2. Rivalidades, identidad

March 30, 2018 | Author: Juan José Marín Hernández | Category: Costa Rica, State (Polity), Masculinity, Community, Society


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Taller de historia y culturas locales.Heredia, 8 a 10 de mayo de 2013. Claves. Asociación costarricense para el estudio de la historia y la cultura local. Rivalidades, identidad y cultura cotidiana memorias de un Peleador Santacruceño (1950 – 1980). Estudio de Caso Clímaco Baltodano Díaz en la memoria de un Pueblo. Lic. Rodolfo Núñez Arias Dr. Juan José Marín Hernández Trio Contradanza Chilinon Qué lindo es recordar aquellos lindos tiempos Todo era más bonito, bastante yo recuerdo Las tallas de mi abuelo y las fiestas de enero Los gritos en la calle, es lo que yo recuerdo Un día pregunte a un hombre muy famoso Como eran esos tiempos cuando él era joven Me conto una historia muy bonita, escúcheme Señores se las voy a narrar, Don Marcelino cuénteme Como eran aquellos tiempos cuando usted era joven Aquellos tiempos cuando yo era joven eran muy diferentes A hoy, diría por ejemplo yo tenía que pensarlo para ir a unas Fiestas de Santa Cruz, Lagunilla, Villarreal, San Juan de Santa Cruz Donde sabía que me podía encontrar con hombres buenos A la pescozada, por ejemplo había que pensarlo para encontrarme Con hombres peleadores buenísimos de la región, como Paulito Rodríguez, Ismael Guadamuz, un yayo López, Ramón Vallejos Clímaco Baltodano, estos Cabalceta de San Juan (Extracto de la canción “Chilinon “del grupo Santacruceño Contradanza.) 1 Introducción. El estudio de la historia local y su cotidianidad se convierten siempre en un duro reto para la historia social, pues además de la escases de fuentes (por su falta de conservación o por la destrucción de los acervos por fenómenos naturales e impericias humanas) se une el hecho que lo cotidiano hasta hace poco era considerado marginal en el ámbito historiográfico. Los trabajos de José Daniel Gil, Rosa Vargas, Sonia Guimaraes, Guillermo Carvajal, y Francisco Enríquez, entre otros, han demostrado que lo cotidiano tiene un gran valor histórico. 2 1 (Zúñiga, 2008) 2 A manera de ejemplo véase (Vargas & Guimaraes, 1996); (Enríquez, Estrategias para estudiar la comunidad donde vivimos , 2004); (Enríquez, Diversión pública y sociabilidad en las comunidades cafetaleras de San José: el caso de Moravia (1890-1930), 1998); (Carvajal & Avendaño, 1997); (Gil J. D., Asimismo, los trabajos del lenguaje y el simbolismo han venido a rescatar el valor de lo local. Así, se ha revalorizado todo uso que se hace del lenguaje cotidiano, pues implica una forma de conocer cómo se re-presentan los objetos, las experiencias y los pensamientos de “los de abajo”, al mismo tiempo, que se analiza el lenguaje como un producto importante creado y conceptualizado desde vida de las personas. 3 En ese marco, los suscritos han desarrollado por su parte análisis de la cotidianidad guanacasteca. En esa búsqueda ha quedado como un punto marginal cómo es que se construye la idea de comunidad y cuáles son los mecanismos que están detrás de esa noción. Así, dentro de esta exploración llamó la atención que un aspecto poco estudiado de la cotidianeidad son las rivalidades entre pueblos. Ello llevó a indagar cómo esas rivalidades habían dado paso a una identidad de lo santacruceño. Asimismo, lo anterior derivó en estudiar esas rivalidades como un elemento que era marcado, tanto a nivel interno como externo, por las peleas de los “cocos”. Los cuales eran una de esas expresiones de las peleas a mano limpia entre hombres, aunque también las hubo de mujeres, para guardar el honor de una comunidad. Los cocos o los peleadores tanto en Guanacaste, como en el mundo vallecentralino y de frentes de colonización desde el Valle Central, eran personajes especiales. Así por ejemplo, eran considerados como personas extraordinarios por su habilidad, por su fuerza o por sus “artes “en las peleas; su poderío nacía de los trabajos de hombres, los cuales eran llevados a cabo por pocos; y su ímpetu surgía en el vigor y en el honor que le daba su propia comunidad. Era tal su fama que a la sombra de ellos fueron tejiendo mil y una leyendas. Las anécdotas de sus triunfos se traducían en coplas y canciones. Los cuentos daban paso a las tallas. 4 Y en fin, la cultura popular hacía que los cocos pasarán a formar parte del imaginario colectivo de las propias comunidades. El Trío Contradanza ha cristalizado esa tradición oral, rescatando los viejos tiempos de las tallas, las fiestas, los gritos en la calle, y entre estos, a los peleadores de esas comunidades como Santa Cruz, Lagunilla, Villarreal y San Juan de Santa Cruz, entre otras, que contaban con esos hombres de buenas pescozadas y peleadores buenísimos con nombres y apellidos En este pequeño articulo trataremos de acercarnos al tema de los peleadores y su significado a nivel simbólico, estas que en apariencia son expresiones de agresividad y violencia en la realidad fueron mucho más que ello, pues estuvieron en los mismos Tras las huellas de los normales. Reconstruyendo la vida de los seres anónimos de la historia, 2003); (Gil & Ruiz, 2008) y (Marín, La difusión historica, 2003) 3 (Goody, 1999, pág. 169). Además véase; (Heller, 1987); (Lefebre, 1978) y (Múnera, 2005). De la noción de cotidianidad los suscritos asumimos la definición de Agnes Heller, la cual señala que es el : "conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social... La vida cotidiana es la vida de todo hombre. La vive cada cual sin excepción alguna, cualquiera que sea el lugar que se le asigne en la división del trabajo intelectual o físico” (Heller, 1987, pág. 19) 4 "Las Tallas" son una tradición oral en Guanacaste que tiende a crear anécdotas en forma exagerada. Así las historias adquieren características inverosímiles pero que a su vez denotan ingenio e imaginación. Un ejemplo de estas tallas son las de Julián Matarrita Ruiz. (http://guanacastequidad.com/index.php?option=com_content&view=article&id=5:las-tallas-una-tradicion- oral-en-guanacaste&catid=16&Itemid=207) procesos que daban lugar a eso que los historiadores llamamos “sentido de lugar” 5 y lograron a su vez quedarse en la memoria de los hombres y mujeres que presenciaron sus peleas. El recuerdo nace de la fuerza que tuvieron estas peleas para identificar pueblos, honores, valores y tradiciones, al mismo tiempo que permitía diferenciarse de los “otros pueblos”. El papel preponderante de las peleas estuvo en su capacidad de fortalecer la identidad local. Debe indicarse, que este valor no solo fue exclusivo ni de Santa Cruz ni de los pueblos guanacastecos, pues hubo correlatos en otros sitios de Costa Rica a las famosas peleas entre nicoyanos, santacruceños y liberianos. Un vecino de Sarchí de Alajuela recuerda que: “En el Valle Central, en la década de los sesentas y anteriores, era común las peleas entre habitantes de cantones vecinos, al indagar los motivos para esta rivalidad no están claros, parece ser un asunto meramente geográfico, de la comunidad donde se vivía; el detonante para una riña era desde una novia, un partido de fútbol o bien un insulto o un desafío. Recuerda don Álvaro Alfaro, vecino de Sarchí y mejor conocido como Pisirico, que aún dentro del mismo cantón existían rivalidades entre residentes de distintos distritos, por ejemplo los de Sarchí Norte y Sarchí Sur, según don Álvaro, algún habitante del Sur orinaba sobre el puente que divide ambas comunidades haciendo una raya con el líquido expelido y sentenciaba que el que cruzara la línea sería agredido, los del Norte traspasaban el límite impuesto e iniciaba la revuelta. Ya para la década de los setentas fueron disminuyendo estos enfrentamientos y en los ochentas prácticamente habían desaparecido, según “Pisirico”, debido a las facilidades en el acceso a la educación de las nuevas generaciones”. 6 El recuerdo de Álvaro Jiménez hace ver grandes semejanzas con lo que ocurría en los pueblos guanacastecos. Por su parte, Marín y Montero han localizado este mismo fenómeno en Zapote, un distrito aledaño a la capital. Así estos autores señalaban como en los turnos y en las fiestas locales los zapoteños además de asegurarse que sus fiestas fueran las más vistosas de San José, se aseguraban que al final de las fiestas quedará demostrado el honor de los hombres y de su comunidad, así siempre habían "bochinches" y verdaderas guerras campales. Los zapoteños (llamados "conchos" por el nombre original del barrio) se enfrentaban a "trompada limpia" con los curridabatenses (cholos por su origen indígena) con los "mojones" (habitantes de San Pedro) y con "panchos" (los habitantes de San Francisco de Dos Ríos), todo por celar a sus mujeres y mantener el honor intacto de la comunidad. Las víctimas preferidas en estas peleas eran los "güechos" o "levitas", es decir los josefinos o citadinos quienes con sus sacos, zapatos y formas de trabajar demostraban lo lejos que estaban del mundo de los hombres hechos por el trabajo duro del campo. Todavía en la década de 1950 se cuenta que en Zapote existía un trío de los Arrones, compuesto por José Ángel, Álvaro y Efraín Arrones. Los tres cantaban que "las pollas de este gallinero son de estos gallos". Este conjunto, además de perpetuar aquella rivalidad con los pueblos aledaños, 7 5 (Enríquez, Reflexiones sobre las, 2001, págs. 9-10 ) 6 (Jiménez, 2011) 7 (Montero & Marín, 1995, págs. 81-82) Finalmente, en el mundo Caribe / Atlántico Mauricio Menjívar a denotado los procesos de masculinidad como parte de ese mundo de identidades personales y locales. El aporte interpretativo de Menjívar es la de situar las peleas en la problemática de las masculinidades en Costa Rica. Así Menjívar aporta un marco interpretativo sumamente valioso donde las concepciones de la masculinidad y el honor local pueden ser entendidos de mejor forma. 