las puntas ailadas de las porras o mazas de armas están dirigidas hacia el remero. Esta disposición indica gráicamente que el remero de la primera escena es victima de estas armas y, al nivel astronómico, tendría que ser una indicación que este personaje representa a un cuerpo celeste que se vio interpretado como victima de un grupo de estrellas. Si seguimos otra vez la mitología existiendo hoy en día en la Amazonía del Noroeste, resulta que este personaje podría ser Luna. Como lo hemos presentado anteriormente, tal episodio entra en una narración mas compleja donde aparecen también rayas y avispas, estando esta ultima el nombre o el ser que representa a Sol como hijo de Luna (o, según otras mitologías, como hermano menor o Gemelo). Antes de presentar la interpretación de la secunda parte de estas escenas de navegación Moche, es necesario de tomar en cuenta otras vasijas sobre las cuales existen escenas similares. Cuando no aparece en las iconografías asociada a una línea de horizonte (Este u Oeste), hemos mostrado que la constelación de Orión no se representa necesariamente bajo la forma de un trapecio. Cada una de las cuatro estrellas periféricas de Orión ocupa, en el Zenit, un cuarto del cielo nocturno igurado como un circulo en relación a su división de acuerdo con los puntos cardinales, formando así un circulo divididos en cuartos (Karadimas 2003a). En la siguiente vasija (Figura 6), el remero que habitualmente esta rodeado por los cuatro atados de armas no aparece en el dibujo con estas formas alrededor de el, sino que ellas aparecen puestas alrededor de un circulo dividido en cuatro por una cruz y ligado al personaje. La forma encontrada en esta ultima escena de navegación respeta esta disposición en la cual los atados de armas juegan el papel de evocaciones Figura 6: Escena de navegación con los atados de armas dispuestos alrededor de un circulo dividido en cuatro atrás del remero (Moches de San José de Moro, segun Donnan & McClelland 1999, ig. 6.157) 214 estelares alrededor de un circulo dividido en cuartos, representando así el cielo nocturno total. Gracias a la iconografía de esta ultima pieza, las escenas de navegación se podrían interpretar como la transcripción mitológica de un evento astronómico que involucra a cuerpos celestes, en particular a Orión, cuando se interpreta como unos seres que van en contra del personaje que juega el papel de Luna. Porque rayas entre las embarcaciones? Así dibujadas entre las embarcaciones, las rayas se presentan paradas y se antropomorisan de tal modo que las caras visibles son sus caras ventrales en las cuales los huecos de las narices se volvieron ojos (ver Karadimas 2000-2001). En las vasijas, ocupan las partes ubicadas de peril si se toma las escenas de navegación como las de frente. Resulta que en la mitología Miraña la raya es la descendencia incestuosa de los monos nocturnos y juega el papel de Orión pero esta vez ligada al Este, donde se presenta como “placenta de Sol” (i.e. el “doble nocturno de Sol” en el equinoccio: cf. Karadimas 2003a). Otras vasijas Moche representan a rayas antropomorfas y presentan en la parte ventral una cara humana, es decir que presentan lo que los dos huecos de la nariz y la boca producen como imagen. Esta cara humana tiene una pintura facial que reproduce una cuatriparticion de acuerdo a ejes verticales y horizontales tomando la nariz como centro, recordando así la cuatriparticion análoga del circulo de la igura anterior (Figura 7a, b, c). Cuando se encuentra en algunas vasijas que representan cabezas humanas, los Moche agregaron a esta partición unos círculos o puntos ocupando cada uno un cuarto de la división de la cara (Figura 7d). De este modo, el tratamiento de la cara humana se vuelve idéntico a el del cielo nocturno total. Aplicar este diseño facial a la cara ventral de la raya es otro modo de hacer referencia al vinculo mitológico que asocia la raya con la constelación de Orión. La identiicación de la raya con Orión se debe también a su asociación como “placenta del sol” es decir una clase de doble, como lo es la placenta con el feto humano. El lugar donde aparece Orión en el horizonte queda en el Este, es decir donde sale el sol en los equinoccios. En el episodio Miraña, Sol mata a su medio-hermano la Raya, recordando así la enemistad entre las estrellas y el astro diurno. El mito describe como Sol busca a la Raya y la encuentra gracias a sus ojos que sobresalen del agua. Se acerca, la chuza con su dardo para que se parre y la mata clavándole su lanza en el corazón. Este episodio que analicé en mi contribución de 2003 hace referencia al sol que se encuentra en el horizonte oriental en el solsticio de verano y que percibe entonces a Orión-Raya estando en su lugar habitual, reapareciendo al Este por las dos estrellas mas altas del trapecio (los “ojos” de la raya). 