110422771 Amigdal y Criminologia

March 18, 2018 | Author: Alpargata Rueda Rueda | Category: Psychopathy, Self-Improvement, Emotions, Brain, Learning


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Adrian Raine, experto en psicopatía de la Universidad de Pennsylvania fue muy claro en su presentación del Congreso de la Asociación Americana parael Avance de la Ciencia (AAAS), celebrado el pasado febrero en Washington DC: “No estamos sugiriendo que algunos niños sean psicópatas, pero sí que ciertos rasgos relacionados con la falta de emoción pueden ser utilizados para identificar a un subgrupo de niños que están a mayor riesgo de conducta antisocial severa y persistente”. Basaba esta afirmación en un estudio publicado el pasado 2010 en la revista American Journal of Psychiatry. A principios de los años 70 investigadores estadounidenses seleccionaron una muestra de 1.795 niños de tres años de edad de Isla Mauricio e hicieron varias medidas de respuesta emocional condicionada, entre ellas la reacción ante el miedo. Veinte años después analizaron los registros penales de todos ellos, y encontraron que 137 sujetos (131 hombres y seis mujeres) habían sido juzgados por robos, agresiones u otros actos criminales. Realizando un estudio de cohortes, estos 137 casos se aparearon por raza, género y entorno socioeconómico a 237 individuos del grupo original que no habían incurrido en ningún tipo de conducta criminal. Comparando todos los registros se observó que quienes a los 23 años habían cometido algún tipo de delito grave, también habían mostrado valores significativamente más bajos de respuesta condicionada al miedo a los tres años de edad. La falta de respuesta al miedo está asociada a disfunciones en la amígdala (una parte del cerebro responsable de las emociones). Y según Raine: “Éste es el primer estudio longitudinal que demuestra que un déficit temprano en el condicionamiento autónomo al miedo predispone a la criminalidad adulta. Los resultados son consistentes con la hipótesis de que el mal funcionamiento de la amígdala incrementa el riesgo de conducta criminal, y demuestra que este condicionamiento al miedo a edad temprana no está explicado por factores sociales, de género o raza”. Otro estudio presentado en el encuentro de la AAAS, en este caso por la investigadora Nathalie Fontaine de la Universidad de Indiana, reforzó la hipótesis de que ciertas personas pueden nacer con mayor predisposición a conductas antisociales. La Dra. Fontaine siguió la trayectoria de 9.462 gemelos de entre 7 y 12 años, y constató una clara relación entre rasgos de insensibilidad emocional -como falta de empatía o sensación de culpa- con mayores incidencias graves reportadas en las escuelas. Sus conclusiones son que existe cierto componente hereditario en la conducta antisocial severa y la psicopatía –especialmente en hombres-, y que “si estos casos son detectados a tiempo, podemos ayudarles a ellos y a sus familias”. Condicionantes neurobiológicos Ambos estudios defienden la visión de que la psicopatía está fuertemente condicionada por condicionantes neurobiológicos. Pero no todos los expertos comparten esta visión tan determinista expresada por Raine y Fontaine. Consultado por SINC, el neurocientífico y experto en psicopatía Kent Kiehl cree que “algunos condicionantes biológicos a la psicopatía están presentes en niños de manera innata y pueden ser estimados con técnicas modernas”. Pero esto no quiere decir “que podamos predecir el crimen”. “La visión de Adrian Raine de detectar con tanta antelación a un futuro asesino en serie no es realista. El crimen no es un desorden cerebral. La psicopatía sí, y debe ser tratada como una enfermedad mental. Pero hay muchísimos psicópatas que nunca realizan ningún acto criminal. Además, los diagnósticos de Raine son muy poco específicos”, añade Kiehl. Robert Hare es uno de los mayores expertos en psicopatía del mundo y autor del test PCLR, la principal herramienta de diagnóstico de psicopatía cree que “no hay ninguna evidencia científica de que los psicópatas lleguen a este mundo con un cerebro dañado”. “Es indudable que nuestro comportamiento tiene un sustrato neurobiológico, y que en edad adulta vemos asociaciones entre actividad cerebral y psicopatía. Pero yo no soy ni de cerca tan determinista como Adrian Raine. Las relaciones causa-efecto entre entorno y neurofisiología no están tan claras todavía,” apostilla Hare. ¿Se puede curar un psicópata? Un psicópata es una persona narcisista, que no siente empatía hacia el sufrimiento ajeno, ni remordimientos, con una elevada inteligencia que le permite manipular a quienes tiene alrededor, y que suele reincidir en sus