8 En suma, el análisis de los peleadores y su extensión territorial llaman la atención de establecer comparaciones entre pueblos ubicados en diferentes regiones de Costa Rica y entender a través de lo comparado la historia local desde su cotidianidad, sus mecanismos de interiorización y desde donde se construye el sentido de lugar. El de las peleas y su simbolismo en torno a la construcción de identidades regionales y locales se ofrece como un panorama amplio e interesante. El trabajo se divide en cinco secciones. La primera busca establecer un marco de referencia básico sobre la violencia en las comunidades. Por ello se rescatan tres enfoques como son el antropológico, el sociológico y el de las masculinidades como referentes básicos para comprender las luchas comunales. La segunda hace una breve referencia al marco histórico que dio origen a las comunidades y que desarrolló la parte final de las luchas de los cacos o peleadores comunales. Esta sección da cuenta de una larga conformación de esos luchadores y del cenit de una práctica que ya para la década de 1980 era prácticamente abandonada. La tercera sección tiene como propósito establecer la relación entre los peleadores y su comunidad estudiando los procesos de identidad, las tradiciones, las rivalidades y como todo ello convergió en un complejo ritual de lucha. La cuarta sección procuró acercarse a la vida de un peleador famoso y a partir de un caso comprender las implicaciones y formas de comportamiento que tenía un luchador. Para ello se recurrió a los recuerdos familiares y de otros peleadores para ver las dimensiones personales de un caco guanacasteco. Finalmente, la última sección se refiero a las conclusiones, las cuales más que culminaciones categóricas se presentan como una plataforma de hipótesis y problemáticas a desarrollar a futuro. Para la elaboración de este trabajo se contó con fuentes orales, tradiciones y canciones. Ocasionalmente, se utilizaron los anuarios estadísticos, en especial de la sección de escándalos para comprender la magnitud de la violencia local. Sin duda, las fuentes utilizadas son muy parciales para lograr afirmaciones categóricas, no obstante, ello ofrecen una perspectiva de esos mecanismos locales que debe analizarse a futuro. Balance de lo escrito: Violencia e Historia 8 Al respecto véase (Menjivar, De niño a hombre: Conformación de identidades masculinas entre trabajadores del agrícolas inmigrantes en el Caribe costarricense (1912-1970), S.F); (Menjivar, Niños que trabajan, cuerpos que resienten. Emociones, cuerpo y construcción de la masculinidad de niños trabajadores agrícolas del Valle Central y Guanacaste (1912-1970), S.F); (Menjívar, De productores de banano y de productores de historia(s): La empresa bananera en la Región Atlántica costarricense durante el período 1870-1950, en la mirada de la historiografía en Costa Rica (1940-2002), 2006); (Menjívar, Niñez, pobreza y estrategias de sobrevivencia. Familias campesinas del Valle Central y Guanacaste, Costa Rica (1912-1970) , 2009) En el análisis de violencia y las comunidades se pueden localizar al menos tres enfoques que pueden resultar de interés al abordar las peleas de los “cocos”. El primero es el enfoque antropológico. González Alcantud ha sido particularmente incisivo al reconstruir las relaciones entre la sociedad y el juego, donde la relación violencia y actividades económicas tienen un singular correlato. Para González Alcantud es necesario comprender las actividades predominantes de una comunidad, tales como la pesca, la depredación y la guerra, pues de ellas se puede correlacionar el mundo simbólico presente en las actividades lúdicas y de sociabilidad. A la par de ello, González Alcantud señala la importancia de observar los cambios tanto en el ocio como en la sociabilidad. Así, para este autor es posible periodizar las transformaciones sociales, analizando como conforme la sociedad imponía sus reglas y normas la violencia intrínseca del juego se reducía o tendía a reforzar procesos de identidad. Así González Alcantud demuestra como la preocupación por el juego cambio de contenidos, paso de ser pecado y asociado a los bárbaros (según se adoptaban o no ciertos rituales) a pasar a ser un ser delito o felonía (según los grados de violencia y pudor con que se desarrollasen). Precisamente, en el siglo XIX, en el mundo occidental el juego entra en los grandes debates de la cuestión social, pues aleja a los padres de familia de sus responsabilidades laborales y familiares. En esta centuria se privilegiaba el juego como una actividad militar, asociada al mejoramiento de la raza. ( 9 ) Para el caso de los peleadores santacruceños la perspectiva antropológica ayuda a entender algunos elementos básicos. En primer lugar, la profunda identificación de los peleadores con su localidad, la cual no es gratuita sino que representa su propia valía tanto de sus destrezas como de los valores que representa. Dicha importancia se acrecentaba con el hecho que en las peleas se reunía una gran cantidad de gente, todos pares cotidianos, donde sus destrezas eran compartidas y admiradas como parte de un conjunto de valores compartidos. Por ello, muy pocas veces aparecían apuestas pues la esencia no estaba en la riqueza sino en la valorización de lo propio. La obra de Clifford Geertz representa así un valioso insumo para comprender esas dimensiones donde la comunidad, el sentido de lugar y sus valores forman una amalgama compartida. Para Geertz la pelea de gallos era parte de la cotidianidad donde en el combate queda lo más humano de los individuos que conforman la aldea, se entrelazan y profundizan relaciones de poder, se afianzan los lazos familiares y se focaliza la ira colectiva. Aspecto que se daba en la pelea de los cocos. Así dichas peleas no deben verse como una simple violencia rural desmedida, bárbara o irracional sino como una forma de estructurar la base social de las comunidades, y donde lo simbólico daba forma a la organización social de la comunidad misma. Finalmente, tal, vez, lo más acucioso en este análisis es Cliford Geertz quien desarrolló en su trabajo sobre la pelea de Gallos en Balí una metodología que él denominó descripción densa, la cual permite descubrir los rituales, los símbolos y las percepciones que existen en el combate real y simbólico entre los gallos y su público. ( 10 ) 9 (González J. , 1993, págs. 9-70). 10 (Clifford, 2000, págs. 152-167) La segunda perspectiva es la sociológica representada por Norbet Elias y Eric Dunning quienes han observado la importancia del uso del tiempo libre donde las personas pueden participar ya sea a través de actividades miméticas organizadas; concurrir como espectador e intervenir como actor en actividades miméticas. En las tres formas de participación las desarrollan un comportamiento susceptible de estar relacionado con otros tales como el trabajo, el juego, el recreo ritual y el conflicto. ( 11 ) Tanto el concepto de grado como de la forma participación se convierten en otros elementos fundamentales de análisis. Así la participación como espectador o como peleador configuran y definen la personalidad colectiva. Los primeros se sienten participes del pueblo y sus valores, subrayando así la riqueza y valía de sus particularidades culturales, idiosincráticos y desde luego sus valores que se transmiten y defienden a través de los peleadores. Estos actores principales se convierten en la expresión de la cultura tradicional, caracterizan los valores y riqueza de la comunidad y brindan la visión sociocultural de colectividad. Temas que permanecen en la cultura de las comunidades aún hoy en día como evidencian las barras bravas del futbol. 12 Finalmente, la perspectiva de la masculinidad desarrollada en Costa Rica por Mauricio Menjívar, como ya se mencionó proporciona una riqueza invaluable. 13 Así por ejemplo, Menjívar abandona la idea de la violencia como un correlato al género masculino, sino que la ubica en el mundo de las relaciones sociales en un contexto comunal y laboral. 14 Así la esencialización de “los hombres” como violentos pasa a un nivel más rico como es la creación de las masculinidades como una construcción de relaciones sociales y de identidades. 15 En el caso de los peleadores la masculinidad es medida por el poder de la comunidad, de los valores y las destrezas vistas y simbolizadas desde el trabajo. El éxito, y la caudal real o simbólico de los valores de la comunidad dan un status al peleador pero también a su comunidad. Así si bien es cierto, en las peleas existe un trasfondo de virilidad y violencia, también es cierto que existe una relación de construcción colectiva donde el hombre es comunidad y la comunidad es poder de lo propio. Desde la perspectiva de la masculinidad es importante destacar que el poder no se reduce a la realidad de los hombres sino que es una práctica de reafirmación de contextos sociales e históricos. Como bien denotan los trabajos de Philippe Bourgois dichos valores pueden ser sutilmente redirigidos por los grupos dominantes para canalizar conflictos de clase a grupos y colectivos individuales para reafirmar la opresión social. 16 En suma, las tres perspectivas brindan un marco teórico metodológico para analizar a los “cacos” o peleadores comunales más allá de los estereotipos de la violencia masculina, la 11 (Elias & Dunning, 1995, págs. . 89-90 y 124-125) 12 (Marín, Bravas, violencia y control social: Una mirada desde Clío y la historia social al fútbol, 2007) 13 (Menjívar, Hombres inventados. Estudios sobre masculinidad en Costa Rica y la necesidad de nuevos supuestos para el cambio social, 2007) 14 (Menjivar, De niño a hombre: Conformación de identidades masculinas entre trabajadores del agrícolas inmigrantes en el Caribe costarricense (1912-1970), S.F) 15 (Menjivar, Niños que trabajan, cuerpos que resienten. Emociones, cuerpo y construcción de la masculinidad de niños trabajadores agrícolas del Valle Central y Guanacaste (1912-1970), S.F) 16 (Bourgois, 1994) brutalidad del campo; o la barbarie de las comunidades periféricas del Valle Central de Costa Rica. El contexto: Santa Cruz hacia 1950. Lo que actualmente se conoce como la provincia de Guanacaste ha sido un espacio en constante construcción socio- histórica, y en el trascurso de sus transformaciones se ha caracterizado por su gran heterogeneidad social y cultural aspecto que contrasta con su relativa homogeneidad climática y geográfica 17 Efectivamente aunque se haya formado una imagen de un Guanacaste con un sentido de identidad homogéneo lo cierto del caso es que al interior del mismo encontramos un abanico de identidades que marcan diferencias históricas , culturales y sociales y que han llevado a formar un sentido de pertenencia e identificación propio y con respecto a las otros cantones o comunidades de Guanacaste y que han llevado a formar un sentido de pertenencia e identificación propio y con respecto a las otros cantones o comunidades de Guanacaste . Culturalmente Santa Cruz se ubica en el noroeste de Costa Rica, en una región considerada periférica al “Valle Central “y atrasada con respecto a los avances económicos y sociales. Al igual que toda la gran Nicoya, Santa Cruz es considerada como “frontera “entre varias culturas y tradiciones indígenas. 18 En el contexto de la periferia de la construcción del Estado Nacional, debe indicarse que Guanacaste formó parte de esas comunidades que en el siglo XIX, estaban alejadas del control de los espacios del Estado, tenía una gran dispersión de sus comunidades y la expansión de la burocracia nacional encontraba límites al asentarse con comunidades con una gran riqueza cultural. 19 Lo anterior ocasionó que Guanacaste tuviese un panorama muy heterogéneo y complejo tanto en los ámbitos culturales como sociales y económicos. Ello produjo a su vez, que el poder y el dominio de la clase dominante nacional fueran muy relativos y cambiantes según la zona y el periodo. 20 En efecto, mientras la Región Central fue colonizaba desde la época colonial y en ella se concentró la mayoría de la población; otros espacios nunca pudieron ser sometidos y aparecían como un sinnúmero de pueblos dispersos, amen que en el periodo colonial habían sido zonas administradas por otros entes o literalmente las comunidades se autogobernaban como fue el caso del Atlántico Caribe / la zona Guatusa/ Norte, la región Chiricana al sur, o las zonas indígenas de Talamanca, solo para citar algunos casos. 