215 Figura 7: ejemplo de raya de tradición Moche con cara ventral antropomorfa, esta ultima dividida en cuartos por una pintura facial (a, b, c: ex Drexel University Museum - Philadelphia, PA http://www.trocadero.com/stores/galleriadelvecchio/items/1151862/ item1151862.html; d: pieza n°1224-34 del sitio de venta arteprimitivo.com) En la iconografía Moche, existen unas vasijas en las cuales el personaje central de las escenas de navegación se encuentra en una creciente de Luna (cf. Figura 8). Estas vasijas son en cierta medida variaciones de las escenas de navegación ya que la creciente de Luna en los momentos de los equinoccios, al nivel del ecuador, se ve en el horizonte occidental como 216 Figura 8: Personaje acurrucado sobre una creciente de luna que pone su mano sobre dos ojos que sobresalen a la extremidad derecha de la creciente (cultura Moche, Sitio Internet arteprimitivo.com n° 109107 – 214, venta n° 26 de mayo 2004) una clase de “embarcación” vista de peril, desapareciendo detrás de la línea de horizonte constituida, en estas sociedades costeñas, por el mar. La escena igurada sobre la vasija de la Figura 8, representa a un personaje acurrucado en esta creciente de luna acercándose de otro ser, puesto en frente de él, que aparece solamente por dos de sus ojos emergiendo de la creciente sirviendo aparentemente aquí de línea de horizonte. 217 Si se mira a otro material iconográico que representa a rayas, como esta vasija Chimu (Figura 9), se ve que los ojos sobresalen del cuerpo del pez por dos elementos idénticos a los del dibujo Moche. Los dos ojos del personaje de la vasija Moche serian así los de una raya. La iguración del gesto que esta efectuando el personaje central es de chuzar a la raya con un objeto puntiagudo. El gesto y el personaje de ojos sobresaliendo de una línea es tan especiico que parece ser una ilustración directa de este acontecimiento mitológico encontrado hoy en la mitología Miraña. Figura 9: Vasija Chimu representando una raya en la cual los ojos esta en relieve de manera a aparecer saliendo de la cara dorsal del pez (Museo Rafael Larco n° ML 020348) Una variante de la misma escena no presenta esta vez a una raya de peril sino a un mono (Figura 10). El dibujo del artesano Moche es lo suicientemente preciso por reconocer a un mono-nocturno o tutamono (Aotus trivirgatus). Estos primates tienen efectivamente en la frente una zona pintada de negro que se vuelve una marca distintiva para su identiicación (de ahí el latín trivirgatus). La frente del simio fue perfectamente dibujada por el artesano Moche. Ocupando así el mismo lugar que la raya de las otras vasijas, el mono-nocturno parece ser una variante de la raya, de un modo similar, aunque no podemos decir idéntico, a la mitología Miraña donde la raya es la descendencia incestuosa de los monos-nocturnos. Si el personaje esta tocando a este mono, es probablemente que hace lo mismo que Sol en el mito Amazónico: matar a sus tíos maternos que mataron a Luna (los atados de armas reemplazan a los cuatro monos de las escenas de navegación). 218 Figura 10: Vasija Moche con personaje acurrucado que lleva su mano hacia un mono nocturno : tres arañas aparecen en la banda central de la vasija que separa las dos escenas, idénticas (Sitio Arteprimitivo.com, pieza n°1224-26, venta n°26 de mayo 2004) En la vasija donde aparece la igura del mico-nocturno, la banda central que divide las dos escenas por encima se compone de unas tres arañas. Estas juegan el papel de variante combinatoria de los monos-nocturnos, a la manera de los Miraña donde el nombre temü designa tanto el mico Aotus sp., que a unas arañas cazadoras (Licópside), victimas de la avispa. Tenemos ahora que voltearnos hacia el segundo personaje de la escenas de navegación para ver si el material mitológica Miraña, en particular la identiicación con la avispa, no nos permite de completar el análisis iconográico de estas escenas. Sol-avispa depredador de monos y de arañas? La secunda igura de las escenas de navegación presenta un ser con alas de insecto, teniendo una cara idéntica a la anterior igura (Figura 3 y 