acciones. Por eso, entre la comunidad científica se ha instaurado la idea de que son reincidentes y no tienen cura. Esta es una de las discusiones más importantes en el campo. Hare, quien lleva investigando psicópatas desde hace más de cuatro décadas, indica que “yo no hablaría de tratamiento sino de control de su comportamiento. Durante toda mi carrera he estudiado centenares de psicópatas, y no creo que haya posibilidades de cambiarles. No sienten ningún tipo de dolor psicológico. Sólo modifican su manera de actuar si les conviene desde una perspectiva egoísta”. Sin embargo, Kent Kiehl no arroja la toalla: “Todavía nos faltan muchos detalles por aprender del cerebro de los psicópatas. Lo más importante es continuar haciendo investigación científica con técnicas de neuroimagen y biología molecular”. Kiehl ha realizado estudios mostrando que diferencias en el sistema paralímbico pueden mermar el control de la impulsibilidad, disminuir emociones como empatía, memoria emocional, o percepción del dolor, y afectar al aprendizaje y la toma de decisiones. Para él, el psicópata es fruto de un entorno, pero también de una enfermedad mental con base físiológica que puede diagnosticarse y, eventualmente, tratarse. De hecho, Kiehl está desarrollando un proyecto desde la Universidad de Nuevo México para identificar psicópatas con escáneres cerebrales portátiles, y aspira a que la imagen por resonancia magnética pueda convertirse en una herramienta más precisa que las encuestas psicológicas para diagnosticar psicopatía. La idea es que un psicópata puede aprender a mentir ante ciertas pruebas, pero difícilmente podrá modificar su actividad cerebral bajo un escáner. Incluso participó como testigo de la defensa en el primer caso en que un abogado solicitó como prueba exculpatoria el fMRI de un asesino alegando importantes deficiencias. El juez finalmente no lo contempló y condenó a muerte al psicópata Brian Dugan. Robert Hare se muestra preocupado por lo que él considera una excesiva y precipitada fe en las imágenes cerebrales. “Debemos ser muy cautos con la neuroimagen, porque todavía no sabemos bien la diversidad que existe entre gente normal, o con otras condiciones que nada tienen que ver con la psicopatía. Los estudios de Kiehl son prometedores y nos van a dar mucha información, pero es todavía muy prematuro y arriesgado intentar discernir psicópatas con técnicas de neuroimagen”, expresa a SINC. Kiehl no descarta que en un futuro próximo la neurociencia nos permita predecir la psicopatía, tratarla para prevenirla, e incluso replantearnos el concepto de culpabilidad de ciertos criminales. A diario con psicópatas. Un bocado de realidad La madrileña Virginia Barber es directora de los juzgados de salud mental del condado de Queens en Nueva York. El trabajo de esta doctora en psicología forense es evaluar si alguien que ha cometido un crimen puede beneficiarse de un tratamiento en comunidad como alternativa a la encarcelación. “Básicamente analizamos si hay enfermedad mental, comprobamos que no sean psicópatas, valoramos el riesgo de violencia, y detectamos que no estén intentando engañarnos. Hacemos un informe para el juez, y él lo utiliza para elegir una pena u otra”, explica. Hablar con esta psicóloga que trabaja a diario con criminales y tiene la responsabilidad de valorar si pueden integrarse en la sociedad o no, es todo un baño de realidad. “La investigación científica en neuroimagen está ofreciendo resultados muy interesantes, y a nivel académico podemos discutir todo lo que quieras sobre sus implicaciones filosóficas en el concepto de culpabilidad, y la naturaleza de la mente humana. Pero plantear que el fMRI pueda en estos momentos tomarse en cuenta como diagnóstico en los juzgados es absolutamente irresponsable. Casi una ridiculez. Se ha intentado en varias ocasiones, y nunca se ha admitido por el simple motivo de que no supera unos criterios mínimos de fiabilidad. Ni de cerca permite demostrar causalidad”, explica Virginia, insistiendo en que es fundamental distinguir claramente entre un psicópata y alguien con conducta antisocial: “En las prisiones un 75% de individuos están diagnosticados con trastorno antisocial, pero sólo un 15% se pueden considerar psicópatas peligrosos que no sienten empatía, ni arrepentimiento, y que tienen altísimas posibilidades de reincidir”. Respecto a la rehabilitación de los psicópatas, Virginia muestra un optimismo moderado: “En los últimos cinco años han aparecido varios estudios sugiriendo que algunos tratamientos con terapias cognitivas y conductuales bien estructuradas pueden dar resultados positivos. La rehabilitación completa no parece factible. Pero