21 Por otra parte, mientras en esta zona el cultivo cafetalero articulaba las redes comerciales y financieras hubo otros espacios que desarrollaban 17 (Núñez & Marín, Guanacaste;: Historia (Re) construcción de una región 1850 -2007, 2009) 18 (6 Núñez y Marín, 2009 19 A manera de ejemplo, los trabajos de Salvador Villar y Víctor Cabrera dan una buena perspectiva de lo que era la presencia estatal en Guanacaste a los albores del siglo XX, véase (Villar, 1934) y (Cabrera V. , 1924). Un análisis de la expansión y control estatal del país puede verse en: (Gil J. D., Controlaron el espacio hombres, mujeres y almas. Costa Rica 1880-1941., 2005) 20 Una aproximación sobre la riqueza cultural de Guanacaste con sus diversidades inter regionales puede verse en: (Cabrera R. , 1989) 21 Sobre esas particularidades regionales véase (Solórzano, 2005); (Badilla & Solórzano, 2010) (Bartels, Abarca, & Marín, 2011); (Amador, 2008); (Abarca, Bartels, & Marín, 2010) y (Viales, La conformación histórica de la región Atlántico/Caribe costarricense, 2013) únicamente labrantíos de autoconsumo. Finalmente, mientras las propiedades comunales e indígenas eran expropiadas y asimiladas en otras regiones, este tipo de tenencia de la tierra se mantuvo y con ello las prácticas culturales tradicionales. ( 22 ) Hasta al menos 1870, hubo muchas comunidades tanto periféricas como en el centro del país que desarrollaron la identidad local. Si bien, todas las comunidades de lo que se formaba como Costa Rica eran muy heterogéneas, compartían estilos de vida sencilla, una relación con el mundo colonial estrecha, duras jornadas de trabajo agrícola y dificultades para intercomunicarse entre regiones. Las comunidades culturalmente estaban influidas por la Iglesia y por la identidad de los santos, los cuales no solo daban nombre a muchos poblados, sino también sentidos de pertenencia, identidades particulares y valores a seguir. Por lo general, cada comunidad estaba fuertemente unida creando códigos vecinales donde el honor, la palabra y la confianza eran normas a seguir. Los códigos vecinales eran un conjunto de estricto de reglas y tradiciones consuetudinarias que creaban la idea de infra justicia, es decir, formas para resolver problemas dentro de la comunidad e impartir justicia. La idea práctica de este código era llevado a cabo por los hombres buenos, los cuales se caracterizaban por ser respetados, tener la justicia como norma, la capacidad de resolver conflictos, podían ser patriarcas familiares, sacerdotes, o personas mayores, que con el tiempo habían demostrado probidad, respeto hacia los demás, imparcialidad, honradez, conciencia y confianza. Dado la existencia de muchas comunidades dispersas, composiciones sociales distintas, y normas cotidianas propias, fue común que muchas de ellas difieran entre sí en valores y formas de resolver sus problemas. Lo anterior llevó a que las comunidades para mantener su cohesión social interna desarrollaran un excesivo escrúpulo al respeto de sus propios valores y mirar otras formas y prácticas de otras comunidades como peligrosas. Así, esas comunidades pasaban a ser los “otros”, los “extranjeros”, los “extraños” y los “peligrosos”, todo representado en la pérdida de valores propios y de las mujeres; esta última, símbolo de continuidad cultural y de pertenencia. 23 En suma, las distancias de una comunidad a otra hacia que dentro de un mismo cantón cada distrito podía tener una norma que en otra comunidad podían no existir. En ese contexto los peleadores o cacos eran hombres que tenían muchas cualidades, además de tener un trabajo compartido, valores comunes y un sentido de responsabilidad social con los suyos, tenía la capacidad de soportar las dificultades y obstáculos de vida cotidiana y gracias a ello convertirse en un verdadero campeón de la comunidad. Sus puños representaban la dureza del medio. El caco de la comunidad era un claro luchador. Para él el dinero y el poder eran accesorios, su lucha estaba por revindicar los valores de la comunidad. 22 Uno de los mejores trabajos en ese campo es la tesis de (Castro, 1989). Un buen resumen de las principales tendencias en los conflictos sociales de nuestro país se puede encontrar en (Oliva, 1991). 23 Un balance de los miedos sociales y la construcción social del miedo con perspectiva histórica puede verse en: (Marín, El miedo en la historia: El pánico social como instrumento de control social. Una aproximación socio histórica de un mecanismo de poder 1750-1850, 2009) A pesar de ser un luchador despiadado con los otros luchadores, tenía la capacidad de ser solidaria, compasiva, piadoso y clemente con el adversario vencido. El caco cumplía así con las normas y principios de la comunidad. Si el hombre bueno daba confianza, justicia y capacidad de honestidad, el peleador era igualmente recto, leal, consenciente, decente y digno. La gran heterogeneidad socio cultural del país obligaba al Estado y a la burocracia ganar legitimidad. Entre 1870 y 1950, la clase dominante del Valle Central procuró aliarse con las élites locales para llevar el poder del Estado a todo el territorio considerado como costarricense. Ello se lograba más fácil si el Estado aceptaba las demandas de los poblados lejanos. Así por ejemplo, Carlos Abarca rescata como la: “… creación de la Policía Rural fue la respuesta gubernamental a los intereses de terratenientes y ganaderos de la Provincia de Guanacaste” ( 24 ) La cita evidencia como diversas disposiciones gubernamentales de control social nacieron del interés por satisfacer las necesidades de las clases propietarias y élites locales de las zonas periféricas, así como la convergencia entre los intereses de expansión de la autoridad y la hegemonía estatal con los beneficios de grupos de presión regional. Tal situación creó situaciones sumamente interesantes. Los discursos locales de abandono y decidía gubernamental impulsaron una alianza entre las localidades y el gobierno central. Tal consorcio hizo que las localidades pusieran recursos propios, tanto materiales como de mano de obra para ayudar al estado a crear sistemas tan complejos como la impresionante red telegráfica, el sistema de escuelas y caminos, los cuales a finales del siglo XIX eran un verdadero tesoro, pues además de impulsar el control efectivo del estado y facilitar el desarrollo de un mercado interno impulsaron un desarrollo económico inclusivo que auto legitimaba aún más la colaboración entre elites periféricas, comunidades y el Estado. Por otra parte, el Estado Costarricense procuró aliarse con instituciones claves que estaban influyendo en las mismas comunidades como era la Iglesia Católica. Aurelio Sandí ha rescatado la colaboración brindada al estado por parte de la jerarquía del catolicismo costarricense principalmente en las zonas periféricas, donde los sacerdotes cumplieron además de sus funciones clericales, las de representantes civiles, jefes políticos, y hasta de administradores estatales. Así, la Iglesia ayudó al Estado en tareas de controlar, vigilar y apropiarse tanto -del espacio geográfico considerado como costarricense, como de los habitantes que residían en dichos territorios. 25 En suma, el periodo 1870 – 1950 fue de construcción tanto de un Estado como de una comunidad política imaginada. 26 En este caso, las comunidades además de adoptar su identidad local y reforzar su sentido de lugar debían incorporar los valores nacionales. 27 24 (Abarca C. , 2001, pág. 76) 25 (Sandí, . La participación de la iglesia católica en el control del espacio en medio de la creación de un país llamado Costa Rica, 1850-1920, 2011) y (Sandí, Estado e Iglesia Católica en Costa Rica 1850-1920 , 2011) 26 Al respeto véase (Díaz, Construcción de un Estado moderno. Política, Estado e identidad nacional en Costa Rica, 1821-1914, 2005); (Palmer S. , Sociedad anónima, cultura oficial: inventando la nación en Costa Rica, 1848-1900, 2004); (Palmer S. , A Liberal Discipline: Inventing Nations in Guatemala and Costa Rica, 1870-1900, 1990); (Acuña, Comunidad política e identidad política en Costa Rica en el siglo XIX, 2001) Hacia 1950, el panorama de las comunidades había cambiado y Santa Cruz de Guanacaste era parte de ese cambio. A mediados del siglo XX, las vías de comunicación habían creado redes regionales, mercados regionales en proceso de integración a un mercado nacional, 28 los códigos de policía y justicia habían logrado insertarse en la justicia y el peso de los hombres buenos era relegado por funcionarios públicos; las escuelas imponían una valorización estándar de la sociedad. La justicia si bien todavía era llevada por jefes políticos, alcaldes, y agentes de policía ya daba síntomas el Poder Judicial de apropiarse más efectivamente de las comunidades, tal y como ocurrió en la década de 1970. 29 . Las imágenes fotografías dan cuenta de los cambios estructurales de Santa Cruz a mediados del siglo XX. Como se puede observar de la ilustración No. 1 a la calle principal de polvo se iban juntando además de la Iglesia, nuevos comercios que eran los que dinamizaban la vida del centro de Santa Cruz, así las antiguas cantinas y ventas callejeras como las que se observan en la ilustración No. 2, tenían como acompañantes los nuevos comercios y productos. La carretera interamericana vino a cristalizar y acrecentar los cambios. La actividad comercial complementada la economía agraria en donde las grandes haciendas ganaderas venían crecer con mayor intensidad los cultivos de arroz, caña de azúcar y frijoles. 30 Ilustración 1: Vista de Santa Cruz hacia 1950, las calles de tierra y la cúpula de la Iglesia sobresalen (Acuña, Historia del vocabulario político en Costa Rica: estado, república, nación y democracia, 1821-1949, 1994) (Acuña, La invención de la diferencia costarricense, 1810-1870, 2002) (Molina I. , Costarricense por dicha: identidad nacional y cambio cultural en Costa Rica durante los siglos XIX y XX, 2002) 27 Véase (Díaz, Fiestas Patrias, Ciudadanía e Infancia en Costa Rica, 1899-1982, S.F) y (Díaz, Pequeños patriotas y ciudadanos:Infancia, nación y conmemoración de la independencia en Costa Rica, 1899-1932, 2010) 28 (León, 2012) 29 (Marín & Gil, Delito, Poder y Control en Costa Rica. 1821 – 2000, 2011) 30 (Edelman, Campesinos contra la , 2005); (Edelman & Seligson, La desigualdad en, 1994) y (Zeledón, 2009) . (Colección Rodolfo Núñez Arias.) Los cambios daban un nuevo rostro a la pobreza y a la desigualdad social. Así, los pequeños campesinos, gente sin empleo y pobres de solemnidad que acudían a los Municipios en busca de ayuda. 31 La solidaridad comunal y la beneficencia local daban paso a nuevas formas. El honor local no desaparecía pero se transformaba radicalmente, los equipos de futbol, la monta de toros y los nuevos medios de sociabilidad dejaban atrás al caco comunal. Ilustración 2: Las Cantinas y las ventas callejeras sobresalían en la Santa Cruz de mediados de siglo XX, Colección Rodolfo Núñez Arias. Los peleadores y la comunidad Para establecer la relación entre los cacos de cada comunidad y sus funciones sociales deben abordarse al menos tres aspectos básicos, como son la identidad que estos están forjando; la relación entre esa identidad la tradición y la rivalidad que se suscita y lo más importante el ritual previo a una pelea. Los tres en su conjunto dan una pista de la historia 31 (Núñez & Marín, 2, 2008) de los cacos en su cenit pero que evidencia la importancia de estudiar todos los mecanismos de configuración de una identidad local. La identidad Como ya se ha señalado, las peleas y los peleadores fueron parte importante en la formación de una identidad local, a través de estas prácticas se forjó un prototipo de hombre y esto quedó reflejado en variedad de manifestaciones culturales como fueron canciones, las coplas, las leyendas, las tallas, y sobre todo, en la memoria de los hombres y mujeres de la época. Los roles y prácticas de los peleadores analizados en este trabajo cumplieron tres características que ha definido Francisco Enríquez para establecer una la identidad local como fueron:  Establecer un conjunto de sentimientos, actitudes, conocimientos, tradiciones  Crear herramientas, posiciones ante la vida etc., que fueron compartidas por los individuos de la comunidad  Y ser nacidos y crecidos en determinado lugar y época guardando los valores de ese espacio, o territorio definido como propio. 