11). Esta semejanza a permitido muchas veces de identiicar este par a unos mellizos quienes, en el nivel astronómico, podrían representar a Venus. Este personaje alado esta tomando de un vaso estando en frente de una forma difícil de identiicar si se toma nada mas la iguración que propone la vasija. Podría ser ésta una iguración de la cabeza de una araña, o mas bien de una tarántula, que tiene dos fuertes colmillos que sobresalen de su cefalotórax cuando se siente amenazada. De este modo, el personaje alado puesto de frente al arácnido seria un insecto que se nutre o que toma la 219 “sangre” de este y indicaría mas bien a una avispa del genero Pompilidae (parasitas de las tarántulas). Cuando paralizan sus presas, estas especies les cortan las patas para que no se escapan y se aprovechan de la hemolinfa, la “sangre” que se presenta en la heridas. La relación entre depredador y presa presenta así a un ser- avispa tomando “sangre” de la araña-presa de manera antropomorfa, es decir gracias a una copa. Esta interpretación tiene varias repercusiones sobre las demás escenas de sacriicio de la iconografía Moche y también sobre la interpretación del “Dios-Araña” que más bien seria una avispa. Al nivel astronómico, esta segunda igura, alada, debería entonces interpretarse gracias a la mitología de las Tierras Bajas Amazónicas, y verla como una personiicación del Sol. Para reaparecer, éste tiene que salir de la igura de su victima o “enemigo-presa” que le permite “renacer” tomando con el una victima que le sirve, entonces, de “placenta”. De ahí su variación combinatoria con las iguras de rayas —“placentas”— en los dibujos Moche, que representan, como hemos visto, a la constelación de Orión al oriente es decir ligada al sol “renaciendo”. Figura 11: Personaje antropomorfo con alas de insecto tomando de una copa frente a una forma con colmillos sobresalientes. La escena se reiere probablemente a la acción de una avispa que se nutre de la hemolinfa de una araña, después de haberle cortado las patas (según Donnan & McClelland 1999, ig. 6.163, detalle) 220 Si la avispa esta aquí dibujada como adulta, existe también unas vasijas que llevan la misma escena sino que no representan a un personaje alado pero acurrucado y rodeado por rayos (Figura 12). Se tiene que analizar a que se debe esta variación en las escenas de navegación ya que no parece representar a esta misma avispa. Figura 12: Escena de “navegación” Moche con el mismo personaje central rodeado de atados de armas pero sin personaje alado; este fue reemplazado por el personaje acurrucado (según Donnan & McClelland 1999, ig. 6.161) Sol como larva En la mitología de Yurupari encontrada hoy en la región Amazónica del Vaupés colombiano y el rio Negro brasilero, el héroe cultural representando a esta avispa aparece primero bajo su forma de larva y no como imago o forma adulta (cf. Karadimas 2012). Las diferentes opciones iconográicas encontradas entre los Moche para igurar a este personaje acurrucado —y que fue interpretada como una “mujer-sacerdote” por Donnan 1979—, las presentan siempre en esta posición la cual fue también descrita como estando en forma de “C” o de “U” acostado. Ahorra bien, existe por lo menos una vasija de esta misma tradición (Figura 13a) en la cual este personaje acurrucado tiene, en la parte trasera, a unas alas idénticas a las de la iguración adulta (Figura 13b), sino que son todavía pequeñas, es decir como si este personaje fuera en un estado larval o pre-adulto. Se podría entonces interpretar la forma de C que toma su cuerpo como la de una larva, que adopta también a esta coniguración. Todas las iguras que tocan a la raya o que se presentan en los crecientes lunares como en la ig. serian probablemente unas representaciones de larvas de avispas antropomorfas como se las encuentran entre las células de barro donde efectúan su metamorfosis devorando a orugas o arañas. 