sí hay más indicios que invitan al optimismo”. Su valoración de los artículos de Raine y Fontaine no es positiva: “metodológicamente tienen limitaciones. En el de Fontaine, la evaluación de los profesores no es un criterio sólido. Y respecto al de Raine, la respuesta al miedo en niños de tres años está muy condicionada a muchos otros factores que a esa edad afectan al grado de ansiedad”. Neurotransmisores El enojo, la rabia, la ira, son estados del ánimo desencadenados por la percepción sensoperceptiva. Algo que nos viene de fuera es analizado como potencialmente lesivo y tendemos a neutralizarlo, rechazarlo o destruirlo. Se denominan así a las sustancias que ejercen alguna acción en áreas circunscritas o no del sistema nervioso, actuando sobre espacios químicos singulares que se llaman receptores. Es precisamente en el campo de los receptores donde más intensamente se viene trabajando en la última década, además de la investigación con técnicas no invasivas, como son las derivadas de la topografía axial computerizada (TAC), con emisión de positrones (PET) o con emisión de fotones (TCEF). Actúan como neurotransmisores sustancias endógenas y también de síntesis, como son la mayoría de los psicofármacos. La experiencia común conoce de los efectos singulares de la administración de sustancias ajenas al organismo o de la potenciación de efectos sobre los estados de ánimo, como lo hacen el alcohol o la mescalina (el hígado de algunos mamíferos puede sintetizar esta sustancia). Algunas sustancias neurotransmisores, más conocidas como mediadores de la conducta, son las llamadas catecolaminas, descritas por Cannon en 1915 como las hormonas intervinientes en el Síndrome General de Adaptación. Hoy se conocen muchas sustancias de carácter hormonal y se acepta su intervención en numerosos procesos de conducta. Un muy alto porcentaje de trastornos psiquiátricos están relacionados con aspectos genéticos. En estos días sabemos de la descripción del código genético humano realizada por una empresa americana. A partir de ahí, en pocas decenas de años podremos controlar las alteraciones psíquicas con más precisión que ahora. Fracciones de hormonas o precursores de ellas han sido aisladas y hoy se conocen muy bien sus acciones, un amplio abanico de funciones cerebrales implicadas en conductas claramente emocionales. Estos precursores son llamados neuropéptidos; están relacionados, entre otras, con funciones como la nutritiva, los estados de ánimo y algunos trastornos mentales. Tal es el caso de la colecistocinina, que, descubierta en 1975, estimuló el estudio de sus acciones en el cerebro en varios niveles, interesándonos aquí su función como antagonista de las llamadas opiopeptinas, más conocidas como endorfinas, y su intervención en los mecanismos desencadenantes de la ansiedad y modulador de la memoria. Está bien demostrado que el bloqueo o la facilitación de la presencia de colecistoquinina produce respuestas ansiolíticas (tranquilizadores) o ansiógenas respectivamente. Las endorfinas participan en las conductas autolesivas y son antagonizadas por sustancias como la naltrexona, coadyuvantes en los tratamientos de desintoxicación alcohólica u otras drogas. Una endorfina singular, la dinorfina, induce desincronización electroencefalográfica, descargas bioeléctricas y conductas convulsivógenas. El neuropéptido NPY fue descubierto en 1982, muy similar al pancreático. Se halla en altas concentraciones en el hipotálamo y sistema límbico y parece regular respuestas de estrés, conducta sexual y actividad psicomotriz entre otras. La acetilcolina y sus agentes estimuladores, fisostigmina y arecolina, reducen los estados de manía y aumentan la letargia, mientras que los antagonistas de la acetilcolina producen euforia, agitación psicomotora, alucinaciones e ideación paranoide, con delirio en algunos casos. El tabaco, no siendo reconocido como neurotransmisor propiamente dicho, reduce algunos síntomas depresivos porque actúa sobre los llamados circuitos de recompensa en el sistema límbico e hipotálamo. Alteraciones funcionales cerebrales La mayoría de los autores parecen estar de acuerdo en que el lóbulo frontal tiene que ver con la toma de decisiones. El cuerpo calloso, gran puente de unión interhemisférica, debe estar intacto o de lo contrario hay lo que se llama predominancia hemisférica, que consiste en una respuesta por lo general exagerada, falta de modulación. Los resultados de muchas experiencias avalan esta afirmación. Una actividad reducida en las fibras del cuerpo calloso permite que el hemisferio derecho, implicado en la génesis de las emociones negativas, actúe sin el control del hemisferio