32 Los elementos señalados por Enríquez son valiosos, en el tanto, que logra abarcar un conjunto de elementos que son compartidos por un grupo de personas que van creando aspectos de carácter identitario que los identifican y los distinguen de otros grupos. Así, las peleas fueron esenciales pues crearon actitudes y sentimientos de solidaridad, fraternidad, autodefinición positiva de una comunidad. Las peleas desarrollaban y justificaron un mundo competitivo, pero también de arraigo, ya sea tanto en el ámbito comunal como en el familiar. Entre 1850 y 1950 hubo un asoció casi fundido entre el lugar y los apellidos del peleador. Lo anterior, no es extrañó a las comunidades, muchas de ellas tenían topónimos como la calle de los Hernández, los Arias, los Mendozada, los Baltodano, los Ortegada, los Arrietada, los Briceños, los Rosales, los Mejía, los Viales, los Casasola, solo por nombrar algunos. La relación familia y territorio tenía un peso específico a la hora de valorar la categoría del peleador. Así un Baltodano, hijo de Juan Baltodano ya tenía sobre sus espaldas una gran carga o peso emocional, pues su apellido había creado un respeto a través de generaciones. Así la persona tenía que responder por sí mismo a lo hecho por otros familiares que le precedieron. Baltodano además de honrado, justo y confiable tenía que ser “buenos para los puños”. Un relato del señor Casimiro Guadamuz, gran maestro, folklorista y cultor de la historia de Santa Cruz; sobre la apaleada que le dieron a Dolores Rueda un 14 de enero, rescata esa dimensión familiar y comunal de los peleadores. Según relata don Casimiro 32 (Enríquez, Estrategias para estudiar la comunidad donde vivimos , 2004, pág. 30) “Era Dolores Rueda, un hombre liberiano afamado para pelear, nadie le pegaba y ya había recorrido fiestas por muchos pueblos de Guanacaste sin conocer la derrota ante los mejores peleadores de cada población, su fama se había difundido por toda la llanura. A principios presente siglo [XX] llegó a Santa Cruz. Era un 14 de enero. Él estuvo en la plaza de toros, probó una de las mejores fieras sin botarlo, ya que era también buen montador. Después de la pequeña corrida de las vísperas, como a las 3 de la tarde se puso a gritar alardes de su fama de campeón peleador. Los Santacruceños lo oían pero no decían nada, hasta que apareció, el también famoso peleador santacruceño, Patricio Chavarría, “Pato Negro “, y le respondió a Rueda. La policía abrió el típico corral con sus cutachas desenvainadas para que nadie se metiera y comenzó la pelea. El Santacruceño era chato, grueso y moreno. El fiero combate entre los dos guayacanes de la Pampa fue presenciado por todos los fiesteros de ese día. La lucha estaba pareja hasta que “Pato Negro “le asesto buen golpe y se arrancó a Rueda. Lo cogió de la mano, lo levantó y volvieron a entrenzarse nuevamente. “Pato Negro” tumbó a Rueda al suelo varias veces, hasta que quedó Rueda sin animo, y allí terminó de golpear“ Pato Negro“, dejándolo improsulto de golpes y todo amoratado. A insistencia de los mirones, que gritaban jubilosamente ¡Viva Santa Cruz! ya vencido el campeón montador y peleador visitante, la autoridad paró el pleito. Dolores Rueda quedó, como decimos los guanacastecos: “todo apaleado”. Apenas oscureció se fue. No había amaneció y ya había puesto pies en polvareda. 33 El relato de don Casimiro Guadamuz puede ser muy ilustrativo de cómo los peleadores se erigían como representantes de un pueblo. Ellos eran personas que cohesionaban en torno al honor comunal. Vencer a un campeón liberiano ameritaba sacar un gran grito de ¡Viva Santa Cruz!, pero más que ello demostraba todos los valores positivos del santacruceño en contra del liberiano. En un trabajo previo 34 , varios informantes rescataban las diferentes percepciones de santacruceños hacia otras poblaciones del Guanacaste. Así ellos caracterizaban a los liberianos como personas que tenían una visión de superioridad. Para ellos esto era evidente en la clasificación que hacían los liberianos hacia los de la bajura. Los entrevistados indican que con este concepto los liberianos se auto colocan en el centro de la provincia definiendo a la bajura no en términos geográficos (los del sur o los de la península), sino que lo hacían para remarcar las diferencias sociales, por lo que para ellos el sur sería menos ilustrada o menos importante. Con respecto a la zona nicoyana los informantes indicaron que esta región era percibida como de gente conservadora, pero que tienen una gran visión de superación, de manera que 33 (Guadamuz, 2011) 34 (Núñez & Marín, 2, 2008) también se les reconoce como muy trabajadores. Por la misma geografía, se les considera muy localistas y más religiosos que el propio santacruceño. 35 Dichas visiones localizadas en el trabajo de campo por los suscritos vuelven aparecer esta vez en la figura de los peleadores quienes eran los paladines y defensores de la comunidad. Así en la década de 1950 cuando los peleadores o cocos estaban en su apogeo posiblemente rescataban adjetivos positivos o negativos realzando las características de los pobladores. De esta forma, se podía resaltar que la gente de Tilarán eran de mucha plata y dedicados a la ganadería mientras se destacaba que los de Hojancha era buenos agricultores. Que los Bagaces, Cañas, Hojancha y Tilarán era inmigrantes cartagos y que no tenían la sangre de los guanacastecos A lo que estos podían responder junto con los nicoyanos y santacruceños que los liberianos eran paisas o “los tuvo”, por “fachentos”. En respuesta los liberianos podían destacar sus dotes de valentía y ser buenos montadores de toros y buenos a la hora de pelear. En fin, unos y otros revalorizaban en estas peleas sus propias virtudes y se buscaba destacar las debilidades del oponente. Así otra parte interesante de rescatar es que las rivalidades y las peleas locales eran legitimadas por las autoridades, las cuales permitían dentro de ciertas reglas que los peleadores dirimieran su rivalidad y el honor local. Finalmente, en el relato se deja constancia de una historia personal y familiar, tanto Dolores Rueda como Patricio Chavarría crearon un suceso histórico local que fue mucho más allá del hecho puntual de la pelea. Ambos tenían fama, un pueblo y de ahora en adelante sus hijos debían emular la notoriedad conseguida por los peleadores. Otro Rueda debía restituir la fama de su pariente. Así su alarde de fuerza y habilidad debían restituirse en el mismo escenario perdido: las fiestas santacruceñas por obligatoriedad debían convertirse en otro entorno de lucha en las fiestas del próximo año. A parte de lo anterior, debe indicarse que el honor local y familiar estaba siempre en juego, los peleadores debían constantemente trasladarse a los pueblos en tiempos circunvecinos, en tiempos de fiestas. Ahí era no solo los escenarios donde se concentraban las comunidades, sino también, la oportunidad para asegurar la fama de su localidad. Conforme se extendiera y llegaran su habilidad los pueblos quedaban atrás y llegaba la lucha por conseguir el respeto en todo el cantón. Identidad, tradición y rivalidad. Como muy bien señalaron Hobsbawm y Ranger la “tradición inventada“ implica un conjunto de prácticas, las cuales normalmente están gobernadas por reglas aceptadas 35 La información se basa en una serie de entrevistas realizadas por Rodolfo Núñez a personas mayores de Santa Cruz en el mes de octubre del 2006 como parte de un proyecto sobre la historia regional de Guanacaste elaborado en colaboración con Juan José Marín. Los entrevistados fueron: (Gómez Villafuerte, 2006); (Reyes, 2006); (Díaz Enríquez, 2006); (Castellón, 2006); (Cascante Villegas, 2006); (Cascanta Villegas, 2006) y (Baltodano Díaz, 2006) abierta o tácitamente por las personas y, en donde, la naturaleza de la misma sea simbólica o ritual. Las tradiciones inventadas son mecanismos utilizados por actores sociales que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento, esto por medio de la constante repetición. La recreación busca crear una continuidad con el pasado, así el movimiento se reduce a la permanencia y el significado social deviene en ritual o función simbólica. 36 Las peleas representaban una tradición que conforme paso el tiempo las mismas comunidades el crearon un simbolismo que permitiese lograr una reafirmación identitaria. Así, en cada fiesta u ocasión de celebración comunal los Santacruceños, los Liberianos o los Nicoyanos hablaban de sus grandes dotes como buenos peleadores; en esas conversaciones se exaltaba su fuerza, su habilidad y sus mañas para conseguir triunfos. No obstante, los triunfos, y más cuando eran constantes y daban un aurea de invencibilidad, se hablaban de temidos pactos, como los relatados por Marc Edelman en el caso de Chico y el Diablo. 37 Por ello, los peleadores tenían sus oraciones secretas para que los protegiera de los pactos diabólicos como para hacerse ellos mismos invencibles en las peleas. Esa construcción identitaria, entre peleadores y las fuerzas ocultas se ponía a prueba en cada pelea. La carga negativa de una perdida era muy alta, pues no sólo se dilapidaba el honor personal, sino que se hacía malograda la distinción de todo un pueblo. Por el contrario, cuando un peleador lograba un triunfo se hacían alusiones positivas del peleador con frases como “ ahí vienen los Santacruceños” o “llegaron los Nicoyanos “ demostrando la valida tanto del peleador como de su tierra. De ahí, que la fe y las oraciones hacían valer el favor divino hacia la comunidad de la que el peleador era parte integral. Aún comunidades pequeñas como los barbareños, los matambuseños y los matineños de Nicoya; los beleneños o los aradeños tenían sus peleadores. Así, en estos pueblitos se pactaban con anterioridad a las fiestas del barrio o los turnos el día, la hora y el lugar donde se desarrollarían las peleas. La euforia de las fiestas y el calor del licor no eran suficientes sino había peleas. En estas pequeñas comunidades también surgían esos sentimientos de respeto que habían los villorrios más grandes. Un aspecto de resaltar es que de estas comunidades salieron grandes peleadores que hicieron valer el honor de su cantón como fueron los Cubillo, los Vallejos y los Villafuerte de Santa Barbará.- Los Gutiérrez, los Cabalceta, y los Barrantes de los pueblos aledaños a Santa Cruz, los Baltodano de Juan Díaz, un poblado de la parte alta de Santa Cruz de Arado. Así, las rivalidades se gestaban a nivel de las comunidades internamente hablando, luego llegaban al nivel de los villorrios y finalmente a los cantones. Dichas rivalidades fueron transmitidas de padres a hijos, sin embargo, en la actualidad las jóvenes generaciones han perdido esta expresión, aunque como ya se señaló se mantiene el respeto a lo local en la tradición de las montaderas de toros. Ritual previo a una pelea. 