221 Figura 13 a & b: personaje en forma de U acostado con cuatro alas pequeñas, puntuadas de la misma manera que las alas del personaje adulto (b). Esta combinación permite suponer que se trata de una forma antropomorfa de la misma avispa parasitoide de la arañas, pero en su estado de larva (sitio Apolonia Ancient Art en Trocadero.com, pieza n°1043832) La especie de “manto” que lleva seria una iguración del aspecto arrugado o “en acordeón” que tienen las larvas. De tal modo, la variación de la iguración de este personaje entre las diferentes vasijas se debe a que representa en el primer caso a la avispa bajo su forma adulta o de imago (terminando de parasitar a la araña y tomando su sangre) y en el otro a su forma inmadura o larval, comiendo a esta misma araña (bajo su forma mitológica de monos-nocturnos o bajo du forma de doble de Sol, es decir bajo su forma de raya-placenta). Así, la forma de corona de pluma que lleva en la cabeza se encuentra otra vez en la iguración del personaje adulto donde aparece como dos elementos que forman el tocado con los otros elementos de decoración. El personaje acurrucado que se considero ser una “sacertoda” es mas bien una forma antropomorfa de la larva de la avispa parasitoide como se encuentra en la mitología del Noroeste Amazónico contemporáneo. Conclusión De tal forma como aparecen en las vasijas, estas escenas de “navegación” Moches tienen que ser interpretadas a partir de una mitología que se encuentra hoy en día en el Noroeste Amazónico. Efectivamente, una combinación tan especiica de monos, o formas estelares, de rayas y de arañas asociadas a personajes de tipo avispas parasitoides no puede ser el resultado de una mera contingencia iconológica o de unas invenciones paralelas entre grupos tan alejados tanto en el espacio que en el tiempo. Se le debe mas bien a un mismo mitema que a viajado entre territorios 222 remotos y que se ha mantenido en el tiempo, encontrándose en vasijas precolombinas Moche, pero también en expresiones iconográicas pasadas como entre textiles de otras tradiciones como los Chimu y Huari de la Costa Norte. Que esto sea el hecho de una mitología de origen Andina o Amazónica parece aquí de poca importancia, ya que se le debe mirar al sub-continente americano como una sola zona en la cual las diferencias de alturas no son necesariamente diferencias de niveles de civilización. Las formas iconográicas encontradas en las altas culturas del Perú, del Ecuador o de Colombia pueden tener una comprobante mitológica encontrada hoy entre indígenas de las Tierras Bajas. Pero tiene que mirarse como el resultado de un modelo ideológico que permite la metamorfosis gracias al parasitismo. Llamaremos a este modelo la “depredación metamórica” o, simplemente, la “metamorfosis depredadora”. Este modelo se aplico a los cuerpos celestes y a los muertos, dando así una modalidad ideológica de la continuidad cíclica. Al nivel de las representaciones iconológicas de las vasijas Moches, los personajes que aparecen ahí dibujados son el resultado de una representación mitológica en la cual la repartición graica de los protagonistas de las escenas tienen una relación de tipo análoga con la realidad astronómica que tienen que igurar. Bibliografía citada Descola, Philippe, 2005, Par-delà nature et culture. Paris: Gallimard. Descola, Philippe, 2010, La fabrique des images: visions du monde et formes de la représentation. Paris: Musée du quai Branly/Somogy. Donnan, Christopher B., 1978, Moche Art of Peru: Pre-Columbian Symbolic Communication. Museum of Cultural History, University of California. Donnan, Christopher B. & Donna McClelland, 1999, Moche ineline painting: Its evolution and its artists. Los Angeles: UCLA Fowler Museum of Cultural History. 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Antropología e historia en la Amazonia andina (François Correa Rubio, Jean-Pierre Chaumeil, Roberto Pineda Camacho, eds.), Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Antropología, Sede Amazonia, CNRS, IFEA: 68-86. 1 Las iguraciones enigmáticas de seres híbridos se resuelven muchas veces aplicando una lectura cultural en la cual cada parte del animal es una referencia a un espacio o un dominio particular. La otra opción, alternativa, que tratamos de establecer con estas iguraciones es de analizarlas como imágenes análogas de seres existentes que son construcciones realizadas a partir de elementos poseídos por este ser. Así, un ciervo-volante puede ser igurado de dos modos: o de manera naturalista como un cucarrón al cual se reiere este nombre, o de manera analogista construyendo un hibrido a partir de un ciervo con alas. Esta segunda opción se reiere al cucarrón de manera indirecta mediatizando su evocación por las imágenes de su nombre. Las Alas del Tigre son entonces una referencia a una parte de seres imaginarios que se encuentran en la iconografía amerindia que aluden posiblemente a las alas de himenópteros vistos como “tigres”, i.e. jaguares por su cualidad de “depredadores”. 224
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