izquierdo, que tiende a inhibir el exceso de negatividad. En los años 90 los estudios de neuroimagen habían puesto de manifiesto que los comportamientos violentos estaban relacionados con el mal funcionamiento de porciones de los lóbulos frontal y temporal (Damasio 1994 y Grisolía 1997). En las zonas subcorticales se había de-mostrado que la amígdala y el hipocampo y zonas hipotalámicas podrían estar implicadas en los mecanismos neurobiológicos de la agresión. Parece que los agresores sexuales presentan más alteraciones en los lóbulos temporales, mientras que las deficiencias metabólicas de glucosa en el lóbulo central parecen estar relacionadas con actos impulsivos de corte agresivo. El flujo frontal se ve reducido en alcohólicos con trastornos de personalidad de carácter agresivo. Parece suficientemente demostrado que el funcionamiento de áreas cerebrales identificadas está relacionado con las conductas violentas en exceso; sin embargo no queda definitivamente aclarado el por qué de las diferencias entre el criminal frío y el pasional. Los estudios realizados hasta el momento indican un bajo nivel de actividad prefrontal en los asesinos afectivos, mientras que los planificadores presentan nula o poca variación de actividad con las personas no asesinas. Sin embargo, ambos grupos de asesinos, depredadores y afectivos, presentan muy altas tasas de actividad en las zonas subcorticales, de la amígdala, el hipocampo y el subtálamo, que, en definitiva, son estructuras más primitivas que la corteza, productoras de impulsos libres de modulación, e implicadas en el aprendizaje, la memoria y la atención. Se ha visto que las lesiones en áreas prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las normas, con predisposición clara a los actos violentos. La personalidad de los afectados en el frontal se ve afectada en el plano de la madurez, hay falta de tacto en la evaluación de las conveniencias sociales y predisposición a la respuesta desproporcionada. Hay una pérdida de la flexibilidad intelectual y de la capacidad de razonar a partir de la elaboración de la información verbal. Hay una especie singular de individuos violentos, el psicópata, que ejerce de manera instrumental, depredadora y a sangre fría. Estos sujetos parecen no codificar adecuadamente los mensajes emocionales emitidos a través de lenguaje. El enfado, la rabia, la ira, son estados del ánimo desencadenados por la percepción sensoperceptiva. Algo que nos viene de fuera es analizado como potencialmente lesivo y tendemos a neutralizarlo, rechazarlo o destruirlo. El psicópata no se para a elaborar los contenidos neutros o significativamente emocionales del lenguaje; responde disparando siempre. El terrorismo juvenil es mucho más producto del aprendizaje social, mientras que la violencia cargada de odio del racista, forofo deportivo, fundamentalista, en suma, se configura como un híbrido de: a) Sobrecompensaciones de conflictos íntimos reconocidos o no que ponen en marcha mecanismos de defensa aberrantes. b) Aprendizaje motivado por la necesidad de destruir aquello. c) Circunstancias buscadas y encontradas en un círculo de pulsión-compulsión. Consideraciones finales El Profesor Grisolía explicaba en Valencia hace apenas unos meses que una persona es más peligrosa con una pistola en la mano. Asimismo, un niño criado en Palestina tiene más probabilidades de incorporarse a un grupo terrorista que otro criado en cualquier otra parte del mundo, pero si éste ha sufrido maltrato o la acción de factores nocivos durante el embarazo o en el ambiente perinatal que hayan desarrollado trastornos neurológicos, puede llegar a ser más violento que el palestino, pero aún así lo será de forma distinta. Asistimos asombrados a la aventura de los gemelos Htoo, tailandeses de 12 años de edad, que comandan una guerrilla con una capacidad mortífera poco explicable en nuestro entorno. Nosotros mismos hemos vivido la impúdica violencia de los adolescentes salvadoreños en la guerrilla, carne arrasada por el odio, patrimonio inoculado por el adulto. Cada vez nos asombra menos la noticia del homicidio de niños a manos de otros niños y echamos la culpa a la posesión de armas por parte de los padres. Cada vez nos acostumbramos más a encontrar como normal por ser estadísticamente abundante, el comportamiento violento de baja intensidad que invade los espacios de tolerancia social. Los jueces exigen de los médicos definiciones precisas de los límites de la enfermedad-normalidad, pero reclaman para sí la exclusividad de la interpretación de la realidad social y su sanción. ¿Estamos ante un conflicto de competencias?
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