36 (Hobsbawm & Ranger, 2002, pág. 8) 37 (Edelman, Don Chico y el diablo: dimensiones de etnia, clase y género en las narrativas campesinas guanacastecas del siglo XX, 1994) Víctor Turner sugirió que a pesar de que las estructuras de organización social sean contradictorias y que produzcan a su interior conflictos perennes entre personas y grupos, los rituales vienen a convertirse en asociaciones unitarias, aunque transitorias, y que en esos momentos breves enfatizan los valores comunes por encima del desacuerdo de intereses particulares. Para Turner el ritual compensa las deficiencias integradoras de una sociedad políticamente inestable. 38 Así, el ritual que está compuesto por una serie de acciones, actitudes y prácticas con valor simbólico por lo generalmente como señala Turner cuentan con un sentido o razón de ser en el contexto de una religión o la tradición de alguna comunidad. Valorados así los rituales puede decirse que en el mundo de los cacos o peleadores locales también existieron rituales socialmente compartidos unos y otros fueron asumidos de manera muy personal por cada peleador. Así, en el ámbito personal cada peleador tenía un icono religioso, por ejemplo portar una oración o medalla milagrosa. Sino, simplemente se acostumbraba persignarse con el dedo del pie. En el ámbito de la comunidad, el ritual era más serio y ceremonioso. Las peleas tenían todo un previo. Así, antes de llegar a consumarse el combate, los peleadores alababan su comunidad y luego insultaban a la de su contrincante. Este protocolo hacia denotar todas las rivalidades locales o regionales existentes. El peleador llegaba a un lugar público y de gran sociabilidad lugareña como eran las cantinas o parques. Como se indicó lo primero que hacía era resaltar el lugar de su procedencia. Gritaba a viva voz el nombre de su terruño. Luego se iba acercando poco a poco al punto de encuentro, generalmente eran las cantinas o el lugar central del turno o la festividad. Allí, el peleador se auto presentaba y expresaba su lugar de procedencia y sus propias virtudes como montador, trabajador o de su oficio personal. Inmediatamente, comenzaba a lanzar retos a sus rivales, denigrando la comunidad y luego a su contrincante. Así pues, el primer gran paso de este ritual estaba en acervar la rivalidad que surgía entre los peleadores. En esencia, se destacaban aspectos como la fuerza, la habilidad de uno de ellos, la capacidad de conquista entre las mujeres o el carácter irascible de alguno de los contendores. Una vez establecida la rivalidad devenía un segundo paso como era la cita. Acá los rivales establecían un día, una hora y un lugar en donde se dirimirían las diferencias. Usualmente, no pasaba de dos días después del reto. La idea era que durante la semana de festividades el punto de la pelea coincidiera con la fecha de la fiesta patronal propiamente dicha o en su defecto, en el punto culminante del turno o de la celebración especial que se enaltecía. Además de ello, los rivales procuraban que al llamarse a la lucha todo el pueblo pudiese darse por enterado. El llamado a la lucha se hacía a la usanza tradicional, la cual consistía en un grito guanacasteco. Una vez que le primer grito se escuchara, se esperaba la respuesta. Esa era una señal de que el rival efectivamente estaba en el sitio. Logrado lo anterior, los peleadores continuaban gritando y se iban acercando hasta encontrarse frente a frente. 38 (Turner, 1980) El tercer acto de este laborioso ritual eran las demostraciones de fuerza. Para ello se procedía a golpear con fuerza el suelo, luego quitarse la camisa, inmediatamente se procedía arroyarse el ruedo de los pantalones, en seguida se llenaban de polvo las manos, todo ante la gran expectativa de los lugareños y visitantes que tenían su parte en el ritual, pues alentaban a su peleador favorito. El quinto paso era que una vez listos se retaban de nuevo, pero esta vez, a través de retahílas. En cada una se relatan una serie de sucesos propios o de su comunidad que se mencionan en un preciso orden. Las retahílas se presentan como juegos de palabras que alaban la memoria colectiva y personal y están destinadas a crear una concatenación de hechos que auguran la victoria. Así las retahílas de nuevo resaltaban la fuerza y hombría de uno sobre otro y desde luego la respuesta no se hacía esperar. El último de los pasos del ritual era el de hacer un circulo o espacio para que los rivales pelearan sin estorbos. Una vez abierto el espacio y estando los luchadores en plena acción ningún espectador podía intervenir hasta que uno de los dos se rindiera o diera por vencido. Si el peleador vencido solicita una revancha el vencedor normalmente accedía a ella y pactaban nuevamente en donde se volverían a encontrar . La violencia en la lucha era más que evidente. LOS contendores no se daban fácilmente por vencidos. En el Valle Central, existen anécdotas de como el Coco de San Rafael de Heredia, Juan José Benavides, a punta de “pescozones” era capaz de “apearse” narices y orejas, a tal punto, que las autoridades policiales tuvieron que multarle los puños, pena que por cierto no estaba registrada ni en los códigos de policía ni penales, pero que eran parte de las leyes consuetudinarias que debían manejar las policías de comunidades para controlar efectivamente los denominados excesos y desordenes públicos. 39 Sin duda el ritual previo las peleas eran muy importantes se creaba toda una expectativa entre la población. Lo normal era en que en el transcurso de cada pasa los espectadores hicieran mil y una conjeturas. A veces se hacían apuestas de quien sería le vencedor pero normalmente era mal visto, pues se estaba en presencia de una lucha por el honor. Como se indicó en el ámbito de lo personal los peleadores llevaban amuletos en forma de oraciones o estampas. Una de las oraciones más usadas era la de La Piedra de Ara la cual decía: Oh gloriosa piedra de Ara Que en el fondo del mar naciste Y entre mármoles creciste Te pido que mis enemigos sean fieles Y me libres de la muerte, amen. (La oración fue facilita por el señor Luis Fernando Aguilar) 40 39 La referencia pertenece a la familia Benavides Hernández. 40 (Aguilar, 2011) En suma, las peleas y los cacos fueron parte de un laborioso sistema de símbolos comunales que hay que situarlos dentro de un contexto más amplio basado en las interacciones y las relaciones sociales. El significado de las peleas fue parte de un mundo rural duro que se integraba a nuevas identidades mayores. Así, la conducta de los peleadores, y los espectadores jugaron un rol de simbiosis y participación, un análisis más profundo de los mecanismos de identidad local permitiría entender la dinámica de las comunidades y su idea de sentido de lugar. Lamentablemente, es una tarea que exige mayor trabajo tanto de fuentes como de labor interdisciplinaria. Un estudio de caso. El peleador Clímaco Baltodano Díaz. Quien era Don Clímaco Baltodano La memoria colectiva guanacasteca tiene a muchos peleadores. Desdichadamente, pocos han quedado en la cultura escrita de las fuentes oficiales. Rescatar a cada uno de los peleadores es una tarea casi imposible. Todavía en nuestro país no contamos con acervos en audio de los sectores populares a pesar de la existencia de la gran plataforma de Voces e Imágenes de la Historia del CIHAC 41 o de una cultura historiográfica que construya la historia con la gente como existen en otros países. 42 Así a pesar de que fueron mucho los peleadores que se destacaron en Santa Cruz, existe una figura que puede dar cuenta de ese mundo. En efecto, se ha escogido a don Clímaco Baltodano Díaz, apodado amiguito por varias razones. La primera es su procedencia social, la cual se asemejó a mucho de los peleadores guanacastecos. Segundo, es un caso donde las anécdotas propias de la memoria popular aún perviven en Santa Cruz. Tercero, fue un peleador ganador, de esos que dejaron fama en todo Guanacaste. Cuarto, fue de esos peleadores que en su tiempo de luchas fue acompañada de una aureola de tener “supuestos poderes “. Y finalmente, su recuerdo es aún muy vivido dentro de la sociedad santacruceña actual. Estas razones permitirán adentremos en una comprensión más integral de la figura del peleador. Don Clímaco Baltodano no fue un peleador en términos singulares y aislados, por el contrario, su vida como peleador se dio en torno entorno a su comunidad. Don Clímaco Baltodano Díaz nació en Juan Díaz, pequeño pueblo en las partes altas de Nicoya. Al igual que otros pueblos de Nicoya como Caimital, Cerro Negro, Cola de Gallo, Cuesta, Curime, Chivo, Gamalotal, Guaitil, Jobo, Lajas, Nambí, Pedernal, Picudas, Pilahonda, Quirimán, Quirimancito, Sabana Grande, Virginia, Zompopa, apenas es conocido en el ámbito costarricense, a pesar de ello su pasado está estrechamente ligada al mundo colonial y al Corregimiento de Nicoya por lo cual sus habitantes sufrieron movimientos poblacionales para las encomiendas. El despoblamiento devino en repoblamientos periódicos. La economía fue de subsistencia hasta bien entrado el siglo XX y como las comunidades aledañas creó un gran sentido de lugar. 41 (CIHAC, 2011) 42 El reto es interesante al respecto véase (International Oral History Association) Aún hoy en día el poblado de Juan Díaz es pequeño, asemejándose a un caserío disperso a lo largo de una calle de piedra. Conserva su ambiente rural con una pequeña iglesia, una escuela, y un par de pulperías. La economía agraria perdura en un paisaje hermoso que permite divisar la Bajura Guanacasteca y una buena parte del Golfo de Nicoya. La actualidad del poblado evidencia un pasado aún más aislado y permite comprender la importancia tanto de la auto identificación local como de la imposición de códigos vecinales de conducta. El clima más fresco de Juan Díaz debido a la altura no quita lo duro que es el trabajo agrícola, donde las capacidades de los agricultores no se miden solo por la productividad de los sembradíos de maíz , frijoles , caña y desde luego pastizales, sino también por el empeño y el trabajo realizado por el agricultor. Don Clímaco Baltodano nació un 30 de marzo de 1910 y murió en Finca Seis de Río Frío de Sarapiquí, un 26 de setiembre del año 2000, a la edad de 90 años. Sus padres fueron agricultores reconocidos don Guadalupe Baltodano y doña Águeda Díaz. El Nombre Climaco proviene de un Santo (San Juan Clímaco quien según la Iglesia Católica murió un 30 de marzo de 649). Como era la costumbre de la época los nombres salían de los santorales que se pegaban en las casas para saber las lunas y los tiempos de sembradío. Así que poco conocimiento tenían sus padres que el nombre provenía del griego y que su significado era “El que sube”. Como todo guanacasteco de la época se casó joven una vez que pudo disponer de un trabajo estable para mantener un hogar. Se casó con doña Calixta Ramos Duarte, con ella tuvo diez hijos y según recuerda uno de ellos tuvo por lo menos dos más por fuera de su matrimonio. Don Fidel Baltodano Ramos, hijo de Don Clímaco Baltodano recuerda que su padre: “Era bueno con nosotros y bueno para el trabajo. Decía que era malo andar peleando. Él era una persona que no sabía nada, no estudio, no sabía nada… solo sus secretos. No sabía leer ni escribir, si necesitaba una oración se la daba a otra persona para que se la copiara. A él la gente le pedía oraciones. Así que él las vendía a otras personas. Era de un carácter tranquilo, aunque a veces se ponía bravo… pero no vivía bravo. Era muy bueno. Él no trabajaba en algo fijo, era chambero, jornalero y cortador de leña. Él se mantenía trabajando donde Dolores Navarro, un finquero de J uan Díaz y donde don Lorenzo Viales que también tenía una finca en J uan Díaz. Tenía muchos amigos y el que lo buscaba para pelear era para probar. No era odioso, era fiestero tenía amigos por todo lado. Era creyente en Dios. Cuando estábamos güilas nos llevaba a Misa, pero le gustaba la pelea y sus amigos le pedían que los entrenara en la lucha cosa que él hacía. Era noviero, peleador y mujeriego”. 43 La larga cita del hijo de don Clímaco nos permite tener un primer acercamiento a la figura de este peleador guanacasteco. En palabras de su hijo se pueden distinguir algunos rasgos 43 (Baltodano, 2011) de su personalidad. Así en primero lugar, formó parte del mundo no letrado que apenas se imponía en sus lares. La idea de que era una persona con muy baja escolaridad debe leerse al reverso. Es decir, que era una persona que formaba parte de la cultura de su comunidad y de la transición oral y práctica de los valores de su comunidad. Así, posiblemente era una persona muy sensible a los valores identitarios de su propia comunidad y conocedor de las reglas y sanciones que rigen a los mundos comunales. Juan Díaz para la época que nació don Clímaco era una comunidad muy aislada no solo de Guanacaste sino también de Nicoya, al encontrarse en las partes altas de las montañas las reglas sociales que predominaban eran las de su propia comunidad. Como muchos otros lugares de la periferia la niñez y juventud de don Clímaco no estuvo marcada por los valores nacionales hegemónicos que se imponían a través del sistema escolar. Por lo contrario, la comunidad era lo que predominó en su formación. Aún en comunidades guanacastecas donde existían escuelas la comunidad tuvo un papel relevante. El origen humilde de don Clímaco hacía que todos los hijos debiesen incorporarse lo antes posible a la economía familiar, aun si esto suponía abandonar los estudios escolares cuando los había. Desde niños se debió aprenderse las ocupaciones propias del campo, tales como chapear, cortar leña, lidiar con ganado, buscar pozos de agua, arreglar cercas, sembrar y recoger café (Juan Díaz poseía un clima apto para la siembra del café ). Como muchos jóvenes pronto entraban en el duro mundo del chambero (persona que trabaja de manera ocasional en lo que sea), el cual exige demostrar fuerza, empeño, pericia y valentía para ser contratado por los finqueros. El carácter tranquilo de don Clímaco denota que como cualquier campesino respetaba su honorabilidad y generaba la confianza que en su trabajo no generaría problemas. En el mundo rural lleno de informalidad laboral que impide tener una propiedad individual y que exige muchas condiciones para ser contratado como peón esas dos disposiciones daban fe de la decencia, la probidad, la lealtad y la honradez de un trabajador como don Clímaco, lo que se traducía a nivel personal en mantener un renombre, un respeto y la hombría como chambero. A don Clímaco, como recuerda su hijo, no le gustan los problemas, pero como todo hombre de campo, nunca rehuía una pelea, aunque sólo enfrentaba a los que “lo buscaban a él“. Una vez que esto se decidía debía seguir un ritual en honor tanto a su comunidad como a sí mismo. En los pasos del ritual su carácter debía tener drásticos cambios, al calor de las fiestas y desde luego los tragos de licor que en ellas se ingerían. También suponía alzar el tono del lenguaje para responder a las ofensas contra su comunidad y contra él. Al mismo tiempo que debía injuriar, agraviar y deshonrar a su adversario. En el mundo rural no cabe la máxima de responder el ultraje con el desconocimiento del agresor. La ofensa no se acaba humillado al agresor ignorándolo. El silencio como vilipendio simplemente no cabe. Así la tranquilidad de don Clímaco desaparecía en estos encuentros y curiosamente era lo esperable dentro de su comunidad. Don Clímaco debía claramente defender el honor de todos. En el rito don Clímaco debía dejar de lado también su humildad, pues en el ánimo de las personas que lo rodeaban en sus luchas debía demostrar y hasta alardear de sus habilidades en la lucha, sacar a relucir su fama; presentar sus victorias, y evidenciar sus músculos forjados en el trabajo quitándose la camisa, arroyándose las mangas y golpeando el suelo. Sin duda, su fama de triunfador saltaba envidias y algunos le endilgaban pactos malignos. Curiosamente, don Clímaco jugó un rol con lo sobrenatural muy particular, en lugar de acrecentar la idea de un arreglo con el maligno, buscó acercarse al lado piadoso, demostrando que si había un alianza era con Dios y sus santos. Así a pesar de no leer buscaba copistas que permitieran vender oraciones para “retrasmitir sus poderes sobrenaturales“, lo cual hizo tan generosamente como entrenaba a todos los peleadores que buscaban su consejo. La venta de oraciones tuvo un contexto mayor que el pecuniario. La ganancia se hallaba en el capital social que formaba don Clímaco. Así el poco ingreso que daba la venta de oraciones era subsanado con el gran retribución social que daba “ayudar a sus amigos “, redistribuir su suerte a otros peleadores esperanzados en emular sus hazañas y en prodigar sus propios “poderes sobrenaturales” otorgados por las “oraciones milagrosas “. Don Clímaco fue hijo de la sociedad donde nació. La sociedad le exigía una masculinidad fuerte manifestada en el duro trabajo del campo, la cual debía ser demostrada en el campo laboral y en la lucha por el honor comunal; tener gran cantidad de hijos con su esposa, sin abandonar la condición de mujeriego, si bien hoy esto se conceptúa como un valor misóginos y tradicionista, en su época era una condición de hombría; y finalmente, debía ser “fiestero “en sus tiempos de ocio. Como buen guanacasteco de la bajura debía ser alegre, despreocupada de las duras condiciones de supervivencia, hospitalario y amigable. Ilustración 3: Clímaco Baltodano Díaz fotografía Colección Fernando Briseño. Parentela de Don Clímaco Baltodano recuerdos familiares de un peleador guanacasteco Don Juan Carlos Baltodano un sobrino de don Clímaco quien nació en San Juan de Nicoya, un pueblo cercano a Juan Díaz recuerda a su tío en forma muy cercana. Según relata don Juan Carlos Baltonado a pesar de no nacer en el poblado de Juan Díaz, al poco tiempo de nacido sus padres tuvieron que trasladarse de San Juan al poblado de su tío. Por ello lo recuerda muy bien, como: “Una persona cariñosa, popular y amable. Siempre atenta con la gente. Ellos tenían un trapiche [haciendo referencia a su abuela,] cultivaban caña y hacían dulce. El no estudio por lo que no sabía leer ni escribir, aunque había una escuela, la cual era un rancho en donde personas que había cursado su sexto grado eran los maestros. El no estudio porque ir a la escuela era “vagancia” y no había comodidad. Ellos eran agricultores, tenían bueyes, y molían caña tenía bastante tierra. Mi tío no era religioso, eso de ir a misa no, pero era creyente respetaba las cosas de Dios. El peleaba con los hermanos por mujeres, en especial con su hermano Genaro. Él tenía mucha fe en “cosas”, supersticiones y pagaba por esas “copias “, era muy callado había que buscarlo para hablar y nunca contaba “cosas”. Tampoco se entusiasmó por tener animales (ganado, cerdos, caballos) murió pobre, murió abandonado, de lo que tenía (oraciones) no quedo nada”. 44 Don Juan Carlos continúa su relato este referido a las peleas y enemigos que tuvo don Clímaco: “Con Adolfo Castellón que era un peleador que tuvo fama en Santa Cruz una vez entró mi tío a la cantina y lo saludo. Pero Adolfo lo golpeó diciéndole quiero tantearlo viejito. Mi tío salió y se quedó un rato fuera de la cantina. Luego se volvió a meter a la cantina y le dijo a don Adolfo… si quería pelear… y le agarró la mano hasta que parecía que se la iba a quebrar. En otra ocasión, aquí en este solar [señalando un pequeño solar o patio] vi a mi tío hacer una hazaña grande. Resulta que había un señor que le decían Marroco (Concepción Díaz) eran primos pero también eran enemigos. En esa oportunidad había una votación electoral, un 4 de febrero. Y ese Marroco andaba una cutacha (cuchillo delgado de mucho filo), y le dijo a mi tío que quería machetearlo y dejó la cutacha escondida para agarrarlo en la calle y cuando mi tío salió de votar Marroco le sacó la cutacha. Mi tío le tenía miedo a las armas [cutachas o cuchillos]. Él se vino corriendo y el otro atrás. Mi tío se montó en ese altillo [montículo de tierra] y de un pronto a otro el que volaba sangre era Marroco. No se supo en qué momento lo golpeó y salió corriendo. Mi tío nunca usó armas de ninguna clase, le tenía mucho miedo. Otro suceso se dio cuando una vez un muchacho de Quiriman [poblado de Nicoya] se lo apeó con una piedra. El muchacho se llamaba Arístides Batista, pero después mi tío lo agarró y lo hizo temblar. Yo creo que mi tío nunca tomó guaro se arrimaba a ver a las cantinas, no le gustaba que le dieran guaro, decía que era para golpearlo. Él nunca tuvo ambición de tener cosas. El vendió la propiedad en J uan Díaz y se fue para Río Montano [Nosara] compró y luego vendió. Se fue a vivir donde Andrea, una hija de Santa Cruz. El papa de Clímaco tenía mucha plata, oro en alforjas y alhajas, pero se criaron pobremente, usaba caites [sandalias hechas de cuero de res sin curar] y los platos eran latas de sardina”. . 45 Los recuerdos que tiene don Juan Carlos Baltodano de su tío son igualmente muy interesantes, en la medida en que parecen reforzar algunos de los “valores “relatados por los santacruceños. Así por ejemplo, se destaca el proceso de masculinidad que tenía que tener el hombre, incluso disputando mujeres a sus propios hermanos. Asimismo, en poblados pequeños las rivalidades surgían en el mismo seno de las familias, dándose pleitos entre primos. Por otra parte, si bien don Clímaco tuvo la oportunidad de tener tierras optó por mundo del chambero. Así parece reforzar la idea que algunos tenían como un persona que debía demostrar fuerza, empeño, pericia y valentía para ser contratado por otros 44 (Baltodano, 2011) 45 (Baltodano, 2011) finqueros, antes que tener el mismo su propia tierra, ganado y caballos. El desconcierto de don Juan Carlos Baltodano resulta de una pugna de valores donde para unos el prestigio está en las habilidades mientras para otros el éxito y el reputación o buen nombre estaba en la posesión de riquezas objetivas y visibles como era el ganado y la tierra. La figura de don Clímaco en ese sentido podría ser atípica propia de una especie de vagabundo sabanero que tenía a buscar el mundo del chambero antes que la riqueza. Un elemento llamativo señalado por don Juan Carlos Baltodano fue que no recordaba que su tío tomase guaro a pesar de visitar las cantinas. Si bien, en el mundo rural guanacasteco y costarricense el licor fue pan de todos los días don Clímaco parece que no fue un bebedor empedernido. 46 Lo anterior es más que significativo para lograr la aureola de invencible. En otros contextos, algunos no llegaron a tener esa fama. En Zapote, un distrito josefino, en la misma época de don Clímaco (1950 – 1980) los Umaña eran los cacos del barrio y eran invensibles. No obstante, su gusto por el licor hacía que cuando estaban muy tomados llegaban otros peleadores, en búsqueda de la notoriedad, les pegasen. Sin duda, el acto no se repetía cuando estaban buenos. Ahí los Umaña daban miedo y hacían correr a esos “animosos” retadores. 47 El vicio del licor hizo que los Umaña no tuviesen la imbatibilidad que gozó don Clímaco. Esta actitud de don Clímaco, más que las oraciones, pudo ser una diferencia sustancial con respecto a otros contendores. Finalmente, don Juan Carlos Baltodano como miembro de la familia veía otro mundo de los “poderes sobrenaturales” de don Clímaco. Para él, las oraciones eran un refugio de don Clímaco en un contexto donde tenía enemigos dentro y fuera de su familia. La presencia de las oraciones como amuletos y su fama de poseer poderes mágicos lo hacía ver en ellas una forma de librarse de sus enemigos, aunque don Juan Carlos Baltodano admite que es solo una suposición propia, pero que aun así tiene alguna lógica. Para don Juan Carlos Baltodano una de las oraciones preferidas de su tío era la de las Trece Palabras que decía: De las trece palabras que Cristo le dio a san Juan al pie de la cruz La una que pudo más que le sol y la luna y la casa de Jerusalén Donde puso Cristo sus santos pies amor. La dos las doce tablas de moisés la una que pudo más que el sol Y la luna y la casa santa de Jerusalén donde puso Cristo sus santos Pies amor. De las trece palabras la tres las tres Marías, las doce tablas de moisés La cuatro los tres evangelios, tres Marías las doce tablas de moisés La una que pudo más que el sol y la luna. De las trece palabras La cinco las cinco llagas, los tres Evangelios De las trece palabras La seis, las seis candelas que alumbran a Babilonia, las cinco llagas, los tres Evangelios. 46 Al respecto véase (Gil J. D., De botellas y taquillas y de ebrios pendencieros. Estigma y alcohol en la provincia de Heredia, 1880 - 1941, 2000) y (Vega, 2009) 47 La anécdota se toman de los racuerdos familiares de la familia Umaña Naranjo. De las trece palabras la siete Los siete coros divinos, las siete candelas que alumbraron De las trece palabras la ocho Los ocho gozos, los siete coros divinos, las seis candelas. De las trece palabras La nueve Las nueve mozas De las trece palabras la diez Los diez mandamientos De las trece palabras La once Las once vírgenes, los diez mandamientos De las trece palabras La doce Los doce Apóstoles De las trece palabras La trece Trece rayos trono al sol, trece rayos tienen la luna, canta el gallo La pasión, revienta el demonio que es un mal corazón. 48 La oración de las “Trece Palabras” no solo fue devoción de don Clímaco sino de muchos peleadores. Según las creencias de estos la oración por si misma les daría poderes sobrenaturales a ellos. La oración se rezaba antes de cada combate. El peleador debía memorizarla y se supone que es una oración que muy poca gente conoce. Y las pocas personas que se la saben o la poseen deben ser muy discretas y no divulgarla. De hecho, el informando que brindó la oración pidió el anonimato. Lo que revela que aún hoy en día es guardaba en la memoria de los peleadores de antaño. En el caso de don Clímaco existen algunas personas que aseguran que poseía la piedra de Ara. Una piedra con poderes mágicos venida del fondo del océano y que generalmente la poseían Sacerdotes. Se cree que las personas que poseían estas piedras no podían cruzar ríos o mares porque corrían el peligro de ahogarse. Así en el mundo mundo sobrenatural de los cacos y las peleas comunales que rodeaban a don Clímaco estaban las oraciones y esta misteriosa piedra. Imaginario que aún perdura en algunos jóvenes santacruceños, quienes tienen la creencia de estos poderes mágicos. Hasta tal es el punto que algunos de ellos se esmeran por conseguirlas. Rafael Jaén Villarreal, un joven Santacruceño, comentaba que: Dicen que los peleadores utilizaban las trece palabras como “amiguito” [sobrenombre de Don Clímaco]. A él nadie le pegaba, incluso hoy para pelear y “agarrar “mujeres, es decir [conquistarlas] usan oraciones, y es de gente que los abuelos han muerto. Y se le pasaron la tradición [se refiere a las oraciones] a los nietos. Mi abuelo me contaba de “amiguito”. . 49 48 (Esta oración fue facilitada por una persona que no quiso que su nombre se mencionara) 49 (Jaén, 2011) Al igual que Rafael Jaén otros cuentan de los poderes sobrenaturales de estos peleadores, como es el caso de Jim Matarrita Ortiz quien nos manifestó: Yo te digo algo por todo lo que me ha contado mi tata. Hay peleadores que fueron lo que fueron por la brujería. El hecho de ciertas peleas se puede creer. Yo tuve en mis manos las Trece Palabras, pero no quise dejármelas por miedo, por todo lo que he pasado y vivido conozco a ciertos jóvenes que si usan eso [las oraciones ], son ratas [ladrones] () que roban y nadie los ve. 50 En el caso de ambos jóvenes, sus comentarios resaltan el hecho de que dan cierta credibilidad a la eficacia de estas oraciones. Si esto ocurre hoy, en la época de don Clímaco posiblemente tuvo gran arraigo tanto en peleadores como en los habitantes de las comunidades. Ilustración 4: Los peleadores Acuarela del Pintor Santacruceño Freddy Gatgens, Colección Rodolfo Núñez Arias. Otros peleadores opinan sobre Clímaco Baltodano. 50 (Matarrita J. , 2011) Don Julián González Espinoza, conocido como Cañón, a la fecha de esta entrevista tenía 62 años. Alto y fornido con una mirada profunda todavía es reconocido como un gran “peleador. Nació en Arado de Santa Cruz en 1949. Desde muy joven, como muchos otros guanacastecos, emigró en busca de trabajo a la zona Caribe de Costa Rica. Allí trabajó en las plantaciones bananeras y ahí mismo comenzó su “carrera” de peleador. Las razones de por qué empezó a pelear las explica él mismo de esta forma: Tuve una primera pelea. Salí adelante, ganancioso, y me siguieron buscando todos los sábados. Tenía ese problema [las peleas] pero no era cosa que me gustaba. Yo me críe en el campo, arriba en la montaña. Entonces tenía mucha fuerza, hacía mucho ejercicio trabajando duro. Tenía un cuerpo hermoso [robusto] por ahí vino todo. 51 El caso de don Julián también es muy interesante, pues sus habilidades como peleador las va a adquirir fuera de Guanacaste, en la zona bananera, donde también habían buenos peleadores con gran fama. Así que en el mundo del trabajo bananero don Julián tuvo que enfrentar a otros peleadores que como él dice: “allá llegaban a buscarme. En Limón había mucha gente ruda”. El contexto de hombres rudos trabajadores de zonas bananeras don Julián vio como la hombría y la fuerza debían demostrarse con peleas, pero también consumiendo al consumo de licor y deleitándose con mujeres en los días de pago. A diferencia de Guanacaste no se debían esperar las fiestas. Todos sábados eran escenarios propicios para desarrollar la fama de peleador. Al regresar don Julián a Guanacaste debió seguir en su “carrera “de peleador. Donde aún muchos santacruceños lo recuerdan como uno de los buenos peleadores. Así don Julián estuvo a la par de figuras como Hugo Villafuerte, Wale Cabalceta y Clímaco. Si bien este último fue de una época anterior a don Julián la fama de don Clímaco logró superar los avatares del tiempo y quedarse en la memoria de las generaciones que le siguieron, esto a pesar de que hubo otros muy “ buenos peleadores “. En mismo Don Julián menciona que don Clímaco todos lo respetaban fue: “un hombre macizo, un hombre de verdad. Cosa seria y era pequeño y flaco. No molestaba a nadie”. 52 Don Julián menciona además que “Dicen que a ese señor lo atacaban y no decía nada. Y decía no amiguito no quiero pelear, pero en eso que decía que no ya había hecho la oración y les metía un turcazo [golpe]. 53 El comentario de Don Julián González refuerza la idea que se tenía de don Clímaco como un hombre tranquilo, honesto pero que usaba “cosas” secretas para vencer rápidamente a sus adversarios. 51 (González J. , 2011) 52 (González J. , 2011) 53 (González J. , 2011) Don Julián González también recuerda las anécdotas de su padre, quien le contó que una vez, don Clímaco tuvo que pelear con un matineño (habitante de Matina, Pueblo de Limón) pues según su padre don Clímaco había trabajado bastante tiempo en las bananeras del Caribe. Para don Julián esa pelea fue épica, pues: Clímaco se quedó hincado y el hombre de Matina le dice ¡Levántate que no me gusta maltratar a un hombre en el suelo! Y él se quedó hincado. Yo peleo mejor hincado que de pie. Tírele no tenga pereza. Entonces el matiñeño le mandó una patada y Clímaco le agarró la pata y lo levantó. Después le dio un puñete y le dijo mañana tiene que purgarse amiguito. Ahí quedo el hombre. 54 En la descripción de la pelea las rivalidades vuelven a resurgir y se nota el orgullo de que un santacruceño hubiera derrotado a un peleador de otra región en condiciones de pelea desfavorable. Un punto importante de considerar que si bien algunos niegan haber usado oraciones, reconocen la existencia de estas en el simbolismo de las peleas. Según Don Julián González no todos los peleadores creían o utilizaban las oraciones mágicas. Para él: “nunca tuve, ni creo en eso [oraciones], pero sí sé que hay gente que creía en eso. Yo creo sólo en Dios. Y esa es la fuerza más poderosa. 55 La creencia en oraciones y objetos mágicos hacía que dentro de la memoria colectiva otros peleadores se les endilgaran cosas extrañas como fue el caso de un peleador llamado “Federico de quien dicen tenía el libro de la magia negra “.así como la existencia de la piedra de Ara y oraciones buenas. 56 Ser un peleador. El significado de ser un peleador conllevó varios aspectos. En el caso de don Clímaco ya se ha señalado la importancia de haberse creado en el campo, de haber demostrado habilidades varoniles tanto en su oficio como en las aventuras amorosas; ser una persona honesta y confiable tanto para su comunidad como para sus patrones y esencialmente comprender los códigos de respeto y decoro del honor propio y comunal. El contexto parece que fue decisivo para figuras como don Julián y don y Clímaco se iniciaran como peleadores. En ambos casos el nacimiento en “la montaña“ su procedencia humilde y su capacidad de destacarse como gente dispuesta a trabajar duro, a utilizar la fuerza y medirla con otros compañeros o bestias fueron las matrices típicas de ellos dos. Otros peleadores parece que tuvieron esa misma trayectoria como fue el caso de Chebon Rangel, un peleador de Matina de Nicoya. Si bien también hubo diferencias mientras Clímaco Baltodano y Julián Gonzales fueron tranquilos y no ciscaban pelea otros como 54 (González J. , 2011) 55 (González J. , 2011) 56 (González J. , 2011) Chebon Rangel les gustaba buscar hombres para pelear, en el libro “Esta tierra” el historiador local Nicolás Antonio Carrillo Montes, describe muy bien a Chebon Rangel como un afamado peleador nicoyano. 57 En el caso de Chebon siempre era él primero en buscar como provocar a sus posibles rivales. Aspecto que evoca don Nicolás Carrillo: Cuando hallaba a alguien con quien él deseaba Fajarse, se le arrimaba haciéndose el desentendido Le majaba sus zapatos y con indiferencia nada más Les decía ¡hay perdone ¡o bien: lanzaba fuertes. Escupitajos procurando que cayeran muy cerca de Su “victima” o en el pantalón .igual, se limitaba a Pedir perdón y si ante estas u otra provocaciones Belicosas, la respuesta era negativa, se iba al grano Y gritaba: “¿qué me ves boca abierta ¿me le parezco A su ágüela ¿y llegaba a mas hasta soliviantar al contrario La tenía que pelear costase lo que costase, así era Chebon en tiempos de “peleonero “. 58 La personalidad de Chebon como peleador era muy agresiva y atípica en los luchadores que buscaban el honor comunal. La actitud de provocar a su rival hasta lograr pelear con denotaba la importancia de adquirir prestigio personal antes que comunal. Lo cual en el mundo rural era una ganancia para insertarse exitosamente en el mundo laboral. El mismo Carrillo señala en su libro sobre Chebon: “No se puede decir que era un hombre malo, más bien se consideraba un hombre de paz”. En ese tiempo los peleadores buscaban medir sus fuerzas y habilidad con otros peleadores, pero parece ser que esto no implicaba que eran malas personas sus rivales muchas veces pasaban a ser sus amigos ya sea por admiración en la pelea o por su trató en el mundo del trabajo. Nicolás Carrillo en su libro hace referencia a dos puntos geográficos que suponían rivalidades, Para él había dos polos en Nicoya por un lado los hombres peleadores: por el lado de Mansión, y Juan Díaz, en la parte alta del oeste. 59 Esta alusión a polos y rivalidades parece ser la tónica que caracteriza las diferencias entre los peleadores los “ los matineños “ y los “juandillenos” lo cual fue otra muestra de esa construcción identitaria local que se ha mencionado en el trabajo. La fama de los que iban “ganando “cada pelea comprometía cada vez más su reputación, la cual debía ser demostrada cada vez más, llegando incluso a extenderse a otras localidades y villorrios mas importantes. Así, el caso de Chebon podría reflejar esa situación, así es como señala Carrillo a Chebon “… por mucho tiempo se aislaba en Gamalotal. Ahí trabajaba en sus tierras y cuando eran las fiestas abandonaba todo y se venía a Nicoya, solamente a pelear” 60 57 (Carrillo, 1971) 58 (Carrillo, 1971, pág. xxx) 59 (Carrillo, 1971, pág. xxx) 60 (Carrillo, 1971, pág. xxx) En otras ocasiones solo las ganas de pelear y sacarse la duda motivaban a Chebon. Según Carrillo en una ocasión Chebon se dio cuenta que Aniceto García de Caimital de Nicoya era considerado un buen peleador y no se quedó con las ganas hasta buscar una pelea. Según Carrillo el encuentro fue de la siguiente manera: Un día iba Chebon arriando una chancha para Venderla en Nicoya y en el alto de Beto Flores. Saliendo de Curime, da la casualidad que lo Alcanza Aniceto García con una yegua cargando Dos sacos de arroz en granza que esperaba negociar Con los Armijo, ahí se saludaron y al paso de la chancha Se fueron conversando hasta la entrada de la ciudad. Antes de separase Chebon le dice: -oye Aniceto, hoy Salimos del maíz picao ¿querés?- idiay pues salimos. 61 La simple frase de salir del maíz picado tuvo la connotación necesaria para concertar la lucha, la cual mediría las fuerzas entre estos dos hombres, tal vez uno buscando convertirse en mito o leyendas como había escuchado en tantas anécdotas o simplemente medir fuerzas en un mundo duro que exigía revindicar honores propios y comunales. Conclusiones. Este trabajo solo puede finalizar sugiriendo al menos cinco hipótesis de trabajo para continuar analizando las peleas de cocos en comunidades como Guanacaste y el Valle Central.  En primer lugar debe indicarse hasta qué punto las peleas y los peleadores fueron elementos esenciales para reforzar las identidades locales que se forjaron no solo en el Guanacaste actual sino en muchas partes del valle Central y sus zonas de colonización. ¿Fueron esas rivalidades y violencias colectivas formas para forjar el sentido de lugar, para dar permanencia a los valores y códigos de conducta local o simplemente una forma de revindicar el honor del nosotros?  En segundo lugar, los rituales de lucha fueron capaces de crear un sentido símbolo colectivo que fuese capaz de dar un orden racional a los miembros de las comunidades en el desorden e injusticia que representaban las relaciones sociales, la economía agrícola y las crisis vitales recurrentes en los sectores populares. En otras palabras, hasta qué punto las peleas pudieron ofrecer unos significados para soslayar las contradicciones y conflictos perennes entre personas y grupos de una región y una comunidad. Hasta dónde las peleas daban unidad y valores comunes que se situaban por encima de los desacuerdos y daban una visión integradora a pesar de las desigualdades sociales evidentes. Así queda también otra plataforma de trabajo que permita establecer qué otras prácticas cotidianas, además de las peleas, permitieron a los miembros de las diferentes comunidades guanacastecas a aprender a entrar en relación con los demás y a sentirse bien en compañía como colectividad; 61 (Carrillo, 1971, pág. xxx) es decir, que elementos permitieron aproximarse a cada individuo como personas en esa “lucha por apropiarse del significado social y de pertenencia”. La búsqueda de la pertenencia de él como individuo y como ser social es una problemática que exige analizar aún más la cotidianidad local, buscar esos otros recursos de interpelación que permitieron a los habitantes de las comunidades identificarse desde una moralidad compartida  En tercer lugar, si bien la violencia de las peleas fue penalizada y socialmente sancionada es importante establecer que otras actividades dieron continuidad a los mecanismos y prácticas de identidad regional. Aparentemente, una de estas prácticas que siguió la lógica de las peleas de los cacos fue la monta de toros, la cual ofreció alternativas a la identidad local. No obstante, probar esa situación requiere demostrar como la fuerza y la valentía del montador ha dado continuidad a los auto valores defendidos por una comunidad. En este sentido, queda por analizar los nuevos contextos de las identidades locales y si en ellas la sociabilidad informal, violenta y proclive a ensalzar las habilidades laborales sigue vigente en prácticas como la monta de toros.  En cuarto lugar, si las rivalidades locales fueron un mecanismo de amalgamamiento social junto a la identidad, la tradición y la cultura cabe preguntarse sobre el papel que sigue jugando la percepción de lo sobrenatural en las “hazañas” de los individuos. Así cabe interrogarse si las continuas victorias personales y el éxito personal fueron vistas como peligrosas por la misma comunidad al sancionarlas como imposibles o sobrenaturales o por si el contrario fueron un mecanismo de memoria para recordar las grandes peleas y con ello realzar valor de la comunidad.  Finalmente, cabe establecer una agenda de trabajo para comprender como los mismos espectadores lograron interiorizar en este mundo atractivo de los festejos populares la idea de ser parte del triunfo. Fue el escenario de las luchas una forma más para reafirmar la masculinidad, la “hombría “y el sentido de triunfo pero desde una perspectiva colectiva. Y si fue así cómo dicha experiencia fue capaz de solidificar los lazos de solidaridad comunal. En suma, la búsqueda de lo cotidiano se presenta como una plataforma de trabajo colectivo e interdisciplinaria donde su análisis permita rescatar el estudio de los intensos procesos de socialización que se viven en el mismo seno de las comunidades, y que llevan a sus habitantes a presentarse ante su comunidad (con valores, símbolos, roles y formas de comportamientos particulares). El estudio de los cacos da luz sobre las pretensiones que tuvieron las comunidades para que sus miembros asumieran y aceptaran las normas sociales imperantes, pero que también las vivieran, las reiteraran y las disfrutaran. En ese proceso la idea de un control social total, tal y como lo planteara Foucault se presenta en esta cotidianidad como una realidad más complejo, que debe ser analizado con estudios cualitativos, la historia oral y las historias de vida. Por todo lo anterior, creemos necesario seguir abordando lo que hemos llamado una historia social de la cotidianidad, el cual es un campo que aún está en ciernes en Centroamérica. Bibliografía Abarca, C. (2001). Castigados. Poder Político y Sanción Penal en Costa Rica, 1750-1880. San José: Zeta Servicios Gráficos. Abarca, O., Bartels, J., & Marín, J. J. (2010). De puerto a Región. El Pacífico Central y sur de Costa Rica, 1821-2007 . San José: Alma Mater. Acuña, V. H. (1994). Historia del vocabulario político en Costa Rica: estado, república, nación y democracia, 1821-1949. San Pedro: Editorial Universidad Nacional Estatal a Distancia. Acuña, V. H. (Julio - diciembre de 2001). Comunidad política e identidad política en Costa Rica en el siglo XIX. Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos(2), Dirección web http://www.denison.edu/istmo/v01n02/proyectos/comunidad.html. Acuña, V. H. (2002). La invención de la diferencia costarricense, 1810-1870. 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Contenido Introducción. ......................................................................................................................................1 Balance de lo escrito: Violencia e Historia..........................................................................................4 El contexto: Santa Cruz hacia 1950. .................................................................................................7 Los peleadores y la comunidad ........................................................................................................11 La identidad..................................................................................................................................12 Identidad, tradición y rivalidad. ....................................................................................................14 Ritual previo a una pelea. .............................................................................................................15 Un estudio de caso. El peleador Clímaco Baltodano Díaz. ..............................................................18 Quien era Don Clímaco Baltodano ...............................................................................................18 Parentela de Don Clímaco Baltodano recuerdos familiares de un peleador guanacasteco ...........22 Otros peleadores opinan sobre Clímaco Baltodano. .....................................................................26 Ser un peleador. ............................................................................................................................28 Conclusiones. ...................................................................................................................................30 Bibliografía ......................................................................................................................................32
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